Electra

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SÓFOCLES EL EC TR A Departamento de Griego IES María Cegarra Salcedo

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SÓFOCLES

ELECTRA

Departamento de GriegoIES María Cegarra Salcedo

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Personajes ELECTRA

PEDAGOGO

ORESTES

CRISÓTEMIS CORO

CLITEMNESTRA EGISTO

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Aquí hemos llegado, puedes decir que ves Micenas, rica en oro, y a este palacio rico en desgracias de los Pelópidas, de donde, lejos de quienes fueron muerte de tu padre, yo te saqué, tomándote de una de tu sangre, de tu hermana, y te guardé y nutrí hasta la edad que tienes para que fueras vengador de la muerte de tu padre.

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¡Ea, tierra de mi padre y dioses del lugar, acogedme con bien en estos caminos, y tú, oh, paterna morada, pues vengo como tu purificador con la justicia, enviado por los dioses! ¡No me despidáis deshonrado de esta tierra, sino llegue a ser dueño de mis riquezas y restaurador de mi casa!

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¡Oh, luz pura y aire que igual ciñes la tierra, cuántas veces oísteis los cantos de mis trenos […]

Bien saben mis insomnios y mi odioso lecho de esta triste morada cuánto lloro a mi padre desdichado, al que en la bárbara tierra no acogió el sangriento Ares. ¡Mi propia madre y el adúltero Egisto, como a encina los leñadores, le hendieron la frente con cruenta hacha!

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¡Oh morada de Hades y Perséfone, oh Hermes subterráneo y su augusta Maldición, y venerables Erinies, […]

venid, ayudadme, vengad la muerte de nuestro padre y enviadme a mi hermano, pues sola ya no puedo nivelar la carga de dolor que enfrente pesa!

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¡Lastimera queja en el regreso,

lastimera en el lecho de tu padre,

cuando de frente cayó sobre él

el golpe de filos de bronce!

El engaño fue quien tramó

y el amor quien mató,

y engendraron terriblemente

una terrible forma, ya fuera

un dios o uno de los mortales

quien tales cosas hizo.

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¡Oh día aquel para mí

el más horrible de todos!

¡Oh noche, oh pesares atroces

de banquete indecible!

Muerte infame vio mi padre

venir de las dos manos

que apresaron mi vida traicionada,

que me perdieron.

¡Que el gran dios olímpico

dignos daños les dé sufrir;

y que jamás del triunfo gocen

después de haber cometido tales acciones!

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¿qué días crees que paso yo, cuando veo a Egisto sentado en el trono paterno, y le contemplo llevando los mismos vestidos que aquel y derramando libaciones en el hogar donde lo mató? ¡Y veo la insolencia suprema, al asesino en el lecho de mi padre con mi miserable madre, si madre he de llamar a la que con él duerme! ¡Y ella es tan audaz que vive con ese ser tan impuro, sin temer a una Erinis!

Después, en mi propia casa vivo con los asesinos de mi padre […]

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En esta situación, amigas, no es

posible ser razonable ni piadoso; que

en los males mucha necesidad hay de practicar el mal.

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Bien sé yo entre mí cómo sufro con la situación presente; tanto que, si tuviera fuerza, mostraría qué sentimiento les guardo.

Pero ahora en la desgracia bien me parece navegar amainando, y no pretender hacer algo, cuando en nada se puede atacar. Otro tanto quisiera que hicieras tú. En verdad, lo justo no es lo que yo digo, sino lo que tú piensas: pero si he de vivir libre, hay que obedecer a los que mandan en todo.

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Y ahora, cuando podrías ser llamada hija del más noble padre, hazte llamar hija de tu madre: así resultarás ante muchísimos mala, al traicionar a tu difunto padre y a los tuyos.

Piensan enviarte, si no pones fin a estas quejas, allí donde jamás verás

la luz del sol y donde, viviendo en profunda morada fuera de esta tierra, podrás cantar tus males.

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Corre el rumor de que ella ha visto al que es tu padre y mío venir de nuevo a la luz ante sí, y clavar luego en el hogar el cetro que ante llevaba él y Egisto lleva ahora; del cetro brotaba un brioso vástago con el que en sombras quedaba toda la tierra de los de Micenas.

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¿Acaso crees que estos dones llevas le sirven de rescate a la sangre derramada? No es posible. Tíralos, pues; corta, en cambio, tú del cabello de tu cabeza las puntas de tus trenzas y las de la mía, desdichada –poco es esto, pero es lo que tengo-, […]

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ruégale postrada que del fondo de la tierra venga a nosotros como propicio defensor contra los enemigos, y que su hijo Orestes, con más fuerte brazo, acuda en vida a poner bajo su pie a estos enemigos…

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Si no soy insensata adivina,

ni carezco de juicio prudente,

vendrá la que antes fue adivina,

la Justicia que justa victoria trae en sus manos;

vendrá antes que pase mucho tiempo.

