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En un pasado que ahora pertenecea las neblinas de la memoria, unagran variedad de asombrosascriaturas de todo tipo y condiciónhabitaban en el mundo de Azeroth.Misteriosos elfos y recios enanoscompartían aquellas tierras con lastribus de los hombres en medio deuna relativa paz y armonía… hastaque la llegada de un ejércitodemoníaco, conocido como laLegión Ardiente, hizo añicos latranquilidad que reinaba en esemundo para siempre. Ahora losorcos, dragones, goblins y trolsrivalizan por imponer su influencia

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sobre los diversos y fragmentadosreinos de Azeroth; pero esasdisputas forman parte de ungrandioso y malévolo plan quemarcará el destino de ese mundo,del World of Warcraft.

Los magos más poderosos delmundo intuyen que algo aterradoramenaza el futuro de ese mundo yencomiendan a un mago muypeculiar llamado Rhonin la peligrosamisión de adentrarse en KhazModan, unas tierras controladas porlos orcos. Rhonin obligará a sellaruna peligrosa alianza con lasantiguas criaturas del aire y el

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fuego si el mundo de Azeroth quierever un nuevo amanecer.

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Richard A. Knaak

El día deldragón

The Day of the DragonWarcraft - 2

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ePub r1.1Titivillus 20.09.15

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Richard A. Knaak, 2001Traducción: Raúl Sastre Letona

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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Liberar a laReina de losDragones…

… era una misión imposible,improbable para algunos y ciertamentemortal para la mayoría. El clanFaucedraco seguiría manteniendo sudominio sobre Khaz Modan a menos queAlexstrasza fuera liberada, y mientraslos orcos siguieran estando bajo las

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órdenes de la Horda, aquel lugar podríallegar a convertirse en un foco deresistencia al que se podrían sumar losorcos que se encontraban en losenclaves custodiados.

El fugaz bramido de un trueno sacó aRhonin de sus pensamientos. Alzó lavista pero sólo alcanzó a ver unascuantas nubes esponjosas.

Un segundo rugido mucho másamenazador provocó que se le tensarantodos los músculos del cuerpo al mismotiempo que una sombra colosal cubríatodo cuanto lo rodeaba.

Acto seguido, se escuchó unestruendo capaz de romperle lostímpanos, y una fuerza similar a un

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tornado arrasó aquel paisaje. Rhonin sevolvió de inmediato para contemplar elcielo… y se topó con una visióninfernal.

Un dragón del color de un intensofuego cubrió el firmamento, en suszarpas delanteras sostenía lo quequedaba del caballo de Rhonin y lasprovisiones que tanto le habían costadoy que con tanto esmero había escogido.Aquel leviatán carmesí engulló de unsolo trago el resto de aquel cadáver,mientras mantenía la mirada clavada enla pequeña y patética silueta que sehallaba en tierra.

Una figura verde y grotesca, provistade colmillos y de un hacha de batalla, se

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encontraba sentada sobre los hombrosde aquella bestia, mientras quevociferaba órdenes en un idiomadesagradable y señalaba directamentehacia Rhonin.

El dragón se lanzó en picado haciaél, con las fauces abiertas de par en pary las garras dispuestas a infligirle ungran daño.

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CAPÍTULOUNO

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L a guerra.En su momento, algunos

miembros del Kirin Tor, el cónclavemágico que gobernaba la pequeñanación de Dalaran, habían llegado apensar que, a lo largo de su existencia,el mundo de Azeroth sólo habíaconocido una sucesión de constantesderramamientos de sangre. Primero, lahumanidad había combatido a los trols,antes de la formación de la Alianza deLordaeron, y cuando, por fin, se habíalibrado de esa amenaza infecta, laprimera oleada de orcos asoló aquellastierras, tras atravesar una horrendagrieta que se abrió en la estructura del

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universo. Al principio, aquellosgrotescos invasores parecíanimparables, pero, poco a poco, lo queparecía que iba a ser una terriblecarnicería se convirtió en undesesperante equilibrio de fuerzas. Seganaron batallas gracias a la guerra dedesgaste. Y se produjeron centenares debajas en ambos bandos, sin ningunarazón aparente. Durante años, el KirinTor creyó que aquel conflicto noconcluiría nunca.

Hasta que, finalmente, todo cambió.La Alianza logró que la Hordaretrocediera y la derrotó de formaaplastante. El cabecilla de los orcos, ellegendario Orgrim Martillo Maldito, fue

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incapaz de contener a aquellos ejércitosque avanzaban imparables, y decidiócapitular. A excepción de unos cuantosclanes renegados, los invasoressupervivientes quedaron arrinconadosen ciertos enclaves donde se hallabanbajo la vigilancia de unidades militareslideradas personalmente por losCaballeros de la Mano de Plata. Porprimera vez en muchos, muchísimosaños, la meta de lograr una paz duraderaparecía una promesa que se podíacumplir, y no un mero deseo.

Aun así, cierta sensación deintranquilidad dominaba al consejosupremo del Kirin Tor. Se trataba de unórgano de gobierno compuesto por los

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magos más grandes entre los másgrandes, que se reunía en la Cámara delAire, llamada así porque se trataba deuna sala que parecía no poseer paredes;donde los muros y el techo eran un cielo,siempre variable, cubierto de nubes, luzy oscuridad, un firmamento donde loscambios se sucedían raudos y veloces,como si el mundo se hubiera acelerado,ante la atenta mirada de esos magosmaestros. Únicamente el suelo de piedragris, donde relucía el símbolo de undiamante que representaba a los cuatroelementos, proporcionaba solidez alconjunto.

Ciertamente, los magos tampocoayudaban mucho en ese aspecto, puesto

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que iban ataviados con capas oscurasque no sólo cubrían sus rostros sino todosu cuerpo, de modo que sus siluetasparecían titilar y fluctuar con loscambios que se producían en esefirmamento, dando la sensación de quetambién ellos eran una mera ilusión.Aunque entre sus filas contaban tantocon hombres como con mujeres, sólo sepodía distinguir su género cuandohablaban; en ese momento, su rostro setornaba parcialmente visible, si bien susrasgos permanecían difuminados.

A esta reunión habían acudido losseis magos más veteranos, que no teníanpor qué ser los más poderosos. A loslíderes del Kirin Tor se los elige en base

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a diversos criterios, uno de los cuales essu dominio de la magia.

—Algo sucede en Khaz Modan —anunció el primer mago con un tono devoz estentóreo, al tiempo que se formófugazmente en su cabeza la tenue imagende un rostro con barba. Por todo sucuerpo parecía flotar una miríada deestrellas—. Cerca o dentro de lascavernas que domina el clanFaucedraco.

—Dinos algo que no sepamos —leespetó la segunda maga, una mujer queprobablemente tuviera más años que elprimero, pero aun así seguía poseyendouna voluntad de hierro, en cuya capuchabrilló una luna—. Los orcos que

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permanecen allí conforman uno de lospocos focos de resistencia orca quepersisten ahora que los guerreros deMartillo Maldito se han rendido y sucabecilla ha desaparecido.

Si bien el primer mago se sintiómolesto por aquel comentario, repusocon calma:

—Muy bien. Quizá esto te interesemás. Creo que Alamuerte ha vuelto a lasandadas.

Esa afirmación les sobrecogió atodos, incluso a la anciana. La noche diopaso al día de repente, pero los magosignoraron ese extraño fenómeno, ya quepara ellos era algo que sucedíanormalmente en aquella cámara. Las

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nubes pasaron flotando junto a la cabezadel tercer mago, quien no creía queaquello fuera cierto.

—Alamuerte está muerto —declaróel tercer mago, cuya silueta era la únicaque parecía poseer cierta corpulencia—.Desapareció en el mar hace meses,después de que este mismo consejo,ayudado por nuestros magos máspoderosos, lanzara un ataque mortalcontra él. Ningún dragón, ni siquiera él,podría haber soportado semejantecastigo.

A pesar de que algunos magosasintieron, el primero replicó:

—¿Y dónde está el cadáver?Alamuerte no era un dragón cualquiera.

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Incluso antes de que los goblinscubrieran sus escamas con placas deadamantio, ya era una amenaza con elpotencial suficiente como para dejar,por comparación, en una menudencia laamenaza que suponía la Horda.

—¿Con qué prueba cuentas quedemuestre que sigue vivo? —inquirióuna mujer que se hallaba en la flor de lavida. Si bien carecía de la experienciade los demás, era lo bastante poderosapara formar parte del consejo—. ¿Concuál?

—Con la muerte de dos dragonesrojos del Vuelo de Alexstrasza que hanaparecido destrozados; sólo alguien desu raza, y de proporciones colosales, los

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podría haber despedazado de esamanera.

—Existen otros dragones de tamañocolosal.

De pronto, se desató una tormenta.Pese a que los relámpagos y la lluviacaían sobre aquellos magos, en ningúnmomento alcanzaron sus siluetas ni elsuelo que pisaban. La tormenta cesó enun abrir y cerrar de ojos, y un solabrasador apareció una vez más sobresus cabezas.

El primer mago del Kirin Tor noprestó la más mínima atención a esteúltimo fenómeno.

—Resulta obvio que no has sidotestigo de los estragos que provocan los

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actos de Alamuerte, porque, si no, jamáste habrías atrevido a hacer esaafirmación.

—Puede que tengas razón —leinterrumpió súbitamente el quinto mago.La silueta de un difuso semblante elfoapareció y desapareció bajo su capuchacon más rapidez que la tormenta—. Encuyo caso habrá que tener muy en cuentaeste asunto en el futuro. Sin embargo,ahora no podemos centrarnos en ello. SiAlamuerte está vivo y está atacandoahora mismo a la estirpe de su máximorival, eso nos beneficia. Al fin y al cabo,Alexstrasza sigue cautiva en manos delclan Faucedraco, y esos orcos hanutilizado a su progenie durante años

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para provocar múltiples derramamientosde sangre y el caos por toda la Alianza.¿Acaso hemos olvidado la tragedia de laTercera Flota de Kul Tiras? Sospechoque el almirante Daelin Valiente nuncapodrá olvidarlo. Después de todo,perdió a su hijo mayor y a todo aquelque iba a bordo de los seis enormesnavíos cuando esos monstruososleviatanes rojos cayeron sobre ellos.Casi con toda seguridad, Valientecondecoraría a Alamuerte con unamedalla si se demostrara que esa bestianegra es la responsable de la muerte delos dos dragones rojos.

Nadie refutó esa argumentación, nisiquiera el primer mago. De aquellos

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navíos invencibles sólo quedabanastillas y unos cuantos cadáveresdestrozados que marcaban el lugar enque se había producido una tremendamasacre. De todos modos, había quereconocer que el almirante Valiente nohabía flaqueado en su determinación, einmediatamente había ordenadoconstruir nuevos barcos de guerra quesustituyeran a los que acababan de serdestruidos, para poder proseguir con laguerra.

—Como he dicho antes, ahoramismo no podemos preocuparnos deeste tema, puesto que tenemos que tratarasuntos mucho más urgentes.

—Te refieres a la crisis de Alterac,

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¿verdad? —inquirió el mago barbudocon una voz cavernosa—. ¿Por quédebería preocuparnos más la guerrasubterránea entre Lordaeron yStromgarde que el posible regreso deAlamuerte?

—Porque ahora Gilneas se haconvertido en parte del problema.

Una vez más, todos aquellos magosse estremecieron, incluso el sexto, queno había hablado hasta entonces. Actoseguido, la sombra un tanto corpulentase acercó a la silueta elfa.

—¿Qué le importan a Genn Cringrislas riñas de esos dos otros reinos por elcontrol de ese lamentable trozo detierra? Gilneas se encuentra en el

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extremo de la península meridional, enun rincón remoto de la Alianza, al igualque Alterac.

—¿Acaso hace falta que respondaesa pregunta? Cringris siempre haquerido hacerse con el liderazgo de laAlianza, a pesar de que sus ejércitos nose pusieran en acción hasta que losorcos atacaron sus fronteras. La únicarazón por la que animó al rey Terenas deLordaeron a entrar en batalla fue porqueasí el ejército de Lordaeron acabaríamuy debilitado. Ahora, Terenas siguellevando las riendas de la Alianzagracias en gran parte a nuestra labor y alfirme apoyo del almirante Valiente.

Alterac y Stromgarde eran reinos

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vecinos que habían permanecido enconflicto desde los primeros días de laguerra. Thoras Aterratrols había enviadoa los poderosos ejércitos de Stromgardea ayudar a la Alianza de Lordaeron.Como Khaz Modan lindaba con susfronteras, era lógico que aquel reinomontañoso apoyara una acción conjunta.Además, nadie podía negar que losguerreros de Aterratrols habían luchadocon gran determinación. Si no hubierasido por ellos, los orcos se habríanllevado por delante a gran parte de laAlianza a lo largo de las primerassemanas; sin su intervención, eldesenlace de la guerra habría sidofunesto.

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Por otro lado, en Alterac, a pesar deque se hablaba mucho de que había quedefender con coraje aquella causa justa,no se mostraron tan generosos a la horade enviar a sus tropas a participar en elconflicto. Al igual que Gilneas, Alteracúnicamente había prestado un apoyosimbólico a la Alianza, si bien GennCringris se había mantenido al margentodo lo posible por pura ambición, LordPerenolde lo había hecho por miedo, oeso se rumoreaba. Incluso entre losmiembros del Kirin Tor se habíaplanteado la posibilidad de que quizáPerenolde se hubiera planteado alcanzarun acuerdo con Martillo Maldito por sila Alianza acababa cayendo ante las

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incesantes acometidas de la Horda.El paso del tiempo demostró que

aquel temor era fundado. Perenoldehabía traicionado a la Alianza,efectivamente, pero, por suerte, esecobarde acto de deslealtad no habíadurado mucho. Terenas, al enterarse deesa felonía, había entrado con las tropasde Lordaeron en Alterac y habíadecretado la ley marcial. Como en aquelmomento se hallaban inmersos en laguerra, a nadie le había parecidooportuno quejarse al respecto, y aStromgarde menos aún. Pero ahora quereinaba la paz, Thoras Aterratrols habíaexigido que, a cambio de los sacrificiosque había hecho, Stromgarde debería

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anexionarse toda la parte oriental de sutraidor vecino.

Terenas no era de la misma opinión.Además, seguía planteándose si debíaanexionar Alterac a su reino o colocaren su trono a un nuevo monarca muchomás razonable, presumiblemente aalguien que simpatizara con la políticade Lordaeron. Sin embargo, Stromgardehabía sido un aliado leal e incondicionala lo largo de toda la guerra, y se sabíaque Thoras Aterratrols y Terenas seadmiraban mutuamente. Por eso mismoresultaba tan triste que ese conflictopolítico los enfrentara ahora.

Gilneas, por su parte, no manteníaningún vínculo especial con ninguna de

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las tierras inmersas en el conflicto,puesto que siempre había permanecidobastante aislada del resto de naciones deOccidente. Tanto el Kirin Tor como elrey Terenas eran plenamente conscientesde que Genn Cringris sólo queríaintervenir en la guerra para aumentar suprestigio, y quizá también para hacerrealidad sus sueños de expansión. Porotro lado, uno de los sobrinos de LordPerenolde había huido a aquellas tierrastras la traición de su tío, y se rumoreabaque Cringris apoyaba sus pretensiones altrono. Si Gilneas lograba establecer unabase en Alterac, podría acceder aciertos recursos de los que carecía esereino del sur, y tendría la excusa

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perfecta para enviar a su poderosa flotaa cruzar el Mare Magnum, lo cual, a suvez, provocaría que Kul Tiras entrase enla ecuación, ya que aquella naciónmarítima se mostraba muy celosa de susoberanía naval.

—Esto acabará con la Alianza… —masculló la maga más joven, de acentopeculiar.

—Aún no hemos llegado a ese punto—señaló el mago elfo—, pero quizá lohagamos pronto. Así que no podemosperder el tiempo preocupándonos poresos dragones. Si Alamuerte está vivo yha decidido reanudar sus planes devenganza contra Alexstrasza, no piensooponerme a él. Cuantos menos dragones

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haya en este plano de la existencia,mejor. Sus días en este mundo hanllegado a su fin.

—Tengo entendido que, en elpasado, los elfos y los dragones fueronaliados, incluso amigos, que serespetaban mutuamente —afirmó alguiencon un tono de voz carente de matices,que no permitía deducir su género.

El elfo se volvió hacia el últimomago, una silueta delgada y desgarbadaque era poco más que una sombra.

—No son más que habladurías, os loaseguro. Jamás nos rebajaríamos a tratarcon unas bestias tan monstruosas.

Las nubes y el sol dieron paso a lasestrellas y la luna. El sexto mago se

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inclinó levemente, como si así intentaradisculparse.

—Al parecer, mi información no eracorrecta. He cometido un error.

—Tienes razón al señalar quedebemos calmar la tensión que reina enel ámbito político —le dijo el magobarbudo al quinto con un tono de vozmuy grave—. Y estoy de acuerdo en quedebemos darle prioridad a este asunto.Aun así, no podemos permitirnos el lujode ignorar lo que está ocurriendoalrededor de Khaz Modan. Tenga o norazón respecto a Alamuerte, mientras losorcos de ese lugar mantengan cautiva ala reina de los dragones, serán unaamenaza para la estabilidad de estas

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tierras.—Entonces deberíamos enviar a un

observador —le interrumpiósúbitamente la maga de más edad—.Alguien que vigile lo que sucede y nosalerte en caso de que la situación setorne crítica.

—Pero ¿quién será ese observador?Andamos muy escasos de efectivos…

—Conozco al candidato ideal —declaró el sexto mago, mientras daba unpaso al frente. Su rostro permanecióenvuelto en sombras en todo momento—. Rhonin…

—¿¡Rhonin!? —exclamó el magobarbudo—. ¡Rhonin! ¿Cómo te atreves asugerirlo como candidato después de la

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última debacle que provocó? ¡Nisiquiera debería seguir vistiendo latúnica de mago! ¡Ese tipejo no puede sernuestra última esperanza! ¡Es un peligro!

—Es muy inestable —admitió laanciana.

—Un disidente —masculló el máscorpulento.

—No es de fiar.—¡Es un criminal!El sexto aguardó a que todos

hubieran opinado y, acto seguido,lentamente, asintió.

—Y el único mago de cierto talentodel que podemos prescindir en estatesitura. Además, se trata, simplemente,de una misión de observación. No se

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hallará cerca de ninguna crisispotencial. Su tarea consistirá en vigilare informar, nada más.

Tras comprobar que no había másobjeciones, aquel mago amparado en lasombra agregó:

—Estoy seguro de que ya haaprendido la lección.

—Esperemos que sí —murmuró lamaga más anciana—. A pesar de quelograse cumplir su última misión, casitodos sus compañeros perdieron la vidaen el camino.

—Esta vez irá solo, acompañadoúnicamente por un guía que lo dirijahasta los confines de las tierrascontroladas por la Alianza. Ni siquiera

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entrará en Khaz Modan. Una esfera devisión le permitirá vigilar desde lejos.

—Parece una tarea muy sencilla —reconoció la maga más joven—. Inclusopara Rhonin.

El elfo asintió bruscamente.—Entonces, si estamos todos de

acuerdo, podemos pasar a otro tema.Con un poco de suerte, quizá Alamuertese atragante al intentar engullir a Rhoniny se muera, así no tendremos quepreocuparnos más por ninguno de losdos —dijo, al tiempo que escrutaba alos demás—. Y ahora he de exigir quenos concentremos, por fin, en lainjerencia de Gilneas en la situación deAlterac y en qué papel debemos

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desempeñar en ese conflicto…

Llevaba las dos últimas horas de pieen esa postura, con la cabeza agachada ylos ojos cerrados. Estaba totalmenteconcentrado. A su alrededor, una tenueluz, que no parecía surgir de ningúnpunto en concreto, iluminaba apenasaquella cámara. No obstante, tampocohabía mucho que ver: sólo una silla, enla que ahora no se sentaba nadie,apartada a un lado, y un tapiz quecolgaba a sus espaldas de un gruesomuro de piedra, en el que se habíabordado un intrincado ojo dorado sobreun fondo violeta. Bajo aquel ojo, tres

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dagas, también doradas, parecíandirigirse velozmente hacia la tierra. Labandera y los símbolos de Dalaranhabían ondeado con orgullo durante laguerra en el bando de la Alianza, aunqueno todos los miembros del Kirin Torhabían cumplido con su deber de maneraplenamente honrosa.

—Rhonin… —se oyó decir a unavoz sin matices, que provenía de todaspartes y de ningún lugar en concreto deaquella cámara.

Alzó la vista hacia la oscuridad conunos ojos asombrosamente verdes queatravesaron una mata de pelo abundantey rebelde. A pesar de ser un talentosomago, Rhonin nunca se había molestado

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en arreglarse la nariz que un compañeroaprendiz le había roto en su día; aun así,no era feo, y poseía una mandíbula firmey cuadrada así como unos rasgos muyangulosos. Tenía una ceja arqueada entodo momento, lo cual le confería unaspecto sardónico e inquisitivo que másde una vez le había causado problemascon sus maestros; además, paracomplicar aún más las cosas, su actitud,que casaba a la perfección con suexpresión, tampoco ayudaba mucho.

Era alto, delgado e iba ataviado conuna elegante túnica azul marino. Suapariencia era tan imponente queimpresionaba a otros magos. Rhonin noparecía ser un tipo obstinado, a pesar de

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que en la última misión en la que sehabía embarcado habían perdido la vidacinco hombres honrados. Permanecióerguido, con la mirada clavada en lastinieblas, mientras aguardaba a escucharesa voz de nuevo.

—He esperado pacientemente a quevolvieras a contactar conmigo —susurróel hechicero de cabello carmesí, presade cierta impaciencia.

—No he podido hacerlo antes. Hetenido que esperar a que otro magoplanteara la cuestión —replicó unafigura encapuchada, envuelta en unacapa, que emergió a medias de lapenumbra; se trataba del sexto miembrodel círculo interno del consejo del Kirin

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Tor.Por primera vez, un leve destello de

ansiedad brilló en los ojos de Rhonin.—¿Y mi castigo? ¿Ha concluido mi

condena?—Sí. Han accedido a que vuelvas a

formar parte de nuestras filas… acondición de que aceptes y lleves a cabouna misión crucial de inmediato.

—¿Acaso siguen depositando su feen mí? —inquirió el joven mago concierta amargura—. ¿Después de que losdemás murieran?

—Eres el único al que puedenrecurrir. Sólo quedas tú.

—Eso me parece más lógico.Debería haberlo imaginado.

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—Coge esto.A continuación, el sombrío mago

extendió una delgada mano enguantada,con la palma hacia arriba. De repente,dos objetos relucientes aparecieronsobre ella envueltos en un destello: unadiminuta esfera esmeralda y un anillo deoro que llevaba engastada una piedra decolor negro.

Rhonin extendió del mismo modouna mano y, al instante, ambos objetosaparecieron sobre ella. Procedió aexaminarlos.

—Sé que esto es una esfera devisión, pero no reconozco el otro objeto.Percibo que es muy poderoso, aunque node una manera violenta o agresiva, o eso

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creo.—Eres muy astuto, por eso decidí

defender tu causa desde el principio,Rhonin. Ya sabes para qué sirve laesfera. El anillo te servirá comoprotección. Vas a adentrarte en un reinodonde todavía moran brujos orcos. Esteanillo te ayudará a ser invisible ante susartilugios de detección.Lamentablemente, también impedirá quepodamos seguir tus progresos.

—De modo que estaré solo —replicó Rhonin, al tiempo que dirigíauna sonrisa sardónica a su mecenas—.Bueno, así habrá menos posibilidadesde que provoque más muertes…

—En ese sentido, debo indicarte que

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no viajarás solo. Al menos, hasta elpuerto. Un forestal te escoltará hastaallí. Rhonin asintió, aunque no le hacíamucha gracia llevar escolta, sobre todosi se trataba de un forestal. Los elfos nodespertaban mucha simpatía en Rhonin.

—Todavía no me has explicado enqué consiste mi misión.

El mago envuelto en sombras searrellanó, como si estuviera sentado enuna silla inmensa que el joven hechiceroera incapaz de ver. Aquella figura juntósus manos enguantadas, mientras parecíadetenerse a meditar sobre qué palabrasiba a utilizar.

—Han sido muy duros contigo,Rhonin. Algunos miembros del consejo

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incluso han planteado tu expulsióndefinitiva de nuestra orden. Debesganarte su confianza de nuevo, y, paralograrlo, vas a tener que cumplir estamisión al pie de la letra.

—Lo dices como si fuera una tareamuy complicada.

—Hay dragones implicados en elasunto… y tendrás que hacer algo que,según el consejo, sólo alguien con tusaptitudes podrá conseguir.

—Dragones…Los ojos se le desorbitaron en

cuanto oyó mencionar a aquellosleviatanes y, a pesar de que tenía ciertatendencia a mostrarse arrogante casisiempre, se dio cuenta de que en aquel

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momento estaba reaccionando como loharía un aprendiz.

Dragones… Los magos más jóvenesse sobrecogían ante la mera mención deaquellas bestias.

—Sí, dragones —porfió su mecenas,inclinándose hacia delante—. Pero no teequivoques, Rhonin. Nadie más debeconocer la existencia de esta misiónaparte del consejo y tú. Ni siquiera elforestal que va a ser tu guía o el capitándel barco de la Alianza que te va allevar hasta las orillas de Khaz Modan.Si se corre la voz de cuál es elverdadero objetivo de tu misión, todosnuestros planes podrían peligrar.

—Pero ¿en qué consiste ese

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objetivo? —preguntó Rhonin, cuyos ojosverdes centellearon con intensidad.

Aquella misión iba a sertremendamente peligrosa, pero larecompensa merecía la pena: podríavolver a formar parte de las filas de laorden, con su reputación restaurada y suprestigio por las nubes. Nada hacíaascender más a un mago en el escalafóndel Kirin Tor que su reputación, aunqueningún miembro del consejo habríaadmitido esa cruda verdad.

—Vas a ir a Khaz Modan —respondió el otro mago, un tantovacilante— y, una vez allí, vas a dar lospasos necesarios para liberar de susorcos captores a la reina de los

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dragones, Alexstrasza…

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CAPÍTULODOS

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A Vereesa no le gustaba esperar.La mayoría de la gente creía que

los elfos poseían la paciencia de unglaciar, pero los más jóvenes, comoella, que hacía un año que habíaterminado su periodo de aprendizaje enlos forestales, eran muy parecidos a loshumanos en ese aspecto. Llevaba tresdías esperando a ese mago al que sesuponía que tenía que escoltar hasta unode los puertos orientales que daban alMare Magnum. En general, respetaba alos magos tanto como cualquier elforespetaría a un humano, pero éste enconcreto se había ganado su ira. Vereesaquería ayudar a sus hermanos y

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hermanas a cazar a todos y cada uno deesos orcos que aún quedaban vivos, aenviar a esas bestias asesinas a su másque merecida muerte. La forestal jamáshabría esperado que su primera misiónimportante consistiría en hacer de niñerade un viejo mago senil y desmemoriado.

—Una hora más —masculló—. Unahora más, y me voy.

Su lustrosa yegua elfa, de colorcastaño, resopló levemente. Tras variasgeneraciones de cruces, los elfos habíanlogrado engendrar un animal muysuperior a sus primos mundanos, o almenos eso creía el pueblo de Vereesa.La yegua se encontraba en perfectasintonía con su jinete, de modo que lo

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que a cualquier otro le habría parecidoun mero gruñido del equino, provocóque la forestal se incorporara con suarco en la mano, donde ya tenía unalarga flecha lista para ser lanzada.

No obstante, en aquel bosquereinaba la calma, no la agitaciónprovocada por alguien que quisieraatacarla a traición. Se encontraba en lastierras de Lordaeron, un reino de laAlianza, donde sería muy extraño queunos orcos o unos trols la atacasen.Miró en dirección a la pequeña posadaque había sido designada como punto deencuentro, pero no divisó a nadie, salvoa un mozo de establo que llevaba unfardo de paja. Aun así, la elfa no bajó el

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arco. Su montura rara vez gruñía, amenos que los acechara algún peligro.Tal vez se tratara de bandidos.

Poco a poco, la forestal giró encírculo. Si bien el viento provocó que sularga melena de un blanco plateado leazotara la cara, eso no le impidióexaminar los alrededores con su agudavista. Sus ojos, que tenían forma dealmendra y eran de color azul celeste,captaron hasta el más mínimomovimiento del follaje. Y sus largas ypuntiagudas orejas, que asomaban porencima de su espesa melena y con lasque era capaz de escuchar el leve sonidoque emite una mariposa al posarse enuna flor cercana, no detectaron ningún

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ruido extraño.Pero seguía sin saber por qué su

yegua le había hecho una advertencia.Tal vez había espantado a aquella

supuesta amenaza que había rondadocerca de ella. Al igual que cualquierelfo, Vereesa era consciente de que supresencia imponía respeto. Aquellaforestal era más alta que la mayoría delos humanos e iba ataviada con unasbotas de cuero que le llegaban hasta lasrodillas, unos pantalones y una blusaverdes como el bosque y una capa deviaje de color roble. Protegía sus manoscon unos guantes que se extendían casihasta los codos, pero que le permitíanutilizar el arco o la espada que portaba

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en la cintura con suma facilidad. Porencima de la blusa llevaba una robustacoraza que se adaptaba perfectamente asu esbelta y torneada silueta. En laposada, un lugareño había cometido elerror de admirar sus cualidadesfemeninas e ignorar su porte militar.Como estaba borracho, Vereesa sólo lerompió unos cuantos dedos; ya que aqueltipo seguramente se habría guardadopara sí aquellos comentarios tangroseros si no hubiera estado tanembriagado.

La yegua volvió a resoplar. Laforestal lanzó una mirada iracunda a sumontura, a la vez que una reprimendabrotaba de sus labios.

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—Tú debes de ser VereesaBrisaveloz —dijo alguien de repente,con un tono de voz bajo y cautivador,fuera de su campo visual.

De inmediato, la punta de su flechaapuntó directamente a la garganta deaquel sujeto antes de que éste pudieradecir algo más. Si Vereesa hubieradisparado la flecha en ese momento,habría atravesado el cuello del reciénllegado y habría salido por el otro lado.

Sin embargo, por muy extraño queparezca, aquel hombre no pareciósentirse arredrado por la amenaza quesuponía esa flecha letal. La elfa loexaminó de la cabeza a los pies, y tuvoque reconocer que no fue una tarea muy

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desagradable, y de inmediato se percatóde que aquel intruso que habíaaparecido de repente debía de ser elmago al que había estado esperando.Eso explicaría la extraña reacción de sumontura y el hecho de que no hubierasido capaz de detectar su presenciahasta entonces.

—¿Eres Rhonin? —preguntó, al fin,la forestal.

—¿No soy como esperabas? —preguntó a su vez el mago, esbozandouna sonrisa sardónica.

Al instante, la elfa bajó el arco, y serelajó un poco.

—Me ordenaron que esperara a unmago, a un humano. No me dijeron nada

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más.—Y a mí que me esperaría un

forestal elfo, no me dijeron nada más —replicó, mientras le lanzaba una miradaque casi provocó que Vereesa alzara elarco de nuevo—. Así que en esteaspecto estamos igualados.

—No, ni por asomo. ¡Llevo tres díasesperándote! ¡Tres valiosos díasdesperdiciados!

—Ha sido inevitable. Tenía quehacer una serie de preparativos. Y ésasfueron todas las explicaciones que le dioel mago. Vereesa decidió que era mejorno insistir. Al igual que la mayoría delos humanos, aquel mago era un egoístaque sólo pensaba en sí mismo. Se

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consideró afortunada por no habertenido que esperar más. No dejaba desorprenderle que la Alianza hubierasalido victoriosa frente a la Horda apesar de contar con tantos individuoscomo el tal Rhonin entre sus filas.

—Bueno, si quieres llegar a KhazModan, será mejor que nos vayamosinmediatamente —dijo la elfa, mientrasmiraba detrás del mago—. ¿Dónde estátu montura?

Casi se esperaba que le contestaraque no tenía, que había empleado susformidables poderes para transportarsehasta aquel lugar, pero en ese caso,Rhonin no habría necesitado que ella loguiase hasta el barco. Sin duda debía

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poseer poderes impresionantes, aunquelimitados. Además, por lo poco quesabía la forestal acerca de la misión quetenía que llevar a cabo Rhonin,sospechaba que precisaría reservarfuerzas para más adelante si queríasobrevivir. Khaz Modan no era unatierra que recibiera a los forasteros conlos brazos abiertos precisamente. Lascalaveras de valerosos guerrerosdecoraban las tiendas orcas, o eso teníaentendido; además, los dragonespatrullaban constantemente el cielo. Noera un lugar al que Vereesa habría idosin contar con el apoyo de un ejército.No era cobarde, pero tampoco necia.

—La he atado a un abrevadero que

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hay junto a la posada, para que puedabeber un poco de agua. He cabalgadomucho hoy, mi señora.

El hecho de que se dirigiera a ellallamándola «mi señora» podría haberhalagado a Vereesa, si no fuera por elleve toque de sarcasmo que creyódetectar en su tono de voz. Pero decidióque era mejor contener la rabia queaquel humano había despertado en ella.Se volvió hacia su cabalgadura, colocóen su sitio el arco y la flecha y, acontinuación, procedió a preparar a suanimal para el viaje.

—A mi caballo le vendría biendescansar unos cuantos minutos más —sugirió el mago—, y a mí también.

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—Aprenderás enseguida a dormir alomos de tu montura. Además, el ritmoque voy a imprimir al principio lepermitirá recuperar fuerzas a tu corcel.Ya hemos perdido demasiado tiempo. Amuy pocos barcos, por mucho queprocedan de Kul Tiras, les hace graciala idea de navegar hasta Khaz Modanpara que un mago pueda llevar a cabouna misión de vigilancia. Si no llegamospronto al puerto, quizá decidan quetienen otros asuntos que atender másimportantes y menos suicidas.

Para su alivio, Rhonin no rebatió suspalabras, sino que frunció el ceño, segiró y se encaminó hacia la posada.Vereesa lo observó mientras se alejaba,

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con la esperanza de poder reprimir latentación de clavarle una flecha antes deque sus caminos se separaran.

Entretanto, seguía dándole vueltas ala misión de aquel mago. Si bien eracierto que Khaz Modan seguía siendouna amenaza por los dragones quevivían allí y sus amos orcos, la Alianzacontaba con otros observadores muchomejor preparados que ese mago tanto enlas fronteras de esas tierras como en elinterior. Vereesa sospechaba que lamisión de Rhonin debía de ser muyimportante, ya que, si no, el Kirin Torjamás se habría arriesgado a apostar poraquel mago tan arrogante. Aun así,¿habían adoptado la decisión más

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juiciosa al elegirlo justo a él?Seguramente, tendría que haber alguienmás capacitado y más digno deconfianza que ese humano. Daba laimpresión de que aquel mago poseía uncarácter un tanto impredecible quepodría llevar la misión al desastre.

La elfa intentó olvidarse de todasaquellas dudas. El Kirin Tor habíatomado una decisión firme, y el mandode la Alianza se había mostradoclaramente de acuerdo con esa decisión,ya que, en caso contrario, no la habríanenviado para ser la guía de aquel mago.Más le valía dejar de preocuparse y dedarle tantas vueltas al asunto. Lo únicoque tenía que hacer era llevarlo hasta un

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navío, y después podría proseguir sucamino. La suerte de Rhonin a partir delmomento en que sus caminos seseparasen no le incumbía lo másmínimo.

Cabalgaron durante cuatro días, sintener que enfrentarse a ninguna amenaza,sólo al agobio que suponían algunosinsectos muy pesados. Si lascircunstancias hubieran sido otras, elviaje podría haber resultado casiidílico, salvo por el hecho de queRhonin y su guía apenas habíanintercambiado un par de palabras entodo ese tiempo. Esto no parecía

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importarle demasiado al mago, cuyospensamientos estaban concentrados en lapeligrosa misión que tenía por delante.En cuanto la nave de la Alianza lodejara a orillas de Khaz Modan, se veríaabandonado a su suerte en un reinoinvadido por orcos cuyos cielosvigilaban los dragones que aquellosretenían cautivos. Rhonin no eracobarde, pero tampoco ansiaba sersometido a torturas, ni sufrir una muertelenta y agónica. Por eso mismo, subenefactor en el consejo le había puestoal corriente de los últimos movimientosdel clan Faucedraco, el cual debía estarespecialmente alerta en aquellosmomentos, sobre todo si era cierto que

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el leviatán negro conocido comoAlamuerte seguía vivo, tal como lehabían informado a Rhonin.

Aun así, por muy peligrosa quepudiera parecer aquella misión, Rhoninjamás habría dado media vuelta. Se lehabía dado la oportunidad no sólo deredimirse, sino de ascender en elescalafón del Kirin Tor, por lo cualsiempre le estaría sumamenteagradecido a su mecenas, al que sóloconocía por el nombre de Krasus. Casicon toda seguridad, debía de tratarse deun nombre falso, una práctica habitualentre aquellos que pertenecían alconsejo. Los magos maestros de Dalaranse elegían en secreto, de tal modo que

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solamente sus colegas se enteraban de suascenso en la jerarquía, ni siquiera susseres queridos lo sabían. Incluso la vozcon la que Rhonin había escuchadohablar a su benefactor podría noparecerse en nada a su verdadera voz.Tal vez ni siquiera era un hombre enrealidad.

Pese a que era posible adivinar laidentidad de algunos integrantes delcírculo interno del consejo, Krasusseguía siendo un enigma para su astutoprotegido. Aunque lo cierto era que aRhonin, en aquellos momentos, leimportaba bastante poco saber cuál erala verdadera identidad de Krasus; loúnico que le importaba era que gracias a

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él iba a poder alcanzar sus sueños.Sin embargo, esos sueños nunca se

harían realidad si no zarpaba en el barcoque lo aguardaba. Se inclinó haciadelante en la silla de su montura ypreguntó:

—¿Cuánto queda hasta llegar aHasic?

Sin darse la vuelta, Vereesa lecontestó desganadamente:

—Tres días por lo menos. Pero no tepreocupes; a este ritmo, llegaremos alpuerto a tiempo.

Rhonin se echó hacia atrás. Yahabían hablado bastante era la segundaconversación que mantenían aquel día.Probablemente, sólo había una cosa

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peor que tener que cabalgar junto a unaelfa: tener que viajar con uno de esostaciturnos Caballeros de la Mano dePlata. A pesar de que siempre semostraban muy corteses, los paladinesno solían perder la ocasión de dejarbien claro que consideraban la magia unmal necesario, del que se librarían enépocas más propicias. El último paladínque se había encontrado Rhonin habíaasegurado que cuando un mago moría, sualma iba a parar a la misma fosatenebrosa en la que yacían los míticosdemonios de antaño. Con independenciade lo inmaculada que pudiera ser sualma, Rhonin estaba condenado por elhecho de ser mago.

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La tarde tocaba a su fin. El sol iniciósu descenso entre las copas de losárboles, creando así fuertes contrastesen la espesura entre las zonasiluminadas y los rincones sombríos.Pese a que Rhonin esperaba llegar a loslindes del bosque antes de queanocheciera, estaba claro que no lo ibana lograr. En ese instante, y no porprimera vez, repasó mentalmente elmapa que había memorizado paraaveriguar no sólo dónde se encontrabaen aquellos momentos, sino tambiénpara comprobar si su compañera deviaje no se equivocaba al afirmar quellegarían a tiempo al barco. Lo ciertoera que había llegado tarde a su cita con

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Vereesa porque había tenido queocuparse de reunir ciertas provisiones yotras cosas que iba a necesitar.Esperaba que esa tardanza no acabaraponiendo en peligro la misión.

Liberar a la reina de losdragones…

Era una misión imposible,improbable para algunos y ciertamentemortal para la mayoría. No obstante,Rhonin ya había propuesto ese mismoplan durante la guerra. Obviamente, silograban liberar a la reina de losdragones, conseguirían arrebatarles alos orcos, que aún moraban en esastierras, una de sus más preciadas armas.Sin embargo, las circunstancias no

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habían permitido que una misión de talenvergadura pudiera realizarse.

Rhonin era consciente de que la granmayoría del consejo esperaba quefracasase. Si se libraban de él, podríanborrarlo de la noble historia de la orden,puesto que lo consideraban una manchapara su reputación. Esa misión era unarma de doble filo: si tenía éxito, losdejaría asombrados; pero si fracasaba,se sentirían muy aliviados.

Al menos, sabía que podía confiaren Krasus. Aquel mago se habíaaproximado a su homólogo más jovenpara preguntarle si seguía creyéndosecapaz de lograr lo imposible. El clanFaucedraco seguiría manteniendo su

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dominio sobre Khaz Modan a menos queAlexstrasza fuera liberada, y mientraslos orcos continuaran bajo las órdenesde la Horda, aquel lugar podría llegar aconvenirse en un foco de resistencia alque se podrían sumar los orcos que seencontraban en los enclavescustodiados. Nadie quería otra guerra.Además, la Alianza ya estaba bastanteocupada con sus diversas disputasinternas como para enfrentarse a unnuevo conflicto bélico.

El fugaz bramido de un trueno sacó aRhonin de sus pensamientos, Alzó lavista, pero sólo alcanzó a ver unascuantas nubes esponjosas. Entonces, elmago pelirrojo frunció el ceño y dirigió

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la mirada hacia la elfa con la intenciónde preguntarle sí también ella habíaescuchado aquel trueno.

Un segundo bramido mucho másamenazador provocó que se le tensarantodos los músculos del cuerpo.

Al mismo tiempo, Vereesa se le echóencima. La forestal se las habíaingeniado para darse la vuelta en su sillade montar y abalanzarse sobre el mago.

Una sombra colosal cubrió todocuanto los rodeaba.

La forestal y el mago chocaron, detal modo que la elfa, ayudada por elpeso de su armadura, acabó derribandode su montura a Rhonin. Ambos volaronpor el aire.

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Acto seguido, se escuchó un rugidocapaz de romperles los tímpanos, y unafuerza similar a un tornado arrasó aquelpaisaje. El mago cayó sobre el durosuelo y, a través de un velo de dolor,oyó a su montura proferir un breverelincho que cesó de inmediato.

—¡Agáchate! —gritó Vereesa porencima del estruendo del viento y deaquellos rugidos—. ¡Agáchate!

Sin embargo, Rhonin se volvió paramirar al cielo… y se topó con una visióninfernal.

Un dragón del color de un fuegointenso cubrió el firmamento. En suszarpas delanteras sostenía lo quequedaba del caballo de Rhonin y las

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provisiones que tanto le habían costadoy que con tanto esmero había escogido.Aquel leviatán carmesí engulló de untrago el resto de aquel cadáver, mientrasmantenía la mirada clavada en laspequeñas y patéticas siluetas que yacíanen tierra.

Una figura verde y grotesca, provistade colmillos y de un hacha de batalla, seencontraba sentada sobre los hombrosde aquella bestia, mientras quevociferaba órdenes en un idiomadesagradable y señalaba directamentehacia Rhonin. El dragón se lanzó enpicado hacia él, con las fauces abiertasde par en par y las garras dispuestas ainfligirle un gran daño.

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—Una vez más, le doy las graciaspor atenderme, majestad —dijo el noblede pelo oscuro, con un tono de vozenérgico y comprensivo—. Quizátodavía podamos evitar que esta crisiseche por tierra todo lo que se habíalogrado hasta ahora.

—De ser así, Lordaeron y la Alianzatendrán mucho que agradecerte, LordPrestor —replicó el anciano caballerocon barba, ataviado con los elegantesropajes blancos y dorados que indicabanque era el jefe del Estado—. Gracias atu labor, tengo el presentimiento de queGilneas y Stromgarde entrarán en razón.

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Aunque no era menudoprecisamente, el rey Terenas se sentía untanto abrumado ante aquel hombre con elque hablaba, pues era más grande que él.

El joven sonrió, revelando así unahilera de dientes perfectos.

Terenas nunca había visto a unhombre de porte más regio que LordPrestor. Con su imponente presenciafísica —el pelo oscuro, corto, muy bienarreglado, unas facciones aguileñas yuna barba perfectamente afeitada—, quehabía vuelto locas a muchas mujeres dela corte, así como su rapidez mental y unporte mucho más noble que el decualquier príncipe de la Alianza, no erade extrañar que todos los involucrados

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en el conflicto de Alterac, entre ellosGenn Cringris, se hubieran dejadoseducir por él. Prestor poseía talencanto que incluso había logrado que elrey de Gilneas sonriera en una ocasión,o al menos eso le habían contado losmaravillados diplomáticos de Terenas.

Para tratarse de un joven noble dequien nadie había oído hablar cincoaños antes, aquel huésped del rey sehabía labrado una gran reputación. Sibien Prestor provenía de la región másmontañosa e ignota de Lordaeron, estabaemparentado con la casa real de Alterac.Durante la guerra, unos dragones habíandestruido su pequeño reino y se habíavisto obligado a viajar hasta la capital a

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pie, sin un solo sirviente para ayudarlo avestirse. Las penalidades que habíasufrido y las increíbles proezas quehabía logrado desde su llegada a lacapital alimentaban su leyenda. Y lo quees más importante, sus consejos habíanayudado al rey en muchas ocasiones,incluso en los tenebrosos días en que elcanoso monarca había dudado sobre quéhacer con Lord Perenolde. De hecho,Prestor había sido quien le había hechodecantarse por la opción que acabótomando. Había animado a Terenas ahacerse con el poder en Alterac, y aaplicar la ley marcial en esas tierras. Sibien Stromgarde y los demás reinoshabían entendido que era preciso actuar

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contra el traidor Perenolde, nocomprendían que Lordaeron siguieradominando ese reino una vez acabada laguerra, con el único propósito desatisfacer sus propios intereses. Enaquellos momentos, Prestor parecía serla persona indicada para explicar lasituación al resto de reinos yconvencerlos para que aceptaran sudecisión definitiva sobre el asunto.

Eso habría provocado que,últimamente, el aventajado monarca defacciones muy marcadas estuvierarumiando una posible solución quedejaría anonadado incluso a aquelhombre tan inteligente que tenía ante sí.Terenas se había negado a ceder el

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control de Alterac al sobrino dePerenolde, a quien Gilneas habíaprestado su apoyo. Tampoco creía quefuera una buena decisión dividir el reinoen cuestión entre Lordaeron yStromgarde. Así se ganarían,seguramente, no sólo la ira de Gilneas,sino también la de Kul Tiras. Habíadescartado asimismo la posibilidad deanexionar Alterac a su reino.

Porque ¿qué pasaría si dejase elcontrol de aquella región en manos dealguien más que capacitado y a quientodos admiraban, alguien que habíademostrado que sólo deseaba la paz y launidad de los reinos? Alguien que fuesetambién un hábil administrador, según el

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criterio del rey Terenas, alguien queademás seguiría siendo un leal aliado yun fiel amigo de Lordaeron…

—Te lo agradezco de veras, Prestor—dijo el rey, quien se estiró para darleuna palmadita en el hombro a aquelcaballero mucho más alto que él.

Prestor debía de medir unos dosmetros de altura, pero, a pesar de sudelgadez, no se le podía considerar unlarguirucho enclenque. Prestor llenabaperfectamente su uniforme azul y negro,y daba la impresión de ser un auténticohéroe militar.

Seguidamente, el rey agregó:—Tienes mucho de lo que

enorgullecerte, y mucho por lo que

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debes ser recompensado. No olvidaré elpapel que has desempeñado en todoesto, créeme.

Prestor le dedicó una leve sonrisa.Terenas pensó que probablemente aqueljoven se imaginaba que el monarcapronto le permitiría recuperar el controlde su pequeño reino, así que decidiódejar que el muchacho siguiera soñandocon ello; de ese modo, cuando el rey deLordaeron lo propusiera como nuevomonarca de Alterac, sería divertido verel gesto de perplejidad en el semblantede Prestor. Uno no se convierte en reytodos los días, a menos que herede elcargo, por supuesto.

El huésped de honor de Terenas se

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despidió, hizo una venia con elegancia y,acto seguido, abandonó la cámaraimperial. En cuanto Prestor se marchó,el anciano no pudo evitar fruncir el ceñoal pensar que aquellas cortinas de seda,aquellas arañas de oro y aquel suelo depuro mármol blanco eran incapaces dedotar a la estancia de esa luz especialcon la que solía iluminarla aquel jovennoble con su mera presencia. En verdad,Lord Prestor destacaba entre los muchosdetestables cortesanos que acudían enmasa al palacio. Era alguien en quientodo el mundo podía confiar, un hombredigno de confianza y respeto en todoslos aspectos. A Terenas le hubieragustado que su hijo se hubiera parecido

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un poco más a Prestor.El rey se frotó la barba a la altura de

la barbilla. Sí, era el hombre perfectopara que aquellas tierras recuperaran suhonor perdido, y también para restaurarla armonía entre los miembros de laAlianza al dotarla de savia nueva yrobusta.

Mientras seguía dándole vueltas alasunto, sus pensamientos divagaronhacia su hija Calia. Aún era una niña,pero pronto seria toda una belleza.Quizá algún día, si todo iba bien,Prestor y él pudieran reforzar su amistady su alianza con una boda real.

Sí, hablaría con sus consejeros deinmediato, les informaría de qué

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opinaba al respecto como rey. Terenasestaba seguro de que se mostrarían deacuerdo con la decisión que habíatomado. No conocía a nadie que notuviera en alta estima al joven noble.

«El rey Prestor de Alterac». Terenasdisfrutaba imaginando la expresión quese dibujaría en el rostro de su amigo encuanto conociera la naturaleza de surecompensa por los serviciosprestados…

—Atisbo la tenue sombra de unasonrisa en tu semblante. ¿Acaso alguienha sufrido una muerte horrenda,truculenta y sangrienta, oh, ponzoñoso

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amo?—Guárdate esas chanzas para ti,

Kryll —replicó Lord Prestor, mientrascerraba la enorme puerta de hierro trasél.

Arriba, en la vieja mansión que suanfitrión, el rey Terenas, le había cedidoamablemente, unos siervos, escogidospor Prestor, montaban guardia paraevitar que ninguna visita inesperada sedejara caer por ahí. Su señor teníatrabajo que hacer, y aunque ninguno deaquellos siervos sabía qué sucedíarealmente dentro de las cámarassubterráneas, se les había advertido quesi alguien osaba molestar a su señor, lopagarían con su vida.

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Prestor no esperaba que nadie lointerrumpiera y confiaba en que suslacayos lo obedecieran a ciegas. Elhechizo que había lanzado sobre ellosera muy similar al que había utilizadopara que el rey y su corte lo admirarancomo un refugiado gallardo y deconfianza, sin que se replantearan por unmomento esa impresión. Además, con elpaso del tiempo había afinado suefectividad.

—¡Mis más sinceras disculpas, oh,príncipe de la duplicidad! —exclamócon voz áspera aquel ser diminuto yenjuto que tenía ante él.

El tono que había empleadorevelaba que aquel ser poseía cierta

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maldad, lo dominaba un tanto la locura yno era del todo humano, lo cual no erasorprendente, dado que el esbirro dePrestor era un goblin.

Su cabeza apenas le llegaba por lacintura al noble, y, probablemente,algunos habrían tomado a esa diminutacriatura de color verde esmeralda por unser débil y estúpido. Sin embargo, trasesa sonrisa demente podían apreciarseunos dientes muy largos y afilados y unalengua bífida de un rojo sangre. Sus ojosestrechos y amarillos, sin pupilasvisibles, centelleaban de júbilo, pero setrataba de esa clase de gozo que unoobtiene al arrancarle las alas a unamosca o los brazos a un sujeto en el

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transcurso de ciertos experimentos. Unamata de pelo de un color castañoapagado se alzaba desde la nuca delgoblin y terminaba en una cresta revueltaque coronaba la achaparrada frente deaquella horrenda criatura.

—Aun así, tenemos motivos decelebración —dijo Lord Prestor. En sudía, la cámara inferior se había utilizadopara guardar provisiones; en aqueltiempo, el frescor de la tierra habíaservido para mantener el vino a latemperatura idónea. Ahora, sin embargo,gracias a las ligeras modificaciones quehabía hecho Kryll, uno se sentía enaquella vasta sala como si estuvierasentado justo encima de un volcán en

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erupción.Lord Prestor, en cambio, se sentía

como en casa en aquel lugar.—¿De celebración, oh, maestro del

engaño? —preguntó Kryll riendobobaliconamente.

Kryll se solía reír así, sobre todocuando sabía que alguien tramaba algosiniestro. Las dos grandes pasiones deaquella criatura esmeralda consistían enexperimentar y crear el caos, y, siempreque era posible, procuraba combinarambas. De hecho, la parte trasera deaquella cámara estaba repleta de mesasde trabajo, matraces, sustancias enpolvo, diversos mecanismos muycuriosos y una serie de colecciones

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macabras que el goblin había reunido.—Sssí, de celebración, Kryll —

siseó Prestor, cuyos penetrantes ojos delcolor del ébano miraban fijamente y sinpestañear al goblin, quien, de repente,dejó de sonreír, borrando de su rostrotodo gesto de burla—. Estoy seguro deque querrás unirte a la fiesta, ¿verdad?

—Sí, amo.El noble uniformado se detuvo un

momento para inhalar aquel aire tancaliente. Acto seguido, brotó unaexpresión de alivio en sus faccionesangulosas.

—Aaah, cuánto lo echo de menos —suspiró, al tiempo que adoptaba un gestomuy serio—. Pero he de esperar. Sólo

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iré allí cuando sea necesario, ¿verdad,Kryll?

—Lo que usted diga, amo.En el semblante de Prestor volvió a

dibujarse una sonrisa, esta vez realmentesiniestra.

—Estás ante quien probablementeserá el próximo rey de Alterac.

El goblin hizo tal reverencia que suestrecho pero musculoso cuerpo casirozó el suelo.

—Ave, alteza, rey A…De repente, se escuchó un ruido que

hizo que ambos miraran hacia laderecha. Al instante, otro goblin máspequeño emergió de una rejilla metálicaque cubría un viejo conducto de

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ventilación. Con suma destreza, esafigura diminuta se abrió paso como pudoa través de la estrecha abertura y seacercó corriendo a Kryll. El feo rostrodel recién llegado mostró una sonrisadiabólica, un gesto que prontodesapareció bajo el efecto de la intensamirada de Prestor.

El segundo goblin le susurró algo aloído a Kryll, dotado de unas enormesorejas muy puntiagudas. Kryll siseó y, acontinuación, despidió a la otra criaturacon un gesto de la mano cargado dedesidia. Acto seguido, el recién llegadodesapareció por la rejilla abierta.

—¿Qué sucede? —preguntó el jovennoble.

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A pesar de que aquellas palabrasbrotaron con suma calma y delicadezade los labios del aristócrata, llevabanimplícita la exigencia de que el goblinrespondiera sin la menor vacilación.

—Aaah, amo misericordioso, alparecer hoy es su día de suerte —dijoKryll, en cuyo rostro bestial volvió adibujarse una sonrisa demente—. Quizádebería apostar hoy. Seguro que lasestrellas lo favorecerían…

—¿Qué sucede?—Alguien… alguien pretende

liberar a Alexstrasza…Prestor observó al goblin fijamente.

Miró a Kryll durante tanto tiempo y contal intensidad que éste se encogió de

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miedo. El goblin dio por sentado que sumuerte era inminente, lo cual era unapena. Aún tenía tantos experimentos quehacer, tantos explosivos que probar…

De improviso, aquella figura alta yvestida de negro que se hallaba ante élestalló en carcajadas; se trataba de unarisa profunda, siniestra y de tintespreternaturales.

—Es perfecto —logró decir LordPrestor entre una carcajada y otra.

Acto seguido, extendió los brazoshacia delante como si pretendieracapturar el mismo aire. Sus dedosparecían infinitamente largos yrecordaban a unas zarpas. Entonces,agregó:

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—¡Sencillamente perfecto!Siguió riéndose; mientras tanto, el

goblin Kryll se relajó, maravillado anteel extraño acontecimiento del que estabasiendo testigo, al tiempo que negaba casiimperceptiblemente con la cabeza.

—Y dicen que yo estoy loco —masculló en voz baja.

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CAPÍTULOTRES

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E l mundo estalló en llamas.Vereesa soltó un juramento

mientras el mago y ella huían bajo aquelinfierno que repentinamente habíaexhalado el coloso carmesí a medidaque descendía. Si Rhonin no se hubierademorado tanto, esto no habría pasado.A esas alturas, ya habrían llegado aHasic, y habría seguido cada uno sucamino. Ahora, parecía bastanteprobable que cada uno seguiría sucamino… al más allá.

Sabía que los orcos de Khaz Modantodavía enviaban, de vez en cuando,vuelos de dragones para desatar elterror en las pacíficas tierras de sus

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enemigos, pero su compañero de viaje yella habían tenido muy mala suerte altoparse con uno de ellos. Hoy día, losdragones escaseaban, y los reinos deLordaeron eran inmensos.

La elfa dirigió la mirada haciaRhonin, quien se había adentrado raudoy veloz en el bosque, y entonces se diocuenta. Se habían encontrado con aqueldragón porque su compañero de viajeera mago. Los dragones poseían unossentidos que superaban incluso los delos elfos; se decía que eran capaces,dentro de unos límites, de oler la magia.Era obvio que el desastroso giro quehabían tomado los acontecimientos eraculpa del mago. El orco debía de haber

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venido a por él montado en su dragón.Rhonin, evidentemente, pensaba lo

mismo, ya que había desaparecido de lavista de la forestal lo más rápidoposible, adentrándose como alma quelleva el diablo en el bosque, endirección opuesta a la que había tomadola elfa. La forestal resopló. Los magosnunca servían de mucho en primera líneade batalla; resultaba muy fácil atacar aalguien desde cierta distancia o por laespalda, pero cuando un mago tenía queenfrentarse cara a cara a un enemigo…

Claro que en este caso se trataba deun dragón.

En ese instante, el leviatán viróhacia el humano que intentaba

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desaparecer de su vista. A pesar de loque pudiera pensar de él a títulopersonal, Vereesa no quería ver muertoal taumaturgo. No obstante, tras echar unvistazo a su alrededor, la forestal depelo plateado concluyó que no habíaforma de ayudarlo. El dragón le habíaarrebatado también su montura, y conella había perdido su arco favorito. Laúnica arma que le quedaba era suespada, con la que muy poco podríahacer frente a ese titán desatado.Vereesa observó todo cuanto la rodeaba,en un intento por dar con algo quepudiera usar como arma, pero noencontró nada.

Lo cierto era que no tenía muchas

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opciones. Como forestal, no podíapermitir que el mago sufriera ningúndaño si ella podía evitarlo. Así que sevio obligada a hacer lo único que se leocurrió en aquel momento para salvarlela vida.

La elfa abandonó su escondite de unsalto. Alzó las manos y gritó:

—¡Eh! ¡Ven aquí, engendro deldemonio! ¡Ven aquí!

El dragón no la oyó; su atenciónestaba centrada en el bosque en llamasbajo sus pies. Vereesa por fin pudoconfirmar que se trataba de un macho.En algún lugar en medio de ese infierno,Rhonin luchaba por sobrevivir. Sinembargo, aquella bestia estaba más que

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dispuesta a evitar que el mago salieravivo de allí.

La guerrera elfa soltó una maldición,echó un vistazo a su alrededor y se fijóen una piedra muy pesada. Para unhumano, lo que aquella forestalpretendía hacer habría sidoprácticamente imposible, pero para ellaera algo que entraba dentro de loposible. Vereesa confió en que susbrazos siguieran siendo tan fuertes comounos cuantos años atrás.

Se estiró, cogió impulso hacia atrásy lanzó la piedra a la cabeza de aquelleviatán carmesí.

A pesar de que había calculado bienla distancia, el dragó viró

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repentinamente, y, por un momento,Vereesa dio por sentado que habíafallado. Sin embargo, pese a que no leacertó en la cabeza, el proyectil impactócontra la punta de su ala palmeada máscercana. La elfa no esperaba lastimar aaquella bestia, pues una piedra era unarma risible frente a la dureza de lasescamas de un dragón; sólo pretendíaatraer su atención.

Y lo logró.La descomunal cabeza se giró hacía

ella inmediatamente. El dragón rugió defuria por culpa de aquella interrupción.Al instante, el orco gritó algoininteligible a su montura. Aquellaenorme silueta alada se ladeó

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abruptamente y viró hacia ella. Vereesahabía logrado su objetivo: desviar laatención del dragón, que ya no secentraba en el desdichado mago.

Vale, ¿y ahora qué?, se reprendió así misma.

La elfa se dio la vuelta y echó acorrer, consciente de que no teníaninguna posibilidad de dejar atrás a sumonstruoso perseguidor.

Las copas de los árboles que sealzaban por encima de ella ardieron encuanto la sombra del dragón cubrióaquel paisaje. Diversos fragmentos defollaje en llamas cayeron ante ella,cortando así la ruta de escape quepretendía seguir Vereesa. Sin dudarlo,

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giró a la izquierda y se lanzó hacia unosárboles que por ahora se habían libradode aquel infierno.

Vas a morir, se dijo a sí misma.Ytodo por culpa de ese mago inútil.

Un bramido ensordecedor la hizomirar hacia atrás. El dragón rojo ya lahabía alcanzado, y en ese instanteestiraba una garra con el fin de atrapar ala forestal, que seguía corriendo.Vereesa se vio a si misma aplastada poresa zarpa, o sufriendo un destino peor:siendo arrastrada hacia las horrendasfauces de aquel coloso, que lamasticaría o engulliría de un trago.

Pero justo en el momento en que lamuerte se encontraba a escasos

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centímetros, el dragón apartó de repentesus garras y comenzó a retorcerse en elaire mientras se arañaba el torso con susgarras. Daba la sensación de que seestaba rascando alguna parte del cuerpo,bueno más bien todo el cuerpo, comosi… como si estuviera sufriendo unpicor tremendamente doloroso. El orcomontado a lomos del leviatán intentabamantenerlo bajo control, pero la bestiahabía dejado de obedecerlo; le hacíamás caso a esa suerte de pulga invisibleque parecía incordiarlo tanto.

Vereesa se detuvo y contempló condetenimiento la escena; nunca había sidotestigo de un espectáculo tan asombroso.El dragón se revolvía y giraba sobre sí

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mismo mientras intentaba acabar conaquella agonía; se estremecía de unamanera cada vez más frenética. El jineteorco a duras penas era capaz deaferrarse a su montura. Entretanto, laelfa se preguntaba qué podía causar aese monstruo tanto…

La respuesta le llegó en forma desusurro.

—¿Rhonin?Y como si por el mero hecho de

decir su nombre lo hubiera invocado, elmago pelirrojo apareció ante ella comoun fantasma. Estaba totalmentedesmelenado, y su oscura túnica,cubierta de barro y rasgada; no obstante,lo que hasta entonces había sufrido no

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parecía haber hecho mella en él.—Creo que será mejor que nos

larguemos mientras aún podemos, ¿eh,elfa?

No hizo falta que se lo dijera dosveces. Esta vez Rhonin encabezó lamarcha, valiéndose de cierta habilidad,de cierto talento mágico que les permitióatravesar el bosque en llamas. Vereesano podría haberlo hecho mejor, y esoque era una avezada forestal. Rhonin lallevó por senderos que la elfa no atinó aver hasta que se encontraron en ellos.

Mientras tanto, el dragón seguíaretorciéndose allá arriba, rasgándose lapiel. En cierto momento, Vereesa alzó lavista y pudo comprobar que se había

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hecho sangre, ya que sus propias garraseran una de las pocas cosas capaces deatravesar su piel blindada. Sin embargo,no había rastro del orco; al parecer,aquel guerrero provisto de colmilloshabía perdido su asidero y caído alvacío. Vereesa no sintió ninguna penapor él.

—¿Qué le has hecho a ese dragón?—consiguió preguntar entre jadeos.

Rhonin, que seguía concentradotratando de hallar una salida a aquelinfierno, ni siquiera se molestó en mirarhacia atrás, hacia la elfa.

—Algo que no ha salido como yoesperaba. Debería haber sufrido algomás que una molesta e intensa irritación.

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Parecía enfadado consigo mismo;pero la forestal se sintió por primera vezimpresionada por aquel mago. Habíadado un vuelco a la situación: de unamuerte segura habían pasado a tener laposibilidad de salir sanos y salvos…siempre que dieran con la salida.

A sus espaldas, el dragón rugíapresa de una gran frustración.

—¿Cuánto durará?Rhonin se detuvo al fin para posar su

mirada sobre ella, y lo que la elfa pudopercibir en esos ojos la turbó.

—No lo bastante…De inmediato, redoblaron sus

esfuerzos. Aunque el fuego los rodeabaallá donde fueran, finalmente lograron

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alcanzar los confines del incendio yatravesaron las llamas corriendo hastaadentrarse en una zona en la que sólo losamenazaba el humo letal. Siguieronavanzando dando tumbos y ahogándosepor el humo, en busca de un senderodonde el viento soplara de frente, demodo que ayudara a frenar el avance delas llamas y el humo.

Entonces, otro rugido losestremeció; un bramido que no era deagonía, sino de furia y sed de venganza.El mago y la forestal se volvieron ydivisaron una silueta carmesí en lalejanía.

—El hechizo ha dejado de tenerefecto —masculló Rhonin sin necesidad.

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En efecto, el conjuro había dejadode actuar, y Vereesa pudo apreciar queel dragón sabía perfectamente quién erael responsable de su sufrimiento. Consuma determinación, el leviatán, decuerpo enorme y alas coriáceas, avanzóhacia ellos, con el claro propósito dehacérselo pagar.

—¿No tienes ningún otro hechizoque pueda detenerlo? —preguntó agritos Vereesa mientras corrían.

—Tal vez sí. Pero prefiero noutilizarlo. Nosotros también podríamosperecer.

Hablaba como sí el dragón no fueraa matarlos de inmediato. La elfaesperaba que Rhonin diera con la forma

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de lanzar ese conjuro mortífero antes deque el coloso acabara tragándose aambos.

—¿Cuánto queda…? —Inquirió elmago, que tuvo que dejar de hablar paratomar aire—. ¿Cuánto queda hasta llegara Hasic?

—Demasiado.—¿No hay ningún otro asentamiento

a medio camino?La forestal pensó en ello. Al

instante, le vino a la memoria un lugar,aunque fue incapaz de recordar elnombre ni cuáles eran la función y elpropósito de dicho enclave. Lo únicoque sabía era que estaba a un día deviaje de allí.

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Hay un sitio, pero…El bramido del dragón les hizo

temblar de nuevo. Una sombrasobrevoló sus cabezas.

—Si tienes algún otro hechizo quepueda funcionar, te sugiero que loutilices ya.

Vereesa volvió a añorar su arco.Con él, al menos, habría podidoalbergar la esperanza de alcanzar aaquella bestia en los ojos con una de susflechas. La conmoción y la agonía quehabría sufrido quizá hubieran bastadopara hacerlo huir.

Estuvieron a punto de chocar cuandoRhonin se detuvo de improviso y sevolvió para encararse con aquella gran

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amenaza. Agarró de los brazos a laforestal con unas manossorprendentemente fuertes para tratarsede un mago y, a continuación, la apartó aun lado.

Sus ojos refulgían literalmente, algoque Vereesa había oído que les podíaocurrir a los magos muy poderosos, peroque no había visto nunca.

—Reza para que el tiro no nos salgapor la culata —masculló.

Alzo los brazos, señalando con lasmanos al dragón rojo.

Murmuró unas palabras en un idiomaque Vereesa no reconoció, pero que dealgún modo hizo que un escalofrío lerecorriera la columna.

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Entonces, Rhonin juntó las manos yhabló de nuevo.

Al instante, tres siluetas aladasatravesaron las nubes.

Vereesa se quedó boquiabierta.Aquel mago bastante alto calló, dejandoa medias el conjuro, justo cuandoparecía dispuesto a lanzar una maldiciónal firmamento. En ese momento, la elfareconoció a los seres que acababan deaparecer por encima del horrendoadversario.

Eran unos grifos enormes y alados,con cabeza de águila y cuerpo de león,cuyas riendas manejaban unos jinetesdiminutos.

La forestal le tiró del brazo a

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Rhonin.—No hagas nada.El mago le lanzó una mirada

furibunda, pero acabó asintiendo.Ambos alzaron la vista en cuanto elcoloso cubrió todo su campo visual.

Los tres grifos se abalanzaronrápidamente sobre él, cogiéndolo porsorpresa. Vereesa pudo por finidentificar con claridad quiénes eranaquellos jinetes, aunque no eranecesario, puesto que ya lo sabía.Únicamente los enanos del Pico Nidal,una tenebrosa región montañosa situadamás allá del reino elfo de Quel’Thalas,montaban esos grifos salvajes, y sóloaquellos habilidosos guerreros y sus

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monturas podían enfrentarse a un dragónen el aire.

Aunque los grifos eran mucho máspequeños que aquel gigante carmesí,compensaban la diferencia de tamañocon unas garras enormes y afiladas comocuchillas que eran capaces de rasgar lasescamas del dragón, y un pico que podíadestrozar la carne de debajo. Asimismo,se desplazaban por el cielo a másvelocidad que un dragón y viraban dedirección abruptamente en pleno vuelocon una destreza que ninguno de esosleviatanes alados podría adquirir jamás.

Los enanos no se limitaban a llevarlas riendas de su montura. Eran un pocomás altos y esbeltos que sus primos que

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habitaban en las entrañas de la tierra,pero igual de musculosos. Aunque susarmas preferidas, cuando patrullaban loscielos, eran los legendarios Martillos deTormenta. Aquel trío portaba sendashachas de batalla de doble filo con unosmangos muy largos, que esos guerrerosmanejaban con suma facilidad. Sus hojasestaban hechas de un material similar aladamantio y eran capaces de cortarincluso las cabezas cubiertas deescamas y hueso de aquellos colosos. Serumoreaba que el gran Jinete de grifos,Kurdanan había derribado, en su día, aun dragón más grande que ese de un sologolpe certero de un hacha comoaquéllas.

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Los animales alados rodearon a suenemigo, obligándolo moversecontinuamente de un lado a otro para vercuál de ellos suponía una mayoramenaza en cada momento. Si bien losorcos pronto aprendieron a cuidarse delos grifos, este monstruo en particularparecía un tanto perdido, no sabía quéhacer tras haberse quedado sin jineteque lo guiara. Los enanos enseguidaaprovecharon esa ventaja e hicieronmovimientos breves y rápidosacercándose y alejándose, parafrustración del dragón. Las largas barbasy las coletas de aquellos intrépidosenanos revoloteaban en el aire mientrasse reían en la cara de aquella gigantesca

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amenaza. Su risa atronadora provocóque el coloso se enfureciera aún más, demodo que se revolvió como un loco,rasgando el aire con sus zarpas yacompañando sus fútiles ataques conllamaradas.

—Lo están desorientandocompletamente —dijo Vereesa,impresionada por las tácticas queestaban empleando—. Saben que esjoven y que no los atacará siguiendo unaestrategia porque se deja llevar por sutemperamento.

—Por eso mismo, es un buenmomento para irse —replicó Rhonin.

—¡Podrían necesitar nuestra ayuda!—Tengo una misión que cumplir —

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afirmó de manera inquietante— además,tienen la situación bajo control.

Lo cual era cierto. La batalla parecíadecantarse claramente por los jinetes degrifos, y eso que todavía no habíanatacado a la bestia. Aquel trío seguíavolando alrededor del dragón rojo una yotra vez, y el monstruo parecía mareado.Aunque intentaba hacer todo lo posiblepor mantener la mirada fija en uno deellos, siempre lo distraía algún otro.Sólo en una ocasión, una llamaradaestuvo a punto de alcanzar a uno de susoponentes alados.

De improviso, un enano alzó supoderosa hacha, cuyo filo brilló bajo elsol del crepúsculo. Su montura y él

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rodearon una vez más al enemigo, y encuanto se aproximaron por detrás delcráneo de aquel coloso, el grifo se lanzóa gran velocidad sobre él.

Hundió sus garras en el cuello de labestia y le arrancó varias escamas.Mientras el dragón acusaba el dolor, elenano hizo girar su poderosa hacha en elaire y golpeó con fuerza.

La hoja se hundió profundamente.No lo bastante como para matarlo, perosí lo suficiente como para que elleviatán aullara de agonía.

Se volvió por puro instinto y,haciendo gala de unos extraordinariosreflejos, alcanzó con un ala al enano y algrifo, a los que cogió por sorpresa. Al

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instante, salieron despedidos volando,trazando espirales sin control en el aire.Pese a que el jinete siguió aferrándosecomo pudo a su montura, se le escurrióel hacha, que cayó a tierra.

También instintivamente, Vereesa seencaminó hacia el arma, pero Rhonin lebloqueó el paso con un brazo.

—¡He dicho que debemos irnos!La forestal habría discutido con él si

no fuera porque, tras volver a mirar alos combatientes, tuvo que admitir queno sería de gran ayuda con hacha o sinella. El dragón, que estaba herido, habíaascendido aún más alto en el cielo; noobstante, los jinetes de grifos seguíanhostigándolo. Lo único que podría haber

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hecho Vereesa con el hacha hubiera sidoagitarla en el aire inútilmente.

—Vale —masculló finalmente laelfa.

Se alejaron del combate a granvelocidad. Ahora, el mago dependía deque Vereesa lo guiara hasta su destinofinal. Mientras, tras ellos, el coloso ylos grifos se iban reduciendo de tamañohasta no ser más que unas diminutasmotas en el cielo, en parte porque labatalla se había desplazado en direccióncontraria a la que seguían la elfa y sucompañero de viaje.

—Qué curioso… —le escuchósusurrar al mago.

—¿El qué?

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Rhonin se sobresaltó.—Esas orejas no son así de grandes

por capricho, ¿verdad?Vereesa se lo tomó como un insulto,

a pesar de que los había escuchadomucho peores. Los humanos y losenanos, que tenían celos de lasuperioridad innata de la raza elfa,solían escoger las largas y ahusadasorejas de los elfos como blanco de susburlas. A veces, les había escuchadocomparar sus orejas con las de losburros, los puercos y, aún peor, las delos goblins. Vereesa nunca habíaempuñado un arma contra nadie quehubiera hecho esa clase de comentarios,pero casi siempre se las arreglaba para

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que lamentaran sus palabras.El mago entornó sus ojos de color

verde esmeralda.—Lo siento. Te lo has tomado como

un insulto, cuando no pretendíaofenderte.

A pesar de que la forestal albergabaserias dudas sobre su sinceridad, sabíaque tenía que aceptar ese leve conato dedisculpa. Tras reprimir su ira, volvió ainsistir en la cuestión.

—¿Qué es lo que te parece tancurioso?

—Que ese dragón apareciera justoen el momento más oportuno.

—Si piensas así, deberíaspreguntarte también de dónde salieron

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esos grifos. Al fin y al cabo, loespantaron y alejaron de nosotros.

Rhonin hizo un gesto de negacióncon la cabeza.

—Alguien lo divisó e informó de loque sucedía. Esos jinetes simplementecumplían con su deber —conjeturó—.Sé que la desesperación se haapoderado del clan Faucedraco. Secomenta que están intentando aunarfuerzas con los demás clanes rebeldesasí como con aquellos que se encuentranen los enclaves, pero este ataque esabsurdo.

—No alcanzo a comprender lalógica con que razona un orco. Estáclaro que esto ha sido un mero ataque al

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azar. No ha sido el primer ataque de esanaturaleza que sufre la Alianza, humano.

—No, pero me pregunto si…Rhonin dejó de hablar de repente;

ambos fueron conscientes a la vez deque algo se movía en el bosque; algoque parecía acercarse a ellos desdetodas las direcciones.

La forestal desenvainó su espadacon la destreza que da la práctica. Almismo tiempo, Rhonin, que estaba juntoa ella, ocultó las manos, quedesaparecieron entre los pliegues de sutúnica: sin duda se estaba preparandopara lanzar un hechizo. Aunque Vereesano dijo nada, se preguntó si sucompañero le sería de mucha ayuda o no

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en un combate cuerpo a cuerpo. Decidióque sería mejor que él permaneciera enla retaguardia mientras ella se ocupabade los primeros atacantes.

Sin embargo, ya era demasiado tardepara eso. Seis figuras enormes que ibanmontadas a caballo surgieron deimproviso del bosque y los rodearon.Incluso bajo la luz del crepúsculo, susarmaduras plateadas refulgieron conintensidad. La elfa vio que uno de ellosle apuntaba al pecho con una lanza.Rhonin tenía una lanza apuntándole alpecho y otra a su espalda, al espacio quequedaba entre los omóplatos.

Unos cascos con viseras, queportaban una cabeza de león como

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emblema, ocultaban las facciones de suscaptores. Como forestal, Vereesa sepreguntaba cómo se las arreglaban paramoverse ataviados con esas armaduras,y no digamos para guerrear. Los seisjinetes se manejaban en sus monturascomo si las armaduras pesaran menosque una pluma. Sus enormes caballos deguerra grises, que también portabanarmadura, no parecían notar el pesoextra que debían soportar.

Los recién llegados no llevabanningún estandarte; el único símbolo queindicaba su identidad era la silueta deuna mano que se alzaba hacia el cielo, yque estaba grabada en relieve en suscorazas. Vereesa creyó saber quiénes

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eran gracias a ese símbolo, pero no porello se relajó. La última vez que sehabía topado con unos hombres comoaquéllos, iban ataviados con unasarmaduras distintas, con cuernos sobreel yelmo y el emblema de Lordaerontanto en las corazas como en losescudos.

Entonces, un séptimo jineteabandonó lentamente el abrigo delbosque. Portaba una armadura mástradicional, como la que Vereesaesperaba encontrar en un principio.Dentro de aquel yelmo enigmático ydesprovisto de visera, pudo distinguir unrostro humano que transmitía la fuerza ysabiduría que otorga el paso de los

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años, con una barba canosa muycuidada. Portaba los emblemas tanto deLordaeron como de su orden religiosano sólo en el escudo y la coraza sinotambién en el yelmo. La hebilla de platade su cinturón, del que colgabanpoderosas y afiladas hachas queutilizaban los guerreros como él, teníaforma de cabeza de león.

—Una elfa —murmuró, mientras laexaminaba de arriba abajo—. Tushabilidades como guerrera nos serán degran ayuda.

Acto seguido, el supuesto líder deaquellos hombres posó la mirada sobreRhonin, y a continuación comentó conmal disimulado desdén:

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—Y alguien cuya alma estácondenada. Mantén las manos dondepodamos verlas, para que así notengamos la tentación de cortártelas.

Rhonin tuvo que hacer un granesfuerzo para contener su furia mientrasque Vereesa se debatía entre unasensación de alivio y de incertidumbre.Los paladines de Lordaeron, loslegendarios Caballeros de la Mano dePlata, los habían capturado.

Ambos se encontraron en un lugarenvuelto en sombras; un lugar al quesólo algunos podían acceder, unos pocosescogidos entre aquellos seres que eran

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como ellos. En ese lugar, los sueños delpasado se repetían una y otra vez, comofantasmas que se desplazaban de aquípara allá entre la niebla de losrecuerdos de la mente. Ni siquiera losdos seres que se encontraban allí sabíanhasta qué punto aquel reino existía en larealidad y hasta qué punto existía en suspensamientos. Sin embargo, sabíanperfectamente que allí nadie los podríaespiar.

En teoría.Ambos eran altos y delgados, y unas

capuchas cubrían sus rostros. Uno deellos podría ser el mago al que Rhoninllamaba Krasus; el otro, de no ser por eltono verduzco de su túnica gris, podría

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perfectamente haber sido el hermanogemelo de su interlocutor. Sólo cuandocomenzó a hablar quedó claro que, alcontrario de lo que sucedía con elconsejero del Kirin Tor, aquella siluetapertenecía sin duda a un varón.

—No sé siquiera por qué he venido—le dijo a Krasus.

—Porque tenías que hacerlo. Porquedebías venir.

Tras escuchar esas palabras, suinterlocutor se relajó, al tiempo queprofería un siseo perfectamente audible.

—Cierto. Pero ahora que estoy aquí,puedo irme sí así lo deseo.

En ese instante, Krasus alzó unadelgada mano enguantada.

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—Escúchame al menos.—¿Por qué debería hacerlo? ¿Para

que me vuelvas a repetir lo que me hasdicho hasta la saciedad?

—Sí. ¡Para que, de una vez portodas, lo que te voy a decir se te quedegrabado a fuego en el cerebro!

La vehemencia inesperada con quecontestó Krasus les sobresaltó a ambos.

Su interlocutor negó con la cabeza.—Llevas demasiado tiempo con

ellos. Tus escudos personales y mágicosse están resquebrajando. Ha llegado lahora de que abandones este empeñoinútil, tal como hicimos nosotros.

—No creo que sea inútil —objetó.Por primera vez, su tono de voz dio

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una pista sobre a qué género pertenecíaesa figura; aquella voz era mucho másgrave de lo que cualquier miembro delcírculo interno del Kirin Tor hubieracreído posible. A continuación, añadió:

—No puedo creerlo. No mientrasella siga cautiva.

—Sé perfectamente que ellasignifica mucho para ti, Korialstrasz. Sinembargo, para nosotros es sólo elrecuerdo de un tiempo pasado.

—Entonces, ¿por qué tú y los tuyosseguís vigilando estas tierras? —replicóKrasus con suma calma, tras recobrar elcontrol de sus emociones.

—Porque queremos que en nuestrosúltimos años de vida reine la calma y la

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paz.—Razón de más para que me

ayudéis.Una vez más, su interlocutor siseó.—Korialstrasz, ¿acaso nunca vas a

aceptar lo inevitable? No nos sorprendeque hayas ideado ese plan, te conocemosmuy bien. Hemos visto cómo tu pequeñotítere partía para cumplir su infructuosamisión. ¿Cómo es posible que le creascapaz de llevar a cabo esa tarea?

Krasus reflexionó un momento antesde contestar.

—Posee el potencial necesario paralograrlo. No obstante, no es mi únicopeón. No. Creo que fracasará. Sinembargo, espero que su sacrificio me

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ayude a alcanzar mi objetivo final, y site unes a mí, las probabilidades de éxitoserán mayores.

—Tenía razón —dijo el interlocutorde Krasus con un tono de voz quereflejaba su tremenda decepción—. Lamisma retórica de siempre. El mismoruego. He venido porque, en su día, laalianza que se forjó entre nuestras dosfacciones fue inquebrantable, pero estáclaro que no debería haberme molestadoen acudir a tu llamada. Careces deapoyos, careces de fuerzas. Ahora estássolo y debes esconderte entre lassombras…

En ese momento, señaló los jironesde niebla que los rodeaban y prosiguió

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hablando:—… en lugares como éste, en vez de

mostrar tu verdadera naturaleza.—Hago lo que he de hacer…

porque… ¿Vosotros qué hacéis ahora?—Inquirió Krasus con un tono de vozque denotaba cierta furia—. ¿Cuál es elpropósito de vuestra existencia hoy día,viejo amigo?

Su interlocutor se sobresaltó anteaquella cuestión peliaguda y, actoseguido, se volvió bruscamente. Diounos cuantos pasos en dirección a losabsorbentes jirones de niebla y, acontinuación, se detuvo y miró haciaatrás, hacia el mago. Parecía resignado.

—Te deseo lo mejor, Korialstrasz,

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de veras. Yo… nosotros no creemos queel pasado pueda regresar, que las cosaspuedan volver a ser como antes. Esosdías son ya historia, igual que nosotros.

—Es vuestra elección —replicóKrasus.

Mientras se separaban, Krasus gritóde repente:

—Antes de que regreses con losdemás, debo pedirte algo.

—¿De qué se trata?La silueta del mago pareció

oscurecerse. Se le escapó un siseo.—No vuelvas a llamarme por ese

nombre. Jamás. No debe serpronunciado nunca más, ni siquiera aquí.

—Es imposible que alguien haya

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podido…—Ni siquiera aquí.Algo en el tono de voz de Krasus

hizo que su interlocutor asintiera. Actoseguido, éste se marchóapresuradamente, desvaneciéndose en elvacío.

El mago contempló detenidamente elespacio vacío que hasta hacía pocohabía ocupado su interlocutor, pensandoen las repercusiones que tendría aquellafútil conversación. Ojalá hubiera podidohacerles entrar en razón. Juntos, habríantenido alguna posibilidad de triunfar. Encambio, poco podían hacer divididos,además de que sería una gran ventajapara su adversario.

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—Necios… —masculló Krasus—.Vaya panda de necios…

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CAPÍTULOCUATRO

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L os paladines los llevaron a unafortaleza que debía de ser el

asentamiento del que Vereesa habíahablado antes, cuyo nombre norecordaba. A Rhonin no le impresionó.Sus altas murallas de piedra rodeabanunos edificios funcionales ydesprovistos de adornos, donde aquellosdevotos caballeros, sus escuderos y unreducido grupo de personas intentabavivir con relativa frugalidad. Losestandartes de la hermandad ondeabanjunto a los de la Alianza de Lordaeron;los Caballeros de la Mano de Plata eranlos defensores más leales de la Alianza.Si no fuera por la presencia de la plebe,

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Rhonin habría deducido que elasentamiento era una instalación militar,dado que dicha orden sagrada regía losdestinos del lugar.

Los paladines habían tratado a laelfa con cortesía, y algunos de loscaballeros más jóvenes incluso concariño cada vez que Vereesa decidíahablar con ellos; en cambio, con el magohablaban sólo lo imprescindible, demodo que ni siquiera le respondieroncuando, en cierto momento, preguntócuánto quedaba para llegar a Hasic.Vereesa tuvo que repetir la pregunta delmago para que éste pudiera obtener unarespuesta. A pesar de la impresión quepudiera dar en un principio aquella

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situación, no eran prisioneros, ni muchomenos; sin embargo, Rhonin se sentíacomo un proscrito entre ellos. Lotrataban con la menor cortesía posible, ysólo porque el juramento de obedienciaque habían prestado al rey Terenas lesobligaba a hacerlo; si no, lo habríantratado como a un paria.

—Hemos visto tanto al dragón comoa los grifos —les explicó su líder, un talDuncan Senturus, con un tono de vozatronador—. Nuestro deber y nuestrohonor nos exigen que, en tales casos,cabalguemos de inmediato hasta el focodel peligro para comprobar si podemosser de ayuda.

Al parecer, el hecho de que el

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combate se haya librado por completoen el aire y, por tanto, muy lejos de sualcance, no ha mitigado su fervorreligioso, ni ha despertado su sentidocomún, pensó Rhonin con ironía. Laforestal y aquellos tipos eran parecidosen ese aspecto. Curiosamente, el magose sintió un tanto celoso por tener que«compartir» a Vereesa con aquelloscaballeros. Después de todo, leencomendaron que fuera mi guía. Ydebería cumplir con su obligaciónhasta que lleguemos a Hasic.

Por desgracia, Duncan Senturustambién tenía intención de acompañarloshasta Hasic. Mientras desmontaban, elfornido y anciano caballero le ofreció a

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la elfa el brazo para ayudarla a bajar desu caballo y le dijo:

—Claro que si no os escoltáramos yos guiáramos por la ruta más segura yrápida que lleva hasta el puerto,cometeríamos una grave imprudencia.Sé que ésa es precisamente la tarea quese te ha encomendado, mi señora, peroes obvio que un ser supremo ha decididoque tu sendero te lleve hasta nosotros.Conocemos muy bien el camino quelleva a Hasic. Por eso mismo, unreducido grupo de hombres, lideradopor mí, viajará con vosotros hasta allímañana por la mañana.

La propuesta pareció agradar a laforestal, pero no así a Rhonin. Todos los

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moradores de la fortaleza lo mirabancomo si se hubiera transformadorepentinamente en un goblin o en unorco. Como ya había tenido que soportarel desdén de sus colegas hechiceros,consideraba que no tenía por quéaguantar el desprecio de aquellospaladines.

—Sois muy amables —les espetóRhonin a sus espaldas—. Pero Vereesaes una forestal muy hábil. Llegaremos aHasic a tiempo.

Las fosas nasales de Senturus sehincharon como si acabara de oler algoponzoñoso. Entonces, el vetusto paladínle dijo a la elfa, sin perder en ningúnmomento la sonrisa:

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—Permíteme que te escolte hasta tusaposentos.

A continuación, lanzó una mirada auno de sus subordinados y vociferó:

—¡Meric! Busca un sitio dondepueda alojarse ese mago…

—Por aquí —masculló un jovencaballero gigantesco y fornido con unpoblado bigote.

Aquel joven parecía dispuesto allevarse a Rhonin del brazo, aunque esosupusiera romperle esa extremidad sifuera necesario. Si bien el mago podríahaberle demostrado que hacer eso erauna gran necedad, por el bien de lamisión y con el fin de preservar la pazentre las diversas facciones de la

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Alianza, dio un paso adelante conrapidez, se colocó junto a su guía y noabrió la boca en lo que duró el trayecto.

Esperaba que lo relegarían al rincónmás gélido y nauseabundo de ese lugar,en donde le dejarían pasar la noche,pero, en vez de eso, Rhonin se encontróen una habitación que no era mucho másaustera que las de aquellos sobriosguerreros. Estaba seca y limpia, y lasparedes eran de piedra: lo único que nohabía de piedra en aquellos muros era lapuerta, de madera. En verdad, ese cuartoestaba mucho mejor que algunos sitiosdonde el mago había tenido que alojarseen el pasado. Una cama de madera muypulcra y bien hecha y una mesilla eran

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los únicos muebles de aquella estancia.Un candil bastante usado parecía ser laúnica fuente de luz, puesto que ahídentro no se divisaba ninguna ventana,ni siquiera una diminuta. Rhonin pensóque debería pedirles una habitación conuna ventana al menos, pero sospechabaque aquellos caballeros no tenían nadamejor que ofrecerle. Además, asíevitaría sus miradas curiosas.

—Esto es más que suficiente —dijoal fin.

No obstante el joven guerrero quehabía llevado a Rhonin hasta allí ya seestaba marchando, y cerró la puerta trasél. El mago intentó recordar si la puertatenía por fuera un cerrojo u otro tipo de

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cierre, si bien estaba seguro de que lospaladines no habrían tomado unasmedidas externas. Aunque para ellos elalma de Rhonin estuviera condenada,seguía siendo uno de sus aliados. Sesintió ligeramente animado al pensar queaquella verdad les resultaba muyincómoda a los paladines. Siemprehabía considerado a los Caballeros dela Mano de Plata un hatajo desanturrones beatos.

Sus reticentes anfitriones lo dejaronen paz hasta la cena. Una vez sentado ala mesa, vio que estaba muy lejos deVereesa, quien parecía gozar en todomomento de la atención del comandantelo quisiera o no. Nadie salvo la elfa

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cruzó más de un par de palabras con elmago durante la cena, y Rhonin se habríalevantado enseguida de la mesa trasterminar de comer si no fuera porque eltema de los dragones salió a colacióngracias a Senturus, cómo no.

—Los vuelos de dragones han sidomás frecuentes las últimas semanas —les informó el caballero barbudo—.Más frecuentes y más desesperados. Losorcos saben que les queda poco tiempo,de modo que pretenden desatar el caosantes de que llegue el día de su juiciofinal.

A continuación, dio un sorbo a sucopa de vino, y añadió:

—Hace sólo tres días, dos dragones

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prendieron fuego al asentamiento deJuroon. Más de la mitad de la poblaciónmurió en ese incidente impío y atroz. Enesa ocasión, las bestias y sus amoslograron fugarse antes de que los jinetesde grifos pudieran llegar al lugar.

—Es horrible —murmuró Vereesa.Duncan asintió, y un destello de

determinación y fanatismo brilló en susprofundos ojos castaños.

—Pero eso pronto será cosa delpasado. Marcharemos hacia el interiorde Khaz Modan, hacia Grim Batol, yacabaremos con la amenaza que suponenlos últimos aliados de la Horda. ¡Lasangre orca correrá a raudales!

—Y morirá gente honrada y decente

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—apuntó Rhonin en voz baja.Al parecer, el comandante tenía un

oído tan bueno como el de la elfa, yaque su mirada se desplazóinmediatamente hacia el mago.

—Sí, y morirá gente honrada ydecente, por supuesto. Hemos juradoque liberaremos a Lordaeron y lasdemás tierras de la amenaza orca y esoes lo que haremos, cueste lo que cueste.

El mago replicó sin dejarseavasallar:

—Pero, antes de eso, tendrás quehacer algo con esos dragones, ¿verdad?

—Los derrotaremos, hechicero. Losenviaremos al inframundo, que es ellugar al que pertenecen. Si tus

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diabólicos colegas…En ese instante, Vereesa tocó la

mano del comandante con sumadelicadeza y le obsequió con una sonrisaque hizo que incluso Rhonin se sintieraun poco celoso.

—¿Cuánto tiempo hace que erespaladín, Lord Senturus? .—preguntó laelfa.

Rhonin observó asombrado cómo laforestal se tornaba una jovenencantadora y cautivadora, muy similara las que había conocido en la corte deLordaeron. Esa transformación afectó asu vez a Duncan Senturus. Vereesabromeó y tonteó con aquel caballerocanoso mientras parecía prestar suma

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atención a cada una de sus palabras.Daba la impresión de que supersonalidad había cambiado tanto queel mago apenas podía creer que fuera lamisma forestal que había cabalgadojunto a él como guía y escolta losúltimos días.

Duncan relató con gran detalle suscomienzos, que no habían sido muyhumildes precisamente: era el hijo de unseñor muy rico que había escogido laorden para labrarse una reputación.Aunque, con toda seguridad, los demáscaballeros ya conocían esa historia, leescucharon absortos; no cabía ningunaduda de que consideraban a su líder ungran ejemplo de cómo debían ser sus

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propias carreras en la orden. Rhoninestudió a todos y cada uno de ellosfugazmente y se dio cuenta, para sudesasosiego, de que los paladinesapenas parpadeaban, apenas respiraban,mientras que sus mentes se hallabansumidas en aquel relato.

Vereesa hizo algún que otrocomentario en diversas partes delparlamento, de tal modo que fue capazde conseguir que los logros másmundanos de aquel anciano se tornaranauténticas gestas. Sin embargo, la elfahizo gala de una modestia extremacuando Lord Senturus le preguntó acercade su adiestramiento y sus peripeciaspasadas. No obstante, el mago estaba

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seguro de que, en muchos aspectos, eltalento de aquella forestal superaba alde su anfitrión.

