EL SIMBOLO DE LA SOMBRA EN LA LITERATURAaparece la palabra sombra y son 294, con autores que van...

5
Los Cuadernos de Literatura EL SIMBOLO DE LA SOMB EN LA LITERATURA José García Parreño G oethe, Buenaventura, Ibn Arabi, Swe- denborg, vienen a coincidir en algo que parece ser una intuición universal. Ibn Arabi, el filóso hispano musulmán del siglo XI lo resume expresivamente: «la exis- tencia es un lio desplegado y el mundo un li- bro». Es decir, el universo y nuestra propia vida tienen un significado no aparente, un significa- do sólo comprensible en una especie de lectura macroscópica de los acontecimientos, en un desciamiento de los objetos. Este es un plan- teamiento sumamente atractivo que linda con disciplinas bien distintas, como la magia adivi- natori y la semiótica. Presupone, entre otras co- sas, la existencia de un contenido simbólico no ya del sueño o del discurso, como sabe el psi- coanalista, sino de la propia materia. Este preámbulo viene a cuento no sólo porque la sombra sea un símbolo, sino porque e des- pués de estas reflexiones cuando empecé a inte- resarme por la sombra. Antes de seguir adelante tal vez sea pertinente puntualizar lo que entien- do por signo y por símbolo. El signo correspon- de arbitrariamente a su significado. El símbolo, sin embargo, representa el sentido de su signifi- cado. Por ejemplo, un triángulo invertido de in- terior blanco y bordes rojos significa «ceda el_pa- so», pero una esra pulida simboliza la totali- dad y una cadena rota simboliza la libertad. El símbolo, pues, no es producto de una conven- ción sino que, esto lo dice Jung, es una rma inconsciente del pensamiento, una «hormona del sentido», escribe poéticamente Bachelard. La sombra es un símbolo y es también un - nómeno cotidiano regido por leyes sicas ele- mentales. Dejemos de lado por hoy las relacio- nes entre las leyes sicas y las leyes generales del pensamiento, que considero más bien pro- miscuas, y veamos simplemente a qué llama sombra un tratado de óptica. Sombra es «la proyección oscura que un cuerpo lanza en direc- ción opuesta a aquella por donde recibe la luz». En fin, lo que simboliza la sombra es bastante más complicado. De momento basta fijarse en la cantidad de expresiones que en castellano utili- zan la palabra sombra: mala sombra, estar a la sombra, el que a buen árbol se arrima..., hacer sombra, no ser ni la sombra, no estar ni a sol ni a sombra, ser la sombra de, etcétera. Y en la lite- ratura su presencia no es menos ecuente. O quizá por la misma razón que cuando uno se enamora de una mujer pelirroja no hace más 72 que ver pelirrojas por todas partes, yo encuentro la palabra sombra con una ecuencia que me parece, precisamente, asombrosa. He realizado un recuento de los títulos de libros publicados en castellano hasta enero de 1986 en los que aparece la palabra sombra y son 294, con autores que van desde Paul Eluard a Eugenio Trías, des- de Octavio Paz a Peter Weiss. El estudio del simbolismo de la sombra puede orientarse ndamentalmente en dos direccio- nes. Por un lado la sombra es utilizada como si- nónimo de oscuridad, de tiniebla. En este senti- do tendremos que relacionarla con una estruc- tura simbólica ndamental: la dualidad, los opuestos. Pienso que es una estructura nda- mental y no sólo en el terreno de lo simbólico: desde la lógica binaria de los ordenadores a la pareja humana, pasando por el bipartidismo, el Gordo y el Flaco, y la dialéctica de Hegel, mu- chas soluciones, concepciones y sistemas de in- terpretación se han resuelto en base dos. Decir que todas estas parejas de opuestos existen por analogía, por consecuencia, o más bien, por su- gerencia, que así se rman los nexos en este te- rreno, de la sencilla experiencia humana de la sucesión de la noche y el día, puede parecer una exageración. Pero hay algo que vale la pena sa- ber. Hay un símbolo muy conocido de oposi- ción-complementación: el Yin-Yang chino que representa por excelencia el dualismo, todo dua- lismo: muerte-vida, menino-masculino, pasi- vo-activo, húmedo-seco y oscuridad-luz, o som- bra-luz, como prefieran. Y resulta que Yin-Yang en chino significa literalmente «ladera en som- bra - ladera en claridad», refiriéndose a una montaña. Es decir, que los chinos, pueblo de proverbial sutileza, han elegido como símbolo de oposición-complementación justamente la pareja luz-sombra y no cualquier otra. No en balde. Analizar las resonancias del símbolo noc- turno, la compacta armonía de sus sugerencias, nos llevaría demasiado lejos. Basta decir que la noche es el momento de la pasividad ente a la actividad de la jornada, de la liberación del in- consciente al margen de la rula siempre «lu- minosa» de la razón, de la cóncava penumbra - menina ente a la incisiva claridad del varón. La sombra, en tanto en cuanto es sinónimo de oscuridad, se asociará a las connotaciones más típicas de ésta: muerte, maldad, ignorancia... y por antíasis, también al conocimiento extrarra- cional. Ejemplo de esto último es el murciélago colocado en el escudo de Valencia, emblema de «aquel que está ciego a las cosas del día» pero comprende, a direncia de los demás, las ocul- tas a la luz. La sombra tiene, sin embargo, signi- ficados más específicos. Contiene una clara alu- sión a lo espiritual. Como decía Wilde, «la som- bra es el cuerpo del alma». Esta idea de la som- bra como alma la comparten muchos de los pue- blos llamados primitivos. Los esquimales del Estrecho de Bering, tras matar a una ballena, pa- san unos días temiendo que «la sombra» de la

