ESTUDIOS DE HISTORIA PERUANA LA EMANCIPACION

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VII ESTUDIOS DE HISTORIA PERUANA LA EMANCIPACION y LA REPUBLICA

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ESTUDIOS DE HISTORIA PERUANA

LA EMANCIPACION y LA REPUBLICA

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PLAN DE LAS OBRAS COM­

PLET AS DE JOSE DE LA

RIVA-AGUERO y OSMA

I-Estudios de la J.:iteratura Pe­ruana: Carácter de la J.:iteratu­ra del Perú 1ndependiente. Introducción General de Víctor Andrés BeIaunde; prólogo de José Jiménez Borja; notas de César Pacheco Vélez y Enrique Carrión Ordoñez. Con un es­tudio crítico de don Miguel de Unamuno.

II-Estudios de J.:iteratura Pe­ruana: Del 1nca Qdrcilaso a Eguren. Recopilación y notas de César Pacheco Vélez y Al'­berto Varillas.

III-Estudios de J.:iteratura Uni. versal. Prólogo de Aurelio Miró· Quesada Sosa.

IV-Estudios de J-listoria Pe­ruana: La J-listoria en el Perú. Prólogo de Jorge Basadre y no· tas de César Pedro Vélez.

V-Estudios de J-listoria Perua. na: Las civilizaciones primitI­vas y el 1mperio 1ncaico. In­troducción de Raúl Porras Ha. rrenechea. Recopilación y notas de César Pacheco Vélez.

VI-Estudios de J-listoria Perua­na: La Conquista y el 'Virrei­nato. Prólogo de Gl\illermo Lohmann Villena..

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JOSE DE LA R11JA-AgUERO / OBRAS C05WPLE1AS

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1931

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OBR.AS C05HPEE1 AS DE

JOSE DE LA RIVA-AGtIERO

VII

ESJ"UDJOS Dé JiJS'JORJA PERUANA

LA EMANCIPACION

y LA REPUBLICA Jntroducción de José A. de la Puente Candamo RecoPilación y notas de César Pacbeco 'Félez

LIMA, 1971

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLlCA DEL PERU

".'\1\10 DEL SESQUICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL"

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PUBDCAOONES DEL mSl1:JU10 R1VA·AgUERO

N'? 72

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COMISION EDITORA DE LAS OBRAS COMPLETAS DE

JOSE DE LA RIVA-AGUERO y OSMA

MIEMBROS DE HONOR:

Emmo. y Revmo. Sr. Cardenal Juan Landázuri R.. Gran Canciller de la Universidad

R. P. 'Jelipe E. Mac yregor S. J. Rector de la Universidad

COMITE EJECUTIVO:

José .A. de la Puente Candamo (Director), Luis Jaime Císneros, yuillermo Lohmann 1Jillena, Alberto 'Wagner

de Reyna, César Pacbeco 1Jélez (Secretario)

CONSEJO DE ASESORES:

Mario Alzamora 1Ja.Idez, Pedro Yltl. Benvenutto :Murrieta, Raúl 'Jerrero Rebagliatí, :Mariano 1berico Rodríguez, José

Jiménez Borja, José León Barandiarán, yuilterm.o 'Royos Osores, Aurelío Miró Quesada Sosa, Ella Dunbar 1emple,

Rubén 1Jargas Ugarte S. J.

DELEGADO DE LA J UNT A

ADMINISTRADORA DE LA HERENCIA RIVA-AGÜERO:

yermán Ramírez yastón 'J.

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NOTA PRELIMINAR

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ESTE VII tomo de las Obras Completas de don José de la Riva-Agüero y Osma, consagrado a sus es­

critos sobre la época de la Emancipación y la República, se ha elaborado con los mismos criterios seguidos en los análogos tomos anteriores de la serie de Estudios de 'His­toria Peruana que aquí concluye. Sobre todo con los del tomo V, dedicado a las civilizaciones primitivas y el Im­perio Incaico, y del tomo VI, relativo a la etapa de la conquista y la colonización españolas.

Las 460 páginas de este tomo -de dimensión pareja a las 437 del tomo V y las 475 del VI, sin contar los pró­logos-, revelan la inconsistencia del cargo hecho a Riva­Agüero de una dedicación excluyente o preferente por la época colonial. En verdad las páginas más abundantes de La 'Historia en el Perú (tomo IV de las Obras Completas) se refieren precisamente al Imperio Incaico, al comentar la obra del Inca Garcilaso, y a la Emancipación y la Re­pública, al hacer la exégesis de los libros fundamentales de Manuel de Mendiburu y Mariano Felipe Paz Soldán. Los tres tomos siguientes han alcanzado, en la recopilación ca-

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XII NOTA PRELIMINAR

si exhaustiva que hemos procurado hacer, un volumen muy parecido, para contradecir así, con 1a elocuente objetivi­dad de las cifras una preferencia por una época, un de­sinterés por otras, que nunca existieron.

Los trabajos aquí reunidos en dos grandes secciones -Emancipación y República-, se ordenan por la cro­nologí'a de los temas. El primero alumbra los orígenes del fenómeno emancipador, siquiera en uno de sus factores condicionantes -la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767-; el último es la semblanza, ya de antología, de la figura ejemplar en quien confluye lo mejor de nuestro si­glo XIX: Miguel Grau.

Como en las notas preliminares anteriores, debemos rei­terar ahora que esta recopilación no constituye el íntegrum de lo escrito por Riva-Agüero sobre el tema. En los to­mos anteriores, en el IV, ya citado, sobre todo, y en los posteriores, C01110 por ejemplo el IX (Paisajes Peruanos), aparecido con antelación, hay capítulos totalmente dedica­dos a esos temas y cuya confrontación con estas páginas es obligatoria para el estudio de la obra histórica de Riva­Agüero. Es fácil prever que en tomos actualmente en ela­boración como el VIII y el X, que reunirán los Estudios genealógicos y los Discursos de Riva-Agüero, han de ha­llarse nutridos y valiosos textos que inciden también sobre esta época. La genealogía no fue para él un mero alarde de vanagloria familiar, sino una ciencia auxiliar de la his­toria que debe prestar valiosos servicios en la reconstruc­ción de un ambiente. Y los discursos, abundantes y carac­terísticos de la personalidad y del estilo de Riva-Agüero, contienen constantes referencias históricas y, en veces, es­pontáneas evocaciones y afloraciones de hondas vivencias que se nutrían, más que de pura erudición y de largas, incansables lecturas, de un trato frecuente, directo, cor­dial y vivo con la tradición. Puede decirse, pues, que aun­q'ue para una ordenada clasificación de los escritos de Ri-

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NOTA PRELIMINAR XIII

va-Agüero concluyen con este t. VII los específicos de historia peruana, sólo la conclusión de la edición y los Ín­dices onomásticos y temáticos completos permitirán los confrontes definitivos de asuntos y el derrotero cabal de los temas tratados por el autor, a los que vuelve con fre­cuencia en cada propicia ocasión.

En los trabajos que integran esta recopilación, de historia cercana y casi palpitante, luce la admirable sere­nidad de juicio de Riva-Agüero, incluso cuando trata de personajes con los que está vinculado por lazos de estirpe familiar. José Baquíjano y Carrillo, el precursor de la In­dependencia y epígono ilustrado del régimen español en el Perú; José Mariano de la Riva-Agüero y Sánchez Bo­quete, conspirador en tiempos de Abascal y de Pezuela y primer presidente de la República; José de la Riva-Agüe­ro y Looz Corswarem, Ministro de Relaciones Exteriores que firma el tratado de alianza con Bolivia en 1873, son tío tatarabuelo, bisabuelo y abuelo, respectivamente, del historiador. El vínculo familiar, para él sagrado, no le im­pide sin embargo pronunciarse con plena autonomía, ni reconocer los yerros y limitaciones de su actuación públi­ca ni, desde luego, sus méritos y aciertos.

Pero tampoco está ausente la pasión, la pasión des­pués del juicio, el énfasis, la rotundidad, la diapasón ca­racterísticas de Riva-Agüero, polemista imbatible. No re­huye la definición frente a todo lo que entraña un com­promiso doctrinario; antes bien la procura, enteriza, sin reticencias, inhibiciones, ni recortes. Ejemplo de esa ro­tundidad condenatoria, que ya resulta insólita, es el pe­núltimo texto del tomo, dedicado a comentar el libro 1n­side 'catín America del periodista norteamericano John Gunther.

Aunque todos estos trabajos, diversos en su índole y forma -ensayos, prólogos, discursos académicos, recen­siones bibliográficas- surgieron en circunstancias muy dis-

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XIV NOTA PRELIMINAR

tintas e inspirados o estimulados por muy variadas moti­vaciones, adquieren ahora en su conjunto, al reunirse en una recopilación seguramente no pensada por su autor, no una estructura orgánica, pero sí una profunda y visible coherencia ideológica y anímica.

Están presentes los temas y problemas principales de los dos períodos históricos del Perú moderno. Lo están también las reflexiones y preocupaciones que definen al Riva-Agüero historiador de la Emancipación y la Repúbli-ca.

Si hubiéramos de sintetizar esas definiciones sobre la época, diríamos que sobre todo interesa a Riva-Agüero reconstruir los orígenes de nuestra nacionalidad, sus per­files precisos, su estilo, sus hondos y permanentes ideales, sus anhelos y esperanzas tantas veces frustrados. Por eso en los capítulos iniciales estudia las postrimerías del régi­men virreinal y los pródromos de la Independencia como una etapa bivalente: de decadencia política y económica del sistema español en el Perú y en América, de un lado; de otro, el surgimiento y auge de los factores intelectuales, económicos y sociales que estimularon la autonomía de la vida americana, ahondaron la coherencia interna de las nuevas sociedades aquí surgidas a partir del siglo XVI y propiciaron, en el clima de la ilustración europea traslada­do a América con mucho entusiasmo pero con cierto des­fas amiento, la formación de una conciencia americana, so­bre todo criolla, que será el más legítimo tftulo para que las nuevas nacionalidades hispanoamericanas accedan a la independencia y soberanía políticas. Desde esa perspecti­va estudia Riva-Agüero la vida y la obra significativa de w pariente Baquíjano y Carrillo; las páginas del viejo j\t(ercurjo Peruano; el testimonio de Humboldt a su paso breve pero no efímero por el Perú; la huella de Hipolito Unanue, lazo simbólico de la transición personal del Vi­rreinato a la República; las turbulencias de una larga gue-

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NOTA PRELIMINAR xv

rra civil de la que será su bisabuelo fugaz y atormentado protagonista. Considera que el proyecto de Independen­cia, por el que los peruanos habían luchado varios lustros "con sino adverso pero con ánimo invicto" no se concre­tó en el mejor momento ni en las mejores circunstancias para el Perú, pero discrepa, también muy claramente, de la equivocada fidelidad de quienes después de 1814 tio se adhieren a la causa patriota.

Desde esa misma perspectiva estudia la Repúblíca. Cree sinceramente que el proyecto del Perú grande que encarna la Confederación de Santa Cruz nos habría re­sarcido de las desmembraciones borbónicas y de las pos­teriores ocasionadas por las guerras de la Independencia y el designio bolivariano. Para los tristes lustros de la anar­quía y del desgobierno, su juicio más severo 10 dirige a la clase dirigente que no se mantuvo a la altura de su misión histórica. Hay páginas en este tomo que reiteran el juicio lapidario que sobre ella formula en el capítulo de los Paisajes Peruanos dedicado al escenario de la batalla de Ayacucho: es ese, acaso, el momento de más alta tensión moral, uno de los más graves, aleccionadores y hermosos de toda la obra de Riva-Agüero. Idéntica visión inspira su planteamiento sobre los orígenes de la infausta guerra del Pacífico y su etopeya de la figura cumbre de Miguel Grau.

José Agustín de la Puente Candamo estudia en su prólogo el aporte de Riva-Agüero a la historiografía de la Independencia y la República, con su autoridad de es­pecialista en el tema, de destacado discípulo del gran po­lígrafo limeño y de maestro universitario con muchos años de experiencia y reflexión sobre estos temas, que han sido los capitales de su cátedra, presenta ese aporte en el conjunto de la obra de Riva-Agüero, de su significación doctrinaria de peruanista integral y de su actitud intelec-

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XVI NOTA PRELIMINAR

tual y humana. No es necesario, pues, dar a esta nota preliminar otro contenido que el explicatorio del índice y de los criterios de la recopilación.

A los X capítulos -cinco sobre temas de la Emanci­pación y cinco sobre la República-, hemos añadido un apéndice historiográfico con trabajos de menor entidad y volumen, cuyo denominador común es siempre la histo­ria peruana de los siglos XVIII, XIX Y XX. Las acostum­bradas colaciones bibliográficas indican en cada caso el origen y la difusión que los textos han tenido hasta el pre­sente.

En los trabajos de la recopilación, la corrección de pruebas y los índices, hemos contado con la colaboración de Raúl Palacios Rodríguez, que aquí agradecemos.

Aparece este tomo de las Obras Completas en una conyuntura muy propicia: la del Sesquicentenario de la Independencia del Perú; en los días mismos de las cele­braciones centrales de tan trascendente conmemoración. Las páginas que ahora se entregan al público, definitorias y polémicas, como casi todas las de su autor, constituyen un testimonio imprescindible para esa confrontación ne­cesaria de la. idea del Perú y su destino de una generación ilustre y benemérita como pocas y sobre todo de su his­toriador por antonomasia, con la ahora vigente. De esa confrontación insoslayable se nutre la historia verdadera, que es, como quiere Pirenne, continuidad y solidaridad.

Lima, julio de 1971.

e.p.v.

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PROLOGO

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r A adhesión a las líneas medulares del pensamien­~to peruanista de Riva Agüero, la tertulia de los

días estudiantiles, el trabajo tantos años en su casa en­tre sus viejos libros y en su ambiente familiar, el cons­tante estudio de la obra y de la persona de Don José, na me impid'e decir en este prólogo -con reflexión que vie-1/e de los años transcurridos desde la muerte de Riva A­güero y desde los primeros artículos escritos sobre él des­pués de su ocaso- la significación de los textos que aho­ra, en el sesquicentenario de la 1ndependencia 'Nacional, la Universidad Católica y el 1nstituto Riva Agüero entre­gan a los estudiosos _ Es válido, legítimo, renovar lo que alguna vez he .entendido y entiendo como la vigencia del pensamiento y del magisterio de José de la Riva-Agüero y Osma.

En este volumen en que se consignan los textos prin­cipa1es sobre la 1ndependencia y la República aparece Ri­va-Agüero en su dimensión y en su dibujo intelectual y moral característicos, con firmeza de trazos, en verdad

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xx JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

una de las notas personales más agudas y que mejor lo perfilan.

Aquí adviértese a Riva-Agüero en sus estudios sobre el tiempo precursor, los años de San JWartín y Bolívar, los días de la inquietante Presidencia de su bisabuelo, la Con­federación Perú-Boliviana, la guerra con Chile, y en tan­tos más, y en sus diversos planteamientos se encuentra no sólo al erudito conocedor de nuestro pasado, sino al hom­bre -para decirlo con palabras de hoy día- orgánica­mente comprometido con su país y con su tiempo.

Riva-Agüero, y esta reflexión es insoslayable para en­tender su obra, es un historiador que se entrega con to­das sus energías y con todas sus cargas vitales al estudio de una realidad que verifica racionalmente y vive con afec­to no sólo en un vínculo sino en un enraizamiento orgá­nico de tal naturaleza que 110S permite decir cómo no hay modo de entender a Riva-Agüero desligado de los hechos y de las cosas peruanos. Para comprenderlo bay que ver­lo en el Perú, a través del Perú, en el estud'io de 10 nues­tro y en la preocupación por servir a nuestro país.

Riva-Agüero no sólo entiende al Perú en su totalidad geográfica e histórica y en su milenaria continuidad inte­gradora; Riva-Agüero dedica su vida, su cariño, sus idea­les, al Perú como tema, como empresa, como aventura, ti

la manera filosófica de la bazaña del bombre. El Perú -y esto no 10 podemos olvidar los estudio­

sos de nuestra bistoria, ni lo debería olvidar peruano culto alguno- está en la obra de Riva-Agüero, en el análisis erudito, en el examen de los documentos, en la crítica his­tórica, en la radiante fuerza de su memoria, y está en la imagen de la geografía en sus no superados "Paisajes Pe­ruanos", y está en sus estudios sociológicos que formulan una teoría del Perú como país mestizo en la órbita de la cultura ocddentttl. Riva-Agüero, que es un erudito, no se detiene en la verificación de los datos, ni en la minu~

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA XXI

ciosa y queridísima confrontación de testimonios I él re­corre el clásico camino de 10 particular alo general y lle­ga a una construcción sobre nuestro país, Y esta cons­trucción de un esquema de las cosas peruanas, de una teoría de ,las cosas peruanas, es evidentemente, al lado de otras notas, el título que con mayor fuerza le concede a Riva-Agüero una presencia siempre contemporánea al la­do de las nuevas generaciones, Riva-Agüero está con los grandes peruanos que a las generaciones 'de nuestros hijos le muestran, como lo hace yarcilaso en su casa del Cuz­co, el rostro y el nervio de una y'eografía dispersa, de va­riado encuentro humano, y de afirmación de secular uni­dad que no desconoce los tonos y los matices.

El Perú con su confesión católica y su devoción a la 191esia y a los valores del cristianismo son los grandes te­mas para entender a Riva-Agüero; para entenderlo en su mundo, en sus ideas, en sus ilusiones, en su época.

Una vez recuperada la fe en la década del treinta, Riva-Agüero vive su condiciónd'e católico con integridad total, sin ostentación, sin ocultamiento. Y vive un cato­licismo orgánico en el cual el sistema t'deológico, que se apoya en la fe, busca coordinación coherente con la vida; encarna, en fin un catolicismo que informa y preside todos sus actos. Y con tono batallador, con el rigor de una es­cultura en piedra, característica del estilo humano de Riva-Agüero. Su catolicismo con apariencia agresiva por su forma humana rotunda, cincelada íntegramente en todos sus 1ados, no es en el sentido negativo de la expresión un catolicismo de bandería o "capillita". :rie', ne la visión wmana y ecuménica de la 19'1esia y vive hon­damente su sentido misionero y el mandato de apostolado universal.

Ya en el orden sociológico no puede desconocerse co­mo la conversión de Riva-Agüero representa un hito im­portante en la vida del Perú. Su CKfitud espiritual coincí-

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XXII JosÉ DE LA RIVA-ACÜERO

dente en diversos aspectos y en orden cronológico con 111

de 'Víctor Andrés Belaúnde; reforzadas una y otra reci­tJrocamente, van a significar un reverdecer clarísimo y 10 zano de la vida de la 19lesia en el Perú. Está la afirma­ción del neotomismo en magisterio directo y en diversas publicaciones; está la defensa del providencialism.o en la visión de la historia de los hombres y de los pueblos; es­tá la afirmación de la persona humana y del derecho ina­lienable a su libertad; está la concepción del Estado al ser­vicio del ho'mbre y nó ente aniquilador o absorbente; está el enaltecimiento de la libertad de enseñanza; está la opo­sición al estatismo en diversos campos y sobre todo en el ámbito educativo; está la afirmación espiritualista entados los niveles de la vida y la postura contrá el marxismo, co­mo un efecto de la concepción trascendente del hombre, del mundo y de la cultura; está, en fin, el afán constante por llevar a todos los rincones de la realidad peruana el mensaje de la 191esia.

y con la adhesión al Perú y con la vivencia cristiana, está en Riva-Agüero, en otro orden de temas, una clarí­sima imagen de la tradición. Riva-Agüero es en el sentido más preciso de la palabra, un hombre tradicional. 'No un ser anacrónico, ni un nostálgico pasadista que con dolor vi­pe su época. :Muy al contrario, Riva-Agüer.o es tradicional en tanto que entiende con nitidez inequívoca cómo la his­toria y cómo el hombre y los pueblos pertenecen a un mundo histórico que no es fruto del azar, ni de la impro­visación, ni de creaciones violentas o instantáneas, sino que el hombre y los pueblos son fruto de un largo pro­ceso de continuidad histórica dentro . de la libertad que Dios nos concede. Esta imagen de la continuidad y de la tradición le permite a Riva-Agüero entender al Perú en sus raíces viejas y siempre con pasibilidad de enriqueci­miento y de perfección.

Bien se conocen los temas de la 1ndependencia que

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA XXIII

trabaja Riva·Agiíero y a los que dedica mayor entusias· mo.

Baquíjano y Carrillo es junt.o a Unanue el hombre que más interesa a Riva·Agüero en el tiempo precursor y a quien concede su mejor estudio biográfico, sólo compa­rable con el "elo(Jio" del 1nca. Agréguese a la originali· dad de las fuentes, el cariño a la persona, el dominio del ambiente y del tiempo, y las meditaciones que propone so· bre las transformaciones ideológicas y políticas de los años precursores. Riva·Agüero exalta, y esta es afirmación vi· gente, el valor moral de Baquíjano, su altiva actitud, su señoría, su independencia personal para d'ecir lo que cree válido en la intimMad de su conciencia. Y lo dice Baquí­jano -y esto entusiasma a Riva·Agüero- en un acto que por tradición es de pleitesía y acatamiento. Quiere Ba· quíjano que sea la búsqueda de la verdad y el espíritu crí­tico las notas que presidan su discurso en feliz reemplazo del "elogio" como actitud mecánica y rutinaria.

A Riva·Agüero le entusiasma la figura de Baquíjano que adquiere prestancia directiva en el ambiente peruano del "despotismo ifustrado". Le entusiasma su gallardía personal, su brillo universitario, su señorío, su fuerza de hombre dirigente.

'Hay en el estudio de Riva·Agüero no sólo un aná· lisis personal y familiar de Baquíjano, sino además una bella reproducción del ambiente limeño de la época. 'Ha­bla de nuestras huertas, con sus estanques, glorietas y ti· najeras; están presentes la madreselva, los pacaes y los paltos. Dice que los azulejos y los balaustres evocan las quintas gaditanas. Y en ese marco habla Riva·Agüero del cuarto de estudio de Baquíjano y de la presencia de los libros con las últimas novedades del tiempo. Es bella la reconstrucción de la vida de Baquíjano que propone su biógrafo más completo.

'No cree Riva·Agüero en una significación mayor en

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XXIV JosÉ DE LA RIVA-ACÜERO

el orden tyolítico al hablar de los posibles temas subversi­vos en los días de las fiestas en encomio de Baquíjano por su nombramiento como consejero de Estado.

Este estudio de Riva-Agüero sobre nuestro conde de 'Vista 110rida -que muere en Sevilla con nostalgia del Perú, y a quien entendemos precursor de la 1ndependen­cía que él en el orden politico de manera directa e inme­diata no busca- permanece vigente y es testimonio que no se puede soslayar para obtener un diagrama completo de los años precursores.

[os trabajos de Miguel Maticorena Estrada, Carlos Deustua Pimentel, Pablo Macera, César Pacheco 'Vélez, Catlos Daniel'Va1cárcet entre otros, ban perfeccionado di­versos ángulos de la vida y del pensamiento de Baquíjano, no obstante, la construcción general de Riva-Agüero es válida y su lectura no puede omitirla quien quiera conocer el 'mundo sugestivo de nuestros precursores.

]-Hpólito Unanue, semejante a Baquíjano en la preo­wpación intelectual, en la vocación universitaria, en el cariño por las cosas del Perú, se distingue del autor del "elogio" p'Or su vocación científica definida y clarísima, y por su tono humano tal vez más sobrio, menos rumbo­so, que el de nuestro consejero de Estado.

J-lipólito Unanue es para Riva-Agüero una figura gra­tísima y ejemplar. Se siente cerca de él, como se advierte cercano de Baquíjano. Lo une a Unanue la vocación por el estud'io, la seriedad intelectual, el rigor, el espíritu pe­ruanista. 'Ve en don J-lipólito a un émulo y seguidor de Peralta y elogia las diversas colaboraciones en el ?rtercu­río Peruano y la inquietud por la difusión de tos últimos adelantos en el orden científico. Unanue, hombre con pro­funda preocupación y vivencia religiosas, hombre enraíza­(10 en el sentido tradicional de la vida, vive como Rodrí­guez de Mendoza la angustia por conciliar la fe en la re­velación divina con los últimos avances en el orden ¡nte-

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lectual y científico; Unanue encarna de manera clarísima la "ilustración cristiana". 'No renuncia ni a su fe, ni a sus formas que la tradición en la continuidad histórica le ofrece, y recibe con alegría los aportes de esos años de tremenda incertidumbre que le toca vivir.

Unanue convoca, como el artista en un bello mosai­ca, sus viejas raíces peruanistas y cristianas y su ilusión por el progreso y el adelanto espiritual y material del Pe-rúo

Para él nuestro país es una comunidad que florece en nuestro territorio en la continuidad de los siglos. Unanue, hombre formado dentro de los cánones del virreinato, a­migo y consejero de virreyes, entiende que el Perú viene desde los años remotos de la época prehispánica. Sus artículos en el JWercurio Peruano muestran de manera luminosa ese Perú incaico y español que dibuja con seguridad. Y este es uno de los derroteros interesan­tes para continuar el estudio de la comunidad peruana y su relación con la 1ndependencia. Para un hombre de mentalidad virreinal, que hubiera vivido en una simple demarcación administrativa de un imperio, los suces.os anteriores a la colonización ilmperial los habría entendido extraños y distantes. Sin embargo, el caso de Unanue es otro. El vive la mentalidad virreinal, mas, en ella, y den­tro de ella, vive también el arraigo en un territorio, el ca­riño a un ambiente, la adhesión a unos recuerdos, la so­lidaridad con unos hombres y con unas costumbres que forman un reducto amplio y nutrido de "cosas peruanas". El ser peruano para Unanue no es fruto del circunstan­cial nacimiento en una circunscripción del 1mperio es­pañol; para él, ser peruano es fruto de un conjunto de actitudes sociales, de manifestaciones del espíritu y de quehacer histórico, es un conjunto de notas que lleva a Utl comportamiento determinado; es una vocación, es una

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XXVI JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

forma de vivir. Esta, es, una de las intangibles enseñan­zas de don J-ripólito.

En la variedad humana del 'mund.o precursor Una· nue es un hombre singular. Singular no sólo por sus ca­lidades intelectuales y morales, sino también por el derrotero que camina para llegar al separatismo. El que es hombre de estudio antes que político llega a. la 1ndependencia y a la fe en ésta después de un largo y mdduro fortalecimiento de su creencia en el Perú. Es Unanue el gran precursor peruanista, y precisamente p.or esa calidad llega a la convocatoria separatista.

Además de los estudios sobre Baquíjano y Unanue, Riva-Agüero dedica algunas consideraciones al siglo X'vm en su ensayo sobre "Los 25 años de nuestro :Mer­curio", en análisis sobre la literatura peruana del XllJ11, y en la respuesta al padre 1Jargas Ugarte en ocasión de su ingreso a la Academia de la Lengua.

Para Riva-Agüero es el siglo de la "ilustración" en el orden ideológico un tiempo de vacilación para unos, de contradicción para otros. En el orden peruano de las cosas advierte un declive en la vida nuestra que la re­conoce en plenitud en los tiempos del X1lJ1. En el or­den p.olítico considera la merma de nuestro virreinato }' en conjunto su apreciación es neyativa frente al siglo del "despotismo ilustrado".

Sus páginas al cO'mentar el nacimiento y el carácter del :Mercurio Peruano son de gran belleza, y dice verdad cuando ve Riva-Agüero desde diversos ángulos las pos­trimerías del 1mperi.o español.

Esta imagen cierta y negativa del siglo Xllm para el virreinato del Perú Riva-Agüero la enriquece con los aportes de la generación peruanista del :Mercurio Perua­no, y la enriquece asimismo en el análisis de la postura intelectual y humana de hombres como Baquíjano y Una­llue. :Mas, resta otro enriquecimiento. Es necesario ver

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA XXVII

(ti X1lm desde la vertiente del virreinato y desde la ver· tiente de la 1ndependencia. Es cierto el fenómeno de la incertidumbre ideológica; es cierta la reducción que su­fre el virreinato en su amplio señorío territorial; sin embargo, con estas notas y con otras hay que compo­ner el conjunto de la imagen peruana de esa época. En ese entretejido de defectos y de vacilaciones, como lo di­cen las mismas vidas de Baquíjano y Unanue y de tantos peruanos más, madura la gestación de la comunidad pe­ruana con un territorio reducido, es verdad ¡ en un tiempo de contradicciones intelectuales, es también cierto; mas, de otro lado el xvm sirve de ámbito y camino para la expresión externa de la comunidad peruana. Y este es un lado positivo del siglo die las "luces".

La corriente historiográfica nuestra sigue la línea de Rit1ú-Agüero ¡ admite el peligro de un ejecutivo delegado y sin autoridad, y presenta la urgencia de un mando po­lítico unitario, con vigor.

Dentro de esta .orientación, al estudiar el motín de Balconcillo, contempla el triste ejemplo de ilegalidad e in­disciplina, pero, de otro lado, reconoce la necesidad' na­cional de obtener un gobierno que lleve a buen éxito el desarrollo de la guerra con España y que inspire al mis­mo tiempo confianza para los patriotas, ejemplo de rápi­da ejecución y de solvente autoridad.

Para observadores superficiales, la 1ndependencia del Perú es un fenómeno político y militar, que se reduce a unos pocos años de sentido beligerante y nada más. Sin embargo, ya en el análisis de los detalles personales y de la influencia de las ideas ptuede observarse el necesaria­mente lento y seguro proceso dentro del cual se realiza la autonomía política peruana. En este larg.o período, luego de la época de entusiasmo y promesa en que los precur­sores y los revolucionarios luchan por la esperanza de la patria autónoma, después del optimismo de la Expedición

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XXVIII JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

Libertadora y de los prÍ'meros meses del Protectorado, vie­ne la época de desg'obierno e incertidumbre del Congre­so y de la Junta -septiembre 1822 a febrero 1823-; mas, al iniciarse la p,residencia de Riva-Agüero, hay to­davía ilusión por un victorioso renacimiento y p.or un rá­pldo término de la guerra. 'No obstante, aquí princiPia el doloroso y hasta hoy mal estud'iado lapso de 1823. Do­loroso por el personalismo excesivo, menudas rivalidades, escasa adhesión a los superiores intereses del país, y tam­bién, por lo que él representa como iniciación de la in­fluencia bolivariana -necesaria para la guerra- que oca­siona paradójicas reacciones y, en último término, inquie­tud y congoja.

'Nadie, ha superado el estudio de Paz Soldán sable esta época. El mismo Riva-Agüero, en su "}listaría en el Perú", censura mucbas opiniones de don Mariano ':Felipe, !Jero acepta también sus conclusiones princiPalés.

Si para todo estudioso este año 1823, por lo confu­so y equívoco, es difícil de analizar, aún más para Riva­Agüero, que se ve en la urgencia de "juzgar" la polémica actitud de su bísabuelo.

1riste y curioso el ejemplo que nos ofrece la vida del Presidente Riva-Agüero. 'Nadie como él lucba con tant.o empeño en la época del dominio de Abascal y de Pezue­la. ¿ Quién puede discutir su servicio a la causa de San Martín antes de la Illegada de la Expedición Libertado­ra y en los meses siguientes! Además, tiene autoridad, bonradez, es activo, trabajador, y mantiene vebemente en­tusiasmo por las empresas que el1Carna. Reune, pues, co­mo ninguno otro, calidades suficientes para ser Presidente del Perú.

Si es cierto que por curiosa coincidencia el primer Presidente del Perú asume el mando por una vía revolu­cionaria, también es exacto que los limeños y t.o· dos los patriotas del Perú anhelan ese gobierno unita-

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA XXIX

río, ráPido y beligerante, que él, por el momento histó­rico e inclusive por su temperamento, puede muy bien re­presentar. Jl!(as, estas halagüeñas expectativas rápidamente se desvanecen, y para los primeros días de junio, el norte del gobierno patriota no se halla únicamente en la orga­nización militar y en la guerra contra España, sino que tiene que distraerse hombres, tiempo y dinero, en la de­fensa de su autoridad frente a los mismos peruanos y en la defensa de la soberanía nuestra ante la creciente ame­naza de la autoridad bolivariana. ¡Dolorosa es la imagen del Perú desde junio de 1823! Lo fundamental se poster­ga y somete a vulgarísimas rivalidades y se olvida por mu­chos la urgente necesidad de una política unitaria y gue­rrera.

En Riva-Agüero la presencia de la historia de la Re­pública, de la vida republicana, es múltiple y de diverso origen. Está en sus estudios sobre tema político, 'ideoló­gico o literario i está en sus trabajos donde esboza diver­sas consideraciones sobre el quehacer del Perú en los úl­timos 150 años i y está, en fin, la República en la imagen vital que encarna Riva-Agüero en su tiempo, en la imagen de la República que él construye camo fruto de la historia en su mundo interior, está, puede decirse, una República ideal que Riva-Aguero quiere colaborar a construir -no en el sentido vanidoso de sentirse él agente insustituible­sino dentro del propósito de realizar los últimos objetivos históricos que él cree corresponden a la República.

