España (Madrid. 1915). 15-3-1924, no. 413

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ESPAÑA Madrid, 15 de marzo. Año X.—Núm. 413 1924 SEMANARIO DE LA VIDA NACIONAL EL CUARTO VACIO 30 CÉNTIMO/

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ESPAÑA Madrid, 15 de marzo. Año X.—Núm. 413

1924 S E M A N A R I O DE LA V I D A N A C I O N A L

EL C U A R T O V A C I O

30 CÉNTIMO/

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Año X .—Pág. 162. e s P íf

LA C A M P E S I N A RÜ S A I ' I «

(CONTINUACIÓN)

X X X I _ _ , ; _ _

Se corrió la voz de que ^íbamos a regresar a nuestro país. Comerciantes ricos, señores sin hijos, me pidieron que les cediese uno de mis niños. Querían persuadirme diciendo:

—Danos uno de tus hijos. Le cuidaremos como si fuese nuestro. lie.iriantendremos, le educaremos y heredará toda nuestra fortuna. ;-b..w'BqíCÍ 03 «:;;' •; ;, Í

Es de advertir que en ¡aquellos parajes apenas había niños rusos. Los estimaban mucho. Todos conocían a los míos y se portaban bien con ellos.

Escuchaba yo esas proposiciones y a veces me decía: «Sea; dejaré uno.» ¿Pero cuál? No lo sabía.

¿Juan? Me daba mucha pena. ¿Basilio? También. Mariíta era la única hija que me quedaba,

No dije nada de ello a losaiiños. A veces me acostaba y me pasaba la noche en claro, pensando: «Tengo que escoger entre Juan y Basilio. Será hombre instruido, rico. Yo, po­bre y sola, ¿qué puedo hacer por ellos? Me decía: «Daré a Basilio; mañana mismo le llevo. Llorará un poco y luego nos olvidará.» Amanece, pienso llevarle; pero la lástima me de­tiene. Sin saber qué hacer, continuaba en mis dudas.

Llegó un papel oficial. Era la orden de volver a la cárcel; de allí teníamos que salir para el viaje. La noche última no dormí. No-dejába de hacerme la misma pregunta; «¿Daré un niño, no Jo daré?» Rogaba a Dios, pedía consejo a la Patro-na. Y una vez más decidí que se quedase Basilio.

A la mañana siguiente un trineo grande se detuvo delan­te de lajcasa. Venían a buscarnos. Hicihios IQS preparativos de marcha, Y una vez más se presenta el emisario del mer­cader. Volvía con la misma proposición. Entonces me vi sola, sin Basilio, abandonatloen manos extrañas...

Se me oprimió el corazón. Las dudas se disiparon. Tomé a mis niños, ft.lados mjsoiiños, y^ubícon ellos al trineo.

áííón f-shi

Pasamos dos días en la cárcel. Al tercer día, pasada la fiesta del Bautisrno de Nuestro Señor,' emprendimos el viaje. Cuando nos despedimos de Natalia Sergievna, lloramos mucho, y le dimos las gracias, como a buena madre. Prepa­ró abundantes provisiones para los niños.

Viajábamos en trineo. En Okhansk hicimos alto. Vassia tenía los ojos malos. Nos llevaron a todos al hospital.

El hospital era bueno y espacioso.- Nos daban diez kopecks por cabeza para la manutención. '

Reuníamos asf treinta kopecks al día; él Estado mantenía a los enfermos.-No consumíamos todo ese dinero. Comprá­bamos cinco kopecks de.pan moreno, dos kopecks de pes­cado y de picadillo de carne y patatas. Lo demás, lo ahorra­ba. Pasamos tres meses en el hospital y me sentía muy feliz. Corría el invierno,.y el-viaje con los niños habría sido muy penoso. ;> 3ííp wííjv Ií> no

Aquello duró hasta Pascua. Entonces noS dieron permiso para marcharnos.

Fuimos en trineo hasta Perm, y muy deprisa. Pero antes de llegar a Perm^ nos sucedió otra desgracia.

A N A Nüiii. 413.—Pag. ' i .

Habíamos hecho alto para pasar la noche. Cargué con los buUos, y al llevarlos a nl^estro cuarto, me decía: «¡Qué poco pesan! ¡Se conoce que voy mejor, que he recuperado

/jaerzas!» En el cuarto donde nos hicieron entrar había una guardia

jugando a las cartas. , —¿Tenéis frío aquí?—nos preguntaron.

—Mucho. —Pues os llevaremos al departamento de hombres. Allí

hay lumbre. Así lo hicieron. Era muy temprano para acostarse, y le

dije á Mariíta: ' --Vamos a coser unos delantales.

—¡Por qué no! —dijo ella; Llevaba dos bultos. En uno las sayas y los abrigos; en

otro, telas, agujas, carretes En una palabr.a, lo mejor que teníamos.

Tomé uno de los sacos para buscar la tela, meti la mano, registro, encuentro revueltas las suyas que había dejado en el otro saco, pero la tela y los vestidos no estaban. Rompí a llorar.

— Nos han robado. Llegaremos a casa sin nada. ¡Desdi­chada de mí! No tendré ni un día de contento.

Por la mañana pasó un vigilante. —¿Qué tienes? ¿Por qué té desesperas? -¡Nos han robado, noble señor!

—¿Cómo es eso? ¿Dónde habéis pasado la noche? —En el departamento de hombres. —¿Por qué? — ¡No lo sé! El vigilante llamó a la guardia, y les echó tal reprimenda

que palidecieron de temor. «Me dio lástima.» Esto puede costarles el destino- me dije—y por eso no voy a recuperar lo que me han robado. ¡Y acaso no sean ellos los ladrones!

—Noble señor—dije—nosotros mismos pedimos que nos cambiasen de cuarto. Hacía mucho frío en el otro. Es de creer que las cosas que nos faltan las hayamos perdido en Gkhansk.

El vigilante estuvo todavía riñendo un poco, pero no cas­tigó a ninguno.

(Continuará )

Cuantas personas se interesen por ias cuestiones relacio­nadas con la vida dei trabajo y la producción, deben sus­

cribirse a la revista mensual

INFORMACIONES SOCIALES ¡nfii 'lOq ,ü-.

órgano tjficialde la Oficina Interñ'ácibnal del Trabajo, de la Sociedad de las Naciones de Ginebra.

Por la gran importancia de esta Revista, después de leerla, debe conservarse para encuadernarla por anua­

lidades. , Precio, 12 pesetas al año. Para suscribirse, dirigir la co­rrespondencia al Administrador de la Revista, don Juan Ortiz, Librería Pedagógica, Desengaño, 18. Apartado 999.

Madrid.

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A Vi 5 d ai; 'i .5%--A J i\ ..i

1924

AÑO X. MADIUD 15 DÉ MARZO DE 1924 NúM. 413

S u m a r i o

Págmas . .

, Ñ u s VOS PARTIDOS LIBERTADES, VIEJAS. l Ó J ,

MANUEL AZAÑA: £a vanidad y la envidia ^ 164

E. DÍEZ-CAHEDO: Xetras de Síméríca.-lfervor de ¡Buenos Slires 165 ENRIQUE LCINAZ: íBoesía 166

C. RivAS CHERIF: <St caso de Salvador 3)ali 152 RAPAKL MARQUINA: £a literatura ¿argentina.—(SIpoeta Mriuro

Capdevila 167 TEATROS; Xa compañía nacional checoeslovaca 169 DATOS PARA LA HISTORIA . . . 170

CAMILO BARCIA: 3)el libro amarillo francés i ? '

fíRNES ro f-ói'EZ PARRA: ÍBoemas ingenuos. 172 DIVAGACIONES DEL EXPLICADOR: Xa violeta bajo el ¿Rrco de

'triunfo , 172 C.R.C:£ibros 173 NOTICIA, BIBLIOGRÁFICA 173

LA CAMPESINA RUSA: íMovela [continuación).., 162 y 174

DIBUJOS: SI cuarto vacio, por Xacasa.

¡Dibujo a pluma, de 3)ali.

N U E V O S P A R T I D O S , L I B E R T A D E S V I E J A S

No aceptamos la división de las libertades públicas en dos grupos: el de las libertades que bastan para ser buen ciuda­dano y el de las libertades inútiles, cuando no perniciosas, que únicamente a los díscolos, a los rebeldes, importan. La libertad es la condición de la ciudadanía; si la libertad se restringe, los hombres de más encandilado civismo podrán ser celosos administradores de un patrimonio, diligentes padres de familia, santos, artistas, lo que quieran; pero no ciudadanos. Políticamente, serán hombres protegidos, in­capaces de gobernarse a sí mismos. La separación del hom­bre libre y del protegido es permanente y clara; no depende de regateos ni es más laxa hoy que ayer. La libertad ha naufragado en casi toda Europa; comprobemos el suceso, dándole su nombre verdadero, pero a nadie se le hará creer que es libre no siéndolo. Se suspende la ley, que es garan­tía; no el derecho. Las libertades públicas no son privile­gios, ni gracias otorgadas; tienen una base indestructible: el hecho de la conciencia humana. Ninguna es, por tanto, menos necesaria, menos «útil» que otra: todas abren algún camino al desenvolvimiento cabal de la persona. La piedra de toque de la libertad es el respeto que se tenga a la con­ciencia de los disidentes. Nadie renuncia a la libertad para sí, aunque persiga la libertad de otros; ahí está la diferencia entre ser libre y ser liberal. Donde la libertad ha zozobrado son muy poco libres los liberales. En cambio, los que no disienten campan por sus respetos, aseguran muy serios que no echan de menos la Hbertad (¡claro!), y abominan del liberalismo. Pero si les cercenasen la que hoy disfrutan o

un trastorno los arrojasea las" tinieblas exteriofés-^^óííW^» les oiríamos rechinar los dientes y se acogerían a los p r i n d " pios que hoy les parecen despreciables p falsos. ^jNo'HemóSíün visto a la Iglesia católica en los países donde ha pérdídcí15!(íí>f-'n privilegiada situación secular, abrazarse con la libertad, 3 después de haber hecho todo lo posible por destruirla? Es Ja*A-historia de todos los desposeídos, que no se enteran dé que hay injusticias y tiranías en el mundo mientras no las sien­ten en sus personas. De los disidentes no se les da nada.

