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E EL ORIGEN SOCIAL DE LOS INCENDIOS FORESTALES: el caso del PAÍS VALENCIANO U Angel Villalba Fonfría (1999) Profesor del departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia

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EL ORIGEN SOCIAL DE LOS

INCENDIOS FORESTALES: el caso del PAÍS VALENCIANO

U

Angel Villalba Fonfría (1999) Profesor del departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia

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INDICE

INTRODUCCIÓN ____________________________________________________________ 2

LO QUE TENEMOS Y LO QUE PODRÍAMOS TENER _____________________________ 4 A) Lo que tenemos.

B) Lo que podríamos tener.

C) Causas de esta diferencia

PONER PRECIO AL MONTE? O ¿CUÁNTO VALE EL BOSQUE?___________________ 16

QUÉ ES LO QUE PERDEMOS SIN EL BOSQUE? ________________________________ 22

CONSECUENCIAS DE LOS INCENDIOS FORESTALES: LA EROSIÓN _____________ 32

¿ES LÍCITO BUSCAR EN LA NATURALEZA LAS CAUSAS DE LOS INCENDIOS FORESTALES? _____________________________________________________________ 36

LAS CAUSAS DE LOS INCENDIOS FORESTALES ______________________________ 44

LA HISTORIA Y SUS ENSEÑANZAS __________________________________________ 54 A) Los montes en la Edad Media, el régimen tradicional

B) Montes de la Marina

C) La Desamortización

D) Los Ingenieros de Montes y los Catálogos de Montes Públicos

EL SIGLO XX ______________________________________________________________ 71 A) La reforestación

B) El cambio en los aprovechamientos forestales

C) El éxodo rural

ESTRATEGIAS DE LUCHA CONTRA LOS INCENDIOS FORESTALES _____________ 88

ALGUNOS APUNTES SOBRE LA RESTAURACIÓN DEL BOSQUE MEDIT. ________ 106

CONCLUSIONES __________________________________________________________ 111

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INTRODUCCIÓN

Es este un primer paso para el autor en el estudio de las verdaderas causas de la

degradación del espacio forestal valenciano, objeto de investigación estrechamente rela-

cionado con las posibilidades de futuro de nuestra sociedad. La motivación de este tra-

bajo surge por el interés en esclarecer el trasfondo que existe o pueda existir en deter-

minadas posturas y argumentos sobre los incendios forestales, esgrimidos repetidamente

bien desde posiciones políticas o corporativas y basados en una utilización fuera de con-

texto o forzada de fundamentos científicos. El peligro que entrañan este tipo de argu-

mentaciones es que dan pié bien a actitudes fatalistas que conducen a la pasividad, bien

a intervenciones que se desvían de las verdaderas raíces del problema y que por lo tanto

en lugar de solucionarlo lo prolongan en el tiempo con unos cuantiosísimos costes eco-

nómicos y ecológicos.

El método a utilizar, dadas las características del bosque, ecosistema donde con-

fluyen tanto el sistema natural como el sistema social, será transdisciplinar. Comienza

por un análisis desde la perspectiva ecológica de la realidad forestal y su relación con el

fuego, y de los problemas que provoca un incendio forestal sobre todo el principal de

ellos, la erosión. Las conclusiones que se derivan de esta primera parte servirán para

introducir la problemática humana a través de su comportamiento social en dicho me-

dio. Esto se aborda a partir de un análisis histórico de los hechos mas relevantes en las

relaciones sociedad-bosque tanto en España como en el País Valenciano, llegando hasta

la realidad actual donde nos detendremos en los cambios experimentados en las socie-

dades rurales que habitan nuestros montes: despoblamiento, abandono de cultivos, per-

dida de los aprovechamientos y tradiciones silvícolas, etc.

Estos cambios en las sociedades de montaña vienen acompañados por otros en

las urbanas, en estas se produce el resurgir de unos valores que lleva a sus habitantes a

visitar cada vez mas masivamente el espacio forestal, lo que tiene unas repercusiones

determinantes sobre el medio e influye asimismo en la sociedad rural y sus valores.

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Desde un punto de vista económico ortodoxo -monetariamente- el sector fores-

tal en el País valenciano es prácticamente despreciable. Sin embargo, su valor ecológico

es fundamental, e indirectamente tiene una gran importancia social y económica, al in-

fluir de alguna manera en todas las fases de nuestra realidad cotidiana y constituir un

factor determinante de nuestras posibilidades de desarrollo. Por lo que las pérdidas que

se producen tras un incendio forestal difícilmente se pueden valorar en términos mone-

tarios.

A partir de aquí, se presenta la necesidad de una Política Forestal1 que sea capaz

de hacer frente a los peligros a los que se ve expuesto el monte y facilite la recuperación

del mismo siguiendo su línea de sucesión natural, en consonancia con las principales

funciones que hoy cumplen y se exigen a nuestros bosques: protectora, ecológica y cul-

tural. Una Política Forestal que no olvide a la población que habita en nuestras zonas de

montaña que ha vivido un proceso de coevolución tradicional hoy desaparecido al per-

derse la forma de vida tradicional con sus aprovechamientos y cultura forestal propios.

1 No entraremos en el análisis pormenorizado de dicha Política Forestal, este queda reservado para una investigación posterior.

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LO QUE TENEMOS Y LO QUE PODRÍAMOS TENER

A) Lo que tenemos.

Si contemplamos la realidad forestal valenciana actual vemos que esta es el re-

sultado de un proceso dialéctico de interacción hombre-naturaleza o sistema social-

sistema natural, en un marco geográfico, y por lo tanto climático determinado.

Desde la aparición del hombre este ha interferido en la sucesión natural del eco-

sistema de una manera decisiva en una acción permanente de explotación y consiguiente

rejuvenecimiento de la vegetación. Por lo que hoy no se puede hablar de espacio natural

ajeno al ser humano, este ha dejado su impronta en todo lugar. El ecosistema mediterrá-

neo del viejo continente tiene un nivel de humanización de los mas elevados y antiguos

del planeta y esto se deja notar en la presencia de características rurales en la mayor

parte de los espacios considerados naturales.

Pero, ¿acaso el ser humano no forma parte de la naturaleza?. Así lo han com-

prendido a algunos ecólogos (Margalef 1991, Folch 1996), llevándolos a romper con el

estrecho marco de lo biológico que tradicionalmente tenía asignada la ecología2 y, a

entender esta desde un enfoque holístico, haciéndola desembocar en la formulación de

un marco conceptual capaz de explicitar las relaciones y ofrecer los instrumentos analíticos

e intelectuales necesarios para comprender las relaciones entre hombre, sociedad y natura-

leza.

Ciñéndonos al bosque, el mundo rural en su práctica tradicional, sin dejar de uti-

lizarlo como fuente de recursos complementarios e incluso muchos de ellos esenciales

2 En esta línea Hurtubia (1976) nos ofrece una definición integradora de ecosistema:“El ecosistema es un sistema abierto integrado por todos los organismos vivos -comprendido el hombre- y elementos no vivientes de un sector ambiental definido en el tiempo y en el espacio, cuyas propiedades globales de funcionamiento -flujo de energía y ciclaje de la materia- y autorregulación -control- derivan de las interacciones entre todos sus componentes tanto pertenecientes a sistemas naturales como aquellos modificados o creados por el hom-bre mismo.”

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para su sustento, a jugado un papel fundamental en la preservación de un cierto equili-

brio ecológico en él. Plasmación de lo que se ha venido a llamar coevolución3.

En una aproximación a los destinos que hoy se les asigna a las tierras valencia-

nas, tenemos que las cifras varían según la fuente consultada y, como es natural, según

el año de recogida de los datos. El cuadro 1 nos ofrece unos datos del programa CORI-

NE, realizados mediante imágenes del satélite Landsat en 1987, según los cuales la su-

perficie forestal suponía prácticamente la mitad de la superficie total valenciana y los

bosques ocupaban el 14,5% de esta.

Cuadro 1: Usos del suelo en el País Valenciano Usos del suelo Superficie (Ha) % Total

Urbano y artificial 74.285 3,19Agrícola 1.070.023 46,00

1.156.842 49,73337.285 14,50

Forestal - Bosques - Resto 819.557 35,23

Zonas húmedas 7.803 0,33Superficie de agua 17.117 0,75Total 2.326.070 100

Fte: Programa CORINE, 1987

La última información de que disponemos es la publicada por la Generalitat Va-

lenciana correspondiente al Segundo Inventario Forestal de la Comunidad Valenciana,

datos que comparados con los anteriores, nos indican que la superficie forestal ha expe-

rimentado un crecimiento de 58.235 Ha., y la distribución de las mismas vendría dada

por el cuadro 2. Los datos son difícilmente comparables pues el detalle del Inventario

Forestal es mucho mayor. Si damos validez a este último tendremos que de todo el terri-

torio catalogado como forestal solo el 32,2% tiene mas de un 20% de su superficie con

cubierta arbórea, y el bosque -en su acepción amplia como masa de árboles- ocupa en la

actualidad únicamente el 17,4% del País Valenciano. Es decir, aquello que puede consi-

derarse estrictamente como bosque, el monte maderable, adquiere una extensión poten-

cialmente reducida, correspondiendo la primacía al monte leñoso, es decir, a terrenos

3 “En biología la coevolución hace referencia al proceso seguido por dos especies que mantienen una estrecha interacción, condicionándose mutuamente su evolución. Numerosos mecanismos de retroalimen-tación conectan a una y otra realidad. Cuando alguno de estos mecanismos cambia, la coevolución se traduce en un proceso de transformación y mutua adaptación mediante retroalimentación positiva” (Tomás Carpi, J.A. 1996).

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arbustivos y de matorral que ocupan gran parte de la superficie forestal, es este el ele-

mento paisajístico dominante (Soriano, J. 1996).

Cuadro 2: Usos del suelo del País Valenciano Usos del suelo Superficie (Ha) % Total

Improductivo y aguas1 102.644 4,41 Cultivos2 1.007.787 43,34

1.215.078 52,25 404.063 17,38 125.603 5,40 586.798 25,23

Forestal: - Forestal arbolado3 - Forestal arbolado ralo4

- Forestal desarbolado5 - Superficie en regeneración6 98.614 4,24

1 Núcleos urbanos e improductivos naturales. 2 Cultivos de todo tipo. 3 Cubierta arbórea en mas de un 20% de la superficie. 4 Cubierta arbórea situada entre el 5% y el 20% de la superficie. 5 Matorral y/o pastizal con cubierta arbórea inferior al 5%. 6 Superficie arbolada y arbolada rala afectada por los incen-dios del periodo 1990-1994. Fte. Elaboración propia a partir de Segundo Inventario Forestal de la Comunidad Valenciana

En lo que se refiere a la composición del arbolado, el cuadro 3 nos muestra cla-

ramente el dominio absoluto de los pinares con el 89% de las zonas arboladas, y dentro

de aquellos el pino carrasco o pino blanco es el mayoritario con casi un 70% del total

arbolado, frente a esto, las frondosas apenas alcanzan un 11%. Cabe destacar además la

extensa superficie de matorral con escaso arbolado (20%) y, sobre todo, la zona afecta-

da por los incendios forestales de la primera mitad de los 90 casi un 17% de la superfi-

cie arbolada y arbolada rala. Según datos del libro blanco de la política forestal de la

Comunidad Valenciana (borrador, enero 1995), las coníferas supondrían el 83% del

monte arbolado, el 10% estaría ocupado por frondosas y el 7% restante por monte mix-

to. En cuanto al matorral se constata un retroceso de las especies rebrotadoras y una

colonización progresiva de las especies germinadoras -heliófilas y esclerófilas- aromáti-

cas y de hoja pinchosa.

Cuadro 3: Especies arbóreas dominantes Especies Superficie (Ha) % Total bosque

Pino laricio (pinus nigra) 64.941 10,34Pino carrasco (pinus halepensis) 282.478 44,96Pino albar (pinus sylvestris) 12.774 2,03Encina 30.997 4,93Alcornoque, quejigo 12.872 2,05Matorral con arbolado 125.603 19,99Superficie afectada por los incendios años 1990-1994

98.614 15,70

Fte. Segundo Inventario Forestal de la Comunidad Valenciana

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En resumen, tenemos una morfología vegetal que es el resultado, por un lado,

del tipo de clima existente, y por otro, de la influencia humana. Ya en la época romana y

después en el medievo diferentes procesos de colonización, roturación y aprovecha-

mientos excesivos, provocaron una regresión de los bosques que supuso la transforma-

ción, en muchos casos irreversible debido a la degradación y pérdida de suelo, de las

características originales del espacio forestal. La antigua explotación abusiva de los re-

cursos maderables valencianos y, más aún, la práctica desordenada o inadecuada de

otros aprovechamientos, como el pastoreo, conjuntamente con una política forestal in-

adecuada han establecido la realidad actual de nuestros montes. El País Valenciano tie-

ne un territorio con un nivel de ocupación por actividades humanas muy alto, áreas pun-

tuales totalmente o gravemente erosionadas. La zona forestal está dominada por forma-

ciones arbustivas o herbáceas (salpicadas en algunos casos por pinos) que han sustituido

al monte arbolado, y el matorral está muy degradado habiendo retrocedido hasta los

primeras fases de la evolución.

B) Lo que podríamos tener.

¿Son estas la situación forestal y la vegetación que nos corresponden natural-

mente?, ¿siempre han sido las mismas?.

El punto de partida para responder a estas preguntas, es el conocimiento de las

condiciones climáticas y edáficas existentes, que nos dicen cual sería la vegetación po-

tencial o climácica posible, es decir, la comunidad estable de vegetación que habría sin

intervención humana condicionada solo por los factores naturales: clima y substrato

(Costa 1986). Esta coincidirá con la vegetación natural originaria, siempre que nos man-

tengamos en un periodo de tiempo no demasiado amplio a escala geológica.

¿Como se puede saber cual es la vegetación potencial de un sitio, si hoy la inter-

vención humana ha transformado radicalmente tanto la flora como las condiciones del

suelo existentes?. Para ello los botánicos han recurrido al estudio de las características

de las especies vegetales y su relación con las condiciones existentes en cada territorio

complementado con diferentes análisis incluso del polen fósil que se ha podido encon-

trar. Y, aunque sin descartar la polémica y un cierto nivel de incertidumbre, han llegado

a un consenso en la elaboración de mapas de distribución de la vegetación potencial,

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teniendo siempre presente que a nivel concreto de paraje, pueden existir diferencias

debido al efecto de microclimas o de diferencias edáficas.

A partir de estos mapas (Costa 1986) se deduce que a la mayor parte del País

Valenciano le correspondería un bosque. Solo a las tierras mas meridionales y algunas

pequeñas zonas del interior donde las precipitaciones no superan los 350 mm. anuales

no habrían humedad suficiente para la existencia de bosque, correspondiéndoles una

vegetación arbustiva.

Estos bosques serían en su mayoría de diferentes comunidades vegetales domi-

nadas por las carrascas. Diferenciando entre las zonas del interior continental valenciano

con la carrasca (quercus ilex rotundifolia) y la mas cercana a la costa con la encina

(quercus ilex ilex) que necesita mayor humedad, con diferencias también en cuanto a la

estructura general de la vegetación.

En algunas pequeñas zonas del norte de Alicante, del interior de Valencia y so-

bre todo en Castellón tendríamos algunos robledales, a veces mezclados con las carras-

cas y con un sotobosque, similar al del carrascal.

La tercera especie en extensión sería el alcornoque, que se centraría en algunas

áreas limitadas correspondientes a las sierras de Espadan y Calderona, y otras zonas

menores (Desierto de las Palmas, puntos del macizo del Monduver).

En pequeñas zonas limitando con la provincia de Teruel, con condiciones duras

de altitud y frio encontramos los sabinares (savina turifera).

A partir de los 1.600 metros de altitud, en el interior de la provincia de Valencia

(Cerro Calderón) y sobre todo de la provincia de Castellón (Penyagolosa, El Toro, la

Tinença de Benifasà), tendríamos un bosque formado en su mayoría por pino albar, co-

mo único bosque dominado por los pinos que formaría parte de la vegetación potencial

valenciana. Los otros tipos de pino tendrían presencia minoritaria mezclados con los

otros árboles y, sobre todo, en los sitios mas escarpados.

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En zonas muy reducidas de Penyagolosa y Espadán aún podríamos contar con

zonas boscosas de otro tipo de roble, el rebollo (quercus faginea).

En los puntos donde las condiciones edáficas son muy particulares, las condicio-

nes climácicas pasan a segundo término, esto ocurre en los ecosistemas litorales: dunas,

acantilados, albuferas, zonas de marjal; así como en las riberas de los ríos, orillas de los

lagos y fuentes. En estos sitios la vegetación se diferencia de la que les correspondería

únicamente por el clima, marcando diferencias con la que existe a su alrededor.

C) Causas de esta diferencia

La gran diferencia existente entre la vegetación potencial que acabamos de des-

cribir y la que tenemos en la actualidad es un reflejo de la alteración de los ecosistemas

ocasionados por la actuación humana. Esta ha reducido la vegetación natural a áreas

marginales, generándole además una drástica degradación.

El clima mediterráneo que actualmente disfrutamos se estableció en nuestro te-

rritorio a finales de la última glaciación, es decir hace unos 10.000 años (Arnal, C.

1994), es pues a partir de ese momento cuando se constituyen los ecosistemas propios

de este clima. No mucho mas tarde, hará unos 7.000 años empieza a notarse la influen-

cia humana en estos, a partir del nacimiento de la agricultura y la ganadería, proceso

que se agudiza con la ocupación romana, y aunque se ralentiza durante buena parte de la

Edad Media, la extensión del cultivo por parte de la cultura musulmana, las posteriores

necesidades de madera de la Marina y la Desamortización van a constituirse en impac-

tos decisivos sobre nuestros bosques, que sufrirán su máximo retroceso durante los pri-

meros años de nuestro siglo como consecuencia de experimentarse la máxima ocupa-

ción agrícola del territorio. El último ataque deforestador, hasta los incendios de la ac-

tualidad, se va a producir en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil de-

bido a la escasez de combustible y a la necesidad de recurrir a la madera y al carbón

vegetal para compensarla acabando de esta forma con buena parte de los robles y ca-

rrascas que habían sobrevivido a los ataques anteriores e impidiendo la regeneración de

los bosques en la medida que se llegaron a arrancar incluso las raíces.

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Este proceso ha provocado el retroceso del bosque original hasta los lugares me-

nos habitados, escondidos o de difícil acceso, y aún allí, el nivel de conservación de

estos restos de bosques en la actualidad deja mucho que desear. Tal y como se despren-

de del último Inventario Forestal de la Comunidad Valenciana, apenas el 2,43% del

total del territorio valenciano conserva bosques mas o menos degradados dominados por

las especies propias de la vegetación potencial -frondosas y pinus sylvestris-.

Entre las causas de la degradación de nuestros montes cabe destacar las siguien-

tes:

• La ganadería. Esta es una de las actividades humanas mas antiguas, en el País

Valenciano la ganadería ovina y caprina han sido aprovechadas tradicionalmente con

profusión. Se ha demostrado históricamente que el exceso de pastoreo produce un em-

pobrecimiento ecológico de la flora existente4, pues en un sistema ecológico tan frágil y

escasamente productivo con escasez de yerba como son las tierras mediterráneas, el

ganado se come los brotes mas tiernos de árboles y arbustos que garantizan la continui-

dad del bosque, terminando en una selección de especies a favor de las menos apetitosas

y mas difíciles de comer por aquel5, que normalmente suelen ser las mas secas y por

tanto también las mas inflamables, favoreciendo de esta forma -y contrariamente a lo

que se suele argumentar- la evolución hacia situaciones de mayor nivel de inflamabili-

dad. Además, estos arbustos al no tener capacidad de rebrote no consiguen realizar con

éxito la labor protectora del suelo necesaria tras un posible incendio forestal.

De esta forma la limpieza selectiva que se ha argumentado que realiza la ganade-

ría extensiva, en espacios con escasez de producción vegetal debido principalmente al

clima semiárido, tendrá efectos contrarios a los perseguidos, al eliminar a la vegetación

que mas interesa que permanezca. Otro impacto nada despreciable que tiene la ganade-

ría en nuestros montes, cuando el número de esta es importante, es la compactación del

terreno y el favorecimiento de la erosión.

4 En algunas zonas del antiguo imperio griego y del Asia menor este tipo de actividad fue decisiva en el proceso erosivo y desertizador que acabó con la desaparición de grandes ciudades. 5 “La gran abundancia de especies aromáticas y pinchosas que pueblan ahora nuestros matorrales, son en parte una respuesta a la presión del ganado que selecciona estas especies al perseguir con preferencia las otras mas tiernas y menos secas” (Arnal, C. 1994).

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¿Significa esta realidad que no hay lugar para la ganadería en nuestros montes?.

Desde luego que lo hay, la solución está en encontrar un equilibrio entre un cierto nivel

de actividad ganadera y la conservación del medio. En la actualidad dado el retroceso de

la actividad ganadera es mucho mas fácil orientarla y controlarla. De hecho, se ha de

evitar que desaparezca, impulsándola en los lugares adecuados de acuerdo con la capa-

cidad de carga del medio, y estableciendo una delimitación clara de los terrenos vedados

para dicha actividad. Esta actividad constituye un valor cultural importante a conservar,

pudiéndose incrementar su rentabilidad si se es capaz de ligar a la conservación del pai-

saje, al turismo rural, a la comercialización por canales propios, etc.

Otra cuestión diferente que podría tener interés para algunos parajes protegidos

es la introducción de herbívoros salvajes en el monte, siempre que existiese una vigilan-

cia sobre sus efectos, teniendo que controlar su población por medio de la caza ante la

falta de depredadores. Esto podría potenciar el interés por el bosque al convertirse en

una nueva fuente de ingresos del turismo.

Habrá que tener siempre en cuenta que no deberá de permitirse la introducción

de herbívoros en el bosque en las fases de regeneración tras un incendio, y se deberá

mantener una vigilancia sobre sus efectos sobre la posible perdida de biodiversidad que

conllevaría el exceso de animales.

• La agricultura. Junto a la ganadería constituyen las primeras actividades hu-

manas que influyeron decisivamente sobre la modificación de los ecosistemas naturales.

El retroceso de las zonas boscosas empujadas por el cultivo de las tierras ha sido conti-

nuo a lo largo de la historia hasta alcanzar un máximo en las primeras décadas del pre-

sente siglo, cuando la presión poblacional requería mayores cantidades de alimentos, en

cambio la agricultura tradicional, pendiente de la revolución agrícola que supuso la in-

troducción de productos químicos y la mecanización con el resultado del fuerte incre-

mento de productividades, era incapaz de satisfacer dicha demanda por otros medios

que no fueran aumentar la superficie cultivada.

Durante las décadas 50 y 60 del siglo XX, el proceso se va a invertir de forma

acelerada con un rápido abandono de las tierras marginales primero y de las menos ren-

tables, por su situación o por las dimensiones de las parcelas, con posterioridad. Este

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proceso ha favorecido la ocupación de tierras por la vegetación natural, pero también se

ha visto favorecida la erosión al abandonarse bancales construidos a partir de muros de

piedra que requerían una continua labor de mantenimiento.

Además, gran parte de estas superficies cultivadas con árboles de secano ejercí-

an una función de ruptura en la continuidad del bosque y facilitaban el acceso a zonas

próximas a la vegetación natural desde las cuales hacer frente a un posible incendio fo-

restal.

