En Memoria de Czeslaw Milosz

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En memoria de Czeslaw Milosz: poesía y humanismo ¿Qué clase de poesía es aquella que no salva naciones o pueblos?, escribió el poeta polaco, nacido en Lituania, Czeslaw Milosz (1911-2004), muerto a los 93 años. Poeta antinazi en los tiempos de la ocupación, es autor, entre otras obras, de El valle del Issa. Por Víctor Arteaga Villa Poeta: Has muerto. Irremediablemente Parada está tu voz, tu sangre en tierra. ¿Qué tierra crecerá que no te tenga, qué árbol se elevará que no te alce? ¿Qué sangre correrá que no te nombre? ¿Qué palabra diremos que no diga tu nombre, tu silencio, y el callado dolor de no tenerte? (Octavio Paz. Elegía. En: Libertad bajo palabra) 1. Czeslaw Milosz: un talento oculto o su reconocimiento por el premio Nobel. Con la concesión y entrega de los premios Nobel, tan anhelados, controvertidos y atravesados por las huellas históricas de los dinamismos que orientan la comprensión médica y fisiológica del hombre, el establecimiento de las coordenadas que rigen las relaciones económicas, la superación de las diferencias radicales instrumentalizadas por la fuerza y mediatizadas por la violencia que sofocan la paz de las naciones y en ocasiones entre ellas y la inspiración artística de caracteres idealistas y realistas secuestrada por la pluma en el papel, así como la inteligencia de los arcanos físicos y químicos de la naturaleza material, e incluso por las situaciones tan particulares de quienes son agraciados con ellos, como lo constata la agradable ficción novelesca de Irving Wallace (El premio Nobel), se ha cumplido a cabalidad la disposición testamentaria de su titular. Alfred Nobel, el filántropo sueco refinado y culto, nacido en 1821 en la ciudad de las estacas y muerto en San Remo, Italia, en 1896, que paradójicamente patentara la dinamita

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En memoria de Czeslaw Milosz: poesía y humanismo

¿Qué clase de poesía es aquella que no salva naciones o pueblos?, escribió el poeta polaco, nacido en Lituania, Czeslaw Milosz (1911-2004), muerto a los 93 años. Poeta antinazi en los tiempos de la ocupación, es autor, entre otras obras, de El valle del Issa.

Por Víctor Arteaga Villa

Poeta: Has muerto. IrremediablementeParada está tu voz, tu sangre en tierra.

¿Qué tierra crecerá que no te tenga, qué árbol se elevará que no te alce?¿Qué sangre correrá que no te nombre?¿Qué palabra diremos que no diga tu nombre, tu silencio, y el callado dolor de no tenerte? (Octavio Paz. Elegía. En: Libertad bajo palabra)

1. Czeslaw Milosz: un talento oculto o su reconocimiento por el premio Nobel.Con la concesión y entrega de los premios Nobel, tan anhelados, controvertidos y atravesados por las huellas históricas de los dinamismos que orientan la comprensión médica y fisiológica del hombre, el establecimiento de las coordenadas que rigen las relaciones económicas, la superación de las diferencias radicales instrumentalizadas por la fuerza y mediatizadas por la violencia que sofocan la paz de las naciones y en ocasiones entre ellas y la inspiración artística de caracteres idealistas y realistas secuestrada por la pluma en el papel, así como la inteligencia de los arcanos físicos y químicos de la naturaleza material, e incluso por las situaciones tan particulares de quienes son agraciados con ellos, como lo constata la agradable ficción novelesca de Irving Wallace (El premio Nobel), se ha cumplido a cabalidad la disposición testamentaria de su titular.

Alfred Nobel, el filántropo sueco refinado y culto, nacido en 1821 en la ciudad de las estacas y muerto en San Remo, Italia, en 1896, que paradójicamente patentara la dinamita y quisiera, hacia el final de sus días marcados por la angustia y la soledad, reivindicarse con la Humanidad a través de su Fundación, que exalta anualmente “las mejores contribuciones científicas, literarias y pacifistas en favor de los hombres y de los pueblos” (Testamento Nobel).

En lo que atañe al más difundido de los premios, el destinado a la literatura, única posibilidad de redención humana en el tiempo ante la seducción pecaminosa de la infelicidad y la amenaza mortal de la desesperación (“¡Santo Sísifo, nobelado por la gracia de Camus, te lo ruego, haz que la piedra no se quede arriba y podamos seguir haciéndola rodar, para que, como tú, podamos ser felices y mantener la esperanza con nuestro peñasco, y la historia narrada de nuestra penosa existencia nunca tenga fin en palabras”, Günter Grass), gran arte al alcance de todos ya que quien allí se canta en el verso, se relata en la prosa o se dramatiza en la tragedia y/o en la comedia es cada hombre apresado, indagado y juzgado por su nombre propio en la singularidad de su yo sin pluralidad, es conveniente anotar que ha interpretado y observado con acierto sin par su doble finalidad expresa: galardonar artistas de reconocida trayectoria universal y descubrir otros inéditos en diversos ámbitos geoculturales, quienes, con su obra,

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agregan a la consecución de las grandes causas humanas.