Es sabido, sin necesidad de pedir libertades públicas,'que alguien desea su restablecimiento. En rigor, si nadie las = deseara, no habría porqué suprimirlas. La cosa es clara. Abolir lo que no está vivo y en uso sería un pasatiempo inocente. Lo primero que perece, siempre, es la libertad de opinión; al fin ella es el baluarte de todas las demás. Mistos " ricamente, las libertades públicas son hijas de la imprenta; y de nuevo vamos a recibir en España esa lección. La Pren­sa libre, ei derecho de reunión y de manifestación y todos • los que garantizan la inmunidad del pensamiento, habrán de restaurarse antes que nada, como antecedente necesario, cuando se pretenda suscitar en la tabla rasa de la vida pú­blica española las formas en que haya de vaciarse la nor­malidad política de mañana... Se piensa ya en inventar - partidos nuevos. Si los partidos nuevos no se fraguan eñ • plena discusión, en medio de la cailc; si sus móviles y pro-• pósitos no pueden afrontar la crítica independiente, él in­tento saldrá vano. Se crearán con buen deseo asociaciones de amigos del país, grupos que, si les endosasen el Poder, asumirían el mando, pero no partidos políticos. La cues-* tión, aplazada, reaparecería con la libertad de hablar. " ' Í ' .^ ' Í '* f'

Hacer cuentas desde ahora con unos partidos que gobier- . nen en un futuro más o menos próximo es tanto como su­poner que el régimen normal será la democracia. Bajo Car­los III, no harían falta partidos ni strían posibles... El des-,.-potismo, por ilustrado que fuese, no consultaría.la opinión : general; y si el gobierno del mundo se basa en opinicújes^ ,; al despotismo le bastaría Con la suya propia; a v€iees,-,sti;rt: = misma opinión personal le ha servido de estorbo; iGomo ,v; dice el personaje áz Los aurnos de Don Friolera: <<\^xpaQ y -en la historia!» Discurramos, pues, sobre la hipótesis-qüer'" más halaga nuestras esperanzas. Que los partidos adminis-."< - ' tradores del régimen han muerto, a la vista está. No es ;me-; j : nester echarles mucha tierra encima ni alancearlos despií&: i-yn de morir.Ya pasaron. Y no es que sus hombres ¡Isayan perr..>; dido una autoridad xiudosa o se haya desvanecido su pres--,.» r, tigio; es que los supwtestos donde se fundaba su «xistericiai - — de los que era probanza escrita la Constitución, .han resul- i tado falsos. Quedan en pie, con sus principios intactos, el i Í:Í> socialismo y el republicanismo. La cuestión deia forma dé ;• gobierno volverá a plantearse con el vigor que corresponde > a la imposibilidad de todo reformismo. El partido o los partidos en cuya invención se piensa para sucederal íJo:-.-^ t ^ ' l bierno actual, tendrán, pues, que salir de un campotnonár-t- '» quico restringido. Si han de ser verdaderos partidos poh'tte • -A

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eos y no simples Comisiones liquidadoras, ¿•pueden formar­se desde hoy, mientras no existan medios de propaganda? En modo alguno. No bastaría que los liberales monárquicos se reuniesen en torno de un propósito general de buen go­bierno. Más allá del vago nombre de liberal comenzarían las discrepancias irreductibles y surgirán forzosamente en cuanto los problemas actuales se dejen mirar a la cara. Con­frontar la doctrina con la realidad, los conceptos con lus hechos; tal es el trabajo necesario para que las opiniones se forjen y se organicen. ¿Han variado los términos de los problemas nacionales en estos meses? ¿Han surgido cuestio­nes nuevas? ¿Cuál será la situación al marcharse el Direc-rectorio? No se pensará que el Gobierno sea un tablero de billar y que el Directorio, al retirarse, va a dejar preparada una carambola como las que le ponían a Fernando VII. So­bre esa materia podría irse trazando la figura de los parti­dos nuevos que no se planteen la cuestión previa de la forma de gobierno. Pero si es urgente crearlos para evitar que el Poder caiga en manos de las derechas, también lo es proporcionar medios que permitan su formación: liber­tad de propaganda y de crítica; Prensa, reunión, manifes­tación. Las derechas se creen dueñas del mañana; pero no se atribuya eso a una actividad señalada de los partidos reaccionarios; es que la suspensión de la libertad pública realiza en su pro una propaganda excesivamente eficaz. Suprimir la libertad, cualquiera que sea el motivo, la oca­sión y la manera de suprimirla, favorece a los enemigos de la libertad.

LA V A N I D A D Y LA E N V I D I A

«Chismes, y cuentos, y cominerías, como digo, eso .u'.>

JACINTO BENAVENTE.

Con retraso hemos venido a leer (porque con retraso se han publicado) las palabras textuales pronunciadas por don Jacinto Benavente en el homenaje municipal y nacional de que fué objeto en el Ayuntamiento de Madrid, días hace. Municipal, por el lugar; nacional, por el rango de ios ofi­ciantes. No será ese discurso la mejor obra de Benavente, ni la de inspiración más noble; tampoco la más estéril. Tene­mos ahora un documento valioso para trazar la biografía moral de este hombre público.

En uso de su derecho, Benavente no se ha limitado a es­cribir comedias ni a cultivar a su modo el arte por el arte; tendría entonces razón pidiendo que nos atuviésemos al va­lor estético de sus obras. Ha militado y milita, incluso desde la escena, en alguno de los bandos en que suele dividirse la ciudad; por lo menos desde hace diez años, siempre le he­mos visto alistarse con cierta premura en él campo que nos era antipático. No pretenderá don Jacinto que su prestigio de autor, ni el aplauso público, ni los honorts oficiales que merecidamente ilustran su pecho, le eximan de responsabi­lidad, ni le salven, por tanto, de la crítica cuando se mostraba germanófilo y maurista ayer, y se muestra monárquico «por­que sí», a fuer de español, en los días que corren. Metido en una cofradía, Benavente ha de soportar que le pasen el mis­mo rasero que a sus cofrades, sobre todo mientras no inven­te razones nuevas para defender su convicción; hasta ahora no las inventa (más bien las suprime), como no ha inventa­do un modo nuevo de insultar a sus adversarios. «Soy mo­

nárquico porque soy español», dice Benavente. Con lo que excluye del hogar común a quien no profese el monarquismo. Mas Como la cualidad de español no se da ni se quita capri­chosamente, el fondo de esas palabras viene a ser: «Yo pien­so como los buenos españoles». Este aprecio de orden moral, basado en la diferencia de ideas políticas, es señal de fana- ' tismo, de intolerante orgullo. Cualquier patria es más am­plia que una forma de gobierno. España es distinta de la República y de la Monarquía. Corresponde quizá a los ser­vidores del ara proferir las palabras excesivas que los mis­mos dioses no formulan. Preferiríamos, por la considera­ción en que deseamos tenerle, que Benavente se repartiese otros papeles.

Adviértase, en descargo suyo, que don Jacinto está cohi­bido por la notoriedad. «En los más insignificantes actos de mi vida he llegado a perder la espontaneidad. Al sentirse uno observado de todos, tanto se observa uno que ya no sabe cómo comportarse.» ¿Si estaría observándose demasia­do en el homenaje de' Ayuntamientoí' Benavente se imagi­na que en torno de su cabeza giran bandadas de cornejas, atronándole con sus graznidos. «... Es uno jovial, comunica­tivo, accesible a todos. ¡Bah! ¡No sabe qué hacer para popu­larizarse! Es uno reservado, grave, cauteloso. Es orgullo, dirán. Replica uno a los detractores, vanidad ofendida. Calla uno ante los ataques más enconados. Es desprecio orgullo­so. Consigue uno ganar dinero. Mercantilismo. Creen que no tiene uno dinero. Estos escritores son unos perdidos. Las obras agradan al público. Es que son obras vulgares, hala­gadoras de la muchedumbre. No gustan. ¿Ven ustedes cómo eso no le gusta a nadie...? Se escribe mucho. No es posible que todo sea bueno. No se puede producir con tanta prisa. Se escribe poco. Pereza, ociosidad, agotamiento.» No creía­mos que Benavente viviese requemado ni que le trabajasen el ánimo los juicios más fatuos. Sus contemporáneos esta­rían locos (locos de envidia y de otras pasiones malas) si aquellas sentencias contradictorias las hubiesen proferido siempre las mismas personas, en el mismo momento, a pro­pósito de una misma obra, de un mismo hecho, cumplidos por Benavente. Pero no.es así. Su vida pública se extiende ya por una treintena de años. Tiempo largo, lectores y es­pectadores renovados, camaradas de otro cuño, ¿quiere Be­navente que sus palabras levanten el mismo eco? Lo.; que en sus comienzos le aborrecieron, temiendo que sus obras fuesen demoledoras, corrosivas, ahora le aupan y le traen en _ palmas. Las protestas que Benavente oye no van disparadas por la envidia o por la baja malquereneia (no todo el mun­do es idiota, perverso y maldiciente); nacen de una manera de desengaño, de un chasco, al que no todos se habitúan: es el desengaño de ver al personaje mordaz, satírico, dcbelador de la hipocresía y de las convenciones sociales, metido a pro­palar los sentimientos del señorito madrileño de clase media; nacen también de una opinión que atribuye al escritor, como deber primordial, la independencia.