Mención aparte merece otra realidad diferente que se está produciendo en estos

momentos, nos referimos a las grandes extensiones de terrenos forestales -a veces pre-

viamente quemados- que se están transformando en cultivos intensivos de regadío. Es-

tas actividades, que denotan una falta de planificación del territorio, parten en su mayo-

ría de intereses ajenos al sector agrícola motivados por la necesidad de blanquear fuertes

sumas de dinero -el agricultor tradicional no cuenta con las grandes cantidades de capi-

tal necesario para emplear grandes máquinas que excaven montañas y aplanen terrenos,

además de la construcción de muchos metros de muros de hormigón, la compra y el

traslado de tierra apta para el cultivo y por último el establecimiento de sistemas moder-

nos de riego-. Con unos efectos nefastos tanto para un sector que padece una insuficien-

cia crónica de agua, con unos mercados saturados y que necesitaría que disminuyese el

precio de la tierra de cultivo para romper el tradicional problema de falta de dimensio-

nes adecuadas de la explotación agraria familiar; como para el paisaje y el medio am-

biente al destrozar parajes de gran valor y favorecer la erosión.

• La explotación y aprovechamientos forestales: Principalmente la madera, tan-

to en forma de madera aserrada utilizada para la construcción, fabricación de utillaje,

muebles, etc.; como su utilización energética bien como leña o como carbón vegetal. El

abuso en su explotación llevó a una pérdida considerable de la cubierta arbórea a finales

del siglo XIX y principios del XX. Pero, desde mediados de siglo estos aprovechamien-

tos han decaído, algunos prácticamente desaparecido. Hoy la explotación maderera en

nuestros bosques no es rentable por su escasa productividad. “Se da la paradoja que el

coste de una plantación convencional de pinos puede ser mayor que comprar el terreno

con la pinada madura. Y eso sin introducir los costes de los tratamientos de silvicultura

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que se deberían de aplicar en las plantaciones a l largo de su desarrollo.” (Vallejo, R.,

Escarré, A. y Bellot, J. 1996).

• La ocupación del territorio por el suelo urbano, la segunda residencia, la in-

dustria y las vías de comunicación. En las áreas litorales esta ocupación a llegado a aca-

bar con la totalidad del territorio de algunos términos municipales como Calpe o Torre-

vieja, en otros este proceso que esta muy avanzado. Al mismo tiempo el boom de las

redes viarias de las últimas décadas está suponiendo no solo la desaparición de las me-

jores tierras de cultivo del litoral en aras del mitificado transporte, sino también la proli-

feración y el ensanchamiento de las carreteras de las comarcas del interior provocando

un fuerte impacto ambiental.

• La contaminación de origen urbano e industrial ha llegado ya también a las

zonas boscosas del interior. Situaciones como la que se da en la comarca de Els Ports a

causa de la central térmica de Andorra de Teruel, o la contaminación por ozono proce-

dente sobre todo del tráfico rodado, que está dejando su huella en algunos lugares del

interior del País Valenciano, son buena muestra de ello.

• La política forestal aplicada. Basada en una idolatración del pino, en unas

técnicas de intervención muy agresivas con el medio, en unas estrategias erróneas de

prevención de los incendios, y en la incapacidad para regular mejor tanto los aprove-

chamientos tradicionales como los recreativos (Arnal, C. 1994).

Respecto a los pinos, como hemos visto y en condiciones normales, solo forma-

rían bosque en áreas reducidas de las zonas mas altas de la montaña del interior -pinus

sylvestris-, en puntos concretos con escasa tierra, de mucha pendiente y sobre todo en

las zonas en fase de recuperación que hubiesen sufrido previamente una perturbación

exterior -incendio-. Esto no quiere decir que en la vegetación madura no existiesen sino

que tendrían un papel muy secundario de acompañantes aislados. Sin embargo, la situa-

ción actual es de un dominio aplastante por parte de estos y sobre todo del pino blanco,

esto se debe fundamentalmente a varias causas (Arnal, C. 1994):

- Durante muchos años han sido prácticamente las únicas especies empleadas

en las repoblaciones, salvo en las zonas del norte y oeste de la península que

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también se utilizaron los eucaliptos. Se plantaron en todo tipo de superficies

indiscriminadamente tanto pedregosas y sin cubierta arbustiva como en otras

con suelo de calidad y vegetación arbustiva. En muchos casos las técnicas

empleadas en las repoblaciones, además de tener gravísimos impactos erosi-

vos, destruyeron y eliminaron casi por completo la vegetación antes existen-

te.

- Durante los años 50 y 60, se produjo un masivo proceso de abandono de las

tierras de cultivo en las zonas de montaña. En estos lugares, en los que la ve-

getación natural preexistente había sido eliminada para generar los campos

de cultivo, al abandonarse estos comienza un proceso de recolonización por

parte de la vegetación silvestre en sus etapas mas jóvenes de la sucesión. En

esta primera etapa tienen ventaja las especies de rápido crecimiento y con fa-

cilidad para diseminar sus semillas -algunas especies arbustivas y los pinos-.

- La reiteración de los incendios forestales, ha podido favorecer a los pinos, al

estimular su germinación posterior. La estrategia adaptativa del pino al fuego

sacrifica al individuo en aras de la perpetuación de la especie en el ecosiste-

ma. El pino al avanzar la sucesión, es desplazado por las especies de hoja an-

cha, que al permitir una menor radicación solar a nivel de suelo y una mayor

humedad, dificultan la germinación de las semillas del pino, pero, si esta su-

cesión se corta por un incendio, las condiciones cambian y el pino se encuen-

tra con las condiciones óptimas -suficiente nivel de insolación y un abono

procedente de las cenizas- para reproducirse en grandes cantidades.

Entre las razones esgrimidas para la elección del pino como especie única para

las repoblaciones cabe destacar (Vallejo, R., Escarré, A. y Bellot, J. 1996):

1. El interés económico. 2. Su ponderada frugalidad, que los hace capaces de crecer en suelos pobres en

nutrientes y climas secos.

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3. Las hipótesis predominantes difundidas por parte de los teóricos de la ciencia

forestal española, que consideran la pinada como la primera etapa en cual-

quier proceso de reconstrucción de la cubierta arbolada6.

La falta de experiencia por parte de los técnicos en el trabajo y repoblaciones

con frondosas, también ha jugado a favor de la repoblación con pinos.

Una de las principales justificaciones que se han dado, para defender este tipo de

repoblación monoespecífica es la falta de otro tipo de especies en los viveros forestales.

Este hecho que era cierto hace unos años, en la actualidad ha sido solucionado al impul-

sarse una demanda diversificada, en gran parte como consecuencia del impulso que ha

producido el programa de la UE de conversión de suelos marginales en forestales dando

prioridad a la plantación de frondosas sobre las resinosas en terrenos donde se abandone

el cultivo (reglamento 2080/92 de 30 de junio de 1992).

La estrategia de utilizar el pino para repoblar bajo la argumentación de que así

“se puede acelerar el proceso de acumulación hacia el clímax, ya que es capaz de for-

mar suelo tanto mecánica como químicamente, “bombeando” sustancias mineralizadas

del fondo para incorporarlas a la superficie, y generar sobre todo un microclima que

favorece a los estratos herbáceos y arbustivos” (GV. 1988); olvida la característica de

mayor inflamabilidad del pino y del matorral normalmente ligado a él en nuestros mon-

tes7, esto eleva las probabilidades de que se produzcan nuevos incendios, con lo que la

6 “Una buena parte de los técnicos forestales españoles coinciden hoy día en estimar que la mayoría de las reforestaciones llevadas a cabo no responden a la concepción de la dinámica evolutiva forestal que concibieron sus teóricos. Dos de las características que predominan en las actuales reforestaciones –una única especie y una sola intervención- no son las deseadas en un proceso que requiere continuas inter-venciones y que pretende conseguir un bosque pluriespecífico.” (Vallejo, R., Escarré, A. y Bellot, J. 1996). 7 R. Velez Muñoz (1981), ingeniero forestal de ICONA, durante muchos años responsable máximo del área de incendios forestales a nivel de todo el Estado, presentaba estos datos donde destaca la mayor inflamabilidad de las formaciones vegetales dominadas por pinos en relación a otras dominadas por espe-cies como las carrascas y otras frondosas:

ESPECIES COEFICIENTES DE IN-FLAMABILIDAD. (e)

Pinus halepensis 7 Pinus pinaster 6 Pinus silvestrys 3 Pinus nigra 1 Quercus ilex 1 Quercus suber 1 Otras frondosas estudiadas 0

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sucesión se verá de nuevo interrumpida, y la labor de repoblación perdida. Obligando a

un nuevo inicio en peores condiciones de estado tanto de la población vegetal como del

suelo. Puesto que, en una situación de incendios repetidos, si los pinos repoblados no

han alcanzado la madurez suficiente como para producir semillas viables (15-20 años),

la labor y la inversión efectuada se habrá perdido teniendo que partir de nuevo incluso

de mas atrás. Esto no ocurre con las plantas rebrotadoras entre las que están las frondo-

sas autóctonas que son capaces, aun perdiendo su parte aérea tras un incendio, de pro-

ducir plántulas a partir de la base del tronco o de las raíces. La repoblación mixta de

pinos y frondosas con otras plantas rebrotadoras se muestra mas eficaz en la labor pro-

tectora, a la vez que mas resistente frente al fuego y con mayores posibilidades de rege-

neración posterior.

• Por último tenemos, la causa a la que dedicamos especialmente este trabajo,

los incendios forestales, que en las últimas décadas se han convertido en el principal

azote de nuestros montes, y a los que no se sabe o ...., como hacer frente o que política

aplicar. En la actualidad, los incendios forestales han tomado el relevo de la alta explo-

tación tradicional de los bosques en nuestras tierras, dando como resultado unos siste-

mas forestales muy jóvenes y lejos de su potencial bioclimático, incluso retrocediendo

fuertemente la superficie arbolada.

¿PONER PRECIO AL MONTE? O ¿CUÁNTO VALE EL BOSQUE?

Según el trabajo de Prada, A y Gonzalez, M (1997) si solo se tiene en cuenta el

output madera en un bosque, “el máximo rendimiento físico a largo plazo de una espe-

cie forestal (en m3/ha) se produce en el momento t*t (turno técnico) en el que la produc-

tividad marginal iguala al crecimiento medio” por lo que para que la explotación fuese

sostenible las cortas anuales deberían ser iguales o menores que las posibilidades teóri-

cas en ese momento y además deberían reponerse los árboles cortados.

“e” es el coeficiente de peligrosidad relativa de tipo de vegetación, calculado a partir de las su-perficies quemadas de cada formación vegetal (dominadas por los árboles que aparecen en la lista) y las superficies existentes de cada formación.

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El problema surge cuando se introducen las variables de mercado: precios de la

madera, costes de plantación y tipos de descuento; y la necesidad de maximizar el bene-

ficio del propietario. Lo que lleva a una reducción temporal en el turno financiero ópti-

mo (t*f), es decir: “La toma de decisiones sobre el recurso en una economía de merca-

do nos alejaría, en consecuencia, de una gestión sostenible en la medida en que se anti-

ciparían las cortas y/o estas serían superiores a las posibilidades teóricas en función

del turno técnico” (Prada, A y Gonzalez, M. 1977)8.

t*t > t*f

De aquí el impulso hacia plantaciones forestales monoespecíficas con especies

de crecimiento rápido haciendo retroceder los bosques multifuncionales, y la falta de

inversión en trabajos de selvicultura de mantenimiento con el peligro que esto supone

sobre la combustibilidad de las masas forestales. Aún con estas prácticas e incluyendo

en los cálculos las subvenciones públicas a plantaciones de eucaliptos y pino radiata,

solo se ha alcanzado una rentabilidad mínima (tasa interna de rendimiento alrededor del

5%) en regiones forestales del norte con alta productividad. “Pero además, y al mismo

tiempo, al realizar sólo un análisis coste/beneficio para la madera se ignora la multi-

funcionalidad (biológica, ambiental y paisajística) del recurso y se reduce la función

socioeconómica a la producción de madera” (Prada, A y Gonzalez, M. 1977).

Por lo que, en tercer lugar, si se reconoce que el carácter de bien público y la

existencia de efectos externos positivos que caracteriza al bosque impiden a sus propie-

tarios obtener a través del mercado ningún ingreso por la mayoría de los servicios que

es capaz de prestar el bosque. Se tratará de introducir en los cálculos los valores de cada

una de las funciones que realiza el bosque y no solo el valor de mercado de la madera

que contiene. A partir de aquí se podrá obtener un turno económico óptimo (t*E) mayor

que el anterior turno financiero que incluso podría acercarse al turno técnico, “y lo haría

en función directa de la relación entre valores no madereros/valores madereros” (Pra-

da, A y Gonzalez, M. 1977) este sería viable para la mayoría de las especies

t*E > t*f

8 “Los valores actualizados netos muy difícilmente serían positivos para i > 5% y para turnos superiores a los 20 años” (Prada, A y Gonzalez, M. 1997).

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Toda la estrategia se basa en la cuantificación de los servicios forestales en tér-

minos monetarios para así poderlos internalizar por los propietarios. Esta valoración

pretende incluir todas las necesidades que cubre el monte respecto a los distintos sujetos

económicos. Y, puesto que el mercado no es capaz de ofrecer dichos datos, se aconseja

utilizar otro tipo de mecanismos de valoración concretamente los conocidos métodos

indirectos y métodos directos, que aún reconociéndoles problemas, sobre todo a nivel

técnico, se consideran válidos para casos de recursos naturales que proporcionen unos

servicios cuya calidad podemos elegir sin que ello suponga un grave riesgo para la es-

pecie humana9. En estas situaciones tenemos que existe un determinado nivel de liber-

tad, pues podemos elegir el estado de la naturaleza preferido, ya que varios de ellos son

compatibles con el equilibrio ecológico en sentido global (Azqueta, D. 1996). Se reco-

noce, sin embargo, la imposibilidad de valorar monetariamente las funciones ambienta-

les de sostén a la vida y a su diversidad, que pueden ser puestas en peligro por la ruptura

de los equilibrios ecológicos a causa de la intervención humana10, en este ámbito el ob-

jetivo a alcanzar vendría definido por la ecología.

Los métodos indirectos de valoración estarían basados en preferencias reveladas

a partir de comportamientos observados (Prada, A. y Gonzalez, M. 1997), respecto a

bienes y servicios ambientales que se combinan con bienes normales comercializados a

través del mercado. Y serían: el método de los costes evitados o inducidos, el método

del coste de viaje o coste de desplazamiento, y el método de los precios hedónicos. En

cuanto a los métodos directos, se basan en las preferencias expresadas y se aplican

cuando no es posible la combinación recurso natural-bien mercantil en la que se basan

los métodos indirectos, intentando averiguar el valor que otorgan las personas a deter-

minados recursos ambientales -o a modificaciones en los mismos- por medio de la en-

cuesta (Azqueta, D. 1996). El principal método directo es el de la valoración contingen-

te.

9 Entrarían dentro de este bloque por ejemplo: la calidad del agua y aire de nuestro entorno, el tipo de paisaje, las zonas verdes, etc. 10 Nos referimos a problemas que afecten al medio ambiente global como es el agujero en la capa de ozo-no, el cambio climático producido por el efecto invernadero, etc. O bien cuando se traspasan los umbrales críticos de la función de asimilación de residuos.

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Cuadro 4: Métodos de valoración de los bienes públicos ofertados por el monte Métodos de valoración

Bien público Grupo de sujetos

afectados Indirectos Directo Valores de uso: - Calidad de agua - Protección del clima y erosión - Protección desprendimientos - Protección del clima, tranqui-lidad, pureza del aire y paisaje. - Tranquilidad, protección del clima, pureza del aire, paisaje y recreación. - Protección desprendimientos - Flora y fauna Valores de no uso - Conservación monte

Productores de agua Productores agrarios Productores agrarios Habitantes Visitantes del monte Habitantes

Costes evitados Precios hedónicos / Costes evitados Costes evitados Precios hedónicos Costes desplazamiento Costes evitados

MVC MVC MVC

MVC

MVC MVC MVC

MVC

MVC: método valoración contingente Fte: SOLER, M. 1997. Estos métodos de valoración y la teoría neoclásica de la que parten tienen una

serie de problemas que la economía ambiental o bien no los acepta o si los asume no los

considera relevantes para la utilidad del resultado. Los problemas principales serían:

• Se basan en la aceptación de una ética antropomórfica; es decir, en la afir-

mación de que el medio ambiente tiene valor en tanto en cuanto el ser huma-

no se lo da; y en la medida que se lo da (Azqueta, D. 1996).

• Adoptan una metodología individualista basada en el mercado -al igual que

el análisis neoclásico-. Un planteamiento de esta naturaleza admite diversas

críticas entre las que cabe destacar:

- Se acepta el principio de la soberanía del consumidor. La persona es la

que mejor sabe lo que le conviene. La falsedad de esta afirmación se de-

muestra por la necesidad social de tomar medidas defensivas -

reglamentaciones, prohibiciones, etc.-. Esto, en el terreno ambiental, te-

niendo en cuenta la incertidumbre sobre las consecuencias que muchas

decisiones individuales pueden acarrear -irreversibilidad, etc.-, es peren-

torio.

- No se tiene en cuenta que la formación de las preferencias individuales está

influida por el contexto social, de acuerdo con intereses económicos, políti-

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cos, etc.

- Tampoco se tiene en cuenta que la suma de las maximizaciones individua-

les no tiene por que coincidir, con la maximización del interés social.

- La supuesta "racionalidad" que se le supone al comportamiento humano -

individual o social- no es siempre cierta. Muchas veces dicho comporta-

miento está cargado de incoherencias como los comportamientos suicidas o

de aceptación de un excesivo riesgo -véase el comportamiento, de no tener

en consideración, el peligro de situaciones medioambientales catastróficas e

irreversibles-.

- Se mantiene que el mercado es un sistema democrático. Cuando, en rea-

lidad, la democracia de mercado es la democracia del dinero, “tanto tie-

nes tanto vales” o “una peseta un voto”, es decir, la capacidad de decisión

de las personas la marca su riqueza (Azqueta, D. 1996).

- Por último, hay que tener en cuenta que la intensidad de las preferencias de

cada individuo raramente se expresa en el mercado en dinero.

• Existen problemas derivados de lo limitado del conocimiento disponible res-

pecto a los sistemas ecológicos en los que estamos insertos, y de los efectos que

sobre ellos tiene la conducta humana. Es decir, ni se conocen todos los costes

de los impactos ni todas las relaciones causa-efecto. Pero es que incluso aunque

se estimara razonablemente un coste para una determinada medida de protec-

ción ecológica, los beneficios tampoco podríamos valorarlos.

• La incidencia de los efectos ambientales negativos no se limita al corto plazo,

es decir a la generación actual, sino que también las generaciones futuras van a

sufrirlos sin tener posibilidades de manifestar sus preferencias. Aunque sus po-

sibilidades de desarrollo y de acceso a recursos naturales se van a ver influidos

decisivamente por las decisiones que tomemos hoy. Esto obliga a introducir la

variable tiempo para períodos mayores a una generación, considerando las de-

mandas ambientales y de recursos de las generaciones futuras que no vienen

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recogidas por el mercado.

• Los impactos ambientales suelen ser irreversibles, por lo que no se puede apli-

car el método de la prueba y el error. Lo que además de imposibilitar el cálculo

de la curva de costes sociales ni del óptimo, obliga a actuar con criterios pre-

ventivos y a basar las decisiones en criterios políticos según el nivel de sensibi-

lización social sobre la contaminación.

• Por último, la utilización del método analítico parcelario se demuestra particu-

larmente inadecuado en el terreno ecológico donde todos los elementos están

interrelacionados (Bermejo, R., 1994). Un ejemplo de ello es la política am-

biental que se aplica corrientemente, constituida por un conjunto de medidas

correctivas ante unos efectos concretos en un medio determinado, sin adoptar

una estrategia ambiental en la política y una visión global respecto al medio.

Y en cuanto a los criterios técnicos de aplicación de estos métodos los problemas

mas importantes son:

• La predisposición a pagar estará en función muchas veces de variables como: el

nivel de rentas, el momento concreto en que se realice la encuesta, los hábitos

culturales, la asignación de los derechos de propiedad y las leyes existentes.

• Hay que considerar, además, que es diferente manifestar que se está dispuesto a

pagar que realizar el acto concreto de pagar.

• La predisposición a pagar es distinta normalmente que la predisposición a reci-

bir compensación -esta suele ser mucho mayor que la primera-.

• Tenemos también las dificultades derivadas del intento de aplicar criterios de un

mercado de mercancías privadas a un supuesto mercado de bienes colectivos.

• La mayoría de los estudios que se realizan se basan en la valoración de una fun-

ción de un ecosistema. La dificultad aumenta muchísimo cuando se pretenden

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valorar varias de las funciones conocidas de un ecosistema; y es insalvable si lo

que se quiere es valorarlas todas incluidas las que afectan al ecosistema global.

• Por otra parte, el problema de integración de la demanda de las generaciones fu-

turas se ha intentado soslayar aplicando tasas de descuento. Lo que en definitiva

da un valor inferior a la demanda futura que a la actual, y aleja su determinación

del mecanismo de mercado, puesto que la tasa de descuento a aplicar sería nece-

sariamente arbitraria. Este instrumento -la tasa de descuento- supone, en defini-

tiva, una prima a la explotación de los recursos.

Por todos estos motivos, consideramos que los valores monetarios que se pueden

obtener con dichos métodos o no se pueden considerar como válidos científicamente y

son rechazables, o bien, se pueden considerar -con todas las precauciones posibles- co-

mo una información mas a la hora de tomar decisiones que necesariamente tendrán que

tener un punto de partida etico-político y que por lo tanto dependerán básicamente del

nivel de conciencia y compromiso existente frente a cada problema medioambiental.

Pretender dar a dichas decisiones un carácter básicamente técnico no es mas que un

error que puede llevar a situaciones irreversibles.

¿QUÉ ES LO QUE PERDEMOS SIN EL BOSQUE?

Para el mercado, para la economía y los economistas tradicionales, el bosque es

una fuente de materias primas que abastece algunos sectores de la industria, y mas mo-

dernamente fuente de recursos para el sector turístico. Desde esta concepción, los bos-

ques valencianos tienen muy poco “valor”. Si el sector primario dista mucho de ser ya

una actividad prioritaria para nuestra economía, empleando en 1991 a tan solo el 7,7%

de la población activa, el subsector forestal tan solo supone el 0,3% del producto total

agrario valenciano y un exiguo 0,1 por mil del Producto Regional Bruto (GV. 1995).

De aquí se podría inferir, por parte de cualquier investigador social, la banalidad

del esfuerzo destinado al estudio de las características y problemática de dicho objeto.

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Sin embargo, parafraseando a A. Machado: “todo necio confunde valor y precio”, no

podemos quedarnos en la apreciación que se refleja del libre discurrir del mercado. El

bosque cumple un gran número de importantes complejas e interrelacionadas funciones,

de cuya mayor o menor apreciación y comprensión dependerá en gran medida la Políti-

ca Forestal que se aplique.

Resulta verdaderamente difícil encontrar algún aspecto de la vida cotidiana del

ser humano que no tenga algo que ver con el bosque y mas concretamente con los árbo-

les. Estos constituyen una fuente fundamental de energía y materiales, acumulando en la

madera el carbono atmosférico por medio de la fotosíntesis que es el proceso biológico

más importante de la naturaleza. Los árboles, la vegetación natural en conjunto, son

despensa y botica del ser humano, pues, conservan buena parte de la herencia genética

de la Naturaleza lo que puede ser una fuente de nuevos descubrimientos alimenticios, y

al mismo tiempo son el origen de gran parte de los medicamentos.

Esta multifuncionalidad o beneficios sociales de los ecosistemas forestales, se

concretan según la Conselleria de Medio Ambiente de la G.V. (GV. 1995) en:

1. Influyen sobre el CLIMA y los procesos atmosféricos vitales.

2. Son el armazón estructural en el que se refugian los valores de flora y fauna

y se mantienen los PROCESOS ECOLÓGICOS ESENCIALES sobre los

que se asienta la CONSERVACIÓN de la NATURALEZA.

3. Los bosques CONSERVAN y MEJORAN los SUELOS, protegiéndolos de

la erosión.

