El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno...

76
narrativa Daniel Adrián Calles Almeida E L PAREDÓN

Transcript of El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno...

Page 1: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

n a r r a t i v a

Daniel Adrián Calles Almeida

El parEdón

Page 2: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

El paredón

Page 3: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.
Page 4: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

El paredón

Daniel Adrián Calles Almeida

Centro de Creación LiterariaTecnológico de Monterrey

Page 5: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

© Tecnológico de Monterrey Centro de Creación Literaria Felipe Montes, director

© 2013 Daniel Adrián Calles Almeida

Erika del Ángel, edición y diseño

Todos los derechos reservados conforme a la leyMonterrey, Nuevo León, México

Page 6: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

A Felipe, a Javier, a ManuelA la inmortalidad del cangrejo

A muchos y muchas amables

Seguiré buscando

Page 7: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

Si nadie mira el amanecer, este no es nada; si nadie mira las estrellas, estas no existen.

Es el observador quien juzga, quien da el pincelazo final de la creación

Page 8: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

7

El tarro vacío le pesaba en todo el cuerpo. Parecía abrazarlo con tan sólo dos dedos. La presencia del titiritero al fondo de la habitación, jugando con sus muñecos, le aturdía. La mezcla de voces, gritos, llantos, golpes y risas, era su silencio. Desde el día que estuvo recargado en la pared de fusilamiento, hombro a hombro con algunos coroneles, bandidos y borrachos, había olvidado cómo pasar un buen rato. Ahora su tristeza estaba he-cha de recuerdos: era las gotas de lluvia en la cara, las carcajadas burlonas de hombres negros en una camioneta, llantos de cobar-des sin dignidad para morir, curiosos que no sabían si burlarse o lamentarse, perros pulgosos pero orgullosos y con razón, pues al parecer con más suerte para vivir en este pueblo maldito que unos pobres diablos.

Él mismo se sentía un títere, vivo gracias a un brusco mo-vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer. Vaya suerte la de aquel otro de atrás, todavía completo y murmurando en secreto con el domador. Cuánto habría deseado él este privilegio en ese otro momento. Decirle, oye tú, sácame ya de aquí y termina esta fun-ción, por mero negocio, hazlo por la compañía. La compañía va a sobrevivir aún sin ti, Lucio, le habría respondido el otro.

Aún ahora seguía esperando que el viento lo arrastrara, que la escasa luz del sol que lograba filtrarse lo borrara de la escena o, por qué no, que las risas y ladridos —de humanos y perros— le terminaran por nublar los sentidos. Él sabía que eso ya no era po-sible. Encerrado, fuera del alcance de la lluvia y del viento, atra-pado en el ruido y esperando como siempre que su tarro fuera llenado.

Tal vez sea, incluso antes que el alcohol, un pequeño vidrio afilado, desprendido por casualidad de su todo y puesto en su camino, lo que le haga ese favor. Por ahora estaba condenado, por voluntad, a observar la libertad con que se movía aquel títere,

Page 9: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

8

dando de pronto grandes saltos para terminar sentado y expec-tante al borde de la mesa que era su escenario, recargado en un montón de botellas medio vacías que apenas soportaban el peso de su alegría, concentrada toda ella en su espalda de gracia mo-vilidad. Así, expectante, a la espera de que los demás títeres del número hagan su parte, para así poder volver a intervenir con nuevos saltos y nuevos asientos, como presumiendo burlona-mente ante este hombre de su libertad.

Uno, dos, dieciséis tragos a su tarro para terminarlo de tope a fondo. Risas a un lado. Hombre y mujer. El cuadro de la pared sigue chueco. Lleva así toda la tarde. Un foco colgando es sufi-ciente para notar la mala calidad de la pintura, desgastada por las voces, la humedad, el alcohol. Esta cantina sobrevivió a du-ras penas a la mala pasada que le jugaron las lluvias, el fuego y los clientes. Pareciera casi que una guerra acaba de pasarle por encima, o quizá por un costado. Bueno fuera que hubiera sucedi-do eso, en dicho caso habría sido un logro mantener tan buenas condiciones; ahora es una vergüenza seguir en pie de esta forma tan desastrosa. Él sabía que no había que culpar a la cantina, se-dienta de luz por tanto tiempo, hambrienta de tranquilidad en las noches más tristes. Lucio, el hombre sentado con tarro en mano, él sabía que todos tienen unas cuerdas que seguir, tal vez incluso esta cantina.

Lucio, se te está haciendo tarde para la escuela. Ya ves que a tu padre no le gusta esperarte, le dice la madre, como todas las mañanas del no tan cargado año escolar. A Lucio no le molesta tener que levantarse temprano para ir a aprender, hasta le parece aprovechable el tiempo que pasa junto a su padre de camino a la escuela en el pueblo. Son alrededor de 40 minutos sin hablar, qui-zá más. Lucio sólo ve la espalda de su padre, siguiendo el ritmo de su caballo, las subidas y bajadas de su espalda fornida, el ir y venir brusco del cuello y la cabeza, el movimiento lateral de las botas a los costados del caballo, dándole tiernos golpes que lo animan a seguir. Lucio lo imita en todo, a su debida escala y en la medida de lo posible con su pequeño burro. ¿Llegaré a ser como él? Se pregunta Lucio al tiempo que lo observa avanzar, eclipsando por momentos el sol que apenas surge al final del camino. Recuer-da en este momento, avanzando al ritmo de su burro, imitando este a su vez el galope del caballo al que sigue, uno de sus pri-

Page 10: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

9

meros libros, uno de los pocos que han llegado hasta sus manos: El Rancho, de Pablo Zafón. Que poca imaginación tenía aquel pobre autor, se decía, o nunca vio de verdad el galope de un ca-ballo desde atrás o de verdad era estúpido. A quién se le ocurre pensar que la cola del caballo oscilará de lado a lado.

Su padre se detiene bruscamente. Lucio se sorprende pues aun ni se alcanzan a ver las primeras casas que dan entrada al pueblo. Temeroso de lo que vaya a suceder, Lucio se aferra con todas sus fuerzas a la soga que lleva su burro en el lomo, como si esta fuese a salvarlo de cualquier evento que sucediera. Su padre, por su parte, se baja del caballo con un movimiento que deja a Lucio admirado. Dicen que a las mujeres se les mide por cómo cocinan, a los hombres, por cómo desmontan. Al poner pie en tierra, el padre hurga con la bota en el suelo hasta dar con una roca. Trata de sacarla rápidamente, pero tiene que escarbar un poco más hacia los lados, hasta dejar un mayor hueco para re-tirar la piedra. La saca con facilidad y descubre, sin sorpresa en su rostro, una pequeña bolsa. Apenas la abre, la vuelve a cerrar, como queriendo esconder su contenido. Echa una mirada a Lu-cio y se sorprende de verlo estático sobre su burro. Solo él sabrá si su sorpresa viene de la rigidez con la que lo ve o de su mera presencia. Parece haber olvidado que estuvo ahí todo el tiempo. Ante este aparente descubrimiento se lleva la pequeña bolsa al interior de su saco, tal vez disimulando un poco. Empuja varias veces montones de tierra para recubrir el hoyo de donde sacó su tesoro y, sin decir nada, vuelve a montar su caballo con la misma gracia con que lo desmontó. Lucio no se atreve a preguntar de qué se trató todo esto. Siempre le ha dado miedo interesarse en los negocios de su padre. Rápidamente están los dos de nueva cuenta en camino a la escuela.

Lucio ya va un cuarto de hora tarde, pero no dice nada.

Page 11: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

10

Todavía recuerdo la primera gota de esta lluvia, dice la madre, sentada en su mecedora. Lucio hace como que escucha. Fue cuando eras todavía más chico e ibas con tu apá a la escuela. Yo andaba cosiendo acá al fondo de la casa y de pronto llegan ustedes empapados. Su mirada como que siempre dijo que iba para largo. Siempre ha tenido él esa mirada cuando suceden co-sas extrañas, ya hace rato que no se la veo. Están por cumplirse los dos años de aquella primera gota. Antes de eso la gente se reunía en la capillita a rezarles a los santos. Fueron tanto que ahora es al revés. La gente no se conforma con nada. Primero teníamos sol, y querían nubes y lluvia; ahora tenemos nubes y lluvia, y quieren ver el sol. Típico de un pueblo que se burla y luego llora la muerte. Yo la verdad estoy bien así. Hasta parece que yo fui la que anduvo pidiendo. Ahora me dan más ganas de tejer y la cosa es que nunca me gustó quemarme con ese sol tan caliente. Aquí siempre pareció un infierno. Todavía parece, con todo y la lluvia.

Lucio seguía con la mirada puesta en su madre. Eso no sig-nificaba que hubiera escuchado una sola palabra. Su mente esta-ba un poco más allá. En la ventana. Podía oír el caminar de los burros, el trote de los caballos. Llevando cosas de acá para allá. Ayudando en el hogar. Salpicando en los charcos, transportando el lodo de un lado al otro del rancho, casi jugando como niños, sin temor a enfermarse o a manchar la alfombra.

Más allá de los caballos y burros juguetones, en donde la ne-blina se volvía gris y espesa para una mirada tan lejana, seguían los derrumbes y desapariciones en los pocos hogares que seguían habitados y de pie. No se debe ni se puede culpar a una casa, hecha de los materiales de la tierra, de rendirse ante la humedad, ante los débiles cimientos y la pobre técnica de construcción, y querer, con todo su peso, desmoronarse. Tal vez pueda reacomo-darse un poco, tomar de los nuevos nutrientes que han caído por

Page 12: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

11

el lugar para luego levantarse una vez más, esperando ahora no ser una tienda de golosinas o un depósito de basura, sino quizá una fábrica de sueños, un hogar de la oportunidad y una casa de fantasías. Claro que para ello debe de esperar que el pueblo no desaparezca por algún fenómeno climatológico o alguna catás-trofe que termine por derrumbar las que siguen de pie.

Lucio tenía ahora esa mirada que le heredó su padre, pero la madre no la ve. Ella se concentra en tejer, balbuceando para sí alguna otra historia. Esta la leyó en un libro, hace ya muchos años.

Page 13: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

12

Cada vez hay más gente, ¿no crees?Pues sí, aunque la verdad no reconozco a nadie, es como si

apareciera gente nueva. Quién diría que menos casas resultarían en más gente. Nos vamos a tener que amontonar, no pasa nada. Me contó la señora Porte que le llegaron a tocar a su casa.

No sé cómo estuvo pero terminó saliéndose de su cuarto. Ahora duerme ella con su hija y tuvo que meter a tres personas en su recámara. Que muy apenas pudo sacar sus joyas y zapatos. Ya sabes cómo es ella con esas cosas.

Bah. Si así está la cosa, hay que ir acomodando todo. Así cuando nos toque ya hasta les tenemos cuartito y todo. Hay que poner una alfombra en la entrada. Ya sabes, para el lodo.

¿Qué crees que opine Lucio si les damos su cuarto?Como quiera ya no tarda en largarse. Así lo apuramos tantito.La verdad que sí. Se me sigue haciendo medio raro esto. Yo

me acuerdo que hace mucho éramos nosotros los que teníamos que empezar a irnos. De a poco pero nos íbamos yendo.

Ahora es diferente. Mientras haya espacio va a haber gente. No me acuerdo si me contó una historia así el padrecito que ha-bía aquí o un borracho. Decía que lo lógico siempre era que las poblaciones chicas fueran desapareciendo. Pero que algo pasaba, que justo cuando estaban a punto de hacerlo, faltándoles solo un empujoncito de algún loco o cuerdo para caer en la perdición, se llenaban quien sabe de dónde y todo volvía a empezar.

Tú que te crees eso. ¡Cállate ya antes de que llegue Lucio y te escuche! O alguna persona que pase por ahí, luego qué van a decir de los Cueva. Una bola de locos.

Alguien toca a la puerta. ¿Será Lucio o le habrá llegado su turno a esta casa? Ninguno de los dos se atreve a abrir. Miran por la ventana y ven pasar tras la cerca a don Ramiro, el del ce-menterio, otro de los muchos beneficiados con esta nueva gente

Page 14: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

13

que iba llegando. Se escuchan otros tres golpes. No llevan un tono de prisa. A veces es difícil juzgar cosas tan banales como el tocar una puerta, pero los Cueva saben que desde ese momen-to se comienza a conocer a una persona, cuando no se puede ver, cuando la puerta es la barrera que te defiende de la mirada, cuando se es uno mismo. Otros dos golpes, un poco alternados, con una pausa entre ellos. Quién será. Probablemente uno de los locos que han venido llegando. Es de esperarse que al llegar tanta gente nueva, algunos tengan que estar locos, sabes.

Por fin se acercan a la puerta, la abren lentamente. Es Lucio.

Page 15: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

14

La gente nueva se acumula. En la capilla, cuando los del pueblo se atreven a ir, las señoras ya no tienen chismes que comentar. De verdad eso se ha convertido en un problema últimamente, pues tarde o temprano terminarán yendo a rezar y las historias de muchos pueblos vecinos nos ha dicho que ahí es cuando se pierde la cordura, ya que para que haya cordura tiene que haber, forzosamente, gente loca e insensata; si no, lo más lógico es que todos estemos locos.