Benavente se pone a tasar la libertad general por la que él necesita para sus expansiones. «¿Para qué querrán más liber­tad esos intelectuales?», exclama. «Nunca he sentido la falta de libertad para decir cuanto he pensado sinceramente.» No nos cuesta trabajo creerlo. Hubiese sido más justo afirmar que hay libertad para pensar como Benavente piensa, para decir lo que dice. ¿Qué le autoriza para erigirse en patrón universal y creer que las cosas no deben existir cuando a él no le hacen falta? «Esos intelectuales» son unos cobardes, porque atacan a quien no puede—en opinión de Benaven-

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té—defenderse; unos imbéciles, porque no han «aportado iniciativa alguna salvadora para la gobernación del Estado»; y unos canallas, porque contribuyen a ennegrecer la leyen­da española. Ponemos nosotros los tres adjetivos, que resu­men el pensamienio oculto en las rodeadas frases de Bena-vente, de un intelectual, de un hombre que se ha elevado por el ejercicio de la inteligencia, y que lindando con la ve­jez—edad noble—ha adquirido nada menos que la penetra-tración, la generosidad y la alteza de miras que esta su aren­ga descubre.

Muchas veces nos hemos entregado a la diversión de apre­ciar el valor moral de un hombre notando los móviles a que atribuye las acciones ajenas. Por tal camino hemos hecho descubrimientos famosos. Nos abstenemos de aplicar esa me­dida a Benavente, más que nada, porque en su propio dis­curso hay algunos rasgos confortativos, laudables, que nos dispensan de seguir adelante. Rasgo de lealtad, profesar de Cirineo en el escenario cuando resuenan entre bastidores las risitas que un chiste suyo hace cundir; rasgo de valor, disparar flechas contra ciertas playas del Atlántico, semide. siertas anteayer, ilustradas desde ayer por una huella imbo­rrable; rasgo de capacidad, afrontar la vida pública con un criterio recogido en una partida de tute, alrededor de una camilla.

Lo siento mucho; pero es tiempo de abandonar las pirue­tas, las salidas de tono y el señoritismo.

MANUKL AzAÑ .

L E T R A S DE A M E R I C A

FHRVOR DE BUENOS AIRES

Jorge Luis Borges, en el libro que lleva por titulo el que encabeza este comentario, su libro inicial, acierta al decir «fervor»; quizá no hiciera falta la añadidura. Su Buenos Aires se nos aparece todo convertido en llama espiritual. Es suyo sólo. El panorama que nos hace ver en sus versos li­bres no es un panorama bajo el cual pudiéramos espontá­neamente poner un nombre geográfico. ^Buenos Aires? Bien. Estará en el fondo de este fervor poético que sentimos palpitar en cada página del libro menos descriptivo que ja­más ha inspirado ciudad en el mundo. La evocación en el título de la gran ciudad argentina tiene el valor de una de­dicatoria.

En las revistas de jóvenes abiertos a las nuevas tendencias destacamos muy pronto el nombre del autor de este libro. Los versos de Jorge Luis Borges se distinguían entre los de todos sus compañeros por la seguridad rítmica, por la rique­za verbal, por el desdén del nuevo lugar común. Un ritmo seguro, que no era el de una prosa partida an renglones ar­bitrarios; una riqueza verbal que no consistía en el neolo­gismo innecesario ni en la caricatura de la palabra conve­niente, por el doble camino de la deformación del vocablo o de la acepción caprichosa; un desdén de todo el arsenal que con rapidez increíble, ha dado a la joven poesía, priva­damente, tan monótono aspecto.

El Fervo!- de Biietws Aires, en su uniformidad espiritual y rítmica, acentúa estas cualidades. Una invención constante de expresiones poéticas, de imágenes, un nuevo acoplarse de adjetivos y sustantivos nos sorprende a cada composi­ción. Llaneza, Un palio, Kesplamior, Amanecer putden dar­nos la medida exacta de esta poesía rica de contenido. O Música patria, en que parecen analizarse fibra a fibra las

emociones que suscitan unas cuantas notas, desde aquellas que proceden del fondo oscuro de la raza, hasta las más re­cientes y personales que cosquillean la epidermis en pasaje­ra excitación. He aquí la delicadeza de un retrato de niña:

Al salir vi en un alboroto de niñas

una chiquilla tan linda, que mis miradas en seguida buscaron la conjetural hermana mayor, que abreviando las prolijidades del tiempo, lograse en hermosura quieta y morena, la belleza colmada que balbuceaba la princesa.

André Chénier, que toca alguna vez el tema de las dos hermanas distintas en edad, no desdeñaría esta visión. Y arrancada de los epitafios de la Spoon River Anthology pa­rece esta htscriprióii sepulcral, en que se abrevia toda una vida, procedimiento favorito de Edgar Lee Masters:

Dilató su valor allende los Andes. Contrastó ejércitos y montes. La audacia fué impetuosa costumbre de su espada. Impuso en Junín término formidable a la lucha, y a las lanzas del Perú dio sangre española. Escribió su censo de hazañas en prosa rígida como los clarines belísonos. Murió cercado de un destierro implacable. Hoy es orilla de tanta gloria el olvido.

La poesía de Jorge Luis Borges, cuando hace pensar en modelos extranjeros, no trae a la memoria el postsimbolista francés o el futurista italiano, sino algo clásico, o algo más coherente y construido que el procedimiento—no desdeña­do tampoco—de la simple ilación de imágenes o el salto de una instintiva asuciación de inetáforas.

Su mismo vcr.sü llene algo de clásico también. Como pro­totipo, en unas páginas de introducción, señala su dechado en la formas libres del .lA.r..7/A'É>//i, de EnriqueHeine. Re­lacionando las poesías del Arriv;- de Buenos Aires con la ver­sificación tradicional española, y tomando como indicación muy valiosa la del poeta en ese mismo prólogo cuando dice: «La tradición oral, además, que posee entre nosotros el en­decasílabo, me hizo abundar en versos de esíi medida», ve­remos que, efectivamente, el endecasílabo aparece infor­mando estas poesías, no sólo como manifestación ocasional, sino de manera más íntima.

El problema del verso libre en castellano es distinto del que se plantea, por ejemplo, en francés. El endecasílabo lo rige. Su fisonomía, tan varia y movible, la facilidad de frag­mentación, su arquitectura toda hecha deeqüilibrio, le hacen instrumento inestimable, capaz de infinitas posibilidades rítmicas. Se ha solido emplear en series uniformes, o en combinación con otros versos mejores, con sus fragmentos mejor definidos, el verso de siete sílabas y el de cinco. ¿Por qué no también el de nueve, y por qué no construir versos mayores que los de once, siempre dentro de la ley de equi­librio que lo rige? Algo de esto se ve, conseguido no por re­flexión y esfuerzo, sino instintivamente en el libro de Jorge Luis Borges. La relativa frecuencia del endecasílabo, estruc­turado con otros versos de análoga vibración, hace del ver­so clásico en las letras españolas desde el siglo xvi, más que un ritornelo ocasional, un paradigma, en torno al cual se tejen las variaciones de este importante libro primero de un poeta muy joven, a quien sé debe toda atención.

E. DÍEZ-CANEDO.

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t ^ flo X . ^ Eág.íl66. •B '« ,PAí ív^ Nám. 4 1 3 . - Pág . e.

POESÍA

¥l 43

A.i

¡Que silencio...! He podido llegar al cementerio por la noche. He escalad»

..aquel muro tan negro ''y Caí de rodillas '

sobre el húmedo suelo., bajo un rayo de luna.— Apenas sé si debo 'estar aquí., tan sólo sé que tuve un deseo de venir; y he venido sin un razonamiento

' ''(jiCt me justificase. —Sin embargo., no pienso que hago daño; no soy malo... tal vez enfermo.—

-: , Las tumbas están blancas

con un blancor supremo. a^úi^onú;l:¡í.^•s•c:í^'irece que reflejan

:; él rostro de los muertos; el alma de los.niños dormidos; de los viejos callados; el espíritu de todos los ingenuos.—

'-"•^Lás tumbas están blancas., blancas como et silenció: Con toda la blancura

. ..de todos cuantos fueron - i par,el.mund.o,.soñando^ I," cctntando, sonriendo.—

.; Las tumbas están blancas., y. ¡qué diáfano silencio -~: 4&S' ertvndvel-^La'uida • queda tan a lo lejos

que casi me parece que yo mtsmo estoy muerto.—

. , ' • ' , '^^Las tumbas están blancas y Silenciosas. ¡Siento

Uv,

,, .queya me va llegando -. H.,.;. al alma, este silencio!

ENRIQUE LOYNAZ.