4. Ejercen control sobre las AVENIDAS e INUNDACIONES de las aguas to-

rrenciales, reduciendo el riesgo de daños, al remitir su intensidad y recurren-

cia.

5. Regulan el régimen de ALMACENAMIENTO del AGUA y EVITAN el

ATERRAMIENTO de los EMBALSES.

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6. Proporcionan CALIDAD y CANTIDAD de agua.

7. Procuran BENEFICIOS SOCIOECONÓMICOS:

- Productivos: productos del monte, caza y pesca.

- Sociales: EMPLEO y ESTABILIDAD RURAL.

- Humanos: VALORES PAISAJÍSTICOS, RECREATIVOS Y CULTU-

RALES.

Los bosques crean un microclima particular que tiene su influencia sobre los

territorios de su entorno. Bajo la cubierta arbórea, la radiación solar que recibe el suelo

disminuye mucho -hasta 100 veces en bosques muy espesos como son los de hayas o

abetos-, esta menor radiación provoca una moderación de las temperaturas respecto a

las del exterior del bosque a lo largo de todo el día y de todas las estaciones y, a nivel de

suelo, disminuye la pérdida de agua por evaporación a una tercera parte de la que existe

en campo raso. El dosel vegetal devuelve a la atmósfera gran parte del agua que cae por

la lluvia y esta humedad de nuevo es atraída en forma de lluvia con lo que se regula el

ciclo atmosférico del agua redistribuyéndosen las precipitaciones en el tiempo 11.

Una fuente muy importante de humedad para el bosque son los rocíos y las es-

carchas. Se estima que la condensación en el bosque es cinco veces mayor que la que se

produce en el monte sin vegetación (GV. 1988). El bosque provoca lluvia horizontal

que incrementa entre un 5 y un 10% el nivel de precipitaciones

Los bosques, por medio de la fotosíntesis realizada por las células que contienen

clorofila, actúan como sumideros de CO2 al absorber este gas de la atmósfera fijando el

C en forma de biomasa y emitiendo el O2 a la atmósfera12. La clorofila es la única sus-

tancia capaz de realizar esta labor en toda la biosfera, por lo que a ella le debemos el

equilibrio en la composición atmosférica que permite la vida en la superficie terrestre.

11 “Si desaparecieran las selvas tropicales, las lluvias se reducirían a la mitad aproximadamente en todo el mundo” (GV. 1995).

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Este equilibrio se está rompiendo al incrementarse la proporción de CO2 provocando el

calentamiento de la atmósfera por el efecto invernadero. El culpable de esto es el hom-

bre y su uso desenfrenado de la energía fósil -carbono extraído de la atmósfera y acu-

mulado en el interior de la Tierra a lo largo de su evolución- agravado por la destrucción

de los bosques existentes. Los incendios forestales, que hoy afectan a gran parte de los

bosques tropicales y a los mediterráneos, impiden la fijación del CO2 y, además, revier-

ten a la atmósfera todo el gas que el bosque había fijado en decenas e incluso centenares

de años. Para mantener la vida tal como la conocemos hoy haría falta que cerca del cin-

cuenta por ciento de la superficie de los continentes estuviera cubierta de árboles (GV.

1995), hoy los bosques ocupan tan solo el 28% de esta.

Los bosques son el principal instrumento de mantenimiento de la biodiversidad.

El mayor contenido biológico y la máxima diversidad -florística y faunística- suelen

estar vinculados a la existencia del bosque. La pérdida de especies vivas supone un daño

irreversible y el empuje humano sobre las superficies forestales esta haciendo que la

pérdida de especies sea entre mil y diez mil veces mayor que antes de la intervención

humana, a este ritmo para el año 2.050 apenas quedarán la mitad de todas las especies

tropicales (Porritt, J. 1991). El País Valenciano es una de las regiones de Europa con

mayor concentración de endemismos, alcanzando un total de 278 endemismos y 416

especies de flora de interés prioritario. En algunas zonas como el sur de la provincia de

Valencia y el norte de Alicante se alcanzan densidades de 20-50 endemis-

mos/10.000km2 (GV. 1995).

El bosque crea, fija y mejora la estructura del suelo fértil. Este tarda miles de

años en formarse, de ahí que su protección sea importantísima, pues su perdida lleva a

una situación de desertización irreversible. Como protector del suelo, el papel de nues-

tros bosques es fundamental, dado lo accidentado del relieve y el régimen de lluvias que

padecemos, torrenciales y concentradas en el otoño.

Como mencionamos anteriormente, la parte aérea de las plantas y árboles es ca-

paz de retener una importante proporción de agua13, las copas de los árboles ralentizan

la velocidad de caída de las gotas de lluvia disminuyendo su energía cinética con lo que

12 La biomasa de un bosque de 40 años ha asumido 80 Tm de CO2 por Ha. (GV. 1995). 13 Entre el 10 y el 30% del agua que cae en el bosque (Ávila, A. 1996).

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el impacto en la superficie del suelo es mucho menor; la hojarasca, con mayor capaci-

dad de retención14 cuanto mas descompuesta esté, reduce la velocidad de la escorren-

tía15; y, dependiendo de las propiedades físicas, de la porosidad, del contenido de mate-

ria orgánica, de la textura, de la densidad aparente y de la humedad del suelo, esté ab-

sorberá una mayor o menor proporción de agua.

En suma, los bosques actúan como esponjas naturales reteniendo agua que en

parte se infiltra por el suelo y en parte se desliza por la superficie de forma regulada. Si

el bosque está en buenas condiciones se mejora el ciclo hidrológico, como demuestra la

transparencia de las aguas. En conjunto tenemos que en un terreno arbolado se retienen

cerca de 98 litros/m2/año más de agua que en uno raso, cifra esta que dependerá de las

condiciones de espesura, altitud, orientación , etc. (GV. 1988). Por lo tanto, los bosques

controlan la degradación física y biológica, al permitir el desarrollo de los microorga-

nismos que mantienen su fertilidad. Todo esto se pierde con la desaparición de la cu-

bierta vegetal que deja al suelo sin protección y da lugar al cambio en sus propiedades

físicas y químicas.

Si ha tenido lugar un incendio, la zona estará despoblada y el agua bajará turbia

por barrancos y ríos arrastrando el suelo, pues, el impacto directo de las gotas de lluvia

ha iniciado el proceso erosivo. La capa de cenizas con una densidad muy baja es arras-

trada por las aguas, si no se la ha llevado antes el viento, y el relleno de los poros y la

degradación de la estructura disminuyen la capacidad de infiltración en los primeros

centímetros, facilitando el arrastre de sedimentos.

La escorrentía está ligada al proceso erosivo, cuando la cantidad de agua que se

desliza es elevada y alcanza velocidad comienza aquel. Los regueros, cárcavas y barran-

cos cada vez más presentes en nuestro paisaje, muestran la pérdida de nuestro suelo y

con el la de nuestro futuro. Si se pierde el suelo, desaparece la posibilidad de recupera-

ción de la vegetación, se pierde la capacidad de recuperación de los acuiferos, se genera

un clima más árido, y en definitiva se endurecen las condiciones de habitabilidad al des-

aparecer todas las funciones que ejercía el bosque.

14 Entre el 150 y el 500% del peso seco del material del suelo (Ávila, A. 1996).

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En el País Valenciano, la mayoría del territorio se halla en zonas de relieve acci-

dentado, si ha esto le unimos nuestro irregular régimen de lluvias, agravado por los da-

tos pluviométricos por zonas: “se observan máximos de lluvia ligados a sectores de

marcado relieve. Así sucede en la Tinença de Benifassar, el sector de Penyagolosa,

Sierra de Espadán, etc. Por contra, mínimos relativos más visibles aparecen relaciona-

dos con valles ... Destacan los valles del Mijares y del Turia.” (GV. 1995). Es explica-

ble que estemos en una zona con los mayores problemas de erosión de Europa, lo que

supone un alto nivel de desertificación potencial. El ser humano, al eliminar la capa

arbórea de las cabeceras y zonas intermedias de las cuencas hidrográficas, donde las

precipitaciones son mayores y el relieve es mas accidentado, ha contribuido decisiva-

mente a este proceso, que a su vez supone una ruptura en el ciclo hidrológico.

En la fase terrestre del ciclo hidrológico, una cubierta arbórea con un sotobosque

en buenas condiciones, mantiene una capacidad máxima de infiltración del agua hacia el

subsuelo16. Esto es fundamental para menguar la escorrentía, la velocidad de desplaza-

miento de las aguas superficiales, disminuir el caudal punta de descarga de los aguace-

ros y actuar de amortiguador frente a las consecuencias catastróficas de estos las inun-

daciones. En el País Valenciano las inundaciones son recurrentes en el tiempo debido al

régimen de lluvias torrenciales que padecemos, y las pérdidas que se producen en vidas

y bienes tanto urbanos como agrícolas es considerable. La eficacia en el control de ave-

nidas estará en relación directa con la calidad biológica del bosque de cabecera de la

cuenca.

La tierra arrastrada por las aguas en la escorrentía provoca un ahondamiento de

los lechos de cauces y barrancos en los tramos altos donde la velocidad es alta, aumen-

tando la cantidad de materiales arrastrados, pero, cuando disminuye la velocidad del

flujo en las tierras bajas se van depositando dichos sólidos, provocando un elevamiento

del nivel del lecho y el desbordamiento de las aguas con las consiguientes inundaciones

de las zonas de cultivos y núcleos de población.

15 La cubierta vegetal viva y la capa de restos orgánicos que cubre el suelo ejercen sobre la superficie del suelo una acción protectora. se estima que contribuyen a disminuir la velocidad de la escorrentía hasta reducirla a una cuarta parte de la que se produciría en terrenos rasos (GV. 1988). 16 La diferencia de infiltración entre suelos forestales y agrícolas puede llegar a una relación de 100 a 2, por unidad de superficie (G.V. 1995).

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Por otro lado, la elevada regulación del agua superficial en el conjunto del Esta-

do, necesaria a causa de la irregularidad de las precipitaciones, hace que los cauces de

los ríos estén cortados por presas. Estas además de acumular agua, al constituirse en el

primer obstáculo que encuentran, retienen también los materiales arrastrados por el

agua, anegándolas, disminuyendo su vida útil17y perdiendo la inversión realizada; per-

juicio al que hay que añadir los costos económicos, sociales y medioambientales, a me-

nudo considerables, ocasionados por la desaparición de espacios con alto valor ecológi-

co, terrenos de cultivo y poblaciones que tuvieron que ser desalojadas al construirse

estos embalses. La escorrentía de las aguas también ejerce su labor destructiva sobre

carreteras, pistas de montaña, campos de cultivo, etc.

En cuanto a los beneficios socioeconómicos de los montes, hay que señalar que

el bosque proporciona estabilidad y mejor calidad de vida a sus habitantes. El bosque a

proporcionado tradicionalmente leña para su aprovechamiento energético, pastos para la

ganadería, y otros materiales y recursos. Además, el bosque proporciona trabajo en épo-

cas de paro estacional, al complementarse en el tiempo las principales labores de selvi-

cultura con las principales labores agrícolas

Dentro de los aprovechamientos directos del bosque tenemos, como mas impor-

tante, la madera, y en un segundo plano: la leña, el corcho, los hongos, frutos silvestres,

resina, caza, pesca, .. etc. Estos generan una renta directa al propietario y rentas induci-

das a las fábricas de derivados. Los recursos forestales explotados racionalmente y de-

ntro de la capacidad de recuperación del ecosistema, pueden considerarse como renova-

bles.

Especialmente en los últimos tiempos y directamente relacionado con la pérdida

de calidad de vida en las ciudades, los bosques están convirtiéndose en polos de atrac-

ción para el habitante urbano debido a su potencial como recursos paisajísticos, recrea-

tivos y culturales. La afluencia de visitantes al monte procedentes de las ciudades expe-

rimenta un crecimiento espectacular, a medida que la sociedad urbana necesita de la

recuperación de unos horizontes distintos y mas naturales que los que obtiene cotidia-

17 En el País Valenciano los embalses de Tibi, Relleu, Elda y Elche, entre otros, se consideran aterrados, al perder casi toda su capacidad de almacenamiento de agua.

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namente, lejos de la contaminación, el ruido, el estrés, ... . Los bosques ayudan a mejo-

rar el estado de salud físico y psíquico de los ciudadanos, son verdaderos instrumentos

de educación ambiental constituyendo verdaderas escuelas vivas de la naturaleza, son el

escenario idóneo para la práctica de muchos deportes de aire libre; y al margen de regí-

menes de propiedad, sus valores paisajísticos benefician tanto al visitante como a la

comunidad local, que puede utilizar su atractivo como reclamo turístico para la zona,

con lo que sus rentas pueden verse incrementadas.

Eduardo Rojas Briales en su obra: Una política forestal para el estado de las au-

tonomías (1995), establece una clasificación exhaustiva de las funciones del bosque,

partiendo de una concepción antropocéntrica del mismo. Pues, según este autor, es la

sociedad humana la que, como resultado de un proceso de decisión político nacido de la

convicción y no a partir de un supuesto derecho natural, libremente decide sobre la con-

veniencia de conservar la riqueza natural del planeta. Imponiendo como Función Origi-

nal “la plena, optima y duradera satisfacción por los bosques de las demandas sociales

e individuales actuales y futuras”.

Como Funciones Principales, y profundizando en las funciones clásicas atribui-

das al bosque: protectora, productiva y recreativa. Tenemos (Rojas, E. 1995):

• Biológicas: Aportaciones de los bosques al mantenimiento de la capacidad

productiva, de la biodiversidad y del patrimonio genético por motivos éticos,

científicos y económicos. Sería esta una función protectora de todo lo que

supone el medio natural: biodiversidad, biotopos, suelo, fauna, ...

• Ambientales: Aportaciones de los bosques a la preservación de las infraes-

tructuras físicas y antrópicas básicas. Siendo esta también una función pro-

tectora, se centraría por un lado en la preservación y mejora de la infraestruc-

tura física básica: macroclima, microclima, aire, ciclo del agua, suelo; y por

otro en el mantenimiento de la infraestructura antrópica: capacidad producti-

va de los terrenos agrícolas, reducción del riesgo de inundaciones, protección

de embalses y carreteras, mejora de la productividad hidroeléctrica, amorti-

guamiento del ruido, ...

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• Socioeconómicas: Aportaciones de los bosques al bienestar material de la

sociedad rural y urbana. Esta es la función productora, incluyen todas las

funciones de los bosques que aportan un beneficio económico a la sociedad

cuantificable en términos monetarios: producción de materias primas y bie-

nes de consumo final, aportaciones a la macroeconomía (PIB, balanza co-

mercial, etc.), disposición de una reserva estratégica de materias primas y

combustible para situaciones de emergencia, aportaciones a la microecono-

mía (zonas de montaña), fijación de empleo (zonas de montaña) y formación

de patrimonio y aportación de rentas a los propietarios forestales.

• Paisajísticas: Aportaciones de los bosques al bienestar social, físico, psíquico

y espiritual de los ciudadanos. Con la subfunción paisajística donde realiza

labores de naturaleza pasiva como preservación y cuidado de la estética del

paisaje; y la subfunción recreativa que da pié a funciones de naturaleza acti-

va como: esparcimiento y recreo, actividades deportivas, caza y pesca, con-

tacto con la naturaleza.

Por su parte, la Dirección General de Conservación de la Naturaleza pertene-

ciente al Ministerio de Medio Ambiente, en el documento Estrategia forestal nacional

(borrador), tras manifestar que: las funciones de los montes y de las tierras forestales

son consustanciales con la Naturaleza y por tanto inmutables; siendo el hombre, su be-

neficiario, quien las aprecia y valora de distinta manera en cada tiempo y lugar. Plantea,

siguiendo los acuerdos de la Conferencia Paneuropea sobre Bosques, celebrada en Gi-

nebra en 1994, seis criterios para la gestión sostenible, que se relacionan con las funcio-

nes del bosque:

1. El mantenimiento y adecuado fomento de los recursos forestales y su contri-

bución a los ciclos globales del carbono.

2. El mantenimiento de la salud y vitalidad de los ecosistemas forestales.

3. El mantenimiento y apoyo de las funciones productivas de los montes (ma-

derables y no maderables).

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4. El mantenimiento, conservación y un apropiado fomento de la biodiversidad

en los ecosistemas forestales.

5. El mantenimiento y un adecuado fortalecimiento de las funciones protectoras

en la ordenación forestal (principalmente el suelo y el agua).

6. Mantenimiento de otras funciones y condiciones socioeconómicas.

Y, el Parlamento Europeo en una Resolución de 1997 estableció una nueva es-

trategia forestal para la UE basada en la multifuncionalidad de los bosques europeos, a

partir del reconocimiento de la diversidad de los mismos y de la necesidad de su soste-

nibilidad ecológica, económica y social.

En el País Valenciano el valor económico del bosque como suministrador de

bienes -madera (muebles, construcción y pasta), leña, corcho, trufas y otros hongos,

miel, plantas silvestres (medicina o cosmética), pasto para el ganado, etc.- es práctica-

mente despreciable. Sin embargo, el verdadero valor de nuestro bosque reside en el im-

portantísimo papel ecológico y social que realiza a partir de sus funciones protectoras y

recreativas o paisajísticas.

La complejidad de funciones que proporciona el bosque, como acabamos de ver,

explica que exista una contradicción entre el interés del propietario forestal y el interés

social. De todos los beneficios u outputs generados por el bosque tan solo los de renta

directa, los de uso cinegético y, en ocasiones los de uso recreativo, repercuten directa-

mente a sus propietarios. En suma, este conjunto de rendimientos directos se puede con-

siderar secundario e incluso en algunos casos -País Valenciano- marginal frente a la

totalidad de servicios cuyo origen está en el bosque y de los cuales se beneficia la socie-

dad como un todo18.

Un fenómeno que está destruyendo todas estas funciones y las expectativas futu-

ras para nuestro medio natural son los incendios forestales. El más grave problema del

18 “estos beneficios que la sociedad recibe de los montes suelen ser mayores a medida que el nivel bioló-gico de su cubierta vegetal aumenta, por lo que lo deseable, como se sabe, es que abunden los bosques de especies evolucionadas y autóctonas.” (GV. 1995).

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sector forestal en el País Valenciano en la actualidad, capaz de dar al traste con planes,

políticas e inversiones realizadas.

CONSECUENCIAS DE LOS INCENDIOS FORESTALES: LA EROSIÓN

El fuego es el factor que más rápida y fuertemente puede modificar el medio

ambiente, rompe de forma brusca el proceso de sucesión en el ecosistema, llevándole a

etapas anteriores en la sucesión en un proceso de fuerte rejuvenecimiento con una radi-

cal pérdida de biomasa.

Durante las dos últimas décadas, el fuego “se ha convertido en la más grave

amenaza para la conservación de unos ecosistemas caracterizados pos su extraordina-

ria vulnerabilidad y por el avanzado estado de degradación en que se encuentran las

formaciones vegetales que los pueblan” (GV. 1995). El fuego consigue año tras año

reducir la superficie arbolada del País Valenciano, pues supera con creces a los resulta-

dos conjuntos de la actuación repobladora y la recuperación natural que tiene lugar.

“El aspecto mas sobresaliente de las últimas décadas es la destrucción del estrato ar-bóreo y la degradación de las formaciones arbustivas como consecuencia de la escala-da de incendios forestales .... La principal diferencia entre los usos que secularmente han amenazado al espacio forestal valenciano y los peligros que se ciernen en la actua-lidad sobre éstos, estriba en el alcance de su influencia y en la magnitud de sus reper-cusiones” (GV. 1995). Las consecuencias de la alta frecuencia del fuego son desastrosas. “A medio plazo, si las condiciones edáficas son poco favorables y los fuegos se han repetido a menudo, pode-mos esperar pérdidas de la cobertura arbolada ya irreversibles (si no se producen in-tervenciones masivas de repoblación) y, en algunos casos, importantes fenómenos ero-sivos, con la pérdida definitiva de capacidad productiva y de almacenaje de agua del suelo. Esta perspectiva llega a ser aún mas preocupante si se considera la previsión sobre el cambio climático, que apuntan a un incremento de la temperatura y del déficit hídrico en el balance anual, una condiciones que no harán mas que aumentar la fre-cuencia de los fuegos...” (Terradas, J. 1996).

La naturaleza del fuego y la situación ecológica particular del ecosistema serán

decisivas en los efectos del fuego. Las características de la biomasa pueden modificar

las probabilidades de expansión del fuego. Precisamente, uno de los aspectos que más

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está sufriendo el cambio en el régimen de los fuegos es la biodiversidad, favoreciendo a

las especies mas meridionales y xerofíticas, con mayor inflamabilidad y combustibili-

dad, y dificultando la regeneración que impulsa la sucesión hacia la vegetación poten-

cial. Por otra parte, cuanto mas tiempo haya pasado desde el último incendio mas canti-

dad de biomasa habrá acumulada y el fuego será mas potente.

Como acabamos de ver, la proliferación de incendios forestales pueden tener

unos efectos muy graves sobre nuestros ecosistemas. Los efectos de los mismos depen-

derán del tipo de vegetación preexistente, de la velocidad del incendio, del tipo de fue-

go, de las temperaturas que se alcancen, del tipo de substrato, del relieve, etc.

Los factores que intervienen en la aparición y extensión del fuego los podemos

clasificar en (Terradas, J. y Piñol, J. 1996):

- Factores meteorológicos, entre los que cabe mencionar: la temperatura, la

pluviometría y la humedad atmosférica relativa. La acción de estos elemen-

tos radica en su capacidad de modificar el contenido hídrico de las plantas, y

por lo tanto su inflamabilidad y combustibilidad.

- Orografía y radiación solar. Las vertientes con mas irradiación solar como la

sur y la sudoeste sufren un mayor calentamiento con el consiguiente aumento

de inflamabilidad.

- Factores antropomórficos como: la actividad humana, influyendo tanto la

frecuentación como factores culturales de los visitantes; y la proximidad a

fuentes potencialmente de peligro, como son las proximidades de vertederos,

las líneas eléctricas, carreteras, ferrocarriles, etc.

Tras el incendio, y dada la escasa de pluviosidad del País Valenciano, normal-

mente tienen que transcurrir alrededor de 5 años para que la vegetación inferior cubra

entre un 90 y un 100% de la superficie del suelo quemado (GV. 1988). Por lo que la

erosión se convierte en el mayor peligro para nuestros montes al encontrar el suelo sin

protección. La erosión es función inversa de la cubierta vegetal, pero, también se tienen

que considerar: el factor de erosionabilidad intrínseca de cada suelo, las características

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topográficas de este (pendiente y longitud de la ladera), y los efectos de las distintas

intervenciones humanas en él. La rapidez en la regeneración de la vegetación es funda-

mental para iniciar su labor de protección; si durante este proceso regenerativo se pro-

duce otro incendio, las posibilidades de evolución positiva son cada vez menores y,

avanzará mas la erosión entrando en un proceso de desertización.

En el estudio sobre restauración hidrológico forestal y control de la erosión rea-

lizado por ICONA en 1991, se obtenían los siguientes resultados para todo el territorio

estatal:

Cuadro 5: La erosión y degradación de suelos en el territorio del Estado Niveles de erosión Miles de hectáreas % del territorioExtrema 1.112 2 Muy alta 2.561 5 Alta 5.488 11 Media 12.923 26 Baja 17.309 34 Muy baja 11.151 22 Total 50.544 100

Fte. Dirección General de Conservación de la Naturaleza

El 18,2% del territorio estatal sufre un nivel de erosión extremo, muy alto o alto

con unas perdidas de suelo superiores a 50 Tm/Ha y año. En la zona mediterránea se

concentra más de un 90% de la superficie afectada.