'Veamos Ila primera faceta. En sus estudios históricos ¿ cómo aparece la República 7 ¿ Cuáles son los grandes temas republicanos que encara Riva-Agüero 7

'No hay, en la obra de Riva-Agüero una rmagen total íntegra, de la República. Hay sí una imagen espiri'tual, Ull

plan, un esbozo, de la República como objetivo ideal. Como hechos externos, como asuntos, están preferen­

tes en Riva-Agüero la Confederación Perú-Boliviana, los

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xxx JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

orígenes de la yuerra. con Chile. 'J ambién están como hombres que le son gratos desde diversos ángulos, los Par­do, 'Yelipe y Jl1anuel, Bartolomé 'J-ferrera, Ricardo Palma, Jl1iguel yrau.

El tema de la Confederación Perú-Boliviana lo condu­ce a Riva-Agüero a diversas meditaciones sobre el Perú; no es sólo un planteamiento político inmediato el que lo lleva a su postura "confederacionista". Para él la Confede­ración se apoya en razones étnicas, sociales, geográficas, históricas. Es una obra de la historia a través de los si­glos. Es una consecuencia natural de la vida que Riva-A­güero en bellas páginas enaltece cuando habla de "los dos Perues". Lejos de determinismo geográfico al~'uno subra­ya Riva-Agüero la densa, irrevocable, comunidad geográ­fica en la soledad de nuestro altiplano y en la verde ale­gría y en la cálida belleza d'e nuestras quebradas; la ve, igualmente, en el tipo humano y en el quehacer histórico de hombre en su vieja historia que une a los dos "Perues;' .

'Ve Riva-Agüero algo semejante a una reconstrucción histórica en el planteamiento de Santa Cruz. Pero ve al­go más. Cara al futuro, piensa que la unión del Perú Alto con el "bajo" representará una fuerza geográfica social )' política de importancia para el rumbo de la América de; Sur. Está en el razonamiento de Riva-Agüero la lógica que viven nuestros abuelos viejos y que sin negar la pa­tria chica precisamente la afirman en este robustecimien­to que contemplan en la Confederación.

'No obstante Riva-Agüero ve las dificultades. 'Ve el peligro de los dos "estados" f)eruanos, el del 'Norte y el del Sur que frente al Estado Boliviano indiviso podrían re­presentar en el transcurrir de los años un fortalecimiento de Bolivia con el Estado peruano del Sur y un alejamiento del 'Nor-Peruano. Además, recuerda Riva-Agüero las gra­ves veleidades de quienes en algunos instantes pretenden construir la Confederación pensando solamente en las regio-

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA XXXI

nes andinas del Sur. De otro lado, admirador pleno y ancho de Santa Cruz y enaltecedor de sus virtudes intelectuales y de su genio de gobernante, ve la cond'ición peruana de los bombres del altiplano, mas no desconoce en algooa circunstancia que el Protector de la Confederación Alto­Peruano al fin pudiera actuar con un criterio unilateral.

'Ray asimismo en los textos de Riva-Agüero referen­cias claras a la postura cbilena y a la reacción contra las tropas restauradoras que se suscita en diversos niveles so­ciales en Lima, sobre todo en ocasión del combate de guía y aún después de la derrota de Santa Cruz.

:Tristes son las páginas en que Riva-Agüero relata la secuela de la destrucción de la Confederación. La anar­quía, la falta de organización, colmaron al país "de ver­güenza y de sangre. 'Volvieron los pronunciamientos, las cuarteladas y la desorganización política y administrativa" .

"Las dos repúblicas hermanas siguieron separadas, desunidas, bostiles, absortas en la política interna de es­trecbo particularismo, de perpetua agitación revoluciona­ria, infecunda y bochornosa, y sólo pensaron nuevamente en unirse y confederarse, con la tristeza de los esfuerzos tardíos condenados a irrimisible fracaso cuando el enemi­go bereditario volvió a agredirlas y a derrotarlas y a reco­ger en 1879 y 1880 lo que había preparado desde 1838".

El encomio de los dos Pardo, don :Felipe y don JWa­nuel, encuentra en Riva-Agüero varia explicación. 'Ray afecto a ambas figuras; afecto por la seria formación in­telectual, por la defensa del orden, por la oposición a la anarquía, por lo que hoy podríamos entender como or­ganización técnica del Estado, por la superación de la ignorancia, de la incultura, de lo improPio. 'Ray sin du­da posible en la selección intelectual de los Pardo y de Riva Agüero una comunidad que los acerca y los vincula severamente.

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XXXII JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

[a guerra con Chile está presente no sólo eH las ju­veniles vivencias de la generación del novecientos, a la cual pertenece Riva-Agüero; está además en dos intere­santes estudios sobre el origen de la lucha, en la semblan­zc, de yrau, y en un texto valioso sobre la batalla de A­yacucho en el cual hay consideraciones profundas que alcanzan a nuestra lucha con Chile.

En verdad vibran en Riva-Agüero el conjunto de glan­des ideas que los historiadores peruanos han afirmado y afirman en el tema de nuestra guerra de 1879. En sus dos estudios sobre los antecedentes de la guerra subraya Riva-Agüero, de un lIado el error de nuestra falta de pre­paración y, de otro, coordinado con el penoso elemento anterior, nuestro propósito clarísimo de no agresión. [o que en otras palabras podríamos entender como el ingre­so a la guerra no por motivos de exuberancia o afirma· ción nacionalista, sino por sincerísimo e ineludible deber moral de fidelidad a los compromisos del Estado.

Pienso que este tema debería subrayarse y exaltarse en la enseñanza de la historia del Perú desde el nivel es­colar. Entre todos los ángulos tristes de la guerra, en el entretejido de heroísmos y de errores, importa, porque es verdad histórica y porque fortalece el espíritu nacional, insistir en la verdad de la limpieza de nuestro ingreso a la guerra. Puede decirse, sin magnificar los hechos, que en pocos casos en la historia hispanoamericana se presen­ta una guerra con razones más limpias, más desinteresa­das, 'menos egoístas, como son los argumentos que ma­neja el Perú para no abandónar a Bolivia en los primeros meses del tristísimo 1879. Y este planteamiento de fide­lidad a Bolivia se avala por la debilidad en que se eH­cuentra dicha República que poco aporta, como 10 de­muestran los hechos, a la marcha de la guerra; y se ava­la, igualmente, por la prescidencia del Perú en la acción de Bolivia en todos los desgraciados prolegómenos a la

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA XXXIII

guerra. 'No merecimos la consulta de Bolivia en los años anteriores que maduran el conflicto; técnicamente existe algún elemento para afirmar nuestra neutralidad, sin embargo nos acogimos sin tecnisismos leqales al fon­do moral del honor empeñado en el tratado de alianza. y soportamos con dignidad las consecuencias.

Como fruto de su visita al campo de batalla de A­yacucho, al campo de la Quinua, Riva-Agüero deja unas páginas que de algún modo pueden dibujarse como tex­to de sociología peruana, en las que esboza diversas conside­raciones que tienen que hacer con nuestra responsabilidad en la guerra con Chile. Subraya los males de la anarquía, la inseguridad en el orden social y político, la falta de norma en la vida del país y ofrece reflexiones interesantes sobre la clase directora peruana en las postrimerías del siglo X'JX.

En dichos fragmentos se ve claro el sentido cardinal que de aristocracia, de clase dirigente, vive en Riva-Agüe­ro. Para e1 la clase dirigente viene nó de una injusta pre­eminencia, ni del alarde económico, ni de la política sub­alterna que sirve de escabel. Para Riva-Agüero la clase dirigente se apoya sobre todo en virtudes morales, en calidad intelectual. Y entre las virtudes morales, la so­lidaridad, la negación del egoismo, el desinterés, la. alta consideración de los deberes patrios y comunitarios.

Cuánta deformación sufre en este campo la persona de Riva-Agüero. Qué error tan grave el de quienes io ubican como un plutócrata engreído o como un aristócra­ta desdeñoso y distante. Aristócrata sí por la sangre y por ¡la formación del espíritu, Riva-Agüero es un hombre que entiende la función directiva como' una responsabili­dad y Un servicio y nó como una egoísta capitalización de beneficios. 1-lereda importante fortuna, está distante de la mentalidad del comerciante unilateral, del negociador eco­nómico, del regateador de intereses. Es Riva-Agüero un

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XXXIV JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

gran señor por la calidad moral que vive en él, y parla voluntad de servir al país.

Su tristeza frente al desastre de la guerra y frente a las imprevisiones y errores que nos llevan a la derrota crea en Riva-Agüero tremenda congoja pues advierte precisa­mente 10 que él siempre quiere negar en la acción perso­nal y social: la imprevisión, el egoísmo, las actitudes per­sonales.

']' al vez a ningún bombre como a Ricardo Palma le dedica Riva-Agüero estudios tan minuciosos, reflexiones tan cordiales, y análisis y planteamientos más cálidos. Es in­teresante la relación entre Palma y Riva-Agüero. Unidos por el afecto a Lima, por el culto del idioma, por la preo­cupación frente a los elementos que integran el recuerdo personal y colectivo, viven separados intelectualmente, fiÓ

en el orden afectivo, por la visión religiosa del mundo y de la cultura que Riva-Agüero recupera después de su con­versión, y piens.o que viven separados también por la ima­gen del pasado que alienta a Palma y que cultiva Riva-A­güero. Para nuestro gran tradicionalista el pasado es en mucbos casos ocasión de ironía, dé curiosa exaltación. En cambio para Riva-Agüero el pasado es un elemento inte­grante de manera irrevocable de la actitud del bombre, de su conocimiento, de su actitud ante la vida. 'No interesa la exaltación o la gloria del pasado, interesa sobre todo que el pasado nos pertenece en la solidaridad de la vida, y en la continudad de generaciones, en la unidad del tiem­po bumano.

Jl.1ás cerca de Herrera en la profunda visión de las cosas y en los análisis filosóficos, teológicos y políticos, lo acerca a Palma el "limeñismo" , quilate rey de don Ricardo, y 10 aproxima a Palma la vocación ligera y graciosa por las cosas nuestras. Pa1ma es un gran evocador. Riva-Agüe­ro como historiador en el sentido más profundo del tér-

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA xxxv

mino encuentra en don Ricardo, fuente, apoyo, herman­dad.

En un bello texto asocia a garcilaso y a Palma y los entiende encarnación del genio peruano. "El cronista cuz­queño y el tradicionalista limeño, son, sin duda alguna, los más representativos de nuestros escritores, los dos litera­tos que realizan más cabal y gloriosamente las peculiares propensiones artísticas de nuestro carácter peruano. LOS argumentos de sus obras esenciales y la manera de tra­iarlos, o sea el fondo y la forma, los constituyen perfectos trasuntos del Perú i y el patriotismo en ellos a la par se alimenta y se recrea. En las páginas de ambos se deleitó mi niñez i mi juventud se empleó en estudiarlos críticamen­te i y mi madurez les rinde el merecido homenaje en sus solemnes conmemoraciones seculares. La ternura por las cosas ver11áculas, el apasionado apego a los recuerdos y u­sos de nuestra tierra, los sentimientos· patrios, en suma, tienen en los relatos de ambos autores sus más amenas y claras fuentes" .

Afirma Riva-Agüero "Ricardo Palma fue único e in­confundible" . " "a pesar de los reparos y vaivenes del gusto en el medio sigl.o transcurrido, Palma permanece in­tangible, en florida y deleitable eminencia"... "nadie ha expresado con más fidelidad y cariño el alma y los senti· mientas de nuestra capital y nuestra patria. Se ha hecho COH razón el símbolo del Perú" .

Bellas páginas dedica Riva-Agüero a subrayar cómo encarna Palma no sólo el carácter y estilo peruanos, sino de manera muy especial el signo de las cosas limeñas. Es Pal­ma la síntesis de lo burlón y de 10 serio en el estilo de nues­tra ciudad.

La República, asumida desde múltiples prismas está en la obra de Riva-Agüero. En discursos, en actos de ho­menaje, en ensayos, en diversas ocaciones, Riva-Agüe­ro contempla en Su labor intelectual diversos aspectos eH

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XXXVI JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

el orden de la actitud social, del comportamiento, del ca­rácter.

Con equilibrio y coherencia estudia el tema de la capital y de las provincias; atiende a diversos aspectos de la economía peruana; en sus estudios sobre la universidad y sobre la libertad de enseñanza, con claridad muy carac­terística de su manera personal, define su postura contra el cogobierno de la universidad; piensa que deben sancio­narse los delitos de prensa y la corrupción del idoma cas­tellano. En otras oportunidades habla de la pintura, la mú­sica, la filatelia, la educación femenina, las cárceles, y a­tiende a los fenómenos sociales y políticos que se actuali­zan en 1930.

Riva-Agüero, no por vanidad, concupiscencia de mando, interés personal, dominio, sino por su preparación en el orden de la inteligencia, por su eficacia personal en el cam­po de las decisiones, y por la claridad de sus actitudes frente al Perú, se siente ante una redoblada obligación de servicio. Pienso que ya en los años de su plena madurez Riva-Agüero medita con frecuencia no sólo en lo que puede entenderse como su soledad personal en el ámbito do­méstico, sino en su alejamiento de una inmediata y cer­cana conducción de las cosas de la República. En otras palabras, Riva-Agüero que es en primer lugar un hombre de pensamiento, es, además, en el sentid'o más serio y ro­busto del vocablo, un político, y como tal siente sin duela con pena muy fina como no le ha dado al Perú lo que él cree tener no tanto el derecho cuanto la obligación de o­frecerle. Creo que ésta 110 es una apología de Riva-Agüe­ro. De verdad pocos peruanos como él tienen conocimiento más claro de los asuntos nuestros; pocos hombres viven una noción más clara de la idiosincrasia, del estilo, de nuestra gente y de nuestros modos de comportamiento; y pocos hombres en nuestro medio coordinan como Riva-A-

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA XXXVII

güero, tan rica, tan definida, la voluntad de realizar lo que la inteligencia le propone.

Es frecuente drama humano el del hombre que ve con seguridad el rumbo en el orden del pensamiento, en las moniciones de la conciencia, pero que diversos factores 17inculados con la voluntad y la decisión no llevan al ám­bito de lo tangible lo que indican el pensamiento y el de ber. Riva-Agüero pertenece al tipo humano no frecuente entre nosotros que quiere coordinar, inclusive a ratos con franqueza radical e incómoda, el pensamiento con la vida. Precisamente porque Riva-Agüero no disimula sus posi­bilidades, porque se siente un hombre auténtico como pe­ruano y auténtico en las posibilidades de servir al Perú, es que sufre en esa frustación de su destino político.

En el bello discurso que con tierna emoción de ami­go y con evocación bellísima pronuncia en el entierro de José :María de la Jara dice palabras que podrían muy bien aplicarse a la biografía suya como él las orienta a la vida de de la Jara. "En su féretro yacen sepultas muchas de mis mejores ilusiones. :Mi vida intelectual y política estuvo tan entremezclada con la suya ... " Alguna vez t¡iensa Riva-Agüero en el Perú "país de las oportunidades t1erdidas y de los hombres desaprovechados".

1Jinculado precisamente con de la Jara y con gentes del 900, Riva-Agüero en el sepelio de su fraterno amigo recuerda en una urdimbre de ilusiones y dolores el pro­pósito en el cual pone él tanto empeño. Precisamente es­te esfuerzo es en la actitud de Riva-A[jüero frente a la República uno de los ejemplos más claros -sin penetrar en detalles sobre la historia externa de la cuestión- de ese propósito de servicio al país que comentamos larga· mente en este prólogo y que es una de las líneas vertebra­les del pensamiento de Riva-Agüero. 1Jale aquí trans­cribir un fragmento del mismo discurso de elogio de de la Jara en et que pinta Riva-Agüero mejor que en ningún

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XXXVIII JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

otro texto la ilusión política de su generación, el afán de unir los antiguos tradicionales partidos civil y demó­crata, la voluntad de llevar 10 mejor de la inteligenca al campo de la política, la preocupación por un Estado con seriedad, COn honestidad, con honda vivencia patriótica: "Pero en este medio egoísta y débil, en 10 cotidiano ávi­do y gregario, y por lo que toca a colectivos fines supe­riores, de sempiternos niños revoltosos y desorientados, 'JUb,o de causar extrañeza y aún estupor un grupo en ma­yoría joven, que era un partido naciente, y que, no obs­tante, reputaba la política como una labor patriótica, gra­ve, elevada, paciente y austera, y de larg'o alcance; que no la reducía al bullidor y febril prurito electoral, ni a ia charlatanería impúdica, que de todo se jacta y todo lo pro­mete, ni al consabido y fácil acomodo; que no explotaba apetitos, engaños ni rencores; que no era pedigüeño ni logrero, servil ni faccioso. Dimos ejemplo de decencia, se· lenidad, dignidad y civismo. En tal situación, no era pre­sumible que nos escasearan frívolas censuras, ataques pon­zoñosos, y odios solapados, o patentes y procaces. 'Yingie· ron desdeñar nos, porque nuestro círculo director fue una sflecta minoría, como si no ocurriera lo mismo con todos los partidos, aquí y donde quiera".

".Ante la fuerza bruta, estimulada y desbordada por las culpas de nuestros proPios censores, tuvimos que di­solvernos, como todos los demás verdaderos y libres par­tidos, sin excepción alguna. 'Nos fuímos a la proscrip­ción; y se quedaron mofando, con bajuna risa, los que harto habrían de I!orar después. Jl1uert.o quedó nuestro ju­venil ensueño político, encuadrado en cánones de estricta pulcritud. Una algazara vil celebró nuestro fracaso, que era el del Perú; y a poco más de dos lustros, la justiciera historia, con el irresistible curso de los hechos, había con­vertido a toaos vencedores y ¡¡encidos, perseguidores y víe-

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LA EMANCIPACiÓN Y LA REPÚBLICA XXXIX

timas, burladores y vejados, renovadores, resLauradores :r demoledores, en una colección de fracasados lastimosos".

Pecas textos mejor que los fragmentos anteriores pa­ra reflejar ese cuadro ampli.o de decencia y patriotismo, de preparación intelectual y de desinterés, de franqueza y continuidad nacional, de respeto a la ley y de seriedad, que viven de la Jara, Riva-Agiiero y tantos más, y que don José recuerda con íntima emoción en el homenaje póstumo a su dilecto amigo.

'No se puede hablar de la República y Riva-Agüero sin hablar de Lima. Lima es vivencia, cariño, dedicación, intenso vínculo afectivo, y en los propósitos de Riva­Agüero ocupa un principalísimo sitial.

'Ray varias caras en la Lima que quiere y estudia Ri­va-Agüero. Está la historia externa de Lima, que la co­noce minuciosa y abrumadora desde los años pre-hispá­nicos, y enriquece con ebullición genealógica desde los tiem­pos de la fundación de la ciudad; está en su cuidado y mo­roso conocimiento de los nombres de las calles, de las vi­viendas importantes, de las transformaciones arquitectóni­cas o estéticas de los grandes templos, de los palacios, de 105 lugares públicos; está en el conocimiento serio de la vida de Lima en sus momentos difíciles; está también su visión de Lima en el análisis del carácter de nuestra gente, del estilo del hombre limeño. Y está, por fin, el limeñismo de Riva-Agüero en la búsqueda delicada, sutil si se quie­re, de lo que define a Lima como comportamiento y mo­do de ser de los limeños. Páginas de ant.ología son las que Riva-Agüero dedica a nuestra ciudad.

Pero interesa ver como el limeñismo de don José no es una postura criolla aristocratizante, selecta y exclusi­vista, que separe a Lima del resto del Perú. gran limeño, limeño viejo y aristócrata vinculado con la fundación mis­ma de la ciudad, Riva-Agüero conoce como muy pocos /Jombres en su tiempo los lugares clásicos de la historia

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XL JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

peruana y bien sabemos como su libro impar "'Paisajes Peruanos" es fruto de lo que él entiende, y es de verdad, una peregrinación nacionalista en su bello viaje al Cuzco y al sur de la República. En .Ríva-Agüero viven unidos como en el nombre de una familia el amor al Cuzco, la vi·· sión de Ayacucho, el afecto a los Andes, con la imagen de la costa y el cariño a Dma. ¿ Quién ha escrito mejor elogio del Cuzco y del hombre quechua que Riva-Agüe-10 7 ¿ Acaso sus páginas sobre la salida del Cuzco y sobre Ayacucho y sobre Apurímac y sobre el tránsito entre A­yacucho y Cuzco no representan el elogio 'más alto del paisaje serrano, de la tradición de esas comarcas y del estilo del quechua mestizo?

En sus últimos años, prácticamente desde la década de 1930, Riva-Agüero participa en afirmaciones y polémi­cas en defensa de los lugares y ambientes limeños. Con pena, sin olvidar su irrevocable espíritu afirmativo, pre­senta cómo la ignorancia y la falta de un sentido de ver­dadera continuidad histórica permiten la destrucción de D­ma desde la Pérdida de las murallas antiguas hasta esa ac­titud que define Riva-Agiiero como "capricho criollo no­velero, según de continuo se acredita, es enemigo de ver­jas, muros, recuerdos y obstáculos, y se afana en acha­tarlo todo, para poner de manifiesto su pueril y aniquila­dora bajedad". Y con pena habla de nuestros balcones "de cajón" que merecen el desdén y poco aprecio de nuestras gentes.

:r al vez una de las razones que acerca tanto afectiva­mente a Riva-Agüero y a Palma es el limeñismo del tradi­cionista que Riva-Agüero enaltece cuando define a nuestra ciudad como "viviente imagen de la gracia".

Por fin cabría pensar en la República en la cual sue­fía Riva-Agüero de niño en su casa de Lártiga, la República que estudia con detenimiento cuando lee a Paz Soldán o al Dean 'Valdivia, la República que descubre des-

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LA EMANCIPACIÓN Y LA REPÚBLICA XLI

de múltiples esquinas y desde múltiples lados cuando deja la Recoleta y ya en San .?l1arcos madura su vocación inte­lectual y su genio directivo. ¿ Cuál es la imagen de la Repú­blíca que vive en Riva-Agüero, gestor del Partido 7Vacio­nal Democrático, cual la ima{jen que vive en él cuando pa­Se; dos lustros fuera del país en si!jno de protesta, la Re­pública en fin que va a vivir en sus años de lucha polí­tica en la década del treinta y que por último lo acom­paña en su soledad del departamento de hotel hasta los días postreros de su vida?

Pienso que siempre está presente en Ríva-Agüero, des­de su niñez en Lártiga hasta su muerte en el 'Hotel Bo­lívar, no sólo la República como conocimiento histórico y dato erudit.o, sino sobre todo la República como tarea por hacer, la República como servicio por realizar, la Re­pública como obra a la cual entregarse y como construc­trucción que con alegría, con tremenda esperanza, él ali­menta durante sus años luchadores y viriles.

Alienta Riva-Agüero en su formación personal, en su conducta, en sus escritos' y posturas intelectuales, una vi­sión larga, permanente, unitaria y continua de la naciona­lidad. Para él la República no está sola, aislada, sino apa­rece como expresión jurídica y social de una nacionalidad muy vieja, de una larga solidaridad de siglos que se ex­presa en el tiempo que nos corresponde vivir.

Lima, julio de 1971.

José A. de la Puente Candamo.

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LA EMANCIPACION y LOS JESUITAS DEL PERU

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Discurso de contestación del Director de la Academia Peruana de la Lengua, al recipiendario, R. P. Rubén 'Vargas 'Ugarte S.]. Pu­blicado primero en El Comercio, de Lima, el 26 de octubre de 1941,

y en La Prensa de Lima, en la misma fecha, y posteriormente en el folleto: Academia Peruana Correspondiente de la Real Española de la Lengua, La elocuencia sagrada en el Perú en los siglos XVII y XVIII (discurso de recepción del R. P. Rubén 'Vargas 'Ugarte) Lima, 1mp. gil, 1942. 74 pp. El discurso de Riva-Agüero aparece en la; pp. 61 a 74.

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LA Academia correspondiente, eligiendo hace poco y recibiendo hoy en su seno con aplauso, como miem­

bro de número, al R. P. jesuita Vargas Ugarte, cumple un deber de verdadera justicia y reconocimiento de muy efec­tivos méritos, en honra y homenaje de escritor tan distin­guido, sólido, útil y bien orientado. Arraigado heredero de la vocación historiográfica, porque es hijo del respetable autor de una interesante y copiosa ']-listoria del Perú 1n­dependiente, el P. Rubén Vargas se cuenta entre los más fecundos y verídicos escudriñadores nacionales de nuestro pasado hispano-americano. Exceden ya de ocho los nutri­dos volúmenes que ha dado al público, además de nume­rosos folletos apreciabilísimos, como son el Episcopologio y Los mártires de la :Florida, muy notabes artículos como la monografía sobre Fr. Gaspar de Villarroel; los docu­mentos sobre la diócesis de Maynas, asunto de actualidad palpitante; y el prólogo y atinadas notas (en colaboración con D. Guillermo Lohmann VilIena) al curioso Diario li­meño del Presbítero Antonio Suardo. Entre toda su pro-

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ducción, tan varia y valiosa y que promete por la edad y diligencia de nuestro nuevo colega doblar cuando menos en lo futuro, declaro que antepongo, como de consulta in­dispensable y continua para cualquier estudioso de nues­tro anales, como de veras capital para la eurística peruana, su esmerado curso de la Universidad Católica, fuentes de la 'Historia del Perú, libro impreso en 1939. En él cam­pean, con plena madurez, sus habituales condiciones de exactitud, escrupulosa información e imparcialidad crí­tica; y no obstane sus nativas sobriedad y gravedad, en la 1ntr.oducción de estas sus lecciones, en las veintitrés pági­nas iniciales de este su inapreciable tratado, hallo una elo­cuencia vigorosa y concisa, una vena de entusiasmo cívico, expresiva, con palabras de energía lapidaria, de todos los postulados esenciales de la peruanidad. Los nacionalistas genuinos los venimos repitiendo sin cansancio, al refutar las mezquinas perspectivas predominantes en el aldeano y escaso discernimiento de nuestros conterráneos del difunto siglo XIX, que aun continúan, en su maléfica superviven­cia, el estrago y el descarrío de la conciencia patria. Hay que releer esos saludables párrafos primeros de las 'fuen­tes, muy en especial los números 4 y 5 de la 1ntroducción citada (págs. 19 a 24), para tasar la hondura del patrio­tismo del P. Vargas, y su valor como maestro y como pro­sista.

Podemos decir de él lo que él mismo acaba de for­mular en su discurso de recepción, refiriéndose al antiguo predicador jesuita P. José de Aguilar: "Como todo intelec­tual, razona más que siente y convence más que emocio­na". En sus producciones el fondo, honrado y rico, pre­domina sobre la forma. Es la feliz antítesis del retórico hueco y acicalado. Cualidad grande siempre y dondequie­ra; y sobre todo en su género predilecto, el histórico, en el Perú y en la oratoria sagrada, de la que es, no sólo ex­perto cronista y calificador sagaz y justo, según en la pre-

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sente sesión lo ha mostrado, sino también noble, austero y ejemplar cultivador. Pocas veces he escuchado en el púl­pito peruano oraciones tan substanciosas y sabias, de tan decorosa llaneza, de brevedad tan correcta, de dignidad tan significativa, como las que en la Catedral le he oído al P. Vargas Ugarte, el año 35 sobre la conquista y evangeliza­ción del país, y éste del 41 en la honra del cuatricentena­rio de Pizarro. Exento de adornos baratos, con claridad y reciedumbre casi dóricas, con majestad escurialense (por­que su estilo corresponde al desadornado arquitectónico de Juan de Herrera), dijo 10 que quiso y debió decir. So­brio, serio, macizo, broncíneo, más aún de lo que suele, en el fúnebre elogio del Conquistador estuvo a la altura del argumento; y produjo la que estimo hasta ahora, por su fuerte y breve serenidad, su obra maestra. Hagamos votos porque en nuestros oradores, así sagrados como pro­fanos, se propague tan limpio y varonil lenguaje, que ar­moniza con las tendencias contemporáneas. Bien podemos por lo demás, amar y restaurar en las artes plásticas los caprichos ornamentales del barroquismo churriguerista, sin inficionar los actuales escritos con abultados y bizantinos oropeles, fuera de moda y ocasión, perjudiciales para la ni­tidez y compostura del pensamiento. El recipiendario, en su discurso de hoy, nos lo hace ver, alabando a los que menos se contagiaron con el culteranismo de entonces, y rindieron parias menores a las extremosidades cortesanas y de mal gusto. Parece que los tales fueron precisamente los jesuitas, por los trozos escogidos que copia. El que más ha rememorado, el limeño P. José de Aguilar, tan loable por su cristiana y valerosa franqueza, tan acreditado como filósofo, se mantuvo, por su ingénita robustez de alma y de inteligencia, bastante indemne de los peores gerundia­nismos. No olvidemos que jesuita fue el P. Isla, quien ases­tó en España el satírico golpe mortal contra esa dispara­tada escuela. Entre nosotros, jesuita fue también el criollo

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arequipeño P. Juan Bautista Sánchez, el que logró la defi­nitiva depuración de la oratoria sacra (siquiera fuese al modo un tanto desvaído y declamatorio de fines del siglo XVIII); que dejó inéditos varios volúmenes de filosofía y teología, al presente perdidos; y que, cuando la expulsión, desempeñaba el rectorado del principalísimo Colegio de San Martín. Siguiendo tan honrosos precedentes, ojalá que el buen ~jemplo ético y literario de la parsimonia del P. Vargas influya en eclesiásticos y seglares; y si con todo se empeñan en lucir flores a lo menos que no sean posti­zas, de lentejuelas y papel, sino naturales, vivas, frescas y lozanas, que hasta en las iglesias se permitan y agradan.

En los tres tomos publicados de su benemérita Bi­blioteca Peruana, al estudiar los manuscritos de Bibliotecas extranjeras, de la Nacional y del Archivo de Indias, el P. Vargas toca innumerables puntos de historia literaria. Valga, verbigracia, recordar la discusión sobre la realidad del poema él 7vlarañón, atribuído al Corregidor D. Diego de Aguilar y Córdoba. Todos hemos venido aceptándola, sobre la fe de una referencia de Menéndez Pelayo a Jimé­nez de la Espada. Puede muy bien ser errónea, porque na­die, ni este último, ha visto él 7vlarañón en verso. Tanto Jiménez de la Espada como el P. Vargas lo que han leído es una historia en prosa del mismo Aguilar y Córdoba, con título y fecha iguales a los señalados para el poema, el cual resulta así probablemente una duplicación imaginaria 1.

Lo que sí subsiste es la certeza de haber sido versificador, de fijo sonetista, este D. Diego de Aguilar y Córdoba; pues, a más de los testimonios de Cervantes en el Canto

1 El discutido y asendereado Capitán AgniJar y Córdoba debió de ser criollo, hijo del que acompañó en Chile a Almagro y en Quito al Virrey N {¡ñez Vela. He consultado en Sevilla dos Reales Cédulas, datadas ambas en Barcelona y en 1564, que reconocen los servicios del viejo conquistador, pre­sumible padre del literato. Este en 1572 se regresaba al Perú, a mediados del año, para reunirse COn su hermana, dejando en España a su mujer.

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de Calíope y de la poetisa anónima de los tercetos del Parnaso Antártico, el propio P. Vargas nos transcribe un soneto dd dicho Aguilar, en los preliminares de la versión de Camoens por el lusitano Enrique Garcés, el minero de Potosí. Sólo que en estos intrincados y rarísimos vestigios de nuestra primitiva literatura, el P. Vargas se equivoca por maravilla a su vez, y confunde a la poetisa Amarilis con la prologuista de Diego Mejía de Femangil 2

Muy difícil es por cierto descubrir, en los trabajos del P. Vargas, algún otro error de hecho. Casi impacienta in­formación tan segura y férrea. Por eso permitidme que, con su venia le señale los tocantes a un famoso político y jurista, que murió en Lima preconizado Obispo de Char­cas, siendo viudo y habiendo dejado larga descendencia legítima en el Perú, el Licenciado Hemando de Santillán. No lo hago por pedantería, sino porque, prescindiendo de leves incertidumbres o yerros de fechas en el EPiscopolo­gio y las :Fuentes, han podido influir en la adversa aprecia­ción que sobre él emite 3, lo que expuse hace años, ya que el P. Vargas de ordinario me concede más atención de la que merezco. Las que no vacilo en notar hoy de equivoca­ciones e ignorancias mías, provinieron de no haberme aten­dido, cuando compuse aquel estudio a que aludo, sino a

2 Por interesar a nuestra arqueología literaria consignaré que el Carlos de Maluenda citado por el P. Vargas, Con motivo de los versos preliminares del :Marañón (Rubén Vargas Ugarte, :Mss. Peruanos en las 1Jibliotecas del ex­tranjero, tomo 1, Lima 1935, págs. 6 y 7), es el mismo que a veces versificaba en francés, el que he comprobado, por su cédula de recomendación de servicios (17 de Agosto de 1591), que estuvo con Juan Alvarez Maldonado y Martín Gar· da de Loyola, en la expedición a Vilcabamba contra Túpac Amaru, y en la toma de los fortines de Condomarca y Pihuara. Fue procurador de la nueva ciudad que allí se fundó. Siguió luego al Virrey Toledo, como arcabucero de su guarda, en la jornada contra los Chiriguanos. Más tarde lo enviaron a la guerra del Bayano en Panamá.- El otro caballero sonetista D. Lorenzo Fer­nández de Heredia (hijo de D. Gonzalo, el que sirvió tanto en las guerras civiles del Perú), igualmente militó en las campañas de Panamá y de las al, cabalas de Quito, y fue Almirante en la expedición marítima contra Hawkins.