El paladín pareció animarse con loshalagos que le dedicaba Vereesa yprosiguió hablando sin parar. PeroRhonin ya había tenido más quesuficiente. Se disculpó, aunque nadie leprestó atención, y salió a toda prisa a lacalle, en busca de aire fresco y un pocode soledad.

La noche había caído sobre lafortaleza y una oscuridad sin lunaenvolvía al alto mago como una cálidamanta. Ansiaba llegar a Hasic cuantoantes para partir hacia Khaz Modan.Entonces podría olvidarse de los

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paladines, los forestales y demás neciosinútiles que no hacían más que ponerobstáculos en su camino e impedir quepudiera llevar a cabo su misión. Rhonintrabajaba mejor solo; un hecho quehabía intentado dejar bien claro antes dela última debacle. Los hombres que loacompañaron en la última misión nohabían prestado atención a susadvertencias, ni habían entendido que éldesempeñaba un papel fundamental en lamisión y que sus poderes eran hartopeligrosos. Con el desdén propio de loscarentes de talento e intelecto,desoyeron sus avisos y cargaron contrael enemigo, de tal modo que seinterpusieron en el camino de su

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excepcional conjuro. En consecuencia,la mayoría había perecido junto a losobjetivos del hechizo, un hatajo debrujos orcos que pretendía hacerregresar de la muerte a lo que algunosconsideraban un demonio de leyenda.

Rhonin lamentaba todas y cada unade esas muertes más de lo que habíadejado entrever a sus superiores delKirin Tor. Tenía remordimientos deconciencia que lo obligaban a realizarhazañas cada vez más arriesgadas.Porque ¿qué podía haber más arriesgadoque intentar liberar él solo a la reina delos dragones? Debía hacerlo todo élsolo, por la gloria que lo aguardaba si lolograba, pero también porque esperaba

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poder aplacar así a los espíritus de susantiguos camaradas, que no le dejaban niun momento de descanso. Ni siquieraKrasus conocía la existencia de esosturbadores espectros, y quizá fueramejor así, ya que si lo hubiera sabido,tal vez se habría cuestionado la cordurade Rhonin y su capacidad para superaraquel reto.

El viento cobró fuerza a medida quese dirigía hacia la parte superior de lamuralla que rodeaba la fortaleza. Unoscuantos caballeros estaban apostadoscomo centinelas. Debía de habersecorrido rápidamente la voz de que habíaun mago en el asentamiento, pues encuanto el primer guardia lo identificó a

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la luz de un candil, lo rehuyó. Rhoninestaba encantado con la situación: a él leimportaban esos guerreros tanto como éla ellos.

Más allá de la fortaleza, las siluetasdifusas de los árboles tornaban ellóbrego paisaje en un entorno mágico.Rhonin se sintió tentado de abandonar lacuestionable hospitalidad que lebrindaban sus anfitriones y buscar unlugar donde dormir bajo un roble. Así,al menos, no tendría que escuchar laspalabras cargadas de santurroneríabarata de Duncan Senturus, quien, desdeel punto de vista del mago, parecíabastante más interesado en Vereesa de loque debería estarlo un caballero de una

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orden sagrada. Aunque lo cierto era queesa elfa poseía una mirada arrebatadoray que su vestimenta dejaba entrever sufigura.

El mago resopló y apartó la imagende la forestal de sus pensamientos. Eltiempo que había permanecido bajoreclusión forzosa tras ser condenado porel fiasco de su última misión le habíaafectado bastante más de lo que creía.La magia era lo único que ocupaba sucorazón, y si Rhonin decidiera buscar lacompañía de una mujer, preferiría darcon una más maleable, como lasdamiselas consentidas de la corte, oincluso las impresionables sirvientascon las que se topaba de vez en cuando

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en sus viajes. Ciertamente, aquella elfaarrogante no era su tipo.

Concluyó que sería mejor centrar suatención en asuntos más importantes. Pordesgracia, además de su montura,Rhonin había perdido los objetos que lehabía dado Krasus. Por eso mismo teníaque hacer todo lo posible por contactarcon ese mago, para informarle de lo quehabía pasado. No le hacía gracia tenerque hacerlo, pero estaba en deuda conKrasus y debía intentarlo. A Rhonin nose le pasó por la cabeza abandonar lamisión en ningún momento: si lo hubierahecho, habría renunciado a susesperanzas de recuperar el respeto nosólo de sus colegas sino el suyo propio.

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Escrutó el lugar donde se encontrabaen aquellos momentos. Gracias a suvisión nocturna, un poco mejor que la deuna persona normal, pudo comprobarque no había ningún centinela cerca. Elmuro de una atalaya lo ocultaba de lavista del último hombre con el que sehabía cruzado. ¿Qué otro lugar mejorpodría haber para lo que quería hacer?Quizá su habitación también le habríaservido, pero Rhonin prefería losespacios abiertos, donde podíasacudirse a gusto las telarañas de suspensamientos.

A continuación, extrajo un pequeñocristal oscuro de un bolsillo camufladoentre los pliegues de su túnica. No era el

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mejor medio para intentar comunicarsecon alguien que se encontraba akilómetros de distancia, pero no teníaotra opción.

Rhonin alzó aquel cristal para que eltenue fulgor de las estrellas del cielo loiluminara y, al instante, susurró unaspalabras cargadas de una poderosamagia. Un destello fugaz parecióiluminar el centro de la piedra, cuyaintensidad se fue incrementando amedida que el mago proseguía hablando.Aquellas palabras místicas fueronbrotando de sus labios hasta que…

En ese momento, las estrellas sedesvanecieron de forma abrupta.

Rhonin dejó de recitar el hechizo y

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se quedó mirando fijamente el cielo. No.Las estrellas en las que había clavado lavista no se habían esfumado: podíaverlas. Aun así, por un breve instante, loque dura un parpadeo, el mago hubierajurado que…

La imaginación y el cansancio lehabían jugado una mala pasada. Contodas las tribulaciones y penalidadesque había vivido ese día, Rhonindebería haberse ido a la cama justodespués de cenar, pero se habíaempeñado en intentar ese conjuro antesde acostarse. Cuanto antes acabara,mejor. Quería despertarse al díasiguiente con todas sus fuerzasrecuperadas, porque estaba seguro de

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que Lord Senturus impondría un ritmomuy duro de viaje.

Una vez más, Rhonin alzó el cristaly, una vez más, susurró aquellaspalabras cargadas de poderosa magia.Esta vez, ninguna alucinación iba a…

—¿Qué haces aquí, hechicero? —preguntó alguien con una voz muy grave.

Rhonin soltó un juramento, furiosopor esta segunda interrupción. Se giróhacia el caballero que se había topadocon él y le espetó:

—Nada que a ti te…Una explosión hizo que el muro

temblara.El cristal se cayó de la mano de

Rhonin. No le dio tiempo a cogerlo

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porque estaba más preocupado porevitar caer al vacío, hacia una muertesegura.

El centinela no tuvo tanta suerte. Encuanto la muralla tembló cayó haciaatrás, y fue a estrellarse primero contralas almenas y, a continuación, prosiguiósu caída. Su grito estremeció a Rhoninhasta su abrupto final.

La explosión se desvaneció, pero noasí los daños que había provocado. Encuanto el desesperado mago consiguiórecuperar el equilibrio, un trozo demuralla se derrumbó hacía la parteinterior de la fortaleza. Rhonin saltóhacía la atalaya, pues creía que seríamás segura. Aterrizó cerca del umbral, y

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justo cuando acababa de entrar en laatalaya, esta se balanceópeligrosamente.

Rhonin intentó salir, pero la puertase derrumbó y lo atrapó dentro. Intentólanzar un conjuro, pese a que estabaseguro de que ya era tarde. El techo sele cayó encima…

…y en su lugar apareció algo muysimilar a una mano gigantesca queagarró al mago con tal fuerza que perdiócompletamente el aliento y laconsciencia.

Nekros Trituracráneos cavilabaacerca del destino que una tirada de

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huesos le había mostrado hace mucho,mucho tiempo. El orco grisáceo sesobaba un colmillo mientras estudiabaatentamente el disco dorado que tenía enla palma de la otra mano, y sepreguntaba cómo a alguien que habíaostentado un gran poder se le habíaimpuesto como castigo hacer de niñera ycarcelero de una hembra cuyo únicopropósito en la vida era procrear yprocrear. Claro que el hecho de que ellafuera la más grande de los dragonestenía algo que ver con que le hubieranasignado a él dicha tarea; eso y que, altener una sola pierna en buen estado,Nekros no podría aspirar a ocupar elpuesto de cabecilla del clan.

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El disco dorado parecía burlarse deél. Aunque siempre le había dado laimpresión de que se reía de él, el orcotullido no se había planteado laposibilidad de deshacerse del disco.Gracias a él, había alcanzado unaposición que le seguía procurando elrespeto de sus compañeros guerreros,pese a que había perdido el respeto porsí mismo el día en que un caballerohumano le cercenó la parte inferior de lapierna izquierda. Nekros había matado aaquel humano, pero después fue incapazde actuar de manera honorable ysuicidarse. En vez de eso, había dejadoque otros orcos se lo llevaran a rastrasde aquel campo, le cauterizaran la

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herida y fabricaran el soporte queNekros iba a necesitar para volver acaminar con su apéndice mutilado.

Sus ojos se deslizaron fugazmentehacía lo que le quedaba de rodilla y a laestaca de madera que le habían añadidode rodilla para abajo. Ya no podríaparticipar en más combates gloriosos, nidejar un legado de sangre y muerte.Otros guerreros se habían suicidado trassufrir heridas menos graves que lassuyas, pero Nekros fue incapaz dequitarse la vida. El mero hecho depensar en acercar la hoja de la espada asu cuello o a su pecho provocaba que unescalofrío le recorriera la espalda; unasensación de la que no se atrevía a

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hablar con los demás orcos. NekrosTrituracráneos se aferraba a la vida contodas sus fuerzas, sin importarle elprecio que tuviera que pagar por ello.

En cambio, algunos miembros delclan Faucedraco ya lo habrían enviado alos gloriosos campos de batalla del másallá sí no fuera por su talento comobrujo. Desde muy temprana edad habíamostrado cierto talento para las artesoscuras; además, había sido adiestradopor algunos de los mejores brujos. Sinembargo, el sendero del brujo estabaminado de exigencias a las que Nekrosno había querido doblegarse, decaminos tenebrosos que había rehusadorecorrer porque pensaba que no le

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serían útiles a la Horda, sino que másbien sólo servirían para socavarla.Había abandonado la disciplina de losbrujos para volver al sendero delguerrero, pero de vez en cuando sucabecilla, el gran chamán Zuluhed, leexigía que hiciera uso de sus otrostalentos, sobre todo para alcanzar unobjetivo que casi todos los orcos creíanimposible: capturar a la reina de losdragones, Alexstrasza.

Zuluhed dominaba la magia ritualistade los antiguos chamanes como muypocos lo habían conseguido desde laformación de la Horda; sin embargo,para lograr dominar a Alexstrasza habíatenido que recurrir a las siniestras artes

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en las que Nekros había sido adiestrado.Gracias a unos medios que el enjutoorco no había revelado a su mutiladoaliado, Zuluhed había descubierto unantiguo talismán que, según se decía, eracapaz de realizar prodigios sinparangón. Pero había un problema: eltalismán no respondía a los hechizoschamánicos del cabecilla por mucho queéste se esforzara, lo cual había llevado aZuluhed a dirigirse al único brujo en elque creía que podía confiar, un guerreroleal al clan Faucedraco.

De ese modo había acabado enmanos de Nekros el Alma de Demonio.

Así había llamado Zuluhed a aqueldisco dorado sin ningún rasgo distintivo,

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aunque al principio su aliado no sabíapor qué. Nekros no dejaba de darlevueltas una y otra vez, maravillado de suaspecto impresionante a la par quesencillo. Estaba hecho de oro puro, sí, ytenía la forma de una enorme monedacon los cantos redondeados. Brillabasiempre, por muy tenue que fuera la luzque iluminara el lugar, y no había nadacapaz de empañar su apariencia. Elaceite, el barro, la sangre… todo leresbalaba.

—Esta magia es mucho más antiguaque la de los chamanes o los brujos.Nekros —le había explicado Zuluhed—.Yo soy incapaz de hacer nada con esteobjeto, pero quizá tú sí puedas…

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A pesar de que había sido adiestradoen las artes oscuras, el orco lisiadodudó sobre si él, que habla renunciado adichas artes, sería capaz de hacerlomejor que su legendario cabecilla. Aunasí, había aceptado el talismán eintentado averiguar cómo se utilizaba ycon qué propósito fue creado.

Dos días después, gracias a suimpecable y fructífera labor y a la firmeguía de Zuluhed, lograron lo que todoscreían imposible: capturar a la reina delos dragones más que nadie.

Nekros gruñó y se puso en pielentamente. Le dolía la pierna en elpunto donde la rodilla se juntaba con laestaca; un dolor que se veía

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intensificado por culpa del peso y lacorpulencia del orco. Nekros no sehacía ilusiones: sabía que nunca llegaríaa ser el líder de los orcos. Si apenaspodía recorrer aquellas cuevas de lolisiado que estaba…

Había llegado el momento de visitara su alteza real, de cerciorarse de queera consciente de que tenía que ponerhuevos con cierta cadencia. Zuluhed y unpuñado de líderes de clanes quepululaban libres por ahí todavía soñabancon revitalizar la Horda, con sublevar aaquellos a los que había abandonado elpusilánime de Martillo Maldito paraprovocar una revuelta. Nekros albergabaserias dudas de que ese sueño pudiera

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hacerse realidad, pero como era un orcoleal, debía obedecer las órdenes de sucabecilla al pie de la letra.

El orco avanzó lenta y ruidosamentepor los fríos y húmedos pasillos de lascavernas; aferraba con fuerza en unamano el Alma de Demonio. El clanFaucedraco había hecho un granesfuerzo para extender la red depasadizos que recorría aquellasmontañas. Se trataba de un complejoentramado de pasillos que facilitaba alos orcos la gravosa tarea de tener quecriar y adiestrar a los dragones por lagloria de la Horda. Como éstosocupaban mucho espacio, necesitabandiversas instalaciones independientes,

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que debían ser excavadas en la roca,para poder albergar a esos colosos.

Claro que, hoy día, había menosdragones que antes, como le repetíanZuluhed y los demás constantemente aNekros. Necesitaban dragones si queríanque su desesperada campaña pararesucitar la Horda tuviera éxito.

—Pero ¿cómo voy a lograr queengendre dragones más rápido? —rezongó Nekros para sí mismo.

En ese instante, un par de jóvenesguerreros bastante enormes pasó junto aél.

Medían casi dos metros de altura yeran casi tan anchos como dos humanosjuntos. Los combatientes de grandes

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colmillos inclinaron levemente lacabeza al reconocer el rango de aqueltullido. Unas colosales hachas de batallapendían de unas correas que portaban asus espaldas. Ambos eran jinetes dedragones, y eran nuevos en esas lides.Los jinetes tenían una tasa de mortalidadalta, el doble que la de sus monturas.Normalmente, perecían al caer al vacíotras ser descabalgados de sus dragones.Había momentos en los que Nekros sepreguntaba si el clan se quedaría sinjinetes antes que sin dragones, aunquenunca había hablado del tema conZuluhed.

El anciano orco seguía avanzando alritmo que le permitía su cojera, cuando

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escuchó de pronto unos ruidos queindicaban que se encontraba cerca de lareina de los dragones. Percibió unarespiración fatigada que reverberabapor el área circundante como si el vaporque brotaba de una sima hubieraascendido hasta aquella cueva. Nekrossabía perfectamente qué significaba esarespiración agitada. Había llegado justoa tiempo.

No había ningún guardia apostado enla entrada tallada en la roca de la grancámara donde estaba encerrado elleviatán. Nekros se detuvo ante laentrada. Si bien era cierto que en elpasado había habido intentos de liberaro matar a la colosal dragona roja, todos

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se habían saldado con la espantosamuerte de los rescatadores. La bestiacautiva no los había matado, claro está,ya que ella habría recibido con sumoalivio a los asesinos que queríananiquilarla, sino el talismán de Nekros,que había demostrado poseer unospoderes insospechados.

El orco entornó los ojos ante lo queparecía un mero pasillo despejado.

—Ven.Al instante, el aire de la entrada

estalló en llamas. Unas diminutas bolasde fuego cobraron forma y, deinmediato, se fusionaron. Acto seguido,una silueta humanoide se perfiló en laentrada, y enseguida la desbordo.

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Algo que recordaba vagamente a unacalavera en llamas ocupaba el lugardonde debería haber estado la cabeza.Una armadura hecha de huesos ardientesse adaptó al cuerpo de un guerreromonstruoso que hacía parecer enanospor comparación a aquellos orcosenormes. Pese a que Nekros no sentía elcalor de las llamas infernales, eraconsciente de que sí aquella criatura letocaba aunque sólo fuera fugazmente, leinfligiría un dolor que ni siquiera él, unguerrero curtido en mil batallas, podríaimaginar.

Corría el rumor entre los orcos deque Nekros Trituracráneos habíainvocado a uno de los demonios de las

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leyendas. Si bien éste no había hechonada para desmentir dicho rumor,Zuluhed sabía que eso no era cierto. Lamonstruosa criatura que protegía a ladragona no poseía una concienciaindependiente. Lo cierto era que alintentar dominar los poderes de aquellamisteriosa reliquia, Nekros habíaliberado algo totalmente inesperado.Zuluhed lo consideraba un gólem defuego que tal vez poseyera la esencia deun poder demoníaco, pero que con todaseguridad no era uno de esos seresmíticos.

Fueran cuales fuesen sus orígenes olos fines a los que había servido en elpasado, ahora el gólem desempeñaba a

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la perfección el papel de centinela.Incluso los guerreros más fierosprocuraban no cruzarse con él. Nekrosera el único capaz de impartirleórdenes. Zuluhed había intentadodominarlo, pero le resultó imposible: lareliquia de la que había emergido elgólem parecía ligada de algún modo alorco cojo.

—Voy a entrar —le advirtió a lacriatura flamígera.

El gólem se tensó y, acto seguido, sehizo añicos, produciendo una lluvia dechispas que se apagaron enseguida. Apesar de que había sido testigo repetidasveces de esa forma tan peculiar que elgólem tenía de desaparecer, Nekros

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retrocedió, y no se atrevió a dar un pasohasta que la última chispa sedesvaneció.

En cuanto el orco se adentró en lacámara, alguien dijo:

—Sabía… que… te presentarías…aquí pronto…

El desdén con que la dragonaencadenada se dirigió a su carcelero nole afectó a éste. Le había oído decircosas mucho peores a lo largo de losaños. Aferrando fuertemente la reliquiaen su mano, se dirigió a la cabeza deaquella bestia, cuyas poderosas faucesse habían visto obligados a cerrar conunas abrazaderas, porque ya habíadevorado a un vigilante y no querían

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perder a ninguno más.En realidad, aquellas cadenas y

abrazaderas de hierro no deberían haberbastado para retener a un leviatán tanmagnífico; si podían tenerlo era graciasa que el poder del disco las habíareforzado. Por mucho que se resistiera yse esforzara, Alexstrasza jamás seríacapaz de liberarse, lo cual no quieredecir que renunciara a intentarlo.

—¿Necesitas algo? —le preguntóNekros, aunque le daba igual cómo sesintiera o qué necesitara. Sólo queríamantenerla viva para satisfacer lasnecesidades de la Horda.

En su día, las escamas de la dragonacarmesí habían relucido como el metal.

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Si bien seguía ocupando toda aquellavasta caverna, ahora las costillas se lemarcaban bajo la piel y pronunciaba laspalabras trabajosamente y más despacio.A pesar de su deplorable estado, el odioque se asomaba a sus enormes ojosdorados no había disminuido. El orcosabía que si la reina de los dragonesconseguía escapar, él sería el primero enser engullido o reducido a cenizas.Claro que como eso era tan improbable,el cojo de Nekros no se preocupabamucho al respecto.

—Me vendría bien morirme… —contestó la dragona.

El orco rugió y decidió no proseguiresa conversación inútil. En cierto

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momento de la larga encarcelación,Alexstrasza había dejado de comer conobjeto de morirse de hambre, pero a suscarceleros les había bastado con cogeruno de los huevos que acababa de ponery cascarlo ante su horrorizada miradapara poner punto y final a su huelga dehambre. Pese a que sabía que todos ycada uno de sus descendientes iban a seradiestrados para aterrorizar a losenemigos de la Horda y, probablemente,no tardarían mucho en morir,Alexstrasza se aferraba a la esperanzade que sus niños pudieran ser libres.Romper aquel huevo había sido comoromper un poco esa esperanza. Undragón menos que ya no podría ser

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dueño de sus actos.Nekros examinó los últimos huevos

que había puesto, tal como siemprehacía. Esta vez había cinco huevos. Unbuen número, aunque casi todos eranmás pequeños de lo habitual. Y eso lepreocupaba. El cabecilla ya se habíaquejado de que los de la última camadaeran muy enclenques. Aun así, un dragónenclenque era mucho más poderoso queun orco.

Nekros guardó el disco en una bolsaque llevaba colgada a la cintura y seagachó para coger un huevo. Como elhecho de haber perdido una pierna no lehabía debilitado los brazos, no tuvomuchos problemas para alzar aquel

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huevo colosal. Tenía un buen peso,concluyó. Si los demás huevos eran tanpesados, de ellos saldrían unoscachorros muy saludables. Lo mejor quepodía hacer era llevarlos a la cámara deincubación lo antes posible. El calorvolcánico de dicha estancia losmantendría a la temperatura ideal paraque maduraran y eclosionaran.

Mientras Nekros dejaba el huevo ensu sitio, la dragona masculló:

—Todo esto es inútil, mortal. Tupatética guerra ya ha llegado a su fin.

—Quizá tengas razón —rezongó,sorprendiendo a su interlocutora con sufranqueza.

El orco grisáceo le dio la espalda a

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su descomunal prisionera y añadió:—Pero lucharemos hasta el final,

lagarta.—Pues tendrás que hacerlo sin

nosotros. Mi último consorte se muere,ya lo sabes. Sin él, no habrá más huevos—replicó Alexstrasza con un tono devoz apenas audible.

La reina de los dragones resopló consuma dificultad, como si aquellaconversación hubiera consumido susdébiles fuerzas.

El orco la escudriñó y estudió condetenimiento sus orbes reptilianos.Efectivamente, Nekros sabía que elúltimo consorte de Alexstrasza se moría.En un principio, habían tenido tres. Uno

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de ellos pereció en el mar al intentarfugarse y otro había muerto aconsecuencia de las heridas recibidastras haber sido atacado por sorpresa porel dragón renegado Alamuerte. Eltercero, el más viejo de todos, habíapermanecido junto a su reina, pero eravarios siglos más viejo que ésta, y ahoraesos siglos, sumados a un par de heridasque había sufrido en el pasado y lohabían llevado al borde de la muerte, leestaban pasando factura.

—Ya encontraremos a otro.La dragona logró resoplar a duras

penas. Y pronunció las siguientespalabras entre débiles susurros:

—¿Y cómo… cómo piensas

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hacerlo?—Encontrándolo.En realidad, Nekros no tenía

respuesta a esa pregunta, pero nopensaba darle a la bestia esasatisfacción. La frustración y la ira quehabía logrado contener hasta entoncescomenzaba a desbordarse. Se acercócojeando hacia ella y le espetó:

—Y en lo que a ti respecta,lagarta…

Nekros se había atrevido a acercarsea escasos metros de la cabeza de lareina de los dragones porque eraconsciente de que, gracias a esasligaduras encantadas, no podríaincinerarlo ni devorarlo. Sin embargo,

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para su tremenda consternación,Alexstrasza giró la cabeza hacía élrepentinamente, a pesar de lassujeciones, copando así todo su campovisual. Las fauces del leviatán seabrieron de par en par, y el orco tuvo ladesagradable oportunidad de contemplarlo profundo de la garganta de aquellacriatura que estaba a punto deconvertirlo en su aperitivo.

O, más bien, lo habría hecho siNekros no hubiera reaccionadorápidamente. El brujo agarró con fuerzala bolsa que albergaba el Alma deDemonio y masculló una sola palabra,una sola orden.

A continuación, un rugido agónico

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estremeció aquella cámara, lo queprovocó que varios trozos de roca sedesprendieran del techo. El colosocarmesí estiró la cabeza hacia atrás todolo que pudo. Entonces, la abrazaderaque rodeaba su garganta relució con talintensidad que el orco tuvo queprotegerse los ojos.

Cerca de él, el siervo flamígero deldisco se materializó en un destello deluz y, al instante, las oscuras cuencas desus ojos se clavaron sobre Nekros a laespera de sus órdenes. Pero el brujo nonecesitaba en ese momento la ayuda deaquella criatura; la propia reliquia habíasorteado una situación potencialmentedesastrosa.

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—Márchate —le ordenó al gólem defuego.

Mientras aquella criaturadesaparecía en medio de una explosión,el orco tullido se atrevió a pasearsedelante de la dragona. Un ceño fruncidose dibujó en su feo rostro. La frustraciónde saber que servía a una causa perdidaprovocó que la ira de Nekros aumentaratras este último intento de asesinarlo porparte del leviatán.

—Todavía te guardas varios ases enla manga, ¿eh, lagarta?

El orco lanzó una mirada iracunda ala abrazadera. Resultaba obvio queAlexstrasza había ido poco a poco,durante mucho tiempo, aflojándola del

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enganche que la clavaba a la pared.Entonces, Nekros se percató de que elencantamiento que reforzaba susataduras no se extendía a la piedra a laque estaban sujetas. Ese error habíaestado a punto de costarle muy caro.

Sin embargo, ahora era ella quieniba a pagar muy caro haber fallado a lahora de matarlo. Nekros clavó su miradatorva y ceñuda sobre la dragona, queestaba gravemente herida.

—Has sido muy osada… —siseóentre gruñidos—. Muy osada y muynecia.

Sostuvo en el aire el disco doradopara que pudiera observarlo la dragona,cuyos ojos se abrían cada vez más

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presas del terror.—Si bien Zuluhed me ha ordenado

que te mantenga tan sana como seaposible, mi cabecilla también me haautorizado a castigarte siempre que loconsidere necesario —le amenazóNekros, a la vez que aferraba, con másfuerza si cabe, la reliquia, que brillabaintensamente—. Y ahora mismo…

—Perdone que lo interrumpa estehumilde siervo, oh, gran amo —dijoalguien con una voz muy irritante desdeel interior de la caverna—, pero hemosrecibido unas noticias que deberíaescuchar, ¡oh, sí, se lo aseguro!

Nekros estuvo a punto de soltar lareliquia. El enorme orco se giró lo más

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rápido que pudo a pesar de tener unasola pierna sana, y clavó la miradasobre un ser patéticamente diminuto conorejas de murciélago y unas vastashileras de dientes afilados que podíanentreverse tras una sonrisa demente. Elbrujo no sabía qué le preocupaba más,aquella criatura en sí o el hecho de queun goblin se hubiera infiltrado en lacaverna de la dragona sin que el gólemlo hubiera detenido.

—Tú ¿Cómo has entrado aquí?El orco se agachó y agarró a aquel

diminuto ser por el cuello y lo levantódel suelo. Ya había olvidado suintención de castigar a dragona.

—¿Cómo? —porfió el orco.

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Pese a que pronunció mal laspalabras debido a que se estabaahogando, aquella criatura nauseabundano dejó de sonreír.

—He e-entrado sin más, poderoso a-amo. He e-entrado y ya está.

Nekros meditó un momento sobreello. El goblin debía de haber entradocuando el gólem de fuego había acudidoen ayuda de su amo. Los goblins eranunos seres arteros y taimados, capacesde colarse en lugares que seconsideraban inexpugnables; pero nisiquiera un enemigo tan taimado podríahaber entrado en aquella cámara si nofuera porque su centinela flamígero sehabía distraído.

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El brujo soltó a la pequeña bestia,que cayó al suelo.

—¿Y bien? ¿Por qué estás aquí?¿Qué noticias me traes?

El goblin se frotó la garganta.—Unas muy importantes,

importantísimas, se lo aseguro —respondió el goblin, cuya sonrisa repletade dientes se ensanchó—. ¿Acaso lo hedecepcionado alguna vez, mi prodigiosoamo?

A pesar de que Nekros estabaconvencido de que los goblins teníanmenos sentido del honor que un gusano,tuvo que admitir que ese en concretonunca le había fallado. Cuando menos,eran unos aliados cuestionables, pues

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casi siempre jugaban sus cartas. Aun así,siempre habían cumplido las misionesque les había encomendado MartilloMaldito, y el gran Puño Negro antes queél.

—Habla, entonces. Y sé breve.Aquel malévolo diablillo asintió

repetidas veces.—Sí, Nekros, sí. He venido a

informarle de que se está urdiendo unplan… bueno, en realidad, más de uno,para liberar a…

En ese momento, titubeó y, actoseguido, ladeó la cabeza en dirección ala exhausta Alexstrasza y añadió:

—…o sea, quieren frustrar lossueños del clan Faucedraco.

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Una sensación muy desagradablerecorrió la columna vertebral del orco.

—¿Qué insinúas?Una vez más, el goblin ladeó la

cabeza hacia la dragona.—Quizá deberíamos hablar en otro

lado, mi gran amo.La criatura tenía todo el derecho del

mundo a formular esa petición. Nekrosmiró a su cautiva, que parecíainconsciente a causa del dolor y elagotamiento. Aun así, de momento,convenía extremar las precauciones conella. Además, si aquel espía le traía lasnoticias que el brujo orco se imaginaba,prefería que la reina de los dragones noescuchara los detalles.

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—Muy bien —rezongó.Nekros fue cojeando hasta la entrada

de la caverna, mientras cavilaba sobrelas noticias que probablemente aquellacriatura le iba a notificar. El goblin ibadando saltos junto a él, con una sonrisade oreja a oreja. El orco sintió latentación de borrarle su irritante sonrisade la cara, pero se contuvo porque lenecesitaba. Pero en cuanto le diera lamenor excusa…

—Más te vale que sea unainformación valiosa, Kryll. Tú ya meentiendes…

Kryll asintió mientras apretaba elpaso para ir a la par de su amo. Sucabeza se movía de arriba abajo, como

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la de un muñeco roto.—Confíe en mí, amo Nekros. Confíe

en mí…

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CAPÍTULOCINCO

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—É l no ha tenido nada que ver con laexplosión— Insistió Vereesa—.

¿Por qué iba a hacer algo así?—Porque es un brujo —contestórotundamente Duncan, como si con esarespuesta pudiera responder cualquierpregunta—. No le importan las vidas delos demás.

Vereesa, que era muy consciente delos prejuicios que aquella orden sagradatenía en contra de la magia, no intentórefutar esa argumentación. Como era unaelfa, había crecido rodeada de magia,incluso podía hacer un poco de magia,por eso no tenía una opinión sobreRhonin tan nefasta como el paladín. Si

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bien Rhonin le parecía un insensato, nole parecía un ser tan monstruoso,incapaz de preocuparse por los demás.¿Acaso no la había ayudado cuandohuían de aquel dragón? ¿Por qué, si no,habría arriesgado su vida, cuandopodría haber proseguido su viaje aHasic él solo?

—Si él no tiene la culpa, entonces¿por qué ha desaparecido? —porfióLord Senturus—. ¿Por qué no hemosencontrado ni rastro de él entre losescombros? Si es inocente, su cuerpodebería estar junto a los cadáveres denuestros dos hermanos que han perecidopor culpa de su hechizo…

Aquel hombre se acarició con

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delicadeza la barba.—No. Este acto vil ha sido cosa

suya, estoy seguro.Claro, así tienes una excusa para

cazarlo como a un animal, pensó laforestal. ¿Por qué, si no, Duncan habríareunido a diez de sus mejores hombrespara cabalgar con ellos dos en busca delhechicero desaparecido? Pronto quedóclaro que lo que en un principio Vereesahabía tomado por una misión de rescateera algo totalmente distinto. En cuantoescucharon la explosión y vieron elmontón de escombros a que habíaquedado reducida la muralla, la elfasintió que el corazón se le encogía. Nosólo había fracasado en su misión de

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proteger la vida de su compañero deviaje, sino que su protegido y otros doshombres más habrían perecidoabsurdamente. Sin embargo, Duncanhabía interpretado esos acontecimientosde otra manera, sobre todo cuando, trasrevisar los escombros, no dieron con elmás mínimo rastro del cadáver deRhonin.

En un primer momento, la forestalpensó que era un sabotaje perpetradopor zapadores goblins especializados enadentrarse sigilosamente en lasfortalezas y en colocar cargas mortales,pero el anciano paladín había insistidoen que en la región ya no quedaba nirastro de la Horda, sobre todo de

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goblins. Si bien aquellas criaturasnauseabundas poseían unas cuantasmáquinas voladoras inconcebiblementeasombrosas, nadie había divisadoninguna. Además, una aeronave de esaclase habría tenido que desplazarse a lavelocidad del rayo para evitar serdetectada, lo cual era absolutamenteimposible para unos artilugios tanpesados y voluminosos.

Eso dejaba a Rhonin como elprincipal sospechoso de haber causadola destrucción.

Vereesa no creía que él fuera elresponsable, y mucho menos cuando sehabía empeñado tanto en llevar a cabosu misión. No obstante, confiaba en que,

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si finalmente daban con el joven mago,podría evitar que Duncan y los demás loatravesaran con sus espadas antes deaveriguar la verdad.

Tras haber rastreado losalrededores, ahora se dirigían haciaHasic. Aunque más de uno de aquellosjóvenes caballeros había sugerido queRhonin probablemente se había validode su magia para transportarse hasta sudestino, Duncan Senturus habíadescartado esa posibilidad porquepensaba que aquel mago no poseía talpoder. Creía firmemente que seríancapaces de rastrear a ese mago bellaco yllevarlo ante la justicia.

A medida que el día avanzaba y el

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sol iniciaba su descenso en elfirmamento, incluso Vereesa se empezóa cuestionar la inocencia de Rhonin.¿Acaso había causado aquel desastre y,luego, había huido de la escena delcrimen?

—Tendremos que acamparenseguida —anunció Lord Senturus pocodespués, mientras examinaba la espesuracada vez más densa del bosque—. No esque tema que nos vayamos a topar conalgún problema, pero vagar por laoscuridad no nos servirá de nada,nuestra presa se nos podría escaparaunque la tuviéramos delante.

Vereesa había considerado la opciónde proseguir avanzando ella sola, dado

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que su vista era mucho más aguda que lade sus compañeros de viaje, pero se lopensó mejor. Si los Caballeros de laMano de Plata localizaban a Rhonin sinestar ella presente, el mago tendría muypocas posibilidades de sobrevivir alencuentro.

Continuaron cabalgando un pocomás, pero no divisaron nada. El sol seocultó tras el horizonte, de modo quesólo un débil resplandor iluminaba elcamino. Tal como había prometido,Duncan ordenó, con reticencia, al grupoque se detuviera, y conminó a suscaballeros a que montaran elcampamento de inmediato. Vereesadesmontó y examinó el terreno que la

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rodeaba. Albergaba la esperanza, pormuy improbable que fuera, de que elmago pelirrojo se dejara ver de unmomento a otro.

—No está en los alrededores. LadyVereesa.

Al instante, se volvió para encararsecon el líder de los paladines; era elúnico hombre del grupo lo bastante altopara obligarla a estirar el cuello parahablar con él.

—No puedo evitarlo. Sigobuscándolo, mi señor.

—Pronto encontraremos a esasabandija.

—Si querernos ser justos, creo quedeberíamos escuchar primero su versión

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de los hechos. Lord Senturus.Aquella imponente figura ataviada

con una armadura se encogió dehombros como si la sugerencia leresultara indiferente.

—Le daremos la oportunidad deexpresar su arrepentimiento, porsupuesto.

Tras lo cual, lo detendrían yencadenarían o lo ejecutarían ahí mismo.Los Caballeros de la Mano de Plataserían una orden sagrada, pero tambiéneran conocidos por su expeditivamanera de impartir justicia.

Vereesa se excusó ante el vetustopaladín. En ese momento no confiaba enque pudiera morderse la lengua y temía

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darle una contestación que loenfureciera. Llevó su caballo hasta unárbol situado en los lindes delcampamento y, acto seguido, seescabulló entre los árboles. Los sonidosdel campamento se fueron apagando amedida que la elfa se adentraba en suelemento natural.

Una vez más, se sintió tentada decontinuar con la búsqueda ella sola.Como forestal, le resultaría muy fácilpeinar el bosque y rebuscar entre lasgrietas, hendiduras y zonas de espesofollaje en donde se podría ocultar uncadáver.

«No puedes reprimir las ganas desalir corriendo, de resolver los

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problemas a tu única e inimitablemanera, ¿eh, Vereesa?», le habíapreguntado su primer tutor poco despuésde entrar en el selecto programa deadiestramiento de forestales. Sólo losmejores pasaban a engrosar sus filas.«Eres tan impaciente que bien podríashaber nacido humana. Como sigas así,no estarás entre los forestales muchotiempo…»

A pesar del escepticismo que mostrómás de un tutor respecto a su valía comoforestal, Vereesa logró salirse con lasuya, y destacó entre los mejores de sugrupo de adiestramiento. Así que ahorano podía fallar, no podía cometer unaimprudencia y olvidarse de todo lo

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aprendido a lo largo de suadiestramiento.

Se prometió a sí misma que volveríacon los demás después de disfrutar deunos minutos de relajación en el bosquey, al instante, la forestal de peloplateado se apoyó en un árbol y exhalóaire con fuerza. Pese a que aquellamisión era muy sencilla a priori, habíaestado al borde del desastre másabsoluto en dos ocasiones ya. Si nodaban con Rhonin, tendría que pensarqué iba a contarles a sus superiores, asícomo al Kirin Tor de Dalaran. Aunquela culpa no fuera suya…

Una repentina ráfaga de aire estuvo apunto de tirar a Vereesa al suelo. La elfa

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logró aferrarse al árbol en el últimomomento. Entretanto, en la lejanía, podíaescuchar los gritos de frustración de loscaballeros y el estrépito provocado porel impacto de diversos objetos contra elsuelo.

Tan rápidamente como habíaarreciado, el viento amainó de repente.Vereesa se apartó el pelo alborotado dela cara y regresó a gran velocidad alcampamento, temiendo que Duncan y losdemás acabaran de ser atacados poralguna fuerza terrible similar al dragóncon el que ella se había enfrentado hacíapoco. Por fortuna, mientras seaproximaba, la forestal escuchó a lospaladines discutir sobre cómo iban a

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reparar el campamento y, a medida quese adentraba en él, pudo comprobar que,salvo los petates y otros objetos queyacían desparramados por la tierra,todos parecían estar sanos y salvos.

Lord Senturus se dirigió hacia ella,con una mirada que reflejaba una hondapreocupación.

—¿Estás bien, mi señora? ¿Hassufrido algún daño?

—No. Simplemente, el viento mesorprendió.

—Nos ha sorprendido a todos —replicó el paladín, frotándose la barbaal tiempo que clavaba la mirada sobre elbosque envuelto en sombras—. Unviento normal no sopla de esa manera.

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A continuación, se volvió hacia unode sus hombres y dijo:

—¡Roland! Doble la guardia. Quizáno hemos visto aún el final de estapeculiar tormenta.

—¡Sí, mi señor! —respondió uncaballero delgado y pálido.

—¡Christoff! ¡Jakob! Id a…Dejó de hablar tan abruptamente que

tanto Duncan, quien se había vueltohacia Vereesa, como ésta lo observaronpara comprobar si había sido derribadopor una flecha o una saeta de ballesta.Sin embargo, se lo encontraron mirandofijamente una especie de fardo oscuroque yacía entre los petates. El fardoresulto ser una persona con las piernas

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estiradas y los brazos cruzados sobre elpecho, como si estuviera muerto,descansando en paz.

Una persona a la que, poco a poco,la elfa pudo reconocer: Rhonin.

Vereesa y los caballeros secongregaron a su alrededor, y uno deellos se acercó con una antorcha. La elfase agachó para examinar el cuerpo. Bajola trémula luz de la antorcha, Rhonin seveía muy pálido e inmóvil, de modo queno estaba segura de si respiraba o no.Vereesa hizo ademán de tocarle lamejilla y…

El mago abrió los ojosdesmesuradamente, sobresaltando a todoel mundo.

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—Cuánto me… alegro de verte…forestal…

Dicho esto, Rhonin cerró los ojos yvolvió a quedarse dormido.

—¡Mago necio! —rezongó DuncanSenturus—. Tú que te desvaneciste enmedio del caos en que murieron unoshombres de honor, ¿cómo te atreves areaparecer después entre nosotros comosi no hubiera pasado nada para, actoseguido, echarte a dormir?

Intentó agarrar al hechicero delbrazo, con el propósito de zarandearlo ydespertarlo, pero soltó un grito desobresalto al rozar sus dedos el atuendooscuro de Rhonin. El paladín se quedócontemplando su mano enguantada como

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si algo se la hubiera mordido, y dijofurioso:

—Una suerte de diabólico fuegoinvisible lo rodea. Me he quemado altocarle, y eso que llevo guantes. Ha sidocomo si intentara coger una brasa.

A pesar de esta advertencia, Vereesase sintió obligada a comprobarlo por símisma. Si bien sintió cierto desagradocuando sus dedos rozaron la ropa deRhonin, no fue una sensación tan intensacomo la que Lord Senturus acababa dedescribir. No obstante, la forestal apartóla mano y asintió, aunque no creyónecesario informar al vetusto paladín deque había sentido algo distinto.

Entonces, Vereesa escuchó a sus

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espaldas el roce del acero al serdesenvainado. Rápidamente, alzó lavista en dirección a Duncan, quien yaestaba haciendo un gesto de negacióncon la cabeza al caballero en cuestión.

—No, Wexford, un Caballero de laMano de Plata no puede matar a unenemigo que no se pueda defender. Esosupondría mancillar nuestro juramento.Creo que esta noche deberíamos apostarguardias. Ya veremos qué hacemos coneste hechicero mañana por la mañana —dijo Lord Senturus, cuyo semblantecurtido adoptó una expresión sombría—.De un modo u otro, se hará justicia encuanto despierte.

—Me quedaré con él —anunció

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Vereesa—. No hace falta que se quedenadie más.

—Perdóname, mi señora, pero surelación con…

La elfa se enderezó, y miró tanfijamente como pudo a los ojos alpaladín de avanzada edad.

—¿Acaso te atreves a cuestionar lapalabra de una forestal, Lord Senturus?¿Te atreves a cuestionar mi palabra?¿Acaso das por sentado que voy aayudarlo a huir de nuevo?

—Claro que no —replicó Duncan, yse encogió de hombros—. Si eso es loque quieres, adelante. Tienes mipermiso. Aunque creo que no deberíaspasar toda la noche con él sin nadie que

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te releve…—Eso lo decido yo. ¿Acaso tú no

harías lo mismo con alguien a quien tehubieran encomendado proteger?

El argumento de Vereesa erairrefutable. Lord Senturus hizo un gestode negación con la cabeza y, actoseguido, se volvió hacia los demásguerreros e impartió unas órdenes.Segundos después, la forestal y el magoestaban solos en el centro delcampamento. Rhonin seguía tumbadosobre dos petates: los caballeros nosabían cómo quitarlo de ahí sinquemarse.

La elfa examinó a aquel ser dormidolo mejor que pudo sin volver a tocarlo.

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La túnica de Rhonin parecía haberserasgado en algunos puntos y el rostro delmago presentaba pequeñas cicatrices yhematomas; por lo demás, no se leapreciaban heridas graves. Sin embargo,por su expresión cabía deducir que sesentía exhausto, como si hubiera sufridoun agotamiento extremo.

Aunque quizá fuera por efecto de laoscuridad de la noche inminente bajo lacual lo examinó, Vereesa tuvo lasensación de que el humano parecía, enaquellos instantes, más vulnerable quenunca, hasta el punto de despertar ciertaternura en ella. También tuvo queadmitir que era bastante apuesto. La elfaenseguida centró su mente en otros

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menesteres. Pese a que intento dar con lamanera de colocar al mago inconscienteen una posición más cómoda, finalmentelo dejó como estaba, porque si lo movía,habría revelado que podía soportar suroce, lo cual habría provocado que LordSenturus la ordenara poner a Rhonin enuna posición en que estuviera másindefenso al despertar, y eso iba encontra de la promesa de protegerlo quela elfa le había hecho al mago.

Así que a Vereesa no le quedó másremedio que situarse cerca del mago queyacía boca abajo y observardetenidamente los alrededores,escudriñando la zona boscosa por sisurgía alguna posible amenaza. Pensaba

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que la repentina reaparición de Rhoninera muy extraña, y, aunque Duncan nohabía hecho ningún comentario alrespecto, estaba claro que el líder de lospaladines opinaba lo mismo. No creía aRhonin capaz de transportarse por sísolo hasta el campamento, si bien unesfuerzo de tal envergadura explicaríapor qué se encontraba en un estadopseudocomatoso. Sin embargo, estahipótesis no acababa de convencerla.Más bien, Vereesa tenía la sensación dehallarse ante un hombre que había sidosecuestrado, y devuelto después de quesu secuestrador hubiera hecho con él loque le viniera en gana.

Pero entonces quedaba una gran

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incógnita por despejar: quién podíarealizar semejante proeza y por qué lohabía hecho.

Se despertó consciente de quetendría a todos en su contra.

Bueno, tal vez a todos no. Rhonin noestaba convencido de contar con elapoyo de la forestal elfa; de hecho, nisiquiera sabía si podría contar con elapoyo de su propio cuerpo a la hora deponerse en pie. Lo cierto era que habíajurado llevarlo sano y salvo hasta Hasic,y eso implicaba defenderlo incluso deaquellos caballeros tan devotos, aunqueno podía estar seguro de ello al cien por

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cien. En su última misión había un elfoen su grupo, un forestal experimentadocomo Vereesa. Sin embargo, aquelforestal había tratado al mago como loestaba tratando ahora Duncan Senturus,o peor aún, porque carecía de la mínimacortesía de la que hacía gala el vetustopaladín.

Rhonin exhaló aire con cautela parano alertar a nadie de que ya estabaconsciente. Sólo había una manera deaveriguar cómo reaccionarían loshombres que lo rodeaban, pero antesnecesitaba unos minutos para ordenarsus pensamientos. Entre las primeraspreguntas que le formularían figurabanla de qué papel había desempeñado en

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el desastroso derrumbe de la muralla yqué le había ocurrido después. Respectoa la segunda cuestión, probablementeellos sabían tanto como él.

No podía demorarse más. Rhonintomó aire una vez más y, a continuación,se estiró como sí se acabara dedespertar.

Entonces escuchó un levemovimiento junto a él.

Con estudiada naturalidad, el magoabrió los ojos y observó su entorno.Para su alivio y alegría —esto último lesorprendió—, el semblante preocupadode Vereesa ocupó todo su campo visual.La forestal se inclinó hacia delante, yunos ojos de un cautivador azul cielo lo

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miraron con detenimiento. Aquellos ojosencajaban perfectamente en ese rostro,caviló por un instante, pero dejó depensar en ello en cuanto un tintineometálico le advirtió de que los demás sehabían percatado de que se habladespertado.

—Vuelve a estar en el mundo de losvivos, ¿eh? —rezongó Lord Senturus—.Ya veremos cuánto dura en él…

De inmediato, la esbelta elfa se pusoen pie de un salto, bloqueando el paso alpaladín.

—¡Pero sí acaba de abrir los ojos!Concededle tiempo, al menos, pararecuperarse y comer antes deinterrogarlo.

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—No pienso negarle ningún derechofundamental, mi señora, pero tendrá queresponder a nuestras preguntas mientrasdesayuna, no después.

Rhonin se había incorporado,apoyándose en los codos, lo suficientecomo para reparar en el semblanteceñudo de Duncan y constatar que losCaballeros de la Mano de Plata lecreían un traidor y, posiblemente, unasesino. El debilitado mago se acordódel desafortunado centinela que se habíaprecipitado desde la muralla hacia unamuerte segura, y sospechó que podríahaber más víctimas como él. Sin duda,alguien había informado de que Rhoninse encontraba en la muralla cuando se

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produjo la explosión. Después, habíanpasado los hechos por el tamiz de losprejuicios arraigados en aquella ordensagrada, y habían llegado a unaconclusión errónea, como siempre.

No quería luchar contra ellos.Además, dudaba que en aquellosmomentos fuera capaz de ejecutar pocomás que un par de encantamientos muysencillos. Pero como intentarancondenarlo por lo que había sucedido enla fortaleza, Rhonin no se refrenaría a lahora de defenderse.

—Responderé a vuestras preguntaslo mejor que pueda —replicó el mago,negándose a que Vereesa le ayudara aponerse en pie—. No obstante, antes

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necesitaré beber un poco de agua yllenar el estómago.

La insípida comida de los caballerosle supo a gloria bendita en cuanto laprobó, y el agua tibia de una ánfora, avino. Rhonin se percató de que se sentíacomo si le hubieran obligado a pasarhambre durante casi una semana. Comiócon sumo gusto, con ganas y sinpreocuparse por sus modales. Algunoscaballeros lo observaron con unasonrisa en la boca; otros, sobre todoDuncan, con desagrado.

En cuanto sació su sed y su hambre,comenzó el interrogatorio. Lord Senturusse sentó ante él, con la mirada fija en elhechicero, juzgándolo de antemano. Y

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entonces dijo:—Ha llegado el momento de que

confieses, Rhonin el pelirrojo. Hasllenado tu estómago, así que ahora debesliberar tu alma de la pesada carga delpecado. Cuéntanos toda la verdad sobrela fechoría que cometiste en la murallade la fortaleza…

Vereesa se encontraba junto al mago,quien se iba recuperando poco a poco,con la mano sobre la empuñadura de laespada. Obviamente, se había colocadoen una posición que le permitiera actuarcomo su abogada defensora ante aqueltribunal informal e improvisado, y no lohacía, como Rhonin pensaba,simplemente porque tenía una promesa

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que cumplir. Lo cierto era que, despuésdel enfrentamiento con el dragón, la elfalo conocía mejor que aquellos patanes.

—Os contaré lo que sé, aunque no esmucho, mi señor. Es cierto que mehallaba en la parte superior de lamuralla de la fortaleza, pero no es culpamía que ésta fuera destruida.

Escuché una explosión, la muralla seestremeció y, acto seguido, uno de tussoldaditos tuvo la desgracia de caer alvacío, por lo que te doy miscondolencias…

Duncan todavía no se había puesto elyelmo, y se estaba pasando una manopor su pelo gris y cada vez menosabundante. Daba la impresión de que

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libraba una valiente batalla paracontrolar sus emociones.

—Tu historia tiene unas lagunas másgrandes que el abismo que se abre en tucorazón, mago, y apenas has comenzadotu declaración. Algunos de nuestroshombres sobrevivieron, a pesar de quehiciste todo lo posible por que no fueraasí; además, fueron testigos de cómopreparabas tus conjuros antes de queocurriera el desastre. ¡Tus mentirasserán tu condena!

—No. Tú ya me has condenado,como has condenado a todo aquel que escomo yo por el mero hecho de existir —le rebatió Rhonin con suma calma.

Dio otro mordisco a la galletita dura

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que estaba comiendo y, a continuación,añadió:

—Sí, mi señor, lancé un conjuro,pero con la finalidad de comunicarmecon alguien a larga distancia. Buscaba elconsejo de uno de mis superiores sobrecómo proceder en esta misión que me hasido encomendada por las altas esferasde la Alianza, como la honorableforestal aquí presente podrá confirmar.

Vereesa preparó su respuestamientras las miradas de los caballerosse desplazaban hacia ella.

—Está diciendo la verdad. Duncan.No tenía ningún motivo para desatar talcaos… —Alzó una mano en cuanto elanciano guerrero hizo ademán de

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protestar: sin duda, iba a insistir en laidea de que todos los magos condenabansu alma desde el momento en que seiniciaban en la práctica de las artesarcanas—. Y me enfrentaré en combate aquien haga falta, incluido tú, con tal deque este mago vuelva a ser un hombrelibre de pleno derecho.

Lord Senturus pareció contrariadoante la posibilidad de tener queenfrentarse a la elfa en batalla. Y si bienlanzó una mirada iracunda a Rhonin,finalmente asintió despacio.

—Muy bien. Resulta obvio quecuentas con una defensora incondicionalque confía en ti ciegamente, mago. Estoydispuesto a aceptar su palabra de que no

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eres responsable de lo que ha ocurrido.Tras haber hecho esta afirmación, el

paladín añadió señalando con el dedo almago:

—Pero vas a contarme qué teocurrió mientras estuviste desaparecidoy, si eres capaz de recordarlo,explícame cómo es posible que acabarascayendo en este campamento cual hojaque cae de un gran árbol…

Rhonin profirió un suspiro, sabedorde que no iba a poder zafarse de esaspreguntas.

—Como desees. Intentaré contarostodo lo que sé.

No añadió muchos más detalles a loque había relatado con anterioridad. Una

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vez más, el fatigado mago les habló desu paseo hasta la muralla, de que habíadecidido intentar contactar con sumecenas, y de la repentina explosión quehabía sacudido toda aquella sección dela fortaleza.

—¿Estás seguro de que eso fue loque oíste? —le interrumpió DuncanSenturus.

—Sí. Aunque no puedo probarlo demanera irrefutable, el estruendo me hizopensar que había estallado una cargaexplosiva.

El hecho de que se tratase de unaexplosión no quería decir que losgoblins fueran responsables del ataque;no obstante, después de tantos años de

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guerra, era la conclusión más lógicaincluso para el mago. Sin embargo, nohabía habido avistamientos de goblinsen aquella región de Lordaeronrecientemente. Entonces, Vereesa sugirióuna nueva hipótesis:

—Duncan, quizá el dragón que nospersiguió al mago y a mí llevaba unapareja de goblins consigo. Sonpequeños, enjutos y capaces depermanecer escondidos un par de díaspara luego actuar. Eso lo explicaríatodo.

—En efecto —convino con reservas—. En ese caso, debemos redoblar lavigilancia. Los goblins sólo sabenprovocar el caos y la destrucción para

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entretenerse. Seguramente, volverán aatacar.

Rhonin prosiguió su relato: contócómo había corrido a guarecerse en laatalaya, que no resultó ser un refugioseguro, porque se derrumbó encima deél. En ese momento titubeó: estabaseguro de que Senturus iba a encontrarsus siguientes palabras un tantocuestionables, cuando menos.

—Entonces algo… me agarró, miseñor. No sé qué era, pero me alzó hacíael cielo como si fuera un juguete y mealejó de aquel dantesco escenario. Pordesgracia, no podía respirar bien porqueesa cosa me agarraba con mucha fuerza,y me desmayé. Lo siguiente que vi

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cuando volví a abrir los ojos… —lesexplicó, y en ese instante miró Vereesa— fue su rostro.

Duncan aguardó a que el magosiguiera hablando, y en cuanto quedóclaro que la espera iba a ser infructuosa,se dio una palmada en una rodillaprotegida por el metal de su armadura ygritó:

—¿Eso es todo? ¿Eso es todo cuantosabes?

—Así es.—¡Por el espíritu de Alonsus Faol!

—le espetó el paladín, invocando elnombre del arzobispo cuyo legado habíallevado a que el aprendiz, Uther eliluminado, fundara aquella orden

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sagrada—. No nos has contado nada,nada que merezca la pena. Si hubierapensado por un momento que…

Entonces, un leve movimiento deVereesa le hizo callar.

—Pero como he dado mi palabra yhe aceptado la palabra de otra personaaquí presente, cumpliré mi promesa —dijo finalmente.

Se levantó y mostró bien a las clarasque no quería permanecer más tiempojunto al mago.

—Aunque también voy a tomar otradecisión aquí y ahora. Como vamos decamino hacia Hasic, no veo ningúnimpedimento para acompañarte en tuviaje y cercioramos de que puedas

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embarcar en esa nave. Ya se ocuparánellos de ti como consideren oportuno.Partiremos dentro de una hora. Prepáratepara el viaje, mago. Cabalgaremos algalope.

Tras estas palabras. Lord DuncanSenturus dio media vuelta y se alejóseguido por sus leales caballeros.Rhonin se quedó solo, a excepción de laforestal, quien se sentó ante él y le miróa los ojos.

—¿Te encuentras lo bastante biencomo para cabalgar?

—A pesar de que estoy exhausto ytengo alguna magulladura que otra, sigode una pieza, elfa —contestó Rhonin, yal instante se dio cuenta de que había

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hablado con más rudeza de la quepretendía—. Lo siento. Sí, puedocabalgar. Haré lo que haga falta parallegar al puerto a tiempo.

Vereesa se levantó.—Voy a preparar nuestras monturas.

Duncan había traído un caballo de más,por si acaso te encontrábamos. Mecercioraré de que tu montura te estéesperando cuando hayas acabado.

La forestal se dio la vuelta, y unaemoción inusitada en él embargó alagotado hechicero.

—Gracias, Vereesa Brisaveloz.Ella miró hacia atrás.—Ocuparme de los caballos forma

parte de mis obligaciones como guía.

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—No te daba las gracias por eso,sino por haberme apoyado durante elinterrogatorio. Sin ti, podría haberderivado en un proceso inquisitorial.

—Eso también forma parte de misobligaciones. Juré a mis superiores queme aseguraría de que llegaras a tudestino.

Las comisuras de sus labios sealzaron levemente por un instante,componiendo un gesto que podríainterpretarse como una sonrisa.

—Será mejor que te vayaspreparando, mago Rhonin. Viajaremos agalope tendido. No hay tiempo queperder.

Acto seguido, lo dejó solo para que

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se ocupara de sus cosas. Rhonin clavó lamirada en la hoguera que se ibaapagando, mientras pensaba en todo loque había ocurrido. Vereesa no sabía locerca que había estado de la verdad conlo que acababa de decir. El viaje aHasic no sería un trayecto fácil, pero nosólo porque iban contrarreloj.

El mago no había sido totalmentesincero con ellos, ni siquiera con la elfa.En verdad, Rhonin se lo había contadotodo, pero se había guardado para sí sussospechas. Y aunque no se sentíaculpable por la muerte de aquellospaladines, tenía remordimientosrespecto a Vereesa, quien estabademostrando una dedicación encomiable

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por protegerlo a lo largo del viaje.Rhonin ignoraba quién había

colocado la carga explosiva.Probablemente, unos goblins. Enrealidad, no le importaba. Lo que sí leimportaba era lo que se había guardadopara sí, lo que había omitido en surelato. Cuando les contó que algo lohabía sacado de la atalaya que sedesmoronaba, decidió que era mejor queno supieran que había tenido lasensación de que una mano gigantesca lolevantaba del suelo. Probablemente nole hubieran creído, o, en el caso deSenturus, hubiera utilizado esadeclaración como una prueba más deque trataba con demonios.

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Una mano gigantesca había salvadoa Rhonin, y no era humana. Aunqueestuvo consciente muy poco tiempo, fuemás que suficiente para reconoceraquella piel cubierta de escamas y esasviles garras curvadas que superaban entamaño el cuerpo del mago.

Un dragón había rescatado al magode una muerte segura… y Rhonindesconocía el motivo.

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CAPÍTULOSEIS

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—¿D ónde está? No puedoperder el tiempo

deambulando por estos viejospasillos.El rey Terenas contó hasta diez ensilencio, por enésima vez, antes deresponder al último exabrupto de GennCringris.—Lord Prestor llegará enseguida, Genn.Ya sabes que quiere que alcancemos unacuerdo en esta materia.

—Yo no sé nada al respecto —sequejó aquel hombre enorme, ataviadocon una armadura negra y gris.

Para el rey, Genn Cringris semejabaun oso que hubiera aprendido a vestirse

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por sí solo, aunque con torpeza. Parecíaa punto de reventar la armadura, y comoel soberano de Gilneas tragara una solajarra más de cerveza o devorara un solopastel más de Lordaeron que loscocineros de Terenas habían preparadopara la ocasión, seguramente acabaríasucediendo.

A pesar de la apariencia osuna deCringris, de sus modales insolentes y decarecer de pelos en la lengua, el rey nosubestimaba a aquel guerrero del sur. Sibien la habilidad de Cringris paradesenvolverse en la arena política eralegendaria, su arrogancia también lo era.A Terenas todavía le sorprendía queCringris hubiera logrado que Gilneas

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tuviera voz y voto en un asunto que nodebería haber incumbido a un reino tanremoto.

—Es como pedirle al viento quedeje de ulular —dijo alguien coneducación desde el otro extremo de lagran sala—. Seguro que el viento teharía más caso que esta criatura que esincapaz de callarse un instante.

Todos se habían mostrado deacuerdo en reunirse en la sala imperial,donde, en tiempos pasados, se habíannegociado y firmado los tratados másimportantes para Lordaeron. Aquellasala imbuía a cualquier discusión de unagran relevancia gracias al peso de lahistoria que impregnaba sus paredes y a

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su decoración antigua pero majestuosa.Además, todos eran conscientes de quela resolución del problema de Alteracera clave para la pervivencia de laAlianza.

—Almirante, si tanto te desagradaoírme hablar —le espetó Cringris—, elnoble acero podrá ayudarte a que novuelvas a escuchar mi voz, ni nada más,nunca.

El almirante Daelin Valiente se pusoen pie con la elegancia propia de él. Elesbelto y curtido marinero, que ibavestido con su uniforme verde, hizoademan de desenvainar la espada quependía de su cintura; sin embargo, lavaina de su espada estaba vacía. Al

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igual que la de Genn Cringris. Sólo sehabían puesto de acuerdo, aunque conreticencias, en un punto: ningún jefe deEstado portaría armas durante lasdeliberaciones. Todos, incluido GennCringris, habían accedido a que unoscentinelas escogidos exprofeso losregistraran; unos vigilantes quepertenecieran a la orden de losCaballeros de la Mano de Plata, la únicaorden militar en la que todos confiaban apesar de que no ocultaban su lealtad aTerenas.

Prestor, claro está, era el artífice deeste increíble encuentro en la cumbre.Rara vez se reunían los monarcas de losgrandes reinos. Generalmente,

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parlamentaban por mediación deemisarios y diplomáticos, y, muy de vezen cuando, alguno de ellos venía arealizar una visita de Estado a uno desus homólogos. Sólo el asombrosoPrestor podía haber convencido a losdesasosegados aliados de Terenas paraque dejaran a su séquito y su guardiapersonal fuera de la sala y se reunieranpara discutir el problema cara a cara.

Aunque sería mejor que el jovennoble apareciera cuanto antes…

—¡Calma, caballeros!El rey buscó ayuda

desesperadamente con la mirada y susojos se posaron sobre una figura adustajunto a la ventana; una figura ataviada de

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cuero y pieles de animal pese a que elclima en aquella región era bastantecálido. A esa distancia, Terenas sólopudo distinguir la barba rebelde y lanariz puntiaguda del rudo semblante deThoras Aterratrols. El rey sabía que,aunque Thoras pareciera muy interesadoen lo que sucedía al otro lado de laventana, el señor de Stromgarde habíapermanecido muy atento tanto a laspalabras como al tono en que habíanhablado sus homólogos. El hecho de queno hiciera nada para ayudar a Terenas enla presente discusión sirvió pararecordar a este último la brecha que sehabía abierto entre ellos desde elcomienzo de aquella desesperante

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situación.¡Maldito Lord Perenolde!, pensó el

rey de Lordaeron. Ojalá no nos hubieraobligado a celebrar esta reunión.

Pese a que unos cuantos caballerosde la orden sagrada se encontrabancerca por si acaso algún monarcadecidía pasar a las manos, Terenas temíano que se produjera alguna agresiónfísica, sino que se resquebrajara laesperanza de mantener la alianza entrelos reinos humanos. No creía que laamenaza orca se hubiera erradicadodefinitivamente. Era consciente de quelos humanos tenían que permanecerunidos en un momento tan crucial. Lehubiera gustado que Anduin Lothar, el

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soberano de los refugiados deldevastado reino de Azeroth, estuvierapresente en la reunión, pero no habíasido posible, y sin Lothar sólo cabía laposibilidad de que…

—¡Señores! ¡Mantened la calma!¡Este comportamiento es intolerable!

—¡Prestor! —exclamó Terenas—.¡Alabado seas!

Los demás se giraron en cuantoaquella figura alta e inmaculada entró enla enorme sala. Resulta asombrosocomprobar cómo reaccionan sushomólogos ante la presencia de estejoven, pensó el rey. Su mera presencialogra que cesen las riñas y queenemigos irreconciliables depongan las

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armas y estén dispuestos a concertar lapaz.

Sin ninguna duda. Perenolde era elhombre indicado para sustituir a Anduin.

Terenas observó cómo su amigorecorría la cámara saludando a losmonarcas de uno en uno y tratándoloscomo si fueran sus mejores amigos. Y talvez lo fueran, ya que Prestor no parecíatener la más mínima pizca de arrogancia.Tanto si trataba con el arisco Thorascomo con el maquinador Cringris,Prestor sabía cómo debía dirigirse acada uno de ellos. Los únicos que no lehabían mostrado su aprecio habían sidolos magos de Dalaran; pero claro, unono se puede fiar de quienes dominan las

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artes arcanas.—Disculpad la tardanza —dijo el

joven aristócrata—. Esta mañana salí acabalgar por el campo y perdí la nocióndel tiempo. No creía que fuera a tardartanto en regresar a palacio.

—No tienes por qué disculparte —replicó amablemente Thoras Aterratrols.

Un ejemplo más del extraordinario,y casi mágico, don de gentes de Prestor.Si bien era un amigo y un aliado muyrespetado, Thoras Aterratrols tenía quehacer grandes esfuerzos para dirigirse aalguien con amabilidad. Hablaba confrases cortas y muy precisas, y acontinuación, solía sumirse en unprofundo silencio. Con esos silencios no

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pretendía molestar a nadie, tal comoTerenas había constatado con el paso deltiempo. La verdad era mucho mássencilla: simplemente, Thoras no sesentía cómodo cuando lasconversaciones se alargaban. Procedíade la fría y montañosa Stromgarde, locual marcaba su carácter y preferíaactuar a hablar.

Por todo eso, el rey de Lordaeron sealegraba aún más de que Prestor hubieraacudido al fin.

Prestor examinó la habitación condetenimiento, cruzando la miradafugazmente con cada uno de lospresentes, antes de decir:

—¡Cuánto me alegro de volver a

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veros! Espero que esta vez podamossalvar nuestras diferencias, de modo queen futuros encuentros podamosparlamentar como buenos amigos ycompañeros de armas…

Cringris asintió de una manera casientusiasta. Valiente mostraba un gesto desatisfacción en su semblante, como si lallegada del hombre hubiera sido larespuesta a sus plegarias. Terenas nodijo nada, simplemente, permitió que suamigo tomara las riendas de la reunión.Cuanto más a gusto se sintieran losdemás con Prestor, más fácil leresultaría al rey presentar su propuesta.

Se reunieron en torno a la mesa demarfil de elaborada ornamentación que

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el abuelo de Terenas había recibidocomo regalo de sus vasallos del norte,tras sus fructíferas negociaciones conlos elfos de Quel’Thalas respecto a loslímites de las fronteras norteñas. El reycolocó las manos con firmeza sobre eltablero de la mesa, tal como haciasiempre, y rogó que su predecesor loguiara. En el otro extremo de la mesa seencontraba Prestor, cuya mirada se cruzófugazmente con la del rey. Al contemplarlos intensos orbes de ébano, el monarcaataviado con una túnica se relajó.Prestor se ocuparía él solo de solventartodas las disputas que surgieran.

Comenzaron las conversaciones. Alprincipio, con palabras frías y corteses;

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al final, con palabras acaloradas yrudas. Aun así, bajo la guía de Prestor,la discusión no derivó en violencia. Enmás de una ocasión hubo que llevar aalguno de los presentes de la mano a unrincón apartado para hablar en privadocon él; esas conversaciones siempreterminaban con una sonrisa dibujada enel semblante aguileño de Prestor y congrandes avances que permitían que lasheridas abiertas en la Alianzacicatrizasen.

Justo cuando la cumbre tocaba a sufin. Terenas mantuvo una conversaciónprivada con Prestor. Mientras Cringris,Thoras y el almirante Valientedegustaban el mejor brandy del rey, éste

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y Prestor se aproximaron a la ventanaque daba a la ciudad. A Terenas leencantaba aquella vista de su pueblo. Apesar de la cumbre, sus súbditos sededicaban a sus quehaceres, seguíanadelante con sus vidas. La fe que teníandepositada en él le daba fuerzas parasuperar las situaciones más difíciles;además, confiaba en que entenderían ladecisión que iba a tomar aquel día.

—No sé cómo lo has logrado,muchacho —le susurró a su interlocutor—. Has conseguido que los demás veanla verdad, que comprendan qué debemoshacer. Ahora mismo están todossentados en esta cámara, comportándosecivilizadamente no sólo conmigo sino

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también entre ellos. Temía que Genn yThoras pidieran mi cabeza en cualquiermomento.

—Simplemente, he hecho lo que hepodido para apaciguarlos, mi señor,pero gracias por tus amables palabras.

Terenas hizo un gesto de negacióncon la cabeza.

—¿Mis amables palabras? Pero¿qué dices? Prestor, zagal, has evitadotú solo que la Alianza se desmorone.¿Qué les has dicho?

Entonces los apuestos rasgos de suinterlocutor adoptaron un gesto propiode un manipulador consumado. Acontinuación, el joven noble se inclinó,sobre el monarca, con los ojos clavados

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en él en todo momento.—Les he dicho un poco de todo. Le

he prometido al almirante que seguirámanteniendo su soberanía sobre el mar,aunque eso signifique enviar un ejércitoa asumir el control de Gilneas; aCringris le he prometido que en el futurodispondrá de colonias navales cerca dela costa que bordea Alterac; y ThorasAterratrols cree que le cederemos laparte oriental de esa región… en cuantome convierta en el soberano legítimo dedicho reino.

Por un instante, el rey se quedóboquiabierto; no estaba muy seguro dehaber escuchado bien. Miró fijamentelos ojos hipnotizantes de Prestor, a la

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espera de una última frase que remataraesa broma tan desagradable. Pero envista de que el otro no dijo nada más.Terenas le espetó en voz baja:

—¿Acaso has perdido el juicio,muchacho? El mero hecho de hacerchanzas con estos asuntos resultatremendamente ultrajante y…

—No he perdido el juicio, y no vasa recordar nada de lo que he dicho.

Lord Prestor se inclinó haciadelante, con la mirada clavada en losojos de Terenas con intenciónintimidatoria, y añadió:

—Como ninguno de ellos va arecordar lo que le he dicho. Lo únicoque tienes que recordar, mi pomposo

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títere, es que he logrado unos acuerdospolíticos muy ventajosos para tu reino,que se concretarán y llegarán a buenpuerto en cuanto me designes soberanode Alterac. ¿Lo has entendido?

Lo había entendido perfectamente.Prestor tenía que ser nombrado el nuevomonarca del reino arrasado si Terenasquería garantizar la seguridad deLordaeron y la estabilidad de laAlianza.

—Ya veo que sí. Bien. Ahora vuelea la mesa, y, cuando las deliberacioneslleguen a su fin, anunciaras turesolución. Cringris se mostraráreticente, pero dentro de unos díasestará de acuerdo. Valiente aceptará tu

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decisión y Thoras Aterratrols, trasreflexionar sobre ello unos minutos,aprobará mi nombramiento como rey.

Entonces, algo se revolvió en lamemoria de aquel rey ataviado con unatúnica, una verdad que se sintióobligado a verbalizar.

—No… no se puede designar a unsoberano sin… sin la aprobación deDalaran y el Kirin Tor… —objetó,esforzándose por expresarcoherentemente sus pensamientos—.Ellos también son miembros de laAlianza…

—Pero ¿quién puede confiar en unmago? —le recordó Prestor— ¿Quiénconoce sus verdaderos planes? Por eso

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hice que los dejaras fuera de estasconversaciones desde el principio, ¿noes así? No se puede confiar en losmagos… Además, al final tendremosque libramos de ellos.

—Librarnos de ellos… Tienesrazón, por supuesto.

La sonrisa de Prestor se tornó másamplia, revelando así una hilera dedientes con muchas más piezas de lonormal.

—Siempre la tengo —replicó, altiempo que le pasaba el brazo por elhombro a Terenas en un gesto amistoso—. Ha llegado el momento de volvercon los demás. Te sientes muy satisfechocon los progresos que he logrado. Y

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dentro de unos minutos sugerirás minombramiento como rey… y a partir deahí, todo irá rodado.

—Si…El joven de esbelta figura guió al rey

hasta el grupo de monarcas. Mientrastanto, los pensamientos de Terenasvolvieron a centrarse en el asunto quetenían entre manos. Las espeluznantesafirmaciones que acababa de hacerPrestor se hallaban ahora enterradas enlo más profundo del subconsciente delrey, justo donde el noble vestido conropajes de color ébano quería queestuvieran.

—¿Les gusta este brandy, amigosmíos? —preguntó Terenas a los demás.

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Todos asintieron. El rey deLordaeron sonrió y agregó:

—Os entregaré una caja de brandypara que os la llevéis a vuestrosrespectivos hogares. Ése será mi regalopor haber venido a visitarme.

—Una espléndida muestra degenerosidad por parte de un amigo, ¿nocreéis? —inquirió Prestor a losinterlocutores de Terenas.

Todos asintieron una vez más, yValiente propuso un brindis por elmonarca de Lordaeron.

Acto seguido. Terenas juntó lasmanos como si se dispusiera a rezar.

—Gracias a nuestro joven aliado,confió en que todos abandonaremos esta

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sala habiendo reforzado nuestra alianzaasí como nuestra amistad.

—Todavía no hemos firmado ningúnacuerdo —le recordó Gen Cringris—.Ni siquiera hemos llegado a un acuerdosobre qué vamos a hacer para solventareste problema.

Terenas parpadeó. Le acababa dedar el pie perfecto para decir lo quetanto ansiaba contarles. ¿Por qué esperarmás para plantear su genial sugerencia?

—Efectivamente, amigos míos —repuso el rey, mientras cogía del brazo aLord Prestor y lo guiaba hacia lacabecera de la mesa—. No obstante,creo que he hallado una solución quenos satisfará a todos…

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El rey Terenas de Lordaeron sonriófugazmente al joven noble, que no podíaimaginarse en qué consistía la granrecompensa que iba a recibir a cambiode sus esfuerzos. Sí, era el candidatoideal para desempeñar ese cargo. SiPrestor regía Alterac, el futuro de laAlianza estaba más que asegurado.

Así, una vez solventado el dilema deAlterac, podrían ocuparse de otroproblema no menos acuciante: los magostraidores de Dalaran…

—¡No tienen derecho a hacerlo! —se indignó el mago de constituciónrobusta—. ¡No tienen ningún motivo

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para dejarnos al margen!—No, no lo tienen —convino la

mujer de mayor edad—. Pero lo hanhecho.

Los magos que se habían reunidoantes en la Cámara del Aire volvían aencontrarse en la misma sala, aunque enesta ocasión eran sólo cinco. Sí bien elmago al que Rhonin llamaba Krasus nohabía asumido su lugar en el cónclavede hechiceros, el resto estaba demasiadopreocupado por ciertos acontecimientosque estaban sucediendo en el mundoexterior para esperarlo. Los señores delos carentes de talento para la magia sehabían recluido con objeto de debatirsobre un grave problema sin solicitar la

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guía del Kirin Tor. A pesar de que lamayoría de los integrantes del consejorespetaba al rey Terenas y a algunos delos demás monarcas, les inquietaba queel gobernante de Lordaeron hubieracelebrado esa cumbre de una maneranunca vista hasta entonces.Anteriormente, en reuniones similares,había estado presente un miembro delcírculo interno del consejo del KirinTor. Era lo justo, puesto que Dalaransiempre había estado en la vanguardiade la línea de defensa de la Alianza.

Pero, al parecer, los tiempos estabancambiando.

—El dilema de Alterac podríahaberse solventado hace mucho —dijo

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el mago elfo—. Deberíamos haberinsistido en tener voz y voto en suresolución.

—¿Y causar así otro problema más?—replicó el mago barbudo, con un tonode voz bastante estentóreo—. ¿No oshabéis percatado de que, últimamente,los otros reinos nos han ido dejando delado de forma gradual? Es como siahora que los orcos han sidoarrinconados en Grim Batol, nosotroshubiéramos pasado a ser el centro de susmiedos.

—¡Eso es absurdo! Los que carecendel don de la magia siempre se hanmostrado recelosos ante todo lo mágico,pero nuestra lealtad a la Alianza es

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incuestionable.La anciana negó con la cabeza.—¿Y eso cuándo les ha importado a

aquellos que temen nuestros poderes?Ahora que los orcos han sidoaplastados, la gente se da cuenta de queno somos como ellos, de que somossuperiores en todos los aspectos…

—Esa manera de pensar es muypeligrosa incluso para nosotros —señaló Krasus con calma.

Acto seguido, el mago sin rostroocupó su lugar.

—¡Ya era hora! —exclamo el magobarbudo, mientras se giraba hacia elrecién llegado—. ¿Has descubiertoalgo?

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—Muy poco. La reunión se celebrósin ningún escudo mágico a modo deprotección… Aun así, solo pudimoscaptar sus pensamientos mássuperficiales, de los cuales noextrajimos ninguna información que nosupiéramos ya. Al final, tuve querecurrir a otros métodos para obteneralguna revelación valiosa.

La maga más joven se atrevió ahablar.

—¿Han tomado alguna decisión?Krasus titubeó y, a continuación,

alzó una mano enguantada.—Contemplad…En el centro de la cámara, justo

sobre el símbolo grabado en el suelo, se

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materializó una figura humana bastantealta, en todos los aspectos, parecía igualde real, si no más, que el resto de magosallí congregados. De complexiónmajestuosa, iba ataviado con elegantesropajes oscuros y tenía unas apuestasfacciones aguileñas. Aquella visiónsumió en el silencio a los seis magos.

—¿Quién es? —inquirió la maga quehabía formulado la pregunta anterior.

Krasus observó con detenimiento asus compañeros antes de responder:

—Saludad al nuevo soberano deAlterac, el rey Prestor I.

—¿Qué?—¡Esto es inadmisible!—No pueden tomar esa decisión sin

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contar con nosotros, ¿no es así?—¿Quién es ese tal Prestor?El mecenas de Rhonin se encogió de

hombros.—Un noble de baja ralea que

proviene del norte y carece deposesiones y riquezas. No obstante,parece haberse granjeado la amistad yganado el respeto no solo de Terenas,sino también del resto de monarcas,incluido Genn Cringris.

—¿Tanto como para que lo nombrenrey? —preguntó el hechicero barbado.

—A primera vista, no es unadecisión tan mala, ya que Alteracvolverá a ser un reino independiente unavez más. Al parecer, los demás

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monarcas lo respetan. Por lo visto, esejoven ha impedido él solo que laAlianza se haga pedazos.

—¿Lo consideras una elecciónacertada? —le interrogó la maga de másedad.

—Según parece, también carece deun pasado —agregó Krasus a modo decontestación—, y todo apunta a que él esla causa de que no hayamos participadoen esa cumbre. Pero lo más curioso detodo es que, cuando se le sondea conmagia, se percibe un vacío.

Los magos murmuraron entre sí alconocer esa extraña revelación.Entonces, el mago elfo, que estaba tandesconcertado como el resto, inquirió:

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—¿Qué quieres decir?—Quiero decir que los intentos de

examinarlo a la luz de la magia no hanrevelado nada. Nada en absoluto. EsComo si Lord Prestor no existiera, pesea su apariencia real. Más que unaelección acertada, lo considero unaamenaza.

Aquellas palabras, pronunciadas porel más anciano de los magos allíreunidos, calaron hondo. A pesar de quelas nubes sobrevolaron sus cabezas,varias tormentas se desencadenaron y eldía se tornó noche, los maestros delKirin Tor guardaron silencio, digiriendoesas revelaciones cada uno a su manera.

El mago más joven fue el primero en

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romper el silencio.—Entonces, debe de ser un mago,

¿no?—Ésa es la conclusión más lógica

—contestó Krasus, ladeandoligeramente la cabeza para dar másénfasis a su respuesta.

—Uno muy poderoso —masculló elelfo.

—Sí, eso también tendría su lógica.—Entonces, si es así —prosiguió el

mago elfo—, ¿de quién se trata? ¿De unode los nuestros? ¿De un renegado? Sinduda, deberíamos conocer a un mago detal poder.

La mujer joven se inclinó hacia laimagen que Krasus había conjurado.

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—No reconozco su rostro.—No me sorprende —replicó la

anciana— cualquiera de nosotros escapaz de llevar miles de máscaras…

Un relámpago atravesó a Krasus sinque este se inmutara lo más mínimo.

—Su nombramiento se anunciaráformalmente dentro de dos semanas. Y, amenos que algún monarca cambie deopinión, será coronado rey un mes mástarde.

—Deberíamos elevar una protesta.—Eso por descontado. Sin embargo,

creo que lo primero que tenemos quehacer es averiguar quién es el tal LordPrestor, rebuscar por todas partes paradescubrir su pasado, y cuáles son sus

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verdaderas intenciones. No debemosenfrentarnos a él hasta entonces;seguramente cuenta con todo el apoyo detodos los miembros de la Alianza menosnosotros.

La anciana asintió.—Si, en un momento dado, los otros

reinos deciden que somos una molestiapara ellos, ni siquiera nosotrospodremos enfrentarnos a su podercombinado.

—No, no podremos.Aunque Krasus hizo desaparecer la

imagen de Prestor con un gesto de sumano, la faz de aquel joven noble habíaquedado grabada a fuego en la mente decada uno de los miembros del Kirin Tor.

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No les hizo falta pronunciar una solapalabra para indicar que todos estabande acuerdo que averiguar quién era eseindividuo era extremadamenteimportante.

—He de marcharme —les anuncióKrasus—. Os sugiero que reflexionéissobre este peliagudo asunto tal como hehecho, y voy a seguir haciendo, yo.Seguid todas las pistas, por poco clarasy extrañas que parezcan, y hacedlo sindemora. Si el trono de Alterac acabasiendo ocupado por ese ser enigmático,sospecho que la Alianza no permaneceráunida por mucho tiempo, por muyconvencidos que estén sus monarcas enestos momentos.

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A continuación, respiró hondo yañadió:

—Y si eso sucede, me temo queDalaran caerá junto al resto de laAlianza.

—¿Por culpa de un solo hombre? —preguntó el mago barbudo.

—Sí, por su culpa.Y mientras los demás meditaban

acerca de estas palabras, Krasus sedesvaneció…

…para materializarse en susantuario, todavía sobrecogido por loque había descubierto. Krasus no habíasido del todo sincero con sus

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homólogos, y la culpa lo estabadestrozando. Sabía, o más biensospechaba, más cosas sobre esemisterioso Lord Prestor de las que leshabía dicho. Hubiera querido contarlestodo; pero entonces no sólo habríancuestionado su cordura, sino que, aunquele hubieran creído, sólo hubiera servidopara revelar demasiados secretos sobreél y su forma de proceder.

Y no podía permitirse hacer algo asíen un momento clave como ése.

Ojalá reaccionen como espero quelo hagan, pensó. Solo en su santuario aoscuras, Krasus por fin se atrevió aecharse hacia atrás la capucha. Un tenueresplandor que brotaba de una fuente

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invisible de luz era la única iluminaciónde aquella cámara, y bajo su débil fulgorapareció un hombre apuesto y canoso defacciones angulosas, casi cadavéricas.Sus ojos negros y brillantes reflejabanuna edad y una sabiduría mucho másantiguas que la que revelaba el resto desu semblante. Tres largas cicatricessurcaban su mejilla derecha de arribaabajo, las cuales, a pesar de ser viejas,todavía le resultaban dolorosas.

El mago maestro giró la manoizquierda, la enguantada, hacia arriba.Entonces, sobre la palma de su mano sematerializó una esfera compuesta de unaluz azul. Krasus pasó la otra mano porencima de la esfera y, de inmediato, unas

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imágenes cobraron forma en su interior.Una silla alta de piedra se deslizó hastacolocarse tras él, y se reclinó en ellapara observar esas imágenes.

Una vez más, contempló el palaciodel rey Terenas. Su regia estructura depiedra había acogido a los monarcas deaquel reino durante generaciones. Dostorreones gemelos de varios pisos dealtura flanqueaban el edificio principal,una construcción gris y majestuosa quese asemejaba a una fortaleza enminiatura. Diversos estandartes deLordaeron ondeaban en un lugarprominente no sólo en los torreones,sino también en las puertas de entrada.Unos soldados ataviados con el

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uniforme de la Guardia del Rey estabanapostados, junto a las puertas,acompañados de varios Caballeros de laMano de Plata. En circunstanciasnormales, los paladines no habríanformado parte del contingente defensivodel palacio, pero como los monarcasque se encontraban de visita todavíatenían algunos asuntos menores quetratar, resultaba obvio que seguía siendonecesario contar con esos lealesguerreros para labores de vigilancia.

El mago volvió a pasar la otra manopor encima de la esfera. A la izquierdade la visión del palacio emergió laimagen de una de sus salas interiores. Encuanto el mago fijó la mirada en ella, se

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tornó más diáfana y precisa.Entonces pudo distinguir a Terenas y

su joven protegido. Por tanto, pese a quela cumbre había concluido y la partidade los soberanos era inminente, LordPrestor seguía disfrutando de lacompañía del rey. Krasus se sintiótentado de sondear la mente de esearistócrata que vestía atuendos de colorébano, pero se lo pensó mejor. Dejaríaque los demás intentaran esa hazañaimposible. Sin duda, alguien comoPrestor esperaba esos sondeos y estaríapreparado para responder de maneraexpeditiva, y Krasus no quería revelaraún sus cartas.

Sin embargo, si no se atrevía a

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sondear los pensamientos de aquelhombre, tendría que investigar al menossu pasado, y dónde mejor para empezara investigar que en la mansión que elrefugiado regio haba convertido en suresidencia habitual bajo los auspiciosdel rey. Krasus hizo un gesto con la otramano por encima de la esfera y unanueva imagen cobró forma: el edificioen cuestión, visto desde la lejanía. Elmago lo estudió un instante, y no detectónada relevante. Acto seguido se acercómágicamente a la mansión.

Cuando se acercaba al alto muro querodeaba el edificio, un conjuro, muchomás débil de lo que esperaba, le impidióentrar. Krasus esquivó el hechizo con

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suma facilidad, sin desactivarlo. Acontinuación, vio ante él la partedelantera de la mansión, un lugarespeluznante a pesar de su elegantefachada. Resultaba evidente que si bienPrestor deseaba una casa distinguida, notenía por qué ser acogedora, lo cual nosorprendió al mago.

Un rápido examen del entorno revelóque el edificio estaba protegido por otroconjuro defensivo, mucho máselaborado que el anterior; aun así,Krasus podría solventarlo. Con un hábilgesto, la figura angulosa sorteó una vezmás un sortilegio de Prestor. Dentro deunos instantes entraría en la mansión,donde…

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De repente, la esfera se oscureció.La oscuridad sobrepasó los límites

de la esfera.Y, sin más dilación, la oscuridad

intentó alcanzar al mago.Krasus abandonó la silla de un salto.

Unos tentáculos compuestos de la nochemás pura envolvieron el asiento depiedra y lo cubrieron como habríanhecho con el mago si no se hubieraapartado. Mientras éste se ponía en pie,pudo observar cómo los tentáculos seretiraban… sin que quedara rastro de lasilla.

Al mismo tiempo que los primerostentáculos intentaron atraparlo, variosmás brotaron de lo que quedaba del orbe

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mágico. El mago tropezó al intentarretroceder; por primera vez en toda suvida, estaba tan sorprendido que eraincapaz de reaccionar.

Finalmente, recobró la compostura ymusitó unas palabras que ningún servivo había escuchado jamás; unaspalabras que había leído fascinado peroque nunca se había atrevido apronunciar.

Se produjo un centelleo y, actoseguido, se materializó ante él una nubeque se condensó hasta alcanzar laconsistencia del algodón, y que, deinmediato, fluyó hacia los tentáculos queseguían buscando al mago, y se cruzócon ellos en el aire.

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Los primeros tentáculos que rozaronla suave nube se desintegraron,convirtiéndose en ceniza que sedesvaneció en cuanto tocó el suelo.Krasus profirió un suspiro de alivio. Acontinuación, observó con horror comola segunda tanda de tentáculos envolvíasu contrahechizo.

—No puede ser… —masculló,incrédulo—. ¡No puede ser!

Al igual que los primeros tentáculoshabían hecho con la silla, esosapéndices de ébano rodearon la nube, laabsorbieron y la devoraron.

Krasus sabía muy bien a qué seenfrentaba. Únicamente «el hambre sinfin», un conjuro prohibido, actuaba de

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esa manera. Nunca había visto a nadielanzar ese hechizo, pero cualquiera quehubiera estudiado las artes arcanas tantotiempo como él, habría reconocido suominoso poder. No obstante, aquelsortilegio debía de haber sido alterado,ya que el contrahechizo que habíaescogido tendría que haberloneutralizado. Por un instante, parecióque lograba detenerlo. Pero entonces seprodujo una siniestra transformación enla esencia de aquel tenebroso conjuro.La segunda tanda de tentáculos se acercóa Krasus, a quien no se le ocurría cómoevitar que se dieran un banquete con él.

Aunque se planteó la posibilidad dehuir de la cámara, sabía que aquella

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monstruosa agonía lo perseguiríaimplacablemente, sin importar dónde seescondiera, a lo largo y ancho delmundo. Eso era lo que hacía tan horribleal «hambre sin fin»: la persecuciónincesante a la que sometía a su víctimaterminaba por agotarla hasta que ésta serendía.

No. Krasus tenía que detenerlo ahí yen ese mismo momento.

Conocía un encantamiento que quizápodría servirle en esas circunstancias.Si bien lo dejaría extenuado durantevarios días, posiblemente le libraría deaquella terrible amenaza.

Claro que también podría matarlocon la misma facilidad que la trampa

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que le había tendido Lord Prestor iba aacabar con él.

Se hizo a un lado para evitar untentáculo que intentaba alcanzarlo. Notenía tiempo para sopesarlo más. Krasuscontaba apenas con unos segundos paraformular el hechizo. «El hambre» no sedetenía, y, en ese instante, le cortaba laretirada y se disponía a rodearlo.

A cualquier persona normal lehabría dado la impresión de que elanciano mago había susurrado esaspalabras en la lengua de Lordaeron,pero hablando al revés y enfatizando lassílabas incorrectas. Krasus pronunciócon sumo cuidado cada palabra,consciente de que el más mínimo error,

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en la situación tan apurada en que sehallaba, supondría su fin. Estiró el brazoizquierdo hacia la oscuridad que seaproximaba e intentó concentrarsemientras aquel horror en expansión loenvolvía.

Las sombras se movían con mayorceleridad de la que el mago creíaposible. Justo cuando las últimaspalabras salieron de su boca, «elhambre» lo atrapó. Un único y finotentáculo se enredó entre los dedosanular y corazón de la mano que teníaestirada. A pesar de que, en unprincipio, no sintió dolor, sus dedos sedesvanecieron ante sus ojos, dejandounas heridas abiertas de las que manaba

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sangre.Pronunció como pudo la última

sílaba del sortilegio en el precisoinstante en que la agonía se adueñórepentinamente de su cuerpo.

Un sol explotó en el interior de sudiminuto santuario.

Los tentáculos se derritieron como elhielo en un horno. La luz era tanbrillante que cegó a Krasus, pese a quetenía los ojos cerrados, mientrasiluminaba hasta el rincón más recónditoy la grieta más pequeña de la cámara. Elmago profirió un grito ahogado y cayó alsuelo agarrándose la mano herida.

Un siseo asaltó sus oídos,desbocando aún más sus pulsaciones. Un

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calor increíble le chamuscó la piel.Krasus rezó para sufrir una muerterápida.

El siseo derivó en un rugido cadavez más intenso; parecía que unaerupción volcánica estuviese a punto deestallar dentro de la cámara. El magointentó abrir los ojos, pero la luzresultaba demasiado abrumadora.Adoptó la posición fetal y se preparópara lo inevitable.

Entonces la luz se esfumó sin más, yuna oscuridad silenciosa invadió lacámara.

En un principio, el mago maestro fueincapaz de moverse. Si «el hambre»volvía a por él en ese instante, se lo

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encontraría sin fuerzas para resistir susataques. Permaneció varios minutostumbado en el suelo, tratando derecuperar la compostura y la cordura.Cuando finalmente lo logró, contuvo elflujo de sangre que manaba de suespantosa herida.

Krasus hizo un gesto con la manosana sobre la mano herida, cerrando asíel corte. Nunca se curaría de la lesiónque había sufrido. Nada que aqueltenebroso conjuro tocara podíaregenerarse. Jamás. Al fin se atrevió aabrir los ojos. En un primer momento,aquella habitación a oscuras le pareciómuy brillante; poco a poco, sus ojos sefueron acostumbrando, y pudo distinguir

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un par de formas difusas que tomó pormuebles, pero nada más.

—Luz… —musitó el magulladohechicero.

Se produjo un estallido luminoso y,al instante, una diminuta esferaesmeralda se materializó cerca deltecho, proveyendo de una tenueiluminación a la cámara. Krasusexaminó todo cuanto lo rodeaba.Confirmó que las formas difusas quehabía entrevisto eran sus muebles. Sólola silla había sido destruida. En lo queal «hambre» respecta, había logradoerradicar completamente su conjuro. Sibien había tenido que pagar un altoprecio por ello, el anciano mago había

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salido victorioso del choque.O tal vez no. Habían bastado apenas

unos segundos para que se desatara uncruento combate arcano, y no habíasacado nada en claro del enfrentamientomágico. Su intento de sondear lamansión de Lord Prestor se habíasaldado con una derrota y un fracasoabsolutos.

Y aun así… aun así…Krasus consiguió ponerse de pie a

duras penas e invocó una nueva silla,idéntica a la anterior. Se dejó caer sobreella jadeando. Tras examinar fugazmentesus dedos destrozados para cerciorarsede que habían dejado de sangrar,conjuró un cristal azul con el que, una

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vez más, contemplo la morada del noble.Un presentimiento terrible cruzó por sumente, una corazonada que, después detodo lo que había acaecido, creía quepodría comprobar echando un vistazosin correr peligro.

Si, ahí estaban. Los rastros de magiaeran más que evidentes. Krasus lossiguió, y observó cómo estabanentrelazados. Debía tener muchocuidado sí no quería reactivar elponzoñoso hechizo del que acababa deescapar.

