El Trastorno de Los Sentidos

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El trastorno de los sentidos: emergencias de la ciudad muerta en la obra de Julio Ramón Ribeyro EVA MARÍA V ALERO En el contexto cultural del fin de siglo europeo la impresión estética de la ciudad lejana, que se mantuvo invulnerable ante los efectos de la industrialización, generó en la literatura la visión simbolista de la ciudad muerta. Para plantear la recuperación literaria de este motivo en la obra de Julio Ramón Ribeyro, es preciso ubicar el nacimiento y las características de este tópico que singulariza la esencia crepuscular del período de entre- siglos. Un período en el que la crisis de valores y la desconfianza en el ilimitado creci- miento del sistema capitalista crearon en Europa el ambiente propicio para el desarrollo en las artes de movimientos como el simbolismo, el decadentismo, el esteticismo, etc., inmersos en un espíritu similar al del 98 español. Pero antes de remontarnos a los orígenes literarios de la ciudad muerta, y para situar a Ribeyro en relación al tema propuesto, es necesario advertir la presencia de una cons- tante en la perspectiva urbana de su narrativa: tanto en sus cuentos como en sus novelas, Ribeyro proyecta el enfoque insistente de los espacios antiguos que sobrevivieron a la invasión modernizadora iniciada a finales del siglo XIX. Pero normalmente constriñe la visión de la ciudad antigua a meros elementos disgregados o dispersos en ciudades modernizadas como Lima o París. Sin embargo, en dos de sus cuentos (“Los jacarandás” y “La piedra que gira”) crea una protagonista de excepción: la vieja ciudad —mágica y muerta— recreada en ambos espacios, peruano y europeo; dos ciudades detenidas en un tiempo aletargado que les confiere un inquietante aspecto fantasmal. En un excelente estudio de Miguel Ángel Lozano, titulado “Una visión simbolista del espacio urbano: la ciudad muerta” 1 , encontramos una explicación sobre ese proceso de transformación de algunas ciudades europeas durante el siglo XIX, que coincide ple- namente con el contexto histórico retratado por Ribeyro en sus relatos: El siglo XIX había visto, como primera y principal consecuencia del industrialismo, el acelerado desarrollo y la rápida mutación de no pocas ciudades, lo que fue saludado por una burguesía ansiosa de progreso y orientada por la noción de utilidad. Pero a finales de siglo se observa una reacción frente a esos nuevos ambientes e ideas: el mundo industrial y 1 Miguel Ángel Lozano, “Una visión simbolista del espacio urbano: la ciudad muerta”, en José Carlos Rovira y José Ramón Navarro (eds.), Actas del I Coloquio Internacional “Literatura y espacio urbano” (1993), Alicante, Fundación Cultural CAM, 1994, págs. 60-73.

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El trastorno de los sentidos

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  • El trastorno de los sentidos: emergencias de la ciudad muertaen la obra de Julio Ramn Ribeyro

    EVA MARA VALERO

    En el contexto cultural del fin de siglo europeo la impresin esttica de la ciudadlejana, que se mantuvo invulnerable ante los efectos de la industrializacin, gener en laliteratura la visin simbolista de la ciudad muerta. Para plantear la recuperacin literariade este motivo en la obra de Julio Ramn Ribeyro, es preciso ubicar el nacimiento y lascaractersticas de este tpico que singulariza la esencia crepuscular del perodo de entre-siglos. Un perodo en el que la crisis de valores y la desconfianza en el ilimitado creci-miento del sistema capitalista crearon en Europa el ambiente propicio para el desarrolloen las artes de movimientos como el simbolismo, el decadentismo, el esteticismo, etc.,inmersos en un espritu similar al del 98 espaol.

