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En este texto se conocerá razones del rechazo de los anarquistas a la
teoría de la “lucha de clases”, y a través de ellos lo incongruente y
falso que es la teoría de la “lucha de clases”.
Introducción
Este Texto tiene como intención seguir afilando la lucha
contra el Poder (el cual es una red de ruptura y negación de la
autonomía, red de tutelaje, red de coerción, etc.), en este
objetivo se aborda el tema en específico siguiente.
El Poder se reafirma el mismo directamente cuando se
presenta como indispensable para la vida humana, y también
indirectamente cuando es considerado (desde algunas teorías
por ejemplo) benigno, algo accesorio, superficial, etc. Ambos
son un conjunto ampliamente relacionado de prácticas y
principios (lo que argumenta el actuar, como se entiende la
vida, etc.), es en este último por ahora donde detendremos.
Estos principios se forman desde diferentes vertientes como:
ruptura de la vida en autonomía, pensar que las personas no
tienen voluntad y posibilidad de autonomía, apremiar la
cultura del dinero sobre la vida, concebir a la especie humana
como superior entre las otras especies animales,
sobrestimaciones de determinadas características (físicas,
raciales, materiales, etc.), y muchos casos más.
Ahora es necesario hablar de esas sobrestimaciones. Las
sobrestimaciones conducen y se manifiestan en superioridad,
centralidad, protagonismo, etc. (y pueden ser) de una raza
sobre otra, de un género sobre otro, etc. Dentro de estas se
encuentra un tipo de sobrestimación (tema de este texto) que
llega a centralizar las condiciones económicas de un grupo
humano, lo cual tiene origen en la teoría llamada “lucha de
clases”, y es como se verá un obstáculo para la lucha contra el
Poder. Las sobreestimaciones nos impiden ver la realidad y
conforman, en algunos casos como este, principios sesgados.
Para hacer una aproximación al tema diremos que la lucha de
clases se centra en que lo económico es originador de todo lo
que existe en el “mundo humano” (incluso lo que pensamos).
Según la lucha de clases la historia del ser humano, ha
caminado y camina por el enfrentamiento entre dos clases
económicas, y que esta dinámica ha tenido y tiene una causa:
el estar limitado de medios productivos, beneficios, dinero,
etc., lo que ocasiona la toma de conciencia y la revolución,
que viene a ser el medio; y que el fin, de los dos anteriores es
una nueva época económica.
Para la lucha de clases somos definidos por leyes históricas
(constantes, que siempre habrán, etc.) que nos llevan de un
escenario a otro, es decir que el sistema actual y su rumbo ya
estan (y han estado) fijados.(1) Pero algo más profundo a la
aproximación expuesta es que hay una autodenominada
ciencia que sirve de columna vertebral a la carne que es el
centralismo económico: la lucha de clases es parte del
materialismo dialectico y busca establecer que el ser humano
es un elemento material que reacciona a otras influencias
también materiales mediante leyes.
Sus análisis, medios y fines como vemos no son el ejercicio
humano de lo autónomo, por lo que un posicionamiento desde
lo que busca la autonomía (la anarquía) es importante. La
centralización de lo económico, aísla y blinda a la existencia
de autoridad, el Estado y más extensamente al Poder, todos
estos negadores de la autonomía.(2)
En base a lo anterior expuesto diremos que el día a día y la
historia real de la humanidad es totalmente distinto a lo que
dice la lucha de clases, y solo invitamos a los lectores a
conocerla, conocer la realidad antes que una teoría.
Desde el ejercicio y la búsqueda de la Autonomía (la
anarquía), hay muchas maneras y motivos desde donde se
rechaza la falacia de la lucha de clases (como se verá en los
textos, o como hemos comentado en las notas, pero hay
muchos otros), pero nosotros diremos que:
el animal humano posee y tiene una propiedad bien visible la
cual es la capacidad de autonomía de la que parten muchos
aspectos más en su vida diaria: es una individualidad que
aporta en la decisión del rumbo colectivo, crea y mantiene
lazos más profundos siendo un miembro de un grupo más
reducido; y en otros ambientes de su día a día cuida a sus
cercanos y es cuidado por ellos, transmite conocimientos y se
les transmite conocimientos, ocupa una actividad física,
también es apreciador del paisaje, canta o hace música,
dibuja, etc.; puede ser artesano, jornalero, ambulante, etc.; y
en lo que aún queda de autónomo en el planeta es: miembro
de la etnia, sembrador, chaman, recolector, pescador, etc.
(todos estos últimos humanos no producen ni hacen producir,
solo usan lo que les da la tierra, no pertenecen a ninguna
clase).(3) Es decir toda la vida humana (la del individuo, la
colectiva, la historia, etc.) es consecuencia de muchos
aspectos de la misma, descartando o trascendiendo
mayoritariamente el aspecto económico definido como central
por la teoría de la lucha de clases.
Las condiciones materiales no lo llevan a hacer, elegir,
actuar, pensar, querer, etc. tal o cual cosa; el ser humano
define y no es definido, tiene decisión.