Lucio ha encontrado esta situación aprovechable. Aunque nunca ha sido muy sociable, y menos cuando no encuentra algu-na utilidad clara en las personas. Ahora puede pasar desaperci-bido por cualquier calle. No le preocupa que pueda haber menos oportunidades de empleo, que se haga un lodazal en todos lados, ni que no haya suficiente abasto de comida con la creciente y repentina demanda que se ha venido dando. A él le preocupa su tranquilidad, algo que ya hacía tiempo que iba escaseando. Aho-ra puede darse paseos y volver a su casa sin que hasta el perro lo volteé a ver. Tiene que cuidarse de las mismas viejas chismosas, eso lo tiene muy claro. Se dedica de vez en cuando a caminar bajo las nubes, imaginarse cómo sería ver el cielo, sin sentir a cada paso el peso de la humedad. Espía de vez en vez a algunos de los nuevos que han llegado. Le parece interesante la reacción de don Ramiro ante esta situación. Cualquiera pensaría que es-taría dando brincos de alegría, o que al menos habría cambiado para bien su semblante opaco, color lluvia y nubes, por uno de mayor tranquilidad. Después de todo, tenía para su cementerio clientes asegurados por un buen rato, al menos mientras él no fuera uno de ellos. Sin embargo, ha mantenido su misma cara, la del hombre de cementerio, la de hombre que ha visto más muer-te que vida, quizá tanta que ya está más cerca de ella que de este mundo. Es uno de los riesgos de ese negocio. Una cosa por la otra, se dice Lucio.

Page 16: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

15

Por ahora se conforma con verlo, ya habrá tiempo para preguntarle.

Llega el momento de olvidar la realidad, cerrar los ojos y ventanas para abrir todo lo demás. En este pueblo, con la llegada de la noche, la oscuridad, que era parte del ambiente durante el día, se hace total. Una última mirada por la ventana. El restau-rante El Potro en una buena noche, tal como se ha venido dando desde la llegada de la nueva gente. Se preparan los mariachis a las afueras para hacer su agosto con el permiso del propietario. Llenan el ambiente de risas para olvidar el vacío en sus alacenas. Comienzan a tocar y nadie les presta atención, sólo Lucio que los ve a más de 30 metros de distancia y quizá a unos 20 de altura, por eso de las colinas e irregularidad de las calles. Cada movimiento que forma una sinfonía. Los hombres de sombrero y traje blanco cambian de lugar para probar mejor suerte. Quizás la pareja de la esquina aún esté muy enamorada como para notarlos. No salen monedas y menos billetes. Por fin cierra esta última ventana. Se escuchan las sacudidas de la escoba de la vieja del 22, tres casas a la derecha, siempre activa en los momentos menos oportunos. Se vuelan unas hojas medio rayadas que estaban sobre el escritorio; la pluma rueda y llega hasta debajo de la cama, justo al medio, ahí donde ni el pie ni la mano alcanzan. Una ventana dejó una rendija por la que el viento se filtra sin permiso y se lleva cuanto su fuerza le permite. Tenía ganas de leche caliente para ver la tele-visión, pero la leche se acabó desde hace días y la antena no fun-ciona. Apenas abre la puerta lo golpea el polvo, viajero del fuerte viento que desde hace días azota la ciudad a esas horas a pesar de la carga de humedad y la lluvia. Esta combinación le parece de-plorable y peor que el mismísimo infierno. Qué bueno que cerré las ventanas, se dice Lucio. Algunos mariachis siguen tocando, los más acompañan ahora a los hombres de la barra. Se sienta al lado del más alejado de ellos. El único que no toma ni habla. Mi esposa se fue esta mañana, justo cuando le tocó a mi casa. Se llevó a mis dos hijos. ¿Por qué no tomas? Porque ella está aquí. Recargó la frente en la barra. Chorreaba licor en sus piernas. Lucio no en-tendió lo que quiso decirle. Volver al doce, a la casa de sus padres, sería ahora lo mismo que no haber salido. Otra vez el polvo en su cara. Sentía el golpe de cada brisa. Se asqueó al ver su zapatos llenos de lodo, acarreado por quien sabe cuánta gente y animales,

Page 17: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

16

de lado a lado del pueblo. Se sintió sólo. Responsable de la sucie-dad con que vivía toda esta gente, inconsciente del problema de no tener un suelo, una tierra firme en donde apoyar. Se preocupó por volar. El despegue no será nada fácil en estas condiciones, se dijo, mientras intentaba quitar con una ramilla, parado a la mitad de una calle, el lodo que se acumulaba en sus suelas.

El pie con el que apoya está ahora totalmente hundido en el lodo. Ya le tocará su turno de pasar por la ramilla.

Page 18: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

17

Don Ramiro acaba de salir de su casa. Lleva pala en mano. Aun-que es temprano, tal vez quiera acabar alguno que otro entierro que quedó pendiente, o preparar uno de los muchos que ya sabe serán requeridos durante el transcurso del día. Habrá que cavar más profundo para más adelante hacer tumbas dobles, no sólo por el espacio sino por la compañía. Lucio aprovecha y se acer-ca un poco a una de las ventanas de esa vieja casa. Mira hacia dentro, sin pegar demasiado la cara al vidrio. Se tapa la boca con una de las manos para no dejar marca de su respiración. Con la otra cubre los reflejos de la poca luz que produce el ambiente gris y que le impide la vista hacia el interior. Escanea rápidamente paredes, pisos y techo. En una de las mesas distingue una foto. Un niño sonriente, pequeño. Apenas le llega a las rodillas a sus padres. Trae una pelota en la mano, apretada contra su estómago, asegurándola con todas sus fuerzas. En 50 años había cambiado la pelota por la pala, la vida por la muerte, las risas por los llantos. Este hombre canoso, de nombre Ramiro, en algún momento fue un pequeño niño. Si la fotografía existía, si estaba de pie en un portarretratos y tras un vidrio que la protejía, es porque en algún momento, antes de estas lluvias, de esta gente, sucedió.

Lucio es sorprendido por don Ramiro, que mientras este pri-mero sigue petrificado ante el ventanal, ha vuelto.

Y tú qué buscas en mis cosas. Si yo no tengo nada y menos espacio en mi casa para recibir extraños.

Lucio no responde, a pesar del susto de haber sido descu-bierto, sigue pensando en aquella fotografía. Don Ramiro entien-de y sigue de largo su camino hacia el interior. ¿Es usted el de esa fotografía? Dice por fin Lucio, en un tono muy bajo, justo cuando don Ramiro ponía el primer pie en el interior.

No soy yo. Fui yo. Hace muchos años. Cuando había sol. Hoy ya ni a él le interesa venir a ver cómo andamos. Pero a ti qué te importa. Yo ya lo olvidé todo. Las fotografías que aún quedan se

No soy yo. Fui yo. Hace muchos años. Cuando había sol. Hoy ya ni a él le inte-

resa venir a ver cómo andamos. Pero a ti qué te importa. Yo ya lo olvidé todo.

Page 19: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

18

encargan de guardar los recuerdos que haya que guardar, en mi cabeza ya no cabe el nombre de la tía gorda, el lunar de mi padre al lado de la oreja, los montones de hojas en los tacones para subir de altura ni las pastillas en el whisky de todas las noches. Lucio estaba casi ido, fuera de esta escena. No entendía porqué estaba ahora aquí, recibiendo esta explicación del hombre que enterraba a los muertitos. Y es que a pesar de su mala cara y poca amabili-dad, era muy querido por los pocos que quedaban y tenían tiem-po de vivir aquí. Don Ramiro se encargaba de todo lo relacionado a los entierros. A veces hasta traía tierra y flores de algún pueblo cercano para arreglar el cementerio. Desde que empezó a hacer eso la gente lo aprecia mucho. Sienten que así cuando les toque a ellos les va a mostrar un poco de más cariño que a los demás, que los va a poner en la tumba más alta, con las flores más coloridas y la lápida menos sincera.

Ándale, vas a querer pasar o qué. Lucio no iba desaprovechar la oportunidad de ver más cerca ese retrato, y menos si eso invo-lucraba poder secarse tantito de la lluvia, quizá quitarse los zapa-tos y poner los pies junto al fuego. Gracias, dijo, y avanzó tras don Ramiro al interior. Una casa que, aun si alguien no conociese la profesión de este hombre, la adivinaría al ver las paredes, al sen-tarse en los muebles, al tocar las perillas. Hedía a muertos. Cosa extraña, pues dentro de lo que cabe por esto de la humedad, don Ramiro olía decentemente, mejor que muchos que nunca habían tocado un cementerio.

Quería preguntarle qué recuerda usted del inicio de esta llu-via; mi madre dice se vino así de repente y desde entonces no ha parado. Usted qué dice. Se animó Lucio a interrogar así, sin real-mente preguntar lo que quería saber. Don Ramiro no respondió. La cocina es un cuarto oscuro, puede ser que el sonido no llegue tan fácil. Lucio repite la pregunta, más fuerte y más de cerca. Don Ramiro voltea, sonríe un poco, aunque rápidamente trata de es-conderla. La lluvia, dice, sí se vino de repente. Pero sólo para los que no la estaban esperando. Yo ya sabía que tarde o temprano se iba a venir algo así: al principio todo iba bien. Crecía el verdor en mi cementerio, podía reutilizar pozos más rápido que antes. Yo estaba aprovechando sabes, es normal. Pero esto siguió y ha seguido. La tierra está muerta ahora, ya no sirve. Mis pozos son albercas de insectos y animales. Un día de estos, con tanto loda-

Page 20: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

19

zal que hay ya, los muertos se van a enterrar solos donde caigan. Ahí es cuando yo ya no voy a ser necesario, lo bueno es que ya llevo algunos años viendo las estrellas. No diría que me considero un astrónomo profesional ni mucho menos, pero tal vez pueda vivir de eso.

¿Y a quién le sirve un astrónomo en un pueblo donde no se ve el cielo?, preguntó Lucio.

La gente se cree lo que sea. Mira, ve, allá, atrás de esa nube en forma de perra, ahí está la más grande constelación del uni-verso. Y allá, por donde se ven dos personas abrazadas, por ahí está Júpiter con sus anillos. Pero más allá, justo en la boca de esa nube que parece botella, ahí está la mejor de las estrellas, esa que nunca desaparece y sirve de lámpara en la noche. Yo podría en-señar, o entretener. Tal vez sean profesiones más respetables que de enterrador.

Yo creo que sí lo son. No sé si se pueda dar ese salto. Menos en este pueblo, donde probablemente ya han llegado ahora varios payasos y uno que otro mentiroso.

Don Ramiro bajó un poco la cabeza. Se sintió regañado. Vete pues ya, en la noche no se ven los pozos y no vayas a caerte en uno; lo que menos quiero es tener que sacar un cuerpo de un niño de un pozo por la mañana. Todos deben estar vacíos.

Page 21: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

20

Llevo una vida entera en este cementerio. Haciendo zanjas de to-dos tamaños. Desde el tamaño de mi pie hasta el de mi cama. Ca-jas de todas formas y tamaños han entrado. Unas que deshacen las espaldas, hombros y piernas de quienes tienen que encargarse de traerlas; otras que desbaratan el alma de quien sea que toque verlas. He visto llorar a cientos de mujeres y casi igual número de hombres. He presenciado ejércitos de hormigas que llegan a dar-se un festín con la carne. Llevan trozo a trozo los pezones frescos de una recién difunta. Ratas que han encontrado hogar de alqui-ler en un cuerpo caliente. Hay aquí fieles creyentes que duermen hombro a hombro con los peores diablos que han existido. Ase-sinos que reposan a dos pasos de sus víctimas. Doncellas que sin querer se encuentran entre su amor de verdad y su amor de fami-lia, hijos que descansan a un metro del padre que los abandonó y jamás conocieron. He llevado un registro de entradas y salidas de este lugar. Nunca nadie ha salido, esa columna está vacía. Pero en las entradas tengo nombres, ocupaciones, gustos, canciones favoritas y aniversarios de cualquier tipo. Siempre soy yo quien tiene que ir a cantarles, a decirles unos versos, a contarles sobre la lluvia y las nubes. Pero yo nunca he tenido a quien enterrar. Nunca he podido sentirme como esas mujeres que lloran como si el mundo se hubiese acabado. Nunca he sido ese hombre que no sabe cómo consolar a su mujer. Ese hijo que no entiende com-pletamente qué está pasando. Mi sombrero siempre ha estado en mi cabeza, más para protegerme de la lluvia que del sol. Quisiera haber tenido que quitármelo, tan sólo para poder decir unas pa-labras sinceras ante una tumba encharcada. Quisiera haber te-nido que quitármelo para poder llorar a gusto, sin preocuparme de que se caiga y se manche de lodo. No, en cambio yo lo podría tener en mis manos, apretado contra mi pecho, como hacía con mi pelota.

Page 22: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

21

Lucio está ahora solo en su casa. Escucha los golpes en la puer-ta. Él no duda como hicieron sus padres. Se dirige a esa barrera que separa la cordura de todo lo que hay afuera. Un paso. Otro. Mano. Perilla. Le da vuelta. Hombres desconocidos al otro lado. Una mujer. La cierra deprisa, ya sabe lo que buscan. Se rompe la ventana de la cocina.