De lo anterior podemos derivar el Criterio Nobel para clasificar a los literatos de los siglos pasado y presente y contenerlos en cinco grupos: 1º. los ignorados, por razones inexcusables a los ojos del mundo lector y discrecionales a los de los miembros de la Academia Sueca: Tolstoi, Conrad, Proust, Musil, Broch, Joyce, Greene -de centenario el próximo 14 de octubre-, Yourcenar, Calvino, Borges...; 2º. los consagrados, que no hubieran necesitado del premio para permanecer indefectiblemente en el canon: Yeats, Mann, Hesse, Faulkner, Hemingway, Camus, Steinbeck Beckett, Neruda, Bellow, Gordimer, Saramago, Grass, Coetzee...; 3º. los descubiertos, a fin de ponderar y afirmar la elevada calidad de su talento: Hamsun, Perse, Andric -tan visitado ahora- Kawabata, Singer, Elytis, Canetti, Seifert, Brodsky, Mahfouz, Morrison, Oé, Heaney...; 4º. los nobelados en minoría de edad literaria, ante los que no queda más que sospechar de las motivaciones de la decisión: Echegaray, Tagore, Benavente, Buck, ambas ediciones Mistral, Russell, Churchill, Asturias, Aleixandre, Golding, Simon, Cela... -ruego a aquellos con quienes discrepo que me dispensen el atrevimiento y, sobre todo, por el lugar común español, del que escapa sólo Juan Ramón Jiménez); y, 5º. los candidatizados perpetuos, quienes por comienzos del octubre de cada año aparecen: Achebe, Ashbery, Auster, Dao, Delillo, Fuentes, Jelloun, Kadaré, Kaplinski, Kemal, Klaus, Kross, Kundera, Lobo-Antunes, Mailer, Munro, Nooteboom, Oates, Okri, Oz, Roth, Rushdie, Soerensen, Tranströmer, Trevor, Vargas Llosa...

Dentro del tercer grupo, es menester inscribir el nombre de CZESLAW MILOSZ, el poeta y ensayista venido de otra Europa, la centro-oriental, una latitud literaria algo ajena a nosotros, determinados por la marca de esta Europa, la occidental. Polaco de origen lituano y nacionalidad estadounidense, Milosz falleció el sábado 14 de agosto de 2004 en la madrugada de Cracovia, el santuario de los poetas poloneses, la ciudad que se llama poesía, porque sólo en ella se ha cometido la síntesis poética de Polonia: entre el Vístula y el Óder, entre Mazuria, Silesia y Galitzia, entre Kalwaria Zebrzydowska y Wawel, entre Sienkiewicz y Szymborska.

También Cracovia sumó las poéticas del vacío, el horror, la fatalidad, la desesperación y la desaparición en la nefasta estética de Auschwitz. Fue gracias al premio Nobel, concedido en 1980, que se reveló universalmente el genio literario, de espigada presencia, residenciado en Czeslaw Milosz y manifiesto en su verso perfecto y profundo y en su ensayo autobiográfico cultivado y nítido. Milosz, confiando en el virtuosismo de sus traductores, se deja leer.

Por sus páginas transitan el hombre y la vida en la convergencia de la belleza y de la bondad, de lo estético y de lo ético: su obra, privilegiadamente su poesía, suspensión trémula ante la belleza impelente de la naturaleza y de cara a la bondad ínsita del hombre, es lugar de realización del antiguo ideal del humanismo griego: el kalonkagathón. Da a entender que, ciertamente, la belleza es la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza. Platón sentenció que “La potencia del Bien se ha refugiado en la naturaleza de lo Bello” (Filebo, 65 A).

De manera exhaustiva dieron cuenta de este filón esencial del trabajo poético de Milosz los académicos de Suecia, el 9 de octubre de 1980, cuando justificaron así su voto para el Nobel: “La poesía de Milosz, con una lucidez penetrada por el compromiso con el hombre, expresa la condición de éste, llamado a librarse de un mundo determinista,

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caracterizado por los agudos conflictos, mediante la belleza y la bondad contenidas en su obra”.

2. Czeslaw Milosz: Vilna y París, California y Cracovia o las estaciones de una vida.Milosz nació el 30 de junio de 1911, en Seteiniai, cuando todavía el Gran Ducado de Lituania hacía parte del Imperio Zarista; restaban pocos años para la recuperación impulsada por el Tratado de Versalles. Durante su infancia, su familia recorre distintas regiones rusas arrastrando la ruina económica. Vilna, capital histórica lituana anexionada en 1919 por los polacos, se convierte en el postrero anclaje de su padre y allí transcurre su juventud.

