El quebrantar de las almas - Capitulo Uno

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Este es el primer capitulo de libro de Fantasia: El quebrantar de las almas

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1 – Amanecer de sangre

- ¿Qué es eso William? - dijo Robert

- No sé Robert, ahora de noche y con ese polvo levantado... ¡Ahhhh!

William no pudo terminar la frase que había comenzado ya que en ese momento, una

lanza orca le atravesó el pecho. Robert se echó al suelo de la torre de vigilancia, viendo

impotente como su amigo iba muriendo bañado en su propia sangre. Después

aguantando las náuseas se dirigió a dar la alarma. Encendió la hoguera de señales de la

torre, indicando con ello que estaban siendo atacados por el enemigo.

Las torres de vigilancia del reino consistían en unos pequeños fuertes en cuyo centro

estaban ubicadas unas torres de unos seis metros de altura, dotadas de unos pocos

soldados para cuidarlas y vigilarlas. Estaban dispuestas entre sí a una distancia de varios

kilómetros, pero de tal forma que las señales emitidas por una de ellas al encender la

hoguera fuesen vistas por la siguiente torre, que a su vez podía encender otra hoguera

para retrasmitir las señales. De esta forma en cuestión de minutos la alarma se podía

trasmitir a lo largo de todo el reino. En cuento Robert vio que la siguiente torre encendía

a su vez la hoguera y la alarma se empezaba a trasmitir, preparó su ballesta para vender

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cara su vida.

Los pocos soldados con los que contaba el pequeño fuerte se agruparon en unos

minutos a su lado en lo alto de la torre, para enfrentarse a la ola de enemigos que los

acometía. La horda incluía a orcos, trolls y otras criaturas igual de despreciables.

Lucharon valientemente defendiendo la posición, pero el enemigo era demasiado

numeroso y después de varias horas de cruenta lucha acabaron con ellos.

*********

El rey Elenor estaba durmiendo plácidamente en su lecho del castillo cuando su

ayuda de cámara le despertó.

- Su majestad por favor, vístase rápido y acuda al salón del trono rápido. Sus

generales le esperan en la sala de audiencias con graves noticias, que requieren su

presencia de manera urgente.

- Espero que de verdad el asunto que me demanda sea importante para despertarme

de esta manera tan brusca.

El rey pensando en terminar rápido con lo que fuera el asunto del que tenían que

hablarle se puso su bata de hilo dorado con la intención de volver a la cama al terminar

con la reunión. Elenor bajó a la sala de audiencias y se encontró con los cinco generales

de su ejército. Los generales le esperaban embutidos en sus armaduras de combate. La

mayoría eran totalmente egoístas y sólo veían en las batallas un modo de medrar en

influencia, poder y oro. No tenían ningún concepto ético ni moral sobre la suerte que

corrían sus soldados. Para ellos las bajas producidas en las batallas solo eran números.

Esto era así, excepto para el más joven, Richard. Él era cercano al pueblo y a sus

soldados y no se parecía en nada al resto. Ni en su manera de pensar y obrar a la hora de

dirigir a sus hombres.

Fue el primero en hablar con el rey.

- Majestad hay orcos atacando a los pueblos del noreste.

- Aclaradme la ubicación. ¿Me estáis hablando de la región de mi reino que está a

diez días de aquí?

- Sí, el Condado del Halcón - contestó el general Wayne.

- ¿Son esos lugareños que se niegan a pagar los nuevos impuestos?

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- Sí, majestad - dijo el general Trown

- ¿Cuantos ciudadanos viven allí?

- Diez mil escasos, rey Elenor - dijo Bernad.

- ¿Cuantos orcos son los que les están atacando?

- No sabemos la cifra exacta mi señor, pero parece ser un número considerable, por

las bajas que están causando. Pensamos que alrededor de cinco mil - comentó Weirt

- Si es cierto las cifras que me estáis diciendo y el coste que nos puede suponer el

enviar tropas y ayudarles, esta vez no mandaremos ayuda - finalizó Elenor -. Eso

servirá a los demás condados de ejemplo. Si no hay impuestos, no hay salvaguarda del

reino.

Todos los generales a excepción de Richard asintieron.

- ¡No podemos hacer eso! - dijo Richard

- ¡¡Por supuesto que podemos hacerlo!! Probablemente morirían más soldados que

ciudadanos podríamos salvar - respondió en tono enfadado Elenor.