Transcript of EL SIMBOLO DE LA SOMBRA EN LA LITERATURAaparece la palabra sombra y son 294, con autores que van...

Los Cuadernos de Literatura

EL SIMBOLO DE LA

SOMBRA EN LA

LITERATURA

José García Parreño

G oethe, Buenaventura, Ibn Arabi, Swe­denborg, vienen a coincidir en algo que parece ser una intuición universal. Ibn Arabi, el filósofo hispano musulmán

del siglo XI lo resume expresivamente: «la exis­tencia es un folio desplegado y el mundo un li­bro». Es decir, el universo y nuestra propia vida tienen un significado no aparente, un significa­do sólo comprensible en una especie de lectura macroscópica de los acontecimientos, en un desciframiento de los objetos. Este es un plan­teamiento sumamente atractivo que linda con disciplinas bien distintas, como la magia adivi­natori y la semiótica. Presupone, entre otras co­sas, la existencia de un contenido simbólico no ya del sueño o del discurso, como sabe el psi­coanalista, sino de la propia materia. Este preámbulo viene a cuento no sólo porque la sombra sea un símbolo, sino porque fue des­pués de estas reflexiones cuando empecé a inte­resarme por la sombra. Antes de seguir adelante tal vez sea pertinente puntualizar lo que entien­do por signo y por símbolo. El signo correspon­de arbitrariamente a su significado. El símbolo, sin embargo, representa el sentido de su signifi­cado. Por ejemplo, un triángulo invertido de in­terior blanco y bordes rojos significa «ceda el_pa­so», pero una esfera pulida simboliza la totali­dad y una cadena rota simboliza la libertad. El símbolo, pues, no es producto de una conven­ción sino que, esto lo dice Jung, es una forma inconsciente del pensamiento, una «hormona del sentido», escribe poéticamente Bachelard.

