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Espiritualidad del trabajo. Para un trabajo digno y dignificante AUGUSTO GUERRA, oen (República Dominicana) INTRODUCCIÓN El tema del trabajo, como tantos otros, ha sufrido una atención y transformación profunda en los últimos cincuenta años. El «merca- do» de trabajo y las condiciones laborales han evolucionado con el paso del tiempo. La misma teología, y dentro de ella la espirituali- dad, mantienen una actitud muy distinta a la mantenida con anterio- ridad. Desde la ausencia 1 se ha pasado, después de la segunda guerra mundial, a una presencia y desde unos parámetros ascéticos se va cambiando a otros antropológicos 2. Cuando Conceptos fundamenta- les de teología (1963) concedieron en sus páginas una entrada espe- cial a la palabra trabajo, el padre de la Teología del trabajo, M.-D. CHENU 3, redactor de esta palabra, comenzaba así su exposición: 1 Es un dato llamativo, repetido varias veces pero que no hace inútil recor- darlo de nuevo, que el famoso Dictionnaire de Théologie catholique ignoró la palabra trabajo (¡y no sólo ésta!). La teología del trabajo fue introducida propiamente por M.-D. CHENU en su librito Hacia una teología del trabajo, Estela, Barcelona, 1960 (el original francés es de 1955. El mismo P. Chenu ha contado el origen casi rocambo1esco que dio origen a este libro). 2 Después de la segunda guerra mundial se desarrolla la teología de las realidades terrestres (G. THILS) y, en este marco, «el tema privilegiado fue el del trabajo» (E. VILANOVA, Historia de la teología cristiana, IlI, Herder, Bar- celona, 1992, p. 882. Ahí puede verse la ambientación de lo que sería progre- sivamente teología del progreso (cf. A DE NICOLÁS, Teología del progreso, Sígueme, Salamanca, 1972). 3 M.-D. CHENU pasa por ser, y es, el padre de la teología del trabajo. Quiero REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (59) (2000), 85-103

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Espiritualidad del trabajo. Para un trabajo digno y dignificante

AUGUSTO GUERRA, oen (República Dominicana)

INTRODUCCIÓN

El tema del trabajo, como tantos otros, ha sufrido una atención y transformación profunda en los últimos cincuenta años. El «merca­do» de trabajo y las condiciones laborales han evolucionado con el paso del tiempo. La misma teología, y dentro de ella la espirituali­dad, mantienen una actitud muy distinta a la mantenida con anterio­ridad. Desde la ausencia 1 se ha pasado, después de la segunda guerra mundial, a una presencia y desde unos parámetros ascéticos se va cambiando a otros antropológicos 2. Cuando Conceptos fundamenta­les de teología (1963) concedieron en sus páginas una entrada espe­cial a la palabra trabajo, el padre de la Teología del trabajo, M.-D. CHENU 3, redactor de esta palabra, comenzaba así su exposición:

1 Es un dato llamativo, repetido varias veces pero que no hace inútil recor­darlo de nuevo, que el famoso Dictionnaire de Théologie catholique ignoró la palabra trabajo (¡y no sólo ésta!). La teología del trabajo fue introducida propiamente por M.-D. CHENU en su librito Hacia una teología del trabajo, Estela, Barcelona, 1960 (el original francés es de 1955. El mismo P. Chenu ha contado el origen casi rocambo1esco que dio origen a este libro).

2 Después de la segunda guerra mundial se desarrolla la teología de las realidades terrestres (G. THILS) y, en este marco, «el tema privilegiado fue el del trabajo» (E. VILANOVA, Historia de la teología cristiana, IlI, Herder, Bar­celona, 1992, p. 882. Ahí puede verse la ambientación de lo que sería progre­sivamente teología del progreso (cf. A DE NICOLÁS, Teología del progreso, Sígueme, Salamanca, 1972).

3 M.-D. CHENU pasa por ser, y es, el padre de la teología del trabajo. Quiero

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (59) (2000), 85-103

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«Constituye verdaderamente una novedad que la palabra "trabajo" se inserte en un diccionario de conceptos fundamentales de teología: una novedad extraordinariamente significativa tanto en relación con la conciencia cristiana como respecto a la reflexión teológica» 4.

En las páginas que siguen intento echar una mirada a la espiri­tualidad del trabajo, una espiritualidad que tiene su referencia esen­cial en la dignidad humana, una dignidad humana abierta a las dis­tintas dimensiones integradas, concretamente el cosmos, el mundo y Dios 5. Dividimos este trabajo en tres partes: en la primera llamamos la atención sobre algunos aspectos que nos permiten plantear el tema; en la segunda hacemos un breve recorrido histórico por el mundo del trabajo desde la religiosidad, destacando algunas referencias que han propiciado una actitud negativa frente al trabajo dignificante; en la tercera aportamos lo que podría ser un programa del trabajo dig­nificador, esencia de la espiritualidad del trabajo.

1. ALGUNAS CUESTIONES INTRODUCTORIAS

Como parte integrante de nuestra exposición, creo oportuno detenerme brevemente en algunos aspectos que parecen meramente

recordar aquí dos obritas, no particularmente amplias pero significativas, al respecto: A ellas hay que añadir muchas intervenciones, artículos, prólogos, etc., relacionados con el mundo del trabajo.

4 M.-D. CHENU, «Trabajo», en H. FRIES (ed.), Conceptos fundamentales de teología, l/, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1979, p. 799 (cito la segunda edición castellana. La primera edición alemana es de 1963). Desde entonces los diccionarios teológicos (sirva como ejemplo Sacramentum mundi, 6, Her­der, Barcelona, 1976, cc. 671-684) y los textos de teología (también como ejemplo los conocidos Mysterium salutis, l/, pp. 608-620; Mysterium libera­tionis, JI, pp. 38-41) hasta las antropologías (damos también una: W. PANNENBERG, Antropología en perspectiva teológica, Sígueme, Salamanca, 1993, sobre todo pp. 520-531) hacen presente el tema.

s Aunque después insistiremos en el sentido que damos a la espiritualidad, centrada en la dignidad humana, conviene decir desde el principio que para nosotros lo que hace espiritual a una persona es su relación con el cosmos (en­tendido como objeto de la ecología), con el mundo (entendido como entera fa­milia humana, cf. OS 2) Y con Dios (como razón más alta de la dignidad huma­na, cf. OS 19). Cualquiera de estas tres relaciones que fracase impide la dignidad de la persona.

