Muerte prematura vs muerte del prematuro: La evitación de ...
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La muerte
Su muerte, ocurrida al medio día en el Panóptico García Moreno, es conocida, repetida,
comentada, recordada y exaltada. Participan ocho personas, según describe el historiador
manabita, Wilfrido Loor Moreira en su obra “Eloy Alfaro”.
Todo comienza en Guayaquil. Las fuerzas alfaristas son derrotadas en la batalla de Yaguachi.
Alfaro, 70 años, ha regresado desde Panamá a fines de 1911 para mediar entre sus fuerzas y
las del gobierno que preside Carlos Freile Zaldumbide. El Jefe del Ejército es Leonidas Plaza. La
rendición de Alfaro y su exilio voluntario es mediada por los cónsules de Gran Bretaña y
Estados Unidos. No habrá represalias.
Freile y Plaza nada respetan. Plaza detiene a Alfaro y sus lugartenientes. Freile, ordena que
sean llevados a Quito. En Huigra se detienen para almorzar. Al italiano Catani, dueño del hotel,
Alfaro pide que lo despida de sus hijos, que acompañen a su madre, que no beban nunca pues
no hay nada peor que la embriaguez. “Dígales usted que voy a morir, pensando en ellos, hijosqueridos de mi alma”. (Pareja Diezcanseco)
El tren llega a Quito a las 11h15. Debía haber llegado a las 04h00. En un automóvil blanco los
conducen por la calle 24 de mayo repleta de gente que ya había sido alertada. Insultos y
piedras. “Tiene miedo a la muerte” pregunta Eloy a Medardo. “Ningún Alfaro ha temido nunca
al peligro. Sigamos al sacrificio”. Se llega al panóptico. Alfaro es el primero en salir. Viste
pantalón negro, chaleco blanco, levita azul marino, en su cabeza un sombrero manabita y en
sus manos un bastón puño de oro. Le siguen Flavio que está herido en la pierna y Medardo
Alfaro, Manuel Serrano, Ulpiano Páez y el periodista Luciano Coral. La confabulación está en
marcha.
Luis F. Donoso Escobar, soldado de las campañas de Huigra, Naranjito y Yaguachi en el Ecuador
Escolta, se refiere que “al regresar su batallón a Quito, el 28 de enero a las siete de la mañana,
sobre la ría de Guayaquil, a bordo del vapor Colón se hizo pública la noticia del asesinato y
arrastre de Alfaro, cuando este hecho ocurrió cinco horas después, a las doce del mismo día”,
describe Wilfrido Loor Moreira.
Las órdenes fueron precisas. “No dejen pasar a nadie, pero cuidado con estropear al pueblo ni
darle de culatazos”. Un centinela grita a la muchedumbre: “Tenemos orden de no disparar
contra el pueblo”
Ocho individuos, son los primeros en entrar y con precisión se encaminan a la celda donde
están los prisioneros. Dos soldados con sus rifles, cuatro muchachos y dos criminales, relata
Loor Moreira. Entre ellos iba José Cevallos el cochero del Palacio Presidencial. La puerta se
abre de un golpe. “¡Silencio! ¡Que quieren de mí!”, increpa Alfaro. Cevallos le da un barretazo
y le dispara un tiro a la cabeza.
“¡En el nombre de Dios! Prostitutas, ladrones y frailes. Alargaron las manos sobre el menudo
cuerpo, a tantearle, a dejarle sin sonido, a desgarrar sus ropas, a tocarle alguna vez, ídolo
muerto. No podían hablar, pero reían. Se dieron placer en clavar las uñas y robarle. Desnudo
ya, descolgado de su aventura, le llevaron hasta el filo del corredor y de allí lo aventaron
contra el patio”. (Parejo Diezcanseco).
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Siguen Páez, Medardo Alfaro, Serrano, Coral a quien le arrancan la lengua y finalmente Flavio
quien, herido y todo, opuso resistencia. Los cadáveres desnudos o con poca ropa interior son
arrojados, de las celdillas al piso bajo y de aquí los entregan a la multitud que los arroja del
pretil del panóptico a la calle.
“En esta hora de odio, en que el crimen era una proeza y la multitud, ebria de furor, muchos se
disputan la hazaña de haber dado muerte a los presos”. (Loor Moreira)
El arrastre
El infame y salvaje arrastre de los cadáveres por las calles de Quito, es conocido, repetido,
comentado, recordado y exaltado. Participan una muchedumbre enardecida por el odio y el
alcohol y se acusa de autores intelectuales a los ex presidentes Leonidas Plaza, Lizardo García,
Emilio Estrada, los encargados Carlos Freire Zaldumbide, Carlos R. Tobar, al clero católico, al
arzobispo Federico González Suárez, los dominicos de Quito, al ministro de Gobierno Octavio
Díaz, al ministro de Guerra, general Juan Francisco Navarro, al cuñado de Plaza, Juan Manuel
Lazo y a otros que traicionaron a Alfaro, según reseña José María Vargas Vila en su obra “La
muerte del Cóndor”.
“Cuerdas oportunas fueron distribuidas. Todos desnudos. A unos de los pies, a otros de los
brazos, los arrastraban. Celia María León, La Pájara, se había prendido la primera y marchaba
cantando. La cabeza en compás. El jefe de guardianes del panóptico, Arroyo, que había hecho
disparos certeros de guía, brincaba de gozo. Y los niños descalzos, curiosos, corrían en pos de
los cuerpos, cuesta abajo. ¡Al Ejido!” (Pareja Diezcanseco)
El macabro desfile baja desde el Panóptico, por la calle Rocafuerte hasta la Plaza de Santo
Domingo. Varias mujeres, entre las que se identifica a Rosario Cárdenas, Mariana León,
Rosario Llerena, Luz Checa, se apoderan del cadáver de Flavio Alfaro. El sacerdote Alfonso Ma.