3 P. Vargas, ::Fuentes, Lección VII, pág. 237.

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los testimonios parcialísimos y los calumniosos procesos de residencia que contra dicho magistrado y futuro pre­lado tramaron sus rabiosos émulos, Bravo de Saravia y Gabriel de Loarte, instigado el segundo por el felón tris­temente célebre, Rodrigo de Salazar el Corcovado. Santi­llán, por su equidad y su protección a los mdios se con­citó la enemiga de los peores círculos del Perú, Chile y Quito. Su contrario el Oidor Rivas se desdijo de las acu­saciones a punto de morir. También se retractaron los otros apasionados inculpadores, como D. Francisco Ra­mírez de Arellano, el desposeído y enojado Encomendero, hermano del Conde de Aguilar. La rehabilitación de San­tillán, abonado por sus hechos y por la gente mejor del Virreinato, fue tan completa que se anularon los fallos con­denatorios, y se le ofreció la presidencia de la Chanci­llería de Granada, a que él prefirió, ordenándose a sexa­genario de clérigo, obtener la mitra de Chuquisaca. He cumplido con mi obligación de rectificarme, en vista de documentos fidedignos y cabales. Los huesos de este com­batido personaje de nuestra antigua historia colonial, ami­go constante de los Cepedas, los hermanos de Santa Te­resa de Avila, reposaban desde 1574 en el Convento Gran­de de San Francisco de Lima, hasta que los extraviaron los terremotos descritos por esos predicadores cuyos textos aduce el nuevo académico, o los no menos lastimosos van­dalismos de la incorregible decidia criolla.

Nadie Con justicia, ni con mínima verosimilitud, ta­chará en cosa alguna de negligente al P. Vargas, por más peruano e hispano-americano que él sea y se sienta. Muy al contrario. Su laboriosidad infatigable, su solicitud ve­hemente, su ininterrumpido desvelo para allegar y depu­rar noticias, edifican, según ya dije sobre cimientos po­derosos la exactitud material de sus libros. El espíritu es alto y recto, de una libertad de criterio e independencia de expresión que sorprende a cuantos no conocen a los

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jesuitas sino a través de estúpidos prejuicios populares. No ocultan nunca, ni disculpan en 10 menor, los que cree vicios y deficiencias de los regímenes y los hombres. Ca­bría tildarlo a veces de sobrado franco y descontentadizo, si para los ánimos señoriles que se aplican al supremo ma­gisterio de la historia, no significaran virtudes propias del hidalgo oficio las que los pacatos o serviles denominan imprudencias. Por el glorioso hábito que viste, el P. Vargas es el lógico y adecuado historiador de la Compañía de Jesús en el Perú. Desempeña con gran lucimiento la ta­rea que le corresponde i y entre los estudios mejores que la investigación patria estos últimos años ha producido, figuran Los jesuitas peruanos desterrados a 1ta1ia (Lima, 1934) y el reciente Los jesuitas del Perú (Lima, 1941). Ha coincidido este último con las fiestas del Cuarto Centena­rio de la Compañía, y por sí constituye el más conspícuo tributo de nuestro país a ellas. Yo que personalmente no oculto mi admiración y devoción fervorosa a la orden je­suítica, quiero en nombre propio ofrecer mis plácemes por el fundadísimo alegato de apología y reinvindicación con­densado en esos dos volúmenes del colega académico. Se patentiza por ellos cuántos beneficios religiosos, econó­micos y culturales derramó la Compañía en estas comar­cas. Los que no hemos roto la sacra cadena de la tradi­ción, y conservamos la facultad de comprender y sentir sus reglas capitales, sabemos muy bien que la civilización de la América española fue hija de la Contra-Reforma, y que la salvadora Contra-Reforma del catolicismo tuvo co­mo obrera mayor a la Compañía de Jesús. El Renacimien­to, primavera magnífica de la Edad Moderna, jubiloso ama­necer de todos los ideales terrenos que aun nos alumbran, fue admitido y asimilado por la Iglesia Católica, la cual, observando las expresas lecciones de los Apóstoles y los Santos Padres, y moderando y corrigiendo poco a poco los excesos paganos, adoptó con entusiasmo lo muchísimo

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utilizable que había en el risueño y triunfal resurgir lumi­noso de la cultura greco-latina rediviva. Cuando se estaba ejecutando la espléndida operación asimiladora, de que pendía la suerte del mundo, a poco del descubrimiento de América, que duplicaba sus esperanzas y posibilidad, vino a malograrla, con pretexto y aspaviento de remediar abu­sos, siempre imputables y curables, y al fin y al cabo se­cundarios, el protestantismo germano de Lutero, prelu­diado y ensayado desde la Edad Media por el inglés Wiclef y el checo Juan Huss. Aquella calamitosa pseudo Refor­ma, que frustró la unidad de la cultura de Europa, estri­bó en substancia en la radical negación del Renacimiento y de su primogénito el Humanismo. Fue su antinomia por el odio feroz que mostró en los comienzos a toda la tradi­ción clásica de arte y filosofía, el pensamiento de Platón y Aristóteles, prohijado y bautizado por la Iglesia Cató­lica, y al que Lutero, Calvino y los puritanos vituperaron como nicodemismo punible y paganismo diabólico. Fue la contradicción brutal del catolicismo optimista, porque el pesimismo protestante afirmó la depravación insanable de la naturaleza humana, su absoluta incapacidad para el bien, la irresistible atracción del pecado. Fue la blasfemia con­tra Dios y la negación de la libertad, porque sostuvo ser divina y omnipotente la causa del mal moral. Casi como los maniqueos; porque defendió las tesis desoladoras e impías de la reprobación y pérdida eterna de los inocen­tes, el fatalismo ciego, la predestinación tiránica, el siervo arbitrario, la inutilidad de la contricción y las buenas obras, la absurda justificación por la mera fe, aún perseverando el creyente en el crimen. Fue la conjuración contra la ale­gría y la belleza plástica, porque la Reforma destructora renovó el insano fanatismo de iconoclastas y mahometa­nos, y reavivó en todo la aciaga influencia del lóbrego ju­daísmo deicida, de la estrecha, sañuda y caduca Antigua Ley. Contra esta infernal tempestad, que entenebre ció la

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vida, que sacudió las bases de la Iglesia y de los Estados, y que amenazaba llegar hasta las soleadas playas del Me­diterráneo, cuna de la fe y de la civilización verdaderas, el Pontificado Romano, custodio de ambas, necesitó el auxilio de una nueva orden religiosa, que repitiera en ma­yor escala el esfuerzo que los dominios hicieron contra el maniqueismo albigense y el averroismo medioevales. Una vez más, España acudió en defensa de la sede eterna de Roma; y una vez más el peligro se alejó. Los discípulos de Ignacio de Loyola, como otrora los de Domingo de Guzmán, recuperaron mucha parte del terreno perdido; y 10 que no lograron reconquistar por de pronto en Eu­ropa, lo compensaron con creces en esta América Hispana y en sus misiones universales. Los jesuitas perfeccionaron y confirmaron la íntima alianza entre el Catolicismo y el Humanismo renacentista. ,Qué símbolo mejor de esa alian­za que Miguel Angel, titán del otoñal y grave Renacimien­to, brindando sus últimas fuerzas para dirigir gratuita­mente la construcción de la primera gran iglesia jesuita de Roma? ,Qué teología más legítimamente humanista puede imaginarse que la del Santo Cardenal Belarmino, sumo doc­tor de la Compañía? ,Ni qué significa la R.atio Studiorum, pauta educadora que sirvió para formar a todos nuestros ascendientes, sino Cicerón y Virgilio como cooperadores del Evangelio, según lo querían San Agustín y San Jeró­nimo, y lo reclama el dogma católico, que ve en la ley natural la preparación para la sobrenatural, y en la inteli­gencia humana el imborrable sello de Dios, a pesar de la culpa originaria? Este amplio naturalismo católico, antídoto del calvinismo horrendo y del jansenismo hipócrita, el cual es hijo vergonzante y expósito del mismo Calvino, inspi­ró la teología y la filosofía jesuíticas, el suarismo y el con­gruismo de Molina, en que bebieron y se amaestraron los limeños Menacho, Aguilar y Olea, estudiados por el P. Vargas.

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El siglo XVIII, tan parecido en corrientes y aspecto al nuestro, coincidió con el apogeo de la Compañía, en todas partes y particularmente en el Perú. Para nuestra reducida y modesta dimensión, nos proveyó de escritores y oradores, catedráticos, misioneros y artistas, historiado­res, geógrafos y matemáticos; aconsejó a nuestros mejores Virreyes, estimuló nuestras buenas cualidades, advirtió y procuró remediar nuestros defectos; y cuando recorremos el dilatado ámbito de nuestro territorio, árido y desolado, entre lo que subsiste a pesar de la flojedad y el delirio demoledor de los hombres, en la herencia de esos tiempos remotos, así en lo material como en 10 espiritual, sobresa­len las obras de los jesuitas. En toda la primera mitad del siglo XVIII prosiguió la benéfica tarea. El reinado de Fer­nando VI, tan convaleciente y juicioso, próvido y pací­fico, fue en realidad producto y prez de la vigilancia prudentísima del confesor P. Rábago y de los demás se­cretos consultores de la Compañía. Indica nuestro P. Var­gas que hacia esa época se echa de ver algún decaecimien­to en las labores intelectuales de los jesuitas peruanos. Tentados estaríamos de atribuirlo como la harán sin duda los materialistas, a los desmedros económicos del Virrei­nato, o a la inconstancia bien comprobada de nuestra ín­dole, a lo que gráficamente llamó D. Pedro Peralta, en las perpetuas oscilaciones y vicisitudes del Perú "relámpago de lucimiento sin consistencia de esplendor demandaran examen causas más elevadas y generales". Porque el fe­nómeno de decadencia no fue ciertamente privativo del Perú, sino que se observó en todas las provincias jesuitas del Orbe. Tras haber contenido y refutado al protestan­tismo y a sus endebles retoños, el jansenismo y el quie­tismo, la Iglesia Católica y su abnegada vanguardia, la Compañía de Jesús se encontraron con un nuevo enemigo, vástago adulterino y parricida, y fruto contradictorio y paradojal de la propia Reforma, que al pronto sorprendió

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por capcioso. Era la falsificación caricaturesca del Rena­cimiento y del Humanismo, la hipertrofia de sus propen­siones naturalistas, al parecer ya bastante reprimidas ¡era el racionalismo absoluto, encarnizado negador de aquella fe íntima y especial, sin preparación inteligible alguna tan encarecida por los protestantes i el racionalismo idólatra de la condición humana, tan deprimida por ellos i era en suma la pagana filosofía de las luces, el deísmo anglo­francés de Collins y Toland, Voltaire y Rousseau, la apa­ratosa filantropía de la Enciclopedia y las logias. Para este cambio de frente contra un peor adversario, hubo algún instante de vacilación e incertidumbre, que perjudicó a la eficacia, por quedar retrasados los métodos. Aparecieron como arcaizantes ciertos procedimientos intelectuales y es­téticos, y en inferioridad transitoria la disciplina polémica, científica y literatia, del lado de los apellidados jesuitas o devotos. Y es muy explicable que así fuera, sobre todo en las regiones un tanto apartadas. Se presentaron por un momento desapercibidos, lerdos, anticuados, demasiado es­colásticos en la forma, porque en las materias los puntos de vista habían variado i y no muchos emularon la pres­teza y agilidad de movimientos del benedictino Feyjoó. Los acostumbrados defensores del libre albedrío y de la bondad intrínseca del hombre, tenían ahora que insistir en los límites infranqueables de la libertad y la razón, y en la ayuda todopoderosa de la Gracia que la naturaleza caída demanda, porque la verdad y la virtud están en el justo medio. Las novedades del filosofismo alucinaron a tántos como la Reforma dos centurias antes. Las naciones que se decían más católicas, las dinastías que se jactaron de más afectas, se pasaban al campo contrario. Los dis­cípulos de los jesuitas se trocaban en sus burlones denos­tadores i y el desaliento entre los fieles cundía. El mal que antes había tomado la téttica máscara de la severidad hu­gonota y el celo ardiente jansenista, en el siglo rococó se

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embozaba con los halagos de la caritativa benevolencia y del chispeante ingenio volteriano. Bajo tales disfraces de ilustración, tolerancia y blandura, eran sin embargo estos pésimos asaltantes crueles e implacables como los más duros herejes anteriores. Bien lo probaron con las inicuas asechanzas y los criminales desafueros mediante los cua­les desterraron y suprimieron a la Compañía. En medio de circunstancias tan nefastas, fue heroico el proceder de la inmensa mayoría de los jesuitas y les mereció la pronta resurrección de la Orden. Los culpados de moralistas laxos se sacrificaron en Francia a sabiendas, por no autorizar el escándalo de las queridas de Luis XV. Los censurados por intrigantes y confidentes de los grandes y los soberanos, sucumbieron bajo el caviloso despotismo de Aranda y de Pombal, amos efectivos de sus nulos monarcas.

Dos veces habéis relatado, P. Vargas, con acentos de contenida emoción, las escenas del extrañamiento en el Perú y especialmente en Lima. A todos los católicos y aun a los incrédulos honrados ha de apenar esa narración de un evidente abuso de poder, perpetrado con severidad redoblada contra sacerdotes indefensos, ancianos y enfer­mos, ante la estupefacta aflicción de los desterrados y de los propios ejecutores de la sentencia, recién advertidos en ese acto, y que para el Colegio Máximo limeño se esco­gieron como de propósito entre los más vinculados con aquellos mismos jesuitas por lazos de amistad o parentesco. La obediencia militar y la lealtad al Rey ahogaban los sollozos de los jueces y agentes del Gobierno, y les se­llaban los labios. No faltaron, al revés, en otros locales, los CÍnicos arranques de pillaje, secuela conocida de to­das las desamortizaciones. Así, en la iglesia de los Desam­parados (la que hace tres años han derruído), referís P. Vargas que el comisionado Alcalde del Crimen, llamado Carrión, se incautó prendas de oro, anunciando que iba a gastarlas en francachelas. Por su parte, el Asesor y cóm-

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plice del Virrey Amat, el bien conocido concusionario Sa­las, se apropió los libros personales del Provincial. Varios hechos más, que igualmente vuestra erudita curiosidad ex­huma, descubren la sordidez regalista y oficinesca. Al paso que el Obispo de Trujillo, D. Javier de Luna Victoria, su­po, en esos tiempos menguados, manifestar su disgusto, otros Obispos, como Ríos el de Panamá, se dedicaban a adular al vulgarísimo Virrey. El vecindario limeño, con versos populares y con abstenciones mudas, expresó su desaprobación del desmán que atropellaba a tantos de sus hijos i y en los largos días que mediaron entre la prisión y el embarque de los jesuitas, no hubo concurrencia al tea­tro ni a la Alameda. Muy bien explican vuestras páginas el quebranto que padecieron la instrucción pública, el cul­to y las misiones i y cómo esa injustísima proscripción con­tribuyó a debilitar los sentimientos españolistas y dinásti­cos de los criollos. ¡Cuán cierto es que los tronos y las instituciones acaban suicidándose, al renegar de sus ideas consubstanciales y de sus auxiliares más seguros!

Cuando las Cortes de Cádiz y luego cuando el resta­blecimiento de la Compañía en 1814, nuestros antepasa­dos peruanos y limeños solicitaron con vivos elogios e instancias que regresaran al Perú los jesuitas. Entretanto, en el luctuoso vacío de su ausencia, continuaron alimen­tando el espíritu ignaciano las diversas Casas de Ejerci­cios, cuyos fundadores o directores, por ejemplo el fran­ciscano Fr. Ramón Rojas, el Obispo agustino Orihuela, el Canónigo Querejazu, y el egregio asceta y orador D. Mateo AguiJar, vinieron a ser, aislados y en la sombra, lo que en Europa la Compañía de la Fe o los Sacerdotes del Corazón de Jesús, los suplentes de la interinidad, los guardianes de la lámpara en la noche subterránea de la espera.

Nuevos conflictos aguardaban en todas partes a la renacida vanguardia del catolicismo, restaurada en su an-

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tigua gloria y esplendor. Nave milagrosa, reaparece invul­nerable, después de los más bravos y desiguales combates, dominando las más fragorosas borrascas, reparando los más deshechos naufragios. Volveis discretos pero victo­riosos a las naciones de donde os arrojaron: a Inglaterra, y a Francia, al Japón y a Portugal, a Italia, a España y a la América Española. Así habéis vuelto una vez más al Perú; y a ello debo, P. Vargas, la satisfacción inmensa de agregar, en esta grata ceremonia académica, a los parabie­nes por vuestra recepción tan bien merecida, atendiendo a la calidad de vuestras obras históricas, los míos muy per­sonales por lo que vuestra incorporación representa para la dignidad y el respeto de la causa católica, y para las sendas y mancomunadas tradiciones del latinismo y la hispanidad.

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DON JOSE BAQUIJANO y CARRILLO

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Después de la tesis de 1905 sobre la literatura peruana del siglo X1X, el primer trabajo importante que Riva-Agüero publica es el ensayo biográfico sobre Don José Baquíjano y Carrillo, seguramente su mas amplia visiún del período de nuestra independencia a través del proceso vital de un personaje característico, al que conoce por tradición viva ya que se trata de un cercano antepasado sobre el cual poseía, además, importantes documentos inéditos.

El ensayo sobre Baquíjano se pubTicó primero en la revista El Ateneo, de Lima, t. 'V1, 1905, pp. 1945-1979, Y t. 'V11, 1908, pp. 5-47. El trabajo aparece firmado y fechado en Lima, el 25 de octubre de 1906, de modo que puede colegirse que la revista El Ateneo salió con fecha atrasada.

'Un extracto de este estudio, hecho por Jacobo 'Hurwitz, se publi­có en la revista Studium, de Lima, año 1, '}Jr J, diciembre de 1919,

¡iP. 63 a 69.

Años mas tarde, en España, Riva-Agüro redacta una nueva ver­sin de este trabaJo en la cual puede apreciarse una ligera rectificación en su juicio sobre las posiciones liberales de Baquíjano. En 1943 lla­maría a ese trabajo "ensayo de alucinada mocedad". Esta versión, inconclusa, se publica en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 3? época, :Madrid, 1925',t. XL'V, pp. 465-483. En esta ree/abora­ción de su ensayo Riva-Agüero aprovechó nueva documentación his­tórica hallada en archivos españoles, especialmente en el Archivo ye­neral de Jndias, de Sevilla.

La primera versión fue reeditada por Jorge yuillenno Leguía en el Boletín del Museo Bolivariano, Lima, año 1, '}J9 12, agosto de 1929, pp. 453-481. A la sazón Riva-Agiiero se había empeñado en una refundición total de su estudio incorporando nuevas fuentes y extendien­do y ahondando los diversos capítulos de la biografía del célebre ilustra­do limeño. 'Una muestra de este nuevo trabajo es el capítulo que con el título de Un capítulo inédito de la nueva biografía de Baquíjano y Carrillo, se publica a continuación de lo anterior, en las pp. 492 i1

502 del mismo número del Boletín del Museo Bolivariano con una advertencia firmada por Luis Alberto Sánchez, quien había procu­rado esta colaboración de Riva-Agüero, casi 10 años ya ausente del Perú. El encabezamiento del texto reza ahora: Don José Baquíjano y Carrillo de Córdoba, tercer Conde de Vista Florida en el Perú. (Es­tudio Biográfico). Este nuevo capítulo, con abundantes referencias documentales y biográficas, es un anuncio de la magnitud que ha­bría de alcanzar la nueva versión y que Riva-Agüero no concluyó.

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aunque dedicó a ella muchas horas en los últimos años de su vida, según puede apreciarse por los apuntes que dejó en su archivo y por la reunión de numerosos y valiosos papeles sobre el personaje y su tiempo.

El ensayo sobre Bacfuíjano ha merecido abundantes reediciones, por lo menos parciales. Así, citaremos la antología preparada por Jorge Alayza y., Pedro Benvenutto :M .. , Luis Jaime Cisneros, José A. de la Puente C. y Jorge Zevallos Quiñones: José de la Riva-Agüero, Historia del Perú. Selección, Lima, Librería Studium, 1953, 1. 11, pp. 2 a 73; Y la de :Miguel :Mujica yallo en: José de la Riva-Agüero )' Raúl Porras Barrenechea, Precursores de la Emancipación, selec­ción y prólogo de... Lima, Patronato del Libro Peruano, (1957),

pp. 15 a 77. En el capítulo siguiente de este volumen, Sobre el Mercu­rio Peruano, hay también importantes referencias a Bacfuíjano y a su famoso Dictamen de 1814 sobre la pacificación de América ('/l. infra, pp. 121 a 125Q.

Las referencias a Bacfuíjano y Carrillo en lo cfue va de publicado de las Obras Completas de Riva-Agüero, aparecen en las siguientes páginas:

T. 1: XX1J, XXVJ, 37, 102; T. 11: 332, T. 1II: XXI'/l, 294,

T. IV: 260, 407, 426; T. VI: X1l1J, XXX'/l, 341, 354; T. IX: 30.

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E N el primer tercio del siglo XVIII llegó al Perú un hidalgo vascongado en busca de fortuna. Llamábase

don Juan Bautista Baquíjano de Beascoa, Urigüen, Uribe y Ugalde; y era natural de la anteiglesia de San Miguel de Yurreta, merindad de Durango, en el señorío de Vizcaya 1.

Con la constancia propia de los vascos, se dedicó don Juan Bautista Baquíjano al comercio; y asociado a algunos de sus comprovincianos, que eran entonces de los más fuertes capitalistas de Lima, en especial a don Martín de Zelayeta, cuya memoria todavía se recuerda como funda­dor de obras pías, llegó en breve a reunir considerable caudal y a tener navío propio. La suerte premió su apli­cación al trabajo; y por los años del gobierno del conde de Superunda, era Baquíjano un opulento personaje.

1 Los padres de don Juan Bautista Baquíjano se llamaban don Martín Baqníjano de Beascoa y Uribe, y doña Clara de Urigüen y Ugalde.

La casa de Baquíjano contaba varios si~os de nobleza. Un capitán Miguel Fernándcz de Baquíjano se distinguió en las guerras de Flandes é Italia, y los historiadores Herrera y Estrada lo citan. Las familias de Uribe, Ugalde y Urigüen (o Urigoen, según otros) son igualmente antiquísimas, como en general lo son todas las de Vizcaya.

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En América no se consideraba la carrera del comercio de la misma manera que en España. Los nobles españoles la desdeñaban; pero como en América era casi el único medio rápido y seguro de enriquecerse, y como cuantos venían de la península, hidalgos o no, traían el propósito de hacer dinero, prevalecían a este respecto, por la fuerza de las cosas, ideas más modernas y racionales. Los comer­ciantes en alta escala formaban en Lima una especie de aristocracia, muy apreciable por la de la sangre, con la cual frecuentemente entroncaban. Cuando el gobierno es­pañol comenzó a vender en el Perú condados y marque­sados, los mercaderes ricos se ennoblecieron comprándo­los; yen la lista de priores del Consulado, se leen los nom­bres de muchos que fueron caballeros de órdenes milita­res, regidores, alcaldes y aun títulos de Castilla, como el conde de Premio Real y el marqués de Torre Tagle.

Ya en posesión de cuantiosos bienes y rodeado de las consideraciones de toda la sociedad limeña, aspiró Ba­quíjano a lo que en aquel tiempo constituía el necesario requisito para la fundación de una casa poderosa: adqui­rir un título. El virrey Manso de Velasco había sido au­torizado por el rey para beneficiar o sea vender algunos, previa la justificación de hidalguía y limpieza de sangre. De conformidad con lo establecido por reales cédulas de 1744, según dice Rezabal y Ugarte 2, se concedió a don Juan Bautista Baquíjano el condado de Vistaflorida el 6 de Agosto de 1753, relevándolo perpetuamente de lanzas y medias anatas; y en 1754 lo aprobó Fernando VI, junto con los de San Javier y Casa Laredo, y los marquesados de Torrehermosa y Campoameno: todos los cuales títulos recayeron "en familias de rango y mérito notorio" 3.

:2 Rezabal y Ugarte. - ::Tratado de lanzas y medias anatas del Perú, p~g. 177.

3 Ricardo Palma. - ::Tradiciones y artículos bist6ricos, pág. 38.

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Bien hubiera podido excusar don Juan Bautista Ba­quíjano el expediente algo mezquino y ridículo de com­prar un condado, si hubiera derecho para exigir que fue­ran superiores los hombres a las preocupaciones de su tiempo. La calidad de hidalgo vascongado y los apellidos que Baquíjano llevaba, eran buenas y suficientes ejecuto­rias; tenía el hábito de Santiago; y se había casado con una dama perteneciente a lo más rancio e ilustre de la no­bleza criolla. Era su esposa doña María Ignacia Carrillo de Córdova y Garcés de Marsilla, hija de don Agustín Carrillo de Córdova y Agüero, y de doña Rosa Garcés de MarsilIa y Lisperguer. Descendía, pues, doña María Ig­nacia por su abuelo paterno, don Fernando Carrillo de Córdova y Quesada, de la noble familia de los Quesada Sotomayor; por su abuela paterna, doña Ursula de Agüero y Añazgo, dél conquistador Diego de Agüero y de las fa~ milias Bravo de Lagunas y Padilla, por donde se enlazaba con las de San Miguel y Solier; y por su abuela materna, doña Ana de Lisperguer e Irrarázabal, de los célebres Lis­perguer de Chile. Los Carillo de Córdova tenían parentesco próximo con los marqueses de Santa Lucía de Conchán y con los de Santa María de Pacoyán, y los Garcés de Marsilla con los marqueses de Casa Boza.

Poco gozó don Juan Bautista Baquíjano de su flamante título, porque falleció en 1759. A su muerte, la dirección de los negocios pasó a su cuñado don Luis Carrillo y Gar­cés, capellán de Palacio, el cual, con actividad y aptitudes raras entre los antiguos criollos y no muy conformes con lo que nos imaginamos que había de ser el carácter de los presbíteros de aquella época, no sólo conservó, sino que aumentó las riquezas de la casa.

Del matrimonio de don Juan Bautista Baquíjano con doña María Ignacia Carrillo, nacieron los siguientes hijos:

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Juan Agustín, que, como primogénito, heredó el título y el mayorazgo anexo. Se educó en el Seminario de No­bles en Madrid. Fue caballero de Santiago, y en 1775 al­calde ordinario de Lima. Pasó gran parte de su vida en España, y murió en Génova el año 1807.

Juana Rosa, que casó con dos Andrés Francisco de Maldonado, Salazar y Robles, caballero de Calatrava, al­caIde ordinario de Lima en 1784, descendiente del con­quistador Diego de Mal donado y poseedor de su mayo­razgo.

Josefa, que casó en primeras nupcias con el teniente de navío don José Venturo Ramírez de Laredo y Encalada, conde de San Javier y Casa Laredo, caballero de Santiago, el cual murió en 1786, en el naufragio del San Pedro An­cántara, y en segundas nupcias, con el brigadier don Fran­cisco Gil de Taboada, sobrino del Virrey del mismo nombre.

José Javier, cuya vida se narrará sucintamente en este artículo.

Francisca, que casó con don José Antonio de Sala­zar y Breña, caballero de la orden de Carlos 111 y alcalde ordinario de Lima en 1767.

Mariana, casada con don Jerónimo Manuel de Ruedas Morales que en 1770 era fiscal de la Audiencia de Lima y que fue después regente de la de Charcas.

Ignacio, que murió de menor edad. Catalina, casada con el coronel don Domingo RamÍ­

rez de Arellano y Martínez de Tejada, caballero de Ca­latrava y prior del Consulado en los años de 1793 y 1794.

II

Don José Javier Leandro Baquíjano y Carrillo naClo en Lima el 13 de Marzo de 1751. Su condición de hijo segundo lo destinaba de antemano a la carrera de las le-

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tras, porque era costumbre inviolable, o poco menos, que los segundones de títulos y mayozargos se dedicaran a la toga o a la iglesia. Estudió primero en el Real Colegio de San Martín, dirigido por los Jesuitas; y pasó después al Seminario de Santo Toribio, cuyo rector era a la sazón el canónigo don Agustín de Gorrichátegui. En el período que media entre la expulsión de los Jesuitas y reformas del Colegio de San Carlos por Rodríguez de Mendoza, el Seminario de Santo T oribio era el centro de la ilustración de la colonia, el foco de los estudios teológicos en el Perú. Baquíjano se distinguió bien pronto entre todos sus con­discípulos por su aprovechamiento y precocísima inteligen­cia. Los que escribieron su elogio, no omiten nunca sus tempranos triunfos de estudiante, que, a lo que parece, fueron extraordinarios. "Cuando los hombres apenas se ha­llan capaces de aprender estaba cansado de enseñar. Trece años tenía, ya lograba contemporizar con los sabios an­cianos" 4. "Sin llegar al tercer lustro de sus años, ya coro­na con la borla doctoral sus sienes, ya tiene discípulos apro­vechados y les preside conclusiones públicas" 5. Esta rara precocidad es nota común de cuantos en literatura y cien­cias fueron ornamento de la Colonia. Juan Egaña era cate­drático a los quince años, y Espinosa Medrano a los diez y seis; Olavide, doctor a los diez y siete y oidor a los veinte; don Domingo de Orrantia, oidor a los veintiuno; D. Ni­colás Paredes Polanco, doctor en la Universidad de San Marcos a los quince, y a los dieciocho asombro de la de Salamanca; Llano Zapata, a los diez y nueve una eminen­cia por todos reconocida y acatada. Como decía el conde la Granja:

4 Elogio que en les conclusiones de toda J'eología, dedicadas en la 'Uni­versidad de San 5'lfarcos al Excmo. Sr. Conde de 'Vistaflorida, consejero de Estado, dijo el Dr. D. 1rancisco 'Valdivieso y Pradas; pág. 4_

5 Fray Cipriano Jerónimo CaJatayud. - Elogio de Baquíjano - 1813.

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Si en Europa sazona entendimientos La edad, aquí a su curso adelantados, Cuando allá apenas saben rudimentos, Se hallan en facultades graduados 6.

Mucho de esto se debía a los factores permanentes de nuestro tibio clima y de nuestra meridional raza; y por eso el precoz desarrollo intelectual continúa siendo una de las cualidades· características de nuestra psicología; cualidad verdaderamente poco envidiable, porque en general es in­dicio, no de vigor, sino de fragilidad e inconsistencia. Pero ni el clima ni la raza han variado desde los tiempos colo­niales, y hoy estamos a este respecto muy lejos de 10 que sucedía entonces. Hay que buscar, pues, en otras causas la explicación del fenómeno. En primer lugar, los estudios en las universidades españoles, sobre todo en los siglos XVII y XVIII, eran mucho menos largos y difíciles que los de ahora: la gramática latina se aprendía en la niñez; venían luego la retórica y los cuatro años de filosofía, y en seguida se entraba directamente a las facultades superiores de De­recho, Teología y Medicina. De manera que antes de los diez y seis años el estudiante de derecho canónico o dere­cho civil podía graduarse de doctor; tanto más cuanto que esa enseñanza rutinaria y estrecha no se dirigía a la refle­xión, ni exigía su concurso, sino que lo confiaba toda a la memoria: y la feliz retentiva de los criollos aprendía pronto las subdivisiones y subdivisiones de las Súmulas, y las glo­sas y los comentarios de las Decretales y las Pandectas. y en segundo lugar, el magisterio universitario había des­cendido notablemente en España desde el siglo XVII. Si en las mismas Alcalá, Salamanca, Zaragoza y Valladolid había bajado tanto el nivel de los catedráticos, no es ma­ravilla que peor aun fuera el estado de la Universidad de

6 Poeme; de Santa :Rosa. - Canto I.

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Lima. En esta escasez de maestros, los colegios recurrían a sus mismos discípulos más aprovechados, y les encar­gaban cátedras cuando apenas habían terminado los estu· dios, como todavía lo vimos en la época republicana, has­ta los últimos tiempos del Convictorio de San Carlos.

Por el mismo Baquíjano, sabemos que a los trece años tomó parte en el certamen literario dedicado al arzobispo don Diego Antonio Parada, y se graduó de doctor en cá­nones y en leyes 7. Siendo igualmente muy joven, regentó una clase en el Seminario de Santo Toribio, se recibió de abogado ante la Real Audiencia, y fue nombrado asesor del Cabildo y del Consulado.

En 1770 el rector de Santo Toribio, don Agustín de Gorrichátegui, fue electo obispo del Cuzco. "Lo consagró el arzobispo don Diego Antonio Parada, en 6 de Octu­bre de 1771" 8. Escogió Gorrichátegui como secretario a su discípulo Baquíjano, que tenía entonces más de veinte años y no menos de "dieciocho" como equivocadamente cuenta Valdivieso 9.

En calidad de secretario del obispo, tomó alguna par­te en el sexto concilio provincial de Lima, en 1772, al cual asistió Corrichátegui recién consagrado. Dice Calatayud: "Suscitada en el concilio una delicada controversia, al ter­cer día me remitió (Baquíjano) dos grandes cuadernos de apuntes y citas, capaces de hacer honor al más envejeci­do en los estudios" 10.