Page 23: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

22

Ya corre la noticia de que se han llevado a don Ramiro. Lo vie-ron anoche en la cantina El Potro con varios vasos encima y la mejor sonrisa. Era de esperarse que al llegar tanta gente alguno iba a querer su puesto. De seguro no sabe los problemas que se le vienen al negocio, ni tampoco los planes del antiguo pro-pietario de dedicarse a la ciencia de las estrellas. Le han hecho un favor, se dice Lucio, ahora no tiene que esperar que se des-borde el río para que nos inundemos todos, especialmente los enterrados. Ahora no tiene que abandonar su oficio. Se imagina a varios hombres llegando por él en una camioneta, mientras hacía un pozo profundo en la esquina del cementerio, justo por la entrada. Habrían llegado y, sin decir nada, lo habrían tomado por la espalda. Se cae la pala de su mano y queda al fondo del pozo cubierta poco a poco por más lodo. Don Ramiro se resiste pero es arrastrado por varios hombres a la puerta lateral de la camioneta. Entran todos con él y junto con el portazo al cerrar la puerta el automóvil arranca de nuevo. Patina un poco en el lodo y salpica todo a su alrededor. Don Ramiro ha estado por última vez en su cementerio, al menos última vez de pie. Se lo habrían llevado probablemente a una bodega o una cueva no muy lejana, pero con seguridad un lugar al que nadie irá pronto. Don Ramiro ya no tiene salvación.

La gente lo extrañará en algún momento. Extrañará sus flo-res, sus idas al pueblo vecino, sus trabajos hasta noche, sus salu-dos forzados. Alguien nuevo se encargará de los muertos ahora.

¿Por qué tiene que suceder así? Ya todo olvidado en unos se-gundos. Miro al cielo y veo una eternidad de historias que jamás sucederán. Miro a un charco, que refleja cual un espejo el cielo nublado que nos cubre. Camina esta alma ahora entre dos cielos. Mejor dicho, pisando uno y aplastado por otro. Ninguno mejor que el otro.

Page 24: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

23

Regresa Lucio a casa y se encuentra habitaciones repletas por todos lados. Está todo mundo excepto sus padres, ellos no están ahí. Tal vez hayan sido también llevados por esta gente, o quizá hayan decidido irse. Buscaron a Lucio pero este no estaba por ninguna parte. Tuvieron que partir con prisa. La casa ha sido tomada y a Lucio nadie le avisó.

Page 25: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

24

Lucio, como muchos otros naturales del lugar, originarios y herederos por derecho, por justicia y por muchas otras razones de estas tierras, ya no tiene casa. No porque se haya desmorona-do, sino porque ha sido tomada. Todos ellos esperan una respues-ta, Lucio más que nadie. Justo ahora aparecen, ahí por el mismo camino por donde se debieron haber llevado a don Ramiro, dos camionetas y un hombre a caballo. Levantando entre todos un salpicadero como no se había visto ni en este pueblo de lodo. Son alguna especie de detectives, de investigadores. Por fin viene al-guien a investigar estos sucesos, estas apariciones y desaparicio-nes, estos derrumbes y esta invasión.

Se detienen en la primera casa del camino, la que da entra-da y salida, bienvenida a veces y despedida también. Al parecer tienen un protocolo. Los tres hombres de las camionetas se ba-jan deprisa y tocan a la puerta. Como es común en este pueblo, pues no por nada han sido tan fáciles las tomas de las casas, el residente abre. El comandante se presenta amablemente. Los otros tres saludan con un movimiento de cabeza. Los de aden-tro los invitan a pasar. Los de afuera aceptan, menos uno, el de a caballo, ese por obvia jerarquía se queda afuera. Todos regis-tran la casa con la primera mirada, esperando encontrar quien sabe qué. El comandante lanza preguntas, a ver si resultan estar nerviosos, nadie espera que de una de ellas salga la respuesta, pero es procedimiento. ¿Desde cuándo viven aquí? ¿Y por qué no se han ido? ¿No se han cansado de las lluvias?, yo ya habría abandonado este lugar hace muchos años. ¿Tiene hijos? Y así sucesivamente hasta que alguno se canse. Cuando esto sucede uno de ellos sale un poco a tomar aire, a mojarse con el de a ca-ballo. Ahí esos dos discuten un poco de cómo van las cosas en el interior, sin otro propósito que llegar a la conclusión de que se encuentran ya más cerca de resolver este conflicto. Sacar un ratito sus pistolas, cubiertas por la camisa para no mojar la pól-

Page 26: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

25

vora y asegurarse que están bien cargadas y listas por si sucede que se tienen que usar.

Todos ellos se vestían iguales, a pesar del rango. Este no es-taba en la vestimenta, sino en la gravedad de la voz, la capacidad y permiso de golpear a los otros, la experiencia de los años refle-jada en las arrugas y la falta de cabello. Pantalón hasta el tacón de la bota, retachado de chapetones a los costados. Chaquetilla igualmente adornada, así como un sombrero de ala ancha fabri-cado en paño o fina paja. A ello habría que añadirle los elementos tradicionales de la antigua policía rural: sarape rojo, sable, fusil, así como la banda de cuero cruzada sobre el pecho, portando el número del cuerpo al que correspondían y la insignia. Esta, com-puesta por una frase en latín que alguna vez significó algo. Un dragón de komodo en posición de ataque. Parece como que va saliendo del pecho del policía, listo para devorar a quien sea que cuestiona la autoridad de ese pedazo de cobre recubierto en una imitación dorada. La primera casa ha sido un éxito. Han confis-cado varias quesadillas, dos paraguas y mucho cansancio, sufi-ciente como para despedirse por esta jornada de la investigación y regresar por donde vinieron.

Ni si quiera la lluvia es capaz de llevarse el bullicio que este suceso ha generado en la gente. Apenas dejan de verse tras la primera colina, las voces comienzan a mezclarse y se forma un ruido extraño en este pueblo. El lodo se vuelve más pesado. Es más difícil caminar. Al agua comienza a tomar corriente y las más viejas tienen que aferrarse a algo para no ser arrastradas. Los objetos que ya se apilaban en las calles, a las afueras de las casas, desalojadas de todo lo que ocupaba espacio de más por los nuevos ocupantes, arrastrados ahora por esta corriente que se forma, golpea a quienes no han sabido encontrar protección. Lucio está parado un nivel más alto, sobre unas escaleras a la orilla de ese río que antes fue una calle de lodo y todavía antes una de tierra. Se imagina a don Ramiro siendo arrastrado más allá de la primera casa, pasando la primera colina. Por fin cae el primero. Ya no se podrá levantar y será arrastrado, quizá hasta por ahí en la carretera, cerca del cuerpo de don Ramiro. Habrá que esperar a que vuelva el cuerpo de cuatro efectivos policiales para reportarles esta nueva situación.

Page 27: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

26

Los desahuciados se juntaron por instinto en una de las colinas del centro del pueblo. Se les une una jauría de perros que desde hace tiempo ha causado desmanes. Perros y humanos, casi in-confundibles, escaparon del lodo. En esta situación, los huma-nos aprenden de los perros. Estos muestran cómo escarbar en la tierra para formar una cavidad que sirva de cama, alejando de una vez a los insectos que habían encontrado, justo en ese lugar, por debajo de esa tierra, un refugio. Se toma la pata delantera izquierda y se aleja cuidadosamente la tierra y cualquier objeto punzante que llame la atención a simple vista por su filo; se toma ahora la pata delantera derecha y se comienza a cavar, tenien-do en todo momento ambas patas traseras apoyadas; se alterna entre patas delanteras para lograr una mayor profundidad; con las patas traseras se da una textura lisa a la superficie. Se le puede dar mayor comodidad a la cama hecha acostándose alternada-mente en diversas posiciones antes de tomar la final.

Arriba, apenas un poco por encima de los techos de casas, cantinas y tiendas que continúan dando batalla desde sus cimien-tos, se ve distinto. A la altura usual de un habitante de este pueblo la mirada alcanza hasta la propia mano. Ahora, la vista alcanza más allá de la primera casa de la carretera. Esta noche ha tocado una lluvia suave, con nubes altas, casi como queriendo irse, pero aferradas todavía a dejar caer todo su peso.

Lucio se imagina ver las estrellas. No recuerda haberlo hecho nunca, pero su padre le contaba que parecían estar todas a la mis-ma distancia, todas del mismo tamaño, presumiendo su brillo a todo el universo. Como diciendo oigan ustedes, humanos peque-ños, hechos de carne y hueso, vean que hermosa soy, cómo brillo en esta noche oscura. Ahora ya no puede preguntarle cómo eran. Tiene que vivir de esos recuerdos. Hecho un hombre, teniendo barba y vello en muchas otras partes del cuerpo, viviendo solo en la colina que solía ver desde su ventana. Durmiendo como perro

Page 28: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

27

al lado de otros perros. Habrá que encontrar una forma de man-tener la ropa limpia. En el momento en que se pierda la higiene, se habrá convertido completamente en uno de ellos. Puedo tratar de entrar a mi casa, se dice Lucio, saco uno o dos calcetines, una camisa unos zapatos, con eso la hago. Mientras, mira la luz en-cendida en su ventana. Una sombra. Dos.

Se acerca una mujer a Lucio. Él tiene la mirada perdida, un poco más allá de dónde la señora que ya se sienta a su lado, la se-ñora Uriegas alcanza a ver. A ella la edad la ha golpeado más que esta humedad. Quizá mañana volverán esos que se creen rurales. No son más que hombres de campo que se encontraron con una placa y un fusil, que por casualidad se visten igual y decidieron tomar el papel de autoridad. Alguien tiene hacerlo. Pasa la bote-lla, necesitamos del tequila para calentarnos de esta lluvia. ¿Qué edad tienes? Y eso qué importa, tengo la edad suficiente para es-tar aquí ahora sentado, pensando en cosas más grandes que unas colinas que apenas rebasan los techos; la edad para tomar se dejó de medir hace tiempo en base a años de vida, no sé si sabía usted pero ahora lo que importa son los centímetros de lodo bajo las uñas. ¿Tienes la edad o no la tienes? Claro, la tengo. La señora Uriegas le pasa la botella a Lucio. Se bebe tres cuartos mientras los demás ya duermen. Sólo la señora que le ha pasado el alcohol mantiene, aunque recostada ya, los ojos abiertos, bien puestos en ese borracho sentado sobre la roca.

La noche se antoja para el olor de la arena. Para unas olas golpeando en la costa. Esa piedra ha pasado a convertirse en una isla en medio de un mar. De pronto ha tenido que subirse Lucio, todo él, a lo más alto de esa pequeña roca. Apenas cabe de pie, pero es una isla. Todo lo que lo rodea es un mar de lodo. Ya siente Lucio la soledad. Esta isla que le ha tocado está desierta. Hay por allá archipiélagos que descansan. Los hay gordos y otros delgados y alargados. En forma de animal y de persona. Un viento fuerte comienza a soplar del norte. Lo desbalancea. Por poco cae para no levantarse. Pero su fiereza de hombre en soledad, de hombre olvidado en una isla, le hace salir avante. Toma equilibrio. Le-vanta las manos y se aferra a las nubes que han bajado un poco, quizá con el único propósito de ayudarle en esta difícil tarea. Las sabanas que cuelgan de los tenderos en los techos más cercanos se han convertido en barcos, en carabelas. Lucio alza las manos,

Page 29: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

28

da brincos que ponen en riesgo todo el trabajo que le ha costado mantenerse en pie. Brinca y brinca para ser visto. No lanza gritos porque sabe que no será escuchado por hombres en medio del mar, atrapados en el bullicio de las olas y los gritos de mando a bordo. Sólo le queda esperar a ser visto. Esperar, como ha hecho desde que tiene memoria, a que la economía familiar mejore. A que empiece a llover. A que deje de llover. A que vengan los hom-bres armados. A que se resuelva esto. A que vuelvan sus padres. A que se pueda ir. A que amanezca.

Aunque no pueda verla sabe que la luna está ahí, detrás de esas nubes espesas que ya forman una manta infinita. Como toda luna, esta que es invisible a la gente del pueblo trae recuerdos y noches tristes. Aquel libro que una vez llegó a sus manos, gracias a la insistencia de un bibliotecario terco. No recuerda el nombre del autor. Era alemán y empezaba con S. La historia hablaba de un niño que contempla una fuente que ya no sirve. El agua se ha congelado y sirve de espejo para ver la hermosa luna y sus estrellas.

¿Qué hay entre el deseo y la luna? Es el aire que llena el vacío del espacio, miles de kilómetros

desde que se origina tu deseo y le llega al cielo, toneladas de aire, codicias, anhelos, todos en su misma dirección.

¿Y del cielo a la luna? …solo el vacío.

Repetía Lucio en su mente estas palabras. Se daba cuen-ta de que vivía en otro mundo. Un mundo en el que además de los anhelos, codicias y aire que llenan ese espacio, están estas nubes malditas.

Page 30: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

29

Los hombres de fusil ya se aproximan. Los desalojados se orga-nizan para denunciar los sucesos que han ocurrido. Se empieza a formar una batalla campal. Los frentes de guerra se acercan uno al otro. Unos armados con fusiles y sarapes. Otros con locura y mucho lodo.

