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| 4 DE MARZO DEL 2018 | MAGAZINE | 39 | I nsuficiente. No apto. Cateado. Sea en lenguaje formal o coloquial, la aparición de un suspenso en las notas escolares hace mella en el bienestar familiar. Y si los suspensos son múltiples, el res- quicio se convierte en una brecha que li- bera todo tipo de emociones y reproches. El suspenso, como el aprobado o el ex- celente, es una parte inherente de nuestro sistema educativo. Pero mientras que el concepto de evaluar es muy antiguo –en la China imperial, en el siglo II a.C. ya existían los exámenes para seleccionar a los fun- cionarios del Estado–, la idea de cuantificar los conocimientos es más reciente. Está vinculada al avance que supuso la educación obligatoria, cuando el acceso a las aulas dejó de ser el privilegio de unas élites a las que, en muchos casos, ni hacía falta exa- minar. El aumento del alumnado hizo que se crearan herramientas para diferenciar al mismo aunque no en función de su cuna, sino de sus méritos. Y el recurso utilizado para esta evalua- ción son las notas, que según la geografía, adquieren diferentes formatos. Así, en Es- tados Unidos se califica desde la A hasta la F (siendo la A la mejor nota), mientras que en Alemania se utiliza un sistema numéri- co del 1 al 6, siendo el mínimo para aprobar el 4. En China, la escala es de 0 a 100 y menos de un 60 equivale a un suspenso. En Portugal se evalúa del 1 al 5 a finales de primaria y en secundaria y del 0 al 20 en bachillerato. Pero pese a sus múltiples caras, el sus- penso, aquí y en China, equivale a lo mismo: no se ha llegado al suficiente, con todo lo que ello conlleva. “Suspender es una birria: te sientes un poco tonto y cuando se te van acumulando, no sabes qué hacer”. Así des- cribe un estudiante de 15 años el impacto de la ristra de insuficientes que ha ido su- mando en los dos últimos cursos. No es el único: “Me dan vergüenza, pero no consi- go dejar de suspender, aunque quizá podría hacer un poco más…”, explica otro chico, también de 4.º de ESO, que ha estado a punto de repetir los dos últimos cursos. Su madre describe “la absoluta impo- tencia” que siente ante los resultados de su hijo. La misma sensación que invade a otro progenitor: “Me gustaría poder meterme en la cabeza de mi hija y cambiarle el chip, para que tenga interés por aprender”, sus- pira. Otra madre, cuyo hijo de 13 años sus- El suspenso es un clásico en nuestro sistema educativo obligatorio. Fuente de disgustos y broncas familiares, se considera tanto un toque de atención útil para el alumno como una herramienta educativa injusta. En tiempos de transformación de las aulas, su utilidad pedagógica empieza a cuestionarse, pero ¿puede la escuela funcionar sin esta nota? Texto de Eva Millet Ilustraciones de Riki Blanco ¿Sirven para algo los suspensos? especial niños | 38 | MAGAZINE | 4 DE MARZO DEL 2018 |

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Insuficiente. No apto. Cateado. Sea en lenguaje formal o coloquial, la aparición de un suspenso en las notas escolares hace mella en el bienestar familiar. Y si los suspensos son múltiples, el res-

quicio se convierte en una brecha que li-bera todo tipo de emociones y reproches.

El suspenso, como el aprobado o el ex-celente, es una parte inherente de nuestro sistema educativo. Pero mientras que el concepto de evaluar es muy antiguo –en la China imperial, en el siglo II a.C. ya existían los exámenes para seleccionar a los fun-cionarios del Estado–, la idea de cuantificar los conocimientos es más reciente. Está vinculada al avance que supuso la educación obligatoria, cuando el acceso a las aulas dejó de ser el privilegio de unas élites a las que, en muchos casos, ni hacía falta exa-minar. El aumento del alumnado hizo que se crearan herramientas para diferenciar al mismo aunque no en función de su cuna, sino de sus méritos.