De esto concluimos que los humanos se agrupan por afinidad
de modos de vivir, y de estas determinan como han de vivirse
lo cotidiano que incluye lo colectivo, individual, cultural,
económico, etc. Ver esto, la realidad, nos permitirá abrirnos
paso más lucidamente.
…
Entonces tenemos que la corroboración de la realidad actual y
la histórica (las dos sin teorías y sin sobreestimaciones) nada
tienen que ver con la lucha de clases lo que nos lleva a decir
que esa teoría es una mentira o una falacia, y todo lo que salga
de ella errores. Los anarquistas basan sus análisis, métodos y
objetivos en la autonomía, propiedad visible y principal de
todo animal humano, contra el Poder. Esta autonomía
individual y colectiva puede originar una prolongación de la
misma, pero la ruptura y negación de la misma, ruptura y
negación que solo es posible por la acción de alguna forma de
Autoridad, Estado y Poder, conlleva a producir mecanismos
que aseguren esta no autonomía y estos han sido y son: el
nacionalismo, el dinero, etc. La autoridad (El Estado, el
Poder) sobre la autonomía de la vida del animal humano
produce más autoridad sobre otros aspectos de su vida (las
cuestiones económicas autoritarias son una consecuencia de la
no autonomía). Es por eso que la anarquía rechaza desde sus
orígenes y desde su formulación misma la idea de lucha de
clases (que es análisis por consecuencias: economía; y no por
las causas origen: autonomía y Poder) por eso nuestro rechazo
a tal teoría es intrínseco.
Este importante trabajo es una colaboración a modo de
alimentación para seguir avanzando en una lucha integral,
dejando a un lado todos los obstáculos.
En ningún caso dejamos de lado la dominación económica por
el contrario identificamos su origen, el cual es el Poder.(4)
…
Algo importante también son los autores, entre los que resalta
lo que vivieron y pensaron respecto al tema.
Los dos del primer número se movieron en Argentina y Chile.
En ella lucharon por la anarquía en el ambiente del trabajo (5)
el cual fue muy importante para algunos ácratas en esas
épocas, en ellas apuntaron a la lucha contra el Poder, como se
verá. Pero tuvieron en cuenta siempre que los espacios y
lugares de la vida donde difundían y se movían eran solo un
ambiente más de los muchos, abierto también a otros intereses
y propuestas. Y efectivamente esos espacios obreros eran
también republicanos, nacionalistas, fascistas, comunistas,
etc.; y de ahí para afuera, en otros ambientes de la vida,
también imperaba el consumismo, catolicismo, etc.
Del autor del segundo número se puede decir lo mismo
aunque su escrito es mucho más amplio y su figura es muy
recordada en varias partes del mundo donde estuvo, de él nos
interesa para esta ocasión el escrito que tiene como escenario
la Argentina.
De los dos del tercer número podemos decir que sus escritos
estan desarrollados básicamente en Europa, por lo que esto
nos da una visión mucho más amplia del tema.
…
Esta no será la única compilación referida al tema, más
adelante las fuentes serán actuales del 2000 en adelante.
Como vemos la lucha contra toda forma de Poder y el rechazo
a la falacia de la lucha de clases ha estado presente (y esta) en
toda la lucha ácrata, desde lo llamado clásico o histórico, hasta
lo contemporáneo (6), y por extensión a la historia del animal
humano y su autonomía desde que se tiene memoria.
V.L.A., Noviembre 2016.
Notas:
Nota 1: La lucha de clases se fundamenta (inconsciente o
conscientemente) en otra teoría antecesora la cual establecía que “unas
fuerzas” guiaban a todo el mundo en un recorrido, esquema que coincide
con el providencialismo de los escolásticos (religiosos medievales).
Para la lucha de clases el humano no ha de decidir su vida, sino acatar lo
Central y las Leyes Históricas manifestadas en los distintos grupúsculos de
Poder: Estado, partido, federación estudiantil, comité, etc.
Nota 2: Algunos o pocos defensores de la lucha de clases tocan el tema de
lo autónomo (ocultando intereses), argumentan que la autonomía o la
existencia del Estado (la que niega la autonomía) depende
fundamentalmente de lo económico (su tesis es: lo económico origina
todo). Este argumento es el que ha servido de base a los regímenes
comunistas, pues se basa en solo problematizar y actuar en lo económico
(fuente central que al ser definido así deja benigno al Poder), y al ser el
Estado no decisivo puede usársele.
U otra posibilidad: que “la autonomía es también un objetivo (que vendrá
luego)” pero que la solución del problema principal (lo económico como
fuente central que al ser definido así deja benigno al Poder) nos llevara a
ella, y para eso es necesario controlar y garantizar por medio del Poder,
esto sirve de argumento para prácticas como la revolución cultural en
China impulsada por Mao Tse.
Preguntamos: ¿El ejercicio del Poder, la no autonomía individual y
colectiva, nos llevara a la autonomía? Y respondemos: Para la autonomía
el camino es la autonomía misma.
La lucha de clases al pretender poner como central y originador a las
cuestiones económicas deja libre del análisis, crítica y ataque, al Poder
(ejercido por cualquiera: patrón, proletario, etc.), por lo que la definimos
como una teoría sesgada y prodominación.