    Pero antes de remontarnos a los orgenes literarios de la ciudad muerta, y para situara Ribeyro en relacin al tema propuesto, es necesario advertir la presencia de una cons-tante en la perspectiva urbana de su narrativa: tanto en sus cuentos como en sus novelas,Ribeyro proyecta el enfoque insistente de los espacios antiguos que sobrevivieron a lainvasin modernizadora iniciada a finales del siglo XIX. Pero normalmente constrie lavisin de la ciudad antigua a meros elementos disgregados o dispersos en ciudadesmodernizadas como Lima o Pars. Sin embargo, en dos de sus cuentos (Los jacarandsy La piedra que gira) crea una protagonista de excepcin: la vieja ciudad mgica ymuerta recreada en ambos espacios, peruano y europeo; dos ciudades detenidas en untiempo aletargado que les confiere un inquietante aspecto fantasmal.

    En un excelente estudio de Miguel ngel Lozano, titulado Una visin simbolistadel espacio urbano: la ciudad muerta 1, encontramos una explicacin sobre ese procesode transformacin de algunas ciudades europeas durante el siglo XIX, que coincide ple-namente con el contexto histrico retratado por Ribeyro en sus relatos:

    El siglo XIX haba visto, como primera y principal consecuencia del industrialismo,el acelerado desarrollo y la rpida mutacin de no pocas ciudades, lo que fue saludado poruna burguesa ansiosa de progreso y orientada por la nocin de utilidad. Pero a finales desiglo se observa una reaccin frente a esos nuevos ambientes e ideas: el mundo industrial y

    1 Miguel ngel Lozano, Una visin simbolista del espacio urbano: la ciudad muerta, en Jos CarlosRovira y Jos Ramn Navarro (eds.), Actas del I Coloquio Internacional Literatura y espacio urbano (1993),Alicante, Fundacin Cultural CAM, 1994, pgs. 60-73.

  • el pragmatismo inherente a la mentalidad positiva iban dejando fuera de circulacin valo-res e ideales; pero tambin ambientes y paisajes. Las ciudades iban perdiendo para algu-nos su encanto ntimo, una identidad que proceda de su tradicional organizacin socialy de su idiosincrasia artstica y cultural, para convertirse en esas modernas metrpolis queelevaban edificios, alineaban calles a cordel, manchaban el cielo con chimeneas, suplanta-ban con sirenas el secular sonido de las campanas, y alejaban de su centro a los desfavore-cidos de la fortuna para relegarlos a los arrabales de la miseria y la desesperanza: todo undespliegue de arrogancia y mediocridad burguesa, deshumanizacin cruel y fealdad estti-ca, en nombre de lo til y racional o razonable2.

    Quien conozca la obra de Ribeyro podr reconocer en estas palabras ambientes tpi-camente ribeyrianos. Ante la avalancha de una naciente modernidad deshumanizada ydesencantada, Ribeyro traz, en su narrativa, la nueva faz de una ciudad gris y desborda-da en las grandes barriadas que se formaron en las faldas de los cerros desde los aos 40.Pero, al mismo tiempo, rescat los ltimos vestigios de la ciudad antigua, lugares queparecen encerrar un enigma, una sabidura perdida; en definitiva, espacios mticoscomo pueden ser la catedral de Notre Dame en Pars, o la huaca Juliana en Lima, esesepulcro de los antiguos indios que aparece representado, en el cuento titulado Los euca-liptos, como el espacio del enigma, e identificado como una ciudad muerta:

    La huaca estaba para nosotros cargada de misterio. Era una ciudad muerta, una ciu-dad para los muertos. Nunca nos atrevimos a esperar en ella el atardecer. [...] A la hora delcrepsculo [...] cobraba un aspecto triste, pareca enfermarse y nosotros huamos despavo-ridos por sus faldas. Se hablaba de un tesoro escondido, de una bola de fuego que alumbra-ba la luna. Haba, adems, leyendas sombras de hombres muertos con la boca llena de espu-ma3.