La sombra es un símbolo y es también un fe­nómeno cotidiano regido por leyes físicas ele­mentales. Dejemos de lado por hoy las relacio­nes entre las leyes físicas y las leyes generales del pensamiento, que considero más bien pro­miscuas, y veamos simplemente a qué llama sombra un tratado de óptica. Sombra es «la proyección oscura que un cuerpo lanza en direc­ción opuesta a aquella por donde recibe la luz». En fin, lo que simboliza la sombra es bastante más complicado. De momento basta fijarse en la cantidad de expresiones que en castellano utili­zan la palabra sombra: mala sombra, estar a la sombra, el que a buen árbol se arrima ... , hacer sombra, no ser ni la sombra, no estar ni a sol ni a sombra, ser la sombra de, etcétera. Y en la lite­ratura su presencia no es menos frecuente. O quizá por la misma razón que cuando uno se enamora de una mujer pelirroja no hace más

72

que ver pelirrojas por todas partes, yo encuentro la palabra sombra con una frecuencia que me parece, precisamente, asombrosa. He realizado un recuento de los títulos de libros publicados en castellano hasta enero de 1986 en los que aparece la palabra sombra y son 294, con autores que van desde Paul Eluard a Eugenio Trías, des­de Octavio Paz a Peter Weiss.

El estudio del simbolismo de la sombra puede orientarse fundamentalmente en dos direccio­nes. Por un lado la sombra es utilizada como si­nónimo de oscuridad, de tiniebla. En este senti­do tendremos que relacionarla con una estruc­tura simbólica fundamental: la dualidad, los opuestos. Pienso que es una estructura funda­mental y no sólo en el terreno de lo simbólico: desde la lógica binaria de los ordenadores a la pareja humana, pasando por el bipartidismo, el Gordo y el Flaco, y la dialéctica de Hegel, mu­chas soluciones, concepciones y sistemas de in­terpretación se han resuelto en base dos. Decir que todas estas parejas de opuestos existen por analogía, por consecuencia, o más bien, por su­gerencia, que así se forman los nexos en este te­rreno, de la sencilla experiencia humana de la sucesión de la noche y el día, puede parecer una exageración. Pero hay algo que vale la pena sa­ber. Hay un símbolo muy conocido de oposi­ción-complementación: el Yin-Yang chino que representa por excelencia el dualismo, todo dua­lismo: muerte-vida, femenino-masculino, pasi­vo-activo, húmedo-seco y oscuridad-luz, o som­bra-luz, como prefieran. Y resulta que Yin-Yang en chino significa literalmente «ladera en som­bra - ladera en claridad», refiriéndose a una montaña. Es decir, que los chinos, pueblo de proverbial sutileza, han elegido como símbolo de oposición-complementación justamente la pareja luz-sombra y no cualquier otra. No en balde. Analizar las resonancias del símbolo noc­turno, la compacta armonía de sus sugerencias, nos llevaría demasiado lejos. Basta decir que la noche es el momento de la pasividad frente a la actividad de la jornada, de la liberación del in­consciente al margen de la férula siempre «lu­minosa» de la razón, de la cóncava penumbra fe­menina frente a la incisiva claridad del varón.

La sombra, en tanto en cuanto es sinónimo de oscuridad, se asociará a las connotaciones más típicas de ésta: muerte, maldad, ignorancia ... y por antífrasis, también al conocimiento extrarra­cional. Ejemplo de esto último es el murciélago colocado en el escudo de Valencia, emblema de «aquel que está ciego a las cosas del día» pero comprende, a diferencia de los demás, las ocul­tas a la luz. La sombra tiene, sin embargo, signi­ficados más específicos. Contiene una clara alu­sión a lo espiritual. Como decía Wilde, «la som­bra es el cuerpo del alma». Esta idea de la som­bra como alma la comparten muchos de los pue­blos llamados primitivos. Los esquimales del Estrecho de Bering, tras matar a una ballena, pa­san unos días temiendo que «la sombra» de la