Las condiciones edáficas de nuestros montes están en franco deterioro. Según

datos del Ministerio de Obras Públicas (1988), en el País Valenciano tenemos:

Erosión grave en el 28,6% del territorio

Erosión moderada en el 26,5% del territorio

Erosión leve en el 5,3% del territorio

Con lo que aproximadamente el 55% del territorio presenta niveles de erosión

entre moderados y graves. Y, según datos recogidos de los Mapas de Estados Erosivos

de las Cuencas Hidrográficas del Segura, Jucar y del Ebro (ICONA), el 44% del territo-

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rio tiene una elevada erosión, porcentaje superior al de Andalucía (40%) o Murcia

(35%).

Por zonas, tenemos que la erosión es mucho mayor en las comarcas del sur -

provincia de Alicante- donde la erosión grave alcanza al 48% del territorio mientras que

en las del norte y centro alcanza el 27% del territorio. Las áreas con mayores problemas

de erosión son las que tienen un relieve mas accidentado y cuya vegetación es escasa y

está deteriorada. En zonas de cultivos arbóreos y viñedos de secano se producen tam-

bién grandes pérdidas de suelo, en la cuenca del Segura las pérdidas medias superan las

50 Tm/Ha año, en la del Jucar-Levante llegan a las 80 Tm/Ha año, las parcelas situadas

en pendientes elevadas dan valores superiores a las 100 Tm/Ha año lo que demuestra la

vocación forestal de estos terrenos.

En el Rincón de Ademuz un 23% del territorio presenta un nivel muy alto de

erosión con pérdidas de suelo mayores a las 300 Tm/Ha/año. Otros municipios como

Tuejar llegan a tener hasta un 20,5% de su superficie afectada por un el mismo grado de

pérdida de suelo. En Xelva un 14% de su término municipal se considera irreversible-

mente erosionado, en Villar del Arzobispo un 8%, en Lliria un 8,5%. etc. (Arnal, C.

1994).

En el cuadro nº 6 exponemos un estudio comparativo en tres zonas del País Va-

lenciano donde se ha estudiado la pérdida de suelo por erosión en áreas quemadas y en

áreas con cubierta vegetal. Como se observa mientras que en las zonas con vegetación

la erosión es mínima, en las zonas quemadas se llega a perder hasta casi las 76

Tm/Ha/año.

Se ha estimado que en un caso grave de suelo desnudo, sin prácticas de conser-

vación del mismo y con pendiente del 30-40%, se pueden perder del orden de 300

Tm/Ha/año de suelo. Suponiendo una profundidad media de 50 cm. (normal en el País

Valenciano), la cantidad de suelo existente sería de 3.000 Tm/Ha, lo que indica que en

un plazo de 10 años se perdería casi la totalidad del mismo, situación esta que se da con

excesiva frecuencia en tierras valencianas (GV. 1988).

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Cuadro 6: Predicción de perdida de suelo, utilizando la U.S.L.E. (Ecuación Uni-versal de Perdida de Suelo) en áreas quemadas y control en tres zonas de la pro-

vincia de Valencia Factores de la USLE *

Areas de estudio R K LS C P

Perdida de suelo

Tm/Ha/año 130 0,16 21,34 0,086 1 38,2 Los Yegüeros: -Zona quemada

- Zona control 130 0,07 21,34 0,012 1 2,3 130 0,10 7,75 0,166 1 16,7 Forata: -Zona quemada

- Zona control 130 0,07 2,07 0,023 1 0,4 140 0,15 21,80 0,166 1 75,9 La Peraleja: - Zona quemada

- Zona control 140 1,10 21,80 0,003 1 0,9 Fuente: Sanroque, P. (1981): Memoria de licenciatura. Citado en GV. 1988. (*)Factores U.S.L.E.= R, erosividad de la lluvia; K, erosionabilidad del suelo; LS, factor vegetación; C, factor vegetación; P, prácticas de conservación..

Por otra parte, los bancales escalonados típicos de zonas muy accidentadas como

el Meastrazgo. Cuya tierra sujetaban las tradicionales paredes de fábrica de piedra, su-

fren fuertes procesos erosivos agudizados por la rotura de dichas paredes debido a la

falta de mantenimiento de las mismas por no existir mano de obra ni recursos disponi-

bles para ello.

¿ES LÍCITO BUSCAR EN LA NATURALEZA LAS CAUSAS DE LOS INCEN-DIOS FORESTALES?

Se ha repetido hasta la saciedad que los incendios forestales son consustanciales

al bosque mediterráneo y que este se ha adaptado a lo largo de su historia a convivir con

el fuego, debido sobre todo a las características de este clima. En este apartado vamos a

intentar establecer esto en sus justos términos.

Se denomina clima mediterráneo “a un tipo de clima caracterizado sobretodo,

por el hecho de que la estación mas cálida, el verano, coincide con la mas seca y crea

una situación de fuerte estrés para las plantas y los animales, que disminuye o detiene

la actividad durante un periodo mas o menos prolongado” (Terradas, J. 1996). Estas

condiciones aunque se dan mayoritariamente en las tierras que forman el litoral del mar

Mediterráneo, no son exclusivas de él, otras zonas del mundo como: el litoral de Cali-

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fornia en EE.UU., la zona central de Chile, el extremo sudoeste de Sudáfrica y un par

de regiones del sur y sudoeste de Australia, tienen características ecológicas similares.

Esta coincidencia entre la época mas seca y la mas cálida, al igual que la vegeta-

ción que se ha desarrollado -como veremos a continuación-, favorecen los incendios

notablemente. Pero, para establecer conclusiones sobre las causas de los incendios de-

bemos profundizar en las características ecológicas de dicho ecosistema y su evolución.

Los incendios forestales son el prototipo de perturbación exógena sobre los eco-

sistemas que producen su rejuvenecimiento o simplificación estructural y funcional re-

pentino, lo que supone una ruptura en la línea sucesión natural cuyo ritmo temporal es

muchísimo mas lento. La elevada propensión por los incendios no es exclusiva del eco-

sistema mediterráneo, en la Tierra existen otros ecosistemas con similar o mayor sus-

ceptibilidad que el ecosistema mediterráneo al fuego. No obstante, lo que caracteriza a

este es su capacidad de recuperación después del fuego, con las mismas especies florís-

ticas que había antes del incendio, lo que se llama autosucesión (Sabaté, S. y García, C.

1996). Esto ocurre porque las especies mediterráneas tienen una serie de mecanismos

que permiten la supervivencia de los individuos quemados o el establecimiento de otros

nuevos pero de la misma especie. Cabe hacerse pues la siguiente pregunta ¿ha sido el

fuego determinante en la adquisición, de las características que le permiten la regenera-

ción tras el incendio?. Si la contestación a esta pregunta es afirmativa diremos que estas

especies están adaptadas al fuego.

Esta capacidad de un ecosistema para restaurar sus estructuras y funciones des-

pués de una perturbación se denomina resiliencia. Y, en línea con la anterior pregunta

¿hasta que punto, después de un incendio, se puede volver a la situación inicial o nos

encontramos con una situación irreversible? (Sabaté, S. y García, C. 1996).

La dinámica de la vegetación se ha de considerar como una secuencia continua

de fases de perturbación, como el fuego, y de regeneración. Los procesos que tienen

lugar en cada una de estas fases son secuencialmente dependientes (Lloret, F. 1996). De

ahí que, el éxito del modelo de autosucesión dependerá siempre de las condiciones an-

tes, durante y después del incendio.

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Los ecosistemas pueden tener una cierta capacidad de recuperación debido a la

capacidad de autosucesión de las especies existentes anteriormente en el sitio quemado

y otra posibilidad de recuperación viene por la migración de especies que estén en espa-

cios limítrofes al incendiado. Según el tipo de especie de que se trate, si los individuos

no mueren y tienen capacidad de rebrotar la ocupación del espacio se mantiene y la re-

cuperación puede ser relativamente rápida, si los individuos de la especie dominante no

resisten al fuego y mueren pero dejan semillas la estructura posterior será menor y su

recuperación será relativamente mas lenta.

Gran parte de las plantas autóctonas del mediterráneo -para Cataluña se ha esti-

mado en un 67% de las leñosas y un 47% de las herbáceas-, rebrotan con fuerza después

de un incendio, bien de la parte leñosa o bien de la parte subterránea. Estas suelen ser

las mas resistentes frente al fuego, “las reservas almacenadas en el sistema radicular de

las plantas adultas y las características estructurales del sistema radicular pueden pro-

porcionar una importante ventaja a las plantas rebrotadoras frente a las que se repro-

ducen únicamente por semillas, ya que los rebrotes pronto sobrepasan en medida a las

plantulas” (Lloret, Retana y Espelta. 1996). En nuestro territorio, en las fases avanzadas

de la sucesión, la mayoría de las especies son rebrotadoras, lo que nos lleva a pensar que

sin perturbaciones externas estas bien de la parte leñosa o bien de la parte subterránea,

se acaban imponiendo competitivamente frente a las germinadoras.

De hecho, para perpetuarse como especie, el pino y otras especies germinadoras

de las etapas primitivas en la sucesión, han adaptado una estrategia que les permita mul-

tiplicarse con el fuego, este ayuda a difundir sus semillas, y la fuerte insolación que re-

cibirán estas tras el incendio les ayuda a germinar, lo que es coherente con su papel pio-

nero en la colonización de espacios sin vegetación. Al avanzar la sucesión la vegetación

va cerrándose y va aumentando la sombra y la humedad, con lo que se pierden las con-

diciones óptimas que necesitan para germinar, entonces las especies mas maduras se

van imponiendo. De aquí que algunos mantengan que “los pinos favorecen los incen-

dios y los incendios favorecen a los pinos” (Arnal, C. 1994).

Pero, las especies germinadoras necesitan para poder reproducirse tras un incen-

dio que las plantas quemadas fuesen maduras capaces de producir semillas viables y que

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hubiese un nivel de recursos disponibles (agua, etc.) adecuado para que se hubiesen

generado las semillas; otros factores que influyen son: la época del año en que se produ-

ce el incendio, el clima postincendio, la fauna que se alimenta con dichas semillas, y por

último, la longevidad de estas.

Por contra, las especies rebrotadoras son capaces de soportar el paso del fuego

sin morir, y su capacidad de recuperación es relativamente rápida. Como ocurre con el

alcornoque que solo sufre la parte superficial de su corteza y las ramas mas finas, o con

la encina que aunque pueda morir la parte aérea, la parte radicular sigue con vida y re-

brotará en múltiples plántulas tras el fuego. Por lo que los efectos de un incendio son

muy diferentes según la formación vegetal que existía anteriormente.

La frecuencia de los incendios será un factor muy importante para explicar las

desviaciones de la capacidad de autosucesión de una determinada especie, una frecuen-

cia muy elevada podría disminuir la capacidad de supervivencia de las rebrotadoras o

podría impedir la acumulación suficiente de semillas, como también la recuperación del

suelo y de los nutrientes.

Estimaciones de la Conselleria de Medio Ambiente, basadas en las característi-

cas climáticas, establecen en torno a los 40 el número de incendios forestales que existi-

rían al año, en el País Valenciano, si no existiese influencia humana alguna, es decir,

incendios provocados por causas naturales (GV. 1988). Situación que contrasta viva-

mente con la que nos ofrece el cuadro 7. Si nos preocupa el futuro de nuestros bosques,

una pregunta relevante dada la alta recurrencia de los incendios en la actualidad sería:

¿cuál es el ciclo natural de incendios que puede soportar la vegetación?, es decir, ¿cuán-

to tiempo necesita la vegetación para recuperarse a un nivel similar al anterior al incen-

dio?. Por supuesto, la respuesta depende de las propias características de dicha vegeta-

ción. En el País Valenciano, tenemos los siguientes casos tipo (GV. 1988):

• Bosques de pino carrasco. Para que este arbolado se regenere debería de ha-

ber alcanzado la madurez necesaria (un mínimo de 30 años de edad media)

antes del incendio, de tal manera que tuviese un stock de piñas suficiente pa-

ra que tras abrirlas el calor se esparciesen las semillas y pudiesen germinar.

Hay que contar, además, con la circunstancia agravante de que tras el incen-

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El origen social de los incendios forestales Página 40

dio el ecosistema pierde potencialidad al perderse suelo y nutrientes, por lo

que el periodo de recuperación podría alargarse hasta casi los 100 años, así

se aseguraría la capacidad de evolución del ecosistema hacia formaciones

vegetales de clímax.

• Bosque de pino rodeno. Situación similar a la anterior pero con unos perio-

dos de 50 y 150 años respectivamente.

• Bosques de encinas y alcornoques. Necesitan un periodo superior a los 200

años entre dos fuegos para conservar su estructura arbórea.

Cuadro 7: Incendios forestales en el País Valenciano (años 1970-1996) AÑO Nº de incendios Has. totales Nº de Has. por incendio 1970 118 13.803 116,97 1971 655 5.571 85,71 1972 57 1.271 22,3 1973 150 4.659 31,06 1974 196 15.727 80,24 1975 249 8.009 32,16 1976 244 6.565 26,91 1977 199 8.712 43,78 1978 560 75.186 134,26 1979 524 90.946 173,56 1980 460 32.403 70,44 1981 727 31.370 43,15 1982 403 13.908 34,51 1983 495 15.579 31,47 1984 497 22.700 45,67 1985 523 39.753 76,01 1986 388 9.640 24,85 1987 377 6.019 15,97 1988 303 849 2,8 1989 405 1.651 4,08 1990 711 27.554 38,75 1991 871 44.426 51,01 1992 804 26.188 32,57 1993 613 25.966 42,36 1994 739 138.775 187,79 1995 478 2.231 4,67 1996 374 731 1,95

Fte: EL PAIS 14-1-97

En el País Valenciano el periodo entre dos fuegos, en función del ratio superficie

arbolada existente/superficie arbolada quemada, en la actualidad se reduce a 24 años

(GV. 1988). Con lo que a todas luces no se alcanzan los periodos de recuperación nece-

sarios en ningún tipo de los bosques existentes. Lo que lleva a una degradación progre-

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El origen social de los incendios forestales Página 41

siva, que solo el cambio en las actitudes individuales y sociales, unido a una política

forestal de recuperación de la masa vegetal autóctona, puede cambiar.

Solo “mediante la reforestación y la selvicultura que imite el proceso evolutivo natural, se podrá cambiar el progresivo deterioro de suelos que ha ocasionado la acción huma-na durante los últimos siglos en los ecosistemas forestales valencianos, por un proceso evolutivo de progresión hacia las asociaciones vegetales de calidad que tiendan a re-construir los bosques originarios valencianos de igual forma que la naturaleza los creó, ...” (GV. 1995).

En 1988 la Conselleria d’Agricultura i Pesca (GV. 1988), daba algunos consejos

de actuación para la fase postincendio: acotar las zonas incendiadas al pastoreo durante

los tres meses posteriores al incendio para facilitar la germinación y el rebrote de la ve-

getación, si el bosque era de coníferas y transcurridos los 4-6 años no se había produci-

do la regeneración del arbolado comenzar los trabajos de repoblación y cuando el bos-

que era de encinas, que normalmente rebrotan de raíz, se trataría de seleccionar los me-

jores rebrotes eliminando los innecesarios para facilitar el alcance del porte arbóreo lo

antes posible.

Por otro lado, la necesidad de superar las dificultades de nuestro clima -

coincidencia en verano de largas sequías y elevada radiación solar y en el invierno otra

temporada seca con temperaturas frías (en el interior)- ha influido decisivamente en la

especialización de la vegetación natural. Las hojas han sufrido un proceso de endureci-

miento generalizado y de reducción de sus superficies disminuyendo así la evapotrans-

piración, por el mismo motivo, los troncos y ramas también se han endurecido, y las

raíces se hunden con profundidad para buscar el agua del subsuelo. Todo esto con unas

especies -frondosas- de lento crecimiento, aunque con predominancia de perennidad en

las hojas para mantener la actividad vital durante todo el año (Soriano, J. 1996).

En los montes valencianos, tenemos una amplia diversidad de formaciones vege-

tales, a menudo es difícil distinguir entre estas a las pertenecientes a estados finales y a

las de las fases intermedias e iniciales de la sucesión. Así, entre el sustrato arbustivo hoy

presente, tenemos algunas especies típicas de las zonas degradadas y pertenecientes a

una fase joven de la sucesión, en cambio, otras especies de arbustos o plantas pequeñas

serían las que habría si se encontrase dicho espacio en una situación de gran madurez.

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El origen social de los incendios forestales Página 42

En algunos casos, debido a la pérdida de suelo por erosión, aquellas de las etapas jóve-

nes son las únicas que pueden subsistir convirtiéndose en definitivas.

Nuestros árboles autóctonos producen una madera dura y pesada poco apreciada

para su trabajo, las hojas secas son poco ricas en elementos nutritivos, con lo que el

humus que se genera no suele ser óptimo. Y, en lo que respecta a los pinos, las acículas

tienen una descomposición muy lenta y tienden a acidificar el suelo, aunque su creci-

miento es mucho mas rápido que el de las frondosas por lo que tienen más éxito en la

colonización tras un incendio o en la ocupación de suelo ralo, pero con el inconveniente

de la producción de resinas que elevan su combustibilidad. Ciertos productos orgánicos

(aceites, ceras, resinas, etc.) como los que tienen los pinos y algunas plantas arbustivas

típicas del Mediterráneo, aceleran la combustión al provocar llamas de mayor enverga-

dura y aumentan la emisión de calor durante la combustión19 lo que favorece la propa-

gación del fuego. Los pinares además tienen otro inconveniente en cuanto a inflamabili-

dad. Un pinar denso de pino blanco puede tener mas del doble de energía en las hojas

que un encinar, aunque la madera contenga menos. Esta mayor cantidad de energía en

los materiales mas finos, y por tanto, mas inflamables, contribuye a aumentar el riesgo

de propagación de los incendios en los pinares (Terradas, J. y Piñol, J. 1996).

Pero donde las diferencias de inflamabilidad son mayores no es entre las distin-

tas especies de árboles propiamente dichos, sino entre unas formaciones vegetales y

otras. Estando la diferencia sobre todo en el sotobosque y la materia orgánica existente a

nivel de suelo.

La larga tradición ganadera de nuestras comarcas también ha contribuido de

forma notable a la selección de especies en nuestros ecosistemas forestales. Las ovejas y

fundamentalmente las cabras han procedido a una selección de especies comiéndose las

mas tiernas y con mayor contenido de humedad antes de dedicarse a las pinchosas El

tipo de plantas herbáceas y arbustivas dominantes -heliófilas y esclerófilas como la alia-

ga- son el resultado de dicha selección. Estas han procedido ha crear defensas frente a la

19 De las especies leñosas mas frecuentes en nuestros bosques, el brezo, seguido del romero y el pino son las especies que al quemarse mayor energía calorífica, por gramo de peso en seco, emiten en combustión completa, muy por encima de la encina y la coscoja (Terradas, J. 1996)

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El origen social de los incendios forestales Página 43

agresión bien mediante la adaptación de las hojas y tallos, bien elaborando sustancias

aromáticas repelentes para los herbívoros.

Podemos concluir, pues, que el fuego ha sido un factor muy importante en la de-

terminación de la composición de las especies mediterráneas actuales, pero otros facto-

res como: las sequías, las deficiencias nutricionales del suelo y la labor de los herbívo-

ros y de los hombres, han generado un proceso de selección que ha dado como resultado

lo que hoy conocemos como vegetación mediterránea. Como nos dice F. Lloret (1996):

“Se puede decir que las especies mediterráneas tienen una buena capacidad de regene-

ración después del fuego, pero es atrevido afirmar que estén adaptadas al fuego en un

sentido estricto, teniendo en cuenta que es muy probable que otros factores ecológicos,

principalmente otros tipos de perturbaciones, hayan contribuido a la adquisición de

estas características”.

El hecho de que algunos científicos consideren que muchas características de la

flora mediterránea son el resultado de una evolución influenciada por el fuego, dando

como resultado una resistencia o una capacidad de regeneración grandes y particulares

tras los incendios, ha generado una visión excesivamente optimista sobre los incendios.

No está demostrado que las llamadas adaptaciones pirofíticas de nuestra flora sean el

resultado de una selección ocasionada por el fuego y no por otros motivos como las

sequías o el herbivorismo, que han tenido un peso superior al del fuego en la historia

evolutiva de la vegetación mediterránea (Terradas, J. 1996).

A partir de los datos disponibles, no queda comprobada una frecuencia superior

de incendios forestales por causas naturales en el ámbito mediterráneo que en otros de

tipo templado. En realidad los incendios forestales por causas naturales son realmente

escasos y su influencia en la sucesión, por lo tanto, relativa. Como señala J. Terradas

(1996): “Sin excluir, pues, un cierto papel natural del fuego, con los datos de que dis-

ponemos nos inclinamos a pensar que una frecuencia de incendios del orden de uno

cada 150-250 años debe haber sido muy habitual en una gran parte del mundo medite-

rráneo hasta hace bien poco, y esta frecuencia solo podría haber tenido alguna influen-

cia selectiva, en el mejor de los casos, en los organismos de vida muy larga y de ningu-

na manera en la mayor parte de los vegetales leñosos o herbáceos”

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El origen social de los incendios forestales Página 44

Justificar la existencia de incendios como factor natural del ecosistema, con una

frecuencia tan elevada como la que ocurre en la actualidad, es una postura muy peligro-

sa. En la actualidad, la disminución de la actividad rural ha provocado una expansión de

la vegetación silvestre conjuntamente con la desaparición de las discontinuidades que

formaban los cultivos de montaña. Si a estas circunstancias les añadimos los factores

favorecedores del incendio provocados por la influencia del desarrollo económico sobre

el monte: mayor frecuentación, aumento de las vías de circulación, transito del ferroca-

rril, redes eléctricas, instalaciones industriales, vertederos, etc. Es fácil deducir que las

posibilidades de que ocurran incendios y de que estos alcancen características de catás-

trofe son muy altas, e aquí los factores de ruptura de integración del fuego en el modelo

evolutivo del ecosistema. Es decir, la diferencia de la situación actual con la de la evo-

lución natural -sin influencia humana- del ecosistema estriba en la frecuencia y tamaño

de los incendios.

LAS CAUSAS DE LOS INCENDIOS FORESTALES

Todas las características naturales del bosque y su estructura estudiadas hasta

aquí nos demuestran una cosa, por si solo el bosque no se incendia, hace falta la actua-

ción de un factor exógeno para que esto ocurra. Antes del hombre este factor exterior

solo podía ser la caída de un rayo o la acción ocasional de una erupción volcánica, ac-

tualmente estas causas son irrelevantes al lado del principal agente perturbador el ser

humano. Voluntaria o involuntariamente quien desencadena el incendio es casi siempre

la especie humana.

Según datos de la Conselleria de Medio Ambiente los rayos son el origen de tan

solo el 8% de los incendios que se producen en el País Valenciano, el 92% restante tie-

nen bien directa o indirectamente origen antrópico. Las causas humanas se pueden

agrupar en dos grandes grupos: los incendios involuntarios (causados por accidentes,

imprudencias, negligencias, etc.) y los intencionados o provocados.

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El origen social de los incendios forestales Página 45

CAUSAS DE LOS INCENDIOS

Intencionado15%

Otras Causas3%

Rayo8%

Ferrocarril1% Negligencia

18%

Desconocidas55%

Rayo

Ferrocarril

Negligencia

Intencionado

Otras Causas

Desconocidas

Entre los incendios involuntarios se pueden extraer cuatro grupos:

• Los relacionados con las actividades agrícolas tradicionales, bien sea la

quemas de rastrojos, limpiezas de lindes, etc., e incluso algunas prácticas ga-

naderas. La quema de matorral para obtener pastos se puede considerar como

no intencionado al no pretender que el fuego se descontrole y se convierta en

un incendio forestal.

• Los vinculados a las actividades turísticas y de esparcimiento, como los fue-

gos de acampadas, fuegos para hacer alguna comida como las paellas, lan-

zamiento de fuegos artificiales en fiestas, etc.