A fines de 1772 pasó Baquíjano al Cuzco, acompa­ñando a Gorrichátegui¡ pero poco tiempo permaneció en la secretaría. Por Febrero de 1773 lo encontramos en li­ma, organizando el informe de filiación para pasar a Es-

7 Alegato que para la oposición a la cátedra de prima de leyes t"onunció en la 'Universidad don 10sé Baquíjano y Carrillo el día 29 de Abril de 1788.

8 Mendiburu, Diccionario bistórico-biográfico, tomo 4, pág. 164. 9 VaIdivieso, Elogio citado.

10 CaIatayud, Elogio citado.

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paña. Decidido ya a abandonar la carrera eclesiástica, a la cual parecía llevarlo la índole de sus estudios, se dirigió a Europa en el mismo año de 1773. Se reputaba entonces como complemento indispensable de la educación el viaje a España. Allí satisfizo probablemente su natural ge­nerosidad y sus ostentosos gustos de noble criollo, porque en una escritura pública otorgada por la condesa viuda de Vistaflorida en 1782 ante el escribano Valentín Torres Preciado leemos la siguiente declaración: "Y mi hijo don José Baquíjano y Carrillo, habiendo pasado a España de mi orden y consentimiento, en el viaje que hizo, consumió más del importe de su legítima y legado, por haberse por­tado con la decencia y esplendor que demandan su naci­miento y las facultades de sus padres".

Tan buena fama conquistó Baquíjano en Madrid, que se le ofreció colocarlo en las audiencias de Barcelona y Valencia o en las de Charcas o Quito. Pero él no quiso nunca emplearse en otra audiencia que no fuera la de Li­ma, y aunque el gobierno español concedía a los criollos plazas togadas en las mismas provincias de que eran na­turales, no lo hacía sin dificultad y repugnancia: se ima­ginaba que el hecho de ser compatriotas en las colonias los gobernantes y los gobernados, constituía un peligro para la dominación de la metrópoli. Por esta cricunstancia, Ba­quíjano tuvo que volver al Perú sin haber conseguido em­pleo alguno en propiedad.

III

No hemos podido averiguar la fecha exacta en que regresó de España. En Abril de 1780 era protector inte­rino de los naturales ante la Audiencia de Lima, fiscal in­terino del crimen en la misma y regente de la cátedra de Instituta en San Marcos. Consta en el Libro XIV de Claus­tros, existente hoy en la biblioteca de la Universidad, que

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por superior decreto se le nombró en 1780 catedrático de Vísperas de Leyes "en virtud de hallarse embarazado para las oposiciones por el puesto de fiscal interino; pero con el preciso cargo de que había de acompañar en su ense­ñanza la del derecho patrio, advirtiendo a sus discípulos la disconformidad entre las leyes españolas y las romanas, conforme al nuevo plan de estudios meditado con arreglo a lo dispuesto en las universidades de Salamanca y Al­calá".

En 1781 lo eligió la Universidad para que pronun­ciara el elogio del virrey Jáuregui. Era costumbre que al­gunos meses después de la recepción pública de cada nuevo virrey, la Universidad le hiciera un recibimiento especial. Con anticipación conveniente se publicaba el cartel de un certamen poético, señalando los asuntos, los premios, los jueces y las leyes del concurso. Estos carteles eran gene­ralmente abultados folletos en que, so pretexto de explicar los asuntos propuestos, hacían gala los autores de imperti­nente erudición y se extendían en largas y prolijas digre­siones. Apresurábanse a entrar en el concurso todos los versificadores de Lima, que no eran pocos; y el día de la fiesta innumerables poesías laudatarias adornaban las pa­redes y columnas de la Universidad. Un catedrático pro­nunciaba la oración panegírica, y amontonaba en ella las mayores y más pueriles adulaciones y las más desafora­das hipérboles gongorinas. Todos estos elogios académicos, salvo en parte el del Virrey Cuirior por Bouso Varela, son lamentables: tan afectados y monstruosos por la forma co­mo bajos y serviles por el fondo. El que escriba la histo­ria del servilismo en el Perú (trabajo que sería utilísimo, porque explicaría cuando menos un tercio del carácter na­cional) ha de encontrar seguramente en los recibimientos universales el más rico filón de su estudio en la Colonia.

Por eso sorprende y admira la independencia y alti­vez de Baquíjano. El elogio de Jáuregui, que pronunció

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el 27 de Agosto de 1781, es la antítesis de todos los elo­gios anteriores: es una vigorosa protesta contra un largo pasado de abyecta adulación. Y téngase en cuenta que la época era difícil, y nada propicia para que se disimulara y pasara inadvertida la franqueza y la audacia. Desde ha­cía cuatro años, estaba conmovido todo el país. Los abusos inauditos de los corregidores sublevaban a los indios en el interior, y el aumento de contribuciones a los criollos y mestizos de la costa; y la visita de Areche y sus impru­dentes medidas habían llevado la excitación a su colmo. Las sediciones ocurridas durante el gobierno de Guirior en Urubamba, Huaraz, Huánuco y otros puntos de la sierra, fueron tumultos de indios; pero las de Arequipa y Lambayeque tuvieron otro carácter, más peligroso aun, porque las promovían y dirigían blancos, mestizos y mu­latos, y aparecían complicadas en ellas personas de al­guna significación social. Revelaba esto que en todas las regiones del virreinato cundía el descontento; y no se les podía ocultar a los españoles que en los criollos fermen­taban ya vivos sentimientos de resistencia e insubordina­ción. Destituído Guirior a instancias de Areche fue reem­plazado por don Agustín de Jáuregui el 27 de Julio de 1780, y partió para España, dejando el Perú muy altera­do. En Noviembre estalló la revolución de Túpac Amaru, en la cual los mestizos serranos tuvieron participación tan importante, y fueron los más activos consejeros y más de· cididos fautores del caudillo indígena.

Por más que el cacique Condorcanqui resucitara los recuerdos incásicos y publicara con tanta insistencia su real origen, muchos indios permanecieron indiferente a la rebelión, y, por temor a los españoles o porque la prolon­gada esclavitud había borrado el sentimiento nacional, ayU­daron ellos mismos a debelarla. Puede considerarse esta insurrección como la última del puro elemento indio, y pro-

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bó cuán decaído estaba y cuán perdida tenía la concien­cia de su unidad. Pero dejó en claro que los mestizos no sólo hacían causa común con los indios, sino que, apro­vechándose de su pasividad, se servían de el10s como ins­trumentos. La revolución de Túpac Amaru significa por esto a la vez un principio y un fin, algo que acaba y algo que se inicia, el estertor de una nacionalidad que moría y el primer vagido de otra que se formaba.

Duraba todavía la impresión de terror producida por el suplicio de Túpac Amaru y su familia, y permanecían en armas muchos de los sublevados, cuando un catedrá­tico de San Marcos se atrevía en un acto oficial y solem­ne a hablar de tiranía, sangrienta política y humillación, y a convertir la aparatosa ceremonia del elogio en un me­dio de aludir a todas las cuestiones del día y de expresar casi sin embozo las quejas de los criollos contra el régimen colonial.

Si se considera el tiempo en que se pronunció, el Elogio de 1áuregui adquiere gran importancia: es el remo­to anuncio de la Independencia, como ya 10 ha advertido uno de nuestros eruditos 11. En frente de las alteraciones del período de Guirior y de la revolución de Túpac Ama­ru que eran las explosiones de la irritación popular, cons­tituye la manifestación moderada, y por 10 mismo más te­mible, del desagrado de las clases superiores, y de las ideas liberales que principiaban a introducirse en un grupo, muy reducido pero muy influyente, de la aristocracia de la san­gre y de la inteligencia.

Hermoso hubo de ser el espectáculo que ofreció el Ge­neral Mayor de la antigua Universidad, cuando, en me­dio de los viejos doctores y de los funcionarios y corte­sanos que lo llenaban, resonó la voz del joven catedrático

11 Estudio crítico sobre el discurso del doctor Javier Prado y 'Ugartecbe por Pablo Patrón, pág. 77.

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y, como purificando aquel lugar impregnado de las lison­jas de tántas generaciones, pronunció las palabras del exor­dio, en el cual la dignidad y altura del concepto vence y oculta los resabios de afectación y de mal gusto, y comu­nica a las cláusulas plenitud y majestad. "La gloria y la in­mortalidad Señor Excelentísimo; esa sólida recompensa del héroe; esa vida del honor, que anima en el sepulcro a sus cenizas; esa memoria augusta de su nombre, no se afianza ni apoya en los elogios e inscripciones pú­blicas que le consagran y tributan la dependencia y el temor. Son éstas las infelices conquistas del poder, a quien siempre acompaña de auxiliar en sus triunfos la lisonja. Por eso protesta el corazón la violencia que sufre en pronunciarlas, y en él mismo fallecen, reprobando al instante verse obligado a inspirar esa voz que lo envilece. La verdad, sacrificado su poder, se retira en el duelo y la amargura; espera en esta angustia a que el tiempo res­taure sus sagrados derechos, y que, destruído el ídolo, le fabrique el trono de los siglos futuros. Entonces, con pla­cer rompe las cadenas que la tienen cautiva, vuela a ocu­par el solio de su imperio, y tomando en mano la in­corruptible balanza, cita a su tribunal al príncipe y al pa­negirista. Examina en aquel la justicia del mérito, pondera en este la de los aplausos; y en un mismo decreto des­autoriza al uno, degradando la falsa grandeza, e infama al otro, perpetuando el oprobio de su adulación".

Fuerte y casi violento es el tono, y debió de paracer altamente irrespetuoso a un auditorio acostumbrado a oir en ocasiones semejantes los más rendidos homenajes al virrey. Después de lo dicho, poco importaba que agrega­ra: "No tema V. E. ese juicio severo; él repondrá a su fama nuevo lustre, nuevo esplendor añadirá a su nom­bre". No bastan por cierto para disipar la impresión de los primeros períodos, las alabanzas que en el curso del

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Elogio hace del linaje y las virtudes de Jáuregui; alaban­zas muy discretas y parcas, si se comparan con las que se habían tributado a los virreyes en los otros recibimien­tos. Las de Baquíjano no pasan del límite de 10 decoroso, y a trechos se advierte en ellas una deliberada sequedad. Si el estilo se mantuviera en la misma altura que la noble introducción, sería la mejor pieza oratoria de la literatura colonial; pero el tema, ingrato y pobre, y que por lo visto repugnaba el orador, 10 hace decaer pronto. Como las ha­zañas de don Agustín de Jáuregui no daban mucha tela, para disimular la escasez del asunto se detiene en la des­cripción de las batallas en que aquel se halló. Y las ta­les descripciones resultan infelices y a la vez enfáticas y vulgares, con todos los consabidos recursos de la re­tórica clásica de colegio. Además, las letras peruanas se encontraban entonces en un momento de transición entre el gongorismo, que aún subsistía entre nosotros, y la imi­tación de los autores franceses; y Baquíjano participa de los defectos de las dos tendencias. Su fraseo es a un tiem­po culterano y galicista, y en sus malos trozos recuerda tanto a don Pedro José Bermédez de la Torre como a don Manuel Lorenzo Vidaurre. Con toda la copiosa eru­dición moderna y encoclopedista que descubren las no­tas del Elogio, no había llegado a formarse cabal con­cepto de la teoría de la división de los poderes, y así llama al Parlamento inglés: "perpetuo debate de tres diversos poderes, obstinado siempre en conservar el equi­librio de la autoridad, quimera en política y aun perjudi­cial a ella", y se apoya en una cita de Linguet. Luego agrega: "Inglaterra, émula soberbia de Atenas, centro de las más inexplicables contradicciones, donde por señal de independencia se en sangrienta el trono, se insulta al so­berano, se adora al criminal, se obedece al vasallo; donde el monarca corrompe y el poderoso oprime a un pueblo

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que, ensalzado de libre y feliz, se ve reducido con frecuen­cia a elegir en la muerte voluntaria el despechado partido de la servidumbre". Por aquellos años se hallaba España en guerra con la Gran Bretaña, y el patriotismo explica las exaltadas opiniones del doctor limeño. Pero por lo ge­neral son muy acertadas sus apreciaciones históricas. Aun­que habla de las crueldades de la Conquista, reconoce que han sido exageradas por los extranjeros y que las leyes de Indias pueden considerarse como "un código de huma­nidad y dulzura". ¿Dónde estaba, pues, el mal? No en las leyes sino en los ejecutores. Bien lo deja entender al tratar de una rebelión de indios chilenos que sosegó Jáu­regui cuando fue Capitán General de Chile. De aquí toma pie Baquíjano para describir la mísera condición de los indígenas y hacer de ella un retrato aplicable, no por cier­to a Chile, sino al Perú: "Se unía la indigencia a la hu­millación y al menosprecio. Variaba el año las sazones sin mudar sus suplicios; siempre trabajando y nunca poseyen­do". Inmediatamente, como temiendo haber dicho dema­siado, añade: "Este retrato falso y criminal sorprende los ánimos, ciegos por el engaño"; pero evidente es la inten­ción que animaba al que decía todo esto cuando aún ar­día la revolución en las provincias del Sur; y harto se adivina a quiénes compadecía y a quiénes acusaba. En todo el Elogio se advierte el propósito de embozar y velar un tanto de esta manera las más graves alusiones políticas; propósito muy natural en el que insinuaba en una ceremonia pública 10 que ningún criollo osaba murmurar, ni siquiera en conversaciones privadas. Alaba a la vez a Guirior y al visitador Areche; mas ¿ qué era el siguiente párrafo sino un tiro directo contra la conducta de Areche en los últi­mos sucesos? "La sangrienta política aconseja que el ul­traje ha de tener término, pero no su castigo; que el per­dón autoriza la ofensa; que es flaqueza ceder a la piedad. Se complace viendo al indio abatido luchar con los ho-

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n'ores de su suerte. Pero V. E. desprecia esos partidos. Pru­dente, considera que la vida del ciudadano es siempre pre­ciosa y respetable i que destruir a los hombres no es ga­nancia; que las armas que sólo rinde el miedo, en secreto se afilan, brillan y esclarecen en la ocasión primera que promete ventajas". Hay frases más valientes, hasta ame­nazadoras, que son también las de mayor felicidad de ex­presión: "El bien mismo deja de serlo si se establece y funda contra el voto y opinión del público. .. Mejorar al pueblo contra su voluntad ha sido siempre el especioso pretexto de la tiranía... Un pueblo es un resorte que, forzado más de lo que sufre su elasticidad, revienta des­trozando la mano imprudente que lo oprime y sujeta". El aumento de impuestos y tributos, llevado a efecto por Areche, y que fue la principal causa de su impopularidad, no se libra de censura: "Aquellos gobernantes que en un orgulloso gabinete calculan friamente la miseria y deses­peración del súbdito, para exigir de ella los generosos es­fuerzos de su obediencia, los tristes dones de su pobreza y los últimos recursos de su celo" . Concluye el Elogio con la misma elevación y nobleza con que comenzó: "En la memoria y corazón del hombre se ha de afianzar el glo­rioso principio de la brillante inmortalidad. Allí no pene­tra la autoridad, ese imperioso yugo que, oprimiendo con dureza, sólo recibe el frío incienso del disgusto y la lisonja. Este abatido artífice, acostumbrado a equivocar el sólido mérito con las engañosas apariencias, no labra su fábrica en la Casa de la Sabiduría. En ella no resuenan sino las expresiones de la sinceridad. Desterrada y fugitiva de los palacios y suntuosas habitaciones de los grandes, aquí en­cuentra su asilo, su refugio y protección".

Mucho arriesgó Baquíjano con este acto de valor mo­ral: comprometió seriamente su porvenir. El gobierno espa­ñol concibió recelos contra el audaz americano que le ha­bía dicho tan duras verdades, y, reputándolo hombre pe-

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ligroso, por más de quince años no le concedió ningún ascenso en su carrera judicial. El célebre don José Gálvez, marqués de Sonora, se negó siempre a darle colocación. En el año 1784 se ordenó recoger los ejemplares del Elogio. A este propósito hemos encontrado las siguientes curiosas palabras en una carta que en el propio año de 1784 escri­bió el conde de Vistaflorida, hermano primogénito de Ba­quíjano, a don Domingo Rodríguez de ArelIano: "Antes del recibo de la de Vmd., sabía 10 del rectorado y lo de haberse mandado recoger la oración que dijo Pepe en el recibimiento del virrey Jáuregui en la Universidad. Tuve muchas noticias de dicha oración antes de haberla leído, y me fue preciso dar una mano para que se contuviera en hablar disparates. Me ha extrañado que se permitiera su publicación". De 10 que deducimos que don José Ba­quíjano compuso la oración en términos aun más vivos y francos, si bien cedió luego a los consejos de su hermano, y que las atenuaciones y disfraces que en ella hemos en­contrado, son probablemente obra del prudente don Juan Agustín. Pero la utilidad inmediata suele estar reñida con la gloria: por lo común no se alcanza la una sino a true­que de renunciar a la otra; y 10 que el sesudo conde lla­maba disparates, para la posteridad es objeto de admira­ción y de aplauso, y representa para la historia la primera voz libre que se alza en el Perú.

IV

En el Elogio de Jáuregui hay un pasaje sobre la ne­cesaria reforma de la Universidad: "Carlos, a quien una pluma, honor del siglo y la nación, caracterizaba del mo­narca sabio, previene se depuren en la enseñanza las preo­cupaciones de los partidos, las extravagancias de las sec­tas y los envejecidos absurdos de la escuela; orden que,

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olvidando el servil respeto que de edad en edad se ha trans­mitido para esos antiguos dioses de la Filosofía y la Moral, sólo se atienda al clamor de la razón y la evidencia. Pero fatales circunstancias embarazan sus justos designios: sólo producen el frío invierno de la inacción. Ese enjambre de estudiosas abejas, que a la sombra y abrigo de esos claustros fabricaban con celo el panal de la doctrina, se dispersan y ahuyentan; caen en profundo letargo. Muda en su soledad, gimiendo en el silencio, apresuraba con sus votos la Academia la restauración de su gloria. Un gober­nador, cuyo nombre ha esculpido la América en los anales de la virtud 12 proyecta y principia esta importante obra Pero a V. E. se reserva precipitar las tinieblas y hacer revi­vir la primavera".

No eran exageraciones retóricas las lamentaciones de Baquíjano sobre la decadencia de la Universidad de San Marcos. Habían pasado aquellos días del siglo XVII en que se la reconocía como la fuente del saber en la Amé­rica del Sur. La enseñanza española en general, después del efímero impulso que le comunicó el Renacimiento, per­maneció adherida tenazmente al espíritu y los métodos de la Edad Media; y la enseñanza en las colonias se hallaba mucho más atrasada que en la madre patria, porque los renovadores soplos con que los ministros de Carlos III in­tentaban por ese tiempo remover el polvo de las vetustas Alcalá y Salamanca, llegaban a nosotros muy debilitados. Desde 1770, por iniciativas del gobierno, principió en la instrucción superior de la península la reacción contra el escolasticismo; y en 1780 aún estaba la Universidad de Lima atada a Santo Tomás y a Escoto, a la física de Aris­tóteles y a la argumentación silogística; y, por un fenó­meno de lastimosa supervivencia, los estudiantes america­nos en pleno siglo XVIII consumían los años y el ingenio

12 Don Manuel de Guirior.

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en las mismas vanas sutilezas y estériles dísquisiciones que en el siglo XIII ocupaban a los de París y Bolonia.

Cierto que Amat, a raíz de la expulsión de los Je­suitas y después de refundidos en el Convictorio de San Carlos los colegios mayores de San Felipe y San Martín, formó un nuevo plan de estudios, tanto para la Univer­sidad como para el Convictorio, arreglado en conformi­dad con las innovaciones hechas en España; pero el plan no se llevó a cumplida ejecución, y las mejoras en la Uni­versidad se redujeron a enseñar en la cátedra de Víspe­ras de Leyes el derecho patrio, como ya se ha visto. No adelantó mucho tampoco el colegio de San Carlos bajo la dirección de sus dos primeros rectores, los canónigos Laso y Arquellada. El efecto inmediato de la expatriación de los Jesuitas, fue un notable descenso en la enseñanza, porque aun cuando se atenían en todo a las doctrinas es­colásticas, eran los únicos preparados para el magisterio, y, como tenían a su cargo el colegio de San Martín, su­plían la deficiencia de los catedráticos. Privada la colo­nia con su destierro de un valioso contingente de ilustra­ción, las laudables tentativas de reforma que los consejeros del virrey Amat emprendieron, no sirvieron sino para au­mentar la confusión, porque ya no se estudió ni lo antiguo ni lo moderno.

Mientras subsistió el colegio de San Martín, conta­ban los catedráticos de la Universidad con oyentes segu­ros: dos veces al día, por la mañana y por la tarde, ve­nían los colegios con sus maestros a asistir a las leccio­nes. Pero situado el nuevo Colegio de San Carlos en el an­tiguo noviciado de los Jesuitas, distante más de diez cua­dras de la Universidad, fue menester dispensar a los ca­rolinos de la asistencia diaria, por la gran fatiga y pérdida de tiempo que hubiera exigido el atravesar todos los días cuatro veces la ciudad. Recibían, pues, las lecciones de sus maestros particulares o domésticos, y no acudían a San

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Marcos sino para la colación de grados y los exámenes y réplicas. En los patios, antes animados por el bullicio de los escolares, y en las aulas que en los siglos anteriores se ilenaban con los estudiantes de toda la América Meridio­nal, apenas se veía de vez en cuando a los seminaristas de Santo Toribio, a los colegiales agustinos de San Ilde­defonso, a los novicios de algunas órdenes religiosas y a uno que otro pobre manteísta. Con esto acabaron de desa­nimarse los catedráticos, y alegando que casi nunca tenían discípulos a quienes dictar, cerraron poco a poco los cur­sos, y redujeron sus tareas a los grados, a las exámenes y a las oposiciones.

Continuaban siendo deseadas las cátedras, porque da­ban renta sin imponer trabajo i y la elección de rector, que se verificaba cada año el 30 de junio, era muy reñida, no sólo por lo honroso del cargo, sino porque la administra­ción económica de la Universidad dejaba con frecuencia algún provecho. Las entradas, que nunca fueron cuantio­sas, se gastaban en propinas anuales a los doctores y en recibimientos de virreyes y arzobispos. El doctor don Joa­quín Bouso Varela, que fue rector en la época de Guirior no rindió durante mucho tiempo cuenta de lo gastado en el recibimiento de éste y en la obra del General Mayor que construyó. En el año de 1779 le sucedió en el rec­torado el chantre don José Ignacio Alvarado y Perales, conforme al principio de alternativa establecido en las cons­tituciones de la escuela, según el cual habían de turnarse en el puesto de rector los clérigos y los seglares. En el pe­ríodo de Alvarado se efectuó el recibimiento de Jáuregui, y decidió también la Universidad hacer un solemne reci­bimiento al nuevo arzobispo, don Juan Domingo Gonzá­lez de la Reguera i pero éste no llegó a realizarse, porque el arzobispo, que entró en Lima el 15 de febrero de 1782, rehusó los honores de entrada pública y demás fiestas que se le habían preparado. Para el frustrado recibimiento había

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recibido don José Ignacio Alvarado la suma de mil seis­cientos pesos, y se negaba a devolverla, dando por razón que la había gastado en los preparativos. Pero muchas personas habían visto en casa del rector las especies com­pradas para la suspendida función, y era rumor público en Lima que el buen chantre había consumido unas y guar­dado para sí las otras. Dio esto bastante que murmurar, y algunos doctores propusieron destituir al inescrupuloso canónigo. Como según las constituciones universitarias, el claustro no tenía facultad para reelegir por segunda vez al rector, sino sólo para pedir al virrey que, si creía conve­niente, lo prorrogara en el ejercicio de su cargo, la Univer­sidad a favor de Alvarado había solicitado en 1781 dicha prórroga por tres años; y Jáuregui había accedido a la solicitud. El virrey podía hacer fenecer la merced que ha­bía otorgado, y, fundados en esto, cuarenta y cinco doc­tores, encabezados por don José Baquíjano, firmaron un memorial en el que pedían a Jáuregui que no corriera la merced el último año y que mandara proceder a nueva elección. El virrey remitió el memorial a la Universidad, para que le diera su parecer sobre si debía o no admitirlo. Citó el rector a claustro pleno el día 11 de julio de 1783. Fue'la más ruidosa sesión de que hay memoria en los ana­les de la Academia 13.

Después de leídos el oficio del virrey y el memorial que acompañaba, se levantó Baquíjano y dijo que, puesto que se trataba de un asunto en que el rector era parte y que en tal caso ordenaban las constituciones que no asis­tiera a la deliberación ni a la votación, para que éstas fue­ran libres y desembarazadas, saliese fuera de la sala el señor don José Ignacio Alvarado, en obediencia a lo pres­crito. Resistió el rector, porque conocía que si se retiraba, se desalentarían sus partidarios y su derrota sería segura;

13 Véase para todo esto el Libro XIV de Claustros.

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e interrumpió a Baquíjano, advrtiéndole a que esperara para hablar que le llegara su vez por orden de antigüedad. Co­menzaron entonces a disputar los de uno y otro bando, y se formó un tumulto, y como medio de sosegarlo, pidió Alvarado opinión al procurador general de la Universidad, el doctor don Francisco Ruiz Cano y Saenz Galiano, mar­qués de Sotoflorido, una de las lumbreras de la Colonia. Se excusó de opinar el marqués de Sotoflorido, diciendo que en su calidad de vice-rector, si salía el señor Alvara­do le correspondía la presidencia, y que no debía decidir en negocio que le interesaba. Entonces nombró Alvarado por procurador interino al catedrático de prima de leyes, Don José Alvarez de Ron, quien declaró que las constitu­ciones eran terminantes y que el rector tenía que salir de la sala. Viendo el asunto perdido, dijo Alvarado que se conformaba con retirarse, y que, en cuanto al rectorado, peleO deploraría dejarlo, porque a sus años y con sus acha­ques era carga muy pesada. Una vez fuera el rector, ocupó la presidencia el marqués de Sotoflorido y confirmó el nom­bramiento de Alvarez de Ron como procurador interino, el cual pedía que también se retiraran los cuarenta y cin­co firmantes del memorial, como que eran igualmente parte interesada en el debate. Hablaron en su defensa Baquíjano, don Gaspar Ramírez de Laredo y otros, y apoyándose en el tenor de las constituciones, declararon que, no sólo que­darían en la sala y asistirían a la deliberación, sino que se reservaban el derecho de votar, si no en público, en secreto. Convino el claustro con ellos, a pesar de las pro­testas de Ron; y procediendo a la votación, fue aprobado el memorial por noventa y dos votos contra sesenta.

Pocos días después, ordenó el virrey que, en conse­cuencia de 10 dispuesto por la Universidad, se procediera a elegir rector; y así 10 confirmó la Audiencia.

Vehementemente se interesó Lima en la elección; y hubo afanes, disgustos, empeños e intrigas sin número.

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Los fáciles y fugaces entusiasmos de los criollos, que des­pués han producido tantas revoluciones, se satisfacían y desahogaban en la calma colonial con las agitaciones de los capítulos conventuales y universitarios. Pero esta vez había en verdad motivo para que se conmovieran los áni­mas: la elección de rector iba a decidir de la suerte de los estudios en el Perú. Los jóvenes y los amigos de noveda­des nevaban como candidato a Baquíjano, que desde su vuelta de España no había cesado de clamar contra el er­gotismo y de probar la urgencia de una reforma. No se contentaba don José Baquíjano con que a la vez que el derecho romano se enseñara el español, sino que quería reemplazar la filosofía escolástica con la de Descartes y la de Gassendi, introducir en matemáticas y física las teo­rías de Descartes y Newton, señalar para el derecho civil los textos de Heinecio y para teología los de los autores galicanos. Asustados los sostenedores del sistema antiguo con la amenaza de tan atrevidas y radicales reformas, le oponían como contendor a don José Miguel Villalta, acé­rrimo escolástico, hermano del general don Manuel Villal­ta, a quien hemos de encontrar más tarde, nieto del pri­mer marqués de Casa Concha y sobrino del oidor don Antonio Hermenegildo de Querejazu que era el hombre más poderoso de todo el virreinato. El ex-rector Alvara­do, que culpaba a Baquíjano de su deposición, protegía a Villalta, quien contaba también con el apoyo de su rica y numerosa parentela. En el claustro del día 5 de agosto de 1783, que fue el de la elección, hubo tantas suplanta­ciones de votos como las que son de uso en nuestros días, y gracias a ellas venció don José Miguel Villalta. Baquí­jano y sus partidarios protestaron, se retiraron de la Uni­versidad e interpusieron recurso de nulidad ante el virrey.

Ya en posesión del rectorado Villalta, y estimulado en su celo por Jáuregui, que creó la nueva cátedra de Fi­losofía Moral, procuró reanimar la moribunda escuela, aun-

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que sin cambiar de métodos, disponiendo que se abrieran los cursos, se celebraran conferencias públicas y los co­legiales concurrieran con sus maestros a las lecciones, y señalando las materias que en el año de 1784 habían de explicarse; pero poco o ningún cumplimiento tuvieron es­tas disposiciones. Los carolinos, que componían el mayor número de estudiantes, no querían ni podían venir diaria­mente; y la desidia y la rutina se habían apoderado de casi todos los catedráticos: sólo se ocupaban en sus lu­chas y disensiones. Parece que celebraron un claustro se­creto, en el cual acordaron elevar al rey un memorial acu­sando a Baquíjano de perturbador y díscolo. Este entre­tanto logró que el nuevo virrey, don Teodoro de Croix, ordenara en Junio de 1784 inmediata elección de rector, y nombrara para presidirla y vigilarla al oidor don Ma­nuel de Arredondo. Expresaba el virrey en su decreto que ello no iba contra el honor de VilIalta, y que imponía per­petuo silencio y prohibía todo recurso de nulidad sobre la elección que mandaba realizar. Para evitar un desagra­dable encuentro, decidió que Villalta y Baquíjano no con­currieran, sino que votaran desde sus respectivas casas, y declaró su deseo de que se reconciliaran los dos émulos. En esta elección no podía Baquíjano presentarse como can­didato, porque correspondía el tumo a los eclesiásticos. Villalta venció otra vez, puesto que salió electo el arce­diano don Francisco de Tagle y Bracho, que era de su par­cialidad. Continuaba la Universidad en decaimiento, y pa­ra remediarlo nombró el virrey como director de estudios a don José de Rezabal y Ugarte, no sin resistencia del rec­tor, que creyó ver en este nombramiento un ataque a sus facultades y atribuciones. Consiguió Rezabal con gran tra­bajo que por un tiempo se dictaran con regularidad las cátedras y acudieran todos los colegiales, y aun Jos cate­dráticos de Artes de San Carlos. En estas alternativas de actividad y de inacción vivió la Universidad 10 restante

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del siglo XVIII. En los primeros años del XIX se cerró definitivamente, y no sirvió ya sino para oposiciones y grados, exámenes y fiestas.

Baquíjano llevó el pleito del rectorado hasta España y pareció en 1785, que lo tenía ganado, porque, en virtud de sus informes, mandó el rey que no se pudiera ser rector más de tres años, y que se diera cuenta al Consejo de Indias del estado y rentas de la Universidad. Puso esto último en grave aprieto a Bouso Varela y a Alvarado; pero el claustro, considerando el desdoro que a la misma ins­titución resultaría si se condenaba a los que habían sido sus cabezas por las cortas cantidades que le adeudaban, se dio por satisfecho para con ellos. VilIalta, poniendo en juego las influencias que en Madrid tenía y renovando el recuerdo del famoso Elog'io de Jáuregui, hizo que el pro­ceso cambiara de faz y que el rey en 1787 declarara le­gítimas tanto su elección como la de Tagle, y condena­ra a Baquíjano a multa y costas.

En 1788, cuando ya era rector el conde de Portillo, pronunció Baquíjano, para la oposición a la cátedra de Prima de Leyes, una lección sobre la ley de Pánfilo de los legados y fideicomisos, que fue sobremanera celebrada 14.

14 :Re/eclio extemporanea ad explanationem legis Pampbilo XXXJX de le­gatis et fideicommissis, quam in publico certamine, pro primaria legum catbedra pronuntiavit Josepbus de Baquíjano et Carrillo, J:.imr:e, in :Regia D. Ylfarci Aca­demia. - Se pronnnció el 29 de Abril de 1788, Y se imprimió el mismo año en la imprenta de los Hnérfanos. - A continuación, en castellano, se halla el alegato o exposición de méritos que se acostumbraba presentar en las opo­siciones. El alegato, como trabajado con gran prisa (porque para componer éste y la lección, .las constituciones nO concedían sino el término de veinticuatro horas), es muy inferior en estilo a las otras producciones que de Baquíjano conocemos. Rebosa vanidad, y tan ingenua que admira que entonces lo calificaran en general de moderado y modesto. i Cuál no sería la fatuidad de los antiguos criollos, cuando de esta presuntuosísima relación de méritos decía el censor don José de Irigoyen: "Concilia COn admirable destreza la moderación y el interés de la gloria. Todo lo alega, sin hacer los contrastes odiosos que con­dena la modestia". Y aun es más extraño que nuestro contemporáneo René Mo­reno la llame "autobiografía muy elegante y discreta". (Biblioteca Peruan&;, lomo n, pág. 17). No tenía Baquíjano fama de jactancioso, de modo que la

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Pero con todo perdió la cátedra, que se adjudicó al conó­nico Larrión; y en la demanda que sobre ella entabló y que elevó hasta el Consejo de Indias, recayó sentencia desfavorable. Según lo que hemos leído en las cartas de familia, también esta vez intervino para el fallo la consi­deración del Elogio de 1áuregui. Sólo en 1792 vino a con­seguir la cátedra de Prima de Cánones.