Los Cuadernos de Literatura

ballena, es decir, su alma, les cause algún mal y por eso procuran no hacer ruido ni utilizar ins­trumentos incisopunzantes, para no enfurecerla ni herirla por descuido. Es frecuente que el sal­vaje considere su sombra en el suelo y su propio reflejo en el agua o en un espejo como su alma y en otros casos, como parte vital de sí mismos. De hecho en muchas lenguas indígenas de América del Sur, la misma palabra designa som­bra, alma e imagen. Los Dogon de Malí, unos brutos que sin la ayuda del telescopio habían descubierto un planeta de Sirio trescientos años antes de que lo hicieran los europeos, creen que el ser humano existe por la unión de una som­bra con su cuerpo y que la muerte no será más que la separación de ambos. Una separación tal vez solo transitoria. Los Shuswapa, los Kurnai, los Yuin, saben que si se daña la sombra se po­ne en peligro la vida del hombre. Los guerreros Mangaínos creen que al crecer y descrecer su sombra a las diferentes horas del día, crece y merma también su fuerza y su salud. Tras cono­cer estas noticias que nos brinda la antropología no resulta sorprendente comprobar cuán fre­cuente es la utilización de la sombra en la litera­tura para representar espíritus y almas de difun­tos. Y a en el Canto XI de la Odisea, Ulises, ne­cesitando de consejo, consulta a la sombra de Tiresias, el célebre adivino, que habita ahora en el país de los muertos. En la literatura clásica china la sombra del muerto, su espíritu, es un personaje tan frecuente como en la nuestra el pícaro. Y en el sentido ya comentado de que la

73

sombra detenta la esencia del ser es como mejor podemos entender ese fantástico fenómeno que es el teatro de sombras. Desde Turquía a Suma­tra ha sido durante siglos un teatro auténtica­mente popular aunque cada vez más debilitado. En él la figuración de la realidad se lleva a cabo con una de las realidades menos consistentes pero más metafóricas. Sombras de colores en al­gunos casos, pues usan materiales traslúcidos coloreados, sombras minuciosamente recortadas con las que se representan en ocasiones obras que duran toda una noche y en las que intervie­nen decenas y decenas de personajes.

Hay otro símbolo encerrado en la sombra, un símbolo central en la cultura de occidente: la au­sencia de realidad, la degradación de la realidad. Platón lo plasmó de una vez para siempre en aquella genial novela de ciencia ficción titulada La República. En el Mito de la Caverna se nos presenta a unos individuos que han tomado por la realidad lo que eran solamente sombras. Tras­ladar este principio a otras esferas es lo que ha hecho la mística del Islam. En esta doctrina toda la creación se considera una mera sombra de Dios. Toda forma visible no es sino una proyec­tada gracias a una luz superior. La mayor belleza humana no es, dice Ruzbahan, sino la sombra de Dios sobre la tierra. Es decir, para los Sufis nuestra luz no es sino la sombra de otra luz más intensa.

Finalmente veamos qué dice el psicoanálisis de la sombra. Jung, estudioso de los símbolos y su relación con el inconsciente, llamó sombra a los aspectos de la personalidad inconsciente que nos negamos a conocer y a aceptar. Cuando un individuo hace intento de ver su sombra se da cuenta, a veces con vergüenza, de cualidades e impulsos que niega en sí pero que puede ver claramente en otras personas: egoísmo, pereza mental, sensiblería. Si se siente una furia inso­portable cuando un amigo te reprocha una falta se puede estar seguro de que se está hablando de una parte de tu sombra. Pero si podemos re­chazar las críticas que los demás nos hacen, es más difícil soportar las que nos hacen nuestros propios sueños. Con frecuencia en los sueños aparece «la sombra» personificada en un ser de nuestro mismo sexo. Un problema adicional es que «la sombra» en sentido jungiano no sólo es una parte de nosotros que rechazamos, sino que es también una parte que nos es necesaria. Es esa mitad inaceptable que nos completa, que nuestra consciencia precisa integrar para alcan­zar su plenitud. Hay que resaltar, por fin, que la sombra de cada uno es activada enérgicamente por el contacto con las sombras de los demás hasta puntos inimaginables. Manifestaciones co­lectivas de odio, de maledicencia, impensables si actuara aisladamente cada individuo, son ejemplos de este fenómeno. Todo esto nos co­necta directamente con la cuestión del doble, un tema muy fértil en la literatura. Recordemos El Doctor Jekyll y Mister Hyde, magnífica inter-