    Sin embargo nos dir Ribeyro, hasta la huaca Juliana fue recortada y al finalqued reducida a un ridculo tmulo sin grandeza, sin misterio 4. El escritor identificaeste lugar con la ciudad muerta con el fin de transmitir, a travs de ese espacio simbli-co, el proceso de transformacin de la fisonoma urbana limea, afectando incluso a losespacios mticos del pasado prehispnico que haban sobrevivido en la ciudad colonial.Claro est, el objetivo de una buena parte de su narrativa se centra en transmitir el proce-so de disolucin de aquella Lima que, como escribi el cronista Jos Glvez, fue, duran-te la Colonia, una ciudad muerta. Hasta que lleg el pomposo tiempo de las calesas, elnico ruido urbano fue el de las campanas 5.

    Realizada esta introduccin sobre la perspectiva urbana adoptada por Ribeyro,remontmonos a los orgenes del topos simbolista de la ciudad muerta. Es a finales delsiglo XIX y principios del XX cuando se configura este motivo como tema literario, con-cretamente su origen se encuentra en la obra del escritor belga Georges Rodenbach, quienabre el tema de la ciudad como estado de nimo partiendo de la expresin de Amiel: Un

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    2 M. . Lozano, art. cit., pg. 64.3 Julio Ramn Ribeyro, Los eucaliptos, Cuentos completos, Madrid, Alfaguara, 1994, pg. 117.

    Partiendo de esta edicin, en las siguientes citas de cuentos de Ribeyro consignamos el ttulo del relato y la pgi-na en la que se encuentra el fragmento.

    4 J. R. Ribeyro, Los eucaliptos, ed. cit., 120.5 Jos Glvez, Una Lima que se va, Lima, Euforin, 1921, pg. 33.

  • paisaje es un estado de nimo, tan difundida a partir del romanticismo. Rodenbach,poeta, novelista y dramaturgo, supo utilizar en sus poemas explica Lozano imge-nes tomadas de ambientes urbanos para sugerir estados de nimo y sensaciones comple-jas, y dichos ambientes se corresponden con visiones y lugares reconocibles de las viejasciudades flamencas 6.

    Es en la obra de Rodenbach titulada significativamente Brujas la muerta (1892),donde el motivo se convierte en topos reconocible7. La imagen es muy concreta: es la ciu-dad melanclica y brumosa, con su hechizo de horizontes tristes y grisceos, la vaguedadimpresionista en el ensueo de sus calles o su moroso ritmo de lugar adormecido; ensuma, una ciudad provinciana y murmuradora cuyo sonido opaco de campanas es su len-guaje y se fusiona con el mortecino silencio de su ambiente.

    La combinacin de todos estos rasgos exacerba la concepcin literaria de la urbecomo objetivo ltimo, a travs de la creacin de la ciudad como estado de nimo. En ella,la hiperestesia de los sentidos deriva en un proceso de introspeccin que identifica final-mente las peculiaridades sensitivas de la ciudad con las del propio personaje. Rodenbachlo manifiesta, de forma explcita, en la advertencia preliminar de su Brujas la muerta:

    En este estudio pasional, hemos querido evocar [...] principalmente, una Ciudad, laCiudad como un personaje esencial, asociado a los estados de alma; personaje que aconse-ja, disuade y determina a obrar.

    De esta manera, en la realidad, esta Brujas que nos hemos complacido en elegir, apa-rece casi humana... Se establece un ascendiente que va de ella a los que en ella residen.

    Ella los moldea segn sus parajes y campanas.He aqu lo que hemos deseado sugerir: la Ciudad orientando una accin; no conside-

    rar sus paisajes urbanos como un mero cuadro de fondo o como temas descriptivos escogi-dos algo arbitrariamente, sino ligados al accidente mismo de la narracin8.