Nota 3: La autonomía será para todos los habitantes del planeta.
Nota 4: Nuestro objetivo es una economía autónoma para todos los
habitantes de este planeta, sin ningún tipo de jerarquía, antropocentrismo,
intereses, beneficios, dinero, capital, etc.
Nota 5: Moverse, hablar, etc. del mundo del trabajo no quiere decir en
ningún caso que se esta a favor de la lucha de clases, si ese fuera el caso
los partidos fascistas o los partidos demócratas de Europa antiguos y
actuales creerían en la lucha de clases. Hablar del trabajo es solo hablar de
uno de los muchos aspectos de la vida.
Nota 6: Para terminar esta introducción queremos decir que este texto fue
hecho por personas que han trabajado desde edades muy tempranas en
trabajos muy peligros, insalubres, monótonos, etc. pero eso no nos pone
por encima o debajo de otros. En nuestra lucha por la anarquía no nos
interesa agruparnos escogiendo si tal o cual es hijo de rico o hijo de pobre,
vive en tal o cual lugar, etc. Nos interesa la agrupación entre afines que
apunten a la destrucción del sistema de dominación. Y esto se hace
confrontando y renunciando aquí y ahora a continuar la cultura del Poder y
su sistema de dominación el cual viene y ha sido edificado (como se puede
ver en la historia y en la realidad) por todas las clases existentes, entre ellas
por proletarios, burgueses, clase media, etc. Estamos al margen, no pertenecemos a ninguna clase económica, no
pertenecemos a una nación estatal, etc. Nos definimos individual y
colectivamente como miembros de una cultura autónoma y enemiga de
toda forma de Poder: somos anarquistas.
La unidad de clase y sus derivados (Diego Abad de Santillán)
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La unidad de clase y sus derivados
(Diego Abad de Santillán)
Sobre el título que encabezan estas líneas, tenemos
el propósito de publicar una serie de artículos que
resumen la campaña de LA PROTESTA y de la
F.O.R.A. durante más de dos años contra la mentira
marxista de la unidad del proletariado;
principalmente hablaremos de la situación del
movimiento obrero en la argentina en los años
1920-1922, pero el objeto principal es la exposición
de la doctrina defendida por LA PROTESTA por
primera vez y que ha dado en todo el mundo lugar a
discusiones y a incomprensiones. Esta
recapitulación era destinada al periódico
Humanidad de México, pero creemos que es un tema
de interés para los países en que la cuestión no ha
sido aún discutida o le es deficientemente, y nos
parece mejor ir dándolos al SUPLEMNETO, que
tienen una mayor circulación internacional. – D. A.
de S.
¿La organización como medio o como fin?
Al rechazar los anarquistas de la Argentina el «frente único»
del proletariado, significaban con ello que nuestras ideas
deben actuar independientemente en el movimiento obrero,
crearse un medio de propaganda y de lucha propia,
constituirse en fuerza autónoma.
Ser proletario no es bastante para ser partidario de una
revolución; la demagogia marxista atribuyó a los trabajadores
una misión histórica fatal y se esmeró en divulgar la idea del
proletariado como clase; partiendo de ese punto de vista, toda
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escisión de esa clase unitaria sería un atentado contra los
intereses revolucionarios; la deducción parece lógica; pero la
premisa es completamente falsa; el proletariado no es una
clase unitaria, sino un conjunto inconexo de las más diversas y
contradictorias tendencias y categorías humanas; del prole-
tariado surge el rebelde, como surge el sostenedor pasivo del
orden actual o el sicario de la reacción; el fascismo italiano, el
comunismo ruso, tienen un origen netamente proletario, más
aún: nacieron de los estratos rebeldes y combativos de la clase
obrera.
Con la experiencia en la mano, los anarquistas de la
Argentina pueden demostrar que si en lugar de constituirse
desde el principio en creadores de un movimiento obrero
libertario, se hubieran contentado con predicar una abstracta y
supuesta clase unitaria, a estas horas no tendrían las ideas
anarquistas tal difusión y tal arraigo en el país.
Al negar la unidad de la clase obrera, se deduce que las
organizaciones creadas por los anarquistas no podían ser
organizaciones sindicalistas, abiertas supuestamente «a todas
las tendencias», sino que habrían de responder a una finalidad
ideológica determinada: el comunismo anárquico. El
comunismo anárquico como finalidad de la organización
obrera fue la piedra de escándalo y lo continúa siendo en el
mundo de los adversarios del anarquismo. Pero esa finalidad
no se manifiesta sólo en la Argentina; en el periodo de la vieja
Internacional, las organizaciones italianas, españolas y suizas
proclamaban valientemente la anarquía, el ateísmo y el
colectivismo. La invención de la doctrina sindicalista, para
recoger todas las corrientes ideológicas del movimiento obrero
en una sola organización de clases, es un derivado del
marxismo, no de Marx mismo, sino de sus continuadores. Sin
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la metafísica sindicalista, a nadie se le hubiera lógicamente
ocurrido que podrían existir organizaciones revolucionarias
sin una finalidad, sin un propósito final. El hecho de agrupar
obreros no significa que se trabaje para la revolución; obreros
agrupan los católicos, los liberales burgueses, los comunistas,
los fascistas italianos, los fascistas alemanes, etc., y no
precisamente para producir la libertad y la dicha humanas,
sino para resistir a toda tentativa de una modificación
fundamental del orden existente.
