Ensayo Sobre La Indiferencia

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LA INDIFERENCIA: ACERCA DE LA VIDA COMO CONCEPTO O LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LA VIDA Víctor González Osorno En 1936, Charlie Chaplin dio a conocer una de sus obras más hermosas: Modern Times, donde el personaje de Charlot aparecía en un ámbito nuevo de las sociedades modernas: la industrialización de la vida. Desde las primeras escenas, se refleja la vida de las personas que venden su fuerza de trabajo a los dueños déspotas de las fábricas para no hundirse más en la miseria. Las características de aquella fábrica eran la monotonía con que se laboraba, la presión que se ejercía y las consecuencias lógicas de un trabajo así. Charlot no tenía una relación humana con sus compañeros, mucho menos con su jefe, quien justificaba su maltrato con la paga que proporcionaba. El dueño, para que sus trabajadores no perdieran tiempo comiendo y lavándose, prueba una máquina que les suministra todo esto, para que así no abandonen su puesto para nada. Charlot, al salir de su turno, seguía moviendo los brazos robóticamente como si estuviese apretando las tuercas de la fábrica. Todo esto retrataba, ya en 1936, lo que los tiempos modernos estaban dejando a las grandes sociedades. Y todo esto no es más que la puesta en escena de

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LA INDIFERENCIA: ACERCA DE LA VIDA COMO CONCEPTO O

LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LA VIDA

Víctor González Osorno

En 1936, Charlie Chaplin dio a conocer una de sus obras más hermosas: Modern

Times, donde el personaje de Charlot aparecía en un ámbito nuevo de las

sociedades modernas: la industrialización de la vida. Desde las primeras escenas,

se refleja la vida de las personas que venden su fuerza de trabajo a los dueños

déspotas de las fábricas para no hundirse más en la miseria. Las características

de aquella fábrica eran la monotonía con que se laboraba, la presión que se

ejercía y las consecuencias lógicas de un trabajo así. Charlot no tenía una relación

humana con sus compañeros, mucho menos con su jefe, quien justificaba su

maltrato con la paga que proporcionaba. El dueño, para que sus trabajadores no

perdieran tiempo comiendo y lavándose, prueba una máquina que les suministra

todo esto, para que así no abandonen su puesto para nada. Charlot, al salir de su

turno, seguía moviendo los brazos robóticamente como si estuviese apretando las

tuercas de la fábrica. Todo esto retrataba, ya en 1936, lo que los tiempos

modernos estaban dejando a las grandes sociedades. Y todo esto no es más que

la puesta en escena de aquellas propuestas nacidas de la idea de progreso y la

razón ilustrada.

También por esos años, la realidad se convertía en noche helada y turbia,

noche y humo para judíos y todos aquellos «no-arios». Eran montados grandes

escenarios de muerte en Europa, de los que, con razón, aún se avergüenzan los

alemanes. Los intelectuales convocaban, los clérigos callaban, y así nacía la

historia que manifestaba cómo podían los hombres eliminar «lo humano» de

manera sistemática, a través del orden que da la razón, la técnica y la ciencia. En

los treinta, Estados Unidos, siempre racista, hacía lo suyo con los «negros», y en

otras partes del mundo se daban muestras de lo que la modernidad ilustrada, la

egocéntrica, podría traer para el hombre mismo.

Hoy en día, según atestigua el documental La pesadilla de Darwin (2005),

de Hubert Sauper, mientras en Navidad, franceses, norteamericanos e ingleses

comen uvas y pescado del Lago Victoria, las regiones de Uganda, Kenia y

Tanzania se reparten las armas que llegan de estos países, y familias enteras se

alimentan o de la guerra, o bien de los deshechos de las pescaderías

exportadoras. Y así, todos somos testigos, en todas partes del mundo, de la

manera como un tipo de pensamiento moldea formas de vida que desembocan en

la indiferencia. La indiferencia es el diagnóstico a partir del cual ha sembrado sus

reflexiones Ramón Kuri, pero las problemáticas que encierra son muchas: ¿Qué

es lo que permitió que esta historia haya surgido y se haya perpetuado en los

ámbitos más falsos, en las mascaradas, de las relaciones humanas? ¿Cómo se ha

podido lograr la diferencia radical entre aquellos que mandan y quienes

obedecen? ¿Cómo ha podido maquinarse la maldad? ¿Cómo se ha convertido el

hombre en el lobo del hombre?