    Este planteamiento coincide, en su significacin fundamental, con la perspectivaurbana propuesta por Ribeyro a lo largo de toda su obra: La Ciudad como personaje esen-cial, la Ciudad orientando las acciones de los personajes, la Ciudad sugerida ligada al per-sonaje que la habita, son algunas de las claves bsicas de la construccin de la ciudad enRibeyro, pero en los relatos citados en Los jacarands y en La piedra que gira,dichas claves se proyectan sobre un escenario indito: la ciudad antigua, misteriosa ymgica, donde la concepcin anmica de sus paisajes parece exacerbarse en la hipereste-sia de sus habitantes.

    En el perodo de entresiglos, otros muchos autores europeos centran sus obras en eltopos de la ciudad muerta: La ciudad muerta de DAnnunzio (1898), La muerte deVenecia de Maurice Barrs (1903), Greco o el secreto de Toledo tambin de Barrs

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    6 Miguel ngel Lozano Marco, art. cit., pg. 60. Entre los libros de poemas de Rodenbach, Lozano des-taca La jeunesse blanche (1886) o Le rgne du silence (1891), Vies encloses (1896) y Le miroir du ciel natal(1898).

    7 Entre las obras de Rodenbach en las que recrea ciudades habitadas por la melancola como espaciosasociados a la introspeccin destacan los libros de poemas Vies encloses (1896) y Le miroir du ciel natal (1898);las novelas Le carrilloneur (1897), LArt en exil (1899), y los dramas Le voile (1893) y Le Mirage (1898); todosellos relacionados con Brujas la muerta.

    8 Georges Rodenbach, Brujas la muerta, Barcelona, Montaner y Simn, 1972, pgs. XIII-XIV.

  • (1912), La voluntad de Azorn (1902), o Camino de perfeccin de Po Baroja (1902), etc.En todas ellas, la sensibilidad que produce el ambiente potencia la imagen de ciudadesdonde se pueden experimentar sensaciones refinadas9. Esa imagen la plasmaron tambinpintores de la Espaa negra como Daro de Regollos o Ignacio Zuloaga, quienes com-partieron el gusto de los escritores del fin de siglo espaol por las viejas ciudades pro-vincianas. Un motivo esttico que responde a la psicologa de la derrota y se convierte enexpresin de la nostalgia y la aoranza de las costumbres antiguas que el industrialismohaba hecho desaparecer en muchas ciudades. As, la literaria ciudad muerta ser a la vezun ideal esttico y humano.

    Desde este punto de vista, la historia literaria de las ciudades muertas no slo se ibaa desarrollar en Europa sino que traspasara las fronteras del ocano para reaparecer en laliteratura latinoamericana, y concretamente en la obra de los ms destacados escritoresperuanos. Sin duda, el contexto histrico que clausura el siglo XIX peruano determina, enbuena medida, la aparicin de esta orientacin temtica en la literatura que se escribe enaquellos aos. En el Per finisecular, determinantes acontecimientos histricos como laderrota de la Guerra del Pacfico contra Chile (1879) o el comienzo de la modernizacinde la antigua ciudad colonial, crean el ambiente propicio para la aparicin de un discursoliterario que se duele ante la prdida de los espacios y costumbres tradicionales y se refu-gia en la descripcin de los tiempos pretritos. En este mbito, un escritor fundamental delas letras peruanas como es Abraham Valdelomar escribe La ciudad muerta y La Ciudadde los Tsicos (1911). La primera es una novela corta cuyo ttulo est tomado del dramade DAnnunzio La citt morta y en ella puede percibirse una mezcla de diversosinflujos, con caractersticas de la lrica modernista entremezcladas con una sensualidaddannunziana y la creacin de personajes fantasmagricos al modo de Poe. En La Ciudadde los Tsicos Valdelomar aade a estas influencias un estilo ms personal, que se con-creta en rasgos de inocente ternura y en la localizacin de espacios peruanos, as como enun sentido crepuscular que se refleja, por un lado en la capital, mediante la recreacin delexotismo de principios de siglo, y por otro, en un pueblo de tuberculosos donde los pro-blemas se plantean con una suave y delicada tristeza, como una ensoacin melanclica10.Quiz uno de los ejemplos ms emblemticos lo encontramos en el segundo captulo, Laquinta del Virrey Amat:

