ENTABLO RELACIONES CON LOS TODDES - · PDF filenoviembre hacia las “Montañas...

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  • CAPTULO III

    ENTABLO RELACIONES CON LOS TODDES

    La verdad que defiendo est impresa en todos losmonumentos del pasado. Para comprender la

    historia, es preciso estudiar los smbolos antiguos,los signos sagrados del sacerdocio y el arte de curaren los tiempos primitivos, arte olvidado boy en da

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    BARN DU POTET

    a escena tiene lugar en Madras, en la primera mi tad de julio de 1883. Soplaviento del oeste, que empieza a las siete de la maana, sea poco despus delevantarse el sol y no cesa hasta las cinco de la tarde. Dicho viento sopla asdesde hace seis semanas, y no ha de desaparecer hasta fines de agosto. El

    termmetro Fahrenheit seala 128 a la sombra. Como en Rusia no se conoce sitioescasamente lo que es el viento del oeste en el sur de la India, tratar de pintar a eseimplacable enemigo europeo. Todas las puertas y ventanas que se hallan orientadas enla direccin de donde sopla ese vientecillo igual, continuo, suavemente aterciopeladoestn cubiertas por gruesos tattis, dicho de otro modo esteras, de kusi, hierba aromtica.Todas las hendeduras estn tapadas por burletes, la menor abertura est tapada conalgodn, sustancia a la que se considera que es la mejor proteccin contra el viento deloeste. Mas nada le impide penetrar por doquier, hasta en los objetos suficientementeimpermeables al agua. Ese viento se infiltra en las paredes y el extraordinario fenmenoque describo a continuacin es provocado por su soplo igual y tranquilo: los libros, losdiarios, los manuscritos, todos los papeles se agitan como si estuviesen vivos. Hoja trashoja se levanta, como a impulso de una mano invisible, y bajo la presin de ese clidoaliento, intolerablemente ardiente, cada hoja se enrosca sobre s misma, poco a poco,hasta convertirse en un delgado rollo, luego de lo cual el papel sigue estremecindoseacariciado por los nuevos cfiros El polvo, al comienzo casi imperceptible, luego encapas ms gruesas, se deposita sobre los muebles y todos los efectos; si impregna unatela, no hay cepillo en el mundo que pueda quitarlo. Y en lo que respecta a los muebles,si no se les quita el polvo todas las horas, hacia la noche la capa de polvo tiene por lomenos dos centmetros de espesor.

    No existe sino un remedio: la panka. Se abre la boca de par en par, se vuelve la cabezahacia el oriente, se permanece sentado o acostado, inmvil, respirando el fresco creadoartificialmente por el vaivn de un ventilador gigante que atraviesa la habitacin.Despus que el sol se ha acostado, se puede respirar un poco de aire, aunquesobrecalentado.

    Por eso en marzo la sociedad europea de Madras sigue al gobierno local, y parte hastanoviembre hacia las Montaas Azules. Haba resuelto partir, pero no en primavera: yaestbamos promediando julio y el viento del oeste haba tenido tiempo para secarme

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    hasta la mdula de los huesos. Me invitaron mis buenos amigos la familia del generalMorgan. El 17 de julio, medio muerta de calor, prepar rpidamente mis maletas y alas seis de la tarde me encontraba en un compartimiento de ferrocarril. Al da siguiente,antes de medioda, estaba en Mattapolam, al pie del Nilguiri.

    Me di de narices con la explotacin anglohind que se denomina civilizacin entrenosotros y, al mismo tiempo, con mister Sullivan, miembro del Consejo e hijo delcolector difunto de Kuimbatur. La explotacin se present bajo el aspecto de unaabominable bota con dos ruedas, con una torre de tela que la cubra; ya haba pagadopor ella en Madras; entonces la bota se disimulaba bajo el seudnimo de coche deresortes, cerrado y muy confortable. En cuanto a mister Sullivan, se me apareci comoel genio guardin de esas montaas, poseyendo ciertamente enorme influencia sobre lasalturas que trepan hacia los cielos enfrente de nosotros, pero tan impotente como yocontra la explotacin de los especuladores britnicos privados, al pie del Nilguiri. Nopudo hacer otra cosa que consolarme. Luego de darse a conocer y decir que regresabajunto a las autoridades bajo cuyo mando estaba Sullivan acababa de abandonar suplantacin situada no s donde me dio el ejemplo de la sumisin ocupando un lugar,sin protestar y como mejor pudo, en la honrosa caja de dos ruedas. Los grandes de laraza superior tan altivos con los brahmanes, se empequeecen y tiemblan ante los seresinferiores de su pueblo en la India. Lo he observado ms de una vez. Tal vez temen loque puedan divulgar y, an ms, creo, su lengua llena de hiel y la todopoderosacalumnia.

    Y el miembro del Consejo no se atreve a decir una palabra al empleado sucio, agenteque transporta a los viajeros y los bagajes de Madras al Nilguiri. Cuando ste hubodeclarado con insolencia que llova en las montaas y que no iba a correr el riesgo deestropear los colores de los coches cerrados porque los viajeros podan viajar en loscabriols abiertos ni mister Sullivan, ni los dems ingleses que se dirigan a Uttihicieron algunos de esos gestos anglohindes que reducen a polvo a los indgenas dems elevado cargo.