La acción contra la propaganda del «frente único» llevó
de la mano a una crítica profunda al concepto de organización;
en todos los tiempos fueron los individualistas los que
mantuvieron viva la crítica a la idea de organización, pero sus
soluciones no han convencido más que a los individualistas
mismos. La propaganda contra el «frente único» produjo casos
en que una organización de la FORA se encontró escindida
por opiniones inarmonizables; la propaganda comunista y la
del anarquismo dictatorial consiguieron sembrar alguna
confusión; en gremios como el de zapateros y otros, las
opiniones estaban tan equitativamente repartidas que no era
raro verlos cambiar de frente, por un par de votos más o
menos, cada semana. Cuando triunfaban nuestros adversarios,
los comunistas y anarquistas-dictatoriales gritaban contra todo
propósito escisionista; cuando el triunfo correspondía a
nuestros amigos, la escisión era la única salida de los
predicadores del «frente único»; así sucedió en los zapateros,
en los chauffeurs, etc. La diferencia está en esto: que los
anarquistas han dicho desde el primer momento que la
organización por la organización es un absurdo que no
conduce a nada, que la organización no debe ser un dogma;
cuando las opiniones en su interior están divididas y no
consiguen armonizar, es recomendable una escisión para
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evitar choques y roces inútiles que neutralizan toda labor de
propaganda. No obstante este punto de vista, los que
realizaron más escisiones en la Argentina, fueron los
partidarios del «frente único». Y no solamente realizaron
escisiones en organizaciones como las citadas, sino que
llevaron su despecho fuera de las organizaciones mismas,
hasta el punto de negar toda solidaridad a los trabajadores
organizados en la FORA y de considerar como un hecho
revolucionario el sabotaje y la traición contra todos los
movimientos de la FORA o de sus gremios.
La organización no es un fin para los anarquistas, sino un
instrumento, un medio de lucha y de propaganda; eso quiere
decir que requiere unidad ideológica, pues de lo contrario toda
propaganda y toda lucha efectiva serán imposibilitadas. En la
mera organización no hay que ver solución a ningún problema
cuando no es fundada sobre la base de un propósito final, que
para los anarquistas es la humanidad libre y para los
comunistas, por ejemplo, es un simple cambio de cadenas. El
proceso lógico de la organización nace de la afinidad de ideas
e intereses; a la organización se va para acrecentar nuestra
fuerza individual y nuestras posibilidades personales; eso
equivale a sumarse a un conjunto que piensa y quiere lo que
nosotros queremos y pensamos. Si para los anarquistas la
finalidad es la humanidad libre, es en torno a esa bandera
donde deben agruparse, sumar sus esfuerzos, y no bajo un
principio que contradiga sus fines. La organización no es un
fin, sino un medio, repetimos; no es un dogma, sino una
resultante viviente de las circunstancias.
Cuando La Protesta dijo que en caso de necesidad
prestigiaría, antes que el sacrificio de las ideas, el sacrificio de
la organización, se oyó un grito de espanto en los fieles de la
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tesis sindicalista; lo menos que se clamó entonces fue que el
viejo vocero estaba vendido a la policía y al capitalismo; esa
actitud pareció una blasfemia contra un fetiche inviolable. Los
bolchevistas tronaban desde Moscú contra toda escisión, al
mismo tiempo que dedicaban grandes sumas a provocar una
escisión en su favor dentro del movimiento obrero
internacional. Sólo los anarquistas de la Argentina recogieron
el guante y respondieron que no se esforzarían por sostener
una organización cuyos principios y cuya táctica contradijera
las ideas libertarias. Esto ha sido comprendido ya en parte,
pero en 1920-21 era algo insólito y requería una cierta dosis
de audacia.
La Protesta, y con ella la mayoría de los camaradas,
sostuvo que defendería a la FORA aunque no quedara más que
un solo sindicato adherido o simplemente el nombre. Con eso
se reafirmó la convicción de no aislar el anarquismo de un
movimiento obrero autónomo. Y tal actitud frustró toda la
maniobra unificacíonista, porque los adversarios del
anarquismo saben que mientras éste quede en pie en el
movimiento obrero con sus ideas, ninguna otra tendencia
puede prosperar largo tiempo.
La innovación de Marx
Hasta 1847 se empleaba raramente en la literatura
revolucionaria un lenguaje dirigido exclusivamente a los
trabajadores como clase; se decía siempre en la propaganda
por un mundo mejor: «todos los hombres son hermanos», y se
apelaba a los hombres de corazón y de buena voluntad para la
lucha contra la tiranía y la opresión. Desde la aparición del
Manifiesto comunista se dijo: «Trabajadores de todos los
países, uníos»; una fórmula que ha sido interpretada como una
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fraternidad exclusiva entre los obreros. Ciertamente, la
revolución social será fruto de las grandes masas proletarias;
los combatientes del mundo del porvenir no saldrán si no
excepcionalmente de los palacios o de las capas de la
burguesía explotadora; pero es que en el obrero revolucionario
está por encima el hombre que el obrero. Por encima del
concepto del proletariado está el concepto de la humanidad; en
la conciencia del proletario que lucha por un mundo mejor,
encontraréis en primer lugar la dignidad humana ultrajada por
la tiranía o la opresión y sólo en segundo plano al zapatero, al
albañil, al carpintero...