    Hemos atravesado la ciudad. El coche nos ha llevado sobre el puente, ha descendidovertiginoso y se ha perdido en empedradas y terrosas callejuelas hasta llegar a una gran ave-nida rodeada de mseras casuchas y casas-quinta. Luego una bocacalle estrecha y una pla-zoleta rodeada de sauces aosos, un arroyo pobre y desbordado y en el fondo el palacio delvirrey Amat [...].

    Pero su mayor encanto no est en los salones ni en los estucados, ni en los mrmolesde las escalinatas, ni en los barandales. Est en los jardines. Es all donde vive serena y

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    9 Miguel ngel Lozano, en el citado estudio, analiza el topos de la ciudad muerta en la literatura espa-ola de principios del siglo XX, destacando ciudades como Toledo, Segovia, vila, Soria, Crdoba, Santiago deCompostela..., en las obras de autores como Azorn, Baroja, Unamuno, Machado, y otros en los que se recono-ce esta orientacin temtica, como Enrique de Mesa, Enrique Dez-Canedo o Andrs Gonzlez Blanco.

    10 Augusto Tamayo Vargas, Literatura peruana III. Del posmodernismo/Del Per Contemporneo,Lima, Peisa, 1993, pgs. 698-699.

  • silenciosa toda el alma de los tiempos pretritos. Los huertos esos pequeos parasos denuestros padres coloniales an viven y conservan, como ste del Virrey, todo el encanta-dor y sano refinamiento de esa poca...11.

    A partir de estas primeras dcadas del siglo, la ciudad muerta aparecer como pro-tagonista o circunstancialmente en la obra de otros escritores peruanos. Por ejemplo, en1912 Ventura Garca Caldern, desde Pars, evocaba su Lima natal con rasgos caracters-ticos del topos en su potica Elega, donde aboca el lirismo de su prosa autobiogrficapara realzar la imagen finisecular de la ciudad:

    En mis noches solitarias se levanta la imagen de una ciudad remota, polvorienta ycasi muerta, donde las horas caen con sonido ritual sobre plazas lunticas y por las callesdormidas que atraviesan los gatos como trasgos de una edad medrosa, la sombra de lasventanas de reja est encendida de amor12.

    Posteriormente, otros escritores peruanos inciden en el tema de la ciudad crepuscu-lar mediante la descripcin evocadora de los balnearios limeos, pequeos reductos en losque perviva cierto espritu apacible y tranquilo de la antigua ciudad virreinal. As, la des-cripcin del balneario buclico se convierte en una tradicin urbana en la literatura perua-na de principios de siglo: desde algunos poemas de Jos M Eguren y las citadas obras deValdelomar u otras de Manuel Beingolea en las primeras dcadas del siglo, hasta las evo-caciones de Martn Adn y Jos Dez-Canseco desde finales de los aos 20.

    Sin duda, Valdelomar marca el inicio de esta tradicin, no slo en su literatura sinotambin en manifestaciones como la que sigue:

    Qu le gusta ms de Barranco? le pregunt Garca Salazar al Conde de Lemos. Yste le respondi:

    El rincn azul de los jacarands; las avenidas sobre el mar, las noches de luna sin laprofanacin del voltio y del amperio; sus calles arboladas sin la insultante velocidad delcaballo de fuerza...13.