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introductorios, pero que, en realidad, se convierten en hermenéuti­cos dentro de nuestro tema:

1. Amplitud del trabajo. Es aceptado, cada vez con mayor na­turalidad, que las expresiones del trabajo no deben limitarse al tra­bajo agrícola (prácticamente el único en un tipo concreto de civili­zación, aún hoy existente), sino que debe extenderse al trabajo urbano-industrial y al trabajo intelectual. Sobre ello no debería haber discusiones, ni parece que las que puedan existir reciban mucho apoyo. Otra cosa es que cada civilización acentúe más unas expre­siones laborales que otras.

2. El trabajo como realidad cultural. Queremos decir lo si­guiente: el trabajo afecta al íntimo ser de la persona como una di­mensión que le es esencial. Pero, al mismo tiempo, el trabajo es una realidad afectada por las cambiadas condiciones del trabajo, por la cultura del trabajo en los diversos tiempos y lugares.

La técriica, en particular, modifica de forma espectacular la pro­blemática del trabajo, haciendo de éste esencialmente una cuestión cultural y obligando a plantear y solucionar sus problemas desde el mundo de la cultura cambiante (la cultura de cada tiempo y lugar), más que desde el ángulo específico de la religión (que es un .elemen­to cultural, pero sólo uno). Esto quiere decir que las referencias últimas que enfocan los problemas del trabajo no son las fuentes religiosas, sino las culturales, dentro de las cuales están también las fuentes religiosas, pero no sólo ni principalmente ellas. La cultura como forma de pensar, sentir y obrar, se ve afectada por múltiples influjos.

Plantear, pues, la problemática laboral -incluida la espirituali­dad del trabajo- exclusiva o preferentemente a partir de la Sagrada Escritura, me parece anacrónico. De aquí que las referencias deban cambiar. Serán menos las citas de la Sagrada Escritura y deberá prestarse más interés, por ejemplo, a las diversas convenciones inter­nacionales, que no pueden ser satanizadas por sistema (OIT, por ejemplo), y al diálogo entre las partes interesadas con el arbitraje de las fuerzas que en cada caso parezca más aceptable. Sobre todo el diálogo se constituye hoy en mediador de las diferencias, legítimas o ilegítimas, a la hora de plantear imperfectas pero posibles salidas

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o soluciones con los cambios que puedan irse introduciendo o anu­lando en las cambiadas situaciones laborales y sociales de los tiem­pos. Nuestro mundo funcionará así o no funcionará. Esas son sus posibilidades, aunque sean también sus limitaciones. Por decirlo con lenguaje «espiritual»: estas realidades son las mediaciones del Espí­ritu en este tiempo. La autonomía de las realidades terrenas consi­dera que las diversas ciencias tienen su propia metodología y es desde ellas desde las que hay que trabajar por dar con la consisten­cia, verdad y bondad de las cosas (cf. GS 36). En conclusión, po­demos decir que la palabra trabajo se identifica con la palabra cul­tura 6 y que hay que sacar las consecuencias metodológicas.

3. Tipología laboral. Tipología dice tanto como clasificación, según unos parámetros determinados. Ahora bien, en el mundo del trabajo hay distintos trabajadores y distinto tipo de trabajo, Y todo ello cuenta, sin duda alguna, a la hora de querer hacer una conside­ración concreta sobre el trabajo. No presenta la misma problemática, por ejemplo, el trabajo agrícola que el trabajo industrial; no presenta la misma problemática el trabajo de los niños que el de las personas maduras (varones o hembras). Por todo ello, parece correcto que se tenga en cuenta la tipología laboral? a la hora de hablar de la espi­ritualidad del trabajo, con tal de que dicha tipología no sea exage­radamente detallista y minuciosa, cosa que podría hacerse con rela­tiva facilidad, pero que atomizaría negativamente la consideración del tema.

4. Espiritualidad del trabajo 8. El sentido que hemos dado a la metodología (haciendo del trabajo un fenómeno más cultural que religioso) influye en el sentido que se da a la expresión espirituali­dad del trabajo. La indiferenciación que sufre la palabra espiritua-

6 También la palabra cultura es una palabra equívoca. Un sentido aristocrá­tico de la misma la ha secuestrado para el mundo de la cabeza, olvidando que la primera cultura es la agricultura, el trabajo del campo, Lejos de estas pá­ginas desprestigiar la cabeza, pero lejos también de endiosarla. Como transfon­do de todo el mundo de la cultura y el trabajo sigue siendo importante cuanto dijo al respecto es: nn. 15.33-39,53-62.

7 G. MATTAI, «Trabajadof», en Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Edi­ciones Paulinas, 1991 (cuarta edición), titula así la cuarta parte de dicho estu­dio: «Tipología de una espiritualidad de los trabajadores», pp. 1873-1879.

8 Indicamos una breve bibliografía sobre el tema en notas 15-16.

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lidad se refleja también al hablar de la espiritualidad del trabajo. No puede ser de otra manera. Laborem exercens (=Le) 9 nos ofrece la oportunidad de tomar conciencia de esta indiferenciación y de ver cómo se refleja en nuestro tema.

La encíclica citada titula su parte quinta así: «Elementos para una espiritualidad del trabajo» (nn. 24-27). Antes la encíclica abor­da la problemática del mundo del trabajo en sus valores humano y moral. Y por eso habla del «valor moral» (n. 9a), del «significado ético» (n. 9c), del «sentido moral» (n. 23b) del trabajo. La espiri­tualidad del trabajo sería otra cosa 10. La espiritualidad del trabajo, aspecto en el que la Iglesia detecta «un deber suyo particular» (Le 24b) (aunque, curiosamente, sea la parte más breve de la Encí­clica, deducida, naturalmente, la introducción), sería para «que ayu­de a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor» (n. 24a) !l. Esta formulación parece favorecer la idea de que la espiritualidad consiste en la verticalidad o preferentemente -muy preferentemente- en la verticalidad en la relación explícita con Dios (una de las tres relaciones de que hemos hablado antes). No es nuestra idea, ni, por lo tanto, la dirección que deseamos im­primir a estas páginas (por esta razón aclaramos aquí nuestro con­cepto). Los valores 'humano y moral los consideramos tan espiritua­les -tan queridos por el Espíritu- como cualquier otro valor. La dignidad humana es, para nosotros, el centro de la espiritualidad (de los deseos e impulsos del Espíritu), dignidad humana, eso sí, que no solamente no niega la dimensión vertical, sino que la profesa incluso como «raíz más alta de la dignidad humana» (GS 19a) 12.