Enseguida comprobó su corazonada.La habilidad con que había sido lanzadoel sortilegio del «hambre sin fin», lamanera tan compleja como había sido

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alterada su esencia para contrarrestar suprimer contraataque, todo ello indicabaque aquel hechicero poseía unosconocimientos y una técnica muysuperiores a los que tenían los miembrosdel Kirin Tor, los mejores magoshumanos y elfos.

Sin embargo, había otra raza quedominaba la magia desde mucho antesque los elfos.

—Sé quién eres… —consiguió decirKrasus entre jadeos, mientras invocabauna imagen del semblante orgulloso dePrestor—. Sé quién eres, aunque teescondas tras esa forma.

Tosió y tomó aire. A pesar de que laexperiencia traumática que acababa de

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sufrir lo había extenuado, el hecho dedescubrir la identidad de su enemigo lodesgarró por dentro y fue mucho peorque cualquier conjuro.

—Sé quién eres… ¡Alamuerte!

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CAPÍTULOSIETE

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D uncan tiró de las riendas de sucaballo para obligarlo a

detenerse.—Tengo un mal presentimiento.Rhonin también experimentó esa mismasensación, y eso, junto a sus sospechassobre lo que le había sucedido en lafortaleza, le llevó a preguntarse si lo queobservaban ahora estaba relacionado dealgún modo con su viaje.

Hasic se hallaba en lontananza,sumida en el silencio. El mago nolograba escuchar nada, no percibíaninguna señal de actividad. Un puertocomo aquél debería bullir de ajetreo, deruidos fuertes capaces de llegar a oídos

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del lejano grupo de viajeros. Sinembargo, aparte del canto de unoscuantos pájaros, no se oía a ningún otroser vivo.

—No hemos sido informados de quehaya habido problemas en la ciudad —le dijo el experimentado paladín aVereesa—. Si hubiera sido así,habríamos cabalgado hasta este puertode inmediato.

—Tal vez nos estemos dejandollevar por la ansiedad que ha suscitadoen nosotros el viaje a Hasic —observóla forestal con un tono de voz cauto ybajo.

Permanecieron quietos largo tiempohasta que, finalmente, Rhonin decidió

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hacer algo al respecto. Para sorpresa detodos, conminó a su montura a avanzar.Estaba resuelto a llegar a Hasic, solo oacompañado del resto.

Vereesa lo siguió rápidamente, yLord Senturus, a su vez, siguió a estaraudo y veloz, como cabía esperar.Rhonin reprimió cualquier gesto quedenotase que le producía hilaridad quelos Caballeros de la Mano de plataapretaran el paso para colocarse pordelante de él. Podía soportar sinproblema su arrogancia y pomposidadun poco más, de un modo u otro, el magose separaría de sus indeseablescompañeros de viaje en cuantoalcanzaran el puerto.

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Claro que todo eso sucedería… si elpuerto aún seguía en pie.

Sus monturas reaccionaron mal anteel silencio reinante, y mostraron unaactitud cada vez más vacilante. En ciertomomento, Rhonin tuvo que espolear a sucorcel para que continuara avanzando.Ningún caballero se mofó del apuro quele estaba haciendo pasar su caballo.

Para su alivio, a medida que elgrupo se fue acercando, se empezaron aoír ruidos que provenían del puerto.Parecían martilleos. Escucharon vocesde personas que hablaban a gritos, asícomo el sonido de carros enmovimiento. Todo eso no probaba grancosa, pero al menos era una evidencia

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de que Hasic no se había vuelto unaciudad fantasma.

Aun así, se aproximaron con sumacautela, conscientes de que allí sucedíaalgo raro. Vereesa y los caballerosmantuvieron en todo momento sus manossobre las empuñaduras de sus espadaspor si había que desenfundarlas.Mientras tanto, Rhonin repasabadiversos hechizos mentalmente. Nadiesabía qué se iban a encontrar, pero todosintuían que el misterio se revelaríapronto.

En cuanto las puertas de la ciudadestuvieron a la vista, Rhonin divisó tresformas ominosas que surcaban el cielo.

El caballo del mago se encabritó.

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Vereesa agarró las riendas de la monturade Rhonin y consiguió controlar alcorcel. Algunos caballerosdesenvainaron sus espadas, pero Duncanles indicó que envainaran de inmediato.

Momentos después, un trío de grifosgigantescos descendió ante el grupo deviajeros: dos se posaron sobre las copasde aquellos árboles enormes, y eltercero aterrizó justo en medio delsendero.

—¿Quiénes sois vosotros quecabalgáis hacia Hasic? —preguntó sujinete, un guerrero barbudo de pielbronceada que, pese a que no le llegabaal hombro al mago, parecía capaz delevantar por los aires no sólo a Rhonin,

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sino también a su caballo.Duncan se aproximó al grifo al

instante.—Saludos, jinete de grifos. Soy

Lord Duncan Senturus, de la orden delos Caballeros de la Mano de Plata, yguío a este grupo de viajeros hacia elpuerto. Si me permite la pregunta, megustaría saber qué desgracia ha caídosobre Hasic.

El enano estalló en unas carcajadasrudas y desagradables. Su aspecto noera rechoncho como el de sus primos detierra; recordaba más bien a un guerrerobárbaro que hubiera sido capturado yaplastado hasta ser reducido a la mitadde su tamaño. Éste en concreto, poseía

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unos hombros más anchos que los de losrobustos caballeros y unos músculos queparecían tener vida propia. Su rostro,robusto y tenaz, estaba coronado por unamelena desaliñada que el viento agitaba.

—Si un par de dragones seconsidera una desgracia, entonces sí,Hasic la ha sufrido. Llegaron aquí hacetres días y destrozaron y quemaron todolo que encontraron a su paso. Si no fueraporque mi vuelo llegó a la ciudad esamisma mañana, ahora no quedaría nadaintacto en ese valioso puerto, humano.Apenas habían iniciado su orgía dedestrucción, cuando los atacamos por elaire. Fue una batalla gloriosa, pese aque ese día perdimos a Glodin —

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rememoró el enano, al tiempo que él ysus compañeros se golpeaban con elpuño a la altura del corazón—. Que suespíritu siga luchando orgulloso portoda la eternidad.

—Nosotros también vimos undragón prácticamente a la vez quevosotros —le interrumpió Rhonin,temeroso de que el trío se entregara auno de esos lamentos funerarios de losque tanto había oído hablar— Un orcollevaba las riendas. Tres enanos comovosotros lucharon contra él…

El líder de los jinetes de grifos mirócon el ceño fruncido al mago en cuantoeste abrió la boca, pero al mencionarque habían tenido que batallar con otro

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dragón, los ojos del enano se iluminarony una amplia sonrisa surcó su rostro.

—¡Esos enanos éramos nosotros,humano! Perseguimos a ese reptilcobarde y lo derribarnos. Ése tambiénfue un combate peligroso. Ése de ahí,Molok —dijo, señalando a un enanofornido y un poco calvo que se hallabaen la copa del árbol situado a la derechade Rhonin—, perdió un hacha excelente,pero, al menos, todavía conserva sumartillo, ¿verdad Molok?

—Preferiría afeitarme la barba antesque perder mi martillo, Falstad.

—Sí, esos martillos impresionanmucho a las damas, ¿eh? —replicóFalstad, soltando una risita ahogada.

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Entonces, el enano se percató de lapresencia de Vereesa, y sus ojoscastaños brillaron con intensidad.

—Pero ¿qué tenemos aquí? ¡Si setrata de una hermosa dama elfa! —exclamó, y acto seguido, intentó haceruna reverencia torpemente pese a queseguía subido a lomos del grifo—. SoyFalstad, atracador de dragones. A suservicio, dama elfa.

Rhonin recordó que la raza elfa deQuel’Thalas era la única en que losbárbaros enanos del Pico Nidalconfiaban de verdad. Claro que ésa noparecía ser la razón por la que Falstadestaba tan concentrado en Vereesa; aligual que Senturus, el jinete de grifos la

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encontraba muy atractiva.—Saludos, Falstad —correspondió

con solemnidad la forestal de peloplateado—. Os felicito por esa victoriaganada con suma justicia. Batir a dosdragones es un gran triunfo paracualquier grupo de vuelo.

—Oh, a eso nos dedicamos. Es loque hacemos todos los días, ¡todos losdías! —repuso, mientras se inclinabatodo cuanto podía—. Por esta zona aúnno habíamos tenido el honor de recibirla visita de ningún miembro de tu noblepueblo, y mucho menos de una elfa tanhermosa como tú. ¿En qué puedeservirte este insignificante guerrero?

A Rhonin se le erizaron los pelos del

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cogote. Más que por las palabras quehabía pronunciado, por el tono con quelas había dicho, por el que cabía deducirque le estaba ofreciendo algo más que suayuda. Aquello no debería perturbar almago, pero por alguna extraña razón leinquietó.

Al parecer Duncan Senturus tuvo lamisma intuición, ya que se apresuró aresponder:

—Aunque te agradecemos que nosofrezcas tu ayuda, probablemente no lanecesitaremos, ya solo nos queda llegarhasta el barco que aguarda a este magopara que puada abandonar nuestrascostas.

Por la respuesta que acababa de dar

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el paladín, se podía deducir que Rhoninhabía sido exiliado de Lordaeron. Poreso mismo, el mago, presa de lafrustración, apretó con fuerza los dientesy agregó:

—La Alianza me ha encomendadouna misión de observación yreconocimiento.

A Falstad no pareció impresionarlemucho esta información del mago.

—No tenemos ninguna razón paraimpedirte que entres en Hasic y busquesese navío, humano, pero verás que noquedan muchos barcos intactos tras elataque de los dragones. Es probable queel que buscas esté flotando en el mar.

A Rhonin ya se le había pasado por

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la cabeza esa posibilidad, pero el hechode oírla de labios del enano lo abrumó.Sin embargo, su misión no podíaconcluir tan pronto con una derrota.

—Tendré que comprobarlo.—Entonces nos apartamos de

vuestro camino —dijo Falstad, quienespoleó a su montura para que avanzaray sonrió tras posar su mirada sobreVereesa una vez más—. Ha sido unplacer, mi dama elfa.

Mientras la forestal asentía, el enanoy su montura se elevaron en el cielo. Lasalas colosales provocaron un viento quelevantó polvo que se metió en los ojosde los viajeros. Asimismo, los caballosretrocedieron, a pesar de estar curtidos

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en mil batallas, en cuanto el grifo que sehallaba tan cerca de ellos despegó. Acontinuación, los demás jinetes seunieron a Falstad en el firmamento, detal modo que los tres grifos rápidamentefueron menguando de tamaño en el cielo.Rhonin observó cómo aquellas siluetascada vez más difusas viraban haciaHasic y, acto seguido, se alejaban a unavelocidad increíble.

Duncan escupió el polvo que lehabía entrado en la boca; por suexpresión se podía deducir que no teníaen mucha más alta estima a los enanosque a los magos.

—Cabalguemos, tal vez la fortunaaún nos sonría.

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Sin mediar palabra, cabalgaronhacía el puerto. En breve comprobaronque Hasic había sufrido más daños delos que Falstad había dejado traslucir.Los primeros edificios con los que setoparon estaban intactos, pero a cadapaso que daban, los daños eran mayoresy más visibles. Los dragones habíanarrasado las cosechas que rodeaban laciudad, y las viviendas de losterratenientes habían quedado reducidasa astillas. Si bien las estructuras concimientos de piedra habían resistido eldevastador ataque mucho mejor, de vezen cuando se veía alguna totalmentedemolida, como si un dragón la hubieraelegido para posarse.

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El hedor a quemado perturbó lossentidos agudizados del mago. No todolo que los dos leviatanes habíancarbonizado era de madera. ¿Cuántoshabitantes de Hasic habían perecido enese ataque aéreo? Por un lado, Rhoninera consciente de que los orcos actuabanpor pura desesperación, ya queseguramente, a esas alturas, ya sabíanque sus opciones de ganar la guerra sereducían a cero; por otro lado, esasmuertes exigían ser vengadas.

Curiosamente, varías zonas cercanasal puerto parecían intactas. Rhoninesperaba encontrarse un panoramamucho peor, pero, aparte de cierta rabiacontenida que podía apreciarse en los

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trabajadores del puerto con los que secruzaban, ahí no daba la impresión deque Hasic hubiera sido atacada.

—Quizá el barco que debe llevarmeno ha sufrido daños a pesar de todo —lemurmuró a Vereesa.

—Por lo que estoy viendo, lo dudomucho.

El mago contempló el puerto,centrándose en el lugar que señalaba laforestal. Rhonin entrecerró los ojos,mientras intentaba identificar qué estabaviendo exactamente.

—Es el mástil de un barco,hechicero —le informó Duncan concierta brusquedad—. El resto del navíoasí como su valiente tripulación deben

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estar bajo el agua.Rhonin se mordió la lengua para no

soltar una maldición. Observó condetenimiento el puerto y divisó trozos yfragmentos de madera y de otrosmateriales flotando sobre la superficiedel mar, procedentes de más de unadecena de barcos, o eso sospechó elmago. Entonces se percató del motivopor el cual el puerto había resistido: losorcos debían haber dirigido susmonturas para que atacaran los navíosde la Alianza primero, porque noquerían que estos escapasen. Noobstante, esto no explicaba por qué lasafueras de Hasic habían sufrido unadestrucción mucho mayor que el centro

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de la ciudad, sin embargo, quizás losmayores estragos se habían producidotras la llegada de los jinetes de grifos.No era la primera vez que unasentamiento se veía envuelto en unaviolenta batalla y sufría lasconsecuencias. Aun así, la devastaciónpodría haber sido mucho peor si losenanos no hubieran aparecido, porquelos orcos habrían arrasado el puerto ymatado a todo aquel que se interpusieraen su camino.

Ninguna de estas hipótesis le servíanpara resolver el problema másacuciante: se había quedado sin barco enel que viajar a Khaz Modan.

—Tu misión ha concluido, mago —

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le espetó Lord Senturus, sin que hubierauna razón que justificase una sentenciatan lapidaria—. Has fracasado.

—Quizá haya algún barcodisponible. Tengo fondos suficientespara alquilar uno…

—¿Y quién en este puerto estaríadispuesto a llevarte a Khaz Modan porun puñado de plata? Estos pobresdesgraciados ya han sufrido bastantespenalidades. ¿Cómo esperas que algunode ellos quiera partir voluntariamenterumbo a una tierra que se encuentra enpoder de los orcos que han causadoestos estragos?

He de intentarlo al menos. Graciaspor tu tiempo y tu ayuda, mi señor.

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Espero que todo te vaya bien —le dijo,y, a continuación, se volvió hacia la elfapara añadir—: Y a ti también, fores…Vereesa. Eres un buen ejemplo de lagrandeza elfa.

La elfa parecía desconcertada.—No pienso abandonarte a tu suerte.—Pero tu misión…—Todavía no ha concluido. Mi

conciencia me dicta que no puedodejarte en la estacada. Si aún quieresllegara Khaz Modan, haré todo cuantopueda por ayudarte… Rhonin.

De repente, Duncan se enderezó ensu silla de montar.

—Ciertamente, nosotros tampocopodernos dejar las cosas así. Juro por

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nuestro honor que si crees que merece lapena proseguir con esta misión, miscompañeros y yo también haremos todolo posible por dar con un medio detransporte que te lleve a tu destino.

Si bien a Rhonin le había agradadomucho que Vereesa hubiera decididoquedarse con él por el momento, no lehabría importado lo más mínimo que losCaballeros de la Mano de Plata hubieranpreferido largarse.

—Te lo agradezco, mí señor, peroaquí os necesitan. ¿No sería mejor quevuestra orden ayudara a los habitanteshonrados de Hasic a recuperarse delataque?

Por un instante, llegó a creer que se

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había librado del vetusto guerrero. PeroDuncan, tras meditarlo bastante, anuncióal fin:

—Por una vez, tus palabrascontienen una gran verdad, mago. Noobstante, creo que podemos ocuparnostanto de que lleves a cabo tu misióncomo de que Hasic se beneficie denuestra presencia. Mis hombresayudarán a sus ciudadanos a recuperarsede esta tragedia mientras yo me encargode buscarte un navío. Así todo el mundoestará contento, ¿eh?

Rhonin asintió, derrotado. A su lado,Vereesa reaccionó con entusiasmo:

—Sin duda, tu ayuda será muyvaliosa, Duncan. Gracias.

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Después de que el anciano paladínhubiera enviado a sus caballeros aayudar a los habitantes de Hasic, él,Rhonin y la forestal debatieronbrevemente sobre cómo iban a buscar unmedio de transporte para que el magopudiera proseguir con la misión.Finalmente, acordaron que si seseparaban, cubrirían más terreno, y que,más tarde, se reunirían los tres paracenar y discutir las posibilidades conque contaban. Aunque resultaba obvioque Lord Senturus dudaba que alguno deellos pudiera localizar un navíodispuesto a viajar a Khaz Modan,cumpliría su promesa por su lealtad aLordaeron y la Alianza, y también,

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quizá, porque se había encaprichado deVereesa.

Rhonin peinó la zona norte delpuerto, en busca de cualquier barca másgrande que un bote. Enseguidacomprobó que los dragones habían sidomuy concienzudos, y a medida que el díadaba paso a la noche se fue dandocuenta de que no había nada que hacer.La frustración lo fue dominando poco apoco, hasta llegar a un punto en que notenía muy claro qué le molestaba más:no encontrar un medio de transporte oque ese grandioso caballero diera con lasolución a sus tribulaciones.

A pesar de que un mago contaba condiversos métodos para desplazarse a

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unas distancias tan largas, únicamente ellegendario, y al mismo tiempo maldito,Medivh sabía utilizarlos con plenasmaestría y confianza. Aunque Rhoninfuera capaz de lanzar el conjuro conéxito, se arriesgaba no sólo a quecualquier brujo orco pudiera detectarlo,sino a no llegar al destino previstodebido a fluctuaciones mágicasinesperadas, causadas por lasemanaciones arcanas procedentes de laregión donde se hallaba el PortalOscuro. Rhonin no quería materializarseen un volcán activo. Pero ¿de qué otromodo iba a poder viajar?

Mientras intentaba encontrar larespuesta, Hasic se fue recuperando del

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ataque. Las mujeres y los niñosreunieron todos los restos de barcos queflotaban en el puerto, apartaron aquelloque parecía tener alguna utilidad yamontonaron lo inservible paradeshacerse de ello más adelante. Unaunidad especial de la guardia municipalinspeccionó la costa en busca de loscadáveres de los marineros ahogadosque se habían hundido con sus barcos.Los habitantes de Hasic se quedabanmirando fijamente al sombrío magoataviado con ropajes oscuros quecaminaba entre ellos, y algunos padresapartaban a sus hijos de él cuando éstepasaba a su lado. De vez en cuando,Rhonin sorprendía un rostro que parecía

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echarle la culpa de lo sucedido, como side alguna manera, él fuera elresponsable del terrible ataque quehabían sufrido. Ni siquiera en unascondiciones tan desesperadas yextremas, la plebe olvidaba susprejuicios y miedos contra los quedominaban las artes arcanas.

Un par de grifos voló por encima deél; los enanos vigilaban la zona por siacaso se producía otro ataque. Rhonindudaba que aquella región fuera unobjetivo prioritario para los dragones:los orcos habían tenido que pagar unalto precio en su último asalto. Falstad ysus compañeros habrían sido de másayuda si hubieran aterrizado para ayudar

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a los supervivientes; pero el recelosohechicero sospechaba que los enanos,que no eran los aliados más simpáticosde Lordaeron precisamente, preferíansurcar el cielo y mantenerse al margen.Sí hubieran tenido una buena razón parahacerlo, seguramente ya habríanabandonado Hasic…

¿Y si alguien les sirve en bandejaesa buena razón?, se dijo.

—Por supuesto… —mascullóRhonin.

Observó cómo las dos criaturas ysus respectivos jinetes descendían haciael suroeste. ¿A quién, salvo esos enanos,podría tentarle su oferta? ¿Quién, apartede ellos, estaba lo bastante loco para

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aceptarla?Sin preocuparse lo más mínimo de

lo poco digno que pudiera parecer sucomportamiento, Rhonin salió corriendodetrás de aquellas figuras que se perdíanen lontananza.

Vereesa abandonó el extremo sur delos muelles con una sensación derepugnancia. No sólo por no haberlogrado su objetivo, sino porque, detodos los asentamientos humanos quehabía visitado hasta entonces, Hasic erauno de los más hediondos. Y no teníanada que ver con el desastre queacababa de acaecer ni con el olor a

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pescado. Hasic apestaba. Si bien lamayoría de los humanos tenía el sentidodel olfato un tanto atrofiado, loshabitantes de aquella ciudad carecían dedicho sentido. La forestal queríaalejarse de ese lugar, ansiaba regresarcon su gente para que le designaran unamisión más importante; sin embargo,hasta que no se sintiera satisfecha porhaber hecho todo cuanto podía porayudar a Rhonin, Vereesa no semarcharía de allí con la concienciatranquila. No obstante, daba laimpresión de que el mago no iba a podercontinuar su viaje y llevar a cabo unamisión que ahora estaba segura de queno era de mera observación. El mago

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había demostrado que estaba dispuesto aculminar esa misión contra viento ymarea, pese a ser una tarea de muy pocaenjundia. No. Tenía que haber algo más.

Si supiera cuál era su verdaderoobjetivo…

Era casi la hora de cenar. Como yano albergaba ninguna esperanza dehallar el barco que buscaba, la forestalse alejó del puerto por las calles ycallejones más próximos, cuyos hedoresla abrumaban. Hasic mantenía abiertaslas rutas que la unían por tierra a laslocalidades vecinas, sobre todo a losreinos de Trabalomas y Costasur.Aunque les llevaría más de una semanallegar a cualquiera de los dos, tal vez

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fuera la única oportunidad que lesquedaba.

—¡Pardiez! ¡Pero si es mi hermosadama elfa!

Al principio miró en la direcciónequivocada porque identificó la vozcomo humana, pero entonces Vereesarecordó quién se había dirigido a ella enesos términos hacía poco. La forestal segiró hacia la derecha y bajó la mirada alsuelo, donde se topó con Falstad en todasu enana gloria. Los ojos le brillabanintensamente a aquél pequeño bárbaro altiempo que esbozaba una amplia sonrisacómplice. Portaba un saco sobre unhombro y un martillo enorme sobre elotro. Si bien el peso de cualquiera de

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esos objetos habría dejado a más de unelfo o humano exhausto por el esfuerzo,Falstad los llevaba con la facilidadpropia de su raza.

—Saludos, maese Falstad.—¡Por favor! Mis amigos me llaman

simplemente Falstad. No soy maestro denada, sólo soy dueño de mi prodigiosodestino.

—A mi mis amigos me llamansimplemente Vereesa…

Pese a que el enano parecía pagadode sí mismo, había algo en su forma decomportarse que hacía imposible que nocayera bien, aunque no tan bien comoFalstad esperaba caerle a la elfa. Nointentaba disimular que ella le

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interesaba, incluso se permitía ladesfachatez de recorrerla con la mirada,de vez en cuando, del cuello para abajo.La forestal decidió cortar por lo sano deinmediato.

—Pero dejan de ser mis amigosdesde el momento en que no me tratancon el mismo respeto que yo lesdispenso.

Los oscuros orbes que conformabanlos ojos del enano se encontraron conlos ojos de la elfa, y Falstad fingió nodarse por aludido ante las insinuacionesde Vereesa.

—¿Cómo ha ido tu búsqueda de unmedio de transporte para que el magopueda surcar el mar, mi dama elfa? Yo

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diría que no muy bien, nada bien.—No va nada bien. Al parecer, los

únicos navíos que no resultaron dañadospartieron en cuanto pudieron haciacostas más seguras. Hasic ahora es unpuerto inútil…

—Es una lástima, sí, una lástima.Propongo que sigamos hablando de ellocon una buena jarra de licor en la mano.¿Qué te parece?

La elfa reprimió la leve sonrisa quela jovial persistencia del enano habíadespertado en ella.

—Tal vez en otra ocasión. Todavíatengo que llevar a cabo una misión, ytú… —respondió Vereesa, señalando elsaco— creo que también tienes cosas

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que hacer.—¿Te refieres a esta bolsita? —

inquirió al tiempo que manejaba elpesado saco con suma facilidad—. Sóloson unas pocas provisiones, suficientespara que nos duren hasta queabandonemos este asentamiento humano.En cuanto se las entregue Molok, tú yopodemos ir a…

La negativa educada pero máscontundente que la anterior no Ilegó asalir de los labios de la forestal porculpa del furioso graznido que profirióun grifo a poca distancia, seguido porlos gritos de una discusión, lo cualprovocó que tanto ella como Falstad sepusieran en guardia. Sin mediar palabra,

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el enano se dio la vuelta, tiró el saco alsuelo y empuñó el martillo de tormenta.Se movía con una rapidez impropia dealguien de su constitución y tamaño, demodo que, a pesar de que Vereesa saliótras él inmediatamente, Falstad ya lellevaba media calle de ventaja.

Vereesa desenvainó su espadamientras apretaba el paso. Los gritoseran cada vez más estridentes, y tuvo laincómoda sensación de que uno de losque discutía era Rhonin.

La calle dio paso enseguida a una delas zonas devastadas por los dragones.Allí, unos jinetes de grifos aguardaban asu líder, y el mago había decididoincordiarlos por alguna inexplicable

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razón. Si bien a menudo se considerabaa los magos unos dementes, Rhonin teníaque ser uno de los más tarados si secreía a salvo discutiendo con esosbárbaros enanos.

De hecho, uno de ellos ya habíaagarrado al mago humano de la túnica ylo había levantado unos treintacentímetros por encima del suelo.

—¡Te he dicho que nos dejes en paz,brujo nauseabundo! ¡Pero como pareceque tienes las orejas de adorno, supongoque no te importará que te las arranque!

—¡Molok! —le llamó Falstad—.¿Qué ha hecho este hechicero paraenfadarte tanto?

El enano que sostenía a Rhonin en el

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aire, que podría haber sido el hermanogemelo de Falstad si no fuera por lacicatriz que le surcaba la nariz y por suaspecto mucho menos guasón, se volvióhacia su líder:

—Este tipejo ha seguido a Tupan ylos demás. Primero, al campamentobase; luego, a pesar de que Tupan lepidió que lo dejara en paz y se alejóvolando de él, lo siguió hasta aquí, hastael punto de encuentro acordado. Le hedicho tres veces ya que se largue, peroeste humano no me hace caso. Hepensado que quizá capte el mensaje sive las cosas de una perspectiva un pocomás «amplia» pero para eso tiene queestar un poco más alto.

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—Hechiceros… —masculló el líderde aquel vuelo—. No sabes cuánto tecompadezco, mi dama elfa.

—Dile a tu compañero que lo baje,o me veré obligada a demostrarle hastaqué punto es superior una buena espadaelfa a su martillo.

Falstad se giró, parpadeando. Miróde hito en hito a la forestal, como si laviera por primera vez. Posó la miradafugazmente sobre la hoja reluciente, yluego volvió a contemplar los ojosentornados y cargados de determinaciónde la elfa.

—Serías capaz de hacerlo, ¿verdad?Serías capaz de defender a esaaberración de aquellos que han sido

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buenos amigos de tu pueblo desdemucho antes de que los humanosexistieran.

—No hace falta que me defienda —le espetó Rhonin.

El mago, cuyos pies no tocaban elsuelo, parecía más enfadado quetemeroso, a pesar de hallarse en unasituación muy apurada. Quizá no fueraconsciente de que Molok podría partirlefácilmente la espalda. Entonces, Rhoninañadió:

—Hasta ahora he mantenido a rayami furia, pero…

Cualquier cosa que dijera en aquelmomento solamente serviría paraprovocar una pelea. Vereesa actuó con

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presteza: hizo callar a Rhonin con ungesto de su mano y se colocó entreFalstad y Molok.

—¡Esto es inadmisible! La Hordatodavía no ha sido destruida del todo, yya nos estamos lanzando al cuello unoscontra otros. ¿Es así como debencomportarse unos aliados? Ordena a eseguerrero que lo suelte, Falstad, para quepodamos resolver esto de manerarazonable, y no dejándonos llevar por laira.

—Sólo es un hechicero… —masculló el líder de los jinetes degrifos.

Finalmente, asintió, e hizo una señaa Molok para que soltase a Rhonin.

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El enano cumplió la orden de su jefecon reticencia. El mago se alisó latúnica y se pasó la mano por el pelo,manteniendo en todo momento lacompostura. Vereesa rezó para queconservara la calma.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó laelfa al mago.

Les he hecho una propuesta muyfácil de entender, nada más. El hecho deque hayan reaccionado así demuestraque son unos bárbaros…

—¡Quiere que lo llevemos volandoa Khaz Modan! —se indignó Molok.

—¿Se lo has pedido a los jinetes degrifos? —inquirió incrédula Vereesa.

Admiraba la audacia de Rhonin,

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aunque quizá habría que denominarla,más bien, temeridad. Cruzar el marvolando, a lomos de una de aquellasbestias… y sin ser el jinete, yendoagarrado al enano que llevara lasriendas, era cuanto menos arriesgado.Además, si se había arriesgado aintentar convencer a Molok y los demásde que lo llevaran a Khaz Modan, ya nocabía duda de que su misión debía serbastante más importante de lo que habíadado a entender. No era de extrañar quelos enanos lo tomaran por loco.

—Los creía capaces de realizar unaproeza de ese calibre y lo bastanteosados para atreverse a hacerlo, peroestá claro que me equivocaba.

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Sus palabras ofendieron a Falstad.—¡Si estas insinuando que somos

unos cobardes, seré yo quien te rompa laespalda!

No hay raza más audaz, ni guerrerosmás poderosos, que los enanos del PicoNidal. Es cierto que no queremosllevarte a Grim Batol, pero no porquetemamos a los orcos o dragones que loprotegen; sino porque no deseamos estarjunto a un mago como tú más tiempo delestrictamente necesario.

Pese a que Vereesa temía que suprotegido reaccionara violentamenteante la contestación del enano, Rhoninse limitó a fruncir los labios, como siesperara esa respuesta.

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La forestal recordó los prejuicios delos que Falstad había hecho gala, depalabra y obra, sobre los magos, ydedujo que Rhonin debía de habersoportado a lo largo de casi toda su vidaesa clase de prejuicios.

—He de completar esta misión porel bien de Lordaeron —replicó el mago—. Eso es lo único que deberíaimportar… pero ya veo que no es así.

Dio la espalda a los enanos y sealejó.

Vereesa, quien no dejó en ningúnmomento de sujetar con fuerza suespada, tomó una decisión a ladesesperada, sustentada en sussospechas de que la misión de

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observación y vigilancia de Rhonin eramás importante de lo que parecía.

—¡Espera, mago!Rhonin se detuvo, sorprendido por

el grito. Sin embargo, la forestal no sedirigió a él, sino al líder de los jinetesde grifos.

—Falstad, ¿no hay ningunaposibilidad de que nos pudierais acercarlo más posible a Grim Batol? Si no lohacéis, Rhonin y yo habremos fracasadoen nuestra misión.

El semblante del enano seensombreció.

—Creía que el mago quería viajarsolo a Khaz Modan.

Vereesa le lanzó una mirada

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cómplice, con la esperanza de queRhonin, quien la observaba con muchaatención, no malinterpretara lo que iba adecir a continuación.

—¿Qué posibilidades tendrá estemago de sobrevivir en cuanto se enfrentea un hacha orca? Quizá pueda derrotar aun par de esos monstruos con susconjuros, pero si logran acercarse a él,necesitará a su lado a alguien diestrocon la espada.

Falstad observó cómo la elfaempuñaba la hoja, y, acto seguido, laexpresión de preocupación sedesvaneció de su rostro.

—Por lo que veo, cuenta ya conalguien diestro con la espada, aunque

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estoy seguro de que ésa es una más desus muchas habilidades —repuso elenano.

A continuación, Falstad miró aRhonin y, después, a sus hombres. Tiróde su larga barba y volvió a posar lamirada sobre Vereesa.

—No estoy dispuesto a mover undedo por él, pero por ti… y por laAlianza de Lordaeron… estoy más quedispuesto. ¡Molok!

—¡Falstad! No puedes hablar enserio…

El líder de los enanos se acercó a suamigo y le rodeó el hombro con unbrazo. Molok estaba pasmado.

—Vamos a hacerlo por el bien de la

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Alianza, hermano. Para que termine laguerra. Piensa en todo lo que vas afanfarronear con esto. Quizá matemos aun par de dragones por el camino ypodamos añadir esa hazaña a nuestragloriosa leyenda. ¿Qué me dices?

Finalmente, Molok se calmó, asintióy masculló:

—Supongo que serás tú el encargadode llevar a la dama a lomos de un grifo,¿no?

—Como los elfos son nuestros másantiguos aliados y yo soy el líder de estevuelo, así será. Esa obligación mecorresponde a mí en virtud de mi rango¿verdad, hermano?

Esta vez, Molok sólo asintió.

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Aunque su mirada iracunda expresabajusto lo contrario.

—¡Estupendo! —exclamó Falstad,quien se volvió hacia Vereesa—. Unavez más los enanos del Pico Nidalacuden al rescate. Esto hay quecelebrado con un trago, con un par dejarras de cerveza, ¿eh?

Todos los enanos, incluido Molok,se animaron ante tal sugerencia. Laforestal se percató de que Rhonin habríapreferido marcharse en ese momento,pero el mago decidió que era mejor nodecir nada. Vereesa le había conseguidoel medio de transporte que necesitabapara alcanzar la costa de Khaz Modan,con el que podría incluso acercarse a

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Grim Batol, así que lo menos que podíahacer él era mostrar su gratitud a todoslos que le iban a ayudar. Aunque eraconsciente de que a Falstad y sus amigosles habría gustado librarse de Rhonin, laforestal dio gracias en silencio porpoder hablar durante el viaje conalguien que no fuera un jinete de grifos.

—Será un placer compartir unostragos con vosotros —replicó al fin laella—. ¿No es así, Rhonin?

—Sí, será un placer.El mago pronunció estas palabras

con el entusiasmo propio de alguien queha descubierto algo hediondo en elzapato que acaba de calzarse.

—¡Excelente! —exclamó Falstad,

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sin mirar en ningún momento hacia elmago. A continuación, le dijo a Vereesa—. El Verraco Marino sigue intacto yestán muy agradecidos por todo lo quehemos hecho por ellos. Seguro quepodremos gorronearles unos cuantosbarriles más de cerveza. ¡Vamos!

La forestal se alejó subrepticiamentedel enano antes de que éste insistiera enacompañarla a la cantina. Falstad, quienquizá en aquel momento ansiaba más unacerveza que la compañía de una elfa, nopareció percatarse del requiebro. Hizouna seña a sus hombres para que losiguieran, y se los llevó a su posadafavorita.

Rhonin se acercó a la forestal, y en

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cuanto ésta hizo ademán de seguir a losenanos, la apartó a un lado con gestotorvo.

—¿En qué estabas pensando? —lesusurró el mago pelirrojo—, ¡Voy aviajar a Khaz Modan yo solo!

—No habrías tenido ningunaoportunidad de llegar allí sí yo nohubiera mencionado que iba aacompañarte. Ya viste cómoreaccionaron los enanos a tu propuesta.

—No sabes en qué lío te estásmetiendo, Vereesa.

La forestal acercó su cara a escasoscentímetros del mago, retándolo.

—Entonces, ¿por qué no me loexplicas? Tu misión consiste en algo

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más que vigilar Grim Batol. Tramasalgo, ¿verdad?

Cuando Rhonin se disponía aresponder, alguien los llamó. Ambos sevolvieron y divisaron a DuncanSenturus, quien se aproximaba haciaellos.

En ese instante, la elfa se dio cuentade que no había pensado en el paladíncuando intentó convencer a Falstad deque debía llevarles tanto a Rhonin comoa ella al otro lado del mar. Conocíabastante bien a aquel caballero comopara saber que insistiría enacompañarlos.

Probablemente, al mago todavía nose le había pasado esa posibilidad por

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la cabeza, ya que su furia seguíacentrada en la forestal.

—Seguiremos hablando sobre esteasunto cuando estemos a solas, Vereesa,pero que te quede claro que, en cuantolleguemos a la costa de Khaz Modan,seguiré yo solo. Regresarás con nuestrobuen amigo Falstad, y que ni se te ocurrapensar que me acompañarás más allá…

Sus ojos estallaron en llamas.Literalmente. La leal elfa no pudo evitarretroceder un par de pasos, estupefacta.

—… porque, si no, yo mismo teenviaré de vuelta aquí.

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CAPÍTULOOCHO

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S e aproximaban a Grim Batol.Nekros sabía que ese día tenía

que llegar. Desde la catastrófica derrotade Martillo Maldito y el grueso de laHorda, era consciente de que, algún día,los victoriosos humanos y sus aliadosdecidirían avanzar sobre los restos delas fuerzas orcas que permanecían enKhaz Modan. Si bien era cierto que laAlianza de Lordaeron tuvo que ganarsecada centímetro de terreno conquistadocon uñas y dientes, al fin lo habíanlogrado. Nekros podía imaginarse ya aaquellos ejércitos acumulándose en lasfronteras.

Sin embargo, esos ejércitos no iban

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a atacarlos de inmediato, sino queesperaban debilitar aún más a los orcos.Según Kryll, quien no tenía ningúnmotivo para mentir en esta ocasión, losaliados habían urdido un plan paraliberar o aniquilar a la reina de losdragones. Aunque el goblin no sabíaexactamente cuántos hombres habíanenviado para esa misión, Nekrospensaba que una operación tanimportante requeriría la intervención de,al menos, un regimiento de caballeros yforestales elegidos exprofeso, apoyado,seguramente, por magos muy poderosos.Además, había recibido informes quedetallaban que se había incrementado laactividad militar en el noroeste.

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El orco alzó el talismán. Ni siquierael Alma de Demonio le permitiríadefender como era debido aquellaguarida, y a estas alturas no podíaesperar que su cabecilla lo ayudara.Zuluhed estaba preparando al grueso desus seguidores para la masacre quepresumiblemente se iba a perpetrar en elnorte. Entretanto, unos pocos acólitosvigilaban las fronteras meridional yoccidental, no obstante, Nekros teníatanta fe en ellos como en la estabilidadmental de Kryll. Como siempre, tododependía del orco mutilado y de lasdecisiones que éste tomara.

Cojeó por el pasadizo de piedrahasta llegar al lugar donde solían

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reunirse los jinetes de dragones. Entrelos pocos veteranos que seguían vivos,había uno en quien Nekros confiabaespecialmente: uno que siemprecabalgaba en cabeza en todas lasbatallas.

Enormes guerreros se apiñaban entorno a la mesa central de la sala, dondehablaban sobre los combates, comían,bebían y jugaban a los huesos. Por elbullicio desatado, cabía deducir quealgunos estaban disfrutando de unabuena partida. Aunque a los jinetes noles hacía ninguna gracia que losinterrumpieran, a Nekros no le quedabamás remedio que hacerlo.

—¡Torgus! ¿Dónde está Torgus?

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Algunos guerreros miraron en sudirección, profiriendo gruñidosiracundos con los que le advertían quemás le valía que la interrupciónestuviera justificada. El orco con unapierna de madera mostró los dientes congesto amenazador, y frunció suprominente ceño. A pesar de haberperdido una extremidad, él había sidoelegido líder de Grim Batol, él y nadiemás; por tanto, todos, incluso los jinetesde dragones, debían tratarlo como tal.

—¿Y bien? Será mejor que algunode vosotros diga algo, o tendré que darlede comer a la reina de los dragonesvuestros cuerpos desmembrados.

—Aquí estoy, Nekros…

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Una silueta gigantesca emergió deaquel grupo. En cuanto se puso en pie,todos apreciaron que le sacaba unacabeza a cualquier orco. Aquel jinete,cuyo semblante era abominable inclusopara los estándares de su raza, devolvióuna mirada iracunda a Nekros. Tenía uncolmillo roto y estaba cubierto decicatrices a ambos lados de su cararechoncha y osuna. Sus hombros eran eldoble de anchos que los de su ancianolíder, y sus musculosos brazos, tangruesos como la pierna sana de Nekros.

—Aquí estoy… —repitió.Torgus se aproximó a su superior, y

los demás jinetes se apartaron veloz yrespetuosamente de su camino.

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Caminaba con la confianza propia de uncampeón orco, y con todo el derecho,puesto que, bajo su guía, su dragón habíadesatado más caos, matado a más jinetesde grifos y provocado la huida de máshumanos que el resto de sus hermanos.Del arnés que llevaba en la cintura y delque colgaba su hacha, pendían variasinsignias y medallones de los MartilloMaldito y los Puño Negro, por no hablarde los distintivos de líderes de clancomo Zuluhed.

—¿Qué quieres, anciano? Sí hubierasacado otro siete, les habría desplumadoa todos. Así que más te vale que se tratede algo importante.

—Se te adiestró para combatir a

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lomos de un dragón para librar grandesbatallas —le espetó Nekros, quien noestaba dispuesto a permitir que nadie, nisiquiera ese orco tan colosal, lohumillara—. A menos que hayasdecidido abandonar el noble arte de laguerra por el despreciable vicio deljuego y las apuestas.

Mientras que algunos jinetesmurmuraron entre sí, Torgus parecíaintrigado.

—¿Se trata de una misión especial?¿De algo mejor que achicharrar a unosmiserables campesinos humanos?

—Si, una misión en la que quizápuedas abrasar a unos cuantos soldadosy a un par de magos. ¿Eso es más de tu

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gusto?Los bestiales orbes rojos que

conformaban sus ojos se entornaroncuando respondió:

—Cuéntame más, anciano…

Rhonin había conseguido un mediode transporte que lo llevara a KhazModan, lo cual debería haberlesatisfecho, pero a cambio había tenidoque pagar un precio que se le antojabademasiado alto. Si ya le fastidiababastante tener que tratar con los enanos,a quienes caía tan mal como ellos lecaían a él, el hecho de que Vereesaporfiase en que debía acompañarlo —

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aunque tenía que reconocer que era unsubterfugio necesario para obtener lacolaboración de Falstad— habíatrastocado totalmente sus planes. Una desus prioridades era viajar a Grim Batolsolo, sin camaradas inútiles queentorpecieran su labor, para noarriesgarse a revivir la catástrofe quesobrevino en su anterior misión.

No deseaba más muertes sobre suconciencia.

Para empeorar aún más las cosas, seacababa de enterar de que Lord DuncanSenturus había logrado convencer dealgún modo al testarudo de Falstad paraque le llevaran con ellos.

—Esto es una locura —repitió

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Rhonin por enésima vez—. No hacefalta que venga nadie más.

Mientras tanto, los jinetes de grifosse preparaban para llevarlos al otrolado del mar. Nadie escuchaba al mago;nadie se tomaba la molestia de oír suspalabras. Por las miradas que Falstad lehabía lanzado últimamente, Rhonin llegóa sospechar que si seguía protestando,acabaría siendo el único que se quedaraen tierra, por muy absurdo quepareciera.

Duncan se había reunido con sushombres y designado a Roland, a quienestaba transmitiendo en esos momentosuna serie de órdenes, comandante delgrupo en su ausencia. El veterano

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caballero barbudo entregó a su segundoal mando, que era bastante más jovenque él, un objeto que parecía unmedallón o algo similar. Rhonin noprestó mucha atención, pues losCaballeros de la Mano de Plata teníanmil ritos distintos para cada ocasión porfútil que fuera. Vereesa, quien se hallabaa la vera del mago, le susurró:

—Duncan le ha entregado a Rolandsu sello de mando. Si le sucediera algoal anciano paladín, Roland ocuparía sulugar en el escalafón de la orden deforma permanente. Los Caballeros de laMano de Plata prefieren dejar este tipode cosas bien atadas.

El mago se volvió para hacerle una

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pregunta a la elfa, pero ésta ya se habíaalejado de él. La forestal lo trataba deun modo mucho más formal y frío desdeque él la había amenazado entresusurros. Rhonin no quería hacer nadaque obligase a la elfa a volver con lossuyos, y menos aún que le ocurriera unacalamidad a la forestal en el transcursode la misión. Tampoco le deseabaningún mal a Duncan Senturus, aunquetenía que reconocer que probablementeel paladín tenía más posibilidades desobrevivir en el interior de Khaz Modanque él mismo.

—Es hora de despegar —anuncióFalstad—. Ya ha salido el sol y losancianos se han levantado para cumplir

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con sus quehaceres cotidianos. ¿Estamoslistos?

—Estoy preparado —contestóDuncan con una gran solemnidad.

—Yo también —respondió conpresteza el ansioso hechicero, que noquería ser el causante de un posibleretraso.

Si hubieran hecho las cosas a sumanera, él y un jinete habrían partido lanoche anterior, pero como Falstad habíainsistido en que los animalesnecesitaban descansar toda la nochedespués de todo lo que habían hechoaquel día, y como los enanos aceptabansin rechistar todo lo que su líder decía,pues…

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—Entonces, montemos —dijo eljovial enano, quien sonrió a Vereesa y,acto seguido, le ofreció la mano—. ¿Mepermite, mi dama elfa?

La forestal subió al grifo de Falstadcon una sonrisa en los labios. Entretanto,Rhonin procuraba disimular sumalhumor. Habría preferido que ellaviajara con cualquier otro enano menosél, pero sabía que si hacia algúncomentario al respecto, quedaría comoun necio. Además, ¿qué le importaba aél con quién viajaba la forestal?

—Date prisa, mago —le apremióMolok—. Quiero acabar este viajecuanto antes.

Duncan, quien en esta ocasión no iba

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ataviado con una armadura tan pesada,se montó detrás de uno de los jinetes queno llevaban un pasajero consigo. Losenanos respetaban al paladín, aunque noles cayera bien, porque era uncompañero de armas. Sabían que losmiembros de aquella orden sagradacombatían con bravura y destreza en elcampo de batalla, lo cual, precisamente,había facilitado que Lord Senturus losconvenciera de que debía viajar conellos.

—Agárrate fuerte si no quieresacabar siendo pasto de los peces —leadvirtió Molok a Rhonin.

Dicho esto, el enano espoleó a sugrifo para que avanzara… y despegara.

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El mago se agarró lo mejor que pudo,aunque tras sentir que el corazón se lesubía hasta la garganta, tuvo muy claroque ese viaje no iba a ser muy seguroprecisamente. Rhonin no había montadonunca en un grifo, y mientras lasenormes alas del animal batían el aireuna y otra vez, decidió rápidamente quesi sobrevivía al viaje, no volvería amontarse en un bicho de esos jamás. Concada pesado aleteo de aquella criaturamitad ave, mitad león, el estómago delmago parecía subir y bajar al compás. Sihubiera habido cualquier otra forma deviajar a Khaz Modan, Rhonin la habríaescogido sin dudarlo.

No obstante, tenía que admitir que

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los grifos volaban a una velocidadasombrosa. En pocos minutos, el grupohabía dejado atrás no sólo Hasic, sinotoda la costa. Ni siquiera los dragonespodrían igualarles en celeridad, aunquehabría sido una competición muy reñida.Rhonin recordó que tres de aquellasbestias habían revoloteado alrededor dela cabeza de un leviatán rojo. Unaproeza muy peligrosa incluso para losgrifos; una hazaña que se podíanadjudicar muy pocas criaturas.

Abajo, el mar estaba embravecido;las olas se alzaban amenazadoras a granaltura para, acto seguido, hundirse ydesaparecer. El viento fustigó elsemblante de Rhonin, y la espuma de

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mar lo obligó a ajustarse la capucha desu túnica para protegerse al menosparcialmente de ella. En cambio, aMolok no parecía afectarle el azote delos elementos; de hecho, daba lasensación de que se regodeaba en ello.

—¿Cuánto… cuánto crees quetardaremos en llegar a Khaz Modan?

El enano se encogió de hombros.—Varias horas, humano. Eso es todo

lo que te puedo decir.El mago se guardó para sí sus

sombríos pensamientos, se acurrucó aúnmás e intentó abstraerse. El mero hechode pensar que había tanta agua debajo deél lo inquietaba más de lo queimaginaba. Entre Hasic y la costa de

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Khaz Modan, la devastada isla de TolBarad era la única nota discordanteentre la sucesión infinita de olas, aunqueFalstad no pensaba aterrizar allí, talcomo había indicado previamente algrupo. Aquella isla había sido invadidapor los orcos durante los primeroscompases de la guerra, y, tras lasangrienta victoria de la Horda, losúnicos seres que habían sobrevividoeran algunas hierbas y ciertos insectosespecialmente resistentes. La islaparecía irradiar un aura de muerte tanintensa que convenció al mago de queera mejor no contradecir al enano.

Siguieron volando durante muchotiempo, y Rhonin se atrevió incluso a

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echar un vistazo de vez en cuando a suscompañeros de viaje. Duncan, claroestá, se enfrentaba a los elementos conuna pose que transmitía decisión yfirmeza, sin que pareciera importarleque el mar salpicase continuamente subarbudo rostro. Por su parte, Vereesadio al fin muestras de que esa maneratan demencial de viajar le estabapasando factura. Al igual que el mago,mantuvo la cabeza gacha durante casitodo el trayecto, y su larga melenaplateada, recogida bajo la capucha de sucapa de viaje. Se agarraba con fuerza aFalstad, quien, según Rhonin, parecíaestar disfrutando de lo incómoda que sesentía su viajera.

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En un momento dado, el estómagodel mago se asentó lo bastante comopara que la sensación de mareo fuesemás o menos tolerable. Observó laposición del sol en el firmamento ycalculó que llevaban surcando el cielounas cinco horas, quizá más. A lavelocidad a la que viajaba el grifo,seguramente se hallaban a medio caminode su destino. Decidió romper de nuevoel silencio que reinaba entre Molok y élpara preguntarle si estaba en lo cierto.

—¿A medio camino? —le espetó elenano entre carcajadas—. Dentro de doshoras veremos a lo lejos los riscos de laparte occidental de Khaz Modan. Amedio camino, dice. ¡ja!

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La buena noticia, y no el buen humordel que hacía gala repentinamente sucompañero de viaje, hizo sonreír aRhonin. Ya había sobrevivido a trescuartas partes del viaje. Dentro de pocomás de dos horas volvería a pisar tierrafirme. Por una vez, había logradoavanzar en su camino sin toparse conalguna gran calamidad que lo demorara.

—¿Conoces algún lugar dondepodamos aterrizar al llegar a nuestrodestino?

—Conozco muchísimos, mago. Notemas. Pronto nos libraremos de tucompañía. Eso sí, reza para que nollueva antes de que tomemos tierra.

Rhonin alzó la mirada e inspeccionó

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las nubes que se habían ido acumulandosobre ellos a lo largo de la última mediahora. Sí bien era bastante posible que sedesatara una tormenta, confiaba en queles diera tiempo a alcanzar su destinoantes de que las nubes descargaran sufuria. De lo único que debíapreocuparse era de cómo se abriría pasohasta Grim Batol antes de que los demásregresaran a Lordaeron.

Rhonin sabía que su plan lesparecería descabellado a los demás encuanto descubrieran la auténticanaturaleza de su misión. Una vez más,pensó en los fantasmas que lo asolaban,en los espectros del pasado. Ellos eransus verdaderos compañeros de viaje en

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esa misión demencial, las furias que loobligaban a avanzar, quienes lo veríanculminar su objetivo con éxito o moriren el intento.

Morir en el intento. No era laprimera vez, desde la muerte deaquellos que lo habían acompañado ensu anterior misión, que se preguntaba sino sería lo mejor. Quizá entoncesRhonin se redimiría ante sí mismo, queera lo que realmente ansiaba, y no antelos fantasmas que asolaban suimaginación.

Pero primero tenía que llegar a GrimBatol.

—¡Mira ahí, mago!Rhonin se sobresaltó, ya que, en

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algún momento, su mente habíaempezado a divagar sin que él se dieracuenta. Miró en la dirección queseñalaba Molok. Al principio, el magono vio nada, debido a que la calima lesalpicaba los ojos. En cuanto se leaclaró la vista, divisó dos motas oscurasen el horizonte. Dos motas que no semovían.

—¿Estamos llegando?—Así es, mago. Eso de ahí es Khaz

Modan.Se encontraban ya tan cerca… El

entusiasmo se apoderó de Rhonin altiempo que se percató de que se habíadormido durante la última parte delvuelo. Khaz Modan… No importaba lo

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peligrosa que se tornara su misión apartir de entonces: al menos, habíallegado hasta allí. A la velocidad a laque volaban los grifos, prontohollarían…

En ese momento, otros dos puntos enel firmamento captaron su atención, yéstos se movían. Su tamaño ibaaumentando progresivamente: daba lasensación de que se aproximaban haciaellos.

—¿Qué es eso? ¿Qué es eso que senos acerca?

Molok se inclinó hacia delante yentornó los ojos.

—¡Por los abruptos acantilados dehielo de Rasganorte! ¡Se trata de una

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pareja de dragones!Dragones…, pensó el mago.—¿Rojos?—¿Acaso importa de qué color es el

cielo, mago? Un dragón es un dragón. ¡Yjuro por mis barbas que vienen hacianosotros a gran velocidad!

En ese instante, Rhonin miró hacialos jinetes de grifos y reparó en queFalstad y los demás también habíandivisado a los dragones. Los enanosajustaron de inmediato la formación enque volaban separándose unos de otrospara convertirse así en unos objetivosmás pequeños y difíciles de alcanzar. Elmago se percató de que Falstad virabapara situarse en la retaguardia de la

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formación; seguramente lo hacía porqueVereesa viajaba con él. El grifo quetransportaba a Duncan Senturus aceleróy se colocó delante: dio la impresión deque iba a dejar atrás al grupo, pero nofue así.

En respuesta, los dragonesadoptaron su propia estrategia. El másgrande ascendió a mayor altitud y, acontinuación, se separó de sucompañero. Rhonin se dio cuenta alinstante de que ambos leviatanespretendían rodear a los grifos con laintención de atacar mejor a aquellascriaturas diminutas y a sus jinetes.

A medida que se aproximaban, lasvoluminosas siluetas montadas cada una

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sobre un dragón se fueron transformandoen los orcos más feroces que el magohabía visto jamás. El que iba ahorcajadas del coloso más grandeparecía el líder. Acto seguido, éste lehizo una señal con su hacha al otro orco,cuya bestia, instantáneamente, viró endirección contraria.

—¡Son unos jinetes consumados! —exclamó Molok con un entusiasmoinaudito—. Sobre todo el de la derecha.¡Ésta va a ser una batalla gloriosa!

—No podemos detenemos a lucharcon ellos. He de llegar a la costa.

El mago pudo escuchar cómo Molokgruñía frustrado.

—Nunca rehúyo un combate, mago.

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—¡Mi misión está por encima detodo!

Rhonin temió por un momento que alenano se le ocurriera tirarlo de sumontura. Entonces, de manera reticente,Molok hizo un gesto de negación con lacabeza y dijo:

—Haré lo que pueda, mago. Sí seabre un hueco, intentaremos llegar a lacosta. Una vez te deje ahí, novolveremos a vernos.

—De acuerdo.La conversación terminó ahí, pues

los dos bandos entraron en contacto enese instante.

Los grifos, que eran mucho másrápidos y ágiles que los dragones,

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revolotearon alrededor de los colosos,lo cual provocó que la frustración seapoderara del dragón más pequeño. Sinembargo, como las monturas sobre lasque viajaban Rhonin y los demás ibancargadas con peso extra, no podíanmaniobrar con la celeridad habitual. Unaenorme zarpa con garras afiladas comocuchillas estuvo a punto de alcanzar aFalstad y Vereesa, y un ala no acertó porpoco a Duncan y al enano que iba con él.No obstante, el paladín, el jinete y sugrifo prosiguieron volando muy cercadel dragón, como sí quisieran enzarzarsecon él en un extraño combate cuerpo acuerpo.

Con mucho esfuerzo, Molok

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desenfundó su martillo de tormenta, loblandió por encima de su cabeza y aullócomo si se le estuviera quemando elcabello, Rhonin confiaba en que elenano no olvidara, en el fragor de labatalla, la promesa que le había hecho.

El segundo dragón descendió y,desafortunadamente, escogió a Falstad yVereesa como su objetivo principal.Falstad espoleó a su grifo para queavanzara, pero éste no podía batir susalas con mayor celeridad por culpa delpeso extra que suponía la elfa. Elenorme orco espoleó a su vez a sureptiliana montura profiriendo gritosterroríficos mientras blandía a lo loco sumonstruosa hacha de batalla.

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Rhonin apretó los dientes con fuerza.No podía permitir que sus compañerosde viaje perecieran, y mucho menos laforestal.

—¡Molok! ¡Ve a por el más grande!¡Tenemos que ayudarlos!

A pesar de que el enano de lacicatriz estaba más que dispuesto aobedecer esa orden, se acordó de lo queRhonin le había hecho prometer antes.

—Pero ¿no decías que tu prioridadera llevar a cabo esa misión tanimportante que te han encomendado?

—¡Olvídate de eso y ayúdalos!Una sonrisa enorme se dibujó en el

semblante de Molok, quien soltó un gritoque provocó que todos los nervios del

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mago se estremecieran. A continuación,el enano hizo virar al grifo en direcciónal dragón de mayor tamaño. Tras él,Rhonin preparó un hechizo. En unosinstantes, el leviatán carmesí alcanzaríaa Vereesa…

Falstad obligó a su montura a trazarun arco tan repentinamente quesobresalto al jinete de dragones. Elenorme coloso pasó de largo, incapaz derivalizar con la maniobrabilidad de sudiminuto adversario.

—¡Agárrate fuerte, mago! —leadvirtió Molok.

Acto seguido, el grifo de éstedescendió casi en picado. Rhoninprocuró que el miedo no lo

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sobrecogiera, y se centró en repasarmentalmente el último fragmento de suconjuro. Sólo necesitaba reunir elaliento necesario para formularlo…

El enano profirió un grito de guerraque captó la atención del orco. Con elceño fruncido, la grotesca figura diomedia vuelta para enfrentarse a suenemigo.

El martillo de tormenta chocófugazmente contra el hacha de batalla.

Acto seguido, se desató una lluviade chispas que por poco provoca que elmago pierda su asidero. El grifo graznóde sorpresa y dolor, y Molok estuvo apunto de caerse de su silla de montar.

Por fortuna, la montura del enano y

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el mago reaccionó con mayor rapidezque el dragón y ascendió a granvelocidad, hasta alcanzar las nubesprácticamente. Molok aprovechó esapequeña ventaja para afianzarse en suasiento.

—¡Por el Pico Nidal! ¿Has vistoeso? Muy pocas armas y muy pocosguerreros son capaces de resistir losenvites de un martillo de tormenta. ¡Ésteva a ser un duelo fascinante!

—Déjame intentar antes una cosa.El rostro del enano se tornó

sombrío.—¿Vas a utilizar magia? ¿Qué tiene

eso de honorable y valiente?—¿Cómo piensas combatir con ese

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orco si el dragón no te deja acercartemás? Hemos tenido suerte una vez, peroserá mejor no tentar al destino.

—De acuerdo. Aunque espero queno pongas punto y final tú solo a labatalla.

Rhonin no se comprometió a nada,sobre todo porque eso era justo lo quepensaba hacer. Miró de hito en hito aldragón, que rápidamente se habíacolocado detrás de ellos, y murmuróunas palabras henchidas de poderosamagia. En el último instante, el magolanzó una mirada a las nubes por encimade él.

Las nubes descargaron un relámpagoque impactó contra el gigante que los

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perseguía.A pesar de acertar de lleno en el

dragón, no tuvo los efectos que Rhoninhabía imaginado. Si bien la criatura seestremeció de un ala a otra y profirió ungrito de furia, la bestia no cayó enpicado. De hecho, el orco, quien sinduda también debía de estar sufriendouna terrible agonía, sólo se deslizóbrusca y momentáneamente hacia delanteen su silla de montar.

La decepción se apoderó del mago,que tuvo que conformarse con haberaturdido, al menos, a la colosal criatura.Entonces se dio cuenta de que, demomento, ni él ni Vereesa corríanpeligro, ya que el dragón debía

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esforzarse para mantenerse en el aire.Rhonin posó una mano sobre el

hombro de Molok, y le dijo:—¡Llévame a la costa! ¡Ya! ¡Rápido!—¿Estás chiflado, mago? ¿Qué hay

de la batalla que me acabas de prometerque…?

—¡Llévame allí ya!Molok se alejó del combate con

reticencia. Probablemente obedeciópara librarse cuanto antes de suexasperante pasajero más que porquecreyera que el mago tenía autoridad paraimpartirle órdenes.

El hechicero, dominado por laansiedad, buscó con la mirada aVereesa. No veía a la elfa ni a Falstad

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por ninguna parte. Rhonin pensó enanular su orden de dirigirse a la costauna vez más, pero era consciente de quedebía llegar a Khaz Modan. Además, losenanos serían capaces de mantener araya a ese par de monstruos…

Claro que sí.El grifo de Molok apenas había

comenzado a alejarse de su adversario,cuando Rhonin volvió a plantearse laposibilidad de decirle al enano quediera media vuelta.

Entonces, de improviso, una sombralos cubrió.

Tanto el humano como el enanoalzaron la vista asombrados yconsternados.

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El segundo dragón había logradosituarse por encima de ellos mientras lasmentes del mago y del enano estabancentradas en otros asuntos.

El grifo intentó colocarse fuera de sualcance iniciando una caída en picado.Aquella bestia valiente casi lo logró,pero, en ese momento, unas zarpas ledesgarraron el ala derecha. La criaturaleonina rugió presa de la agonía eintentó mantenerse en el airedesesperadamente. Rhonin levantó lavista y pudo comprobar cómo el dragónabría sus fauces. Esa pesadillagigantesca pretendía tragárselos.

De repente, por detrás del dragón,apareció el grifo sobre el que iban

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montados Duncan y su correspondientejinete enano. El paladín se habíacolocado en una postura muy extraña:parecía que estaba impartiendoinstrucciones al enano. Rhonin no teníani la más remota idea de lo quepretendía hacer el caballero: lo únicoque sabía era que el dragón iba aengullirles a él y a Molok antes de quefuera capaz de recitar un conjuro.

Entonces, Duncan Senturus saltó desu montura.

—¡Por los dioses y los demonios!—exclamó Molok.

Por primera vez en su vida, aquelbárbaro enano se quedó sorprendidoante el coraje y la temeridad con que

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combatía otro ser.A Rhonin le costó comprender lo

que el paladín pretendía hacer. Elhabilidoso caballero realizó unmovimiento tan arriesgado que cualquierotro hubiera acabado precipitándosehacia un fatal destino; sin embargo,Duncan logró aterrizar en el cuello deldragón con una precisión asombrosa. Seaferró al grueso cuello y se colocó enuna posición más adecuada mientras labestia y su jinete orco se percataban delo que intentaba hacer.

El orco alzó su hacha e intentóalcanzar a Senturus en la espalda,fallando por muy poco. Duncan lo miróde soslayo y, a continuación, pareció

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olvidarse de su bárbaro oponente.Avanzó por el cuello lentamente, altiempo que procuraba evitar losmordiscos de aquel coloso que seretorcía en un vano intento de acabarcon su enemigo.

—¡Está loco! —gritó Rhonin.—No, mago… Simplemente, es un

guerrero.Rhonin no entendió por qué el enano

había hablado en voz baja y con un tonotan respetuoso hasta que vio a Duncanagarrándose fuertemente con las piernasy un solo brazo al cuello del reptil,mientras que con el brazo libre sosteníauna espada reluciente. Tras el paladín,el orco gateaba lentamente hacia él con

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un brillo asesino en sus ojos rojos.—¡Tenemos que hacer algo!

¡Acércame! —le exigió Rhonin a Molok.—Es demasiado tarde para eso,

humano. Se compondrán baladas épicasacerca de esta hazaña…

El dragón no intentó revolverse paradeshacerse de Duncan porque sabía que,si lo hacía, lanzaría por los airestambién a su jinete, que estaba en sucuello. El orco avanzaba con másfacilidad y seguridad que el caballero,quien pronto se encontró al alcance delhacha.

Duncan se colocó cerca de la nucade la bestia. Alzó su larga espada, conla clara intención de enterrarla allí

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donde la columna vertebral se unía a labase del cráneo.

Sin embargo, el orco golpeóprimero.

El hacha se clavó en la espalda deLord Senturus, atravesando la fina cotade malla que había escogido pararealizar aquella travesía. AunqueDuncan no gritó, cayó hacia delante y nosoltó su espada por muy poco. A duraspenas logró mantenerla en su puño.Entonces, el caballero logró colocar lapunta de la espada sobre el lugarindicado, pero estaba claro que leabandonaban las fuerzas.

El orco volvió a blandir el hacha.Rhonin lanzó el primer hechizo que

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se le vino a la cabeza.Un fogonazo de una luz tan intensa

como el sol estalló ante los ojos delorco, quien profirió un grito de asombro,cayó hacia atrás y perdió su arma asícomo su asidero sobre el dragón. Eldesesperado guerrero orco tanteó el aireen busca de algo a lo que agarrarse,pero fue en vano, y acto seguido cayódel cuello del dragón chillando.

Dominado por una honda inquietud,el mago posó de inmediato la vistasobre el paladín, quien le devolvió lamirada; una mirada en la que semezclaba la gratitud y el respeto, o almenos esa impresión le dio a Rhonin.Pese a la mancha de un rojo intenso que

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se extendía por la espalda de DuncanSenturus, éste logró enderezarse y alzarsu espada lo más alto que pudo.

El dragón se dio cuenta de que yanada lo obligaba a permanecer quieto, einició el descenso.

Lord Duncan Senturus empujó lahoja de su espada profundamente en lazona que unía el cuello al cráneo hastaenterrarla por la mitad en el cuerpo delleviatán.

Al instante, la bestia roja se retorciódescontroladamente. Unos humorescalientes manaron a raudales de laherida y escaldaron al paladín, quienresbaló, cayó hacia atrás y perdió suasidero.

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—¡Ve a por él, maldita sea! —leordenó Rhonin a Molok—. ¡Ve a por él!

El enano obedeció, pero Rhonin eraconsciente de que no alcanzarían aDuncan a tiempo. Entonces, divisó aotro grifo que volaba cerca de ellos. Setrataba de Falstad y Vereesa. A pesar decargar con mucho peso extra en sumontura, el jinete líder esperaba poderrescatar al paladín de algún modo.

Por un instante, dio la impresión deque iban a lograrlo. El grifo de Falstadse aproximó al tambaleante guerrero.Duncan levantó la vista, primero haciaRhonin, luego hacia Falstad y Vereesa.

Negó con la cabeza, cayó haciadelante, rodó fugazmente por el cuello

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de aquel dragón que no cesaba de chillary se precipitó al vacío.

—¡No! —aulló Rhonin, al tiempoque le ofrecía la mano a la silueta que sealejaba.

Aunque el mago sabía que LordSenturus ya estaba muerto cuando cayóal vacío y se hundió en el mar, al sertestigo de su caída le vinieron a lamemoria los errores que había cometidoen su última misión. El miedo loatenazaba: ya había perdido a uno de suscompañeros de misión, y el hecho deque Duncan se hubiera sumado al viajevoluntariamente no le consolaba.

—¡Cuidado! —gritó Molok.La repentina advertencia del enano

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lo sacó de su ensimismamiento Alzó lavista y vio al dragón encima de él. Elleviatán seguía girando como loco, apesar de estar sufriendo los últimosestertores de una muerte agónica. Batíadesesperado sus colosales alas, queparecían moverse al azar. Falstad logróque su montura esquivara por muy pocola embestida de un ala. En ese momento,Rhonin se temió que esta vez Molok y élno iban a poder librarse del castigo deaquel batir de alas.

—¡Arriba, bestia inmunda! —bramóMolok—. ¡Arri…!

Un ala los golpeó con una fuerzainusitada, y el mago salió despedido, altiempo que oía al enano gritar y al grifo

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graznar. Rhonin, que estabaconmocionado, apenas fue consciente deque, durante unos segundos al menos,ascendió. Acto seguido, la fuerza de lagravedad tiró de él hacia abajo, y elmago, semiinconsciente, descendió consuma rapidez.

Tenía que lanzar un conjuro.Cualquiera. Pero, por mucho que lointentara, Rhonin era incapaz deconcentrarse lo bastante como paraacordarse de las primeras palabras delhechizo. Una parte de él intuía que estavez podría morir.

Lo envolvieron las tinieblas; unastinieblas preternaturales. Se preguntó sise estaba desmayando. De las tinieblas

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brotó de repente una voz atronadora quecreyó reconocer en lo más recóndito desu mente:

—Te tengo, criatura diminuta. Notemas, no hay nada que temer.

La zarpa de un reptil enorme atrapóal mago; era tan grande que el cuerpo deRhonin apenas ocupaba una parte de supalma.

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CAPÍTULONUEVE

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—¡D uncan!—Es demasiado tarde, mi

dama elfa —dijo Falstad.—Este hombre ha muerto… pero quéleyenda tan gloriosa deja a su paso.A Vereesa le traían sin cuidado lasleyendas gloriosas, y tampoco queríatransmitir la sensación equivocada deque admiraba a Lord Senturus más alláde lo razonable. Lo único que enrealidad le importaba era que un hombrevaliente, al que había conocidobrevemente, había perecido. En verdad,la elfa se había dado cuenta en el acto,al igual que Falstad, de que cuandoDuncan cayó al vacío, ya estaba muerto,

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aun así, el horror de su trágicofallecimiento la había conmovido en lomás hondo de su ser.

No obstante, para consuelo deVereesa, Duncan había logrado algoprácticamente imposible. El paladín lehabía infligido al dragón una heridamortal que le hacia revolverse en el aírefrenéticamente. El leviatán moribundointentaba en vano sacarse la espada dela nuca, pero le iban abandonando pocoa poco las fuerzas. Era sólo cuestión detiempo que el gigante se uniera en lasprofundidades del mar al hombre que lehabía sentenciado.

Sin embargo, ese dragón suponía unpeligro mientras estuviera vivo. Un ala

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no alcanzo por muy poco al enano y laelfa. Falstad obligó al grifo a descenderpara alejarse de los espasmosincontrolados del coloso. Vereesa seagarraba con todas sus fuerzas al enano,sin preocuparse ya del destino deDuncan puesto que sus pensamientosestaban centrados en sobrevivir.

Por otro lado, el segundo dragónseguía siendo una amenaza para losgrifos. Falstad hizo que su monturaascendiera de nuevo, por encima delotro monstruo, para evitar así que susterribles garras los atraparan. En eseinstante, un jinete de grifos logróescapar de sus fauces por muy poco.

Ya no podían permanecer más

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tiempo en aquel lugar. Indudablemente,el orco que llevaba las riendas delsegundo coloso poseía una ampliaexperiencia en el combate aéreo contralos grifos. Tarde o temprano, su monturaalcanzaría a algún enano. Además,Vereesa no quería que se produjeran másmuertes.

—¡Falstad! ¡Debemos huir!—Qué más quisiera yo que cumplir

sus órdenes, mi dama elfa, pero, esabestia cubierta de escamas y su jinete noestán dispuestos a dejarnos vía libre.

Era cierto. El dragón parecíaobsesionado con Vereesa y sucompañero de viaje, probablemente ainstancias del orco que llevaba las

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riendas. Tal vez éste había deducido quesi en aquel grifo viajaban dos jinetes, laelfa debía de ser alguien importante. Elmero hecho de que dos leviatanescarmesíes estuvieran ahí le hacíaplantearse a la forestal muchaspreguntas. ¿Los perseguían con el fin deque Rhonin no pudiera llevar a cabo sumisión? En ese caso, el objetivo deaquellas bestias debería ser él y noella…

Pero ¿dónde estaba Rhonin? A pesarde que Falstad espoleó al grifo para queacelerara, el coloso siguió recortando ladistancia que los separaba. La elfa miróa su alrededor, mas no halló rastro delmago. Volvió a echar otro vistazo,

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dominada por la inquietud. Esta vez sepercató de que no sólo había perdido devista al mago, sino que ni siquiera eracapaz de localizar al grifo en que ésteiba montado.

—¡Falstad! No veo a Rhonin…—Ya nos preocuparemos por eso

más tarde. Ahora lo importante es que teagarres con todas tus fuerzas.

La elfa le obedeció… justo atiempo. De repente, el grifo trazó en elcielo un arco tan acusado que si Vereesahubiera titubeado lo más mínimo, habríasalido despedida.

Las garras de la bestia rasparon elaire que la forestal y el enano habíanocupado apenas un instante antes. El

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dragón rugió presa de la frustración y seladeó.

—Prepárate para luchar, mi damaella. Según parece, no nos va a quedarmás remedio que plantar cara a esemonstruo.

Acto seguido, el enano blandió sumartillo de tormenta, y Vereesa maldijouna vez más haber perdido su arco. Sibien era cierto que aun contaba con suespada, la forestal, a diferencia deDuncan, no estaba dispuesta a sacrificarsu vida por la causa. Además, todavíatenía que descubrir que le habíaocurrido a Rhonin: el bienestar del magoseguía siendo su prioridad.

Mientras tanto, el orco blandía su

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hacha de batalla en círculos sobre sucabeza, al tiempo que profería unosgritos de guerra barbáricos. Falstadrespondió lanzando un grito gutural;apenas podía disimular su ansiedad porentrar en combate, a pesar de que anteshubiera mostrado cierta preocupaciónpor el bienestar de Vereesa. Como nopodía hacer otra cosa, la forestal selimitó a agarrarse con fuerza, con laesperanza de que el enano fuera certeroen sus golpes.

Entonces, de improviso, una siluetadel color de la noche se interpuso entreambos combatientes y se abalanzó sobreel dragón carmesí, lo cual provocó quela confusión se adueñara tanto del jinete

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como de la bestia que montaba.—¿Pero qué diantres…? —fue lo

único que alcanzó a decir Falstad.La elfa, por su parte, fue incapaz de

pronunciar una sola palabra.Unas alas negras el doble de grandes

que las del dragón rojo cubrieron todoel campo visual de Vereesa, cuyosdestellos metálicos prácticamente lacegaron. Un bramido tremendo hizo queel cielo se estremeciera como si untrueno lo hubiera rasgado, y actoseguido los grifos se desperdigaronasustados.

Un dragón de inmensas proporcionesquiso morder al más pequeño de colorrojo.

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Unos orbes oscuros y estrechoscontemplaron al leviatán de menortamaño con desprecio. El coloso delorco rugió a su vez; sin duda, aquélnuevo enemigo que había aparecidosúbitamente no era de su agrado.

—Creo que ya no tenemos nada quehacer aquí, mi dama elfa. Este leviatánes, ni más ni menos, el mismísimoleviatán oscuro.

En ese instante, el titán negrodesplegó sus alas, y el bramido que, acontinuación, brotó de sus poderosasfauces se le antojó a Vereesa una risaáspera y burlona. Una vez más, divisóunos trozos de metal, o, más bien, unasplacas de metal, que se extendían por

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casi todo el vasto cuerpo del reciénllegado. Si ya resultaba muy difícilatravesar la armadura natural que poseíacualquier dragón, ¿qué clase de metalportaría una criatura como ésa paraproteger sus ya de por si impenetrablesescamas?

La respuesta le vino enseguida a lacabeza: adamantio. Solo dicho materialsuperaba en dureza a esas escamasprácticamente impenetrables… y sólo unleviatán colosal se habría sometido a latortura y agonía que suponía incrustarseunas placas con el único fin de aumentaraún más su poder.

—Alamuerte… —susurró la forestal—. Alamuerte…

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Desde tiempos inmemoriales,circulaban leyendas entre los elfos quesostenían que existían cinco grandesdragones, cinco leviatanes querepresentaban las fuerzas de laNaturaleza y las fuerzas arcanas.Algunos identificaban a Alexstrasza, ladragona roja, con la esencia de la vida.De los demás apenas se sabía nada, pueslos titanes, incluso antes de la apariciónde los humanos sobre la faz de la tierra,habían llevado unas existencias bastantesolitarias al estar aislados del resto delmundo. Si bien los elfos habían sentidoen cierto modo su influencia, y habíantenido que tratar con ellos en diversasocasiones, esas vetustas criaturas jamás

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les habían revelado sus secretos.Sin embargo, había un dragón que no

se había ocultado nunca ante nadie, sinomás bien al contrario, siempre estabadispuesto a recordar al mundo que suraza era superior a las demás. Aunqueen un principio había adoptado otronombre, él mismo había elegido elsobrenombre de Alamuerte, para dejarasí bien claro su desprecio por lascriaturas inferiores que lo rodeaban ycuáles eran sus intenciones al respecto.Los individuos de la raza de Vereesa,incluso los más ancianos, ignorabancuáles eran las motivaciones del gigantede ébano; en cambio, lo que sí sabían aciencia cierta era que siempre había

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hecho todo lo posible para destruir elmundo que los elfos, los enanos y loshumanos habían creado.

Los elfos lo llamaban de otramanera, con un nombre que sepronunciaba entre susurros y en unalengua antigua prácticamente olvidada:Xaxas. Un apodo corto con múltiplessignificados, todos ellos siniestros:caos, furia. Era la encarnación de la irade los elementos, como la furia de losvolcanes en erupción o la cólera de lostemblores de los terremotos. Así comoAlexstrasza representaba a loselementos de la vida que mantenían almundo unido, sano y salvo, Alamuerteencarnaba a las fuerzas destructivas

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cuya única motivación era destrozarlo.Y ahí estaba, flotando ante ellos,

intentando, al parecer, defenderlos deotro miembro de su raza. Claro que erabastante probable que Alamuerte noviera así la situación. Las escamas de suoponente eran carmesíes, del color de sumayor rival. Alamuerte odiaba a losleviatanes de otros colores distintos alsuyo hasta el punto de procurar que tododragón rival al que se enfrentarapereciera. Pero el coloso de ébanoodiaba por encima de todos los demás alos adversarios que portaban el mantode Alexstrasza.

—Esto no puede estar pasando… —murmuró Falstad, quien estaba

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sobrecogido por una vez en su vida—. Yyo que creía que ese horrendo monstruohabía muerto…

La forestal también pensaba lomismo. El Kirin Tor había unido a susmejores y más poderosos magoshumanos con sus contrapartidas elfaspara poner punto final, o eso decíanellos, a la amenaza de la furia negra. Nisiquiera las placas metálicas que losgoblins habían soldado literalmente alcuerpo de Alamuerte lo habíanprotegido de los ataques mágicos de loshechiceros. El leviatán había caído alvacío, al vacío…

Pero ahora, al parecer, volvía avolar triunfante por los cielos.

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La guerra contra los orcos se habíaconvertido, repentinamente, en un asuntobaladí. ¿Qué amenaza suponían losrestos de la horda que sobrevivían enKhaz Modan comparada con la amenazaque suponía este gigante siniestro?

El dragón de menor tamaño, quetambién era, evidentemente, macho,intentó morder, cegado por la ira, aAlamuerte. Acercó el hocico lo bastantecomo para que la bestia negra pudierahaberlo golpeado con su pezuñadelantera izquierda, pero, por algunarazón, Alamuerte decidió mantener lagarra cerrada y pegada al cuerpo.Entonces, le propinó un latigazo con lacola a su adversario, con tal fuerza que

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el coloso rojo salió despedido haciaatrás dando vueltas en el aire. Cuando elleviatán negro se movía, podíadivisarse, bajo las rendijas que dejabanal descubierto las placas metálicas aldesplazarse, lo que parecía ser una seriede venas repletas de lava que lesurcaban tanto la garganta como el torso,y que centelleaban cada vez que rugía.Según la leyenda, si uno tocaba una solade esas venas de fuego, corría el riesgode quemarse entero. Algunos decían queeso se debía a una secreción ácida quedesprendía el titán, mientras que otrosrelatos sostenían que se trataba dellamas auténticas.

De un modo u otro, tocarlas suponía

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la muerte.—Ese orco es tremendamente

valiente o terriblemente idiota. O tal vezha perdido el control sobre su bestia —señaló Falstad al tiempo que negaba conla cabeza—. Ni siquiera yo libraría uncombate tan desigual si pudiera evitarlo.

Los demás grifos se acercaron.Vereesa apartó la mirada de losdragones que aún se tanteaban y observóa los recién llegados, pero no vio rastrode Molok ni de Rhonin. De hecho, sugrupo había quedado reducido a ella ycuatro enanos más.

—¿Dónde está el mago? —preguntóa voz en grito a los demás—. ¿Dónde seha metido?

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—Molok ha muerto —le comunicóun enano a Falstad—. Su montura yace ala deriva en el mar.

Para su estatura, los enanos eranincreíblemente fornidos y musculosos,por lo que no flotaban muy bien en elagua. Por eso mismo, Falstad y losdemás asumieron que el hecho de haberhallado a su grifo muerto era prueba másque suficiente de que aquel guerrerohabía sufrido un funesto destino.

Sin embargo, Rhonin era humano y,por tanto, estuviera vivo o muerto, erabastante probable que su cuerpo flotasedurante un tiempo al menos. Vereesa seaferró a esa débil esperanza.

—¿Y qué ha sido del mago? ¿Lo

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habéis visto?—Creo que es obvio cuál ha sido su

destino, mi dama elfa —respondióFalstad, que se había girado hacia atráspara mirar a la forestal.

Vereesa no dijo nada más; tuvo quereconocer que el enano tenía razón. Almenos, cuando se produjo aquelincidente en la fortaleza había tenidomotivos para albergar alguna esperanza.Pero era imposible que hubierasobrevivido esta vez. Ni siquiera lamagia de Rhonin podría haberlo salvadode semejante caída, y estrellarse contrael mar desde esa altura era comoestrellarse contra una superficie de rocasólida…

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Vereesa no pudo reprimir latentación de mirar hacia abajo, y logródistinguir el cuerpo medio hundido delotro dragón rojo. La muerte debía habersorprendido a Rhonin y Molok al seralcanzados por aquella criatura quegiraba descontroladamente entreestertores de muerte. Sólo le cabíaesperar que tanto el enano como el magohubieran perecido en el acto.

—¿Qué vamos a hacer, Falstad? —inquirió a pleno pulmón un enano.

El líder de los enanos se frotó labarbilla pensativo.

—Alamuerte odia a cualquierguerrero que se oponga a su voluntad.Seguramente, vendrá a por nosotros en

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cuanto acabe con esa bestia de menortamaño. No podemos plantarle cara. Senecesitaría un centenar de martillos detormenta sólo para hacerle una melladiminuta en su piel. Será mejor queregresemos para informar a los demásde lo que hemos visto.

Si bien todos los enanos parecíanestar de acuerdo, Vereesa se negaba arendirse tan pronto a las evidencias.

—¡Falstad! No olvides que Rhonines mago. Probablemente, haya muerto,pero si sigue vivo… Si sigue flotandoahí abajo ¡necesitará nuestra ayuda!

—Te ruego que me perdones por loque voy a decir… Qué ingenua eres, midama elfa. Nadie podría sobrevivir a

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semejante caída, ni siquiera un mago.—Por favor… Hagamos un barrido

por la superficie del mar… Después,podré marcharme tranquila.

Si no lo encontraban, ella dejaría deestar ligada a su promesa de proteger almago, y la misión que éste debía llevar acabo quedaría inconclusa para siempre.A pesar de todo, la forestal sabía queseguramente seguiría sintiéndoseculpable, pero no podía hacer nada alrespecto.

Falstad frunció el ceño. Susguerreros le lanzaron una mirada queparecí decir: «Estás loco si decidesquedarte cerca de Alamuerte», aunquesólo fuera por un breve lapso de tiempo.

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—De acuerdo —refunfuñó al fin—.Pero si lo hago es sólo por ti. Sólo porti.

Acto seguido, se dirigió a losdemás:

—Regresad sin nosotros.Deberíamos estar pisándoos los talonesen breve. No obstante, si, por algunarazón, no regresamos, cercioraos de quelos demás sepan que ese ser siniestro hareaparecido. ¡Marchaos!

A la vez que los enanos espoleabansus monturas para dirigirse hacia eloeste, Falstad conminó a su grifo adescender. Sin embargo, mientrasbajaban velozmente en picado hacia elmar, escucharon un par de rugidos

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salvajes que hicieron que tanto la elfacomo el enano alzaran la vistadominados por la inquietud.

Ambos dragones rugieron una y otravez; cada bramido era más alto y ferozque el anterior. Las bestias esgrimíansus garras amenazantes y agitabanfrenéticamente sus colas.

Las vetas de fuego que surcaban elcuerpo de Alamuerte le conferían unaspecto aterrador y casi sobrenatural;daba la sensación de que se trataba deuno de esos demonios de las leyendas.

—Han dejado de tantearse —leexplicó su compañero de montura a laelfa—. Están a punto de enzarzarse encombate. Me pregunto en qué estará

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pensando ese orco.A Vereesa el orco le traía sin

cuidado. Una vez más, centró toda suatención en la búsqueda de Rhonin.Mientras el grifo surcaba el aire aapenas unos metros del mar, examinabala zona en vano en busca de algún rastrodel humano. Tenía que haber algúnindicio que indicara dónde estaba… Ladesesperada forestan logró distinguir laretorcida forma de la montura muerta delmago a no demasiada distancia de ellos.Vivo o muerto, el mago debía hallarsecerca de aquel cadáver… a menos quehubiera conseguido alejarse del peligrogracias a algún sortilegio.

Falstad gruño. Obviamente, ésa era

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su forma de decir que creía que estabanperdiendo el tiempo.

—Aquí no hay nada.—Sólo te pido un poco más de

tiempo.Una vez más, unos gritos salvajes

atrajeron la atención de ambos hacia elcielo. La batalla se habíadesencadenado. El dragón rojo intentóescapar rodeando a Alamuerte, peroaquella enorme bestia suponía unobstáculo casi imposible de sortear. Susalas membranosas eran como murosinfranqueables que el titán más pequeñono podía atravesar. A pesar de queintentó abrirse paso por una de ellas allamaradas, Alamuerte batió sus alas y

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se alejó de la trayectoria del fuego, sibien esas llamaradas sólo lo habríanchamuscado ligeramente.

Al intentar abrasar a su oponente, elenemigo de Alamuerte bajo la guardia.El gigante de ébano podría haberrasgado con facilidad el ala más cercanade la bestia roja, pero, en lugar demover la garra delantera izquierda, quetenía en todo momento cerca del pecho,optó por fustigar con su cola al otroleviatán, de tal modo que acabólanzándolo de nuevo hacia atrás.

No parecía que Alamuerte hubierasufrido ninguna herida. Pero entonces¿por qué se refrenaba?

—¡Se acabó! ¡No pienso seguir con

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esta búsqueda inútil! —explotó Falstad—. Lamento decirte que tu mago seencuentra en el fondo del mar. Tenemosque marcharnos si no queremoscompartir su destino.

La elfa ignoró sus palabras; estabacentrada en el dragón negro y supeculiar técnica de combate, que notenía ningún sentido para ella.Alamuerte empleaba la cola, las alas ytodas las extremidades menos su garradelantera izquierda. De vez en cuando,movía esa zarpa lo bastante como paradeducir que aún era funcional, perosiempre acababa acercándola al cuerpo.

—¿Por qué? —murmuró—. ¿Por quéhaces eso?

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El líder de los enanos creyó que sedirigía a él.

Porque ya no tenemos nada quehacer aquí salvo morir, y aunque Falstadno teme a la muerte, prefiere encontrarsecon ella cuando él lo decida y no cuandolo estime oportuno esa abominaciónprovista de armadura.

En ese momento, Alamuerte, a pesarde tener inutilizada una garra, atrapó asu adversario. Sus enormes alasenvolvieron al dragón rojo, y su largacola se enroscó alrededor de lasextremidades inferiores de su rival. Conlas tres zarpas que le quedaban libres, elleviatán negro infligió numerosasheridas en el torso de su enemigo, de las

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que manó abundante sangre; además, ledesgarró la garganta de un zarpazo.

—¡Elévate, maldita sea! —le exigióFalstad a su extenuado grifo—. Vas atener que esperar un poco más parapoder descansar. Antes debes sacarnosde aquí.

Mientras la bestia peluda ascendíacomo podía, Vereesa observó cómoAlamuerte se ensañaba con el pecho desu oponente. De inmediato, brotó de lasentrañas del dragón herido una tenuelluvia, compuesta por sus fluidosvitales, que cayó al mar.

A pesar de todo, el leviatán carmesílogró librarse de los zarpazos de surival haciendo un tremendo esfuerzo.

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Tambaleándose, le propinó un empujón aAlamuerte y se alejó de él, y, acontinuación, titubeó, como si algo lohubiera distraído.

Para sorpresa de Vereesa, el dragónrojo se giró de improviso y se alejóvolando en dirección a Khaz Modan,siguiendo un rumbo aparentementeimprovisado.

Pese a que la batalla había duradopoco más de un minuto, quizá dos, enese breve lapso de tiempo Alamuerteprácticamente había masacrado a suenemigo.

Contra todo pronóstico, el colosonegro, en lugar de perseguir a suadversario, posó la mirada sobre la

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garra que había mantenido cerca delpecho en todo momento; daba laimpresión de que estuvieracontemplando algo que tenía entre susgarras.

Algo… ¿o alguien?Entonces, Vereesa recordó las

palabras con las que Rhonin les habíadescrito a Duncan y a ella el milagrosorescate del que había sido objeto en laatalaya que se había desmoronado: «Nosé qué era, pero me alzó hacia el cielocomo si fuera un juguete y me alejó deaquel dantesco escenario». ¿Qué otracriatura era capaz de llevarse a unhombre hecho y derecho con tantafacilidad, como sí no pesara más que un

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muñeco? La forestal no había llegadohasta entonces a esa conclusión porquenunca antes había sido testigo de unaproeza tan extraordinaria. ¡Un dragónhabía salvado al mago! Pero… ¿eseleviatán era Alamuerte?

Entonces, el coloso negro tambiéndecidió, repentinamente, volar haciaKhaz Modan, aunque no siguió la mismaruta que su rival carmesí. A medida quese alejaba de ellos, Vereesa se fijó enque seguía manteniendo la zarpacerrada, como si intentara proteger algomuy valioso.

—¡Falstad! Tenemos que seguirlo.El enano la miró como si le acabara

de pedir que se dirigiera directamente a

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las fauces de aquella bestia.—Soy un guerrero muy audaz, mi

dama elfa, pero he de decirte que esasugerencia raya en la locura.

—Alamuerte ha capturado a Rhonin.Por eso no ha utilizado esa garra paraluchar, porque en ella tiene al mago.

—Entonces no cabe ninguna duda deque el mago, si no está muerto, pronto lova a estar. ¿Para qué lo va a querer eseser tenebroso si no es como refrigerio?

—Si así fuera, Alamuerte ya lohabría devorado. No. Está claro quenecesita a Rhonin para algo.

Falstad esbozó un gesto decontrariedad.

—Me pides demasiado. Este grifo se

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encuentra extenuado y tendremos queaterrizar enseguida.

—Por favor… Síguelo hasta dondepuedas. ¡No pienso abandonarlo a susuerte! ¡Tengo una promesa que cumplir!

—Ninguna promesa puedecomprometerte hasta el punto de cometeresta temeridad —masculló el jinete degrifos.

No obstante, viró el rumbo de sumontura en dirección a Khaz Modan. Yaunque la bestia gruñó en señal deprotesta, acabó obedeciendo.

Vereesa no dijo nada más; sabía muybien que Falstad tenía razón. Sinembargo, por razones que ignoraba, eraincapaz de abandonar a Rhonin a su

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suerte, a pesar de que su destino parecíasentenciado.

La forestal no se detuvo areflexionar sobre los motivos que leimpulsaban a actuar de esa manera, sinoque se centró en Alamuerte, cuya siluetase perdía en lontananza. Debía de habercapturado a Rhonin. Era lo más lógico.

Pero ¿para qué iba a querer un magoAlamuerte, quien odiaba a todas lascriaturas vivas sin excepción y anhelabala destrucción de los orcos, elfos,enanos y humanos?

Recordó lo que Duncan Senturusopinaba sobre los magos; una opiniónque compartía no sólo el resto de losCaballeros de la Mano de Plata, sino

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casi todo el mundo. El paladín habíadescrito a Rhonin como alguien cuyaalma está condenada. Alguien capaz dehacer tanto el bien como el mal aconveniencia. Alguien capaz de…¿sellar un pacto con la más siniestra delas criaturas?

¿Acaso el paladín había dicho unaverdad mucho más grande de lo que élcreía?

¿Acaso Vereesa pretendía rescatar aun hombre que había vendido su alma aAlamuerte?

—¿Qué quiere de ti Rhonin? —murmuró—. ¿Qué quiere ese dragón deti?

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A Krasus todavía le dolían loshuesos y, de vez en cuando, un dolorintenso le recorría todo el cuerpo, pero,al menos, se había recuperado losuficiente como para poder ocuparse delos asuntos que tenía entre manos. Sinembargo, no se atrevía a contar al restodel consejo lo que había ocurrido, apesar de que dicha información podríaser de vital importancia también paraellos. Por ahora, de todos los miembrosdel Kirin Tor, sólo él debía conocer cuálera el disfraz humano que portabaAlamuerte. El éxito de los planes deKrasus dependía de ello.

¡Aquel dragón aspiraba a ser rey de

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Alterac! A primera vista, era unapretensión absurda, inconcebible; noobstante, por lo que Krasus sabía acercadel coloso negro, todo parecía indicarque éste tenía algo mucho más complejoy más astuto en mente. Lord Prestor talvez quisiera que reinara la paz entre losmiembros de la Alianza, pero Alamuertedeseaba desatar una orgía de caos ysangre, por lo cual resultaba obvio quela paz que se iba a alcanzar con suascenso al trono de un reino menor seríael primer paso para provocar unastensiones mucho mayores en el seno dela Alianza más adelante. La paz de hoysería la guerra de mañana.

Si Krasus no podía contárselo al

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Kirin Tor, se lo contaría a otros. Sinembargo, esos «otros» lo habíanrechazado una y otra vez, aunque quizáen esta ocasión uno de ellos estuvieradispuesto a escucharlo. Tal vez el magohabía cometido un error al haber pedidoa sus agentes que acudieran a él, cuandopuede que le hicieran más caso sillevaba el terror a sus propiossantuarios.

Si… entonces tal vez lo escucharían.Krasus, quien en esos momentos se

hallaba en su oscuro santuario y se habíaechado la capucha tan hacia adelanteque su rostro parecía una mancha negra,pronunció unas palabras que habrían dellevarlo ante uno de aquellos cuya ayuda

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solicitaba. Al instante, la cámaraescasamente iluminada se volvióborrosa, se difuminó…

Y, de repente, el mago se encontró enuna caverna cubierta de hielo y nieve.