    Por su parte, Martn Adn en La casa de cartn (1928) subraya la oposicin entreel escenario barranquino y el paisaje limeo. Frente a la ciudad tumultuosa, en La casa decartn se alza tambin esta otra imagen del balneario tranquilo y silencioso, donde toda-va subsisten los colores y sus matices, las calzadas de piedra, las campanas y las carre-tas. El deleite sensorial preside la perspectiva urbana trazada por Martn Adn en elsiguiente fragmento, en el que aparecen elementos o reminiscencias del tpico de la ciu-dad muerta:

    Resplandece el yeso de las calles el blanco, el amarillo, el verde claro, el azul celes-te, el gris perlino los colores perfectos, prudentsimos, de las casas de Barranco. [...] La

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    11 Abraham Valdelomar, La ciudad de los tsicos y otros relatos, Lima, Meja Baca, 1958, pg. 13. Lacursiva es nuestra.

    12 Ventura Garca Caldern, Obra literaria selecta, Caracas, Ayacucho, 1989, pgs. 6-7. 13 Alfredo Garca Salazar, Con Abraham Valdelomar en el parque de Barranco, Balneario, 14 de enero

    de 1917, en Willy Pinto Gamboa (recop.), Semblanza y contrapunto del reportaje, Lima, Universidad NacionalFederico Villarreal, Lima, 1973, pg. 46. Cit. en la introduccin de Jorge Aguilar Mora a Martn Adn, El mshermoso crepsculo del mundo (antologa), Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1992, pg. 19.

  • campana de la una del da deshace en el aire fofo su borra de sonido, y cae sobre Barrancoen vuelo de parvas, leves blancuras plumn de la hora que vol al mar. Fin de almuerzo quees soledad de calles, y argentino, clido silencio, y rebrillar de calzadas de redondas pie-dras aurferas, de piedras de lecho de ro, sedientas y acezantes. Una carreta se lleva en suchirriar y en su golpear toda la fiebre de un jirn de calles que se han recorrido [...]. Y untranva canta con toda el alma con la guitarra del camino de Miraflores, parda, jaranera, tris-tona, con dos cuerdas de acero, y en el cuello de ella, la cinta verde de una alameda que bateel aire del mar. Tranva, zambo tenorio...14.

    La siguiente descripcin de Jos Dez-Canseco en su novela Suzy tambin revive eseplacer de los sentidos en las calles arboladas y los jardines perfumados de Barranco:

    Barranco: solaneros vestbulos inmensos guardados por altas rejas; festoneados dehelechos de altas macetas suspendidos; con hamacas coloridas; con tarjeteros de pajas japo-nesas [...]. Barranco; paz calurosa de vacaciones marinas, en que canta la somnolencia delas campanitas de la iglesuca que rige clrigo beato y sacristn celestino [...]. Barranco:desiertas callejas por las que discurren pesadas carretas, algeras carretas, levantando con elrestallar de los ltigos el vuelo de las palomas que cantan sotto-voce: currucuc [...].Jacarands que tejen lilas alfombras entre las bancas de la tarde romntica [...]. Parqueundoso con la brisa que remueve sebes rojizas, verduzcas, grises [...]. Aroma de algas, delluvia de acequias parleras que dan de beber a los sauces santurrones de este pueblo santu-rrn, tambin, y beato15.

    El nuevo eslabn en la progresin de este ciclo se encuentra en Julio RamnRibeyro, quien, habiendo nacido en 1929, evoca a partir de la dcada del 50, en determi-nados momentos de su escritura, el paisaje de otro balneario, el Miraflores de su niez,tambin representado como paisaje idlico. Pero el contraste no es ya con la Lima bullan-guera y despersonalizada sino con el propio tiempo del autor, cuando la avalancha delprogreso alcanza incluso al buclico espacio del balneario y despide los ltimos aleteosde la poesa que permaneca refugiada en esa arcadia limea. Ahora bien, como ya heanunciado, la clara reelaboracin del tpico de la ciudad muerta en la obra de Ribeyro seencuentra en dos relatos concretos.