- Señor, dejadme ir con vuestro ejército a salvar a esa gente. También son súbditos

vuestros.

- Ni hablar, considero súbditos míos, a los que pagan mis impuestos y obedecen mis

órdenes sin rechistar. Les estará bien empleado por no hacer caso a las leyes de su rey.

- Si no les ayudáis cuando lo necesitan, pensarán a su vez que tienen razón en no

pagar los impuestos y acatar vuestras leyes - argumentó Richard en un vano intento de

convencer al rey

- ¡¡ He dicho que no ayudaremos y punto!! – gritó Elenor.

- Yo no abandonaré a esa gente, majestad. Con aquellos de mis soldados que quieran

seguirme, voy a tratar de salvarlos - contestó Richard

- Si marchas hacia el noreste no volverás a este castillo. ¡¡Te desterraré!!

- De acuerdo. No necesito estar junto a unos personajes tan deleznables como

vosotros en este castillo, prefiero el destierro a no poder a volver a mirarme al espejo

por vergüenza - finalizó Richard con asco mientras se quitaba la insignia del rey Elenor,

que sonó con un ruido metálico al caer al suelo.

Volvió a su cuartel con sus hombres y les explicó la reunión que acababa de tener.

Les comentó que aquellos que estuviesen de acuerdo con él le siguiesen al alba.

También comprendería a aquellos que prefiriesen permanecer a salvo en el castillo.

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Al alba todos sus soldados estaban listos para seguirle. Cogieron de la cuadra real los

mejores caballos y sus armaduras. Mientras se preparaba, Richard pensó si esos

soldados montados en los poderosos corceles serían suficientes para derrotar al enemigo

que se cernía sobre el noreste.

Cabalgaron luciendo brillantes armaduras de acero y lanzas de fuerte madera de

roble por las llanuras verdes y marrones mientras que los cascos de los caballos

resonaban como truenos al pisar la hierba erosionada. El amanecer de los siguientes días

sería rojo, pues estaría teñido de sangre de orco.

Después de cabalgar durante cinco días empezaron a ver imágenes desoladoras.

Cabañas ardiendo, muertos arrojados por los caminos y algunos heridos a los que

tuvieron que ir dejando a cargo de unos pocos soldados.

Richard, mientras miraba a su alrededor, pensaba sí podrían vencer a los enemigos

con los que se iban a encontrar o si llevaba a sus hombres a una muerte segura. Mientras

se encontraba a lomos de su caballo y estos pensamientos daban vueltas en su cabeza,

oyó un aullido brutal. Algo que hizo que los caballos se pusieran nerviosos y los

soldados que los montaban también.

Richard debido a su experiencia en otras batallas sabía lo que producía esos aullidos:

wargos, lobos gigantescos que los orcos utilizaban como monturas dado que ningún

orco tenía suficiente habilidad como para montar un caballo, ni paciencia para

domarlos.

- Formaciones de combate - bramó Richard con una voz áspera que resonó en el aire

como una nota grave arrancada de un gran tambor.

La tropa formó y se preparó para cargar. Algunos soldados, sacaron arcos, ballestas y

pusieron flechas y saetas para lanzar una andanada letal sobre el enemigo que en breves

momentos se abalanzaría sobre ellos.

El cerebro de Richard estaba funcionando al máximo pensando porqué esos orcos

estaban en esa zona del terreno y cuantos serían. Podría deberse a una casualidad, pero

por otra parte, podría haber estado subestimando a los orcos, que podían haber dejado

exploradores para avisar al resto del ejército en caso de ataque y ser una avanzadilla que

les condujese a una trampa mortal. Al final decidió cargar utilizando la velocidad de los

caballos para intentar causar bajas rápidamente a las tropas orcas que en breves

momentos avistarían.

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Dio la orden a sus mensajeros y cargaron en formación cerrada, con las lanzas por

delante, mientras los cascos de los caballos resonaban como truenos en la oscuridad de

la noche. A su vez los orcos se lanzaron como una horda contra ellos gritando y

agitando sus espadas llenas de óxido. Pero cargaron de forma desordenada, debido a que

los orcos eran indisciplinados por naturaleza y no entendían el sentido de las

formaciones y la estrategia militar. Se lanzaban hacia adelante en masa y punto.