Adelanta algunos cursos de Derecho en la Stefan Batory, la Universidad abanderada en ciencias jurídicas y en estudios del sánscrito de la región hanseática. Influido por el intenso ambiente intelectual que allí se respiraba, comienza a escribir sus primeros artículos periodísticos y produce sus primicias poéticas.

Es miembro fundador del “Círculo Zagary”, un grupo literario que vierte a la filosofía clásica griega la tradición humanista báltico-eslava, de raigambre cristiana. Católico militante, se inquieta por los textos bíblicos, que nunca abandonará y de los que hará una original versión en lengua polaca, para descubrir en ellos, sobre todo en la literatura poético-sapiencial de los Salmos y de Job, los tópicos de su poesía a partir de entonces: la eminente dignidad del hombre ante Dios, el sentido de la prueba divina en la vida del justo, la vocación humana a la belleza y a la bondad, la abundancia con la que la naturaleza regala al ser humano, la búsqueda de la sabiduría...

Becado en París, conoce allí al otro Milosz: su tío Óscar Vladislav de Lubicz Milosz, fallecido en 1936 en el exilio, llamado por Czeslaw “el Swedenborg del siglo XX: un místico suspendido entre el cielo y la tierra por el poder de su palabra y el convencimiento de la necesidad del retorno del hombre a su origen divino”. El Nuevo Testamento, al que no se había acercado con atención, William Blake y Emmanuel Swendenborg son las tres grandes revelaciones que Milosz - tío le hace a Milosz - sobrino.

Su opción literaria ya está madura: “me di cuenta que la literatura era la única instancia cercana y posible para profesar mi fe en la belleza y en la bondad de los hombres y mediante ella realicé mi vocación religiosa, aspirando siempre a la elevación del espíritu por los parajes que nos anuncian una Nueva Era, la que presagió William Blake; es decir, un segundo renacimiento de la imaginación, como la llamaba Swedenborg”, confiesa, en El valle del Issa, por boca de Tomás, el niño lituano que protagoniza la historia, a quien entrega su voz y transfiere sus experiencias más personales.

En 1933 publica su primer poemario, Poema sobre el tiempo petrificado, y en 1937, aparece el segundo: Tres inviernos. En dificultades con las autoridades de Vilna, se desplaza a Varsovia, donde escribe guiones radiales sobre temas literarios, filosóficos y religiosos. Durante la ocupación alemana a Polonia edita, junto con Jerzy Andrzejewsky, el Canto independiente, poemas de resistencia contra los nazis. En 1945 publica La salvación y entra a trabajar en el servicio diplomático polaco.

Entre 1945 y 1948 se desempeña como agregado cultural en Nueva York y como secretario de embajada en París. Viaja a Polonia en 1950 y, tras evidenciar los excesos

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del régimen comunista, pide asilo en Francia, el que le es concedido en 1951. Hasta 1960 permanece allí y en este año se traslada a California. Adopta la ciudadanía estadounidense e imparte clases en el departamento de literatura y lenguas eslavas en la Universidad de Berkeley, hasta su jubilación a comienzos de 1981. En el transcurso de este año regresa por poco tiempo a Polonia, la que pronto abandona por las convulsiones políticas en que se debate, y desde 1989 fija su residencia en Varsovia. En 1994 se instala definitivamente en Cracovia, la ciudad polaca que más le recuerda la Vilna de juventud, según sus propias palabras. Jamás abandonará Cracovia, primera capital del otrora reino de los polacos, cosida medularmente al alma nacional por Estanislao y Eduwiges, por Jagellon y Copérnico, por Wojtyla e Ingarden, por Chmielzko y Szymborska, Nobel de literatura en 1996.

Cracovia ha sido la gloria de Polonia. El pensamiento cautivo, La luz del día, El poder cambia de manos, El valle del Issa, ya citado, Brognart, Otra Europa, Visiones sobre la bahía de San Francisco y El jardín de las ciencias, son otras de las obras relevantes de Milosz. A más del Nobel, fue galardonado con el Prix Littéraire Européen, el Neustadt y la Medalla de Oro de la Academia de Artes y Letras de los Estados Unidos, de la que fue miembro. El trabajo de Milosz como traductor al polaco del alemán, finlandés, sueco, inglés, ruso, lituano, francés, ruteno, checo, hebreo y griego revistió gran importancia y fue destacado en varias ocasiones por el Pen Club de Polonia.