Fracasaron, pues, las proyectadas reformas universi­tarias; pero los partidarios de la ideas modernas, derrota­dos en San Marcos, obtuvieron completo triunfo en el colegio de San Carlos, donde Rodríguez de Mendoza, nom­brado rector por el virrey Croix en 1787 introdujo todas las deseadas innovaciones y además la enseñanza del de­recho natural y de gentes. San Carlos, cada día más prós­pero, hizo olvidar a la caduca Universidad, que apenas

hinchazón del alegato quizá deba atribuirse a la influencia de las costumbres de la época, y sobre todo al afectadísimo, crespo y enmarañado estilo que era todavía el de nuestros escritores y que alteraba y viciaba la expresión de su sentimIentos, y los hacía parecer vanidosísimos y pedantes, tal vez sin serlo.

En este alegato nos da Baquíjano muchas y curiosas noticias acerca de sus estudios y su juventud. Hemos utilizado la mayor parte de ellas en el texto; pero involuntariamente hemos omitido una, y aquí vamos a salvar la omisión, que es en verdad imperdonable, porque se refiere a uno- de los tim­bres de honor más ",ltos y precIaros de la vida de Baquíjano. De lo que ex­pone en dicho alegato resulta que, en calidad de protector de indios, contri­buyó a la abolición de los repartimientos en el Perú: "'1nsto, clamo, y consigo se extinga ese detestable trato que, con el especioso nombre de repartimiento, fue el oprobio de la razón, el obstáculo de la justicia y la infeliz causa de la opresión, la ruina y el despecbo·. Asegura que también cuidó de esta­blecer escuelas y misiones, y de vigilar las cajas de depósitos de las comuni­dades indígenas.

En la oposición a la cátedra de Prima de Leyes, sostenía Baquíjano, con gran acopio de textos y autoridades, que no podía obtener aquella cátedra el canónigo Larrión, porque la Iglesia prohibía a los presbíteros la enseñanza pública de las leyes civiles. Contra este aserto, corrió por Lima un manUs­crito anónimo, en contestación del cual salió, pocos días después, un cuaderno impreso, titulado Juicio imparcial sobre Ult maltuscrito elt que se pretende im­pugnar la desertación publicada por el Dr. José Baquíjalto y Carrillo, en que se prueba ser probibida por los cánones de la 19lesia a ult presbitero caltónigo la enseñanza pública del derecbo civil. Este folleto defiende muy calurosamente y con mucha erudición las opiniones d Baquíjano. En la portada aparee corno su autor don Francisco Blasco Caro.

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daba intermitentes señales de vida. Y en la propia Univer­sidad no fueron inútiles los esfuerzos de Baquíjano y sus compañeros, porque si bien no se logró levantarla de la postración en que yacía, lentamente fue deponiendo la an­tigua intolerancia. La resistencia de los escolásticos siguió la común suerte de las resistencias en el Perú: se deshizo por sí sola; y por fin consintieron los catedráticos en exa­minar a los carolinos conforme a la filosofía sensualista que enseñeban Rodríguez de Mendoza y Rivero.

Compartidos entre estos asuntos universitarios y el desempeño de sus tareas judiciales, transcurrieron para Ba­quíjano los años de 1780 a 1790. Había traído de España una magnifica biblioteca, que sin cesar enriquecía con las últimas publicaciones europeas. Abundaban en ella los li­bros prohibidos, y Baquíjano los prestaba a cuantos que­rían leerlos. Pudo salvarlos de la general pesquisa que en el virreinato ordenó el caballero de Croix en 1785. "Fray Francisco Sánchez, lector de artes en el convento de San Francisco, fue denunciado a la Inquisición en 1789 por leer el Diccionario de Pedro Bayle, perteneciente a don José Baquíjano, también denunciado" 15. Pero la Inquisición no amendren~aba ya a nadie, y Baquíjano continuó difun­diendo las obras de los enciclopedistas. Cooperaba con él, en esta propaganda de la cultura, su amigo el padre jeró­nimo fray Diego Cisneros. Gracias a Cisneros y a Baquí­jano, las eruditas disertaciones del escépticos Bayle, los ingeniosos tratados de Fontenelle, los alados folletos de Voltaire, las elocuentes declamaciones de Rousseau y los tomos de la Enciclopedia corrían de mano en mano; y do­blemente incitantes por la novedad y la prohibición que vedaba su lectura, eran devorados en los estudios de los doctores criollos y hasta en las tranquilas celdas de los

15 Ricardo Palma, Anales de la 1nquisición de Dma, tercera edición, Ma­drid, 1897, pág. 221.

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graves religiosos. Calladamente, se esparcían en la Colonia los gérmenes de la libertad 16.

v En los primeros meses de 1790 sucedió en el virrei­

nato al caballero de Croix el teniente general bailío frey don Francisco Gil de Taboada y Lemus. Era el nuevo vi­rrey muy progresista y avanzado, y favorecedor decidido de las letras. Bajo su gobierno, el canónigo don Toribio Rodríguez de Mendoza consiguió que se aprobaran todas las reformas que habia introducido en los estudios de San Carlos.

Desde 1787 don José Rossi y Rubí, recién venido de España, había formado con el doctor don Juan Egaña, don Demetrio Guasque y el ilustre médico don Hipólito Una­nue, una tertulia literaria que se llamó Academia :Filarmó­nica 17. Poco después asociáronseles el doctor don Jacinto Calero y tres sacerdotes, los padres Tomás Méndez La­chica, Francisco González Laguna y Francisco Romero. Alentados con la protección de Baquíjano y con la de fray Diego Cisneros, a quien ya hemos tenido ocasión de citar (antiguo confesor de la reina María Luisa, que por su sa­ber y por su influencia en la corte gozaba de gran pres­tigio en Lima), decidieron constituir una sociedad econó-

16 En los preliminares de la Oración fúnebre de la reverenda madre María A~tonia L.arrea y Arispe por fr~y Cipriano Jerónimo Calatayud, publicada ~n 1783, se encuentra una censura o parecer de Baquíjano, en que hay algunas frases dignas de recuerdo, como la siguiente: "Las envejecidas quejas de l¡¡s fogosas imaginaciones que neciamente alabau lo pasado por teuer derecho de insultar lo presente", notable para dicha entonces. Habla de los supnestos mi­lagros y de las falsas y extravagantes vidas de santos, y cita el chistoso caso de una de San Macarío el joven, en la cual se refería que el bienaventurado hizo penitencia seis meses por haber muerto una pulga. Para el rezago con que andábamos, era novedad divulgar en el Perú por aquellos años lo que tanto tiempo hacía que había escrito el benedictino Feijóo en su :Teatro Crítico y sus Cart" Eruditas.

17 Véase el Mercurio Peruano, número 7.

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mica llamada Amantes del pais, a imitación de la 'Vascon­gada del conde de Peñaflorida y de las demás que se ha­bían fundado en toda España en la época de Carlos 111. Prometió el virrey prestar facilidades; y a los primitivos socios se agregaron el padre Calatayud, el oidor Cerdán, el médico Moreno, don Toribio Rodríguez de Mendoza, los abogados Morales Duárez, Arris, Arrese y Belón, y otros menos notables. El principal objeto de la sociedad fue la publicación del periódico :iWercurio Peruano, cuyo prospecto apareció en los últimos días de 1790 y cuyo pri· mer número se publicó el 2 de Enero de 1791. Se repartía dos veces por semana. Era su editor don Jacinto Calero. El virrey nombró como viceprotector y juez para que exa­minara las materias que en él habían de tratarse, a don Juan del Pino Manrique, alcalde de corte de la Audien­cia. En 1792 se organizó oficialmente la sociedad; y el virrey y la Universidad aprobaron sus constituciones, re­dactadas por Baquíjano, Unanue, Egaña y Calero. Hasta 1793 fue presidente de ella Baquíjano, y vicepresidente Rossi y Rubí. Unanue desempeñó la secretaría. Hubo tam­bién socios consultores, foráneos y honorarios. De la pri­mera clase 10 fueron, entre otros, el marqués de Monte­mira, don José Salazar y Breña, el coronel Pedro Carrillo de Albornoz y el general Villalta; de la segunda, el obis­po de Quito don José Pérez Calama y el cura de Huánuco don José Manuel Bermúdez; y de los terceros, fray Diego Cisneros y don Bernardino Ruiz. Algunos eran correspon­dientes de la Vascongada, como Baquíjano y Laguna. Pa" ra la redacción del :iWercurio usaron pseudónimos griegos, que declararon más tarde, en 1793. Baquíjano se firmó Cefalio, Rossi J-lesperiófilo, Unanue Aristio, Cisneros Ar­quidano, Calatayud :iWeligario, Cerdán 'Nerdacio y Ruiz Anticiro.

Indudablemente, los artíCulos más importantes del )Wercurio son los de Baquíjano y los de Unanue; después,

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los del fundador Rossi y Rubí, a veces superficiales, pero fáciles y graciosos.

Baquíjano escribió para el :iWercurio algunos opúscu­los históricos, como una breve J-Cistoria de la Real Au­dieneta de Lima y otra J-Cistoria de la 'Universidad de San :iWarcos18

. Pero el trabajo de más aliento con que Baquíjano colaboró en el :iWercurio, fue la Disertación bistórica y política sobre el comercio del Perú, en que, mezclados con errores propios del tiempo, se encuentran preciosos datos y observaciones sagaces. Predomina en ella un generoso espíritu liberal, que ahora llamaríamos de libre cambio, y que hacía ahogar al autor ferviente­mente por el reglamento de comercio de 1778. Conde­na la emisión de billetes y la de moneda de cobre, con razones muy atendibles, a 10 menos entonces. Compren­de que no es tan rico el Perú como el vulgo cree, por­que la extraordinaria abundancia de metales está compen­sada con las dificultades que a la agricultura oponen la falta de agua en la costa, y lo quebrado y peñascoso del terreno en la sierra. "Las más de las tierras del Virreinato, o son inmensos despoblados, áridos y secos, sin más rie­go ni refrigerio que la escasa humedad que reciben del cielo, o helados peñascos que, condenados a perpetua ri­gidez, se niegan al cultivo". Hay contra esto una fuerte objeción histórica: el maravilloso desarrollo que alcanzó la agricultura incásica i pero es preciso reconocer que, co­mo los indios no buscaban la utilidad económica y como el trabajo en su organización social no era un medio de

18 En esta lIistoria de la 'Universidad, Baquíjano, ya reconciliado con el claustro, cita el plan del virrey Amat, quiere ocultar la decadencia de los estudios y hacer creer que en las reformas se adelantó San Marcos a las Uni­versidades de España. Harto sabía Baquíjano que no era esto verdad y que aquel plan de 1771 fue meramente nominal.

Sobre nuestra vieja Universidad no tenemos hasta el día cosa mejor que los ligeros apuntamientos de Baquíjano y los de Dávila Condemarín. Ambos se reprodujeron en el primer tomo de los Anales 'Universitarios.

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lucrar, sino un fin moral que a sí propio se bastaba, po­dían, dentro de aquel régimen comunista y despótico, em­prender obras que en las actuales condiciones, a pesar de todos los recursos de la moderna industria, resultarían con­traproducentes y ruinosas. Por huir de las exageraciones de cronistas entusiastas y crédulos, como Garcilaso, Ba­quíjano rebaja mucho los adelantos y la cultura de los In­cas, y reduce demasiado la población indígena anteriot a la conquista. En su deseo de disculpar a los españoles por la disminución de los indios, aunque reconoce los estragos de la mita, el alcohol y la viruela, va en busca de un prin­cipio más alto y adivina una ley que hoy ha recibido ple­na confirmación científica: "Parece ser, dice, el destino de todos los pueblos salvajes y bárbaros extinguirse por la comunicación de los civilizados". Todos los obstáculos que hay en nuestro país para el progreso de la agricultura y la industria, están indicados en el estudio que analizamos: esterilidad de la costa, escabrosidad de la sierra, carencia de capitales y de brazos, falta de caminos, desastrosos efec­tos de la mezcla de razas. "No se duda poder aumentarse las cosechas dirigiendo las aguas llovedizas, extendiendo las corrientes de los ríos y corrigiendo con artificiales abo­nos los defectos y vicios de terreno. Pero estas obras de inmenso costo no es posible emprenderlas en el Perú, pues no resarcirían los gastos. Un estado despoblado no hace progresos ventajosos en esos ramos. Si todo reino necesita para subsistir de agricultura, toda cosecha ha menester pa­ra sostenerse de población propia o extraña; esto es, de compradores que aseguren al cultivador los provechos y ventajas de sus fatigas. Faltando brazos para el trabajo y hombres que consuman, no hay fomento. La misma abun­dancia sería una real y verdadera miseria". Apoyándose en tan desalentadoras conclusiones, declara Baquíjano que el porvenir del Perú está casi exclusivamente en la mi­nería, y que, sin descuidar por completo la agricultura,

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debemos conceder a ésta muy secundaria importancia y reservar para aquella nuestra mayor diligencia.

Impertinente sería que entremos aquí en una detenida refutación de las ideas de un economista del antepasado siglo. Los problemas que planteó, los consideramos, al cabo ele ciento quince años, de muy distinta manera; y es en él bastante mérito haberlos expuesto con tanta claridad y franqueza. Reduzcámonosa advertir que la extrema pre­ferencia concedida a la minería era el viejo y funesto error español, que arruinó a la larga tanto al Perú como a Es­paña; que las dificultades para la extensión de la indus­tria agrícola serian insolubles en la Colonia, cuando no se conocía el gran factor de la inmigración europea, tal como lo emplean Brasil y la Argentina, pero que hoy no sucede lo mismo; que la irrigación de considerable porción del territorio, sobre todo la del litoral, no es tan costosa como Baquíjano creía; que, puesto que el laboreo de las minas tiene que hacerse en el Perú casi por completo con capi­tales extranjeros, si a la minería principalmente nos ate­nemos, los tesoros del suelo peruano irán a aprovechar a otros países, y apenas en mínima parte enriquecerán a nuestros compatriotas; y que, por fin, una nación no pue­de desdeñar el fomento de la agricultura y de la indus­tria fabril, y convertirse en mero campo de extracción, sin gravísimo peligro para su libertad e independencia. Verdad que ninguna de estas consideraciones era entonces apli­cable.

La última parte de la Disertación contenía un pro­yecto de reforma de las aduanas y otro de libre comer­cio de azogue; pero no se publicó, o bien porque el juez Pino Manrique le negó el pase, o bien porque los mismos redactores del periódico no se atrevieron a hacerla impri­mir, temerosos de desagradar al gobierno. En la nota en que se anunciaba que no la insertarían, se leen estas signi­ficativas palabras: "Tal vez no se agradecería al :Mercurio

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haber sido el instrumento por el cual (estos proyectos) se divulgasen" .

Son igualmente de Baquíjano las introducciones de los tomos 11, III y IV del :Mercurio, y alguna historieta jocosa, como la de Floro que figura en el tomo n. En el VII, correspondiente al primer cuatrimestre de 1793, se halla su bien documentada rcistoria del :Mineral de Po­tosí19

•• Fue éste su último artículo para el :Mercurio, por­que en 1793 partió para España. Ya por este tiempo se había disipado la desconfianza que contra él abrigaba el gobierno español: los años hicieron olvidar el Elogio de Jáuregui. En la Universidad se había reconciliado con sus antiguos enemigos, que se mostraban ahora muy pa­cíficos y tolerantes, y obtuvo la cátedra de Prima de Cá­nones sin que se le presentaran en el concurso oposito­res. Muerto don José Gálvez, que por tan peligroso lo te­nía, esperaba fundadamente Baquíjano que se le conce­derían en la magistratura por los nuevos ministros de In­dias aquellos puestos que España permitía alcanzar a los criollos. El hecho de que una sociedad tan dependiente del virrey como la de Amantes del país 10 hubiera nom­brado presidente, manifestaba que no 10 veían mal las au­toridades de la colonia. En 1792 se le concedió la cruz de Carlos 111, honor no muy prodigado en América. Alen­tado con estas señales de favor oficial e instado por su hermano don Juan Agustín para que pasara a España y procurara personalmente obtener colocación, se decidió a partir. Demoró el viaje la muerte de su madre, la con­desa viuda de Vistaflorida, ocurrida ellO de Febrero de 1791. Después del año de luto y de haber arreglado en

19 En la introducción a la llistoria del :Mineral de Potosí, cita Baquíjano el discurso de Rousseau Sobre el influjo de las ciencias y I~s letras, y 10 juzga del mismo modo que el padre Feijóo en las Cartas Eruditas y nuestro paisano el doctor don Francisco Arrese en el Elogio del arzobispo don 'Barto· lomé de las lleras (pronunciado en la Universidad el año de 1815).

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calidad de albacea los asuntos de la testamentaria, em­bracóse en el Callao en Enero de 1793. Se detuvo algunos meses en la Habana, donde contrajo amistad con el bene­mérito gobernador don Luis de las Casas. Protector de los literatos, representaba éste en Cuba el mismo papel que Gil de Taboada en el Perú. Había fundado Casas la Sociedad patriótica de amigos del país. Baquíjano fue incorporado a ella como socio honorario, y escribió para el periódico de dicha sociedad varios artículos, que se recibieron con general aplauso 20. Poco tiempo después, continuó su viaje a España.

El mismo año de 1793, don José Rossi y Rubí se diri­gió también a España. Om la ausencia de su presidente y de su vicepresidente y fundador, sufrió la Sociedad de amantes del país un notable quebranto. Los redactores habían luchado desde los primeros números con obstácu­los provenientes de la falta de pago de las suscripciones y de la escasez de colaboradores, porque lo cierto es que Lima no estaba a la altura de poseer una revista como el 7rtercurio I y los esfuerzos de los Amantes del país choca­ban contra la insuficiencia del medio. Aumentaron con el tiempo los obstáculos, y desde el tomo IX fue visible la decadencia. El virrey Gil, que tan favorable se había mos­trado al principio, acabó por rehusar la subvención que para evitar la ruina del periódico se solicitaba. Entonces, para salvarlo, fray Diego Cisneros lo tomó enteramente a su cargo, e hizo imprimir por su cuenta el tomo XII, que fue el último. Cisneros tuvo que desistir de la empresa; y así, por la indiferencia del público y del gobierno, conclu­yó la primera revista del Perú.

Creemos que el mérito del 7rtercurio Peruano', aun­que grande, ha sido un tanto exagerado. Si se atiende a la época y las circunstancias en que se escribió, repeti-

20 Véase el ?lfercurio Peruano, tomo IX.

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mos que es un brillante y admirable esfuerzo, casi mara­villoso e increíble en el Perú del siglo XVIII; pero intrín­secamente, si nos es lícito manifestar una impresión per­sonal y si exceptuamos la notabilísima Disertación eco­nómica de Baquíjano y una que otra pieza de Unánue, confesaremos que leído con imparcialidad el 5l1ercurio, después de conocer las tradiciones y extraordinarias ala­banzas que se le han tributado, se siente algo muy seme­jante a la desilusión. No obstante, como mucha parte de lo publicado en el 5l1ercurío es del dominio de las cien­cias naturales, que nosotros ignoramos, y como en general somos por carácter poco propensos a la admiración, reco­nocemos que nuestro juicio es muy incompetente. La parte literaria y poética nos parece pobrísima. Otra cosa que disgusta en los del Mercurio, es su vanidad: estaban per­suadidos de que la historia les consagraría un agradecido y glorioso recuerdo. Efectivamente, así ha sucedido, y con justicia por cierto; pero siempre resulta desagradable este convencimiento íntimo de los propios merecimientos.

En cuanto a la influencia que pudo ejercer en la eman­cipación del Perú, no están acordes las opiniones de los hstoriadores. El chileno don Benjamín Vicuña Mackenna en su farragosa y atropellada cuanto utilísima obra Revo­lución de la 1ndependencía del Perú desde 1809 a 1819 (Lima, 1860) dice: "En vano se exhumarían las páginas del Mercurio para sorprender los secretos amagos del tras­torno innovador. Organo de una sociedad de literatos y sabios, no pasaba más allá del rol de un boletín científico y de una revista literaria, de mérito sobresaliente, es ver­dad, pero sin vuelos atrevidos, sin acción en lo futuro, sin programa social ni político". Otros, con mejor acuerdo a nuestro parecer, como el ilustre Mitre en su 'Ristoría de San 5l1artín, ven en el 5l1ercurío "la revelación de una con­ciencia autonómica que despertaba". Ahondando el asun­to, tienen a la vez razón Vicuña y Mitre. El 5l1ercurio no

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fue ni quiso ser un periódico político i y aunque hubiera pretendido serlo, el gobierno español no habría permiti­do que lo fuese. Sus redactores ocultaron muy prudente y cuidadosamente los ideales de renovación social que aca­riciaban i y no se puede conocer cuáles eran éstos, si sólo se atiende a los artículos del :iWercurío. El Apólogo sobre la corrupción de las colonias de Rossi y Rubi, y la misma Oración de Unanue, citados por Mitre, nada prueban: no son sino vaguedades literarias, desprovistas de importan­cia y significación. Hasta aquí convenimos con Vicuña Mackenna. Pero negar al :iWercu60 acción en lo futuro, sostener que en él no se encuentran los secretos amagos del trastorno, es desconocer una evidente verdad. Ante todo, era un foco de ciencia; y con la ilustración suele venir el deseo de la libertad. Además, en aquel ardiente amor al Perú, que inspira todos sus estudios i en aquel afán de escudriñar el territorio, de dar a conocer sus riquezas y antigüedades, de mejorarlo i en aquel celo por el bien público, estaba potencialmente contenida la idea de patria. Por el atento examen de nuestras costumbres y de nues­tros elementos de vida, principiábamos a sentirnos distin­tos de España y de las otras secciones de la América Es­pañola: adquiríamos personalidad. Esa continua y absor­vente preocupación de los intereses locales, tenía que pro­ducir en último término, tarde o temprano, si no la inde­pendencia, por 10 menos la autonomía. Un hecho acre­dita que los gobernadores españoles, a pesar de la pruden­cia y mesura del :iWercurio, previeron el alcance de su obra: según tradición, no apoyada en documentos, pero muy verosímil, el rey, que en los comienzos habían parecido tan propicio, que había pedido ejemplares del periódico y encargado que para la provisión de empleos se prefiriera a los socios de la Económica de Amantes del país, des­pués, en vista del tinte americano y local que tomaba, or­denó al virrey que la vigilara de cerca y que no la fomen-

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tara. Sea de ello le que quiera, y concédasele o no crédito a este rumor, la verdad es que explica el raro caso de que Gil de Taboada, tan amigo de las letras, contribuyera a la extinción del :Mercurio, negándole el socorro que nece­sitaba para subsistir. Por fin, es sabido que casi todas las sociedades económicas de España fueron subterráneos y sordos conductos del espíritu enciclopedista: no fue la nues­tra excepción de esta regla; y el enciclopedismo, de que estaban empapados sus miembros, produjo a la postre la revolución.

VI

Habían designado a Baquíjano como su personero ex­traordinario en la Corte, las dos corporaciones más prin­cipales de Lima: la Universidad de San Marcos, cuyo Vi­ce-rector y Conciliario Mayor era21, y el Ayuntamiento o Cabildo de la ciudad. Aunque ya vimos cuanto 10 apa­sionaron los asuntos universitarios y cuanto quedaba por hacer en la reforma de los estudios, sin duda la más im­portante comisión que traía y la que predominantemente lo ocupó, fue la personería del Ayuntamiento, celoso y ac­tivo foco de la vida criolla.

En los cabildos se engendraron y llegaron a concien­cia de sí las nacionalidades americanas. Por eso fue ingra­titud monstruosa, de las que suelen cometer las revolucio­nes, la supeditación y a menudo la supresión, en el régi­men independiente, de tan genuinos y castizos órganos. No desmereoía el de Lima de sus congéneres a fines del siglo XVIII; y dentro del espíritu aristocrático y conservador, característico del Perú y su capital, son notables el poder y las anexas instrucciones que se entregaron a Baquíjano

21 Por elección del Claustro en 2 de Julio de 1791.

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la víspera de su partida, el 17 de Enero de 1793 22. Presi­dían a la sazón nuestro Ayuntamiento, como Alcaldes Or­dinarios, D. Matías de Tagle y Bracho, de la familia de los Marqueses de Torre-Tagle y Condes de Casa-Tagle, y D. Miguel de Oyague y Sarmiento de Sotomayor, de la de los Condes del Portillo 23; Y lo integraban como Regido­res por juro de heredad el Alférez Real, D. Juan Manuel de Buendía y Santa Cruz, Marqués de Castellón; - el Alcalde de la Santa Hermandad, D. Juan José del Vallejo, de la casa de los Condes de Brihuega; - D Alonso de Huidobro y Echebarría; - D. Juan Félix de Encalada, Tello de Guzmán y Torres, Conde de la Dehesa de Ve­layos y Marqués de Santiago; - D. Fernando .Carrillo de Albornoz y Bravo de Lagunas, Conde de Montemar y de Monteblanco; - el Teniente Coronel D. José González Gutiérrez, Conde de Fuente-González; - el Brigadier D. Pedro José de Zárate, Navia y Bolaños, Marqués de Mon­temira 24, - el mayorazgo D. Felipe Sancho Dávila y Sa-

22 Pueden verse en el Libro 39 de Cabildos existentes en el Archivo de la Municipalidad de Lima. - El nombramiento de Diputado se realizó en Cabil­do Pleno del 2 de Enero de 1793.

23 D. Miguel del Carmen de Oyague y Sarmiento de Sotomayor fue el quinto hijo de D. Domingo José de Oyague, Beingolea y Zavala, Caballero de la Orden de Santiago, Coronel y Comisario General de la Caballería del Perú y Teniente General de sus milicias; y de Doña Mariana Sarmiento de Sotoma­yor y del Campo, Gutiérrez de los Ríos, Salazar y Zárate, hermana y heredera del Conde del Portillo.

Fue D. Miguel alcalde en 1793 y 94, caballero santiaguista como su padre, Coronel del Regimiento de Dragones de Carabay.!lo, Fiel de la Casa de Mo­neda y Gobernador Subdelegado del Cercado. Heredó el condado del Portillo a la muerte de su madre; casó con Doña Faustina Carrillo y Matute; y murió en Lima, el año de 1816.

24 El Marqués de Montemira fué hijo del General y mayorazgo limeño D. Lorenzo de Zárate y Agüero, Salas Valdés, Verdugo, Céspedes y Osario de Castilla; y nieto materno del Oídor Decano de Lima D. Alvaro de Navia, Bolaños y Moscoso y de su segunda mujer Doña Isabel de Spinola, Villavicencio y Pardo de Figueroa, Condes de Valle-Oselk Heredó este condado en 1812; ascendió a Mariscal de Campo español, y en la época independiente, a Teniente General y Gobernador de Lima; fué casado con Doña Carmen Manrique de Lara y Carrillo de Albornoz, hija de los Marqueses de Lara; y murió en 1822,

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lazar, futuro Marqués de Casa-Dávila y descendiente le­gítimo del célebre guerrero de Felipe 11; - D. José Félix de Mendoza y Ríos, hermano del mayorazgo peruano de Mendoza Ladrón de Guevara; - D. José Antonio de La­valle y Cortés, Bodega, Cartavio, Salazar, Medrano, León y Roldán Dávila, Conde de Premio Real; - D. Antonio de Elizalde y Arratea, que acababa de ser Prior del Con­sulado; - D. Miguel José de Ugarte; - el Teniente Co­ronel de Milicias, D. Lucas de Vergara y Pardo de Rosas, que hubiera debido ser Conde de la Granja y después fue Marqués consorte de Guisla Guiselin; - y D. Manuel Lorenzo de León y Encalada 25.

Ricos terratenientes los más de ellos, y algunos muy ligados con el alto comercio, concretaron, en sus encar­gos a Baquíjano, las genuinas aspiraciones de la sociedad limeña. Hacían particular hincapié en los honores y privi­legios que merecía el Cabildo, y cuya confirmación re­clamaban, con motivo, a no dudar, de la centralizadora Ordenanza de 1ntendentes y en la necesidad de remediar las diarias competencias a que, por su jurisdicción civil y criminal y atribuciones administrativas, se hallaba ex­puesto con el Virrey, la Audiencia y sus ministros. Pe­dían, entre otras cosas, que las autoridades virreinales tra­taran al Ayuntamiento con mayor consideración; que los letrados de Lima, para su debida importancia y lustre, for·· maran un Colegio Oficial de Abogados; que alternaran rigurosamente, en las elecciones del Tribunal del Consu­lado, los comerciantes peninsulares con los americanos, "de manera que siendo español europeo el Prior, hubie­ra de ser criollo el Cónsul, y siendo éste europeo, el Prior

dejando en el Perú numerosos descendientes legítimos, cuyas líneas perduran, aun que sus mencionados titulos se nevan hoy en España por muy diversas familias.

25 Los tres últimos regidores no asistieron al Cabildo, pero firman la cre­dencial dirigida al Rey.

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criollo"; que la tercera parte, cuando menos, de las pla­zas togados en las audiencias del Perú, se reservaran nece­sariamente a los peruanos; que se declarara de modo ex­plícito y definitivo que ningún criollo tenía impedimento ni necesitaba dispensa para servir empleos judiciales en su propia región nativa, derogando así el restricto sentido que a este respecto se atribuía a determinadas leyes de Indias26

;

y por fin, y era lo de mayor entidad, que las mercedes rea­les no se concedieran en lo sucesivo al mero arbitrio del Virrey, sino con previa consulta de la Audiencia y del Ayuntamiento. En este programa regionalista y descen­tralizador, había una nota por demás reaccionaria: la deci­dida protesta contra el Reglamento del Comercio Libre, que Baquíjano acababa de defender en el :Mercurio con gran acopio de razones y datos, pero que continuaba sien­do el blanco de las iras de los antiguos y maltrechos mono­polizadores. Ignoramos cómo se propondría el represen­tante de los intereses limeños resolver esta grave contra­dicción entre sus convicciones personales y la expresa vo­luntad de sus comitentes. Desde luego, 10 que tuvo que li­tigar, no bien llegado a la Corte, fué la validez de su perso­nería.

Por suspicaz recelo absolutista, una ley de Indias, ex­pedida en 1621 (la 511- del Título 11, Libro IV de la Recopi­lación), vedaba que las villas y corporaciones de América enviaran a España procuradores, sin previo permiso real; o a 10 menos, en casos de suma urgencia, del Virrey y la Audiencia correspondientes27

• El Ayuntamiento de Lima no había recabado esta especial licencia; aunque fácil hu­biera sido obtenerla del Virrey Gil de Taboada, quien de hecho, juntamente con la Audiencia (por decreto de 11 de

26 Véase la 34, Título II del Libro 1I de la Recopilación. 27 La prohibición se extendió a todas las ciudades y villas de la Monar­

quía, eu 1716.

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Enero de 1793) había autorizado a Baquíjano para pasar a España por dos años en el desempeño de las comisiones de la Universidad y el Cabildo. Tenía este último cuerpo, para los negocios ordinarios en Madrid, como los demás de América y España, un simple agente de número; y lo era entonces cierto D. Félix Gil, que hubo de cumplir mal, porque fué después destituído. Mas para encargos extraordinarios y de mayor trascendencia, el Ayuntamien­to de Lima, con el mimado tradicionalismo peculiar del Perú, sostenía su derecho a constituir Diputado, honorífico y gratuito como en el caso presente. Alegaba para ello una cédula de Felipe II (15 de Febrero de 1582), que pa­recía derogada por la de Felipe IV recordada arriba; y con más pertinencia, el precedente del 23 de Junio de 1692, en que Carlos II recibió con solemnidades de embajador a D. Manuel Francisco Clerque, Procurador del Cabildo de Lima.

Expuso todo esto Baquíjano recientemente llegado de Cádiz, en recurso al Rey, fechado en El Escorial, el 13 de Diciembre de 1793. El Fiscal y el Consejo de Indias de­negaron la solicitud, fundándose, entre otras, en la mo­derna Cédula sobre Agentes (15 de Julio de 1778). A fines de Abril de 1794, se creía cerrada la wa para las de­mandas de nuestro Cabildo; pero Baquíjano logró interesar a los primeros ministros, siempre menos rutinarios y des­póticos que los inferiores; pidió el Rey los autos, sin du­da por instigación de Porlier; y escribió al margen de la denegatoria de sus consejeros Antúnez, Soler y Ayala: "'No tengo reparo en que se le admita para promover los asun­tos que le baya encomendado la Ciuddd". Así, en el mes de Mayo, fué al cabo reconocida la principal diputación de nuestro biografiado; y comenzó la directa gestión de sus pretensiones.