Krasus echó un vistazo a sualrededor, sobrecogido ante la magníficavista que tenía ante sí, pese a que yahabía visitado aquel lugar hacía mucho,mucho tiempo. Sabía muy bien a quienpertenecía la cueva en que se encontrabaen ese momento, y también que de todosaquellos cuya ayuda solicitaba, éste eraquien más se iba a molestar por sudesvergonzada intromisión. Todos,incluso Alamuerte, respetaban al dueñoy señor de esa gélida caverna. Pocos se

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atrevían a entrar en ese santuario situadoen el corazón de los páramos helados einhóspitos de Rasganorte, y aún eranmenos los que vivían para contarlo.

Unas agujas enormes que parecíanhechas del cristal más puro pendían deltecho de hielo; algunas eran el doble oincluso el triple de grandes que el mago.Otras formaciones rocosas tambiénsobresalían por encima de aquellagruesa capa de nieve que no sólo cubríacasi todo el suelo de la caverna, sinotambién sus muros. La luz se colaba enla cámara desde algún pasadizo,proyectando unos destellos de luzespectral. Unos arcoíris danzaban sobrecada una de las agujas, mecidas por una

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brisa que había logrado abrirse pasohasta el interior de aquel lugar mágicodesde la fría y lóbrega tierra que seextendía por encima de la caverna.

No obstante, tras la belleza de eseespectáculo invernal, uno se topaba conunas vistas mucho más macabras. En elinterior de ese encantador manto denieve, Krasus distinguió unas cuantassiluetas congeladas, incluso alguna queotra extremidad. Sabía que muchos deaquellos seres congelados pertenecían aalgunas de las escasas razas de animalesde gran tamaño que lograban medrar enla región. Dos de ellos, sobre todo unoque se distinguía por tener una manoespantosamente retorcida tras sufrir una

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muerte horrenda, revelaban qué destinoaguardaba a todo aquel que se atrevieraa profanar la privacidad de aquelsantuario.

Sin embargo, había una evidenciaaún más inquietante acerca del destinofinal que iba a sufrir cualquier intrusoentre esas asombrosas formaciones dehielo: de varias de ellas pendían loscadáveres congelados de anterioresvisitas no deseadas. Krasus se fijó enque abundaban los trols de hielo, unascriaturas enormes y bárbaras de pielpálida y con un contorno el doble degrande o más que el de sus primos delsur. No habían sufrido una muerteagradable, a juzgar por la expresión de

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agonía dibujada en sus rostros.Más adelante, el mago se percató de

que ahí también había congelados dos deesos hombres bestia a los que se conocecomo wendigos. Igualmente, habíanperecido por congelación, pero mientrasque los trols habían esbozado gestos deterror ante la horrible muerte que habíanpadecido, los semblantes de loswendigos reflejaban incredulidad, comosi ninguno de ellos hubiera imaginadoque acabaría de esa forma tan cruel.

Krasus recorrió la cámara de hielo ala vez que contemplaba el resto de laspiezas de aquella macabra colección.De pronto, se topó con un elfo y un parde orcos que habían sido añadidos a esa

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espeluznante cámara de los horroresdespués de su anterior visita; una señalclara de que la guerra se habíapropagado hasta aquel refugio solitario.Daba la sensación de que uno de losorcos había sido congelado sinpercatarse siquiera del funesto destinoque lo aguardaba.

Un poco más allá de los orcos,Krasus descubrió un cadáver que lesobrecogió, a pesar de ser un magocurtido. A primera vista, parecía unaserpiente gigantesca: un monstruo que noencajaba en aquel averno de hielo. Lamitad superior de su cuerpo enrolladomutaba repentinamente: dejaba deposeer una forma cilíndrica para

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asemejarse a un torso similar al humanopero cubierto de escamas. Dos brazosrobustos sobresalían del tronco como siinvitaran al mago a compartir el trágicodestino de aquella criatura.

Un rostro de rasgos élficos con unanariz más chata de lo normal en esa raza,una boca que recordaba a una hendiduray unos dientes tan afilados como los deun dragón dieron la bienvenida al reciénllegado. Unos enigmáticos ojos oscurosdesprovistos de pupilas parecían ardercon las llamas de la indignación.Aunque con tanta oscuridad, y con lamitad inferior de su cuerpo oculta, aquelser podría haber pasado por elfo ohumano. Krasus sabía perfectamente qué

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era o, más bien, que había sido. Sunombre comenzó a cobrar forma en loslabios del mago sin que éste fueraconsciente de ello, como si aquellasiniestra víctima congelada lo obligarade algún modo a pronunciarlo.

—Na… —comenzó a decir Krasus.—He de reconocer que eres audaz

por encima de todo, de todo, de todo —le interrumpió alguien que hablaba envoz baja, cuyos susurros parecíaarrastrar el viento.

El mago sin rostro se volvió justo atiempo para ver cómo un fragmento dehielo se desprendía de una pared… y setransformaba en algo que parecía unhombre. No obstante, poseía unas

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piernas muy delgadas, dobladas en unángulo muy extraño, y el cuerporecordaba más al de un insecto. Lacabeza, en cambio, se asemejabaligeramente a la de un ser humano, puestenía ojos, nariz y boca; pero era comosi un artesano hubiera empezado a tallaresas facciones en un muñeco de nieve yhubiera abandonado la tarea después decincelar las primeras líneas.

Aquella extraña figura estabaenvuelta en una capa titilante que, enlugar de capucha, tenía un cuello queterminaba en la parte de atrás en variaspuntas.

—Malygos… —murmuró Krasus—.¿Cómo te encuentras?

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—Muy bien, bien, bien… cuando mepermiten disssfrutar de mi privacidad.

—No habría venido a verte sihubiera tenido otra opción.

—Sssiempre hay otra opción…¡Puedes marcharte, marcharte,marcharte! ¡Quiero estar solo!

El mago no se arredró ante el dueñoy señor de la caverna.

—¿Acaso has olvidado por quémoras tú solo en este lugar donde reinael silencio, Malygos? ¿Se te ha olvidadoya? Al fin y al cabo, apenas hantranscurrido unos siglos desde que…

La criatura de hielo circundó lacaverna, con los ojos, o más bien eseabominable esbozo de unos globos

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oculares, clavados en el recién llegado.—¡Yo no olvido nada, nada, nada!

—dijo, con unas palabras que parecíanarrastradas por aquel viento desapacible—. Y los días tenebrosos muchomenos…

Krasus se fue desplazandolentamente para tener enfrente a Malygosen todo momento. Aunque no creía queaquel ser de hielo tuviera ningún motivopara atacarlo, al menos uno de los otroshabía insinuado alguna vez que Malygos,dado que era el más viejo de los pocosque quedaban vivos, podría haberperdido la cabeza.

Sus piernas delgadas como estacasresultaban muy prácticas para caminar

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sobre el hielo y la nieve; además, poseíaunas garras en las extremidades que seclavaban profundamente en el suelo. AKrasus le recordaban a los palos que losseres humanos utilizaban junto a losesquís en los climas fríos paradesplazarse de un sitio a otro.

Malygos no siempre había tenido eseaspecto, que no tenía que mantener si noquería. Portaba ese cuerpo porque, enalgún lugar recóndito de su mente,prefería esa forma a aquella con la quehabía nacido.

—Entonces sin duda recordarás loque aquel llamado Alamuerte os hizo a tiy a los tuyos.

Al instante, Malygos retorció las

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garras así como su extraño semblante enun gesto de contrariedad. Acto seguido,se le escapó algo similar a un siseo.

—Recuerdo que…De repente, la caverna pareció

estrecharse. Krasus se mantuvo en susitio: era consciente de que si cedía antelos envites del atormentado mundo deMalygos, seguramente estaría perdido.

—¡Lo recuerdo!Las agujas de hielo se

estremecieron, emitiendo un sonido que,en principio, recordaba al tañido de unacampanita y que, a continuación, fuecreciendo en intensidad hastaconvertirse en un grito capaz dedestrozarle a uno los tímpanos. Malygos

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se abrió paso hacia el mago, con subosquejo de boca abiertodesmesuradamente en un rictus amargo.Unas fosas se tornaron más profundasbajo la pálida imitación de un ceño.

La nieve y el hielo se expandieron,cubriendo la cámara rápidamente.Alrededor de Krasus, parte de esa nievese alzó del suelo en forma de remolino yse transformó en un gigante espectral deproporciones míticas, un dragón deinvierno, un dragón fantasmal.

—¡Recuerdo la promesa quehicimos! —siseó la figura macabra—.¡Recuerdo el pacto que sellamos!¡Nunca nos mataríamos entre nosotros!¡De ese modo el mundo estaría a salvo

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para siempre!El mago asintió, aunque Malygos no

podía ver más allá del contorno de lacapucha que le cubría el rostro.

—Hasta que nos traicionó.El dragón de nieve desplegó las

alas. Pese a que parecía más un espectroque un ser real, se movía al compás delas emociones del señor de la caverna.El títere espectral incluso abría ycerraba sus poderosas fauces como sihablara él en realidad.

—Hasta que nos traicionó, nostraicionó, nos traicionó.

Un torrente de hielo manó del dragónde nieve; un hielo tan compacto y letalque destrozó las paredes rocosas.

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—¡Hasta que Alamuerte nostraicionó!

Krasus mantuvo una mano fuera delcampo visual de Malygos: sabía que, encualquier momento, podría necesitarlapara lanzar un conjuro raudo y veloz.

No obstante, la monstruosa criaturapermaneció inmóvil y se contuvo. Hizoun gesto de negación con la cabeza, queel dragón de nieve se apresuró a imitar,y, acto seguido, agregó con un tono devoz mucho más razonable:

—¡Pero el día del dragón ya habíapasado, y ninguno de nosotros, ningunode nosotros, ninguno de nosotros teníamotivos para temerlo! ¡Era sólo unaspecto del mundo, el reflejo de su parte

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más primordial y caótica! ¡El día deldragón negro pasó, igual que el detodos!

Krasus retrocedió de un salto alpercatarse de que el suelo bajo sus piestemblaba. En un primer momento, pensóque Malygos había intentado pillarlodesprevenido, pero, en lugar deatacarlo, la tierra se alzó y adoptó laforma de otro dragón, este compuesto detierra y rocas.

—Según él, con ese pacto el futuroestaría a salvo —prosiguió diciendoMalygos—. Según él, gracias a esepacto el mundo seguiría a salvo cuandosólo quedaran en él humanos, elfos yenanos para proteger la vida. Debíamos

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dejar que todas las facciones, todos losvuelos, todos los grandes dragones, esdecir, los Aspectos, se unieran paracrear y moldear ese objeto horrendo; deese modo, contaríamos con el elementoclave que nos permitiría proteger elmundo eternamente, ¡Incluso después deque el último de los nuestros se hubieradesvanecido!

Entonces, levantó la mirada hacialos dos fantasmas que había creado yañadió:

—Y yo, yo, yo… ¡yo, Malygos, loapoyé y convencí al resto!

Los dos dragones giraron unoalrededor del otro, se fundieron, una yotra vez. Krasus apartó la mirada y se

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recordó a sí mismo que aunque el serque tenía delante despreciaba aAlamuerte por encima del resto de lascriaturas de la creación, eso noimplicaba que Malygos fuera aayudarlo… ni que le permitieraabandonar la gélida caverna.

—Y así —le interrumpió el mago sinrostro—, todos los dragones, sobre todolos Aspectos, le cedieron una pequeñaparte de su esencia, se unieron, dealguna manera, con…

—¡Se pusieron para siempre en susmanos!

Krasus asintió.—Así se cercioró de que ese objeto

sería lo único que podría dominarlos,

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aunque entonces no fueran conscientesde ello —agregó el mago, quien, acontinuación, levantó una manoenguantada para crear una imagen querepresentaba al objeto del que estabanhablando—. ¿Recuerdas cómo nosdejamos engañar por su aspecto? ¿Losencillo que parecía ese objeto?

En cuanto Krasus invocó aquellaimagen, Malygos se quedó boquiabiertoy se encogió de miedo. Acto seguido,los dragones gemelos se derrumbaron, yla nieve y la roca se desperdigaron sintocar al mago ni a su anfitrión. El ruidoatronador del impacto reverberó por loscorredores varios, y también por losvastos y desolados páramos que se

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extendían por encima de ellos.—¡Llévatelo, llévatelo, llévatelo! —

le exhortó Malygos, prácticamentegimoteando, al tiempo que intentabataparse sus difusos ojos con las garras—. ¡No me lo muestres más!

Pero Krasus no tenía intención dehacerle caso.

—¡Míralo, amigo mío! ¡Contemplala causa de la caída en desgracia de lasrazas más antiguas! ¡Observa lo que seha dado en conocer como el Alma deDemonio!

Aquel disco brillante giró sobre lamano enguantada del mago: un objetodorado tan simple que había pasado pormuchas manos sin que nadie se diera

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cuenta de su potencial. Aunque sólo setrataba de una imagen, le infundía tantomiedo a Malygos que le costó más de unminuto atreverse a posar la mirada sobreél.

—Fue forjado por una magia que eraun compendio de la esencia de todos losdragones, para luchar contra losdemonios de la Legión Ardiente en unprimer momento y para contener lasfuerzas mágicas de éstos más adelante—explicó el hechicero encapuchadomientras se acercaba a Malygos—. Ycuando la batalla hubo concluido,Alamuerte se valió de él para traicionara los demás leviatanes. Lo usó en contrade sus aliados…

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—¡Para ya! ¡El Alma de Demonio seperdió, se perdió, se perdió, y el colosooscuro murió a manos de los magoshumanos y de los elfos!

—¿Ah, sí?Krasus pisó los restos de los dos

dragones espectrales e hizo desaparecerla imagen de aquella reliquia al tiempoque invocaba otra en la que se veía a unhumano, un hombre vestido de negro. Unjoven noble muy seguro de sí mismocuya mirada transmitía una sabiduríamuy antigua que contrastaba con sujuventud.

Se trataba de Lord Prestor.—Este hombre, este mortal, será el

nuevo rey de Alterac. Y Alterac se

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encuentra en el centro de la Alianza deLordaeron, Malygos. ¿No te resultafamiliar? Tú más que nadie deberíaspercibirlo.

La criatura de hielo se aproximópara observar más detenidamente laimagen en rotación del falso noble.Examinó a Prestor con sumo cuidado ycautela… y, poco a poco, una sensaciónde horror se fue apoderando de él.

—¡No es un ser humano!—Dilo, Malygos. Dime qué ves.Su mirada inhumana se cruzó con la

de Krasus.—¡Sabes perfectamente que es

Alamuerte! —aulló, y, acto seguido, sele escapó un siseo bestial a ese

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engendro grotesco que, en su día, habíaportado la majestuosa forma de undragón—. Alamuerte…

—Sí, Alamuerte —convino Krasus,con un tono de voz carente de emoción—. Alamuerte, a quien hemos dado pormuerto en dos ocasiones. Alamuerte, queutilizó el Alma de Demonio en nuestracontra y acabó con cualquier esperanzade volver a la era del dragón.Alamuerte, que ahora pretendemanipular a las razas inferiores para queejecuten sus traicioneros planes.

—Acabará provocando que sedeclaren la guerra unos a otros…

—Sí, Malygos. Provocará que sedeclaren la guerra unos a otros hasta que

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sólo sobrevivan unos pocos… y,entonces, el mismísimo Alamuerteacabará con esos pocos. Ya sabes quéclase de mundo desea crear. Uno en queúnicamente sobrevivan él y algunos desus escogidos. Alamuerte deseapurificar el mundo para crear uno nuevodonde ni siquiera tendrán cabida losdragones que no pertenezcan a suestirpe.

—Nooo…El cuerpo de Malygos se expandió,

repentinamente, en todas direcciones, ysu piel adoptó una textura de reptil. Elcolor de su piel también cambió: pasóde un blanco hielo a un oscuro y gélidoazul plateado. Sus extremidades se

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ensancharon y su semblante se hizo másgrande, más propio de un dragón. Perola transformación no llegó acompletarse: se detuvo en un estado enel que recordaba a una espantosaparodia de dragón e insecto, a unacriatura de pesadilla.

—Me alié con él y, por mi culpa, mivuelo cayó en desgracia. ¡Soy el últimoque queda! El Alma de Demonio sellevó a mis hijos, a mis compañeros. Elúnico consuelo que me quedaba en mitrágica existencia era saber que aquelque nos había traicionado había muerto,y que el maldito disco había sidoborrado de la faz de la tierra parasiempre…

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—No eres el único que se siente así,Malygos.

—¡Pero sigue vivo! ¡Sigue vivo!La furia repentina del coloso

provocó que la caverna temblase. Unaslanzas de hielo atravesaron el suelonevado, causando más temblores quehicieron que Krasus se tambalease.

—Si, vive, Malygos, a pesar de lossacrificios que hiciste para que no fueraasí…

El macabro leviatán lo mirófijamente y repuso:

—He perdido mucho… ¡demasiado!Pero tú, que dices llamarte Krasus,¡también tuviste en su día el aspecto deun dragón, y lo perdiste todo!

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Una sucesión de recuerdos centradosen su amada reina pasó rápidamente porla mente de Krasus. Se apoderó de él lanostalgia de los días en que el vuelorojo de Alexstrasza estaba en suapogeo…

Aunque él era su segundo consorte,nadie la había amado tanto y le habíasido más fiel que él.

El mago negó con la cabeza, como siasí ahuyentara esos recuerdos tandolorosos. Se esforzó por reprimir susansias de surcar el cielo. Hasta que lascosas no cambiasen, debería mantenersu apariencia humana, tendría que seguirsiendo Krasus… en lugar del dragónrojo Korialstrasz.

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—Sí… he perdido mucho —reconoció al fin Krasus, mientrasrecuperaba el control sobre sí mismo—.Pero espero recobrar muy pronto partede lo que perdimos… y restituirlo entretodos nosotros.

—¿Cómo piensas hacerlo?—Liberando a Alexstrasza.Malygos rugió con una sonrisa

demente. Rugió intensamente, muchomás tiempo del que su locura hubierajustificado. Bramó con sorna ante laambición desmedida del mago.

—Eso sería estupendo para ti…siempre que fueras capaz de realizar esaproeza imposible. Pero ¿eso en qué mebeneficia? ¿Qué me ofreces, pequeñín?

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—Ya sabes qué aspecto tiene, y quépodría hacer por ti.

Entonces, Malygos dejó de reírse.Titubeó: obviamente, no quería creer enlo que le estaba diciendo, pero estabadesesperado por hacerlo.

—No podría, ¿verdad?—Creo que podría, que hay

bastantes posibilidades de que todos tusesfuerzos finalmente sirvan para algo.Además, ¿qué futuro te espera si no?

Los rasgos de dragón del anfitrióndel mago se le acentuaron, y se hinchóde una manera increíble. Ahora, unabestia de cinco, diez, veinte veces eltamaño de Krasus se alzaba frente a él:apenas quedaban vestigios del engendro

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macabro que Malygos había sido hastaentonces. El hechicero tenía enfrente aun dragón de una época anterior a losalbores de la humanidad.

Al recuperar su forma original,Malygos recobró, al parecer, parte de sucordura y de su capacidad de raciocinio,dado que le planteó a Krasus la cuestiónque tanto temía y esperaba:

—¿Cómo es posible que los orcossean capaces de retenerla? Siempre melo he preguntado, preguntado,preguntado…

—Ya sabes que sólo hay una formade retenerla, amigo mío.

El dragón echó su reluciente cabezaplateada hacia atrás y siseó.

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—¿El Alma de Demonio? ¿Esascriaturas insignificantes tienen en supoder el Alma de Demonio? ¿Por esome has mostrado antes fugazmente unaimagen nauseabunda de esa aberración?

—Sí, Malygos, tienen el Alma deDemonio y, aunque dudo que seanconscientes del potencial que posee eseobjeto, saben lo bastante sobre él comopara utilizarlo con el fin de mantener aAlexstrasza a raya. Pero eso no es lopeor.

—¿Qué puede haber peor?Krasus constató que había logrado

atraer al anciano leviatán hacia lacordura lo suficiente como para que seaviniera a ayudarlo a rescatar a la reina

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de los dragones; no obstante, temía quelo que le iba a decir a continuaciónpodía truncar todos los avances quehabía hecho con él hasta entonces. Aunasí, por el bien de muchos y no sólo desu amada, el coloso que se hacía pasarpor un mago del Kirin Tor tenía quecontarle la verdad a su posible aliado.

—Creo que Alamuerte está al tantode mis planes… y no se detendrá hastaque ese maldito disco, y Alexstrasza,sean suyos.

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CAPÍTULODIEZ

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P or segunda vez en los últimosdías, Rhonin se despertó rodeado

de árboles. Sin embargo, para sudecepción, en esta ocasión no seencontró con el rostro de Vereesa alabrir los ojos, sino con un cielo que seestaba oscureciendo y un silencioabsoluto. En aquel bosque no cantabanlos pájaros, ni se movía ningún animalentre el follaje.

El mago tuvo un mal presentimiento.Lentamente, con cautela, alzó la cabezapara echar un vistazo a su alrededor.Divisó árboles y arbustos y poco más.Ciertamente, allí no había ningúndragón, y mucho menos uno tan

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imponente y traicionero como…—Aaah, por fin te despiertas…¿Alamuerte?, pensó el mago.Rhonin se giró a su izquierda, pese a

que ya había mirado hacia ese ladohacía un instante, y pudo observar consuma inquietud cómo un fragmento deaquellas sombras que se ibanextendiendo a medida que se ponía elsol se despegaba del resto y, acontinuación, adoptaba la forma de unasilueta encapuchada que le recordaba aalguien que el mago conocía.

—¿Krasus? —masculló, aunque, deinmediato, se percató de que no podíatratarse de su mecenas sin rostro.

El ser que se le acercaba portaba

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aquellas sombras con orgullo, formabaparte de ellas.

No; se equivocaba. Su primerasuposición era la correcta. En efecto, setrataba de Alamuerte. Aquella figuraparecía humana; pero dedujo que si losdragones eran capaces de tener laapariencia de un hombre, la silueta quese erguía ante sí sólo podía ser la de esabestia negra.

Una cara emergió bajo la capucha;pertenecía a un hombre moreno, apuestoy de rasgos aguileños. Era un semblantenoble… al menos, por el aspecto.

—¿Te encuentras bien?—Sí de una pieza, gracias.Las comisuras de la fina boca de

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aquel ser se alzaron levemente,conformando algo similar a una sonrisa.

—¿Me reconoces, humano?—Eres… eres Alamuerte, el

Destructor.Las sombras que rodeaban aquella

figura se movieron con vida propia y sedesvanecieron levemente. Entonces, eserostro que parecía un cruce entre el deun humano y el de un elfo, dejó de sertan difuso. Las comisuras de sus labiosse elevaron un poco más.

—Ése es uno de mis muchos títulos,mago, y tan preciso o impreciso comocualquier otro —replicó aquel ser, altiempo que ladeaba ligeramente lacabeza—. He hecho bien al escogerte.

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No pareces sorprendido de que hayaaparecido ante ti de esta forma.

—Tu voz es la misma de siempre.Jamás podré olvidarla.

—Veo que eres bastante más sagazque muchos otros, mi amigo mortal. Másde uno no sabría quién soy ni aunque metransformara ante sus ojos —dijoaquella silueta riéndose entre dientes—.Si quieres que te demuestre quién soy,puedo transformarme ahora mismo.

—Gracias… pero no.Lo que quedaba del día se esfumó

tras el siniestro rescatador del mago.Entretanto Rhonin se preguntó cuántotiempo llevaba inconsciente… y adóndelo había traído Alamuerte. Pero por

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encima de todo se preguntaba por quéseguía vivo.

—¿Qué quieres de mí?—No quiero nada de ti, mago

Rhonin; sólo deseo ayudarte a culminartu misión.

—¿Mi misión?Nadie aparte de Krasus y el círculo

interno del Kirin Tor conocía laverdadera naturaleza de su misión, yRhonin había empezado a preguntarse siel Kirin Tor sabía realmente en quéconsistía ésta. Los magos maestros eranmuy reservados; podían tener suspropios planes, aunque se los ocultaranal resto, y sus propios intereses, quedefendían por encima de los de sus

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homólogos. No obstante, se supone quesu interlocutor no debería saber nadaacerca de ese asunto.

—Oh, si, Rhonin, tu misión.En ese instante, la sonrisa de

Alamuerte se expandió hasta alcanzar untamaño impropio de un humano;entonces el mago pudo ver tras esasonrisa unos dientes afilados ypuntiagudos.

—¡Que consiste en liberar a la granreina de los dragones, a la asombrosaAlexstrasza! —agregó aquel ser.

Rhonin reaccionó de manerainstintiva. Aunque no estaba seguro decómo el coloso había descubierto laverdadera naturaleza de su misión, era

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consciente de que Alamuerte no teníapor qué conocer dicha información.Alamuerte despreciaba a todos los seresvivos, incluso a los leviatanes que nopertenecían a su estirpe. Aquella bestiaenorme y la reina carmesí no seprofesaban mucho cariño precisamente.

El conjuro que el cauteloso magoempleó súbitamente le había sido muyútil durante la guerra. Gracias a él, lehabía arrebatado la vida a un orco quecargaba contra su persona; un orco quetenía las manos manchadas de la sangrede seis caballeros y un mago; y con unaversión menos potente de ese hechizo,Rhonin había logrado mantener a raya aun brujo orco, lo cual le había permitido

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prepararse para lanzar el sortilegiodefinitivo. Sin embargo, nunca lo habíautilizado contra un dragón. Había leídoen los pergaminos arcanos quefuncionaba especialmente bien a la horade contener y retener a esos vetustoscolosos…

Al instante, unos anillos dorados sematerializaron alrededor deAlamuerte… y, acto seguido, aquellafigura envuelta en sombras los atravesó.

—¿Acaso era necesario que lanzarasese hechizo?

A continuación, un brazo emergió dela capa, y Alamuerte señaló hacia elmago.

Una roca que había junto a Rhonin

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crepitó frenéticamente… Y, deinmediato, se derritió ante sus ojos. Lapiedra fundida dejó un reguero de lavahasta el suelo, se filtró por todas lasgrietas que encontró a su paso ydesapareció sin dejar rastro tanrápidamente como se había derretido.Todo eso acaeció en apenas unossegundos.

—Te podría haber hecho eso sihubiera querido, mago. Te he salvado lavida en dos ocasiones. No habrá unatercera.

Rhonin, juiciosamente, hizo un gestode negación con la cabeza.

—Por fin entras en razón.Alamuerte se aproximó a él, y se fue

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solidificando a medida que avanzaba.Entonces, señaló con el dedo a algosituado en el suelo, junto al mago.

—Bebe. Te resultará de lo másrefrescante.

Rhonin miró hacia abajo y descubrióque había un pellejo de vino sobre lahierba. Pese a que hacía unos segundosno estaba ahí, no dudó a la hora derecogerlo y beber de él. Lo hizo no sóloporque estaba terriblemente sediento aesas alturas, sino también porque, si senegaba, el coloso podría tomárselocomo otro gesto de desafío. Por elmomento, lo único que podía hacerRhonin era cooperar… y rezar.

Su siniestro interlocutor volvió a

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moverse y, fugazmente, se tornó difuso,prácticamente inmaterial. Al mago leinquietaba el hecho de que Alamuerte, ocualquier otro dragón, fuera capaz deadoptar una apariencia humana. ¿Quéclase de mal podría infligir una criaturacomo ésa en el pueblo de Rhonin? Y nosólo eso, ¿cómo podía estar él seguro deque Alamuerte no había infectado ya almundo con su maldad gracias a sudisfraz humano?

Y, en ese caso, ¿por qué le revelabaun secreto tan importante a Rhoninahora? Tal vez porque pretendía acallaral mago para siempre una vez que todohubiera acabado.

—Ignoras tantas cosas sobre

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nosotros…Rhonin lo miró atónito. ¿Acaso uno

de los poderes con que contabaAlamuerte era el de leer elpensamiento?

El dragón se acomodó a la izquierdadel humano, cerca de él; daba laimpresión de que se había sentado enuna silla o roca enorme que Rhonin nopodía ver debido a la túnica larga ysuelta de Alamuerte. Bajo el vértice deltriángulo del color de la noche en queconfluía su pelo sobre la frente, unosojos negros que nunca parpadeaban seencontraron con los de Rhonin, quienapartó la mirada.

Alamuerte repitió lo que había dicho

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antes:—Ignoras tantas cosas sobre

nosotros…—No. Lo que ocurre es que no hay

mucha información disponible sobredragones porque los investigadoressiempre acaban devorados.

Aunque al propio mago sucomentario irónico no le pareciógracioso precisamente, Alamuerte loencontró muy divertido. Se rió amandíbula batiente, de una forma que encualquier otro ser habría sido tildadacomo propia de un demente.

—¡Había olvidado lo divertida quepuede llegar a ser tu raza, amigo mío!¡Qué graciosos sois! —exclamó, al

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tiempo que esa sonrisa demasiadoamplia y provista de demasiados dientespara tratarse de un humano regresabacon todo su siniestro esplendor a susemblante—. Quizá estés en lo cierto.

Rhonin, quien empezaba a sentirseincómodo tumbado en el suelo junto aaquel ser tan amenazador, se incorporóhasta quedar sentado con la espaldaerguida. Podría haberse puesto en pie,pero a Alamuerte le bastó con lanzarleuna mirada para advertirle de que no eralo más inteligente dadas lascircunstancias.

—¿Qué quieres de mí? —volvió apreguntarle Rhonin—. ¿Por qué soy tanimportante para ti?

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—Porque eres el medio para lograrun fin, la manera de alcanzar un objetivoque lleva fuera de mi alcance desdehace mucho tiempo, la pieza clave de unplan desesperado pergeñado por unacriatura desesperada…

Al principio, Rhonin no comprendiólo que le quería decir, pero, enseguida,pudo percibir que la frustración seadueñaba del semblante del dragón.

—¿Te sientes… desesperado?Alamuerte se levantó y extendió los

brazos como si fuese a alzar el vuelo deun momento a otro.

—¿Qué ves ante ti, humano?—Una figura difusa envuelta en

sombras, que no es más que el dragón

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Alamuerte disfrazado.—Ésa es la respuesta más obvia,

pero ¿acaso eres incapaz de ver nadamás, mi diminuto amigo? Dime, ¿dóndeestán las leales legiones de mi raza?¿Ves a algún dragón negro o carmesí poraquí, cuando, antes de la llegada de loshumanos, incluso los elfos surcaban elcielo a millares?

Como Rhonin no terminaba decomprender adónde quería llegarAlamuerte con esa argumentación, selimitó a negar con la cabeza. Si estabaseguro de algo, era de que la cordurahacía tiempo que había abandonado aaquella criatura.

—No, no los ves —se respondió a sí

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mismo, a la vez que su aspecto setornaba más reptiliano.

Sus ojos se estrecharon y sus dientesse volvieron más largos y afilados. Susilueta encapuchada aumentó de tamaño;daba la impresión de que unas alaspretendían escapar de los contornos dela túnica. Alamuerte perdió parte de susolidez y pareció fundirse con lassombras que lo rodeaban. Aquel sermágico se hallaba en pleno proceso detransformación.

—No los ves… —repitió, cerrandolos ojos fugazmente.

Las alas, los ojos, los dientes… todoregresó a su estado anterior. Alamuerterecobró su materialidad y su humanidad,

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aunque esto último sólo fuera algosuperficial, y entonces agregó:

—… porque ya no existen.Acto seguido, se volvió a sentar y

extendió una mano con la palma haciaarriba. De repente, encima de esa manose materializaron unas imágenes querepresentaban a unos dragones pequeñossobrevolando un mundoesplendorosamente verde. Las bestiasrevoloteaban de acá para allá y eran detodos los colores del arcoíris. Aquellasimágenes transmitían tal sensación deembriagadora felicidad que Rhonin sesintió conmovido.

—El mundo nos pertenecía y locuidábamos diligentemente.

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Dominábamos la magia y laadministrábamos con sabiduría.Disfrutábamos de la vida… y nosdeleitábamos en sus placeres.

En ese momento apareció unelemento nuevo en aquellas imágenes.Al suspicaz mago sólo le llevó unossegundos identificar a esas figurasdiminutas: eran elfos, aunque no de laclase a la que pertenecía Vereesa. Sibien esos elfos eran hermosos a sumanera, su belleza era gélida y arrogantey, en cierto modo, le repelía.

—Entonces, llegaron otros seres,unas formas de vida inferiores, con unaesperanza de vida muy reducida. Eranmuy dados a cometer imprudencias, y se

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lanzaban de cabeza a pactar con fuerzasextremadamente peligrosas —le explicóAlamuerte, cuya voz se fue tornando tangélida como la belleza de esos elfostenebrosos—. Y por culpa de sunecedad, los demonios se adentraron eneste plano.

Rhonin se inclinó ligeramente haciadelante sin darse cuenta. Todo mago quese preciara estudiaba las leyendas sobrela horda de Demonios, a la que algunosdenominaban la Legión Ardiente; sinembargo, hasta la fecha no se habíahallado ninguna prueba concluyente quedemostrara que aquellos seresmonstruosos hubieran existido enrealidad, dado que el estado mental de

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la mayoría de los que afirmaban habertratado con esos demonios era cuandomenos cuestionable.

Mientras el mago intentaba captar unleve atisbo de uno de esos legendariosdemonios en aquellas proyecciones,Alamuerte cerró la mano abruptamente,y las imágenes se desvanecieron.

—Si no fuera por los dragones, estemundo hace mucho que habría dejado deexistir. ¡Nos enfrentamos a una amenazamayor que un millar de hordas orcas! Nopuedes imaginarte los tremendossacrificios que tuvimos hacer… en esaépoca, los leviatanes nos unimos yluchamos juntos. Nuestra sangre semezcló en el campo de batalla mientras

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expulsábamos a los demonios de nuestromundo… —recordó, cerrando los ojosun instante— y, entretanto, perdimos elcontrol sobre aquello que pretendíamossalvar. La era del dragón quedó atrás.Primero los elfos, luego los enanos y,por último, los humanos reclamaron suderecho a forjar el futuro de este mundo.Nuestras filas fueron menguando y, loque es aún peor, luchábamos entrenosotros. Nos matamos unos a otros.

Rhonin ya sabía esto último. Todosconocían esa historia, todos sabían quela animosidad reinaba en los cincovuelos de dragón, sobre todo entre elvuelo negro y el carmesí. Si bien losorígenes de tal animosidad se perdían en

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los albores de los tiempos, quizá elmago podría conocer al fin la terribleverdad.

—Pero ¿por qué luchasteis entrevosotros después de haber sacrificadotanto para salvar al mundo en unesfuerzo conjunto?

—Porque nos equivocamos, porfalta de comunicación entre nosotros…fueron tantos factores distintos… Detodos modos, no lo entenderías, pormucho que te lo explicara si tuvieratiempo para ello —respondióAlamuerte, profiriendo un suspiro—.Por culpa de todos esos factores, ahoraquedamos tan pocos.

En ese instante, su mirada se tornó

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muy intensa y la clavó en la de Rhoninmientras agregaba:

—Pero el pasado, pasado está. Voy acompensar todo el mal que hice, y paraello haré cuanto esté en mi mano,humano. Por eso, te ayudaré a liberar ala reina de los dragones, a Alexstrasza.

Rhonin se mordió los labios paraevitar soltar la primera respuesta que sele pasó por la cabeza. A pesar de queaquel ser se comportara con una cortesíaexquisita, a pesar del disfraz queportaba, el mago era plenamenteconsciente de que se hallaba ante uno delos dragones más crueles que habíanexistido jamás. Por mucho queAlamuerte fingiera simpatía y

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camaradería, Rhonin era consciente deque bastaría con que pronunciara unasola palabra que le molestara al leviatánpara que acabara sufriendo un finalespantoso.

—Pero… —Rhonin titubeó, tratandode medir sus palabras— pero si soisenemigos…

—Por las mismas razones estúpidaspor las que los miembros de nuestra razahan luchado entre sí durante tantotiempo. He cometido muchos errores,humano, pero ahora estoy dispuesto aenmendarlos —replicó el dragón, quiencaptó con su mirada hipnótica laatención del mago, y con ella su mente—. Alexstrasza y yo no deberíamos ser

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enemigos.Rhonin se mostró totalmente de

acuerdo con esa afirmación.—Claro que no.—En su día, fuimos grandes aliados,

grandes amigos, y podríamos volver aserlo, ¿no crees?

En aquel momento, el mago sólopodía ver los penetrantes orbes queconformaban los ojos del coloso.

—Si, por supuesto.—Tu misión consiste en rescatarla tú

solo, por tus propios medios.Una extraña sensación de inquietud

invadió a Rhonin y le hizo estremecerse,y, repentinamente, se sintió muyincómodo ante aquella mirada tan

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intensa de Alamuerte.—¿Cómo lo… cómo lo has sabido?—Eso no tiene importancia,

¿verdad?Sus ojos se clavaron de nuevo en el

humano de tal forma que este fue incapazde apartar la mirada.

La sensación de inquietud loabandonó de inmediato. Todo parecíadesaparecer bajo la intensa mirada deldragón.

—Supongo que no.—Pero si intentas emprender esta

misión solo, seguramente fracasarás. Deeso no hay duda. Todavía no alcanzo acomprender cómo has logrado llegar tanlejos. No obstante, ahora, con mi ayuda,

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podrás realizar esta hazaña imposible,amigo mío. ¡Podrás rescatar a la reinade los dragones!

Tras decir eso, Alamuerte extendióuna mano, sobre la cual había unpequeño medallón de plata. Los dedosde Rhonin parecieron moverse convoluntad propia, de modo que cogió elmedallón y se lo acercó para examinarlocon más detenimiento. Estudió las runasgrabadas en el canto, y el cristal negrodel centro, conocía el significado dealgunas de esas runas, otras no las habíavisto nunca, aunque podía percibir supoder.

—Vas a rescatar a Alexstrasza, mipequeño títere —afirmó, al tiempo que

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aquella sonrisa excesivamente ampliaalcanzaba su máxima extensión—.Gracias a este objeto, podré guiartedurante el resto de tu misión.

¿Cómo puede uno perder de vista aun dragón de repente?

No podían dejar de hacerse esaincómoda pregunta una y otra vez, y niVereesa ni su compañero de viajeencontraban una respuesta satisfactoria.Y lo que es aún peor, el manto de lanoche se estaba extendiendo sobre KhazModan, y el grifo, que estaba exhaustodesde hacía tiempo, no podía seguirvolando mucho más.

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En todo momento, habían tenido aAlamuerte en su campo visual, y eso quelo seguían a bastante distancia. InclusoFalstad, cuya vista no era tan agudacomo la de la elfa, había divisado a esabestia colosal volando hacia el interiorde aquellas tierras. Únicamente habíanperdido de vista a Alamuerte cuandoéste atravesaba alguna nube, y sólo unosbreves instantes.

Hasta hacía una hora.La bestia gigantesca se había

adentrado en una nube con su valiosacarga tal como había hecho en diversasocasiones. Falstad había seguido elrumbo del dragón a lomos de su grifo ytanto él como Vereesa habían aguardado

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a que el leviatán reapareciese por elotro extremo de la nube. Esa nube era laúnica visible; la siguiente más cercanaestaba a miles de kilómetros al sur. Laforestal y su compañero de viaje podíanverla casi en su totalidad. Era imposibleque no hubieran visto a Alamuerteabandonarla.

Ningún dragón había emergido de lanube.

Habían esperado pacientemente, y,pasado un tiempo prudencial, Falstadespoleó a su montura para que seadentrase en la nube, a pesar del peligroque eso suponía, ya que Alamuertepodría estar escondido dentro. Peroenseguida pudieron comprobar que el

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tenebroso leviatán no estaba allí. El mássiniestro de los colosos, el de mayortamaño, se había volatilizado.

—Es inútil, mi dama elfa —dijo avoz en grito el jinete de grifos—.Tenemos que aterrizar. Ni nosotros ni mipobre montura podemos avanzar muchomás.

La forestal se mostró de acuerdo;aunque le hubiera gustado proseguir lapersecución, sabía que era imposible.

—Muy bien —convino la elfa.Acto seguido, ésta contempló el

paisaje que se extendía a sus pies. Lacosta y los bosques habían dado paso auna región mucho más rocosa e inhóspitaque, por lo que sabía, llevaba a los

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riscos de Grim Batol. Si bien todavíaquedaba alguna que otra zona boscosa ala vista, eran escasas y dispersas.Tendrían que esconderse en las colinaspara evitar ser detectados por los orcosque surcaban el cielo a lomos dedragones.

—¿Qué te parece esa zona de ahí?Falstad miró en la dirección que

señalaba la forestal.—¿Te refieres a esas colinas

escabrosas que se parecen a mi abuelacon barba? ¡Bien pensado!¡Aterrizaremos en ellas!

El fatigado grifo obedeciósumamente agradecido la orden dedescender que le impartió su jinete.

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Falstad lo guió hacia el lugar donde sedivisaba un mayor número de colinas, y,más concretamente, hacia un vallediminuto entre lomas. Vereesa se aferrócon fuerza al enano mientras el animalaterrizaba, y entretanto recorrió la zonacircundante con la mirada en busca dealguna posible amenaza. Como seencontraban en el interior de KhazModan, seguramente los orcos habríandesplegado puestos avanzados en losalrededores.

—¡Por el Pico Nidal! —exclamó elenano mientras desmontaban—. Pormucho que disfrute de la libertad desurcar los cielos, llevo demasiadotiempo sentado.

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A continuación, acarició la crin deleón que lucía el grifo y añadió:

Por ser un buen animal, te hasganado una buena ración de comida yagua.

—He visto un arroyo cerca —comentó Vereesa—. Quizá pueda pescaralgo ahí.

—Entonces, lo encontrará si así lodesea —replicó Falstad, a la vez que lequitaba los estribos y demás a sumontura—. Y lo encontrará él solo.

Dio una palmadita al grifo en lagrupa y, acto seguido, éste ascendióhacia el cielo. Parecía haber recobradoparte de sus fuerzas ahora que ya notenía que soportar el peso de sus

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pasajeros.—¿Crees que dejarlo campar a sus

anchas es lo más indicado dadas lascircunstancias?

—Mi querida dama elfa, un poco depescado no es suficiente sustento parauna bestia como ésta. Es mejor dejar quesalga a cazar algo adecuado para él.Volverá cuando se haya saciado, y sialguien lo divisa… bueno, en KhazModan todavía queda algún grifosalvaje —respondió Falstad, quien, trascomprobar que la elfa no parecía muyconvencida, añadió—: Regresaráenseguida. Además, podemosaprovechar ahora que estamos solospara dar buena cuenta de nuestras

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vituallas.Disponían de unas pocas

provisiones, que el enano se apresuró arepartir. Como había un arroyo en lasproximidades, apuraron el agua quequedaba en sus cantimploras.Decidieron no encender un fuego, dadoque se encontraban en pleno territorioorco. Por fortuna, disfrutaron de unanoche no demasiado gélida.

El grifo regresó pronto con elestómago lleno. El animal se acomodójunto a Falstad, quien acariciósuavemente la cabeza de aquella criaturamientras terminaba de comer.

—Aunque no he visto ninguno desdearriba —dijo al fin—, no podemos

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descartar la posibilidad de que hayaorcos cerca.

—¿Crees que deberíamos hacerguardia por turnos?

—Sería lo mejor. ¿Quién hace elprimero? ¿Tú o yo?

Vereesa decidió cubrir el primerturno: la tensión no la dejaba dormir.Falstad no puso ninguna objeción y, apesar de que se encontraban en unasituación muy peligrosa, cogió lapostura enseguida, y al cabo de unossegundos dormía a pierna suelta. La elfaadmiraba la capacidad del enano paraabstraerse de todo; en ese aspecto, lehabría gustado ser como él.

Aquella noche le pareció demasiado

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silenciosa comparada con las nochesque había pasado en diversos bosquesen su infancia; pero la forestal sabía queel silencio se debía a que los orcosllevaban años asolando esas tierrasrocosas. Si bien era cierto que todavíahabía vida salvaje en aquel lugar, comoevidenciaba el estómago lleno del grifo,las criaturas de Khaz Modan eran muchomás cautelosas que las que moraban enQuel’Thalas, puesto que tanto los orcoscomo los dragones tenían predilecciónpor la carne fresca.

Apenas había estrellas en el cielo,de tal modo que Vereesa habría estadoprácticamente ciega en medio de esaoscuridad casi absoluta si no fuera por

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la excepcional visión nocturna propia desu raza. Se preguntaba cómo se lasarreglaría Rhonin rodeado de tantaoscuridad… si es que seguía vivo.¿Acaso él también vagaba por lospáramos que separaban Khaz Modan deGrim Batol?, ¿o Alamuerte se lo habíallevado aún más lejos, a un reino cuyaexistencia ella ignoraba?

Se negaba a creer que el mago sehubiera aliado con aquel ser tenebroso;pero, si no, ¿para qué lo queríaAlamuerte? Por otro lado, tampocopodía descartar la posibilidad de queRhonin no fuera la valiosa carga que elleviatán cubierto de placas metálicasportaba y hubiera obligado a Falstad a

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perseguir a aquel dragón en vano.Tenía tantas preguntas y tan pocas

respuestas… Presa de la frustración, laforestal se alejó del enano y su monturay se atrevió a escudriñar los árboles ylas colinas cubiertos por un manto deoscuridad. A pesar de su visión nocturnaexcepcional, apenas alcanzaba adistinguir poco más que unas siluetasnegras que le transmitían una sensaciónde opresión y peligrosidad aún mayor,aunque no hubiera un orco en varioskilómetros a la redonda.

Con su espada envainada, Vereesa seaventuró un poco más lejos. Seaproximó a un par de árboles nudososque seguían vivos a duras penas. La elfa

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los acarició y pudo percibir su fatiga ydesaliento; estaban dispuestos a morir.También adivinó su antigüedad y éstosle contaron su historia: eran anteriores aque el terror de la Horda asolaraaquellos páramos. En su día, KhazModan había sido una tierra próspera yfecunda, donde, como Vereesa ya sabía,los enanos de las colinas y otros sereshabían fundado su hogar. Sin embargo,los enanos habían acabado huyendo anteel implacable y sangriento avance de losorcos; no obstante, habían jurado quealgún día regresarían a aquel lugar.

Los árboles no habían podido huir,claro está.

Para los enanos de las colinas, el día

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de su regreso triunfal estaba muypróximo, o eso intuía la elfa; pero, paraentonces, era muy probable que fuerademasiado tarde para los árboles y otrosseres vivos. Khaz Modan iba a necesitarmuchas, muchísimas décadas pararecuperarse… y tal vez nunca lograseregenerarse por completo.

—Tened valor —le susurró a lapareja de árboles—. La primaveravolverá algún día, os lo prometo.

En el idioma de los árboles, detodas las plantas, la primavera no erasólo una estación, sino una palabra queencarnaba la esperanza de que la vida serenovaría y volvería a brotar con fuerza.

Cuando la elfa retrocedió, pudo

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comprobar que aquellos árbolesparecían haberse enderezado un poco,con lo cual se veían más altos. El efectoque sus palabras habían causado enellos la hizo sonreír. Las plantas de grantamaño se comunicaban entre sí pormétodos que superaban el conocimientoy la sabiduría de los elfos. Quizá losánimos que había insuflado a esas dos seacabarían transmitiendo a muchas más.Tal vez, después de todo, algunaslograrían sobrevivir. Eso esperaba almenos.

Los sentimientos que habíaexperimentado y la información quehabía extraído a través de la conexiónmental que había compartido con

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aquellos árboles aligeraron la pesadacarga que soportaba en su conciencia yen su corazón, y las colinas rocosas yano le parecieron tan siniestras. La elfase movía ahora con más presteza, segurade que todo acabaría bien, y de queRhonin saldría sano y salvo de aquellasituación tan complicada.

El turno de vigilancia transcurriómás rápido de lo que había imaginado.Vereesa se planteó incluso dejar queFalstad siguiera durmiendo —susronquidos indicaban que estabaprofundamente dormido—, pero eraconsciente de que sería una rémora simás tarde la falta de descanso la hacíaflaquear en la batalla. La elfa se acercó

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con reticencia a su compañero deviaje…

… y se detuvo en cuanto escuchó elruido casi inaudible de una rama seca alpartirse, que la advertía de que algo oalguien se acercaba.

Como no se atrevió a despertar aFalstad por temor a arruinar el factorsorpresa, pasó junto al durmiente jinetede grifos y su montura, fingiendo queestaba concentrada en el oscuro paisajeque tenía delante. Entones, oyó másruidos que provenían del mismo lugar.Alguien se movía con sigilo. ¿Se tratabade un solo intruso? Tal vez sí, tal vez no.Quizá alguien estaba haciendo esosruidos para atraer su atención, y evitar

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así que ella descubriera a otrosenemigos que acechaban en laoscuridad.

Una vez más, escuchó un ruido casiimperceptible, seguido de un graznidotremendo. Al instante, una siluetaenorme saltó cerca de donde seencontraba la elfa.

En cuanto Vereesa empuñó su arma,se dio cuenta de que era el grifo deFalstad el que había reaccionado así, yno una criatura monstruosa oculta en elbosque. Al igual que ella, el animalhabía oído esos ruidos leves, pero, adiferencia de la forestal, no se detuvo asopesar las opciones, sino quereaccionó como le dictaba el agudo

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instinto de su raza.—¿Qué ocurre? —rezongó Falstad,

quien se puso de pie de un salto sinesfuerzo. Tenía su martillo de tormentaen la mano y estaba dispuesto a entrar encombate.

—Hay algo entre esos viejosárboles. Algo en cuya busca ha partidotu montura.

—Bueno, espero que no se lo comaantes de que hayamos tenido laoportunidad de ver qué es.

En la oscuridad, Vereesa sólo pudodistinguir la silueta envuelta en sombrasdel grifo, pero no la del intruso.Entonces, la forestal escuchó otro gritoque superó en intensidad al de la bestia,

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aunque no sonó desafiante.—¡No! ¡No! ¡Aparta! ¡Aparta!

¡Aléjate de mí! ¡No soy ningún manjar!El enano y la elfa corrieron hacia el

punto de origen de ese gritodesesperado. Fuera lo que fuese lo queel grifo había arrinconado, no parecíaamenazante. Aquella voz le recordaba aalguien a la elfa, pero no era capaz deprecisar a quién.

—¡Atrás! —le ordenó Falstad a vozen grito a su montura—. ¡Atrás he dicho!

¡Obedece!En un principio, el ave leonina no

parecía muy dispuesta a hacerle caso,como si creyera que lo que habíacapturado le pertenecía, o que no era

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conveniente soltarlo. Desde la penumbraque se extendía más allá del pico delgrifo se oyó un gimoteo. O, más bien,muchos gimoteos.

¿Acaso se trataba de un niño quevagaba solo por Khaz Modan? Eso eraimposible. Si los orcos dominaban aquelterritorio desde hacía años, ¿de dóndepodría haber salido ese niño?

—¡Por favor, oh, por favor, oh, porfavor! Librad a este insignificantedesgraciado de este monstruo… ¡Puaj!¡Su aliento es asqueroso!

La elfa se quedó petrificada. Ningúnniño hablaba así.

—¡Atrás, maldita sea! —se exasperóFalstad, quien golpeó a su montura en la

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grupa. El animal desplegó sus alas,profirió un graznido gutural y,finalmente, se alejó de su presa.

De inmediato, una figura pequeña yenjuta se incorporó de un salto y huyó endirección contraria. La forestalreaccionó con rapidez y salió corriendoen pos del intruso, al que agarró de loque aparentemente era una larga oreja.

—¡Ay! ¡Por favor, no me hagasdaño! ¡Por favor, no me hagas daño!

—Pero ¿qué tenemos aquí? —masculló el jinete de grifos mientras seacercaba a Vereesa—. Nunca había oídonada que chillara tanto. Hazlo callar otendré que atravesarlo con mi hacha. Vaa conseguir que todos los orcos de los

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alrededores vengan aquí.—Ya le has oído —le dijo la

contrariada elfa a aquella silueta que noparaba de retorcerse—. ¡Cállate!

El visitante inesperado al fin setranquilizó.

Entonces, Falstad metió la mano enla bolsa que llevaba consigo.

—Tengo algo que nos ayudará aarrojar algo de luz sobre este asunto, midama elfa, aunque creo que ya sé a quéclase de animal carroñero hemosatrapado.

Sacó un pequeño objeto de la bolsay, tras apoyar el martillo al lado, lo frotóentre las gruesas palmas de sus manos.Poco a poco, el objeto empezó a brillar

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tenuemente. Unos segundos más tarde, sufulgor se incrementó, y, finalmente,quedó claro que aquel artilugio era unaespecie de cristal.

—Es un regalo de un camarada queha muerto ya —le explicó Falstad,quien, acto seguido, acercó el relucientecristal al cautivo—. Ahora, veamos siestoy en lo cierto… Sí, justo lo quepensaba…

Vereesa también sospechaba lomismo. La elfa y el enano habíancapturado a una de las criaturas mástraicioneras que existen: un goblin.

—Nos estabas espiando, ¿verdad?—inquirió con voz muy grave elcompañero de viaje de la forestal—.

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Quizá deberíamos matarte ya mismo yponer punto y final a esta enojosasituación.

—¡No! ¡No! ¡Por favor! ¡Este pobredesgraciado no es ningún espía! ¡No soyamigo de los orcos! ¡Sólo obedezcoórdenes!

—¿Qué haces aquí de noche?—¡Me escondo! ¡Me escondo! He

visto a un dragón del color de la noche.¡Los dragones suelen comerse a losgoblins!

Aquella horrenda criatura verdosadijo eso último como si cualquiera fueracapaz de entenderlo.

¿Un dragón del color de la noche?—¿Te refieres a un dragón negro? —

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preguntó Vereesa, al tiempo que atraíahacia sí al goblin—. ¿Cuándo lo hasvisto?

—Hace poco. Antes del anochecer.—¿En el cielo o en tierra?—En tierra. Lo…Falstad miró a Vereesa.—No se puede confiar en la palabra

de un goblin, mi dama elfa. No sabenqué es la verdad.

—Le creeré si es capaz deresponderme una sola pregunta. Goblin,¿ese dragón iba solo? Y si no es así,¿quién estaba con él?

—¡No quiero hablar de dragonesdevoradores de goblins! —exclamó,pero bastó con que Vereesa le pinchara

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ligeramente con su espada para que untorrente de palabras brotara de su boca—. No iba solo. Otro lo acompañaba.Quizá se lo fuera a comer luego, peroestaban hablando. No escuché lo quedecían. Sólo quería largarme de ahí. Nome caen bien los dragones, y tampocolos magos…

—¿Magos? —le espetaron a la vezla elfa y el enano.

Vereesa intentó no dejarse llevar porel entusiasmo cuando le preguntó:

—¿Te dio la impresión de que esemago se encontraba bien? ¿Sano ysalvo?

—Sí…—Descríbelo.

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El goblin se retorcía, agitando suspequeños y raquíticos brazos ymoviendo desconsoladamente laspiernas. La forestal no dejó que elmovimiento frenético de esasextremidades larguiruchas la distrajera.Los goblins podían llegar a ser letalesen combate gracias a su fuerza y astucia,pese a que sus cuerpos enclenques leshicieran parecer inofensivos.

—Era pelirrojo y muy arrogante.Alto, vestido de azul oscuro. No sé sunombre, no lo escuché.

Aunque esa descripción no era muydetallada, bastó. ¿Cuántos magospelirrojos, bastante altos y vestidos conuna túnica azul oscura, a los que

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acompañara Alamuerte, podía haber enaquellas tierras?

—Todo parece indicar que se tratade tu amigo —dijo Falstad, soltando ungruñido—. Por lo visto, tenías razón.

—Tenemos que dar con él.—¿Cómo vamos a hacerlo con esta

oscuridad? En primer lugar, mi damaelfa, no has dormido nada; en segundolugar, a pesar de que la oscuridad nosbrinde un manto protector, también haceque sea prácticamente imposible veralgo, ¡aunque se trate de un dragón;pardiez!

Por mucho que Vereesa deseasepartir ya mismo en búsqueda del mago,sabía que el enano tenía razón. Aun así,

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no estaba dispuesta a esperar hasta elalba. No podían permitirse el lujo deperder tanto tiempo.

—Sólo necesito un par de horas,Falstad. Después, podremos proseguirnuestro camino.

—Pero seguimos teniendo el mismoproblema, la oscuridad, y te recuerdo,por si lo has olvidado, que Alamuerte estan negro como… como la noche.

—No tenemos por qué buscar a esedragón directamente —replicó la elfacon una sonrisa—. Ya sabemos, almenos, dónde aterrizó… o deberíadecir, más bien, que uno de los aquípresentes lo sabe.

Ambos miraron a la vez al goblin,

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quien claramente habría preferido estaren ese momento en cualquier otro sitio.

—¿Cómo vamos a confiar en él?Todos sabemos que estos diminutosladrones verdes son unos mentirososcompulsivos.

La forestal señaló la garganta delgoblin con la afilada punta de su espada.

—Tiene dos opciones: o bien nosmuestra el lugar donde Alamuerte yRhonin aterrizaron, o bien lo harépicadillo y utilizaré su carne como cebopara atraer al dragón.

Falstad se rió entre dientes.—Dudo que alguien tenga estómago

para tragarse semejante ponzoña, nisiquiera Alamuerte, ¿eh?

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Su canijo rehén se estremeció y,presa del miedo, abriódesmesuradamente sus perturbadoresojos amarillentos, desprovistos depupila. A pesar de que la punta de laespada seguía estando muy cerca de él,el goblin se puso a dar saltos sincontrol.

—¡Os lo enseñaré con sumo gusto!¡Con sumo gusto! ¡No temo a losdragones! ¡Os guiaré, os llevaré hastavuestro amigo!

—¡Estate quieto y callado! —leespetó la elfa, quien agarró con másfuerza aún a la criatura diabólica—. ¿Oacaso quieres que te arranque la lengua?

—Lo siento, lo siento, lo siento…

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—murmuró su nuevo compañero deviaje. El goblin se calmóinstantáneamente—. No hagáis daño aeste ser miserable…

—¡Bah! Es patético inclusotratándose de un goblin.

—Me basta con que nos muestre elcamino.

—¡Este pobre desgraciado os guiarámuy bien, señorita! ¡Muy bien!

Vereesa se detuvo a meditar uninstante, y al rato dijo:

—De momento, tendremos queatarlo…

—Lo voy a atar a mi montura. Asítendremos bajo control a ese asquerosoroedor.

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Tras oír esa sugerencia, el rostro delgoblin se tornó aún más taciturno;esgrimió un gesto tan agónico que laforestal de pelo plateado sintió pena poraquella criatura esmeralda.

—De acuerdo. Pero cerciórate deque tu grifo no lo lastime.

—Si se comporta como es debido,no le pasará nada —replicó Falstad,mirando fijamente al prisionero.

—Este ser patético se comportarádebidamente, por su bien…

Vereesa apartó la punta de su espadade la garganta del goblin y trató decalmarlo. Quizá si se mostraban un pococorteses con él, obtendrían másprovecho de esa criatura funesta.

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—Guíanos adonde queremos ir, y tesoltaremos en un lugar en el que nocorras peligro de que el dragón tedevore. Te doy mi palabra —leprometió la forestal, y, tras una pausa,añadió—: ¿Tienes un nombre, goblin?

—¡Sí, señorita, sí! —exclamó,asintiendo con su desproporcionadacabeza—. ¡Oh, sí, sí, claro, señorita!¡Puedes estar segura de que este sermiserable os guiará exactamente adondetenéis que ir!

Entonces, esbozó su peculiar sonrisademente.

—Os lo prometo…

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CAPÍTULOONCE

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N ekros señaló al Alma deDemonio, mientras intentaba

dilucidar cuál sería su siguiente paso. Elcomandante orco apenas había dormidoen toda la noche; el hecho de que Torgusno hubiera regresado de su misión loreconcomía por dentro. ¿Habíafracasado? ¿Ambos dragones habíanmuerto? De ser así, ¿qué clase defuerzas habían enviado los humanos arescatar a Alexstrasza? ¿Un ejército dejinetes de grifos apoyados por magos?Ni siquiera la Alianza sería capaz dereunir a un ejército tan poderoso parallevar a cabo esa misión, no cuando seestaba librando una guerra al norte;

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además, tenía que solucionar aún ciertasdisputas internas…

Pese a que había intentado contactarcon Zuluhed para transmitirle susinquietudes, el chamán no habíarespondido a su misiva mágica. El orcosabía qué significaba ese silencio:Zuluhed estaba muy ocupado con losgraves problemas que tenían en otrosfrentes, y no tenía tiempo para ocuparsede lo que él consideraba «lasinquietudes injustificadas de susubordinado». El chamán esperaba queNekros actuara como era de esperar enun guerrero orco, con decisión yconvicción, lo cual dejaba al oficialmutilado como estaba al principio.

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Si bien el Alma de Demonio leotorgaba un gran poder, Nekros eraconsciente de que no dominaba nicomprendía siquiera una pequeñafracción de su potencial. De hecho,como era consciente de que lo ignorabacasi todo sobre ese objeto, el orcodudaba a la hora de intentar utilizaraquella reliquia para hacer algo distintode lo habitual. Zuluhed todavía no sehabía dado cuenta de qué clase deobjeto le había entregado a susubordinado. Por lo que Nekros habíalogrado averiguar por sus propiosmedios, el Alma de Demonio poseía unpoder tal que si se utilizaba con ingenioy habilidad, sería capaz de barrer a las

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fuerzas que el orco sabía que la Alianzaestaba reuniendo al norte de KhazModan.

El problema estribaba en que si seusaba de manera descuidada eimprudente, el disco podría arrasartambién todo Grim Batol.

—Si tuviera una buena hacha y unpar de piernas como es debido, te tiraríaal volcán más cercano… —masculló elorco, dirigiéndose a aquella reliquiadorada.

En ese momento, un guerrero curtidoen mil batallas irrumpió en susaposentos, haciendo caso omiso a lamirada iracunda que le lanzó sucomandante.

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—Torgus regresa.¡Por fin, una buena noticia! El

comandante profirió un suspiro dealivio. Si Torgus estaba de camino, esosignificaba que una de las amenazas quetanto le preocupaban había sidoerradicada. Nekros abandonó el bancodonde estaba sentado de un salto.Albergaba la esperanza de que Torgushubiera traído consigo un prisionero almenos, ya que eso era lo que queríaZuluhed. Si torturaban un poco a esequejumbroso humano, seguramente lescontaría todo lo que necesitaban sabersobre la inminente invasión de la zonanorte.

—¡Al fin! ¿Cuándo llega?

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—Dentro de unos minutos.La ansiedad dominaba el rostro

desagradable del subalterno, peroNekros decidió obviar ese detalle por elmomento, puesto que estaba ansioso pordar la bienvenida al poderoso jinete dedragones. Torgus, al menos, no lo habíadecepcionado.

Se guardó el Alma de Demonio yapretó el paso todo lo que pudo paraalcanzar la vasta caverna donde losjinetes de dragones solían aterrizar ydespegar. El guerrero que le había traídola buena nueva lo seguía de cerca, ypermanecía extrañamente en silencio.No obstante, Nekros agradeció enaquella ocasión que reinara el silencio

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entre ambos. La única voz que anhelabaescuchar en aquel momento era la deTorgus; quería que le relatara cómohabía obtenido esa gran victoria sobrelos invasores.

Varios orcos, entre los que seencontraban los jinetes que aúnquedaban con vida, esperaban a Torgusen la amplia entrada de la caverna. Apesar de que Nekros frunció el ceño alcomprobar su caótica disposición, eraconsciente de que aquellos orcosaguardaban con ansia el regreso triunfalde su campeón al igual que él.

—¡Apartaos! ¡Apartaos!Se abrió paso entre los orcos allí

congregados y contempló la tenue luz de

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los instantes previos al alba que sefiltraba por la entrada de la caverna. Alprincipio, fue incapaz de divisar aninguno de los dos leviatanes: sin duda,el centinela que había anunciado sullegada inminente debía de tener unavista muy aguda, superior a la decualquier otro orco. Entonces… poco apoco, Nekros se fijó en que una siluetaoscura surgía en lontananza, aumentandode tamaño a medida que se acercaba.

¿Sólo regresaba uno de losdragones? El orco de la pata de palogruñó. Habían sufrido otra baja más;pero eso no le iba a quitar el sueño,porque el objetivo se había cumplido:aquella amenaza había sido erradicada.

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Nekros era incapaz de distinguir cuál delos dos dragones era el que regresaba,aunque, al contrario que los demás,esperaba que se tratara de la montura deTorgus. Nadie podía derrotar alcampeón de Grim Batol.

Aun así… a medida que la silueta deaquel dragón se tornaba más definida,Nekros se percató de que volabasiguiendo una trayectoria muy irregular,sus alas parecían estar rasgadas y sucola pendía prácticamente inerte.Entornó los ojos para poder enfocar lavista y comprobó que, efectivamente, unjinete llevaba las riendas de aquellabestia; no obstante, éste parecía queestaba a punto de caerse de su montura,

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daba la impresión de que mantenía laconsciencia a duras penas.

Un incómodo escalofrío recorrió lacolumna vertebral del comandante orco.

—¡Despejad esta zona! ¡Despejadla!¡Va a necesitar mucho espacio paraaterrizar!

En realidad, mientras Nekros sealejaba cojeando lo más rápido posible,se dio cuenta de que la montura deTorgus iba a necesitar prácticamentetodo el espacio libre que había enaquella vasta cámara. Cuanto más seacercaba el dragón, más errática parecíasu trayectoria de vuelo. Por un breveinstante, Nekros llegó a pensar que elleviatán se iba estrellar contra la ladera

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de la montaña, ya que ejecutaba unasmaniobras en el aire muy extrañas. Alfinal, y gracias tal vez a que su jinete loespoleó en el último instante, elmonstruo carmesí logró cruzar la entradasano y salvo.

Acto seguido, el dragón aterrizóentre ellos, estrellándose con fuerzacontra el suelo.

Los orcos gritaron de sorpresa yconsternación al tiempo que aquellabestia se deslizaba por el suelo de lacámara, incapaz de detenerse debido alexceso de impulso con que habíaaterrizado. Un guerrero orco voló porlos aires al recibir un fuerte impacto deun ala. Su cola se movía sin control

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hacia delante y hacia atrás, golpeandolas paredes provocando que variosfragmentos de roca se desprendieran deltecho. Nekros se arrimó a una paredtodo lo que pudo y apretó los dientescon fuerza. La estancia se llenó depolvo.

El silencio invadió de repente lacámara: un silencio durante el cual eloficial mutilado y todos los que habíanlogrado apartarse de la trayectoria deldragón se percataron de que aquellacolosal criatura que tenían ante elloshabía vuelto a la alcándara… paramorir.

Sin embargo, ése no era el caso deljinete. Una figura se alzó en medio de

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todo aquel polvo; una silueta que, apesar de tambalearse, seguía siendoimpresionante, y que se soltó las correasque lo ataban a aquel gigantesco cadávery bajó de él deslizándose por uncostado, y que casi se cae de rodillas encuanto tocó el suelo. Escupió sangre ytierra por la boca, y, acto seguido, miróa su alrededor en busca…

…de Nekros.—¡Estamos perdidos! —exclamó el

más valiente y fuerte de los Jinetes dedragones—. ¡Estamos perdidos, Nekros!

La arrogancia de Torgus había sidoreemplazada por algo que sucomandante interpretó comoresignación. Torgus, que había jurado

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que moriría luchando, ahora parecíatotalmente derrotado.

¡No! ¡Él no!, pensó el anciano orco.Se acercó cojeando a su campeón lo másrápido que pudo, con un gesto sombríoen su semblante.

—¡Calla! ¡No me gusta que hablesasí! ¡Eres una vergüenza para los clanes!¡Y para ti mismo!

Torgus se apoyó contra los restosmortales de su montura.

—¿De qué vergüenza hablas,anciano? No tengo nada de quéavergonzarme. Sólo he visto laverdad… y debes saberla: ¡no podemosalbergar ninguna esperanza de triunfo!¡Aquí no!

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Nekros se olvidó por un momento deque aquel jinete era más alto y muchomás corpulento que él y lo agarró porlos hombros con el fin de sacudirle laconmoción que lo dominaba.

—Dime, ¿por qué hablas de unamanera tan derrotista, traidor?

—¡Mírame, Nekros! ¡Observa mimontura! ¡No sabes a qué nos hemosenfrentado! ¡No te imaginas contra quéhemos luchado!

—¿Un ejército de grifos? ¿Unalegión de magos?

Las manchas de sangre cubrían lasotrora magníficas insignias que colgabandel pecho de Torgus. El jinete dedragones intentó reírse, pero un ataque

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de tos se lo impidió. Nekros aguardócon impaciencia.

—Ojalá… ojalá hubiera sido ésenuestro enemigo, porque habría sido uncombate más justo. No; sólo divisamos aun puñado de grifos… queprobablemente eran un cebo. Tenían queserlo… Era un grupo demasiadoreducido como para ser una fuerza deataque útil…

—Eso me da igual. ¿A qué os habéisenfrentado que te ha dejado tanmalherido?

—¿A qué me he enfrentado? —preguntó retóricamente Torgus, quien, enaquellos instantes, ya no miraba a sucomandante sino a sus compañeros de

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armas, situados más atrás—. Me heenfrentado a la mismísima muerte… ¡ala muerte encarnada en un dragón negro!

La consternación se adueñó de losorcos. El propio Nekros se quedópetrificado al escuchar esas palabras.

—¿Te refieres a Alamuerte?—Sí. Se ha aliado con los humanos.

Justo cuando me abalanzaba sobre unode los grifos surgió de entre las nubes.Logramos escapar por los pelos…

Era imposible… pero, aun así, nohabía otra explicación probable. Torgusera incapaz de haberse inventado unamentira de tal calibre. Si afirmaba queAlamuerte lo había atacado, y lo ciertoera que los desgarros y heridas que

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mostraba aquel gigantesco cadáverotorgaban credibilidad a sus palabras,no cabía ninguna duda de que eraverdad.

—Cuéntame más. Y no obviesningún detalle.

A pesar de que su estado eralamentable, el jinete obedeció, y lecontó cómo él y el otro orco que loacompañaba se habían topado con ungrupo enemigo muy reducido y que, portanto, no representaba una seriaamenaza. Tal vez se tratara de unaavanzadilla de exploración. Torgushabía distinguido dentro del grupo avarios enanos, una elfa y, al menos, unmago. Unos objetivos muy fáciles, a

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excepción de un guerrero humano quesacrificó su vida inopinadamente y quefue capaz de matar al otro dragón élsolo.

Pese a esto último, Torgus noesperaba toparse con mucha másresistencia, ni tampoco que le costaselibrarse de esos enemigos. Si bien elmago había demostrado ser un incordio,se había esfumado en mitad del combate;probablemente había muerto al caer alvacío. Entonces, el orco había decididoarremeter contra el resto del grupo,dispuesto a acabar con ellos.

Fue entonces cuando lo atacóAlamuerte. Aunque la bestia de Torgusno era rival para el dragón negro, ésta se

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había negado a obedecer las órdenes desu jinete y se había enfrentado al colosode ébano. Torgus no era un cobarde,pero se había percatado en el acto deque era inútil enfrentarse a un leviatánprovisto con una armadura tan especial.Una y otra vez, durante la refriega, habíaordenado a voz en grito a su montura quese alejara de su adversario. Para cuandoel dragón rojo le obedeció, el otro ya lehabía infligido varias heridas graves.

Mientras el jinete contaba lo quehabía sucedido, Nekros se fue dandocuenta de que sus peores pesadillas sehabían hecho realidad. El goblin Kryllhabía estado en lo cierto al informarlede que la Alianza buscaba liberar a la

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reina de los dragones del yugo de losorcos, pero aquella criaturanauseabunda ignoraba, o tal vez no sehabía dignado a contarle a su amo, quéclase de fuerzas habían reunido parallevar a cabo esa misión. De algúnmodo, los humanos habían logrado hacera algo inconcebible: sellar un pacto conla única criatura que ambas partesrespetaban y temían.

—Alamuerte… —masculló.Aun así, ¿por qué iban a infrautilizar

a ese coloso en una misión de esaíndole? Seguramente, Torgus tenía razónal afirmar que el grupo de invasores quehabía descubierto debía de ser unaavanzadilla de exploración o un cebo.

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Sin duda, un ejército mucho másnumeroso y poderoso seguía sus pasosde cerca.

De improviso, Nekros creyó saberqué estaba ocurriendo realmente.

Se giró para encararse con los orcose intentó evitar que se le quebrara lavoz.

—La invasión ha comenzado. Perono nos atacan por el norte comoesperábamos, sino que los humanos ysus aliados han decidido venir a pornosotros primero.

Sus guerreros se miraron unos aotros consternados. Se acababan de darcuenta de que se enfrentaban a unaamenaza mucho mayor de lo que

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cualquiera en la Horda podría imaginar.Una cosa era morir valientemente enbatalla, y otra saber que uno seenfrentaba a una muerte segura.

Nekros creía que las conclusiones alas que había llegado eran totalmentelógicas. Los invasores habían entradosubrepticiamente por el oeste con el finde hacerse con el control del sur deKhaz Modan para liberar o matar a lareina de los dragones, dejando así a losrestos de la Horda que aguardaban a quelas fuerzas invasoras entraran por elnorte, cerca de Dun Algaz, sin suprincipal apoyo, y luego abandonaríanGrim Batol y se dirigirían al norte. Deese modo, los orcos se verían atrapados

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entre las fuerzas enemigas procedentesdel sur y las de Dun Modr. Las últimasesperanzas de la raza orca se hacíanañicos y los supervivientes seríanenviados a los enclaves vigilados quelos humanos habían levantado a talefecto.

Zuluhed había dejado a Nekros alcargo de todos los asuntos que afectarana aquella montaña y a los dragonescautivos en ella. Como el chamán nohabía considerado oportuno responder alas peticiones de ayuda de susubordinado, cabía suponer queconfiaba en que Nekros haría locorrecto. Así que Nekros tomaría lasdecisiones pertinentes.

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—Torgus, ve a que te curen y duermeun poco. Ya hablaremos más tarde.

—Nekros…—¡Obedece!La furia que se asomó a los ojos del

orco tullido obligó a retroceder alcampeón de los jinetes de dragones. ATorgus no le quedó más remedio queasentir, y, con la ayuda de uno de suscamaradas, abandonó la cámara.Entonces, Nekros centró la atención enlos demás orcos.

—Recoged todo lo que seaimportante y subidlo a los carromatos.Trasladad todos los huevos en cajasacolchadas con paja… y mantenedloscalientes —ordenó, y se detuvo un

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instante para repasar mentalmente lalista de prioridades—. Preparaos paramatar a cualquier cachorro de dragónque no podamos adiestrar por no estardomesticado aún.

Esas palabras provocaron queTorgus se parara en seco. Tanto él comoel resto de los jinetes miraron a sucomandante con horror.

—¿Quieres que matemos a loscachorros? Pero si los vamos anecesitar…

—Sólo vamos a necesitar lo quepodamos sacar de aquí con sumaceleridad. Haz lo que digo… por siacaso…

El campeón de los jinetes de

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dragones clavó la mirada en sucomandante y le preguntó:

—¿Por si acaso qué?—Por si acaso no consigo acabar

con Alamuerte…En ese preciso instante, todos los

presentes en aquella cámara lo miraronfijamente, como si le hubiera salido unasegunda cabeza y se hubiera convertidoen un ogro.

—¿Acabar con Alamuerte? —repitióentre gruñidos uno de los jinetes.

Entonces, Nekros buscó con lamirada a su domador principal, el orcoque solía ayudarlo a cuidar a la reina delos dragones.

—¡Tú! ¡Ven conmigo! Tenemos que

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dar con la manera de trasladar a lamadre.

Torgus por fin creyó saber quésucedía.

—¡Quieres que abandonemos GrimBatol! ¡Pretendes trasladarlo todo alnorte!

—Sí.—¡Pero el enemigo te seguirá!

¡Alamuerte te seguirá!El orco de la pata de palo resopló.—Ya sabes cuáles son tus órdenes…

¿o acaso estoy rodeado de peonesquejicas en lugar de poderososguerreros?

Ese comentario hiriente incitó aTorgus y los demás a cambiar de actitud

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de inmediato. Por muy mutilado queestuviera Nekros, él era quien mandabaen aquel lugar. No les quedaba másremedio que obedecerlo, aunquepensaran que sus planes eran una locura.

Nekros se abrió paso a empujones,apartó de su camino al campeón herido ya todo aquel que encontró a su paso,mientras no paraba de dar vueltas en sucabeza a sus planes. Lo más importanteera sacar a la reina de los dragones alexterior, aunque sólo fuera al exterior deesa caverna. Bastaría con eso para quepudiera cumplir su propósito.

Pretendía hacer lo mismo que loshumanos: poner un cebo. En caso de quesu plan fallara, los huevos, al menos,

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acabarían en manos de Zuluhed. De esemodo, si Nekros era derrotado, loshuevos sobrevivirían y serían de granayuda para la Horda; y si, por elcontrario, Nekros lograba ser elvencedor de la contienda, aunque paraobtener la victoria tuviera que sacrificarsu vida, los orcos tendrían másposibilidades aún de repeler la invasiónde la Alianza.

De repente, deslizó una de susrobustas manos dentro de la bolsa dondereposaba el Alma de Demonio. NekrosTrituracráneos se había preguntadomuchas veces cuáles eran los límites delpoder del misterioso talismán. Por finiba a tener la oportunidad de

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comprobarlo.La suave luz del alba despertó a

Rhonin de uno de los sueños másprofundos que jamás había tenido. Congran esfuerzo, se incorporó y echó unvistazo a su alrededor con el fin dehacerse una idea de dónde estaba. Setrataba de una zona boscosa, y no de laposada con la que había estado soñando;de la posada en la que él y Vereesahabían estado hablando de…

Estás despierto… eso es bueno…Esas palabras surgieron en su mente

sin previo aviso y lo dejaronconmocionado. Rhonin se puso de pie deun salto y trazó un círculo a su alrededorantes de advertir cuál era el origen de

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aquellas palabras que había oído en sumente.

Aferró con fuerza el medallón quecolgaba de su cuello, y que Alamuerte lehabía entregado la noche anterior.

Un tenue fulgor parecido al humoemanaba del cristal negro. Alcontemplarlo, Rhonin recordó todo loacaecido la pasada noche, así como lapromesa que le había hecho el leviatán:Gracias a este objeto, podré guiartedurante el resto de tu misión.

—¿Dónde estás? —preguntó al fin elmago.

En otro lugar, respondió Alamuerte.Pero, al mismo tiempo, también estoycontigo…

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El mago echó un vistazo a sualrededor con suma cautela y se centróen el paisaje que divisaba al oeste. Allí,el bosque daba paso a una zona rocosa einhóspita que sabía, gracias a los mapasque había estudiado, que lo llevaríahasta Grim Batol y a la montaña dondelos orcos tenían cautiva a la reina de losdragones. Rhonin estimaba queAlamuerte le había ahorrado varios díasde viaje al traerlo hasta tan lejos. GrimBatol debía de estar a dos o tres días deviaje, siempre y cuando el hechiceroavanzara con paso firme.

Echó a andar hacia el oeste… peroAlamuerte lo interrumpió de inmediato.

No deberías ir en esa dirección.

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—¿Por qué no? Lleva directamente ala montaña que busco.

Te llevará directamente a lasgarras de los orcos, humano. ¿Cómopuedes ser tan necio?

A pesar de que Rhonin se sintióofendido por ese insulto, decidió queera mejor morderse la lengua. Así queoptó por preguntar:

—Entonces, ¿a dónde he de ir?Míralo tú mismo…De repente, apareció en su mente una

imagen del lugar donde se encontraba enese momento. Rhonin apenas tuvotiempo de asimilar esa sorprendentevisión, ya que él mismo empezó amoverse dentro de la imagen. Al

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principio, muy despacio; después, cadavez más rápido. Aquella visión parecíarecorrer a gran velocidad un senderoque atravesaba el bosque ydesembocaba en las regiones rocosasque tenía a su espalda. A partir de ahí, elsendero se retorcía y giraba, y lasimágenes pasaban a una velocidadvertiginosa y mareante. Atravesóprecipicios y barrancos, raudo y veloz,mientras dejaba atrás árboles que sóloeran un borrón. Se tuvo que agarrar altronco más cercano para no caer al sueloa causa del aturdimiento que aquellasimágenes, que danzaban a granvelocidad por su mente, provocaron enél.

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Las colinas de su visión sevolvieron más altas y amenazadoras, y,al fin, se transformaron en montañas. Nisiquiera entonces se ralentizó aquellaimagen, no hasta que se fijó en un picoen particular que atrajo al magoirremediablemente a pesar de sustitubeos.

De repente, en la base de ese pico,el punto de vista de Rhonin viró hacia elcielo de una manera tan brusca queestuvo a punto de perder el equilibrio. Acontinuación, el mago ascendió aquelpico en su visión, que le mostraba entodo momento zonas donde habíasalientes o asideros. Ascendió yascendió hasta que alcanzó la angosta

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entrada de una caverna…En ese preciso instante, la visión

terminó tan abruptamente como habíacomenzado, dejando a Rhonin agitadoentre el follaje.

Ése es el camino que debesrecorrer, el único sendero que tepermitirá alcanzar tu meta…

—¡Pero tardaré mucho más si sigoesa ruta, y atravesaré zonas mucho máspeligrosas!

El mago no quería ni pensar en quetendría que ascender por la ladera deesa montaña. Lo que podía parecerle unaruta muy sencilla a un dragón, podíaresultarte muy traicionera a un humano,aunque éste dominara el arte de la

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magia.Contarás con ayuda. No he dicho

que tengas que recorrer a pie todo elcamino…

—Pero…Ya es hora de que inicies tu viaje, le

anunció aquella voz en su mente.Acto seguido. Rhonin echó a

andar… o, más bien, sus piernasecharon a andar.

Sólo sufrió esa extraña sensacióndurante unos segundos, pero fue más quesuficiente para que el mago apretara elpaso. A medida que recuperaba elcontrol de sus extremidades inferiores,fue apretando el paso: no queríaexperimentar de nuevo una sensación

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similar. Alamuerte le acababa dedemostrar con una facilidad pasmosaque los unía un vínculo extremadamentefuerte.

Aunque el dragón no volvió a hablar,Rhonin sabía que Alamuerte merodeabapor algún rincón recóndito de su mente.Al parecer, pese a todo el poder queposeía el leviatán negro, no controlabatotalmente a Rhonin. Al menos, lospensamientos de Rhonin parecían estar asalvo de la mirada indiscreta de sualiado. Si no, Alamuerte no se habríasentido nada contento con el mago enaquel momento, ya que Rhonin habíadado con la manera de liberarse de laperniciosa influencia del coloso.

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Resultaba curioso. La noche anteriorhabía estado más que dispuesto acreerse casi todo lo que Alamuerte lehabía contado, incluso cuando el dragónnegro afirmó que deseaba rescatar aAlexstrasza. Ahora, sin embargo, podíapensar con más claridad y percatarsemejor de lo que sucedía en realidad. Nole cabía duda de que Alamuerte noquería liberar a su mayor rival. ¿Acasono había pretendido destruirla a ella y asu raza de dragones por medio de laguerra?

Entonces recordó que Alamuertehabía respondido a esa pregunta másadelante en esa misma conversación:Los orcos se dedican a criar y domar a

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los hijos de Alexstrasza, humano. Deese modo, los vuelven en contra delresto de los seres vivos. Ten en cuentaque, aunque la liberemos, ya nopodremos salvar a sus vástagos, puestoque seguirán siendo fieles a sus amos.Por eso mato a sus hijos, porque no mequeda más remedio… ¿entendido?

Rhonin lo había entendidoperfectamente. Todo cuanto le habíacontado el dragón la noche anterior lehabía parecido cierto, pero, al díasiguiente, bajo la luz del sol, sepreguntaba hasta qué punto lo que lehabía dicho era verdad. Quizá laspalabras de Alamuerte contenían un altoporcentaje de verdad, pero eso no

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significaba que no tuviera otras razonesmás siniestras para actuar como loestaba haciendo.

Rhonin barajó la posibilidad dedeshacerse del medallón. Sin embargo,sabía que, si lo hacía, seguramenteatraería la atención de su aliado, algoque no deseaba; además, Alamuertepodría localizar al mago con sumafacilidad. Aquel dragón ya habíademostrado que podía reaccionar muyrápido. Asimismo, Rhonin tambiéndudaba que, en caso de que Alamuertese presentara de nuevo ante él, fuese encalidad de camarada.

Por ahora, lo único que podía hacerera seguir el camino que éste le había

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indicado. Entonces, Rhonin se diocuenta de que no llevaba consigoninguna provisión, ni siquiera un pellejocon agua; tanto las provisiones como elpellejo estaban en el fondo del mar juntoal desventurado Molok y su grifo.Alamuerte no había creído convenientesuministrarle tales alimentos básicospara emprender el viaje; al parecer, lacomida y la bebida que el dragón lehabía ofrecido la noche anterior era todoel sustento que el mago iba a recibir.

Rhonin siguió avanzandoimperturbable, Alamuerte quería quellegase a aquella montaña, y el mago semostró dispuesto a hacerlo. De algúnmodo, Rhonin alcanzaría su destino.

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Mientras ascendía por un terrenocada vez más traicionero, suspensamientos volvieron a centrarseinevitablemente en Vereesa. La elfahabía demostrado una tenacidad y unadedicación en el cumplimiento de sudeber encomiables, pero seguramentehabría regresado con los suyos… en elcaso de que hubiera sobrevivido alataque que habían sufrido. Se le hizo unnudo en la garganta al pensar que laforestal tal vez no hubiera sobrevivido,lo cual le hizo tropezar. No; seguro quehabía logrado salir sana y salva de larefriega, y que, por sentido común,decidió regresar a Lordaeron con lossuyos.

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Seguro que sí…Entonces, Rhonin se detuvo y sintió

la imperiosa necesidad de darse lavuelta. Sospechaba que Vereesa nohabía hecho caso a su sentido común,sino que había insistido en seguiradelante, y puede que incluso hubieraconvencido al testarudo de Falstad deque la llevara hasta Grim Batol. En esemomento, siempre y cuando no sehubiera topado con ninguna otraamenaza, ella podía estar siguiendo surastro, acortando la distancia que losseparaba.

Así pues, el mago decidió dar unpaso en dirección hacia el oeste y…

Humano…

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Rhonin se mordió la lengua paraevitar soltar un juramento en cuantoescuchó la voz de Alamuerte en sucabeza. ¿Cómo se había podido enterarel dragón de la decisión que habíatomado con tanta rapidez? ¿Acaso eracapaz de leer la mente del mago?

Humano… ha llegado el momentode que recuperes fuerzas y comas.

—¿Qué…? ¿Qué quieres decir?Te has detenido para buscar agua y

comida, ¿verdad?—Sí —mintió, ya que era absurdo

contarle la verdad al dragón.Te encuentras a poca distancia de

un lugar donde podrás hallar lo quebuscas. Gira al este otra vez y sigue

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caminando unos minutos más. Yo teguiaré.

Como Rhonin era consciente de quehabía perdido su oportunidad, obedeció.Avanzó a trompicones a lo largo deaquel sendero irregular hasta llegar auna pequeña arboleda que se alzaba enmedio de la nada.

Resultaba sorprendente comprobarcómo la vida pugnaba por abrirse pasohasta en los peores reductos de KhazModan. Aunque sólo fuera por lasombra que le iban a ofrecer, Rhonin lehabría dado las gracias a su funestoaliado.

En el corazón de ese bosquecilloencontrarás todo lo que tanto ansias…

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Aquello no era «todo lo que tantoansiaba», pero el mago no estabadispuesto a decirle a Alamuerte que seequivocaba, claro está. Apretó el pasopresa de la impaciencia. No veía elmomento de beber un poco de agua ypoder llevarse a la boca algo de comida.Además, unos minutos de descanso levendrían muy bien.

Si bien aquellos árboles eranbastante bajos para pertenecer a esaclase de plantas —medían tres metros ymedio de altura—, daban buena sombra.Rhonin se adentró en el bosquecillo yechó un vistazo a su alrededor. Con todaseguridad, había un arroyo cerca, y, a lomejor, algo de fruta también. El mago

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pensaba que Alamuerte no podíaconseguirle otra clase de comida desdela lejanía.

Sin embargo, se equivocaba: leofrecía un festín. En el centro de la zonaboscosa había unas raciones de comiday bebida que Rhonin nunca habríaimaginado que podrían encontrarse en unlugar así. Consistía en conejo asado, panrecién hecho, fruta y agua fresca.

El mago tocó el ánfora que conteníael líquido elemento con sumo respeto.

Come, murmuró el dragón en sucabeza.

Rhonin le obedeció gustoso, y sedispuso a dar buena cuenta de aquellosalimentos. El conejo acababa de ser

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preparado y estaba sazonado a laperfección, y el pan conservaba elagradable aroma del horno. Se olvidó delos buenos modales y las normas decortesía y bebió directamente delánfora… y descubrió que ésta, lejos devaciarse, seguía igual de llena. A partirde entonces, Rhonin no se tuvo quepreocupar por racionar el agua y bebíacuando le apetecía, a sabiendas de queAlamuerte velaba por su bienestar, almenos hasta que el mago alcanzara lamontaña.

Aunque podría haber invocado unpoco de agua y comida con sus propiashabilidades mágicas, eso le habríaarrebatado unas energías preciosas que

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podría necesitar en el futuro ensituaciones más apuradas. Rhoninalbergaba serias dudas de que él hubierasido capaz de conjurar un festín comoése, y en todo caso le habría costado unesfuerzo tremendo.

Antes de lo que le hubiera gustado,volvió a escuchar la voz de Alamuerte.

¿Te sientes saciado?—Sí… lo estoy. Gracias.Ya es hora de proseguir tu viaje. Ya

conoces el camino.Lo conocía tan bien que podía

visualizar en su mente la ruta que eldragón le había mostrado.Aparentemente, Alamuerte queríacerciorarse de que su peón no se

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extraviaba.Como no le quedaba más remedio, el

mago obedeció. Se detuvo un momentopara echar un último vistazo a lo quedejaba atrás, con la vana esperanza dedivisar en lontananza aquel peloplateado tan familiar, aunque, en elfondo, no deseaba que Vereesa y Falstadlo hubieran seguido. Duncan y Molokhabían perecido en el transcurso deaquella misión, y ya recaía la pesadacarga de demasiadas muertes sobre laconciencia de Rhonin.

El día tocaba a su fin. El sol habíadescendido tanto que rozaba elhorizonte, y Rhonin volvió acuestionarse por qué Alamuerte había

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escogido aquel sendero. Ni una sola vezhabía divisado, y mucho menos se habíatenido que enfrentar, a un centinela orco,a pesar de que Grim Batol debía deestar vigilado estrechamente por laHorda. De hecho, no había visto un solodragón. O bien ya no patrullaban por elcielo, o bien el mago se había adentradotanto en esas tierras por caminos ignotosque se hallaba fuera de su alcance.

El sol se hundió aún más en elhorizonte. Ni siquiera el hecho detoparse con una segunda comida que,por lo visto, Alamuerte había conjuradopara el mago, sació del todo su hambre.Cuando los últimos rayos de luz sedifuminaban, se detuvo un momento para

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comprobar con qué clase de terreno seiba a encontrar más adelante. Hastaentonces, las únicas montañas que habíadivisado estaban demasiado lejos.

Sabía que tardaría varios días enllegar hasta ellas, y mucho más encoronar el pico donde los orcos reteníana los dragones.

Dado que Alamuerte lo había traídoa ese lugar, debería explicarle cómopensaba que el humano iba a ser capazde alcanzar su destino.

Rhonin aferró con fuerza elmedallón, con los ojos clavados en lasmontañas distantes, y dijo a la nada:

—He de hablar contigo.Habla…

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A pesar de que confiaba en queaquella forma de comunicarsefuncionase, le sorprendió que,efectivamente, así fuera. Hasta entonces,siempre había sido el dragón quienhabía contactado con él, y no al revés.

—Me dijiste que este sendero mellevaría hasta la montaña, pero me temoque voy a tardar demasiado en llegar.No sé cómo esperas que alcance esepico tan pronto si voy a pie.

Como te he dicho antes, no vas arealizar todo el trayecto de una maneratan primitiva. Te mostré el sendero enesa visión para que pudieras estarseguro en todo momento de que no teperdías por el camino.

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—Entonces, ¿cómo se supone quevoy a llegar ahí?

Paciencia. Pronto contactaráncontigo.

—¿Quiénes?Será mejor que te quedes donde

estás.—Pero…En ese instante, Rhonin se percató de

que Alamuerte ya no estaba hablandocon él. El mago se planteó por segundavez la posibilidad de arrancarse elmedallón que llevaba al cuello ylanzarlo lejos, para que se perdieraentre las rocas, pero ¿qué conseguiríacon eso? Rhonin todavía tenía que llegaral territorio de los orcos.

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¿A quién se refería Alamuerte alafirmar que alguien contactaría con él?

De repente, escuchó un ruido que nose asemejaba a nada que hubiera oídojamás. En un principio, pensó que podíatratarse de un dragón… con una terribleindigestión. Rhonin clavó la mirada enel cielo que se estaba oscureciendo,pero no vio nada extraño.

De improviso, un fugaz destello deluz captó su atención, un centelleo en elfirmamento.

Soltó un juramento, convencido deque Alamuerte le había tendido unatrampa para que lo capturasen los orcos.Seguramente, aquella luz provenía deuna antorcha o cristal que portaba en la

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mano algún jinete de dragones. Actoseguido, el mago preparó un sortilegio,por si acaso; no estaba dispuesto a morirsin plantar cara, aunque todo fueseinútil.

Entonces, aquella luz volvió arelucir, pero esta vez se mantuvo mástiempo e iluminó por un instante aRhonin, quien se convirtió así en unblanco perfecto para el monstruo queeructaba ferozmente y lo acechaba desdeel cielo oscuro.

—Te dije que estaba aquí.—Lo sabía desde el principio.

Simplemente, quería comprobar si tútambién lo habías visto.