• Los accidentes provocados por chispas de máquinas, como los provocados

por el ferrocarril, por líneas de alta tensión, por trabajos especializados, etc.

• Y por último, hay que destacar la influencia de los vertederos, la mayor parte

de las veces incontrolados, en la generación de muchos incendios.

En cuanto a los incendios intencionados, se han barajado una serie de intereses:

reacciones de venganza frente a la Administración o contra algún vecino, actitudes de

enfrentamiento o boicot frente a la declaración de protección de un paraje, actitudes

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El origen social de los incendios forestales Página 46 pirómanas, intereses económicos como los que subyacen a la intención de cambiar los

usos tradicionales de una determinada superficie bien buscando su urbanización o bien

su transformación en zona de regadío, e incluso el sacar provecho en la compra de la

madera quemada a precios mucho menores de los normales de la madera sana, etc.

La información existente sobre las causas de los incendios deja mucho que de-

sear, llama la atención que el 55% de ellos se deba a causas desconocidas, esta parece

una cifra excesiva desde todos los puntos de vista e indica un nivel de investigación

muy insuficiente. Otra constatación del insuficiente nivel informativo de estas estadísti-

cas es la falta de detalle respecto a los incendios por negligencia, pese a su importancia

(18% del total) no podemos conocer los que estarían causados por prácticas tradiciona-

les de los que se derivan de actividades de ocio. Respecto a los intencionados, tampoco

se entra a considerar los intereses que han podido ocasionar el fuego, pese a que resulta

básico para la lucha contra los incendios el saber cuales son los motivos que hay detrás

de ellos (Arnal, C. 1994).

Emilio de la Cruz (1994) no dice que, sin pretensión de exculpar al montañés de

la parte de culpa que le corresponda, no se puede hacer responsable a este de los males

que afectan al bosque. Aquel no puede actuar conforme a nuestra racionalidad, sino a la

suya que muchas veces es ignorante de leyes, principios ecológicos, consecuencias a

largo plazo, o sistema global, y que se ve perturbada por unas decisiones lejanas que no

entiende pero que le afectan en su forma de vida tradicional. Los delitos nunca se dan

fuera de un contexto y lo mismo ocurre con los incendios provocados, el contexto socio-

económico-jurídico influye decisivamente en ellos. Ante esto no se ha dado sino la so-

lución penal y no la de investigar y resolver los problemas de fondo que parten de la

injusticia distributiva. Así, “una sociedad que, desde hace muchos años, quebranta sis-

temáticamente los derechos de los montañeses y falta a la justicia distributiva cargando

sobre ellos necesidades generales, singularmente urbanas” (De la Cruz, E. 1994), es

una sociedad que no puede presumir de civismo. Este autor es de la opinión que los in-

cendios provocados por madereros y urbanizadores son casos aislados y concretos y no

son significativos en el conjunto de los incendios forestales, y tampoco hay que buscar

las causas de su multiplicación en la repoblación con determinadas especies –aunque si

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El origen social de los incendios forestales Página 47 su extensión-, son los vicios jurídicos y resentimientos larvados el origen de buena parte

de ellos.

Por su parte Ramón Tamames (1974) expresa: ”el mal de los incendios foresta-

les... no se atajará con campañas televisivas dirigidas a somnolientos espectadores; o

con la compra de una docena de helicópteros y aviones tanque. Es un problema mucho

mas complejo de ordenación del medio rural, educación cívica y represión terminante”.

Esta última se ha demostrado muy difícil de aplicar, prácticamente todos los incendios

intencionados quedan impunes.

Variables como la distribución y composición de las comunidades vegetales, la

acumulación de biomasa vegetal, la humedad de esta, las posibles fuentes de ignición y

la gestión forestal, son las que determinan la frecuencia e intensidad de los incendios.

En todas ellas el hombre ha ejercido y ejerce su influencia perturbadora. La acción hu-

mana directa que provoca la inmensa mayoría de las igniciones es difícil prever como

evolucionará, todo depende del grado de conciencia y civismo en el comportamiento

que se alcance, pero cabe pensar que a mayor nivel de población mayor riesgo potencial

para el medio natural.

El riesgo de inicio de los incendios está en relación directa con la presencia hu-

mana. Es precisamente en las zonas más densamente pobladas o con mayor intersección

agrícola/forestal donde se encuentran las formaciones más sensibles (GV. 1988). En

cambio, en cuanto al riesgo de propagación, la situación es inversa, ya que los cultivos y

la propia presencia humana actúan como factores de detención y extinción, limitando la

amplitud de los incendios. Los grandes incendios se han dado tradicionalmente (años:

1978, 1985, 1994) en áreas de baja densidad demográfica y con masas forestales am-

plias sin zonas de discontinuidad.

Las tradiciones y costumbres que acercan al hombre a la montaña están estre-

chamente relacionadas con la frecuencia de los incendios. Así, tal como podemos ver en

el cuadro 8, la mayoría se producen en verano, concretamente entre julio y octubre,

época en la que coinciden la mayor sequedad ambiental y una fuerte presencia humana

en el ámbito forestal propiciada por los periodos vacacionales. También al inicio de la

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El origen social de los incendios forestales Página 48

primavera, entre marzo y abril, tiene lugar un rebrote de los incendios, coincidiendo

también con las vacaciones de Semana Santa y Pascua. Y en tercer lugar, un pequeño

pico se produce a su vez en diciembre, mes caracterizado por temperaturas e inflamabi-

lidad del bosque bajas, coincidiendo con la Navidad. La conclusión es clara, tal y como

nos señala Carles Arnal (1994): “les vacances cremen el bosc”.

Cuadro 8: Número de incendios por meses en el País Valenciano

Meses Total % ENERO 176 3,91 FEBRERO 149 3,31 MARZO 293 6,52 ABRIL 293 6,52 MAYO 195 4,34 JUNIO 287 6,38 JULIO 687 15,28 AGOSTO 998 22,20 SEPTIEMBRE 636 14,15 OCTUBRE 442 9,83 NOVIEMBRE 131 2,91 DICIEMBRE 209 4,65 Fte. Consellería de Medio Ambiente

INCENDIOS POR MESES

0

200

400

600

800

1000

1200

ENERO

FEBRERO

MARZOABRIL

MAYOJU

NIOJU

LIO

AGOSTO

SEPTIEMBRE

OCTUBRE

NOVIEMBRE

DICIE

MBRE

Además, el hecho de que, tal como indican los partes de incendios de las Unida-

des Forestales de los Servicios Territoriales de la Generalitat Valenciana, la mayor parte

de los fuegos se inician de día, coincidiendo con las horas de mayor actividad humana,

viene a confirmar la correlación hombre-fuego.

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El origen social de los incendios forestales Página 49

H a s . t o t a le s q u e m a d a s

0

2 0 . 0 0 0

4 0 . 0 0 0

6 0 . 0 0 0

8 0 . 0 0 0

1 0 0 . 0 0 0

1 2 0 . 0 0 0

1 4 0 . 0 0 0

1 6 0 . 0 0 0

1970 1972 1974 1976 1978 1980 1982 1984 1986 1988 1990 1992 1994 1996

a ñ o s

0

1 00

2 00

3 00

4 00

5 00

6 00

7 00

8 00

9 00

10 00

1 9 70 19 7 2 1 9 7 4 1 9 76 19 7 8 1 9 8 0 1 9 82 19 8 4 1 9 8 6 1 9 88 19 9 0 1 9 9 2 1 9 94 19 9 6

a ñ o s

N º D E IN C E N C IO SN º D E H A S . P O R IN C E N D IO

La relación superficie quemada/número de incendios (cuadro 9), nos dice que el

número de incendios de grandes dimensiones (mayores a las 500 Has.) es pequeño, solo

el 2,8% del total, no obstante, estos son los responsables de la destrucción de la mayor

parte (casi el 72%) del total de la superficie quemada.

Cuadro 9: Número de incendios por superficie afectada

1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982 1983 1984 1985 Total % Media< 5 Has. 168 136 275 241 267 451 247 324 364 401 2880 64,0 288,05-25 Has. 37 32 121 93 39 129 71 108 76 73 829 18,4 82,925-100 Has. 22 17 73 47 60 75 23 37 23 18 400 8,9 40,0100-500 Has. 15 10 62 33 23 33 11 23 24 24 265 5,9 26,5> 500 Has. 2 4 29 35 12 18 8 3 10 7 125 2,8 12,5Total 244 199 560 449 401 706 360 495 497 523 4499 100 449,9Fte: Generalitat Valenciana Respecto al lugar de inicio (cuadro 10), casi un 32% de los incendios tienen su

inicio al lado de caminos, carreteras y sendas, que unidos a los que se prenden en las

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El origen social de los incendios forestales Página 50

zonas excursionistas superan la tercera parte del total. Esto viene a confirmar la estrecha

relación existente entre incendios y accesibilidad humana al bosque, y el resultado con-

tradictorio que tiene facilitar esta por medio de la creación de pistas y carreteras, que si

bien facilitan el acceso y actuación de los bomberos al mismo tiempo incrementa la pe-

netrabilidad del bosque hasta sus últimos reductos. Posiblemente si incluyesen los que

se han producido a cierta distancia de los accesos aumentarían apreciablemente los por-

centajes.

Cuadro 10: Número de incendios según lugar de comienzo 1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982 1983 1984 1985 Total % Media

Caminos y carreteras

46 56 119 110 95 139 85 122 107 116 995 22,3 99,5

Vía férrea 3 2 5 3 5 10 5 5 8 3 49 1,1 4,9Sendas 24 25 60 36 45 52 37 51 41 47 418 9,4 41,8Industrias 1 4 7 3 1 6 4 6 2 2 36 0,8 3,6Casas 7 7 20 8 15 21 12 15 13 21 139 3,1 13,9Zonas excur-sionistas

10 9 15 22 13 18 7 32 19 22 167 3,7 16,7

Otros lugares 153 96 334 263 279 468 215 264 280 298 2.650 59,5 265,0Total 244 199 560 445 453 714 365 495 470 509 4.454 99,9 445,4Fte: Generalitat Valenciana

En referencia a los factores que inciden en los riesgos de inicio de los incendios

y a los factores que inciden en la propagación de los mismos, la Generalitat Valenciana

hace la siguiente clasificación (GV. 1988):

1. Factores estructurales que afectan al riesgo de inicio de incendio:

a) Densidad demográfica.

b) Actividades recreativas en el monte.

c) Estructura de uso del territorio: La existencia de campos de cultivo en

contacto con zona de bosque aumenta el riesgo de incendio, pues aumen-

ta el tránsito por zonas forestales.

d) Proporción y tipo de cultivos agrícolas en el territorio. A mayor número

de labores agrícolas que se realicen al lado del bosque mayor posibilidad

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de incendio. Este, sobre todo, se produce por negligencias en la quema de

ribazos, restos de poda, o rastrojos.

e) Red vial del monte. La infraestructura viaria supone una mayor accesibi-

lidad con vehículos motorizados al interior del bosque, con el mayor

riesgo que esto supone (colillas, descuidos, intencionalidades). Como se-

ñalamos anteriormente, casi un tercio de los incendios forestales se ini-

cian en los lugares próximos a las carreteras, caminos y sendas, lo cual

debe servir de base para analizar los efectos del aumento de la penetrabi-

lidad y mejoras en los accesos a las superficies forestales por medio de la

creación de pistas.

f) Red de vigilancia. La mayor presencia de vigilancia es una medida de di-

suasión bastante efectiva hacia un comportamiento mas prudente de los

visitantes, disminuyendo el riego de incendios.

2. Factores estructurales que afectan al riesgo de propagación de los incendios

a) Red de detección. La rapidez en la detección y en la intervención evitan

la propagación del incendio.

b) Red vial y de defensa. La mejor accesibilidad permite actuar mas rápido

sobre el fuego.

c) Fisiología del terreno. Los terrenos abruptos dificultan la acción sobre el

fuego.

d) Discontinuidad en la vegetación. Los cambios en las formaciones vegeta-

les implican una modificación en la velocidad de avance del fuego.

e) Estructura territorial del uso del suelo. Los enclavados agrícolas o las es-

tructuras en mosaico dificultan la propagación del fuego y permiten un

ataque más eficaz y seguro. La población rural contribuye con su colabo-

ración espontánea a dificultar la propagación. La vinculación de la po-

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blación local al monte como propietaria a través de su ayuntamiento hace

que su colaboración sea más efectiva.

f) La ganadería. Contribuye a disminuir la masa combustible del estrato in-

ferior, por lo que dificulta la propagación. Además mantiene abiertas

sendas y caminos, facilitando de esta forma el acceso.

3. Factores coyunturales que afectan al riesgo de inicio y propagación. Básica-

mente se trata de las circunstancias meteorológicas existentes en el momento

de inicio y durante la propagación del incendio, así como el desarrollo me-

teorológico en la época inmediatamente anterior.

Otra variable exógena con la que se va a tener que contar proviene del aumento

de temperaturas que se está produciendo como consecuencia del incremento de la con-

centración de CO2 en la atmósfera emitido en el consumo de combustibles fósiles. Se

espera que a mediados del siglo XXI este aumento sea de entre 3 y 4 grados centígrados

por término medio. El incremento de las temperaturas lleva consigo una inevitable pér-

dida de humedad a nivel de suelo, y por lo tanto, influirá de una forma fundamental en

la evolución del futuro inmediato de nuestros bosques. Previsiblemente estamos ante el

preludio de una variación en las comunidades vegetales y de un escenario mucho mas

favorable a los incendios forestales, “un aumento de la evapo-transpiración potencial

en 200-300 mm por año. Si consideramos que muchas regiones mediterráneas reciben

menos de 600 mm de precipitación anual, es fácil concluir que, aunque hubiese, como

se ha previsto en algunos modelos, un incremento del 10% en la precipitación anual, no

sería suficiente para compensar las mayores tasas de evapo-transpiración. El déficit

sería incluso mas grande si disminuyese la precipitación. En consecuencia, tendríamos

condiciones más secas, que producirían estrés hídrico en la vegetación y facilitarían la

ignición.” (Peñuelas, J. 1996).

Así pues, el principal factor ecológico relacionado con los incendios forestales

es el hombre, el ser humano aprendió a hacer fuego y lo llevó al bosque. Los incendios

forestales son una consecuencia de la sociedad humana, teniendo en cuenta que las pre-

siones sobre el espacio forestal varían en gran manera según la sociedad de que se trate

y el momento histórico de su evolución.

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Si consideramos el sistema social como componente del sistema global, estare-

mos ante un factor ecológico de primera magnitud. Que supera, tanto, el objeto de estu-

dio del científico natural donde no es considerado el sistema social, como, la estrechez

de miras de las disciplinas sociales cuyo objeto de estudio se centra en el mercado y no

considera como bienes económicos los no apropiables, monetizables y productibles,

circunscribiendo su razonamiento al oikos más restringido de los valores de cambio (Nare-

do, J.M. 1987).

Cuando nos fijamos en las cuentas macroeconómicas de un país, nos damos

cuenta del desprecio, desde el punto de vista económico, que existe respecto a la Natu-

raleza y a sus servicios. Brilla por su ausencia un balance patrimonial del estado del

medio natural, pero si que se contabiliza toda explotación del mismo como aumento de

riqueza, independientemente del estado final en que quede.

De esta forma, mientras la sociedad reacciona alarmada ante la situación actual

del bosque fruto de la repetición de incendios forestales. Las autoridades valoran los

daños limitando estos al valor de mercado que se obtendría de vender lo que se ha des-

truido. Pero, esto es una pequeña parte de lo que se pierde en un incendio, pues no se

cuenta la biomasa destruida, la fauna desaparecida, el suelo que se va a perder por la

erosión, el agua que los acuiferos subterráneos van a perder por falta de infiltración, las

potenciales pérdidas que pueden ocasionar futuras avenidas de agua no menguadas por

la vegetación, el CO2 no absorbido, los valores estéticos y patrimoniales perdidos, las

pérdidas por la imposibilidad de la explotación lúdica del paisaje, la pérdida de autoes-

tima colectiva, etc. Estos no son considerados bienes económicos, pues el mercado no

es capaz de incorporarlos en su balance y no disponemos de normas o modelos de valo-

ración para ellos. Y por lo tanto, los economistas prefieren ignorarlos. Al igual que ha-

cen los naturalistas al olvidar la dimensión social del incendio forestal en la llamada

“ecología del fuego”. La realidad, sin embargo, se revela ante dichas actitudes y nos

demuestra que va mas allá que los intereses corporativos reduccionistas.

El fuego es un factor ecológico que depende de una decisión sociológica, es por

esto que ha de ser considerado en términos socioecológicos, y estudiado desde una

perspectiva transdisciplinar. Como elementos principales y punto de partida de la so-

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cioecología del fuego forestal, se hace necesaria una ordenación territorial a medio y

largo plazo que atenúe los factores de riesgo y que valore los usos no madereros del

bosque, se deberá tener en cuenta la necesidad de nuevos objetivos en el uso del espacio

agro-forestal y hay que imaginar nuevas condiciones de vida para la población rural

(Folch, R. 1996).

La conclusión es clara, si bien los incendios son un fenómeno natural y que ha

existido siempre, la frecuencia e intensidad con que se dan en la actualidad es un fenó-

meno eminentemente social, por lo que el análisis a de ser fundamentalmente sociológi-

co y la búsqueda de soluciones debe de hacerse desde la óptica cultural y económica, es

decir política.

“En todo caso, lo que queda claro es que un elevado porcentaje de los fuegos (sobre un 90% de las causas conocidas) son de origen humano, y por lo tanto estos incendios son evitables, y se han de evitar. La importante implicación que esto tiene es que en gran medida el fenómeno d los incendios forestales no es “natural” sino cultural, y se deriva una consecuencia inmediata: actuando sobre las causas de origen humano se pueden disminuir enormemente los incendios” (Arnal, C. 1994).

LA HISTORIA Y SUS ENSEÑANZAS

La causa de los incendios forestales no está en la actitud individual de personas

concretas, pretender lo contrario en base a actitudes pirómanas, no muestra mas que un

desconocimiento de la Historia. Hemos visto en capítulos anteriores la situación que se

ha heredado en nuestros bosques, lo que podría llevar a pensar en una animadversión

social hacia los espacios naturales y concretamente hacia el bosque. No obstante, el es-

pañol no odia el bosque ni es arboricida por naturaleza o costumbres, la explicación a su

comportamiento hay que buscarla en el origen y evolución de las contradicciones socia-

les existentes, y a este respecto “los montes están en el centro de dos conflictos: uno de

larga historia y gran calado político, el Estado contra el Municipio; otro más reciente,

aunque con una historia ya larga, el de la ciudad frente al campo y el valle frente a la

montaña” (De la Cruz, E. 1994).

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El distanciamiento entre población y montes no es nuevo de la segunda mitad

del siglo XX, sino que tiene sus inicios en la ruptura del régimen tradicional de montes,

provocada en primer lugar por el régimen de Marina que afectó a dos tercios de la su-

perficie de montes, y en segundo por la desamortización que ataca al régimen de pro-

piedad, entre ambos rompieron los vínculos entre los pueblos y sus montes.

A) Los montes en la Edad Media, el régimen tradicional

En la Edad Media y como consecuencia de la gran importancia socioeconómica

alcanzada por el bosque, prácticamente todos los aprovechamientos forestales se ven

sometidos a una estricta regulación (Soriano, J. 1996). Así, en las cartas pueblas de los

municipios, documentos -la mayor parte de ellos del siglo XIII- que actúan como autén-

ticos elementos de organización del territorio, se pueden descubrir aspectos fundamen-

tales de la historia forestal de dicho periodo. Constatándose, a través de la minuciosidad

en la normativa desarrollada20, el grado de conciencia forestal vigente en aquella época

fruto de los siguientes factores (Soriano, J. 1996):

• La importancia socio-económica del bosque.

• Los daños y destrozos cometidos con anterioridad y/o durante la reconquista.

Que obligaron a redactar cuidadosas y detalladas normas para atajar las agre-

siones sufridas por el bosque.

• El contraste entre el comportamiento respetuoso e incluso benefactor respec-

to al bosque de los árabes en sus territorios y el esquilmador de los cristia-

nos.

“El régimen tradicional español de montes supone, en general, el establecimiento de una fuerte relación de intereses entre la población montañesa y los montes en cuyo in-terior o cercanías vive.

20 Normativa que como reflejo del conocimiento árabe sobre la temática forestal y en base a la importan-cia del bosque en esta sociedad, orientaba hacia un tipo de comportamiento y actuación con una importan-te base científica.

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Relación establecida de diferentes formas: montes de propios con aprovechamientos vecinales, montes comunales propiedad del grupo, montes señoriales o particulares con aprovechamientos atribuidos a los vecinos o, finalmente, los de realengo con los mis-mos aprovechamientos” (De la Cruz, E. 1994).

Desde la antigüedad y mas tarde durante y tras la reconquista la conservación del

territorio ha estado estrechamente ligada a las características de los asentamientos de la

población. De los fueros se desprende un régimen de montes donde quedaba reflejada

una relación de interés directo y material de los vecinos, que son los principales benefi-

ciarios de los aprovechamientos (De la Cruz, E. 1994), bien directamente o bien a través

de la gestión del municipio. Como resultado tenemos que la mayor parte de los montes

españoles estaban ligados a los que habitaban en ellos o sus cercanías. Esto no quiere

decir que no se cometieran abusos y que existiera un equilibrio perfecto, el crecimiento

de la población sometía al bosque a una presión a veces excesiva, pero, en términos

generales, el nivel de conservación era aceptable.

Una muestra de la minuciosidad y la preocupación con que se actuaba respecto

al bosque era la adopción de medidas proteccionistas que les llevaron a crear el vedaler

o vigilante de montes, antecesor del guarda forestal actual. En suma, “el sector forestal

parece estar perfectamente regulado en los siglos medievales e incluso hasta inicios del

siglo XVII, con algunas medidas realmente importantes y cuya herencia se irá perdien-

do o desvaneciendo en toda la etapa posterior, según los casos.” (Soriano, J. 1996)

Este cuasi equilibrio se romperá mediante la actuación de normas injustas y

planteamientos errados, que romperán dicha relación de interés transformándola en una

de rechazo y odio hacia los bosques. Estas normativas que obedecían a intereses aleja-

dos del ámbito rural local van a imponer la explotación abusiva de un recurso que había

perdido ya la característica de inagotable. Primero fue La Ordenanza de Montes de Ma-

rina, mas tarde la Desamortización. Y, ya en la época actual, a veces, erróneo uso de las

normas de protección de ámbitos naturales (De la Cruz, E. 1994), y la aplicación de

estos para el ocio urbano, corren el peligro de actuar con la misma idiosincrasia de fon-

do y tener las mismas consecuencias.

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Antes de La Ordenanza de Montes de Marina, las clases poderosas: nobleza, cle-

ro y campesinos ricos; eran proclives a usurpar bosques comunales, generándosen nu-

merosas disputas por ello con los pueblos. Pero hay que esperar al encumbramiento de

la burguesía en los siglos XVIII y XIX para ver destruida sistemáticamente la propiedad

comunitaria y el tradicional régimen de montes en aras de la propiedad individual.

El apoyo que obtenía muchas veces el pueblo por parte de la monarquía frente a

las pretensiones expropiadoras de la nobleza, se pierde con la llegada de los borbones,

Felipe V, con el fin de obtener ingresos para la Hacienda, intenta apoderarse de tierras

comunes; aunque posteriormente, Fernando VI se va a ver obligado, en 1747 y ante la

presión de las quejas que aquello había producido, a devolver a los pueblos las tierras

que habían sido expropiadas en la etapa precedente.

B) Montes de la Marina

Fernando VI con intención de abastecer suficientemente de madera a la marina

para la construcción de barcos dicta la Ordenanza de Montes de la Marina de 31 de

enero de 1748. Mediante esta “separa a gran parte de los territorios de la Corona de la

jurisdicción ordinaria, expropia de hecho a concejos, vecinos y particulares de sus de-

rechos seculares y pone en pie una empresa mercantil pública que monopoliza o distor-

siona el comercio de la madera” (De la Cruz, E. 1994).