—Debemos decirles lo que ha sucedido. No dudo que nos ayudarán.

—Yo no sólo lo dudo sino que lo veo imposible. Ellos no vienen a resolver esos asuntos. La cuestión de la lluvia es más importante.

—A mí me han robado un reloj. Ese me lo había dejado mi abuelo.

—Ya que andamos en denuncias. A mí un vecino me roba el agua desde hace seis meses. Mete su cubeta a mi pozo como si nada.

—Ya nos han visto aquí reunidos. ¡Denunciemos!Lucio todavía siente la resaca causada por la noche ante-

rior. Pocas horas de dormir pero muchas de sueño. Voltea a ver a la señora Uriegas, quien aún lo sigue de cerca. Vea usted, ayer descubrí una isla aquí cerca. Podemos hacerla toda nuestra, solo necesitamos informar a estos hombres, no habrá quien oponga resistencia. Podremos construir ahí un nuevo pueblo, en donde cada quien tenga su casa; construidas sobre roca firme como han sido estas islas, no habrá posibilidad de que se desmoronen. Tú y yo sabemos que ese es el verdadero problema. ¿Una isla dónde? Aquí lo único que hay es lodo y tierra. No veo paraísos. No los ves porque no quieres. Están ahí. Vi además algunos archipiéla-gos. Uno podría ser tuyo, sólo tienes que ayudarme a convencer. Yo no veo nada. Quiero regresar a casa. Ándale, echa tus ojos un poco más allá. Toma una mano y borra las nubes. Agarra el sol y acércalo un poco. Entonces las verás. Están ahí.

Page 31: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

30

La puesta en escena se le ha ocurrido a Lucio como la oca-sión para comenzar su conquista. Se adelanta un poco al res-to de su frente. Se ha convertido en el hombre más valiente del batallón. Ese que sin temor avanza espada en mano a realizar la primera matanza. Ese que usualmente es el primero en caer. La señora Uriegas se lo imagina avanzando de prisa sobre su carabela, manejando la vela con sus mismas manos para dejarse llevar por el aire. A Lucio se le ha olvidado su espada.

¡Oigan ustedes! ¿A quién le gustaría ser regidor? Les ofrezco ahora mismo la posibilidad de quitarse ese sarape y vestirse de saco. Cambiar el fusil por la espada. Peinarse un poco y poner-se la corona. Los cuatro hombres, mismos que habían venido el día anterior, se miran extrañados. ¡Yo! ¡Cállate idiota! No ves que tenemos aquí a un loco. Díganme loco ahora pero cuando gobierne serán los primeros en pasar a la horca. ¿No veníamos a resolver esta invasión?, dice desde atrás uno de los otros des-ahuciados. Será la ciudad más esplendorosa, decía, sólo digna de aquéllos que se atreven a ver más allá de las sombras, a apuntar el telescopio de su mirada para descubrir lo que el viento lleva, lo que el verdor esconde y las montañas callan. Los problemas van escalando en este lugar. Empezamos con unas gotas y termina-mos con este loco. La lluvia algún día se va a acabar y el suelo se va a secar. La locura es contagiosa. Me parce extraño, uno pen-saría que en este lugar, apartado del cielo y la luna, se evitarían estas cosas y se permanecería cuerdo. Ahora ves que no.

Mientras se libraba esta batalla en el frente, en la parte de atrás del bloque demandante la señora Uriegas, sentada en un charco, juega con el agua. Le da golpes a la superficie, queriendo deshacer ese reflejo de tristeza que hay en esa agua sucia, no logra más que salpicar apenas unas gotas a sus piernas. Mancha de negro esa blancura que ya no se recuperará jamás, marcada desde antes por las líneas de la vida. Dos realidades diferentes en cada lado del contingente. De uno, en el de Lucio, se pelea por nuevas tierras y libertad; en el otro, el de la señora Uriegas, solo por libertad. Ambos sueños viajan sobre el agua; no en carretas o corceles, cómo era de esperarse en una situación así. Uno en una carabela con grandes velas y banderas, digna solamente de un conquistador; la otra, sobre la palma de su mano, mensajera

Page 32: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

31

de una rendición del pueblo entero, como diciendo, oye tú, cie-lito lindo, hazte a un lado, aunque sea por un momento.

Las dos peleas terminan en derrota. Lucio es aprehendido por la espalda. Su mismo batallón lo ha entregado, quizá en for-ma de sacrificio, a la espera de que las nubes por fin se rindan, o de que al menos la invasión termine. Los hombres que juegan a detectives aceptan el presente que el pueblo les hace. Súbelo a la camioneta Enríquez, dice el comandante. No, mejor súbelo al caballo, que se moje.

La batalla que nadie ha visto también ha concluido. Cuando las pequeñas ondas que se forman en el charco se desvanecen, el mismo reflejo que había antes de ser perturbado por esa mano de mujer regresa, un poco más amenazante, contestando a las peticiones mudas diciendo lo siento pequeña, por ahora no. Por primera vez la señora Uriegas siente el peso de esas nubes que antes se le habían antojado de algodón, de ese que comía cuando era pequeña.

Page 33: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

32

En este día el cielo ha sido borrado. Sólo hay suelo, lodo y llu-via. Nada más. Recuerda, sentado ahora en el lomo del caballo, una de aquellas idas a la escuela del pueblo con su padre. Se siente mejor. Antes en burro ahora en cuaco. Preferiría, para acercar más esta escena a esa otra, que hubiese un sol naciente al final del camino. Pero hoy ha sido un mal día para ese deseo descabellado. En un cielo inexistente, solo puede haber un sol igualmente inexistente. Pero por ahí, se dice Lucio al tiempo que deja rebotar su cuerpo muerto al ritmo del galope, en algún lugar detrás de esa manta, se esconde el cielo. Las camionetas lo escoltan, igual que el hombre de sarape rojo que lleva en su mano las riendas del caballo. Este va en burro. Lo mira Lucio.

Oye, hijo, nunca te dije qué era lo que sacaba de esos pa-quetitos en el camino. Pregúntame. El hijo que va en el burro no responde. Tal vez antes Lucio igual no respondió a esa exi-gencia de su padre. Un padre en busca de dar explicaciones, pero con un hijo que no las necesitó jamás. Ahora no recuerda esos detalles. Sabe que tenía canas, una arruga debajo de cada ojo y un lunar en la oreja. Eso cree saberlo. Esta lluvia ya lle-va tanto tiempo que pudieron haber pasado diez años desde la última vez que lo vio. ¿Cuándo fue la última vez? Se pregunta Lucio, con la cabeza recargada en el pelaje del caballo, miran-do cómo las pezuñas del burro van marcando con cada pisada en terreno lodoso, dejando una marca detrás para quien se le ocurra alguna vez ir a rescatar a este valiente soldado. El padre sostenía uno de esos instrumentos que se utilizan en el campo. Era alargado. Para Lucio, desinteresado desde siempre en esos asuntos, todos son iguales. Hasta sus nombres se parecen. Lo miraba a los ojos. Se dio media vuelta. Alejándose ya, dejó caer ese pesado trozo de madera. En ese momento de la historia de este pequeño pueblo la tierra aún no se decidía a ceder del todo su rigidez. Cayó de un extremo primero, como tenía que ser. Se

Page 34: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

33

enterró una parte, esperando que el otro extremo lo alcanzara. Rebotó un poco y salpicó otro tanto. Quedó enterrado. Dejó su marca en el suelo. En este momento debe de seguir ahí, un poco más profundo.

La voz ya se corrió en el pueblo de que Lucio ha sido llevado. Nadie se atreve aún a ir a su rescate. Probablemente nunca nadie lo haga. Unos dicen ya que ha muerto. Lo tiraron ahí en la carre-tera. Su cuerpo rodó un poco colina abajo hasta que su ropa se enredó con unos arbustos. No, dicen otros, lo tienen ahora mis-mo preso en un calabozo. Lo torturan y le preguntan de todo. Van a esperar a que su cuerpo le demande ceder para entonces hacerle la pregunta que de verdad les interesa.

Ninguna de las teorías que se barajan es certera. Lucio, aunque sí está en un calabozo, no ha sido torturado ni interro-gado, al menos no por parte de las autoridades que se lo lleva-ron. Se encuentra ahora con otros cinco hombres en un cuarto de cuatro por cuatro. Entre ellos no está don Ramiro, pero se-guramente por aquí ha pasado. Lo que sí hay en esa habitación es un padre que impartió más su palabra que la del señor, un ex-coronel que desertó y abandonó a su batallón, un violador que se le olvidó matar a su víctima —se dice de que se enamoró de ella—, un padre de familia que nadie sabe qué hizo para termi-nar en un basurero como este y un cantinero que, bueno, todos sabemos cuál es su crimen.

Ellos parecer llevar ya tiempo aquí. Tienen una especie de ritual para cuando llega alguien nuevo. Primero, le hacen las preguntas obligadas, las cuales llevan siempre a la decepción de los convictos. ¿Y cómo está todo allá afuera? La pequeña ven-tana de la habitación está tan baja, casi a ras de suelo, que solo alcanza para ver de vez en cuando unas piernas de mujer. Sigue lloviendo, no parece que vaya a parar pronto, responde Lucio. En seguida, con evidente enojo por parte de los interrogadores, se prosiguió con el protocolo. Se le juzga, uno por uno y a jui-cio personal, si es un hombre de fiar, pensamiento lógico para con alguien con quien se planea compartir no sólo el aire, sino la luz, la cama, los sueños y las esperanzas. Los cuatro que les toca esperar se retiran un poco en espacio, ya que la celda no permite más; pero mucho más en espíritu y mente, cada uno recargado en su pedazo de pared, cabeza reclinada hacia atrás

Page 35: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

34

y las manos juntas y entrelazadas sobre el estómago; ojos cerra-dos que permitan escapar por un momento. Bien podría decir alguien externo que acaba de llegar, como Lucio, que cerrar los ojos no es necesario, pues de por sí hay poca luz… sin embargo, pronto deberá darse cuenta de que ya aquí dentro la oscuridad es mucha luz, suficiente para ver.

Inició el clérigo. Se acerca un poco a Lucio y toma asiento a su lado.

—Hijo, dime tus pecados.—No tengo ningún pecado que decirle padre. Voy a misa

todos los domingos y no me siento del lado de las viejas. Ya sabe, esas que predican con su propia doctrina en cada misa, hacién-dole competencia directa al padre. Cuando hay.

El padre sacó la Biblia de su sotana. Sabrá Dios cómo habrá podido meterla a este lugar. Amenazas en latín y en nombre de Dios han de haber sido su herramienta. La abrió en un solo movi-miento, como sabiendo con anticipación qué página, qué profeta o evangelista, que capítulo y qué versículo servirían para con-vertir a este hombre de poca fe. Levanta ahora tus manos, pon-las sobre tu rostro y arrodíllate. Lucio siguió las órdenes de este hombre sin realmente saber por qué. Puesto de pie, sobre una de las tablas que servían de cama cuando el cuerpo y la mente así lo demandaba, con los brazos extendidos hacia lo que parecía una multitud por lo fuerte de sus palabras, comenzó entonces la predicación. Hijos míos, tenemos ante nosotros a un hombre arrepentido; en el principio Dios creó todas las cosas, y dejó la lluvia y las nubes para el final. Se tardó la creación en este pueblo pero como fue profetizado, ha llegado. Ahora mismo se está con-cluyendo la gran obra, todos somos testigos. Levántense ahora y vean con sus propios ojos esta maravilla. Lucio, él único de todos que lo seguía, dudó un poco en hacerle caso. Finalmente lo hizo. De pie. Levanten la mirada, ahí está el padre.

Tú, ¿a qué te dedicas? Soy líder de un grupo de desahucia-dos que protestamos las condiciones de esta vida, por eso me han apresado. Aún no se termina de crear y ustedes ya están de quejumbrosos. Esperen a ver la gran obra del señor, esa que está escrita en todos lados será magnífica. Un poco de lluvia, muerte y sufrimiento son solo elementos necesarios para un fin extraor-dinario. El padre tenía ahora la mirada perdida en algún extremo

Page 36: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

35

perdido de la habitación. Quizá habrá podido ver algo con su entrenada mirada que Lucio no alcanzaba a distinguir.

Lucio sabe que el padre miente, que ni siquiera él mismo se cree lo que predica. Se nota en su pronunciación. En su entona-ción y en su manera de perderse después de cada frase. Si pudiera se iría ahora mismo. Se alejaría contra la multitud que siempre se acerca a este tipo de hombres locos que prometen un porve-nir mejor. Ahora no puede y tiene que asentir, hasta sonreír un poco. El padre, al terminar su frase final, se recarga en la pared y se pierde en su propia oscuridad. Lucio siente una mano en su hombro. Voltea su cuello para ver el rostro de quien lo llama y descubre al excoronel, mirándolo con unos ojos que amenazan ver su alma. Es su turno.