Y el recurso utilizado para esta evalua-ción son las notas, que según la geografía, adquieren diferentes formatos. Así, en Es-tados Unidos se califica desde la A hasta la F (siendo la A la mejor nota), mientras que en Alemania se utiliza un sistema numéri-co del 1 al 6, siendo el mínimo para aprobar el 4. En China, la escala es de 0 a 100 y menos de un 60 equivale a un suspenso. En Portugal se evalúa del 1 al 5 a finales de primaria y en secundaria y del 0 al 20 en bachillerato.

Pero pese a sus múltiples caras, el sus-penso, aquí y en China, equivale a lo mismo: no se ha llegado al suficiente, con todo lo que ello conlleva. “Suspender es una birria: te sientes un poco tonto y cuando se te van acumulando, no sabes qué hacer”. Así des-cribe un estudiante de 15 años el impacto de la ristra de insuficientes que ha ido su-mando en los dos últimos cursos. No es el único: “Me dan vergüenza, pero no consi-go dejar de suspender, aunque quizá podría hacer un poco más…”, explica otro chico, también de 4.º de ESO, que ha estado a punto de repetir los dos últimos cursos.

Su madre describe “la absoluta impo-tencia” que siente ante los resultados de su hijo. La misma sensación que invade a otro progenitor: “Me gustaría poder meterme en la cabeza de mi hija y cambiarle el chip, para que tenga interés por aprender”, sus-pira. Otra madre, cuyo hijo de 13 años sus-

El suspenso es un clásico en nuestro sistema educativo obligatorio. Fuente de disgustos y broncas familiares, se considera tanto un toque de atención útil para el alumno como una herramienta educativa injusta. En tiempos de transformación de las aulas, su utilidad pedagógica empieza a cuestionarse, pero ¿puede la escuela funcionar sin esta nota?

Texto de Eva Milletilustraciones de Riki Blanco

¿Sirven para algo los suspensos?

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pende desde primaria, explica que ha lle-gado un punto “en que las malas notas me afectan más a mí; él está como anestesiado, no se deja ayudar, dice que está en la clase de los ‘tontos’”.

Broncas, llantos, vergüenza, impo-tencia… Las malas notas afectan a las fa-milias, aunque, como señala Francina Mar-tí, presidenta de la asociación de maestros Rosa Sensat, “también afectan a quien las pone, porque para un maestro no es agra-dable poner una calificación negativa”. Pero, por encima de todo, remarca, inciden en quienes suspenden: “Les deja la autoestima por tierra. Y llega un punto en el que se quedan como vacunados contra el suspen-so. No creo que les ayude a ponerse las pilas: de estos los he visto contadísimos. Por eso creo que no tiene ningún tipo de sentido pedagógico”.

Para Oriol Blancher, director de la es-cuela Ipsi de Barcelona, “en principio, el suspenso en sí mismo no debería tener ninguna función pedagógica”. “De hecho –añade–, la palabra suspenso tiene una con-notación que no me acaba de gustar, ya que se asocia a una evaluación puramente ca-lificadora”. Blancher, sin embargo, puntua-liza que el suspenso puede servir de “indi-cador”, como lo son la fiebre o el resultado de un análisis. “En este sentido, la inter-pretación que hacemos de esta calificación y, especialmente, las medidas que aplicamos para modificarla sí que pueden ser peda-gógicas”, dice.

“El suspenso es una etiqueta que, de-pendiendo de cómo haya sido puesta, tiene sentido o no”, explica Carlos Ortiz Sanchi-drián, jefe de estudios de ESO y bachille-rato del colegio CEU San Pablo de Sanchi-narro (Madrid). Para él, si esta calificación

es el resultado de haber evaluado un pro-ceso, informando al alumno de lo bueno y mejorable, “es buena herramienta y en ningún caso injusta”. “Ahora, si el suspen-so se limita a ser una nota numérica, resul-tado de una media de exámenes, sin ningún área de mejora individual, pasas a ser uno más de la lista de suspendidos y es una herramienta injusta. O un arma de destruc-ción masiva de la personalidad”, precisa.