—¡Mentiroso! ¡Yo sí sabía que

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estaba aquí, tú no! ¡Tú no!El joven hechicero frunció los

labios. ¿Qué clase de dragón discutiríaconsigo mismo con unos tonos de voztan agudos y absurdos?

—Ten cuidado con esa lámpara —advirtió una de las voces.

Aquella luz dejó de iluminar aRhonin de repente y ascendió hacia elcielo a gran velocidad. Ese rayo de luzbrilló brevemente sobre una enormeforma ovalada que acababa en punta ensu parte delantera, antes de dirigirsehacia la parte trasera, donde el magopudo distinguir un artilugio que despedíahumo, provisto de una hélice en elextremo posterior del óvalo.

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¡Es un globo!, pensó Rhonin. ¡Unzepelín!

En realidad, no era la primera vezque veía uno de esos asombrososcachivaches; durante la guerra, divisóuno de esos chismes en una ocasión. Setrataba de unos fabulosos sacos enormesrellenos de gas que podían levantar porlos aires un carruaje con dos o trespasajeros dentro. En tiempo de guerralos habían utilizado para observar losmovimientos de las fuerzas enemigastanto en tierra como en el mar.

Pero lo que más le sorprendía aRhonin no era que existieran, sino queextrajeran sus energías de unas fuerzasdistintas a la magia: el petróleo y el

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agua. Una máquina que no había sidodiseñada mediante conjuros y quetampoco requería hechizos parafuncionar impulsaba a aquel globo, unartilugio sorprendente que hacía girar lahélice sin necesidad de recurrir amedios manuales.

En ese momento, la luz enfocó almago de nuevo, y esta vez pareciófijarse en él con determinación. Ahoralos pasajeros del globo volador podíanverlo perfectamente, y no tenían ningunaintención de volver a perderlo de vista.Entonces, el fascinado mago fue capazde recordar qué raza había demostradoposeer el ingenio y el punto de locuranecesarios para concebir esa maquinaria

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inimaginable.Los goblins, quienes servían a la

Horda.El mago se dirigió hacia las rocas

más grandes que encontró con laesperanza de ocultarse de los goblins eltiempo suficiente como para preparar unconjuro adecuado para combatir contraun globo volador. En ese instante, unavoz muy familiar reverberó en su mente.

¡Estate quieto!—¡No puedo quedarme quieto! ¡Me

han visto unos goblins que van montadosen una aeronave! ¡Alertarán a los orcosde mi presencia!

¡No te vas a mover de donde estás!Los pies de Rhonin se negaron a

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obedecerle. Acto seguido, lo obligaron aretroceder para encararse con eseinquietante globo y sus aún másinquietantes pilotos. El zepelíndescendió hasta situarse a la altura de lacabeza del desventurado mago. Acontinuación, una escala se deslizódesde un lateral del carruaje deobservación, que por muy poco noalcanzó a Rhonin.

El medio de transporte que tantoansiabas ha llegado, le anuncióAlamuerte.

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CAPÍTULODOCE

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—P arece inevitable que Lord Prestorascienda al poder —le informó a

Krasus la silueta difusa desde dentro dela esfera esmeralda—. Posee el don dela persuasión, un talento asombroso.Tienes razón: debe de ser mago.Krasus, que estaba sentado en el centrode su santuario, centró la mirada en elorbe y dijo:

—Necesitaremos unas pruebasincontestables para convencer a esosmonarcas de que es un brujo. Cada díaque pasa, desconfían más del Kirin Tor,y eso sólo puede ser obra del futuro rey.

Su interlocutora, la anciana delcírculo interno del consejo, asintió y

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señaló:—Ya estamos vigilándolo. El

problema estriba en que ese tal Prestorha resultado ser muy esquivo. Parececapaz de entrar y salir a su antojo de sumorada sin que nos enteremos.

Krasus fingió sorpresa al oír esaafirmación.

—¿Cómo es posible?—No lo sabemos. Y lo que es aún

peor, la mansión está protegida por unosconjuros letales. Casi perdemos aDrenden por culpa de una de lassorpresas que nos aguardaban ahí.

Krasus se quedó consternado alenterarse de que Drenden, el magobarbudo con voz de barítono, había

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estado a punto de caer en una de lastrampas de Alamuerte. A pesar de queaquel hombre era un tanto fanfarrón, elleviatán respetaba sus dotes para lamagia. Si hubieran perdido a Drenden enun momento tan crítico, habrían sufridouna baja muy importante que habríatrastocado sus planes.

—Debemos actuar con extremacautela —recalcó el mago dragón—.Volveremos a hablar en breve.

—¿Qué planeas hacer, Krasus?—Voy a investigar el pasado de ese

joven noble.—¿Acaso crees que vas a descubrir

algo?El mago encapuchado se encogió de

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hombros.—Sí, albergo esa esperanza.Acto seguido, Krasus hizo que la

imagen de la maga se desvaneciera, y sereclinó para meditar al respecto. No leagradaba tener que engañar a suscamaradas magos, aunque fuera por subien. Al menos, sus injerencias en losasuntos «mortales» de Alamuerteservirían para distraer al dragón negro.Gracias a eso, Krasus dispondría de unpoco más de tiempo para actuar. Rezabapara que nadie más se arriesgara tantocomo lo había hecho Drenden, ya que silos demás reinos se volvían en sucontra, el Kirin Tor iba a necesitar quetodos sus miembros se hallaran en

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plenitud de facultades.Por otro lado, su visita a Malygos le

había dejado bastante insatisfecho. Éstesólo le había prometido queconsideraría su propuesta. Krasussospechaba que aquel gran dragón creíaque podría ocuparse de Alamuerte élsolo a su debido tiempo. Sin embargo, elleviatán azul plateado no tenía en cuentaque el tiempo corría en contra de todoslos dragones. Si no detenían a Alamuerteahora, nunca podrían detenerlo.

Esa disyuntiva le dejaba a Krasusuna única salida, que no le encantabaprecisamente.

—Debo hacerlo…Tenía que dar con los otros grandes

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dragones, con los demás Aspectos. Silograba convencer a alguno de ellos,quizá aún podría obtener la ayuda queMalygos le había prometido.

Como el Aspecto del Sueño siemprehabía sido muy esquivo, Krasus optó portratar de contactar con el Señor delTiempo, cuyos siervos habían rechazadolas peticiones del mago en más de unaocasión.

No obstante, no tenía nada queperder por intentarlo.

Krasus se puso de pie y se acercóraudo y veloz a un banco sobre el cualhabía repartidos en frascos y matracesmuchos de los materiales que utilizabapara elaborar su magia. Recorrió con la

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mirada rápidamente una hilera tras otrade tarros y botes, de una serie deelementos químicos y objetos mágicosque habrían sido la envidia de suscolegas del Kirin Tor, quienes sin dudahabrían sentido una gran curiosidad porsaber cómo había conseguido muchos deesos artículos. Si supieran cuánto tiempollevaba practicando las artes arcanas…

Dejó de buscar en cuanto dio con unfrasco que contenía una flor marchita.

Se trataba de la Rosa Eón, la cualsólo podía encontrarse en un lugar delmundo. En su día, Krasus la habíaarrancado con sus propias manos pararegalársela a su amada. El mago la habíasalvado del ataque de los orcos a su

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guarida, en el que, para su sorpresa,lograron capturar a su amor y hacerprisioneros a muchos otros.

La Rosa Eón estaba compuesta decinco pétalos de tonalidadesasombrosamente distintas que rodeabanuna esfera dorada. En cuanto Krasusabrió la tapa del frasco, un tenue aromaque le recordó súbitamente a suadolescencia lo embriagó. Dudó a lahora de meter la mano para hacerse conla flor marchita…

… y se maravilló al comprobarcómo, de repente, recobraba sulegendario esplendor en cuanto susdedos ahusados la tocaron.

Aquellos pétalos, de un rojo intenso,

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verde esmeralda, nieve plateada, azulmarino y negro medianoche, irradiabanuna belleza como la que sólo losgrandes artistas podían soñar. Ningúnotro objeto del mundo rivalizaba con subelleza, cualquier otra flor palidecíaante su maravillosa fragancia.

Krasus contuvo la respiración unmomento, y aplastó aquella florprodigiosa.

Acto seguido, dejó que losfragmentos cayeran en su otra mano. Alinstante, un cosquilleo le recorrió laspalmas de las manos hasta los dedos,pero el mago dragón lo ignoró.

A continuación, sostuvo los restos dela flor por encima de su cabeza y musitó

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unas palabras mágicas… Después, tirólo que quedaba de aquella rosalegendaria al suelo.

En cuanto los fragmentosdestrozados tocaron el suelo, setransformaron súbitamente en arena; unaarena que se extendió por todo el suelode la cámara, invadiéndolo todo comouna marea incontrolable cubriéndolotodo, devorándolo todo…

… de modo que Krasus se vio, derepente, en medio de un desierto infinitoque giraba sobre sí mismo como unremolino.

Sin embargo, ningún mortal habíavisto jamás un desierto como ése, yKrasus tampoco; en él yacían

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desperdigados, hasta más allá dondealcanzaba la vista, fragmentos de muros,estatuas agrietadas y desgastadas, armasoxidadas e incluso, y con esto el magose quedó boquiabierto, los huesossemienterrados de una bestia colosalque, en vida, habría dejado pequeños alos dragones por comparación. En aquellugar también había edificios, y aunqueen un principio pudiera dar la impresiónde que tanto éstos como las reliquiasque los rodeaban formaban parte de unagran civilización, si uno las examinabacon más atención, se percataba de queninguna de esas estructuras guardabarelación con el resto. Una torretambaleante que podría haber sido

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construida por unos humanos deLordaeron eclipsaba un edificioabovedado que seguramente habíanerigido unos enanos. Un poco más allá,un templo con profusión de arcos, cuyotecho se había derrumbado, parecíasalido del reino perdido de Azeroth.Cerca de Krasus se alzaba un edificiomás adusto: se trataba del domicilio deun cabecilla orco.

Un barco con capacidad paratransportar a una decena de hombresestaba varado en una duna, con la parteposterior enterrada en la arena. En otraduna yacía una armadura de la época delreinado del primer rey de Stromgarde.Asimismo, la estatua inclinada de un

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clérigo elfo parecía estar dando laextremaunción tanto al navío como a laarmadura.

Aquel asombroso conjunto deelementos tan dispares dejó estupefactoa Krasus. El mago pensó que lo quetenía ante sí era una macabra colecciónde antigüedades de alguna deidadcolosal… una descripción que seacercaba bastante a la verdad.

Ninguna de aquellas reliquias eraoriginaria de ese territorio; de hecho,ninguna raza o civilización era oriundade aquel reino. Todas aquellasmaravillas habían sido reunidasmeticulosamente a lo largo deinnumerables siglos y provenían de

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diversos lugares del mundo. Krasus nopodía dar crédito a lo que veían susojos: el esfuerzo que tenía que hacerpara asimilar aquello desafiaba suimaginación. ¿Cómo habían podido traertantas reliquias, algunas de ellasenormes, otras muy frágiles, a aquellugar?

A pesar del prodigioso espectáculoque se desplegaba ante él, laimpaciencia se fue adueñando deKrasus, quien permanecía a la espera. Ysiguió esperando. Y esperó aún más, sinque tuviera en ningún momento la másmínima sensación de que alguien hubierareparado en su presencia.

Hasta que se le agotó la paciencia.

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Aquélla era la gota que colmaba el vasoque los sucesos de las últimas semanashabían ido llenando. Posó la miradasobre los rasgos pétreos de una estatuagigantesca que representaba a un sermitad humano, mitad toro, cuyo brazoizquierdo estirado hacia delante parecíaexigir al recién llegado que se fuera, yentonces Krasus gritó:

—¡Sé que estás aquí, Nozdormu! ¡Losé! ¡Y vamos a hablar!

En cuanto el mago dragón acabó depronunciar esas palabras, el vientoarreció con fuerza, levantando arena ynublando su visión. Se mantuvo firme ensu sitio mientras una intensa tormenta dearena lo zarandeaba súbitamente. El

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viento ululó a su alrededor con unaullido tan agudo que se vio obligado ataparse los oídos. A pesar de que latormenta parecía dispuesta a arrancarlodel suelo y llevárselo muy lejos, Krasusse resistió como pudo, y utilizó la magiaasí como toda su fortaleza física paraplantarle cara. Nadie lo obligaría amarcharse de allí sin tener laoportunidad de hablar con el ser al quebuscaba.

Al final, la tormenta de arenapareció darse cuenta de que el mago noiba a dar su brazo a torcer, de modo quese alejó de él y se centró en una dunaque había a corta distancia. Se formó untornado de polvo que se fue elevando

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cada vez más hacia el cielo.Entonces, el tornado adoptó la forma

de… un dragón. A continuación, eseengendro arenoso, que era tan grandecomo Malygos, si no más, desplegó suspolvorientas alas marrones. Más y másarena seguía sumándose a la silueta delcoloso, pero se trataba de arenamezclada al parecer, con oro, de formaque el leviatán que se estaba formandoante Krasus brillaba cada vez más bajoel sol abrasador del desierto.

De improviso, el viento fueamainando; sin embargo, ni un solograno de arena o de oro se desprendiódel cuerpo de aquel dragón gigantesco,que batió sus alas con fuerza y estiró el

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cuello. Acto seguido abrió los ojos, queeran unas gemas relucientes del colordel sol.

—Korialstraszzzz… —le dijo elcoloso de arena, o, más bien, le escupió—. ¿Cómo te atreves a perturbar midescanssso? ¿Cómo te atrevessss aquebrar la paz de mi reino?

—¡Me atrevo porque debo hacerlo,oh, gran Señor del Tiempo!

—Que te dirijas a mí por mi títulono va a lograr que mi ira sssseaplaque… Será mejor que te marches…—replicó, mientras las gemas que teníapor ojos centelleaban—. ¡Vete de aquíahora mismo!

—¡No! ¡No hasta que hable contigo

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de un peligro que supone una granamenaza para la existencia de losdragones! ¡Y de toda criatura viva!

Nozdormu resopló. Al instante, unanube de arena cubrió a Krasus porentero, pero no le afectó gracias a susconjuros. No obstante, uno nunca sabíaqué clase de magia podía albergar cadagrano de arena del territorio deNozdormu. Un solo grano de arenapodría bastar para que la historia deldragón llamado Korialstrasz fueraborrada de la faz de la tierra. Krasus,simplemente, dejaría de existir, y nadielo recordaría, ni siquiera su amada.

—¿A los dragonesss? ¿Y eso a ti quémás te da? Yo sólo veo a un dragón por

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aquí cerca, y estoy ssseguro de que no esese mago mortal llamado Krasusss… Yano. ¡Lárgate! ¡He de volver a centrar miatención en mi colección! ¡Ya me hassshecho perder bastante tiempo!

En ese instante, una de sus alas rozócon gesto protector la estatua delhombre toro, y agregó:

—Tengo tantas cosasss que sumar ami colección, tantas cosasss quecatalogar…

Krasus le enfureció que aqueldragón, uno de los más poderosos de loscinco Aspectos, que encarnaba alTiempo, le importara tan poco elpresente o el futuro. Lo único que leinteresaba era esa valiosa colección de

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fragmentos del pasado del mundo. Habíaenviado a sus siervos a reunir todoobjeto del pasado que encontraran, conel fin de que su amo pudiera rodearse dereliquias que le recordaran lo que el nofue, y así daba la espalda tanto a lo queera el mundo en el presente como a loque podría llegar a ser.

Pero daba la espalda también a suraza, como Malygos.

—¡Nozdormu! —gritó, exhortándoleal reluciente dragón de arena a que leprestara atención—. ¡Alamuerte estávivo!

Para su horror, Nozdormu reaccionóante esta terrible noticia con absolutaindiferencia. El coloso dorado y marrón

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resopló una vez más, descargando asíuna segunda nube de arena sobre ladiminuta figura de Krasus.

—Ya, ¿y…?Estupefacto, Krasus acertó a decir:—¿Lo… sabías?—Ésa es una pregunta que no me

voy a molestar en resssponder. Ahora, sino tienes nada más con lo queincordiarme, ha llegado el momento deque te marchesss.

A continuación, el dragón echó lacabeza hacia atrás, con sus ojosenjoyados centelleando.

—¡Espera!El mago perdió la compostura y

agitó los brazos en el aire para captar de

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nuevo su atención. Para su alivio,Nozdormu se detuvo, y decidió nocompletar el hechizo que había estado apunto de utilizar para librarse de aqueldiminuto incordio.

—Si sabes que el dragón tenebrososigue vivo, también sabrás qué pretendehacer. ¿Cómo puedes no hacer nada alrespecto?

—Porque, como sssucede con todo,también Alamuerte será arrastrado porlas arenas del tiempo… y acabaráformando parte… de mi colección.

—Pero si te unieras a…—Ya has dicho todo cuanto teníasss

que decir.El resplandeciente dragón de arena

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se enderezó aún más y, de mediato, laarena del desierto se alzó para sumarmás materia a su cuerpo. Asimismo,algunos objetos de la extraña colecciónde Nozdormu que el viento habíalimpiado de arena se fusionaron con eldragón y pasaron a formar parte de élmomentáneamente, quien añadió:

—Y, ahora, déjame en paz…El viento arreció alrededor de

Krasus… pero de nadie más. Esta vez,por mucho que lo intentó, el magodragón no pudo mantenerse firme en susitio. Aunque trastabilló hacia atrás,trató desesperadamente de seguir conlos pies en el suelo a pesar de lasferoces ráfagas de aire.

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—¡He venido a hablar contigo por elbien de todos nosotros! —logró decirKrasus a voz en grito.

—No deberías haber perturbado midescanssso. No deberías haber venido,jamás, bajo ninguna circunstancia… —le espetó, al tiempo que lasdeslumbrantes gemas que tenía por ojoscentelleaban—. De hecho, eso habríasssido lo mejor…

Al instante, una columna de arenaemergió a gran velocidad del suelo,engullendo al indefenso mago. Éste nopodía ver nada y le costaba respirar.Lanzó un hechizo para intentar salvarse,pero sus inmensos poderes no eran nadafrente a la poderosa magia de uno de los

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Aspectos, el Amo del Tiempo.Al faltarle el aire necesario para

respirar, Krasus sucumbió al fin. Perdióel conocimiento y cayó pesadamentehacia delante…

… y observó, estupefacto, cómo lospétalos de la Rosa Eón caían al suelo depiedra de su santuario sin que seprodujeran las consecuencias esperadas.

El conjuro debería haberfuncionado. Debería habersetransportado al reino de Nozdormu, elSeñor de los Siglos. Así como Malygosencarnaba la magia, Nozdormurepresentaba el tiempo y la eternidad.Como era uno de los cinco Aspectos, yuno de los más poderosos, habría sido

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un poderoso aliado, sobre todo siMalygos decidía sumirse súbitamente ensu locura una vez más. Sin Nozdormu,las esperanzas de Krasus se desvanecíansin remedio.

El mago se arrodilló, recogió lospétalos del suelo y repitió el sortilegio.Sin embargo, la única compensación queobtuvo por sus esfuerzos fue untremendo dolor de cabeza. ¿Cómo eraposible que hubiera fracasado, cuandolo había hecho todo bien? El hechizodebería haber surtido efecto… salvoque, de algún modo, Nozdormu hubieraadivinado las intenciones del mago ylanzado su propio conjuro para evitarque Krasus entrara en el reino de arena.

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Soltó un juramento. Si no tenía laoportunidad de visitar a Nozdormu, yapodía despedirse de las esperanzas quealbergaba, por muy débiles que fueran,de convencer a ese poderoso dragón deque debía participar en su plan. Enresumen, ya sólo podía recurrir a laSeñora de los Sueños, la más esquiva detodos los Aspectos, la única de todosellos con la que no había hablado a lolargo de su extensa vida. Es más, Krasusni siquiera sabía cómo contactar conella. Según se decía, Ysera no vivía deltodo en el mundo real: para ella, lossueños eran la realidad.

Así que los sueños son su realidad,¿eh?, caviló el mago dragón. Entonces,

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concibió un plan descabellado que, si selo hubiera sugerido alguno de sushomólogos, habría provocado queKrasus abandonara su forma humana yestallara en carcajadas. ¡Eracompletamente ridículo! ¡Totalmenteimposible de llevar a cabo!

Pero, al igual que le había sucedidocon Nozdormu, ¿qué otras posibilidadestenía?

De inmediato, se volvió hacia suamplia gama de pócimas, reliquias ypolvos mágicos en busca de un frasconegro. Lo encontró enseguida, a pesar deque no lo había tocado en más de unsiglo. La última vez que lo usó fue conel fin de matar algo que parecía

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indestructible. Ahora, sin embargo, sóloquería valerse de una de suspropiedades más malévolas, y rezó parano equivocarse con la cantidad.

Con sólo tres gotas de esa sustanciaimpregnadas en la punta de una flechahabía logrado matar a Manta, el Colosode las Profundidades. Tres gotas habíanbastado para acabar con una criaturadiez veces grande y fuerte que undragón. Al igual que sucedía conAlamuerte, todos creían que Manta erainvencible.

Ahora, lo que Krasus pretendíahacer con ese veneno era ingerirlo.

—En el sueño más profundo, en lossueños más profundos… —se dijo para

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sí mismo con el frasco en la mano—.Ahí es donde debe estar.

A continuación, cogió de otraestantería una copa y un pequeño matrazque contenía agua pura. Llenó la copa deagua que iba a beber de un trago y, actoseguido, destapó el frasco. Con sumacautela, lo acercó a la copa.

Si bastaron tres gotas de esasustancia para matar a Manta en apenasunos segundos, ¿cuántas gotas haríanfalta para ayudar al mago a emprender elmás peligroso de todos los viajes?

El sueño y la muerte… ambosfenómenos se hallan muy cerca en laNaturaleza, mucho más de lo que lamayoría cree. Krasus tapó el frasco y

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seguidamente alzó la copa.—Necesito un banco —murmuró—.

Será mejor que me siente en un banco.De inmediato, se materializó uno a

su espalda, provisto de cojinesmullidos, sobre el cual el rey deLordaeron habría dormido a piernasuelta, Krasus también tenía intención dedormir en él… tal vez para siempre.

Se sentó en el banco y, acto seguido,se llevó la copa a los labios. Antes deprobar el que podría ser el último sorbode su vida, el dragón disfrazado dehumano propuso un último brindis.

—Por ti, Alexstrasza. Siempre porti.

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—Alguien ha estado aquí, seguro —masculló Vereesa, mientras examinabael terreno—. Uno de ellos era humano;el otro no lo sé a ciencia cierta.

—¡Pardiez! ¿Cómo puedes ver ladiferencia? —inquirió Falstad,entornando los ojos.

Él no podía distinguir un rastro delotro. De hecho, era incapaz de ver lamitad de las cosas que veía la elfa.

—Mira aquí. Observa esta huella debota —le pidió, al tiempo que señalabauna marca en el suelo—. Esas botas sonde un humano, son muy prietas eincómodas.

—Acepto sin rechistar tus

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conclusiones. Pero ¿qué pasa con elotro, con el que no eres capaz deidentificar?

La forestal se enderezó.—Bueno, está claro que no hay nada

que indique que un dragón haya estadorondando por aquí, pero lo que sí hay esuna serie de marcas que no encajan connada que conozca.

Vereesa sabía que, una vez más,Falstad era incapaz de ver lo que suaguda vista identificaba como una señalindiscutible de que algo muy extrañohabía pasado por ahí. No obstante, elenano se esforzó al máximo a la hora deexaminar las peculiares estrías quehabía en el suelo.

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—¿Te refieres a éstas, mi dama elfa?Aquellas marcas parecían dirigirse

hacia el lugar donde había estado elhumano, que, probablemente, eraRhonin. Sin embargo, no se trataba dehuellas de pies o de zarpas, sino quedaba la impresión de que algo habíaflotado por el aire arrastrando algoconsigo.

—¡No estamos avanzando nada!¡Este lugar es igual que el primer sitio alque esta bestia verde nos ha llevadoantes! —explotó Falstad, agarrando aKryll del pescuezo.

El goblin tenía las manos atadas a laespalda y una cuerda rodeaba su cintura,uno de cuyos extremos había sido

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amarrado alrededor del cuello del grifo.Aun así, tanto Vereesa como el bárbaroenano desconfiaban de su inesperadocompañero de viaje y sabían queintentaría escaparse de algún modo.Falstad, sobre todo, no le quitaba el ojode encima a Kryll.

—¿Y bien? ¿Y ahora qué? Es obvioque nos estás haciendo dar vueltasinútilmente. Dudo mucho que hayasllegado a ver al mago en algún momento.

—¡Sí que lo he visto! ¡Sí que lo hevisto! —exclamó Kryll esbozando unaamplia sonrisa.

Probablemente esperaba engatusarasí a sus captores, pero su esfuerzo caíaen saco roto: la desagradable sonrisa

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repleta de dientes de un goblin nocausaba una impresión grata en el restode los seres vivos.

—Os lo he descrito, ¿no? Sabéis quelo he visto, ¿verdad? —porfió Kryll.

Vereesa se percató de que el grifo sehabía detenido a olisquear algo ocultoentre el follaje. Rebuscó en aquel lugarcon su espada y, acto seguido, extrajo elobjeto en cuestión.

Pudo comprobar que de la punta desu espada pendía un pequeño pellejo devino que estaba vacío. A continuación,la elfa se lo acercó a la nariz. Un aromacelestial inundó sus fosas nasales, y, alinstante, la forestal cerró brevemente losojos.

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Falstad malinterpretó la expresióndibujada en el semblante de Vereesa.

—¿Tan mal huele? Entonces, debede tratarse de cerveza enana.

—Al contrario, nunca antes habíatenido el placer de disfrutar de un aromatan fabuloso, ni siquiera cuando me hesentado a la mesa de mi señor enQuel’Thalas. No sé qué vino había eneste pellejo, pero supera con creces alos mejores caldos de las bodegas de miseñor.

—¿Y todo esto qué significa?Explícamelo, porque soy corto deentendederas.

Vereesa dejó caer el pellejo al sueloe hizo un gesto de negación con la

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cabeza.—No sé qué significa, pero, no sé

por qué, no puedo evitar pensar que esun indicio de que Rhonin ha estado aquí,aunque sólo sea por un breve lapso detiempo.

Su compañero de viaje la miróescéptico.

—Mi dama elfa, ¿no será que tujuicio se nubla porque ansías que esosea verdad?

—Dime quién, si no, ha podido estaren esta zona bebiendo un vino digno dereyes.

—¡El dragón tenebroso! Él debió debeber ese néctar después de darse unbanquete con el tuétano de los huesos de

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tu mago.Si bien aquellas palabras

provocaron que Vereesa seestremeciera, ésta no dio su brazo atorcer.

—No. Si Alamuerte lo ha traídohasta aquí, ha sido por algún motivo, nopara devorarlo sin más.

—Supongo que tienes razón.Acto seguido, Falstad alzó la mirada

hacia el cielo que se estabaoscureciendo, aunque sin perder deltodo de vista al goblin, y añadió:

—Si queremos seguir avanzandoantes de que caiga la noche, será mejorque nos pongamos en marcha.

Vereesa acarició la garganta de

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Kryll con la punta de su hoja.—Cierto, pero antes tenernos que

decidir qué hacernos con esta criatura.—¿Acaso lo dudas? O bien nos lo

llevamos con nosotros, o bien noslibramos de él y le hacemos un granfavor al mundo, que será un lugar mejorcon un goblin menos.

—No. Le prometí que lo liberaría.El enano frunció su prominente ceño.—No creo que ésa sea una decisión

muy acertada.—Eso no importa. Hice una

promesa, y pienso cumplirla.La elfa miró fijamente al enano,

consciente de que si Falstad conocíabien el carácter de los elfos, sabría que

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no tenía sentido seguir discutiendo.Finalmente, el jinete de grifos

asintió, aunque a regañadientes.—Tienes razón. Has hecho una

promesa, y no seré yo quien intenteconvencerte de que no debes cumplirla.

Entonces, en voz baja pero lobastante alto como para que se le oyera,añadió:

—Sólo tengo una vida y no piensomalgastarla…

Satisfecha con el cambio de actituddel enano, Vereesa cortó con destrezalas ataduras que Kryll portaba en lasmuñecas y le quitó la cuerda que llevabaalrededor de la cintura. Al instante, elgoblin se puso a dar saltos, llevado por

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la inmensa alegría que lo invadía alsentirse libre.

—¡Gracias, mi benévola señora,gracias!

La forestal volvió a apuntar con lapunta de su espada a la garganta de lacriatura.

—Pero antes de irte, vas a tener queresponder unas cuantas preguntas.¿Conoces el camino que lleva a GrimBatol?

A Falstad le incomodó bastante esacuestión. Frunció el ceño y masculló:

—¿Qué estás tramando?La elfa le ignoró, e insistió:—¿Y bien?Kryll abrió los ojos

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desmesuradamente y palideció, o, másbien, su piel adoptó un tono verde máspálido.

—¡Nadie va ya a Grim Batol, mibenévola señora! ¡Hay orcos ahí! ¡Ydragones! ¡Los dragones se comen a losgoblins!

—Responde a mi pregunta.La criatura verde tragó saliva y, por

fin, balanceó su desproporcionadacabeza arriba y abajo.

—Sí, señora, conozco el camino…¿Acaso crees que el mago está ahí?

—No puedes hablar en serio,Vereesa —protestó Falstad, quien estabatan contrariado que, por primera vez, lahabía llamado por su nombre—. Si tu

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apreciado Rhonin se encuentra en GrimBatol, no hay nada que podamos hacerpor él.

—Tal vez sí… o tal vez no. Falstad,pienso que su intención siempre fuellegar a ese lugar, que su misión noconsistía simplemente en observar a losorcos, que vino hasta aquí por otrarazón, aunque no sé qué relación puedetener su objetivo con Alamuerte.

—Quizá pretenda liberar a la reinade los dragones él solo —replicó eljinete de grifos, soltando un gruñido dedesprecio—. Al fin y al cabo, es unmago, y todo el mundo sabe que losmagos están locos.

Esa idea era absurda y, aun así,

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Vereesa se detuvo un momento a meditarsobre ella.

—No… no creo que se trate de eso.Entretanto, Kryll parecía sumido en

sus pensamientos; sin duda, pensaba enalgo que no era de su agrado.Finalmente, contrajo su rostro paraesbozar un gesto de disgusto, ymurmuró:

—¿La señora quiere ir a GrimBatol?

La forestal consideró esa opcióndurante un buen rato. Si bien eso excedíacon creces las obligaciones inherentes aljuramento que había prestado, algo en suinterior le decía que tenía que seguiradelante.

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—Así es.—Escucha, mi…—No tienes por qué venir conmigo

si no quieres, Falstad. Te agradezcomucho que me hayas ayudado a llegarhasta aquí, pero ya puedo seguir micamino sola.

El enano negó con la cabezavehementemente.

—No pienso abandonarte a tu suerteen pleno territorio orco y acompañadade esta desgraciada y traicioneracriatura. No, mi dama elfa. Falstad noabandonará a su suerte a ningunahermosa damisela, aunque ésta sea unaguerrera curtida. Seguiremos juntoshasta el final.

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En verdad, la forestal apreciaba elgesto de galantería del enano, y debíareconocer que disfrutaba de sucompañía.

—Muy bien, pero recuerda quepodrás darte la vuelta cuando quieras.

—Sólo si tú te vienes conmigo.La elfa volvió a posar la mirada

sobre Kryll.—¿Y bien? ¿Me puedes indicar el

camino?—No puedo indicártelo, señora —

contestó aquella criatura flacucha, cuyosemblante se fue tornando cada vez mássombrío—. No obstante, me ofrezco aser tu guía durante todo el camino.

Esa respuesta la sorprendió.

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—Has recobrado la libertad,Kryll…

—Por eso mismo, este pobredesgraciado te estará eternamenteagradecido señora… Sólo hay unsendero seguro que lleve a Grim Batolpero sin mi ayuda… —hizo una pausa yadoptó un gesto arrogante que transmitíacierto narcisismo— ningún elfo o enanosería capaz de encontrarlo.

—¡Contamos con mi montura, bichoasqueroso! Simplemente volaremos porencima de…

—¿Vas a hacer eso en una tierradominada por los dragones? —inquirióel goblin, riéndose entre dientes de unmodo que revelaba su locura—. Si,

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claro, lo mejor será que vuelesdirectamente hacia sus fauces paraacabar con esto cuanto antes… No. Siqueréis entrar en Grim Batol, si eso eslo que realmente desea la señora,tendréis que seguirme.

Falstad no estaba dispuesto acontinuar escuchando las impertinenciasdel goblin y protestó de inmediato; noobstante, Vereesa creía que no lesquedaba más remedio que hacer lo queesa criatura proponía. Hasta entonces,Kryll los había guiado lo mejor quehabía podido y no los había traicionado,y aunque no confiaba mucho en él,lógicamente, estaba segura de que siintentaba que se extraviaran en aquel

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territorio, ella se daría cuenta. Además,resultaba obvio que el goblin queríaalejarse todo lo posible de Grim Batol.Si no, ¿por qué lo habían encontradodonde lo habían encontrado? Cualquiermiembro de su raza que estuviera alservicio de los orcos debería estar en lafortaleza de dicha montaña, y novagando por los peligrosos páramos deKhaz Modan.

Y si era capaz de llevarla hastaRhonin…

Tras haberse convencido de quehabía tomado la decisión correcta,Vereesa se encaró con el enano.

—Iré con él, Falstad. Es la mejoropción… la única que tengo.

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El enano profirió un suspiro y susanchos hombros parecieron hundirsebajo un peso invisible. Entonces, dijo:

—Pese a que me parece una locura,te acompañaré, aunque sólo sea para noquitarle la vista de encima a este bichoy, en caso de que acabe teniendo razón,poder arrancarle la cabeza.

—Kryll, ¿debemos recorrer a pietodo el trayecto?

Aquella criaturilla deforme lomeditó un instante y, a continuación,respondió:

—No. Podemos hacer parte delviaje en grifo —y le mostró a la elfa unasonrisa que revelaba una inmensa hilerade dientes—. Sé dónde podría aterrizar

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esa bestia.A pesar de todos sus recelos,

Falstad echó a andar en dirección algrifo.

—Tú sólo dinos adónde debemos ir,bicho asqueroso. Cuanto anteslleguemos, antes podrás seguir tucamino…

El peso del goblin enclenque nosuponía una carga excesiva para elrobusto grifo, así que éste pronto estuvosurcando el cielo. Falstad se sentó en laparte de delante, para controlar mejor sumontura; Kryll, detrás del enano, yVereesa, atrás del todo. La elfa habíaenvainado su espada pero tenía una dagaen la mano, por si acaso aquel

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indeseable compañero de viaje intentabahacerles alguna jugarreta.

Aunque las indicaciones del goblinno eran siempre muy claras, Vereesa novio nada que la hiciera sospechar queintentaba engañarlos. En todo momento,logró que volaran cerca del suelo y losguió por senderos que los alejaban decampo abierto. En lontananza, podíanvislumbrar las montañas de Grim Batol,que se iban acercando poco a poco. Laansiedad invadió a la forestal en cuantose percató de que se aproximaban a sumeta; pero dicha ansiedad se veíamenguada por la constatación de que,hasta entonces, no se habían topado conningún indicio de que Rhonin o el

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dragón negro anduvieran cerca. Además,a tan escasa distancia de la montaña, losorcos seguramente habrían divisado unleviatán de ese tamaño.

Entonces, como si por el mero hechode pensar en dragones hubiera logradoconjurar uno, Falstad señaló súbitamentehacia el este, donde una silueta colosalsurcaba el cielo.

—¡Es enorme! —exclamó—.¡Enorme y rojo como la sangre fresca!Debe de estar vigilando los alrededoresde Grim Batol.

Kryll reaccionó de inmediato.—¡Debemos descender ahí! —gritó

el goblin, señalando una quebrada—.Ahí abajo hay muchos sitios donde

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esconderse, incluso para un animal tangrande como un grifo.

El enano obedeció, puesto que no lequedaba más remedio, e hizo aterrizar asu montura. La silueta del dragón se veíacada vez más grande; pero, entonces,Vereesa se dio cuenta de que la bestiacarmesí se dirigía hacia el norte,probablemente a la fronteraseptentrional de Khaz Modan, donde lasúltimas fuerzas de la Horda combatíandesesperadamente para contener elavance de la Alianza. Eso le hizopreguntarse cómo se estabandesarrollando los acontecimientos endicho lugar. ¿Los humanos habíaniniciado la invasión por fin? ¿La Alianza

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se encontraba ya a medio camino deGrim Batol?

Aunque así fuera, llegaríandemasiado tarde como para ayudarla aalcanzar su objetivo. No obstante, elhecho de que las fuerzas de la Alianzase estuvieran acercando podríabeneficiarla en cierto modo si eso hacíaque los orcos se concentraran en otrosasuntos en vez de en su línea defensivamás inmediata.

El grifo se posó en la quebrada ybuscó instintivamente las sombras. Noera un animal cobarde, sino que sabíaqué batallas debía librar y cuáles no.

Vereesa y los demás desmontaron yse buscaron sus propios escondites.

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Kryll, en cuyo semblante se dibujabauna expresión de tremendo horror, searrimó a una pared rocosa. En esemomento, la elfa volvió a sentircompasión por él.

Aguardaron varios minutos, pero eldragón no pasó volando por ahí.Después de un tiempo de espera que a laimpaciente forestal se le antojó eterno,decidió comprobar por si misma si labestia había cambiado de rumbo. Seaferró a las rocas lo mejor posible ytrepó por ellas.

No divisó nada en aquel cielo por elcual se iba extendiendo la noche, ni unamota. Vereesa sospechaba que podríanhaber abandonado la quebrada antes si

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alguno de ellos se hubiera atrevido aechar un vistazo.

—¿Ni rastro del dragón? —susurróFalstad, quien trepó a su vez por lasrocas hasta situarse junto a la forestal.

Escaló con tanta facilidad quedemostró poseer una agilidad impropiade un enano.

—No hay moros en la costa, o esoparece.

—Bien. Al contrario que mis primosde las colinas, no me gusta meterme encualquier agujero que encuentro en elsuelo —dijo, mientras iniciaba eldescenso—. Muy bien, Kryll. Ya nocorremos peligro. Puedes apartarte de…

De improviso, el enano dejó de

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hablar, y Vereesa observó condetenimiento todo cuanto la rodeaba.

—¿Qué sucede?—¡Ése maldito engendro verde se ha

largado! —exclamó, y, acto seguido,bajó de las rocas a todo correr—. ¡Se haesfumado como un fantasma!

La forestal descendió lo más rápidoque pudo sin poner en peligro suintegridad física, y aunó esfuerzos conFalstad para peinar el área circundante.Estaban seguros de que tendrían quehaberlo visto huir en alguna dirección,pero no divisaron a Kryll por ningunaparte. Hasta el grifo parecíadesconcertado, como si él tampoco sehubiera dado cuenta de que aquella

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criatura delgaducha había huido.—No ha podido desaparecer sin

más, ¿verdad?—Ojalá supiera cómo lo ha hecho,

mi dama elfa. Nos la ha jugado bien.—¿Tú grifo no podría rastrearlo?—¿Por qué no dejamos que se vaya?

Estamos mejor sin él.—Porque…De repente, la tierra bajo sus pies se

reblandeció y resquebrajó. A la elfa sele hundieron las botas en el suelo encuestión de segundos.

La forestal pensó que había pisadobarro, y trató de liberarse de su pringosoabrazo. Sin embargo, solo logróhundirse más, con una celeridad

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alarmante. Tuvo la sensación de que laarrastraban hacia abajo.

—En nombre del Pico Nidal,¡¿Qué…?! —exclamó Falstad.

El enano también se habla hundidobastante, lo cual, en su caso, significabaque el barro le llegaba por las rodillas.Al igual que la forestal, intentó salir deahí, pero también fracasó.

Vereesa hizo ademán de agarrarse ala pared rocosa más cercana, con el finde tener un asidero. Por un momento,consiguió ralentizar su hundimiento.Entonces, algo extremadamente fuerte laagarró de los tobillos y tiró de ella contanta energía que tuvo que soltarse.

La elfa escuchó un graznido por

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encima de ellos. A diferencia de Vereesay el enano, el grifo había logrado salirvolando justo a tiempo y evitado que loarrastraran hacia el fondo del lodo.Revoloteaba alrededor de la cabeza deFalstad: al parecer, trataba de sacar deahí a su amo. Justo cuando el animalestaba descendiendo, unas columnas detierra emergieron del suelo súbitamente,con la intención de derribarlo, parahorror de Vereesa. La bestia consiguióesquivarlas por muy poco, y se vioobligada a ascender a tal altura que yano podía ayudar a ninguno de los dosguerreros.

Lo cual dejaba a la forestal sinninguna escapatoria.

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El lodo ya le llegaba por la cintura.El mero hecho de pensar que podíamorir enterrada viva espoleó a la elfa aredoblar sus esfuerzos. Falstad seencontraba en una situación aún másapurada: su final iba a ser másinmediato. Como el enano era de menorestatura, enseguida empezó a tenerproblemas para mantener la cabeza fueradel barro. Por mucho que lo intentaracon todas sus fuerzas, el jinete de grifosno podía hacer nada. Aunque se aferródenodadamente a la tierra reblandecida,sólo logró arrancar puñados de tierra.

Presa de la desesperación, laforestal extendió la mano y gritó:

—¡Falstad! ¡Cógeme de la mano!

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¡Vamos!El enano lo intentó. Ambos lo

intentaron. Sin embargo la distancia quelos separaba era insalvable. Vereesaobservó con horror cómo su compañeroera arrastrado a las entrañas de la tierra,a pesar de sus ímprobos esfuerzos porevitarlo.

—Mi… —fue todo lo que dijo antesde desaparecer.

La elfa, que estaba enterrada hasta elpecho en el lodazal, se quedópetrificada un momento, mirandofijamente el diminuto montículo de tierraque era la única señal que quedaba de supaso por el mundo. La tierra ni siquierase estremeció en ese punto. No emergió

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una mano desesperadamente, ni seprodujo ningún movimiento brusco pordebajo.

—Falstad… —murmuró.Algo tiró de sus tobillos con

renovadas fuerzas para arrastrarla aúnmás hacia abajo. Al igual que el enanohabía hecho antes, Vereesa trató deaferrarse a la tierra reblandecida que larodeaba, en la que dejó unos profundossurcos. En vano. Se hundió hasta loshombros. Desesperada, alzó la miradahacia el cielo. Aunque no vio rastro delgrifo, divisó otra figura, que le resultabamuy familiar, que asomó la cabeza poruna pequeña grieta que ella no habíavisto hasta entonces.

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Bajo la luz menguante pudodistinguir la sonrisa repleta de dientesde Kryll.

—Perdóneme, señora, pero el sertenebroso insiste en que nadie debeinterferir en sus planes, y me haencomendado la tarea de mataros. Unamisión que no está a la altura de mivasto intelecto y mis grandes talentos,pero qué se le va a hacer… Mi amo yseñor tiene unos dientes muy largos yunas garras muy afiladas. No podíanegarme a cumplir sus órdenes,¿verdad? —dijo, mientras su sonrisa seensanchaba—. Espero que loentiendas…

—Maldito seas…

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En ese momento la tierra se la tragóentera, llenó la boca de la elfa y, luego,sus pulmones ávidos de aire.

Perdió el conocimiento al instante.

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CAPÍTULOTRECE

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L a nave goblin flotaba entre lasnubes envuelta en un

sorprendente silencio mientras seaproximaba a su destino. Entretanto, enla proa, Rhonin no les quitaba la vistade encima a esas dos criaturas que lollevaban hacía su objetivo. Los goblinsse movían de acá para allá con granceleridad, ajustando y calibrando losdiversos aparatos que mantenían en elaire la nave y mascullando entre ellos.No alcanzaba a comprender cómo unaraza tan demente había logrado crearalgo tan prodigioso. No obstante,aquella nave parecía destinada aautodestruirse en cualquier momento, si

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bien los goblins se las arreglaban parasolventar todos los problemas que sepresentaban.

Alamuerte no se dirigió a Rhonin enningún momento tras ordenarle quesubiera a bordo de aquel artilugio.Como sabía que el dragón lo habríaobligado a subir quisiera o no, el magohabía obedecido muy a su pesar, eintentó no pensar en lo que pasaría siaquel cachivache sufría algún percancey se estrellaba contra el suelo.

Los goblins se llamaban Voyd yNullyn, y habían construido la nave ellosmismos. Eran unos grandes inventores,según ellos, que habían ofrecido susservicios al maravilloso Alamuerte.

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Aunque, claro, había que reconocer queesto último lo habían dicho con un levetoque de sarcasmo. De sarcasmo ymiedo.

—¿Adónde me lleváis? —habíapreguntado el mago.

Al oír esa cuestión, ambos pilotos lomiraron como sí pensaran que Rhoninhubiera perdido el juicio.

—¡A Grim Batol, por supuesto! —leespetó uno de ellos, que parecía tener eldoble de dientes que cualquier goblincon el que Rhonin había tenido ladesgracia de toparse hasta entonces—.¡A Grim Batol!

El mago ya sabía que lo llevabanahí, claro está; había formulado esa

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pregunta para que le indicaran dóndeexactamente pretendían dejarlo. ComoRhonin no confiaba en aquella pareja, nole habría extrañado nada que lo soltaranen medio de un campamento orco. Pordesgracia, antes de que Rhonin pudierapreguntar de nuevo, Voyd y sucompañero se vieron obligados aatender una emergencia; en este caso, setrataba de un chorro de vapor que salíadel tanque principal. La nave de losgoblins utilizaba petróleo y agua parafuncionar, y siempre había algúncomponente relacionado con uno de esosdos elementos que se estaba rompiendoen un momento crucial.

Lo cual había provocado que Rhonin

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no pegara ojo en toda la noche, por muymago que fuera.

Las nubes que atravesaban volandose habían tornado tan densas que almago le dio la impresión de que losenvolvía una niebla impenetrable. Si nohubiera sabido que volaban a granaltura, se podría haber imaginado queviajaban por mar abierto en lugar de porel firmamento. En verdad, ambos tiposde travesía tenían mucho en común; porejemplo, que compartían el riesgo deestrellarse contra las rocas. En más deuna ocasión, Rhonin había observadocómo unas montañas habían surgido derepente a ambos lados de la diminutanave, y cómo incluso algunas de ellas la

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habían rozado peligrosamente. En talesmomentos, mientras el mago sepreparaba para lo peor, los goblinshabían seguido haciendo ajustes enaquellos aparatos, y, de vez en cuando,hasta osaban echar una cabezada, sinmirar siquiera de reojo a esas rocas quelos rodeaban y amenazaban conprovocar un desastre.

A pesar de que hacía tiempo que erade día, como el cielo estaba muynublado, reinaba tanta oscuridad comoen los últimos instantes del crepúsculo.Daba la impresión de que Voyd se valíade una especie de brújula magnéticapara saber qué rumbo debía seguir;Rhonin tuvo ocasión de examinarla y se

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percató de que aquel invento tendía avirar sin previo aviso. Al final, el magoconcluyó que los goblins volabansiguiendo su instinto y confiando en lasuerte.

Al principio de aquel peculiar viaje,Rhonin había calculado mentalmentecuánto tardarían en llegar a su destino,pero, por alguna razón, a pesar de quetenía la sensación de que deberían haberllegado ya a la fortaleza, sus doscompañeros de viaje le aseguraron entodo momento que todavía les quedabamucho para llegar a su objetivo. Poco apoco, comenzó a sospechar que la navevolaba en círculos, bien por culpa deesa brújula defectuosa, o bien porque

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los goblins así lo querían.Por otro lado, por mucho que Rhonin

pretendiera centrar toda su atenciónúnica y exclusivamente en su misión, nopodía evitar que Vereesa irrumpiera ensus pensamientos. La conocía bastantebien como para saber que si estaba viva,estaría siguiendo su rastro. Lo cual loconsternaba y lo agradaba a la vez. Pero¿cómo iba a saber ella que lo habíanobligado a subir a una nave? La elfaperdería su rastro, y podría acabardeambulando sin rumbo por KhazModan, o, aún peor, tras dar porsupuesto, acertadamente, que el mago sedirigía a Grim Batol, podría haberdecidido adentrarse sola en aquel lugar

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infernal.Rhonin se aferró con fuerza a la

baranda.—No… —dijo entre dientes—.

No… Vereesa no sería capaz de haceralgo así… no puede…

En aquel momento, no sólo loatormentaban los espíritus de loshombres que perecieron en su anteriormisión, sino que el espectro de Duncanse había sumado a ellos. Molok tambiénse encontraba entre esos muertos; aquelbárbaro enano lo fulminó con unamirada de reproche. El mago se podíaimaginar perfectamente a Vereesa y aFalstad engrosando pronto sus filas,cómo lo miraban con las cuencas de sus

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ojos vacías exigiéndole saber por qué élhabía sobrevivido mientras que elloshabían sacrificado sus vidas.

Ésa era una pregunta que Rhonin sehacía muchas veces.

—¿Humano?El mago alzó la vista y se topó con

Nullyn, el goblin más rechoncho, que seencontraba a un brazo de distancia de él.

—¿Qué? —replicó Rhonin.—Ve preparándote para

desembarcar —le avisó el goblin conuna amplia sonrisa dibujada en la cara.

—¿Hemos llegado?Rhonin apartó sus sombríos

pensamientos y escudriñó la niebla.Sólo alcanzó a ver niebla por todas

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partes, incluso por debajo de la nave.—No veo nada —dijo el mago.Por detrás de Nullyn, Voyd, quien

también sonreía alegremente, se hizo conla escala que estaba atada en unaesquina de la embarcación y la lanzó porla borda. Acto seguido, el único ruidoque el mago escuchó fue el del golpeteode la escala contra el casco. No cabíaduda de que el extremo inferior de éstano había tocado fundo.

—Ya está. Éste es tu destino, deverdad de la buena, señor mago —anunció Voyd, a la vez que señalabahacia la baranda—. Compruébalo contus propios ojos.

Y eso fue lo que hizo Rhonin, aunque

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con suma cautela, pues no descartaba laposibilidad de que los goblins aunaranesfuerzos para lanzarlo por la borda,contraviniendo las órdenes deAlamuerte.

—Sigo sin ver nada —insistióRhonin.

Nullyn adoptó un gesto con el queparecía pedirle disculpas.

—Es por culpa de las nubes, señormago. Impiden que tus ojos humanospuedan ver lo que hay detrás. Nosotros,los goblins, poseemos una vista másaguda. Justo debajo de nosotros hay unsaliente muy, pero que muy seguro. Bajapor la escala, y nosotros nosocuparemos de que desciendas con sumo

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cuidado, ya verás.El mago titubeó. Si bien, en aquel

momento, lo que más deseaba en elmundo era librarse del zepelín y sutripulación, no estaba dispuesto acreerse lo que le decían los goblinsacerca de que había tierra firmeesperándole a sólo unos metros pordebajo de la nave…

Sin previo aviso, Rhonin estiró sumano izquierda y cogió a Nullyn porsorpresa. La mano del mago se cerrócon fuerza alrededor de la garganta delgoblin, a pesar de sus esfuerzos porsoltarlo.

Entonces, una voz que no era la suyapero que le resultaba tremendamente

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familiar, dijo entre siseos:—Os advertí que más os valía no

intentar ninguna artimaña, ni ningúnacto traicionero, gusanos.

—¡Pi-piedad, mi gran y glo-gloriosose-señor! —imploró Nullyn mientras seahogaba—. ¡Sólo estábamos jugando!¡Sólo estábamos ju…!

No logró decir más, porque Rhoninle apretó con más fuerza aún el gaznate.

El desamparado mago se obligó abajar la mirada en la medida que le fueposible, y pudo comprobar que la piedranegra que portaba en su medallónrefulgía tenuemente. Una vez más,Alamuerte la había utilizado paracontrolar a su «aliado» humano.

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—¿Un juego? —murmuró Rhonincon una voz que no era la suya—.Conque te gusta jugar, ¿eh? Pues, espera,que vamos a jugar a una cosa, gusano…

Sin apenas esfuerzo, el brazo delhumano se movió con vida propia,arrastrando a Nullyn, que se resistíacomo podía, hacía la baranda.

Voyd profirió un chillido y se fuecorriendo hacía el motor, Rhonin estabaseguro de que el leviatán negropretendía dejar caer a Nullyn al vacío,por eso intentaba resistirse al controlque aquél ejercía sobre él. El mago nole tenía ningún aprecio a ese goblin,pero tampoco quería que la sangre deesa criatura manchara sus manos, por

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más que fuera realmente el dragón el quelas controlase.

—¡Alamuerte! —gritó, y sesorprendió al darse cuenta de que habíarecuperado el control de sus labiosmomentáneamente—. ¡Alamuerte! ¡No lohagas!

¿Acaso habrías preferido servíctima de su patética estratagema,humano?, le espetó la voz del dragóntenebroso en su mente. La caída que teaguardaba habría sido de lo másdolorosa para alguien que como tú, nopuede volar.

—¡No soy tan necio! ¡No teníaninguna intención de desembarcar!¡Nunca me fiaría de la palabra de un

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goblin! ¡No tendrías que habertemolestado en salvarme si me crees tannecio!

Eso es cierto…—Además no estoy indefenso.

Cuento con mis poderes.Entonces, Rhonin alzó la otra mano,

que Alamuerte no había estimadooportuno controlar. Masculló unaspalabras y, seguidamente, encima de sudedo índice apareció una llama, queacercó al rostro de un Nullyn dominadopor el pánico.

—Hay otras formas de enseñarle aun goblin el significado de la lealtad y laconfianza —agregó el mago.

Nullyn abrió los ojos

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desmesuradamente, ya que apenas podíarespirar y era consciente de que nopodía escapar. No obstante, aquelladébil criatura trató de sacudir la cabeza.

—¡Se-seré bueno! ¡Sólo era una bur-burla! ¡Nunca quise hacerte da-daño!

—Entonces, me vas a dejar en elsitio correcto, en mi verdadero destino,¿no? En un lugar que tanto yo comoAlamuerte consideremos adecuado, ¿eh?

Nullyn sólo logró emitir un chillidoahogado.

—Puedo hacer que esta llama crezca—lo amenazó y, al instante, aquel fuegomágico duplicó su tamaño—. Hasta quequeme la parte inferior del casco de lanave, donde tal vez logre prender el

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petróleo, que es una sustanciainflamable…

—¡N-no te engañaré! ¡N-no teengañaré! ¡Lo prometo!

—¿Lo ves? —le dijo el mago decabello carmesí a su compañero deviaje invisible—. No hace falta que lotires por la borda. Además, tal vezquieras volver a contar con susservicios más adelante.

Súbitamente, la mano de Rhonin decuyo control se había adueñado elcoloso negro, soltó el cuello de Nullyn amodo de respuesta. Acto seguido, elgoblin cayó sobre la cubierta con ungolpe sordo y permaneció tumbadovarios segundos, intentando

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desesperadamente recobrar el aliento.Tú sabrás lo que haces, mago.El humano suspiró aliviado y, a

continuación, miró a Voyd, quien seguíaagazapado junto al motor, y le espetó:

—¿Y bien? ¿A qué esperas parallevarnos a la montaña?

Voyd obedeció de inmediato, y selanzó a mover palancas arriba y abajofrenéticamente y a calibrar diversosindicadores y aparatos raudo y veloz.Nullyn al fin se recuperó y pudo ayudara su compañero El vapuleado goblin novolvió a mirar al mago ni una sola vez.

Rhonin apagó la llama mágica y seacercó a la baranda para poderescudriñar qué le aguardaba allá abajo.

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Ahora, al menos, podía distinguir algunaque otra formación rocosa; con suerte,se trataría de los riscos de Grim Batol.Por lo que acababa de decir Alamuerte,daba por supuesto que el dragón queríaque lo dejaran en aquel pico,preferiblemente cerca de alguna cuevaque llevara a su interior. Estaba segurode que los goblins sabían muy bien loque quería el leviatán negro. Cualquierotro curso de acción que adoptasen aesas alturas significaría que no habíanaprendido que intentar traicionar a suamo o al mago era propio de necios.Rhonin rezó por que no fueran tanestúpidos. No creía que Alamuerte fueraa dejar a los goblins sin castigo la

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segunda vez.Se fueron acercando a un pico en

particular del que Rhonin tenía vagosrecuerdos, a pesar de no haber estadonunca antes en Grim Batol. Con sumaimpaciencia, se inclinó hacia delantepara poder verlo mejor. Sin duda,aquélla debía de ser la montaña queAlamuerte le había mostrado en lavisión que había conjurado en su mente.Al instante, buscó con la mirada algunaseñal que le indicara que ése erarealmente su destino: algún saliente ogrieta que reconociera o que le resultarafamiliar.

¡Sí, ahí estaba! Era la misma entradaestrecha a una cueva que había visto en

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su mareante viaje mental. Un hombreapenas podía permanecer erguido enella; pero para llegar hasta ahí, primerotendría que ascender varias decenas demetros por aquella aterradora paredrocosa. Aun así, era justo lo quenecesitaba. La impaciencia dominaba aRhonin, quien se sentía muy contento depoder librarse al fin de esos malévolosgoblins y su estrafalaria maquinavoladora.

La escala pendía por la borda, listapara ser utilizada. El mago esperopacientemente a que Voyd y Nullynmaniobraran para aproximar la navetodo lo posible al pico. Pese a lo quehabía pensado en un principio sobre el

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zepelín, Rhonin tenía que admitir que losgoblins lo manejaban ahora con unaprecisión admirable.

La escala impactó suavemente contrala pared rocosa que había a la izquierdade la cueva.

—¿Podéis mantener la nave quietaaquí? —le preguntó a voz en grito aNullyn.

La única contestación que recibiódel aterrado piloto fue un asentimientocon la cabeza, pero eso le bastó. Ya nose la volverían a jugar. Tal vez no lotemieran a él, pero no cabía ningunaduda de que a Alamuerte sí, a pesar deque éste estuviera muy lejos.

Rhonin respiró hondo y desembarcó.

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La escala se mecía peligrosamente, y enmás de una ocasión chocó contra laladera de la montaña. El mago ignoró eldolor que le causaban esos golpes y seapresuró a llegar al final de la escalacuanto antes.

Pese a que el estrecho saliente de lacueva se encontraba a escasa distanciapor debajo de él, y los goblins habíanposicionado el zepelín con la mayorprecisión, el viento soplaba con talintensidad en la cima que impedía queRhonin pudiera hollar la montaña sano ysalvo. Tres veces intentó poner un pie enla roca, y las tres veces el viento loarrastró lejos, de modo que sus piesquedaron colgando en el vació a

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decenas de metros del suelo.Y lo que era aún peor, las corrientes

de aire arreciaban cada vez con másfuerza, y la nave empezó a moversedescontroladamente, de forma que aveces se alejaba de su objetivo unoscentímetros cruciales. Entonces, escuchóa los goblins discutir a gritosfrenéticamente, pero el agobiado magono pudo distinguir sus palabras.

Tendría que arriesgarse a saltar, yaque, con esas condicionesmeteorológicas, lanzar un hechizo erademasiado arriesgado. No le quedabamás remedio que confiar en su destrezafísica, aunque habría preferido no tenerque hacerlo.

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La nave viró sin previo aviso, demodo que el mago se estrelló contra laroca. Profirió un grito ahogado y logrómantenerse sujeto a la escala a duraspenas. Sabía que si no saltaba cuantoantes, la próxima vez que impactaracontra la roca podría quedarconmocionado y perder así su asiderodefinitivamente.

El magullado mago inspiró aire confuerza y calculó la distancia que loseparaba del saliente. La escala sebalanceó adelante y atrás, amenazandocon estamparlo de nuevo contra lasrocas.

Rhonin aguardó hasta que estuvo lomás cerca posible del saliente… y se

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lanzó hacia la cueva.Aterrizó sobre el estrecho saliente

soltando un gruñido lastimero. Entonces,se resbaló de repente, y uno de sus piesacabó hollando el vado. Sin embargo, elmago logró lanzar todo su peso haciadelante, y de esa manera pudo afianzarseen el saliente.

En cuanto se sintió seguro, se tiró alsuelo, jadeando. Le costó unos segundosrecobrar el aliento, y, en cuanto loconsiguió, se dio la vuelta y se pusoboca arriba.

Mientras, en el cielo, parecía queVoyd y Nullyn se acababan de dar cuentade que al fin se habían librado de suincómodo pasajero. La nave fue

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alejándose poco a poco, con la escalabalanceándose por la borda.

Súbitamente una mano de Rhonin sealzó con vida propia, y su dedo índiceapuntó a la nave que huía de aquel lugar.

El mago abrió la boca para gritar:sabía qué iba a ocurrir.

—¡Nooo!Brotaron de sus labios las mismas

palabras que había pronunciado antespara crear la llama trémula que danzósobre su mano, pero esta vez laspronunció con una voz que no era lasuya.

Una llamarada mucho más grande eintensa de lo que jamás había logradoconjurar el horrorizado hechicero

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emergió de su dedo… directamentecontra la nave y los desprevenidosgoblins.

Las llamas envolvieron el zepelín. Y,al instante, Rhonin escuchó gritos.

La nave explotó en cuanto susreservas de petróleo prendieron.

Cuando dejaron de verse los últimosfragmentos, el brazo de Rhonin cayóinherte.

El mago inspiró todo el aire quepudo y exclamó:

—¡No deberías haber hecho eso!El viento impedirá que el ruido del

estallido se escuche, replicó el dragóncon una voz gélida. Los fragmentoscaerán a ese valle profundo que casi

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nadie frecuenta. Además, los orcosestán acostumbrados a ver a losgoblins volar por los aires cuandorealizan sus dementes experimentos. Notienes nada que temer… Nadie sabeque estás aquí, amigo mío.

Rhonin no estaba preocupado por subienestar precisamente, sino por lamuerte de los dos goblins. Una cosa eramorir en combate, y otra perecer porculpa de un castigo como el que eldragón negro había impuesto a sus dosdíscolos sirvientes.

Será mejor que entres en esa cueva,siguió diciendo Alamuerte. No teconviene permanecer aquí fuera.

Si bien el vano intento del leviatán

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por dar la impresión de que sepreocupaba por la integridad de su peónno convenció a Rhonin, éste obedeció.En aquel instante, lo que menos deseabaera que el viento, que cada vez soplabacon más intensidad, lo derribara delsaliente.

Para bien o para mal, gracias aldragón había logrado acercarse a suobjetivo final, que, ahora lo admitía,siempre había sospechado que nuncaalcanzaría por sí solo. En lo más hondode su ser, el mago siempre había creídoque no saldría con vida de aquellamisión, si bien esperaba morir despuésde haber expiado sus pecados. Ahoraquizá tuviera la oportunidad de lograrlo,

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e incluso tal vez de sobrevivir…En ese momento, un bramido

monstruoso arrancó a Rhonin de suspensamientos. Reconoció al instante esesonido. Se trataba de un dragón, porsupuesto, joven y en plenitud defacultades. Dragones y orcos aguardabanal solitario mago en las entrañas de lamontaña.

Lo cual le recordó que todavía podíamorir, tal como había supuesto en unprincipio…

Ese humano es muy fuerte. Muchomás de lo que había imaginado.

Así reflexionaba Alamuerte,

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ataviado una vez más con el disfraz deLord Prestor, sobre el peón que habíaescogido. Desde el principio, le habíaparecido que utilizar para sus propiosfines al mago que el Kirin Tor habíaencomendado esa misión imposible erala opción mejor y la más simple. De esemodo, haría de la necia decisión delKirin Tor la clave de su victoria. El talRhonin le serviría el triunfo en bandeja,de una manera que el mortal nosospechaba.

Aun así, el mago había ofrecido másresistencia de la que Alamuerteesperaba. Ese mortal poseía unavoluntad férrea. Por eso, eraconveniente que muriera en el transcurso

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de la misión, porque una voluntad tantenaz suele engendrar magos muypoderosos, como Medivh, el únicohumano al que el leviatán negro habíarespetado a lo largo de su dilatadaexistencia. A pesar de estar tan lococomo un goblin, por no hablar de queera tan impredecible como uno de esosbichos verdes, poseía un poderinconcebible. Ni siquiera Alamuerte sehubiera enfrentado a él de buen grado.

Pero Medivh estaba muerto, y elleviatán de ébano creía que seguía en elreino de los muertos pese a que corríanciertos rumores últimamente queindicaban lo contrario. Ningún otromago había llegado a rivalizar nunca ni

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por asomo con el poder de aqueldemente, y ninguno lo haría, siAlamuerte se salía con la suya.

Aunque Rhonin no lo obedecieraciegamente, tal como hacían losmonarcas de la Alianza, sabía que debíahacerlo porque era consciente de que eldragón observaba todos susmovimientos. La muerte de los dosinsulsos goblins le había servido delección. Tal vez esos dos desgraciadossólo querían insuflar un poco de miedoen el corazón de su pasajero, peroAlamuerte no podía consentir talesnecedades. Le había advertido a Kryllque debía escoger una pareja de goblinsque cumpliera su misión sin hacer

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tonterías. En cuanto el cabecilla de losgoblins concluyera sus tareas. Alamuertehablaría con él seriamente sobre suerror de elección. El dragón negro noaprobaba la decisión de su subalterno alrespecto.

«Sera mejor que no me falles,batracio inmundo», dijo entre siseos.«Si no, tus hermanos de la nave podránconsiderarse afortunados de no tener quecompartir tu destino…».

Lord Prestor apartó enseguida de suspensamientos a aquel goblin.

Tenía una reunión importante con elrey Terenas, para hablar sobre laprincesa Calia.

Alamuerte, quien iba vestido con el

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mejor traje que podía llevar un noble deaquellas tierras, admiró su estampa en elespejo de cuerpo entero que había en elpasillo principal de su mansión. Teníatodo el aspecto de un futuro rey. Si loshumanos hubieran poseído la másmínima pizca de dignidad y poder, eldragón habría tenido que plantearse laposibilidad de matarlos. Sin embargo, loque veía reflejado en el espejo era laencarnación de la perfección que losmortales jamás podrían alcanzar. Enrealidad, les haría un favor al acabarcon sus miserables vidas.

—Pronto —susurró, como si sehiciera una promesa a sí mismo—.Pronto.

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Fue en carruaje directamente apalacio, donde los guardias lo saludarony le franquearon la entrada de inmediato.Un sirviente lo recibió en el salónprincipal para disculparse por que el reyno estuviera presente para saludarlo enpersona. El dragón fingió que eldesplante no le ofendía, pues estabainmerso en su papel de joven noble quesólo buscaba que reinara la paz entre lasdiversas facciones de la Alianza, ysonrió cuando le pidió al humano que loguiara hasta el lugar donde Terenasdeseaba que lo esperara. No lesorprendió que el monarca no lo hubierarecibido en persona; suponía que debíade estar muy ocupado explicándole a su

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hija menor cuál era el futuro que habíaescogido para ella.

Ahora que había vencido claramentea todos aquellos que se oponían a suascenso al trono, y teniendo en cuentaque su coronación se iba a celebrardentro de unos días, Alamuerte habíadecidido rematar sus planes con unavuelta de tuerca genial y perfecta. Nopodía haber mejor manera de reforzar suposición de poder que casarse con lahija de uno de los reyes más poderososde la Alianza. En realidad, no todos losmonarcas tenían hijas en edad demerecer. De hecho, en aquel momento,sólo Terenas y Daelin Valiente teníanhijas solteras que no fueran unas niñas.

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Jaina Valiente era demasiado joven, y,por lo que el dragón había investigado,posiblemente resultaría ya demasiadodifícil de controlar, motivo por el cualla había descartado. Sí, la hija deTerenas sería perfecta.

A Calia todavía le quedaban dosaños para tener edad de casarse, perodos años no eran nada en la escala detiempo de aquel dragón inmortal. Paraentonces, no solo los otros miembros desu raza estarían bajo su yugo o muertos,sino que Alamuerte ocuparía un puestopolítico que le permitiría socavar loscimientos de la Alianza. Lo que losbárbaros orcos no habían logrado consus ataques externos, él lo iba a

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conseguir desde dentro.En ese instante, el sirviente abrió la

puerta.—Espere dentro, mi señor. Su

majestad lo recibirá en breve.—Gracias.Alamuerte estaba tan abstraído que

no se percató de la presencia de otrasdos personas en aquella estancia hastaque la puerta se cerró tras él.

De inmediato, las dos siluetasencapuchadas envueltas en capasinclinaron sus cabezas rodeadas desombras en señal de respeto.

—Saludos, Lord Prestor —dijo convoz grave la figura barbuda.

Alamuerte tuvo que reprimir el

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rictus de contrariedad que se estabadibujando en su semblante. Esperabaque, en algún momento, habría deenfrentarse al Kirin Tor, pero no quedicho enfrentamiento se produjera en elpalacio de Terenas. La animosidad queel dragón había despertado, gracias asus poderes mágicos, en los soberanosde la Alianza contra los magos deDalaran debería haber impedido que losmiembros del Kirin Tor osaran visitar auno de estos reyes.

—Saludos, mi señor, mi señora.Entonces la maga, una anciana de

una edad demasiado avanzada eimpropia de su raza, habló:

—Nos hubiera gustado haber tenido

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la oportunidad de encontrarnos contigomucho antes, mi señor. Tu reputacióncomo gran adalid de la Alianza se haextendido por todos los reinos de laAlianza, sobre todo por Dalaran.

Aquellos magos utilizaban supoderosa magia para ocultar en granparte sus rostros; no obstante, Alamuertepodría haber rasgado los velos mágicoscon suma facilidad, pero prefirió nohacerlo. Conocía a esos dos magos,aunque no por su nombre. El aura delbarbudo le resultaba muy familiar, comosi el dragón y aquél humano hubieranestado en contacto recientemente. Elfalso noble sospechaba que era elresponsable de, al menos, uno de los dos

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principales intentos de quebrantar loshechizos de protección que habíalevantado alrededor de su mansión.Dada la ponencia de aquellossortilegios, a Alamuerte le sorprendióque ese hombre siguiera vivo, y muchomás que se atreviera a plantarle cara.

—La reputación del Kirin Tortambién es conocida por todos —replicóLord Prestor.

—Sí, nuestra reputación nosprecede, aunque últimamente pareceplanear sobre ella la sombra de la duda—subrayó la maga.

Con este comentario, estabainsinuando que sabía que era él quienhabía sembrado las dudas sobre la

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lealtad del Kirin Tor entre los miembrosde la Alianza. Sin embargo, Alamuerteno lo consideró una amenaza Sabía queesos magos sospechaban de él y seimaginaban que era un brujo enemigobastante poderoso, pero no tanto comorealmente era.

—Esperaba encontrarme con sumajestad a solas —comentó Prestor,derivando la conversación hacia elterreno que más le interesaba—. ¿AcasoDalaran tiene algún asunto que tratar conLordaeron?

—A Dalaran le gusta estar al tantode las decisiones y situaciones queafectan gravemente a todos los reinos dela Alianza —repuso la mujer—. Algo

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que últimamente ha resultado bastantedifícil, porque no hemos sido invitadosa ciertas cumbres muy importantes.

Alamuerte se aproximó con calma almueble donde Terenas guardaba algunasde sus mejores botellas para disfrute delas visitas. El vino de Lordaeron erapara el dragón lo único que merecía lapena de aquel reino. Acto seguido, sesirvió un poco de vino en una copaornamentada con piedras preciosas.

—Sí, hablé con su majestad alrespecto, y le insistí en que os pidieraque os sumarais a las deliberacionessobre el destino de Alterac, pero élpersistió en que no debíais participar enellas.

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—Aunque no estuvimos presentes enesas deliberaciones, conocemos elresultado —dijo el mago barbudoresoplando—. Debernos felicitarte,Lord Prestor.

Si bien aquellos magos no habíanmencionado sus nombres en ningúnmomento, el joven noble tampoco habíamencionado el suyo. No cabía duda deque lo vigilaban de cerca, o tan de cercacomo Alamuerte les permitía.

—He de reconocer que para mí hasido toda una sorpresa. Mi única metaera evitar que la Alianza se hicieraañicos tras el desgraciado incidente queprotagonizó Lord Perenolde.

—Sí, fue algo terrible. Jamás

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habríamos podido imaginar que esecaballero fuera capaz de hacer algo así.Lo conocí cuando era más joven. Apesar de ser un tanto tímido, no mepareció que fuera un traidor.

Entonces, la anciana maga alzó lavoz de improviso.

—Tu antiguo hogar estaba en unlugar no muy distante de Alterac,¿verdad Lord Prestor?

Por primera vez, Alamuerte sintió lachispa de la furia prendiendo en su fuerointerno. Aquel juego había dejado dehacerle gracia. ¿Acaso esa mujerconocía la verdad?

Antes de que el joven noble pudieraresponder, la puerta suntuosamente

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ornamentada, situada en el extremoopuesto a la entrada de la estancia, seabrió y el rey Terenas, quien parecíamuy malhumorado, irrumpió en la sala.Lo seguía un niño, casi un bebé, rubio deaspecto angelical: sin duda, intentaballamar la atención de su padre. Sólo hizofalta que el monarca echara un vistazo ala pareja de magos envueltos en sombraspara que frunciera aún más el ceño.

De inmediato, se volvió hacia elniño.

—Ve corriendo con tu hermana,Arthas, e intenta calmarla. Te prometoque me reuniré contigo en cuanto pueda.

Arthas asintió y, tras mirar concuriosidad a esas personas que habían

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venido a hablar con su padre, se dirigióhacia la puerta.

Terenas la cerró en cuanto su hijo laatravesó, y, al instante, se giró hacia losmagos.

—Creí que le había dicho a mimayordomo que debía informaros de quehoy no tengo tiempo para atenderos. SiDalaran tiene alguna queja o protestasobre cómo estoy gestionando losasuntos de la Alianza, podéis enviar unescrito formal a través de nuestroembajador en vuestro reino. Y ahora,marchaos, y que tengáis un buen día.

La pareja de magos no se inmutóante aquellas palabras. Alamuerte tuvoque contener una sonrisa triunfal que

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luchaba por dibujarse en sus labios. Lainfluencia que el dragón ejercía sobre elrey seguía siendo muy fuerte, a pesar deque había estado distraído con otrosasuntos, como podía ser Rhonin.

A la vez que pensaba en su peón másreciente, Alamuerte albergaba laesperanza de que los magos se tomaranmuy en serio la invitación a marcharse ylo hicieran de inmediato. Cuanto antesse fueran, antes podría volver acentrarse en el joven hechicero que seencontraba en Grim Batol.

—Nos vamos, majestad —dijo conuna voz profunda y potente el hechicerobarbudo—. Pero se nos ha encomendadola misión de indicarte que el consejo

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espera que recuperes el buen juicio enbreve. Y que tengas en cuenta queDalaran siempre ha sido un aliadosumamente leal.

—Sólo cuando le interesa.Los magos decidieron ignorar la

dura réplica del monarca. Entonces, laanciana se volvió hacia Alamuerte paradecirle:

—Lord Prestor, ha sido un honorpoder vernos al fin cara a cara. Confíoen que no sea la última vez que nosencontremos.

—Ya veremos.La mujer no hizo ademán de darle la

mano y el joven noble tampoco la animóa ello. En otras palabras, le acababan de

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advertir que iban a continuarvigilándolo. Indudablemente, el KirinTor creía que así actuaría con máscautela y se sentiría inseguro; sinembargo, el dragón negro considerabaaquellas amenazas algo risible. Por él,podían perder todo el tiempo quequisieran escudriñando esferas deadivinación o intentando convencer a lossoberanos de Lordaeron de que debíanentrar en razón. Por mucho que seesforzaran, sólo conseguirían que elresto de los humanos los odiara cadavez más, lo cual le venía como anillo aldedo para sus planes.

Los magos hicieron una reverencia yabandonaron la cámara, por respeto al

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rey, decidieron que no debíandesvanecerse sin más, como bien podíanhaber hecho. Seguramente, esperarían ahallarse en su embajada en Lordaeron,lejos de miradas curiosas y recelosas.El Kirin Tor cuidaba mucho lasapariencias y siempre procurabacumplir a rajatabla las normas delprotocolo y la diplomacia.

Aunque eso no supusiera ningunadiferencia a largo plazo.

En cuanto los magos se marcharon,el rey Terenas se disculpó.

—Te presento mis más sincerasdisculpas por la desagradable escenaque has tenido que presenciar, Prestor.¡Qué valor tienen! Irrumpen en este

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palacio como si perteneciera a Dalarany no a Lordaeron. Esta vez han idodemasiado lejos…

Se detuvo antes de completar lafrase en cuanto Alamuerte alzó una manohacia él. Tras observar con detenimientolas dos puertas para cerciorarse de quenadie fuera a entrar de repente y seencontrara al rey hechizado, el falsonoble se acercó a una ventana desde laque podían contemplarse los jardines depalacio y el resto del reino en segundoplano. Alamuerte esperó pacientemente,mientras vigilaba las puertas por las quepasaban todos los visitantes queentraban y salían de la residencia realde Terenas.

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Entonces, ambos magos aparecieronen su campo visual. Ladeaban la cabezahacia su interlocutor, como si estuvieraninmersos en una conversaciónacalorada.

El dragón acarició el fino cristal dela ventana con el dedo índice y trazó unpar de círculos que brillaron con uncolor rojo muy intenso. Acto seguido,musitó una sola palabra.

El cristal contenido dentro de uno delos círculos mutó, se arrugó y adoptó laburda forma de una boca.

—¡… nada de nada! ¡Es una tablarasa, Modera! ¡No he podido percibirnada en él!

A continuación, el otro círculo se

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transformó en una boca un tanto másdelicada.

—Tal vez aún no te has recuperadodel todo, Drenden. Al fin y al cabo, elataque que sufriste…

—Ya estoy recuperado. Se necesitamucho más para matarme. Además, séque tú también lo has sondeado. ¿Haslogrado percibir algo?

La boca femenina del cristal frunciólos labios.

—No, lo cual quiere decir que esmuy, pero que muy poderoso… Con todaprobabilidad, es casi tan poderoso comoMedivh.

—Debe de valerse de algún talismánmuy potente. Nadie es tan poderoso, ni

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siquiera Krasus.Modera cambió el tono de voz.—¿Acaso conocemos el alcance de

los poderes de Krasus? Es más viejoque todos nosotros y probablemente esosignifique algo.

—Sí, que es cauto, pero es el mejorde todos nosotros, aunque no sea el jefedel consejo.

—Porque él ha decidido no serlo. Sele ha ofrecido varias veces ese puesto.

Alamuerte se inclinó hacia delante;la curiosidad que la pareja de magoshabía despertado en él iba en aumento.

—Pero ¿qué está haciendo? ¿Por quémantiene sus planes en secreto?

—Por lo visto, quiere indagar en el

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pasado de Prestor, pero creo que tramaalgo más. Con Krasus siempre hay másde lo que parece a simple vista.

—Bueno, espero que descubra algopronto, porque esta situación es… ¿Quéte ocurre?

—Siento un cosquilleo en el cuello.Me pregunto si…

El dragón pasó la mano rápidamentepor encima de ambas bocas, y el cristalse alisó al instante, de modo que noquedó rastro del hechizo. Acto seguido,se apartó de la ventana.

Pese a que la maga había intuido suhechizo, sería incapaz de rastrear suorigen y dar con el hechicero que loconjuró. Alamuerte no temía a aquellos

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humanos, por muy duchos en la magiaque fueran, pero tampoco queríaenfrentarse abiertamente con ellos enese momento. En el tablero de juegohabía aparecido una nueva pieza que,por primera vez, había preocupadoligeramente al dragón.

Se volvió hacia Terenas. El reyseguía donde Alamuerte lo había dejado,con la boca abierta y la mano estirada.

Entonces el dragón chasqueó losdedos.

—¡…y no pienso tolerarlo! Tengo enmente romper toda relación diplomáticacon ellos de inmediato. ¿Quién manda enLordaeron? Nosotros, y no el Kirin Tor,que es lo que parecen pensar esos

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desgraciados.—Sí, probablemente sea una sabia

decisión, majestad, pero tal vez seamejor que lo dejes correr. Permítelesque protesten cuanto quieran, y luego yairás cerrándoles las puertas. Estoyseguro de que los demás reinos actuaránde la misma manera.

Terenas esbozó una sonrisa fatigada.—Eres un joven muy paciente.

Prestor. Yo me he limitado a despotricarmientras tú soportabas estoico midiatriba, cuando se supone quetendríamos que hablar sobre tu futuromatrimonio. Si bien es cierto que aúnquedan dos años para que se celebre,estos esponsales requerirán muchos y

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largos preparativos. Las cosas depalacio van despacio —dijo,encogiéndose de hombros.

Tras escuchar estas palabras.Alamuerte hizo una ligera reverencia.

—Lo entiendo perfectamente,majestad.

El rey de Lordaeron le habló sobrelas diversas funciones que su futuroyerno debería desempeñar en lospróximos meses. Además de asumir elcargo de rey de Alterac, el joven Prestortendría que estar presente en todos ycada uno de los eventos para que elpueblo y el resto de los monarcas fueranaceptando la relación entre él y Caliacomo algo normal. El mundo tenía que

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ver que aquel emparejamiento era elprimer paso hacia un futuro más gloriosopara la Alianza.

—Y en cuanto les arrebatemos KhazModan y Grim Batol a esos orcosinfernales, podremos comenzar adiseñar un plan para que esas tierras lessean devueltas a los enanos de lascolinas, e incluso tal vez podamosentregárselas simbólicamente en unaceremonia. Una ceremonia que tupresidirás, querido muchacho, ya quegracias a ti, sin duda, la Alianza se hamantenido unida el tiempo necesariopara obtener la victoria definitiva…

Alamuerte cada vez prestaba menosatención a los balbuceos de Terenas. Ya

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sabía qué iba a decir aquel anciano,puesto que él había introducido esasideas con anterioridad en la mente delhumano. Lord Prestor, el (presunto)héroe, iría recogiendo los frutos de susesfuerzos y, poco a poco,metódicamente, iniciaría el proceso dedestrucción de las razas más jóvenes.

Sin embargo, lo que más leinteresaba al dragón en aquel momentoera la conversación entre los dos magosque acababa de escuchar, sobre todoporque habían mencionado a unmiembro del Kirin Tor llamado Krasus,que había despertado la curiosidad deAlamuerte. Sabía que se habíanrealizado varios intentos para burlar los

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hechizos que rodeaban su mansión; y queuno de esos intentos había provocado laactivación de una trampa llamada «elhambre sin fin», una de las trampasmágicas más antiguas y más efectivasjamás concebidas por un experto en lamagia. El dragón también sabía que «elhambre» había fracasado y no hablalogrado su objetivo.

Krasus… Quizá ése fuera el nombredel mago que había conseguido eludir unhechizo tan vetusto como el propioAlamuerte.

Tengo que averiguar más cosassobre ti, pensó el dragón mientrasasentía sin prestar atención a losbalbuceos incesantes de Terenas. Sí,

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tengo que averiguar más cosas sobreti…

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CAPÍTULOCATORCE

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K rasus dormía profundamente,más de lo que había dormido

nunca, incluso cuando era una cría.Viajaba entre el sueño normal y algomás, por ese paisaje onírico eterno delque ni siguiera el mayor de losconquistadores habría podidodespertarse jamás. Dormía a sabiendasde que cada hora que transcurría loacercaba más a ese sueño eterno, a esedulce olvido.

Y mientras dormía, el mago dragónsoñaba.

Las primeras visiones que tuvo eranmuy difusas, imágenes surgidas delsubconsciente del soñador. Sin embargo,

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pronto desfilaron ante él unas escenasoníricas mucho más precisas y sombrías.Unas figuras aladas, algunas de lascuales eran dragones, revoloteaban a sualrededor presas del pánico. Un hombrevestido de negro y de aspectoamenazador se burlaba de él enlontananza. Un niño corría por unacolina sinuosa que el sol iluminaba consuma intensidad; un niño que,repentinamente, se transformaba en unser malévolo, en un aborrecible no-muerto.

A pesar de estar sumido en las simasmás insondables del sueño, el mago seagitó inquieto por los posiblessignificados ocultos que podían tener

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aquellos sueños. Al mismo tiempo, fueadentrándose aún más en ese reinodominado por una oscuridad absolutaque lo asfixiaba y reconfortaba a la vez.

Desde ese reino, alguien se dirigióal desesperado mago dragón con un tonode voz dulce pero también imperioso.

Sacrificarías cualquier cosa porella, ¿verdad Korialstrasz?

De inmediato, Krasus movió loslabios en su santuario para vocalizar larespuesta que iba a dar en su mente.

Daría mi vida si fuese necesariocon tal de liberarla…

Pobre Korialstrasz, eres tan fiel…De improviso, se materializó en la

oscuridad una silueta que fluctuaba cada

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vez que el mago dormido respiraba. Ensueños. Krasus intentó acercarse a esafigura, pero ésta se desvaneció cuandoestaba a punto de alcanzarla.

En su mente, aquella silueta habíaadoptado la forma de Alexstrasza.

Te sumes en el sueño eterno a unavelocidad cada vez mayor, mi valientedragón. ¿Hay algo que quieras pedirmeantes de que eso suceda?

Los labios del mago se movieronuna vez más.

Sólo quiero pedirte que la ayudes…¿No vas a pedirme que haga algo

por ti, como, por ejemplo, que tedevuelva la vida que se te escapa?Aquellos que tienen la audacia de

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ingerir un veneno que los lleva a laspuertas de la muerte deberían serrecompensados con un cáliz lleno de lamejor cosecha de los viñedos de laParca…

Krasus tenía la sensación de que laoscuridad tiraba de él. Cada vez lecostaba más respirar, e incluso pensar.Cada vez le tentaba más rendirse yaceptar el acogedor manto del olvido.

Aun así, tras un tremendo esfuerzo,logró responder.

Ayúdala. Es lo único que te pido.De repente, sintió que algo lo

arrastraba hacia arriba, hacia un lugarrepleto de luz y color, donde pudovolver a respirar y pensar.

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Lo asaltaban unas imágenes que nopertenecían a sus sueños, sino a lossueños de otros. Vio ante sí los deseos yanhelos de los humanos, los enanos, loselfos, e incluso de los orcos y losgoblins. Sufrió con sus pesadillas y sesolazó con sus dulces sueños. Sesucedían innumerables imágenes, y encuanto una de ellas se desvanecía, aKrasus le resultaba imposiblerecordarla, al igual que le resultaba muydifícil recordar sus sueños.

Entonces, en medio de aquel paisajecambiante, se materializó otra visión.Mientras que todo cuanto lo rodeabafluía como la niebla, esta visión enconcreto mantuvo una forma más o

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menos determinada que creció hastasuperar con creces el tamaño deldiminuto mago.

Una elegante dragona, que era mitadmateria, mitad imaginación, desplegósus alas como sí se estuvieradesperezando tras un largo sueño. Por sutorso se extendían diversas manchas deun verde apagado, como el que puedeverse en un bosque justo antes de quecaiga la noche. Krasus alzó la vista,dispuesto a cruzar su mirada con la deaquella dragona, y se percató de quetenía los ojos cerrados como siestuviera durmiendo. Sin embargo, noalbergaba ninguna duda de que laSeñora de los sueños era capaz de

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percibir su presencia.No voy a exigirte tal sacrificio,

Korialstrasz, ya que siempre has sidoun soñador que ha despertado micuriosidad…

En ese instante, las comisuras de loslabios de la dragona se curvaronligeramente.

Eres un soñador de lo másintrigante…

Krasus intentó apoyar los pies entierra firme, o en algún tipo desuperficie sólida, pero el suelo bajo suspies seguía siendo muy maleable; seasemejaba, prácticamente, a un líquido.Se vio obligado a flotar, lo cual le hacíasentir muy incómodo.

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Gracias, Ysera…Siempre has sido tan educado, tan

diplomático, incluso con mis consortes,quienes, en mi nombre, han rechazadotus peticiones y deseos en más de unaocasión, dijo la dragona.

Actuaron así porque nocomprendían del todo la situación,replicó el mago.

Quieres decir que yo no comprendídel todo la situación.

Ysera retrocedió flotandosuavemente, y su cuello y sus alas seondularon como si se estuvieranreflejando en un estanque al que alguienhubiera arrojado una piedra. Si bien ladragona mantuvo los párpados cerrados

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en todo momento, su enorme semblantese centró, claramente, en aquel intrusoque se había adentrado en su reino.

Liberar a tu amada Alexstrasza noes una tarea sencilla, y no estoy segurade que compense el alto precio quehabría que pagar por ello: ¿No esmejor dejar que el mundo siga sucurso, y se haga su voluntad? Si laProtectora debe recuperar la libertad,¿acaso no sucederá porque tenga quesuceder?

Su apatía —en realidad, la apatía dela que habían hecho gala los tresAspectos que había visitado— prendióla llama de la ira en la mente del magodragón.

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Entonces, el destino del mundo essometerse a la voluntad de Alamuerte.No dudes ni por un instante que esoserá lo que ocurrirá si todos vosotrosseguís sin hacer nada salvo dejar pasarel tiempo y soñar.

Ysera plegó sus alas.¡No menciones al innombrable!Pero Krasus siguió insistiendo.¿Por qué no, Dama de los sueños?

¿Acaso el innombrable te provocapesadillas?

Pese a que permanecía con los ojoscerrados, sin duda en ellos brillaba eldestello de alguna emoción espantosa.

No volveré a… a sumirme en lossueños de ese ser. Probablemente es

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más terrible en sueños que despierto.El atribulado mago no fingió que

había entendido las últimas palabras. Loúnico que le preocupaba era el hecho deque ninguno de esos grandes poderesparecía capaz de reunir las ganas o elvalor necesario para plantarle cara aldragón tenebroso. Si bien era cierto quegracias al Alma demoníaca ya no eran loque habían sido en su día, seguíansiendo los portadores de un poderextraordinario. Aun así, los tresparecían creer que la era del dragónhabía quedado atrás, y aunque fuerancapaces de alterar el futuro, no lesmerecía la pena hacer ese esfuerzo quelos obligaría a abandonar el letargo en

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que se habían sumido voluntariamente.Sé que tanto tú como tus homólogos

todavía camináis entre las razas másjóvenes, Ysera. Sé que aún tenéis ciertainfluencia sobre los sueños de loshumanos, los elfos y…

Hasta cierto punto, Korialstrasz.Incluso mi dominio tiene sus límites.

Pero, entonces, no has abandonadodel todo el mundo, ¿verdad? Adiferencia de Malygos y Nozdormu, note escudas tras la locura ni tras lasreliquias de tiempos pasados. Al fin yal cabo, ¿no pertenecen los sueñostambién al futuro? Tanto como alpasado; ¡más vale que no lo olvides!

En ese momento, la tenue imagen de

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una humana sosteniendo en el aire a unbebé recién nacido flotó junto a él.Atisbó también fugazmente a un jovenbatallando con unos monstruos infantilesque sólo estaban en su imaginación.Krasus se detuvo a observarmomentáneamente los diversos sueñosque se materializaban y se disipaban asu alrededor. Había tantas pesadillastenebrosas como sueños luminosos, peroasí había sido siempre. Existía unequilibrio.

Sin embargo, en su mente, eseequilibrio se veía roto porque su reinaseguía cautiva y porque Alamuerteestaba dispuesto a arrebatarles eldominio del mundo a las razas más

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jóvenes. Si ambos desequilibrios no secorregían, ya no habría más sueños, nimás esperanzas.

Proseguiré mi camino con o sin tuayuda, Ysera. Debo hacerlo.

Te animo fervientemente a queobres así, replicó la dragona onírica,cuya forma titiló.

Krasus le dio la espalda a Ysera eignoró las imágenes intangibles quedispersaba a su paso.

Entonces, envíame de vuelta a misantuario o lánzame al abismo. ¡Tal vezsea mejor no estar vivo para no tenerque presenciar el destino del mundo yde mi reina!

Esperaba que Ysera lo enviara de

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vuelta a los brazos del olvido, para queno pudiera seguir insistiendo sobre eltema de su Alexstrasza ni a ella ni aningún otro Aspecto. Sin embargo, elmago dragón sintió un ligero toquecitoen el hombro, que alguien parecía darlecon cierta indecisión.

Krasus se giró y se encontró frente auna mujer esbelta y pálida, bella peroetérea. Iba ataviada con un vestidosuelto y holgado hecho de un materialdelicado de color verde pálido, y unvelo le tapaba parcialmente la parteinferior del rostro. En ciertos aspectos,le recordaba a su reina.

Aquella mujer tenía los ojoscerrados.

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Pobre Korialstrasz, nunca das tubrazo a torcer, dijo sin mover loslabios, aunque Krasus sabía que ésa erasu voz. La voz de Ysera. Acto seguido,una expresión meditabunda dominó susemblante, y añadió: Harías cualquiercosa por ella.

El mago no entendía por qué semolestaba en repetir lo que ambos yasabían. Krasus volvió a dar la espalda ala Dama de los sueños, en busca dealgún sendero por el que pudieraescapar de aquel mundo irreal.

No te vayas aún, Korialstrasz.¿Por qué no debo irme?, preguntó el

mago dragón, a la vez que se girabapara…

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…encararse con una Ysera que lomiraba fijamente con los ojos bienabiertos. Krasus quedó petrificado,incapaz de apartar sus ojos de aquellamirada. Eran todos ojos de todos losseres que había conocido y amado a lolargo de su vida. Esos ojos lo conocíanmuy bien, conocían hasta el últimorincón de su ser. Eran de color azul,verde, rojo, negro, dorado… de todoslos colores posibles.

Eran también sus ojos.Tendré muy en cuenta todo cuanto

me has dicho.Krasus no se lo podía creer.¿Vas a…?Ysera alzó una mano para pedirle

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que se callara.Por ahora, voy a meditar sobre

ello. Ni más, ni menos.¿Y si al final te das cuenta de que

estás de acuerdo conmigo?, inquirió elmago.

Entonces procuraré convencer aMalygos y Nozdormu de que estás en locierto y que debemos prestarte nuestraayuda para culminar tu misión, pero nopuedo prometerte nada; ellos decidiránpor si mismos.

Krasus se dio por satisfecho; sehabía presentado en aquél reinoalbergando muy pocas esperanzas yhabía logrado mucho más de lo queimaginaba. Quizá, al final, no serviría de

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nada tanto esfuerzo, pero, al menos, ledaba ánimos para proseguir su misión.

Gra-gracias.Aún no he hecho nada por ti, salvo,

tal vez, mantener vivos tus sueños,replicó Ysera, quien esbozo fugazmenteuna sonrisa triste.