9 Carta encíclica del Papa Juan Pablo II sobre El trabajo humano, firmada el 14 de septiembre de 1981.

10 En la parte dedicada a la espiritualidad del trabajo y después de haber expuesto el pensamiento del apóstol Pablo sobre el trabajo, leemos en LE: «Las enseñanzas del Apóstol de las Gentes tienen, como se ve, una importancia capital para la moral y la espiritualidad del trabajo humano» (LE 26d).

11 El texto continúa: «a participar en sus planes salvíficos respecto al hom­bre y al mundo, y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de Sacerdote, Profeta y Rey, tal como lo enseña con expresiones admirables el Concilio Vaticano Il» (n. 24a).

12 No deja de ser significativo que la palabra trabajador y trabajo es desa­rrollada por la misma persona, G. MATTAI (profesor de moral) en los dos

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5. Teología espiritual y trabajo. Debido a diversa~ razones, que veremos después, el trabajo ha contado poco y mal en la espi­ritualidad. Las excepciones, honrosas y de las que presumimos de­masiado, eran eso, excepciones. Y la mayor parte afectaban más al hecho (a la realidad del trabajo. Es decir: hubo quien trabajó duro), que al sentido profundo del trabajo, que difícilmente logró superar su conciencia de castigo por haber pecado. De una experiencia así no cabía esperar una reflexión, menos aún una reflexión sana, sobre el trabajo. La teología espiritual presenta esta laguna.

En la actualidad la integración del trabajo en la espiritualidad -en la vida y en la reflexión- es ambigua. Probablemente, la mayor parte de los autores consideran el mundo del trabajo bajo la palabra «sinónima» de acción, cuya legitimidad es discutible y ries­gosa 13; los manuales de teología espiritual, una vez más, son poco sensibles al mundo del trabajo. En sus índices temáticos apenas cuenta -o no cuenta en modo alguno- la palabra-guía trabajo 14;

el contraste con los diccionarios del mundo teológico (biblia, moral, espiritualidad, ¡liturgia!, pastoral) es evidente y sorprendente 15. Pa-

diccionmios EP: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Ediciones Paulinas, 4." ed., Madrid, 1991), pp. 1865-1883, Y Nuevo Diccionario de Moral (Edi­ciones Paulinas, Madrid, 1992), pp. 1782-1797.

13 A pesar del sentido amplio que tiene hoy la' palabra trabajo -y que aquí aceptamos gustosos-, la trastienda que tiene en espiritualidad la palabra ac­ción, su contraposición a la contemplación y la antinomia a que ha dado lugar en la histpria, no aconseja, creemos, identificarlas.

14 No es el momento de citar aquí los diversos manuales de espiritualidad que están al alcance de todos (una excepción es el manual de J. RIVERA-J. M. IRABURU, Síntesis de espiritualidad católica, Fundación Gratis date, Pamplona, 1988, pp. 435-451. No entramos en la orientación de estas páginas). Sólo dos referencias, una pintoresca y otra significativa, que me han llamado más la atención: A. Royo MARÍN, bajo la palabra trabajo, hace referencia sólo al trabajo intelectual y ello para recordar que «cuando es absorbente deprime el espíritu» (Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid, 1968 --quinta edición-, p. 991. Por su parte, el libro americano dirigido por CH. JONES .(y otros), The Study of Spirituality, Oxford University Press, New York, 1986, en sus doce páginas de Index of subjects no han encontrado lugar ni la palabra labour ni la palabra work (el libro tiene 634 páginas).

15 Pueden verse los diccionarios EP (curiosa y sorprendentemente falta esa voz en el Diccionario de teología fundamental) y Conceptos fundamentales de pastoral (Ediciones Cristiandad, Madrid, 1983, pp. 1001-1008) junto con el ya citado Conceptos fundamentales de teología, II (ver nota 4). En el mundo de

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rece claro que para entrar en el mundo del trabajo, incluida la espi­ritualidad del mismo, hay que ir más a otros dominios 16, lo cual dice mucho a favor de éstos pero no a favor de la espiritualidad.

n. EN EL PRINCIPIO FUE EL TRABAJO. DESPUÉS LO FUE MENOS Y PEOR

La espiritualidad del trabajo no puede olvidar la antiespirituali­dad del trabajo. El trabajo se ha visto afectado por la religión, con­cretamente por la revelación judeo-cristiana y por el mundo que ha nacido de este doble polo religioso, incluidas la persona de Jesús y las instituciones que han surgido como seguidoras del hijo del car­pintero de Nazaret. Veamos brevemente algunos puntos condicio­nantes de la espiritualidad del trabajo.

1. En el principio fue el trabajo. En el principio de la vida humana no fue la contemplación, sino el trabajo. La contemplación vino después. No puede contemplarse lo que no existe. La contem­plación de la nada no parece que exista. Hay quienes dicen que también se admiran y contemplan los proyectos. Y tienen razón. Pero hay que advertir que aunque el proyecto no se identifique con la realización del mismo, el proyecto es ya producto del trabajo. ¡No es fácil proyectar! Por eso se abusa del proyecto, por defecto y por exceso.

Desde una lectura de la revelación, vista más como expresión de una cultura concreta que como palabra de Dios, esto parece bastante claro. Dios primero crea y después contempla la creación. Dejados

la espiritualidad baste recordar los diccionarios: E. ANCILLI (ed.), Diccionario de Espiritualidad, IIJ, Herder, Barcelona, 1984, pp. 523-528; S. DE FIaREs-T. GOFFI (eds.), Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ediciones Paulinas, Madrid, 1991 (cuarta edición), pp. 1865-1883, Y el monumental Dictionnaire de Spi­ritualité, 15 (1990-1991), cc. 1186-1250.