Los Cuadernos de Literatura

pretación de lo que es un ser humano y su som­bra. Por cierto, a Stevenson el argumento de es­ta novela se le ocurrió durante un sueño. ·

A modo de recapitulación de lo expuesto has­ta ahora podemos decir que la sombra simboliza una serie de valores negativos, como la maldad y la muerte. Por otro lado, la sombra es lo espiri­tual del ser humano, la imagen de su alma.

Ahora por fin puedo abordar el asunto de la sombra y la literatura. Para ello estudiaremos tres cuentos maravillosos, o que al menos a mí me parecen maravillosos. Son de Chamisso, de Andersen y de Galdós. Curiosamente, tres auto­res del siglo XIX. Pero esto no es una casuali­dad. Precisamente fue el Romanticismo del XIX el que nos presentó toda esa caterva de súcubos, hadas y apariciones que hizo posible que por las brechas de la razón monolítica se colase la som­bra. Es muy significativo comprobar cómo en la historia del arte y la literatura las bancarrotas de la razón permiten siempre la aparición de las sombras. Echen un vistazo a su alrededor. Des­de mediados del presente siglo, coetáneos a li­bros tan explícitamente titulados como «El asal­to a la razón» de Lukács o «El adiós a la razón» de Feyerband, aparecían las epopeyas de Tol­kien en las que se lucha contra unos jinetes que son propiamente sombras montando caballos negros. O Peter Pan, que pierde su sombra para ser eternamente joven. O incluso «la guerra de las galaxias», en la que el Imperio es una organi­zación interplanetaria, sigilosa, cuyos emblemas son siempre negros y contra la que hay que lu­char sin odiarla, porque entonces te conviertes en uno de ellos, que justamente es lo que habría recomendado Jung. Pero volvamos a nuestros cuentos.

Adelbert von Chamisso publica en Berlin y en 1835 una narración que le ha hecho mundial­mente famoso: «La maravillosa historia de Peter Schlemihl», Escrita para distraerse y para dis­traer a los hijos de la familia que había requeri­do sus servicios de botánico es, entre otras co­sas, una sutil autobiografía. Chamisso, que na­ció en Francia, se hizo alemán por adopción. Tuvo una juventud problemática y sin horizon­te, y una vida entera incierta, erizada de humi­llaciones. Fue en muchas ocasiones objeto de burla y desprecio sobre todo para aquella gente de buena situación que, como decía Chamisso, «arroja una ancha sombra». El, experto en la inestabilidad e irrealidad de la existencia, finali­za el prólogo de la novelita diciendo «pensad en algo sólido». lQué era ese algo sólido? Paradóji­camente, la sombra. Esto lo explicaré después o se explicará por sí solo cuando conozcan el cuento. La narración se inicia: dentro de las nor­mas más estrictas del realismo un joven sin ofi­cio visita la magnífica mansión de un burgués al cual ha sido recomendado. Allí conoce a un hombre viejo, delgado, elegante, extraordinario. Este individuo, que comienza sacando de un bolsillo de su levita, a requerimiento de una da-