Ni para las públicas, ni para las suyas privadas, era entonces muy propicio el ambiente. La guerra contra la

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Francia revolucionaria absorbía los ánimos. No goberna­ban ya Floridablanca ni Aranda. Caídos en desgracia y confinamiento los antiguos colaboradores de Carlos IlI, as­cendía sin rivales a la omnipotencia Godoy, Duque de Al­cudia, el joven y presumido favorito de la Reina. Con el destierro del Conde de Aranda, que tuvo siempre tan pro­fética visión de las cosas de América y que se opuso al rompimiento con Francia, sobre todo temeroso de la su­blevación de las colonias28 , se abandonaron, en una racha de frivolidad, las serias y urgentes reformas americanas. Apenas se atinó a crear, en los guardias de Corps, una com­pañía para cadetes de Ultramar. Para cosas de mayor em­peño, no hubo voluntad ni atención.

En Octubre de 1794, el Conde de Vistaflorida, D. Juan Agustín, escribía a Lima acerca de su hermano; "Pepe está sin novedad; y va palpando las demoras y desengaños de la Corte". En 1795, Y aludiendo a sus excesivos gas­tos de juego y de lucimiento en los Reales Sitios, decía: "Me temo que se vaya pobre, y con las manos en la cabe­za; y le conviene mucho el irse cuanto antes". Entre bur­las y veras le aconsejaba D. Juan Agustín que se regre­sara pronto a comer locro, humilde pero sabroso plato de la cocina criolla. Tras largos afanes obtuvo la Alcaldía del Crimen puramente honoraria de la Audiencia de Lima (8 de Marzo de 1795); Y la jubilación en la Cátedra de Pri­ma de Cánones, atendiendo a que fue el primero que en el Perú enseñó, y por largos años, el Derecho Español y el de Indias29

• No lo satisfacían por cierto tan cortas mer-

28 ConstÍltense su notabHísimo dictamen acerca de la neutralidad armada, del 27 de Febrero de 1793, en el tomo II de la '}listoria de Carlos 1'V por el Abate Andrés Muriel, págs. 90 y 91. (Memorial de la R. Ac. de la Hist. tomo 30) ¡ Y el relativo a la necesidad de entablar tratos de paz con Francia, que fué causa de su prisión y enjuiciamiento, del 3 de Marzo de 1794 (Idem., pág. 213).

29 Reales Decretos de Septiembre y 15 de Octubre de 1795. - (Véase el too mo 28 de los Documentos Manuscritos del 'Virreinato en la llilJlloteca :Nacional de

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cedes; pero harto del expedienteo y la morosidad de los co­vachuelistas, muy mermado de caudal, y habiendo expirado su licencia sin lograr ninguno de los encargos de las cor­poraciones de su patria, decidió regresarse al Perú, y se lo comunicó el mismo año de 1795 a sus poderdantes del Ca­bildo, para que proveyeran a su reemplazo. Los cabildantes de Lima designaron para substituirlo, en el caso de que efectivamente saliera de Madrid, a tres coprovincianos suyos, miembros de la ilustre familia peruana de Carbajal Vargas, ya establecida en la Corte y condecorada con la Grandeza, y que por la reciente y heroica muerte del Con­de de la Unión (20 de Noviembre de 1791) había aumen­tado aún en expectación y méritos: en primer término, el anciano D. Fermín de Carbajal Vargas, Alarcón y Cortés, Duque de San Carlos y último Correo Mayor de Indias; en segundo, su hijo, D. Mariano Joaquín de Carbajal Var­gas y Brun, Conde del Castillejo; y en tercero, su nieto D. José Miguel de Carbajal Vargas y Manrique de Lara. Conde del Puerto. Pero no tuvo efecto dicha substitución, porque cuando Baquíjano desesperaba, y se disponía a re­cogerse a su rincón indiano, sin más provechos de los que trajo, se advierten de pronto en su carrera influencias protectoras que lo retienen en Madrid, con fundadas es­peranzas; y en realidad, a poco se activan sus hasta enton­ces lentos y laboriosos ascensos. El 19 de Febrero de 1797 consiguió ser nombrado Alcalde Propietario del Crimen de la Audiencia de Lima, con la dispensa regia requerida por ser nautral de la misma ciudad. Previendo siempre su inmediata vuelta, insistió (Mayo de 1797) en descargarse

Dma). - En 22 de Diciembre de 1796, el apoderado de Baquijano en Lima, Coronel D. Antonio Portuondo, solicitaba que se comunicaran a la Universidad de San Marcos las citadas Reales Resoluciones, para su cumplimiento. -Relación de los méritos y servicios del Dr. Don Josepb Baquíxano Carrillo de Córdova (impresa en Madrid, el año de 1793, con adiciOnes manuscritas), Archi­vo de Indias, 24-344 y 346.

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de la representación del Cabildo. Esta vez, aprovechando la facultad que sus propios poderes le daban, delegó la diputación en otro distinguido limeño avecindado en Ma­drid, el Dr. D. Tadeo Bravo del Rivero y Zavala, quien algún tiempo después corría con las difíciles reivindicacio­nes regionales contrastadas de continuo por la inercia y la innegable animadversión de la burocracia metropolitana30

Baquíjano siguió sin moverse de Madrid. La ruptura con la Gran Bretaña hacía harto difícil el viaje. Después de la derrota del Cabo San Vicente, los navíos españoles rarísi­mas veces osaban alejarse de las costas occidentales de la península; y el puerto de Cádiz se vió sin cesar bloqueado, y aun atacado y bombardeado en Julio de 1797. Por otra parte, fijaban ahora en la Corte al magistrado peruano es­pectativas cada vez más favorables a sus intereses. Cam­biaba la escena política; el valimento de Godoy padecía un eclipse, siquiera aparente y breve; retomaba el predo­minio de los golillas. Por un momento, Jovellanos y Saa­vedra fueron los jefes del Gobierno.

Desenfadado y libertino, a fuer de antiguo criollo, nuestro letrado limeño contaba, no obstante, sus mejores protectores y amigos, por semejanzas de educación y men­te, entre los graves togados, partidarios de los nuevos mi­nistros. Jovellanos, el ádmirado maestro, lo estimaba y quena, desde los juveniles tiempos de la academia sevi­llana de Olavide 31. Nunca simpatizó en cambio con la

30 El CabaHero de la Orden de Santiago, D. Tadeo Bravo del Rivero y Za­vala era hijo del Oidor Decanó de Lima y Consejero Honorario de Indias D. Pedro Bravo del Rivero y Correa, y de Da. Petronila de Zavala y Vásquez de Velasco; y hermano en consecuencia del primer Marqués de Castelbravo del Rivero, también Oidor de Lima; de los canónigos de la Caterdal de Lima, D. Pedro y D. Andrés Bravo; de las Marquesas de Rocafuerte y de San Lorenzo de Va­lIeumbroso; y de la Condesa de MontescIaros de Zapán. - D. Tadeo fué Regi­dor de Madrid el año de 1808; representante del Perú, nombrado por Murat a las Cortes de Bayona; y conspicuo afrancesado.

31 En la Biblioteca de la Sociedad Geográfica de Lima se conserva un Elogio de llaquíjano, anónimo y manuscrito, redactado y pronunciado en 1802,

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insolente fortuna de Godoy, escándalo inaudito de impro­visación e incompetencia. Rumoréabase que, por fortuna, el Rey se decidía al cabo a abrir los ojos; que estaba ofen­dido con el famoso Príncipe de la Paz y que hasta la velei­dosa Reina 10 olvidaba por Urquijo. La triste verdad era que la momentánea separación de Godoy no se debía sino a exigencias terminantes e imperativas del Gobierno Fran­cés. Mas sea como fuere, la opinión pública, ignorando las causas secretas de su caída, y confiada en la limpieza y ta­lentos de quienes lo reemplazaron, se halagó con ilusiones regeneradoras. En la bizantina corte de Carlos IV, so­plaron por un instante aires de renovación verdadera; se habló de profundas reformas, como treinta años hacía; el mismo anciano Olavide regresó a España indultado; creye­ron revivir los contemporáneos de Carlos III; y volvió la competencia a estar de moda.

Aprovechando los meses de su fugaz ministerio, JoveIla­nos nombró a su adicto Baquíjano (Real Orden de 16 de Marzo de 1798) Juez de Alzadas Perpetuo de los Tribu­nales del Consulado y de la Minería de Lima; y 10 alentó a que solicitara honores de oidor en la propia Audiencia, con opción a la primera vacante. (30 de Abril y 4 de Ma­yo del mismo) 32.

Lo primero significaba una innovación provechosa; antes los oidores de Lima se turnaban anualmente en las judicaturas privativas de Comercio y Minas. Convencido JovelIanos de la importancia de estos ramos especiales en el Perú, encomendaba perpetuamente su despacho a Ba­quíjano, que había desempeñado la gratuita asesoría del Consulado desde 1773. La segunda pretensión, para anti­cipar su ingreso como Oidor, fue recomendada y hecha

por el que constan su trato y amistad con los Ministros FIoridablanca, Jove­llanos, Urquijo y Saavedra.

32 Archivo de Indias, 24-344 y 346.

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tramitar por el mismo JoveIlanos. Pero en esto una obs­cura intriga palatina derribó el honrado ministerio. Jo­vellanos y Saavedra enfermaron a un tiempo gravemente, con fundadas sospechas de envenenamiento. Se vieron obli­gados a pedir licencia; y pronto fueron exonerados y des­terrados. En ausencia de JoveIlanos, la solicitud de su protegido fué naturalmente rechazada (18 de Junio y 19 de Septiembre de 1798). Obtuvieron sobre él la prefe­rencia de antigüedad para graduarse de oidores en Lima, D. Javier Moreno y Escandón, que había sido Oidor de Filipinas; D. Manuel María del Valle y Postigo, Asesor del Virreinato del Perú; y D. Tomás Ignacio Palomeque, Oidor de Buenos Aires y Charcas; todos tres peninsula­res. y aun se permitieron los Consejeros de Indias (Iriar­te, Posada y Cerdá) censurar que el Ministro hubiera proveído los dos mejores juzgados primativos de Lima en una misma persona, "sin embargo de ser natural de aque­lla ciudad. " donde tiene tántas y tan poderosas conexio­nes".

Antes de alejarse de la Corte, nuestro pretendiente criollo tuvo ocasión de ver a su compatriota y amigo D. Pablo de Olavide, que tras innumerables vicisitudes y amar~ guras, tomaba a morir en España, desengañado de todo.

Continuaba la guerra con los ingleses y la consiguien­te inseguridad de la navegación. Una escuadra británica de veintiseis navíos bloqueaba siempre Cádiz. Baquíjano, que salió de Madrid en los primeros meses de 1799, se vió obligado por esto a permanecer en Andalucía largo tiempo. Gobernaba entonces Cádiz su grande amigo el Mariscal D. Luis de las Casas, que había sido Capitán General de Cu~ ba; y con él renovó las regocijadas y cultas tertulias de la Habana. Las Casas, más que a la Literatura y la Historia, era aficionado a los estudios económicos y las ciencias na­turales; un verdadero fisiócrata y filántropo, tan amable

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como Baquíjano; pero más blando que él, hasta frisar en ingenuo y sensiblero 33.

La incomunicación con América se hizo casi abso­luta. Los enemigos daban caza a los escasos buques espa­ñoles que se aventuraban en el Atlántico, mientras seguía en inacción la poderosa escuadra de Mazarredo, retenida en Brest desde Agosto de 1799. En Octubre de 1800 in­tentaron los Ingleses sin éxito atacar el puerto de Cádiz. La plaza padecía hambre; y para colmo de calamidades, apa­reció la fiebre amarilla y causó terribles estragos. Baquí­jano enfermó de la peste, y estuvo a punto de sucumbir. Luego que curó, se dedicó a socorrer las miserias de los gaditanos con su generosidad y munificencia habituales. No bastando el dinero que llevaba consigo, para los do­nativos y limosnas que regó por toda la ciudad tuvo que contraer crecidas deudas. Su abnegada conducta le con­quistó vivísima simpatía en Cádiz. Allí se detuvo todavía buena parte del año 1801, hasta que se entablaron las ne­gociaciones de paz. Pudo al fin partir para América, to­mando la vía del Cabo de Hornos; y nos llegó al Callao en los primeros días de 1802, a bordo de la vieja fragata de guerra Santa Rutina.

Junto con sus numerosos parientes y amigos, fué a recibirlo hasta el Callao considerable cantidad de pueblo,

33 Los principales amigos del economista limeño en Cuba, a más de Las Casas, fueron los Calvos, los Montalvos, los O'Parril, los Peñalves, el Conde de Casa·Bayona y el de Buenavista y el Padre dominico González. Dos de estos a lo menos, el Marqués de Casa-Calvo y el Conde de Buenavista, coin­cidieron con él en la Corte, hacia 1794; Y parece que los trataba a menudo.

Es probable que en Cádiz o Madrid se afiliara Baqníjano en la sociedad secreta denominada f.a yran Reunión Americana. Esta logia mantenía rela­ciones con el girondino caraqueño Francisco de Miranda, a la sazón refugiado en Londres, después de haber participado activamente en la Revolución Francesa; y siempre decidido a favor del separatismo ('Pida de D. Bernardo O'1liggins, por Benjamín Vicuña Mackenna, pág. 64). Mas como Baquíjano jamás, ni en escritos, ni en obras se mostró partidario de la independencia, sino al contra­rio, es de suponer que no todos los socios supieron las conexiones y fines úl­timos de la lógia, y que no fuera ésta igual a la celebérrima de Lautaro, eficaz instrumento de la revolución americana.

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que le tributó al desembarcar una verdadera ovación. No era sólo expansión del cariño que supo despertar en cuan­tos lo trataron ni manifestación de la novelería limeña: era entusiasmo y agradecimiento por el que encarnaba las as­piraciones regionalistas. Todos sabían, en efecto, que su relativa postergación en la carrera judicial, se debía al pro­pósito, tantas veces por él reiterado, de no servir en otra audiencia que en la de Lima. Y no obedecía esto a como­didad ni a capricho: no eran las audiencias meros tribuna­les de justicia, sino verdaderos cuerpos políticos que, de acuerdo con los Virreyes y Capitanes Generales, goberna­ban las posesiones americanas. El empeño de los criollos por ingresar en las de sus patrias respectivas, y no a modo de excepción o gracia, como había ocurrido hasta entonces, sino en proporción fija y notable, equivalía al conato de tener gobierno propio, de lograrla autonomía que la opi­nión anhelaba. Así lo dan a entender veladamente las loas y panegíricos que se dirigieron al nuevo Alcalde de Corte en la Universidad de San Marcos, con motivo de su re­greso 34.

Feliz con estas señales de aprobación y afecto de sus coterráneos, volvió a sumirse en la dulce y alegre monoto­nía de la vida criolla colonial. Nunca pareció más placen­tera que en el primer decenio del siglo XIX, cuando estaba a punto de fenecer por la inminente catástrofe revolucio­naria. Nuestros tatarabuelos no presintieron su ruina. Pu­dieron gozar a sus anchas el tibio y áureo crepúsculo del régimen patriarcal. Las fiestas de Semana Santa, que tánto recordaban Sevilla, los lances de las tapadas, los paseos en la Alameda, las corridas de toros en Acho, alcanzaron en-

34 A este recibimiento universitario, en 1802, corresponden el Elogio anó­nimo en prosa, Ms. que existe en la Sociedad Geográfica de Urna y que an­tes citamos; y el Elogio poético en seis octavas reales (fechado en 1 Q de Julio de 1802), que se halla en el Tomo 28 de Documentos del Virreinato (Biblioteca Nacional de Lima).

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tonces SU mayor auge. Las ceremoniosas cuadras de los palacios limeños, de pisos de azulejos, ventanas enrejadas con dibujos de doradas eses, amplias teatinas, labradas mamparones corredizos, cuzqueñas alfombras, muebles en­conchados, mesas de plata y jarrones chinescos; y las flo­ridas huertas del Cercado, Amancaes y la Piedra Lisa, con sus ñorbos, azucenas y capulíes, presenciaron en esos años los mejores esparcimientos de una sociedad hidalga, gra­ciosa y bonachona, en la que se armonizaban cumplida­mente las tendencias de la época y las del carácter criollo.

No era ya Lima la metrópoli opulenta del siglo XVII, la capital y el emporio de la América del Sur. Los Barbo­nes habían abatido el fabuloso monopolio de sus grandes mercaderes, y restringido el territorio del desmesurado Vi­rreinato. Pero aun decaída conservaba pobrezas de rico, que eran para los demás holguras; regalados encantos de casa noble venida a menos, que los refinados apreciaban con particular deleite. Y para compensar el esplendor per­dido, habían desaparecido las dos tremendas plagas de an­taño: se habían acabado los piratas; y el último terremoto, el de 1746, era un borroso recuerdo, y sus destrozos por ninguna parte se descubrían. Todo era cómodo, apacible, espacioso y benigno.

Por el retraso natural en tan remota colonia, perdura­ban entre nosotros las saludables influencias del reinado an­terior. Así como el de Carlos V fué para el Perú de anar­quía feudal, y el de Felipe JI de empaque y severidad aus­triacas, el de Carlos IV en toda América retuvo el celo por la instrucción y las públicas mejoras, el cándido fervor por las luces, que caracterizaron al del buen Carlos III y que ya amenguaban en la Madre Patria. Con la Indepen­dencia, en el siglo XIX, el ritmo no se aceleró mucho: nues­tras elegancias fueron isabelinas y del Segundo Imperio hasta 1880, cuando la guerra can Chile.

Tomaban cierto vuelo las artes. Tras las últimas facha-

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das y altares de talla del excesivo y desacreditado churri­guerismo, se construían iglesias y casas todavía redondea­das y barrocas, pero ya razonables, como la parroquia de los Huérfanos, las torres de la Catedral, y los palacios de los Santiagos y de los Saavedras; u obras francamente neoclá­sicas, como el Panteón, la Portada del Callao, y los nuevos colegios de San Fernando y del Príncipe. No faltaban ter­tulias: filosófica y volteriana en la casa de Fray Diego Cis­neros, calle del Estanco Viejo (llamada aún hoy del Padre Jerónimo), donde se reunían los sobrevivientes del :Mer· curio; más profana, la del Brigadier D. Manuel de Villalta, en su casa de Lima o en su quinta de Miraflores. Lo que predominaba en los saraos mundanos era el juego, vicio siempre muy español y peruano, y que durante el siglo XVIII estuvo por todas partes en suma boga. Al juego atribuye Humboldt la decadencia en que halló a gran por­ción de la aristocracia limeña. Entre los títulos arruni­nado s, por estas u otras causas, hasta el punto de no poder pagar los derechos reales de lanzas y medias anatas, se men­cionaban ·cuatro de los más conocidos: los Condes de Ol­mos y de la Granja, y los Marqueses de Montealegre de Aulestía y de Casa-Boza. Como el que más, estaba Baquí­jano aquejado de aquella desordenada afición. Se le reputa·· ba el mayor jugador de Lima, y algunas veces lo fué afor­tunado. La tradición recuerda que en la bulliciosa romería al vecino pueblo de Lurín, en la festividad de S. Pedro, a la cual acudía lo más lucido de la capital, ganó tanto, ju­gando en la chacra de Buenavista, que tuvo que traer los pesos y las onzas de oro en carreta, muy custodiada por soldados, para impedir los asaltos de los bandoleros de la Tablada. Prodigalidades mejores usaba protegiendo a es­tudiantes y literatos mozos, como José Antonio MiraIla, los arequipeños Corbacho y Arce, y otros muchos. No le im­pedían el juego y los salones dedicarse a sus tareas intelec­tuales y filantrópicas. El 15 de Octubre de 1806 el Virrey

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Abascal lo designó como Vicepresidente de la Junta Con­servadora del Fluido Vacuno; y fué uno de los que más tra­bajó por propagar la vacuna en el Virreinato, devastado por continuas epidemias de viruela. En el propio año, el Virrey lo nombró Juez Director de Estudios en la Universidad de San Marcos, y Protector y Visitador del Convictorio de San Carlos. En tal calidad, y de acuerdo con su amigo el Padre Cisneros, apoyó y patrocinó las reformas de Rodrí­guez de Mendoza; y defendió, contra los reaccionarios, la enseñanza de la filosofía sensualista y de la física de New­ton. El año de 1807 ascendió a oidor. A fines del mismo, el 2 de Diciembre, falleció en Génova su hermano primo­génito, el Conde D. Juan Agustín, sempiterno turista, que en busca de alivio a su afección del pecho, vagaba por las ciudades de Italia. No habiendo sido casado, pasaron su título y mayorazgo a nuestro D. José, quien tomó posesión del Condado, por carta interina del Virrey, en Abril de 1809. Con esto, el letrado segundón que hasta entonces había vivido no más que decentemente, de las rentas de sus empleos y de una mediana pensión familiar, en la casa abierta del ausente hermano, se convirtió en uno de los más ricos magnates del Perú. Consistían los bienes de Vista­florida en la hacienda de caña de la 'Ruaca y sus anexos, si­tuada en el valle de Cañete, junto a las de sus parientes los Marqueses de Santa María de Pacoyán y a la de 'Rual­cará del segundo mayorazgo de Agüero, en la quebrada íntegra de Topará, entre Cañete y Chincha; en la estancia de pasto sde Concepción de Layve, cerca de Huancayo; en lascbacras o suertes de tierras llamadas Bac(uíjano, Aguilar, Olmedo, '}igueroa, 1Jillegas, 1sleta, Bermúdez, 7rtirones y 1Jistaflorida o 7rturias, entre Lima y el Callao; los caseríos de Baquíjano en Durango de Vizcaya, anteiglesias de Yu­rreta; la casa principal de Lima, en la calle que todavía se conoce con el nombre de Baquíjano; las casas, panadería y tiendas de la calle de Bravo; y la casa huerta de la Portada

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de Santa Catalina. Hizo D. José noble uso de su fortuna, dando pábuló a sus instintos de caridad, esplendidez y has­ta ostentación. Muchos eran los jóvenes aprovechados a quienes pensionaba para que pudieran continuar sus es­tudios. Numerosas las familias caídas en desgracia que vi­vían a sus expenssa, o a las que diariamente mandaba pla­tos de su mesa. En los poyos del zaguán y los bancos de la antecuadra, se veían de continuo personas que acudían a pedir socorros, recomendación o consejo. A pesar de su deísmo volteriano, protegía a las iglesias y conventos, en especial, dos monasterios de monjas, el de Santa Rosa (fundado hacía un siglo en el solar de los Mazas, donde falleció la Patrona de Lima, por Doña Josefa Portocarrero y Lasso de la Vega, hija del Virrey Conde de la Monclo­va); y el de las Mercedarias, cerca de la Portada de Ma­ravillas. De Jos conventos de frailes, los que frecuentaba .. como más abiertos a las tendencias novedosas, eran los de San Agustín y la Merced, y el de clérigos regulares de la Buenamuerte. Asiduamente iba al conventillo y colegio de San Pedro Nolasco de los Mercenarios, a visitar a su viejísimo maestro, el Rector Fray Cipriano Jerónimo de Ca­Jatayud, reputado teólogo y moralista.

Aunque notado de indolente para otras ocupaciones, era en la lectura y en la redacción infatigable. Aprovecha­ban los tribunales y particulares de su estudioso afán pa­ra encargarle sin cesar informes y consultas. Imprimió po­cos de sus opúsculos, pero consta que escribió bastantes. Por desgracia, como él mismo, con su habitual descuido, no conservaba copia de ellos, y en los viajes que hizo a España gran número de sus papeles se extraviaron, no hay probabilidad de hallarlos.

La popularidad de Baquíjano en Lima era por enton­ces extraordinaria35• Tal importancia tenía, por su

35 Véase, por ejemplo, en el folleto de Rico y Angulo sobre las tropelías

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nombre, su talento y sus riquezas, que en vez de recibir lustre de la plaza de oidor, decíase al contrario que su persona daba realce a la Audiencia. Afable y compasivo con todos, hasta con los esclavos, eximio cortesano, agudo y brillante en la conversación, unía a la bondadosa dulzu­ra, un decoro aristocrático y no afectado, que lo hacía respetable. Sus admiradores lo comparaban con Fenelón. En efecto, la educación clerical le dejó huellas: había en él algo untuoso, que revelaba al antiguo seminarista, al doctor en Cánones, al que tal vez en la juventud ambicio­nó el obispado. Por su amor al fausto, por sus regias cari­dades, por su afabilidad tranquila, por su discreta y amena urbanidad, por su afición a la literatura, parecía un gran prelado del siglo XVII.

Entre sus mayores y más distinguidos confidentes se contaban su sobrino carnal y presunto heredero Manuel de Salazar y Baquíjano; el canónigo tucumano Echagüe, Rector de la Universidad de San Marcos, que fué después colaborador de S. Martín; los catedráticos universitarios de Derecho, D. José de Arriz y Ucada, D. Francisco Sáenz de Valdivieso y D. Vicente Morales Duárez, que murió presidiendo las Cortes de Cádiz; el ya mencionado militar D. Manuel de VilIalta y Santiago Concha; el sabio médi­to Unanue; el Marqués de Montemira; el Conde de San Juan de Lurigancho; y el joven Marqués de Torre-Tagle, D. Bernardo de Tagle y Portocarrero, futuro e infeliz Pre­sidente del Perú.

Por no ser avaro en nada, no lo era tampoco de su amistad, fácilmente sorprendida por muchos. Tal ocurrió con el aventuroso italiano Boqui, el cual por medio de su inseparable camarada, el muy inteligente poeta rioplatense Miralla, se insinuó en la confianza de Vistaflorida, costán-

de los Directores de Gremios Mayores, la larga Dedicatoria a Baquíjano (Lima, Imprenta de los Huérfanos, 1811).

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dole a éste no pocas desazones los enredos y conspiracio­nes de ambos. Igual le sucedió COn el profeso chileno de lía Buenamuerte, Camilo Enr.íquez. A Boquí le sirvie­ron, para ganarse la simpatía de Vistaflorida, sus habilida­des de músico y orfebre.

En el elemento femenino, las predilectas amigas de que hay noticia fueron la chilena Baronesa de Norden­flicht Da. Josefa Cortés y Azúa (hija de los Marqueses de Cañadahermosa, y mujer del noble prusiano contratado por Carlos III para reformar la minería peruana); la Mar­quesita de Casa-Boza, Doña Petronila Carrillo de Albornoz y Salazar; Doña Isabel de Orbea; y Doña Josefa Sierra, la muy vivaracha esposa del Coronel D. Juan Ramírez de Orozco, que se enardecía demasiado con los jóvenes subal­ternos de su marido 86, pero que, según es fama, no desde­ñaba los homenajes del maduro y canoso oidor. En este medio señoril y sensual, plácido, culto, regalón y filantró­pico vivió Baquíjano hasta que las consecuencias de la in­vasión francesa en España, 10 llevaron por tercera vez a la metrópoli.

Cuando en Lima nuestro Conde de Vistaflorida tenía entre manos algún trabajo de empeño, o quería descansar de pedigüeños, paniaguado s y solicitantes, se transladaba de su casa, situada en el centro de la ciudad, a la huerta que poseía fuera de murallas, próxima al barrio de Santa Catalina, pegada a la de Mendoza y al río de Huática. Era un jardín criollo, con estanque, glorietas, mirador y desco­munal tinajera. Las paredes encaladas cubiertas de madre­selvas, los tunales de las tapias, los azulejos de los corre­dores, y los verdes cuarterones y balatustres de madera de las puertas, evocaban exactamente las quintas gaditanas de San Fernando y del Puerto de Santa María; pero la

36 Véase la Carta de D. J'ori!Jio de )/cev~l al 'Virrey La Serna en los Do. fumentos del Tomo VII del Diccionario llistórico-!Jiográfico de Mendibuftl.

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limeñísima hierba de la congona, que perfuma como cla­vos de especie, las granadillas trepadoras, los pacaes y los paltos, daban la sensación inconfundible de nuestra co­marca tropical. En el cuarto de estudio, tras lo solemnes infolios de Jurisprudencia, la 'J-listoria 'Natural de Buffón, la Poética de Luzán; y los versos de Meléndez y del ami­go Samaniego, se disimulaban picarescamente una nove­la de Diderot, un tomo suelto de Voltaire, otro de Holbach, disertaciones del Presidente Henault, del Abate Galiani y de D'Alembert, y algunos volúmenes de Crebillón, de Vol­ney y de Marmontel. Afuera se oía el canturrear de los negros esclavos y el quedo campaneo del convento de monjas vecino. En esa huerta convidaba Baquíjano a sus amigos filósofos. Los frescos muros de fragantes enreda­deras oyeron más de una docta conversación sobre las nuevas ideas, los jacobinos y Napoleón, la desgracia de Floridablanca, la prisión de JoveIlanos, la indecente pri­vanza de Godoy, ias esperanzas y peligros de que estaba preñado lo porvenir. Todavía en 10 presente había moti­vos de regocijo y aún de orgullo; todavía España, aunque servilmente vinculada a Francia, guardaba apostura de gran potencia, en unión de sus filiales colonias; y cuando en 1806 y en 1807 se echaban a vuelo los bronces de las to­rres de Lima, celebrando la duplicada reconquista de Bue­nos Aires, la lealtad tradicional y el sentimiento america­no se gloriaban de consuno en estos triunfos ganados por los fieles criollos contra el engreído inglés, el eterno é irre­conciliable enemigo.

VII

El primer sentimiento que en América produjeron los sucesos de 1808, fue el asombro. Después vino el descon­cierto. Ante la acometida de Napoleón, la causa de Espa­ña pareció desesperada. Los pactos de Bayona, las abdi-

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caciones y retractaciones de Carlos IV y de Fernando, y las pretensiones de la infanta Carlota, crearon en las co­lonias la situación más azarosa para pueblos acostumbra­dos a una larga obediencia: la confusión de la legitimidad.

En los primeros momentos, la América Española sin­tió su solidaridad con España. Tanto los criollos como los españoles cifraban sus ilusiones de regeneración en la per­sona del nuevo rey Fernando VII; y no se puede negar que fueron sinceras las manifestaciones de lealtad de los co­lonos en el año de 1808 y aun en el de 1809. Se recono­ció sin resistencia la autoridad de la Junta Central. Pero poco a poco se abrieron paso las ideas de regionalismo y autonomía, que desde hacía tanto tiempo estaban latentes en todos los ánimos. A imitación de España, constituyeron algunas provincias desde 1809 juntas de gobierno compues­tas por americanos. Estas juntas y los cabildos fueron los instrumentos que para la emancipación se necesitaban. Formadas a veces las juntas con el pretexto de defender la integridad de los dominios de España contra la sospe­chosa fidelidad de los mismos gobernantes españoles (co­mo sucedió por ejemplo en Chuquisaca), y haciendo todas solemnes protestas de amor a la corona y a la metrópoli, rehusaron obedecer a; los virreyes y capitanes generales e iniciaron la insurrección. Afirmar que esta conducta se inspiraba en una hipocresía calculada, sería desconocer y calumniar la naturaleza humana. En movimientos tan ex­tensos y espontáneos no intervienen solapados designios. Es fenómeno constante que las revoluciones concluyan en lo que no desearon ni imaginaron sus primeros autores. En 1809 el partido separatista era en América muy poco importante y numeroso. Los criollos aprovecharon la oca­sión que para gobernarse a sí propios y para conseguir las anheladas reformas se les presentaba; pero no preten­dieron al principio separarse de la madre patria. La conca­tenación de los acontecimientos; el curso de los hechos, que

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puede más que la voluntad de los hombres i el encarniza­miento de la contienda i la reacción absolutista de 1814 i Y otras mil circunstancias, los llevaron a la independencia.