La Ordenanza introduce explícitamente una cláusula derogatoria de los privile-

gios, derechos o costumbres que concedían a los pobladores los anteriores fueros y que

entren en contradicción con la nueva ley. De esta forma se les arrebata utilidades que

obtenían del monte entre las que cabe destacar la libre corta arboles, pues incluso cuan-

do los necesiten para reparar casas tendrán que recurrir a una petición escrita a los sub-

delegados que podrán otorgar la licencia. Los árboles quedan bajo la tutela de la Marina

a lo que esta decida, pudiendo quedarse los que quiera a mitad de precio que el de venta

a particulares.

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Los habitantes de los pueblos se ven sometidos mediante la Ordenanza a exigen-

cias severas, así, se obliga a cada vecino a plantar tres árboles de la especie señalada por

el visitador. Y, se asegura el control y la represión ante los incumplimientos de la Orde-

nanza haciendo responsable de ello a los responsables de cada zona: “Cada visitador

llevará alguacil y escribano, nombrados por el intendente. Los salarios se sacarán de

las multas impuestas a las justicias y vecinos por incumplir la Ordenanza , no combatir

los incendios ni averiguado y preso a los incendiarios. Las multas, una vez comunica-

das, se exigirán y cobrarán por las justicias sin que los visitadores puedan indultarlas

por motivo alguno” (De la Cruz, E. 1994).

En cuanto al ámbito territorial, quedan bajo la ordenanza prácticamente todas las

demarcaciones de las regiones costeras, con una detallada relación de ellas. Relación

superflua si se tiene en cuenta que la propia Ordenanza contiene una cláusula que hace

posible una ampliación ilimitada de su ámbito de aplicación a toda la superficie estatal.

Así, mediante posteriores normas se amplían estos territorios (por ejemplo, a los montes

de Teruel). En tierras valencianas quedan bajo jurisdicción de la Marina los montes de

los partidos de Orihuela, Elche, Alcoy, Alicante, Villajoyosa, Altea, Calpe, Jávea, Beni-

dorm, Denia, Gandía, Cullera, Valencia, Murviedro, Moncofar, Burriana, Oropesa, Be-

nicarló y Vinaroz.

Según Emilio De la Cruz (1994), la Ordenanza entraña las siguientes consecuencias: 4. En materia de montes, se coloca así misma en primer lugar sobre todas las normas

de derecho en los territorios delimitados, que llegarán a ser 2/3 de los montes de Es-paña.

5. Instaura una jurisdicción especial, encomendada a un cuerpo funcionarial extrava-gante (formado por marinos) que actúa sumariamente, aunque con Asesores juristas.

6. Distorsiona el mercado, eliminando el libre tráfico de madera, tasando la que se des-tine a la Marina o a particulares, prevé la tasa de leñas, prohibe la exportación y di-ficulta la circulación.

7. Impone a los vecinos la servidumbre personal de plantar y transplantar, con increí-ble mimo, árboles de todas clases.

8. Priva a los municipios de la libre disposición de sus aprovechamientos forestales, imponiéndoles complicadas cargas burocráticas e interviniendo su contabilidad y el empleo de determinados caudales.

9. Los vecinos son privados de sus aprovechamientos forestales y obligados a pedir licencia para todo.

10. Los particulares propietarios sufren diversas limitaciones, al extenderse en 1963 la aplicación de la Ordenanza a sus montes.

11. Crea una complicada burocracia, auténticamente demencial. Como ejemplo la data-ción de fe del escribano sobre árboles inútiles.

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12. Las justicias reciben el doble ataque de ser desplazadas para asuntos de montes por Intendentes, ministros y subdelegados y, al mismo tiempo obligadas a actuar en ta-reas desagradables como cobro de multas, reparto de la carga de plantío y cuidado de los montes, extinción de incendios y movilización de los vecinos para ello. Res-ponden por ellas mismas del incumplimiento de la Ordenanza, la ineficiencia contra los incendios y por no descubrir a sus autores.

13. Contempla la posibilidad de que los subdelegados puedan nombrar guardas si lo estiman necesario. Posibilidad que se utilizó ampliamente, desplazando a la guarde-ría tradicional forestal y rústica que solía ser oficio municipal. Los nuevos guardas con frecuencia se constituyen en una plaga para los pueblos.

14. Aborda también aspectos técnicos de la propia explotación.

En diciembre del mismo año 1748 se dicta la Ordenanza penal con la intención

de castigar los incumplimientos de la de enero. Cebe destacar de la misma, por lo llama-

tivo, la pena que se establecía contra los causantes de incendios, a los que “se procede-

rá por prisión y embargo de bienes, obligándoles a la reparación del daño, multa de

mil maravedíes por pie y privación del aprovechamiento de los montes y dehesas que

por ese medio quisieren beneficiar hasta que los árboles nuevos no estén asegurados”

(De la Cruz, E. 1994).

La Marina actuó con gran rigor, celo, lentitud y escasa flexibilidad, acumulándo-

sen gran número de causas criminales. Todo ello derivó en una gran resistencia a obe-

decer a la Ordenanza.

Estudiosos de la época, grandes observadores y viajeros como Antonio Ponz y

Antonio José de Cavanilles expresaron en sus escritos las consecuencias nefastas que

para el monte español estaba teniendo la aplicación de la citada Ordenanza de la Mari-

na. Ponz en su obra Viaje a España va descubriendo y a su vez cambiando de opinión

sobre la realidad que deja tras de sí dicha reglamentación, así lo expresa cuando hace

mención a lo ineficaz y absurdo de las penas, y a las competencias sobre la conserva-

ción de los bosques, pidiendo que estas queden en manos de los Consejos Municipales y

que se derogue dicha Ordenanza. Por su parte, Cavanilles en su obra Observaciones

sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reino de Valen-

cia, que se publica en 1795, al hablar del municipio de Catí, hace una referencia extensa

al efecto que causaba la Ordenanza de la Marina en la vida y posibilidades de recursos

de los municipios del interior.

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Dice Cavanilles: “Parece que un pueblo tan industrioso y aplicado como el de Catí debiera beneficiar mayor porción de su dilatado término, del que apénas cultiva la dé-cima parte. Ha intentado en efecto aumentar sus campos, pero halla siempre obstáculos en las órdenes del Tribunal de Marina. Todos los pueblos hasta aquí descritos, y una porción considerable del reyno se hallan en el mismo estado;... .Claman los labradores, desean emplear sus brazos para aumentar la masa de los frutos,..., sin conseguir lo que pretenden,... . Desea el Gobierno ... desterrar el ocio como perjudicial al Estado y á las costumbres; y en estos montes se redoblan los obstáculos á la industria rural,... .Con pretexto de criar árboles para la marina real se acotan términos inmensos, muchas veces inútiles para el fin que se intenta. ... .Danse órdenes generales, y se ponen en exe-cución sin exâmen, sin conocimiento de los terrenos; por donde se perjudica gravemen-te á los pueblos, y el Estado ningun útil recibe. Hay llanuras y lomas en que la coscoxa queda siempre humilde sin levantarse ningun árbol, y se hallan con el sello del Comisa-rio de Marina; de modo que nadie puede cortar la menor rama, ni ménos romper por-cion alguna. ... .Los montes de Peñagolosa, Villahermosa y Villafranca; muchos del término de Morella, Vallibona y otros. Debia preceder un serio exâmen de terrenos ántes de prohibir el cultivo y pastos, y entonces se reservarían para árboles de cons-trucción los sitios oportunos, y aquella cantidad solamente que se juzgase necesaria para el real servicio, dexando el resto á los pueblos vecinos, cuya industria y sudores voluntarios harian fructificar lo que hoy queda inútil. Ya no se veria forzar á un pueblo para que emplease parte de sus propios en sembrar los montes de bellotas. en Catí se ha visto esto por espacio de diez años, sin resultar árbol alguno; no obstante que el Comisario para asegurar el éxîto de la siembra prohibió á los vecinos los pastos en aquellas tierras. Ni el derecho de propiedad que tenian los pueblos, ni la alrga expe-riencia de ser inútil el suelo para maderas de construccion, bastáron para revocar ó suavizar la órden. Con igual rigor se va extendiendo la prohibicion del cultivo á quan-tas tierras arrojan un pino, ó se visten de coscoxa: no bien esto sucede, quando el infe-liz labrador se ve en la alternativa ó de pagar multas si corta leña sin permiso, ó de pagar dietas al zelador que envia el Comisario para obtener la leña que necesita. Estas dietas equivalen á un impuesto considerable; pues que á mas de mantener al zelador, debe el pobre labrador contribuirle con doce reales cada dia. Hasta en los campos cul-tivados exerce su jurisdiccion el Comisario, si por desgracia salió un retoño de carras-ca ó nació algun pino. Manda tambien que todo cultivador de cortijo ponga cada año en sus campos tres nogales, sacándole la multa el zelador por cada uno que halle mé-nos al tiempo de su visita: si en los campos se hallan nogales útiles á la marina, los marca y corta, dando por cada uno quatro reales, aunque rindan al dueño anualmente cien reales de fruto: providencia capaz de reducir en un instante á la miseria á cual-quiera que tenga campos de nogales” (Bancaixa. 1995).

De nada sirvió que las Cortes Generales de 1789 se pronunciaran razonadamente

a favor de derogar dichas Ordenanzas, en 1800 Carlos IV por medio de una Real Orden

Circular, empeoró la situación para el campesinado, suprimiendo por inútil el marcado

de árboles de la Marina considerando como marcados todos aquellos arboles que utilice,

y estableciendo un control mas estricto sobre guarderías, leñas, licencias -estas se hacen

extensivas a utensilios agrícolas, composición de carretas, molinos o norias, etc.-.

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En agosto de 1803 fue publicada la Real Ordenanza para el gobierno de los

montes arbolados de la Jurisdicción de Marina, que regulaba la organización de la

Administración encargada de la conservación y gestión de “todos los montes altos y

bajos situados en 25 leguas de la costa al mar”. El objetivo de dicha Ordenanza, clara-

mente productivista, pues trataba de “proporcionar la mayor abundancia posible de

maderas para la construcción de bajeles en los Reales Astilleros y Arsenales, y para

otros fines del Real Servicio Militar de mar y tierra; haciendo compatible esta priori-

dad con el surtido de las obras civiles y el de leña para el consumo de hogares” (GV.

1995), aunque obligaba a plantar nuevas arboledas, a su fomento y conservación.

En su artículo 12, dicha Real Ordenanza de 1803, señala que cualquier terreno

útil para arbolado, si fuere abierto y sus pastos de común aprovechamiento, se cerrará

por el tiempo que se juzgue necesario, para que el ganado no dañe al arbolado. Nada se

dice de ningún tipo de indemnización a dueños o comunes por los terrenos ocupados,

sólo se anunciará el cerramiento con la antelación “que se juzgue necesaria” para que

los dueños busquen otros pastos (art. 16). Y, en los artículos 19 y 20, las cortas de los

árboles en sazón se harán aunque sus maderas no sean necesarias si se teme con funda-

mento algún deterioro en su calidad, debiéndosen remitir a arsenales y astilleros porque

se conservarán allí mejor que en otro paraje. Esto incentivó la corta sistemática, aun sin

necesidad y utilidad.

La situación administrativa en que quedaron los montes valencianos sometidos a

la jurisdicción del Ministerio de Marina fue poco halagüeña. Los montes del Reino de

Valencia estaban adscritos al Departamento de Cartagena, y los intendentes se sobrecar-

gaban de trabajo burocrático teniendo que delegar en personal subalterno con escasa o

ninguna preparación. Los resultados fueron aprovechamientos abusivos o realizados de

forma incorrecta. Los árboles mas castigados fueron las frondosas especialmente, por su

anterior abundancia, las encinas, lo que derivó en un dominio considerable de los pina-

res de pinus halepensis similar al existente en la actualidad.

La transformación que sufre la flora del bosque en esta época es fundamental pa-

ra comprender la situación actual. Los árboles mejores y con mejor herencia genética

son extraídos del monte muchas veces de raíz. Las especies que sufrieron mayor acoso

fueron las quercíneas dominantes en el País Valenciano todavía a mediados del siglo

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XVIII21, y especialmente el roble que sufrió un verdadero expolio solo comparable con

el que sufrirían las sabinas y carrascas en los siglos posteriores. Los daños al arbolado

fueron mayores cuanto mas hacia el litoral y mas fácil accesibilidad tenían, aunque

prácticamente ninguna parte del territorio se libró de ellos. “Durante todo el siglo XVIII

abundan las noticias documentales sobre abusos, corruptelas e incluso salvajismo co-

metido en los montes españoles, cuyos recursos significaban para muchos una buena

fuente de ingresos” (Soriano, J. 1996).

En 1805 se da otra vuelta de tuerca y se expropian además las leñas y otros

aprovechamientos que hasta este momento disfrutaban los pueblos, para venderlos en

beneficio de la Marina y con ello pagar los sueldos y salarios de sus empleados.

La selvicultura y las acertadas medidas que regían en el bosque medieval des-

aparecen ante la presión de la elevada demanda de madera por parte de la Marina. El

resultado de la Ordenanza de Marina fue que los pueblos se desentendieron de los mon-

tes, vieron a partir de entonces con indiferencia los incendios. Estos antes de la Orde-

nanza se debían o a intereses concretos como lograr nuevos pastos, o a descuidos en las

labores agrícolas; a partir de la Ordenanza aparecen los incendios intencionados por

venganzas, realizados con técnicas mucho mas destructivas.

En 1833 se dictan Las Ordenanzas Generales de Montes, que traspasan al Minis-

terio de Fomento las competencias sobre los montes que hasta entonces ejercía la Mari-

na. Se crea una Administración de montes provisional en muchos aspectos, precaria en

otros y, sobre todo, confusa, tanto por el desconocimiento casi absoluto del elemento

gestionado, como por las diferencias surgidas entre el Estado y los ayuntamientos y por

21 Según Bauer (1991), y a partir de datos de la Secretaría de Marina, las existencias de árboles existentes por especies en la provincia de Castellón en 1751 era:

Árboles % Alamo blanco 9.387 0,31 Alamo negro 1.601 0,05Roble 313.184 10,27Encina 1.361.424 44,67Nogal 6.974 0,23Almez 3.968 0,13Pino 1.350.966 44,33TOTAL 3.047.504 99,99

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el carácter remiso de éstos a ver limitadas sus competencias y facultades por la tutela

que sobre los montes municipales intentaba ejercer el Estado (GV. 1995).

La derogación de la Ordenanza de Marina coincide temporalmente con un perio-

do convulso desde el punto de vista sociopolítico marcado por la disolución del Antiguo

Régimen Señorial. La sociedad rural reacciona pendularmente, al desaparecer las fuertes

ligaduras que la tenia constreñida y ante la inexistencia del paraguas normativo que su-

ponía el antiguo régimen tradicional de montes, se va a instaurar en el monte un gran

desorden y anarquía con el auge de los incendios, talas y allanamientos.

De esta forma, tras un periodo de libertad, el Gobierno va a utilizar esta realidad

de histerismo social para de nuevo hacerse con el control de los montes. Pero, así como

mediante la Ordenanza de Marina se usurparon derechos a propietarios privados y co-

munales en pos de un fin y aprovechamiento públicos, la Desamortización va a utilizar

la expropiación para vehiculizar la apropiación y privatización del monte por parte de la

clase adinerada y capitalista emergente. La desamortización consumará la ruptura entre

los pueblos y sus montes. Los montes de Marina y la desamortización son dos episodios

de un mismo proceso de apoderamiento por el Estado de los montes de los pueblos (De

la Cruz, E. 1994).

En el País Valenciano el periodo 1811-1855 va a ser fundamental para compren-

der la evolución legal y natural de nuestros montes. Estos sufrieron un largo periodo de

incertidumbre legal, que afectó de forma muy negativa al estado natural de las forma-

ciones vegetales. Los pueblos “comenzaron a cuestionar el derecho de sus antiguos

señores a la titularidad de unos montes que venían aprovechando de forma libre y gra-

tuita, por concesión señorial o previo pago de un canon al señor territorial, e iniciaron

dilatados litigios solicitando el reconocimiento de la titularidad de los montes a favor

del municipio” (GV. 1995). Así el decreto abolicionista de 1811 no hizo en estas tierras

sino constatar un hecho inevitable, el desmoronamiento de la propiedad señorial. Los

pleitos entre los antiguos señores y los pueblos continuaron durante mucho tiempo; si en

un principio los tribunales amparaban a los señores, estos se veían ante la imposibilidad

de impedir el ejercicio del libre disfrute de los montes a los vecinos ni de cobrar por

ello, hasta que los predios eran considerados como pertenecientes al municipio o al

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El origen social de los incendios forestales Página 64 “común de los vecinos”. Este cambio de titularidad a favor de los municipios dejó estos

terrenos expuestos a las actuaciones desamortizadoras (GV. 1995).

C) La Desamortización

Mientras que la Ordenanza de Montes de Marina afectaba a los aprovechamien-

tos, suponiendo un prejuicio al perturbar la economía de los pueblos rurales. La des-

amortización les privará de la propiedad, sin posibilidades de retorno al régimen tradi-

cional de montes, rompiendo definitivamente los lazos entre los montes y sus gentes.

Un primer aviso sería una ley de septiembre de 1837 que en contra del aprove-

chamiento comunal, declara privativo de los dueños el disfrute de la caza y pesca en los

montes de sus propiedad.

Guiados por un liberalismo ideológicamente triunfante, que pensaba que la ini-

ciativa privada era la única capaz de extraer el máximo de frutos de cada actividad. Se

va a utilizar la desamortización para imponer un régimen de explotación en un bien cu-

ya naturaleza entra en contradicción con los intereses que guían a la iniciativa privada,

tal como nos recuerda De la Cruz (1994): “La propiedad privada de montes no repercu-

te apreciablemente en su mejora, no existe un estímulo suficiente para la iniciativa pri-

vada, porque monte es, por definición, aquel terreno que no necesita cultivo para pro-

ducir frutos. Y todavía más, en el caso de los bosques el interés particular desemboca,

dejado a su inclinación lucrativa, en la deforestación y el arrasamiento. A diferencia de

la tierra cultivable, la desamortización de montes no era necesaria ni conveniente,

aunque se hubiera hecho bien”. El bosque tiene una naturaleza sustancialmente diferen-

te al cultivo, mientras que para las zonas cultivadas se podía defender una desamortiza-

ción bien hecha, en los montes la privatización puede ocasionar un desastre, al dejar a la

voluntad particular la decisión de mantenerlos o no.

Pero tampoco se puede abogar por una propiedad pública cualquiera, el munici-

pio siempre estará mas cercano a las gentes del lugar que el Estado que aparece lejano y

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muchas veces con una visión poco acertada de la realidad. Para García de Enterria

(1974) la vuelta a los regímenes comunales sería una solución para los problemas actua-

les de los montes y, sobre todo, de los montañeses, aunque esto en la actualidad no pue-

de ser mas que un anhelo de escasa viabilidad.

La desamortización, guiada por el objetivo de extender al máximo la agricultura

a partir de la iniciativa particular, va a romper definitivamente la tradicional comple-

mentariedad entre actividad agraria y bosque de los municipios montañeses. Además el

resultado en cuanto a aumento de la producción fue efímero, pues la mayoría de las tie-

rras que se roturaron mediante las transformaciones no eran aptas para los nuevos usos,

y al final, se destruyeron montes, se arruinaron los bosques por sobreexplotación, au-

mento la erosión, y se empobrecieron las zonas rurales.

La venta se hizo a toda prisa, con una concentración de la oferta que desvirtuó

los precios22, los pueblos perdieron 3.187.427 hectáreas básicas para el sostenimiento de

sus economías familiares, afectando a la importancia de las entidades municipales em-

pujándolas a un extraordinario declive (Simón, F. 1973).

En suma los beneficios de la desamortización no aparecieron por ninguna parte,

los bosques se malvendieron proporcionando escasos ingresos al estado, en cambio las

desigualdades sociales se incrementaron, pues se creó “un reducido grupo de propieta-

rios de bosques y. junto a ellos, los vecinos, antiguos beneficiarios de los aprovecha-

mientos, teniendo que pagar por pastar, perdido el derecho, cuando lo tenían, a madera

para sus necesidades o sus utilidades, constreñidos por el ansia de los nuevos dueños

de aprovecharlo todo, hasta las setas, los hongos o los caracoles” (De la Cruz, A.

1994).

El proceso desamortizador se va a constituir como una de las vías más importan-

tes para la formación de los latifundios en España23. Por contra, el presupuesto público

tuvo que hacer frente a un gasto en atenciones sociales a los mas desposeídos que antes

22 Además, el sistema de pago que ofreció el Estado no pudo ser mas benévolo, los compradores daban al contado el 10 por 100, en cada uno de los dos años siguientes el 8 por 100, en los dos siguientes el 7 y en cada uno de los diez años inmediatos el 6 por ciento. De modo que el pago se completaba en quince pla-zos y catorce años.

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se resolvían por medio de su acceso a bienes comunales. Los municipios, además, se

encontraron en dificultades para financiar los gastos de enseñanza, medicina e higiene

cuyo presupuesto extraían de los bienes de propios.

En los montes valencianos, como consecuencia del traspaso de titularidad se

produjeron dos cambios (GV. 1995): en primer lugar, la mutación del sistema de apro-

vechamientos tradicionales basado en la concesión señorial de los productos forestales

bajo una serie de condiciones o de forma libre. Este cambio tuvo efectos determinantes

sobre la conservación y gestión de los terrenos forestales, los nuevos propietarios lleva-

ron a cabo una explotación abusiva y esquilmadora, adoptando la Administración Públi-

ca una actitud de completa indiferencia. Entre los vecinos de los pueblos la indignación

fue grande, pues, legalmente no podían hacer nada ante la destrucción de los predios a

los que tradicionalmente habían tenido libre acceso, y que constituían una parte esencial

de su medio de vida. En segundo lugar, la excesiva fragmentación que adquirió la nueva

estructura de propiedad de los montes de la región como consecuencia de lo arbitrario

de las enajenaciones y apropiaciones. Las repercusiones posteriores de esta atomización

han sido si cabe peores a las anteriores, pues, han influido directamente sobre los siste-

mas de gestión y aprovechamiento de estos espacios

El efecto de la desamortización de la segunda mitad del XIX sobre los montes

valencianos fue desastroso. Por una lado, acrecentó la animadversión de los municipios

respecto a la política estatal -en este caso del Ministerio de Hacienda- oponiéndose a

cualquier intento de tasación o subasta. Pues, los montes públicos se pusieron a la venta

masivamente sin tener en cuenta la función socioeconómica y medioambiental que pu-

dieran venir ejerciendo, como fue el caso del monte “Carrascal” de Alcoy, declarado

enajenable en su totalidad. Por otro, la privatización trajo consigo el intento por parte de

los nuevos dueños de extraer el máximo provecho inmediatamente, sin tener en cuenta

la fragilidad del equilibrio ecológico de nuestros montes, provocando graves e irrepara-

bles daños en las formaciones vegetales y un progresivo proceso de degradación am-

biental.

23 En Andalucía donde el latifundismo está mas presente, las dos terceras partes del territorio eran con anterioridad a la Desamortización tierras de aprovechamiento común o baldíos.

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De esta forma donde, hasta el siglo XVIII, todo era diáfano, la acción de la Ad-

ministración, en los siguientes 150 años, generó una situación de anarquía en beneficio

de unos pocos y perjudicando directa y considerablemente a la masa campesina al usur-

parle sus derechos históricos y de forma indirecta la mayoría de la población. Estos

hechos son los que llevan a Emilio de la Cruz (1994) a manifestar: “¿cómo puede ex-

trañar a nadie que los montañeses hayan vuelto las espaldas a los montes?.”. Y, en

referencia a la política pretendidamente proteccionista actual: “también los que legislan

están con frecuencia de espaldas a la realidad y continúan acérrimos, utilizando una

legislación bienintencionada para cargar específicamente sobre los restos de la pobla-

ción montana el peso de nuevas necesidades generales. una sociedad urbana dominante

vuelve las espaldas a la rural, con una suficiencia y un egoísmo intolerable”.