Jesús Campa, director del instituto pú-blico del municipio leridano de Alcarràs, también cree que a nadie le gusta suspen-der, “pero estamos marcados por currícu-los que establecen un determinado nivel de conocimientos y de contenidos”. Para él, el suspenso estaría “en un término me-dio entre lo punitivo y lo pedagógico”, porque lo que dan las notas es una infor-mación que mide la evolución del alumno.

Una información, como señala Alberto Royo, maestro del instituto Tierra Estella, de Navarra, en la que padres y alumnos deberían confiar. “Si confiamos en el cri-terio del docente, en que no evalúa de for-ma arbitraria sino después de mucha re-flexión, interpretaremos el suspenso como la prueba de que un alumno no ha desa-rrollado toda su capacidad”, asegura. Para Royo, autor del libro Contra la nueva edu-cación (Plataforma), la mala nota marcará al alumno en función de como esta se ges-tione. “Si se hace bien, ha de ser un acica-te –afirma–. No quiere decir que no sea capaz, sino que hay algo que revisar para

que su rendimiento sea óptimo. No se tra-ta de estigmatizar, pero tampoco de enga-ñarse pensando que aprobar a quien no se lo ha ganado es honesto, porque no lo es”.

En esta gestión del suspenso entra tam-bién la reacción de la familia. “Tan malo es que unos padres dramaticen en exceso con un suspenso como que le resten importan-cia. Hay que asumirlo con naturalidad”, aconseja Royo. Respecto al impacto sobre el alumno, Oriol Blancher considera que es importante detectar si este es conscien-te del porqué de sus resultados “y si han funcionado las propuestas que le hemos dado para mejorar”.

¿Es el alumno el principal responsa-ble de sus notas? En general, sí, aunque unas malas calificaciones también pueden ser debidas a factores externos que hay que conocer. “Un estudiante suspende gene-ralmente por su falta de estrategias para aprender y porque no ha adquirido aún un hábito que le permita aplicar sus habilida-des, pero también hay una cierta respon-sabilidad de los padres y los maestros”, explican Josep Cornadó y Lluna Nerín, fundadores de Cal Saber. A esta academia de recuperación de Barcelona acuden es-tudiantes de secundaria en cuyas vidas ha irrumpido el suspenso. “Suelen ser –des-criben– estudiantes cuya principal caren-cia es la falta de autonomía y que no han adquirido hábitos de esfuerzo y de trabajo: alumnos que nunca se han parado a pensar cómo estudian ni por qué”.

La psicopedagoga Begonya Gasch co-noce muy bien a los chicos y las chicas que suspenden. Es la directora de El Llindar, una escuela que se describe como “de se-gunda oportunidad” y que se concibió como un espacio alternativo para educar a aque-llos adolescentes excluidos del sistema reglado. Estudiantes a los que los insufi-cientes han acompañado prácticamente desde primaria. “Con los alumnos que llegan aquí, el suspenso no ha tenido uti-lidad pedagógica. Lo que les ha instaurado es un significado de fracaso brutal, que les aplasta”, afirma rotunda. “Un suspenso debería ser un tropiezo, algo momentáneo, no algo que no les permita continuar, que es lo que está ocurriendo”, agrega.

Así, en El Llindar existe el suspenso,

pero se utiliza con cuentagotas. “En algún caso, incluso, no ponemos nota: le decimos ‘este trimestre no ha ido bien, pero te damos otra oportunidad’, porque pensamos que para ese chico o chica ponerle una ristra de insuficientes es un machaque”. Aunque, continúa, “hay otros casos en lo que creemos que ese suspenso les puede ir bien, todo depende de cómo se haga y desde dónde”. Lo que sí tiene claro Gasch es que en nues-tro sistema hay un exceso de insuficientes. “Hay un abuso del suspenso que hace que entres en una rueda de la que es casi im-posible salir. En según qué alumnos, llega un punto en el que, como con los partes y las expulsiones, no tienen sentido. Han desconectado”, dice.