Llegará también la de muchos pies

y muchas manos, la que acecha

con terribles emboscadas,

la Erinis de pies de bronce.

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Yo ofensa no te hago, sino que mal te hablo porque mal oigo de ti a menudo. Tu padre, y no otra cosa, es siempre tu pretexto, porque por mano mía murió; por obra mía, bien lo sé, no voy a negarlo, pues la Justicia le mató, no yo sola.

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Comprendo que hago cosas impropias de mi edad y que no me corresponden. Pero tu malquerencia y tus actos me obligan a realizarlas a la fuerza, que con hechos vergonzosos cosas vergonzosas se aprende.

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¡Salve, oh señora! Vengo trayendo gratas nuevas para ti y para Egisto de parte de un amigo. […]

Ha muerto Orestes.

¡Me perdí, desdichada, nada soy ya!

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¡Oh Zeus! ¿Qué es esto? ¿Acaso diré que fortuna o desgracia, aunque a la vez ventaja? Triste es que con mis propios males salve la vida.

¿Acaso os parece que se va sufriendo y con dolor a llorar y lamentar terriblemente, la desdichada, al hijo muerto así, y que no va riéndose?

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¿Dónde están los rayos de Zeus,

dónde el radiante Sol,

si viendo estas cosas

las ocultan en calma?

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Está Orestes entre nosotros, sábelo oyéndolo de mí […] Cuando me acerqué a la antigua tumba de nuestro padre […] ve en la cima del túmulo un rizo cortado de joven cabello. […] Sé bien que esta ofrenda no puede venir sino de él.

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¿Qué te pasa? ¿No te doy alegría al decir esto?

Ha muerto, oh desgraciada; la salvación de él esperada se te va; no vuelvas a él tus ojos.

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Nos hemos quedado solas […] ¡Ea, querida, hazme caso, ayuda a tu padre, socorre a tu hermano, sácame a mí de males, sácate a ti misma, comprende, al fin, que vivir en deshonra es deshonroso para los que bien nacieron!

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¿Por qué al ver a las más inteligentes aves del cielo cuidarse del alimento de quienes nacieron y de quienes bien reciben, no damos el mismo pago?

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Venimos trayendo, como ves, los restos exiguos en breve urna […] este vaso guarda su cuerpo.

¡Oh, último recuerdo del que en vida fue Orestes, con qué esperanzas te recibo […]! Pero ahora contigo muerto, se acaba esto en un solo día, porque todo lo has arrebatado de golpe, como vendaval, al marcharte…

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¿Dónde está la tumba de aquel desgraciado?

No hay, porque del que está vivo no hay

tumba.

¿Entonces vive él?

Si vivo estoy yo.

¿Acaso eres tú?

Mira este sello de mi padre y comprueba si

digo verdad.

¡Oh día el más querido!

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¡Ah retoño,

retoño de los que más quiero,

Llegaste al fin,

hallaste, viniste y viste

a los que querías! […]

Para mí todo el tiempo,

todo el tiempo sería el que

necesitaría en justicia

para proclamar tales cosas;

pues con trabajo obtuve

ahora libre boca.

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Pero que nuestra madre no te descubra por tu cara alegre, cuando entremos en la casa; laméntate más bien por esta desgracia fingida.

Ahora es la ocasión de obrar; ahora Clitemnestra está sola, ahora no hay ningún hombre dentro…

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Ved por donde avanzaAres respirando inexorable sangre, acaban de entrar bajos los techos del palacio las vengadoras de malas acciones, perras a las que no se escapa. De modo que no aguardará ya por mucho tiempo en el aire el sueño de mi corazón.

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Pues con furtivo pie el defensor de los muertos se introduce en palacio,en el hogar de antigua riqueza de su padre,llevando en sus manos muerte recién afilada;y el hijo de Maya, Hermes,le conduce, ocultando la insidia en la sombra, hasta el propio fin, y ya no aguarda.

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¡Ay, ay moradas vacías de amigos, pero llenas de quienes me matan! […] ¡Hijo, hijo, perdona a tu madre! […] ¡Ay de mí, me hieren!

¡Dale, si puedes, doble herida!

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Se cumplen las maldiciones; viven los que yacen bajo tierra; y toman en pago la sangre de los matadores los que antaño murieron.

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Tú, llámame a Clitemnestra, si está en casa.

¡Ay de mí, qué veo![…] ¡Ay de mí, comprendo el enigma! ¡No puede ser otro que Orestes el que me habla!

Delante de ti está, no la

busques en otro sitio.

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¡Oh, raza de Atreo, cuánto padeciste para llegar, al fin, a la libertad que logras con el esfuerzo de ahora!