El mago se disponía a darle lasgracias de nuevo, pues quería quesupiera que con eso bastaba parainsuflarle los ánimos que necesitabapara proseguir su misión, cuando Yserase alejó flotando repentinamente. Pese aque Krasus intentó alcanzarla, losseparaba una distancia insanable,además, en cuanto intentaba dar un pasohacia delante, ella se alejaba con más

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celeridad.Entonces, se dio cuenta de que quien

se había movido no era la Señora delSueño sino él.

Duerme bien, pobre Korialstrasz, leoyó decir a Ysera, cuya esbelta y pálidafigura titiló y, por último, se desvaneció.Duerme bien, porque en la batalla vasa necesitar todas tus fuerzas, y tal vezeso no sea suficiente…

El mago dragón trató de hablar, perola voz que había empleado en el sueñose negó a pronunciar sus palabras. Unatremenda oscuridad descendió sobre él;la reconfortante oscuridad queacompaña al sueño.

Y no subestimes a aquellos que

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consideras unos meros peones…

La fortaleza montañosa de los orcosresultó ser no sólo mucho más inmensade lo que Rhonin había supuesto, sinomás caótica. Los túneles que esperabaque lo llevaran hasta su meta parecíandesviarse súbitamente de la trayectoriamás lógica; además, a menudo se veíaobligado a ascender en vez dedescender. Algunos terminabanabruptamente, sin ninguna razón que lojustificase. Uno de estos últimos, enconcreto, lo obligó a retroceder durantemás de una hora, lo cual no sólo supusouna gran pérdida de tiempo, sino que

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acabó por agotar sus ya escasas fuerzas.Tampoco ayudaba a mejorar sus

perspectivas que Alamuerte no hubierahablado con él ni una sola vez en todoese tiempo. Aunque Rhonin no confiabaen el dragón negro, al menos sabía queeste lo guiaría hasta la colosal cautiva.El mago se preguntaba qué estabadistrayendo tanto al dragón de lastinieblas.

En un momento dado, en un corredora oscuras, el fatigado hechicero decidiósentarse a reponer fuerzas.Afortunadamente, todavía llevabaencima el pequeño pellejo con agua quele habían dado los desventuradosgoblins de la nave. Tras dar un largo

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trago, se recostó, convencido de que lebastaría con relajarse unos minutos paradespejarse mentalmente y recuperarsefísicamente, de modo que podríaproseguir su travesía por aquellospasadizos con ánimos renovados.

¿De verdad creía que iba a ser capazde liberar a la reina de los dragones?Cada vez albergaba más dudas, ya que, amedida que pasaba el tiempo, le costabamás avanzar por las entrañas de lamontaña. ¿Acaso había llegado hasta allísólo para suicidarse de una maneraextravagante y grandiosa? Eso eraabsurdo; su muerte no les iba a devolverla vida a los que habían perecido en suanterior misión, además, aquellas

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personas lo habían acompañadovoluntariamente, por tanto eran tambiénresponsables del destino que habíansufrido.

¿Cómo se le había ocurrido siquierasoñar con llevar a buen puerto unamisión tan demencial? Entonces. Rhoninechó la vista atrás y recordó el momentoen que había surgido esa idea. Comotenía prohibido participar en lasactividades del Kirin Tor tras la debacleacaecida en su última misión, el jovenmago se había pasado los días absortoen sus pensamientos, sin ver a nadie ycomiendo frugalmente. Asimismo, envirtud del castigo que le habíanimpuesto, no se le permitía a nadie que

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fuera a verlo, por eso fue toda unasorpresa que Krasus se materializaraante él para ofrecerle su apoyo a la horade volver a formar parte de las filas delKirin Tor.

Rhonin siempre había pensado queno necesitaba ayuda de nadie, peroKrasus lo convenció de que estabaequivocado. El mago maestro analizócon tanto detalle y lucidez la difícilsituación en que se encontraba su jovenhomologo que éste acabó pidiéndole suayuda abiertamente. En determinadomomento de la conversación surgió eltema, los dragones, y de ahí enlazaroncon Alexstrasza, la colosal dragonacarmesí que los orcos mantenían

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cautiva, a la que obligaban a engendrarpequeñas bestias que luego luchabanpara defender la gloria de la Horda. Sibien el grueso de la horda había sidoaniquilado, mientras la dragona siguieraprisionera de los orcos de Khaz Modan,éstos seguirían provocando el caos en laAlianza y asesinando a infinidad deinocentes.

En el transcurso de aquella charla, aRhonin se le ocurrió la idea de liberar ala dragona; una idea tan genial queestaba convencido de que sólo se lepodría haber ocurrido a él. En aquelmomento, le pareció todo tan lógico…Así se redimiría o moriría intentandollevar a cabo una misión de la que sus

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hermanos magos hablarían por los siglosde los siglos.

Krasus se había sentido realmenteimpresionado. De hecho, Rhonin seacordó en ese instante de que el ancianomago había pasado mucho tiempo conél, puliendo los detalles del plan yanimando al taumaturgo pelirrojo apasar a la acción. Ahora Rhoninreconocía que quizá habría abandonadola idea si no hubiera sido por lainsistencia de su mecenas. En ciertosentido, daba la impresión de queaquella misión había sido idea deKrasus y no suya. Aunque, si eso fueraasí, ¿para qué quería aquel miembro sinrostro del consejo enviar a su protegido

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a realizar una misión tan peligrosa? SiRhonin la culminaba con éxito, se lereconocería cierto mérito a Krasus porhaber confiado en él, pero si fracasaba,su mecenas no conseguiría nada, másbien al contrario.

El joven mago hizo un gesto denegación con la cabeza. Si seguíahaciéndose preguntas como aquéllas,pronto se convencería de que su valedorhabía sido realmente el impulsor delplan y que, en cierto modo, le habíamanipulado para que quisiera realizarese viaje a tierras hostiles.

Lo cual era absurdo.Rhonin estuvo a punto de ponerse en

pie al verse sorprendido por un ruido

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repentino; entonces, se dio cuenta de quemientras reflexionaba se había idosumiendo en las nieblas del sueño. Elmago se arrimó a la pared, a la esperade poder comprobar quién recorría eloscuro pasillo. Seguramente, los orcosya sabían que ese túnel acababaabruptamente. ¿Acaso habían acudido aese lugar con el único fin de capturarlo?

No obstante, aquel ruido, apenasdiscernible y que se le antojó unaconversación entre cuchicheos, se fuedesvaneciendo poco a poco en lalejanía. El mago se dio cuenta de quehabía sido víctima de los complejosvericuetos acústicos de aquellaintrincada red de cavernas. Con casi

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toda seguridad, los orcos a los queacababa de escuchar conversar seencontraban a bastante distancia de él.

Entonces, se preguntó si podríaacercarse al lugar de procedencia dedicha conversación. Con esperanzasrenovadas, Rhonin se dirigió con cautelahacia donde creyó ubicar aquellasvoces. Aunque no llegara a dar con elpunto exacto, confiaba, al menos,gracias al eco, en llegar a su meta.

El joven mago no sabía a cienciacierta cuánto tiempo había permanecidodormido. A medida que avanzaba,escuchaba más ruidos, como si todoGrim Batol acabara de despertar. Losorcos parecían inmersos en un gran

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ajetreo, lo cual suponía un problemapara él, porque ahora escuchabademasiados ruidos procedentes dedistintas direcciones. Rhonin no queríaacabar por error en las cámaras deentrenamiento de los guerreros, o en elcomedor. Lo único que deseaba erallegar a la cámara donde estaba retenidala reina de los dragones.

Entonces, el rugido de un dragón seimpuso sobre los demás ruidos; unbramido agudo que apenas duró unosinstantes. Si bien Rhonin ya había oídogritos similares en otras ocasiones, noles había prestado mucha atención. Semaldijo por ser tan necio. ¿Acaso no eralógico que todos los dragones estuvieran

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encerrados en la misma zona de lamontaña? En el peor de los casos, siseguía aquellos gritos, lograríaacercarse a alguna de esas bestias yquizá pudiera dar con el camino quellevaba a la cámara donde reteníancautiva a la reina.

Se fue abriendo paso por los túnelessin grandes problemas, puesto que losorcos parecían encontrarse muy lejos delos pasillos que Rhonin recorría enaquellos instantes, centrados en unimportante proyecto. La posibilidad deque Grim Batol se estuviera preparandopara una batalla rondó por la mente delmago. A esas alturas, la Alianza debíaestar sometiendo a una gran presión a

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las fuerzas orcas desplegadas en la parteseptentrional de Khaz Modan. Enconsecuencia, Grim Batol tendría queprestar su apoyo a sus hermanos delnorte si la Horda pretendía repeler lainvasión de los humanos y sus aliados.

Si eso era así. Rhonin podíabeneficiarse de ese ajetreo; los orcostendrían centrada su atención en dichofin, y, además, habría menos por loscorredores. Seguramente, todos losorcos que dispusieran de una monturaestarían surcando el cielo en breve, condestino hacia el norte.

Con ánimos renovados, el magoapretó el paso y avanzó con mayordecisión y seguridad. No obstante,

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segundos más tarde, estuvo a punto dedarse de bruces con un par de orcosenormes y muy robustos. Por fortuna,ellos se sorprendieron más que él.Rhonin alzó inmediatamente la manoizquierda y masculló un hechizo quehubiera preferido reservar para cuandose encontrara en peores circunstancias.

Una ira desenfrenada se apoderó delrostro del orco más cercano, quien hizoademán de agarrar el hacha que portabaa la espalda. El sortilegio de Rhonin loalcanzó en el pecho, empujando aldescomunal guerrero contra la paredrocosa más próxima.

En cuanto el orco impactó contra lapared, se «fundió» con la roca. Por un

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instante, pudo distinguirse el contornode su silueta en la pared, con la bocaabierta en un gesto de furia, pero prontosu figura también se difuminó en la roca,de tal modo que no quedó rastro delterrible final que había sufrido aquellacriatura.

—¡Escoria humana! —bramó sucompañero con un hacha en la mano.

Se abalanzó agresivamente sobreRhonin, pero éste se agachó y evitó latrayectoria del hacha, que impactócontra la pared e hizo saltar variasesquirlas de roca. El orco avanzópesadamente hacia delante Y suvoluminoso cuerpo, de un color verdebastante apagado, cubrió del todo el

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estrecho pasaje. El mago se fijó en quellevaba un collar del que pendían unosdedos arrugados y marchitos que habíanpertenecido a humanos, elfos y algúnque otro ser, una colección que, sinduda, su enemigo estaría deseandocompletar con su propio dedo. El hachadel orco volvió a arremeter contra él, y,en esta ocasión, poco le faltó para partiral mago por la mitad longitudinalmente.

Rhonin clavó de nuevo la miradasobre el collar mientras una ideaespeluznante se formaba en su mente.Acto seguido, señaló el collar con ungesto preciso.

Su hechizo provocó que el orcodetuviera su avance brevemente. En

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cuanto aquel salvaje guerrero comprobóque el conjuro no tenía ningún efectovisible, se rió con desdén del patético ydespreciable humano.

—¡Vamos! ¡Será una muerte rápida,mago!

Sin embargo, en cuanto alzó el hachade nuevo, el orco sintió que algo lerascaba el pecho y tuvo que bajar lamirada.

Los dedos de su collar, dos decenasen total, habían ascendido hasta sugarganta.

De inmediato, tiró el hacha al sueloe intentó quitárselos de encima, pero leresultó imposible, pues se habíanaferrado a su gaznate con fuerza. Tosió a

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la vez que los dedos se unían paraconformar una mano macabra que loestrangulaba y privaba de aire.

Rhonin retrocedió mientras el orcose retorcía desesperada y frenéticamentepara intentar librarse de esos dedossedientos de venganza. En un principio,la intención del mago había sido que elhechizo fuera una mera distracciónmientras se le ocurría un conjuro máscontundente y definitivo; sin embargo,aquellos dedos cercenados parecíandispuestos a aprovechar la oportunidadde revancha que les había brindadoRhonin. No obstante, por muy mago quefuera, no podía creer que los espíritusde los guerreros que habían muerto a

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manos de aquel orco impulsaran a esosdedos a realizar tamaño esfuerzo. No; sedebía a la potencia del hechizo.

Sí, tenía que ser así…Los dedos encantados ejecutaron su

siniestra tarea con sumo entusiasmo, yafueran impulsados por espíritusvengativos o por la magia. Gran parte dela zona superior del pecho del orcoestaba cubierta de la sangre que manabade las heridas que esas uñas le habíaninfligido en la garganta. El monstruosoguerrero cayó de rodillas y miró condesesperación a Rhonin, quien se vioobligado a desviar la mirada.

Unos segundos más tarde, escuchócómo el orco exhalaba su último

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suspiro; a continuación, su pesadocuerpo impactó contra el suelo del túnel.

El colosal y rabioso orco yacía enmedio de un charco de sangre, con losdedos clavados en su cuello. Rhonin seacercó al cadáver y se atrevió a tocaruno de los dedos cercenados. Alinstante, pudo comprobar que ya no semovían, pues carecían de vida. Losdedos habían retornado a su estadoanterior tras haber cumplido sucometido, tal como él había previstocuando lanzó el hechizo.

Aun así…Rhonin dejó atrás aquel cadáver a

paso ligero mientras intentaba apartarciertas dudas de su mente. No tenía

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dónde esconder el cuerpo, ni teníatiempo que perder pensando en quéhacer con él. En breve, algún orcodescubriría lo que había sucedido, peroel mago no podía hacer nada al respecto.Tenía que centrarse única yexclusivamente en la reina de losdragones. Si conseguía liberarla, quizáella luego podría llevar a Rhonin a unlugar seguro. En realidad, ésa era laúnica posibilidad que tenía de escaparvivo de aquella montaña.

Logró cruzar los siguientes túnelessin más incidencias, y pronto seencontró dirigiéndose hacia un pasilloprofusamente iluminado del que surgíanuna serie de voces confusas que iban

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aumentando de volumen. A partir deentonces, Rhonin avanzó con máscautela, se acercó al cruce decorredores y, en cuanto llegó a unrecodo, asomó la cabeza con sigilo parapoder ver qué sucedía.

Lo que había dado por supuesto queera un pasillo resultó ser la entrada auna vasta caverna que se abría a laderecha, en la que varias decenas deorcos cargaban afanosamente carros ycarromatos y se ocupaban de losanimales que iban a tirar de ellos; alparecer, tenían intención de emprenderun largo viaje y no pensaban regresar ala montaña en bastante tiempo.

¿Acaso había acertado cuando

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conjeturó que se disponían a prestarapoyo a los orcos del norte? Pero siestaba en lo cierto, ¿por qué daba laimpresión de que todos los orcos se ibande allí? ¿Por qué no se marchaban sólolos dragones y sus jinetes? Además, sipensaban viajar en esos carromatos,tardarían mucho tiempo en alcanzar DunAlgaz.

Entonces, aparecieron dos orcos ensu campo visual que portaban algo muypesado entre ambos. Estaba claro quehabrían preferido dejar en el suelo elobjeto que cargaban, pero, por algunarazón, no se atrevían a hacerlo. Dehecho, Rhonin tuvo la sensación de quellevaban aquella carga con especial

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cuidado, como si estuviera hecha de oroo un material similar.

Tras comprobar que nadie miraba ensu dirección, el mago avanzó unos pasospara poder examinar mejor aquel objetoque los orcos trataban con tanto mimo.Era redondo, mejor dicho, ovalado, deaspecto tosco y cubierto de escamas. Enefecto, a Rhonin le recordaba a…

Un huevo.Un huevo de dragón para ser

exactos.Con suma celeridad, recorrió con la

mirada los carromatos y se dio cuenta deque varios de ellos transportaban unoscuantos huevos en distintas fases dedesarrollo: algunos eran suaves y lisos,

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prácticamente redondos, mientras queotros estaban cubiertos de escamas y apunto de eclosionar.

Los dragones eran un elementofundamental para aumentar lasmermadas esperanzas de los orcos, ¿porqué se arriesgaban a emprender un viajetan peligroso con una carga tanpreciada?

Humano.Rhonin tuvo que reprimir un grito al

escuchar esa voz súbitamente en sucabeza. Se arrimó lo más posible a lapared y, a continuación, volvió consigilo al túnel. Cuando se aseguró deque ningún orco podía verlo, agarro elmedallón que llevaba alrededor del

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cuello y se concentró en el cristal negrodel centro.

En esos instantes refulgíatenuemente.

Humano… Rhonin… ¿dónde teencuentras?

¿Acaso Alamuerte no lo sabía?—Me encuentro en el corazón de la

fortaleza orca —susurró el mago—.Estaba tratando de localizar la cámaradonde retienen cautiva a la reina de losdragones.

Sin embargo, has dado con otracosa. He atisbado qué era fugazmente¿De qué se trata?

Por alguna extraña razón, Rhonin noquiso decirle la verdad.

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—Sólo son orcos que estánpracticando técnicas de combate. Porpoco me doy de bruces con ellos sindarme cuenta.

Un largo silencio siguió a surespuesta, tanto que llegó a pensar queAlamuerte había decidido poner punto yfinal a aquella conversación. Entonces,con un tono de voz sumamente calmado,el dragón replicó:

Quiero verlo.—No es nada…Antes de que Rhonin pudiera

pronunciar una sola palabra más, sucuerpo se rebeló contra él y se vioobligado a regresar a la caverna dondese concentraba aquella cantidad

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innumerable de orcos. Indignado yfurioso, quiso protestar, pero esta vez suboca no obedeció sus órdenes.

Alamuerte lo llevaba de vuelta allugar de donde venía cuando decidióllamarlo; acto seguido, lo obligó a alzarel medallón con la mano derecha.Rhonin supuso que estaba observándolotodo a través del cristal de color ébano.

Conque están practicando técnicasde combate… ya veo… Yo diría, másbien, que están practicando nuevasformas de batirse en retirada, ¿no?

El mago fue incapaz de contestar a laréplica burlona del leviatán, aunquepensaba que a Alamuerte no le hubieraimportado mucho que le respondiera. A

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continuación, el dragón lo obligó aquedarse ahí al descubierto mientrasexaminaba todo con suma atención através del medallón.

Si, ya veo… Bueno, ya puedesregresar al túnel.

Rhonin volvió a recuperar el controlde su cuerpo, y se escondió al instante.Por fortuna, los orcos estaban tanocupados que a ninguno se le ocurriómirar hacia arriba. Se apoyó contra lapared mientras respiraba agitadamente;entonces, se dio cuenta de que habíaexperimentado un miedo mucho másintenso de lo que creía posible.Evidentemente, acababa de comprobarque no era tan suicida como había

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imaginado.Has seguido el camino equivocado.

Debes retroceder hasta el cruceanterior.

Alamuerte no hizo ningúncomentario respecto al subterfugio deRhonin, lo cual inquietó sobremanera almago, mucho más que si hubiera dichoalgo. Seguramente, el leviatán tambiénhabía deducido que los orcos se estabanpreparando para trasladar los huevos…Aunque quizá eso no le hubierasorprendido tanto porque conocía elplan. ¿Acaso Alamuerte estaba al tantode todo? Estaba convencido de queningún orco habría suministrado dichainformación al coloso negro. Esa raza lo

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temía y despreciaba tanto como a laAlianza de Lordaeron, o quizá más.

A pesar de que todas esasinquietudes le rondaban por la cabeza,decidió seguir las instrucciones deAlamuerte sin rechistar. Retrocedió porel corredor hasta que llegó al cruce encuestión. La primera vez que pasó porahí, Rhonin lo ignoró porque era muyestrecho y carecía de iluminación. Habíadado por sentado que los orcos tendríaniluminados todos los túnelesimportantes.

—¿Por aquí? —susurró.Sí.A Rhonin le inquietaba el hecho de

que el dragón parecía conocer al dedillo

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aquella intrincada red de cavernas.Estaba seguro de que Alamuerte nohabía deambulado nunca por esostúneles, ni siquiera bajo su aparienciahumana. ¿Acaso los había recorridobajo la forma de un orco? Era plausible,pero no estaba muy convencido de ello.

Ve por el segundo túnel queencuentras a tu izquierda.

Las indicaciones que le estabadando Alamuerte parecían muyacertadas. Aun así, Rhonin confiaba enque el dragón cometiera algunaequivocación que indicara que ibaadivinando el camino sobre la marcha,al menos en parte. Sin embargo, nocometió ningún error. Conocía a la

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perfección el refugio de los orcos, tanbien o mejor que aquellos guerrerosbestiales.

Por fin, tras caminar durante untiempo indeterminado, que al mago se leantojaron horas, la voz del dragón leordenó parar bruscamente.

Detente.Rhonin dejó de avanzar de

inmediato, pese a que no sabía por quése lo había pedido.

Espera.Unos instantes después, el mago

escuchó unas voces que provenían delfondo del túnel.

—¿…te habías metido? ¡Tengomuchas preguntas para ti, muchísimas!

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—Lo siento, comandante, lo sientomucho. No he podido evitarlo. Me…

Las voces se extinguieron justocuando Rhonin intentaba prestarles másatención. Sabía que una de ellaspertenecía al orco que estaba al mandode la fortaleza, y no albergaba ningunaduda de que su interlocutor era de unaraza distinta. Era un goblin.

Alamuerte utilizaba goblins paraalcanzar sus fines. ¿Acaso sabía tantoacerca de esa vasta guarida gracias aellos? ¿Acaso alguno de los goblins quepululaba por la montaba servía a aquelser tenebroso?

Aunque le habría gustado seguirlospara poder escuchar esa conversación

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más a fondo, no pudo hacerlo porque eldragón le dio otra orden súbitamente.Rhonin era consciente de que sí noobedecía, Alamuerte lo obligaría ahacerle caso asumiendo el control de sucuerpo, y el mago no quería que esosucediera, ya que consideraba quemientras él dominara su cuerpo, todavíatendría alguna posibilidad de salirse conla suya.

A continuación, Rhonin cruzó eltúnel por el cual habían pasado elcomandante orco y el goblin, ydescendió por un corredor que parecíasumirse en las entrañas de la montaña.En ese momento, debía de estar muycerca de la reina de los dragones. De

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hecho, juraría que había escuchado larespiración de un gigante, y como nohabía gigantes en Grim Batol, dedujoque debía tratarse de un dragón.

Avanza dos corredores más. Luego,gira a la derecha y sigue por ese túnelhasta que veas una abertura a laizquierda.

Alamuerte no dijo nada más. Rhoninobedeció, al tiempo que apretaba elpaso todo lo posible. Estaba al borde deun ataque de nervios. ¿Durante cuántotiempo más tendría que deambular por lamontaña?

Giró a la derecha y continuóavanzando por el siguiente pasaje queencontró. Como el dragón le había dado

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unas instrucciones muy sencillas, elmago se había imaginado que se toparíacon la abertura enseguida; sin embargo,media hora después seguía sin divisarnada, ni siquiera otro cruce. Le preguntódos veces a Alamuerte si llegaría prontoa su destino, pero su guía invisibleguardó silencio.

Entonces, justo cuando el humanoestaba a punto de rendirse, vio una luz.Era muy tenue, ciertamente, pero nocabía duda de que era una luz, y estabaubicada en el lado izquierdo del pasaje.

Con ánimos renovados, Rhonincorrió hacia la luz lo más rápido posibley sin hacer demasiado ruido. Por lo quesabía, una decena de orcos custodiaba a

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la reina de los dragones, y no queríallamar su atención. Si bien teníapreparados unos cuantos hechizos,prefería reservarlos para situacionesmás desesperadas.

¡Alto!La voz de Alamuerte reverberó en su

cabeza de tal modo que casi provocóque se estampara contra la pared máspróxima. El mago se recuperó enseguiday se arrimó a la pared todo cuanto pudo;estaba seguro de que algún centinela sehabía percatado de su presencia.

Pero no sucedió nada. Nadie másentró en aquel pasaje.

—¿Por qué me has gritado? —lesusurró al medallón.

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Tu objetivo final se encuentra ante ti.Pero ese camino podría estar protegidopor algo más que meros guardiasmortales.

—¿Por magia?Si bien esa conjetura ya se le había

pasado por la cabeza, el dragón no lehabía dado la oportunidad decomprobarlo por sí mismo condetenimiento.

Y centinelas de naturaleza mágica.Hay una forma de descubrir la verdadrápidamente. Sostén el medallón ante timientras avanzas hacia la entrada.

—¿Y qué hay de los guardiasmortales de carne y hueso? Tambiéntendré que ocuparme de ellos.

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Todo a su debido tiempo, humano…El mago pudo detectar cierto enojo

en el tono de voz de aquel ser tenebroso.Como estaba seguro de que

Alamuerte quería que llegara hastaAlexstrasza, Rhonin sostuvo el medallónante sí y se acercó a la aberturalentamente.

Sólo detecto hechizos menores…menores para alguien como yo, leinformó el dragón mientras seaproximaba a la entrada. Yo me ocuparéde ellos.

El cristal negro centelleórepentinamente, y el mago estuvo a puntode soltarlo.

Los hechizos que protegían este

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lugar han sido neutralizados, anuncióel dragón, y a continuación guardósilencio un momento. No hay ningúncentinela ahí dentro, no los necesitan,puesto que Alexstrasza estáencadenada, y las cadenas,atornilladas a las paredes. Los orcoshan hecho un gran trabajo. Haninmovilizado completamente a ladragona.

—¿Quieres que entre?Si no lo hicieras, me

decepcionarías.Esta respuesta le pareció un tanto

curiosa a Rhonin, pero no se detuvo apensar en ello; ahora estaba concentradoen el hecho de que por fin iba a ver a la

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reina de los dragones. Lo único quelamentaba era que Vereesa no pudieraestar ahí en ese momento. Entonces, sepreguntó por qué la echaba tanto demenos. Tal vez…

Dejó de pensar en la elfa decabellos plateados en cuanto franqueó laentrada y contempló por primera vez aaquella enorme bestia llamadaAlexstrasza.

La dragona le devolvió la mirada, yel mago percibió un sentimiento similaral miedo en sus ojos de reptil; sinembargo, le dio la sensación de que notemía por ella.

—¡No! —rugió la dragona carmesícon una voz atronadora en la medida que

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se lo permitía la abrazadera queatenazaba su cuello—. ¡Atrás!

Al mismo tiempo, Alamuerteexclamó con un tono triunfal:

¡Perfecto!Al instante, un destello de luz rodeó

al mago. Cada fibra de su ser seestremeció en cuanto lo atravesó unafuerza de un poder monstruoso. Actoseguido, el medallón se escurrió entresus dedos inertes.

Mientras caía al suelo, pudoescuchar cómo Alamuerte repetía esapalabra, y después estallaba encarcajadas.

Perfecto…

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CAPÍTULOQUINCE

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V ereesa jadeó en cuanto pudovolver a respirar. La pesadilla

de morir enterrada viva fue cayendolentamente en el olvido mientras dabagrandes bocanadas de aire. Poco a poco,recobro la calma y, por fin, abrió losojos… para comprobar que habíaabandonado una pesadilla parasumergirse en otra.

Vio tres figuras encorvadasalrededor de un fuego diminuto en mediode lo que parecía una pequeña cueva.Las llamas proporcionaban a sus formasgrotescas un aspecto todavía másespantoso: bajo esa débil luz, pudodistinguir perfectamente sus marcadas

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costillas y la piel moteada y cubierta deescamas que pendía de su carne conholgura. Y lo que es aún peor, podía vercon claridad meridiana sus rostroscadavéricos provistos de unas naricessimilares al pico de un pájaro y susbarbillas alargadas. La forestal se fijóen especial en sus estrechos e insidiososojos y en sus dientes tremendamenteafilados.

Los tres iban vestidos con poco másque unas faldas andrajosas. Había unascuantas hachas arrojadizas junto a cadauno de ellos: unas armas que Vereesasupuso que aquellas criaturas dominabancon envidiable destreza.

A pesar de que trató de no hacer

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ruido, algún leve movimiento suyo debióde provocar un tenue ruido que captaronlas largas y puntiagudas orejas deaquellos seres que tanto le recordaban alos goblins, ya que, de inmediato uno desus captores miró en su dirección.

—La cena se ha despertado —comentó entre siseos aquel bicho, quetenía un parche que le cubría lo que lequedaba de su ojo izquierdo.

—Pues yo diría que es sólo el postre—replicó el segundo, que era calvo, adiferencia de sus compañeros, queportaban sendas crestas largas ydesgreñadas.

—Es sólo el postre, de eso no hayduda —zanjó el tercero con una amplia

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sonrisa.Este último llevaba puesta una

bufanda hecha jirones que debía dehaber pertenecido a alguien de la razade Vereesa. Parecía más desgarbado quelos otros dos y hablaba como si nadieosara contradecirlo. Debía de ser ellíder.

El líder de un trío de trols muyhambrientos.

—Últimamente, sólo cazamos piezaspequeñas —siguió diciendo el trol de labufanda—. Pero, bueno, ha llegado lahora de darse un festín.

Entonces, algo situado a la derechade la elfa profirió lo que debería habersido un epíteto muy contundente si no

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fuera porque ese algo llevaba unamordaza en la boca que impidió quepudieran distinguirse sus palabras.Vereesa giró la cabeza hasta donde lepermitieron las cuerdas con las que lahabían atado primorosamente y pudocomprobar que Falstad también seguíavivo, aunque ignoraba cuánto tiempomás podría resistir. Desde tiemposinmemoriales, desde antes de lasGuerras Trols, se rumoreaba que paraesas criaturas espantosas los demásseres vivos sólo eran comida. Se decíaincluso que los orcos, quienes loshabían aceptado como aliados, noperdían nunca de vista a esos seresdesalmados, diestros y astutos.

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Por fortuna, debido tanto a lasGuerras Trols como a las batallas contrala Horda, aquella raza nauseabundahabía menguado considerablemente. Lapropia Vereesa no había visto un trol entoda su vida, aunque sabía cómo eranpor los dibujos que había visto y lasdescripciones de las leyendas.Enseguida descubrió que hubierapreferido no haberse topado nunca conninguno de ellos en persona.

—Paciencia, paciencia —murmuróel trol de la bufanda con un tono de vozburlón y amable a la vez—. ¡Tú vas aser el primero, enano! ¡Sí, tú!

—¿Por qué no nos lo comemos ya,Gree? —porfió el trol tuerto—. Dime,

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¿por qué no?—¡Porque lo digo yo, Shnel!Acto seguido, Gree propinó un

puñetazo tremendo a Shnel en lamandíbula, y éste rodó por el suelo.

El tercer trol se puso de pie de unsalto y animó a sus compañeros a quesiguieran intercambiándose golpes. Greele lanzó una mirada iracunda: si lasmiradas matasen, el trol calvo habríamuerto ahí mismo. Entretanto, Shnel sefue arrastrando como pudo hasta elfuego diminuto, presa del desánimo másabsoluto.

—¡Yo soy el líder! —Rugió Gree,golpeándose el pecho huesudo con unade las garras que tenía por manos—.

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¿Verdad, Shnel?—¡Sí, Gree! ¡Sí!—¿Verdad, Vorsh?Aquella monstruosidad asintió una y

otra vez con su cabeza calva mientrasrespondía:

—¡Oh, sí, Gree! ¡Eres el líder! ¡Eresel líder!

Al igual que sucedía con los elfos,los enanos y, sobre todo, los humanos,existían diferentes razas de trols. Unaspocas hablaban con la mismasofisticación que los elfos, aunque esono era óbice para que, al mismo tiempo,intentaran arrancarle a uno la cabeza.Otros eran mucho más salvajes, sobretodo los que frecuentaban los túmulos y

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otros remos subterráneos, No obstante,Vereesa dudaba que existiera una razade trols más abyecta que aquella a laque pertenecían las tres criaturasinnobles que les habían capturado tantoa ella como a Falstad, quienes,obviamente, les tenían reservado undestino muy poco halagüeño.

Los tres volvieron a reunirse junto alfuego diminuto para conversar en vozbaja entre ellos. Vereesa miró de nuevoen dirección al enano, quien le devolvióla mirada. Ella arqueó una ceja y él hizoun gesto de negación con la cabeza amodo de respuesta. A pesar de su fuerzaprodigiosa, Falstad era incapaz deliberarse de aquellas ligaduras tan

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prietas. La elfa negó a su vez con lacabeza. Aquellos trols podían ser muybárbaros, pero había que reconocer queeran expertos en hacer nudos.

La forestal procuró mantenerseimpasible y observó con detenimientotodo cuanto la rodeaba, que no eramucho precisamente. Al parecer, seencontraban en medio de un largo túnelexcavado de manera bastante basta; concasi toda seguridad, lo habían abiertoaquellos trols. Vereesa recordó queposeían unos dedos largos provistos degarras que resultaban perfectos paraexcavar la tierra y la roca. No cabíaduda de que aquellos trols se habíanadaptado perfectamente a su entorno.

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Aunque sabía que era en vano, laelfa buscó un punto débil en las cuerdas.Se retorció con sumo cuidado tantocomo pudo y se frotó las muñecas contralas cuerdas, para ver si así podíasoltarse, hasta dejárselas en carne viva,pero resultó inútil.

Una risita espeluznante le advirtióde que los trols se habían percatado deque la forestal estaba intentando librarsede sus ataduras.

—Qué postre tan inquieto —comentó Gree—. Me parece que coneste bocado vamos a tener la diversiónasegurada.

—¿Dónde se han metido los demás?—preguntó quejoso Shnel—. Ya

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deberían haber llegado.El líder asintió, y añadió:—Hulg ya sabe qué le pasará si no

obedece. Quizá se…De improviso, Gree agarró su hacha

arrojadiza y bramó:—¡Enanos!Lanzó el hacha, que atravesó el túnel

girando en el aire y pasó a pocoscentímetros de la cabeza de Vereesa.

Un instante después, se oyó un gritogutural.

Al instante, de las paredes del túnelemergieron en tropel una serie desiluetas bajitas y fornidas que proferíangritos de batalla y portaban hachas yespadas cortas.

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Gree sacó otra hacha, ligeramentemás grande; ésta, evidentemente, erapara luchar cuerpo a cuerpo. Shnel yVorsh, este último en cuclillas,arremetieron contra el enemigo con sushachas arrojadizas. La elfa pudo vercómo uno de aquellos rechonchosatacantes caía ante el arma de Shnel,pero fue Vorsh quien lideró el ataque.Acto seguido, los otros dos trolsdecidieron seguir el ejemplo de su lídery se dispusieron a recibir con unashachas más robustas a los reciénllegados, que los estaban rodeando.

Vereesa contó más de media docenade enanos, todos ellos vestidos conpieles harapientas y corazas oxidadas.

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Portaban unos cascos redondos que seajustaban como un guante a sus cráneos;carecían de cuernos y de cualquier otroadorno superfluo. Al igual que Falstad,casi todos tenían barba, aunque daba laimpresión de que eran más bajos y másesbeltos que él.

Los enanos, curtidos en mil batallas,utilizaron sus hachas y espadas con granprecisión. Los trols estaban cada vezmás agrupados debido al empuje de losenanos. Shnel fue el primero en caer;aquella bestia tuerta no vio a tiempo alguerrero que arremetió contra él desdesu lado ciego. Pese a que Vorsh vociferóuna advertencia, ésta llegó demasiadotarde. Shnel intentó reaccionar y atacar a

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su enemigo, pero su hacha no alcanzó suobjetivo.

El enano atravesó con su espada lastripas de aquel trol desgarbado.

Gree era el más salvaje peleando.Consiguió propinar un buen golpe a unenano que trastabilló hacia atrás y, actoseguido, estuvo cerca de decapitar aotro. Por desgracia, su hacha se quebróal chocar contra el hacha más larga yrobusta de su siguiente oponente.Desesperado, agarró el hacha de supequeño enemigo por el mango yforcejeó con el fin de arrebatársela. Enese preciso momento, la hoja bienafilada de otra hacha se clavó en laespalda del líder troll.

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La elfa sintió piedad por el últimode sus captores. Vorsh tenía los ojosdesmesuradamente abiertos; era muyconsciente del funesto destino que loaguardaba, y parecía que iba a echarse agimotear de un momento a otro. Aun así,continuo atacando con su hacha a losenanos más próximos, y poco le faltópara acertar mortalmente a uno de ellospor pura suerte. Pero no pudo hacernada para impedir que la marea deenemigos, que avanzaba hacia élestrechando el círculo y empuñando susespadas y hachas, se lo llevara pordelante.

La muerte de Vorsh fue una auténticacarnicería.

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Vereesa apartó la mirada, y novolvió a mirar hasta que alguien con unavoz firme y levemente ronca dijo:

—Bueno, no me extraña que los trolshayan peleado tan denodadamente.¿Habéis visto esto?

—Sí, Rom. Aunque creo que es unavista mucho mejor que la que yo tengoaquí.

De inmediato, unas manosrechonchas tiraron de ella, ayudándola asentarse.

—A ver si podemos quitarte estascuerdas sin que sufra mucho tu esbeltafigura.

Alzó la vista y se topó con el rostrode un enano rubicundo que era quince

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centímetros más bajo que Falstad, por lomenos, y mucho más fornido. A pesar deque la primera impresión no había sidonada buena, la forestal pronto se diocuenta de que no debía minusvalorar aesos enanos tras ser testigo de lafacilidad con que habían despachado alos trols y con que estaban deshaciendolos nudos de las cuerdas.

De cerca, los atuendos de los enanostenían un aspecto todavía más andrajoso,lo cual no era sorprendente si, tal comoVereesa sospechaba, subsistían gracias alo que conseguían robarles a los orcos.Asimismo, un fuerte olor impregnaba elambiente, lo cual indicaba que darse unbaño era un lujo que rara vez se podían

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permitir.—¡Ya está!Las cuerdas cayeron por fin al suelo.

La elfa se liberó de inmediato de lamordaza que el enano no se habíamolestado en quitarle. Al mismo tiempo,escuchó una larga retahíla dejuramentos; una señal clara de queFalstad también había sido liberado.

—¡Cierra el pico o volveré ameterte esa mordaza en la boca peropara siempre! —atajó Gimmel con ungruñido.

¡Se necesita a un puñado de enanosde las colinas para derrotar a un soloenano del Pico Nidal!

Al instante, se desató un intenso

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murmullo de desaprobación que parecíaindicar que sus rescatadores podíanconvertirse en sus nuevos captores si eljinete de grifos no se callaba. La forestalse puso en pie trastabillando, y recordóen el último momento que ese túnel noestaba hecho para gente de su altura, y,llevada por la ansiedad, dijo:

—¡Falstad! Sé cortés con nuestrosrescatadores. Después de todo, nos hansalvado de un terrible destino.

—Tienes razón —replicó Rom—.Esos malditos trols se comen cualquiercosa de carne y hueso que encuentren…viva o muerta.

—Les oí mencionar que esperabanla llegada de unos compañeros —

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recordó la elfa—. Creo que será mejorque abandonemos este lugar antes de quelleguen…

Rom alzó la mano. Sus faccionesarrugadas le hicieron pensar a Vereesaen un perro viejo curtido en milescaramuzas.

No os preocupéis por ellos.Encontramos a estos tres gracias a suscompañeros —repuso, y, acto seguido,se detuvo a reflexionar un momento—.Pero tal vez tengas razón. No es la únicabanda de trols que pulula por estaregión. Los orcos suelen usarlos comoperros de caza. Cualquier otro ser queno sea un orco y ose pisar estas tierrasdesoladas, es una presa para ellos…

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Serían capaces de devorar a uno de susaliados de la montaña si pensaran quepodrían salirse con la suya sin sufrirrepresalias.

En ese instante, rondaron por lamente de Vereesa una serie de imágenesque ilustraban el destino que aquellostrols les habrían reservado tanto a ellacomo a Falstad de no haber intervenidolos enanos de las colinas.

—¡Es repugnante! Os agradezco detodo corazón que nos hayáis rescatadojusto a tiempo.

—Si hubiera sabido que íbamos arescatar a una belleza como tú, habríahecho que esta panda de desgraciadosapretara aún más el paso.

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Gimmel, cuyos ojos se posaban conexcesiva frecuencia sobre la elfa, seaproximó a su líder.

—Joj ha muerto. Su cuerposobresale a medias del agujero. Narnestá malherido; habrá que curarlo. Losdemás heridos pueden caminar por sísolos.

—Entonces no nos entretengamosmás. Nos vamos. Tú también, dulzura.

Se refería a Falstad, quien se sintióprofundamente ofendido ante lo que sele antojó un insulto ultrajante para losenanos del Pico Nidal.

Si bien Vereesa logró calmarlodándole unas palmaditas en loshombros, su amigo siguió echando

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chispas por los ojos cuando el grupo deenanos emprendió la retirada. La elfa sedio cuenta de que los enanos de lascolinas no sólo habían despojado a lostrols de sus objetos más útiles, sinotambién a su compañero muerto.Asimismo, no hicieron el menor ademánde llevarse de ahí el cuerpo de sucamarada, y cuando Rom se percató decómo le miraba la forestal, se encogióde hombros, ligeramente avergonzado.

—La guerra exige que tengamos queolvidarnos de ciertas convencionessociales, dama elfa. Joj lo habríaentendido. Nos ocuparemos de que suscosas se repartan entre sus allegados, aquienes también entregaremos una parte

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sustancial de los objetos de los trols,aunque he de decir que no hay muchoque repartir.

—Ignoraba que quedaran enanos enKhaz Modan. Tenía entendido queabandonaron estas tierras en masacuando quedó claro que no podríancontener el avance de la Horda.

El rostro perruno de Rom se tornósombrío.

—Todos los que pudieron irse sefueron. Pero no todos tuvimos laposibilidad de marcharnos. La Hordaasoló estas tierras como la proverbialpeste, y nos cortaron todas las vías deescape. Nos obligaron a ocultarnos enlas entrañas de la tierra, a mayor

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profundidad que nunca. Muchosmurieron, y muchos más han muertodesde entonces.

La elfa posó la mirada sobre elconjunto de enanos harapientos quelideraba Rom.

—¿Cuántos sois?—¿Te refieres a mi clan? Somos

cuarenta y siete, pero en su día éramoscientos. Aunque hemos hablado conotros tres clanes, y dos de ellos eranmás numerosos que el nuestro. En total,seremos trescientos y pico, pero sólosomos una pequeña fracción de todoslos enanos que moraron en estas tierrasen su día.

—Trescientos y pico es un número

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considerable —comentó Falstad con untono de voz grave—. Con esosefectivos, yo habría luchado porrecuperar Grim Batol.

—Y si fuéramos capaces derevolotear por el cielo como insectosmareados, podríamos confundirlos losuficiente como para que eso fueraposible. Pero la cruda realidad es que,ya sea en tierra o debajo de ella,seguimos estando en desventaja frente alenemigo. Sólo se necesita un dragónpara quemar un bosque y calcinar latierra que se encuentra debajo.

Como las viejas rencillas queemponzoñaban las relaciones entre losenanos del Pico Nidal y los de las

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colinas amenazaban con resurgir conviolencia. Vereesa se apresuró ainterceder.

—¡Ya basta! los orcos son nuestrosenemigos, si no me equivoco. Si lucháisunos contra otros, les allanareis elcamino hacia la victoria.

Falstad masculló una disculpa, yRom le imitó. Sin embargo, la elfa noestaba dispuesta a que las cosasquedaran así.

—No me parece suficiente. Daos lavuelta y miraos a los ojos. Y prometeosque sólo luchareis por el bien de todosnosotros. Jurad que siempre recordareisque los orcos asesinaron a vuestroshermanos, a aquellos que amabais.

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Aunque la elfa no conocía al detalleel pasado de esos enanos, sabia, porpuro sentido común, que todo aquel quehabía luchado en la guerra había perdidoa alguien o algo muy querido. Sin duda,Rom había perdido a muchos seresqueridos, y Falstad, que pertenecía a unclan temerario y osado del Pico Nidal,seguramente había sufrido tanto como él.

El jinete de grifos fue el primero entender la mano.

—Tienes razón. Hagamos las paces.—Si tú estás dispuesto, yo también.Una oleada de murmullos se desato

brevemente entre los enanos de lascolinas mientras Falstad y Rom se dabanla mano. No obstante, es justo señalar

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que, probablemente, hubiera sidoimposible llegar tan rápido a una treguaen otras circunstancias.

El grupo prosiguió su marcha. Y estavez fue Rom quien hizo las preguntas.

—Ahora que hemos dejado atrás elpeligro de los trols, deberías contamosqué os ha traído tanto a ti como a tuamigo a esta tierra desolada, dama elfa.¿Estáis aquí porque la balanza de laguerra se está decantando en contra delos orcos, y Khaz Modan pronto volveráa ser libre?

—La Horda está perdiendo laguerra, eso es cierto.

Esta afirmación provocó que losenanos profirieran gritos sofocados de

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asombro y vítores en voz baja. Acontinuación, Vereesa añadió:

—Hace unos meses, la Horda sufrióuna gran derrota. Además, MartilloMaldito ha desaparecido.

Tras escuchar estas palabras, Romse detuvo de inmediato.

—Entonces, ¿por qué los orcossiguen dominando Grim Batol?

—¿Acaso hace falta preguntarlo? —le espetó Falstad—. En primer lugar, losorcos aún resisten en el norte, en losalrededores de Dun Algaz. Se rumoreaque empiezan a flaquear, pero no serendirán sin presentar batalla.

—¿Y en segundo lugar, primo?—¿No te has fijado en que cuentan

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con dragones entre sus filas? —inquirióFalstad, adoptando una expresión defalsa inocencia.

Gimmel resopló. Rom lanzó unamirada iracunda a su segundo al mandoy, acto seguido, asintió resignado.

—Sí, dragones. Esos enemigos quenosotros, que no podemos volar, somosincapaces de combatir. Una vezsorprendimos a un ejemplar joven entierra y lo despachamos enseguida,aunque, lamentablemente, perdimos ados bravos guerreros. Además, comoesos monstruos están casi todo el tiempopatrullando el cielo, nos vemosobligados a ocultamos bajo tierra.

—Aun así, habéis combatido con

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arrojo contra los trols —señaló Vereesa—. Y estoy segura de que también contralos orcos.

—Nos hemos enfrentado a algunapatrulla orca de vez en cuando. Ytambién hemos causado bastantes bajasentre los trols; pero eso no significanada, y nuestro hogar sigue sometido alyugo de los orcos.

En ese preciso instante, Rom clavósu mirada en los ojos de Vereesa y leespetó:

—Vuelvo a insistir. Quiero que meexpliques quiénes sois y qué estáishaciendo aquí. Si Khaz Modan siguebajo el dominio de los orcos, supongoque habéis venido a Grim Batol porque

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queréis suicidaros.—Me llamo Vereesa Brisaveloz y

soy forestal, y éste es Falstad del PicoNidal. Hemos venido a estas tierras enbusca de un humano, un mago alto yjoven. Tiene el pelo rojo como el fuego,y la última vez que lo vi viajaba en estadirección.

La elfa decidió que era mejor nomencionar al dragón negro por elmomento, y se sintió muy agradecidaporque Falstad no había compartido esainformación con sus primos enanos.

—Sabemos que los magos suelenestar bastante mal de la cabeza, sobretodo los humanos. Me pregunto quéhabrá venido a hacer ése en concreto a

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Grim Batol —comentó Rom mientrasestudiaba a la pareja con suspicacia,pues lo que acababa de contarle Vereesano acababa de convencerlo.

—No lo sé —admitió la forestal—.Pero creo que tiene algo que ver conesos dragones.

Nada más escuchar estas palabras,el líder de los enanos estalló en unassonoras carcajadas.

—¿Con los dragones? ¿Y qué planeahacer? ¿Rescatar a la reina roja de sucautiverio? Sí, claro, y esa dragona sesentirá tan agradecida y embargada porla emoción que se lo tragará de unbocado.

A todos los enanos de las colinas les

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hizo mucha gracia este comentario, noasí a la elfa. Falstad no se sumó a lascarcajadas, aunque, claro, él sabía queAlamuerte se había llevado al mago ydaba por sentado que se lo había«tragado de un bocado» hacía tiempo.

—Hice una promesa y piensocumplirla. Por eso debo continuar miviaje. He de llegar a Grim Batol paraintentar dar con él.

El buen humor del que hacían galalos enanos dio paso a una sensación queera una mezcla de asombro eincredulidad. Gimmel hizo un gesto denegación con la cabeza, como si nohubiera oído bien.

—Lady Vereesa, respeto que quieras

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cumplir tu promesa, pero estoy segurode que sabes tan bien como yo que esamisión es un disparate.

La forestal estudió con detenimientoal grupo de enanos curtidos en milbatallas. Pese a aquella oscuridad casitotal, pudo percibir que el cansancio y elfatalismo los dominaba. Luchaban porliberar a su patria y soñaban con ello,pero, seguramente, pensaban que no loverían antes de morir. Aunqueadmiraban la valentía, como todos losenanos, a su entender la misión de laelfa rayaba en la locura.

—Tú y tus muchachos nos habéissalvado, Rom, y te estoy muyagradecida. Si pudiera pedirte un favor,

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me gustaría que me guiases hasta el túnelmás cercano que lleve hasta la fortalezamontañosa. A partir de ahí, seguiré yosola.

—No emprenderás ese viaje sola,mi dama elfa —objetó Falstad—. Hellegado muy lejos como para darme lavuelta ahora… Además, he de dar concierto goblin con cuya piel piensohacerme unas botas.

—¡Estáis chiflados! —rezongó Rom,quien se percató de que no iba a poderconvencer a ninguno de los dos.

A continuación, el enano de lascolinas se encogió de hombros, yañadió:

—Pero si buscáis un camino que os

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lleve a Grim Batol, yo mismo os loindicaré. No encomendaré esa tarea anadie.

—No irás tú solo con ellos, Rom —le espetó Gimmel—. No con tantos trolspululando por aquí y los orcos tan cerca.Yo te acompañaré y vigilaré tusespaldas.

De improviso, los demás enanosdecidieron que ellos también irían paravigilar las espaldas de sus líderes. TantoRom como Gimmel intentarondisuadirlos, pero los enanos son muytestarudos. Finalmente, Rom dio con lamejor solución para todos.

—Los heridos deben volver a casa,y también necesitan que alguien vigile

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sus espaldas… Y no protestes, Narn,que apenas puedes mantenerte en pie.Creo que lo mejor es que decidan losdados de hueso. La mitad que saque losnúmeros más altos vendrá conmigo. Aver, ¿quién tiene unos dados por ahí?

Pese a que Vereesa no queríaesperar a que el grupo de enanos sepusiera a jugar a los dados paradilucidar quién iba a acompañarla en suviaje y quién no, no le quedó másremedio que aceptar la propuesta deRom. Tanto ella como Falstadobservaron cómo varios enanos, aexcepción de Narn y los demás heridos,lanzaban los dados. Por otro lado, comola mayoría de los enanos de las colinas

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portaba su propio juego de dados, lapregunta de Rom recibió por respuestauna multitud de brazos levantados.

Falstad se rió entre dientes.—Si bien es cierto que el Pico Nidal

y las colinas siempre han tenido susdiferencias, pocos enanos hay de ambasprocedencias que no lleven siempreunos dados consigo —dijo, al tiempoque daba unas palmaditas a una bolsaque le colgaba del cinturón—. Estáclaro que esos trols no eran muyespabilados… pues no me quitaron misdados. Se dice que a los orcos les gustajugar a los dados de hueso, lo que loscoloca un peldaño por encima denuestros difuntos captores, ¿eh?

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Bastante tiempo después, según elcriterio de Vereesa, Rom y Gimmel seplantaron ante ellos dos con otros sieteenanos cuyos semblantes esbozabansendos gestos de absolutadeterminación. Ahora que podíaobservarlos más detenidamente, la elfahabría jurado que eran hermanos,aunque, en realidad, dos parecían serhermanas más bien. Las enanas tambiénlucían barbas frondosas, un símbolo debelleza para los de su raza.

—Estos son los voluntarios que nosacompañarán, Lady Vereesa. Son fuertesy están dispuestos a luchar. Osguiaremos hasta la entrada de una de lascuevas practicadas en la base de la

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montaña: a partir de ahí, tendréis queproseguir vuestro camino solos.

—Gracias, pero… ¿eso significaque conocéis un sendero que os permitellegar hasta la misma montaña?

—Así es, pero es un caminosembrado de dificultades… Además, losorcos patrullan ese sendero, y no lohacen solos.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Falstad.

Rom esbozó la misma sonrisainocente que el enano del Pico Nidal lehabía dedicado al enano de las colinas,y respondió:

—¿Acaso no sabes que cuentan condragones entre sus filas?

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El santuario de Krasus había sidoerigido encima de una vieja arboleda,que era más antigua que los propiosdragones. Un elfo había construido eserefugio, que más tarde un mago humanole usurpó. No obstante, ese lugar terminósiendo abandonado y, mucho tiempodespués, Krasus decidió ocuparlo. Elmago dragón había percibido que ungran poder anidaba bajo aquellaestructura y, en ocasiones puntuales,había logrado extraer energías de esafuente de poder. Aun así, fue toda unasorpresa para Krasus descubrir unaentrada oculta en la parte más remota de

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la ciudadela; una entrada que llevaba aun estanque reluciente en cuyo fondo,justo en medio, había incrustada unagema dorada.

Cada vez que entraba en aquellacámara, se sentía sobrecogido, y ésa erauna sensación que rara vezexperimentaban los miembros de suraza. La magia que impregnaba el lugarlo hacía sentirse como un noviciohumano que acabara de formular suprimer encantamiento. Krasus eraconsciente de que sólo había utilizadouna mínima parte del potencial delestanque, y, por eso mismo, se mostrabareticente a intentar aprovecharse de todasu magia. Sabía que debía tener mucho

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cuidado, porque todo aquel quecodiciaba el poder mágico acababaconsumido por él… literalmente.

Claro que Alamuerte había logradoevitar ese funesto destino… hasta ahora.

A pesar de hallarse en lasprofundidades del subsuelo, sus aguasestaban llenas de vida… o, más bien, dealgo que se asemejaba a la vida. Noexistía un líquido más cristalino en todoel mundo, pero Krasus, por mucho quelo intentase, no había sido capaz dediscernir completamente aquellassiluetas diminutas y delgadas quedanzaban raudas y veloces por el agua,sobre todo las que se desplazaban porlas cercanías de la gema. A veces,

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habría jurado que no eran más que unospeces plateados brillantes; otras veces,en cambio, habría dado su palabra deque había visto unos brazos, un torsohumano y, ocasionalmente, unas piernas.

Decidió ignorar a los habitantes delestanque. Si bien su encuentro con laDragona del Sueño le había hechoalbergar esperanzas, sabía que no podíacontar con su ayuda a ciencia cierta. Conmás rapidez de la deseada, se acercabael momento en que tendría que interveniren persona para solucionar la situación.

Por eso había bajado a aquel lugar,pues se decía que uno de los poderes delestanque era el de rejuvenecer a todoaquel que bebiera de él, al menos

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durante un tiempo. Al haber ingeridoveneno para poder llegar a los reinosocultos de Ysera, Krasus se habíaquedado prácticamente sin fuerzas ynecesitaba recuperar energías; si lasituación requería que actuara conprontitud, quería estar a la altura de lascircunstancias.

El mago se agachó, introdujo unamano en el agua y, acto seguido, seacercó el líquido elemento a la boca. Sibien la primera vez que intentó beberaquellas aguas utilizó una jarra, prontodescubrió que el estanque rechazaba elcontacto de cualquier cosa que fueraobra de un ser vivo y no fuera natural.Krasus estaba inclinado sobre el borde

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del estanque, y dejaba que las gotas quese le escapaban de la mano regresaran allugar del que procedían. Con el paso delos años, se había ido incrementando elrespeto que sentía por el poder delestanque.

Mientras bebía, algo llamó suatención y perturbó la calma de lasuperficie de aquel líquido. Krasus bajóla mirada para contemplar el reflejo desu forma humana; sin embargo, vio algomuy distinto.

Se trataba del semblante del jovenRhonin, quien lo estaba mirando, o esopensó el mago en un primer momento.Entonces, se dio cuenta de que los ojosde su peón estaban cerrados y su cabeza

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estaba ligeramente ladeada hacia unlado, como si estuviera… muerto.

De repente, la enorme mano verdede un orco cubrió el rostro de Rhonin.

Krasus reaccionó de manerainstintiva y metió los brazos en el aguapara apartar la mano repelente del rostrodel mago humano. Pero sólo logró que laimagen se difuminara, y cuandodesaparecieron las ondas que habíaprovocado al agitar el agua, lo únicoque vio fue su reflejo.

—Por la Gran Madre…El estanque nunca antes había

demostrado que poseyera tal poder. ¿Porqué le enseñaba esa imagen justo en esemomento?

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Entonces, Krasus recordó laspalabras que Ysera había pronunciadoal despedirse de él.

Y no subestimes a aquellos queconsideras unos meros peones…

¿Qué había querido decir con eso?¿Por qué había visto en ese precisoinstante el rostro de Rhonin? A juzgarpor la visión fugaz que acababa de tenerel viejo mago, su joven homólogo o bienhabía sido capturado por los orcos, obien ya lo habían matado. Si se tratabade esto último, Rhonin ya no le era deutilidad a Krasus. Sí bien aquél habíallegado hasta la fortaleza montañosa auncuando éste creía que eso era imposible,el mago humano ya había desempeñado

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el verdadero papel que su valedor lehabía otorgado en sus planes.

A lo largo de los últimos meses,Krasus había ido dejando pruebas portodas partes para que los orcos de GrimBatol las descubrieran, con la esperanzade inquietar a los comandantes yhacerles creer que se estaba gestandodesde el oeste una segunda invasión,más sutil que la del norte. A pesar deque un gran contingente orco protegía lafortaleza montañosa, la clave de sufuerza y su poderío militar estaba en losdragones que criaban y adiestraban enaquel lugar, cuyo número disminuía cadasemana que pasaba. Para más inri, lospocos dragones que les quedaban eran

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enviados al norte para ayudar al gruesode la Horda, lo cual dejaba a GrimBatol prácticamente indefensa. Krasusera consciente de que esos orcos tanbien pertrechados en la montaña habríansucumbido ante el avance de un ejércitode la Alianza especialmente motivado ytan numeroso como el que combatía enaquél momento cerca de Dun Algaz, yeso habría tenido como consecuenciaque los orcos ya no hubieran podidocriar más dragones para utilizarlos comorefuerzo de sus tropas.

Si no hubieran contado con másdragones para hostigar a las fuerzas dela Alianza en el norte, los restos de laHorda habrían caído al fin ante los

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continuos asaltos del enemigo.Si los líderes de la Alianza no se

hubieran mostrado tan reacios acooperar, habrían podido reunir unejército igual de numeroso que hubieraatacado desde el oeste. No obstante,muchos consideraban que Khaz Modancaería por su propio peso a su debidotiempo y que, por tanto, no merecía lapena arriesgar tropas y demás recursosen una misión tan peligrosa. Krasus noalcanzaba a entender por qué no habíandecidido atacar simultáneamente en dosfrentes para librar, al fin, al mundo de laamenaza orca; sin embargo, todo aquellosólo era una muestra más de la cortedadde miras de las razas jóvenes. En un

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principio, había Intentado persuadir alKirin Tor de que convenciera a losreinos vecinos de Dalaran de que ésaera la estrategia que debían adoptar,pero la influencia que el Kirin Torejercía sobre el rey Terenas había idomenguando y, además, sus camaradasdel consejo parecían dispuestos aacabar con el poco ascendiente quetenían sobre la Alianza con susactuaciones desafortunadas.

Por todas esas circunstancias,Krasus había decidido jugársela a ladesesperada con un farol, valiéndose dela retorcida forma de pensar y paranoiainnata de los mandos orcos. Bastaba conhacerles creer que la invasión ya había

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comenzado, proporcionándoles pruebasfehacientes que refrendarían los rumoresque él y sus agentes habían propagado,para que hicieran lo impensable.

De ese modo, los obligaría aabandonar su fortaleza montañosa y atrasladar a Alexstrasza, bajo una fuertevigilancia, hacia el norte, dondeproseguirían su operación de cría yadiestramiento de dragones.

Si bien en un principio ese plandescabellado había sido un brindis alsol, para sorpresa de Krasus prontocomenzó a dar unos resultadosasombrosos. Al parecer, el orco almando de Grim Batol, un tal NekrosTrituracráneos, estaba cada vez más

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convencido de que aquella montañadejaría en breve de serles útil comopieza clave de su estrategia defensiva.Lo cual había provocado que losrumores que el mago había hecho corrercobraran vida propia, superando conmucho las expectativas del viejo mago.

Y ahora… ahora los orcos tenían laprueba irrefutable de que la invasióntambién contaba con un frente en el oestegracias a Rhonin. El joven hechicerohabía cumplido su papel. Su presenciaen aquella montaña le había demostradoa Nekros que el enemigo podíainfiltrarse en su fortaleza supuestamenteinexpugnable, y todo gracias a la magia.Dadas las circunstancias, no cabía duda

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de que el comandante orco daría laorden de abandonar Grim Batol.

Rhonin había cumplido su parte… yKrasus nunca se perdonaría habermanipulado a aquel humano de esaforma.

¿Qué pensaría de él su amada reinacuando descubriera la verdad? De todoslos dragones, Alexstrasza era la que másse preocupaba por las razas inferiores.En una ocasión llegó a decir que eran«el futuro».

—Tuve que hacerlo —dijo entresiseos.

Aunque el estanque tal vez le habíamostrado esa visión de su peón pararecordarle cuál iba a ser su destino,

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también había servido para despertar lacuriosidad del mago.

Krasus se inclinó sobre el estanque ycerró los ojos. Había pasado bastantetiempo desde la última vez que habíacontactado con aquel ser, que era uno desus agentes más útiles y eficaces. Siseguía vivo, seguramente sabría quéestaba ocurriendo en aquel momento enel interior de la montaba. El magodragón se imaginó al ser con el quequería hablar y, a continuación, seconcentró con todas sus fuerzas con elfin de reabrir el vínculo telepático queambos compartían.

Escúchame ahora… escucha mivoz… tenemos que hablar… es muy

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urgente… quizá haya llegado el día quehemos esperado durante tanto tiempo,mi paciente amigo, el día en que al finreinará la libertad y la redención seráposible… escúchame… Rom…

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CAPÍTULODIECISÉIS

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—¡L evantadlo! —ordenóalguien, entre gruñidos,

con un tono de voz propio de unabestia.De inmediato, unas manos robustascogieron con brusquedad de los brazos aun aturdido Rhonin y, tras arrastrarlo, loobligaron a ponerse en pie. Deimproviso, sintió el impacto del aguafría sobre su rostro, lo cual le hizorecuperar la consciencia.

—Levántale esa mano.Acto seguido, uno de los que

sujetaban al mago le alzó el brazoizquierdo. A continuación, alguien leagarró la mano, le cogió el dedo

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meñique…Rhonin gritó al sentir cómo se partía

el hueso. Abrió desmesuradamente losojos y se topó de frente con el semblantebrutal de un orco de avanzada edadcubierto de cicatrices que indicaban queestaba curtido en mil batallas. Por suexpresión, cabía deducir que el dolor deaquel humano no le producía el másmínimo placer, sino que más bien lodominaba la impaciencia; daba laimpresión de que el captor de Rhoninhabría preferido encontrarse en esemomento en otra parte atendiendoasuntos más importantes.

—Humano —el orco pronunció estapalabra como si fuera un insulto— te

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perdonaré la vida si respondes a estapregunta: ¿dónde está el resto de tugrupo?

—No… —acertó a decir Rhoninantes de toser. El dedo roto le causabamucho dolor—. He venido solo.

—¿Me tomas por necio? —replicóentre gruñidos el líder de aquellos orcos—. ¿Acaso tomas por necio a Nekros?¿Cuántos dedos te quedan?

Al instante, tiró del dedo siguiente alque le habían roto.

—Tu cuerpo tiene muchos huesos, ytodos pueden ser partidos.

Rhonin pensó con toda la rapidez yla claridad que el dolor le permitía. Yale había dicho a su captor que había

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llegado solo hasta ahí, y esa informaciónno le había satisfecho. ¿Qué quería oírNekros? ¿Que un ejército había invadidosu montaña? ¿Acaso se contentaría coneso?

Si Rhonin le contaba que un ejércitohabía tomado Grim Batol, quizá lograraseguir con vida hasta dar con la manerade escapar de aquel lugar.

No obstante, seguía sin tener nadaclaro qué había sucedido; lo único quesabía era que, pese a todas lasprecauciones que había tomado,Alamuerte lo había engañado.

Resultaba evidente que el dragónhabía querido que los orcosdescubrieran al mago… pero ¿por qué?

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Tenía tanto sentido como que Nekrospareciera desear que un ejército desoldados enemigos deambulaserealmente por su fortaleza.

Rhonin era consciente de queAlamuerte no era su prioridad; en esepreciso momento, el mago harapientodebía centrarse en seguir con vida.

—¡No! No… por favor… El resto…no estoy seguro de dónde están… nosseparamos…

—¿Cómo que os separasteis? No tecreo. Habéis venido a por ella, ¿verdad?A por la reina de los dragones. Ésa esvuestra misión, mago. Lo sé —bramóNekros, acercándose más al mago yamenazando con dejar de nuevo

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inconsciente a Rhonin con su alientorepulsivo y asfixiante—. Mis espíasconocen vuestros planes. ¿No es así,Kryll?

—¡Oh, sí, oh, sí, amo Nekros! ¡Losconozco!

Rhonin trató de averiguar quién eraese ser que estaba detrás del orco, peroNekros no le dejaba ver a suinterlocutor. Aun así, por su tono de vozpudo inferir muchas cosas acerca de laidentidad de aquel espía, entre otras queel tal Kryll debía de ser el goblin al quehabía oído hablar antes.

—Te lo repito, humano: habéisvenido a liberar al dragón, ¿verdad?

—Nos separa…

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Nekros le propinó un fuerte golpe enla cara, a consecuencia del cual brotó unhilillo de sangre de una de las comisurasde los labios de Rhonin.

—Vamos a romperte otro dedo enbreve si no me dices la verdad. Habéisvenido a liberar a la dragona antes deque vuestros ejércitos lleguen a GrimBatol. Os imaginasteis que sí desatabaisel caos aquí dentro, el asalto seríamucho más fácil, ¿no es así?

Esta vez, Rhonin ya tenía la lecciónaprendida, y contestó:

—Sí… así es. Eso creíamos.—Hablas en plural. Es la segunda

vez que lo haces.El orco se echó hacia atrás e hizo un

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gesto de triunfo. Entonces, el magoherido se percató de que a Nekros lefaltaba una pierna. Por eso aquel orcotan brutal comandaba el programa decría de dragones y no un despiadadoescuadrón de guerra.

—¿Lo ves, gran Nekros? Grim Batolya no es un lugar seguro, mi gloriosocomandante —dijo el goblin con un tonode voz agudo—. ¿Quién sabe cuántosenemigos merodean en este momento porlos innumerables túneles? ¿Quién sabecuánto tiempo queda para que losejércitos de la Alianza marchen sobreGrim Batol… encabezados por el señoroscuro? Es una lástima que casi todoslos dragones se encuentren ya cerca de

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Dun Algaz. Es prácticamente imposibleque puedas defender la montaña con lospocos que te quedan. Será mejor que elenemigo no nos sorprenda en este lugary no perdamos un tiempo valioso con…

—¿Por qué no me cuentas algo queno sepa, maldito canijo? —le espetó algoblin, mientras le clavaba un dedorobusto a Rhonin en el pecho—. Estemago y sus camaradas han llegadodemasiado tarde. No conseguiréisliberar a la dragona, ni a sus cachorros.Nekros se os ha adelantado.

—Yo no…De repente, recibió otra bofetada en

la cara. Lo único bueno del picor quesentía el machacado mago en la cara era

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que le permitía olvidarse en parte de laagonía que padecía por culpa del dedoroto.

—Nekros… detén… ¡detén estalocura!

Rhonin alzó la cabeza súbitamente.Conocía aquella voz, aunque solo lahabía escuchado una vez.

Los guardias que lo retenían tambiénreaccionaron ante aquella voz, y segiraron lo bastante como para que elmago pudiera ver la silueta descomunaly cubierta de escamas que estaba atadapor cadenas y abrazaderas, Alexstrasza,la gran reina de los dragones, apenaspodía moverse. Sus extremidades, sucola, sus alas y su garganta habían sido

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amarradas con suma firmeza. Aun así,podía abrir sus poderosas fauces losuficiente como para comer y hablarhaciendo grandes esfuerzos.

El hecho de llevar tanto tiempocautiva no le había sentado nada bien.Rhonin había visto dragones conanterioridad, sobre todo carmesíes,cuyas escamas poseían un lustremetalizado. No obstante, el rojo de lasescamas de Alexstrasza se había idodesvaneciendo desde que estabaencerrada ahí y tenía ahora unatonalidad apagada; asimismo, en muchossitios daba la sensación de que se leiban a caer de un momento a otro. Encuanto el mago observó con más

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detenimiento su semblante reptiliano,pudo comprobar que el brillo de susojos carecía de vitalidad; su miradareflejaba el desánimo más absoluto.

Rhonin no podía imaginarse cuántohabía sufrido aquel ser a lo largo de suconfinamiento. La habían obligado atener crías que, más tarde, seríanadiestradas por sus captores para servira su despiadada causa. Probablemente,nunca llegaba a ver a sus crías porque learrebataban sus huevos en cuanto losponía. Tal vez incluso se sentía culpablepor las vidas que su progenie letal habíacercenado…

—No tienes permiso para hablar,reptil —gruñó Nekros, y, acto seguido,

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metió la mano en una bolsa que llevabaa la cintura y aferró algo que había en suinterior.

Rhonin notó un picor en la piel encuanto despertó aquella fuerza mágicade proporciones asombrosas. Aunque nosupo a ciencia cierta qué le había hechoel orco, la reina de los dragones profirióun grito de dolor tan desgarrador quetodos los allí presentes, salvo Nekros,se sintieron conmovidos por susufrimiento.

A pesar de la agonía que padecía,Alexstrasza siguió hablando.

—Estás… estás malgastando unasenergías valiosas… y un tiempo muyvalioso, Nekros. Tu lucha… está

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perdida… de antemano.A continuación, gimió y cerró los

ojos. Su respiración que hasta hace unosinstantes había sido muy agitada, setornó muy débil antes de recuperar unacadencia más normal.

—A mí sólo me da órdenes Zuluhed,reptil —masculló el orco cojo—. Y esechamán está muy lejos de aquí.

Entonces, sacó la mano de la bolsa,y la intensa energía mágica que Rhoninhabía percibido hasta entonces sedesvaneció abruptamente.

El mago había escuchado muchosrumores sobre cómo la Horda podíamantener bajo su control a una criaturatan magnífica, pero ninguna hipótesis

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explicaba lo que acababa de presenciar.Resultaba obvio que aquella bolsaalbergaba cierto artilugio o instrumentode un poder extraordinario. ¿AcasoNekros era plenamente consciente delpoder que tenía en sus manos? Con eseobjeto a su disposición, habría podidogobernar toda la Horda.

—Tenemos que atrapar al resto —ledijo el anciano guerrero orco a uncentinela apostado junto a la entrada—.¿Dónde encontrasteis el cuerpo delguardia?

—En el quinto nivel, en el tercertúnel.

Nekros frunció el ceño.—¿Por encima de nosotros?

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Acto seguido, miró con detenimientoa Rhonin, como si estuvieracontemplando una pieza de carne de unacalidad excepcional.

—Deben de estar empleando magiapara atacarnos. Registrad todos lostúneles desde el quinto nivel haciaarriba, que no quede ninguno sin revisar.De algún modo, han logrado entrar en lafortaleza desde arriba —mientrashablaba, una sonrisa amplia se dibujó ensu semblante de rasgos estrambóticos—.Aunque tal vez no se trate de magiadespués de todo. Torgus divisó a unosgrifos. ¡Eso es! El resto de eseescuadrón de grifos debió de llegardespués de que Alamuerte se enfrentara

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a Torgus.—Alamuerte… Alamuerte no está al

se-servicio de nadie… sólo defiende susintereses —observó Alexstrasza con losojos muy abiertos.

Parecía realmente asustada, yRhonin no se lo podía echar en cara.¿Quién no temía al dragón negro?

—Sin embargo, ahora colabora conlos humanos —insistió su captor—.Torgus fue testigo de cómo los ayudaba.

Entonces, dio un golpecito a la bolsaque llevaba a la cintura, y agregó:

—Bueno, yo diría que nosotrostambién estamos preparados paraenfrentarnos a él.

Rhonin no podía apartar la mirada

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de aquella bolsa cuyo contenido tanto leintrigaba; a juzgar por la vaga forma quese adivinaba, se trataba de un medallóno un disco. Pero ¿qué clase de objetoera ése? ¿Cómo era posible que Nekroscreyera que poseía un poder capaz derivalizar con el del coloso blindado?

—Si tanto ansiáis haceros con esosdragones —dijo Nekros, encarándosecon el mago—, vais a tener dragonespara dar y tomar, pero te aseguro que nitú ni el señor oscuro os vais a alegrarcuando os encontréis con ellos, humano.

Seguidamente, señaló a loscentinelas la salida, y añadió:

—Lleváoslo.—¿Quieres que lo matemos? —

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inquirió ilusionado uno de los guardias.—Todavía no. Quizá… quizá tenga

más preguntas que hacerle a este mago.Ya sabéis dónde encerrarlo. Yo iréenseguida para asegurarme de que sumagia no lo sacará de ahí.

Los dos enormes orcos quesujetaban a Rhonin lo arrastraron haciadelante con tanta fuerza que creyó que leiban a arrancar los brazos de loshombros. A pesar de que su visión setornó borrosa, logró ver a duras penascomo Nekros se volvía hacia otro orco.

—Redoblad los esfuerzos. Quieroque los carromatos estén listos cuantoantes. Yo me ocuparé de la reina. Quieroque esté todo dispuesto enseguida.

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Nekros abandonó el campo visualdel mago… y, al instante, otra figuraocupó su lugar.

El goblin al que el orco cojo habíallamado Kryll le guiñó un ojo a Rhonin,como si ambos compartieran un secreto.Pero en cuanto el humano hizo ademánde abrir la boca, aquella malévola ydiminuta criatura negó con sudesproporcionada y voluminosa cabezay, acto seguido, sonrió. El goblin teníaen una mano algo que agarraba confuerza; algo que llamó la atención delmago.

En ese momento, Kryll se llevó unamano a la espalda durante el tiempojusto para que Rhonin pudiera ver qué

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era ese objeto que portaba.Era el medallón de Alamuerte.Mientras los guardias lo sacaban a

rastras de la cámara del comandante, eldestrozado mago se dio cuenta de que yasabía cómo el dragón negro habíarecabado tanta información sobre GrimBatol. También sabía que, fueran cualesfuesen los planes de Nekros, éste, aligual que Rhonin, haría exactamente loque Alamuerte quería.

Aunque se sentía como en casa enlos bosques y las colinas, Vereesa teníaque admitir que, cuando se encontrabaen el subsuelo, era incapaz de distinguir

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un túnel de otro. Ahí abajo, su excelentee innato sentido de la orientación lefallaba, o quizá se perdía porque sedistraía muy a menudo al tener queagacharse continuamente. A pesar de quelos trols utilizaban esos túneles de vezen cuando, habían sido excavados porlos enanos en la época en que la zonaque rodeaba a Grim Batol formaba partede un complejo minero. Eso significabaque tanto Rom como Gimmel o inclusoFalstad, eran capaces de desplazarsepor ellos con gran facilidad, mientrasque la alta elfa se veía obligada aavanzar agachada casi todo el tiempo.Le dolían las piernas y la espalda, peroapretó los dientes para contener la

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agonía; no quería mostrar ningúnsíntoma de debilidad ante aquellosenanos tan curtidos. En definitiva, fueVereesa quien insistió en que debían ir aGrim Batol.

Finalmente, no pudo evitar formularla pregunta que le rondaba por lacabeza:

—¿Queda mucho para llegar?—Ya queda poco, muy poco —

contestó Rom.Por desgracia, llevaba bastante

tiempo diciendo lo mismo.—¿Me puedes repetir dónde se

supone que está la salida? —porfióFalstad.

—Este túnel desemboca en un lugar

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por el que se solía transportar el oro queextraíamos de las minas. Quizá inclusoveáis algunos raíles, si es que los orcosno los han fundido para forjar armas.

—De modo que si seguimos por estecamino, podremos entrar en la fortaleza,¿no?

—Sí. Podemos seguir el viejosendero, aunque ya no quede ningún raílque indique su curso. Pero hay guardiascustodiándolo, así que no va a ser fácil.

Vereesa meditó un instante sobreello.

—Antes habéis mencionado quetambién hay dragones rondando por estazona. ¿A qué altura suelen volar?

—No nos referíamos a los dragones

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que patrullan el cielo, Lady Vereesa,sino a los que se encuentran en tierra.Ellos son el principal escollo con quenos vamos a topar.

—¿En tierra? —preguntó Falstadtras resoplar.

—Sí, suelen quedarse en tierra losque tienen las alas dañadas o los que noson lo bastante dóciles como para volar.En esta parte de la montaña deberíahaber dos.

—En tierra… será una batallatotalmente distinta —masculló el enanodel Pico Nidal.

Rom se detuvo de improviso y, acontinuación, señaló de frente.

—Ahí está la salida, Lady Vereesa.

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Pese a que la forestal escudriñó loque tenía delante con su excepcionalvisión nocturna, no pudo distinguir lasupuesta salida.

Al parecer, Falstad si la vio.—Es increíblemente pequeña.

Demasiado estrecha.—Sí, es demasiado estrecha como

para que los orcos puedan atravesarla ycreen que también lo es para nosotros,pero tiene truco.

Vereesa, que seguía sin ver nada, setuvo que conformar con seguir a losenanos. Prácticamente habían alcanzadolo que parecía un callejón sin salida,cuando se percató de que un rayo de luzse filtraba desde algún lugar por encima

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de ellos. La frustrada elfa se aproximó,y entonces se dio cuenta de que ahíhabía una grieta muy estrecha por la queapenas cabía su espada, y mucho menosella.

La forestal miró al líder de losenanos de las colinas y le preguntó:

—Conque hay un truco que permitepasar por aquí, ¿eh?

—Sí. El truco consiste en moverestas rocas, que nosotros colocamos ensu momento, para que el agujero se hagalo bastante grande. Y no se puedenmover desde el otro lado; desde ahíparece que es una sola roca, y a losorcos les llevaría moverla más tiempodel que están dispuestos a perder.

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—Pero ellos saben que os escondéisbajo tierra, ¿verdad?

La expresión de Rom se tornósombría.

—Sí, pero como cuentan con elapoyo de los dragones, no nos temen.Además, el camino que hay que seguirpara salir es bastante peligroso.Supongo que esto te resultará más queevidente. Para nosotros es muy frustrantesaber que, a pesar de encontrarnos muycerca del enemigo, somos incapaces delibrarnos de esos malditos invasores…

Vereesa tuvo la sensación de que ellíder enano se estaba reservando ciertainformación por alguna razón que noalcanzaba a entender. Si bien lo que le

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había contado podía ser verdad hastacierto punto, estaba segura de que losenanos de las colinas no usaban confrecuencia esa ruta por algún motivo quehabía decidido omitir. ¿Había sucedidoalgo ahí en el pasado que les hacíaevitarlo, o realmente lo que les esperabaen ese camino era tan peligroso?

Si se trataba de lo último, ¿deverdad la elfa quería correr semejanteriesgo?

No le quedaba más remedio, sehabía comprometido a proteger aRhonin. Y si ya no podía protegerloporque el mago había muerto, estabadispuesta a hacer todo lo posible paraacabar con aquella guerra interminable.

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De todos modos, todavía albergaba laesperanza de encontrar vivo al jovenhumano.

—Será mejor que prosigamosnuestro camino cuanto antes. ¿Hay queseguir algún procedimiento para apartarestas rocas?

Rom parpadeó asombrado.—Debes esperar a que anochezca,

dama elfa. Si sales antes, te verán. Tanseguro como que me encuentro ante ti.

—No podemos permitirnos el lujode esperar tanto tiempo —objetóVereesa, que ignoraba cuántas horashabían pasado desde que los trolshabían capturado a la forestal y alenano.

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—Sólo queda algo más de una hora,Lady Vereesa. No merece la penaarriesgar la vida por tan poco.

¿De verdad quedaba tan poco? Laguerrera elfa miró a Falstad.

—Estuviste mucho tiempoinconsciente —dijo el enano del PicoNidal, adivinando la pregunta que le ibaa plantear la elfa—. Durante un buenrato, llegué a creer que estabas muerta.

La elfa replicó mientras intentabacalmarse:

—Muy bien. Esperaremos hastaentonces.

—¡Perfecto! —exclamó el líder delos enanos de las colinas a la vez quedaba una palmada de satisfacción—. Así

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tendremos tiempo de comer y descansar.Aunque Vereesa estaba demasiado

tensa como para pensar en comer, aceptólas sencillas vituallas que le ofrecióGimmel unos minutos después. Queaquellos pobres desgraciadoscompartieran lo poco que tenían decíamucho de su compasión y camaradería.Si los enanos hubieran querido, leshabrían podido matar a Falstad y a elladespués de haber despachado a los trols.Y nadie, fuera de aquel grupo de enanosde las colinas, habría sabido nunca nadaal respecto.

Gimmel se ocupó de que el repartode las provisiones fuera equitativo. Romtras hacerse con la parte que le

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correspondía, se apartó poco a poco delresto, pues, según explicó, queríainspeccionar algunos de los túnelessecundarios que habían dejado atráspara comprobar si había algún rastro deactividad trol en ellos.

Falstad comió muy a gusto; parecíaentusiasmado con el sabor de la carne yla fruta seca. Vereesa comió conbastante menos entusiasmo. La comidaenana no era famosa por su saborsuculento ni en el reino de los elfos ni enel de los humanos. Entendía que salaranla carne para que se pudiera conservarmejor, y se maravilló de que alguienfuera capaz de encontrar fruta en aquellatierra desolada, pero sus papilas

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gustativas no estaban acostumbradas aesos sabores. No obstante, sació suhambre; además, era consciente de quemás adelante iba a necesitar las energíasque proporciona el alimento.

Tras dar buena cuenta de su ración,Vereesa se puso de pie y echó un vistazoa su alrededor. Si bien Falstad y el restode los enanos se habían acomodado lomejor que podían para reponer fuerzas,la impaciente elfa necesitaba andar.Esbozó un gesto de contrariedad alpensar que su instructor le habría echadoen cara que en ese momento estabaactuando como una humana. A pesar deque la mayoría de los elfos solíacorregir a edad temprana el defecto de

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la impaciencia, algunos conservaban eserasgo de su personalidad toda la vida.Estos últimos acababan viviendo enotras tierras, lejos de la patria de loselfos, o aceptando tareas que lespermitían viajar a lo largo y ancho delmundo en nombre de su pueblo. Sisobrevivía a aquella aventura, escogeríauna de esas dos opciones, y puede queincluso se atreviera a visitar Dalaran.

Por fortuna para Vereesa, los túneleshabían sido excavados con una mayoraltura que muchos de los que habíadejado atrás. La elfa logró atravesaresos pasajes rocosos sin tener queagacharse apenas, y, en algunos tramos,pudo permanecer de pie sin problema.

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De repente, escuchó una voz a ciertadistancia por delante de ella que la hizodetenerse. La forestal se había adentradoen aquellos corredores más lejos de loque pretendía, lo suficiente como parahaber acabado en territorio trol sindarse cuenta. Con suma cautela, sinhacer ruido, extrajo su daga y avanzólentamente.

Aquella voz no se asemejaba ennada a la de un trol. De hecho, cuantomás se aproximaba, más segura estabade que conocía al que hablaba, pero…¿cómo era eso posible?

—… no hubo manera de evitarlo, migran señor. Aunque no creí que quisierasque supieran qué planeas.

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De improviso, se calló.—Sí, una forestal elfa de facciones

bellas y silueta esbelta.Entonces, se produjo otra pausa.—¿El otro? Un enano bárbaro del

Pico Nidal. Según dice, su montura seescapó cuando los trols los capturaron.

Por mucho que lo intentase, Vereesano podía escuchar la otra mitad de laconversación, pero, al menos, ya sabíaquién hablaba. Se trataba de un enano delas colinas que le resultaba muyfamiliar.

Era Rom. De modo que la excusa deque se iba a inspeccionar los túneles noera del todo cierta. Pero ¿con quiénhablaba y por qué ella no escuchaba a su

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interlocutor? ¿Acaso se había vueltoloco aquel enano? ¿Acaso hablaba solo?

Rom ya no hablaba salvo paraindicar que comprendía lo que susilencioso interlocutor le estabadiciendo. Vereesa se acercó,arriesgándose a que la descubrieran, alpasillo del cual procedía la voz delenano. Acto seguido, asomó la cabeza lojusto para observarle con un ojo.

El enano estaba sentado sobre unaroca con la cabeza gacha, observandosus manos ahuecadas, de las que brotabaun tenue fulgor bermellón. La elfaentornó los ojos tratando de discernirqué era lo que Rom sostenía entre lasmanos.

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Con cierta dificultad, logródistinguir un pequeño medallón con unajoya en el centro. A Vereesa no le hacíafalta ser un mago como Rhonin parareconocer que dicho objeto poseía unpoder inmenso, y que debía de tratarsede un talismán encantado creado pormedios mágicos. Los grandes señoreselfos utilizaban artilugios similares paracomunicarse con sus homólogos o sussiervos.

No obstante, a la forestal leextrañaba mucho que Rom hablara conun mago, pues era bien sabido que losenanos no apreciaban la magia, y menosaún a quienes la practicaban.

Pero si Rom mantenía algún tipo de

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vínculo con un hechicero al que, alparecer, servía, ¿por qué él y su grupode enanos seguían vagando por lostúneles mientras soñaban con quellegaría el día en que volverían acaminar libres bajo el cielo de aquellastierras, cuando, con toda seguridad, esegran hechicero podría hacer algo pararemediar su situación?

—¿Qué? —inquirió súbitamenteRom—. ¿Dónde?

Con una rapidez asombrosa, elenano alzó la vista y posó la miradasobre la elfa.

Vereesa retrocedió en un vanointento de ocultarse, pero era conscientede que había reaccionado demasiado

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tarde. El líder enano la había divisadopese a encontrarse en un lugar sumido enla oscuridad.

—¡Sal donde pueda verte! —gritó elenano de las colinas.

La forestal titubeó, y Rom añadió:—Sé que eres tú, Lady Vereesa…Abandonó su escondite al instante,

pues ya no había ninguna razón quejustificase que siguiera ocultándose. Noobstante, no hizo ademán de envainar laespada, ya que no estaba segura del todode que Rom no fuera un traidordispuesto a jugársela tanto a su gentecomo a ella.

Se percató de que el enano la mirabasumamente decepcionado.

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—Y yo que pensaba que me habíaalejado lo suficiente como para evitarque los agudos oídos elfos meescucharan… ¿Por qué me has seguido?

—No te he seguido, Rom. Ha sidopura casualidad. Simplemente,necesitaba andar y estirar las piernas.Sin embargo, ahora albergo serias dudassobre cuáles son tus verdaderasintenciones…

—Este asunto no te concierne,¿vale?

En ese momento, la gema delmedallón centelleó fugazmente,sobresaltando a ambos. Rom ladeó lacabeza, como si estuviera escuchandootra vez a su interlocutor invisible. Si

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eso era cierto, no cabía ninguna duda deque no le gustaba nada lo que estabaescuchando.

—¿De verdad crees que esacertado…? Bien, como quieras…

Al escuchar estas palabras, Vereesaaferró con más fuerza su espada.

—¿Con quién hablas?Para sorpresa de la elfa, Rom le

ofreció el medallón.—Él mismo te lo va a decir.Como ella no se decidía a tocar el

medallón, el enano tuvo que añadir:—Tranquila. Es un amigo, no un

enemigo.La forestal, que no parecía dispuesta

a soltar su espada, cogió el talismán

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cautelosamente con la mano que teníalibre. A pesar de que se había imaginadoque iba a recibir una descarga deenergía o a sentir un calor abrasador,pudo comprobar enseguida que elmedallón estaba frío al tacto y parecíainofensivo.

Saludos, Vereesa Brisaveloz.Estas palabras resonaron en su

cabeza. En ese momento, estuvo a puntode caérsele el medallón, no por haberescuchado aquella voz, sino porque elinterlocutor invisible conocía sunombre. La elfa miró a Rom, quien laanimó con un gesto a conversar.

—¿Quién eres? —preguntó laforestal, mientras se concentraba en el

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interlocutor invisible.Como no ocurrió nada, volvió a

mirar al enano.—¿Te ha dicho algo?—Sí, he escuchado algo en mi

cabeza y le he contestado mentalmente,pero ahora no responde.

—Claro que no responde. Tienesque hablarle al talismán. De ese modo,él escuchará tu voz allá donde esté comosi fueran pensamientos. Pasa lo mismocuando él te habla —le explicó, altiempo que sus rasgos perrunosesbozaban un gesto de disculpa—. No sépor qué funciona así, pero el caso es quefunciona, de eso no hay duda…

Vereesa posó de nuevo la mirada

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sobre el medallón y lo volvió a intentar,esta vez hablándole al talismán.

—¿Quién eres?Me conoces por las misivas que he

enviado a tus superiores. Soy Krasusdel Kirin Tor.

¿Krasus? Ése era el nombre delmago que había acordado con los elfosque la forestal guiara a Rhonin hasta elmar. Apenas sabía nada sobre él, sóloque sus superiores le habían tratado consumo respeto cuando les había planteadosu petición. Vereesa sabía que muypocos humanos eran capaces de suscitarla admiración y el respeto de un señorelfo.

—Tu nombre me resulta familiar.

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También eres el valedor de Rhonin.Entonces, se produjo un silencio

incómodo para la forestal.Sí, yo le encomendé que

emprendiera este viaje.—¿Sabes que es bastante probable

que los orcos lo hayan hechoprisionero?

Lo sé. Una contrariedadinesperada.

¿Cómo que inesperada? Vereesasintió que la llama de una furiairracional prendía en su fuero interno.¿Inesperada?

Al fin y al cabo, su misión consistía,sencillamente, en observar. Nada más.

Hacía mucho tiempo que la elfa

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había dejado de creer que la misión deRhonin consistía únicamente en vigilar yobservar.

—¿Y desde dónde tenía queobservar? ¿Desde las mazmorras deGrim Batol? ¿No será que tenía queencontrarse con los enanos de lascolinas por alguna razón que no me hasexplicado?

Volvió a reinar un silencioincómodo.

La situación es mucho máscomplicada de lo que crees, jovencita,y cada vez se complica más. Porejemplo, no formaba parte del plan quetú estuvieras aquí. Deberías habervuelto con los tuyos después de llegar

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al puerto.—Hice un juramento. Y consideré

que mi promesa de proteger al mago ibamás allá de las costas de Lordaeron.

A poca distancia, Rom observabadesconcertado a la forestal. Como ya nocontaba con el medio que le permitíaescuchar al mago, sólo podía imaginarselo que estaría diciendo Krasusbasándose en las respuestas que dabaVereesa.

Rhonin es… un hombre afortunado,afirmó Krasus.

—Lo será siempre que siga vivo —le espetó la elfa.

Una vez más, el mago dudó antes deresponder. ¿Por qué ella reaccionaba de

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esa manera? A la forestal no leimportaba lo más mínimo lo que lesucediera a Rhonin… o eso creía.Vereesa sabía cómo eran los hechiceros,tanto humanos como elfos, y eraplenamente consciente de que seutilizaban y manipulaban unos a otros encuanto tenían la oportunidad. Lo únicoque le extrañaba era que Rhonin, queparecía bastante listo, se hubiera dejadoenredar por las artimañas de Krasus.

Sí… si sigue vivo…El mago invisible volvió a dudar.… será mejor que hagamos todo lo

posible para liberarlo.Esta réplica la sorprendió

sobremanera. No era lo que esperaba

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oír.Vereesa Brisaveloz, escúchame con

atención. Me arrepiento de muchas delas cosas que he hecho por defender unbien mayor; y una de ellas es el funestodestino al que he guiado a Rhonin.Estás ahí porque quieres encontrarlo,¿verdad?

—Así es.Aunque tengas que adentrarte en la

fortaleza montañosa de los orcos,¿verdad? Aunque en ella habitendragones, ¿verdad?

—Así es.Rhonin es muy afortunado al poder

contar contigo como camarada…Espero ser tan afortunado como él y

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poder contar contigo como camaradade ahora en adelante. Haré todo loposible para ayudarte en estaformidable misión, aunque tú serásquien corra con los riesgos en el planofísico, por supuesto.

—Por supuesto —repitió la elfa conironía.

Por favor, devuélvele el talismán aRom. He de hablar con él un momento.

Vereesa, quien estaba deseosa delibrarse de la herramienta que el magoutilizaba para comunicarse, le entregó elmedallón al enano. Rom lo cogió yclavó la mirada sobre la joya del centro.A partir de entonces, asintió de vez encuando con la cabeza, aunque estaba

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claro que lo que le estaba contandoKrasus le hacía sentirse muy inquieto.

Al fin, alzó la vista en dirección aVereesa, y dijo:

—Si de verdad crees que esnecesario…

La forestal se dio cuenta de queestas palabras iban dirigidas al mago.Un instante después, el fulgor de la joyamenguó. Acto seguido, Rom, quienparecía contrariado, le devolvió eltalismán a la elfa.

—¿Qué ocurre?—Quiere que te lo quedes durante el

resto de la misión. Toma. Él mismo te loexplicará.

Vereesa cogió de nuevo aquel

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objeto. De inmediato, la voz de Krasusvolvió a resonar en su mente.

Ya te ha dicho Rom que quiero quelleves este talismán, ¿verdad?

—Sí, pero yo no quiero…Deseas encontrar a Rhonin,

¿verdad? Deseas salvarlo, ¿no?—Sí, pero…Pues yo soy tu única esperanza.A la forestal le hubiera gustado

discutirlo, pero era consciente de queiba a necesitar ayuda. Sabía que lo teníatodo en contra si contaba únicamentecon el apoyo de Falstad.

—De acuerdo. ¿Y ahora qué vamosa hacer?

Primero, cuélgate el talismán del

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cuello; luego, tú y Rom regresaréis conlos demás. Os guiaré tanto a ti como atus compañeros enanos para quepodáis entrar en la montaña… y hastael lugar donde es más probable quehayan encerrado a Rhonin.