74

ma, una tira de emplasto, y continúa con un ca­talejo, sigue con una tienda de campaña, y ter­mina con tres caballos, sí, tres caballos grandes, negros, preciosos, con silla y arreos de montar... este hombre se le acerca y, sonrojándose, le pro­pone comprarle la sombra. Porque le parece una sombra bellísima, magnífica y que se desperdi­cia ahí arrojada a sus pies. Les ahorraré a uste­des el regateo. Nuestro protagonista vende su nombre a cambio de la llamada «Bolsa de Fortu­nato», una bolsa de la que sale dinero siempre que metes la mano. Alegre y feliz y sintiéndose extraño sale a caminar y se ve constantemente interrumpido por los que le advierten que ha perdido su sombra, por los que le aconsejan que tenga cuidado, hasta que los chiquillos le arro­jan piedras y escuche decir «la gente decente se preocupa de llevar su sombra cuando sale al sol». Y con esa lógica demente se articula el res­to del relato. Y esa es, precisamente, la gracia del libro. Nuestro joven es ahora rico, tiene po­sesiones magníficas, tiene criados ( que por cier­to, ocultan con sus corpulentas sombras la au­sencia de la de su amo). Pero todos le reprochan su falta de sombra. Unos le acusan de desidia y descuido, otros se sienten humillados por ser vecinos de un hombre sin sombra. En una oca­sión se enamora de una muchacha, la dulce Mi­na, por la que también es amado. Todo marcha viento en popa. Por su riqueza y generosidad es bien considerado en el pueblo, los padres de la muchacha se sienten honrados por la elección del señor Schlemihl... pero acaban descubriendo que no tiene sombra. Esto les parece tan indig­nante que no le vuelven a dirigir la palabra ni a permitir que vea a su hija. Hay un nuevo en­cuentro con el anciano exquisito que le compró su sombra y esta vez nos damos cuenta de que es el diablo, porque le ofrece devolverle su som­bra a cambio de entregarle su alma. Schlemihl no acepta y nuevamente se sucederán las des­gracias. El final de la historia es de una trágica serenidad. Alejado de todo, el protagonista reco­rre el mundo con sus botas, las de Siete Suelas, que hacen posible que dedique sus años a inves­tigaciones científicas y que viva en cierta paz, aunque marginado de la sociedad. La narración termina diciéndonos: «Amigo mío, si quieres vi­vir entre los hombres, aprende a honrar primero a la sombra y luego al dinero. Y si quieres vivir contigo y con lo mejor de tí mismo, no necesitas consejo ninguno». Bien, lqué simboliza la som­bra en este extraño cuento? Desde luego, al leerlo, su autor nos ha convencido del valor, la importancia de una sana sombra para la honesti­dad de una persona. Y hablar de su falta como de un «triste secreto» no nos parece exagerado. Por causa de esa falta será dado siempre de lado por sus semejantes y es que la sombra que ha creado Chamisso es, sobre todo, la representa­ción de los atributos sociales del individuo, la representación de la «solidez» burguesa. Pero hay una lectura más profunda: la sombra que

Los Cuadernos de Literatura

Peter Schlemihl cambia por dinero porque no le concede importancia, la sombra que todos echan en falta, es la mitad oscura de nosotros que nos hace plenamente humanos. Y hay, fi­nalmente, otra justificación para la aversión de la gente por un hombre sin sombra. Es tradición de orígenes altomedievales que el cuerpo del condenado al infierno no proyecta sombra sobre la tierra. Lo cuenta, entre otros, Berceo en el Milagro XXIV.

El otro cuento es de Hans Christian Andersen y se llama, escuetamente, «La sombra». En este brevísimo relato de apenas quince páginas se lleva a cabo una magnífica ilustración de lo que se ha llamado «el doble», de esa «sombra» hir­viente de pasiones y vicios que nuestro cons­ciente se resiste a aceptar. Andersen, maestro del patetismo, en pocas ocasiones como ésta de­sarrolla con tanta austeridad y transparencia el proceso de sumisión de un hombre condescen­diente a un bruto caprichoso que es ... él mismo. La historia es la siguiente: un sabio de la Europa fría viaja al sur, a las tierras meridionales. Allí su sombra se hace más pequeña, se debilita, acos­tumbrada a las penumbras relajantes y a las nie­blas. El mismo científico se resiente, vive más de noche qu� de día debido a las incomodidades que le produce la excesiva luz. Frente a su casa se alza una fachada con un balcón y tras él, una habitación siempre oscura. Excitada su curiosi­dad, pasa las horas de vela tratando de atisbar su interior. Una noche, tras una aparición femeni­na resplandeciente, es tal su empeño por cono­cer el secreto de la casa, que consigue que su sombra, proyectada desde su balcón sobre el de enfrente, se cuele por el batiente entreabierto. Al día siguiente, sorprendentemente, su sombra