    No se poda hacer nada. Sentada a travs de la caja de dos ruedas, ante la cual latongua rusa en el camino de Sirula es como comparar un coche real con el furgn dondese encierran los perros en los ferrocarriles, empezamos el ascenso de la montaa. Dostristes espectros de rocines de correos arrastraban el cabriol. Apenas habamos tenidotiempo de correr media milla, uno de los fantasmas se encabrit ligeramente sobre lasesquelticas patas traseras, volcando el cabriol que me arrastr en la cada. Todo estotuvo lugar a doce centmetros de un barranco felizmente no demasiado profundo en elcual, por lo dems, no rod No me cost ms que una sorpresa desagradable y unvestido desgarrado.

    Un ingls acudi con mucha amabilidad para socorrerme su cabriol se habaquedado atascado en barro rojo y dio riendas sueltas a su clera insultando al cochero aquien no pertenecan ni la caja de dos ruedas, ni el animal que revent en el lugar. Elcochero era un indgena, por lo tanto era vano, conquistarlo de una manera o de otra.Por fuerza tuve que esperar la llegada de otro coche y de dos rocines que deban venirde la estacin. No lament el tiempo perdido. Ya haba conocido a un miembro delConsejo, bajo la construccin de una explotacin comn, y ahora entabl conversacincon otro ingls. Esper durante toda una hora el socorro de la estacin, pero pudeenterarme de muchos detalles nuevos sobre el descubrimiento del Nilguiri, el padre de

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    mister Sullivan y los toddes. Despus, iba a encontrarme muchas veces, en Utti, con losdos dignatarios.

    Transcurri todava una hora, cay una fuerte lluvia y mi cabriol no tard enconvertirse en una baera con ducha. Para colmo de desdichas, a medida que subamosel fro aumentaba. Al llegar a Chotaguiri, de donde slo quedaba una hora de viaje, mehelaba bajo mi manto de piel. Llegu a las Montaas Azules en el momentoculminante de la estacin de las lluvias. Un agua, espesa, enrojecida por la tierradesleda, rodaba hacia nosotros en torrente, y el admirable panorama de los dos costadosdel camino se cubra de bruma. Empero la vista segua siendo bella, hasta en estastristes condiciones; y el aire fro y hmedo era absolutamente delicioso despus de lapesada atmsfera de Madras. El aire estaba impregnado del perfume de las violetas ydel sano olor de los bosques de conferas. De cuntos misterios esos bosques, quecubran las vertientes de las colinas y de las montaas haban sido testigos en los largossiglos de su existencia? Que no habran visto las seculares troncos en las MontaasAzules, esa honda tumba que velaba desde tanto tiempo atrs, con celo, escenas querecuerdan las de Macheth! Las leyendas, hoy, no estn ms de moda, se las llamacuentos y es natural. La leyenda es una flor que se abre slo en la base de la fe."Pues bien, la fe ha desaparecido desde hace mucho tiempo en los corazones delOccidente civilizado; por eso, aquellas flores se marchitan bajo el mortfero aliento delmaterialismo contemporneo y de la incredulidad general.

    Esta rpida transformacin del clima, de la atmsfera y de la naturaleza toda mepareci milagrosa. Olvid el fro, la lluvia, la horrible caja donde estaba sentada sobremis valijas y bales medio rotos y manchados de lodo; slo tena prisa por husmear, porbeber ese aire puro y maravilloso que no respiraba desde haca aos Llegamos a Uttia las seis de la tarde.

    Era domingo y nos encontramos con la multitud que regresaba a su casa luego delservicio de la tarde. La multitud estaba compuesta en su mayora por euroasiticos, poreuropeos cuyas venas estn impregnadas de sangre negra, esos pasaportesambulantes, con la filiacin particular que llevan desde la cuna hasta la tumba en lasuas, en el perfil, en los cabellos y en el color del rostro. No conozco en el mundo nadams ridculo que un euroasitico vestido con una levita a la moda y tocado con unsombrero redondo sobre una frente estrecha salvo quizs una euroasitica ataviada conun sombrero con plumas que la semeja a un caballo de pompas fnebres, cubierto conuna gualdrapa negra adornada con plumas de avestruz. Ningn ingls es capaz deexperimentar y sobre todo de manifestar respecto de los hindes el desprecio quesienten los euroasiticos. Este ltimo aborrece al aborigen con un odio que se mide porla cantidad de sangre indgena asimilada Los hindes pagan al euroasitico con lamisma moneda y con creces. El dulce pagano se convierte en cruel tigre a la solapalabra euroasitico.

    Empero no miraba a los desmaados criollos que se embarraban hasta las rodillas en elespeso lodo de Uttakamand, que inundaba, tal como un pantano de sangre, todas lascalles de la pequea ciudad. Al aproximarse a Utti, mi mirada no se detena en losmisioneros recin afeitados que predicaban bajo sus paraguas abiertos al espacio vaco,agitando, con adems pattico, el brazo libre, bajo rboles que lloraban lluvia. No, no.Aquellos a quienes buscaba no estaban all: los toddes no paseaban por las calles y