El proletariado, como clase, es un concepto abstracto; en
la realidad no es así; en la realidad el proletariado es un
complejo divergente, que en parte sufre pasivamente,
resignadamente los males sociales, en parte se alía a la
burguesía y a la reacción y en parte también se asocia para
combatir por la libertad y por la justicia. La innovación de
Marx ha sido un arma demagógica política, pero no tiene
contenido alguno; mucho más real y más revolucionario es
decir que todos los hombres son hermanos y que todos deben
unirse en la libertad en lugar de romper la solidaridad humana
en una lucha monstruosa de todos contra todos.
Una razón poderosa por la cual los anarquistas desdeñan
en cierto modo la panacea derivada del marxismo, es porque
la libertad y la justicia no resultarán de la dominación política
por los trabajadores; el mal no está solamente en la burguesía,
en el capitalismo, en él Estado; el mal está en primer lugar en
la servidumbre voluntaria; la tiranía hay que combatirla
también en los esclavos, más tal vez que en los tiranos; el
esclavo y el tirano están formados de una misma pasta; si
suprimimos el tirano, dejando en pie la esclavitud, no
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habremos hecho nada por la libertad.
Es preciso superar ya ese periodo de lisonjas a la clase
obrera; no es cantando loas a los trabajadores como iremos a
la revolución social, sino predicando la verdad, y a la verdad
pertenece nuestra convicción: de la situación actual es también
culpable el esclavo y el explotado como el tirano y el
explotador.
Los trabajadores no tienen misión alguna histórica
providencial y fatal que cumplir en tanto que trabajadores;
sólo cumplen una misión los que están provistos de una
voluntad de acción, los que sienten despertarse en su
conciencia la dignidad humana.
El ideal de un movimiento obrero es aquel que inspiró el
ala bakuninista de la primera Internacional: junto al relojero,
al albañil, al sastre, estaban inscriptos Elíseo Reclus, geógrafo,
James Guillaume, profesor..., es decir, por encima del oficio
está la comunidad de ideas, por encima del obrero está el
hombre que busca a sus afines para producir un cambio
fundamental en la sociedad de la desigualdad y del privilegio.
El idealismo de los pueblos
Para justificar la tesis sindicalista se dice que los pueblos no
entienden de ideas abstractas, que las palabras justicia,
libertad, fraternidad les son enteramente extrañas, que sólo se
mueven tras intereses materiales concretos.
No necesitaríamos grandes investigaciones para demostrar
que eso es falso: los grandes movimientos históricos han sido
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realizados siempre por las grandes masas tras ideales de
justicia y de libertad; ciertamente, esos ideales, eran ilusorios,
no podrían haberse cristalizado jamás en realidades
liberadoras, porque hasta el último tercio del siglo pasado no
se llegó en las filas revolucionarias a la convicción de que la
revolución social que se aparta de la vía libertaria es una
revolución perdida para la causa de todos, para la causa del
socialismo. Pero eso no quiere decir que los pueblos no hayan
sido movidos en primer lugar por el poder de los diversos
idealismos históricos. Podríamos hacer a las grandes masas el
reproche opuesto: que no pensaron nunca en las ventajas
materiales, que han sacrificado su vida en tomo a
abstracciones fantásticas, primero tras la bandera cristiana,
después tras la de la república, luego tras la de la
socialdemocracia y el comunismo autoritario. Los que se han
movido por intereses puramente materiales fueron los
explotadores de las masas, las minorías privilegiadas; las
grandes masas desconocen ese egoísmo inhumano y están
siempre dispuestas al sacrificio en pro de la causa que suponen
justa y verdadera.
Los anarquistas debemos esforzarnos por hacer
comprender a los pueblos que deben dirigir más que hasta aquí
sus miradas hacia las ventajas materiales, que no deben
lanzarse a aventuras que sólo benefician a minorías tiránicas y
explotadoras. Lo que es necesario es que no se muevan tras las
codicias materiales y egoístas de los dominadores. En punto
de reivindicaciones concretas, los anarquistas que sostienen
constantemente que la tierra debe ser para el que la trabaja,
que las fábricas deben ser para los obreros, están en primera
línea. Pero junto a esas reivindicaciones concretas, positivas,
completamente materiales, predican reivindicaciones morales
sin las cuales las ventajas materiales carecerían de
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significación liberadora: la solidaridad humana, la libertad, la
justicia sociales.