75

le ha abandonado. Pero pasan los días y, como si no hubiese sido arrancada de raíz, una nueva sombra le va creciendo desde los pies. Para cuando regresa a su país ya tiene de nuevo una sombra normal. Por eso le maravilla abrir un día la puerta de su departamento y encontrarse, ata­viado como un hombre, a su antigua sombra. El lujoso traje es, precisamente, lo que la hace pa­recer más humana, como si fuera más propio de la sombra la desnudez, y tal vez la franqueza. A partir de un intercambio de saludos, la situación se vuelve cada vez más disparatada. La sombra es altiva y ruega a su antiguo dueño que, antes que nada, la trate de usted. Tras narrarle sus aventuras le pide al sabio que le acompañe en su próximo viaje, pero desde luego, cambiando los papeles. Aunque inicialmente al sabio le parece una propuesta inaceptable, como su salud y su situación económica empeoran día a día (hasta sus amigos le dice que no es «ni su propia som­bra»), se decide por fin a acompañarle como sombra de su sombra. Llegan a un balneario y allí la sombra deslumbra a todos por sus conoci­mientos y agilidad. Una de las cosas que más ad­miración suscitaba era su sombra, el propio sa­bio, ya que parecía extraordinariamente viva, y todos pensaban que alguien que tuviera una sombra como aquella debía ser un individuo verdaderamente extraordinario. Cuando, tras se­ducir a una princesa, llega el momento de res­ponder a una serie de preguntas de gran comple­jidad y probar así su actitud como marido, la sombra asegura que para sí son cuestiones tan sencillas que hasta su misma sombra las podría contestar. Es curioso comprobar cómo la som­bra trata a su sombra con el desprecio y la frial­dad con que los peores humanos tratan a la

Los Cuadernos de Literatura

suya, sin embargo, es una paradigma de la bondad y la prudencia. Es decir, se ven clara­mente caricaturizados los opuestos encerrados en una única personalidad. En el momento de ir a la boda, el sabio, horrorizado por lo que se va a cometer, amenaza con descubrir a todos la impostura. Su sombra se ríe de él y le pre­gunta si cree que alguien creería una historia semejante. Para cuando los nuevos esposos salen a saludar al balcón del Palacio, el resto ha sido ya encerrado y poco después se le eje­cutará. El cuento ejemplifica a la perfección el triunfo de lo mezquino sobre la bondad, una bondad, por otra parte, insuficiente, débil, ne­cesitada de cierta agresividad y energía que le sobre a su sombra. Es decir, necesitada de complementarse con su opuesto.

Nuestro tercer y último cuento, el de Benito Pérez Galdós, se titula también únicamente «La sombra», y sabiendo lo que ya sabemos sobre la sombra, es de un interés extraordinario. Para empezar, el realista y racionalista Don Benito, se excusa en el prólogo de haber cometido una obra fantástica. De hecho, la narración apareció por vez primera en la Revista de España en 1870, pero no mereció ser publicada en un libro hasta veinte años después. Dice Galdós: «el ca­rácter fantástico de esta composición reclama la indulgencia del público... es divertimento, un juguete, un ensayo de aficionado y puede com­pararse al estado de alegría, el más inocente por ser el primero, en la gradual escala de la embria­guez». O sea, que imaginación y fantasía sólo son tolerables en la inconsciencia etílica. Recor­demos otra vez lo dicho: la sombra se abre paso cuando se derrumba la razón. El cuento comien­za con un retrato del protagonista, el Doctor Anselmo, y una descripción de su fantástica vi­vienda. El es un gran extravagante, un «imagi­nativo» que vive apartado de la vida social. En esa época se dedica a los experimentos quími­cos, como él dice «para atar a la loca», una ma­nera bastante expresiva de llamar a la imagina­ción (así también la han llamado durante siglos los curas: la loca de la casa). Quiere liberarse de las torturas a las que su imaginación le somete, pues la exuberancia de ésta, más que una facul­tad, se ha convertido en una enfermedad. El na­rrador dice que una noche Don Anselmo acce­dió a revelarle el secreto de su vida. Le cuenta que tras un matrimonio feliz con una hermosa joven, comenzó a obsesionarse con los celos. Día tras día más desconfiado, llega en una oca­sión a ver una sombra escapando del cuerpo de su esposa. Sale a perseguirla y la ve esconderse en el interior de un pozo que se apresura a cegar con tierra y rocas, hasta sentarse sobre lo que cree el cadáver de su rival. Cuál será su sorpresa al ver aparecer al día siguiente en su despacho a un apuesto joven, la sombra que había creído asesinar. Cuando le pregunta su identidad, el visitante contesta: «yo soy lo que usted pien­sa, su idea fija, su pena íntima. Esa desazón