16 No queremos olvidar las dos obras más citadas al hablar de la espiritua­lidad del trabajo: M.-D. CHENU, Espiritualidad del trabajo, Atlántida, Barcelo­na, 1945; C.-W. TRUHLAR, Labor christianus. Jnitiatio in theologiam spiritua­lem systematicam de labore, PUG, Roma, 1961 (traducido al castellano con el título: Labor christianus. Para una teología del trabajo, Razón y Fe, Madrid, 1963. ¡Se ve que lo de «espiritualidad» no le iba mucho a los responsables de la traducción o que no creían comerciable la referencia a la espiritualidad!).

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aparte problemas técnicos y ciertos mitos (que no vienen al caso), no es fácil negar esta visión de la realidad (cf. Gn 1). No parece que desde otras culturas haya una inversión de este orden. Y parece que la experiencia humana acoge también este orden en la escala de la vida.

2. La razón del trabajo. En esta visión inicial de la relación humanidad-creación-Dios, se daba inicialmente una razón: la obe­diencia a un mandato divino que imponía dominar la creación (con sus componentes concretos: peces, aves, etc.) o cuidar de ella, según los dos relatos de la creación. Y esa obediencia tenía su sentido más profundo en la asociación del hombre al perfeccionamiento de la creación, iniciada por el mismo creador. El hombre era asociado a la acción creadora de Dios en una creación continuada. Después del pecado (Gn 3), no se modificaba el estatuto inicial, aunque las con­diciones del trabajo se consideraban gravosas y fatigosas por la resis­tencia que la misma creación pondría a la obra creadora del hombre, pagándole así a éste como él había pagado a Dios al no obedecerle. La desobediencia del hombre a Dios era pagada a éste por la creación con la misma moneda: una desobediencia en forma de resistencia.

3. La rémora del Nuevo Testamento. La historia del cristianis­mo comienza con un Jesús en cuyas palabras «no encontramos un preciso mandato de trabajar -más bien, una vez, la prohibición de una excesiva preocupación por el trabajo y la existencia» (Le 26a). y los gestos que los evangelios ofrecen de Jesús no aportan el tes­timonio válido de que Jesús estimase y viviese él y del trabajo, cosa que no fue indiferente en la historia 17. Las referencias «agrícolas» que utilizaba en sus parábolas no parecen ser pertinentes para ensal­zar la estima que Jesús concedía al trabajo 18. Y esta historia conti­núa con una generalizada conciencia negativa del mundo y con la

17 'De la Edad Media occidental ha escrito J. LE GOFF: «ün n'y pense pas toujours mais les gens du Moyen Age y ont pensé et l'on dit, le Nouveau Testament en nous montre pas que le Christ ait travaillé. Dans une societé oil. il est le grand modele,' cela a incontestablement pesé sur l'image du travail» (citado en Travail, en DS, 15, c. 1212).

18 Hay que agradecer a LE que no haya ocultado las palabras de Mt 6,25-34 (LE 26a) sobre la Providencia, unas palabras que, efectivamente, pueden llevar a pensar, falsamente, por supuesto, que Jesús prohibía el trabajo. Habría-

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convicción de que «al Nuevo Testamento no le interesa el hecho de que el cristiano desaparezca del mundo, sino, más bien, que no sea de "este mundo"» (cf. Jn 17,9-19)19.

Sobre esta base referencial, siempre esencial para el cristiano, deben resonar algunos aspectos particulares que han maltratado el tema del trabajo.

El primer siglo del cristianismo (tan cándidamente mitificado), con su convicción de un final inminente de los tiempos, fue nefasto para el trabajo. Junto a la actitud de algunos ricos que compartían con los necesitados (Hch 2,45 y par), a veces, al menos de manera fraudulenta (Hch 5,1-Il), pululaban los primeros cristianos que, o se hicieron la idea de que con aquello tenían para vivir todos durante los pocos años que restaban de vida al mundo, o engrosaron la picaresca de siempre queriendo vivir del cuento, a costa de otros. San Pablo, el apóstol que pudo presumir de ser trabajador (Hch 18,3) y vivir y convivir de su trabajo (Hch 20,34-35) 20, tuvo que llamar la atención sobre este fenómeno, y en la segunda carta a los fieles de Tesalónica (hacia el año 51), asustado un poco por el revuelo

mos agradecido, no obstante, que se hubiera citado también Lc 10,38-42, re­ferido a la reprimenda de Jesús a Marta y la defensa de la contemplativa María (una vez más hay que recordar qne la mayor parte de los espirituales no saben qué hacer con Marta o claramente la condenan). El resto de citas evangélicas -referencias agrícolas en las parábolas- en llÚ opinión no vienen al caso.

19 J. WEISMAYER, Vida cristiana en plenitud, ppe, Madrid, 1990, p. 167 (original de 1983). Nosotros citamos estas palabras porque creemos que refle­jan la mentalidad generalizada que a lo largo de la historia del cristianismo se ha mantenido acerca del mundo, teatro del trabajo humano. Aunque tengo la impresión de que el autor considera válidas esas palabras no sólo como des­criptivas de la actitud de la historia, sino también como programa de presente y de futuro, lo cual es aún más grave.

20 Estos dos versículos merecen ser citados explícitamente, a pesar de que puedan ser conocidos y recordados (cosa de la que también cabe dudar): «Vo­sotros sabéis que a mis necesidades y a las de los que me acompañan han sUllÚnistrado estas manos. En todo os he dado ejemplo, mostrándoos cómo, trabajando así, socorráis a los necesitados; recordando las palabras del Señor Jesús que El mismo dijo: "hay más dicha en dar que en recibir"» (Hch 20,34-35). Digno programa de quien tenía mucho que hacer en el apostolado en tiempos más necesitados aún de evangelización que nuestro propio tiempo. Pero parece que, como siempre, las palabras de la Sagrada Escritura sirven para todo: para usarlas, para abusar de ellas, y para callarlas. ¡Hay tiempo para trabajar y «los sábados» disputar en la sinagoga! (Hch 18,4).