En el fondo de todo esto, pienso, está una visión del mundo y un proceder

basado en ella que ha dominado la escena mundial: se trata de pensar, creer y

apostar que la existencia, que la vida de cada persona, puede ser representada (el

problema de la técnica para Heidegger), esquematizada y abstraída en su

esencia. Se trata de la conceptualización de la vida o la vida como concepto, como

número. Las consecuencias inmediatas de una posición así son la posibilidad de

manipular la vida de cualquiera, de superar cualquier barrera moral que logre el

trato del individuo bajo el respeto inherente a su persona. Ejemplo de estas

consecuencias son las guerras, la historia del holocausto, la venta de armas en

África, Afganistán y otros, y el retroceso político-social que significó ya la matanza

de Acteal (1994), en Chiapas, y otras comunidades en Guerreo o el Estado de

México; pero también es lo que permite las actuales «ejecuciones» aquí en

México, por el narcotráfico, y en todo el mundo.

Bajo este supuesto, analizamos ahora en qué se han convertido las

respuestas a estos problemas y acentuamos la tesis de La indiferencia, en tanto

que carácter social que ilumina al hombre moderno, lo que sigue permitiendo

estos y otros fenómenos que el Dr. Kuri desglosa en su obra. Se trata de la

autonomía que rescata el hombre de la modernidad, la idea de libertad y el énfasis

que ahora se hace en las diferencias. El hombre autónomo se convierte en eso

nada más, su libertad se desenvuelve como libertinaje y el énfasis en las

diferencias se vuelve pura indiferencia, manifestaciones todas del nihilismo.

Diagnóstico del presente: el problema de la indiferencia

La racionalidad europea, en la que aún creían Husserl (pensar el genio europeo1)

y Ortega (europeizar España), llevaba consigo el poder de lo irracional, las formas

y los actos en los que se hacía daño a cualquiera bajo los mínimos pretextos,

ideologías o fundamentalismos. Se trata pues de la expresión del nihilismo:

[…] el nihilismo nacido en Europa hace dos siglos que, negando el mal y cultivando su ignorancia, se expresa refinadamente no sólo en el hombre autónomo moderno que sólo sabe ser hombre autónomo, sino también cruelmente en las relaciones fundadas en la capacidad de dañar y destruir.2

El hombre autónomo que sólo sabe ser autónomo expresa el juego que la

Ilustración dirigió contra el pensamiento del Medioevo y que pronto, a pesar de

Kant, se convirtió en la capacidad del hombre de ser egoísta, de mantener sólo el

criterio de saber estar solo a pesar de los demás. El hombre autónomo, para Kuri,

es el hombre de hoy: individualista, cosmopolita, regionalista, tolerante, esteta,

informado, juguetón… «sin dogmas ni creencias sólidas». Y no es sólo el hombre

1 Reyes Mate, «Introducción», en Edmund Husserl, Invitación a la fenomenología, España, Paidós, 1998, p. 15.2 Ramón Kuri, La indiferencia, México, Ediciones Coyoacán, 2003, p. 9.

moderno europeo, sino los hombres de sociedades y países que, se dice, de

modernos sólo manifiestan la legalidad del libre comercio, una «democracia

discursiva» y los ideales de convertirse en «primer mundo». El hombre autónomo

conlleva una forma de vida que ahora es generalizada en países de

Latinoamérica, que expresa que no sólo se trata de la maquinaria que hace

posible el cuidado de uno mismo (egoísmo) a cualquier precio, sino de varias

estructuras que tienden hacia una idea de progreso marcado sólo por la técnica y

la economía. Esto ha logrado establecer una constante posibilidad de

desorganización social, expresada en las múltiples corruptelas, manipulación de la

ley, desvanecimiento de la política idealizada e indiferencia a las leyes

internacionales, como la de los Derechos Humanos.