A pesar de que no le ofrecía toda laayuda que necesitaba, sí era una ayudalo bastante importante como para que laaceptara. A continuación, Vereesa secolgó el collar del cuello, y el medallónacabó descansando sobre su pecho.

Podrás escucharme siempre que lodesees, Vereesa Brisaveloz.

Entonces, Rom, quien ya se habíapuesto en marcha, pasó junto a ella, y ledijo:

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—¡Vamos! No podemos perder mástiempo, dama elfa.

Mientras seguía al enano, Krasuscontinuó hablando con ella.

No le expliques a nadie qué escapaz de hacer este medallón. Nohables conmigo a través de él cuandohaya alguien presente a menos que yote dé permiso. De momento, sólo Rom yGimmel conocen el papel quedesempeño en todo esto.

—¿Y qué papel es ése? —no pudoevitar mascullar la forestal.

Mi papel consiste en intentar quehaya un futuro para todos.

La elfa se preguntó qué habíaquerido decir con eso, pero decidió que

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era mejor no hacer más preguntas.Seguía sin confiar en aquel mago, pero,de momento, no le quedaba más remedioque hacerlo.

Tal vez Krasus era consciente deello, porque agregó:

Escúchame con atención, VereesaBrisaveloz. Quizá te pida que hagascosas que consideres que no osfavorecen ni a ti ni a aquellos a los quequieres. Pero confía en mis decisiones.Te aguardan peligros que nocomprendes; unos peligros que nopodrás afrontar sola.

¿Acaso tú los comprendes?, pensóla forestal, a sabiendas de que Krasus nopodría escuchar una pregunta formulada

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mentalmente.El sol se pondrá en breve y antes he

de ocuparme de un asunto importante.No abandones estos túneles hasta queyo lo diga. Adiós por ahora, VereesaBrisaveloz.

Antes de que la elfa pudieraprotestar, la voz del mago se habíadesvanecido del todo. Maldijo en vozbaja. Ahora que había aceptado lacuestionable ayuda del hechicero,tendría que obedecer sus órdenes. Ledisgustaba tener que poner su vida, asícomo la de Falstad, en manos de unmago que les daba instrucciones desdeuna torre lejana en la que estaba a salvode cualquier peligro.

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Y eso no era lo peor: Vereesaacababa de poner sus vidas en las manosdel mismo mago que había encomendadoa Rhonin esa misión tan demencial, paraluego, presumiblemente, abandonarlo asu suerte y dejarlo morir.

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CAPÍTULODIECISIETE

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E n algún momento, mientrasrecorría el trayecto hacia el lugar

donde los orcos pretendían encerrarlo,Rhonin había vuelto a quedarseinconsciente. Los guardias habíancontribuido a ello al golpearle concualquier pretexto y retorcerle losbrazos hasta hacerle padecer unaverdadera agonía. El dolor del dedoroto no era nada comparado con lo quele habían hecho hasta que perdió laconsciencia.

Cuando por fin se despertó, loprimero que vio fue una calavera enllamas, con las cuencas de los ojosnegras y vacías, que parecía salida de

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una pesadilla y le dedicaba una sonrisamalévola.

El mago, horrorizado, trató deapartarse de aquel semblantemonstruoso de manera instintiva, porpuro reflejo, pero la única recompensaque obtuvo al moverse fue un doloragónico y descubrir que tenía lasmuñecas y los tobillos encadenados conunos grilletes. Por mucho que lointentase, no podía escapar de ese serdemoníaco que se alzaba amenazadorsobre él a poca distancia.

Pero su enemigo no se movió. Pocoa poco, Rhonin fue dominando su miedoy pudo observar a aquella criaturainmóvil con más detenimiento. Era

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bastante más alta y ancha que unhumano, y portaba como armadura loque parecían unos huesos llameantes. Loque había tomado por una sonrisasiniestra no era tal, sino un efecto ópticodebido a que su semblante carecía depiel y carne. A pesar de que su silueta sehallaba rodeada de fuego, el mago notenía calor. No obstante, sospechaba quesi esas esqueléticas manos ardientes lotocaban, iba a sentir muchísimo dolor.

A Rhonin no se le ocurrió nadamejor que hablar con aquella criatura.

—¿Qué…? ¿Quién eres?Pero no obtuvo respuesta. La figura

macabra permanecía inmóvil. Sólo semovían las llamas titilantes que lo

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rodeaban.—¿Puedes oírme?Siguió sin obtener respuesta.El mago, a quien ahora dominaba

más la curiosidad que el temor, seinclinó hacia delante todo lo que lascadenas le permitieron. Con sumadesconfianza, movió como pudo una desus piernas adelante y atrás. Pero siguiósin recibir respuesta. Aquellaaberración ni siquiera adelantó lacabeza para observar la extremidad queel mago movía nerviosamente.

A pesar de su aspecto aterrador,recordaba más a una estatua que a un servivo. Si bien tenía un aspectodemoníaco, tal vez no fuera un demonio.

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Rhonin había estudiado los gólems, perono había visto nunca uno, y muchomenos uno que estuviera ardiendoconstantemente. En realidad, no eracapaz de definir a esa figura de ningunaotra forma.

El mago frunció el ceño mientras sepreguntaba qué poderes poseería elgólem. En realidad, sólo había unamanera de averiguarlo, y, después detodo, el mago debía intentar fugarse deahí.

Rhonin procuró ignorar el dolor quesentía, y se dispuso a mover levementelos dedos que le quedaban sanos paralanzar un conjuro que le libraría deaquel monstruo, o al menos eso

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esperaba.De improviso, con una rapidez

asombrosa, el gólem envuelto en llamasagarró a Rhonin de la extremidad dondetenía el dedo fracturado y cerró su manosobre ella cubriéndola por entero.

Al instante, un fuego abrasadorengulló al mago humano; un fuego que lequemaba el alma. Rhonin profirió ungrito, y luego otro, y otro más. Estuvo unbuen rato gritando con todas sus fuerzashasta que ya no pudo más.

La cabeza se le cayó hacia delantecomo un peso muerto, y, en la fronteradifusa que separa la consciencia de lainconsciencia, rezó para que el fuego delalma se extinguiera de una vez o lo

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consumiera cuanto antes.Entonces, el gólem apartó su mano

de la del mago.Las llamas que consumían su alma

menguaron. A continuación, un Rhoninjadeante logró levantar la cabeza losuficiente como para poder contemplar aaquel horrendo centinela. El gólem ledevolvió la mirada con una cara que noera más que una grotesca imitación de unrostro, mostrando una indiferenciaabsoluta ante la cruel tortura queacababa de infligir a su víctima.

—Mal-maldito seas…En ese instante, escuchó una risita

ahogada que provenía de detrás delgólem; esa risa le resultó tan familiar

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que los pelos se le pusieron comoescarpias.

—¡Qué malo eres, pero qué malo!—exclamó alguien con una voz muyaguda—. Si uno juega con fuego, sequema.

El mago ladeó la cabeza, con sumacautela al principio, aunque luego seatrevió a girarla más al comprobar quesu monstruoso compañero de celda noreaccionaba. Cerca de la entrada seencontraba el goblin enjuto al queNekros había llamado Kryll; se tratabadel mismo duende que Rhonin sabía quetrabajaba para Alamuerte.

De hecho, Kryll portaba el medallóncon un cristal negro en el centro. Al

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mago le maravilló la arrogancia delgoblin. Seguramente, Nekros se estaríapreguntando por qué su esbirro se habíaquedado con el talismán de Rhonin.

Kryll se percató de que el humanotenía la mirada clavada en aquel objeto.

—El amo Nekros no sabe quellevabas esto encima, humano…Además, los goblins siempre andamosbuscando este tipo de baratijas.

Rhonin sabía que esa explicación sequedaba corta.

—Ya, y seguro que sigue muyocupado como para reparar en quellevas encima ese peculiar objeto,¿verdad?

—Eres muy listo, humano, ya lo

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creo. Y aunque le hablaras de esteobjeto, no te escucharía. El pobre, elpobre amo Nekros tiene tantas cosas enque pensar… Trasladar tantos dragonesy huevos es una tarea titánica, como tepuedes imaginar.

El gólem no reaccionó ante lapresencia de Kryll, lo cual no lesorprendió a Rhonin. Mientras no tratarade liberar al prisionero, aquellaaberración dejaría en paz al goblin.

—Conque eres un siervo deAlamuerte…

Al oír esto, la pequeña criaturafrunció el ceño fugazmente de manerainvoluntaria.

—Cumplo su voluntad, sí. Desde

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hace mucho, muchísimo tiempo…—¿Qué has venido a hacer aquí? Yo

ya he cumplido con la parte que tu amome tenía reservada en sus planes, ¿no esasí? He sido manipulado como un necio,¿no?

Por alguna extraña razón, estaspalabras parecieron levantar el ánimode Kryll, quien replicó, esbozando unaamplia sonrisa plagada de dientes:

—No puede haber nadie más necioque tú, puesto que no sólo el señoroscuro te ha utilizado como peón. Yotambién te he manipulado, humano.

Rhonin no se lo podía creer.—¿Cómo has podido hacer algo así?

¿De qué manera he servido a tus

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propósitos, goblin?—De la misma, de la mismísima

manera que has servido al señoroscuro… ¿Acaso crees que un goblin seiba a rebajar a ser el siervo de alguiensi no tuviera sus propias y taimadasrazones para obrar de ese modo? —respondió con un leve tono de amarguraque se le escapó sin querer—. Pero yaestoy harto, muy harto de mi papel desiervo.

Rhonin frunció el ceño. ¿Aquelladiminuta criatura demente estabainsinuando lo que el mago creía queestaba insinuando?

—¿Acaso planeas traicionar aldragón? ¿Y cómo piensas hacerlo?

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Al oír estas preguntas, el grotescogoblin dio varios saltitos, sin podercontener su júbilo.

—Pobre, pobre amo Nekros, está tanagobiado… Tiene muchos dragones quetrasladar, muchos huevos que sacar deaquí y muchos orcos asquerosos quecomandar. Dispone de muy poco tiempopara pensar por mucho que quiera.Quizá se habría detenido a pensar si laAlianza no hubiera decidido invadirestas tierras por el oeste. Pero ya nopuede pararse a pensar. Debe actuar.Tiene que comportarse como un orco, yasabes.

—Lo que dices no tiene ningúnsentido…

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—¡Necio! —exclamó el goblin entrerisas—. Tú me has traído esto.

Kryll sostuvo el medallón en lo altoy, luego, frunció el ceño a modo de burlamientras añadía:

—Lord Alamuerte cree que… serompió en la caída.

Ante la atenta mirada del prisionero,el goblin intentó arrancar la piedra quehabía en el centro del medallón. Trasforcejear durante un rato con ella, lagema saltó y fue a parar a la mano delduende enjuto. A continuación, lasostuvo en alto para que Rhonin pudieraverla.

—Con esto… Alamuerte dejará deexistir…

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Rhonin no podía creer lo que decíael goblin.

—¿Cómo que Alamuerte dejará deexistir? ¿Piensas utilizar esa piedra paraderrotarlo?

—O para obligarlo a servir a Kryll.Sí, tal vez lo convierta en mi siervo —contestó, y se le escapó un suspirocargado de puro odio—. Al fin podrédejar de adular a ese reptil. Ya novolveré a ser su lacayo. Llevoplaneando esto mucho tiempo, sí, heesperado y esperado hasta que llegara elmomento en que fuera más vulnerable,sí.

El hechicero cautivo, quien estabafascinado, muy a su pesar, por las

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revelaciones de aquella criatura, lepreguntó:

—Pero ¿cómo vas a hacerlo?Kryll retrocedió hasta la entrada.—Nekros me brindará la

oportunidad, sin saberlo, y esto… —respondió, y lanzó la piedra al aire y lacogió—. Esta piedra forma parte delseñor oscuro, humano. Es una de susescamas. El mismo Alamuerte laconvirtió en piedra con su magia. Es laúnica manera de que el medallónfuncione. Pero ¿sabes lo que supone queuno tenga en su poder una parte delcuerpo de un dragón?

Rhonin pensó con rapidez. Algohabía oído al respecto en una ocasión.

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—«Si alguien consigue poseer unfragmento del cuerpo de uno de losgrandes leviatanes, obtendrá el dominiode su poder.» Pero nadie ha sido capazde realizar semejante proeza. Senecesita una magia muy potente parahacer que funcione. ¿De dónde…?

El gólem reaccionó ante la repentinaagitación que se había adueñado delprisionero. Abrió sus macabras fauces ehizo ademán de coger a Rhonin con unade sus manos esqueléticas. El mago sequedó paralizado de inmediato, nisiquiera se atrevía a respirar.

Al instante, la figura envuelta enllamas se detuvo, pero no se retiró. Elmago siguió conteniendo la respiración,

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y a la vez rezaba para que aquellamonstruosidad retrocediera.

Kryll soltó una risita ahogada al vera Rhonin en una situación tandesesperada.

—Bueno, por lo que veo, ahora estásmuy ocupado, humano. Lamento habertehecho perder el tiempo. Pero tenía quecontarle a alguien mi glorioso plan… aalguien que pronto estará muerto, ¿eh?—dijo el goblin, quien se alejó dandosaltitos—. Debo irme. Nekros necesitade mi guía una vez más, oh, sí.

Rhonin ya no podía aguantar más larespiración. Exhaló, con la esperanza deque, al haber permanecido quieto tantotiempo, aquella criatura lo dejara en

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paz.Pero se equivocó.El gólem lo tocó… y, al instante,

todo pensamiento acerca de ese traidorde Kryll se desvaneció en cuanto elfuego consumió a Rhonin por dentro.

La noche iba cayendo muylentamente, aunque para Vereesa lohacía muy rápido. Tal como le habíaindicado Krasus, no le había contado anadie para qué servía el medallón y, ainstancias de Rom, lo había escondidolo mejor posible debajo de su ropa. Sibien había logrado ocultarlo bajo sucapa de viaje, que ya estaba bastante

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desgastada a esas alturas del viaje,cualquiera que se fijara en la elfa conatención habría distinguido, al menos, lacadena del medallón.

Poco después de regresar con elresto del grupo, Rom se había llevado aGimmel a un rincón apartado parahablar con él. La elfa se había percatadode que ambos habían mirado fugazmenteen su dirección. Era evidente que Romquería que su segundo al mando tambiénestuviera al tanto de la decisión quehabía tomado Krasus, y, a juzgar por suexpresión de abatimiento, a Gimmel lehabía disgustado tanto como a su jefe.

En el momento en que la luz quepodía atisbarse a través del agujero se

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desvaneció, los enanos se dispusieron aapartar metódicamente aquellas piedras.Vereesa no alcanzaba a comprender porqué había que quitar una roca enconcreto antes que otra, pero los chicosde Rom insistieron mucho en que debíahacerse de esa manera. Así que seacomodó lo mejor que pudo, mientrasintentaba no pensar en todo el tiempoque estaban perdiendo.

En cuanto apartaron las últimaspiedras, la voz del mago, que sonóextrañamente débil al principio, retumbóen su cabeza.

¿La… salida está abierta, VereesaBrisaveloz?

Se tuvo que girar y fingir que le

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había dado un acceso de tos para podermascullar:

—Acaban de terminar de abrirla.Entonces, adelante. En cuanto

llegues al exterior, saca el talismán dedonde lo tengas escondido. De esemodo, podré ver dónde estáis y qué osaguarda más delante. No volveré ahablar hasta que tú y el enano del PicoNidal hayáis salido de estos túneles.

En cuanto la forestal se dio la vuelta,Falstad se le acercó.

—¿Estás lista, mi dama elfa? Me dala sensación de que los enanos de lascolinas quieren deshacerse de nosotroslo antes posible.

De hecho, Rom, cuya silueta se

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distinguía a duras penas en la penumbra,se encontraba junto a la salida y leshacía gestos perentorios de que debíansalir ya al exterior. Vereesa y Falstadpasaron junto a él raudos y veloces, yascendieron hasta el agujero ensanchadocomo pudieron. La forestal se resbalóuna vez, pero enseguida recuperó elequilibrio. Por encima de ella, el vientoululaba y parecía animarla a abandonarel túnel. No le gustaba nada aquelmundo subterráneo, y esperaba que lascircunstancias no la obligaran a regresara ese reino en breve.

Falstad, quien había llegado alagujero el primero, le ofreció uno de susfuertes brazos para ayudarla a subir. Sin

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tener que hacer un gran esfuerzo, logrólevantarla y colocarla junto a él.

En cuanto ambos salieron por lagrieta, los enanos comenzaron a tapar elagujero, que menguó rápidamente.Mientras tanto, Vereesa trataba deorientarse.

—¿Y ahora qué hacemos? —inquirióFalstad—. ¿Trepamos por ahí?

El enano señalaba la base de unamontaña, que, pese a la oscuridad de lanoche, podía apreciarse claramente queera una pared rocosa muy escarpada devarios centenares de metros de altura.Por mucho que lo intentara, la elfa eraincapaz de ver la abertura, lo cual ladesconcertó, porque Rom le había hecho

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creer que la verían enseguida.Cuando se giró con la intención de

llamarlo, descubrió que apenas quedabarastro de la grieta. Vereesa se arrodillóy acercó una oreja al pequeño agujero.Sin embargo, no logró oír absolutamentenada.

—Perdónelos, mi dama elfa. Se hanvuelto a esconder.

Por el tono de voz con el que Falstadhabía pronunciado estas palabras, cabíadeducir que sentía cierto desprecio porsus primos de las colinas. La elfa asintióy, entonces, recordó por fin lasinstrucciones que le había dado Krasus.Se apartó la capa, sacó el medallón desu escondite y se lo colocó directamente

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sobre el pecho. Vereesa dio porsupuesto que el mago sería capaz de veren la oscuridad, ya que, si no, no seríade gran ayuda en aquel momento.

—¿Qué es eso?—Algo que espero que nos ayude.Aunque Krasus le había advertido de

que no debía hablarle a nadie acerca deltalismán, no podía esperar que no leexplicara a Falstad qué era y para quéservía, pues el enano podría pensar quese había vuelto loca si la veía hablandosola.

Lo veo todo con claridadmeridiana, dijo el mago, sobresaltandoa la forestal. Gracias.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué has

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saltado?—Falstad, ya sabes que el Kirin Tor

envió a Rhonin a cumplir una misión,¿verdad?

—Sí, pero ese mago nos contó unapatraña. En realidad, no le habíanencomendado una estúpida misión deobservación. ¿Por qué mencionas estetema ahora?

Porque este medallón pertenece almago que lo eligió para llevar a caboesa tarea, al mago que le encomendó suverdadera misión, la cual requería, almenos en parte, que Rhonin entrara en lamontaña.

—¿Por qué razón debía entrar ahí?—preguntó el enano, quien no parecía

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muy sorprendido ante esas revelaciones.—No lo sé. Aún no me lo han

explicado. Este medallón permite que unmago llamado Krasus pueda hablarconmigo.

—Pues yo no oigo nada.—Desgraciadamente, este artilugio

funciona así.—Qué raro… Malditos magos… —

masculló irónicamente el enano,utilizando el mismo tono de voz quehabía empleado al hablar sobre lascarencias de sus primos de las colinas.

Será mejor que iniciéis vuestramarcha, sugirió Krasus. Como se sueledecir, el tiempo es oro.

—¿Te pasa algo? Has vuelto a saltar.

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—Como te he comentado antes, tú nolo puedes oír, pero yo sí. Quiere queiniciemos nuestro periplo. Dice quepuede guiarnos.

—¿Puede ver dónde estamos?—Sí, a través del cristal.Falstad se aproximó al medallón,

golpeó con un dedo la piedra del centroy espetó:

—Hechicero, te juro por el PicoNidal que, como nos la juegues, miespíritu te perseguirá por toda laeternidad. ¡Lo juro!

Dile a ese enano que tenemos metasmuy similares.

Vereesa le repitió estas palabras aFalstad, quien aceptó la réplica del

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mago a regañadientes. Ella también teníaciertas reservas respecto al mago, perose las guardaba para sí. Krasus habíaafirmado que sus metas eran «muysimilares», lo cual no quería decir quefueran las mismas.

A pesar de no tenerlas todasconsigo, la forestal cumplió lasinstrucciones de Krasus al pie de laletra, dando por hecho que, al menos, elmago los llevaría hasta el interior de lamontaña. Si bien sus indicaciones se lesantojaron, en un primer momento, untanto extrañas, al obligarlos a rodearparte de la montaña, lo cual parecía unapérdida de tiempo, el mago, finalmente,los guió a través de un sendero muy fácil

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de seguir, que los condujo enseguidahasta la estrecha y alta entrada de unacueva que Vereesa dedujo que seinternaba en la montaña. Si no era así,tendría más que palabras con su inútilguía.

Es la entrada a una antigua minaenana, explicó Krasus. Los orcos creenque no lleva a ninguna parte.

Vereesa la examinó hasta donde selo permitió la oscuridad reinante.

—Si lleva al interior de la montaña,¿por qué Rom y su gente no han utilizadoeste camino?

Porque han estado esperandopacientemente.

A la elfa le hubiera gustado

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preguntarle a qué estaban esperando, sino fuera porque, de repente, Falstad laagarró del brazo.

—¿Oyes eso? —le susurró el jinetede grifos—. ¡Alguien o algo se acerca!

Se escondieron tras unas rocas…justo a tiempo. Entonces, divisaron unasilueta aterradora que caminaba condeterminación hacia la zona de la cueva,siseando en todo momento. Vereesavislumbró una cabeza con rasgos dedragón que miraba hacia todas partes,cuyos ojos eran unos orbes rojos quebrillaban tenuemente en la noche.

—Ya sabemos la razón por la cuallos enanos no han usado nunca estecamino de entrada —masculló Falstad

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—. Ya decía yo que todo estaba yendodemasiado bien para ser verdad.

La bestia tensó la cabeza en esemomento. Y, a continuación, se dirigió allugar donde ellos se habían escondido.

Debéis guardar silencio. Losdragones poseen un oído muy fino.

La elfa no se molestó en compartiresa información innecesaria con elenano.

Mientras observaba cómo el colosodaba unos cuantos pasos hacia ellos,aferró firmemente su espada. Aunque noera tan enorme como Alamuerte, era lobastante grande como para despacharlosa ambos con suma facilidad.

De improviso, desplegó las alas… y

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la forestal, gracias a su excepcionalvisión nocturna, pudo apreciar que erandeformes. No le extrañaba, por tanto,que aquel leviatán hiciera las veces deperro guardián de los orcos.

Vereesa se preguntó dónde estaría sucuidador. Los orcos nunca dejaban soloa un dragón, ni siquiera a unoincapacitado para volar desde sunacimiento.

La respuesta fue instantánea: justo enese momento escuchó a alguienvociferar una orden. A una grandistancia, a espaldas de la bestia,vislumbró una antorcha que parecíaflotar en el aire, aunque, poco a poco,pudo apreciar que, en realidad, un orco

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descomunal portaba aquella antorcha enuna mano… y, en la otra, una espadacasi tan larga como la de Vereesa. Elguardia le gritó algo al dragón, que siseócon furia. Acto seguido, el orco repitióla orden.

Lentamente, el coloso se fuealejando del lugar donde ambos seocultaban. La elfa contuvo larespiración, con la esperanza de que elguerrero y su perro de caza se largarande ahí raudos y veloces.

Entonces, la gema del medallóncentelleó repentinamente con tantaintensidad que iluminó toda la zona querodeaba la formación rocosa tras la cualse habían escondido.

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—¡Tapa esa luz! —susurró Falstad.La forestal lo intentó, pero ya era

demasiado tarde. No sólo se giró eldragón, sino que esta vez el orcotambién reaccionó, arremetiendo contrasu escondite con la antorcha en unamano y la espada en la otra. El leviatáncarmesí lo seguía de cerca, dispuesto aentrar en acción en cuanto su cuidadorse lo pidiese.

Quítate el medallón del cuello, leordenó Krasus. Prepárate paralanzárselo al dragón.

—Pero…Hazlo.Vereesa se desprendió del talismán

rápidamente y lo sostuvo en la mano,

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listo para arrojarlo. Falstad la miró,pero decidió que era mejor refrenar sulengua.

El orco estaba cada vez más cerca.Si los hubiera atacado él solo, habríasupuesto un desafío, pero, ayudado porel dragón, la forestal y su compañeroalbergaban muy pocas esperanzas desalir de ese enfrentamiento con vida.

Dile al enano que salga de suescondite, que se muestre ante elenemigo.

—Quiere que salgas de tu escondrijoy te muestres al enemigo, Falstad.

—¿Prefiere que me metadirectamente en la boca del dragón oque me tumbe delante de esa bestia y le

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deje mordisquearme a placer?Tenemos poco tiempo para

reaccionar.Una vez más, Vereesa repitió las

palabras del mago. Falstad parpadeóincrédulo, respiró hondo y asintió. Consu martillo de tormenta en la mano,sorteó a Vereesa y abandonó laprotección de las rocas.

El dragón rugió. El orco gruñómientras en su rostro se dibujaba unasonrisa de colmillo a colmillo ante laexpectativa de lucha.

—¡Enano! —exclamó el guerrero—.¡Qué bien! Me estaba aburriendo mucho.Lo que me voy a divertir contigo antesde que acabes en el estómago de

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Zarasz… Está hambriento.—¡Soy yo quien se va a divertir con

vosotros, puerco! Como me estabaquedando frío, me he dicho: «Voy aaplastarle el cráneo a ese orco y asícaliento un poco los músculos».

Tras escuchar esta bravata, tanto elorco como la bestia avanzaron.

Ahora tírale el talismán al dragón.Y asegúrate de que aterriza cerca de suboca.

Aquella orden le pareció tan absurdaa Vereesa que, al principio, dudó sihabía escuchado bien. Entonces, se leocurrió que tal vez Krasus pudieralanzar a través del medallón un hechizocapaz de neutralizar a esa criatura

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salvaje.Lánzalo ya, antes de que tu amigo

pierda la vida.¡Falstad! La forestal abandonó su

escondite de un salto, sorprendiendo asía ambos centinelas. Echó un rápidovistazo al orco y, con una punteríaconsumada, lanzó el medallón a la bocade la bestia.

Al instante, ésta se abalanzó hacia elmedallón con igual precisión y,sorprendentemente, atrapó el talismánentre sus fauces.

La elfa soltó un juramento. Estabasegura de que Krasus no había contadocon que se produjera ese giro en losacontecimientos.

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Entonces sucedió algo muy peculiarque hizo que los tres guerreros sequedaran petrificados. En vez detragarse o lanzar lejos el medallón, eldragón permaneció quieto, ladeandoligeramente la cabeza. De pronto, brotóde su boca un aura roja que no parecióprovocar ningún efecto pernicioso sobreel dragón.

El coloso se sentó ante las miradasperplejas de todos los allí presentes.

De inmediato, el orco, a quien lanueva situación le había disgustadosobremanera, vociferó una orden. Sinembargo, el dragón no pareció oírle; diola impresión de que estaba escuchandootra voz distante.

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—Tu perro de caza ha encontrado unjuguete con el que jugar, orco —dijoFalstad en tono de burla—. Me pareceque, por una vez, vas a tener que librartus propias batallas tú solo.

En respuesta a esa provocación, elguerrero de colmillos prominentesarremetió con su antorcha con tantoímpetu que a punto estuvo de prenderfuego a la barba del enano. Éste soltóuna maldición y, seguidamente, esgrimiósu martillo de tormenta de tal forma quele faltó muy poco para aplastar el brazoextendido del orco. Eso provocó queFalstad abriera su guardia, lo cual lepermitió a su rival lanzarle una estocadaque por fortuna no alcanzó su mortal

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destino.Vereesa titubeaba indecisa. Quería

ayudar a su compañero, pero al mismotiempo temía que el dragón pudieradespertar en cualquier momento de supeculiar trance dispuesto a defender a sucuidador. No sabía qué hacer. Lo únicoque tenía claro era que, si eso sucedía,alguien tendría que estar preparado paraenfrentarse a aquella bestia.

El enano y su adversariointercambiaron golpes; la antorcha y laespada del orco se enfrentaban almartillo del jinete de grifos. El guerreroorco intentaba obligar a retroceder aFalstad, con la esperanza de quetropezara por culpa del terreno desigual

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sobre el que estaban combatiendo.La elfa volvió a mirar al leviatán,

que seguía con la cabeza inclinada haciaun lado. Aunque sus ojos estabanabiertos, tenía la mirada perdida.

Vereesa se armó de valor y le dio laespalda y decidió acudir al rescate deFalstad. Si el coloso les atacaba, malasuerte. No podía correr el riesgo deperder a su amigo a manos de aquelguardia.

El guerrero orco intuyó que seacercaba, y movió la antorcha en elpreciso instante en que la forestalarremetió contra él. La elfa profirió ungrito ahogado al ver cómo las llamaspasaban a escasos centímetros de su

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cara.El hecho de que se hubiera sumado

al combate obligaba al guardia a pelearen dos frentes a la vez, de modo que, alintentar quemar a Vereesa, había bajadola guardia ante el enano. No hizo faltaque nadie conminara a Falstad aaprovechar esa ventaja. Su martillo cayócon fuerza sobre su contrincante.

El chillido gutural que emitió el orcoahogó prácticamente el ruido tandesagradable que hicieron sus huesos alastillarse. Acto seguido, se le cayó laespada de su mano temblorosa. Elmartillazo que había recibido le habíadestrozado el codo, dejándole todo elbrazo inutilizado.

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A pesar de que había quedadolisiado, atacó a Falstad con su antorchaimpulsado por la furia y la terribleagonía que sufría. El enano se tambaleóhacia atrás, al tiempo que se apresurabaa apagar las llamas que se le extendíanpor la barba y el pecho. Su despiadadoenemigo intentó avanzar hacia Falstad,pero la forestal le cortó el paso.

—¡Pequeña elfa! —gruñó el orco—.¡A ti también te voy a quemar!

El guerrero cubría un campo deacción más amplio que Vereesa graciasa la antorcha y a su largo brazo. Por esomismo, ella se tuvo que agachar en dosocasiones para evitar las llamas. Debíaacabar con la pelea rápidamente, antes

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de que el orco lograra sorprenderla conla guardia baja.

La siguiente vez que arremetiócontra la forestal, ésta intentó alcanzarcon su espada no al orco, sino a laantorcha, lo cual implicaba dejar que lasllamas se le acercaran peligrosamente.Mientras se abalanzaba sobre ella, elrostro del orco se contorsionó y adoptóuna expresión de ávida expectación ysed de sangre.

La punta de la espada elfa se clavóen la madera de la antorcha, y de esemodo consiguió arrancársela de lasmanos al sobresaltado centinela.Vereesa había logrado su propósito apesar de que no las tenía todas consigo,

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y, sin más dilación, arremetió contra élcon la antorcha clavada en la espada.

Le acertó al orco en la cara y, alinstante, las llamas se extendieron portodo su rostro. El guardia rugió de doloral tiempo que apartaba la antorcha de susemblante de un manotazo. Pero el dañoya estaba hecho. El calor le habíaabrasado los ojos, la nariz y casi toda laparte superior de la cara. Ya no podíaver.

Vereesa era consciente de que debíasilenciarlo, y, con un vago sentimientode culpa, atravesó con su espada alguerrero ciego, acallando así sus gritosagónicos.

—¡Por el Pico Nidal! —rezongó

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Falstad—. Creía que no iba a poderapagar las llamas.

Todavía jadeante, la forestal logrópreguntar:

—¿Estás… estás bien?—Bueno, un poco triste porque ya

no tengo esa barba que durante tantosaños me dejé crecer, pero lo superaré.Por cierto, ¿qué le pasa a ese perrazo decaza?

En ese momento, el dragón estabaechado en el suelo y parecía que seestuviera preparando para dormir.Todavía tenía el medallón en la boca.Mientras lo observaban, lo dejó consumo cuidado en el suelo, justo anteellos, y, después, se quedó mirándolos

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como si esperara que uno de ellos seaproximara a recogerlo.

—¿Quieres que hagamos lo que creoque quiere que hagamos, mi dama elfa?

—Eso me temo, y sé quién le hasugerido que obre así.

Dicho esto, dio los primeros pasosen dirección al coloso expectante.

—No pretenderás recogerlo,¿verdad? En serio, dime que no.

—No me queda más remedio.En cuanto Vereesa se acercó, el

dragón bajó la mirada para observarla.Se decía que los leviatanes veíanperfectamente en la oscuridad, y queposeían un sentido del olfato aún másagudo. A esa distancia, la forestal no

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podía escapar si decidía atacarla.Como el talismán estaba impregnado

de saliva al haber pasado mucho tiempodentro de la boca de la bestia, la elfa seprotegió la mano con su capa pararecogerlo con cuidado del suelo.Después, venciendo la repugnancia quele producía, lo limpió lo mejor que pudofrotándolo contra el suelo.

De improviso, la gema resplandeció.El camino está despejado, anunció

Krasus con su voz monótona. Será mejorque os deis prisa. Pronto apareceránmás orcos por aquí.

—¿Qué le has hecho a estemonstruo? —murmuró Vereesa.

He hablado con él y lo ha entendido

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todo. Daos prisa. Otros enemigosacabarán viniendo aquí en breve.

¿El dragón lo había entendido todo?Deseaba hacerle más preguntas al mago,pero era consciente de que, por ahora,éste no le iba a dar ninguna respuestasatisfactoria. Aun así, había logradoalgo que parecía imposible, y por esodebía estarle agradecida.

Se volvió a colocar el collaralrededor del cuello y, una vez más, eltalismán pendió sobre su pecho. Actoseguido, la forestal le dijo a Falstad:

—Debemos proseguir nuestrocamino.

El enano, que seguía mirandoincrédulo al leviatán y negando con la

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cabeza, la siguió sin rechistar.Krasus cumplió su palabra. Los guió

a través de la mina abandonada hasta unpasaje que Vereesa jamás habríaimaginado que pudiera llevar hasta lasentrañas de la fortaleza montañosa. Elenano y la elfa se vieron obligados aescalar por un pasillo lateral estrecho ybastante precario, hasta que alcanzaronel nivel superior de una cavernasubterránea muy espaciosa.

Una caverna repleta de orcos quecorrían frenéticos de acá para allá.

Desde el saliente en que seencontraban agazapados podíanobservar cómo algunos guerrerospavorosos recogían y empaquetaban

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diversos materiales que otros cargabanen los carromatos. En una esquina, uncuidador comprobaba si un joven dragónera capaz de volar, mientras que uno desus colegas parecía estar preparándosepara partir de inmediato.

—Da la impresión de que tienenprevisto abandonar la montaña —murmuró el enano.

La forestal opinaba lo mismo.Decidió asomarse un poco más paracontemplar mejor la cueva.

Ha funcionado…Vereesa supo al instante, por el tono

con que había pronunciado estaspalabras, que el mago no había tenidointención de que nadie más las

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escuchase. Probablemente, ni siquiera sehabía percatado de que había hablado envoz alta. ¿Acaso había ideado algunaestratagema para obligar a los orcos aabandonar Grim Batol? A pesar de quele había sorprendido cómo el magohabía dominado a la bestia con que sehabían topado en la entrada, la elfadudaba que Krasus tuviera tanto podercomo para provocar esa huida en masa.

Entonces, el dragón que estaba listopara despegar se desplazó súbitamentehasta la entrada principal de la caverna.Su jinete había acabado de colocarse elarnés para sujetarse a su montura y deprepararse para el despegue. No parecíaque aquel leviatán cargado de

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suministros y provisiones fuera a entraren combate.

La forestal se echó hacia atrás,sumida en sus pensamientos. El hecho deque los orcos abandonaran Grim Batolera una noticia excelente para laAlianza, pero dejaba muchas preguntasen el aire. Si los orcos se iban de lamontaña, ¿para qué querían a Rhonin?Seguramente, no estarían dispuestos acargar con un mago enemigo durante unviaje tan largo.

Además, ¿de verdad pretendíantrasladar a todos los dragones?

Esperaba que Krasus les dierapronto las siguientes instrucciones; sinembargo, el mago seguía callado, lo cual

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resultaba inquietante. Vereesa echó unvistazo a su alrededor y sopesó cuál deaquellos senderos los llevaría antes allugar donde retenían a Rhonin, dandopor hecho que todavía no lo habíanmatado.

De repente, sintió una mano deFalstad en su hombro.

—¡Mira quién está ahí abajo! ¿Loves?

La elfa siguió la mirada del enano…y divisó a un goblin que corría por otrosaliente de la caverna hacia una aberturaque había a lo lejos, a su izquierda.

—¡Es Kryll! Ese bicho esinconfundible.

La elfa también estaba segura de que

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era él.—Al parecer, conoce bien los

recovecos de esta montaña.—Si, por eso nos guió hasta sus

aliados, los trols.Pero ¿por qué el goblin no había

dejado que los capturasen los orcos?¿Por qué los había entregado a esos trolsasesinos? Seguramente, porque losorcos tendrían interés en interrogarlos.

La forestal decidió que no eramomento de divagar. Se le acababa deocurrir una idea.

—Krasus, ¿puedes mostrarnos cómose baja hasta el lugar al que se dirigeese goblin?

Sin embargo, ninguna voz reverberó

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en su cabeza.—¿Krasus?—¿Qué ocurre?—El mago no responde.Falstad resopló.—Conque nos ha abandonado a

nuestra suerte, ¿eh?—Eso parece —respondió Vereesa

mientras se ponía de pie—. Si seguimosese saliente de ahí, deberíamos llegar adonde queremos ir, siempre y cuando losorcos hayan diseñado estos túnelessiguiendo un orden lógico.

—Así que vamos a seguir nuestrocamino sin ese mago. Bien. Muchomejor.

Vereesa asintió con gesto sombrío.

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—Sí, seguiremos nuestro camino sinla ayuda del mago… pero, a cambio,contaremos con la colaboración denuestro amiguito Kryll.

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CAPÍTULODIECIOCHO

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I ban lentos. Demasiado lentos.Nekros empujó hacia delante a un

peón, mientras profería un gruñidoiracundo para conminar a aqueldespreciable orco de la casta inferior atrabajar más rápido. El servil subalternose encogió de miedo y, acto seguido, semarchó raudo y veloz con la carga queportaba.

Los orcos de la casta inferior sóloeran útiles para realizar trabajos muybásicos, aunque, en aquel momento,Nekros dudaba que fueran capaces dehacer unas tareas tan sencillas. Por esohabía ordenado a los guerreros quetrabajasen codo con codo con aquella

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panda de inútiles, para que todoestuviera listo al alba. Si bien Nekros sehabía planteado la posibilidad de partiren plena noche, eso ya no era posible ylo cierto era que no quería esperar undía más. Cada día que pasaba, más seaproximaban los invasores, aunque susexploradores, quienes parecían estarciegos, insistían en que, hasta entonces,no habían hallado ninguna señal queindicase que una fuerza enemigaavanzaba hacia ellos, y mucho menos unejército. Sin embargo, los hechos eranincontestables: habían avistado aguerreros de la Alianza montados engrifos, un mago había encontrado lamanera de entrar en la montaña y el más

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espantoso de todos los dragones sehabía sumado al enemigo. Pero que losexploradores no fueran capaces dedetectar a los invasores no quería decirque los humanos y sus aliados noestuvieran acercándose a Grim Batol.

Como estaba intentando hacercomprender a esos orcos serviles debaja ralea que debían recoger yempaquetar todo con la máximaurgencia, el orco mutilado no se diocuenta de que el jefe de los cuidadoresde dragones había subido a hablar conél. Nekros se volvió al oír un carraspeoincómodo.

—¡Habla, Brogas! ¿Qué hacesmerodeando por aquí sin hacer nada,

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como estos inútiles?El orco joven y robusto esbozó un

gesto de contrariedad. Al tener loscolmillos un poco inclinados haciaabajo, éstos le conferían a su semblantetaciturno un aspecto aún más sombrío.

—Nekros, el macho… creo que va amorir pronto.

Más malas noticias y en el peormomento posible, pensó el orco tullido.

—Vayamos a echar un vistazo —dijoen voz alta Nekros.

Apretaron el paso todo lo posible,aunque Brogas se cuidó mucho de seguirel ritmo de su superior para que suminusvalía no resultara más evidente.Sin embargo, Nekros tenía otras

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preocupaciones más importantes enmente. Para poder seguir con elprograma de cría de dragones,necesitaban una hembra y un macho. Siperdían a uno de los dos, se quedabansin nada, y a Zuluhed no le iba a hacerninguna gracia.

Al fin, llegaron a la caverna endonde habían acomodado al consortemás viejo de Alexstrasza, el único quequedaba vivo. Tyranastrasz era unleviatán impresionante comparado conotros. Nekros tenía entendido que, en sudía, el anciano macho carmesí habríapodido rivalizar con Alamuerte entamaño y poder, aunque quizá eso nofuera más que una leyenda. No obstante,

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el consorte de Alexstrasza todavíaocupaba toda esa enorme cámara, y sutamaño era tal que el líder orco no podíacreerse que estuviera enfermo.

Pero en cuanto escuchó larespiración irregular del leviatán supoque era cierto. Tyran, así lo llamabantodos, había sufrido varios achaques elaño anterior. En el pasado, el orco habíadado por sentado que los dragones eraninmortales, y que sólo perdían la vida siperecían en batalla; sin embargo, con elpaso del tiempo, había descubierto quepodían fallecer por otras causas, como,por ejemplo, una enfermedad. Algoestaba matando lenta e irremisiblementeal coloso venerable.

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—¿Cuánto tiempo lleva en esteestado?

Brogas tragó saliva antes deresponder:

—Desde anoche. A ratos, estámejor; a ratos, peor… Hace unas horasparecía encontrarse mucho mejor.

Nekros se volvió hacia el cuidadorde dragones.

—¡Necio! ¡Tendrías que habérmelodicho antes!

Sintió la tentación de golpear a susubalterno, pero se percató de que,aunque le hubiera avisado a tiempo,poco habría podido hacer. Además,hacía tiempo que sospechaba quecualquier día perderían a Tyran, aunque

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no había querido admitirlo.—¿Y ahora qué hacemos, Nekros?

¡Zuluhed se enfurecerá! ¡Nuestrascabezas acabarán en el extremo de unapica!

Nekros frunció el ceño. Él tambiénhabía pensado en esa posibilidad, locual no le había hecho mucha gracia,como es lógico.

—Lo único que podemos hacer esprepararlo para el traslado. Vendrá connosotros, vivo o muerto. Después,Zuluhed decidirá qué hacer con él.

—Pero, Nekros…Esta vez, el orco cojo sí golpeó a su

subordinado.—¡Maldito necio! Más te vale

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obedecer mis órdenes sin rechistar!Brogas asintió cabizbajo y se retiró

raudo y veloz; sin duda, iba adesahogarse a base de golpes con sussubordinados, quienes, en aquelmomento, estaban muy ocupadosintentando cumplir las órdenes deNekros. Tyran viajaría con ellos, tanto sirespiraba como si no. Al menos, podríanutilizarlo como señuelo…

Nekros se acercó un poco más algran macho para estudiarlodetenidamente. Tenía las escamas llenasde manchas, su respiración era irregulary apenas se movía. Estaba claro que alconsorte de Alexstrasza no le quedabamucho tiempo en este mundo.

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—Nekros… —le llamó la reina delos dragones en un tono grave—.Nekros… Detecto tu olor muy cerca…

Como estaba dispuesto a aprovecharcualquier excusa para no tener quepensar en las funestas consecuencias quela muerte de Tyran podría tener para él,el corpulento orco se abrió paso hasta lacámara de la hembra. Como solía hacerpor precaución, metió la mano en labolsa que llevaba en la cintura y tocó elAlma de Demonio.

Alexstrasza lo observó entrar conlos ojos entornados. Ella también habíaestado enferma últimamente, peroNekros se negaba a creer que podríaperderla también a ella. Probablemente,

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era consciente de que el último consorteque le quedaba vivo podría morir enbreve. Al orco lisiado le hubieragustado que los otros dos consortes,mucho más jóvenes y viriles que Tyran,hubieran sobrevivido.

—¿Y ahora qué, reina de losdragones?

—Nekros, ¿por qué persistes en estalocura?

El orco gruñó.—¿Eso es todo lo que querías

decirme, mujer? ¡Tengo cosas muchomás importantes que hacer queresponder a tus estúpidas preguntas!

La dragona resopló.—Todo lo que estás haciendo te va a

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llevar a las puertas de la muerte. Aúntienes la oportunidad de salvarte, ypuede que también a tus hombres, perorehúsas aprovecharla.

—No somos escoria traidora ycobarde como Orgrim Martillo Maldito.El clan Faucedraco lucha hasta el finalpor muy sangriento que éste sea, aunqueeso suponga nuestra muerte.

—¿Así es como lucháis? ¿Huyendohacia el norte?

Nada más escuchar este comentarioirónico, Nekros Trituracráneos sacó dela bolsa el Alma de Demonio y leespetó:

—Incluso alguien como tú puedeignorar muchas cosas, anciana dragona.

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A veces, la huida precede a la batalla.Alexstrasza exhaló un suspiro.—No hay manera de que escuches.

Es imposible convencerte, ¿verdad,Nekros?

—Te ha costado, pero al fin te hasdado cuenta.

—Entonces, dime una cosa: ¿quéestabas haciendo en la cámara de Tyran?¿Qué le aflige?

Tanto la mirada como el tono de vozde la dragona reflejaban una hondapreocupación por su consorte.

—No tienes nada de quépreocuparte, reina de los Dragones. Máste vale que te preocupes por ti misma.Pronto te trasladaremos. Compórtate, y

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sufrirás menos.Y dicho esto, volvió a meter el Alma

de Demonio en la bolsa y abandonó lacámara. A pesar de que la reina de losdragones gritó su nombre, sin duda paraimplorarle que le informara sobre elestado de salud de su pareja, Nekros nopodía permitirse el lujo de perder mástiempo ocupándose y preocupándose deaquellos leviatanes, si bien era ciertoque uno de otro color ocupaba todos suspensamientos.

Aunque aquella columna del ejércitoorco pretendía abandonar Grim Batolantes de que llegaran los invasores de laAlianza, el comandante orco sabía conabsoluta certeza que una criatura en

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concreto llegaría a tiempo para desatarel caos. Alamuerte aparecería. El colosonegro llegaría a la mañana siguiente…por una sola razón.

Por Alexstrasza… El temible dragónvendría a por su odiada rival.

—¡Que vengan todos! —exclamó elorco para sí—. ¡Todos! Lo único quenecesito es que el señor oscuro sea elprimero en llegar…

Entonces, le dio una palmadita a labolsa donde guardaba el Alma deDemonio, y añadió:

—¡… Y el propio Alamuerte hará elresto!

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Rhonin recobró a duras penas laconsciencia. A pesar de encontrarse muyconfuso y débil, recordó de inmediato loque le había pasado justo antes dedesmayarse, y permaneció inmóvil. Noquería que el gólem volviera acondenarlo al olvido eterno, pues temíaque la próxima vez no regresaría.

Mientras recuperaba fuerzas, elhechicero abrió con cautela los ojos.

El gólem envuelto en llamas noparecía hallarse cerca.

El mago, que aún estaba un tantoaturdido, alzó la cabeza con los ojosbien abiertos.

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El aire estalló repentinamente encientos de diminutas bolas de fuego. Acontinuación, aquellos orbes llameantesgiraron en el aire y se mezclaron unoscon otros con suma rapidez, hastacomponer una silueta vagamentehumana.

Acto seguido, el gólem adoptó suforma habitual en toda su grotescagloria.

Como Rhonin se esperaba lo peor,agachó la cabeza y cerró los ojos a untiempo. De ese modo, aguardó lainminente y aterradora «caricia» deaquella criatura mágica… y aguardó… yaguardó. Al final, la curiosidad pudomás que el temor, y abrió lentamente un

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ojo para ver que sucedía.El gólem se había esfumado en el

aire.Rhonin concluyó que su guardián

seguía vigilándolo atentamente aunqueahora no pudiera verlo. No cabíaninguna duda de que Nekros estabajugando con él, si bien esta últimaartimaña parecía más propia de Kryll.Al estar sumido en esos pensamientostan sombríos, no pudo evitar que ladesesperanza se adueñase de su corazón.

Quizá fuera mejor así. Al fin y alcabo, ¿no pensaba que su muertesaciaría la sed de justicia de aquellosque habían muerto en su anterior misiónpor su culpa? ¿Acaso así no pondría fin

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a sus remordimientos y a su sentimientode culpa?

El mago permaneció en su celda, sinprestar atención al transcurso de losminutos ni al ruido incesante que hacíanlos orcos, que estaban enfrascados enlos preparativos de su marcha. CuandoNekros tuviera a bien, volvería parallevarse al mago o, casi con todaseguridad, para a interrogarlo por últimavez antes de ejecutarlo.

Y Rhonin no podía hacer nada alrespecto.

Tras cerrar de nuevo los ojos, elagotamiento se apoderó de él y se sumióen un sueño más benévolo que elanterior. Soñó con dragones, necrófagos,

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enanos… y sobre todo con Vereesa. Elhecho de soñar con ella pareció arrojarun poco de luz sobre sus pensamientosmás sombríos. Si bien sólo la habíaconocido durante un breve lapso detiempo, su rostro le venía a la mente conuna frecuencia cada vez mayor. En otrostiempos, en otro lugar, tal vez habríapodido llegar a conocerla mejor.

La elfa se convirtió en el eje centralde su sueño, hasta tal punto que Rhoninincluso pudo escuchar su voz. Ellarepetía su nombre una y otra vez, alprincipio con voz anhelante, y luego, alcomprobar que el mago no respondía,con un tono más apremiante.

—¡Rhonin!

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Su voz se fue alejando, ya sólo eraun susurro, aunque parecía más sólida ymenos etérea.

—¡Rhonin!Esta vez, su grito lo estremeció y lo

sacó de sus sueños. Rhonin se resistió:no deseaba regresar a la realidad, dondelo aguardaba la celda y una muerteinminente.

—No responde… —murmuróalguien distinto, cuya voz no era tansuave y dulce como la de Vereesa.

El mago la reconoció, y entoncestrató de despertar con más ahínco.

—Conque es así como lo mantienenprisionero, atado únicamente con unascadenas y sin necesidad de barrotes —

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dijo la elfa—. Lo que me has contadoera verdad.

—¡Yo nunca te mentiría, míbondadosa señora! ¡Jamás te mentiría!

Esa voz aguda y chillona consiguiólo que las otras dos no habían logrado.Rhonin se sacudió los últimos retazos desu sueño, y a duras penas evito gritar.

—Bueno, manos a la obra —masculló Falstad.

Las pisadas que escuchó acontinuación le indicaron al cautivo queel enano y los demás se aproximabanhacia él.

En ese momento, abrió los ojos.Vio cómo Vereesa y Falstad

entraban, efectivamente, en la cámara.

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El cautivador semblante de la forestalreflejaba una honda preocupación. Laelfa había desenvainado su espada, yllevaba alrededor del cuello unmedallón muy similar al que Alamuertele había entregado a Rhonin, con ladiferencia de que aquél poseía unapiedra carmesí donde éste tenía unapiedra más negra que el alma delsiniestro dragón.

Junto a ella, el enano portaba sumartillo a la espalda y, en la mano, unalarga daga cuya punta rozaba la gargantade un Kryll que no paraba de gruñir.

La esperanza renació en el corazónde Rhonin en cuanto vio a suscompañeros, sobre todo a Vereesa.

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De improviso, detrás del reducidogrupo de rescate se materializó el gólemde fuego en completo silencio.

—¡Cuidado! —gritó el consternadomago, que se había quedado ronco detanto chillar.

La forestal y el enano se arrojaron alsuelo, cada uno hacia un lado, justo en elmomento en que el monstruoso esqueletose abalanzaba sobre ellos. Falstadempujó a Kryll, quien se deslizó por elsuelo hasta la pared a la que estabaencadenado Rhonin. El goblin soltó unjuramento al impactar con fuerza contrala roca.

El enano fue el primero enlevantarse. Lanzó su daga contra el

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gólem, y la hoja se estrellóestrepitosamente contra la armadura dehueso del gólem. Acto seguido, empuñósu martillo de tormenta y arremetiócontra el centinela inhumano a la vezque Vereesa se ponía de pie de un saltoy se sumaba al ataque.

Como todavía se encontraba muydébil, Rhonin no pudo hacer nada másque mirar. La elfa y el enano seacercaron a su diabólico adversariodesde direcciones opuestas, con el finde obligarlo a cometer un error fatal.

Por desgracia, Rhonin no creía quepudieran matar a aquella criatura conunas meras armas mortales.

Falstad consiguió con su primer

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ataque que el monstruo retrocediera unpaso, pero en cuanto lanzó el segundo, elgólem agarró el hacha del mango. Eljinete de grifos se vio tirandodesesperadamente de su arma al tiempoque el otro intentaba atraerlo hacia sí.

—¡Sus manos! —advirtió el mago—. ¡Tened cuidado con sus manos!

Unas manos ardientes desprovistasde carne trataron de agarrar a Falstad encuanto estuvo a su alcance. El enanosoltó su apreciado martillo desesperado,y consiguió alejarse dando tumbos de suenemigo.

Vereesa arremetió contra él conpresteza. Su hoja elfa poco podía hacerfrente a aquella armadura macabra, que

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desvió el golpe fácilmente. El gólem segiró hacia ella y, a continuación, le lanzóel martillo de tormenta.

La forestal se apartó con agilidad deun salto; pero en ese instante se percatóde que era la única que contaba con unarma para defenderse del guardiainhumano. Se lanzó dos veces máscontra su adversario, y la segunda vezestuvo a punto de perder la espada. Elgólem, que, al parecer, era inmune alataque de cualquier arma afilada, intentóen todo momento coger la espada elfapor la hoja.

Rhonin observaba angustiadoaquella escena dantesca. Sus amigosestaban perdiendo la batalla y él no

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podía hacer nada para ayudarlos.Entonces, la situación empeoró aún

más. Tras haber recuperado elequilibrio, Falstad trató de recobrar sumartillo.

Al instante, el guerrero necrófagoabrió sus fauces de una maneraincreíble…

… y una aterradora llamarada negra,que estuvo a punto de engullir al enano,brotó de su boca. No obstante, logróesquivarla en el último momentorodando por el suelo, pero la ropa se lehabía chamuscado.

Ahora sólo quedaba Vereesa paraenfrentarse al gólem, y ésta seencontraba justo en medio de su camino.

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La frustración desgarraba a Rhonin.Si él no hacía nada para evitarlo, ellamoriría.

Todos morirían si él no hacía nada.Tenía que liberarse. El magullado

hechicero hizo acopio de las escasasfuerzas que le quedaban e invocó unconjuro. Como el gólem estabaentretenido con la elfa, el magoaprovechó la oportunidad paraconcentrarse sin ser molestado. Lo únicoque necesitaba era un poco de tiempo.

¡Sí! Súbitamente, los grilletes que leatenazaban las extremidades se abrierontodos a la vez y acabaron estrellándosecon gran estrépito contra la pared depiedra. Estiró los brazos jadeante y, acto

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seguido, centró su atención en el gólem.De repente, sintió cómo algo muy

pesado le golpeaba en la parte superiorde la espalda. Al instante, notó unapresión intensa sobre su garganta que leimpedía respirar.

—¡Qué mago tan travieso, sí, quétravieso! ¿Acaso no sabes que se suponeque debes morir?

Kryll estaba estrangulando a Rhonincon una fuerza sorprendente. Sabía quelos goblins eran mucho más robustos delo que aparentaban; sin embargo, lafuerza de esa criatura rayaba en lofantástico.

—Se acabó, humano… ríndete…arrodíllate…

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El hechicero estuvo a punto deadmitir su derrota; la cabeza le dabavueltas debido a la falta de aire y seencontraba extremadamente débil tras lasesión de tortura a la que le habíasometido el gólem. Pero no podíarendirse, porque si él caía, también loharían Vereesa y Falstad.

El mago se concentró y extendió unamano hacia el goblin asesino.

Al instante, Kryll profirió unchillido muy agudo, soltó a Rhonin ycayó al suelo. El mago trastabilló haciaatrás y acabó apoyado contra la pared,donde intentó recuperar el resuellomientras temía que la criatura maligna seaprovechase de su debilidad para

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asestarle el golpe de gracia.Pero lo cierto era que no tenía de

qué preocuparse. El goblin, uno decuyos brazos le había quemado elhechicero al tocarlo con la mano, sealejó dando saltitos mientras lomaldecía:

—¡Mago asqueroso! ¡Brujoapestoso! ¡Malditos seáis tú y tu magia!Te dejo a solas con mi amigo. Disfrutade su tierno abrazo.

Kryll se dirigió a la salida saltandoy riéndose del destino funesto que leaguardaba al intruso humano.

De pronto, el gólem dejó de lucharcon Vereesa y Falstad, posó su miradaletal sobre Kryll y abrió sus fauces…

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Súbitamente, brotó de su bocaesquelética una llamarada negra queengulló al desprevenido goblin.

Kryll murió lanzando un gritomisericordiosamente corto y envuelto enuna esfera llameante. Aquél fuego loincineró con tanta celeridad que cuandosus restos tocaron el suelo se habíareducido a un montón de cenizas, y entreellas destacaba el medallón que ladesventurada criatura guardaba dentrode la bolsa que llevaba atada alcinturón.

—¡Ha matado a ese miserablecanijo! —exclamó Falstad, asombrado.

—Y seguro que nosotros somos lossiguientes —le recordó la elfa—.

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Aunque no tengo calor, mi espada estáya medio fundida por culpa de lasllamas que rodean su cuerpo, y dudomucho que pueda esquivar sus ataquesmucho más tiempo.

—Si al menos consiguiera alcanzarmi martillo, quizá podría hacer algo,pero como… ¡Cuidado!

El gólem lanzó otra llamarada, peroesta vez apuntó hacia arriba, donde larabiosa columna flamígera no se limitó acalentar la roca, sino que desintegró eltecho, lo que provocó que unos trozosenormes de piedra se desprendieransobre el trío de intrusos.

Un pedazo de roca impactó en elbrazo de Vereesa con tal violencia que

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la forestal cayó al suelo. La lluviatorrencial de piedras obligó a Falstad aalejarse de ella y disuadió a Rhonin deintentar aproximarse a la forestal.

A continuación, el gólem llameantecentró su atención en la elfa. Volvió aabrir sus fauces…

—¡No! —gritó Rhonin, quien,valiéndose de toda su fuerza devoluntad, logró levantar un escudomágico para proteger a Vereesa másresistente que ningún otro que hubieracreado jamás.

Las llamas negras se estrellaroncontra aquella barrera invisible con unafuria increíble… y rebotaron hacia elgólem.

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Rhonin nunca hubiera imaginado quelas llamas del gólem pudieran ser letalespara él. El fuego envolvió a su dueño yrecorrió todo su cuerpo esquelético conuna voracidad inusitada. Un rugido atroze inhumano brotó de la gargantadescarnada del gólem.

Acto seguido, la monstruosa criaturatembló y, a continuación, explotó,liberando así un torbellino de energíasmágicas con una fuerza huracanadadentro de esa diminuta cámarasubterránea.

El dañado techo no pudo soportar latensión a la que le sometieron esasenergías, y lo que quedaba de él sederrumbó sobre los tres intrusos.

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Oculto bajo el oscuro manto de lanoche, el dragón Alamuerte sobrevolabael mar en dirección al este. Se dirigíahacia Khaz Modan, en concreto a GrimBatol, más rápido que el viento. Sonreíapara sí, y si cualquier otra criaturahubiera podido verle la cara en esemomento, habría huido despavorida,presa de un terror mortal. Todo,absolutamente todo, se estabadesarrollando según lo previsto. Su planpara ocupar una posición de poder entrelos humanos también prosperaba sincontratiempos ni sobresaltos. Hacíaapenas unas horas, había recibido una

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misiva de Terenas donde le comentabaque una semana después de que «LordPrestor» fuera coronado, se haría correrla voz de que el nuevo monarca deAlterac iba a casarse con la hija menordel rey de Lordaeron el mismo día queésta cumpliera la mayoría de edad. Sóloquedaban unos años, un abrir y cerrar deojos en la vida de un dragón, para queostentara un poder que le permitiríaponer en marcha el plan definitivo conel que lograría la total aniquilación de laestirpe humana. Tras ellos, los elfos ylos enanos, que, al ser unas razas másantiguas, carecían del vigor juvenil de lahumanidad, caerían como las hojas de unárbol moribundo.

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El dragón tenebroso representaba elfuturo como un auténtico jardín de lasdelicias en el que solazarse. Sinembargo, en el presente, Alamuertedebía ocuparse de cierto asunto, tangratificante o más que el futuro que loaguardaba, que requería su atencióninmediata. Los orcos se disponían aabandonar su fortaleza montañosa. Alalba, partirían en sus carromatos haciala última fortaleza que le quedaba a laHorda en Dun Algaz.

Y con ellos viajarían los dragones.Los orcos esperaban un ataque de la

Alianza por el oeste, y que esa fuerzaestuviera formada, cuando menos, porjinetes de grifos, magos… y un gigante

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negro alado. Alamuerte no tenía ningunaintención de decepcionar a NekrosTrituracráneos. Gracias a Kryll, el señoroscuro sabía que el orco cojo tramabaalgo. Sospechaba cuál podía ser su plan,pero pensaba que sería interesantecomprobar si un orco era capaz de teneruna idea original, para variar.

Entonces, apareció en el horizonte elperfil de la costa de Khaz Modan,Alamuerte pudo distinguirlaperfectamente gracias a su excelentevisión nocturna. A continuación, viróligeramente y se desvió un poco hacia elnorte. Apenas quedaban un par de horaspara que saliera el sol. Tenía tiempomás que de sobra para alcanzar su

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destino final. Una vez allí, esperaría yobservaría con objeto de escoger elmomento propicio para actuar.

Para alterar el curso de la historia ymodificar el futuro.

Otro dragón surcaba los cielos enese instante; uno que hacía muchos añosque no volaba. Aunque estaba gozandode la embriagadora sensación delibertad que proporcionaba surcar elcielo, también se había percatado de queestaba muy oxidado. Se suponía quevolar tendría que haber sido algo naturalpara él, consustancial con su propio ser:sin embargo, se sentía incómodo

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haciéndolo.El dragón Korialstrasz había sido el

mago Krasus durante demasiado tiempo.Si ya hubiera despuntado el día,

algunas criaturas habrían divisado en elcielo a ese leviatán carmesí que, pese aser más grande que la mayoría, noalcanzaba el tamaño descomunal de loscinco Aspectos. Korialstrasz era rojocomo la sangre y poseía una figuraesbelta. En su juventud, fue consideradobastante apuesto entre los de su raza.Era innegable que había llamado laatención de su reina. Aquel gigantecarmesí, que era rápido y letal encombate, había sido uno de los grandespaladines de la reina, había protegido

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siempre el honor de su vuelo congallardía y se había convertido en susúbdito favorito cada vez que tratabancon las nuevas razas.

Antes incluso de la captura de suamada Alexstrasza, había pasado variosaños bajo la forma del mago Krasus, ynormalmente sólo revertía en suverdadero yo cuando la visitaba ensecreto. A pesar de ser uno de losconsortes más jóvenes de la reina, notenía la influencia ni la autoridad deTyranastrasz, pero supo desde elprincipio que ocupaba un lugar muyespecial en el corazón de su reina. Poreso se había presentado voluntario paraser su principal agente ante la más

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prometedora y diversa de las nuevasrazas: la humanidad. Su misión consistíaen ayudar a los seres humanos a alcanzarla madurez como estirpe siempre quefuera posible.

Indudablemente, Alexstrasza creíaque estaba muerto. Tras la captura de sureina y de ser testigo de cómo erasubyugado el resto de su vuelo,Korialstrasz había decidido seguirsiendo Krasus para ayudar a la Alianzaen su guerra contra los orcos, porqueconsideraba que esa era la única manerade seguir plantando cara a los enemigosde su reina. Le había descorazonadotener que presenciar la muerte de suestirpe a manos de los jóvenes dragones

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criados por la Horda, que ignoraban elglorioso pasado de su raza y que,además, no vivirían lo suficiente comopara saciar su sed de sangre y alcanzarla madurez y sabiduría que siemprehabían constituido el verdadero legadode un leviatán. Por otro lado, mientrasayudaba a la elfa y al enano a entrar enla montaña, había tenido la suerte decontactar mentalmente con uno de esosjóvenes dragones, a quien habíacalmado y explicado lo que tenía quehacer. El mero hecho de que aquelleviatán lo hubiera escuchado le insuflórenovados ánimos. Eso significaba quetodavía quedaba alguna esperanza parauno de esos colosos al menos.

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Pero aún quedaba tanto por hacerque, una vez más, Korialstrasz se habíavisto obligado a dar la espalda a losmortales y abandonarlos a su suerte. Encuanto vio los carromatos a través delmedallón y escuchó las órdenes quevociferaban los oficiales orcos, seconvenció de que sus esfuerzos,finalmente, iban a dar sus frutos. Losorcos habían mordido el anzuelo y sepreparaban para abandonar Grim Batoly, por tanto, sacarían a su amadaAlexstrasza del interior de la montaña;al fin, estaría en campo abierto, dondepodría rescatarla.

No obstante, no iba a ser una tareafácil. Requeriría una buena dosis de

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astucia, oportunismo y, por supuesto,suerte.

Asimismo, el hecho de queAlamuerte siguiera vivo y estuvieraconspirando para provocar la caída dela Alianza de Lordaeron era una nuevapreocupación que le inquietabasobremanera. Esa amenaza inesperadahabía estado a punto de trastocar losplanes de Korialstrasz. Aunque, por loque había deducido como Krasus,Alamuerte estaba demasiado inmerso enlas rencillas políticas de la Alianzacomo para permitirse el lujo de perderel tiempo urdiendo planes contra esosorcos tan lejanos y lo poco que quedabadel que en su día fue el orgulloso vuelo

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rojo de dragones. Alamuerte estabajugando su propia partida de ajedrez,cuyas piezas eran los diversos reinos dela Alianza. Si se le dejaba actuarlibremente, acabaría provocando unaguerra entre ellos. Por fortuna, tardaríaaños en colocar todas las piezas en sulugar para hacer jaque mate, de modoque a Korialstrasz no le preocupabademasiado el futuro inmediato de loshumanos de Lordaeron, ni el de losterritorios que existían más allá de laAlianza. Sus problemas podían esperara que hubiera liberado a su amada.

Sin embargo, pese a que el dragónrojo se podía permitir el lujo de ignorarla amenaza que planeaba sobre esas

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tierras que había jurado proteger bajosus alas, había otro asunto que lereconcomía por dentro y que ya no podíapasar por alto. Tanto Rhonin como laelfa y el enano que habían ido a buscarloconfiaban en el mago Krasus, sin serconscientes de que para el dragónKorialstrasz liberar a su reina eraprimordial. Las vidas de esos tresmortales tenían un valor insignificantepara él en comparación con laimportancia que revestía el rescate de suamada, o eso pensaba hasta hacía poco.

Los remordimientos estabandestrozando al leviatán. Se sentíaculpable no sólo por haber traicionado aRhonin, sino también por abandonar a la

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elfa y al enano después de prometerlesque los guiaría por las entrañas de lafortaleza.

Si bien era bastante probable que aRhonin lo hubieran asesinado hacíatiempo, tal vez aún no fuera tarde parasalvar a los otros dos. El coloso carmesísabía que no iba a poder centrarse en sumisión hasta que hubiera hecho todo loposible por rescatar a esos dosmortales.

En cuanto Korialstrasz llegó alextremo más suroeste de Khaz Modan,que estaba a sólo unas horas de Forjaz,escogió un pico apartado de una cadenamontañosa para aterrizar. Tras dedicarunos instantes a orientarse, cerró los

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ojos y pensó en el medallón que Rom lehabía entregado a Vereesa a instanciasdel propio dragón.

Aunque seguramente la elfa pensabaque la piedra del centro del medallón noera más que una gema, en realidad eraun fragmento del leviatán; de hecho, erauna escama a la que había dado su formaactual a través de la magia. Esa escamaencantada poseía unas propiedades quehabrían asombrado a cualquier mago,siempre y cuando éste dominara lasartes arcanas de los dragones. Por suertepara Korialstrasz, pocos dominaban esaclase de magia; por eso mismo, se habíadecidido a forjar el medallón. TantoRom como la elfa creían que la gema

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sólo servía para comunicarse adistancia, y el coloso no tenía ningunaintención de sacarles de su error.

Como el fuerte viento y la nieve nodejaban de azotarlo, Korialstrasz plegósus alas todo cuanto pudo, lo más cercaposible de su cabeza, para protegerse delas inclemencias del tiempo mientras seconcentraba. Se imaginó a la elfa talcomo la había visto a través deltalismán. Para tratarse de alguien de suraza, era bastante agradable a la vista, yno cabía ninguna duda de que el destinode Rhonin le preocupaba sobremanera.También era una diestra guerrera.Posiblemente siguieran vivos, tanto ellacomo el enano del Pico Nidal.

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—Vereesa Brisaveloz, haz algúnruido, por leve que sea, para que puedasaber que me estás escuchando.

Pero no recibió ninguna respuesta.—¡Elfa! —llamó el dragón, al que

poco le faltó para perder la compostura—. ¡Elfa!

Siguió sin recibir respuesta y sin veren su mente ninguna imagen a través deltalismán. Korialstrasz se concentró conmás intensidad en el medallón y se pusoa escuchar con suma atención, a laespera de oír algún ruido, cualquiera,aunque fuese el gruñido de un orco.

Pero no oyó nada.Ya era demasiado tarde… había

tenido el repentino ataque de conciencia

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demasiado tarde para poder salvar aesos dos mortales que pretendíanrescatar a Rhonin. Ellos también habíanmuerto por culpa de la falta deescrúpulos del dragón.

Bajo la forma de Krasus, habíamanipulado a Rhonin, había jugado consu sentimiento de culpa, aprovechándosede que al mago humano le remordía laconciencia haber perdido a tantoscompañeros en su anterior misión, yesos remordimientos lo habían hechosusceptible a la manipulación. Sinembargo, ahora entendía perfectamentecómo se había sentido ese humano.Alexstrasza siempre se había referido alas razas jóvenes con cariño y

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preocupación, como si fueran sus hijos,y había contagiado esos sentimientos asu consorte, quien, bajo la apariencia deKrasus, se había desvivido para que laraza humana fuera alcanzando lamadurez debida. Pero cuando los orcoscapturaron a su reina, el mundo se levino abajo a Korialstrasz, quien habíaolvidado las enseñanzas de su amada…hasta ese preciso instante.

No obstante, ya era tarde para salvara esos tres mortales.

—Pero aún no es tarde para salvartea ti, mi reina —dijo el dragón con untono de voz grave.

Si sobrevivía, estaba dispuesto aconsagrar su vida a compensar todo el

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mal que les había hecho a Rhonin y a losdemás. Aunque, por ahora, lo único quele importaba era rescatar a su amada.Ella lo entendería, o al menos esoesperaba.

A continuación, el majestuosodragón rojo desplegó sus alas yascendió hacia el cielo en direcciónnorte.

Se dirigía a Grim Batol.

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CAPÍTULODIECINUEVE

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N ekros Trituracráneos dio laespalda a aquella devastación.

Aunque estaba contrariado, no iba apermitir que ese incidente lo distrajerade sus preocupaciones más inmediatas yacuciantes.—Hasta nunca, mago… —masculló,mientras intentaba no pensar en quéclase de hechizo podía haber lanzadoaquel humano.

El sortilegio que había destruido algólem supuestamente invencible. Sinninguna duda, se trataba de un conjuromuy poderoso, tanto que no sólo le habíacostado la vida al mago, sino queademás había provocado una serie de

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derrumbes en toda una sección detúneles.

—¿Buscamos el cuerpo? —preguntóuno de los guerreros allí presentes.

—No. Sería una pérdida de tiempo.En ese instante, Nekros aferró con

fuerza la bolsa en la que llevaba elAlma de Demonio, al tiempo que soñabacon la culminación exitosa de sudesesperado plan, y agregó:

—Nos vamos ya de Grim Batol.Los demás orcos lo siguieron; a

pesar de que en su mayoría no estabanmuy conformes con la repentina decisiónque había tornado su líder de que debíanabandonar la fortaleza de inmediato,tampoco les agradaba la idea de

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quedarse en ella, sobre todo si elhechizo de aquel mago había debilitadoel resto de los túneles.

Rhonin sintió una presión tremendaen la cabeza, tan grande que tuvo lasensación de que en cualquier momentoel cráneo se le iba a partir en dos. Debíaabrir los ojos para averiguar qué era loque tenía encima y comprobar si podíaapartarlo con rapidez. Si bien se vioobligado a hacer un esfuerzo inmensopara abrir los ojos, al final lo logró.

Pese a que, en un principio, veíabastante borroso, alzó la vista y… sequedó boquiabierto.

Una avalancha de rocas, unatonelada o incluso más, flotaba a unos

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treinta centímetros de su cabeza. Graciasal tenue fulgor que podía apreciar a sualrededor, dedujo cuál era la razón porla que no había acabado reducido apicadillo: el escudo que había conjuradoantes lo había protegido del derrumbe.

Entonces, se percató de que laterrible presión que sentía en la cabezaera una secuela del esfuerzo titánico queestaba realizando una parte de su mentepara mantener el hechizo. Así era comohabía logrado salvarse. Sin embargo, eldolor iba en aumento, lo cual le indicabaque, cada segundo que pasaba, elhechizo se debilitaba.

Cambió ligeramente de postura, enun intento de estar más cómodo y para

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comprobar si así notaba menos presión.De repente, sintió algo en la parte deatrás de la cabeza. Rhonin dio porsentado que se trataba de una rocasuelta, y trató de apartarla con cuidado.Sin embargo, en cuanto la tocó, percibióque irradiaba magia.

Lo cual despertó su curiosidad y lollevó a olvidarse momentáneamente deque sobre él pendía cual espada deDamocles la espantosa posibilidad demorir aplastado en cualquier momento.A continuación, cogió ese objeto parapoder verlo más de cerca.

Se trataba de una gema negra.Seguramente, era la misma piedra quehabía estado incrustada en el medallón

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de Alamuerte.Rhonin frunció el ceño. La última

vez que vio el medallón, éste yacía en elsuelo junto a Kryll, su poseedor,incinerado. En ese momento, no prestómucha atención a aquella piedra, puestoque estaba más preocupado por elpeligro que corría la vida de Vereesay…

¡Vereesa!, pensó. Al instante, elrostro de la elfa ocupó todos suspensamientos. Ella y el enano seencontraban lejos de él cuando seprodujo el derrumbamiento, protegidospor el primer escudo que habíaconjurado, pero…

Volvió a moverse con el fin de

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observar el entorno. Esta vez, la presiónque sentía en la cabeza se multiplicó ylas piedras que pendían sobre su cabezacayeron unos centímetros.

Al mismo tiempo, escuchó a alguiende voz grave soltar una maldición.

—¿Fa-Falstad? —preguntó Rhoninentrecortadamente.

—Sí —respondió el enano a lo lejos—. Sabía que estabas vivo, porque nohemos acabado aplastados, mago, peroempezaba a pensar que no recuperaríasla consciencia. ¡Ya era hora!

—¿Os habéis…? ¿Vereesa sigueviva?

—No sé qué decirte. La luz queemite este conjuro tuyo no me deja ver

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mucho. Además, está demasiado lejosde mí para comprobarlo. De todosmodos, no la he oído hablar desde queme he despertado.

Rhonin apretó los dientes con fuerza.Vereesa tenía que estar viva.

—Falstad, ¿a qué distancia flotan lasrocas sobre ti?

Una risa sardónica se le escapó alenano tras escuchar esa pregunta.

—Tan cerca que me hacen cosquillasen la nariz, humano. Si no fuera así, hacerato que me habría arrastrado hasta ellapara ver cómo se encuentra. He dereconocer que nunca pensé que estaríavivo el día de mi entierro.

El mago decidió ignorar el último

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comentario, y se detuvo a reflexionarsobre lo que le había dicho el enanoacerca de que las piedras prácticamentele rozaban el rostro. Era obvio quecuanto más se alejaba el conjuro deRhonin, menos espacio protegía. Alparecer, había protegido tanto a Vereesacomo a Falstad de las rocas, evitandoque fueran aplastados, pero era bastanteprobable que la forestal hubierarecibido un fuerte impacto en lacabeza… o que incluso hubiera muertoal recibir un golpe en un órgano vital.

Rhonin rechazó la últimaposibilidad.

—Humano… si no es mucho pedir…¿crees que puedes hacer algo para

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sacamos de este apuro?¿Sería capaz de rescatarlos? ¿Poseía

el poder necesario para hacerlo? ¿Lequedaban fuerzas para acometer talproeza? Mientras se hacía estaspreguntas, se guardó la piedra negra enel bolsillo; en ese momento, tenía cosasmás importantes de las que preocuparse.

—Dame unos instantes… —contestóel mago.

—Como si pudiera hacer otra cosa—replicó el enano con ironía. Lapresión que sentía el mago en la cabezaseguía aumentando a una velocidadaterradora. A pesar de que Rhonindudaba seriamente que su escudopudiera resistir mucho más, tenía que

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mantenerlo como fuera mientras tratabade lanzar un segundo conjuro, tal vezincluso más complejo.

No sólo debía sacarlos de losescombros, bajo los cuales corríangrave peligro de morir, sino tambiénenviarlos a un lugar donde estuvieran asalvo. Para más inri, su cuerpomagullado le estaba pidiendo a gritosque lo dejara recuperarse y no losometiera a más tensión.

¿Cómo era ese hechizo?, caviló.Aunque el mero hecho de pensar leproducía una gran agonía, finalmenterecordó las palabras del conjuro. Noobstante, era consciente de que al lanzarel nuevo encantamiento dejaría de estar

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lo bastante concentrado en el escudocomo para poder mantenerlo. Si sedemoraba demasiado…

Pero no me queda más remedio,concluyó.

—Falstad, lo voy a intentar…—¡No sabes cuánto me alegro,

humano! Creo que esas rocas me estánaplastando ya el pecho.

Él también se había percatado deque las rocas habían descendido un pocomás. Debía apresurarse.

Musitó las palabras mágicas, invocóel poder necesario…

Pero las rocas que pendían sobre élse movieron, presagiando lo peor.

Rhonin trazó un símbolo en el aire

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con su mano buena.El escudo se estaba desmoronando.

Súbitamente, toneladas de piedrascayeron encima de los tres…

…y, de improviso, el mago seencontró tumbado boca arriba,contemplando un cielo cubierto denubes.

—¡Por el martillo de Dagath! —exclamó Falstad, quien se hallaba a sulado—. ¿Por qué has esperado hasta elúltimo segundo?

A pesar del dolor que invadía sucuerpo. Rhonin se incorporó y logrósentarse. El azote del viento gélido loayudó a abandonar las brumas de laconfusión y la desorientación. Entonces,

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miró en dirección al enano.Falstad también se incorporó. La

mirada del jinete de grifos reflejaba unafuria que, por una vez, no tenía nada quever con el frenesí de la batalla. Estabalívido. El hechicero nunca hubieraimaginado que un día vería a aquelfornido guerrero con tal cara de susto.

—Juro que nunca, nunca másvolveré a meterme en un túnel. A partirde ahora, sólo quiero tener el cielocomo techo. ¡Por el martillo de Dagath!

El mago quizá hubiera replicado alenano si no fuera porque escucharon ungemido a lo lejos que llamó su atención.Al instante, se puso de pie, tambaleante,y se acercó trastabillando a Vereesa, que

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estaba tumbada boca abajo. Alprincipio, Rhonin se preguntó si se lohabía imaginado, pues nada indicabaque la forestal estuviera viva, perovolvió a gemir en ese momento.

—¡Está… está viva, Falstad!—Tiene que estarlo, porque ha

gemido. ¡Claro que sí! Aunque deberíascomprobar su estado lo antes posible.

—Aguanta, Vereesa, aguanta…Rhonin le dio la vuelta a la elfa con

sumo cuidado para poder examinarle lacara, la cabeza y el cuerpo. Teníamagulladuras en varios sitios y un brazomanchado de sangre, pero, por lo demás,parecía estar tan bien como suscompañeros.

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Mientras el mago le sostenía condelicadeza la cabeza para estudiar uncardenal que le había visto en lacoronilla, Vereesa abrió los ojos yparpadeó confusa.

—R-Rho…—Sí, soy yo, tranquila. Creo que has

recibido un golpe muy fuerte en lacabeza.

—Lo… lo recuerdo… —replicó laforestal, cerrando los ojos un momento.

De repente, se incorporó con losojos desorbitados y la boca abierta enun grito mudo de horror.

—¡El techo! ¡El techo! ¡Se nos va acaer encima!

—¡No! —exclamó el mago mientras

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la abrazaba con fuerza—. ¡No, Vereesa!¡Estamos a salvo! A salvo…

—Pero… el techo de la caverna…En ese instante, el rostro de la elfa

se relajó, y añadió:—Estamos fuera de la cueva…

Pero… dime, Rhonin, ¿dónde estamos?¿Cómo hemos llegado hasta aquí?¿Cómo hemos logrado sobrevivir?

—¿Te acuerdas del escudo que nossalvó del gólem? Después de que aquelmonstruo se autodestruyera, el escudo semantuvo y resistió el derrumbe. Pese aque su radio de protección menguó,aguantó lo suficiente como para evitarque muriéramos aplastados.

—¡Falstad! ¿Está…?

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De inmediato, el enano se acercó aella por el otro lado.

—Nos ha salvado a todos, damaelfa. Aunque nos ha dejado en medio deninguna parte.

Rhonin parpadeó confuso. ¿Cómoque en medio de ninguna parte?, pensó.Entonces, se detuvo a observar suentorno por primera vez. Se encontrabanen una cumbre nevada donde soplaba unviento muy frío, que cada vez era másgélido, y, por encima de ellos, el cieloestaba cubierto por una nube de untamaño increíble… A pesar de laoscuridad que los envolvía, el magosabía dónde se hallaban exactamente.

—No estamos «en medio de ninguna

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parte», Falstad. Yo diría que nosencontramos en la cima de la montaña, yque la fortaleza, con todos sus orcos ydemás, yace bajo nuestros pies.

—¿En la cima de la montaña? —repitió Vereesa.

—Sí, tiene su lógica —convino elenano.

—Y como cada vez puedo verosmejor, me temo que está despuntando elalba —continuó Rhonin, cuyo semblantese tornó sombrío de nuevo—, lo cualimplica que si Nekros Trituracráneos esun orco de palabra, sus tropas iniciaránla evacuación de la fortaleza encualquier momento, llevándose consigolos huevos y todo lo demás.

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Tanto Vereesa como el enanoclavaron su mirada en él.

—¿Por qué hacen algo tandemencial? —inquirió Falstad—. ¿Porqué van a abandonar una fortaleza tansegura?

—Porque temen la llegada de unejército invasor procedente del oeste,conformado por magos y enanosmontados en grifos veloces y astutos.Temen la llegada de cientos, quizámiles, de enanos y magos. Y tal vezincluso de algún elfo. Contra un ejércitotan numeroso, contra tanto mago, Nekrosy sus hombres no tendrían nada quehacer ni aunque se defendieranencerrados dentro de la montaña —

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respondió el mago, negando con lacabeza.

La situación podría haber sido muydistinta si el comandante orco hubierasido consciente del verdadero potencialdel objeto que portaba, pero o bienNekros ignoraba tal potencial, o bien sulealtad a su superior, que se hallaba enDun Algaz, era inquebrantable. Aquelorco había elegido ir al norte, y eso ibaa hacer.

Falstad no se lo podía creer.—¿Un ejército invasor? Ni a un orco

se le hubiera ocurrido una idea tandescabellada. ¿De dónde la habrásacado?

—Nuestra presencia aquí, sobre

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todo la mía, le ha llevado a extraer esaconclusión. Alamuerte quería que yollegara aquí para utilizarme comoprueba de que se iba a producir unataque de manera inminente. Nekros estáloco. Según parece, ya estabaconvencido del asalto inminente a estafortaleza. Así que cuando yo aparecí,vio confirmadas sus sospechas.

Entonces. Rhonin se miró el dedoroto, que se le había entumecido.Tendría que curárselo en cuanto pudiera,pero en ese momento había cosas muchomás importantes en juego.

—Pero ¿por qué esa bestia negraquiere que los orcos abandonen GrimBatol? —preguntó la forestal—. ¿Qué

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gana con ello?—Creo que sé por qué —contestó

Rhonin.Acto seguido, se puso de pie, se

acercó al borde de la cima y, armándosede valor, miró hacia abajo, mientrasprocuraba que el viento no lo hicieracaer. Aunque seguía sin ver nada, lepareció escuchar un ruido. Tal vez setratara de una columna de tropas y unoscarromatos que estaban abandonando lafortaleza.

A continuación, decidió proseguir suexplicación.

—Sospecho que no tiene intenciónde rescatar a la reina de los dragones,como intentó hacerme creer, sino de

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asesinarla. Como no podía hacerlo sincorrer grandes riesgos mientras ladragona permaneciera cautiva en lasentrañas de Grim Batol, concibió esteplan para obligar a los orcos a sacarlade la fortaleza. De este modo, en cuantose encuentren en campo abierto, podrádescender en picado sobre ella ymatarla de un golpe.

—¿Estás seguro? —preguntó la elfa,quien se unió a él en el borde de lacumbre.

—Sí. Ése tiene que ser su plan.Entonces, alzó la mirada al cielo. Ni

siquiera la nube que cubría todo elfirmamento podía ocultar la realidad:estaba despuntando el alba.

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—Nekros quería partir al alba… —musitó el mago.

—Ese maldito orco está mal de lacabeza —masculló Falstad—. Lo lógicohubiera sido abandonar la fortaleza alabrigo de la noche.

Rhonin negó con la cabeza.—Alamuerte puede ver

perfectamente en la oscuridad, quizámejor que cualquiera de nosotros.Nekros comentó en cierto momento delinterrogatorio que estaba preparado paracualquier contingencia, incluso paraenfrentarse a Alamuerte. Es más, parecíadeseoso de que el ser oscuro hicieraacto de presencia.

—Pero eso es aún más absurdo —

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replicó la forestal—. ¿Cómo piensaderrotarlo un solo orco?

—Un solo orco capaz de controlar ala reina de los dragones… y de invocara un gólem.

El hecho de no saber cómo habíalogrado realizar esas proezas loinquietaba sobremanera. Resultabaobvio que el objeto que portaba eseorco poseía unos poderesextraordinarios, pero ¿podía ser tanpoderoso?

De improviso, Falstad les indicó conun gesto que se callaran. A continuación,señaló hacia el noroeste, más allá de lamontaña.

Súbitamente, una gigantesca silueta

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negra surgió de entre las nubes másaltas… para desaparecer al instante, encuanto inició el descenso.

—Es Alamuerte… —susurró eljinete de grifos. Rhonin asintió. Ya nohabía tiempo para más conjeturas. SiAlamuerte estaba ahí, eso sólo podíasignificar una cosa.

—No sé qué va a pasar exactamente,pero, sea lo que sea, ya ha comenzado.

La larga caravana de orcos partió encuanto el primer rayo de luz alcanzóGrim Batol. Los carromatos ibanflanqueados por guerreros armados queportaban hachas, espadas y picas recién

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afiladas. Los escoltas cabalgaban junto alos peones que conducían loscarromatos, sobre todo junto a aquellosque transportaban los valiosos huevosde dragón. Todos parecían preparadospara enfrentarse al enemigo en cualquiermomento, no en vano se había corrido lavoz incluso entre los orcos de más bajaestofa de que supuestamente se acercabaun ejército invasor.

Nekros Trituracráneos observaba lamarcha con impaciencia, montado sobreuno de los pocos caballos que tenían losorcos a su disposición. Había enviado aDun Algaz por delante a los jinetes dedragones y sus monturas, para que, encaso de que su plan fracasara, al menos

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algunos dragones aún pudieran servir ala Horda. Era una pena que no sehubiera atrevido a utilizarlos paratransportar los huevos, pero elcomandante había aprendido la leccióntras haberlo intentado anteriormente.

Por otro lado, como construir uncarromato capaz de transportar ysoportar el peso de un dragón habríaresultado imposible, había recaído en elpropio Nekros la responsabilidad decontrolar a aquellas dos vetustas bestias.Tanto Alexstrasza como Tyran, quecontra todo pronóstico aún estaba vivo,seguían la columna del ejército orcodesde la retaguardia, sometidosconstantemente al yugo invisible del

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Alma de Demonio. Para el enfermoconsorte, ésta debía de ser una situaciónmuy dura; Nekros dudaba que fuera asobrevivir al viaje, pero era conscientede que no había otra solución.

No obstante la pareja de titanesseguía siendo un espectáculo digno deverse. La hembra más que el macho,pues su salud era bastante mejor. En unaocasión, Nekros la sorprendiólanzándole una mirada iracunda. Peroeso le importaba un comino al orco. Esacriatura colosal lo obedecería en todomientras él portara el único objeto capazde dominar a cualquier dragón.

Al pensar en leviatanes, el líderorco alzó la vista al cielo. Al estar

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cubierto de nubes, ofrecía a un colosograndes espacios donde esconderse; sinembargo, Nekros sabía que, tarde otemprano, sucedería algo. Si bien lasfuerza de la Alianza podían hallarse muylejos aún, el orco esperaba queAlamuerte se presentara de un momentoa otro. Los humanos iban a aprender porlas malas que confiar la victoria alseñor oscuro era un disparate. Sabía quesi podía someter a la pareja de dragonesrojos, también podría doblegar a otrosde distinto color. Gracias al Alma deDemonio, el comandante orco dominaríaa la más salvaje de todas las bestias. Él,Nekros, sería el amo y señor deAlamuerte… pero para eso tenía que

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dignarse a aparecer ese miserable reptil.—¿Dónde estás maldita criatura? —

masculló—, ¿Dónde?En ese instante, la última hilera de

guerreros salió de la caverna. El líderorco los observó marcharse orgullosos yagresivos; le recordaban a los días enque la Horda no conocía la derrota,cuando no existía ningún enemigo que nopudiera masacrar. Con Alamuerte bajosu mando, Nekros restauraría la extintagloria de su pueblo. La Horda volvería asublevarse, incluidos aquellos que sehabían rendido. Los orcos arrasarían lastierras de la Alianza y acabarían con loshumanos y las demás razas.

Quizá, entonces, la Horda debería

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contar con un nuevo cabecilla. Porprimera vez, Nekros se imaginóasumiendo ese papel, y a Zuluhedinclinándose ante él. Su pueblo sealzaría victorioso gracias a él y loaclamarían como su líder supremo.

Sería el jefe de guerra NekrosTrituracráneos…

Espoleó a su montura para queavanzara y se sumó a la columna, ya quesabía que despertaría sospechas si nocabalgaba junto a sus hombres. Además,en realidad daba igual dónde seposicionara; el Alma de Demonio lepermitía controlar a los dragones adistancia. Ningún leviatán podía librarsede su yugo a menos que él lo permitiera,

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y, ciertamente, el orco de pelaje gris notenía ninguna intención de hacer tal cosa.

¿Dónde está esa maldita bestianegra?, se preguntó una vez más.

De pronto, se escuchó un aullidoatronador a modo de respuesta. Sinembargo, no provenía del cielo, comoNekros había creído en un principio,sino que brotaba de la tierra que pisabanlos orcos. La consternación cundió entretodos los guerreros mientras dabanvueltas sobre sí mismos en busca de unenemigo aparentemente invisible.

De repente, en un abrir y cerrar deojos, el suelo estalló y trajo consigo unamarea de enanos.

Parecían salir de todas partes; daba

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la impresión de que quedaban másenanos en Khaz Modan de lo que Nekroshabía imaginado. Emergieron de latierra esgrimiendo hachas y empuñandoespadas y cargaron contra la columnadesde todos los flancos.

Aunque este ataque inesperadodesconcertó momentáneamente a losorcos, éstos se recuperaron enseguida.Lanzaron sus gritos de guerra y sevolvieron para encararse con susatacantes. Aunque los guardiaspermanecieron en los carromatos,también se prepararon para entrar enacción, e incluso los peones, que eranunos seres patéticos, blandieronamenazantes sus garrotes. No se

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necesitaba adiestrar mucho a un orcopara que fuera capaz de destrozarcualquier cosa con un trozo de madera.

Nekros le propinó una patada a unenano que intentaba obligarlo adescabalgar. De inmediato, un ayudantedel comandante acudió en ayuda de susuperior y se enzarzó en una pelea con elenano. Nekros obligó a su caballo aacercarse a los carromatos: necesitabaunos minutos para poder asimilar lasituación. En vez de ser invadidos porun ejército, los habían atacado unoscarroñeros nauseabundos; esos enanosdebían de ser la turbamulta harapientaque moraba en los túneles que rodeabanaquellas montañas. A juzgar por su

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número, los trols no habían hecho nadabien su trabajo.

Pero ¿dónde estaba Alamuerte?Había concebido ese plan para derrotaral dragón oscuro. Aquel coloso teníaque aparecer…

De pronto, un rugido atronadorsobrecogió a todos los combatientes.Una figura gigantesca fue entrevistaentre las densas nubes, la cual,súbitamente, cayó en picado sobre losorcos.

—¡Al fin! Al fin has venido, malditabes…

De repente, Nekros Trituracráneosse quedó petrificado, completamentedesconcertado. Pese a que aferró con

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fuerza el Alma de Demonio, en esemomento no pensó siquiera en que debíautilizarla como había planeado.

El leviatán que se abalanzaba enpicado sobre él poseía unas escamas delcolor del fuego, no de la oscuridad.

—Tenemos que bajar —mascullóRhonin—. He de ver qué estáocurriendo.

—¿No puedes hacer lo mismo quehiciste antes en la cámara? —inquirióFalstad.

—Si lanzo un hechizo parateletransportarnos, me quedaré sinfuerzas y no podré combatir, y, además,

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no sé dónde apareceríamos. ¿Acaso osgustaría acabar justo delante de un orcopertrechado con un hacha?

Vereesa se asomó al borde de lacumbre, miró hacia abajo, y comentó:

—Tampoco parece muy probableque podamos descender de aquí pornuestros medios.

—¡Pues no podemos quedarnos aquíarriba eternamente! —exclamó el enano.

Falstad no paraba de caminar de unlado a otro muy inquieto. De repente, separó en seco, como si acabara de pisaralgo asqueroso, y añadió:

—¡Por las alas de Hestra! Pero ¡quénecio soy! Quizá aún ande por aquí.

