El Relato de La Difunta
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7/24/2019 El Relato de La Difunta
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El relato de la difunta
Exista en la ciudad de Mjico un tranquilo y repesado convento de lasmadres capuchinas cuya vida se deslizaba inalterable y serfica, sin
que trascendiense a su interior el ms leve rumor mundano. Entre sus
diversas obliaciones, se contaba el canto de media noche de
maitines!" canto mel#dicamente un tanto imperfecto, porque como
abundaban las viejecitas, se oan bastantes voces temblonas y
cascadas. $nesperadamente, un da se oy# una portentosa voz dotada
de delicadas inflexiones, y con ran asombro se preuntaban en su
interior las monjas quin pudiese haber recibido tal inspiraci#n, de
quin procederan tan lindas melodas. %erminados los maitines,
salieron silenciosas, y tras alunos crujidos de puertas, se encerraron,
sin ms, en sus celdas. Mas a poco sonaban unos olpecitos en la
puerta de la madre abadesa. &lamaba la madre clavera 'o tornera(,
que no poda articular palabra del susto que llevaba" por fin, se sose#
alo y refiri# que en el convento haba entonces sesenta y seis
hermanas en clausura y que aquella noche haba contado sesenta y
siete. &o que era lo mismo) treinta y tres parejas haban salido del
coro, y detrs de todas ellas iba una monja con la cabeza tan
inclinada, que no se le poda divisar el rostro. &a abadesa contest#
que eso era falta de sue*o y que haba contado mal. +orfiaba la monjatornera que nunca se habla equivocado en las cuentas y menos se iba
a equivocar en una simple suma. $nsista la abadesa en lo fcil que era
confundirse en tal estado y determinaron irse a dormir. %ambin haba
advertido la abadesa a la tornera que no era conveniente comunicar a
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nadie tal sobresalto. l da siuiente, todo transcurra en tranquilidad
hasta que a las doce se dirii# la comunidad a celebrar maitines. En
medio de los latines ms o menos certeros reson# la admirable voz del
da anterior, en tono tierno primero, lueo anustioso, y por -ltimo,
sollozante. la salida, la abadesa cont# a las monjas una a una y, en
efecto, eran sesenta y siete. rey# que se le helaba la sanre y toda la
comunidad tuvo noticias del hecho incomprensible. /e hacan de
cruces las monjas, y se deshacan en comentarios. +ero la abadesa,
como empujada por una fuerza irresistible, sali# detrs de aquella
monja, que pareca deslizarse sin tocar el suelo y que con admirable
diliencia bajaba la escalera, cruzaba el patio, atravesaba el pasillo,
pasaba al otro patio y que, por el estrecho ambulatorio, sala al
cementerio. ll se detuvo la aparecida junto a un pedestal que
sostena una enorme cruz, y cuando la abadesa se dispona a
hablarle, desapareci# tras un rosal. En vano la busc# y rebusc#, y
despus de rezar!de hinojos ante la ruz, march# presurosa a contar
lo sucedido. %ales conojas y temores sufrieron las monjitas, que no
pearon un ojo aquella noche. El desasosieo ms rande reinaba en
el convento. &a abadesa orden# rezos y mortificaciones, pero no
podan ni cumplir esto ni probar bocado con el pensamiento fijo en la
hora de maitines. l llear sta, empez# el cntico y se volvi# a or la
voz maravillosa, pero las monjas dejaron poco a poco de cantar y tan
s#lo se oa ya la voz desconocida. l salir nuevamente la abadesa se
fue en prosecuci#n de la monja extra*a y, al fin, lor# alcanzarla en el
cementerio. 0alientemente la conjur# a que dijese su nombre y orien
y con toda rapidez le levant# el tupido velo. 1ul no sera su asombro
al divisar el rostro amarillo y macilento de un cadver2 Mil veces 3es-s
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4 exclam# anustiada45, 1pero si es la hermana &uisa del
/acramento2, muerta hace semanas.
6ecobrando bros, la abadesa le orden# hablar, y aqulla comenz# as
su relato) 78o fui una mujer tan vanidosa y frvola, que disfrutaba con
entusiasmar a los hombres para lueo darles de lado. /us mismos
lamentos me producan satisfacci#n. 9no de stos tuvo que
abandonar Mjico para siempre y otro termin# suicidndose. Esto
halaaba mi vanidad de mujer hasta que conceb un inmenso cari*o
por un hombre que nunca supo corresponderme y contrajo matrimonio
con otra mujer. Ms ste muri# con ran contento mio, pues ninuna
mujer se envanecera de habrmelo quitado. :o obstante este
pasajero oce, no poda recobrar la tranquilidad perdida, y en busca
del anhelado descanso vine a esta /anta asa. l-n, consuelo
reciba de su paz y sosieo, pero cuando lleaba la hora de maitines.
me lo representaba con indecible realidad y disfrutaba con aquellos
ensue*os despierta. Esto me sucedi# por espacio de meses y a*os, yal ser separada por la muerte de aquellos oces, fui condenada a
rezar las plearias rituales que haba desatendido por tanto tiempo.
Este castio tendr su fin cuando una abadesa valiente y enerosa
con ayuda del rezo de toda la comunidad quiera comprenderme y
perdonarme y por esto le pido a 0d. que se olvide de mi mal
comportamiento y me d su racia7. Extasiada se puso a orar de
rodillas la abadesa, y al levantarse, estaba sola, sintiendo un fro que
le helaba los huesos. %odas las monjas se dispusieron a cumplir las
mayores penitencias en expiaci#n de la pobre monja castiada, y otra
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vez volvi# a repetirse la la nueva aparici#n a la hora de maitines,
aunque, al terminar, sali# la primera y se esfum# rpidamente.