• « ; * i / <-"• L- •• . • • • • ' • • • , • - ••

• ,.Hi} devQ^lvemqs jos .originales-^ ni sostenemos correspondencia

ííiétca dé ellós-í'-P^r^-su inserción nos atenemos ezclusiva-

.. mente .a. la. calidad de los. escritos .y a las exigencias de la

{is>. 4Xi*n. .: confección de este pertóditoi- • ..••

El- hecho de publicar un articulo firmado no significa que

está revista se solidarice con el. i'i-tV'5.,f:t( liOJ Jif;..:

3)ibuj» a pluma de íDali,

iSEitíi7 jiífectof: 8i quiere usted protcjer eficazmente al semanario EISPASAJ suscribasel:

EL C A S O DE S A L V A D O R D A L Í

No es cuento, aunque por el título parezca uno de tantos. Es un apunte de biografía, todavía en blanco, por.fortuna para todos, En primer lugar, para el joven cuyos rasgos em­piezan a acusarse en ella, pese a la timidez que cohibe su resolución. Para los demás también, porque aún es tiempo de contribuir a que su ejemplo no tenga sólo acentos elegia­cos, como suelen las «Vidas» de los grandes artistas cuyas primeras fuerzas se gastaron contra viento y marea; sino que sirva de remedio para el porvenir.

Adelantémonos a decir que Salvador Dalí no se muere de hambre. No hay modo de excitar en favor suyo la compasión pública. No ha menester la ayuda del Mecenas, ni el subsi­dio de la Diputación de su provincia. Pero como tampoco es lo que suele decirse rico por su casa, tiene que pensar en ganarse la vida con su trabajo.

Con su trabajo. El joven Dalí tiene vocación de pintor. No todo el mundo sabe la incertidumbre que lleva consi­

go una vocación semejante. Puesto que está admitido el com­parar el sentimiento artístico con el religioso, supongamos para laj^^isfacción práctica de aquel las mismas circunstan­cias que se dan por lo general en la realización de éste. De dos maneras pueden los catecúmenos entiar en el templo: Como simples, fieles; y como aspirantes a oficiar en el culto. Si lo primero no excluye el misticismo, se ha de compagi­nar, sin embargo, con la subvención a las necesidades mate­riales de la vida, por medio de cualquier trabajo remunera­do, quien no hubiese rentas propias con sólo el ajeno. Si el catecúmeno elige además como profesión el servicio de Dios en sus iglesias y ritos, se compaginarán muy adecuadamen­te todaslas satisfacciones, íntimas, familiares, y públicas

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con esa elección de su actividad. En todo caso, habrá de someterse la simple vocación a la disciplina del Seminario, a la jerarquía eclesiástica, al orden establecido. Ij Asimismo puede el artista, dedicarse de lleno, por entero, Con alma y vida, a su artel Pero habrá de atemperar su ínti­ma inspiración personal a,-lx)S'-reglamentos que la limitan para su mayor utilidad. De ahí las Academias y su enseñan­za oficial.

Salvador Dalí no es un rebelde. Puesto a elegir entre su pasión y su deber, los ha unido. Y acepta con resignación, y hasta con entusiasmo, la disciplina que le exigen los maes­tros, cuyo saber discierne, por riguroso orden de edad, el gobierno. "Este joven sabe,,.como tantos otros, que ciarte es cosa que hacen los artistas y el oficio lo que hace al artesano. Sabe que para ser pintor hay que saber dibujar y disponer los colores, sí; pero que hay una razón primera y última de su sentir secreto, que escapa siempre a toda regla: El don de inventar. ¿Porqué son tan pocos los maestros que no ya cul­tivan, ni respetan siquiera la iniciativa original del discípu­lo? Salvador Dalí se promete, tal vez, si llega algún día a mandar en aquella escuela en que ahora es mandado, guar­darse muy mucho de imponer una doctrina rigurosa que impida la expansión del temperamento propio de cada uno de sus alumnos. Por lo pronto, calla y copia del yeso, del natural; se atiene al reglamciuo; podrá en su día opositar a una beca en Roma. A solas en su cuarto, dibuja luego lo que se le ocurre, buscando en otras aguas menos quietas que aquellas en que a diario le obligan a mirarse como úni­co espejo, a la zaga, de otros intentos, procurando encon­trarse a sí mismo en otra compañía que las que tienen por buenas únicamente los señores académicos. '

Un día, algunos jóvenes, discípulos como él de la Acade­mia de Bellas Artes, se alborotan. Probablemente no tienen razón, aunque su afán es noble. Un pintor que comulga en otra capilla que la consagrada al culto oficial, pretende una plaza de profesor entre aquellos enemigos de toda renova­ción. El pintor en cuestión acude a un concurso, y, recusa­do por el tribunal, apela al de la opinión negándole la auto­ridad a que se sometía con sólo concurrir al certamen. Los estudiantes de la Academia toman partido por el concursan­te defraudado en sus pretcnsiones, chillando y alborotando un día o dos a la hora de entrar en clase.

Los señores profesores estiman que aquella actitud juve­nil no puede pasar sin castigo. Y como desconocen a los culpables, diezman a cierra ojos la clase, y guiándose por su olfato de podencos, cortan la carrera académica de unos cuantos muchachos. Entre los cuales Salvador Dalí, a quien de nada le han valido,su recato, su mansedumbre, su no resistencia al mal. Salvador Dalí no tomó parte en la pro­testa; pero es un indeseable. Tal vez los señores profesores tengan razón. Quizá contribuyan con su rigor a probar la tenacidad de un artista en su vocación libre de trabas.

El caso es grave. Un día y otro ios organismos oficiales del Estado, en que Sé'han heebo fuertes unos artistas, o unos abogados, o unos médicos, o unos curas, enteramente a la devoción de una clase social deterrhinada—-por su mal gusto,especialmente —rechazan toda ingerencia del sentido común. Es verdad qué en Rusia los artistas riiás audaces se sumaron desde luego al orden soviético'd¿ 'la revolu­c i ó n . -^ '•••"•- '•''•''' '••••' • ''•'••-'' •'•'' •" '•'

Otros ^ai^eé' rríáS ctotps, procuran- la convivencia de sus nacionales-por ün siste'ttta más razonable y liberal. Para un caso tan geneíaLcomo el de Salvador Dalí ¿no hay tampoco

solidaridad juvenil?^D¿iíiSiaiá és la vida en España. Porque no solo de pan vive el hombre. ¡Y el pan está caro...!

C. RiVAS CHERIF

LA LITERÁtÍJ | ;A ARGENTINA

(FRAGMENTOS D» UN LIBRO HK PREPARACIÓK)

' -Vi !'•

EL POETA ARTURO CAPDEVILA

Lejos de Buenos Aires doride. jiUora, gracias a la pericia intelectual de la dirección, de ¿ a PÍWZÍIÍ, se esponja y medra, en el quieto y silenciosojardín de Córdoba^—¡oh vieja ciu­dad amada! —floreció esta rosa en las espinas. Arturo Cap-devila, escritor y artista ante todo, lleva para siempre muy metida en el fondo del alma la gra'vedad risueña de su ciu­dad nativa. Florilegio de ingenios. Ja vieja Córdoba argen­tina bautizóle para el arte con eí crisma sagrado de su abo­lengo. ' '

Poeta, el más alto y el más grande de los argentinos de su generación, Capdevilá no es uñ iníprovisador lírico ni un romántico en libertad. Una interior y perfecta estructura­ción espiritual, ensamblada con fuertes y sólidas apoyaturas de cultura, da a su poesja definitiva y. (;ab,al categoría de arte. No desdeña, por tanto, ni la disciplina, ni el esfuerzo ni la ideal geometría. («Mo entre,quien no sea geómetra», advir­tió el Antiguo). Par i el natural sentimiento, para la fluen­cia de su expresión original, el poeta, sin desdeñarla fecun­didad sonora del contornó, busca ún camino y sabe cons­truirlo. Hasta p ira atravesar lá selva, gusta de abrir una sen­da, que los doiuií pacJ-in segair después Único modo, en fin de cuentas, de dar pérdurabildad a las huellas.

Es, pues, un escritor^ por encima de todo. Le veremos en seguida la csijnci;il iransccmioDcia de esta condición. La vena poética más considerable, la interior vibración de su poesía es, en toda su primera época, lo que; Unamuno podría lla­mar «el sentimiento trágico de,la ^ida», «Melpómene» titu­ló precisamente su libro poético al que debe su definitiva consagración. El sentido trágico, la manifestación trágica del dolor están expresados por Capdeyila no con henchidas ele­gías declamatorias, sino con la Cordial grandeza de una emo­ción pura y vital. Hé ahí el estreinecímiento nuevo que sagaz­mente advirtió al leerle él gran esciritor argentino Manuel Gal vez. El poeta narraba el dolor del hombre, lo re-creaba. Cosa tan sencilla en apariencia, andaba descarriada por los senderos líricos. Capdeviia lo restableció en toda su genial, densa y luminosa simplicidad, con palabras empapadas de emoción y de belleza. El dolor del «gran doloroso» tiene la dignidad de sí misrho y rió soló el póétá lo cuenta como tal dolor, sino,más acuciante y vastp,como ignorancia ante el misterio de las tumbas del mundo. Y he ahí el otro elemen­to esencial que Concurre ¿n ía personalidad poética de Cap­deviia: la noche. Es decir, y restableciendo en su cabal sen­tido los dos conceptos: el dolor, como pequenez e ignoran­cia del espíritúí'y'íá noclle, cómo enigma indescifrable; he ahí el cielo mítico y épico en que se debate el alma del poe­ta. La lucha del dolor con el enigma. En cada una de sus incidencias el dolor y la noche más robustecen y agrandan su propia significación;- y el pcftta—.¡artistaI—sabe extraer la dulce mielde.una sabidufíai-

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Año X.—Pag. 168. B S P A Ñ A Núm. 413.-Pág. í».