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escatológico que se traía aquella comunidad, con graves consecuen­cias también para el mundo del trabajo (lo que ahora nos interesa), se vio precisado a recomendar y exhortar que «trabajando sosegada­mente, coman su pan» (2Ts 3,12) Y a recordarles, de forma enérgica y cortante (típica de Pablo), lo que ya les había advertido durante su estancia entre ellos (2Ts 3,10) (¡ la cosa, pues, venía ya de antes !): «el que no quiera trabajar, no coma» (2Ts 3,10).

Junto a ello estaban dos referencias permanentes en la historia y que han sido muy negativas para el trabajo: la referencia al abandono en la Providencia (Mt 6,25-34; Le 12,22-34) y la reprimenda de Jesús a Marta, resaltada con el contraste de la exaltación de María (Le 10,38-42). Los pájaros y los lirios fueron objeto de chistes «irre­verentes»; pero ni por esas dejaron de influir en la configuración de unas conciencias y estructuras que favorecían todo menos el trabajo. y Marta, personaje entrañable con el que no saben qué hacer los «espirituales» por afanarse ella «en los muchos cuidados del servi­cio» (Le 10,40) 21, ha sido vapuleada por la tradición «espiritualista» de forma inmisericorde o tonta, cosa que continúa sucediendo en la pietística de nuestros días 22. Y no se trata de saber cómo se pueden

21 La buena de Santa Teresa de Jesús la defendió, no sé si más por femi­nismo que por convicción. Decir que fue la única en defenderla, sería presun­tuoso. En mis lecturas no he encontrado muchas defensas. Más bien he encon­trado lo contrario. Y a veces el «impasse».

22 Los comentarios a este pasaje, comentarios configuradores de muchas generaciones, han sido muy negativos para la valoración de la actividad en general. Aunque se trate de una cita larga, quiero traer aquí un comentario del año 2000, publicado en una de esas revistas que se presentan como el pan de la meditación diaria de los buenos cristianos y que llegan a más cristianos que las exegesis serias y concienzudas. Dice el autor: «Marta: inquieta y preocu­pada. Marta también amaba a Jesús. Ella, igual que su hermana, había llegado a creer en El y esperaba con gran entusiasmo las ocasiones en que el Señor iba a visitarlas. Entonces, ¿cómo pudo haberse molestado tanto con su hermana y perdido la bendición de estar a los pies de Jesús? El Señor sabía que lo que preocupaba a Marta no era sólo la preparación de la cena, sabía que ella tenía "muchas cosas" en su mente; en realidad eran tantos los afanes y las frustra­ciones que no había sabido actuar debidamente frente a la realidad celestial que tenía delante de sus ojos. Lo interesante es que, así como María nos presenta una imagen de la Iglesia, Marta nos presenta otra distinta. Los fieles, al igual que ella, nos sentimos tentados a veces a preocuparnos de todas las necesidades urgentes que enfrenta la Iglesia: los pobres y los sin casa, que claman pidiendo ayuda; toda la multitud de gente que aún no ha escuchado el Evangelio; la

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y se deben entender correctamente estas referencias (si es que existe tal correcta interpretación). Se trata de que han sido muchas -la generalidad-las «almas», que se han configurado a la luz -o a la sombra- de la intelección «incorrecta» que se les daba de estas re­ferencias.

Este trasfondo neotestamentario, por más justificado que estu­viese, tergiversó el sentido del trabajo entre los cristianos (la huma­nidad conocida durante no pocos siglos). Si por una parte imponía, incluso enérgicamente, el trabajo, por otra parte la razón del mismo se unía demasiado unilateralmente al sustento y la esperada escato­logía universal, que no llegaba, pasó a una escatología individual que, esa sí, llegaba para todos y de múltiples formas antes de lo que cada uno deseaba. La muerte, fenómeno humano y cultural univer­sal, estimulaba poco el trabajo. Las excepciones a esta actitud gene­ral, que existieron (algunos monjes, no los monjes en general), no deben ser consideradas como ley general. Sería una grave tergiver­sación de la historia, tergiversación que engorda la vanidad perma­nente de personas y corporaciones. Y así se iba configurando una figura humana poco adicta al trabajo.

4. El primado omniabarcante de la contemplación. Hubo otras razones que coadyuvaron a hacer del trabajo un estorbo desgracia­damente inevitable. No en último lugar hay que recordar como una de esas razones el helenista primado omniabarcante de la contempla­ción en detrimento de la acción. Influenciado por él, al menos como anhelo y nostalgia, el cristiano consideraba que «la contemplación era el placer puro, y la acción, la pura fatiga» 23.

defensa de la santidad de la vida humana. Todo esto y muchas otras situaciones conflictivas nos llevan a permanecer tan ocupados tratando de atender a todas estas necesidades que perdemos de vista al Maestro que quiere visitarnos en casa y darnos a conocer su propio corazón» (<<¡Te extraño! El gozo de sentarse a los pies del Señor», en La Palabra entre nosotros 19/2 (febrero-marzo 2000) 5, sin firma).

23 H. U. VON BALTHAsAR, Ensayos teológicos. l. Verbum caro, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1964, p. 294. Como realidad, que denunciaba como uno de los males de la espiritualidad moderna, el polemista l. Colosio se quejaba de la «depreciación de la contemplación» a manos del «primado de la acción» y escribía: «el primado de la contemplación es hoy considerado como una especie de mito griego indebidamente trasplantado a terreno cristiano» (La espiritualidad de hoy, Ediciones ELER, Barcelona, 1966, p. 40).

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A ello se añadía la memoria histórica que prefería a san Fran­cisco de Asís (no famoso, precisamente, por un trabajo del que habría sido incapaz de sustentarse) sobre san Benito (con su ora et labora) y la tradición neoplatónica que, guste o no, ha maltra­tado a la espiritualidad durante demasiado tiempo. Había que tra­bajar, sí, pero sólo lo inevitable para sustentar al «asnillo» cuerpo o para mantener en pie las paredes de esa «cárcel» que sufría el alma hasta que lograse escapar de la misma. Más aún, había que andar con ojo y no dedicarse a trabajos muy «primos», que requi­riesen una atención profunda al trabajo que se realizaba, porque entonces esa atención no podía volar a Dios, dueño y señor directo y explícito de todo pensamiento del hombre. Buena parte de la tradición monástica -que era como decir de la cristiandad, iden­tificable con la humanidad- estaba por ganar lo que se estimase necesario para vivir del propio trabajo. Lo demás, no interesaba. Era codicia.