    Cerrando, pues, el lbum de ciudades muertas escritas en la poca que rodea el cam-bio de siglo, abrimos ahora el de Ribeyro, con las imgenes de dos ciudades: la peruanaAyacucho en Los jacarands y la francesa Vzelay en La piedra que gira, ambas, ciu-dades cuyo proceso histrico deriv en su aislamiento con respecto a las rutas de lamodernidad. Tanto en Los jacarands como en La piedra que gira, Ribeyro realza conespecial inters los rasgos de ciudad mgica a travs de la creacin de lugares mticos enlos que se puede intuir el alma de las cosas, desvanecida en la ciudad modernizada, dondeel escritor senta la multiplicacin de lo idntico a la manera de Baudelaire, como prdi-da del aura. La ciudad antigua ofrece la posibilidad de indagarla y escudriarla en suaspecto ms sustancial e ntimo, pues en ella la ausencia de mscaras pone al descubier-to esas piedras en las que descansa su alma imperecedera y eterna. De alguna manera,

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    14 Martn Adn, La casa de cartn, ed. cit., pgs. 326-327. La cursiva es nuestra.15 Jos Dez-Canseco, Suzy, pgs. 37-38. Cit. en la introduccin de Jorge Aguilar Mora a Martn Adn,

    ibidem, pg. 20.

  • Ribeyro, en estos cuentos, hace visible para el lector esa urbe sumergida y fragmentadaen el seno de la ciudad moderna, ya sea Lima, Pars u otra ciudad europea; espacio lite-rario en el que su escepticismo lleno de melancola se expresa a travs de estos nuevosmbitos de la soledad. La vieja ciudad, invisible o flotante, o desvanecida en el aire de lanueva metrpolis, es la ciudad del enigma que Ribeyro nos presenta ahora en toda su inte-gridad; desconoce el espejismo o la mscara, y su manera de ser extempornea anamagia y muerte como baluartes de una idiosincrasia indmita, que no sucumbe ante elpoder devorador del tiempo.

    Ambos relatos son dos modelos de reelaboracin del tpico simbolista que nosocupa. Y, en el caso de Los jacarands, el parecido argumental y ambiental con la nove-la de Rodenbach, Brujas la muerta, convierte este cuento en el ejemplo ms claro de cons-truccin del topos en la tradicin urbana que estamos fijando.

    En los dos relatos la ciudad no slo es fsicamente imperecedera, sino que tambinlo es desde el punto de vista de sus habitantes y sus costumbres, tal y como se observa,por ejemplo, en los siguientes fragmentos de Los jacarands:

    Lorenzo haba olvidado las costumbres de la ciudad. Se viva de acuerdo a un orden viejo,enigmtico, plagado de hbitos aberrantes. El mdico recoga a los viajeros del aeropuerto en sucamioneta, el alcalde tocaba tambor en las procesiones, el dicono curaba orzuelos y ueros, el obis-po sala los domingos con un caballete para pintar paisajes campestres...16

    Los zaguanes de las antiguas mansiones coloniales estaban ocupados ahora por pequeosartesanos que se obstinaban en perpetuar, sin mucha ilusin, oficios barrocos, cuyos temas princi-pales eran la iglesia, el retablo y el toro17.

    Si repasamos los rasgos constitutivos del tema de la ciudad muerta, se puede comprobar cmose cumplen todos y cada uno de ellos en los relatos citados. En primer lugar, la configuracin desr-tica de la ciudad, por ejemplo, en la siguiente descripcin de La piedra que gira:

    El edificio estaba cerrado, con restos de nieve que se deshelaba en el tejado.Era un pueblo pequeo, viejsimo, solitario, con calles estrechas y lgubres casas de piedra.

    A pesar de ser plena maana sus calzadas estaban desiertas. Dnde podan estar sus habitantes?Trabajando en el campo dijo Bernard. O tal vez encerrados en sus casas. No lo s. [...][...] La plazoleta estaba tambin desierta. Las dos tiendas de souvenirs estaban cerradas. [...]

    tuvimos que correr hasta el atrio de la iglesia. La puerta principal estaba cerrada18.