Rhonin miró al enano como si

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pensara que había perdido el juicio.—¿De qué estás hablando? ¿A quién

te refieres?En vez de responder, Falstad metió

una mano en la bolsa que llevabaencima.

—Esos malditos trols me loquitaron, pero Gimmel me lo devolvióluego… ¡Ajá! ¡Aquí está!

Sacó de la bolsa una especie desilbato diminuto. Acto seguido, tantoRhonin como Vereesa observaron cómoel enano se lo llevaba a los labios y losoplaba con todas sus fuerzas.

—Yo no he oído nada —señaló elmago.

—Lo extraño hubiera sido que

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hubierais escuchado algo. Esperad. Estámuy bien adiestrado. Es la mejormontura que he tenido jamás. Esos trolsno nos capturaron muy lejos de estaregión. Quizá se haya quedado por losalrededores… —de improviso, Falstadpareció titubear—. Tampoco ha pasadotanto tiempo desde que nos separamosde él…

—¿Estás llamando a tu grifo? —preguntó la forestal con un tono de vozque dejaba bien a las claras suescepticismo.

—Creo que es mejor intentar avisara mi grifo que esperar a que nos crezcanalas, ¿no?

Esperaron. Esperaron tanto tiempo

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que a Rhonin se le antojó una eternidad.Entretanto, fue recuperando fuerzas, apesar del frío helador que hacía en lacumbre, aunque seguía temiendo que sise aventuraba a trasladar mágicamente alos tres, eso supondría su muerteinstantánea.

No obstante, daba la impresión deque no tenían otra salida. Entonces, elmago se enderezó, y dijo:

—De acuerdo, haré lo que pueda.Recuerdo una zona, que no está muylejos de esta montaña y que juraría queAlamuerte me mostró en una visión,donde podríamos aparecer sin corrergrandes riesgos. Tal vez sea capaz detransportarnos mágicamente a ese lugar.

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Vereesa lo cogió del brazo.—¿Estás seguro? No pareces lo

bastante recuperado como para acometeralgo así —replicó Vereesa, mirándolepreocupada—. Sé que antes has tenidoque hacer un gran esfuerzo paraprotegernos del derrumbe y sacarnos dela cámara, Rhonin. Tuviste que lanzarunos conjuros muy potentes paraprotegernos tanto a Falstad como a mí…

Pese a que el mago apreció muchoestas palabras, tenía claro que no lequedaba más remedio que intentarsacarlos de ahí mediante un hechizo.

—Si no… —empezó a decir Rhonin.Súbitamente, una silueta alada de

gran tamaño surgió de entre las nubes.

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Tanto Rhonin como la elfa reaccionaronde inmediato dispuestos a defenderse,pues estaban seguros de que se tratabade Alamuerte.

En cambio, Falstad, que habíaestado escudriñando el cielo en todomomento, no reaccionó como si el findel mundo fuese inminente, sino que serió y le hizo señas con ambas manos a lasilueta que se aproximaba.

—¡Sabía que lo escucharía! ¿Loveis? ¡Sabía que lo escucharía!

El grifo graznó de tal forma que elmago habría podido jurar que estabaexpresando su júbilo. Aquel enormeanimal voló hacia ellos raudo y veloz…o, más bien, hacia su jinete. Se posó

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sobre Falstad, y no le aplastó con todosu peso gracias a su aleteo constante,que le permitía flotar en el aire.

—¡Ajá! ¡Buen chico! ¡Buen chico!¡Vamos, pósate en el suelo!

Acto seguido, tomó tierra ante suamo moviendo la cola con alegría comosi fuera un perro y no una bestia en parteleonina.

—¿Y bien? —dijo el guerrero decorta estatura a sus compañeros—. Yapodemos marcharnos, ¿no?

Montaron sobre el grifo lo másrápido posible. Como Rhonin seguíasintiéndose bastante débil, se colocóentre el enano y Vereesa. Pese a quealbergaba serias dudas de que el grifo

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fuera capaz de soportar el peso de lostres, el animal despegó sin ningúnproblema. No obstante, Falstad tuvo queadmitir que tendrían problemas si elvuelo terminaba siendo largo, pero si selimitaban a un vuelo corto, el grifoaguantaría.

Momentos después, abandonaron elabrigo de las nubes… y se toparon conalgo totalmente inesperado.

Si bien Rhonin esperaba encontrarseen el campo de batalla con los enanos delas colinas, que intentaban asaltar lacaravana de carromatos de los orcos queavanzaba lenta y torpemente, nunca sehubiera imaginado que vería a otroleviatán que no fuera Alamuerte

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planeando sobre el dantesco escenario.—¡Es un dragón rojo! —exclamó la

forestal—. ¡Un macho de edadavanzada! ¡Y no es de los criados en lamontaña!

El mago estaba de acuerdo conVereesa. Los orcos no habían retenido ala reina de los dragones en la fortalezael tiempo suficiente como para que uncoloso como ése alcanzara la madurez.Además, la Horda tenía por costumbrematarlos antes de que madurarandemasiado y empezaran a pensar por sucuenta. Los cuidadores orcos sólo erancapaces de controlar a los ejemplaresjóvenes.

¿De dónde ha salido este coloso

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carmesí?, ¿qué hace aquí?, se preguntóRhonin.

—¿Dónde quieres que aterricemos?—vociferó Falstad, quien le recordó asíque tenían otras preocupaciones másinmediatas que resolver.

Rhonin examinó el entornorápidamente. La batalla parecíaconstreñirse al espacio que ocupaba lacolumna de orcos y poco más. Divisó aNekros Trituracráneos, quien ibamontado a caballo y sostenía en unamano algo que brillaba con intensidad apesar de que las nubes tapaban la luz delsol. El mago se olvidó de la pregunta deFalstad mientras intentaba distinguir quéera aquel objeto. Daba la sensación de

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que el líder orco apuntaba con él haciael dragón intruso.

—¿Y bien? —insistió el enano.Al instante, Rhonin apartó la mirada

del orco y se concentró en el problemamás acuciante.

—Aterriza ahí —le ordenó,señalando una cumbre situada a cortadistancia de la retaguardia de lacolumna orca—. Creo que es el mejorsitio para tomar tierra.

—Me parece tan buen sitio paraaterrizar como cualquier otro.

El animal los llevó con suma rapideza su destino gracias a la conducciónexperta del jinete de grifos. Rhonindesmontó con celeridad y se dirigió

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raudo y veloz al borde de la cima parapoder valorar mejor la situación.

Pero lo que vio no tenía ningúnsentido.

El dragón rojo, que hacía unosmomentos parecía dispuesto a atacar aNekros, ahora se mantenía como podíaen el aire; rugía continuamente y se diríaque estaba librando una lucha titánicacon un enemigo invisible. El magovolvió a examinar con atención alcomandante orco, y se percató de que elobjeto reluciente que sostenía en lamano brillaba cada vez con másintensidad.

Se trataba de una especie de reliquiatan poderosa que el mago era capaz de

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percibir sus emanaciones mágicas a esadistancia. Rhonin desplazó la mirada deaquel objeto al gigante carmesí.

Rhonin se había preguntado muchasveces en el pasado cómo habían logradolos orcos controlar a la reina de losdragones, y ahora, por fin, tenía larespuesta ante sí.

El leviatán se resistía, y se defendíacon más ahínco del que el humano creíaposible. Los tres podían escuchar susrugidos de dolor desde la cumbre, eintuían que estaba sufriendo una agoníaque muy pocos seres habíanexperimentado jamás.

Entonces, el coloso profirió unúltimo grito ronco, y las fuerzas lo

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abandonaron abruptamente. Por unmomento, se mantuvo flotando en el airey, a continuación, se precipitó hacia unazona situada a cierta distancia delcampo de batalla.

—¿Ha muerto? —inquirió Vereesa.—No lo sé —contestó Rhonin.Si la reliquia no había acabado con

él, la caída desde semejante altura lohabría hecho sin duda. Apartó la vista,pues no deseaba ver cómo perecía unacriatura tan decidida y resuelta.Entonces, de improviso, otra siluetadescomunal se lanzó en picado desde lasnubes, pero ésta era más bien unmonstruo negro surgido de unapesadilla.

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—¡Es Alamuerte! —advirtió Rhonina los demás.

Si bien el titán oscuro se dirigíahacia la columna, no iba hacia Nekros nihacia los dos dragones cautivos, sinoque voló directamente hacia un objetivoinsospechado: los carromatos cargadosde huevos.

El líder orco divisó al fin aAlamuerte. Acto seguido, se giró y lanzóel artefacto en dirección al colosonegro, gritando algo a la vez.

Aunque Rhonin y los demásesperaban que el titán oscuro cayeraderrotado ante el inmenso poder deltalismán, a Alamuerte, curiosamente, nopareció afectarle, y prosiguió su

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incursión. Su objetivo era la columna decarromatos, y, en concreto, los huevosque transportaban.

El mago no daba crédito a lo queveían sus ojos.

—¡Su objetivo no es Alexstrasza!¡No le importa que esté viva o muerta!¡Su verdadero objetivo son los huevos!

Alamuerte agarró dos carromatoscon una delicadeza sorprendente y loselevó hacia el cielo mientras los orcossaltaban a tierra; sin embargo, losanimales que tiraban de ellos notuvieron tanta suerte y sólo pudieronchillar al verse en el aire,completamente indefensos. Acontinuación, la bestia giró en el aíre y

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se alejó de inmediato del campo debatalla.

El titán negro quería llevarse esoshuevos intactos, pero ¿por qué razón?¿Para qué le servirían?

Entonces, Rhonin se dio cuenta deque acababa de responder esa pregunta.

Alamuerte quería esos leviatanespara reconstruir su vuelo. Por muy rojosque fueran esos dragones cuandoeclosionaran sus huevos, bajo la tuteladel Señor Oscuro se convertirían en unafuerza del mal tan siniestra como él.

Tal vez Nekros también se habíapercatado ya de en qué consistía elverdadero plan de Alamuerte, o tal vezsólo reaccionó así porque le había

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robado su valiosa carga, el caso es queel orco se volvió de repente y vociferóunas órdenes a la retaguardia de lacolumna. Seguía sosteniendo la reliquiaen alto, y ahora señalaba con la otramano al gigante que se desvanecía enlontananza.

De inmediato, uno de los doscolosos rojos, el macho, desplegó lasalas con torpeza y, acto seguido, salió ensu persecución. Rhonin jamás habíavisto a un leviatán con un aspecto tanenfermizo, cadavérico más bien. Nodejaba de sorprenderle que hubiera sidocapaz de volar hasta esa altura. Nekrosno podía pretender que aquel dragóndébil y achacoso fuera rival para

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Alamuerte, que era más joven y viril.Entretanto, los orcos y los enanos

seguían luchando, pero estos últimosparecían pelear ahora condesesperación, presas de una profundadecepción. Era como si hubierandepositado todas sus esperanzas en elmacho carmesí que había caído primero.Rhonin comprendía perfectamente sufrustración.

—No lo entiendo —dijo Vereesa,que se hallaba junto a él—. ¿Por qué noles ayuda Krasus? Ese mago deberíaestar aquí. Seguramente, él ha incitado alos enanos de las colinas a atacar.

—¡Krasus! —exclamó Rhonin,quien, en medio de aquel carrusel de

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emociones, se había olvidado de suvaledor.

Él también tenía muchas preguntasque hacerle a ese mago sin rostro.

—¿Qué tiene que ver él con todoesto? —le preguntó el mago a la elfa.

La forestal se lo contó todo. Él laescuchó atentamente; primero, incréduloy, luego, furioso. Eso confirmaba sussospechas de que su consejero lo habíautilizado. No sólo a él, sino también aVereesa, a Falstad y, al parecer, a losenanos desesperados que vivían en elsubsuelo.

—Tras ocuparse de aquel dragón,nos guió hasta las entrañas de estamontaña —concluyó la elfa—. Poco

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después, dejó de comunicarse conmigo.Acto seguido, se quitó el medallón y

se lo mostró al mago.Se parecía muchísimo al que

Alamuerte le había entregado a él,incluso en los relieves ornamentales.Entonces, el colérico mago recordó queya se había fijado en él cuando Vereesay Falstad habían intentado rescatarlo delos orcos. ¿Acaso Krasus habíaaprendido de los leviatanes a fabricaresos objetos?

Rhonin se dio cuenta de que lapiedra se debía de haber desplazadoligeramente en algún momento. Con undedo, la volvió a colocar en su lugar y, acontinuación, lanzó una mirada iracunda

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a la gema, convencido de que ahora sumecenas podría escucharlo.

—¿Y bien, Krasus? ¿Dónde estás?¿Quieres que hagamos algo más por ti?¿Quizá que muramos en tu nombre?

Fue inútil. Resultaba evidente que elpoder de aquella piedra se habíadisipado. De todos modos, Krasusseguramente no se habría molestado enresponder aunque el medallón todavíasirviera para comunicarse a distancia.Entonces, Rhonin alzó la reliquiadispuesto a tirarla al vacío. Deimproviso, escuchó a alguien quehablaba con un tono de voz muy débil yentrecortadamente.

¿Rhonin?

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El furioso mago se detuvo,sorprendido al escuchar que alguien lollamaba.

Rhonin… alabado… alabadoseas… Quizá aún… quizá aún haya…alguna esperanza.

Sus compañeros observaron al magoperplejos. Rhonin, que estaba meditandoqué debía hacer, no dijo nada. Por eltono de voz, Krasus parecía muyenfermo, a las puertas de la muerte.

¡Krasus! ¿Estás…?Escucha… No puedo malgastar

mis… energías. Te… te veo… Quizáaún haya alguna esperanza…

A pesar de los recelos que lesuscitaba Krasus, Rhonin le preguntó:

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—¿Qué quieres?Primero… primero, debes venir a

mí.El medallón centelleó súbitamente,

de tal modo que una luz bermellóncubrió por entero al atónito hechicero.

Vereesa intentó cogerle, y gritó:—¡Rhonin!Entonces, la mano de la elfa

atravesó el brazo del mago, quienobservó con horror cómo ella, Falstad, ytoda la cumbre, se desvanecían.

Unos segundos después, un paisajerocoso distinto se materializó a sualrededor; un lugar desolado que habíasido un espectador privilegiado demuchas batallas en el pasado y ahora era

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testigo de otra más. Krasus lo habíatransportado mágicamente al este de lasmontañas, no muy lejos de la zona dondela columna orca luchaba contra losenanos. Rhonin no se había percatado enningún momento de que su mentorestuviera tan cerca.

Al instante, se giró furioso, gritandoa su traicionero valedor:

—¡Krasus! ¡Maldito seas,muéstrate…!

De repente, se encontró mirando alos ojos de un gigante caído; se tratabadel mismo coloso rojo que el humanohabía visto caer del cielo al vacío unosminutos antes. Yacía en el suelo tumbadode costado, con un ala apuntando al

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cielo y la cabeza apoyada en el suelo.—Mis… mis más sinceras

disculpas, Rhonin —logró decir con unavoz gutural aquella criatura descomunal,haciendo un esfuerzo sobrehumano—.Por… por todo el dolor que os hecausado tanto a ti como a todos losdemás…

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CAPÍTULOVEINTE

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H abía sido tan sencillo. Tansumamente sencillo.

Mientras Alamuerte volvía al campo debatalla a por más huevos, se preguntabasi no habría sobrestimado lasdificultades que supuestamentepresentaba su plan. Siempre había dadopor sentado que si hubiera entrado enaquella montaña con su verdadera formao portando un disfraz, habría corridomuchos más riesgos, sobre todo siAlexstrasza percibía su presencia. Sibien era cierto que, con todaprobabilidad, habría salido indemne, loshuevos que tanto había codiciadopodrían haber acabado destrozados. Y

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eso era lo que no quería que sucediese;aquellos huevos eran muy valiosos,sobre todo si anidaba en su interior unembrión de hembra viable. Como sabíaque nunca podría someter a Alexstrasza,Alamuerte necesitaba hacerse con todoslos huevos a los que pudiera poner laszarpas encima para tener así másposibilidades de llevar a buen puertosus planes. Todas esas reservas ycautelas le habían hecho dudardemasiado. Ahora tenía la impresión deque había perdido el tiempo esperandotanto, que nada se habría podidointerponer en su camino si hubieradecidido actuar antes, tal como sucedíaahora.

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Aunque eso no era del todo cierto.Algo «intentaba» frustrar sus planes.Una bestia enferma, achacosa ytemblorosa que había conocido tiemposmejores y volaba hacia un funestodestino.

—Tyran… —dijo Alamuerte,dirigiéndose al otro dragón de maneradespectiva al no llamarlo por su nombrecompleto—. ¿Cómo es posible que aúnno hayas muerto?

—¡Devuélveme esos huevos! —exclamó con voz ronca el colosocarmesí.

—¿Para que sean criados comoperros por esos orcos? ¡No! ¡Yo losconvertiré en los verdaderos amos de

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este mundo! ¡Una vez más, los vuelos dedragón gobernarán el cielo y la tierra!

Tras escuchar estas palabras, suadversario enfermo resopló.

—¿Y dónde está ahora tu vuelo?¡Aaah! Sufro tanto dolor que a veces seme olvidan las cosas. ¡Murieron todospor tu culpa!

El leviatán negro siseó y desplegósus alas en toda su envergadura.

—¡Ven a por mí, Tyran! ¡Será unplacer enviarte a las simas del olvido!

—Ya sea siguiendo órdenes de eseorco o no, ¡jamás te daré tregua!¡Pelearé hasta el último aliento! —leespetó Tyran, y lanzó un mordisco a lagarganta negra de su rival, fallando por

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muy poco.—¡Te voy a devolver a tus amos

hecho picadillo, viejo necio!Si bien ambos dragones rugieron

para amedrentarse mutuamente, el gritode Tyran palideció comparado con elbramido atronador de Alamuerte.

Acto seguido, se aproximaron paracombatir.

Rhonin lo miró fijamente, y, al fin,acertó a decir:

—¿Krasus?El coloso carmesí alzó la cabeza lo

bastante como para asentir.—Ése es el nombre… que utilizo

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cuando… cuando porto forma humana…—Krasus… —volvió a repetir

Rhonin, al tiempo que su asombro setornaba en ira—. ¡Me traicionaste! ¡Y amis amigos también! ¡Tú planeaste todoesto! ¡Me convertiste en tu títere!

—De lo cual siempre me…arrepentiré…

—¡No eres mejor que Alamuerte!Esta acusación hizo que la vergüenza

se adueñara del leviatán, al que no lequedó más remedio que asentir.

—Me merezco tus reproches. Quizáhe escogido el mismo sendero… elmismo que él decidió recorrer hacemucho tiempo. Re-resulta tan fácil nodarse cuenta de… del daño que uno

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inflige a los demás…Entonces, Rhonin se percató de que

el fragor distante de la batallareverberaba incluso en aquél lugar, locual le hizo recordar que había asuntosmucho más acuciantes que atender quesu orgullo herido.

—Vereesa y Falstad siguen ahí… yesos enanos también. ¡Tal vez todosacaben muriendo por tu culpa! Así que,dime, Krasus, ¿por qué me hasinvocado?

—Po-porque aún hay esperanza…porque aún podemos obtener la vi-victoria en medio de este caos… de estecaos que he contribuido a crear… —respondió el dragón, que intentó ponerse

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de pie, pero se tuvo que conformar conpermanecer sentado porque las fuerza lefallaban—. Todavía podemos triunfar…si tú y yo aunamos esfuerzos, Rhonin…

El mago frunció el ceño, pero nodijo nada. Lo único que le preocupabaen aquel momento era lograr, de algúnmodo, que tanto Vereesa como Falstad ylos enanos de las colinas sobrevivierana la debacle.

—No… no has rechazado mioferta… Bien, te doy las gracias por e-ello.

—Explícame que pretendes hacer.—El comandante orco po-posee una

reliquia… conocida como el Alma deDemonio.

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Con ella, puede co-controlar a todoslos dragones… salvo a Alamuerte.

Entonces, Rhonin recordó queNekros había intentado inútilmenteutilizar aquel objeto como arma contrael leviatán negro.

—¿Por qué a Alamuerte no leafecta?

—Porque él la creó —respondió unamujer que hablaba con un tono de vozsosegado.

El mago giró la cabeza al instante ypudo escuchar como el coloso proferíaun grito ahogado.

Una mujer muy hermosa y etérea,que llevaba un vestido largo y suelto decolor esmeralda y esbozaba una sonrisa

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en sus pálidos labios, se hallaba de pietras el mago humano. Rhonin se percatóde que la mujer tenía los ojos cerrados;no obstante, parecía saber muy bienhacia dónde debía mover el rostrocuando se dirigía tanto al mago como aldragón.

—Ysera… —susurró el gigantecarmesí con un tono reverencial.

La Señora de los Sueños norespondió al saludo del leviatán rojo deinmediato, sino que siguió respondiendola pregunta de Rhonin.

—Alamuerte fue el creador delAlma de Demonio, y por una buenacausa, o eso creímos entonces —explicómientras se acercaba al mago—.

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Estábamos tan convencidos de queobrábamos correctamente que hicimostodo cuanto el dragón oscuro nos pidió.Conferimos a aquel objeto parte denuestro poder.

—¡Pero él no le otorgó parte de supoder a ese chisme, no, no lo hizo! —chilló un varón poseedor de una vozestridente y teñida de un leve toque delocura—. ¡Cuéntaselo, Ysera! ¡Cuéntalecómo se volvió contra nosotros despuésde que los demonios fueran derrotados!¡Utilizó nuestro poder en nuestra contra!

Entonces, Rhonin miró en direcciónal lugar del que procedía aquella voz ypudo ver a una figura esquelética einhumana, de pelo azul desgreñado y

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piel plateada, posada sobre una rocaenorme. Aquel ser iba ataviado con unatúnica de cuello alto de los mismoscolores que su pelo y su piel; daba laimpresión de que se trataba de unasuerte de bufón demente. Sus ojosbrillaban y con unos dedos afiladoscomo dagas, arañó la roca en la queestaba acuclillado, abriendo así unosprofundos surcos en ella.

—Sólo debe saber lo necesario,Malygos. Ni más, ni menos —replicóYsera.

Aquella mujer volvió a sonreírlevemente. Cuanto más la mirabaRhonin, más le recordaba a Vereesa,pero no a la real, sino a una Vereesa con

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la que habla soñado.—Sí, es cierto que Alamuerte fingió

que había sacrificado parte de su podery nos engañó a todos. Descubrimos laterrible verdad cuando decidiórevelamos que él representaba el futurode nuestra especie e iba a dictar eldestino del mundo.

En ese instante, Rhonin se dio cuentade que Ysera y Malygos hablaban deltitán negro como si fuera uno de ellos.Acto seguido volvió la cabeza hacia elleviatán rojo, al que había conocidohasta entonces como Krasus, parapreguntarle con la mirada, sin mediarpalabra, si sus sospechas eran ciertas.

—Sí… —contestó el coloso herido

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—. Son lo que crees que son. Son dos delos cinco grandes dragones, másconocidos en las leyendas como losAspectos del mundo.

A continuación, el gigante rojo, queparecía estar recuperando las fuerzaspor el mero hecho de hallarse anteaquellos seres legendarios, dijo:

—Ellos son Ysera… Señora delSueño. Malygos… Malygos, la Mano dela Magia…

—Essstamos perdiendo el tiempo —masculló, de repente, un tercer ser, otrovarón—. Un tiempo muy valiossso…

—Y Nozdormu… el Amo delTiempo —añadió maravillado el dragónrojo— ¡Habéis venido todos!

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Entonces, Rhonin se percató de quejunto a Ysera había una figuraamortajada y hecha, al parecer, de arena,que hacía unos instantes no seencontraba ahí. Bajo aquella capucha seocultaba un rostro tan ajado que apenascontaba con bastante carne para cubrirel hueso.

Unos ojos, que en realidad eran unasgemas, observaron iracundos tanto alleviatán como al mago, presas de unaimpaciencia cada vez mayor.

—¡Sssí, aquí estamosss! ¡Pero siseguimosss perdiendo el tiempo, tendréque irme! Tengo tanto que recuperar delpasado, tanto que catalogar…

—¡Tanto que balbucear, tanto que

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farfullar! —exclamo burlonamenteMalygos desde lo alto.

Al instante, Nozdormu alzó unamano marchita pero aún fuerte endirección al bufón, que amenazó con susuñas con forma de daga a la figuraencapuchada. Justo cuando ambosparecían estar a punto de enzarzarse enuna pelea, en el plano físico y en algúnotro más, la mujer espectral se interpusoentre ellos.

—Por esto mismo, Alamuerte seencuentra tan cerca de su triunfo —murmuró la Señora del Sueño.

Tanto Nozdormu como Malygosdepusieron su actitud a regañadientes y,a continuación, Ysera se volvió para

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encararse con todos los allí presentescon los ojos aún cerrados.

—Si bien es cierto que Alamuerteestuvo muy cerca de derrotamos enaquella ocasión, también es cierto queconseguimos rehacernos y logramos queel dragón oscuro no pudiera volver autilizar jamás el Alma de Demonio porsí mismo. Se la arrebatamos de lasmanos y la lanzamos a las entrañas de latierra…

—Pero alguien la encontró —lainterrumpió el coloso rojo, quienrecobró la compostura con ánimosrenovados tras el inesperado giro de losacontecimientos—. Creo que guió a losorcos hasta esa reliquia, ya que sabía

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qué harían con ella en cuanto la tuvieranen sus manos. Si no podía utilizarla élmismo, manipularía a aquellos que sípudieran emplearla para alcanzar susfines… sin que éstos se dieran cuenta.Cre-creo que la captura de Alexstraszale vino como anillo al dedo al dragónnegro, puesto que era la únicaadversaria a la que temía de verdad, y,además, así ayudaba a la Horda adesatar aún más caos en el mundo sinque el ser oscuro tuviera que mover unazarpa. Pero ahora… ahora que está claroque la Horda le ha fallado, necesitabaque los orcos la sacaran de la montañapara poder proseguir con sus planes.

—No la necesita a ella —le corrigió

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Ysera—, sino a sus huevos.—¿Sus huevos? —le espetó el ser

antes llamado Krasus—, Pero ¿por qué?—Porque, como bien sabéis, los

últimos miembros de su vuelo murieronnada más estallar la guerra —replicó laSeñora de los Sueños— por culpa de laactitud imprudente y arrogante delpropio Alamuerte… así que ahora suplan consiste en criar a la progenie denuestra hermana como si fueran susvástagos.

—Para que renazca la era de losdragonesss… —agregó súbitamenteNozdormu— o, más bien, la era de losdragonesss de Alamuerte.

De improviso, Rhonin se dio cuenta

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de que los cuatro lo miraban fijamente,incluso Ysera, a pesar de tener los ojoscerrados.

—Nosotros no podemos tocar elAlma de Demonio, humano, y por puradesconfianza, nunca hemos intentado queninguna otra criatura la utilice en nuestronombre. Creo que ya sé por qué el pobreKorialstrasz aquí presente te haarrastrado a este lugar y separado de tusamigos, y aunque me parece la estrategiamás acertada, no será el quien mantengaa Alamuerte ocupado.

—¡Es mi deber! —bramó el dragónrojo—. ¡Es mi penitencia!

—No. Sería una pérdida de tiempo yde recursos muy importante. Además,

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estarías indefenso ante el poder de esedisco. Asimismo, necesitamos quedesempeñes otro papel en nuestrosplanes. Tyran, quien ahora lucha pordefender a su reina y a su captor, nosobrevivirá. Alexstrasza necesitará quetú la protejas, estimado Korial.

—Alamuerte es nuestro «hermano»—comentó con ironía Malygos, cuyasgarras se clavaron aún másprofundamente en la roca—. Por tanto,es justo que juguemos con él, ¡sí,deberíamos jugar con él!

—¿Qué queréis que haga? —preguntó Rhonin, entusiasmado yansioso a la vez, pues lo que másdeseaba en el mundo era regresar junto a

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Vereesa.Nada más formular el mago esta

pregunta, Ysera miró directamente haciaél y abrió los ojos. Durante un fugazinstante, una sensación de vértigo seapoderó del humano. Aquellos ojos deensueño, que le devolvían la mirada, lerecordaron a los ojos de toda la genteque había conocido, odiado o amado alo largo de su vida.

—Tú, mortal, debes arrebatarle elAlma de Demonio a ese orco. Sin ella,no podrá hacernos lo que le ha hecho anuestra hermana. Así la liberarás de sucontrol.

—Pero así no vamos a vencer aAlamuerte —objetó Korialstrasz—.

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Además, por culpa de ese maldito disco,es más poderoso que todos vosotrosjuntos…

—Lo cual ya sabemosss —siseóNozdormu—. Lo cual ya sabíamosssscuando te presentaste ante nosotrossspara pedirnosss ayuda. Bueno, pues aquíestamosss. Alégrate por ello.

Entonces, miró a sus doscompañeros, y agregó:

—¡Basssta ya de cháchara!¡Acabemosss cuanto antesss con esto!

Ysera, que había vuelto a cerrar losojos, se volvió hacia el leviatán.

—Debes hacer una cosa que entrañabastante peligro, Korialstrasz. Nopuedes transportar mágicamente a este

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humano al lugar donde se encuentran losorcos luchando. Sería demasiadoarriesgado debido a la presenciacercana del Alma de Demonio;asimismo, siempre cabe la posibilidadde que aparezca justo ante un orcoarmado con un hacha y no le dé tiempo adefenderse. Por tanto, debes llevarlohasta ahí por una vía más tradicional…y rezar para que, en los escasossegundos que te encuentres cerca deldisco repugnante, ese orco no tesubyugue con su poder —dijo la Señorade los Sueños mientras se aproximaba aldragón herido para acariciarle la puntadel hocico—. Aunque seas su consorte,no eres uno de los nuestros,

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Korialstrasz; aun así, te has enfrentado ala voraz ansia de poder y control delAlma de Demonio y has sobrevivido…

—Me preparé a conciencia paraenfrentarme a la reliquia, Ysera. Penséque había forjado mejor mis conjuros deprotección. Pero, al final, fallé.

—Creo que podemos hacer algo porti en ese aspecto —replicó la Señora delos Sueños.

De repente, tanto Malygos comoNozdormu estaban junto a ella. Los trestenían sus manos izquierdas apoyadassobre el hocico de Korialstrasz.Entonces, Ysera añadió:

—El Alma de Demonio nos arrebatóen su día mucho poder, de modo que si

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perdemos un poco más, tampocoimportará mucho…

Al instante, unas auras sematerializaron alrededor de las manosde los tres. Con los colorescorrespondientes a cada uno de losAspectos las tres auras se mezclaron yse extendieron con suma rapidez desdesus manos hasta el hocico del leviatán, yde ahí a todo el cuerpo. En unossegundos, la inmensa silueta deKorialstrasz estuvo bañada en puramagia.

Poco después, Ysera y los demásapartaron sus manos de él. El colosocarmesí parpadeó y, acto seguido, sepuso de pie.

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—Me siento… como nuevo.—Vas a necesitar cada gramo del

poder que te hemos otorgado —observóla señora de los Sueños, y, dirigiéndosea los otros dos Aspectos, añadió—.Debemos ir a ver a nuestro hermanodescarriado.

—¡Ya era hora, sssí, ssseñor! —exclamó Nozdormu.

Sin mediar más palabras con Rhonino el titán rojo, se dieron la vuelta paracontemplar la silueta distante deAlamuerte. Al unísono, los tresextendieron sus brazos a los lados, quese transformaron en unas alas que seexpandieron. Al mismo tiempo, suscuerpos se ensancharon y crecieron en

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altura. Sus atuendos desaparecierondejando paso a una serie de escamas.Sus rostros se alargaron, endurecieron, ytodo vestigio de humanidad desapareciópara dar paso a unas majestuosasfacciones de dragón.

A continuación, los tres leviatanesdescomunales se elevaron hacia el cielo,y el mago observó boquiabierto aquellavisión tan asombrosa.

—Espero que su poder combinadosea suficiente para detener a Alamuerte—mascullo Korialstrasz—. Pero metemo que no va a ser posible.

Entonces, bajó la mirada paracontemplar a la figura diminuta que sehallaba junto a él.

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—Bueno, Rhonin, ¿qué me dices?¿Vas a hacer lo que te han pedido?

Aunque sólo fuera por Vereesa, elmago habría contestado que sí.

—Por supuesto.

Las fuerzas para luchar habíanabandonado pronto a Tyran, y ahora lohacía la vida. Alamuerte rugió triunfalmientras sostenía el cuerpo inerte deldragón rojo en lo alto. Al colosocarmesí aún le manaba sangre de unaveintena de heridas profundas, lamayoría en el pecho, y tenía las garrascubiertas de quemaduras; el precio quetuvo que pagar por haber tocado el

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veneno ácido que corría por las venasardientes que cubrían todo el cuerpo deltitán negro. Todo aquel que osara tocar aAlamuerte pagaba un alto precio:padecer una agonía sin fin.

El ser oscuro rugió de nuevo y, actoseguido, soltó a su víctima inmóvil. Enverdad, le había hecho un favor aldragón rojo; ¿acaso no habría sufridomás si hubiera tenido que seguirviviendo estando tan enfermo?Alamuerte, al menos, le había permitidomorir como un guerrero, a pesar de quelo hubiera derrotado con extremafacilidad.

Entonces, rugió por tercera vez,deseoso de que todos lo oyeran

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propagar a los cuatro vientos susuperioridad…

Sin embargo, ocurrió algoinesperado. Sus rugidos fueronrespondidos por otros procedentes deloeste.

—¿Qué necio osa enfrentarse a míen esta ocasión? —rezongó entre siseos.

Pronto pudo comprobar que no setrataba de un necio, sino de tres. Y notres necios cualesquiera.

—Ysssera… —saludó el colosonegro con frialdad—. Y Nozdormu…Oh, pero si ha venido también mi granamigo Malygosss…

—Ha llegado la hora de poner fin atu locura, hermano —dijo con calma la

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dragona verde de piel lustrosa.—Yo no soy tu hermano, Ysera.

Abre los ojos de una vez. Además, nadani nadie va a impedir que comience estanueva era para nuestra raza.

—Sólo planeas una era en la que túdominarás el mundo, nada más.

El titán negro agachó la cabeza.—Tal como yo lo veo, es lo mismo.

Será mejor que vuelvas a dormir. Y tú,Nozdormu, ¿ya te has cansado de pasartetodo el tiempo con la cabeza enterradaen la arena? ¿Acaso no recordáis quiénes aquí el más poderoso? Ni siquiera lostres juntos podréis detenerme.

—Tu tiempo ha llegado a sssu fin —le espetó el brillante coloso marrón,

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cuyos ojos de gema centellearon—.¡Vamos! Ocupa un lugar en mi colecciónde reliquiasss del passsado…

Alamuerte resopló ante esasbravatas.

—¿Y tú, Malygos? ¿Tienes algo quedecirle a tu viejo camarada?

La bestia de color azul plateado yaspecto gélido abrió sus fauces de paren par. Al instante, brotó de su hocico untorrente de hielo que impactó contraAlamuerte con increíble precisión. Sinembargo, en cuanto el hielo tocó altemible dragón, se transformó en milesde alimañas diminutas con forma decangrejo que pretendían arrancar lasescamas y la carne del coloso de ébano.

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Alamuerte siseó, y, a continuación,de sus venas carmesíes manó ácido confuerza. Las criaturas de Malygosmurieron a centenares, hasta que sólounas pocas quedaron en pie.

Acto seguido, el dragón negro utilizódos de sus garras con suma destrezapara coger a uno de esos bichos ytragárselo. Después, miró a sushermanos con una sonrisa que dejaba ala vista varias hileras de dientesafilados y letales.

—Si esto es lo que queréis, que asísea…

Entonces, se abalanzó súbitamentesobre ellos profiriendo un rugidoestremecedor.

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—No podrán derrotarlo —mascullóKorialstrasz mientras Rhonin y él seacercaban a la asediada columna orca—. No podrán.

—Entonces, ¿por qué se toman lamolestia de enfrentarse a él?

—Porque saben que ha llegado elmomento de plantarle cara, sinimportarles cuál sea el desenlace de labatalla. Prefieren abandonar este mundoen brazos de la muerte que verlomarchitarse y perecer bajo las terriblesgarras de Alamuerte.

—¿No podemos ayudarlos de algunamanera?

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El dragón respondió con unelocuente silencio a esa pregunta.

Rhonin contempló a los orcos quetenían delante y pensó en su propiamuerte. Suponiendo que conseguíaarrebatarle la reliquia a Nekros, ¿cuántotiempo lograría retenerla en sus manos?Además, ¿de qué serviría? ¿Acasopodría utilizarla como arma?

—Kras… Korialstrasz, ese discocontiene el poder de los grandesdragones, ¿verdad?

—Sí, de todos menos Alamuerte.Por eso esa reliquia no puede controlaral coloso oscuro.

—Pero tampoco puede blandirla porculpa de un hechizo diseñado por los

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otros Aspectos, ¿no?—Eso parece…Entonces, el leviatán viró.—¿Sabes qué es capaz de hacer ese

disco?—Puede hacer muchas cosas, pero

ninguna de ellas afecta directa oindirectamente a ese ser oscuro.

Rhonin frunció el ceño.—¿Cómo es eso posible?—¿Cuánto tiempo hace que estudias

las artes arcanas, amigo mío?El mago hizo un gesto de

contrariedad. La magia era un artecontradictorio, que se regía por suspropias normas, las cuales podíancambiar en el peor momento posible.

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—Ya, te entiendo.—Los grandes dragones han tomado

una decisión y te han explicado susplanes, Rhonin. Te han concedido laoportunidad de hacerte con el Alma deDemonio. De ese modo, no sólo vas aliberar a mi reina, quien, sin duda,acudirá en ayuda del resto de inmediato,sino que también vas a contar con elmedio que te va a permitir aplastar porfin a los restos de la Horda. El Alma deDemonio es capaz de eso y más… sisabes cómo utilizarla.

En esto último no había pensado.Por supuesto, la reliquia podría serutilizada como arma contra los orcos.

—Pero no voy a tener tiempo de

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aprender a usarla como es debido —objetó el mago.

—Ni los orcos tuvieron maestrosdeseosos de enseñarles su manejo.Aunque no soy uno de los cincoAspectos, creo que podré ayudarte.

—Siempre que sobrevivamos losdos el tiempo suficiente… —susurrópara sí el mago.

—Así es —replicó Korialstrasz. Yase sabe que los dragones tienen un oídomuy fino—. ¡Aaah, ahí está el orco encuestión! ¡Prepárate!

Rhonin le hizo caso al colosocarmesí. Como éste no se atrevía aaproximarse demasiado a Nekros portemor a ser víctima del Alma de

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Demonio, el mago iba a tener quevalerse de la magia para llegar hasta elcomandante orco. A pesar de que enmuchas otras ocasiones había lanzadoinfinidad de conjuros en el fragor demúltiples batallas, Rhonin no estabapreparado para acometer semejanteproeza. Si bien el dragón podría haberintentado lanzar algún hechizo, lo ciertoera que la magia del mago humanoresultaría mucho más efectiva, dada laproximidad de la reliquia.

—Vamos allá…Korialstrasz descendió aún más.—¡Ahora!Rhonin pronunció las palabras

mágicas en un suspiro y, de repente, se

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vio flotando en el aire, justo por encimade un carromato.

Entonces, un conductor orco miróhacia arriba y se quedó boquiabierto alver al mago.

Rhonin cayó encima de élsúbitamente.

El impacto amortiguó la caída delmago, pero no le hizo ningún bien alorco. Rhonin se apresuró a apartar de unempujón al conductor inconsciente y, acontinuación, escrutó los alrededores enbusca de Nekros.

El comandante cojo seguía montadoa lomos de su caballo, con la miradaclavada en Korialstrasz, que se alejabadel campo de batalla. En ese instante,

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alzó la reluciente Alma de Demonio y…—¡Nekros! —gritó Rhonin.Al instante, el orco miró en su

dirección, que era justo lo que quería elmago. De ese modo, el dragónpermanecería fuera del alcance deNekros.

—¡Estás muerto, mago humano! —amenazó el comandante orco con supronunciado ceño fruncido y un gestotorvo en sus espantosas facciones—. ¡O,más bien, pronto lo estarás!

Acto seguido, apuntó con la reliquiaa Rhonin.

Pero el mago conjuró un escudo congran celeridad, con la esperanza de quela magia que iba a utilizar Nekros contra

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él no fuera tan terrible como las llamasdel gólem. Rhonin era consciente de quesólo podía depositar sus esperanzas ensus habilidades mágicas, en sus un tantodebilitados poderes, puesto que losgrandes dragones no habían consideradonecesario conferirle parte de su podercomo habían hecho con Korialstrasz; noobstante, debía reconocer que, en elcaso del coloso rojo, su decisión habíasido lógica, ya que estaba a las puertasde la muerte; además, necesitabanreservar el resto de su poder paracombatir a Alamuerte.

De improviso, una gigantesca manollameante se abalanzó sobre el mago conla intención de aplastarlo en un abrazo

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flamígero. Sin embargo, el escudo queRhonin había conjurado resistió elembate, de tal modo que esa manorebotó sobre su superficie apenasvisible y acabó engullendo a un guerreroorco que estaba a punto de decapitar aun adversario enano. El orco profirió unbreve grito antes de caer al sueloenvuelto en llamas.

—¡Tus trucos demorarán por pocotiempo tu muerte! —gruñó Nekros.

De repente, la tierra tembló debajode aquel carromato y cedió. Rhoninlogró saltar justo a tiempo para evitarcaer en la brecha que se acababa deabrir en el suelo y que engulló elcarromato y a los animales que tiraban

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de él. El escudo mágico del mago sedisipó, dejando al desesperado humanoindefenso mientras se aferraba al bordede la fisura, a lo poco que aún quedabaen pie del sendero, para no caer alabismo.

Nekros espoleó a su montura paraque se acercara al mago.

—Pase lo que pase hoy, una cosa essegura: ¡al menos, me libraré de ti,humano!

Rhonin musitó un hechizo corto ymuy sencillo. Acto seguido, un puñadode tierra voló por el aire e impactócontra el rostro del orco, quien, pormucho que lo intentó, no pudo quitárselode encima. Nekros soltó un juramento

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mientras intentaba limpiarse los ojospara poder ver algo.

El mago se impulsó hacia arribapara salir de la grieta y, a continuación,se abalanzó sobre el orco y su caballo.

Si bien se quedó un poco corto,logró agarrar a Nekros del brazo con elque sujetaba el Alma de Demonio. Deinmediato, a pesar de seguir cegado, elcomandante orco consiguió aferrar aRhonin del cuello de su túnica, con laletal intención de estrangularlo con unade sus robustas manos.

—¡Te voy a matar, escoria humana!Al instante, apretó con fuerza el

cuello de su rival, quien se debatía entreliberar el talismán de las garras del orco

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y salvar su vida, sin lograr ni lo uno nilo otro. Nekros lo estaba estrangulando,haciendo uso de una fuerza increíble quesuperaba con mucho la resistencia delmago. A la desesperada, Rhonin intentólanzar un hechizo…

Súbitamente, una silueta alada pasóa gran velocidad junto a Nekros, y algoimpactó con tal fuerza contra la espaldadel orco que tanto él como el mago secayeron del caballo y se estrellaroncontra el suelo.

El impacto fue brutal. El orco dejóde estrangular a Rhonin y ambossalieron despedidos en direccionesopuestas.

Entonces, alguien agarró al aturdido

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mago por detrás.—¡Levántate, Rhonin, antes de que

se recupere!—¿Ve-Vereesa? —preguntó el mago

mientras contemplaba su atractivorostro.

Si bien se alegraba de verla, tambiénestaba atónito ante su inesperadairrupción.

—Vimos como el dragón te lanzabaal aire, y cómo luego te teletransportastemágicamente para tomar tierra sano ysalvo. Falstad y yo hemos venido encuanto hemos podido; nos imaginamosque podrías necesitar nuestra ayuda.

—¿Falstad?Rhonin alzó la vista y vio al jinete

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de grifos y su montura trazar un círculoel aire para dar la vuelta. Aunque elenano no portaba ningún arma, aullabacomo si estuviera retando a todos losorcos de aquella columna.

—¡Deprisa! —le instó la forestal—.¡Tenemos que salir de aquí!

—¡No! —exclamó el mago, y seapartó de ella a su pesar—. No hastaque… ¡Cuidado!

El mago logró apartarla justo antesde que un hacha de guerra descomunal lapartiera en dos. Al instante, un orcomusculoso con cicatrices tribales enambas mejillas volvió a alzar esa hojaletal, con Vereesa nuevamente comoobjetivo, quien seguía en el suelo.

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Entonces, Rhonin hizo un gesto… yel mango del hacha cobró vida y seretorció como una serpiente. Pese a queel orco intentó controlarlo, no pudoevitar que se le enroscara por todo elcuerpo. De inmediato, el guerrero soltósu arma y, tras lograr desembarazarsedel mango con vida propia, salióhuyendo despavorido.

El mago le ofreció la mano a sucompañera para ayudarla a levantarse…

…y cayó al suelo tras recibir unpuñetazo en la espalda.

—¿Dónde está? —bramó NekrosTrituracráneos—. ¿Dónde está el Almade Demonio?

Rhonin se quedó desconcertado unos

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instantes; no entendía a qué se refería elorco. Nekros seguía teniendo eltalismán…

Mientras sentía un peso terribleaplastándole la espalda, pudo escuchar aNekros decir:

—Quédate donde estás, elfa. Si dejocaer mi peso un poco más sobre él, lepartiré la columna a tu amigo como si setratara de una rama seca.

En ese instante, Rhonin notó lacaricia gélida del metal en la mejilla.

—¡Basta ya de trucos, mago! Si medevuelves el disco, tal vez te deje vivir—gruñó el líder orco.

Nekros le permitía a Rhoninmoverse lo suficiente como para poder

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observar al orco por el rabillo del ojo.El comandante tenía clavada su piernade madera sobre la columna vertebraldel mago, quien era consciente de que sipresionaba un poco más, se la partiría.

—¡Yo n-no lo tengo!El mago apenas podía respirar y

mucho menos hablar: su espalda estabasoportando prácticamente todo el pesodel enorme cuerpo de Nekros.

—¡Ni siquiera sé do-dónde está! —insistió Rhonin.

—¡Tus mentiras están agotando mipaciencia, humano!

Nekros apretó un poco más.—¡Necesito recuperarla ya! —chilló

con un tono arrogante y desesperado a la

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vez.—Nekrosss… —le interrumpió

alguien con una voz atronadora ycargada de odio—. ¡Tú ordenassste quemataran a mis hijosss! ¡A mis hijosss!

Rhonin notó cómo el orco se girabarepentinamente. Acto seguido, Nekrosahogó un grito y, a continuación,exclamó:

—¡No!Al instante, una sombra descomunal

planeó sobre Rhonin y su adversario, yun viento caliente, casi abrasador, azotóal mago. Entonces, escuchó a NekrosTrituracráneos aullar…

… y, súbitamente, dejó de sentir elpeso del orco sobre su espalda.

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De inmediato, Rhonin giró paraponerse boca arriba, puesto que estabaseguro de que, fuera lo que fuese lo quese había llevado a su enemigo, volveríaa por él. Vereesa acudió en su ayuda y loatrajo hacia si justo cuando el mago sepercató de qué era lo que habíaoriginado aquella vasta sombra y porqué la voz que la acompañaba le habíaresultado tan familiar.

Si bien algunas de sus escamas sehabían soltado en algunas zonas y susalas estaban dobladas en un ángulo untanto extraño, Alexstrasza, la reina delos dragones, era todo un prodigio dignode verse. Rugía desafiante, alzada sobredos patas y con la cabeza bien alta

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apuntando al cielo, lo cual le hacíadestacar, gracias a su impresionantetamaño, sobre todo lo demás. Sinembargo, Rhonin no vio a Nekros porninguna parte: o bien la dragona se lohabía tragado, o bien había lanzado sucadáver lejos, muy lejos de allí.

Alexstrasza bramó de nuevo y, acontinuación, agachó la cabeza yobservó al mago y a la elfa. Vereesaparecía dispuesta a defenderse con uñasy dientes, pero Rhonin le indicó con unaseña que bajara la espada.

—Humano, elfa, tenéis mi gratitudpor haberme permitido vengar por fin amis hijos. No obstante, ahora otrosnecesitan mi ayuda, por minúscula que

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ésta sea.Dicho esto, alzó la vista hacia la

zona del cielo donde luchaban los cuatrotitanes. Rhonin siguió su mirada yobservó por un momento cómo Ysera,Nozdormu y Malygos combatían aAlamuerte en vano. A pesar de que lostres arremetían contra él una y otra vez,aquel monstruo negro los repelíasiempre con suma facilidad.

—¿Son tres contra uno y ni aun asíson capaces de derrotarlo? —preguntóel mago.

Alexstrasza movió las alas paradesentumecerlas y comprobar si yapodía despegar. Se detuvo un instantepara contestar:

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—Por culpa del Alma de Demonio,no somos ni la mitad de poderosos de loque fuimos en el pasado. SóloAlamuerte conserva todo su poder.Ojalá pudiéramos utilizar esa arma en sucontra. Ojalá pudiéramos recuperar elpoder que nos arrebató ese objeto. Peroninguna de ambas opciones es posible.Lo único que podemos hacer es pelear yesperar que todo salga bien.

De pronto, un rugido procedente delcielo hizo que la tierra temblara.

—He de irme. Disculpadme portener que abandonaros de forma tanrepentina. Gracias de nuevo.

Tras pronunciar estas palabras, lareina de los dragones se elevó hacia el

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cielo, mientras barría con su cola a losorcos cercanos con envidiable puntería,pues siempre sorteaba a los guerrerosenanos.

—¡Tiene que haber algo quepodamos hacer! —exclamó Rhonin yescrutó los alrededores en busca delAlma de Demonio. Debía de estar enalgún sitio, pero ¿dónde?

—¡Olvidare de esa cosa! —gritóVereesa, a la vez que desviaba el golpedel hacha de un orco, a quien atravesócon su espada a continuación—.¡Primero, tenemos que ponernos a salvo!

Sin embargo, Rhonin continuó subúsqueda a pesar de que se estabalibrando una batalla cruenta a su

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alrededor. De improviso, su mirada seposó sobre un objeto reluciente tapado amedias por el brazo de un enano muerto.El mago fue corriendo hasta él,aferrándose a esa tenue esperanza comoa un clavo ardiendo.

Sin duda, era la reliquia de losdragones. Rhonin la examinó conprofunda admiración. Era un objetosencillo y elegante, pero, al mismotiempo, albergaba en su interior unasfuerzas que superaban el poder decualquier mago, salvo quizá el delinfame Medivh. Contenía tanto poder…Con esa reliquia, Nekros podría llegar aser jefe de guerra de la Horda, y Rhonin,el dueño y señor de Dalaran, el

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emperador de todos los reinos deLordaeron…

Pero ¿qué me ocurre?, pensóRhonin, negando con la cabeza paraapartar esos pensamientos ponzoñososde su mente. El Alma de Demonio era unobjeto muy tentador con el que había quetener mucho cuidado. En ese instante,Falstad aterrizó con su grifo y se unió aellos. Se las había ingeniado parahacerse con un hacha de batalla orca, ala que, obviamente, había dado buenuso.

—Mago, ¿qué te aflige? Tal vez Romy sus hombres hayan conseguido que losorcos se batan al fin en retirada, peroéste no es lugar para quedarse

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embobado mirando una baratija.Rhonin lo ignoró, como había

ignorado antes a Vereesa. Intuía que laclave para derrotar a Alamuerte era elAlma de Demonio. Porque ¿acaso habíaotra fuerza mágica capaz de lograrlo? Nisiquiera el poder combinado de loscuatro grandes dragones parecíasuficiente para detenerlo.

Entonces, sostuvo en alto la reliquia,y aunque pudo percibir el inmenso poderque albergaba en su interior, también eraconsciente de que ese poder no serviríade nada, al menos no mientras siguieraencerrado dentro de aquel objeto.

Lo cual significaba que tal vez nohabía nada, absolutamente nada, que

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pudiera evitar que Alamuerte alcanzasesu meta…

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CAPÍTULOVEINTIUNO

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L o hostigaron con todo su poder,mejor dicho, con lo que quedaba

de él. Si bien lanzaron ataques tanto denaturaleza física como mágica contraAlamuerte, ninguno de ellos le afectó lomás mínimo. Daba igual que estuvieranponiendo toda la carne en el asador, larealidad era tozuda: los cuatro grandesAspectos cedieron en su día tanto poderal Alma de Demonio que ahora estabanen franca desventaja frente al leviatánoscuro.

Nozdormu lo ataco con la arena deltiempo, amenazando así,momentáneamente al menos, con robarlela juventud y la vitalidad. El coloso de

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ébano sintió cómo una debilidadtremenda se extendía por todo su cuerpo,y cómo se le agarrotaban y entumecíanlos huesos y pensaba con más lentitud.Sin embargo, antes de que ese cambio ala vejez se tornara permanente, el poderpuro que albergaba en su interior sedesató con una fuerza inimaginable,quemando la arena y destrozando elingenioso conjuro de su hermano.

Malygos lanzó un ataque más frontal.La furia que impulsaba a aquellacriatura demente le permitía rivalizarcon el poder de Alamuerte, aunque sólofuera por un instante. Témpanos derelámpagos procedentes de los cuatropuntos cardinales asaltaron al odiado

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enemigo de Malygos, de tal modo que eldragón negro se vio sometidosimultáneamente al impacto de un calorintenso y un frío gélido. Sin embargo,las placas de hierro encantadasincrustadas en su piel lo protegieron dela rabia furibunda de aquella tormenta, ysoportó estoicamente el dolor que leinfligieron las escasas energías quelograron superar esa barrera defensiva.

No obstante, de los tres Aspectosque batallaban con el señor el quedemostró ser el más artero y peligrosofue Ysera. Al principio se mantuvo almargen, contentándose, aparentemente,con que sus compañeros malgastarantodas sus fuerzas en luchar contra su

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adversario. En vista de la facilidad conque iba ganando el combate, se dejóllevar tanto por la autocomplacencia quecometió el pecado de distraerse. Sepercató demasiado tarde de que estabasoñando despierto. Sin embargo, encuanto fue consciente de lo que ocurría,sacudió la cabeza para quitarse lastelarañas oníricas que la Señora de losSueños había tejido en su mente, justocuando sus tres adversarios intentabanagarrarlo de las garras.

Aunque sólo le hizo falta batir susenormes alas un par de veces paraliberarse a golpes de sus adversarios, acontinuación contraatacó. Entre suspatas delanteras se formó una vasta

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esfera de pura energía, de poderprimario, que lanzó contra ellos.

La esfera explotó al impactar contralos tres Aspectos, y la onda expansivaprovocó que Ysera y los demás salierandespedidos hacia atrás y dieran vueltasen el aire. Alamuerte rugió desafiante.

—¡Necios! ¡Atacadme con todo loque queráis! ¡El resultado no va avariar! ¡Soy el poder encarnado!¡Vosotros, en cambio, no sois nada,apenas la sombra de lo que fuisteis en elpasado!

—Nunca subestimes lo que se puedeaprender del pasado, señor oscuro…

Una sombra carmesí, que Alamuertenunca imaginó que podría ver surcando

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el cielo de nuevo, cubrió su campovisual por completo, lo cual losorprendió sobremanera.

—Alexstrasza… ¿Has venido avengar a tu consorte?

—¡He venido a vengar a mi consortey a mis hijos, Alamuerte, porque séperfectamente que todo lo que nos hapasado es culpa tuya!

—¿Mía? —el coloso negro esbozóuna sonrisa que revelaba una hilerainfinita de dientes—. Si ni siquierapuedo tocar el Alma de Demonio… ¡Túy los demás os encargasteis de que fueraasí!

—Algo o alguien guió a los orcoshasta un lugar que sólo los dragones

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conocían… ¿Y si algo o alguien tambiénles reveló que el disco poseía un granpoder?

—¿Acaso todo eso importa ya? ¡Tumomento de gloria ha pasado,Alexstrasza, pero el mío está a punto dellegar!

La dragona roja desplegó las alas depar en par y mostró amenazante susgarras. A pesar de las privaciones quehabía padecido al haber pasado tantotiempo cautiva, en ese momento no dabala impresión de estar nada débil.

—Es tu momento el que acaba, señoroscuro.

—Los otros Aspectos me hanobligado a enfrentarme a los estragos

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del tiempo, a la maldición de laspesadillas y a las nieblas de la brujería.¿Con qué armas piensas atacarme?

Alexstrasza clavó en su hermano unamirada cargada de determinación, queimponía aún más por el hecho de que susorbes no parecían pestañear jamás.

—Con La vida… la esperanza… ycon lo que ambas cosas implican.

Alamuerte asimiló estas palabras y,a continuación, estalló en carcajadas.

—Entonces, ¡Date por muerta!Seguidamente, ambos gigantes

arremetieron el uno contra el otro.

—No van a poder derrotarlo —

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masculló Rhonin—. Ninguno de ellos vaa poder, porque les falta el poder queles arrebató esta maldita reliquia.

—Si no vamos a poder hacer nada alrespecto, será mejor que nos vallamos,Rhonin.

—No puedo irme sin más, Vereesa.Tengo que hacer algo por ella… portodos nosotros, en realidad. Si ellos nopueden detener a Alamuerte, ¿quién lohará?

Falstad contempló el Alma deDemonio y preguntó:

—¿No puedes hacer nada con esacosa?

—No, no puedo utilizarla contraAlamuerte de ninguna manera.

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El enano se frotó su mentón hirsuto.—Es una pena que no podamos

devolverles el poder que esa cosa lesrobó. Si pudieran volver a ser tanpoderosos como lo eran originalmente,al menos podrían combatir contra él encondiciones de igualdad.

El mago hizo un gesto de negacióncon la cabeza.

—Eso es imposible…Se detuvo a meditar unos instantes a

pesar de que, por culpa del dedo roto, eldolor de cabeza y las magulladuras quetenía por todo el cuerpo, le estabacostando un gran esfuerzo mantenerse enpie. No obstante, no paró de darlevueltas a lo que el jinete de gritos

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acababa de decir.—Aunque quizá no lo sea tanto…Tanto la elfa como el enano lo

observaron estupefactos. Rhonin miró asu alrededor para asegurarse de que losorcos no los iban a molestar por elmomento, y en busca de la roca más duraque pudo encontrar.

—¿Qué estás haciendo? —preguntóVereesa con un tono de voz que dejabaclaro que pensaba que el mago habíaperdido el juicio.

—¡Voy a devolverles su poder!Posó el Alma de Demonio sobre una

piedra y, a continuación, levantó unpuño.

—Pero ¿qué demontres…? —fue lo

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único que le dio tiempo a decir aFalstad.

Rhonin golpeó el disco con la piedracon todas sus fuerzas…

…y ésta se partió en dos.Si bien el Alma de Demonio brilló,

no sufrió la más mínima mella.—¡Maldita sea! Debería habérmelo

imaginado —rezongó, al tiempo quealzaba la vista en dirección al enano—.¿Crees que eres capaz de manejar elhacha con absoluta precisión?

Dio la sensación de que Falstad setomó esa pregunta como un insulto.

—Es un arma orca y, por tanto, no esde gran calidad. Pero es útil y puedomanejarla tan bien como cualquier otra.

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—Entonces, intenta partir el discocon el hacha. ¡Vamos!

En ese instante, la forestal dominadapor una profunda preocupación, apoyóuna mano sobre el hombro del mago.

—Rhonin, ¿de verdad piensas queva a funcionar?

—Conozco el sortilegio que haráque recuperen su poder. Se trata de unavariante del que se suele utilizar en miorden cuando alguien intenta extraeralgún poder de una reliquia, pero, paraello, el objeto en cuestión debe hacerseañicos; de ese modo, las fuerzasmágicas que obligan a ese poder apermanecer en su interior desaparecen.Puedo devolverles a los dragones el

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poder que perdieron, pero sólo siconsigo romper el Alma de Demonio.

—Por eso quieres que la golpee conel hacha, ¿eh? —comentó Falstad, a lavez que sopesaba el arma—. ¡Atrás,mago! ¿Quieres que la parta en dosmitades perfectas o que la trocee encachitos?

—¡Destrózala como quieras!—Esto va a ser pan comido…Acto seguido, el enano alzó el hacha

todo lo que pudo y respiró hondo… y acontinuación, golpeó con todas sustuerzas, tantas que Rhonin pudo apreciaruna tensión tremenda en los músculos deFalstad…

El hacha acertó de lleno en la

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reliquia y……unas esquirlas de metal salieron

volando en todas direcciones.—¡Por el Pico Nidal! ¡Me he

quedado sin hoja! ¡Está destrozada!Ahora había un gran agujero en la

hoja del hacha que venía a demostrar demodo fehaciente que el Alma deDemonio era extraordinariamente dura.Falstad arrojó el hacha al sueloesbozando una mueca de asco ymaldiciendo la pésima calidad de lasarmas orcas.

Sin embargo. Rhonin sabía que noera culpa del hacha.

—Esto es peor de lo que habíaimaginado.

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—Si la magia lo protege —murmuróVereesa—, ¿acaso no debería poderdestruirlo también?

—Sí, pero para eso necesitaría otroobjeto de gran poder mágico. Sólo conmi magia no puedo hacerlo, pero situviera otro talismán…

Entonces, se acordó del medallónque Krasus, o, más bien, Korialstrasz, lehabía entregado a Vereesa, aunquetambién recordó que cuando él y eldragón rojo decidieron regresar alcampo de batalla tras reunirse con losAspectos, dejaron abandonado eltalismán en el lugar donde se habíanreunido. Además, Rhonin dudaba muchoque le fuera a servir para sus propósitos.

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Aunque si pudiera disponer de algo quehubiera pertenecido al propioAlamuerte… El problema estribaba enque el medallón del coloso negro sehabía perdido en la montaña…

Sin embargo, todavía conservaba lapiedra. La piedra que se había creado apartir de las escamas del titán oscuro.

—¡Tiene que funcionar! —exclamó,mientras metía una mano en la bolsadonde guardaba la piedra.

—¿El qué? —inquirió Falstad.—Esto —y sacó la piedra diminuta

de la bolsa; aquel objeto no impresionódemasiado ni al enano ni a la elfa—.Alamuerte creó esto a partir de su ser, aligual que creó el Alma de Demonio a

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partir de su dominio de la magia. Quizásea capaz de hacer lo que ninguna otracosa puede hacer.

Vereesa y Falstad observaron cómoacercaba la piedra al disco. Rhoninreflexionó sobre cómo podía usarla y,finalmente, decidió seguir una de lasenseñanzas de sus maestros: pruebasiempre primero la opción más fácil.

La gema negra parecía brillar en sumano. El mago la giró hasta dar con elcanto más afilado. Aunque eraconsciente de que su plan tal vez nofuncionara, no le quedaba más remedioque intentarlo.

Con suma cautela, rozó con la piedrael centro del odioso talismán.

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La escama de Alamuerte atravesó ladura superficie de oro del Alma deDemonio con la facilidad con que uncuchillo corta la mantequilla.

—¡Cuidado! —gritó Vereesa,empujándolo hacia atrás justo a tiempo.

Un haz de luz pura brotó al instantedel tajo.

Rhonin pudo percibir que la luz quedespedía la reliquia destrozada era unaenergía mágica muy intensa; debía actuarrápido si no quería que ese poder seperdiera para siempre y no retornarajamás a sus legítimos dueños.

Musitó un conjuro, ajustándolo comoconsideró necesario para la ocasión. Elfatigado mago se concentró al máximo:

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no quería arriesgarse a fallar en unmomento tan crucial. Tenía quefuncionar.

De inmediato, un arcoíris relucientey fantástico se elevó en el aire, cada veza más altura, hasta alcanzar el cielo.Rhonin repitió el conjuro, enfatizandocuáles quería que fueran los resultados.

De improviso, el torrente de energíacegadora, que se hallaba ahora a cientosde metros de altura, giró… y se dirigióal lugar donde estaban batallando losdragones.

—¿Lo has conseguido? —lepreguntó anhelante la forestal.

Rhonin observo detenidamente lassiluetas distantes de Alexstrasza,

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Alamuerte y los demás, y respondió:—Eso creo… o eso espero.

—¿Acaso no habéis sufrido yabastante? ¿Vais a seguir luchando pese aque no podéis derrotarme? —inquirióAlamuerte a sus oponentes mientras loscontemplaba con desdén.

El poco respeto que alguna vez leshabía profesado había desaparecidohacía mucho tiempo. Lo único queestaban consiguiendo los muy necios eradarse de cabezazos contra una pared,metafóricamente hablando, y eso queeran plenamente conscientes de que supoder no era suficiente para vencer a su

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rival, ni aunque aunaran esfuerzos.—Has causado demasiada miseria,

demasiado horror, Alamuerte —replicoAlexstrasza—. Y no sólo a nosotros,sino a todas las criaturas mortales deeste mundo.

—¿Qué me importan a mi esos seresinsignificantes? O, ya que estamos, ¿queos importan a vosotros? Nunca loentenderé.

La dragona roja negó con la cabeza,y al coloso de ébano le dio la sensaciónde que lo compadecía.

—No, nunca lo entenderás…—Ya he jugado bastante contigo… y

con todos vosotros. ¡Debí haberosdestruido a los cuatro hace años!

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—Pero no pudiste. Al crear el Almade Demonio, te encontraste muy débildurante un tiempo…

El leviatán negro resopló.—¡Pero ya he recuperado todas mis

fuerzas! Mis planes para dominar elmundo progresan con gran rapidez… yen cuanto os haya matado, me llevaré tushuevos, Alexstrasza, ¡y crearé un mundoperfecto a mi imagen y semejanza!

En respuesta a sus bravatas, ladragona carmesí volvió a atacarlo.Alamuerte se carcajeo, sabedor de quesus conjuros no le iban a afectar más delo que le habían afectado antes. Graciasa su poder y a las placas encantadasinjertadas en su piel, nada podía

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lastimarlo.—¡¡Aaargh!!La furia del ataque mágico lo golpeó

con una fuerza inimaginable. Sus placasde adamantio poco pudieron hacer paraamortiguar el tremendo impacto.Alamuerte contraatacó de inmediatolevantando un poderoso escudo mágico,pero el daño ya estaba hecho. Sentía undolor insoportable en todo el cuerpo; nohabía sufrido tal agonía desde hacíamuchos siglos.

—¿Qué… me has… hecho?Al principio, la propia Alexstrasza

también pareció sorprendida; sinembargo, pronto una sonrisa irónica ytriunfal se dibujó en su cara.

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—¡Esto no es más que el principiode lo que voy a hacerte! ¡Me he pasadoaños soñando con este momento, bestiainmunda!

La dragona roja parecía más grande,más fuerte. De hecho, los cuatro loparecían. El coloso negro se estremeció;intuía que su infalible plan se habíaarruinado por culpa de una contingenciatotalmente inesperada.

—¿Lo puedes sentir? ¿Lo sientes?—balbuceó Malygos—. ¡Vuelvo a serquien era! ¡Me siento en la gloria másabsoluta!

—¡Ya era hora! —exclamóNozdormu, cuyos ojos de gema relucíancon un brillo inusual— ¡Sssí, por fin!

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¡Ya era hora!Entonces, Ysera abrió sus

cautivadores ojos, ahora másarrebatadores que nunca. Alamuerte sevio obligado a apartar la miradahaciendo acopio de una gran voluntad.

—Se acabó la pesadilla —susurró laSeñora de los sueños—. ¡Nuestro sueñose ha hecho realidad!

Alexstrasza asintió.—El poder que perdimos ha vuelto a

nosotros. El Alma de Demonio… elAlma de Demonio ha sido destruida.

—¡Imposible! —bramó el leviatáncubierto de placas metálicas ¡Eso esmentira! ¡Mentira!

—No —le contradijo la dragona

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carmesí—. Aquí la única mentira quehay es que sigas creyendo que eresinvencible.

—Sssí —dijo Nozdormu—. Memuero de ganasss de demostrarte queeso no esss másss que una falaciaridícula…

Al instante, Alamuerte sufrió elataque de cuatro fuerzas elementalescuyo poder combinado era muy superioral de cualquier adversario con que sehubiera medido jamás. Ya no seenfrentaba a unas pálidas sombras de loque habían sido en el pasado sus rivales,sino que ahora todos y cada uno de ellosigualaban su poder… Ya no podía lucharcon los cuatro a la vez.

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Malygos invocó unas nubes que seenredaron alrededor de las fauces y lasfosas nasales del titán negro,asfixiándolo. Nozdormu aceleró el pasodel tiempo únicamente para Alamuerte,extenuando a su adversario al obligarloa vivir semanas, meses e incluso años enun breve lapso de tiempo sin mediardescanso. Como estos asaltos habíanlogrado que sus barreras defensivascayeran. Ysera no tuvo ningún problemapara invadir su mente y transformar lospensamientos del coloso blindado en suspeores pesadillas.

Fue entonces cuando Alexstrasza sealzó ante su terrible némesis. Contemplóa Alamuerte con compasión, y le dijo:

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—Soy el Aspecto que encarna lavida, señor oscuro, y, como toda madre,conozco el dolor y la alegría queimplica engendrar vida. Durante losúltimos años, he sido testigo de cómocriaban a mis hijos para ser utilizadoscomo armas de guerra, y de cómo losasesinaban sí no estaban a la altura desus exigencias o sí se mostraban remisosa obedecer órdenes. He vivido con lapesada carga de saber que no he podidohacer nada por evitar su muerte. Porevitar la muerte de tantos hijos míos.

—Tus palabras carecen designificado para mí —bramó Alamuertemientras se resistía inútilmente a losimplacables ataques del resto—. No me

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dicen nada.—Sí, probablemente así es… Por

eso voy a dejar que experimentes enprimera persona todo lo que yo hesufrido…

Y eso fue lo que hizo.Contra cualquier otra clase de

ataque, incluso contra las pesadillas deYsera, Alamuerte podía defenderse dealguna manera, pero contra Alexstraszano tenía manera de protegerse.

Lo atacó infligiéndole dolor,haciéndole sentir el dolor que ellasentía. No experimentó una agonía comolas que conocía, sino la de una madreque había sufrido con cada hijo que lehabían arrebatado, con cada hijo que le

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habían transformado en un monstruohorrible.

Con cada hijo que había muerto.—Vas a sufrir la misma agonía que

he padecido yo, señor oscuro. Asícomprobaremos si eres capaz desoportarlo mejor que yo.

Pero Alamuerte jamás habíaexperimentado un sufrimiento de esetipo. No era comparable al dolor quecausaba ser herido por unas garrasdespiadadas o unos dientes afilados,sino que se trataba de una agonía que lodesgarraba a uno por dentro, desde lomás hondo de su ser.

Entonces, el más terrible de todoslos dragones gritó como nunca se había

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escuchado gritar jamás a un dragón.Quizá eso fue lo que lo salvó. Los

demás se sobresaltaron tanto que sushechizos flaquearon, lo cual permitió aAlamuerte liberarse, y, de inmediato, segiró y huyó volando a gran velocidadpresa de una cólera indescriptible. Letemblaba todo el cuerpo y siguiógritando, mientras su figura se perdíarápidamente en el horizonte.

—¡No podemosss permitir que huya!—exclamó Nozdormu.

—¡Si, seguidlo, seguidlo! —vociferó Malygos.

—De acuerdo —convino con calmala Señora de los Sueños.

En ese instante, Ysera miró a

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Alexstrasza, quien flotaba en el airesorprendida por lo que había hecho.

—¿Hermana?—Sí —contestó la dragona roja,

asintiendo—. ¡Id tras él, por supuesto!Yo me sumaré a vosotros en breve…

—Lo entiendo…Los otros tres Aspectos fueron tras

el renegado, ganando cada vez másvelocidad.

Alexstrasza observó cómo seperdían en lontananza y ansió unirse a lacaza del leviatán negro. No obstante,ignoraba si ahora que habían recuperadotodo su poder iban a poder acabar parasiempre con el terror que sembrabaAlamuerte, pero de lo que no dudaba era

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de que debían contenerlo de algúnmodo. Sin embargo, primero tenía queatender otros asuntos.

La reina de los dragones examinótanto el cielo como la tierra en busca dealguien en concreto, hasta que,finalmente, divisó a quien buscaba.

—Korialstrasz… —susurró—.Después de todo, no eras uno de lossueños de Ysera.

Si hubieran luchado solos, losenanos quizá habrían sufrido un destinodistinto. Si bien era cierto que habríanlogrado mantenerse firmes durante untiempo, los orcos habrían acabado

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derrotándolos porque los superaban ennúmero y se encontraban en mejorescondiciones físicas. En ciertos aspectos,el hecho de pasar tantos añosescondidos bajo tierra había curtido yendurecido a los hombres de Rom, pero,en otros, los había debilitado.

Por suerte para ellos, un magoguerrero, una diestra forestal elfa y unode sus dementes primos, que ibanmontados a lomos de un grifo de garrasy pico afilados como cuchillas, sehabían sumado a sus filas. Tras haberdestruido el Alma de Demonio, los treshabían decidido ayudar a los lealesenanos de las colinas para decantar eldesenlace de la batalla a su favor.

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Asimismo, había que reconocer queel hecho de que el leviatán rojo cayeraen picado sobre los orcos cada vez queéstos intentaban reagruparse también leshabía venido de perlas.

Poco después, las escasas fuerzasorcas de Grim Batol que todavíaresistían se rindieron al fin y searrodillaron ante los vencedores,convencidos de que pronto seríanejecutados. Rom, quien llevaba un brazoen cabestrillo, los habría ajusticiado ahímismo, en venganza por todos losenanos y aliados que habían muerto,entre ellos Gimmel. Sin embargo, no lohizo, pues no quería contravenir lasórdenes del dragón. ¿Acaso existe

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alguien que ose llevar la contraria a undragón?

—Los escoltaréis hasta el oeste,hasta el lugar donde las naves de laAlianza los estarán esperando parallevarlos a unos enclaves que se handispuesto para acogerlos—, ordenóKorialstrasz, exhausto—. Hoy ya he sidotestigo de demasiado derramamiento desangre…

Una vez que Rom se hubocomprometido a seguir las instruccionesdel coloso, éste centró su atención enRhonin.

—No le contaré a nadie lo que sésobre ti, Krasus, —le tranquilizó eljoven mago—. Creo que ya entiendo por

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qué actuaste como lo hiciste.—Lo sé, pero también sé que nunca

podré perdonarme mis lapsos morales.Rezo por que mi reina lo entienda… —replicó el gigante reptiliano,encogiéndose de hombros casi como unhumano—, Respecto al lugar que ocupoen el Kirin Tor, ése será un tema sobreel que habrá que debatir más adelante:Aún no estoy seguro de si quierocontinuar, además, la verdad sobre loque ha ocurrido terminará sabiéndose, almenos en parte. Averiguarán que no teencomendé una misión meramente dereconocimiento.

—¿Y ahora qué va a pasar?—Van a suceder muchas cosas…

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demasiadas. Pese a que la Hordatodavía se resiste en Dun Algar, prontotendrán que aceptar su inevitablederrota. Después, el mundo deberáresurgir de sus cenizas, para lo cualhabrá de ganarse a pulso la oportunidadde renacer —respondió, y, tras unabreve pausa, prosiguió—: Asimismo,hay ciertas cuestiones políticas que, traslos acontecimientos acaecidos en el díade hoy, seguramente van a dar un giroradical.

Entonces. Korialstrasz contempló untanto incómodo a las criaturas diminutasque tenía ante sí, y agregó:

—Y he de reconocer ante vosotrosque mi raza tiene tanta culpa como las

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demás de que existan esos problemaspolíticos.

Rhonin le habría pedido que seexplicara mejor, si no fuera porqueenseguida se percató de que Korialstraszno estaba en disposición de responder aese tipo de cuestiones. Tras habersabido que tanto Alamuerte como eldragón rojo eran capaces de adoptarformas humanas, el mago no albergabaninguna duda de que aquella raza tanantigua había interferido en incontablesocasiones no sólo en la historia de loshumanos, sino también en la de otrasestirpes jóvenes.

—Diste con una soluciónrápidamente, Rhonin —señaló el coloso

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carmesí—. Siempre fuiste un alumnoaventajado…

La conversación concluyóabruptamente en cuanto una vastasombra planeó sobre todos ellos. Por uninstante, el fatigado mago temió queAlamuerte hubiera logrado escapar desus perseguidores y hubiera regresadopara vengarse de aquellos que habíanprovocado su derrota.

Sin embargo, el leviatán que flotabaen el aire por encima de ellos no era decolor negro sino carmesí, comoKorialstrasz.

—¡El dragón oscuro huye! Aunqueno hemos logrado acabar con su perfidiapara siempre, hemos frustrado sus

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planes, al menos temporalmente.Korialstrasz levantó la vista, y dijo

con voz anhelante:—Mi reina…—Creía que habías muerto —

murmuró Alexstrasza a su consorte—.Guardé luto por ti durante muchotiempo…

La culpa asomó al rostro delconsorte de la reina.

—Fue un subterfugio necesario parapoder tener la oportunidad de liberarte,mi reina. Te pido disculpas por elsufrimiento que te he causado, y tambiénpor la falta de consideración con queprocedí al manipular a estos mortales enmi propio beneficio. Sé que sientes

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debilidad por las razas jóvenes…La reina asintió.—Si ellos te perdonan, yo también

lo haré.Acto seguido, la cola de la dragona

roja se entrelazó brevemente con la desu consorte, y aquélla añadió:

—Los demás van tras el colosooscuro, pero antes de que me sume a lacacería, debemos reunir a los restos denuestro vuelo y reconstruir nuestrohogar. Creo que ésa es ahora nuestraprioridad.

—Soy tu siervo —replicóKorialstrasz, inclinando su cabezadescomunal—. Ahora y siempre, miamor.

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A continuación, la reina de losdragones contempló al mago y a susamigos, y les dijo:

—Por los sacrificios que habéishecho, lo menos que puedo hacer esofreceros un medio para que volváis acasa… siempre que podáis esperar unpoco más.

Aunque el grifo de Falstad podríahaberlos llevado a casa haciendo ungran esfuerzo, Rhonin aceptó agradecidola oferta. Sentía cierta afinidad por lapareja de leviatanes, a pesar de que elmacho lo había manipulado. Noobstante, debía reconocer que si él sehubiera encontrado en las mismascircunstancias, probablemente habría

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hecho lo mismo.—Los enanos de las colinas os

ofrecerán comida y un sitio dondedescansar. Volveremos mañana a porvosotros, después de haber recuperadotodos los huevos y haberlos escondidoen un lugar seguro —les informó la reinade los dragones con una sonrisa amarga—. Espero que nuestros huevos seanmuy resistentes; si no, Alamuerte habrálogrado infligirme un daño terrible aPesar de su derrota…

—No pienses en eso ahora —leaconsejó su consorte—. Vamos, Cuantoantes nos pongamos en marcha, mejorserá.

—Sí… —murmuró Alexstrasza, al

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tiempo que inclinaba la cabeza paramirar al humano, a la elfa y al enano—.Os agradezco a todos vuestra ayuda, ysabed que mientras siga siendo reina, miraza nunca será enemiga de lasvuestras…

Dicho esto, ambos colosos alzaronel vuelo y se apresuraron en la direcciónque Alamuerte había seguido cuandohuyó con los primeros huevos. Los queaún quedaban dentro de los carromatosde la caravana orca pronto estarían bajola protección de los jubilosos enanos delas colinas, quienes por fin podíanreclamar la fortaleza montañosa y todoGrim Batol como suyos.

—¡Son geniales! —exclamó Falstad

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en cuanto los titanes se desvanecieron enel cielo.

Entonces, se volvió hacia suscompañeros de aventuras, y agregó:

—¡Mi dama elfa, siempre formarásparte de mis sueños!

Acto seguido, le cogió de una manoa la perpleja forestal, se la estrechó y,por último, le dijo a Rhonin:

—Mago, no he tratado mucho conbrujos como tú, pero puedo afirmar conorgullo que al menos uno de ellos tienecorazón de guerrero. Va a ser una hazañadigna de relatar en baladas y canciones.¡La toma de Grim Batol! Que no ossorprenda si algún día oís a un grupo deenanos contar esta historia en una

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taberna.—¿Nos abandonas? —preguntó

Rhonin, perplejo.Acababan de ganar la batalla. El

Mago todavía estaba tratando derecuperar el resuello.

—No deberías irte hasta mañana porla mañana —insistió Vereesa.

El bárbaro enano se encogió dehombros como queriendo indicar que, sihubiera sido por él, se habría quedadomás tiempo.

—Lo siento, pero esta noticia debellegar al Pico Nidal lo antes posible.Por muy rápidos que sean esosdragones, yo llegaré a casa antes queellos a Lordaeron. Es mi obligación…

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Además, me gustaría que cierta genteque me está esperando sepa cuanto antesque sigo vivo…

Rhonin estrechó agradecido larobusta mano de Falstad, aunque no conla mano que se había lastimado, ya que,pese a estar agotado, el jinete de grifosseguía teniendo mucha fuerza.

—Gracias por todo.—No, humano, gracias a ti. Gracias

a estas gloriosas hazañas, voy a podercantar mis gestas, que superarán a las decualquier otro jinete de grifos. Créeme,las mujeres girarán la cabeza a mi paso.

Vereesa, en un gesto de cariñosorprendente en una criatura tanreservada, se agachó y besó al enano en

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la mejilla. Falstad se ruborizóintensamente bajo su hirsuta barba. YRhonin sintió celos.

—Cuídate —le aconsejó la forestalal jinete de grifos.

—Lo haré.A continuación, se subió de un salto

a lomos del grifo. Tras hacer un gesto dedespedida con la mano al humano y laelfa, Falstad propinó sendos taconazosligeros a su animal a ambos costados, yagregó:

—Quizá volvamos a vernos cuandoesta guerra acabe de una vez por todas.

El grifo se elevó hacia el cielo,trazando un círculo en el aire para quesu amo pudiera decirles adiós de nuevo.

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Acto seguido, la montura viró hacia eloeste, y el pequeño guerrero sedesvaneció en lontananza.

Rhonin agitó un brazo en el aire paradespedirse de aquella figura cuyotamaño menguaba en el horizonte,mientras recordaba avergonzado la malaimpresión que le había causado el enanoal principio. Falstad había demostradotener más coraje y más valía que elmago, al menos eso pensaba Rhonin.

Entonces, alguien le cogió de lamano lastimada y se la levantólentamente.

—Tendrías que haberte curado lamano hace tiempo —le reprochóVereesa—. Juré que velaría por tu

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seguridad. No voy a causar una granimpresión cuando vean que estás herido.

—¿Acaso no prometiste protegermesólo hasta que llegáramos a la costa deKhaz Modan? —dijo Rhonin, esbozandouna leve sonrisa.

—Tal vez, pero me da la impresiónde que necesitas que alguien te protejade ti mismo a todas horas. ¿Qué será, sino, de ti?

A la elfa también se le escapó unasonrisa fugaz.

Rhonin dejó que la forestal lemimara el dedo roto, y se preguntó sipodría seguir viéndola después de quela dragona los llevara a Lordaeron.Obviamente, sería mejor que los dos

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presentaran a la vez sus informes a sussuperiores al mando y a los monarcas dela Alianza, para que así éstos pudieranverificar mejor los hechos. Tendría queproponérselo a la forestal para ver quéle parecía.

El mago pensó de repente en locurioso que era haber pasado de buscar,prácticamente, la muerte cuandoemprendió aquella misión, a querervivir con gran intensidad, después dehaber estado a punto de moririncinerado, aplastado, atravesado por unarma enemiga, decapitado o devorado.No obstante, era consciente de quesiempre se arrepentiría de lo quesucedió en su misión anterior, pero eso

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ya no le obsesionaba.—Ya está —le anunció Vereesa—.

Tendrás que conformarte con este apañohasta que encuentre un material mejorpara hacerte un cabestrillo. Aun así, lamano se curará como es debido.

Había arrancado un trozo de tela desu capa y había confeccionado unaespecie de tablilla valiéndose de unpedazo de madera del mango de unhacha de guerra rota. Rhonin examinó elresultado y le pareció excepcional.

Sin embargo, como la elfa se habíamostrado tan deseosa de ayudarlo, no sehabía molestado en mencionarle que, encuanto hubiera recuperado sus fuerzas,habría podido curarse la mano él solo.

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—Gracias —dijo el mago.Suponía que los dragones tardarían

un buen rato en completar la búsquedade los huevos. Además, como ya notenía nada que temer de los orcos,Rhonin no tenía ninguna prisa porregresar a casa.

Cuando la noticia de que Grim Batolhabía caído y que la Horda ya nocontaba con más dragones para defendersu causa moribunda se extendió por laAlianza, el pueblo se lanzó a la callepara celebrar la buena nueva. Con todaseguridad, la guerra acabaría al fin. Lapaz estaba muy cerca.

Las principales autoridades de todoslos grandes reinos insistieron en

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escuchar el relato de tales proezas deboca del mago y la elfa, a quienesinterrogaron exhaustivamente.Asimismo, desde el Pico Nidal llegó laconfirmación de sus hazañas a través deltestimonio de uno de sus jinetes degrifos, el aclamado héroe que respondíaal nombre de Falstad.

Mientras Rhonin y Vereesaproseguían su gira triunfal por diversosreinos, e intimaban cada vez más, eldragón que había portado el disfraz delmago humano Krasus había presentadosu propio informe en la Cámara delAire. Al principio, dicho informe fuerecibido con hostilidad por sushomólogos del consejo, especialmente

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por aquellos que sabían que habíamentido como un bellaco. Sin embargo,esa hostilidad se veía atemperada por elhecho de que nadie podía negarle quelos resultados eran excepcionales, y losmagos eran, ante todo, pragmáticos.

Drenden había hecho un gesto denegación con su cabeza envuelta ensombras ante el mago sin rostro.

—¡Podrías haber arruinado todosnuestros planes, todo cuanto habíamoslogrado hasta ahora! —le espetó de talmodo que sus palabras reverberaron através de la tormenta quemomentáneamente descargaba su furiapor toda la cámara—. ¡Podrías haberechado todo por tierra!

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—Eso lo sé ahora, pero entonces nome di cuenta. Si queréis que lo haga,dimitiré y abandonaré mi puesto en elconsejo. Aceptaré un castigo o queincluso me expulséis, si así lo deseáis.

—Algunos han planteado laposibilidad de un castigo más severoque la expulsión del consejo —comentóModera—. Mucho más severo…

—Pero, tras un intenso debate,hemos decidido que el éxito del jovenRhonin ha sido muy beneficioso paraDalaran, y aquellos aliados que hanmostrado su descontento por no habersido informados en su momento de lamisión imposible que le habíamosencomendado se han mostrado

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dispuestos a mirar para otro lado poresta vez. Los elfos están especialmentecontentos, dado que una mujer de su razaha participado en esta gesta —explicóDrenden, y, a continuación, se encogióde hombros—. Creo que no hay ningunarazón para seguir discutiendo sobre esto.Considérate reprendido oficialmente,Krasus, pero felicitado por mípersonalmente.

—¡Drenden! —exclamó Modera.—Aquí estamos solos, así que diré

lo que me venga en gana —replicó,juntando las manos como si fuera a rezar—. Y, ahora, si no hay nadie más quetenga algún comentario que hacer, megustaría plantear el tema de ese tal Lord

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Prestor, quien había sido supuestamentedesignado para ser el rey de Alterac… yque parece haberse esfumado de la fazde la tierra.

—Su mansión está vacía, sus siervoshan huido… —señaló Modera, queseguía molesta por los comentariossobre Krasus que acababa de hacer sucolega.

Entonces, uno de los otros magos, elmás fornido, habló por fin.

—Los hechizos que rodeaban eselugar también se han disipado. Y hayindicios de que algunos goblinstrabajaban al servicio de ese magorenegado.

A continuación, todos los miembros

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del consejo clavaron la mirada sobreKorialstrasz.

Abrió los brazos como si estuvieratan perplejo como el resto ante talesrevelaciones. «Lord Prestor» tenía elcontrol de la situación y les llevabaventaja; el consejo quería saber por quéhabía desaparecido cuando tenía todaslas de ganar.

—Me siento tan desconcertado comovosotros. Quizá finalmente se dio cuentade que nuestros poderes combinadosacabarían denotándolo. Ésa es mihipótesis. Creo que no hay otraexplicación que justifique queabandonara la partida cuando estabamuy cerca de ganarla.

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Esta teoría satisfizo a los demásmagos. Korialstrasz sabía que, comotodas las criaturas vivas, tenían su ego, yque apelar a él era una buena estrategiapara salirse con la suya.

—Su influencia en la política de laAlianza se desvanece —siguió diciendo—. Seguramente ya sabréis que GennCringris ha vuelto a plantear su negativaa que Prestor ascienda al trono, y elalmirante Valiente ha secundado supetición. El rey Terenas también haanunciado que se ha vuelto a investigarel pasado de ese supuesto noble y hanquedado muchas preguntas en el aire.Además, los rumores de su inminentecompromiso matrimonial con la joven

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princesa ya apenas se oyen…—Tú investigaste su pasado —

recordó Modera.—Así es. Y es probable que parte de

la información que descubrí hayallegado a oídos de su majestad.

Drenden asintió, sumamentesatisfecho.

—La gesta de Rhonin nos ha vuelto acongraciar con Terenas y con el resto delos monarcas, y hemos de aprovechar almáximo este giro de losacontecimientos. Dentro de un par desemanas, «Lord Prestor» será un temadel que nadie querrá hablar en toda laAlianza.

De inmediato, Korialstrasz alzó una

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mano a modo de advertencia.—Será mejor que optemos por la

sutileza. Tenemos tiempo de sobra paraactuar así. En breve, se olvidarán de queexistió.

—Quizá tengas razón —replicó elmago barbudo, y, acto seguido, miró alos demás miembros del consejo, queasintieron mostrando su acuerdo—.Entonces, la decisión es unánime.Estupendo.

A continuación, Drenden alzó unamano, dispuesto a dar por finalizada lasesión del consejo, y añadió:

—Bueno, si no hay nada más que…—En realidad, hay una cosa más de

la que quiero hablar —le interrumpió el

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mago dragón, mientras una nube de latormenta que ya amainaba lo atravesaba.

—¿De qué?—Aunque me habéis perdonado por

mis cuestionables actos, he deinformaros de que debo ausentarme delConsejo por un tiempo.

Todos se quedaron perplejos. Norecordaban que se hubiera perdido unasola reunión, y jamás hubieranimaginado que algún día renunciaría a supuesto en el consejo.

—¿Por cuánto tiempo? —preguntóModera.

—No lo sé con seguridad. Ella y yohemos estado separados tanto tiempoque nos va a llevar bastante tiempo

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retomar nuestra relación y recuperar lacomplicidad que teníamos.

Korialstrasz hubiera jurado quehabía visto a Drenden parpadea perplejoa pesar del hechizo de sombra queescondía su rostro.

—Tienes una… esposa, ¿verdad?—Sí. Perdonadme si nunca lo he

mencionado. Como os acabo decomentar, no nos hemos visto en muchotiempo… —respondió con una sonrisa,aunque nadie pudo verla—. Pero ahoraha vuelto conmigo.

Los magos se miraron entre sí. Y, alfinal, Drenden dijo:

—En ese caso… no nosinterpondremos en tus deseos… de

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ningún modo. Estás en tu derecho deabandonar tu puesto temporalmente…

El mago dragón hizo una reverencia.Era cierto que esperaba reincorporarseal consejo algún día, pues había sidouna parte muy importante de sumilenaria vida. No obstante, Alexstraszaestaba por encima de todo, incluso delconsejo.

—Muchas gracias. Os prometo queos mantendré informados si sucede algoimportante…

Alzó una mano para despedirse almismo tiempo que el hechizo queacababa de formular lo sacaba de laCámara del Aire. Sus últimas palabraseran mucho más sinceras de lo que los

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demás magos se podían imaginar.Aunque ya no acudiera a las reunionesdel consejo, seguía formando parte delKirin Tor, y estaba dispuesto a vigilar decerca todas las maniobras políticas quese produjeran en el seno de la Alianza.A pesar de que «Lord Prestor» habíadesaparecido, todavía había disputasentre los diversos reinos que podíantener consecuencias terribles. Una vezmás, Alterac era uno de los principalesfocos de conflicto. Sus obligacionespara con Dalaran exigían queKorialstrasz se mantuviera alerta en laarena política.

También tenía obligaciones para consu reina, y para con su antigua raza. Por

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eso, él y otros como él seguiríanvigilando, e influenciando a las jóvenesrazas si era preciso. Alexstrasza teníamuchas esperanzas puestas en elpotencial de estos seres, sobre tododespués de lo que Rhonin y sus amigoshabían logrado, y, por eso mismo,Korialstrasz pretendía hacer todo cuantofuera necesario para que la fe que suamada había depositado en ellos seviera reforzada. Se lo debía tanto a ellacomo a aquellos que lo habían ayudadoen su misión para liberar a su reina.

Nadie había visto a Alamuerte desdeque huyó como alma que lleva el diablo.Los demás Aspectos vigilabanconstantemente el mundo por si

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regresaba, pese a que parecía bastanteimprobable que intentara expandir elterror por la tierra, al menos durante untiempo, si es que alguna vez volvía ahacerlo. No obstante, había quereconocer que, gracias al ser oscuro, loscuatro Aspectos habían vuelto ainteresarse por la vida y el futuro.

La era del dragón había pasado,ciertamente, pero eso no quería decirque esas criaturas gigantescas nosiguieran dejando su huella en el mundo,aunque nadie fuera consciente de ello nilo sospechara.

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Richard A Knaak (28/05/1961) Chicago,Estados Unidos.

Radicado entre Chicago y Arkansasactualmente, estudió Química en laUniversidad de Illinois para terminarlicenciándose en Retórica. Su primeraobra, un relato corto, data de 1986, y ha

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sido traducido a varios idiomas.

Como influencias en su obra podemosnombrar a Roger Zelazny, Edgar RiceBurroughs y Edgar Allan Poe, y algunosde sus autores favoritos son Glen Cook,Robert Sawyer, Laurel K Hamilton yJennifer Roberts entre otros muchos.

De su obra destaca su aportación aluniverso Dragonlance, con novelascomo La leyenda de Huma o Kaz elMinotauro y trilogías tales como Lasguerras de los Minotauros, por citaralgunas.

Quizá su obra propia más extensa sea lacompuesta por los libros de la sagaReino de los dragones, y también ha

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publicado novelas basadas en losmundos de Diablo, Warcraft y Age ofConan, además de unos cuantos librosde no ficción.