En Resumen

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En resumen, con el asunto del paradigma y los plot points, Syd Field inventó un método práctico para no perderse en el laberinto del guion. Sobra decir que se basó en Aristóteles, el abuelo de todos los escritores cinematográficos, si asumimos que Field, junto con otros, es el padre teórico de los hijos que los guionistas engendran en el papel. Por eso, y ya para ir cerrando, aunque considero a Syd Field el responsable de fondo del ritmo narrativo de muchos filmes hollywoodenses (el primer cambio drástico del relato debe aparecer entre el 27 y el 30 para no aburrir a una banda impaciente que quiere balazos, peripecias y misiones peligrosas antes de acabarse las palomitas) el extinto gurú de la industria americana no hizo sino ponerle útiles adornos a la regla de oro de cualquier narración. ¿Y cuál es esa regla? Pues la de siempre, la que algunos teóricos y escritores se niegan a aceptar por puras ganas de enredar lo que no está enredado, el evidente secreto que se aprendió desde la secundaria: para escribir una historia hay que encontrar un principio atractivo, un desarrollo que complique y un final cautivador. Fuera de eso, todas las cosas son secundarias. A fin de cuentas, los guionistas, en cualquier parte del mundo, saben que esa regla es el único puerto seguro para no encallar en los arrecifes del silencio. Lo anterior es igual a la vieja certeza de reconocer en cualquier escritor a un ladrón con teclado que no inventa nada porque los griegos llegaron primero y arrasaron con todo. Para descubrir, en serio, una idea original, habría que mudarse a otro sistema planetario con una tierra donde los peces caminen sobre el agua, mariposas gigantes funjan como aerolíneas ecológicas y la humanidad de veras crea en el amor. Por ello, lo único que queda es seguirnos la corriente. Luchar por no entender que nos hemos estado dorando la píldora. Olvidar que los sueños que se escriben para las pantallas serán los únicos que jamás habrán de dormir.

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Columna chafa

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En resumen, con el asunto del paradigma y los plot points, Syd Field inventó un método práctico para no perderse en el laberinto del guion. Sobra decir que se basó en Aristóteles, el abuelo de todos los escritores cinematográficos, si asumimos que Field, junto con otros, es el padre teórico de los hijos que los guionistas engendran en el papel.

Por eso, y ya para ir cerrando, aunque considero a Syd Field el responsable de fondo del ritmo narrativo de muchos filmes hollywoodenses (el primer cambio drástico del relato debe aparecer entre el 27 y el 30 para no aburrir a una banda impaciente que quiere balazos, peripecias y misiones peligrosas antes de acabarse las palomitas) el extinto gurú de la industria americana no hizo sino ponerle útiles adornos a la regla de oro de cualquier narración.

¿Y cuál es esa regla? Pues la de siempre, la que algunos teóricos y escritores se niegan a aceptar por puras ganas de enredar lo que no está enredado, el evidente secreto que se aprendió desde la secundaria: para escribir una historia hay que encontrar un principio atractivo, un desarrollo que complique y un final cautivador. Fuera de eso, todas las cosas son secundarias. A fin de cuentas, los guionistas, en cualquier parte del mundo, saben que esa regla es el único puerto seguro para no encallar en los arrecifes del silencio.

Lo anterior es igual a la vieja certeza de reconocer en cualquier escritor a un ladrón con teclado que no inventa nada porque los griegos llegaron primero y arrasaron con todo. Para descubrir, en serio, una idea original, habría que mudarse a otro sistema planetario con una tierra donde los peces caminen sobre el agua, mariposas gigantes funjan como aerolíneas ecológicas y la humanidad de veras crea en el amor.

Por ello, lo único que queda es seguirnos la corriente. Luchar por no entender que nos hemos estado dorando la píldora. Olvidar que los sueños que se escriben para las pantallas serán los únicos que jamás habrán de dormir.