A veces parece sobrada la crítica al egoísmo, que es la actitud del hombre

autónomo, pero es verdad que ahí, en la actitud del «ego», del mismo, que rinde

culto al presente, radica la fuerza con que ahora acontece el declive ambiental de

las sociedades contemporáneas: el problema de la eliminación de los deshechos

de las grandes ciudades, la sobrepoblación que sobre-contamina y se apropia de

más nichos ecológicos para asentarse, el uso descontrolado y egoísta de los

automóviles e industrias que contaminan la atmósfera, la tala de árboles,

contaminación de ríos y mares… y en general, un deterioro del medioambiente

que nos atrapa en un camino hacia la destrucción.

Por esta encerrada del yo en el puro presente –porque todo está hecho y

pensado, por eso no hay pasado ni futuro–, se da hoy en día una situación general

de desorientación que da pauta a esquemas de «superación personal», «medicina

alternativa», «terapias humanistas», entre otra serie de ofertas de vida que

aprovechan esa serie de dicotomías insuperables que enfatizan el sinsentido de la

vida y la posibilidad de encontrarlo en esquemas superficiales y egoístas, donde el

conocimiento de la historia y la conciencia de la existencia de los demás quedan

descartados. Se trata del énfasis en la diferencia, aquella que cierra y abre

caminos de «tolerancia» basada en la conveniencia de un «yo» que ha sabido

separarse de las respuestas que necesariamente tendría que dar como ser

humano. Éste, el de las diferencias que separan y encierran, es el camino de la

indiferencia.

En la indiferencia es fácil la entrada de la malformación incitada por los

medios de comunicación, la estupidez que reproducen y fomentan (caso big

brother y otros reallity shows).3 En la indiferencia es posible que todos seamos

libres e iguales, pero sólo porque, de una manera u otra, «todos podríamos ser

‹usuarios›». Si de pronto apareció la famosa tolerancia a homosexuales y

lesbianas fue porque sobre ellos dominó la mirada económica de los medios,

porque lograron mostrar que también ellos podían ser usuarios, buenos

consumidores, estetas del cuerpo. Por eso aún dudo de esa palabra «tolerancia»,

que reproduce tantas mascaradas que ocultan odio, racismo, jerarquías:

De este modo, en nuestra sociedad de masas de consumo, no hay lugar para la libre elección, sino apenas la ocasión de someternos una vez más (bajo la ilusión de la libertad) a los propósitos y despropósitos de los dueños del poder y de los medios de comunicación.4

Y es que la demanda de la racionalidad moderna e ilustrada, la autonomía

malformada del pensamiento moderno, reformado, logró que el hombre se

estableciera en un ámbito mutilador del espíritu humano: «A la espalda, las ruinas;

delante, el vacío». Esto es lo que de suyo fomenta nuestro énfasis y ansiedad en

la innovación, satisfacción inmediata y visceral que sólo la ciencia y la tecnología

ha podido brindar. El culto al presente es olvido de los ancestros, pero también,

del futuro, porque el progreso es progreso sin el pasado, alejamiento,

distanciamiento; y también es futuro pero de aquello de lo cual se echa mano para

progresar: la ciencia y la tecnología. De ahí que el progreso se convierta en el

3 Es importante mencionar aquí uno de los trabajos pioneros en Latinoamérica respecto de la influencia de los mass media en las diferentes culturas: se trata de Para leer al pato donald. Comunicación de masa y colonialismo, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. En él se muestra cómo se ha podido dar la transmisión de una ideología a través de una historieta y un negocio llamado Disneylandia. Este libro puso en la mesa el papel que juegan en los «colonialismos» los medios de comunicación y las consecuencias reales y efectivas en los consumistas.4 Ramón Kuri, La indiferencia… p. 12.