«Suelo también gozar en la secreta dicha de ser más hondo que un abismo. Y entonces doy mi canto de poeta en un trágico asombro de mí mismo.»

Este asombro trágico le define. Más tarde en «La fiesta del mundo» (Buenos Aires, 1922; segunda edición), dice en los primeros versos:

«Me acerqué a la fiesta del mundo. Las luces apagaban ya. Lo que he visto cuento. Mentira mi labio no dice jamás. >

He aquí el asombro trágico. Se acerca a la fiesta maravi­llosa cuando ya apagan las luces. Y narra lo que apenas ilu­minado ha visto. No dice mentira. Pero sobre la verdad ha de poner su propia alma, como antorcha, «Las luces apa­gaban ya.»

No sólo en los dos libros citados, sino en todos los demás volúmenes poéticos («Jardines solos», «El poema de Nenú­far», «El Libro de la Noche»), se patentizan con nobilísima prosapia proteica esta consciente y humana inquietud, éste sentimiento trágico, esta rebusca afanosa, este esfuerzo por adentrarse hasta la entraña del enigma doloroso y poder sa­car a luz—según el consejo de Lugones—el consuelo, que en el dolor está escondido. (De ahí arranca también, en ocasio­nes, y como flor nacida sobre el fracaso y el desengaño, la ironía, la gracia discreta y risueña de que es pródiga, en otros aspectos, la total labor de Capdevila).

La vastedad de lo trágico agranda el impulso poético de este gran lírico. El mundo tiene en él un verbo de defini­ción. El dolor, su iracundia y su consuelo. Gabriela Mistral ha podido decir: «Capdevila es un gran poeta porque abor­da lo fatal».

Paseaba una tarde de domingo en Buenos Aires con Juan Torrendell. El hablaba más que yo. En su verbo cálido, en­tusiasta y generoso, las ideas crepitaban como las maderas en el fuego. Y de vez en cuando, se alzaba la llama audaz, temblorosa y desafiadora. El mundo se infantaba de nuevo en aquella verbosa abundancia. Y la poesía que, según el verso de Maragall, «está llena de virtudes desconocidas», fué un momento, palpitando en las palabras del gran crítico una realidad de presencia.

De aquella conversación quiero recoger aquí una sola no­ticia, que ya en aquella hora me pareció harto expresiva y significativa.

Me decía Torrendell que acababa de recibir una bella carta de la poetisa uruguaya Luisa Luisi, en la que, entre otras cosas, le decía, con relación a su tortura espiritual de aquel momento, que sentía claramente que los viejos ritmos y las formas antiguas no le servían.

(Me acuerdo de que, al contármelo, Torrendell parecÍB dar a las palabras una cálida palpitación profética. Bajo su blanco bigote de mosquetero audaz su sonrisa joven era como un augurio.)

No le servían, no le sirven quizá hoy tampoco a la señora Luisi las formas antiguas. Desde su rincón de América, so­noro y umbrío, la poetisa señalaba con su queja, la angus­tia, la inquietud actuales de la poesía universal. En una pa­labra: planteaba el problema íntegro de la poesía moderna.

Y, acaso venturosamente, la característica más acentuada de la poesía argentina.

Es evidente ese problema a que acabo de aludir. El tedio y el desdén por las formas viejas que por una u otra razón van pareciendo insoportables, inducen a su sustitución. ¿Pero es que hay otras fórmulas nuevas? ¿Satisfacen éstas, al mismo tiempo, la emoción y la imagen? He ahí la me­dula del asunto

Al huir de las fórmulas viejas, de las formas anticuadas, de los ritmos antiguos, al volver la espalda a la normatura clásica, acaso no se ha hallado adecuada vertebración emo­cional y lo formal y adjetivo ha sido mejor atendido que lo hondamente racial y espiritual. Las reformas a que se lan­zaron los poetas, sus nobles gestos de renovación y rebeldía se han reducido, por lo general, al aspecto externo. Un poeta español de nuestros tiempos,'ha expresado perfecta­mente este fenómeno con las siguientes palabras:

«Los ensayos se reducen a deformar el verso antiguo, a desplazar el vocablo del conjunto métrico, de la rima y darle más libertad verbal para adecuarle a la ingerencia por el sonido, el color, la situación de palabras y su consorcio imprevisto, a convertir el ritmo solo en acento y a erigir la imagen en único motivó, en principio esencial de la poe­sía» (1).

(Señalemos de paso que Leopoldo Lugones que, en su magnífica aparición trascendental representaba precisa­mente algo de esta esencialidad poética de la imagen, pro­dujo por eso mismo en la poesía argentina una corriente, un hecho easi revolucionario, de que otro día habla­remos.)

De esas audacias formales y externas arrancan, sin duda, las tendencias creacionistas, dadaistas, ultraistas, expresio­nistas, etc. En el momento actual no puede decirse que ninguna de ellas haya acertado a resolver ese grave proble­ma de que era manifestación a un tiempo angustiosa y soberbia, la carta de Luisa Luisi a mi gran amigo Torren dell. Se ha creado una poesía más cerebral y artificiosa, pero no se ha conseguido labrar un cauce nuevo a la emo­ción; por el contrario, en la mayoría de los casos, se la ha excluido y el verso ha dejado de ser poesía, porque sólo la emoción tiene el fermento, es la levadura de lo poético. Así se comprende que en una extrema adolescencia casi todas las formas ultraistas y dadaistas puras o disimuladas, hayan caído en la caduca senilidad del lugar común.

Y es que, en definitiva, en esto, como en todo, se repite el viejo mito universal: la serpiente se muerde la cola. Vol­vemos al punto de partida, a la verdad inicial y primitiva: la poesía está en la emoción. No se trata de crear cauces ar­tificiales, sino de dar fluencia emotiva; ya la emoción irá abriendo sus naturales caminos.

Mientras tanto, los momentos actuales son de rebusca, de inquietud. El malestar producido por la necesidad de contener las emociones nuevas en los moldes viejos, es cau­sa de desbordamientos y de una arroUadora audacia un poco anárquica, que acaso diga bien con esa teoría de la irrespon­sabilidad de los poetas que no podemos compartir. No sin­tiéndose a gusto en los moldes clásicos, los poetas se lanzan a los moldes arbitrarios. Quizá la piedra de toque esté en saber si ello obedece a novedad de emoción o a escasez de habilidad poética.

Naturalmente, la poesía americana, por más joven y me-

( i ) ESPAÑA, 20 mayo 1922.

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nos ligada a las clásicas tradiciones seculares, sin el peso ni el pudor de la jerarquía genealógica, se ha sentida libre y audaz y más decidida desde el primer momento.

Y en la poesía americana, la argentina, de un copioso y abundante florecimiento, es quizá la que más ha sentido este problema. Frente a él, Arturo Capdevila no se ha lan­zado a la extravagancia ni a la anarquía, dos vicios fatales que a tantos poetas ha malogrado. Puede decirse de Capde­vila en este respecto lo que él mismo me decía hablando de un su amigo poeta, Rafael Alberto Arrieta (de quien será bueno hablar en otra ocasión): «es un civilizado».

Para el autor de Melpómene la poesía es una cosa esencial, 'ntima, sagrada. «No hay que escribir versos con versos, sino hacer versos con la vida», me decía una noche porteña evocando, en el rincón amable y bello de su hogar—la gen­til y muy amada pequeñuela jugadora de bridge dormía ya bajo el amparo de las estrellas cantadas per el padre—las nostalgias poéticas de sus canciones. Y, en efecto: Capdevi­la no es un versificador. Por eso el problema délas formas, las rimas y los ritmos, aun sin perder ninguna de sus razones esenciales y positivas, deja de atormentarle. Fluye natural­mente el caudal poético—claro manantial purísimo—con la graciosa facilidad —dentro de su prodigio maravilloso— con que en la paz del cielo describen su órbita los astros.

Renuncio a citar aquí—reducido este capítulo a las di­mensiones de un artículo—las diversas maneras—con bellos ejemplos—en que lozanea la elegancia poética de Capdevi­la. Podría aducir numerosas estrofas impecables.

Hay, además, en este poeta, algo que es esencial y segura­mente grato a Ricardo Rojas, definidor de la argentinidad, y es el sentimiento racial del argentinismo. Un libro suyo en prosa—«La dulce Patria»—es en éste respecto, harto expre­sivo. Pero, a lo largo de toda su obra, numerosa y bella, pal­pita no una patriotería palabrera y vacua, retórica y decla­matoria, sino un fuerte y recio sentimiento argentino.que no está en la expresión verbal sino en la hondura entraña­ble y en la específica ideología.

Otros aspectos hay que considerar en la producción lite­raria de Capdevila: su teatro (^El Amor de Schahrazada y La Sulamttü) y sus libros en prosa (entre ellos sus dos más re­cientes, Del libre albedrto y Córdoba del recuerdo), sin olvi­dar sus estudios orientalistas y hibWcos {Dha7'ma y Hl Cantar de los Cantares) y su bellísimo ensayo liistc^rico Las Víspe­ras de Caseros. Pero todos estos aspectos requieren sendos ensayos aparte.