Tentativa fusionista de Guillaume
Uno de los primeros choques conscientes de los espíritus
libertarios y de los autoritarios, se produjo en el seno de la
primera Internacional. Marx y Bakunin fueron los polos, los
protagonistas de ese encuentro de dos mundos mentales
inconciliables. Como Marx dio al asunto un cariz personalista
por sus intrigas contra Bakunin, alguien se creyó en la
obligación de suponer que la escisión del movimiento obrero
se debía en primer lugar a rivalidades de personas y no a
razones de naturaleza más profunda. Hace cincuenta años se
veia bien, como lo prueba el congreso de Saint-Imier, que el
socialismo autoritario es la reacción, la renuncia a toda
revolución liberadora, pero no se comprendía que los
trabajadores no constituyen una clase unitaria, con ideas y
principios análogos. La situación económica reacciona en
unos en un sentido y en otros diversamente. La miseria
produce en unos la rebelión, en la gran mayoría, el
abatimiento y la servilidad y en otros otro sentimiento
cualquiera. La vida no es un mero producto moldeado por el
ambiente, es también lo contrario, una fuerza que actúa sobre
el ambiente y lo transforma; la moderna biología dice que la
vida es más bien activa que pasiva; sufre las influencias del
medio, es verdad, pero sabe también influir sobre éste y
transformarlo.
Entre los que creyeron que las divergencias de la primera
Internacional se debían a rivalidades personales de Marx y
Bakunin, James Guillaume, el propagandista jurasiano, fue
uno de ellos. Cuando murió Bakunin, presentó la siguiente
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moción en los funerales, celebrados en Berna el 3 de julio de
1876: «[...] Los trabajadores reunidos en Berna en ocasión de
la muerte de Miguel Bakunin, y que pertenecen a cinco
naciones diferentes, los unos partidarios del Estado obrero, los
otros de la libre federación de los grupos productores, piensan
que una reconciliación, no sólo es muy útil, muy deseable,
sino muy fácil sobre el terreno de los principios de la
Internacional, tales como fueron formulados en el artículo
tercero de los estatutos generales revisados en el congreso de
Ginebra de 1873 [..,]».
El artículo tercero de los estatutos generales, reza asi: «Las
federaciones y secciones que componen la Internacional
conservan su autonomía, es decir, el derecho a organizarse
según su voluntad, de administrar sus propios asuntos sin
ninguna ingerencia exterior, y de determinar ellas mismas la
marcha que quieran seguir para llegar a la emancipación del
trabajo». Esa autonomía es un derecho que no podríamos
negar, pero sí negamos que pueda existir el acuerdo para la
acción común donde los objetivos son diferentes. Se dice que
el capitalismo explota igualmente a los marxistas y a los
anarquistas; no lo negamos; pero el capitalismo no es una
persona definida, sino un sistema económico y político
complejo. La lucha contra el capitalismo requiere la lucha
contra el mundo de la autoridad y del privilegio, pues el hecho
de esgrimir la huelga contra un patrón para obtener más altos
salarios no equivale a una lucha revolucionaria para la
supresión del capitalismo. Los marxistas se han forjado su
enemigo exclusivamente en la organización económica actual;
los anarquistas dicen que el capitalismo en sí no es más que
una palabra, sin todo el complejo político y social que lo
condiciona; ven el mal en el principio de autoridad; ahora
bien, en cuanto se toca el principio de autoridad, el marxista
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protesta. ¿Dónde está, pues, la posibilidad de armonía entre
los adversarios y los partidarios de la autoridad? Los
sindicalistas franceses aconsejan dejar a un lado las ideas y
unirse sobre la base de los intereses comunes; pero ¿cuáles son
los intereses que no están asociados a ideas respectivas? ¿Es
que el anarquista puede transigir con el abandono de sus con-
cepciones antiestatistas cuando está convencido que toda
acción o toda revolución que no vaya encaminada a la
destrucción del Estado carece de eficacia para el ideal de una
humanidad libre y dichosa? El anarquista lucha en primer
lugar contra el principio de autoridad en la convicción de que
lucha directamente contra el mal básico; el marxista sólo
aspira a una modificación de los personajes detentadores del
poder; entre ellos no hay una plataforma posible de acción
común, pues uno quiere la revolución y el otro no.
Guillaume persiguió algún tiempo la ilusión de la fusión de
la corriente marxista, autoritaria, con la fracción libertaria del
movimiento obrero. A solicitud de la federación belga, se
celebró en septiembre de 1877 en Gante un congreso socialista
universal, y Guillaume salió convencido de que había razones
más profundas que las de la simple rivalidad personal para la
escisión del movimiento de los trabajadores. Kropotkin estuvo
presente en ese congreso también.
El voto pronunciado sobre la tumba de Bakunin quedó,
pues, condenado a la nada. Las disidencias entre autoritarios y
antiautoritarios, en lugar de ser de lamentar, constituyen un
evidente progreso hacia la revolución liberadora.
Pero los anarquistas no se dieron por vencidos tras la
experiencia de 1877; continuaron abrigando la esperanza de
reconciliar en una organización común a los partidarios del
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Estado obrero y a los defensores de la libre federación de los
productores. Por su incomprensible ceguera fueron insultados
en el congreso socialista de París de 1889 y expulsados
definitivamente de los congresos socialistas autoritarios por
decisión del congreso de Londres de 1896. En todo caso, el
reproche de haber roto la unidad del movimiento obrero no se
le puede hacer a los anarquistas; lo que por otra parte no
constituye un mérito, pues la unidad del movimiento obrero
por encima de las ideas y tácticas de las fracciones
componentes no favorece la acción y la propaganda
revolucionaria.