El ejemplo que en 1809 dieron Quito, La Paz y Chu­quisaca, fué seguido en 1810 por todas las secciones de la América Española, con excepción del Bajo Perú. Por do­quiera aparecieron juntas que asumieron el gobierno de los virreinatos y las capitanías. Ha sido cuestión muy discuti­da la de averiguar por qué el Bajo Perú permaneció ajeno a las conmociones del año 10 y se hizo el centro de resisten­cia de los realistas. Ante todo, importa distinguir la situa­ción de la costa de la de la sierra. La de ésta era idéntica a la del Alto Perú y a la de la presidencia de Quito, que fueron precisamente las regiones de donde partió el mo­vimiento revolucionario. Por eso nuestras provincias del interior 10 secundaron. Las rebeliones de Castillo y Puma­cahua no lograron triunfar sólo porque la costa continuó tranquila. Es, pues, inexacto decir que el virreinato del 'Perú, no cooperó a la revolución de la 1ndepedencia, por­que las citadas sublevaciones de Castillo y Pumacabua des­mienten el aserto. Ni siquiera es exacto afirmar que toda la costa permaneció fiel a Abascal, porque las tentativas de Zela y Pallardeli en 'j acna prueban que el espíritu in­surgente se babía propagado en las provincias del litoral, si bien éstas, por la facilidad de sus comunicaciones con Lima, se hallaban para la insurrección en condiciones mu­cho más desfavorables que las de la sierra. Lo que contra­rrestó el empuje de los revolucionarios peruanos, fué la ac­titud indiferente de la ciudad de Lima. Es cosa sabida en el Perú que ninguna revolución vence si no tiene a su favor la opinión de la capital. Nuestro país que, por su aspecto físico y por la diversidad de las razas que lo pue­blan, es el menos homogéneo de los de América, ha resul­tado siempre el más centralizado. Esta centralización era ya en 1810 bastante poderosa para que Lima decidiera de

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la suerte del Perú. No se diga que una sublevación en Lima fué imposible porque la numerosa guarnición de la plaza hubiera comprimido cualquier tumulto popular. En 1816 o en 1818, cuando Lima se convirtió en cuartel y maes­tranza de los realistas, la guarnición era sin duda fuerte y temible; pero en 1810 no sucedía 10 mismo. Entonces no habían llegado los refuerzos de España. Muchos de los batallones se componían de indios, mestizos, mulatos y criollos. ¿ Por qué no se pronunciaron? Agréguese que co­mo el virrey enviaba continuamente tropas a Quito y al Alto Perú, la capital quedaba con frecuencia desguarneci­da. Hasta hubo ocasión en que los soldados españoles se amotinaron; y, sin embargo, los limeños siguieron quietos y dejaron perder circunstancias tan propicias. No se atri­buya tal inercia a la molicie y pereza de los habitantes, a la acción del tibio y húmedo ambiente. La molicie limeña ha sido muy abultada y exagerada: es algo muy convencional i y de ningún modo es mayor que la de otros criollos de cli­mas tropicales, los cuales no anduvieron rehacios para la revolución. Esta manera de explicar los sucesos por el in­flujo del medio físico; es sencilla y elegante; pero en rea­lidad explica bien poco: peca de vaga y arbitraria. La in­tervención del factor telúrico en la historia nos inspira in­vencible desconfianza. El que ha estudiado algo nuestras contiendas civiles, sabe que esta Lima, que han llamado la Capua americana, ha engendrado insurrecciones terri­bles y sangrientas, y que su pueblo casi sin armas ha venci­do al disciplinado y aguerrido ejército de los caudillos mi­litares. ¿Por qué no hizo Lima en 1810 lo que ha hecho tantas veces en la época republicana? La respuesta no es dudosa: porque no quiso sublevarse, porque no la entu­siasmaba la causa de los revolucionarios. Y esto obedecía a razones economlcas. Los empleados de la administra­ción y los cwmerciantes, casi todos españoles peninsulares, formaban parte muy considerable del vecindario y tenían

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mucho que perder con un cambio de gobierno. La nobleza mantenía estrechas vinculaciones con España; y en los pri­meros años de la guerra de la Independencia, fueron muy pocos los títulos y mayorazgos que simpatizaron con los insurgentes: las aficiones separatistas de nuestros nobles vinieron más tarde, hacia 1814. La clase media y el pueblo no odiaban la dominación española. Desde que se subs­tituyó el sistema de galeones con el de comercio por el ca­bo de Hornos, había desaparecido aqueIla prodigiosa opu­lencia de los mercaderes de Lima que el monopolio produ­cía en el siglo XVII; pero se disfrutaba todavía de gran holgura y comodidad.

No significa 10 dicho que los limeños se encontraran plenamente satisfechos con el sistema colonial. En el pre­sente ensayo hemos tenido ocasión de advertir las inequí­vocas manifestaciones de su descontento. Lamentábanse los criollos inteligentes e ilustrados de que los honores y empleos públicos fueran privilegio casi exclusivo de los es­pañoles. Las nuevas doctrinas que se habían introducido en la enseñanza y la difusión de los libros de los enciclope­distas, de que ya hemos hablado, despertaban anhelos de progreso y libertad. Pero si fervientemente se deseaba reformas, casi nadie deseaba una revolución. Es claro que con el tiempo la opinión varió. Desde 1813 principia a advertirse el cambio. La idea de la revolución americana, que no nació espontáneamente en Lima, fué poco a poco penetrando en ella, por vía de imitación, de una manera refleja. El ejemplo de todo el continente nos estimuló y sugestionó; las necesidades de la guerra llegaron a produ­cir la escasez y hasta la miseria; los donativos y auxilios que el virrey exigía, dejaron exhaustos los fondos del Con­sulado; los comerciantes y propietarios se arruinaron; no era posible soportar el peso de la lucha contra la América del Sur; y el régimen colonial, que antes aseguraba la mo­desta tranquilidad en que vivíamos, acabó por ser desas-

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troso e insufrible. La reacción de 1814 corwenció a los liberales de que nada había que esperar de España. Por todo esto, el diminuto grupo separatista creció de día en día; y los limeños se dieron a conspirar con gran diligen­cia y actividad. Mas el momento oportuno para la subleva­ción había pasado, porque el poderoso ejército que las operaciones militares reunieron en el territorio del Perú ha­cía infructuosas las más valientes y mejor combinadas con­juraciones.

Reconocido, en honra de nuestra ciudad, lo última­mente expuesto, que en vano han pretendido negar algu­nos extranjeros, ~onviene no obstante recordar que el estado de Lima en 1818 ó en 1820 no era el estado de Lima en 1810 o en 1812. Cuando los períodos se com­ponen de pocos años, éstos pierden a la distancia su carac­terística e indvidual fisonomía, y se confunden en una en­gañosa impresión de uniformidad. Es fácil olvidar las gra­duaciones de los sentimientos, las modificaciones de la opinión que en breve tiempo se operan; modificaciones a veces ocultas y casi imperceptibles, pero reales e importan­tísimas puesto que son los verdaderos agentes de la histo­ria. Es menester que atendamos a ellas, si queremos co­nocer la razón de los sucesos. Las pretensiones de la in­mensa mayoría de los limeños en el año lO, no iban más allá de las que en el mismo año declararon en Cádiz los diputados peruanos y chilenos: que fueran libres el comer­cio y la industria, que la representación en las Cortes se estableciera en el mismo orden y forma que la de los es­pañoles, y que la mitad de los empleados de cada colonia se proveyera en criollos naturales de ella.

Cierto que, como dijimos, muchos de los insurrectos de toda la América Española no deseaban al principio otra cosa. De modo que si en Lima hubiera llegado a formar­se una junta gubernativa, seguramente, a pesar de la situa­ción que hemos descrito, los acontecimientos se habrían

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precipitado y la sociedad se habría dirigido con rapidez por el camino de la independencia, como sucedió en los demás países. Mas no fué posible deponer a las autoridades es­pañolas y constituir una junta, en razón de todas aquellas causas que arriba hemos indicado, en especial por la pre­ponderancia que en Lima tenían los empleados y comer­ciantes españoles, adversos a la formación de un gobierno americano; y además por otras dos causas que podríamos llamar accidentales y que sin embargo eran decisivas, co­mo que con frecuencia el accidente es el decisivo factor histórico. Fué la primera el prestigio y las altas calidades del virrey Abascal, el más notable de todos los gobernantes españoles que entonces se hallaban al frente de las colo­nias. Abascal inspiraba a la vez respeto y simpatía. Su . administración acertada y activa, su tolerancia en materia de ideas y de instrucción, las obras públicas que empren­dió, el tacto y la prudencia que en todas ocasiones desple­gaba, y hasta su firme conducta en los sucesos de 1808 y su inquebrantable lealtad a Fernando VII, que contrastaba con las vacilaciones de los otros virreyes de América, le conquistaron el aprecio de los limeños. Era harto más fá­cil derrocar a un Iturrigaray, a un Carrasco y a un Cisne­ros, que al sagacísimo y enérgico Abascal. Fué la segun­da el carácter de los personajes que encabezaban la opo­sición. Ya conocemos el de Baquíjano, su jefe. Al lado de Baquíjano aparecían tres ancianos: el brigadier don Ma­nuel de Villalta y Concha, que en la época de la subleva­ción de Túpac-Amaru había prestado valiosos servicios; el jerónimo español fray Diego Cisneros; y el mercenario fray Cipriano Calatayud, teólogo y orador sagrado que con­taba cerca de ochenta años, Salta a la vista que tales hom­bres: un rico oidor, un militar retirado y achacoso, y dos religiosos viejos, no eran capaces de desear y mucho menos de organizar la revolución.

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Algunos han considerado a Baquíjano como partida­rio de la independencia. Es ésta una ilusión muy expli­cable. La tradición, que pone en sus errores un profundo sentido de justicia y de verdad ideal, asocia a las grandes innovaciones los .nombres de aquellos que inconsciente­mente han contribuido a prepararlas; y la posteridad atri­buye a los precursores e iniciadores, propósitos que no tu­vieron. Baquíjano, renovando la cultura del Perú, introdu­ciendo el espíritu de libertad filosófica, promoviendo los primeros pasos de la prensa y dirigiendo la agitación libe­ral, preparó sin duda la independencia; pero no vemos que la precurara a sabiendas. Al contrario, hizo cuanto estu­vo en su mano para detenerla y evitarla. Y aunque don Bernardo O'Higgins asegura que Baquíjano durante su se­gunda estadía en España perteneció a una sociedad secre­ta llamada La gran reunión americana, la cual estaba en relaciones con el famoso caraqueño Francisco Miranda 37,

falta saber si todos los miembros de la tal sociedad cono­cían y aprobaban los planes separatistas de Miranda, y si no fué aquella, como parece más probable, una mera logia liberal, diversa de la tan célebre de los caballeros racionales o laufarinos. En último caso, aun aceptando que Baquíja­no alguna vez se hubiera adherido a la sociedad de Lautaro y por consiguiente a la idea de la independencia de Améri­ca, sus actos posteriores prueban que se arrepintió pronto de ello y abrazó lealmente la causa de la metrópoli. Por lo menos desde que regresó al Perú negó su apoyo y su nombre a toda clase de conspiraciones. Decía muy a me­nudo que el Perú no estaba preparado para la vida indepen­diente, y que él de ninguna manera colaboraría en una empresa tan inconsiderada y prematura como la revolución separatista. Su puesto no se encuentra, pues, dentro del separatismo, sino dentro de otro partido, entonces predo-

37 'Vida de don Bernardo o "Riggins, por B. Vicuña Mackenna, pág. 64.

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minante (como lo apuntamos en páginas anteriores) aun en las mismas colonias que se habían sublevado (excepto en Venezuela y quizá en Nueva Granada): el partido li­beral, que significaba la irradiación del constitucionalismo de las Cortes de Cáliz, y que por fuerza tenía que adqui­rir gran influencia en Lima, puesto que satisfacía a la vez los contrarios sentimientos de conservación y de reforma que luchaban en el ánimo de los limeños y era la expre­sión adecuada de aquel estado de opinión que señalamos. Formaban su núcleo muchos nobles y muchos doctores de San Marcos, casi todos pertenecientes a la generación de Baquíjano y al antiguo grupo del JWercurio Peruano, y tam­bién algunos de los españoles europeos. Vicuña Mackenna, que ha acertado a poner en evidencia el carácter eminente­mente hispanófilo y moderado que este partido revistió en Lima, lo llama peruano-español. No puede decirse que tuviera un programa definido y concreto: era más bien una tendencia que un partido: era un matiz :l1nericano del liberalismo de la península, y difería de él muy poco. Que­ría 'la libertad comercial y política, la plenitud de derechos para los criollos, quizá cierta autonomía, pero sin cortar los vínculos de nacionalidad con España. Aspiraba a rea­lizar, en vez de la simple unión personal que estableció la monarquía absoluta entre España y América, la verdadera unidad nacional, como la proclamó la Constitución del 12. Pero se apartaba de los legisladores gaditanos en un vago deseo del régimen cuya naturaleza explica con bastante propiedad la moderna palabra descentralización. Fueron estos liberales verdaderos regionalistas: propendían a aflo­jar algo los lazos que nos ataban a la madre patria, pre­cisamente para evitar que se rompieran. Fracasaron por sobra de timidez en sus directores, y porque la complica­ción de los sucesos y las pasiones de la época no permitían adoptar un término medio; pero hay que reconocer que su ideal era honrado y generoso. Tuvieron por principal re-

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presentante en las Cortes de Cáliz al abogado limeño Vicente Morales Duárez, íntimo amigo de Baquíjano, iden­tificado con todas sus doctrinas políticas, y que murió en 1812 desempeñando el alto cargo de presidente del Con­greso.

Enfrente de este partido constitucional o peruano-es­pañol se esboza el grupo separatista, francamente revolu­cionario, acaudillado en Lima por el joven José de la Riva­Agüero. Pero este grupo, llamado desde 1814 a adquirir enorme importancia, en 1810 apenas principiaba a organi­zarse. En los primeros tiempos y sobre todo en las re­giones de América donde el pueblo repuso a las autorida­des españolas, liberales y separatistas se asociaron ante el común enemigo: el absolutismo; pero no tardaron en se­pararse y oponerse. Y como la mayoría de los liberales limeños, en vista de las especiales condiciones de la ciu­dad, y también cediendo a las sugestiones y consejos de Baquíjano, rehusaban acudir a la sublevación (al revés de lo qUe sucedía en las demás provincias), la línea de sepa­ración entre ellos y los independientes era aquí más clara que en ninguna otra parte.

Se llamaba carlotinos a los liberales de América, por­que se suponía, probablemente sin fundamento, que apo­yaban a la infanta Carlota Joaquina de Barbón, hija de Carlos IV y mujer del príncipe gobernador del Brasil~ la cual pretendía la regencia de las colonias americanas mien­tras durara la cautividad de Fernando VII. Si existieron tratos con la princesa Carlota, serían éstos sólo obra de algunos liberales y de ningún modo pueden atribuirse a to­do el partido. Lo cierto es que el nombre de carlotinos se generalizó, y que las acusaciones de carlotinismo eran entonces muy frecuentes y recaían de preferencia en los liberales americanos fieles a España. Los mismos Liniers y Goyeneche fueron alguna vez objeto de ellas. En 1808 el virrey Abascal y el arzobispo recibieron comunicaciones

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de la infanta. El virrey se negó a reconocer sus preten­siones. Díjose que al mismo tiempo había escrito la in­fanta a Baquíjano y a otras personas principales de Lima. Nos parece muy improbable que Baquíjano fuera decidido partidario de la princesa brasileña y que pensara en pro­clamar su regencia, como .10 afirma una vaga tradíción. Después de la actitud de Abascal, no había duda de que esta regencia no podría establecerse sino por medio de una revolución; y Baquíjano era por sistema opuesto a las revoluciones. Todo 10 esperaba de la constitución de Cá­diz y de la propaganda pacífica. Le parecía que la revolu­ción había de enconar los males, en lugar de curarlos. Creía además, que una vez iniciada, no habría esfuerzo ca­paz de contenerla y que llevaría fatalmente a la indepen­dencia. Por eso procuraba disuadir a sus amigos de tra­mar conjuraciones y revueltas. Verdad que protegía a jóvenes acusados con razón de conspiradores, como eran el clérigo chileno Henríquez y el estudiante argentino Mi­ralla; mas es de suponer que ignorara o desaprobara sus procedimientos subversivos.

Los liberales de Lima tuvieron una logia, que Baquí­jano presidió; pero la oposición que hicieron a las autori­dades de la colonia, fué esencialmente paoífica y legal. Con todo, traía muy desazonado al virrey, qt,le, rodeado de tantas dificultades, veía una más en esta fermentación de liberalismo; y aunque no se le ocultaba que el partido de Baquíjano era un partido español y de orden, temía fun­dadamente que otros grupos menos sosegados se aprove­charan para muy diversos fines de la inquietud popular. La más eficaz arma de que los liberales se sirvieron, fué la prensa. La ley de imprenta de 1810 permitió la publi­cación de gran número de periódicos noticiosos y políti­cos. Estos periódicos, casi todos semanarios, se limitaban por 10 general a transcribir los escritos notables que apa­recían en los papeles de Madrid y Cádiz; pero por su rá-

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pida propagación, por la naturaleza de las mismas trans­cripciones y por el tono de los pocos artículos originales, principalmente de los prospectos, constituíanvivísimo con­traste con el silencio de los años anteriores y una revela­ción decisiva del impulso de las nuevas ideas. En el más íamoso de nuestros semanarios, El Peruano (cuyo primer número apareció el 1'? de setiembre de 1811), se leían pá­rrafos como el sguiente, que citamos al azar: "Gracias a la libertad de imprenta, una y mil veces bendita, el pueblo, que antes sólo sabía lo que se le quería decir, a quien se liegó a persuadir de que ciertas materias no sólo eran su­periores a sus alcances, sino que era caso de conciencia el mentarlas y discurrir sobre ella; este mismo pueblo, ilus­trado ya algún tanto sobre sus derechos y sobre sus ver­daderos intereses, desengañado de que no es ningún peca­do el racioncinar", etc., etc.lIS

• En el prospecto de otro periódico de 1812, El Argos Constitucional, se encuentran estas palabras, que copiamos porque son una comproba­ción de 10 que hemos dicho acerca del espíritu antirevo­lucionario de los liberales: "Nuestra seguridad será inalte­rable sobre el sólido cimiento de la justicia. 'Nuestros ve­cinos seguirán nuestro ejemplo, y el orden y tranquilidad del Perú extenderán su imperio sobre toda la América. ¡Qué cuadro tan magnífico presenta un pueblo que, sin pasar por los horrores de la revolución, ha llegado al tér­mino feliz de una libertad verdadera!"

Baquíjano favorecía estas publicaciones, pero ingeren­cia inmediata y directa sólo tuvo en la revista mensual llamada Satélite Peruano (redacción política, liberal e instructiva publicada por una socieddd filantrópica). La sociedad filantrópica que en el título aparece, o no pasó de una ficción del editor, o fué de duración muy breve. Los verdaderos protectores e inspiradores del Satélite eran Ba-

38 El Peruano número 30, correspondiente al martes 14 de abril de 1812.

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quíjano, Villalta y el marqués de Torre-Taglc. Pero co­mo temían las denuncias ante la junta censora, colocaron en calidad de principal redactor al estudiante neo-granadino Fernando López Aldana, tras cuyo nombre se escudaban. El 20 de febrero de 1812 salió a luz el prospecto. Dare­mos alguna muestra de las importantes declaraciones que contiene: ((Aquellos que se oponen a la felicidad de Amé­rica; esto es, aquellos que desean continúe en ella el anti­guo gobierno colonial y el cetro de hierro que ha regido en estos tres siglos pasados así la España como las Indias, son peores que los franceses y es preciso no conocerlos por hermanos. . .. Nuestro único, constante, invariable e ín­timo deseo es la ilustración pública. Ella es la que nos ha de salvar y hacer felices, haciéndonos conocer a todos nuestros verdaderos intereses. La guerra devorante que devasta las desgraciadas provincias de esta América, no es efecto de otra causa que del funesto error, de la negra preocupac:ón, del pérfido engaño y del obcecado empeño en cerrar los oídos a las voces insinuantes de la ilustra­ción, .:le la humanidad y la filosofía.... ¡Infelices de aquel!os que nos denominan revolucionarios e inquietos, porque intentamos la ilustración popular! Ellos son in­dignos de vivir entre nosotros, y deben abandonar cuanto antes este país tranquilo que quiere y debe ser feliz por el camino. de la razón ilustrada con liberalidad. Si hay algunos que crean que los peruanos todos no deben apren­der las verdades que enseñan nuestras historias presen­tes, la política y los derechos del hombre; si hay algunos que digan que aquí no conviene sino la ignorancia, el disimulo y la ocultación; váyanse de entre nosotros a ocu­par las llanuras del Asia, donde pueden ejercitar su vil obe­diencia en obsequio de los déspotas... El más ínfimo de nuestros conciudadanos, el pobre artesano, el indio in­feliz, el triste negro, el pardo, el ignorante; todos serán objeto de nuestras tareas. A todos queremos hablar e ins-

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truír porque todos tienen derecho a oír y ser instruí dos" . Gran escándalo causó el prospecto entre los absolutistas, que se apresuraron a denunciarlo. En vano los redactores, para prevenir la denuncia, publicaron al día siguiente, 21 de febrero de 1812, un suplemento, en el cual explicaban la intención de ciertas frases: "Sabemos, escribían, que ha sido sindicada por algunos la nota que dice: por patria entendemos toda la vasta extensión de ambas Américas. Esta sindicación es muy injusta, si se ha creído que nues­tro espíritu era desconocer por patria a la madre España. Allí hablamos de la reunión de las provincias (de Amé­rica) que se hallan en guerra sagrienta, y nos pareció que el mejor medio de conseguirla (esa reunión) era recordar­les que todas componían nuestra patria, esto es, el suelo americano que pisamos, donde hemos visto la luz. La Es­paña libre de franceses es nuestra madre patria, la Amé­rica es nuestra patria en todo el rigor literal de la palabra. Ambos dominios el de España y el de América, no com­ponen ya sino una sola patria para americanos y españo­les; de suerte que la España en todo sentido es para noso­tros 10 que la América para los españoles. Los sentimien­tos que animan a la Sociedad 39, son los más puros y acen­drados de fidelidad española, gloriándose de ella todos sus individuos".

El propósito de 105 del Satélite era divulgar los mejo­res artículos políticos de los periódicos europeos y sobre todo de los españoles. De allí que los dos números que lle­garon a publicarse, casi no se compusieron sino de trans­cripciones, que a ia verdad están bien elegidas y manifies­tan singular atrevimiento: versan sobre los derechos del hombre, la libertad de la imprenta, la incompatibilidad en­tre la libertad española y el restablecimiento de la inqui­sición y sobre si los reyes son puestos por Dios en la tierra.

39 La supuesta sociedad filantr6picc;,

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El número segundo, que es del 11? de abril de 1812, trans­cribe unas Reflexiones sobre los derecbos de la infanta Carlota, dirigidas, como dice el índice del periódico, a demostrar que los españoles, así americanos como europeos que babitan la América, aborrecen y detestan la domina­ción portuguesa del Brasil sobre todas las demás. Y el re­dactor del Satélite añadía en una nota por su cuenta: "A todo buen español la dominación portuguesa es tan abo­rrecible como cualquier otra extranjera". Que tales pala­bras se estamparan en una publicación tan estrechamente ligada a Baquíjano, es un argumento, y no de los menores, para rechazar como falso el carlotinismo que a él y a sus amigos se atribuye.

El Satélite se quedó en el segudo número: sucumbió ante la resistencia que Abascal y los reaccionarios le opu­sieron. El Peruano se vió obligado a cambiar de forma, y se llamó en su nueva fase El Peruano Liberal; pero muy pronto fué suspendido, su editor Río multado, y el redac­tor Rico y Angulo desterrado. Algunos meses más tarde lo reemplazaron El 'Verdadero Peruano y El 1nvestigador. Aunque perseguidas infatigablemente por el virrey, estas hojas de efímera vida, que morían y renacían a cada instan­te, no cesaron de pulular hasta que en 1814 Fernando VII suprimió la libertad de imprenta.

Pocos meses antes de la cuestión del Satélite, ocurrió en la prensa otra mucho más ruidosa, en que también an­duvo mezclado el nombre de Baquíjano. Con motivo de la victoria de Huaqui, muy celebrada en Lima, y no menos por los liberales que por los absolutistas, don Manuel Vi­llalta dirigió al Cabildo un oficio en el cual pedía que se perpetuara de algún modo el recuerdo de esta batalla y que se solicitara del gobierno español premios extraordi­narios para Goyeneche. No era el fervor realista por cierto el único móvil de Villalta, de quien hemos dicho ya que en la insurrección de Tupac-Amaru había prestado muy im-

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portantes servicios. A él se debió, en efecto, que en 1780 no cayera la ciudad del Cuzco en manos de los rebeldes. Después, en 1781, trabajó eficazmente, bajo las órdenes del general Valle, en la pacificación de las provincias su­blevadas. El rey en pago lo nombró coronel. Iba además a ser nombrado gobernador del Callao, pero el ministro Gálvez lo impidió cuando supo que era criollo. Gálvez declaró sin ambajes a Villalta que no conseguiría en el Perú elevados empleos porque no convenía otorgarlos a los ame­ricanos. Villalta tuvo que resginarse: aceptó el modesto cargo de director del Tribunal de Minería, y se vió obliga­do a elevar al trono muchos memoriales y a esperar mu­chos años para que lo ascendieran a brigadier. Ahora, utili­zando la ocasión que ofrecía la victoria de Huaqui, reme­moraba en el oficio sus olvidados méritos, se quejaba de las mezquinas recompensas que había recibido, insistía en la circunstancia de que Goyeneche era también criollo y re­clamaba para todos los americanos el libre acceso a las dignidades. Diez días después, el 19 de julio, el Cabildo había ya tributado a Goyeneche grandes honores, y Villal­ta en nuevo oficio agradece que se haya oído su petición y se extiende en consideraciones semejantes a las del pri­mero: "Detéstese, dice, esa vergonzante apatía en que hasta hoy hemos vivido sumergidos. .. Pero no nos admi­remos. El culpado ha sido el gobierno, que siempre ha pro­curado esconder las nobilísimas facultades de la naturale­za, no elevando a las que las profesan, habiéndonos redu­cido a una ignorancia tan perjudicial como grosera y ver­gonzosa por esta errada política".

No contento Villalta con haber dirigido los dos oficios al Cabildo, los hizo imprimir y repartió en la ciudad buen número de ejemplares. El virrey delató dichos oficios a la junta censoria, que hizo en ellos el primer ensayo de su poder. No se atrevió la junta a condenarlos de manera definitiva "atendiendo a que habían llegado de España pa-

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peles que contenían expresiones semejantes", pero los ta­chó de peligrosos y subversivos, y prohibió su circulación mientras la junta censoria de la península decidía lo que en tal caso se debía hacer.

Era don Manuel Vi11alta, hombre de muy rectas in­tenciones, pero de escasísima literatura; y así los oficios están redactados en pésimo estilo. Desconfiando, pues, de sus fuerzas, acudió a su amigo Baquíjano y le encomen­dó la respuesta al informe de la censoria. Se rotula Breves reflexiones sobre la censura de los oficios dirigidos al Excmo. Ayuntamiento- de esta capital por el brigadier 'Vi· 1lalta, escritas por él mi5'mo (Lima, 1811); pero _ es tanta la diferencia de composición y lenguaje entre estas Reflexio­nes y los oficios, que a nadie engañó lo que decía la por­tada: todos atribuyeron la paternidad del folleto a Baquí­jano 40. Se sostiene en las Breves Reflexiones que, si se gún propia confesión de la junta, corrían por España con toda libertad artículos más audaces que los censurados oficios de Villalta, no era lícito despojar a los americanos de un derecho reconocido a los españoles; y que el virrey era incompetente para acusar en delitos de imprenta y en cualesquier otros, porque las leyes prohibían que las auto­ridades reales sirvieran de acusadores y delatores.

40 Para afirmar que Baquíjano escribió las Breves reflexiones, tenemos, además de la tradición que hasta nosotros ha llegado, evidentes pruebas en uno de los muchos impresos que produjo esta polémica: L.a Balanza de Astrea, fir­mado con el pseudónimo de El abate Panduro, en el cual se lee: "La gran jus­ticia y beneficencia y los talentos sublimes, enriquecidos por la lectura y el estudio, hacen - el carácter del autor de las :Reflexiones..... El inició -la feliz época de la bella literatura en la Academia.... Por la dulzura de su índole, la profundidad de sus talentos y la universalidad de sus conocimientos, se ase· meja al ilustrísimo Fenelon". Estas señas no podían convenir sino a Baquí· jano, pero aun da El abate Panduro otras más claras. Dice que el autor de las R.eJledones tiene señorío en una ~nfe·iglesía de Durango, y cita como del mismo autor las siguientes palabras: "No escucha los rumores ultrajantes de sus enemigos, sofocado bájo el ruido universal de los -aplausos" que son de Ba· quíjano y se hallan en la aprobación suya que precede a la Oración fúnebre de la madre María Antonia L.arrea y Arispe por fray Cipriano Jerónimo Cal". tayud.

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En defensa del virrey y de la junta, y quizá inspirada por el mismo Abascal, salió a iuz una impugnación de las Brevesreflexio1'les, titulada Carta de don 7Jerísimo Cierto a un c01'ldirscípulo suyo (Lima, 1811). La carta de 7Jerísimo es para aquel tiempo de muy aceptable estilo, y no carece de alguna habilidad dialé~tica. Entre otras cosas, reprocha a los liberales la inconsciente pero efectiva cooperación que con la propaganda de sus ideas prestaban a los revolucio­narios; "La experiencia ha acreditado, con innumerables y dolorosos hechos, el abuso criminal que se hace de la li­bertad reglada. Y si nó ,qué principio han tenido las in­surrecciones de Nueva España, Caracas, Cartagena, Santa Fé, Quito, Buenos Aires y Chile? Los desórdenes, la anar­quía, desastres y trastornos que se han introducido en el gobierno de aqueUos reinos ,de qué otro origen han dima­nado? ... Estos discursos y reflexiones (los de Baquíjano en defensa de Villalta) serán siempre funestos para todos los pueblos en que falte una fuerza efectiva y segura, ca­paz de impedir que la libertad reglada pierda sus límites".

Los liberales se indignaron y casi a la vez publicaron cuatro refutaciones de la carta de 1Jerísimo Cierto; las Ad­vertencias amistosas de 1nocencio Enseña, la Carta de JWeta·, fórico Claros, la Carta de Judas Lorenzo JWatamoros y la Balanza de Astrea por el abate 'Panduro. Del contexto de las Advertencias amistosas se deduce que su autor es el de las Breves reflexi1ones; por consiguiente, 1nocencio Enseña es Baquíjano. Contra 10 que reza el título, prevalece en las Advertencias amistosas un tono incisivo y cáustico. Ba­quíjano era de carácter muy dulce y afable, y la dulzura de su trato entraba por mucho en la tranquilidad y sua­ve seducción que en su derredor ejercía; pero poseía al mismo tiempo notables condiciones para la polémica, que en otro medio hubieran podido alcanzar magnífico desarro­llo, y, como a todos los polemistas sucede, en el ardor de la discusión tenía vivacidades satíricas y algo agresivas.

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Rebate victoriosamente los argumentos de 'Verísimo. El es-o tilo es fuerte y maduro, más sobrio y firme que el del Elo­gio de 1áuregui. Para muestra citaremos el párrafo final, muy significativo del honrado posibilismo que inspiraba la conducta política de Baquíjano: "Aseguro a Ud. que si motivos tan imperiosos no me hubieran obligado a mani­festar principios tan ásperos y amargos, habrían quedado reservados en un estudiado silencio: la prudencia dicta que se presenten por grados, descubriendo por ellos, como las palomas del Arca, si el diluvio de preocupaciones, erro­res y falsedades mantiene sumergida la tierra i o si ya reti­radas las aguas que la inundaban, se ofrecen algunos pun­tos en que la virtud y la verdad, fijando su morada, puedan comunirarse sin recelo a los que aman su belleza y sos­tienen su derecho".

Se atribuyó igualmente a Baquíjano la Carta de :Me­tafórico Claros, más atrevida aún que las Advertencias. De ella entresacamos estas libérrimas frases: "Ya es, pues, in­dispensable hacer entender a los reyes de España que no se han hecho los pueblos de la tierra para servir a sus caprichos i que la nación no los hace reyes para que usurpe el vicio los premios de la virtud i que el poder que les comu­nica la nación, no es para esclavizar al hombre libre, igual a ellos por naturaleza".

Algunos pasajes de los mencionados folletos ofendie­ron al virrey y enfriaron su amistad con Baquíjano, que había sido muy cordial hasta entonces. La polémica, en último ténnino, vino a aprovechar a Villalta, porque, para acallar sus quejas, el gobierno de España le confirió el alto grado de mariscal de campo. Los ansiados despachos lle­garon a Lima en los últimos meses de 1811, cuando el agraciado se encontraba ya, por sus años y sus enferme­dades, en los umbrales del sepulcro.

Entretanto, a medida que avanzaba la guerra contra Jos franceses, iba predominando en España el partido libe-

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ral, y Baquíjano, por el predominio de sus correligionarios de la metrópoli, de los cuales era muy conocido y aprecia­do, figuraba en el número de los candidatos americanos propuestos para las mayores dignidades. Ya en 1809 había entrado, junto con el canónigo Silva y el general Goyene­che, en el sorteo celebrado por el real acuerdo de Lima pa­ra enviar representantes ante la Junta Central 41. En la lis­ta. de los elegibles para el lugar que en la regencia de 1811 correspondía a un americano y que obtuvo el neo-granadino don Pedro Agar, apareció el nombre de Baquíjano, acom­pañado de los otros dos peruanos: el tantas veces cita­do Villalta, y don Pedro José de Zárate, marqués de Mon~ temira. Por fin, el 20 de Febrero de 1812 se le nombró consejero de estado.

La noticia del nombramiento llegó a Lima el 28 de Junio, y fué recibida con inmenso júbilo. A los liberales peruanos la elevación de su jefe pareció la mejor prueba de la real igualdad política establecida entre europeos y criollos. El argentino don José Antonio Miralla, al cual debemos la descripción de las fiestas con que solemnizó Lima la exaltación de Baquíjano, explica así el regocijo ge­neral: "Por primera vez, un hijo de este opulento imperio influía en sus destinos" 42.

41 Resultó favorecido en el sorteo don José Silva y Olave, chantre del Ca­bildo Metropolitano y rector de la Universidad de San Marcos. Emprendió in­mediatamente viaje a España, pero se regresó de Méjico, por haber sabido la extinción de la Junta Central.

Era Silva natural de Guayaquil y tío del poeta Olmedo. Se educó bajo la dirección de don Agustín de Gorrichátegui. En 1811 presidía la junta censoria de imprenta: por consiguiente, intervino en la cuestión de los oficios de VilIalta y tuvo como contendor a Baquíjano, su antiguo condiscípulo del Seminario. Fué nombrado en 1812 obispo de Huamanga. Murió en 1816 (Véase Mendiburu, Dic­cionario bistórico·biográfico, tomo 7, pág. 349).