Las palabras de hoy son tan sólo un esquema de lo que puede escribirse para definir a este gran poeta argentino en su aspecto puramente lírico. Arturo Capdevila será en breve huésped de España. Traerá sin duda, bajo el brazo la lira con que acompañar al ruiseñor de su corazón en la noche llena de estrellas y de murmullos; pero traerfí con más afa­nes ante los ojos ávidos los lentes del estudioso. Sepamos corresponder todos a su gesto amable con la cordialidad y la admiración.

RAFAEL MARQUINA.

E S P A Ñ A Núm. 413 . -Pág 9.

T E A T R O S

LA COMPAÑÍA NACIONAL CHECOESLOVACA

Este número ha sido revisado por la

censura militar.

Entre,los políticos más avisados de la nueva Europa, cuentan al señor Masaryk, Presidente de la República Che­coeslovaca, refundida del antiguo reino de Bohemia, nom­bre harto más sonoro y eufónico, y su Primer Ministro, el señor Benés. Quienes con ellos colaboran en la gobernación de su país, han entendido muy justamente que nada podía acreditar al reciente Estado ante las demás cortes y repúbli­cas europeas, como una Embajada artística. La circunstan­cia de coincidir con este año ei centenario del nacimiento de Smetana, fundador de su teatro lírico nacional, ha venido a favorecer los designios de una propaganda como la que en estos días hace desde el escenario del Real, la compañía checoeslovaca. El estreno de La novia vendida, la ópera có­mica más fácil si no la mejor del autor de Lilibuse, ha sido uno ('e los sucesos más interesantes de la temporada madri­leña. La ópera y sus intérpretes, bajo la batuta del maestro Nedbal, fueron discretamente celebrados la primera noche, destacándose por modo singular del grato conjunto, la pri­mera tiple, señorita Zaludova.

La novia vendida, de que se conocía en Madrid la gracio­sa y brillante ovcrtura, por la interpretación de Pérez Casas en sus conciertos de la Orquesta Filarmónica, está concebi­da y realizada con una intención especialmenteasequibleal público español. Smetana representa con esa ópera el mis­mo papel en su país, que por el tiempo en que fué escrita (segunda mitad delsiglo pasado) representaban en España los creadores de la zarzuela. Fundiendo la mejor tradición del bel canto italiano y la investigación del espíritu lírico na-eional, quisieron Barbieri y Smetana en España y en Bohe­mia respectivamente, producir un género de teatro musical propio. F.l barberi'lc de Lavapiés y La novia vendida se pa­recen por más de un concepto. De su degeneración han po­dido salir muchas operetas y zarzuelillas. Después en esa Europa central, crisol en que tantos residuos del alma esla­va se componen con el espíritu mediterráneo y de occiden­te, se ha ido elaborando una música más difícil y concentra­da. La radiación de un Dvorak, por ejemplo, ya se produce al contrario que la de Smetana, es decir, de dentro a fuera. Del mismo modo que la música española, que hoy culmina en el nombre de Falla, tiende más que a adaptar, a un gus­to-hecho a la antigua italiana, algunos rasgos peculiares del sentir popular, a difundir por el mundo, con una afirma­ción neta, lo esencial del carácter lírico nacional y no lo exterior y pintoresco puramente.

De ahí que, si por algún concepto La novia vendida pu­diera parecemos anticuada e ingenua, salvo dos o tres me­lodías con suficiente fuerza emotiva para transcender direc­tamente al sentimiento del espectador, siempre tendría para nuestro público la significación grata de la afinidad susodi­cha con los modos de nuestra zarzuela grande.

El decorado y los trajes, graciosos y apropiados, dentro déla modestia que supone siempre un espectáculo de ópera cómica, indican una excelente orientación ecléctica que pone al servicio de una obra tan de época las enseñanzas simplistas de la escenografía moderna, sin arbitrariedad al­guna que pudiera parecer inconveniente a un estilo defini­do por el libreto y por la música sin complicaciones de gran ópera meyerberiana, ni osadías ultramodernas.

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Quizá la sala del Real ha menester espectáculos más bri­llantes y fastuosos. Este de La novia vendida es, con todo, gustosísimo.

D A T O S P A R A LA H I S T O R I A

U>io de los libros más interesantes de los publicados acerca de Rusia después de la terrible revolución, con referenria a los días que la precedieron y luego de, la abdicación del'üllimo • zar hasia su ejecución con toda la familia imperial, es el que vio la luz hace ya algún tiempo en Patís con el título de «.Le tragique destín de Nicolás II et de sa famille^, por monsieur Fierre Gilliard, preceptor que fué del gran duque heredero Alejo Nicolaievilch.

Queremos entresacar de él lo que se refiere a la enfermedad crónica del zarev'tch, sobre la cual corrieron desde su infav-cia los 1 umores más disparatados. Fiel defensor de la mcmo-7Ía de aquellos a quienes sirvió, el testimonio de M. Gilliard arroja una luz segura sobre los últimos días de los desventur radoi, Romano/.

A principios de septiembre de igi2, la familia imperial salió para el monte de Bieloveye, donde pasó quince días, y luego se dirigió a Spala (Polonia) por una temporada más larga. Allí me uní a ella con M. Petrof. Poco después de mi llegada la emperatriz me dijo que deseaba que empezase a ocupaime de Alejo Nicolaievitch. El día 2 de octubre le di mi primera lección en presencia de su madre. El niño—que tenía entonces ocho años—no sabía una palabra de francés, y tropecé al principio con grandes dificultades. Mis leccio­nes tuvieron que suspenderse en seguida, jíorque Alejo Ni­colaievitch cayó enfermo en cama. A mi colega y a mí nos había sorprendido ya a nuestra llegada la palidez del niño, y el hecho de que tuviera que llevarle en brazos un antiguo marinero del yate imperial agregado a la sazón a su servi­cio. Su enfermedad se había agravado sin duda...

Con todo, la vida de la corte no cambió en apariencia. Únicamente la emperatriz mostrábase cada vez menos en público; el emperador, dominando su inquietud, continua­ba sus cacerías.

El i6 de noviembre, con grandes precauciones, pudimos trasladar al enfermo de Spala a Zarskoie Selo, donde la fa­milia pasó todo el invierno.

El estado de Alejo Nicolaievitch exigía asistencia médica especialmente asidua. Ni que decir tiene que no podía pensar en reanudar mis lecciones al gran duque heredero. Esta situación se prolongó hasta las vacaciones del verano de 1913. Yo tenía la costumbre de pasar todos los veranos en Suiza; aquel año, la emperatriz me hizo saber antes de mi marcha su intención de confiarme a la vuelta las fun­ciones de preceptor de Alejo Nicolaievitch.

Volví a San Petersburgo a fines de agosto. La familia im­perial estaba en Crimea. El 3 de septiembre salí para Liva-dia. Encontré a Alejo Nicolaievitch pálido y enflaquecido.

Por ¡^entonces tuve una larga conversación con el doctor Derevenko. Por ella supe que el gran duque heredero pade­cía de hemofilia, enfermedad hereditaria que en algunas familias se transmite de generación en generación portas mujeres a sus hijos varones. Únicamente los hombres son víctimas de ella. Me dijo que la más pequeña herida podía

ocasionar la muerte del niño, porque la sangre del hemo-fílico no tiene la propiedad de coagularse como la de un ser normal. Además, el tejido de sus arterias y sus venas es de una tal fragilidstdj qbe cualquier golpe o esfuerzo violento puede ocasionar una hemorragia fatal. He ahí la amenaza terrible que pendía sobre- la cabeza de Alejo Nicolaievitch. El 85 por ICO de los hemofíiicos mueren en la infancia o en la juventud.

La que fué emperatriz Alejandra Feodorovna, Alicia de Hesse, era hija del gran duque de Hesse-Darmstadt y de Alicia de Inglaterra, la hija menor de la reina Victoria. Ha­biendo perdido de muy niña a su madre, en la corte inglesa

'Sé educó, nieta preferida dé su real abuela. Parece que dudó antes de decidirse a contraer matrimonio con el entonces heredero de Rusia. La perspectiva de tener que cambiar re­ligión no le era a la joven princesa nada halagüeña. El sa­cerdote que fué enviado a Darmstadt para iniciar a Alicia de Hesse en la fe ortodoxa, supo hacerle ver su belleza y la ganó para su nueva religión.

Luego de tres robustas y sanas grandes duquesas, la em­peratriz dio a luz en 1904, en guerra Rusia a la sazón con el Japón, al deseado heredero. Pronto, ¡ay!, dióse cuenta de que el zarevitch era hemofílico. Desde aquel momento su vida fué de constante y desgarradora angustia. Porque sabía cuan terrible era aquella enfermedad, de la que habían muer­to ya un tío, un hermano y dos sobrinos suyos. Desde su niñez había oído hablar de ella como de algo terrible y mis­terioso, contra lo que no pueden nada los hombres. Con­sultados médicos, cirujanos, profesores, en vano ensayaron todos los tratamientos. Entonces le fué llevado a su presen­cia un simple aldeano de la Siberia, Rasputin. Y aquel hombre le dijo: «Cree en la eficacia de mis oraciones, cree en el poder de mi intervención y tu hijo vivirá.»