objetivo de la humanidad, «y no la humanidad en el objetivo del progreso». Es

éste el problema que Husserl trata en su conferencia del 35 «La filosofía en la

crisis de la humanidad europea», donde insiste que la separación entre los

científicos del espíritu y los de la naturaleza ha logrado que los primeros no tengan

avances ni seguridad científica, y los segundos, pierdan el sentido de sus

avances, es decir, olviden la base a la que deben estar dirigidos: el mundo de la

vida (Lebenswelt). De aquí parte también su crítica al psicologismo, que con sus

esquemas reduce la libertad a las funciones psíquicas del cerebro.

El hombre autónomo es un individuo que no se hace responsable de nada,

no encara, porque no es culpable, sólo presenta ansiedades, confusión, ansiedad,

locura, perturbaciones; es decir, enfermedades. El hombre autónomo representa

el individualismo y no la individualidad, se aísla en su propia esfera o en el sistema

que siempre está al asecho. Esto fue precisamente lo que permitió a Eichmann

(en los 60´s) y a otros nazis enjuiciados argumentar que no eran responsables,

pues sólo obedecían órdenes. Es decir, que al ser absorbidos por el mandato, por

el sistema (neutralidad y anonimato, Todo y Nada), la evidencia del «yo», del

individuo que puede ser responsable, se ve impelida por esfera que lo ha

absorbido. Pero por eso dirá después Sartre, en El existencialismo es un

humanismo, que el hombre está condenado a ser libre, precisamente porque bajo

esta condena jamás alguien podrá justificar su entrega al sistema o a su esfera

egocéntrica, que también evita responsabilidades.

El error ha sido creer que la autonomía ya se tiene; se nace autónomo y

sólo hay que reclamarlo. La autonomía en las sociedades actuales no es algo que

se tenga que conquistar, porque ya está ahí, por eso –dice Kuri– no es extraño

que «los jóvenes en su exigencia de independencia y autonomía sólo exijan

‹respeto›, o lo que es lo mismo: reconocimiento». Pero tampoco es de extrañar

que ahora «el respeto a la ancianidad sólo sea porque aquellos viejos han sabido

permanecer jóvenes, no porque la ancianidad merezca respeto por sí misma».5 Y

es que también, nuestros viejos, por este culto al presente, quieren siempre

5 Ibídem, p. 41.

mantenerse jóvenes, inclusive tratando de igualar el vocabulario o las expresiones

comunes de sus hijos o nietos. Con ello, pienso, se ha perdido el respeto y la

confianza en quienes han vivido y tienen toda la experiencia para ponernos a

pensar sobre nuestra propia vida. La tradición se pierde, los posibles guías reculan

y el futuro se desmorona en un presente que ya no lo piensa porque le es

indiferente.

En una entrevista sobre su libro Modernidad líquida,6 el sociólogo Zygmunt

Bauman sostiene que los tiempos de hoy son, precisamente, de la modernidad

líquida. Los líquidos, dice, tienen la propiedad de no poder mantener su forma y

ser vulnerables. La modernidad líquida se refiere a esta manera de habitar el

mundo en el presente, en el que toda relación humana es volátil. Según este

sociólogo, la sociedad –cualidad imaginaria en que se desarrollan el poder y la

política– está siendo atacada en la actualidad por dos frentes: por el poder que se

evapora hacia arriba («el dominio de los negocios extraterritoriales») y por la

política, que se encamina hacia el espacio de las fuerzas del mercado. Con ello se

ha debilitado la solidaridad social, por el sentimiento de que uno está solo

(individualismo) y que no se puede hacer nada como sociedad, por lo que hay que

enfocarse a uno mismo siendo «competitivo». La competencia, el trabajo en busca

del éxito (que se busca a costa de cualquiera) provoca, en general, la «fragilidad

de los lazos humanos».