42 Breve descripción de las fiestas celebradas con motivo de la promoción del Exclllo. Sr. Dr. D. José BaCjuíjano al Suprelllo Consejo de Estado por José Antonio Jrfiralla (Lima, 1812). .

El distinguido poeta argentino MiraIla había principiado sus aventureras pere­grinaciones por América al lado del platero italiano Boquí, con el cual vino a Lima en 1810. Se matriculó como estudiante de medicina en San Fernando.

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El mismo día en que se supo la fausta nueva, comenzó la interminable serie de las felicitaciones. Los numerosos amigos y partidarios de Baquíjano; la inmensa cantidad de personas que le debían servicios y favores; las corporacio­nes, desde el regimiento de la Concordia, cuyo auditor era, hasta los colegios y las comunidades religiosas, y desde la Universidad de San Marcos con su rector a la cabeza has­ta las pobres cofradías de los negros esclavos que le can- . taron alabanzas en sus salvajes idiomas africanos; la no­bleza; el pueblo; las mujeres de la clase elevada y las de la plebe; todos, acudieron a congratularlo con una efu­sión, un entusiasmo y un ardor sin ejemplo en la historia colonial. Se le pronunciaron innumerables arengas; y él las contestaba, nó encomendando las respuestas a la memoria, aunque tuvo esta facultad extraordinariamente desarrolla­da, sino fiándose a la improvisación. Y dicen que obliga­do por tantas semanas a expresar los mismos sentimien­tos, era admirable la facundia con que acertaba a dar va­riación a sus palabras y novedad agradable a sus discur­sos. Casi todas las poesías laudatorias que se le dirigie­ron, están en la relación de Miralla. Son en su mayor parte chabacanas, como era de esperar, dada la cultura poética de la Lima de aquella época; pero parecen muy sinceras. Hay un soneto bastante ingenioso, dedicándole un globo aerostático:

Ese globo, señor, que el hado duro, Por ser materia, había condenado A no poder moverse; hoy elevado, Tranquilo toca la región de Arturo.

Presentado a Baquíjano, ganó su amistad y confianza. Apareció complicado en la conspiración de Anchoris, y el virrey lo desterró. Probablemente por media­ción de Baquíjano, obtllVo que le permitieran regresar a Lima. Escribió, como lo decimos en el texto, la relación de las fiestas que el año de 1812 se dedicaron al mismo Baquíjano ¡ y, formando parte del séquito de éste, se dirigió poco después a la Habana. Para lo restante de su vida, véase el artícnlo que publi. có don Juan María Gutiérrez, en el tomo X de la Revista del Rio de 1 .. Flatl!.

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y pues sube veloz, recto y seguro, En sus virtudes solas apoyado, Este pueblo y su autor 10 han destinado Para ser de tu ascenso emblema puro.

El globo asciende: aura feliz le asista, Exclama cada cual; mas la subida ¡Ah! ¡qué pesar! nos priva de su vista.

La América lo mismo complacida Goza tu promoción; mas se contrista, Porque se va ¡gran Dios! Vistaflorida.

Del estudiante carolino José Sánchez Carrión, es la siguiente oda, que vamos a transcribir, no sólo porque la tenemos por la más aceptable de las que en el cuaderno de Miralla figuran, sino también por el nombre de su autor, que fué luego el famoso ministro de Bolívar, y porque nos parece una curiosa manifestación de las opiniones políti­cas que entonces profesaba aquella juventud, destinada más tarde a formar el núcleo del partido republicano:

Atado estaba el continente nuevo Trescientos años con servil cadena, A cuyo ronco son su acerba pena, Su eterna· esclavitud llorar solía En triste desventura, Desde que el padre de la luz salía Hasta el dulce nacer del alba pura. El metal valoroso, La quina saludable y mil riquezas en soberbias naves, De tributo en señal cortar se veían Con fuerza irresistible El húmedo elemento

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A pesar de las olas y del viento. y el infeliz colol1o Por sabio, por intrépido que fuese, y en valor excediese Al vizcaíno, gallego o castellano, Su cerviz sometía, y nó mandar, sí obedecer sabía ... Cuando ¡.alta Providencia! de repente Levantó su ancha frente La América abatida, y a tí ¡oh ]osef! ¡oh sabio esclarecido! La suerte de dos mundos Por toda la nación confiare vido. ¡Gloria y honor al sabio de la patria! Salve, mil veces salve, ¡Oh poderosa Lima! Salve ¡oh Perú! ¡Oh América opulenta! Que la horrible cadena Hase ya roto; y a su grato estruendo La santa libertad batió riendo Sus alas celestiales Sobre tu fértil suelo, y en Baquíjano al fin posó su vuelo. Salve ¡oh Josef! pues eres el primero Que a tan excelso honor has ascendido, En quien tu cara patria ha recibido De igualdad el e1émplo, y en quien la unión fraterna tan deseada Llegó a verse por fin asegurada. Salve ¡oh J osef! ¡ilustre americano! Que el Rímac apacible De noble orgullo penetrarse siente, y por primera vez su faz riente Sacude alborozado; y sus bellas zagalas

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La vena melancólica abandonan E himnos de gozo en tu loor entonan. Gloriarte puedes, que tu amada patria Estampará el primero Tu nombre augusto en la columna de oro Que eleve a la memoria De su alma libertad, de su victoria Sobre el hado fatal que, enfurecido, Perpetuarla quiso en el olvido. Tiende sobre su cuello Sus brazos amorosos y "basta de quebranto, Exclama, basta, mi hijo bienhadado. Olvido mis ultrajes, Mis antiguas querel1as, Que ya las ciencias y las artes bellas. Que el talento peruano cultivase, De mi felicidad harán la base. Tú salvaste el primero La alta muralla que una mano impía ~ormó para cerrarme Del brillante mandar la dulce vía. Venid, pues, celebremos A este mi primogénito en la gloria, y que en su amable nombre a hablar aprenda El tiemecillo infante, y gloria a mi hijo todo el orbe cante".

Como se ve, las ideas y aspiraciones de Sánchez Ca­rrión no exceden todavía de los límites del liberalismo español-americano.

No se eximieron las señoras de la fiebre poética que produjo el entusiasmo. En la relación de MiraIla se en­cuentran versos de doña Josefa Sierra, de doña Isabel de Orbea, de la marquesa de Casa Boza, de la baronesa de

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Nordenflicht y de una pobre apasionada. Y son tales ex­presiones de algunas de aquellas damas, que cabría supo­ner que a la admiración se unía otro afecto más íntimo y femenil, si los sesenta y un años que contaba el grave con­sejero, las canas que ya lucía, y principalmente la circuns-­pecta y honestísima conducta que es fama que en materias amorosas observó toda su vida, no bastaran para disipar en este punto hasta la más leve sombra de sospecha. En otro caso, podría tomarse por una formal declaración la siguiente décima de la marquesita de Casa Boza:

Amable y digno señor, Prodigio de aqueste suelo, Hoy te tributa mi anhelo Rendido todo su amor; Se obscurece su esplendor Tratando yo de elogiarte, y así, pues no puedo darte Alabanza que más cuadre, Sabe que mi pecho arde Cuando veo celebrarte.

El Cabildo de Lima (convertido a la sazón en Ayun­tamiento Constitucional) decretó, en honor de la exalta­ción de Baquíjano, tres días de fiesta, que fueron el 4, el 5 y el 6 de Julio. En ellos continuaron las visitas de los diversos gremios de la plebe y de las comunidades de in­dios. Por las noches la ciudad se iluminaba. Los ricos ador­naban las puertas, ventanas y balcones de sus casas con hachas y tapices; y los pobres, con lamparillas y con ho­jas verdes. Rarísimas fueron las fachadas que no se deco­raron; y en muchas se leían inscripciones y versos. La iluminación del Seminario mostraba a Baquíjano en traje de colegial. La del Consulado consistía en una pirámide rodeada de llamas y una lámpara sobre un altar, y decía abajo en letras de fuego:

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Estas llamas ardientes simbolizan El amor que mereces a este pueblo: Su inquietud, el deseo de tu gloria; Su c1aridad, la luz de tu consejo.

El palacio virreinal y el arzobispal deslumbraban con el resplandor de las hachas; por las calles discurría el pue­blo vivando a Baquíjano; se dejaban oir por doquiera las bandas de música; en la plaza de Armas ascendían de la multitud que hormigueba, los ruidos festivos de las noche­buenas limeñas y el estampido y fulgor de los fuegos artifi­ciales; y el general repique de las campanas extendía so­bre toda la ciudad el concierto de sus alegres sones. En la noche del 6 las iluminaciones fueron aun más vistosas, y el gentío más crecido que en las dos noches anteriores, y el Cabildo dió un gran baile. El alcalde constitucio­nal, marqués de Torre Tagle, condujo a Baquíjano en una carroza de gala. El trayecto de la casa del consejero (si­tuada en la mitad de la cuadra que todavía lleva su nom­bre) al local del Cabildo, estaba invadido por el pueblo. Las ac1amaciones eran incesantes. En la esquina de Mer­caderes y Las Mantas fué tanto el golpe de gente y tánta la apretura y algazara, que tuvo la carroza que detenerse un breve rato. Los aplausos redoblaron a lo largo del Por­tal de Escribanos y hasta que descendieron del coche Ba­quíjano y el alcalde y entraron en el cabildo. Allí principio el baile, presidido por el virrey Abascal y su hija Ramona. y mientras nuestras tatarabuelas ostentaban ricas joyas y formaban las ceremoniosas figuras del minué, de la ga­vota y de la contradanza, afuera, en la plaza de Armas y en el puente, el vulgo se entregaba a sus festejos y no cesó en sus vivas toda la noche. En las semanas posteriores hubo toros, y siguió por casa de Baquíjano el inacabable desfile de las corporaciones V los gremios.

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Abascal temió que en las fiestas ocurrieran desórde­nes, y tomó precauciones para evitarlos. Hizo colocar gran aparato de tropas en las calles. Agregan que llevó a más su desconfianza y que, dando oído a las delaciones de un cabo o sargento del Concordia apellidado Planas, ordenó algunos arrestos. Este asunto de la conjuración delatada por Planas, es muy dudoso. Lo que de él dicen Vicuña Mackenna y Mendiburu, se apoya en el poco ilustrado tes­timonio de Pagador 43. Nada puede afirmarse mientras no se descubran los autos del juicio criminal a que dio origen la denuncia del sargento. Como no se habló más de ella, es muy probable que resultara falsa y que la cons­piración no existiera sino en la suspicaz imaginación de Abascal. Si hubo tal conspiración, nos inclinaríamos a atribuirla a los independientes y no a los liberales. Pero si se probara que intervinieron liberales, sostendríamos sin vacilar que la proyectaron y fraguaron sin conocimiento ni consentimiento de su jefe. Razones de simple buen sen­tido vedan suponer que Baquíjano se echara a conspirar entonces. El que por espacio de cuatro años había impues­to en el liberalismo peruano el sistema de la oposición le­gal, ¿iba a abandonar en un complot idéntico a los que siempre se había negado a favorecer y a exponerse a las contingencias de un vergonzoso fracaso, precisamente cuan­do se preparaba a dejar el país, cuando acababa de recibir tan señalada muestra del favor y la confianza del gobier­no de España, y cuando, por último, el giro que tomaba la política en la penínsul;¡ hacía presagiar el próximo triunfo de todos los ideales de su partido?

Tan ajeno a planes revolucionarios estuvo Baquíjano, que, sabiendo que al virrey le irritaban y sobresaltaban las manifestaciones del entusiasmo liberal, se esforzó por dar

43 Véase Pagador, 1'Ioresta peruano-española, publicada en el periódico El Zurriago de 1848.

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término a las fiestas, las cuales, a no ser por sus exhorta­ciones y ruegos, se hubieran prolongado mucho tiempo. Mas no pudo excusar la función que en la Universidad de San Marcos le quiso dedicar el colegio de San Pedro No­lasco, dirigido por su anciano amigo el padre Calatayud. Corría ya noviembre, sin que en el transcurso de cinco me­ses se hubiera apagado el fervor popular. El día 11 fué .el fijado para la ceremonia universitaria. Firmaron las es­quelas de invitación el marqués de Torre Tagle y el conde de San Juan de Lurigancho. El patio principal, adornado de espejos, nubes de fIores y arañas de plata, tenía cubier­tas las paredes con tarjetas de poesías latinas y castella­nas. En el centro tocaba la banda del Concordia, y en la puerta resonaban los clarines de la escuela. La concurren­cia llenó las salas y corredores del estrecho edificio de la Universidad. En el fondo del General Mayor, bajo un do­sel de terciopelo carmesí galoneado de oro, se había colo­cado un retrato de Baquíjano. Cuando la condal carroza de VistafIorida apareció en la plaza de la Inquisición, los maestros y doctores salieron a la puerta de San Marcos. Allí recibieron a Baquíjano y lo condujeron al General Mayor. Entró seguido de todo el claustro y trayendo a su derecha al rector don Gaspar de CevalIos y Calderón, marqués de Casa Calderón. Luego que se sentaron los asistentes, el pa­dre mercenario fray Lorenzo Eraunzeta, que era el susten­tante de las conclusiones públicas, dió principio al acto con una disertación latina. El mismo padre Eraunzeta dijo el elogio latino; y el padre Calatayud, el agustino fray José Salía, y el abogado Francisco Valdivieso pronunciaron los elogios castellanos. Todos estos elogios se imprimieron44

44 Elogio del Excmo. Sr. D. José Baquíjt:no y Carrillo, conde de 'Vistaflo­,ida. .. etc. ... por fray Jerónimo Calatayud. Sáealo a luz el Dr. D. 10sé Antonio de Polo y Caso. (Lima, imprenta de los Huérfanos, 1813).

Elogio del Excmo. Sr. D. José Baquíjano y Carrillo, conde de 'Vistaflor/da, por el ?11. R. P. 'hay 10sé Salía, del orden de San Agustín. Sáeale a Itlz el ?11.

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Contienen bastantes datos para la biografía de Baquíjano, que nos han servido en el presente ensayo. literariamen­te juzgados, el mejor es el de Calatayud. Hay en él, no de­licadeza de gusto, pero sí alguna corrección y algunas fra­ses sentidas. El octogenario sacerdote había sido como maestro de Baquíjano y le profesaba cariño paternal. Ha­blando de su próxima ausencia exclama: «Sacrificio si pa­ra otros doloroso, para mí el más formidable y cruel, sea porque donde es más grande la unión es más sensible la fuerza del despego, sea porque no puede quedarme espe­ranza racional de volver a verle". Los elogios de Valdivie­so y Salía son más afectados que el de Calatayud, pero en todos el10s se nota cierta dignidad y altivez que parece ins­pirada por el personaje a quien se dirigían. Extremada­mente hiperbólicas son las alabanzas i pero bien claro se vé que la hipérbole nace de la educación literaria y del can­dor de criterio, y no de adulación como en los antiguos panegíricos de la misma Universidad.

Muchas provincias celebraron la promoción de Baquí­jano con fiestas semejantes a las de Lima. En Arequipa hubo tres noches de iluminaciones, y una misa solemne de gracias con sermón del obispo Chávez de La Rosa i y 105 jóvenes Mariano Melgar y José María Corbacho y el pres­bítero Arce compusieron versos que Miralla inserta.

Baquíjano esperaba regresar al Perú, y así 10 dice en su proclama de despedida. Donó su biblioteca al convic­torio de San Carlos (excepto los libros teológicos y canó­nicos, que regaló al seminario de Santo Toribio) i y con gran séquito de criados y servidores se embarcó en el Ca-

R. P. Exprovincial :Maestro 1r. Jer6nimo de Calatayud y Borda, de la militar or­den de n. Sra. de las :Mercedes (Lima, imprenta de los Huérfanos, 1813).

Elogio que en las conclusiones de toda teología dedicadas en la 'Universidad de S. :Marcos al Exmo. Sr. Conde de 'Vistaflorida, dijo el Dr. D. 1rancisco 'Valdivleso y Pradas. .co da a luz el :R. P. :M. 1ray Jerónimo de Calatayud.

No he podido haber a las manos el elogio del padre Eraunzeta.

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lIao 45. Como en 1793, detúvose algún tiempo en La Ha­bana, donde se quedó Miralla, que en calidad de secreta­rio lo acompañaba desde Lima. Viajó muy lentamente: pa­recía que hubiera presentido que en España lo aguardaba la desgracia. Salió de La Habana el 4 de diciembre de 1813, en el mismo naVÍo que llevaba a su amigo el marqués de Torre Tagle, diputado a cortes. Arribó a Cádiz el 16 de enero de 1814. El gobierno se había ya trasladado a Madrid; y en su seguimiento se dirigió Baquijano a la ca­pital. Por el camino supo malas nuevas: los insurrectos de América, aunque derrotados por todas partes, propendían cada vez más a la completa independencia; y el rey Fer­nando VII, libertado por Napoleón, se aprestaba a regre­sar de Francia a España, y susurraban que venía decidido a abolir las constitución. Baquíjano llegó a Madrid, y se

45 Lorente, al hablar de Baquíjano, asegura que: "el pueblo lo VlO par­til cou suma frialdad, por creerlo opuesto o cuando menos indiferente a la emancipación inmediata". (J/istoria del :Perú vajo los Borvones, pág. 309). No sé de dónde ha sacado la peregrina noticia de esta súbita frialdad. En ningu­na otra parte he encontrado rastro de ella. Ni se comprende tampoco cuál po­día ser su causa. En los liberales limeños era vivísimo el interés de que Ba­quíjano los representara ante el gobierno supremo. Creían que los asuntos de América sólo se podían y debían resolver en España. La muerte de Morales Duárez hacía aun más urgente la partida del único hombre capaz de reem­plazarlo. Es absurdo el motivo que Lorente alega para explicar ese supuesto y repentino enfriamiento. La principal razón de la popularidad de Baquíjano fué precisamente su conocida adhesióu a la metrópoli: ya hemos dicho que la mayor parte de los habitantes de Lima en 1812 no deseaban la independencia. Y en cuanto al grupo de los separatistsa, muy pública había sido siempre la actitud de Baquíjano para que a última hora pudieran llamarse a engaño. Los separatistas no eran sinceros adeptos suyos, aunque no dejaban de rendirle tri­buto, de respetarlo y halagarlo, y hasta de ayudarlo en su propaganda liberal, comprendiendo que el liberalismo ofrecía por el momento un buen punto de apoyo para lanzarse después a ma)(ores cosas. Poco crédito merece Lorente en este período porque en cuanto dice se advierten groseros errores. Asegura que escribían en El Satélite del :Peru~no Baquíjano, Calatayud y VilIalta, comO si El Satélite hubiera sido algo más que un periódico de transcripciones y como si el iletrado general Villalta hubiera podido ser alguna vez periodista. Más abajo, trabucando los nombres, llama a Baquíjano Salazar y Baqui jano, y a Mo­rales Duárez, Duarte Morales. Todo induce, pues, a tener por falsa la noticia, y a suponer, en contrario, que el entusiasmo de la despedida correspondió al de las fiestas.

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instaló faustuosamente. Hizo de su casa el centro de reu­nión de los americanos residentes en la ciudad, que, como se sabe, constituían entonces uno de los más fuertes soste­nes del ya tan amenazado partido liberal. Juró la plaza de consejero el 14 de marzo.

A medida que el rey se acercaba, crecían la descon­fianza y el temor de los liberales y la insolencia de los ser­viles . Pocos días antes de la entrada de Fernando en Ma­drid, los diputados americanos, para resolver lo que harían, se reunieron en casa de Baquíjano. Este fué de opinión que concurrieran al real besamanos, con el fin de aplacar al monarca y conseguir las mejores condiciones que se pudie­ran obtener para las provincias insurrectas, cuya situación era desesperada. Podía dar tal consejo sin vileza, porque no implicaba sino la fidelidad al soberano que siempre ha­bía reconocido. La mayor parte de los diputados lo acep­taron y siguieron; mas poco les aprovechó: tuvieron que soportar desaires, y en ellos se cebó muy pronto la furiosa reacción absolutista. En los primeros meses Baquíjano se salvó de ésta, nó porque, como algunos han dicho, aban­donara a los suyos y se plegara a los serviles, sino porque tenía en el ministerio dos favorecedores y amigos persona­Jes: el duque de San Carlos y Lardizábal. Don José Miguel Carvajal y Manrique, duque de San Carlos y ministro de Estado, era limeño, y entre las familias de San Carlos y Vistaflorida existía una tradicional y estrecha amistad. El mejicano don Manuel Lardizábal y Uribe, ministro de In­dias, era próximo pariente de Baquíjano.

En aquella funesta restauración del 14, los castigos fue­ron tan crueles como arbitrarios: algunos liberales de cuen­ta y significación se libraron de vejaciones, al paso que personas neutrales en política o del todo inofensivas su­frieron cárceles y destierros por levísimas sospechas de constítucionaliS'mo. Gracias a Lardizábal y a San Carlos, consiguió Baquíjano que no 10 molestaran. Aun se le llegó

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a nombrar para una plaza del Consejo de Indias, que era la equivalente a la del extinto Consejo de Estado. Inme­diatamente la renunció: su delicadeza no le permitía servir bajo un gobierno absoluto. Pero su amistad privada con los dos ministros le daba positiva influencia, que empleó en proteger a liberales menos afortunados que él. No le duró mucho esta bonanza. La camarilla del duque de Ala­gún minó el favor de San Carlos y lo derribó del ministe­rio. Poco después, fué destituído y desterrado Lardizábal, Privado de sus defensores, Baquíjano quedó expuesto a las iras reaccionarias. El mismo día del destierro de Lardizá­bal fué confinado a Sevilla. Diéronle para salir de Madrid el término perentorio de doce horas.

En Sevilla pasó los tres últimos años de su vida, que fueron tristes. Por doquiera no tenía sino motivos de amar­gura. Los sevillanos se distinguían entonces por un exal­tado absolutismo, y su trato era muy poco agradable para un liberal desterrado. El despotismo había vuelto a asen­tarse en España; su pesado manto de ignorancia lo ahoga­ba todo; y su imperio, hondamente arraigado en el pue­blo, parecía que había de ser perdurable. De los libera­les, unos estaban expatriados o presos; otros se veían obli­gados, con grande y diario peligro, a conspirar en las tinie­blas de las logias. El único grupo de absolutistas en el cual Baquíjano contaba con amigos y al cual debió pro­tección, el de San Carlos, Lardizábal y Macanaz, estaba también caído y proscripto. En el general desconcierto de la administración, los ministerios se sucedían con rapidez vertiginosa, descendiendo hasta la última bajeza, como si el rey buscara siempre instrumentos más infames que los an­teriores para extremar aquel oprobioso sistema de fana­tismo, persecusiones e ingratitud. En América la guerra se encarnizaba, los odios se inflamaban y la separación se hacía inevitable. Los liberales americanos, desengañados con la reacción de 1814, se confundían a toda prisa con

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los independientes. El partido liberal de Lima, que fué el más español de la América del Sur, se desorganizó con la ausencia de Baquíjano y Torre Tagle, y con la muerte de Morales Duárez, Cisneros, Calatayud y Villalta. De sus adherentes, los menos siguieron al lado de los realistas, y después constituyeron el elemento criollo que simpatizó con La Serna y los de Aznapuquio¡ los más, se fueron acer­cando cada día al partido separatista. A estos últimos les llamaron patriotas tibios. En 1821 los que quedaban se reunieron alrededor de San Martín, y formaron la base del partido monárquico que proyectaba colocar en el trono del Perú un infante de España.

No alcanzó Baquíjano a ver el completo triunfo de los independientes, que le hubiera desagradado menos que el de los absolutistas. Tampoco alcanzó a ver el restable­cimiento de la constitución por Riego. Murió en Sevilla el año de 1818.

Heredó el título y vínculo de Vistaflorida, don Manuel de Salazar y Baquíjano, que fué el cuarto conde, hijo de don José Antonio de Salazar y Breña y de doña Francisca Baquíjano y Carrillo. En la República, llegó a ser don Manuel miembro de la Junta Gubernativa del año 22, dipu­tado, senador y consejero ¡ y, como vicepresidente del po­der ejecuitvo y presidente del senado, se encargó varias veces interinamente del mando supremo. Mucha parte de su prestigio la debió al recuerdo de su ilustre tío, del cual había sido muy querido, y al cual igualaba, si nó en las dotes de la inteligencia, a lo menos en las prendas del co­razón: en la afabilidad, caridad y rectitud. Era bizco ¡ y el pueblo de Lima, jugando con el título, 10 apodaba el conde de 1Jistatorcida. Don Ricardo Palma en una de sus tradi­ciones (¡Abí viene el cuco!), confundiendo al tío con el sobrino, atribuye a don José Baquíjano el defecto físico y el apodo de don Manuel Salazar.

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De don José Baquíjano se conservan algunos retra­tos. En ellos aparece con la toga de oidor. La estatura es mediana, el color pálido, la frente espaciosa, la nariz un tanto encorvada, la mirada limpia y tranquila.

VII

Cuando, en medio de las agitaciones y afanes y de los exacerbados intereses é irritadas ambiciones de nuestra época, volvemos los ojos al pasado colonial, la primera sensación de ese pasado es deliciosamente aquietadora. ¡Qué silencio, qué paz, qué dulzura como de claustro an­tiguo o de huerto cerrado y umbroso! Tal es la impre­sión artística que la Colonia puede producir y que en mu­chos produce. Conviene tener en la historia una región favorita para descansar en ella de la fatiga y del tumulto contemporáneo, y vivir algunas horas de ensueño entre discretas sombras que la muerte y el tiempo han transfigu­rado e idealizado. Pero al tomar así la Colonia, la consi­deramos poética y no científicamente; y la poesía histórica no es la historia, aunque suele ser su clave. El misterioso atractivo de las cosas que fueron, no proviene sólo de la curiosidad y de los detalles pintorescos; proviene de un impulso más profundo: del infinito anhelo del espíritu. Siempre descontentos en el presente, colocamos el ideal unas veces en el futuro como esperanza, y otras en el pa­sado como recuerdo. Por eso ninguna edad es bella para los coetáneos; y por eso también, un atento exámen de los tiempos pretéritos nos convence a menudo de que en ellos no hay más poesía que la que nosotros hemos puesto. Pre­cisamente el último caso es el que sucede con nuestra colo­nia. Lo que a la distancia nos parece apacible calma, en realidad fué pereza, insipidez y monotonía abrumadora. ¿ Cuál de los que mejor sienten el encanto retrospectivo del período del Virreinato querría sinceramente haber na-

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cido en él? El régimen colonial, fundado en el despotis­mo, en el servilismo y en el marasmo, constituía el más completo y absoluto falseamiento de la moral humana, que es libertad, actividad y dignidad. Era indispensable sa­lir de ese régimen por cualquier medio y por cualquier ca­mino; ya por la revolución de la Independencia, como que­rían los separatistas y como al fin sucedió; ya por la re­forma, como deseaban Baquíjano y sus amigos los libera­les, lo cual habría ofrecido la inmensa ventaja de no frag­mentar la gran nacionalidad española de ambos hemisfe­rios, pero a la ve;; habría extendido la magnitud de la em-­presa y multiplicado los obstáculos.

Vino la Independencia; pero vino por desdicha cuan­do no estábamos preparados para aprovecharla. España y sus colonias, que se encontraban voluntariamente sumidas en la Edad Media, se vieron transportadas por los aconte­cimientos de 1808 a la actual civilización. El tránsito fué muy brusco: el largo período de preparación que en Ale­mania é Inglaterra llenó el protestantismo desde el siglo XVI al XIX, y en Francia la filosofía escéptica del XVIII, no existió para nuestra raza; y esta es la causa de nuestras desgracias y fracasos. El reinado de Carlos 111 fué la única transición, harto breve, deficientísma por cierto i pero hay que confesar que sin ella no hubiéramos podido conseguir ni siquiera los escasos adelantos de que hoy disfrutamos. En el Perú, por el natural retardo de las cosas de América, la acción de los ministros de Carlos 111 se reflejó en el grupo del 7rtercurio. La generación llamada con justicia del 7rtercurio, por el nombre del periódico que fué la prin­cipal muestra de su valer, representa en la historia peruana el puente entre la Colonia y la República. Tuvo que reali­zar en pocos años, de manera atropellada, una labor de preparación que hubiera requerido por lo menos un siglo para ser ejecutada debidamente. Y como necesario efecto de la premura, resultó la labor superficial e incompleta. La

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mayor prueba de la perspicacia de Baquíjano consiste en haber comprendido y declarado la insuficiencia de esta pre­paración para la vida libre. Los hechos han justificado los temores que abrigaba. Pero insuficiente e inadecuada, la de los del grupo del :iWercurio fué preparación al cabo; y co­mo tal debemos agralecerla. ¡Modesta y obscura tarea la de arar el campo y arrojar la semilla para que otros reco­jan la cosecha y se lleven la gloria; mas por obscura doble­mente benemérita! Don José Baquíjano, autor del Elogio de ]áuregui, campeón de la renovación de los estudios, pre­sidente de la Sociedad de Amantes del País y redactor principal del :iWercurio, jefe del partido liberal, protector de la prensa libre y propagador del enciclopedismo, sim­boliza y concentra, con mejores títulos que los mismos Unanue y Rodríguez de Mendoza, la obra de esa genera­ción; y por ello es acreedor al recuerdo y al respeto de los peruanos.

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IJI

SOBRE EL 7v(ERCUR10 PERUA'NO

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Con el título original de Los veinticinco años de nuestro Mercurio escribió Rioa-Agüero este artículo para conmemorar el 25~ aniversario del Mercurio Peruano, la revista fundada por 'Víctor Andrés Belaun­de en 1918, continuadora del periódico célebre de los ilustrados lime­ños de las postrimerías del xvm. Se publicó en el 'N~ 197, de agos­to de 1943, pp. 348 a 360 de dicha revista y se hizo un sobretiro: José de la Riva-Agüero, Los veinticinco años de nuestro Mercurio, Lima, 1mp. Lumen, 1943. 15 pp.

La mayor parte del artículo se dedica al estudio de la significa­ción de la revista de la Sociedad de Amantes del País, a su papel en los pódromos de la 1ndepedencia y a ampliar las noticias biográficas de José Bacfuíjano y Carrillo, resultado de nuevas pescfuizas.

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Y o no he sido redactor, sino mero colaborador entu­siasta y no escaso, aunque intermitente, de la revis­

ta fundada y dirigida con tanto brío, y restaurada con tan loable perseverancia por mi amigo Víctor Andrés Belaunde. La estima y gratitud que todos los peruanos razonables y desapasionados debemos a la fecundidad y generosidad de inteligencia, y a la probidad ética de su insubstituible organizador y reanimador, muchas veces benemérito de la cultura patria; la constante admiración que, por sus apti­tudes como polígrafo lucido y utilísimo, siempre le he tri­butado; la concordancia de nuestros principios y orienta­ciones capitales; y la innegable solidaridad de época y de sentimientos que me mancomuna con él y con todos los del núcleo originario del 7v1ercurio, y casi todos los que des­pués se le agregaron, de la misma generación o de las pos­teriores, me imponen el agradable deber de concurrir a tan justo homenaje. Pero no creo que me priven de mi acos­tumbrada sinceridad para el breve juicio crítico que dicho homenaje entraña.

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114 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO

Dentro de la relatividad y exigüidad de nuestro me­dio, Andrés Belaunde, por lo abundante, novedoso y fluido de sus condiciones de profesor y hombre público, filósofo e historiador, y por la selecta influencia que su duradera revista ejerce, es como un Benedetto Croce del Perú: un Croce que, al revés del napolitano, fuera conjuntamente un gran orador y un pensador católico, partidario de la transcendencia absoluta y no del infinito devenir. Para la jerarquía del retablo intelectual peruano, la equidad exige colocarlo, agotado ya del ciclo positivista y cooperan­do al renacer del espiritualismo, en calidad de uno de los más eficaces divulgadores de ideas entre las clases instrui­das del país, debajo del anciano y precursor maestro Deus­tua, y junto a nuestro contemporáneo Francisco Carda Calderón. Y si no nos limitáramos a este siglo XX, y ascen­diéramos al pasado, hallaríamos bien pocos con quienes compararle en el XIX, pues hasta el famoso Manuel Lo­renzo de Vidaurre, su legítimo hermano de alma, sólo se le equipara en vehemencia y brillantez, siéndole Belaunde muy superior en todos los demás aspectos.

Lo propio que a Vidaurre, cuya fogosa verbosidad recuerda, el ambiente universitario de su juventud le es­tragó la ortodoxia, recuperC\da en su madurez con mucha mayor vehemencia, bizarría y lealtad que su mencionado predecesor de la última centuria. Igual nos ocurrió a to­dos o a los más. El contagio era en extremo fácil, por la vulgar tibieza religiosa y el blando liberalismo teórico a que somos aquí tan propensos. No únicamente yo sin du­da, con inconsiderados escritos moceriles, que por eso en máxima parte repudio, combatía instituciones eclesiásticas, piedras sillares de nuestra civilización. También Belaunde, a fines de 1918, en el primer volumen del ?Wercurio, se ex­cusaba de emplear, para los esenciales problemas de organi­zación de la familia, «criterios retrógrados", y vituperaba "el bando de los creyentes fanáticos y las exageraciones ul-