El 15 de marzo de 1917 Nicolás II telegrafiaba desde el gran cuartel general del ejército ruso al presidente de la Duma anunciándole su intención dé abdicar en favor de su hijo.

Horas más tarde llamó al vagón del ferrocarril en que se alojaba al doctor Fiodrof, y le dijo: «Sergio Petrovitch, contéstame francamente: la enfermedad de Alejo, ¿es incu­rable?»

El doctor Fiodrof, comprendiendo toda la importancia de las palabras que iba a pronunciar, respondió;

—Señor, la ciencia la tiene por incurable. Los atacados de ella pueden, sin embargo, vivir largos años. Con todo, Alejo Nicolaievitch está siempre a merced de un accidente.

El emperador bajó la cabeza con tristeza. Cuanrlo aquella noche llegaron los representantes del

Gobierno provisional y de la Duma, les entregó el acta de abdicación que tenía ya redactada, en la que renunciaba al trono de Rusia en nombre propio y en el de su hijo, en fa­vor de su hermano el gran duque Miguel.

A NUESTROS SUSCRIPTORES DE MADRID

Las deficiencias que se adviertan en el servicio de

nuestros repartidores, deben comunicarse directa­

mente y por escrito a la administración del perió­

dico, para subsanarlas.

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Ajio X .7 -Pag . 171. B,S0>¿^JÍ,:ÍK, N-íni. 413. Pág. 11

INTENTO I-3E JUSTIFICACIÓN

El L I B R O A M A R I L L 0 F R A N C É S

A Ja voluminosa publicación diplomática del Gobierno francés (comprende un período que arranca de 1911 y llega al final de 1923) le da actualidad, masque su contenido, el instante en que aparece. Coincide su difusión con los diá­logos, mantenidos, a través,de epístojas reveladoras, por

,Mac Donald y Poincaré. Se ha destacado la discrepancia ariglofrancesa por el contenido de esas misivas; los corres­ponsales se sitúan en puntos de vista, distintos, que hacen difícil una deseable confluencia final. Mac Donald, enfocan­do comprensivamente el problema cree que una crisis uni­versal sólo puede ser atenuada, mediante una actividad uni­versal también; Lloyd George fué paneuropeista, Mac Do­nald se muestra como universalista. Tal posición, perfecta­mente comprensible y fácilmente justificable, difícilmente llegará a Poincaré, que, reflejo o impulso del Bloque Nacio­nal, juzga que el mundo comienza y termina en Alemania^ cree que no hay salvación fuera de Ja ejecución de las repa­raciones, ya mermadas, que figuran en el Tratado de Versa-lles. Tal vez fuese preferible que Mac Donald suspendiese la correspondencia iniciada, reanudándola, con mayores posi­bilidades de eficiencia en el mes de mayo entrante.

Ciñéndonos a lo actual, no podemos silenciar ese intento de justificación que se persigue a través del Libro Amarillo, de cuyo contenido no tenemos más noticias que los forzosa­mente incompletos extractos telegráficos. Pero ese Libro Amarillo, persigue un propósito: demostrar que los Gobier­nos que se han sucedido en Francia desde 1919 hasta nues­tros días, jamás abrigaron propósitos anexionistas relativa­mente al Rhin alemán. Como la evidenciación de esa ino­cencia es lo que se persigue, queremos nosotros glosar la tentativa exculpatoria, ya que el pasado puede proyectar mu­cha luz sobre el presente.

En las consideraciones que subsiguen aludimos específica­mente a los Gobiernos franceses de las post-guerra; en modo alguno al pueblo francés que seguramente ha de dar mues­tras palpables de su comprensión y de sus buenos propósi­tos, en las cercanas elecciones generales. No está de más es­tablecer la distinción; tan grande es nuestra fé en Francia como nuestro escepticisir.o con relación al famoso y no muy bien parado Bloque Nacional.

Se sostiene como tesis general en el Libro Amarillo, que nunca pensaron los Gobiernos franceses en realizaciones anexionistas, citándose, como alegación definitiva, una Me­moria presentada por el Mariscal Foch en 1919. Claro está que si en los medios militares se mostraban propensiones antianexionistao, no hay para que decir que en los medios civiles ese antianexionismo era ampliamente compartido. Un militar obra como tal y piensa en las exigencias estraté­gicas; el político, con visión más general, se detiene por con­sideraciones de dinámica internacional.

Vengamos ante; lodo a -la memoria—Nota-rdel general Foch, documento que tenemos a la vista al tiempo de redac­tar estas lincas.

En la Nota remitida por el Mariscal FoChá los' generales en jefe de los ejércitos aliados—el 10 de enero de 1923—des­pués de algunas consideraciones estratégicas, se hacen reite­radas protestas dt ántiánexionismo, Pero esa seguridad de desinterés territorial,-afirmada con tanta reincidencia, no

parec.e compaginarse con determinadas conclusiones del Ma­risca], que implican.una especie de anexionismo indirecto; se establece en ellas: 1.°, asegurar a los países rhenanos de la orilla izquierda del Rhin, los mercados necesarios para garantizar su actividad económica, asoctáf/do/os a ¿os Es/a-dos de occidenle mediante un régcrneu aduanero comÚ7i\ 2°, en estas condiciones y conforme fll principio admitido de la li­bertad de los pueh\os(J>//éde/>¿'>/sá?-se en la conslitiición de Es­tados autopiamos, en la orilla izquierda del Rhin.

Esas conclusiones, revelan la existencia de un propósito anexionista de carácter económico, que indefectiblemente había.de repercutir en el orden político; no se olvide que la unidiid alemana se realizó, preparada por \zZollverein, como actualmente se intenta acentuar la cohesión del imperio in­glés a través de tarifas preferenciales, en el sentado defendido por el delegado australiano, Mr. Bruce, en la Conferencia del Imperio británico, Téngase en cuenta además, que como consecuencia de evoluciones próximas, cada día se abando­na más decididamente el imperialismo—casi siempre hone-roso—realizado en sentido extensivo, para ser sustituido por un imperialismo económico-comercial. A esa propensión se íiebe el que algunGS: pueblos defiendan el ristema de la «puerta abierta» aplicable especialmente a China, con lo cual revelan que lo esencial es la influencia de carácter eco­nómico y lo accidental; el inactual imperialismo que Novi-cow, denominó exactaniente «imperialismo del kilómetro cuadrado». Las precedentes-consideraciones destacan la transcedencia de los píoyectos defendidos por el Mariscal Foch. . -' ; ,-; ' A ¿ . -;.". *: '

Resta el segundo aspecto:deJ problema: la conveniencia de constituir en la orüla izquierda deh Rhin, Estados autóno­mos. Es cierto que Foch alega el derecho de los pueblos _á disponer de sus destinos, pero no es menos cierto que esa invocación a las tendencias -democráticas en el orden inter­nacional, resulta improcedente. Una cosa es que los pueblos decidan libremente de su suerte y olra bien distinta el in­citarlos implícitamente a irealizar determinadas actividades, anticipándoles la seguridad del asentimiento por parte de quien puede obstaculizar'su propensión secesionista.

El pensamiento del Mariscal francés, se destaca en toda su transcendencia cuando.se je relaciona con acaecimientos posteriores, que tienen.Su manifestación en los intentos se­paratistas del Rhin y del Palatinado, tan bien vistos en de­terminados medio,s.;|raoe<;seS;^ eo,nio, nial vistos por Ingla­terra. •.••-V!.Á li.ü'/ír;;'" :, ,: •-, ••

Tal vez se arguya que Foch nq/previó lo que iba a suce-ceder y que fué el primrérisorprendido; cuando el secesionis-no asomó en el Rhin. Queremos admitir el supuesto. Pero ya no es tan vero.símil-quclas consecuencias de los planes de Foch escapasen a la peaetraáión-dé-Qlemenceau, el cual, después de examinar la.Notaídel Mariscal galo, no tan sólo le prestó su asentimientOv sino que comisionó a Andrés Tar-dieu paEa}qs!iie refioraasete tesisíconalegaciones de índole po­lítica e histórica,;De allí nació.la Memoria presentada por Tardieu, que merece sobradamente un estudio especial. Pero com:o;el ;pro¿knia,que p.Iantea es muy amplio, aplaza­mos su análisis pára.un próximo trabajo. Por hoy baste con lo reflejado, antecédeme precioso para enjuiciaria política francesa;de.l:a5!pQst-guerra en su aspecto anexionista, políti­ca cuya inexistencia se intenta evidenciar mediante la publi­cación deJ,>Li.b£9.A:n3ariüO:,>q;u:^;comentaremos en sucesivos trabajos^íOfí ROÍ ;;tn5r»íf;;.5nl' K?io-fñv v;:';-

CAMILO BARCIA TRELLES

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Año X.—Pág. 172. B s p A NA Núin. 41. Pág . 1!.

P O E M A S I N G E N U O S

CANCIÓN DE SOLEDAD

Ypdsó una nube de oro y una palomita blanca.

Están cantando las torres de las ciudades lejanas. El rio lleva en su espuma campanas de brisa y agua.

Y pasó una nube de oro y una palomita blanca.

En la vereda del huerto hayt sembrado una esmeralda. Cuando flamean los campos, la tie?-ra en que está sembí ada dará unos sueños azules y verdes rosas de lágrima.

Por un caminito nuevo que V'i—entre lirios—al alma, ¡como una imagen de 'luna la vi entrar esta mañana!