A diferencia de otros sistemas, que fun-cionan más como un continuo, “aquí se tiende a evaluar con muchas notas, pruebas y ejercicios”, observa Oriol Blancher. “Pero, esto esta cambiando. Cada vez trabajamos de manera más interdisciplinar, lo que ayu-da a evitar esta permanente calificación”, añade. Jesús Campa considera que hoy el sistema brinda muchas oportunidades para recuperar un suspenso. Una calificación que, con la evaluación continuada, ya no supone superar un único examen.

La presidenta de Rosa Sensat también cree que se producen cambios en la forma de calificar: “En el nuevo decreto de edu-cación primaria, por ejemplo, se empieza a plantear la evaluación como cualitativa y no cuantitativa; no es una cuestión de poner notas sino de ayudar al estudiante a hacer su camino, de orientarlo”. Así, la evaluación no se plantea como una punición o un juicio, sino como una ayuda para ver qué le falta al alumno, sin olvidar señalar-le lo que ha hecho bien. Para ella, es un buen paso, pero queda por hacer, “porque todos tenemos una mentalidad de que al final de curso tiene que haber un examen”.

Esta maestra cree que la educación de-bería funcionar sin suspensos. En especial, en un país como España, donde hay un altísimo porcentaje de abandono escolar prematuro. “Creo que nuestro sistema po-dría funcionar sin suspensos, pero no sin evaluación”, matiza Oriol Blancher. Una evaluación que ha de ser “formativa y for-madora y, en alguna ocasión, calificadora”, sintetiza. Para Carlos Ortiz Sanchidrián,

“Suspender es una birria: te sientes un poco tonto y cuando se te van acumulando, no sabes qué hacer”, señala un alumno de 15 años

“No creo que ayude a los alumnos a ponerse las pilas: de estos los he visto contadísimos. Por eso creo que no tiene sentido pedagógico”, opina del suspenso la presidenta de la asociación de maestros Rosa Sensat

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En clase y en casa: pistas para gestionar el suspenso

1. INFORMACIÓN. “Lo más importante es ayudar a nuestros hijos. Y para ello es imprescindible conocer la realidad: saber si son muy capaces o tienen dificultades; si son constantes o perezosos; si muestran interés o tienen un mal comportamiento”, desgrana Alberto Royo. Oriol Blancher añade que también son los alumnos quienes han de hablar con el maestro para “averiguar qué es lo que no hacen bien, pero, sobre todo, qué deberían hacer para mejorar”.

2. DESDRAMATIZAR. Suspender

Algunos expertos coinciden en que la educación podría funcionar sin suspensos, pero no sin evaluación. O se podría no medir a todos los alumnos con el mismo rasero

un proceso educativo no puede funcionar sin la evaluación, pero esta debe estar, siem-pre, orientada a la mejora de resultados “tanto individuales como del grupo”.

Otro factor para que el suspenso deje de tener tanto protagonismo sería no medir a todos los alumnos con el mismo rasero, porque en una clase hay diferentes ritmos de aprendizaje. Para expertos como el in-fluyente pedagogo José Antonio Marina es el progreso, no la nota, lo que se debería evaluar. No es lo mismo un alumno que va de un 1 a un 4 en un curso a uno que va de un 8 a un 9. Aunque técnicamente el pri-mero está suspendido, ha progresado más que el segundo. Para Marina, en el momen-to en el que se evalúe este progreso se sabrá si se está haciendo lo mejor para este alum-no. Si, en definitiva, la educación funciona.