Page 37: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

36

Don Ramiro está en la celda de al lado. Recluido, lejos de los de-más, solo. Al parecer es más peligroso un viejo entierramuertos que un militar o un violador. Este hombre puede hablar de la muerte y sus detalles aún mejor que el pobre sacerdote que tam-bién ha terminado en este agujero. La condenada no se lee, se mira a los ojos y se reta todos los días. Siente frío en su cabeza sin su sombrero. Piensa en la gente del pueblo. Me han de pensar muerto, o por qué será que aún no vienen a buscarme, no necesi-tan más que preguntar por mí. Igual que los otros en su celda, este hombre peligroso se sienta en su rincón oscuro. Este comienza a chiflar. Parece una melodía. Para don Ramiro, el hombre que entierra muertos, es la historia de esas dos hojas que se han cola-do por su pequeña ventanita casi a ras de suelo, hasta ocupar un lugar dentro de su celda, esa que se suponía debería ser ocupada sólo por él. Don Ramiro hecha una sonrisa para la oscuridad. Lástima que nadie lo ve ahora, cualquiera pensaría que es un hombre con un oficio normal. Ha burlado, una vez más no, sólo a la muerte sino también a los guardias del lugar. Son tres en su celda para uno. Su chiflido continúa.

Page 38: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

37

Los desahuciados en el pueblo se desesperan. Los rurales no han vuelto desde la última desaparición, la de Lucio. En vez de resol-ver dudas han plantado más misterios. La gente pide su regreso, alguien que resuelve e investigue, más allá de la primera casa de la carretera, la razón de todo lo que ha sucedido. Desde la primera gota hasta este día. Se organizan alrededor de fogatas y barriles. Planean cómo retomar sus viviendas. Miren, dicen unos, los que han venido a este pueblo han cerrado las puertas con llave y cerrojo, pero son nuestras casas, ¿cuántos de uste-des han traído sus llaves después de escapar? Solo un hombre levanta la mano. A todos ellos se les ha olvidado, en las prisas de salir con algunas joyas y una manta, las llaves para volver a entrar. Ninguno pensó realmente que fueran a intentar por la fuerza retomar sus casas. Ahora se da la oportunidad pero no la podrán tomar. Otras opciones se barajan, pero ninguna tan fuerte como para que la gente se atreva. La que gana la opinión de las masas que se reúnen es la esperanza de volver a ver por la carretera de entrada a los hombres de sarape rojo. Por lo pronto unos se sientan en las banquetas, toman ramas y dibujan en el lodo. No solo los niños y niñas aprovechan para jugar, también las señoras y hombres grandes toman parte. La diferencia radica en las marcas y el manejo de la rama. Mientras que los pequeños forman dibujos de hombres y mujeres, de esos que todos han he-cho alguna vez, de palitos, las personas más grandes solo trazan líneas aleatorias. Unos con la mirada perdida en ese lodo oscuro que parece no tener fondo, otros de verdad empeñados en llegar hasta un suelo más sólido. La esperanza aún no se pierde, pero sí las ganas de buscarla.

Page 39: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

38

El acercamiento del excoronel es distinto al que siguió en su mo-mento el padre.

Soldado, has dicho que eres un soldado, ¿no es así? ¿Qué batallas has peleado? ¿Conoces la primera regla para la batalla? Nunca mires a tu enemigo a los ojos. Le das la ventaja sabías. Tienes que mirarlo siempre a la garganta, que sepa que ahí es a donde va apuntada tu arma. Si no sabes eso, hijo, estás perdido.

Tantas preguntas dejan a Lucio casi en el estado en que se encuentran los demás. Perdido.

Pero bueno, si estás aquí es o bien porque has hecho las cosas extraordinariamente en el campo, o bien porque no tienes made-ra. Sabes, yo soy de los primeros. Estaría en este momento domi-nando continentes enteros. Imagíname nada más con una coro-na, dando órdenes y comandando legiones enteras. Viviríamos en otro mundo, soldado. Ah, y eso te lo aseguro, no existiría gente como estos hombres de campo que han comenzado su pequeña revolución y ahora creen que pueden apresar a quien quieran. No no, para nada, las dictaduras erradican cualquier tipo de fanatis-mo de este tipo. Pero bah, cuéntame de ti soldado.

Pues soy un coronel. Tengo un batallón que se encuentra ahora mismo dando pelea allá afuera. Tenemos dos grandes ene-migos. La lluvia y los hombres nos han dado mucha pelea. Pero estoy certero de que cuando fui apresado le inyecté animo a mí tropa. No dudo que ahora mismo estén aquí afuera, averiguando en que celda estoy para hacer un boquete y sacarme de aquí de la manera más heroica. Me apresaron justo cuando estábamos a punto de ganar esta batalla. Ahora que salga triunfaré.

No pareces un coronel, hijo, tienes que cortarte ese cabello ahora mismo. No es por moda, para nada. Los costados de la ca-beza deben de ir rapados para evitar la presión en esas arterias que van al cerebro. Tanto pelo no lo deja a uno pensar en el cam-po de batalla. Lucio asiente con un gesto que denota que lo ha

Page 40: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

39

vivido. Le agradece con la mirada este consejo que sin duda le ahorrará uno que otro dolor de cabeza en futuras batallas.

Sabes, he estado pensando un poco. Me parece que tú y yo podríamos unir fuerzas cuando salgamos de este lugar. Quizá po-damos tomar este calabozo desde el interior. Imagina nada más las historias que se contarían de nosotros. Dos hombres muertos, resucitan desde su tumba para derrocar la tiranía más atroz de los últimos cien años. Pasaremos a la historia.

Hagámoslo, responde Lucio, aunque el excoronel no necesi-taba oírlo, él ya puede verlo. Inmortalizado en un libro de historia o, incluso mejor, en un billete futuro de esta nación. Ambos ca-llan ahora, pero fijan su mirada en el mismo punto. Ahí es donde se proyecta, muy tenuemente, la película de esa hazaña que está por venir.

En el silencio retumba un chiflido. No viene de esta habita-ción. Quizá de la contigua. Es una historia amarga. Lleva tonada de muerte y presagia lo peor. Tratan de no escucharla pero ésta continúa, infiltrándose a través de los microscópicos orificios de estas paredes silenciosas y cargadas de humedad.

Page 41: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

40

En el calabozo, en el pueblo, en todos lados, la lluvia continúa. Si antes se pensaba que la tierra no servía ahora pueden estar todos seguros de que está muerta. No habrá un solo fruto que se atreva a crecer en semejante lugar. Tal vez uno u otro que ande en busca del suicidio, de aniquilar su especie. Los hombres apresados son un poco más afortunados, su pequeña barrera detiene el agua de entrar en su cuarto. A pesar de la humedad que se siente, pueden disfrutar de una tierra más seca. No del todo, pues esta se filtra ya por todos lados, pero seguro mejor que los que descansan en las banquetas.

Page 42: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

41

Las paredes lloran en la cárcel. No se sabe si es la humedad acu-mulada que termina transpirando hasta el interior, o un simple reflejo de la triste imagen que dan estos hombres, arrumbados ahí, sin verdadera esperanza de ver estas nubes una vez más. Los oídos se han acostumbrado ya al chiflido. Al principio se negaban, pero tuvieron que ceder. Ante la poca luz de la habitación los ojos se han vuelto inutilizables, obsoletos. Los otros sentidos, más agu-dos, distinguen hasta la más diminuta hormiga sobre la espalda.

Toca el turno al padre de familia. Este parece, como es de esperarse, un hombre más normal y habituado a una charla con-vencional. La realidad es que de todos parecería el más resig-nado de la habitación. Tiene más curiosidad Lucio por saber la historia de este pobre hombre que aquel en la de Lucio. Tiene un rostro de verdadera indiferencia y solo se acerca a Lucio porque los demás lo empujan con la mirada, con esos cuatro pares de ojos blancos y grandes en la oscuridad. Se acerca finalmente un poco y no dice nada, pero con la mirada hace la pregunta. Unos ojos tristes, debajo de unas cejas abultadas y bien pobladas. Una barba densa y evidentemente desarreglada. Lo traicionan sus ojos, marcados por horas y días de preocupación y llanto.

Me han separado de mis hijos, sabes. Me trajeron a mí aquí y ellos fueron dirigidos a otro reclusorio. Con su madre no vi qué pasó, pero estoy seguro que logró escaparse y vive ahora en una buena hacienda en otro pueblo. Despreocupada. Así fue siempre ella. Por eso la odié siempre. Sabe, yo le di todo. Trabajé como negro y, ¿para qué?

Lo siento mucho, contestó Lucio titubeante.No lo sientas. Eso a mí no me sirve. Tienes suerte tú de ha-

ber terminado aquí antes de ser apresado por una mujer. De esas sí no hay escapatoria sabes. Cuántos crímenes y estupideces sin razón se han cometido con excusas que son de ellas. Millones, te digo, y sólo en este pueblo.

Page 43: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

42

Ambos se sentaron. Recargados el uno con el otro. La cabeza del pobre hombre en el hombro de Lucio. Durmieron al son del chiflido.

La esposa yace recostada con su amante. Uno encima de otro. Ambos a tres metros bajo tierra, en el cementerio de don Ramiro, cubiertos por una tonelada de lodo.

Page 44: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

43

Las hojas no se mueven mucho. De repente sienten una brisa y se acercan un poco más. Luego se alejan. Parecen danzar, ofrecer todo un espectáculo para sólo un espectador. Esa es su historia presente, lo que cualquier diablo puede ver y comprobar. Don Ramiro las conoce un poco más. Ha visto a parejas de hojas mo-verse así antes, es un patrón. Diría él que vienen de un barrio distinto, quizá hasta son hermanas, vecinas en la rama más alta de un roble que hace poco dejó caer esas últimas hojas, esas que en algún momento se aprovecharon del agua pero terminaron ahogadas. Tuvieron que escapar del continuo afluente para so-brevivir. Desde entonces han viajado, llevadas por el viento y el lodo, en busca de algún hogar. Parecen haberlo encontrado en este cuarto oscuro. Quizá creen no ser vistas, pero se equivocan. La mirada de don Ramiro las ha descubierto. Ahora les pone nombres. La más verde, sin duda la mayor de las hermanas, se llama Sagia. Parece una alabarda, aquélla arma que utiliza des-de tiempos antiguos hacha y lanza de manera combinada. Esta hermana es muy agresiva, muy seguramente la dominante de las dos. Ven, sígueme, le dice a la otra, y la otra la sigue. Esa otra, la que es más tierna y suave a la vista, lleva por nombre Besia, ella extraña, de manera singular, sentir la brisa del viento y moverse a ese ritmo, por esto se mueve con más gracia ante el más tenue soplido. Han llevado ambas una vida difícil, pero son guerre-ras. Se han desarraigado de sus raíces y ahora van libres por el mundo. Han completado el paso más difícil, uno que ni siquiera todos los humanos dan, una verdadera hazaña para dos hojas hermanas.

Una fuerte brisa las junta definitivamente. Se empalman una con la otra. Don Ramiro ve cómo Sagia le pasa el brazo por enci-ma a Besia. Las dos duermen. Don Ramiro las acompaña.

Page 45: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

44

A todos les tiene que llegar su hora y la de Lucio está cerca. Aho-ra que el chiflido ha callado. Alguien llega a la puerta del cuarto donde se hospedan los cinco hombres. No toca ni pide permiso. Es el hombre del fondo en la cadena de mando, pero ante ellos es todopoderoso. Abre la puerta de un jalón y con un enorme estruendo. Toma al violador por el cuello y lo arrastra fuera de la habitación. Se va el hombre de la peor apariencia, pero quizá del corazón más amoroso. Cierra la puerta tras él con un sonido igual de fuerte que el primero. ¿A dónde lo llevan? Pregunta Lucio. A la pared de fusilamiento, responde alguno desde su oscuridad.

Lucio respira aliviado. Por hoy se salvó. Ahora ocupa en la celda el lugar que dejó el violador. Se escuchan tres explosiones; parecen de fusil.

Page 46: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

45

Si estos no vuelven vamos a tener que tomar la situación en nues-tras manos. Nos vamos de casa en casa, destruyéndolas todas, hasta que les dé miedo y se vayan. Ya luego nos preocupamos por la lluvia. Sí, podemos irlas quemando. El fuego y humo lo pueden ver desde lejos y así los vamos asustando. Se escuchó un grito de aprobación que venía de todos lados: de las banquetas, del interior de los almacenes de lámina, de debajo de los puen-tes e incluso debajo del agua y la tierra. ¿Por cuál empezamos entonces? Se miran unos a los otros. Al que se le ocurre decirle a otro que sacrifique su casa le caen más miradas que gotas de lluvia.

Por la de don Ramiro, dice alguien desde atrás, el del cementerio. Nadie dice nada. Se ha tomado una decisión.

En este clima que ya da frío, unas fogatas públicas le van a venir muy bien a este pueblo. Y más ahora que hay tanta gente desalojada. Unos celebran con gritos el nuevo plan de acción. Otros son más mesurados y se sientan a planear aún más allá en su imaginación. La señora Uriegas se recuesta sobre la ban-queta. La humedad pesa y la ropa que trae puesta no le ayuda a moverse. A cada movimiento que intenta dar, sea un paso o un pestañeo, choca con un muro más grueso de neblina y olvido. Se siente obligada a recostarse. Recargar su peso en esa banqueta, soportada por un mundo entero de tierra, roca y lodo. Lo hace. Ahora ve de frente a las nubes que se acumulan. Más grises.