Los jinetes de Richard atacaron a los orcos por parejas, de forma que uno se centraba

en el wargo y otro en el orco. Debido a la velocidad, estrecha formación de combate y

las resistentes armaduras que protegían los flancos de sus los caballos, el choque fue

brutal y a favor del ejército de Richard. Las desordenadas filas de orcos acabaron como

abono para la hierba que cubría el campo de batalla. Después ser destrozados por la

fuerzas a caballo, las últimas filas de orcos intentaron un esbozo de formación defensiva

y acabaron de la misma forma que las primeras, ya que las flechas y saetas penetraron

en las armaduras de trozos de piel de los orcos como si fueran de papel.

Los soldados enardecidos por el recuerdo de las cabañas y granjas que habían visto a

lo largo del camino ardiendo, desmontaron, sacaron sus cuchillos serrados y acabaron

con las vidas de los últimos orcos, colocando posteriormente sus cabezas en picas.

Richard observó cómo al cabo de un rato, sus hombres lanzaban gritos de júbilo al ver

que habían ganado la batalla y el ejército de los orcos estaba muerto a sus pies.

Esa noche, jarras de negra cerveza corrieron de mano en mano por todo el

campamento de Richard y canciones de taberna alejaron a los animales que rondaban

por los alrededores, dado que aunque eran buenos soldados, desafinaban como un oso

abrazando una gaita y la cerveza ingerida no afinaba las cuerdas vocales de los ebrios

soldados desgastadas por los gritos de la batalla. Esa noche no se percataron de las

negras figuras los observaban a escasa distancia con crueles ojos sin terminar de

decidirse a atacar o no esa noche.

Cuando se levantaron por la mañana, los soldados montaron en sus caballos y

siguieron su camino a paso vivo hacia el noreste. Al cabo de un par de días avistaron al

resto del ejército enemigo. Estaban rodeando la fortaleza de madera que protegía la

capital del Condado del Halcón y en la que se atrincheraban los pocos soldados que

componían su ejército.

Estaba claro que la fortaleza no resistiría los golpes de las gigantescas mazas de los

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trolls y que los pocos soldados que había dentro tampoco aguantarían las oleadas de

orcos que entrarían por los boquetes producidos durante su ataque.

El ejército de Richard debía intentar cambiar las tornas y decididos a ello se lanzaron

al ataque comandados por su general.

No fue una batalla fácil, los trolls eran capaces de aguantar varias lanzas clavadas en

su pecho antes de morir y los guerreros orcos, trasgos y otras razas primas de éstos eran

muy numerosos. Fue una larga y dura jornada de lucha. Los orcos caían a montones y

eran aplastados bajo los cascos de los caballos, que volvían a la carga una y otra vez,

mientras las espadas brillaban empapadas de sangre cuando segaban las cabezas de las

horrendas criaturas.

La lucha parecía interminable. Cuando un orco caía bajo las brutales cargas de

caballería de Richard o una escalera de asedio era rechazada por los defensores de la

fortaleza, aparecían más enemigos que los sustituían.

Al final, después de muchas horas de combate, exhaustos y al borde del agotamiento,

los jinetes de Richard vencieron. ¿Pero a qué precio? Entre los caídos enemigos también

se encontraban muchos valientes soldados. Alrededor de la mitad de su ejército había

caído en la batalla.

Richard se acercó a la puerta de la fortaleza y antes de que llegase a tocarla, los

soldados del interior la abrieron. Dentro podían encontrarse heridos por todas las

esquinas. Las flechas y lanzas arrojadas por el enemigo habían pasado por encima de la

empalizada y los había atravesado por doquier.

El resto de personas de la fortaleza, estaban vivos gracias a que Richard había sido el

único general de aquella sala del rey que se había atrevido a ayudar a las gentes del

noreste. Si hubiese tardado en llegar un solo día más el resultado habría sido desolador

y totalmente diferente. Las caras de los habitantes de la fortaleza mostraban respeto y

agradecimiento a pesar de las penurias padecidas en los días vividos durante su encierro

en la ciudadela.

- Presentadme a quien esté a cargo de esta fortaleza - dijo Richard a los soldados que

se le acercaron.

- Soy yo - contestó una esbelta mujer a la cabeza de los mismos, ataviada con un

uniforme de cuero de arquero que a pesar de la suciedad de la batalla, marcaba las

curvas de su bello cuerpo.