76

inexplicable soy yo». Le viene a explicar que existe desde el principio del mundo y que su edad es la del género humano, que aparece siempre que los hombres instituyen una socie­dad o fundan una familia. El narrador de nuestro cuento, que escuchaba todo esto por boca de Don Anselmo, no tarda en decirnos: «es indudable que este caballero no era otra cosa que la personificación de una idea». Don Anselmo cuenta que amenazó al joven con prender fuego a la casa para librarse de su pre­sencia, pero el joven contestó: «ifuego!, iyo vi­vo en el fuego, es mi elemento! es mi alimen­to, mi palabra, mi mirada». En fin, a esas altu­ras hemos comprendido a lo que se refiere Jung cuando dice que la sombra es esa ten­dencia inconsciente que no queremos recono­cer. La sombra de este cuento es el inexistente joven seductor que Don Anselmo teme que exista en la realidad. Pero aún hay más. Varias personas, su suegro, sus amigos, le dicen a Don Anselmo que se habla de él en los corri­llos, que se dice que su honor está en peligro. A esto se refiere Jung cuando dice que la som­bra de los demás activa la propia hasta límites imprevisibles. La proyección del inconsciente de los demás hace más consistentes tus pro­pias fantasías, más difícil de afrontar tu dilema interior. Pero sigamos con nuestra historia. Se rumorea que entre las visitas de la casa hay un joven de dudosa reputación y así las cosas, si se le prohibe volver se confirmarán las sospe­chas de una relación ilícita y si se le sigue tole­rando, quedarán expuestos al deshonor. No parece, pues, que haya salida en el terreno de los hechos, y así es. Queda claro que la som­bra no abandonará a don Anselmo hasta que éste no deje de recelar de su esposa, de consi­derar a cada hombre como un posible rival. La solución no va a venir del exterior ya que la sombra es la materialización de un temor. Po­co hace falta añadir a este cuento que tan bien se explicó por sí solo. Señalar que parece es­crito precisamente para ejemplificar algunas de las teorías expuestas. En concreto, sigue hasta tal punto el proceso de pensamiento de Jung que habría que preguntarse si éste leería a Galdós.

Finalmente quiero recordar sólo de pasada la importancia del símbolo de la sombra, la ri­queza de sentidos con que se emplea, en auto­res como García Lorca u Octavio Paz. Y tam­bién resaltar cómo otros escritores la han utili­zado como símbolo de significado personal, al margen de las interpretaciones comunes. Bor­ges con su «Elogio de la sombra» en el que se refiere a la ceguera, y Hofmannsthal con «La mujer sin sombra» refiriéndose a la esterili­dad, son dos ejemplos. Todo un vasto mundo de sugerencias nacido de nuestro oscuro y eterno acompañante, testigo mudo de ..-.. todos nuestros actos, metáfora domés- �tica sobre la que les propongo meditar. .,,..