D) Los Ingenieros de Montes y los Catálogos de Montes Públicos24

Mediante una Real Orden de 17 de marzo de 1854 se crea el cuerpo de los Inge-

nieros de montes. Este cuerpo tuvo el enorme mérito en un principio de luchar para mo-

derar en lo posible los efectos perniciosos de la desamortización, propugnando la inclu-

sión en la Ley de Madoz de supuestos que permitieran excluir de la venta a determina-

dos montes. Para ello impulsaron la realización de los Catálogos de Montes Públicos25

con una finalidad protectora, que se contradecía con el motivo que perseguían los agen-

tes de Hacienda de clasificar los montes públicos y conocer sus características físicas y

jurídicas para mayor rapidez en la disposición de fincas enajenables para su desamorti-

zación. Estos últimos fueron los intereses que movieron los primeros estudios sistemáti-

cos de reconocimiento del espacio valenciano (GV. 1995).

24 Para un estudio crítico sobre la labor histórica realizada por los ingenieros forestales en España, se puede ver el libro de Helen J. Groome: Historia de la Política Forestal en el Estado Español. Agencia de Medio Ambiente. Madrid, 1990. 25 “Los Catálogos no siempre cumplieron con la misión que por ley tenían encomendada. De entrada, las clasificaciones fueron realizadas precipitadamente, con los datos escasos, incompletos, y a menudo falsos, que proporcionaban los alcaldes o los caciques de los pueblos. Otras veces, la información era suminis-trada por un personal subalterno poco motivado y escasamente cualificado, ... . Pudieron quedar por esta razón fuera del Catalogo una gran proporción de montes que cumplían las condiciones señaladas por la Junta Facultativa de Ingenieros de Montes para su excepción, y que sin embargo, fueron objeto de pública subasta y pasaron a manos de particulares. Así mismo, también muchos montes exceptuados fueron pos-teriormente vendidos, aunque no figuraban en la relación de los enajenables de 1859.” (GV. 1995).

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La situación en que hoy se encuentran nuestros montes se debe en buena parte a

la labor de los Ingenieros Forestales, una labor que han ejercido siempre, para bien o

para mal, en exclusiva. Cuando lo razonable en aras de la efectividad, para cualquier

actuación que tenga al territorio como objeto de intervención y especialmente esta por

implicar a todo el ecosistema, es la responsabilidad compartida que conlleva el trabajo

pluridisciplinar.

La filosofía de los forestales alemanes que alimentó los orígenes de dicha profe-

sión en España y de la que todavía hoy se sufre la herencia, ha imbuido a estos técnicos

en un espíritu excesivamente centralista o estatalista marginando al municipio como

lugar de decisión e incluso de opinión. Así, los técnicos y la administración forestales

tradicionalmente e incluso en la actualidad actúan haciendo abstracción del ámbito so-

cial al que van dirigidas sus medidas e ignoran a los habitantes de la montaña, sus nece-

sidades y tradiciones.

Los condicionantes sociales, culturales e históricos que circunscriben su objeto

de actividad quedan fuera de sus modelos de interpretación. Lo que ocurre por una falta

de interés derivada de la malformación profesional, una preparación excesivamente téc-

nica y la estanqueidad interdisciplinar, que llevan al menosprecio hacia las aportaciones

que puedan realizar técnicos o científicos desde otras parcelas, o al rechazo directo de

las posibles sugerencias u opiniones que partan desde las instituciones sociales o ámbi-

tos reivindicativos.

Frente a las críticas desde el exterior los Ingenieros de Montes se han refugiado

en una actitud autocomplaciente -veanse sus publicaciones-, y despreciadora respecto a

cualquier otra disciplina que haya pretendido opinar sobre su actuación. Una actuación

intocable y totalmente falta de control, donde el monte era su feudo y en el que no tení-

an nada que hacer biólogos, agrónomos, veterinarios, administradores o juristas.

Todo esto ha derivado a lo largo de los años en unas relaciones de tirantez e in-

cluso de hostilidad entre vecinos y municipio por un lado y técnicos forestales por otro.

Las decisiones de estos últimos, influidas las mas de las veces por la ignorancia de la

realidad social, han chocado con tradiciones e intereses de los lugareños. El distancia-

miento entre unos y otros se acentúa al estar de por medio un cuerpo de ayudantes y

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guardas que son los que realmente entran en contacto y se enfrentan a la población al

aplicar in situ la política forestal, lo que dificulta el contacto directo entre el ingeniero

forestal y el habitante de los municipios montañeses.

“Es mérito suyo el éxito parcial de las repoblaciones, y demérito el despojo de los mu-nicipios, la desertización de la montaña, los incendios con alto grado de destrucción de su principal labor, la repoblación, que ha llegado en ciertos años trágicos (por ejem-plo, 1967 y 1970) al 81’9 y 82,3 de la superficie repoblada.

El aterrador crecimiento de incendios forestales indica el fracaso de la administración forestal. ... el aumento del número de incendios revela el fracaso de la política de pre-vención. Y aún es más desolador el porcentaje de incendios provocados” (De la Cruz, E. 1994).

La administración forestal autonómica ha heredado la mentalidad, pautas de

comportamiento y formas de hacer de la administración forestal central, pues en su ma-

yoría son los mismos técnicos que antes pertenecían a la Administración del Estado los

que en la actualidad aplican la política forestal de las autonomías.

Si todos los problemas medioambientales necesitan un enfoque pluridisciplinar,

este lo es mucho mas en las zonas de montaña donde concurren intereses diversos, por

un lado particulares propietarios y usufructuarios, como población de dicho ámbito; por

otro, el conjunto de la sociedad sobre todo la urbana y el uso directo e indirecto que

hace de los bosques sin compensar a los primeros. Y todo ello en un contexto natural

que en España y sobre todo en las tierras valencianas es de gran fragilidad.

No obstante, tampoco es admisible una actitud como la que muchas veces osten-

tan en la actualidad ecologistas y biólogos pretendiendo disponer de las montañas como

si fueran res nullius donde plasmar sus sueños a voluntad, es decir, actuando como si las

montañas estuvieran vacías. Esa premisa falsa sustenta el sueño imposible de una vuelta

a la prehistoria, ignorando una historia milenaria de relación humana con el monte, re-

gida por el derecho (De la Cruz, E. 1994).

El Real Decreto de 26 de octubre de 1855, clasifica los montes en: exceptuados

de la enajenación, de enajenación dudosa, y enajenables, a partir de criterios eminente-

mente botánicos. Dando lugar, en 1959, a la primera Clasificación General de los Mon-

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tes Públicos españoles. Las comarcas valencianas que mas se pudieron aprovechar de

dicha clasificación fueron: Els Ports de Morella, Els Serrans y El Camp del Turia.

En estos Catálogos de Montes Públicos se protegieron en exclusiva montes arbo-

lados, bien de coníferas o de frondosas, el matorral mediterráneo pese a su importancia

fundamental fue marginado por la política forestal vigente. Pues los criterios de venta se

definieron en función de las especies vegetales dominantes y de la extensión de las par-

tidas, siendo los primeros en ponerse a disposición de subasta, para su posible rotura-

ción, las superficies menores a 100 Ha. con especies arbustivas o con escasa población

arbórea.

Los criterios aplicados, de excluir solo de la venta espacio arbolado, perjudica-

ron gravemente al País Valenciano, pues los aprovechamientos abusivos habían conver-

tido amplias superficies de bosque cubierto en matorral mediterráneo, que sin la pers-

pectiva ecológica actual se despreciaba.

“Del balance general de la política desarrollada durante la segunda mitad del siglo XIX se desprenden, en consecuencia, resultados negativos para la región valenciana, que podrían haber sido mucho peores sin la intervención de los forestales, que condi-cionaron y limitaron los criterios desamortizadores del Ministerio de Hacienda que tendían a enajenar casi todos los montes públicos. Los criterios aplicados para la for-mación de la Clasificación General de los Montes Públicos de 1859 y del Catálogo de los Montes Públicos exceptuados de la Desamortización de 1862, aunque incluían mon-tes de quercíneas y de otras frondosas, no contemplaban la inclusión entre los excep-tuables de los encinares en monte bajo y de los montes mediterráneos con predominio de matorral. El Real Decreto de 16 de febrero y la Real Orden de 17 de febrero de 1859, que disponían la realización de la primera clasificación, incluían los encinares entre los montes de enajenación dudosa y consideraban al matorral indudablemente enajenable. El Real Derecreto y la Real Orden de 22 de enero de 1862, que dieron ori-gen al segundo catálogo, se expresaban de forma mucho más categórica, al considerar exceptuables únicamente los montes de pinos, robles o hayas que contasen al menos de 100 ha. de cabida. La presión del Ministerio de Hacienda condujo a la venta de muchos montes exceptuados.” (GV. 1995).

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Cuadro 11: Evolución de los montes catalogados en el País Valenciano

1.859* 1.862** 1.901*** 1.992****

Nº Ha Nº Ha Nº Ha Nº Ha Alicante 177 66.412,00 35 12.477,00 25 10.757 121 51.287,85Castellón 273 66.743,42 72 17.785,00 58 22.383 100 37.051,75Valencia 196 217.465,00 90 134.737,00 123 279.541 162 324.910,10P. V. 646 350.620,42 197 164.990,00 206 312.681 383 413.249,70

* Clasificación General de los Montes Públicos, formada por el Cuerpo de Ingenieros de Montes en cum-plimiento del Real Decreto de 16 de febrero de 1.859. ** Catálogo de los Montes Públicos exceptuados de la Desamortizaron, mandato formar por Real Decreto y real orden de 22 de enero de 1.862. *** Catálogo de Montes y demás terrenos forestales exceptuados de la Desamortización por razones de utilidad pública, formado en cumplimiento de los dispuesto en el Artº. 4º del Real Decreto de 27 de febre-ro de 1.897. **** Catálogo de Montes de Utilidad Pública de las provincias de Alicante, Catellón y Valencia (actuali-zado en 1.992). Fuente: Generalitat Valenciana. Conselleria de Medi Ambient. 1995. Libro blanco de la política forestal de la Comunidad Valenciana, borrador.

EL SIGLO XX

A) La reforestación

A inicios del siglo XX tenemos una estructura de la propiedad de los montes he-

redada donde, según datos de 1925, el 71,2 % pertenece a particulares, el 27,6% a los

pueblos y el 1,2% al Estado. Este escenario consolidará la ruina y el progresivo abando-

no de los municipios montañeses.

Ante la dramática situación en la que quedaron nuestros montes tras la etapa de

privatizaciones. El énfasis de los forestales se va a desplazar de la dicotomía montes

públicos-montes privados a la distinción entre las funciones ecológica y económica del

monte. Así, en 1901 se crea el Catálogo de Montes de Utilidad pública, basado en el

concepto de utilidad pública introducido en la legislación de montes por la Real Orden

de 1877. Esto permitió que importantes superficies de monte bajo pudieron entrar en el

Catálogo.

Sin embargo, aunque las provincias de Valencia y Castellón si vieron aumentar

de forma importante sus superficies catalogadas, no ocurrió lo mismo en la provincia de

Alicante, que tanto había sufrido los efectos desamortizadores. Aquí se aprovechó poco

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esta nueva normativa, pues, la característica esteparia y escasamente apta para la repo-

blación de sus tierras forestales llevaron a una incorrecta aplicación de los principios de

confección del Catálogo.

La política de montes del siglo XX va a ser en lo esencial una prolongación de la

del XIX. Continua un enfoque estatalista de la misma, se intentará conseguir que el Es-

tado se convierta en el principal propietario de montes. La Ley de 1908 va a dar paso a

una etapa caracterizada por los esfuerzos reforestadores con vistas a incrementar la su-

perficie arbolada en los montes y, en segundo lugar, por el interés en ampliar el patri-

monio forestal estatal.

Desde finales del siglo XIX y durante el primer tercio del XX la regeneración fo-

restal por medio de la repoblación va a ser uno de los objetivos prioritarios de los fores-

tales, ligada sobre todo con la función de protección de las cuencas hidrográficas. En el

País Valenciano las devastadoras inundaciones de 1879 y 1884 van a propiciar la pro-

mulgación del Real Decreto de 3 de febrero y la Real Orden de 28 de julio de 1888 me-

diante los que se constituyen las Comisiones encargadas de desarrollar los trabajos

hidrológico-forestales en cada cuenca, con el objetivo de su repoblación. Frente a esta

política se encontraban los “hidraulistas” que propugnaban las obras hidráulicas como

forma mas idónea de disminuir el riesgo de desbordamientos y riadas.

Se optó por la repoblación con coníferas para “garantizar, al tiempo que la re-

población de las cuencas, la producción maderera del país” (GV. 1995). Es decir, las

coníferas serían la superación del enfrentamiento entre el enfoque conservador que pro-

pugnaba el mantenimiento de las superficies arboladas para proteger las cuencas hidro-

gráficas y el enfoque productivista que reclamaba al bosque como generador de mate-

rias primas. En el País Valenciano las repoblaciones con pino carrasco tuvieron un ca-

rácter predominantemente protector, dada la escasa rentabilidad de este tipo de pinos.

En la Asamblea Forestal celebrada en 1910 y en el III Congreso de Economía

Nacional celebrado en Valencia en 1918, quedó explícito el deseo de constituir un pa-

trimonio forestal del Estado. Este tiene sentido siempre que se trate de cubrir un servicio

público que los intereses privados nunca atenderán como es la defensa contra la erosión,

principal problema ecológico en buena parte de España.

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El origen social de los incendios forestales Página 73

En 1935 se promulgó la Ley del Patrimonio Forestal del Estado, ley confirmada

tras la guerra civil, aunque sus resultados no parecen muy brillantes porque a la altura

de 1968 la estructura de la propiedad forestal quedaba con un 68% particular, un 30%

municipal y un 2% estatal (Bauer, E. 1980). Con el fin de superar las dificultades, que

representaba la pequeña proporción de monte que quedaba en manos del Estado, para

llevar a cabo la labor repobladora, se crean las figuras del consorcio y del convenio.

Tras la Guerra Civil con la creación en 1941 del Patrimonio Forestal del Estado,

se impulsa de nuevo la adquisición de montes por parte del Estado, que conjuntamente

con los consorcios van a permitir continuar e incluso acrecentar el impulso repoblador,

que en el País Valenciano se centro principalmente en las labores de contención hidro-

lógico-forestal. Aquí, la mayor parte de fincas que el Estado ha ido adquiriendo en las

últimas décadas y que posteriormente va a transferir a la Generalitat Valenciana se en-

cuentran en los perímetros de repoblación obligatoria y en áreas deprimidas de montaña,

sometidas a un intenso éxodo rural a partir del periodo de postguerra, abandono no solo

ha afectado a las superficies forestales sino también a tierras convertidas al cultivo pero

de vocación forestal. La mayor parte de las adquisiciones se ha realizado en la provincia

de Valencia y en menor medida en Castellón, mientras que en la provincia de Alicante

el precio del suelo y la diferente realidad socioeconómica y territorial han obstaculizado

algo más el desarrollo de esta política de adquisiciones. (GV. 1995).

La política forestal de la época franquista tuvo un carácter coercitivo, centraliza-

do e ilusorio (GV. 1995), reflejo de la política general de la dictadura. Fue una política

forestal productivista, aunque esto era común en el resto de países europeos, había que

aumentar la producción maderera, ante la realidad del déficit nacional, impulsando una

selvicultura más intensiva. Los organismos que se encargaron de desarrollar esta políti-

ca, a la vez productivista y conservadora, que tuvo como referencia la masiva repobla-

ción con pinos, fueron el Patrimonio Forestal del Estado y, mas tarde, a partir de 1971,

el Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA).

En el presente siglo y hasta los años 90 se habían repoblado en España 2,5 mi-

llones de hectáreas, esta repoblación tubo su auge a partir de los años 40. En el País

Valenciano el mayor impacto repoblador se va a dar en la década de los 50 (cuadro 12),

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El origen social de los incendios forestales Página 74 repoblaciones que se hicieron casi exclusivamente con pinus halepensis. En principio

las repoblaciones tenían el objetivo de restaurar las cuencas hidrológicas ante el pro-

blema de las frecuentes inundaciones y para la fijación de dunas. En la actualidad las

repoblaciones se centran sobre todo en la transformación de tierras agrícolas marginales.

Cuadro 12: Repoblaciones verificadas en la región valenciana por el

patrimonio forestal del estado (1.941-1.963). Superficies en Hectáreas. ALICANTE CASTELLÓN VALENCIA TOTAL

1.939-40 27 -- -- 27 1.941 332 -- 236 568 1.942 551 -- 200 751 1.943 497,05 -- 1.189,37 1.686 1.944 1.287,60 -- 1.039,80 2.327 1.945 646,40 94,54 2.257 2.998 1.946 831,70 287,80 1.726 2.846 1.947 878,83 -- 1.337,96 2.217 1.948 946,44 107,52 1.039,86 2.094 1.949 805,70 -- 893,49 1.699 1.950 878,83 57,47 547,08 1.438 1.951 946,44 132,30 128,49 1.207 1.956 654 458 5.102 6.214 1.957 2.369 1.827 6.469 10.665 1.958 576 983 2.530 4.089 1.959 351 2.214 3.329 5.894 1.960 367 844 823 2.034 1.961 645 2.055 1.411 4.111 1.962 5 1.166 555 1.726 1.963 -- 763 711 1.474

TOTALES 13.596 10.990 31.524 56.110 Fuente: Ministerio de Agricultura, pesca y alimentación: Estadística Forestal de España (1.946-1.963).

La Conselleria de Medi Ambient en el Plan de Reforestación de la Comunidad

Valenciana 1994-1999 nos ofrece los siguientes datos de repoblaciones en la Comuni-

dad Valenciana:

Cuadro 13. Repoblaciones en la Comunidad Valenciana Períodos ALICANTE CASTELLÓN VALENCIA TOTAL

1940-1949 4.765 290 10.810 15.865 1950-1970 9.065 16.037 27.119 52.221 1970-1980 17.362 8.281 25.384 51.027 1940-1980 31.192 24.608 63.313 119.113

Fuente: G.V.

Las técnicas empleadas fueron, siempre que la pendiente lo permitía, y de forma

progresiva a partir de los 50, la introducción de maquinaria especializada para la forma-

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ción de terrazas, preparación de banquetas y subsolados. Estas técnicas, extraordinaria-

mente agresivas con el medio, han ocasionado graves problemas de erosión y, en mu-

chos casos, han afectado negativamente la capacidad de sucesión del bosque hacia la

vegetación climácica, al roturar espacios arbustivos -con monte bajo de flora rebrotado-

ra con coscojas y matas de carrasca- para su repoblación con pinos.

A partir de 1964, en los dos primeros Planes de Desarrollo Nacional, se van a

mantener los mismos objetivos de incremento de la producción maderera y lucha contra

la erosión. De esta forma se consolida la repoblación del pino como bandera de la polí-

tica forestal de todo el periodo franquista.

En algunos municipios valencianos, al igual que en resto del Estado, esta política

repobladora se enfrentó, con la voluntad de los vecinos a causa de la ocupación de mon-

tes tradicionalmente dedicados al aprovechamiento de los pastos. Pues, pasado el efecto

del gasto en la plantación, los lugareños se quedaban sin tierras donde pastar el ganado,

en espera de que los pinos creciesen, este fue un motivo mas de frustración para el

abandono y la emigración. A los planificadores de la política forestal no les interesaba

lo mas mínimo la permanencia de la población rural.

El ICONA ha mantenido un velado rechazo hacia los habitantes de nuestros

montes y a sus tradicionales usos del espacio forestal, bien atacando a los usos ganade-

ros, al mostrar únicamente los perjuicios que estos pueden ocasionar al bosque, bien

achacando a las imprudencias en las practicas agrarias la mayoría de los incendios fo-

restales26.

Mientras la dictadura mantenía el temor de la represión se mantuvo oculto y la-

tente el resentimiento, pero el devenir de la democracia hizo surgir dicha situación de

forma dramática para el monte con una reacción en parte similar a la ocurrida tras la

desaparición de la Ordenanza de montes de Marina, los incendios se multiplicaron (De

la Cruz, E. 1994). A partir de 1977 los montes han pagado toda la animadversión pro-

vocada por la actuación anterior de la Administración, volviéndose a repetir una situa-

ción ya padecida anteriormente. Debemos aprender de la historia para no caer en los

26 Santiago Marraco ex-director de ICONA manifestaba que el 80% de los incendios se debía a descuidos y negligencias. El País 9 de octubre de 1991 “Por qué arde España”. p. 26.

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errores de los últimos siglos olvidando que la historia también y sobre todo la deben

hacer los que la padecen.

Dada la gravedad de la realidad de los incendios forestales en el Estado español

y la alarma que han ocasionado en la opinión pública en los últimos años, el Senado

creó en 1986 una comisión especial para estudiar el problema de los incendios foresta-

les. El informe fue aprobado por el Pleno en su sesión de 1 de junio de 1988. En el que-

da reflejada en buena parte la nueva orientación que se pretende dar a la política forestal

en lo que se refiere a esta problemática. Entre sus conclusiones se establece claramente

la culpabilidad social de los incendios forestales, y entre las recomendaciones cabe

mencionar la revalorización de la labor tradicional de la población de montaña y la ne-

cesidad de relacionar la silvicultura preventiva con dicha labor, además de la necesidad

de medidas policiales de control. Estas recomendaciones suponen un giro sustancial en

la política forestal tradicional de enfrentamiento con la población montañesa, princi-

palmente por lo que se refiere al acercamiento al protagonismo municipal, a la voluntad

de evitar el despoblamiento, manteniendo el uso tradicional de los pastos, etc.