Cierto que la misma historia se encargó de trucar tan «santas» razones y con no menos santas «contrarrazones» violó a veces ese mundo hostil al trabajo, sobre todo al trabajo «primo»: el honor debido a Dios pedía servirle «primorosamente». El barroco, como sistema, acogía estas «contrarrazones» sueltas y hacía de ellas todo un sistema que queda encarnado en la riqueza ornamental y refleja­do sobre todo en el arte. Pero el trabajo continuaba desencajado y la consideración del trabajo como un estorbo espiritual, que seguía robando tiempo a la contemplación y adoración, seguía anidando en el corazón de los cristianos practicantes. A la altura de 1926 lo constataba así P. Teilhard de Chardin: «no creo exagere al afirmar que para las nueve décimas partes de los cristianos practicantes, el trabajo humano no pasa de ser un "estorbo espiritual". A pesar de la práctica de la intención recta y de la jornada ofrecida a Dios coti­dianamente, la masa de los fieles abriga oscuramente la idea de que el tiempo pasado en la oficina, en los estudios, en los campos o en la fábrica es tiempo sustraído a la adoración» 24.

24 El medio divino, Taurus, Madrid, 1957 (sexta edición), p. 54. Estas palabras de P. TEILHARD DE CHARDIN, casi literalmente, han sido después reite­radas por quienes se han ocupado del mundo del trabajo en la cristiandad.

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Breve conclusión histórica. La memoria histórica -incluida la memoria bíblica- no estimula el trabajo ni su valoración positiva; a lo sumo se queda en una valoración impositiva, y esto como re­primenda a los escandalosamente vagos. En esta situación es impo­sible que pudiera crecer el gusto por el trabajo. Al hombre -y a la mujer- no les gusta trabajar (a unos menos que a otros) ni escuchan con interés cuanto se refiere al mundo del trabajo. Prefiere el mundo de la fiesta. Y las diversas ciencias se han buscado «razones» y «gestos» que avalen las fugas del trabajo más que razones que ava­len el tral;Jajo mismo. Hay muchos libros de devoción y meditación que insistieron en que Jesucristo no trabajó 25. ¡Era lo que necesitaba el espeso mundo de los cristianos devotos!

En realidad se trata de escapatorias con amparo de «culturas» y «devociones». El mundo de la devoción no ha sido el menos tenta­do, ni el menos pecador, en este sentido. La presunción con que con frecuencia alardea ante la historia tiene su justificación en unos pocos, que trabajaron duro. No fueron los más, ni las estructuras les empujaron al trabajo.

III. UN TRABAJO QUE RESPONDA A LOS DESEOS DEL ESPÍRITU

Desde el principio de la historia, «el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas» (Gn 1,2). El Espíritu creador, a quien no es indiferente el caos de la creación e infunde su «aliento de vida» (Gn 2,7) en la creatura humana, ha puesto en manos de ésta la creación entera para que la trabaje y domine en beneficio de los hombres, beneficio que va desde el sustento hasta la contempla­ción (Gn 1,29.31)26. De una u otra manera, con unas u otras prefe­rencias 27, éste parece ser el núcleo de una visión del trabajo, que

25 Cf. «Travail», en DS 15 (1990-1991). 26 Quienes, de una u otra manera, desprecian Génesis 1, deberían haber

prestado mayor atención a Génesis 1,31. 27 No es éste el momento apropiado para estudiar, desde el punto de vista

del trabajo, las dos redacciones de la creación en el Génesis. Una cosa sí debe decirse: los años sesenta fueron propicios a la primera narración y Génesis 1 era su referencia querida (véase Gaudium et Spes 12, por citar un lugar signi-

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encontrará a lo largo de las diversas culturas sus dificultades y po­sibilidades.

1. Ambigüedad del trabajo 28. Se está de acuerdo en que el trabajo es tan ambiguo como cualquier otra realidad. El trabajo puede dar de comer al hambriento o alimentar un instinto de posesión (de acumulación del tener), que invierta el orden humano; el trabajo puede estresar o puede recrear espacios de descanso; el trabajo pue­de destmir la creación o puede renovarla; el trabajo puede asfixiar o hacer olvidar lo transcendente o puede posibilitar una contempla­ción encarnada en el espesor de la vida. El trabajo es ambiguo y ambivalente. En una palabra, el trabajo, el mundo del trabajo tiene sus pecados y sus virtudes. Hablar de ambigüedad del trabajo equi­vale a hablar de los riesgos del mismo. Arriesgarse es exponerse a perder, y debe distinguirse perfectamente de la temeridad. Quizá no estamos en los mejores años para el riesgo; estamos pasando unas décadas de timidez ante el riesgo. No se puede apostar por la teme­ridad, sí se debe seguir apostando por el riesgo. Sigue teniendo valor la voz del pueblo: el que no se arriesga, no pasa la mar.

2. Pecados de orden laboral. El pecado, en el mundo laboral, da un paso negativo en el mundo del riesgo y significa propiamente la pérdida buscada, o no evitada, en la negatividad del trabajo. Evitar el pecado, vencerlo, etc., es, con unas u otras palabras, un paso importante en la dignidad de las personas. Y la espiritualidad se sentirá complacida de que no se olvide este aspecto en el campo laboral.

ficativo). La acusación ecológica a esta tradición judeo-cristiana de los años setenta ha traído la maldición a este capítulo, prefiriendo, casi generalizada­mente, la referencia a la segunda narración de la creación, a Génesis 2, con­siderada como fundamento de un hombre «jardinero», que vence al hombre «tirano» de la anterior visión (cf. 1. BRADLEY, Dios es «verde». Cristianismo y medio ambiente, Sal Terrae, Santander, 1993). ¡No poco habría que aquilatar al respecto!

28 Hace una buena síntesis de la ambigüedad del trabajo, aunque da a esta palabra un tinte más bien negativo, R. AGUIRRE, «Trabajo», en C. FLORISTÁN­J. J. TAMAYo, Conceptos fundamentales de pastoral, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1983, pp. 1002-1003. Son muchos los autores que utilizan esta cate­goría de la ambigüedad a la hora, sobre todo, de hablar de la antropología del trabajo (es decir, a la hora de hablar de las repercusiones, o mejor relaciones, entre biosfera y tecnoesfera).