    Por otra parte, la ciudad nunca aparece descrita con detalle, al modo naturalista, sinoque se sugiere el ambiente con ciertos elementos que son los que constituyen el topos: lospaseos solitarios e introspectivos de los personajes, los indicios de un ambiente gris y llu-vioso, la imagen de una ciudad de casonas y palacios o cierta perspectiva de ciudad lev-tica, de cpulas y campanarios de iglesias y catedrales. En La piedra que gira pareceinsinuarse que el corazn del espacio de la ciudad muerta se encuentra en la catedral, sen-tido ste que se intensifica en la profunda identificacin de ese espacio con el estado denimo del personaje: al igual que el alma de Bernard el protagonista el corazn de laciudad se encuentra vaco y fro como una catacumba.

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    16 J. R. Ribeyro, Op. cit., pg. 373.17 J. R. Ribeyro, Op. cit., pg. 374.18 J. R. Ribeyro, Op. cit., pg. 274-275.

  • Asimismo, coincidiendo con Brujas la muerta de Rodenbach, en "Los jacarandsse identifica la ciudad con la esposa muerta del protagonista o con el propio personaje, locual responde al componente lrico caracterstico del topos, en el sentido de que todos loselementos del cuento giran en torno a la vida interior del personaje, as como tambin porel dilogo de ste con la ciudad, que se configura como protagonista esencial. La insi-nuada personificacin de la ciudad en el cuento de Ribeyro, responde a dos analogas muyclaras que se encuentran ya en Brujas la muerta: La ciudad con la esposa muerta deHugues el protagonista, y la del alma de este personaje con la ciudad; la mutuainfluencia entre el ambiente urbano y un estado de nimo 19. En el cuento La piedra quegira, la identificacin de la ciudad no es con la esposa sino con el hermano del persona-je central, muerto en la adolescencia.

    En otro sentido, la ciudad muerta es tambin en estos relatos una ciudad mgica,entendida como espacio generador de la alucinacin, sobre todo en Los jacarands. Denuevo el paralelismo con Brujas la muerta es evidente: en ambos casos el personaje, atra-pado por la confusin del espacio fantasmal, identifica de forma paulatina a una mujerdesconocida con la esposa muerta. La hiperestesia del protagonista en el Rincn de losMuertos significado de la palabra Ayacucho, tiene como consecuencia un trastornode los sentidos. Concretamente es la vista el sentido que se aturde cada vez que apareceMiss Evans, insinuando y dando a entender gradualmente la identificacin con la muerta:

    Lorenzo distingui una mujer que vena del barrio bajo, ondulando bajo el resplandorsolar. Durante un rato su visin se ofusc, hasta que reconoci a miss Evans, que avanzabahacia l...20

    Miss Evans, desde el otro extremo de la mesa, lo interrogaba.Lorenzo distingui su rostro, se le borr, volvi a verlo, esta vez claramente...21

    Ayacucho y Vzelay son, en definitiva, ciudades en las que el sujeto traza el enig-ma de su existencia. La impresin esttica del entorno urbano se convierte as en una per-sonificacin del mundo sensorial que identifica y determina el estado anmico de los per-sonajes. Y a travs de esa utilizacin simbolista del espacio urbano para la caracterizacinde los personajes, Ribeyro consigui dar continuidad a un tpico literario que en laEuropa del siglo XX dej de inquietar. La ciudad muerta deba reaparecer en la obra deRibeyro, si tenemos en cuenta que la concepcin de la ciudad como estado de nimo pre-side la perspectiva urbana de su narrativa; esa escritura silenciosa que en Los jacaran-ds y en La piedra que gira nos invita a sumergirnos en una afligida geografa urbanade la melancola y la desolacin.

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    19 M. . Lozano, art. cit., pg. 62.20 J. R. Ribeyro, Op. cit., pg. 374.21 J. R. Ribeyro, Op. cit., pg. 377.