Page 47: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

46

Desear salir de la prisión se ha vuelto una enfermedad en un lu-gar donde lo único natural es querer morir. Ya lo han hecho tan-tos que resulta hasta sorprendente que para Lucio sea solamente una posibilidad. Las otras son salir a la calle, mojarse en la lluvia, buscarse una mujer, cavar un hoyo o incluso jugar con las rami-tas que ha estado juntando ahí dentro. Ya don Ramiro ha pasado el proceso previo al último descanso recargado al paredón: ha dormido cómodamente en su celda; ha esperado que entren más hojas a acompañarlo y ha deseado estar afuera, mojándose. Se le cumple, pero porque es llevado. Agarrado. Tomado. Del cuello y otras partes.

A su paso por el pasillo más grande de esta prisión, pasa por la puerta donde están los cuatro hombres. Donde está Lucio. Pa-rece un laberinto, con más de mil caminos diferentes que llevan al mismo lugar para quien los conoce pero a cualquier lado a quien los explora. Don Ramiro no es ni de los primeros ni de los segundos. Él es obligado a caminar hacia su muerte, esa que ya conoce tan bien.

Lucio lo escucha pasar. ¿Quién será? Se pregunta. Quiere creer que es don Ramiro, así que decide que es así. Quien ca-mina afuera, hacia su libertad quizá, es el hombre del cemente-rio. Ese que muchos creyeron atorado en un arbusto al lado de la carretera, devorado por roedores, aves y gusanos. Absorbido por la tierra suave que parece que se mueve. Con movimientos lentos pero constantes, casi imperceptibles para el ojo inexper-to, aprovechándose del ambiente gris que disminuye la vista, va enterrando al enterrador. Ahora él camina allá afuera de la puer-ta. En el pasillo. Va hacia afuera. Hacia el paredón.

¡Fuego! Oyó gritar al comandante, al hombre de mando, dos o tres veces. Cuatro o cinco explosiones de fusil tras cada grito. Todas hacia aquella pared, repleta ya de hoyos de todos tamaños, colmada de cuerpos y salpicada de alcohol, sangre,

Page 48: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

47

historias y un buen número de vidas. Súmenle uno, demanda el comandante.

Se acerca un poco. Mira a don Ramiro. Un rostro muer-to. No ha cambiado mucho desde que recibió el primer disparo. Casi nada. Ha vencido a la muerte. Tiene cara de vivo y para eso se requiere estarlo. Quizá su cuerpo tuvo que venir hasta acá, al perdón, para morir. Su mente y su alma yacen en el cemente-rio, enterrados desde hace tiempo en una tumba que él mismo construyó. Con una lápida pequeña, discreta. Murió. Afirma la lápida. No ha habido una más sincera. Por si había duda, la otra parte de él, esa parte que no está ni en su cuerpo ni en su mente ni en su imaginación, está ahora hecha cenizas. El cuadro, las perillas y las paredes. Todo don Ramiro está ahora en contacto con el lodo, enterrado en lluvia y lodo.

Esta historia no se cuenta. La versión oficial indica que don Ramiro cayó de la troca en que era transportado a un lugar segu-ro. Rodó y se golpeó. Ya nunca despertó.

El sombrero está tirado. Manchado. Lejos de la cabeza de don Ramiro. Se quedará ahí, hasta que el lodo lo trague o alguien lo robe.

Page 49: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

48

Cuando nadie era fusilado, había quienes se venían a pegar la cara, los brazos y hasta el culo para ver qué se podía obtener: el recuerdo de un amante, de un padre muerto y varios abandonos, la primera nalgada o el primer castigo en la escuela, el primer viaje al pueblo en burro. Esta costumbre no nació de la locura, al contrario, pues en alguna ocasión uno de los asesinos de oficio, tras acercarse demasiado y por casualidad a esa pared maldita, había terminado con la mujer de uno de los muertitos que acaba-ban de caer. Tal situación se dio a conocer rápidamente y resultó un espectáculo que hasta las palomas querían ver.

Es lógico, se decía Lucio, encerrado en su celda, envidiando la libertad de don Ramiro. Es de esperarse que si se pueden tomar las tripas y ropas de los fusilados para guardarlas en una bolsa y venderlas para tacos y taqueros, también se pueda tomar un poco de sus historias. En esto tenía razón. En este pueblo la gente no está hecha de carne y hueso sino de historias y recuerdos. En ocasiones desconocidas y con terminación en desgracia, como es la segunda parte de la historia de ese primer hombre afortunado, no sólo asesino sino ratero, un tanto menos conocida. Debajo del muerto de la viuda estaba un borracho sin más suerte que la que le daban sus dados. Evidentemente no era mucha y menos sufi-ciente. Tomó entonces, sin saberlo, el hombre un poco de cada uno y terminó más o menos igual que los dos. Quizá en vez de con cinco balazos con seis; o con el brazo izquierdo flexionado y hacia atrás.

Page 50: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

49

Tú no estás en peligro hijo. Claro que lo estoy. Estamos en el final del camino.Este es el inicio. La vida es caminar de este cuarto al paredón. En ese camino pasa más que en una vida de esas del pueblo.

Se aprende mucho.Lástima que cuando se llega hay que morirse.No hay que. Eso también es una decisión sabes.La única salvación es que las gotas detengan la bala.Mejor sería que lluevan balas y disparen agua. Así nos aho-

rramos las inundaciones y vaya que varias muertes de arma. Cállense ya. Ustedes sólo conocerán este tipo de lluvia, la de

agua. Al menos quisiera ver el cielo antes de mi paredón. Un hueco

en una nube no estaría mal.¿Tu paredón? ¿Crees que te dan uno para morir solo? No es

así. Te amontonas ahí y ya. Hasta eso te hacen. Tienes que buscar-te tú mismo tu lugar para morir, ni en el paredón está asegurado eso.

Se hace un silencio en la habitación. Ya nadie quiere hablar de esa muerte próxima. Se requiere ser un valiente de verdad, un héroe revolucionario para mirarla a la cara, pero un tonto para pensar que se le puede ganar. Se oyen pasos afuera, una o dos risas.

No sólo a los revolucionarios los fusilamos. También a los que creen serlo.

Page 51: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

50

Instrucciones para morir en el paredónpor Arnulfo Ramos

Se deben de tomar consideraciones previas a pasar a formar parte de la extensa lista de nombres, hom-bres, mujeres, niños, niñas, viejos, viejas, perros, pe-rras, gatos, gatas y demás animales que han pasado por ahí y nunca han salido caminando, sino que han quedado embarrados en la pared. Debe notarse que esta lista no proviene de la experiencia, pues como he dicho, si intentara que fuera así este texto, que será de ayuda para muchos, no podría ser jamás es-crito. No es que considere que esta lista de instruc-ciones resulte indispensable para una buena muerte de esta forma, si es que alguna muerte puede llamar-se buena del todo. Lo que sí es verdadero, algo que he podido presenciar en los pocos borrachos y ase-sinos letrados que he encontrado, aunque vaya que hay, es que se muere de una forma única, irrepetible, si se siguen estas instrucciones. Se muere con gra-cia y casi de manera poética, digna cada caída para un tomo entero de una novela infinita. No seré yo quien se dedique a dicha tarea de transcribir a papel el arte de morir en el paredón, pues yo ya he hecho mi parte al hacer posible que esa gracia exista, ins-truyendo por medio de estas palabras a los futuros muertos, ahora condenados, a lograr una despedi-da digna del más grande rey, del mejor poeta y del alma más pura. Exhorto al lector a prestar cuida-dosa atención. Cada detalle debe ser completado a la perfección para lograr esa muerte envidiable. Me disculpo por cualquier ola de muertes que pudiera causar.

Page 52: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

51

1. Se debe de dormir bien la noche previa. Es de suma importancia para mantener una postura rela-jada al momento de la ejecución.

2. Caminar con soltura hacia el paredón. Este punto se puede malinterpretar como que se debe de ir forzosamente sin cadenas y por pie propio. Esto no es así. La indicación es la de dirigirse, ya se arras-trado, cargado, empujado, rodado, o de cualquier otra forma, sin rigidez en las articulaciones, permi-tiendo un movimiento libre de las extremidades.

3. Una vez en el paredón, recordar que la muerte es segura y no se puede evitar.

4. Mientras se espera el turno, recargar la es-palda alta y la parte posterior de la cabeza en la pared.

5. Mirar en todo momento a los ojos de quien sostenga el fusil. Si son varias personas las encarga-das de esa tarea, entonces se debe de mirar a quien se crea va a disparar la bala que lo fulmine. Es una apuesta difícil en muchos de los casos, pero en rara vez hay equivocaciones.

6. Al recibir los impactos de bala, actuar con naturalidad. Es importante no planear la caída con anticipación pues ello resultaría en un desastre: el cuerpo queriendo ir hacia un lado y la mente hacia el otro. Es un espectáculo deplorable. Lo que se debe hacer es dejarse llevar por los impactos, generando una caída armoniosa.

7. Evitar la lengua de fuera, babear, lloriquear, patalear, insultar o cualquier acto que intente evi-tar que la bala llegue a su destino.

Estoy seguro estas indicaciones te servirán, y si pudieras me lo agradecerías. No podrás, estás con-denado.

Page 53: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

52

Lucio recuerda ahora, sentado en su celda, habitación, o como se desee llamarle, un pequeño texto que leyó en un periódico se-manal alguna vez. Cuando era más pequeño. Cuando aún había noticias que contar y gente que leerlas. Instrucciones para morir en el paredón, de Arnulfo Ramos. Creo que murió aquí mismo fusilado hace algún tiempo. Imagina ahora el repartidor del pe-riódico, lanzando bolas mojadas de papel con tinta a cada casa. Sería un verdadero enemigo del pueblo.

Otro autor frustrado que intentó más de lo que debía. Sin ningún atributo literario o filosófico. Probablemente haya sido su intento de explosión a la fama. En un periódico como han hecho muchos. Para Lucio y todos los que lo leyeron fue un chiste mal contado, con un tono irrespetuoso y hasta estúpido.

Cuánto le serviría ahora recordar aquellas instrucciones. Morir con gracia, se dice, es lo único que recuerdo. Qué bonito ha de ser. Quizá por eso los que lo hacen se dedican a eso y no a otra cosa. Se ha convertido en un arte, tanto el matar como el mo-rir en el paredón. Quizá el segundo tomo, planeado únicamente por Arnulfo, se titulaba, Instrucciones para matar en el paredón. Sin duda ese habría sido un éxito. Nadie quiere aprender a morir, pero todos a matar. Todos mueren, sólo unos matan.

Page 54: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

53

El paredón. La pared. El fusilamiento. Los fusiles. Todas estas palabras retumban y rebotan en la mente de Lucio. En su ima-ginación. En sus sueños. Está a unos metros, pero separado por toneladas de lodo, millones de gotas, unos cuantos ladrillos de adobe, tres almas y una orden de mando.

Page 55: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

54

La señora Uriegas sigue recostada. Tiene la blusa pegada a su piel. En su estómago y senos por el peso y humedad de la tela de al-godón; en la espalda por la corriente de agua que lleva ya rato pasando por el lugar. Ha superado la banqueta pero ella sigue dormida, esperando a ser despertada por el grito de guerra. Ese que llame a todos los desahuciados a defender su pueblo.

La lluvia ha servido al menos para ir apagando los fuegos que se han ocasionado en las casas. Va una colonia y quedan mu-chas por destruir. Aún no sale nadie huyendo. Tampoco nadie ha visto la cara de algún invasor para atestiguar si en efecto ya tienen miedo o si ni se han dado cuenta. La segunda teoría es poco posi-ble, pues el humo oscuro se distingue fácilmente de las nubes. Es más oscuro. No deja respirar.

Page 56: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

55

A las ruinas naturales, originadas por la caída de las casas desde un inicio en esta epidemia de problemas se les suman las rui-nas de fuego y las de cuerpos. No es fácil distinguir a unas de las otras. Las de los incendios caen negras instantáneamente, en cenizas y por partes, venciéndose primero las partes más débiles para dejar pasar las brasas a consumir las partes más fuertes. To-das compartían el suelo. Por su parte, los cuerpos no tienen un final tan estrepitoso, pero por supuesto que igual de digno. Estos caen casi como se levantaron en su última mañana, quizá única-mente con un rostro más sincero. Pasan dos días y están igual de negros que esas cenizas, también en pedazos, consumidos por animales y quemados por el sol.

Lucio, sentado en su celda, con las piernas casi inmovilizadas por el frío, la humedad, el poco movimiento, imagina ya cómo será su cuerpo cuando se mente haya muerto. Quizá se vea mejor, pensó, sin esta cara de preocupaciones. O no, tal vez me vea justo como ahora, un poco más limpio por el agua. Empezó a sentir más confianza con sus compañeros en esta espera. Intentó hacer fuego con dos rocas. La chispa se negaba a aparecer.

¿Qué haces? Puedes quemar todo este lugar. ¿Tú crees que van a venir a sacarnos? Sólo les ahorras balas.