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El mundo laboral, el mundo laboral concreto, tiene muchos pe­cados. Tantos como cualquier otra situación humana. Recordarlo no es cuestión de complejo de culpabilidad, es cuestión de honradez y de desenmascaramiento. Se ha dicho que quienes más propugnan el silencio sobre el pecado son los pecadores. El ladrón no quiere que se hable de robos, el corrupto no quiere que se hable de conupción, el tenorista quiere que se olviden de ellos, etc. El vago no quiere que se hable del trabajo, ¡no sea que le salpique en algo su descanso!

y los pecados del mundo laboral son con frecuencia clamorosos: se llaman desempleo, subempleo, pluriempleo, condiciones labora­les (explotación de niños, discapacitados, emigrantes, mujeres; jor­nadas laborales agotadoras, sueldos miserables, etc.), calidad del trabajo, inseguridad (sea por la precariedad del empleo, o sea por la falta de seguridad social, personal y familiar, tanto sanitaria como de retiro digno), vagancia (¡también la vagancia es un problema labo­ral!). Todos ellos podrían sintetizarse en uno: deshumanización del trabajador.

3. Virtudes de orden laboral. Puestos a soñar, el trabajo tiene muchas virtudes, que no podemos olvidar: aporta diariamente el sustento (propio y de los demás, en las condiciones de alimento, vestido, vivienda, etc., dignas); posibilita la solidaridad 29; mejora las condiciones culturales (en la investigación y transmisión) que permiten vencer, al menos, parte de la ignorancia, valorar mejor las cosas, defenderse de los ataques de la mentira, etc.; favorece las

29 Con frecuencia, concretamente desde la espiritualidad, se recuerda más la solidaridad que la producción (y consecuentemente el trabajo), lo cual no deja de ser preocupante. Comienza así un texto importante sobre espiritualidad africana y asiática: «En esta hora de la historia y en una situación como la arriba descrita, necesitamos un nuevo horizonte significativo, una fresca prio­rización de valores y un nuevo estilo humano, humanitario, de vivir y compar­tir el maíz, el arroz y el agua» [T. BALASURIYA, «Espiritualidad africana y asiática. Nueva conciencia», en Concilium, n. 246 (abril 1993), p. 177]. Bien está el vivir y compartir; pero yo habría agradecido una palabra sobre el pro­ducir. En esas páginas (177-191) no es precisamente el trabajo lo más consi­derado. Le queda mucha estrategia a la espiritualidad para convencer de que el trabajo no le es indiferente. En el <<lndice de materias» de J. MARTÍN VELAS­co, El fenómeno místico. Estudio comparado, Editorial Trotta, Madrid, 1999, no existe la palabra-guía trabajo. No parece que sea importante para la mística en las diversas religiones. ¡Significativo!

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condiciones sanitarias (que permiten mitigar el dolor, evitar muer­tes, etc.); crea las condiciones sociales (sobre todo en la distribución del mundo del trabajo y la atención a la emigración y desplazamien­to de tantas personas humanas, tragedia humana y moneda fácil de la inhumanidad de los dueños del mundo del trabajo); permite una cultura del ocio (que estimula la alegría, la libertad y el juego, al tiempo que posibilita desarrollar cualidades que quedaron atrofiadas por las necesidades de la vida diaria) 30; transforma la ecología (el trabajo que busca fuentes alternativas menos contaminadoras, por ejemplo, es bastante más ecológico que el romanticismo de quien hace la experiencia de meter los pies en la tierra o andar descalzo por los prados para que se le abran las ventanas de la mente, cosa que le permite no tener que estudiar) 31; invita a la contemplación estética (el trabajador debería llegar a poder admirar la obra de sus manos. Cuando deja el trabajo al terminar la jornada, debería poder echar una mirada a la obra realizada y sentirse gozoso al contemplar la obra -edificio, enseñanza, arte, etc.- que va surgiendo entre sus manos); recrea su vocación religiosa (posibilitando la apertura a la trascendencia que vence la increencia y ayudando a vencer las tena­ces resistencias que ofrecen la magia y la superstición); renueva su vocación pascual (el cristiano no debe olvidar tampoco esta oportu­nidad: el trabajo es muerte y es vida, cansa y renueva, acaba con la vida vieja y hace surgir la novedad de vidas nuevas) 32, etc.

4. Afrontar las posibilidades y dificultades. Dicho muy piado­samente: hacer que los pecados del mundo laboral se conviertan en

30 El contexto del juego es uno de los elegidos por la antropología para enfocar ciertos aspectos del trabajo. Cf. W. PANNENBERG, Antropología en perspectiva teológica, a.c., pp. 418-420. Ahí mismo puede verse literatura al respecto, sobre todo de H. Cox y de J. MOLTMANN, que fueron quienes, quizá, primero reaccionaron ante la sociedad demasiado seria del homo faber.

31 Véanse dos testimonios muy significativos al respecto en R. PANNIKKAR, Ecosofía. Para una espiritualidad de la tierra, San Pablo, Madrid, 1994, pp. 123-124 Y 79, respectivamente.

32 Sin negar que la asociación al misterio pascual tenga lugar, por ejemplo, en el rito del bautismo, no cabe duda de que dicha asociación se tiene esen­cialmente en la doble experiencia vital de la muerte y la vida. La muerte y resurrección de Jesús no fueron una idea, ni sólo un misterio, sino una expe­riencia de angustia y de gozo vitales. Ahí tiene lugar lo más sagrado de la vida cristiana.

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virtudes del mismo ámbito es un derecho y un deber, un derecho y un deber tan complejo y difícil como cualquier otro, Y no hay mecanismos mágicos para ese logro. Afrontar las dificultades y las posibilidades no es sinónimo de victoria segura. Y menos aún de victoria fácil.

