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E l b a R o j a s c a m u s

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© Elba Rojas Camus, 2016Inscripción N° 151.670ISBN 978-956-17-0701-6

Tirada: 500 ejemplaresDerechos Reservados

Ediciones Universitarias de ValparaísoPontificia Universidad Católica de ValparaísoCalle 12 de Febrero 21, Valparaíso E.mail: [email protected]

Dirección de Arte: Guido Olivares S.Diseño: Mauricio Guerra P. / Alejandra Larraín R.Corrección de Pruebas: Osvaldo Oliva P.

Impreso en Salesianos S. A.

HECHO EN CHILE

E stos breves cuentos han sido narrados a niños que aún no sabían leer. Cada noche los pedían y ¡que no le cam-biaran el final! Los pequeños crecieron y ahora saben

leer ¡alárgalo! tú puedes, dicen. Ellos y todos sus amigos, de siete a nueve años, pueden entrar solos al mundo del cuento, arreglar la historia, vivir con el personaje o descubrir algo nue-vo. Las dedicatorias son simbólicas, en nombre de todos y cada uno de estos pequeños lectores. La mariposa los paseará por el mundo que ellos vislumbren; la chinita los llevará más lejos, a otros planetas no cibernéticos; la abejita, con su desapego al esfuerzo, les sugerirá la necesidad del trabajo personal y en comunidad. El Reloj mágico, las Ranitas con su Do mi sol, El amigo de carlitos, los Niños jugando en sus Troncos, los tres Perritos y el Pollo Negro, posiblemente ya estén formando parte de sus vivencias y lecturas escolares. ¡Niños! Reciban este libro, estamos seguros que ustedes harán otros mejores.

El Clavileño de los Niños

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El abuElo DE soFÍa 9

la maRIPosa REINa Y sus aYuDaNTEs 13

la cHINITa cHIlENsIs QuE FuE a la luNa 15

la abEjITa INDEcIsa 19

El TIc Tac Y las HoRas DEl REloj mÁGIco 23

Do mI sol 27

El FIEl amIGo DE caRlITos 31

El claVIlEÑo DE los NIÑos 35

los TREs PERRITos Y El Pollo NEGRo 43

Índi ce

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El abuelo de Sofía

S ofía adoraba a su abuelo; también a su abuela. Y los llamaba así, con este nombre genérico: abuelo-abue-la. Ellos decían que era lo más maravilloso del mundo

ser nombrados así por ella (con su vocecita): abuelo-abuela; nada de nonos u otros nombres.

¿Quién era Sofía, entonces? Una preciosa niñita (para otras personas que no fueran sus abuelos o sus padres, era una pequeña como tantas): menuda, sonrosada, de cabello rojizo y enrulado que aprendió a caminar y a hablar recién cumpli-do el año (en realidad los nombró mucho antes de dar los primeros pasos): los conquistó antes de conocerlos, como suele suceder con todos los abuelos. Pero ella se aficionó tanto a ir a su casa, o que ellos la fueran a buscar, primero a la Sala Cuna, luego al Jardín In-fantil que, cuando aprendió a pedir decía: “quiero casa abuelo-abuela”, y..., bueno, esto fue algo problemático, ya que ella con sus padres (ambos trabajaban), se fueron a vivir a otra ciudad algo lejana “¡lejos, lejos!”, decía (tenía tres años); y las cuentas del teléfono fueron altas, los primeros meses de separación: ella no quería cortar la conversación y les can-taba, luego decía: “espera abuelo, otra

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canción: escucha”. Y, claro, ella es muy cariñosa y entonada ¿quién no le iba a escuchar: “a cantar a una niña, yo le ense-ñaba...”?

–”¡Y un beso en cada nota, ella me daba...” (seguía él). Bueno, bueno, ahora sí, un beso y hasta mañana... -se despedía el abuelo.

–Espera, espera, ahora quiero cantarle a la abuela... y así pa-saron los meses, y ya lograban despedirse un poco más rápi-do, porque, en todo caso no podían dejar de llamarse.

Un día, el abuelo se enfermó. Al poco tiempo, trajeron a Sofía a visitarlo, porque no dejaba en paz a sus padres, pregun-tando por él. En realidad el malestar del abuelo era pasaje-ro, pero ella quería verlo. Cuando llegó, se instaló a su lado: “para cuidarlo”, dijo. Él, convaleciente, había estado leyendo.

–Abuelo, por qué tienes anteojos –le preguntó.

–¡Para verte mejor! –le dijo él en un tono especial.

–¡Ah! –rió ella, entendiendo en sus pocos años, y siguiendo el juego que antes inventó con él, cuando le servía de “caba-llito”.

–Y, ¿por qué, tienes... esto en las orejas tan grandes? –(señaló los audífonos)

–¡Para oírte mejor! –agregó el abuelo, muerto de la risa.

–¡Ah!, y esos dientes tan... ¿son todos tuyos? (indagó ella, tratando de alargar el juego)

–¡Para comerte mejor! –Eludió responder. Y reían sin parar.

Así, en una tarde feliz, ella le pidió que pusiera el video de Blanca Nieves, su preferido. En el fondo era para continuar el juego con el abuelo. Haciéndose la dormida, ella se tendió a los pies de la cama (antes puso algunos juguetes alrededor de sí: “son los enanitos,, llorando”, dijo), hasta que el abuelo (el príncipe o pímpice como decía antes de poder pronunciar bien) le dio un beso, muy cerca de la boca, y Blanca Nieves Sofía despertó. Y daba un beso a cada enano en la cabeza: no quería parar de jugar.

El abuelo mejoró, después de esta ansiada visita, y se quedó pensan-do en que era muy bueno que los nietos todavía vivieran las fanta-sías, la música y el amor.

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