Lucio no respondió. Se movió un poco a la esquina y siguió con su intento. Cada vez más fuerte y menos eficaz.

Es de maña, no de fuerza. En la guerra teníamos que sobre-vivir a base de rocas. Sólo nos faltó comerlas.

No es ni de fuerza ni de maña. El fuego va a aparecer cuando esté listo. Todo lo que haces ahora es tocar a la puerta. Ya abrirá.

El padre pegó el rostro al suelo. Se embarró los cachetes de lodo e intentó mirar por la rendija que hacía de ventana en este cuarto. Un ojo, el izquierdo, alcanzaba a ver pasos lejanos y botas de piel. Algo grande está pasando allá afuera.

Page 57: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

56

Qué más grande puede haber que quitar vidas por segun-do. Si las estuvieran haciendo habría todo un espectáculo y para todos sería evidente. Pero no, como las quitan nadie lo ve. Es lo mismo sabes.

El padre siguió viendo por esa rendija. Las rodillas apoyadas le empiezan a temblar. Se rinden y mejor se hecha todo boca aba-jo. Es una posición más cómoda.

Se ve humo en el pueblo, allá, lejos. Yo no creo que sea humo. Y menos con esta lluvia.Al fuego no le han dado ganas de aparecer en esta celda, don-

de lo único que puede hacer es matar a cuatro almas de antemano condenadas y destruir una pequeña celda. No, mejor seguir en el pueblo. Derrumbando edificaciones cada minuto.

Allá sigue, en el pueblo apesta a humo. Hay fuego. Hay lluvia.

Page 58: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

57

Llevo ya días en esta cárcel. No sé si su suma de semanas, meses o años. No me importa. Dentro de estas paredes sigue siendo el mismo día que llegué. Parece que afuera también la misma lluvia, las misas nubes. Desde primer momento frente a estos hombres sólo he deseado volver a caminar fuera de este cuarto, aunque sea unos segundos, para ir al paredón. Distinguir entre vida muerte se ha complicado. Vivo con muertos en un cuarto que sólo sirve de antesala de la muerte. Quisiera decir que veo la salvación más cerca, pero mentiría. No veo nada. Mis ojos no se han acostumbrado a esta oscuridad hecha de ladrillos y humedad. Creo que nunca lo harán. Siento a los demás caminar, dar pasos silenciosos de un lado a otro. Agacharse y arrastrarse. Caminar en cuclillas o de manos. Los siento cerca, pero no los veo. Hay momentos que no sé si estoy solo aquí. Quizá y en al-gún momento, mientras yo no miraba, alguien abrió la puerta y salió. Tal vez sea así de sencillo. La puerta podría tener una perilla. Solamente hay que girarla, en silencio para despertar a todo mundo, y salir. Caminar por uno o dos pasillos y encontrar otras perillas que tengan que ser giradas para llegar a la libertad. El que logre salir debería de ir a avisar dónde nos tienen. Así los demás soldados podrían planear efectivamente el ataque, y no andar por todos lados vagando sin encontrar la cárcel prometi-da, como seguramente están.

Creo que aún soy joven. Sí, lo soy. Junto a estos viejos diablos nací ayer. Ellos ya han vivido mucho. Puede que hasta merezcan pasar a esa pared. Yo aún no. Tengo tiempo, aún y cuando esté detenido tengo tiempo. Debería de tenerlo. Ése debería ser el sis-tema. Oye tú, demandaría el guardia, cuántas horas llevas. Cin-cuenta y un mil novecientos treinta y dos. Te quedas. Y Tú. Doce mil cuatrocientas quince. Por una, vas para afuera. No es así. Con esta cara, esta barba y estas manchas quién sabría que soy más chico que estos hombres. Ya ni yo lo sé. El tiempo ha pasado.

Page 59: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

58

Estas marcas son testigo. Las nubes también. Es precisamente lo que perpetua el tiempo lo mismo que adquiere el papel de juez. Sólo él lo ve todo de afuera del cuadro.

Yo desde aquí no veo nada. Sólo oigo. Llantos de mujeres y niños que destruyen las gargantas de donde vienen; y otros de hombres y viejos, que destruyen las almas que aún quedan aquí dentro. Siempre, después de los pasos que se dirigen por el pasillo hacia afuera, hacia el paredón, escucho tres o cuatro explosiones de fusil. Los que entran dejan siempre a uno afuera. La población aquí dentro se mantiene constante. Al rato llegan otros con un nuevo huésped. Este no camina, lo van cargando. Va amarrado y a veces dormido. Me imagino que hay un poeta en la puerta, can-tando versos al aire. Es la única forma que puede ser. Las últimas palabras que se deben de escuchar en una vida, cuando se conoce el momento de la muerte, deben de ser hermosas. O al menos, no espantosas, como hay muchas. Saliendo le daré estas piedras que encontré bajo el lodo. Algo han de valer. Un soborno que inspire sus mejores versos. Quiero una rima para morir. Una melodía de la cual pueda tomarme para caer suavemente.

Page 60: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

59

Tal fue tu suerteque ni la luna más fuerte

ha logrado defendertey ahora tendrás que romperte,

enmudecerte caerte

no habrá ya quien te libertequien logre defenderte

pues a ti amigo, te ha llegado la muerte.

Page 61: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

60

Ve ya cuántos llevamos. A ese último le di en la mera frente, justo en la marca roja de la capucha. Parecía que muerto seguía vivo, se tardó en caer.

Tu bala no fue la que lo mató. Fue la mía. Yo le di justo en la diana blanca. Al corazón. Se muere más rápido por el corazón que por la mente, eso todos lo saben.

El último condenado murió con la cabeza tapada por una capucha y una diana blanca cerca del corazón. Para que no falla-ra el pelotón de fusilamiento. Pero para evitar malas conciencias y hasta pesadillas, sólo cuatro de las cinco balas que dispararon los cinco agentes armados con rifles, eran de verdad. Una era de fogueo. Se convirtió ese hombre en un blanco de práctica. La idea es que cada uno de estos mercenarios de la muerte piense que la suya no mató a nadie. Es una hipocresía. Es inmoral. Pero ha sucedido al revés. Al principio sí era así. Nadie quería haber sido culpable. Pero ahora, cuando se llevan 200 asesinatos, se vuelve una competencia. El que lo mata se queda sus cosas, es la regla.

Ve y diles que muevan los cuerpos que están ahí. Ya en un rato vamos a traer a otro y no va a poder pararse. No se vaya a tropezar camino al paredón y entonces si se nos hace un desmadre.

Déjame esperar a que baje esta lluvia. No me quiero mojar más. Menos a mí fusil de fiero plomo. Si no puedo tirar, cómo quieres que vaya yo a matar.

Page 62: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

61

Veo mis tripas saliendo por mi estómago. Escupo sangre. Dejo de sentir del cuello para abajo. No necesito mi cuerpo, puedo so-brevivir sin él. Sólo necesito una mano y mi cabeza, nada más. Hasta es mejor no tener que sentir este lodo, esta lluvia y esta hu-medad del diablo. La primera bala fallará apenas por mi costado. La segunda me dará en el muslo izquierdo. Siento debilidad en esa pierna. Estoy a punto de doblarla, de dejarme caer. No. Me apoyo en la otra. Un balazo a mi rodilla derecha. Está destruida. Tengo que caer. Voy cayendo. Espero haya acabado esto, podría sobrevivir. Un nuevo balazo. Me penetra en el pecho. Siento frío. Enseguida uno al estómago. Se sale todo de mí. Mi comida de ayer chorrea. Fluidos asquerosos salen de mi cuerpo. No puedo creer que hayan estado ahí todo el tiempo. Quisiera ver cómo me veo. Mis tripas. Quiero quitarme esta capucha y dar una última mirada. No puedo. Ya no tengo fuerzas. Caigo. Esa podría ser mi muerte. Elegante y de acuerdo a las reglas de Ramos. Así deberá ser. Sólo falta que los del pelotón hagan su parte.

Yo, desde el corredor de la muerte, estoy más muerto que vivo.

Page 63: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

62

Le toca ahora al padre. Lo sacan con todo y su llanto. No quiere morir. Quién querría. Lo llevan a fuerza al paredón. Van a fusil al a un hombre que tiene las manos atadas. Van a fusilar a un hom-bre que lleva una Biblia en los calzones. Hay cinco soldados para disparar. Los cinco están armados. Sabrá Dios quiénes con balas de plomo. Quiénes con balas de salva.

¿Te puedes mover?¡No me puedo mover!¿Puedes correr?¡No puedo correr!Vamos a tirar¡A ustedes no sé quién los va a salvar!Les hace la seña, bajando un palo, un señor oficial.Tiraron y mataron. Ninguna bala dio en la gruesa Biblia. Se

necesita un escudo más grande para defenderse de ser fusilado. Ya lo sabrá este padre que temió a la muerte cuando le vuelva a tocar.

Page 64: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

63

La noche es perpetua en el pueblo. Nubes de humo por todos lados. Ruinas y cenizas por doquier. Parecería un pueblo por el que acaba de pasar una guerra. Un pueblo que luchó hasta defen-derse. Pero la historia es muy diferente. Este pueblo se ha hecho la guerra a sí mismo. La gente nueva que llenó este pueblo de problemas más allá de la lluvia parece que ha comenzado a irse. Quizá ya no podían respirar. El humo se les metía a los ojos y no podían ver. Un pueblo en condiciones de decadencia definitiva-mente no merece ser conquistado. Habría que trabajar en recons-truirlo y para eso mejor se quedan con el suyo. Todos saben que las invasiones se dan por flojera.

La corriente sigue en las calles y banquetas. Son afortunadas las casas que decidieron erigirse unos metros más arriba que las demás. Sobre unas escaleras o una colina. La cantina El Potro y la casa de Lucio son de las afortunadas. Si no se las llevan los fuegos nada les impedirá mantenerse de pie. El cementerio ha quedado olvidado con todos sus muertos; la casa de don Ramiro desde hace días que está hecha pedazos y cenizas.

La mezcla que se ha creado en el agua es aún peor que el lodo. Una combinación de cenizas y agua. Una corriente negra que carga escombros y recuerdos. Una muñeca nada calle abajo. Lleva la cara y un brazo de fuera, como queriendo alcanzar ese pedazo de muro que le pasa de cerca, o esa varilla que la rebasa y casi la hunde. Se detiene en una esquina, donde se han acumula-do cientos de hojas que flotan. Se adentra entre todas ellas y llega casi al fondo. Se detiene totalmente. Está ahora a salvo. Sagia y Besia la toman de la mano.

La señora Urigeas y todas las demás mujeres pueden ver este tipo de espectáculos por cualquier lado. Lo que no se ve es cómo volver a la vida antes de esta invasión. Rehabitar las casas que queden no hace olvidar, y olvidar es lo que se necesita.

Page 65: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

64

Sólo quedan los dos soldados en su celda. La cárcel ha sido va-ciada y a los militares se les dará un trato especial. Los van a matar de a dos. Las apuestas dicen que van a caer como dominó. Que uno se va a morir de miedo y va a saltar a agarrarse del otro.

Mira soldado, no quiero que arruines nada. Llevo desde que entré con el ejército planeando esta muerte y no quiero que arrui-nes nada. Tú quédate parado y cuando te toquen tus balas te caes. Así de simple. No vayas a saltar, a agacharte o a llorar. Dicen que la forma de salir es más importante que la de entrar y lo he com-probado. Quiero irme mejor de como llegué a este mundo. Es fácil. Me voy limpio, de pie, en silencio.

Tocan a la puerta. Esta se abre sin esperar respuesta de los de adentro. Dos hombres con fusil en mano, ropa muy mojada y lodo hasta las rodillas demandan con la mirada que se pongan de pie. Pasa un tercer hombre que con una maniobra que denota experiencia ata a los dos hombres. De pies y manos. Uno al otro separados por un extremo libre de alrededor de dos metros. Los encapuchan. Un tirón es más efectivo para decirles que es hora de partir. Ahora tendrán que caminar por el pasillo, pasar por debajo de varios arcos de puertas, golpearse sin poder quejarse con algunas esquinas y llegar finalmente a la libertad. Por un segundo son libres. Sientes cómo pasan de una humedad a otra. La de las paredes viejas por la del ambiente.

No hay ningún poeta o músico en la puerta. Lucio no puede ver pero al menos, si lo había, decidió que para estos condenados no había versos. Sólo hay perros ladrando, hombres con sonrisas pintadas, mucha lluvia.

Un paso. Dos. Tres. 24 separan la puerta de la pared. De ese muro que tras quedar en desuso ha servido para algo, aunque ha sufrido más que cualquier víctima. Recibiendo las balas, si-gue de pie.

Page 66: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

65

Para Lucio y el coronel no era tiempo de pedir clemencia. Lucio nunca fue más Lucio y el coronel jamás fue más coronel. Tampoco era tiempo de rezar por un milagro que no iba a suce-der; mucho menor hora de despedirse de familiares, amantes o hijos. A Lucio se le antojó llorar a alguien y tener alguien que le llorara. Si no fuera por las palabras estrictas del coronel ahora mismo estaría despidiéndose de él como si fuese su viuda.