Mejorar las condiciones del trabajo (hay muchos pueblos que buscan otros «mercados» de trabajo porque en los propios pueblos no hay condiciones mínimas); aguantar las propuestas contrarias; asumir los fracasos; reconocer los pequeños logros propuestos o llevados a cabo por nuestros enemigos ideológicos, políticos o reli­giosos; colaborar con otros; no satanizar sistemas laborales y socio­económicos que, por muy discutibles que sean, proponen y alientan gentes tan preocupadas como sus contrarios; desenmascarar a los farsantes (del signo que sean), etc., no es fácil. Pero quizá sea un buen trabajo, el buen trabajo para que los problemas del trabajo no ahoguen a la humanidad, sino que le permitan una vida más digna, la inspiren, la favorezcan y extiendan, dentro de los límites huma­nos, que son muchos y no logran gran cosa.

Quiero insistir en la tenacidad y la honradez como instrumentos importantes en el mundo del trabajo. Tenacidad porque las dificul­tades son muchas, poderosas y duraderas. Honradez porque, aunque parezca un gesto voluntatista, la falta de honradez lo hunde todo.

La ausencia o debilidad de estas dos actitudes hace más difícil la solución, siquiera sea parcial, a veces muy parcial, de las posibi­lidades que tiene todo sistema humano. Estas dos actitudes deberían adornar a todos los que, cada uno desde su puesto de responsabili­dad, abordan el mundo del trabajo: filósofos y teólogos (digamos, en general, ideólogos). El pensamiento tiene un puesto necesario en la búsqueda, discernimiento y compromiso de cualquier realidad. Pero suele jugar con la ventaja (enorme desventaja) de que no acepta el discernimiento de la verificación explícita. Por eso, sus «exageracio­nes» presentan con frecuencia unas propuestas utópicas carentes de realismo y canonizan o satanizan expresiones más realistas, aunque más cortas, en el mundó del trabajo, Gobiernos, los más denostados sin duda, de diversos países y tendencias, cuyos mecanismos de poder pueden ensombrecer propuestas realistas, no del agrado de todos, pero cuyo empeño debe ser reconocido, sobre todo cuando las

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dificultades son tan enonnes que saben que sus propuestas se hacen sobre una bomba de relojería, Fuerzas empresariales y sindicales, ninguna de ellas santa, seguramente, pero merecedoras de una aten­ción que con frecuencia se les niega. Las largas jornadas de discu­sión y diálogo, metodológica o vitalmente tensas, han logrado gran­des mejoras en el mundo del trabajo. Economistas. Los separamos y distinguimos de los filósofos y teólogos, porque ellos son técnicos en el mundo laboral, saben mucho mejor la trastienda de la comple­jidad laboral y, en su pluralismo (lícito siempre) buscan el modo de ordenar y humanizar el mundo del trabajo.

Si el tiempo y las fuerzas empleadas en canonizar o satanizar a todas estas fuerzas se emplease en elevar la cultura del trabajador, la cultura laboral y el trabajo mismo, las cosas podrían mejorar un poquito más.

CONCLUSIÓN

A modo de conclusión, y al mismo tiempo como hermenéutica de lectura, vayan estas sencillas afirmaciones:

1. El trabajo es una realidad cultural más que religiosa. Tam­bién cuando se habla de espiritualidad del trabajo. Debe, pues, uti­lizar la metodología más adecuada a lo cultural. La espiritualidad deberá tenerlo en cuenta, al tiempo que le concede una mayor aten­ción que le permita afrontar uno de los aspectos más importantes .de la vida del cristiano y superar el estrecho cerco en el que trata la antinomia acción-contemplación.

2. La historia religiosa, incluida la historia bíblica, no propicia el trabajo ni su sentido dignificante. Diversas referencias evangéli­cas, que se han consolidado en la historia del cristianismo y se resisten tenazmente a ser revisadas, debilitan la estima del trabajo, rebajan su valoración y sentido y lo hacen sospechoso o fácilona­mente condenable.

3. La espiritualidad del trabajo será, como siempre, un com­bate contra las fuerzas del mal (es decir, contra la perversión del trabajo) y a favor de las posibilidades que las condiciones actuales

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posibilitan para que la humanidad viva con mayor dignidad. Ni una cosa ni otra será fácil. Por una parte, el engaño, la vagancia, la codicia y la malversación están demasiado arraigadas en la condi­ción humana y pecadora; por otra, las necesidades y posibilidades más profundas de la misma naturaleza humana, en las más diversas dimensiones, pugnan, por su parte, por hacerse posibles. i Vamos a ver quién gana!

4. ¿No sería benéfico para la espiritualidad del trabajo una so­briedad, incluso una abstinencia en las referencias clásicas al evan­gelio de la providencia y de Marta y María? Los exegetas no tienen necesidad de este ayuno, ni es éste su trabajo. Los demás, que so­lemos leer poco y cambiar menos, probablemente lo necesitemos.

5. No parece haber razón para que, en una visión más de Igle­sia que cristiana, el trabajo se asocie más espontáneamente a los laicos que a otro tipo de personas, por ejemplo, a los religiosos. La problemática que presenta el mundo del trabajo a la vida consagra­da 33 no obsta para que se rompa con ciertas concepciones históricas que, al menos ideológicamente, relegaban el trabajo a los laicos. Vita consecrata (25-3-1996) no ha privilegiado la palabra trabajo. Sólo una vez (Ve 6d), referida a la historia y en el contexto de la antinomia vida interior-trabajo, no parece suficiente en un estado de vida que corre el riesgo, tantas veces hecho realidad, de poder pres­cindir del trabajo, porque todo lo tiene resuelto 34.

6. ¿Podría alentarse, o al menos comprenderse que una voca­ción contemplativa (que puede darse en cualquier estado o condi­ción de vida) pueda mirar el trabajo como algo que le afecta tan gen­cialmente? No lo creo. En cualquier caso, una cosa parece importante: la condición de Dios no se quebró por trabajar, sino que en él el trabajo precedió a la contemplación.

33 Sobre este tema, véanse las interesantes páginas de J. M. R. TILLARD, «Nuevas formas de inserción en el trabajo y en la acción social», en Experien­cia de Dios y compromiso temporal de los religiosos, ITVR, Madrid, 1977, pp. 269-296.

34 No puedo asegurar que la palabra trabajo aparezca una sola vez en ve. Me he fiado de un excelente Indice de materias. Tampoco niego que muchos miembros de la Vida consagrada vivan realmente estresados. Pero no oculto, ni callo, que otros muchos trabajan poco y que las generales condiciones la­borales de religiosas/os cuentan con las mejores garantías laborales pensables.