“Esta diferencia que se plantea –explica Carlos Ortiz Sanchidrián– es la evaluación cuantitativa frente a la cualitativa, que va-lora más la calidad del proceso, no sólo el resultado. Para uno será un éxito el 4 –y ya veremos qué hacemos con ese suspenso–, mientras que para otro el éxito es pasar de un 8 a un 9”. Pero, añade este docente: “En un sistema fuertemente arraigado a la eva-luación numérica el problema aparece cuando a algunas familias y algunos profe-sores lo único que les importa es esa hoja inmaculada de resultados”. Por ello, la im-plementación de una nueva manera de evaluar todavía está atascada.

Pero ¿es posible garantizar la calidad de la educación sin el recurso del suspenso? Para Francina Martí la calidad se puede conservar cambiando la metodología de enseñanza. Creando un sistema en que quien aprende sea más activo, en que el incentivo no sea la nota, sino que al alum-no le interese una cosa y profundice sobre

ella. “Eso es lo que debería conseguir la escuela: estudiantes con ganas de aprender y que sepan encontrar las herramientas para ello, utilizando, eso sí, el esfuerzo”.

Ahí, en el esfuerzo, estaría la clave para lograr el equilibrio entre las dos corrientes que hoy pugnan en el panorama educativo: las que, entre otros aspectos, propugnan eliminar notas, asignaturas y exámenes y las que reivindican que no hace falta arra-sar con todo lo anterior para conseguir una educación de calidad. “Hay toda una ola neopedagógica que defiende que la escue-la ha de ser un lugar para procurar felicidad y bienestar, en cuyo caso los exámenes tienen mal encaje, porque a los alumnos no les proporcionan placer”, reflexiona Alberto Royo. “Lo que yo digo –agrega– es que no hay nada más placentero que con-seguir algo por uno mismo, con esfuerzo. Y no hablo de sacrificio ni de padecimien-to sino de tesón, de perseverancia”.

“La educación es un esfuerzo, implica saber frustrarse y ponerse a trabajar, inde-pendientemente del bagaje que traigas”, coincide Begonya Gasch. Sus 30 años de experiencia le corroboran que es posible. Pero para ello no hace falta un bombardeo de suspensos, sino conseguir lo que ella llama “la lógica de la responsabilidad”: “Que sobre todo se basa en el trabajo: de los maestros y de los alumnos”, resume.°

no es el fin del mundo. Hay que afrontar la situación con calma y diálogo. “Se puede preguntar: ‘¿Qué te ha pasado para que las cosas hayan ido tan mal?’”, aconseja Begonya Gasch, y evitar frases hechas, como: “¡Qué mal nos estás haciendo quedar!” o “Con todo lo que hacemos por ti y suspendes…”. Tampoco hay que obsesionarse ni obsesionar al alumno. “Hay que ayudarle a ser consciente de su proceso de aprendizaje y cómo puede cambiarlo”, recomiendan en Cal Saber. Para Alberto Royo, “suspender no es un drama, el auténtico drama es titularse siendo un ignorante”, por lo que en lugar de desanimarse, un suspenso puede servir de motivación.

3. INTERÉS. “Los alumnos quieren que los profesores se interesen por ellos, y este interés, está comprobado, mejora los resultados”, explica Jesús Campa. “Los adolescentes necesitan tener un lugar, no soportan ser anónimos, y los maestros han de hacer un esfuerzo para que no se sientan así”, añade Begonya Gasch, en cuya escuela los profesores esperan fuera de la clase para dar los buenos días a los alumnos. “Escuchar es muy efectivo. Por un lado, los alumnos necesitan que los escuchen, pero también que seamos francos y exigentes”, añaden en Cal Saber.

4. CONFIANZA. La educación es un proceso a largo plazo, los resultados no se perciben en un clic. Por ello, es importante que los padres confíen en los hijos y en sus docentes. De este modo, como recomienda Oriol Blancher, “podrán trabajar juntos para interpretar los indicadores que la evaluación nos pueda dar”. Asimismo, que un docente confíe en la capacidad de sus estudiantes es también fundamental. “No puede ser que los maestros den por perdido a un alumno”, resume Francina Martí.