¿Alguno tiene algo que decir?, inquirió el oficial de mando en este turno de ejecuciones. Silencio. No se podían ver el uno al otro pero seguramente el coronel mantenía debajo de la capucha un semblante calmado, como de quien está preparado y ha espe-rado este momento. Lucio, por su parte, tendría un rostro más nervioso. Esperando el momento. Deseando unas últimas pala-bras que logren liberarlo. Que mala suerte ha tenido de terminar condenado en este pueblo y en esta pared, solamente junto a un hombre más; no, en cambio, en tiempos de ocupación nazi en Europa o en revoluciones latinoamericanas, tanta gente que sería fusilada en cada tanda facilitaban el engaño al oficial, la escapa-toria por entre la gente o el fingir una muerte al primer disparo.

Serán cinco balas por víctima, ¿me entendieron? Los cin-co del pelotón de fusilamiento asintieron, sin despegar ningu-no la mirada de sus víctimas. Bueno, un bolado para ver quién será primero y quién segundo, sugirió uno de los soldados. De izquierda a derecha, respondió tajante el oficial, siempre se ha hecho así.

El coronel estaba a la izquierda, pero él no lo sabía.

Page 67: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

66

¡Cinco son pocas, se necesita el doble para matar a un militar!Grito valiente con el último suspiro. Los labios del coronel se

movieron sin que su cerebro lo comandara. Ya en este punto, tan cerca de la muerte, se empiezan a dar las desconexiones automá-ticas del cuerpo, propias siempre de un condenado. Mayor aún en contacto con el paredón. Lengua y cerebro se han separado; hombre y su voz ya no son uno. Sabrá Dios quien más inteligente, quien más valiente.

El oficial, con rama en mano, estuvo a punto de tomar el mis-mo el fusil que siempre lleva baja el cinto y asesinar de un balazo a Lucio. A ese hombre irrespetuoso. No es momento de nuevas batallas, menos cuando se está a punto de vencer en la última. Con estos hombres se acaba la operación. Se dispersa el pelotón y se vuelve por el camino por el que se llegó.

Serán diez balas por cabeza.De nuevo asienten los del pelotón de fusilamiento. Ansiosos

ya por descargar sus armas en los cuerpos inmóviles. No realizan ningún cambio, solamente apuntan con mayor firmeza.

¡Fuego!Diez balas penetran al coronel. Cae inerte. Sin vida. Igual

que como lo habría hecho un perro o un loco. Su caída casi tum-ba a Lucio. La fuerza ha viajado por la cuerda que los une hasta avisarle que el otro ya cayó, que sigue él.

Las armas se mueven diez grados a la derecha, hacia el cora-zón de Lucio.

¡Fuego!Todas las armas producen un sonido, pero no es una explo-

sión típica de fusil. Se han quedado sin municiones y por hoy no podrán matar más.

El oficial los mira. Ellos devuelven la mirada. Aunque sus armas son las responsables ellos han fallado. Tienen a su obje-tivo a unos cuantos pasos, indefenso, esperando la detonación,

Page 68: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

67

pero no pueden terminar el trabajo. Con una mirada el oficial les demanda entren, adentro debe haber más, síganme rápido y terminemos con esto.

La escena ha quedado vacía. Lucio y un montón de cuerpos. Todos muertos excepto él. El silencio trae sospechas. Una o dos mordidas en la capucha producen un agujero. Movimientos de cabeza, cuello, piernas y espalda llevan el agujero, antes a la altura de la boca y los dientes, a la altura de los ojos, donde puede ser de utilidad. El horificio le muestra una escena vacía, llena de lluvia y lodo, como esperaba, pero sin nadie más que vigile.

Ahora, es tiempo de echar a correr. Lucio, arrastrando en-tre más cuerpos, baches y lomas el cuerpo del coronel, avanza silencioso. De algo ha servido la lluvia. Que difícil habría sido arrastrar a este hombre, de por sí pesado, en un terreno que se niega a permitirlo. En cambio el lodo funciona como tapete que se lo va empujando, como apurándolo a que se aleje antes de que vuelvan los otros hombres. Diez, quince, treinta, cin-cuenta, doscientos pasos. Entre arbustos y matorrales es como se pierden los fugitivos. Gritos y disparos atrás. Lucio ya está muy lejos, muy invisible. No todos son al aire, alguien tiene que ser el último muerto.

A pesar de que no había salvado a nadie, se sintió el héroe. Alguien tenía que serlo.

Page 69: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

68

Del pueblo ya se han ido todos los invasores. La técnica em-pleada de verdad funcionó. Destruyó casas y tiendas. El pueblo es otra vez de quien siempre debió ser. Los desahuciados que aún tienen casa las tomaron de regreso. Unas lámparas tiradas, una puerta rota, el espejo quebrado, la pared manchada, una alfombra mojada, un mosaico faltante y una perilla doblada son los únicos precios que se tendrán que pagar. Por otro lado, los que no tuvieron la fortuna de mantener sus casas en pie, ya sea por falta de autoridad a la hora de mandar o bien por errores y equivocaciones por ser todas las casas tan parecidas, han sido acogidos en las casas vecinas, al menos hasta que todas vuelvan a estar de pie.

Los resfriados han cobrado víctimas pero han sido los me-nos. Tanto tiempo expuestos bajo esta lluvia, sin resguardo ni prendas secas, debió causar algún estrago y dejar una que otra marca. Una ampolla que ya no se quita, callos que parecen de pie-dra, arrugas que ya formaron cicatrices y la mugre bajo las uñas que parece que es imposible de sacar. La gente esconde todo esto con capas de ropa, gorros, prendas por doquier.

Ya se vuelve a ir a la capilla a dar gracias por la bendición de tener todo de vuelta. Por poder expulsar a esa otra gente y haber perdido a tan pocos. Las cuentas indican que hay menos gente que la que jamás ha habido. La comida y el alcohol va a volver a alcanzar.

El puesto de sepulturero del pueblo sigue vacante. Nadie se ha presentado aún a tomar la pala e iniciar con las actividades. Puede ser que esperen a que pase la lluvia y se pueda ahora sí co-menzar de nuevo. Quizá la gente no quiere saber nada de muerte después de tantos incidentes y desapariciones. O incluso puede ser que la gente tenga miedo de encontrar a todos esos desapa-recidos al hacer un hoyo. El caso es que no hay nadie dispuesto aún. Bastaría un científico, un padre, un sembrador, un tomador

Page 70: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

69

o un viajero. Es trabajo fácil, lo único que de verdad se requiere es no faltar jamás. A ellos, los muertos, nunca les da por saltarse uno o dos días. Menos ahora en un pueblo que apesta a muerto por todos lados.

Existe el temor que ir caminando por la calle y encontrar de repente que, por una pequeña corriente de agua, se descubra bajo el lodo algún dedo o una mano entera. Lo lógico en esas situa-ciones bajo las condiciones actuales sería echar otro poco arriba. En ese sentido, todo el pueblo se ha convertido en don Ramiro. Quizá ya ha llegado el momento que tanto temía ese viejo y un sepulturero ya no es necesario. Todo el pueblo puede estar lleno de muertos. Es una ventaja.

Page 71: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

70

La señora Uriegas y demás señoras del pueblo se han encargado de tomar escobas, hojas o ramas, ir limpiado de basura y escom-bros las calles y banquetas. Se ha probado en estos días que vivir con esos elementos no es para nada indeseable. Así cuando se venga otra problemática de este tipo, en la que se tengan que en-tregar las casas a los nuevos residentes, el pueblo y las calles van a ser un lugar mucho más acogedor.

Page 72: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

71

Falta un cuerpo aún de ser enterrado. Viene acercándose al pue-blo siendo arrastrado y todavía muy muerto. Si viviera el padre de la celda, algún tipo de prodigio podría realizarse para revivir-lo. Contarle cómo su ocurrencia y orgullo salvaron a otro solda-do. Habría que darle medallas y condecoraciones por salvar la vida de un inferior al mando. Coroneles de este tipo ya no hay en los campos de batalla, quizá porque todos están ya en celdas, esperando en un corredor la muerte, o simplemente como este, ya se murieron.

Lucio entra triunfante a su pueblo. Lo arrastra con todas sus fuerzas. Tanto lodo ha dejado de ser ventaja para arrastrar y se ha convertido en un obstáculo. Un obstáculo que se acumula en la cabeza muerta de este hombre. Que ya le llena los hombros de una materia un tanto oscura y que ahora apesta a humo y cenizas, a tienda de la esquina y armario de mujer.

Una roca filosa y la mano de Lucio se encargan de separar por fin y para siempre a este par de amigos. Se han acompañado incluso más allá de la muerte. Movimiento transversal de la roca respecto a la cuerda que los une. Es cortada justo al medio. El coronel se queda con la mitad de ella amarrada. Lucio le hace una pequeña tumba, escavando con sus mismas manos y uñas, hasta dejarlo bien enterrado.

Es el primer hombre enterrado en el pueblo. Tal vez Lucio pueda ser el nuevo don Ramiro. Guardar fotografías con pelotas, enterrar muertos e imaginar la historia de dos hojas.

Primero habrá que llegar al pueblo. Quizá, por qué no, mirar su casa una vez más si es que sigue en pie. Agradecer un poco en la iglesia como hacen todos de haberse salvado, aunque haya sido muy apenas y no por intercesión divina, sino militar y humana, de un hombre que probablemente sería recordado en otro tiempo como el buen militar o el soldado samaritano.

Page 73: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

72

Ninguno le habría gustado a este excoronel. Ahora eso ya no importa. Será el buen militar.

Pasos lentos, guiados por la memoria y el recuerdo. Pesa-dos. Arrastrando con sus pies y pantalones más lodo del que ja-más pudieron mover las vacas y caballos que recuerda. Llega a la primera casa por la carretera. No toca y sigue de largo. Nadie ha notado aún que el hijo de los Cueva, Lucio, ha vuelto sano y salvo. Libró a la muerte y casi libró el paredón. No murió ahí pero la sintió. Eso nadie lo sabrá.

Quizá Lucio fue quien se llevó a don Ramiro, ese del cemen-terio, y él mismo lo mató.

Tal vez fue Lucio a quien le tocó empujarlo de la troca en la carretera.

Tal vez ahora vuelve porque cree que nos hemos olvidado. Quizá sí lo hemos hecho. Yo aún recuerdo a la lluvia. A esa primera gota que cayó

cuando nadie la esperaba.La lluvia ha estado siempre, por eso no se olvida. Lucio ha entrado ya a la cantina El Potro. Tras las proezas

que ha realizado lo lógico sería ser recibido con trompetas y re-verencias. Una alfombra enorme, aplausos y cantos. No es tan buena noche como aquella otra que recuerda, pero sin duda aceptable. En vez de lo justo recibe varias miradas de loco y un puntapié en la espinilla. Es válido para quien sea venir a echarse un trago, brindar por el amigo caído, la casa desaparecida o los tiempos mejores. Para jugar con unos muñecos o practicar el canto y la danza.

Lucio no lo hace por ninguna de estas razones. Ni siquiera por sus padres. No. Él lo hace porque no tiene a dónde ir. Ni siquiera a su casa. Esa que ya no le pertenece. Desde el día que la tomaron decidió cederla. Qué más se puede hacer cuando te arrebatan algo. ¿Pelearlo? Bah. Eso es para los brutos y cobardes.

La guerra ha terminado y Lucio es un solado. Un soldado sin batallón ni batalla. Un soldado que venció a la muerte y escapó del paredón.Un héroe como este pueblo jamás ha visto.Pero eso, eso esta gente nunca lo sabrá.

Page 74: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

73

Afuera se escucha la lluvia. Las gotas que antes eran silenciosas ahora hacen un escándalo al caer. Salpican por todos lados y se suman a las demás que van en la corriente, mezclándose con el lodo y cenizas que viajan por este pueblo.

Entra, le dice a una muchacha que pasa que es mejor que-darse dentro.

Se viene una tormenta.

Page 75: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

74

Van a fusilara un hombre que tiene los brazos atados. 

Hay cuatro soldadospara disparar. 

Son cuatro soldadoscallados,

que están amarrados, lo mismo que el hombre amarra-do que van

a matar.—¿Puedes escapar? 

—¡No puedo correr!  —¡Ya van a tirar! 

—¡Qué vamos a hacer!  —Quizá los rifles no estén cargados...  —¡Seis balas tienen de fiero plomo! 

—¡Quizá no tiren esos soldados!  —¡Eres un tonto de tomo y lomo!

Tiraron. (¿Cómo fue que pudieron tirar?) 

Mataron. (¿Cómo fue que pudieron matar?) 

Eran cuatro soldados  callados, 

y les hizo una seña, bajando su sable,  un señor oficial; 

eran cuatro soldados  atados, 

lo mismo que el hombre que fueron  los cuatro a matar.

Fusilamiento, Nicolás Guillén

Page 76: El parEdón - Tecprod77ms.itesm.mx/podcast/CCL/Elparedon.pdf · 2013. 10. 8. · vimiento de alguno de los hilos; sentado ahora aquí por falta de repuestos o funciones donde aparecer.

La edición de El paredón, de Daniel Adrián Calles Almeida se realizó en agosto de 2013 por AZUL Casa Editorial

del Tecnológico de Monterrey en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México. Se usó tipografía Minion Pro.