Jerves dice: “yo vi desde mi convento que el cadáver de Eloy Alfaro iba arrastrado de cinco
sogas, una al cuello, dos a las muñecas de las manos y dos a los pies y lo custodiaban dos
soldados con Manglicher a derecha e izquierda, este último arrastraba también de su soga”.
(Loor Moreira)
Hay alegría en todos los rostros. Las turbas se hallan resguardadas por las bayonetas. Desde las
ventanas aplauden frenéticamente. González Suárez calcula que una multitud de 20 mil
personas participa en el arrastre que, desde la Plaza de Santo Domingo, se divide en tres
grupos. Los cadáveres de Eloy Alfaro y Páez toman por la calle Guayaquil hacia la Plaza de la
Independencia de allí a El Ejido. Los cadáveres de Coral y Serrano siguen por la calle Flores
rumbo al norte. Los cadáveres de Flavio y Medardo Alfaro son llevados por la Rocafuerte.
Mi padre, doce o trece años, desde El Cebollar, corre curioso. Se mete entre la multitud y ve el
horroroso arrastre. En su mente infantil queda grabada la escalofriante escena que nos narrará
con dolor. No entiende lo que ve. Escucha el nombre de Alfaro y muchos insultos. ¿Por qué loodian y lo arrastran? Entre el horror y la curiosidad se propone conocer la tierra de ese
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hombre que queman, que insultan y que no le teme a la muerte. Cuando llega a Manta, a sus
catorce años, comprende por qué es la tierra de la libertad. Entonces decide que tiene que
casarse con una montecristense. Mi bisabuelo y abuelo materno, campesinos montecristenses,
también forman parte de las huestes montoneras. Nos sentimos orgullosos de nuestro
alfarismo.
La incineración
La incineración de los cadáveres en El Ejido de Quito, es conocido, repetido, comentado,
recordado y exaltado; Es la demostración del más puro fanatismo y de la más baja condición
humana. Es “La Hoguera Bárbara” que Alfredo Pareja Diezcanseco retrata en su obra.
Roberto Andrade escribe: “Aquel como alud, grupo de brujas o arpías, en algazara y carrera
endemoniada; aquel cortejo de diablos con apariencia fúnebre fue a detenerse en el ejido
norte donde fueron incinerados los cadáveres, diríase entre danzas y gritos salvajes”.
Alfredo Pareja Diezcanseco, describe: “En el dilatado parque se partieron los despojos. Gritos y
saltos, una pierna jugaba de mano en mano, testículos arrancados pasaban por sobre las
cabezas. Y un bárbaro de ojos rojos pidió que le mirasen la prueba: levantó con ambas manos
un cráneo hueco, colmado de chicha, y se puso a brindar y a beber… Olor a carne quemada
hízoles abrir las narices. En la punta de una bayoneta, la barba de don Eloy viajaba iluminada
por las llamas”. Macabro. Fue un domingo de caníbales.
“Los cadáveres se colocan sobre las hogueras en posiciones inmorales en medio de los aullidos
en que se viva la Constitución, cuando en realidad debía gritarse, viva la prostitución”, se lee
en un folleto que se imprime en Panamá con los auspicios de Olmedo Alfaro.
La mañana estaba lluviosa pero a las dos de la tarde, el día es claro y con mucho sol. Aunque el
grueso de la muchedumbre se ha retirado, la fiesta de la pira y los cadáveres continúa. Llega la
noche. La familia del Gral. Ulpiano Páez ha recogido ya su cadáver. A la media noche la policía
recoge los otros cuerpos para el reconocimiento judicial.
A las seis de la mañana de ese domingo 28 de enero, llega a Manta Leonidas Plaza con su
Estado Mayor y tropa. Sabe bien que la confabulación se cumpliría al pie de la letra.
La reivindicación, ¿para qué?
Si todo esto es conocido también es conocido la partida de defunción como consecuencia del
examen de cadáveres cuya incineración de casi 12 horas hacía imposible su reconocimiento y
en las que, por obvias razones, no se incluyen declaraciones testimoniales. De dos cadáveres
sólo existía el tronco.
Si a lo largo de estos 96 años, el pueblo ecuatoriano viene conociendo los hechos, qué
importancia puede tener lo que relate la partida de defunción.
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La Asamblea Constituyente tiene todo el derecho de rendir homenaje al héroe de la libertad.
Respetuosamente les digo que Alfaro se reivindica a si mismo, no porque lo declaren el mejor
ecuatoriano de todos los tiempos o porque designen como Ciudad Alfaro a la sede de la
Asamblea o porque a su tierra natal la declaren “Patrimonio natural, cultural e histórico”, no,
sino porque Alfaro es el único héroe ecuatoriano que nos ha enseñado la dignidad de ser
ecuatoriano, el hombre de la costa ecuatoriana que ha superado el complejo del crujir de
dientes que se escucha en las pinturas de Guayasamín. No tiene parangón en la vida histórica
de la República del Ecuador. Alfaro es el hombre del optimismo y del valor. El hombre del
perdón y olvido. Es el hombre de la gloria y no de los complejos.
Es día de luto. Ha muerto la distinguida matrona doña Amada de Jesús Zambrano Mendoza,
madre de nuestro querido amigo, colega y entrañable compadre, Lic. Luis Dueñas Zambrano,
ex Presidente de la Federación Nacional de Periodistas del Ecuador y del Colegio de Periodistas
de Manabí. Nuestros sentimientos de pesar a su distinguida familia. Junto a Cecilia elevamos
una oración de solidaridad.