En esta sociedad líquida, la felicidad corresponde a momentos cortos, a

encuentros breves. No se deriva de una «consistencia, la cohesión, la lealtad y el

esfuerzo a largo plazo que sostenían la mayor parte de los filósofos modernos».

Las condiciones de competitividad, individualidad y constante cambio no permiten

que se logren esas líneas de responsabilidad y compromiso que requiere el

establecimiento de la amistad o el amor. Así, la vida que mantiene y fomenta el

hombre autónomo, a través de los mass media sobre todo, es líquida, porque todo

proyecto de futuro se desvanece en el solipsismo (individualismo). Todo es fugaz,

y eso nos hace indiferentes. Aquí todo pasa, pero no pasa nada.

6 «El imperio del individuo. Entrevista a Zygmunt Bauman». Entrevista de Juana Libedinsky, publicada en La Nación, Buenos Aires, 26 de Diciembre de 2004.

Responsabilidad y acontecimiento

Todo ello es la manifestación de la indiferencia: la vacuidad de las relaciones que

se dicen humanas pero que son sólo presentaciones de máscaras que excluyen

una relación cara a cara. ¿Qué significa esto? Una relación donde el otro se

presenta bajo un sentido original de la presencia, como fenómeno concreto y real

que no puede ser determinado, aprehendido en el concepto, como cosa en el

mundo. Precisamente lo que da sentido al otro es su extrañeza constante a la que

no se puede representar, su participación en el mundo como un espíritu que

aparece, da la espalda y regresa en un constante cuestionamiento al que hay que

responder (ser responsables). Sin embargo, siguiendo a Levinas, hay que pensar

que esta responsabilidad no es una decisión que venga de mí, porque eso no sale

de la idea de tolerancia a la que me someto porque quiero.

La responsabilidad ilimitada en que me hallo viene de fuera de mi libertad, de algo «anterior-a-todo-recuerdo», de algo «ulterior-a-todo-cumplimiento», de algo no-presente; viene de lo no-original por excelencia, de lo an-árquico, de algo que está más allá o más acá de la esencia. La responsabilidad para con el otro es lugar en que se coloca el no-lugar de la subjetividad, allí donde se pierde el privilegio de la pregunta dónde.7

Este carácter por excelencia que determina de facto las relaciones humanas no

puede supeditarse al egoísmo que caracteriza a la sociedad neo-liberal, a la masa

que se autoflagela como reflejo de su adicción al televisor, que dirige la mirada

hacia la superficialidad de los problemas, precisamente para que no se vea el

fango y se deje de ser optimista (aquel que gasta pensando en que podrá pagar

algún día o que para eso es la vida), buscador del éxito (avasallador economista o

contador, que sabe la manera de explotar, ser explotado y trabajar para el

explotador, sin importar que por ello familias enteras se queden sin comida

suficiente o medicamentos imprescindibles).

7 Emmanuel Levinas, Otro modo que ser o más allá de la esencia, España, Sígueme Salamanca, 2003, p. 54.

La responsabilidad para con el otro interrumpe el pensamiento del ego que

mantiene la idea de que todo es representable, medible, expresable, cognoscible;

que la vida es manifestación de esencias que crean leyes, y de leyes que

mantienen el saber del mundo. Sin embargo, es la experiencia del otro que nos

provoca, «es la desnudez del rostro del otro que me interpela a la respuesta, a la

responsabilidad, y que por lo mismo carece de fundamento, pues la relación con el

Otro es gratuita; es decir, infinita»8. El otro representa, en ese sentido, no aquel

que es diferente a mí y al que «tengo que» respetar, porque esto ya es

representarlo (ser-otro) y agregar a la relación humana la posibilidad de

jerarquizar. Pero el otro, «en su irreductibilidad y exterioridad, es el origen de

sentido».

Hoy, esto pasa desapercibido, pues domina el Mismo, la mismidad, el

individualismo… el nihilismo. Las consecuencias son evidentes y las reflejan muy

bien un país como el nuestro. Aquí, las primeras preocupaciones de cada año de

legisladores y demás burócratas-políticos es agenciarse las vendimias del poder.