¡Ypasó una nube de oro y una palomita blancal

CANCIÓN DE ESPERANZA

Si todo lo están haciendo ¡vamos a hacemos tú y yol El mañana está nuciendo del hoy donde ayer murió.

Bajo el puente, el agua de hoy 710 lleva espuma de ayer; ven tú a hacerme, que aún no soy. Espera, te voy a hacer.

Nuevos oros, nuevas bellas palabras para decir... La noche nuevas estrellas en el cielo va a lucir.

Vinieron las bordadoras —en la barca de las horas—, ctn la seda entre las manos, para bordar las auroras de tus jardines lejanos.

El mañana está naciendo del hoy donde ayer murió. Si todo lo están haciendo, ¡vamos a hacernos tú y yol

ERNESTO LÓPEZ-PARRA.

DIVAGACIONES DEL EXPLICADOR LA VIOLETERA BAJO EL ARCO DE TRIUNFO

¡Pasen, señores, pasen y vean lo que va de anteayer a hoy! La que cardaba no más el estribillo gracioso:

«La peli peli peli peliculera me llaman a mi, y si mi novio me deja tengo de salir eny?//«»

es ya en efecto una estrella del cine. No es todo suerte. Hay, además del talento natural de la Raquel de un tiempo, y la

sabia administración de la señora Meller de después, una circunstanDia importantísima, decisiva: la de haber pasado muy oportunamente los Pirineos; que están ahí, de la vera del Bidasoa a Port Bou, cortando el aire de fuera. No son de quita y pon como quería el gran rey Sol por hacer frases.

Pocas cintas han obtenido aquí tan continuado éxito en una misma sala como «Violetas imperiales» escenificada por Henry Russell, experto cinegrafista. Rara ve? se han vis­to utilizados con tan hábil [picardía los elementos que la componen: españolada pintoresca, apunte de melodrama sentimental, magníficos escenarios del natural, decoracio­nes precisas apropiadas a una época legendaria ya, con ser tan próxima: el imperio de la Española Eugenia del Monti-jo. Todo ello, a base de la popularidad de Raquel Meller, estrella radiante, desde su triunfo parisiense, al barrio de Maravillas de Madrid y a la fama de Norteamérica, que ya anuncia su llegada, con recios trompetazos de reclamo. El éxito de la creadora del «Serranillo» «El relicario» y otras tonadas tan del gusto vulgar, ha culminado en los music-hallsde París con «La violetera», chotis que sin duda nació en el ánimo de su autor con una intención menos lánguida y triste de la que ha acertado a popularizar la artista al can­tarla con un rubalo exagerado y delicuescente. El señor Russell ha refundido con mucho tino, subrayando su pro­pósito con un potpourri musical adaptado al ritmo de la película, la historia y la leyenda del mu-ndillo que supo re­producir literariamente Merimée, primer autor de Carmen, y amigo de la Emperatriz. El cine tiene ya sus fueros, que si participan de los géneros teatrales más populares, no se confunde enteramente con ninguno de ellos. Raquel Meller, actriz mediocre, pero excelente mima, había de ser una pri­mera figura de la pantalla, apenas probara eon una buena dirección. Y así ha sido.

ComoZuloaga, como Picasso, como Albéniz, Granados, y Falla, como Blasco-lbáñez, como antes la Otero, la Em­peratriz Eugenia o la Maiibrán, Raquel Meller ha podido expatriarse a tiempo. .Sin que esto sea negarle mérito a su rápido trabajo de asimilación, sin que quiera decir que lo que no da Naturaleza puedan nunca prestarlo Salamanca ni el Barrio Latino, es lo cierto que a no haberse marchado, Raquel seguiría, si no en la Encomienda, o en el Paralelo de Barcelona cantando cuplés bárbaros y dándose azotes en la nalga, sin pasar, cuando más, de Lara y sus modestas glo­rias.

Porque si en todas partes cuecen habas, sólo en España el cocido tiene categoría de plato nacional. Años ha, cuan­do la Raquel iba de feria en feria por los cines con varietés de tercer orden, cantaba a grito.herido, siempre con gracia, es cierto, arisca y desenvuelta entonces, cuanto es ahora mimosa y circunspecta, y no tenía otro cortejo que un po­licía de la secreta. Sus primeros triunfos de Barcelona, ya para jamilias, a pique estuvieron de hacerle naufragar en plena cursilería. Las resistencias que tuvo que vencer con el público de Madrid, hasta sus éxitos del Trianón, contri­buyeron no poco a enseñarle lo que cuesta hacerse una per­sonalidad. Su boda con Gómez Carrillo le dio el marcha­mo de París. Su divorcio ya no podía perjudicarle. Dicen los últimos reclamos que padece mucho de la garganta y que está amenazada de quedarse sin voz. Al mismo tiempo que se niega a prorrogar contratos, pretexta los que tiene firmados para impresionar películas. La suerte está echada, y de su parte.

Tiene razón Raquel. Hay que marcharse.

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Año X,—Pág. 173. 6 » í* A <S A Núm.413 Pág. 13.

L I B R O S

GOYESCAS

Suélese atribuir no masa este adjetivo un solo aspecto del mundo pintado por Goya, el más risueño y colorido. El Madrid Callejero, colección de artículos de José Gutiérrez Solana (Librería de Beltrán) es, sin embargo, más goyesco en sus estampas turbias, que aquellas otras representaciones.

Entre los escritores es muy conocido el pintor Solana, tipo extraordinario, cuyos medios de expresión, igualmente dis­paratados en el lienzo y en las cuartillas, corresponden sin duda de tal suerte a su manera de ser, que corregidos per­derían la mayor parte de su virtud. No es difícil, pese a su rara osadía expresiva, clasificar el arte de Solana, dentro de un cierto tono peculiar al españolismo del siglo xix tan re­ciamente personificado en Goya, de que son variantes más o menos conscientes y personales, en nuestros días, Silverio Lanza, Zuloaga, los Baro.jas, los Zubiaurres, Viladrich. La línea melódica, valga la frase, de ese tono, vibrante a últimos de siglo con tan recios ecos en la peña de Graus, nido hura­ño de Costa, se sigue fácilmente de Aragón a Madrid y a Vizcaya, por Navarra mejor aún que por Castilla. Cuando ese ímpetu nativo quiere buscar otros horizontes, los Bart»-jas, por ejemplo, saltan de Madrid a un vago anhelo medi­terráneo, como buscando en la razón de su apellido mater­no, Nessi, no sé qué renacimiento degusto italiano. El terco genio de Goya, tan bien falseado por Zuloaga para su más fácil comprensión en el Extranjero, engendra esas extrañas floraciones del sueño de la razón que Solana se divierte ahincadamente en rehacer del natural.

Los cuadros del Madrid Callejero tienen innegable pare­cido con muchas páginas de Ramón Gómez de la Serna. Mas no se ha de entender que aquél imite a éste. En todo caso, si tampoco le lleva ventaja, que no estoy muy se­guro, en la adopción de esa manera de escribir procaz y pa-labrotera, es lo cierto que Solana acierta a pintar más cru­damente los agrios chillidos de que está hecha la música del Madrid popular. La gloria de Pom.bo que Gómez de la Ser na preside en calidad de supremo dictador literario, tiene quizá en Solana su artista más genuino.

JAPONISMO

La estampa legendaria de! Japón ha inspirado a los poe­tas europeos más recientitos una nueva interpretación líri­ca. El Japón de la literatura europea de antes, tenía poco que ver con el auténtico Japón literario. Las fórmulas tra­dicionales en la manera de escribir occidental no habían sido penetradas hasta hace poco, por ninguna manera carac­terística de los japoneses. La sugestión que sobre nosotros ejercía el Japón era puramente artística, decorativa, dedu­cida, transplantada, del bibelol primero, de la pintura des­pués, a temas literarios de evocación exótica.

Ahora ya, alguna forma tan exclusivamente japonesa como era la del hai-kai, que hoy corre, adaptada con maso menos libertad, por todas las modernas escuelas y laborato­rios poéticos del mundo joven, tiende a adquirir carta de naturaleza en cada país a que llega. El japonismo en Espa­ña ha tenido siempre fácil injerto en la flora andaluza. El mantón de Manila es ya tan sevillano como la mantilla; es tan sevillano que su uso en Madrid parece una importación

de tantas otras como se han aclimatado a orillas del Manza­nares, del flamenqüismo andaluz.

Un poeta de Sevilla, Isaac del Vando Villar, ha publicado un tomo de versos en bella edición: La sombrilla japonesa. El título responde sin duda a la sugestión de los equilibris­tas de circo, que tan sorprendentes ejercicios hacen con los pies. La intención del autor está manifiestamente vocada a procurar las más encontradas asociaciones del humor lírico, tan en boga hace dos años y un día. No todo es verso lo que reluce; pero, quizá, sin que el poeta se lo proponga, nos­otros hallamos a su poesía, tan deliberadamente ajena a las sugestiones que antes hemos señalado, un inconfundible acento andaluz, por donde su japonismo puede ser incons­cientemente sincero.

Algún rasgo de humor no es tan deliberado como otros. El poeta, afectuoso con sus amigos, ha dedicado a cada cual una poesía, que no estaba directamente inspirada en su re­cuerdo. Y así vemos, la titulada «Baño», en que se añoran por modo harto expresivo las gracias de una ninfa moder­na, llamándola de tú, luego de poner al principio: A Fulano de tal.

C. R. C.

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Año X.—Pág. 174. E S P A Í Í A Ñúm. 413.—Pág: 14.

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