¿Personalismos o principios?
Por desgracia, uno de los métodos de los autoritarios, fue
siempre el de la calumnia y la difamación de sus enemigos; de
ahí que lo que tendría que ventilarse en el terreno de la
discusión polémica teórica, se decide en el campo de los
odiosos personalismos. Pero eso no impide que en el fondo de
la contienda esté siempre la disparidad de fines y de tácticas.
La lucha de Marx y Bakunin en la vieja Internacional fue un
proceso evolutivo natural de las ideas revolucionarias; no
puede negarse que la diferenciación clara y decisiva de
autoritarios y de antiautoritarios sea uno de los más benéficos
procesos progresivos de la mentalidad humana. La simple
cuestión personal en que se expresó ese proceso, no modifica
el hecho de que tras Marx y Bakunin estaban dos mundos
contrapuestos y adversos: uno el del porvenir y otro el del
pasado, pues el mundo de la autoridad no puede reclamarse
del futuro, sino de las tinieblas de la historia.
La falacia marxista de la unidad de clase, incomprensible
cuando se estudia la realidad, es un corolario lógico del
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determinismo histórico, de la omnipotencia del factor
económico; cuando la crítica destruye ese dogma, la unidad de
clase desaparece. Además, para la revolución, lo importante
no es la pertenencia a tal o cual estrato social, sino el repudio
del principio de autoridad; sin esto, no será establecida jamás
sobre la tierra ni la libertad ni el bienestar para todos, es decir,
no se realizará jamás la anhelada revolución social.
Reconciliadores ingenuos piden que olvidemos ya la vieja
disputa, que no mencionemos las razones que pusieron frente
a frente a dos hombres de la talla intelectual de Marx y de
Bakunin, que no echemos leña a la hoguera de las discordias
proletarias, que el capitalismo aprovecha de la escisión de los
trabajadores. No, nosotros no podemos ceder; si cediéramos
traicionaríamos nuestra causa, abandonaríamos nuestras ideas
y con ello arriaríamos la única esperanza no frustrada que
puede mover los pueblos a la conquista del porvenir; no, no
olvidamos la contienda de Marx y de Bakunin; todo lo
contrario, queremos que la labor de diferenciación continúe,
que la escisión se haga en toda la línea, que los pueblos se
decidan por uno o por otro, por la autoridad o por la libertad.
Pedir que respetemos el dogma de la unidad del proletariado
es pedir que renunciemos a nuestras concepciones
revolucionarias, es pedir que dejemos el campo libre a
nuestros enemigos, los sostenedores e idólatras del Estado, es
pedir que consintamos en la perpetuación de las cadenas de la
esclavitud humana. Tan imposible es la reconciliación nuestra
con los marxistas o con los patrocinadores de una forma
estatal cualquiera como con los conservadores del Estado
capitalista. Nos rehusamos, pues, a tender la mano fraternal al
principio de autoridad y a transigir con la mentira y el error o
la maldad. La lucha decisiva en que se juegan los destinos del
porvenir no se ventila entre capitalistas y obreros, sino entre
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autoritarios y libertarios. La revolución rusa de 1917 y las
revoluciones de Alemania y de Hungría nos lo demuestran.
Mantener la ilusión de la unidad de clase es firmar un
armisticio con las cadenas, es condenarnos a servir de
instrumentos a los aspirantes al poder, porque paralizamos la
propaganda del anarquismo, que sostiene que mientras el
Estado, cualquier Estado, quede en pie, no habremos dado un
paso sensible en la vía de la emancipación.
Imposibilidad de una organización única
Sí el proletariado es una dase unitaria, entonces ¿para qué
la organización? Según la doctrina de Marx no habría más que
esperar que el proceso de la evolución capitalista llegue a su
último estadio y desaparezca para dejar plaza a la economía
socialista. Si los trabajadores tuviesen intereses afines frente a
la burguesía, entonces sólo sería necesario dejar a la hada
fatalidad que pusiera en juego las fuerzas del trabajo contra las
del capital. La organización no tendría razón de ser, pues toda
organización, si no abarca desde el principio la totalidad de los
trabajadores, es una escisión, un atentado a la «unidad
natural» de clase.
Los bolchevistas predican el frente único del proletariado,
es decir la integración de todos los asalariados en un
organismo único; eso es una derivación extremista del dogma
de la interpretación económica de la historia, y que sin
embargo contradice ese dogma. El hecho de estar organizados
no modifica la mentalidad de los individuos, la organización
no hace de un revolucionario un reaccionario o viceversa; la
organización no es, generalmente, más que un resultado de la
afinidad de ideas y de intereses de los hombres; primero nacen
las ideas, luego la necesidad de unirse a los idealistas afines
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para darles más fuerza y llevarlas a la realización. La
organización no debe ser considerada como algo sustantivo; lo
sustantivo en una organización son los ideales que la inspiran
y que la fundamentan; si la organización en sí tuviera algún
valor intrínseco, entonces todas las organizaciones se
equivaldrían, no podríamos distinguir un fascista de un
anarquista.