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- Es un placer conoceros, bella dama. ¿Cómo os llamáis? - preguntó Richard.

- Me llamo Irongate Melany y las pintas que tengo en este momento, no son

precisamente de bella dama - respondió la muchacha aunque su cara dejaba entrever que

no había sido del todo ajena al cumplido que Richard le había dado.

- ¿Cómo ha llegado a comandar a estos hombres? - preguntó Richard con cierta

sorpresa en su tono de voz ya que no era frecuente ver a mujeres al mando de soldados.

- Mi padre el conde, me enseñó a luchar con diferentes tipos de armas y a diseñar

algunas estrategias de combate.

- Me alegro, porque vamos a tener mucho trabajo. Tendremos que vigilar al enemigo,

reconstruir los poblados cercanos y curar a los heridos.

- ¿Cuándo vendrá el resto de la ayuda?

- ¿Que ayuda?

- ¿El rey no le mandó como avanzadilla para ayudarnos?

- En realidad me ha desterrado del reino y me ha depuesto como general de sus

ejércitos por venir a ayudaros.

- ¿Por qué?

- El rey Elenor dijo que no era rentable para el reino venir a ayudar a unos vasallos

que no seguían sus mandatos y llenaban sus arcas debidamente.

- ¿Cómo ha podido abandonarnos el rey a nuestra suerte para que suframos una

muerte segura? No le serviremos más y dejaremos de trabajar para llenar sus arcas ni

debida, ni indebidamente.

- ¿Insinúas qué vos y vuestros vasallos vais a desobedecer al rey y separar esta región

del resto del reino? ¿Entrareis en guerra con Lenor?

- Nosotros no iremos a la guerra contra él, ni tenemos ejército suficiente para poder

ganarla si decide venir a por nosotros. Simplemente intentaremos vivir aquí

aisladamente y sin hacerle caso. Si no cuenta con nosotros para salvarnos, que no cuente

para sus impuestos.

- Pero como muy bien dices, si os ataca no seréis rival para sus generales y ejércitos.

Os destrozará, os impondrá un nuevo señor como conde y pasareis a tener peores

condiciones.

- Visto lo visto, podíamos haber muerto. Prefiero jugármela a intentar ser

independiente y si nos sale mal, volveremos a nuestra vida anterior de siervos.

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- Por mi parte, mis soldados y yo, estamos desterrados, por lo que no tenemos a

quien servir. Si no tenéis nada en contra y nos podéis suministrar alojamiento y sustento

estaríamos encantados de quedarnos en esta tierra. Estaremos tan bien o mejor que en

cualquier otro sitio que encontremos-

-¿Nada en contra? ¡Nos habéis salvado la vida! Hagamos lo que hagamos, nunca os

lo podremos pagar suficientemente. Además si sumamos vuestros soldados a los

nuestros, puede que el rey se lo piense dos veces antes de atacarnos. Por su forma de ser

es más fácil que se olvide de nosotros.

- Tú eres la jefa de la ciudadela. Me tenéis que decir si os debo llamar condesa.

También nos habéis ayudado a acabar con el enemigo, por lo que agradecemos vuestra

propuesta doblemente. Por otra parte y en cuanto al rey Elenor, tenéis razón en cuanto a

¿por qué deberíais seguir sirviéndole? ¡Que se pudra ese miserable!

A partir de ese día Richard y Melany pasaron mucho tiempo juntos reconstruyendo la

región, a la que decidieron cambiarle el nombre por Richtrawn. Reconstruyeron y

crearon aldeas, sembraron los campos, alimentaron a la gente, curaron a los heridos y

crearon leyes nuevas más justas que las anteriores. No cobraron a sus ciudadanos

impuestos abusivos sino lo justo y necesario para mantener la región. Además

consiguieron algo que no se había logrado en años. Algo difícil pero necesario, restaurar

alianzas y pactos con reinos elfos, humanos y enanos. Incluso por seguridad realizaron

ciertos tratos con emisarios del rey Elenor que al cabo de un tiempo aceptó la nueva

situación de la región.

Tanto tiempo en compañía uno del otro, les llevó a conocerse mejor y al final sucedió

lo inevitable, se enamoraron, al cabo de un tiempo se casaron y Melany se quedó

embarazada.