Lo menos importante son los otros, aquellos ajenos al ámbito en el que todo se

decide y se piensa para la masa, para los números en las pantallas, para las

gráficas; ésas son las representaciones que han hecho de la política y los

ciudadanos comunes y corrientes, trabajadores en verdad, dos ámbitos

completamente separados. En el primero se encienden las peleas constantes por

gobernar, es decir, por obtener el control del sistema que se ha gestado desde

hace varios años, pero que se hizo descarado y sin vergüenza hace pocos años:

el estado como empresa.

Esta estructuración del estado lo ha convertido en regulador y opresor, poco

menos, defensor de los ciudadanos que lo forman. La historia que no se cuenta va

por ese rumbo, desde lo local hasta lo federal, desde los sindicatos hasta los altos

mandos; dirigiendo y cobijando pero también criticando y atacando los mismos

males, aclarando y confundiendo hasta el cansancio, de tal manera que la

población, de tanta confusión, se resguarde en su casa, frente al televisor, en

8 Ramón Kuri, La indiferencia… p. 70.

familia. Se trata de una mescolanza tal, que la barbarie, la mutilación, la

enfermedad… el mal vagabundea por las esquinas, como antigua leyenda que ha

recobrado nuevos bríos y amenaza ya con ser más que una pesadilla.

Conceptualizar al otro, la vida de cada individuo, es decir, tratar al hombre

como objeto (tatuarlo con números, como le hicieron a los no-arios, fue un modo

de cubrir su rostro; aniquilamiento de la conciencia9) es manifestación del egoísmo

que hoy reina e impide la responsabilidad de habitar un mundo, que también nos

exige trabajar por el bienestar y supervivencia de los demás. Convivir y dialogar

con los demás es un riesgo (por la posibilidad del mal, de la violencia), pero

también es una oportunidad importante para practicar el respeto y la

responsabilidad. La convivencia es una apertura del caparazón del ego que logran

la hospitalidad y la acogida. Hay un sujeto que recibe, pero no es quien determina

(representa o conceptualiza):

[… ] abordar «a Otro», abrirse al Rostro en la palabra, nombrarlo significa no sólo acogerlo y darle hospitalidad, sino que en el mismo instante de acogerlo, el Rostro del otro es por sí mismo desbordamiento de lenguaje: resistencia a toda tematización.10

El pensamiento que todo lo atrapa, el que rinde culto a la autonomía y al egoísmo

que lo alimenta; el que conceptualiza la vida y pide que su buhardilla sea

respetada, no puede más que fundirse en los esquemas que lo subliman y lo

mantienen aislado, indiferente. Mantenerse en esta indiferencia es mantenerse sin

pasado y sin futuro, es maquinar un ambiente de agonía, en el que se escapa toda

posibilidad de superar o saber asumir coherentemente la indiferencia con que la

naturaleza nos responde.

9 Alain Finkielkraut, La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX, España, Anagrama, 1998, p. 62-86.10 Ramón Kuri, ¿Por qué hay mal y no, preferiblemente, bien?, México, Ediciones Coyoacán, 2005, p. 207.

BIBLIOGRAFÍA

FINKIELKRAUT, Alain, La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX, España,

Anagrama, 1998.

HUSSERL, Edmund, Invitación a la fenomenología, España, Paidós, 1998.

KURI, Ramón, La indiferencia, México, Ediciones Coyoacán, 2003.

___, ¿Por qué hay mal y no, preferiblemente, bien?, México, Ediciones Coyoacán,

2005.

LEVINAS, Emmanuel, Otro modo que ser o más allá de la esencia, España,

Sígueme Salamanca, 2003.

LIBEDINSKY, Juana, «El imperio del individuo. Entrevista a Zygmunt Bauman»,

publicada en La Nación, Buenos Aires, 26 de Diciembre de 2004.