3. Czeslaw Milosz: la distancia es el alma de la belleza o un encuentro con Simone Weil.

Czeslaw Milosz, calificado junto con Juan Pablo II como la conciencia moral de los polacos, llegó a confesar que para él la sentencia máxima de la literatura universal se encontraba condensada en el prólogo del Evangelio atribuido a San Juan: “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn. 1, 14). Su frecuencia temprana y constante al canon escriturístico, en un principio al Antiguo Testamento y más tarde al Nuevo, lo empujó hacia su pretendida captura poética de la totalidad de la vida humana, que, como anota, sin la referencia a lo trascendente deviene al misterio en problema irresoluto.

Milosz, poeta católico como se presentaba, al igual que Seamus Heaney, hizo de la palabra poesía y de la poesía, palabra. Y así, parodiando el aforismo joaneo, sostuvo que es la poesía la que ha plantado su tienda entre los hombres: la palabra, que crea y que transforma, que se encarna y que salva, es la mayor metáfora de Dios.

Pero tanto en la palabra divina como en la humana, participación poética de la gramática de Dios, la palabra es distancia y en esa distancia se anida el alma de la belleza, cualidad intrínseca de la palabra - poesía, de la poesía - palabra. Arguyendo una tesis filosófica de cuño aristotélico - wittgensteiniano, Milosz considera que la palabra nunca es completiva: permanece siempre mucho más acá de lo que realmente quiere decir, porque nunca agota las realidades ideológica y real.

Hay un espacio tan ignoto como impenetrable, asemejable a una forma de vacío, de ausencia, poéticamente resemantizado como la distancia. Es el lugar cierto de lo

Czeslaw Milosz, una foto familiar.

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indescifrable: el lugar poético de la palabra, porque entre el decir y el querer decir no-dicho emerge la plenitud de la belleza. No se trata del silencio; por el contrario, de lo que se trata es de la epifanía parlante ante el abismo silente. ¿Qué es lo bello en la palabra pronunciada, en el poema cometido? La posibilidad conjetural entre lo dicho y lo no-dicho, entre lo querido decir y lo dicho, entre lo dicho y lo no querido decir. La distancia ocurre en la indecibilidad de lo decible y en la decibilidad de lo indecible.

Pero quien aquí nos habla no es Czeslaw Milosz; es la desconcertante Simone Weil, a quien encuentra en su segunda etapa parisina (1951 - 1960) y en quien descubre la premisa ésta sobre la que desde entonces hará gravitar toda su producción literaria: entre la levedad y la gracia, la distancia es el alma de la belleza. Pero Simone Weil no sólo le ofertará el pretexto para sus reflexiones en torno al mecanismo de la conversión de la palabra en poesía y de la poesía en palabra y de la sustantiva mediación silente de la distancia.

Simone Weil, de cuyos libros se declara en deuda incodonable en su discurso de Estocolmo, pronunciado el 8 de diciembre de 1980, sugestivamente intitulado La conspiración del silencio, le extenderá también una invitación humanista, la que Milosz asumirá como su compromiso intelectual desde esta convicción: la poesía es la palabra que plantó en el hombre su tienda, porque la poesía es un humanismo.

“Comprender la distancia entre lo dicho y lo querido decir por la palabra poética, o por la poesía que es palabra, es casi posible; pero mantenerse a distancia de los hombres es casi imposible”. Contemplar la propia vida y la de los demás desde las alturas es lo único que la dota de sentido. Y contemplar desde arriba no es afirmar distancias, sino negarlas, permitir las cercanías.

La proximidad -projimidad- es lo más propio de la vida en común, vida entre hermanos, vida entre pares. Y es esta la auténtica poesía, porque la forma poética, armónica y sinfónica, de la existencia es la coexistencia polifónica. Para la composición poética que es la vida de cada hombre, la cercanía se convierte en el alma de su belleza. Sólo el encuentro salva: el encuentro del hombre con el hombre, por el que el hombre se hace hombre.

Por la distancia entre los hombres éstos descendieron al corazón de las tinieblas en el oscuro siglo XX. Fue la distancia entre los hombres la que autorizó la perspectiva al ojo del oxímoron nihilista que, impávido, previó y vio morir a los hombres, en los lager y en los gulag, ahogados de sed y hartos de inedia, abrasados de frío y amorosos de odio.

Finalmente, en la muerte de Czeslaw Milosz, nos queda por recoger la lección de su poesía, la que nos induce a proclamar nuestra profesión de fe en el hombre, llamado a la existencia por la palabra divina, poética de Dios. De la mano de la imponderable Simone Weil, nos convida a redimir, por la fuerza de la esperanza y la potencia de la alegría, al Sísifo que portamos todos.

Recordemos que fue de Simone Weil, de sus Raíces del existir, traducido también como Echar raíces, de quien Camus intuyó la posibilidad de absolver a Sísifo por la esperanza, lo último que se pierde, la única herencia de Pandora: Sísifo, afincado en la existencia, mártir fatal y héroe sublime, se presume dichoso; es feliz.