Cuando se dice que por el hecho de ser asalariados se debe
constituir una organización unitaria que fortifique el concepto
de clase, se nos ocurre que lo mismo podría tomarse otra
característica general, como el hecho de tener todos la cabeza
sobre los hombros; así como hay fanáticos de las diversas
razas, unos que esperan la salvación de los chinos, otros de los
negros, otros de los arios, etc., hay quienes esperan la
salvación del proletariado, de ese nombre abstracto que
comprende las categorías más diversas y más irreconciliables.
No hay y no puede haber unidad de clase entre los que
fabrican las armas y los rebeldes que han de ser heridos con
ellas, como no la hay entre el asesino y la víctima. Sería muy
hermoso que los obreros de todas las categorías
comprendieran la necesidad de romper todas las cadenas y de
construir la vida sobre la base de la libertad; los asalariados
son la inmensa mayoría de la humana especie, pero los
asalariados que rompen los lazos solidarios con el orden social
actual son una minoría; hay una mayoría de asalariados que
están íntimamente ligados al presente régimen capitalista y
autoritario actual; predicarles a ellos la idea de clase es pre-
dicar en el desierto; lo único que puede escindirlos del bloque
de la reacción es el despertar de su conciencia a una nueva
vida moral; el hecho de vivir a sueldo de la burguesía no
equivale a ser adversario de ella; al contrario, la mayoría de
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los asalariados no comprenden que la burguesía los explota;
creen que ese orden ha sido establecido por Dios y que es un
pecado o una locura el rebelarse contra él; además no todos
los asalariados tienen interés en esa rebelión.
Una prueba de que la idea de clase sólo tiene hasta cierto
punto una significación revolucionaria, es que los proletarios
rebeldes, en el fondo de su conciencia olvidan su oficio de
zapateros o de carpinteros y se sienten hombres, conscientes
de que el predicado de la humanidad es superior al del oficio
respectivo. En una palabra, nosotros, los anarquistas, no
ponemos nuestra suprema aspiración en libertarnos como
miembros de una determinada categoría de trabajadores, sino
como hombres; es decir, no creemos que el capitalismo sea el
único enemigo ni el enemigo predominante; el capitalismo es
un fruto de la idea de autoridad; la revolución que nos liberte y
liberte a nuestros semejantes debe ser una revolución contra el
principio de autoridad; de lo contrario no veremos jamás la
tierra de promisión.
Por consiguiente, la primera condición para una
organización revolucionaria no es la de depender del salario
capitalista, sino la de la rebelión contra el principio autoritario;
comprendemos que los negros se organicen sobre la base del
color de la piel, porque ese color implica un interés común, el
de romper el estado de excepción en que se encuentra esa raza
con relación a los blancos; comprenderíamos que los
asalariados se agrupasen en mérito a la cualidad de asalariados
si el enemigo de todos fuese el capitalismo; pero esto es falso;
el enemigo es el Estado, es la autoridad en los dominados y en
los dominadores; para combatir esa autoridad es preciso
buscar los elementos afines, que comprendan el mal y estén
dispuestos a combatirlo; de ahí surge la organización con una
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finalidad de lucha y de propaganda; es decir, tantas
organizaciones como finalidades o concepciones provocan en
los hombres las condiciones actuales de la vida. La
organización por tendencia es la vida de la revolución; la
organización sin tendencia, como la que proponen los
moscovitas o los sindicalistas puros, es un nuevo
encadenamiento de los espíritus.
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Sobre el número 2
El texto en su totalidad aparece en 5 números del Suplemento Semanal de
La Protesta, desde el numero 162 (23 de febrero de 1925) hasta el 166 (23
de marzo de 1925), de ellos hemos extraído por la temática la introducción
del número 162 (23 de febrero de 1925), los párrafos del 164 (9 de marzo
de 1925) y del 165 (16 de marzo de 1925). Los demás párrafos abordan
hechos y fechas de la época, y hemos creído que se pueden obviar para
hacer más fluida la lectura temática. El Suplemento Semanal de La
Protesta fue un medio escrito anarquista que se publicó en Argentina
paralelo al periódico La Protesta del cual era parte.
Los párrafos abordan el tema de “la unidad de clase”, el cual es un
componente principal para pretender mostrar a la “lucha de clases” como
algo real o como ciencia. Los puntos tocados son esclarecedores respecto a
la temática de esta colección, por lo que su lectura (lo que dice el texto en
sí) es importante y necesaria más allá de la geografía, época o la fuente (ya
que en otras temáticas o propuestas del autor podemos discrepar).
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Editorial Viva la anarquía se forma con la intención de difundir la
multiplicidad de la lucha anarquica esparcida en diferentes partes
del globo y el tiempo.
Números: - Los Anarquistas y nuestro intrínseco rechazo a la falacia llamada Lucha de clases. N1. La Anarquía - Eduardo G. Gilimón De las clases a las ideas - Marqués de Cabinza - Los Anarquistas y nuestro intrínseco rechazo a la falacia llamada Lucha de clases. N2. La unidad de clase y sus derivados - Diego Abad de Santillán
Contacto: [email protected] Página: www.editorialvla.wordpress.com