Entre las conclusiones del informe del Senado destacamos las siguientes: “ .... c) Los incendios aparecen como la exteriorización de problemas socioeconómicos, principalmente derivados de la despoblación de las áreas rurales y la desaparición de aprovechamientos, ... ... i) El régimen de propiedad de los montes no parece tener influencia determinante en la siniestralidad, quemándose todas las superficies en proporción análoga a la que repre-sentan en el territorio. ... ... k) Los incendios que se califican como “intencionados” y los de causa “desconocida” constituyen más de dos tercios del total, lo que significa que la información disponible sobre causas, necesaria para fundamentar una prevención eficaz, es insuficiente. ... n) Las acciones de extinción parecen haber alcanzado un grado de eficacia elevado, pero con un coste económico muy alto, derivado de la insuficiencia de la prevención. ... ... o) Las estructuras administrativas no siempre están adaptadas a la gravedad del pro-blema. La experiencia demuestra que la existencia de servicios especializados en la prevención y extinción de incendios forestales contribuye a mejorar la eficacia de todo el sistema. Asimismo la comarcalización de estos servicios está dando resultados inte-resantes. ... q) La eventualidad de la mayor parte del personal que interviene en la defensa contra los incendios forestales influye desfavorablemente en la eficacia de la organización, al

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crear dificultades para su formación, que tiene también consecuencias en su seguridad. ... s) La Ley de Incendios forestales resulta insuficiente como legislación básica, ya que no se ajusta ni a la presente realidad social y política ni a la importancia ecológica del problema. ... u) Es muy importante conseguir la colaboración de los propietarios forestales en la lucha contra los incendios, venciendo la actitud pasiva que muestran frecuentemente, derivada de la baja rentabilidad de los montes. v) La mayor parte de los incendios son evitables con la concienciación y colaboración de la sociedad. Si los medios de lucha de que se dispone se utilizaran para hacer frente a los restantes incendios inevitables, el problema sería solucionado “ (SENADO 1993) (subrayado nuestro). Asimismo, entre las recomendaciones que formula el Senado cabe destacar las siguien-tes: a)La legislación sobre incendios forestales debe revisarse ... para adecuarla a la gra-vedad actual del problema ... b) La legislación penal, ... , debe tener en cuenta, en la tipificación del delito de incen-dio intencionado, ... , con efecto ejemplarizante. ... d) La planificación forestal en el marco de la nueva PAC debe tener en cuenta la gran incidencia del abandono de tierras en el problema de los incendios, para encauzar la transformación de la actividad agraria hacia los cultivos forestales, donde la producti-vidad del ecosistema lo permita, y hacia la restauración de la cubierta natural en los demás lugares. Esta acción ordenadora frente al abandono debe recibir apoyo econó-mico proporcionado a las superficies susceptibles de transformación, ... e) Los programas de reforestación deberán tener muy en cuenta el riesgo de incendios, tanto para la elección de especies, asegurando la biodiversidad de la cubierta vegetal, como para la estructura apropiada que deben formar. ... f) ... . Los cultivos forrajeros intercalados entre la masa forestal pueden cumplir un excelente papel de cortafuegos. ... j) En la restauración de las superficies incendiadas, especialmente en montes protecto-res, se favorecerá la regeneración natural siempre que sea posible, ... l) Las acciones de prevención deben reforzarse con la colaboración de todas las Admi-nistraciones, debiendo prestarse mayor atención a la intensificación de la vigilancia disuasoria, a las campañas educativas y concienciadoras ... ... p) La investigación de causas y motivaciones de los incendios debe intensificarse y sis-tematizarse. Especialmente, debe resolverse de la forma que técnicamente sea más idó-nea la identificación de las causas contenidas en el elevado porcentaje que hoy figura en el paquete de los desconocidos. Para ello, no deberá ser imprescindible el 100%, de seguridad para la asignación de la causa más probable. ... q) La atención policial a la identificación de los indicios de las causas y de los posibles causantes de los incendios deben considerarse entre las misiones prioritarias en la lu-cha contra los incendios forestales. ...

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B) El cambio en los aprovechamientos forestales

Tradicionalmente y hasta inicios del siglo XX, la dependencia directa de la so-

ciedad respecto al bosque era muy alta, sobre todo en las poblaciones limítrofes, esta

dependencia se manifiesta en el aprovechamiento múltiple que de este se hacía, utili-

zándolo como espacio extractivo, medio de mantenimiento del ganado, etc. En cuanto a

la extracción de recursos la explotación más importante era la madera y la leña, con una

gran demanda. La madera se utilizaba para: la construcción, fabricación de muebles,

aperos agrarios y construcción naval; y la leña como combustible en todas sus formas

posibles: ramas y madera seca para quemar o hacer carbón vegetal, matas de aliagas y

otras plantas secas y pinchosas que junto con las piñas y las astillas de madera resinosa

servían para ayudar a encender el fuego en los hogares. Todos estos productos eran ab-

solutamente imprescindibles e insustituibles tanto para el desarrollo de la vida en las

casas como para las labores productivas en el campo o en los talleres, incluso hasta ini-

cios del siglo XX, y su extracción junto con la explotación pecuaria extensiva, contri-

buían a disminuir la biomasa existente en el bosque sobre todo en su parte arbustiva, lo

que a su vez generaba una disminución en el índice de combustibilidad de las masas

forestales.

Entre los aprovechamientos históricos, como fuente de energía, mas importantes

de los bosques valencianos, tenemos:

• El carboneo, se inicia en la Edad Media, teniendo como función abastecer de

recursos energéticos tanto a los domicilios para calefacción y cocina, como a

los talleres e industrias artesanales. En los años posteriores a la Guerra Civil

se extendió al máximo esta actividad debido a la escasez de combustible por

el aislamiento internacional, y también por que la penuria existente obligaba

a muchos propietarios de monte a vender el vuelo de sus árboles para obtener

un rápido beneficio aún a costa de la desaparición del bosque. Las carrascas

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fueron los árboles que mas explotación sufrieron con dicha actividad. Si te-

nemos en cuenta que dependiendo de las dimensiones de la carbonera27:

Dimensiones de la carbonera (m. de radio por m. de altura)

Carbón producido (Kg.)

Leña consumida (Kg.)

7 x 3 7.000 35.000 15 x 5 20.000 90.000

y, un hogar debía consumir en la década de los 40 unos 548 kg. de carbón al

año por término medio, frente a los 300 kg. de carbón que se obtenía de una

carrasca por término medio, tenemos que cada hogar necesitaba, al año, casi

dos carrascas en forma de carbón para su consumo. Si a esto le añadimos todo

el carbón que iba a las industrias de las zonas litorales y el que se exportaba

fuera del País Valenciano, se tiene mas clara la causa de la desaparición de las

grandes superficies de carrascales que existían y de los que hoy apenas que-

dan pequeñas zonas con árboles jóvenes en su mayor parte. Esta actividad se

pierde a finales de los 50 y durante los 60.a mediada que los derivados del pe-

tróleo se implantan como combustible en los domicilios.

• Los hornos de cal. Esta actividad, que utiliza grandes cantidades de leña fina

de ramas y matorral, requería mucho esfuerzo y muchas horas de trabajo, ob-

teniéndose con ella cal para el blanqueo de las casas y para la construcción,

se deja de realizar en los 50 al sustituirse por los hornos industriales.

• Combustible para la industria -en Castellón azulejeras y tejerías-. El combus-

tible para la incipiente industria del siglo pasado y comienzos de este fue bá-

sicamente de origen forestal, cuando las limpias de los montes no eran sufi-

cientes, se cortaban árboles adultos principalmente encinas.

En la actualidad, de los aprovechamientos energéticos, tan solo perduran el

aprovechamiento de la leña como una actividad residual, orientada a satisfacer la de-

manda de estufas, hogares y hornos de panaderías. Continúa siendo la leña de carrasca

la mas solicitada debido a su duración por su combustión lenta, dos remolques de leña

27 Quereda Sala, José; Obilo Menero, Emilio M. (1987): “La actividad carbonera en la montaña de Caste-lló”. Boletín del Centro de estudios del Maestrazgo, nº 22. Citado por J. Soriano (1996).

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de carrasca aseguran la calefacción de un hogar para todo el invierno. El aprovecha-

miento de la leña tan solo se realiza legalmente en montes particulares, puesto que en

montes públicos la subasta de leñas casi ha desaparecido. Esta falta de aprovechamiento

provoca la necesidad de las labores de selvicultura de cara a una política preventiva que

extraiga una parte del combustible seco, si bien parte de la biomasa resultado de las

limpias debería devolverse al monte triturada para mejorar la calidad del suelo.

En cuanto al aprovechamiento maderero, el sector está en un fuerte declive, a la

mala calidad de la madera del pino blanco, hay que añadir los bajos precios alcanzados

por la madera en origen, y los altos costes de la mano de obra y del transporte. De esta

forma, pese a la mecanización de todo el trabajo, en ocasiones los jornales a pagar valen

más que el producto extraído y las subastas de pinos de los pueblos quedan desiertas.

Casi toda la materia prima que utiliza la industria de la madera y del mueble, en la ac-

tualidad, procede del exterior del País valenciano, bien de otras partes de la península o

bien importada.

Entre los aprovechamientos actuales del monte, se sitúan la recolección del nís-

calo o rovelló y la trufa, esta última en el interior de Castellón. Cada otoño nuestros

espacios forestales sufren la invasión de buscadores procedentes de las ciudades y pue-

blos del litoral, que acceden hasta los últimos rincones que es posible con medios moto-

rizados, pisan, escarban, remueven, ensucian y dejan una huella inequívoca de su paso

por estos frágiles lugares. Algunos lo hacen con animo de negocio llevándose furgone-

tas llenas de preciado rovelló para venderlo en los mercados de las ciudades, otros sim-

plemente por el placer de pasar un día paseando por el monte buscando. La falta de con-

ciencia de algunos de estos usuarios temporales del monte provoca una serie de agresio-

nes a la capacidad biológica de la Naturaleza: al arrancar las setas en lugar de realizar

un corte limpio, al escarbar del suelo dañando las capas superficiales de este y al aban-

donar basuras de todo tipo; además de molestias a los habitantes de estas zonas y al ga-

nado perturbando su tranquilidad. Esta actividad extractiva necesita una regulación que

sirva para racionalizar su explotación, en algunos sitios como en Cataluña ya se han

decidido a establecerla, siendo la única forma de reducir los impactos que se generalizan

los fines de semana de cada otoño. Sería interesante que los propietarios del terreno

pudieran explotar en exclusiva dichas riquezas como un fruto mas de su tierra, con lo

que el interés por el monte de estos se vería incrementado. Si bien, se podría permitir el

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acceso a la recolección a foráneos, previo pago de una tasa o bien delimitando cotos de

acceso público.

En cuanto a la trufa, decir que ha supuesto una importante fuente complementa-

ria de ingresos para una parte de los habitantes de las comarcas de Els Ports y L’Alt

Maestrat, aunque en los últimos años, las sequías y el vandalismo cometido en muchas

truferas han hecho disminuir los rendimientos. De todas formas, se esta abriendo cami-

no una truficultura en las masías y pequeñas poblaciones del interior de estas comarcas,

realizando plantaciones de carrascas previamente microrrizadas para hacer un auténtico

cultivo de la trufa, en otras ocasiones se opta por regar mediante goteo las truferas (So-

riano, J. 1996).

En los últimos decenios la rentabilidad económica de las explotaciones forestales

ha disminuido considerablemente, sobre todo en las zonas mas áridas. Hoy en el País

Valenciano, es generalmente admitido que la función protectora y medioambiental ha

pasado a ocupar el papel principal en cuanto a servicios prestados por el bosque siendo

considerablemente mas valiosa que la de suministrar de bienes comercializables. Lo

cual debe permitir una reorientación de la silvicultura hacia especies mas acordes con

esta función, menos inflamables y mas resistentes frente a los incendios.

“En la actualidad la tendencia en el aprovechamiento del bosque ha sufrido un cambio sin precedentes: siglos de intensa utilización con la esquilmación de recursos consi-guiente han dejado paso a una escasa funcionalidad económica y al abandono genera-lizado de aprovechamientos, mientras cobran importancia la función social y me-dioambiental del bosque, históricamente en segundo plano.” (Soriano, J. 1996).

Pero esta función protectora comporta a menudo limitaciones, recogidas en nor-

mas específicas, al aprovechamiento de este recurso por sus propietarios bien sean estos

particulares o municipales. E aquí pues, que estos sufren una limitación de aprovecha-

mientos sin compensación. Y, aun en el caso de que se consiga concienciar a la pobla-

ción rural de la importancia de la conservación en las mejores condiciones posibles del

bosque, todavía quedará la cuestión de la justicia distributiva. Pues caerá sobre las es-

paldas de esta pequeña parte de la población el sacrificio de satisfacer unas necesidades

generales. Precisamente esta cuestión es la que todavía no se ha tenido en cuenta nunca.

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“cualquier actuación en la montaña, pensada para favorecer al valle, o a intereses ge-nerales, como regulación de lluvias, alargamiento de vida útil de los embalses, dulcifi-cación del clima, etc. es difícilmente valorada por los montañeses. Estos llamados “be-neficios indirectos” pueden superar en la actualidad al de la madera y demás produc-tos forestales, pero lo fundamental es que “siendo producidos por el monte, son obteni-dos, y no pagados, por otros sectores productivos que ven así aumentada su rentabili-dad a costa del sector forestal,”” (De la Cruz, E. 1994).

C) El éxodo rural

El crecimiento demográfico de finales del siglo XIX va a llevar a que durante las

primeras décadas del siglo XX se produzca el máximo de ocupación agrícola y ganadera

de la montaña. Era necesario alimentar a la creciente población, en una etapa en la que

aún no había tenido lugar el incremento de productividad que experimentaría la agricul-

tura posteriormente con la agricultura intensiva a partir de la aplicación de maquinaria y

fertilizantes químicos. Las áreas forestales se van a reducir a la mínima expresión, como

se observa al encontrar en la actualidad muchas áreas de bosque o de matorral en re-

construcción sobre antiguos bancales abandonados, frecuentemente en sitios increíbles

por la inclinación del terreno, cuya construcción obligó a un esfuerzo sobrehumano para

escalonar el terreno con medios manuales y construir paredes de piedra que sujetasen la

tierra, consiguiendo espacios de cultivo en ocasiones increíblemente estrechos. Las

áreas forestales remanentes se veían sometidas a una intensa explotación, tanto de ma-

dera, como de leña, carbón vegetal y pastoreo, por lo que cabe pensar que el nivel de

degradación general de la vegetación sería importante (Arnal, C. 1994).

A partir de este máximo, se va a producir una cambio de tendencia, once co-

marcas del interior valenciano: Els Ports, L’Alt Maestrat, L’Alcalaten, Alto Palancia,

Alto Mijares, Rincon de Ademuz, Los Serranos, La Plana de Utiel-Requena, El Valle de

Ayora, La Canal de Navarres y El Comtat, pierden en conjunto, durante el siglo XX,

mas del 35% de su población, en un proceso de abandono rural y despoblamiento que

afecta especialmente a las comarcas del noroeste de las provincias de Castellón y de

Valencia: Els Ports, L’Alt Maestrat, Alto Mijares, Rincon de Ademuz y Los Serranos,

con un retroceso poblacional de mas del 50% (excepto Los Serranos con una pérdida

que se aproxima a dicho porcentaje).

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Este proceso migratorio tiene lugar en dos fases temporales, la primera entre

1910 y la Guerra Civil, y tras el intervalo de la postguerra el abandono de las zonas de

montaña se agudiza a partir de la década de los 50, sin detenerse hasta la actualidad,

aunque, a mediados de los 70 se aminora su intensidad

Esta evolución contrasta con el fuerte crecimiento de la población en el País Va-

lenciano, especialmente en las décadas de los 60 y 70, que ha acentuado la dualidad

socio-económica valenciana al concentrarse en el área litoral, aumentando su densidad

de población. El crecimiento económico de este área con un fuerte tirón de los sectores

secundario y terciario, y de las zonas intermedias de la provincia de Alicante con la con-

solidación de un modelo de industrialización autóctono, han supuesto un polo de atrac-

ción para la población del interior e incluso de otras comunidades autónomas, ante las

difíciles condiciones de vida y la falta de perspectivas de desarrollo en dichas zonas.

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Cuadro 14: Población de hecho de las comarcas con perdida de población en el siglo XX Comarcas 1.900 1.910 1.920 1.930 1.940 1.950 1.960 1.970 1.975 1.981 1.986

Els Ports 21.020 20.296 17.358 16.318 14.606 13.517 11.525 8.823 7.519 6.709 6.211 L'Alt Maestrat 19.377 19.852 18.312 17.273 16.440 15.713 13.575 11.973 10.942 10.056 9.626 L'Alcalaten 20.520 22.076 20.820 19.238 17.611 17.463 16.631 15.939 15.766 15.200 15.007Alto Palancia 37.492 38.163 35.306 33.863 31.692 33.982 30.692 27.316 25.157 24.237 23.978 Alto Mijares 19.760 20.406 18.743 17.281 16.453 14.882 14.039 7.978 5.973 5.098 4.664 Rincon de Ademuz 10.075 10.229 10.216 9.494 9.771 8.871 7.242 5.313 4.356 3.758 3.505 Los Serranos 34.033 35.774 34.938 30.008 30.973 31.365 26.471 22.075 19.261 17.919 17.047 La Plana de Utiel-Requena 39.189 42.171 45.747 43.146 45.788 47.819 44.618 39.775 38.926 38.814 37.749El Valle de Ayora 14.731 17.868 18.689 18.053 18.269 19.768 15.911 12.792 11.837 12.573 11.244 La Canal de Navarres 17.510 17.191 17.844 19.981 19.668 19.799 18.486 16.808 16.500 16.404 16.271 El Comtat 25.455 25.074 25.271 26.189 25.684 26.028 25.422 25.356 25.409 24.776 25.204 Total comarcas que pierden 259.162 269.100 263.244 250.844 246.955 249.207 224.612 194.148 181.646 175.544 170.506 TOTAL P.V. 1.587.533 1.704.127 1.745.514 1.896.738 2.176.670 2.307.068 2.480.879 3.073.255 3.411.218 3.646.765 3.772.002 Fte: G. V.

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Cuadro 15: Tasas de crecimiento interanual comarcales (%)

Comarcas 1900-10 1910-20 1920-30 1930-40 1940-50 1950-60 1960-70 1970-75 1975-81 1981-86Els Ports -0,35 -1,55 -0,62 -1,10 -0,77 -1,58 -2,64 -3,15 -1,88 -1,53L'Alt Maestrat 0,24 -0,80 -0,58 -0,49 -0,45 -1,45 -1,25 -1,78 -1,40 -0,87L'Alcalaten 0,73 -0,58 -0,79 -0,88 -0,08 -0,49 -0,42 -0,22 -0,61 -0,26Alto Palancia 0,18 -0,78 -0,42 -0,66 0,70 -1,01 -1,16 -1,63 -0,62 -0,21Alto Mijares 0,32 -0,85 -0,81 -0,49 -1,00 -0,58 -5,49 -5,62 -2,61 -1,76Rincon de Ademuz 0,15 -0,01 -0,73 0,29 -0,96 -2,01 -3,05 -3,89 -2,43 -1,38Los Serranos 0,50 -0,24 -1,51 0,32 0,13 -1,68 -1,80 -2,69 -1,20 -0,99La Plana de Utiel-Requena 0,74 0,82 -0,58 0,60 0,43 -0,69 -1,14 -0,43 -0,05 -0,55El Valle de Ayora 1,95 0,45 -0,35 0,12 0,79 -2,15 -2,16 -1,54 1,01 -2,21La Canal de Navarres -0,18 0,37 1,14 -0,16 0,07 -0,68 -0,95 -0,37 -0,10 -0,16El Comtat -0,15 0,08 0,36 -0,19 0,13 -0,24 -0,03 0,04 -0,42 0,34Total comarcas que pierden 0,38 -0,28 -0,44 -0,24 -0,09 -1,14 -1,83 -1,93 -0,94 -0,87TOTAL P.V. 0,71 0,24 0,83 1,39 0,58 0,73 2,16 2,11 1,12 0,68

Fte:G.V.

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Este proceso de abandono supone una menor presión antrópica sobre un medio

completamente modificado por el hombre debido a los tradicionales aprovechamientos

que hacía de él, que ha permitido a la vegetación natural arbustiva y arbórea de pinos

ocupar tierras antaño cultivadas o utilizadas para pastos, ofreciendo una nueva continui-

dad paisajística.

De esta forma, y tal como nos muestran las estadísticas oficiales, la superficie

forestal ha aumentado, la vegetación silvestre ha colonizado las tierras marginales aban-

donadas por el éxodo rural. Esta regeneración natural no ha hecho mas que recuperar

espacios con clara vocación forestal. De todos modos, estas formaciones muestran las

huellas de una degradación secular que ha influido en el porte y en la composición de

las asociaciones vegetales (GV. 1995).

D) Cambios de actitud en el mundo rural

El cambio en los aprovechamientos forestales por parte de la población rural, ha

supuesto una pérdida de la consideración del monte como fuente de renta y recursos

energéticos al que hay que respetar y proteger. En la actualidad la situación es la inversa

los aprovechamientos tradicionales han disminuido drásticamente y difícilmente se re-

cuperarán a niveles como los anteriores en el futuro.

Al mismo tiempo, el incremento de la degradación de los espacios naturales, y

su reducción a nivel global, junto con la artificialización de la vida urbana, ha generado

en la opinión pública una creciente preocupación por estos aspectos y una enorme de-

manda de espacios naturales en buen estado de conservación. Por ello, cada día se dedi-

ca mas atención política y mas recursos -aunque todavía se está muy lejos de cubrir las

necesidades mínimas- a la conservación de espacios y al uso turístico de los mismos.

Hoy a la montaña, además de los servicios de mantenimiento del ecosistema y de

protección medioambiental, se le exige la satisfacción de las ansias bucólicas urbanas y

su necesidad de ocio (De la Cruz, E.1994), sin tener en cuenta que el tipo de uso que la

sociedad hace del bosque puede incrementar notablemente el riesgo de incendio. Así, si

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el abandono de las prácticas tradicionales de la población rural incrementa notablemente

la inflamabilidad del bosque al aumentar la biomasa y desaparecer las discontinuidades,

el uso del bosque como lugar de ocio y expansión por la población humana desconoce-

dora de dicho ámbito tiene un riesgo potencial de ocasionar incendios muy elevado.

“La mutación de usos y aprovechamientos forestales, junto con la importancia adquiri-da por la dimensión social del monte como espacio de uso recreativo y cinegético, ante la creciente demanda de espacios ordenados para el ocio por parte de la población urbana, se han convertido en factores que potencian y agravan el riesgo de incendios de montes de la Comunidad Valenciana” (GV. 1995)

Por otra parte, en la medida que la tierra pierde el valor tradicional como fuente

de recursos imprescindibles para la vida rural, los municipios van a poner menos interés

en la defensa de sus terrenos y en la buena conservación de los mismos, incrementándo-

se la propensión a su venta o a su urbanización.

El monte valenciano, en la actualidad mayoritariamente de propiedad privada,

sufre en las zonas intermedias y costeras otros ataques como son: las transformaciones

de anteriores bancales de secano o de nuevas tierras conseguidas a base de excavar y

transformar la propia montaña en campos de regadío normalmente dedicados al naranjo,

y la construcción de urbanizaciones de segunda residencia, a menudo ilegales e incluso

en zonas protegidas, que enfrentan a la administración a actuar ante hechos consuma-

dos. De esta forma, la especulación ha superado el ámbito urbano introduciéndose tam-

bién en el rural sustituyendo a los métodos tradicionales de explotación.

Estas profundas modificaciones en la actitud social frente a un recurso natural

con el cual había establecido un “cierto equilibrio”, van a acrecentar la delicada situa-

ción de los ecosistemas forestales. La afluencia masiva al monte genera su degradación

y es el origen de buena parte de los incendios forestales actuales, y la confluencia de

nuevos intereses sobre dichos espacios pueden terminar definitivamente con el futuro

natural de los mismos.

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ESTRATEGIAS DE LUCHA CONTRA LOS INCENDIOS FORESTALES

Una vez constatado el origen social de los incendios forestales, la relación entre

la política forestal aplicada en cada etapa histórica y la actitud social frente al bosque, y

los cambios experimentados en la relación socidad-ecosistema forestal en la segunda

mitad del siglo XX; se tratará de reflexionar sobre que tipo de política forestal sería la

mas adecuada para poner freno a los incendios forestales, favorecer la recuperación de

nuestros bosques y que estos puedan recobrar la línea de sucesión hacia un estadio lo

más parecido posible al equilibrio, al mismo tiempo que satisfagan las necesidades

humanas tanto directas como indirectas.

La mejor forma de proteger nuestros bosques es conseguir su revalorización. En

el País Valenciano esta, debido al escaso valor de mercado que obtienen sus productos,

debe fundamentarse en una asimilación por parte de la sociedad de los servicios me-

dioambientales que genera el bosque y de los que aquella es deudora. Aunque esto no

debe hacer olvidar el esfuerzo tanto técnico como económico que hay que realizar “para

revalorizar nuestros bosques con la búsqueda de productos comercializables del ecosis-

tema mediterráneo, de manera que los bosques no se acaben convirtiendo únicamente

en un patrimonio a proteger contra el incendio” (Gràcia, M. 1996).

Siempre teniendo presente la necesidad de integrar y favorecer a la población

rural en las políticas de conservación, pues el bosque tiene unos propietarios históricos

que a menudo constituyen comunidades rurales discriminadas respecto a las urbanas. La

permanencia en buen estado de un territorio forestal como el actual profundamente an-

tropizado necesita en la actualidad de la colaboración de la población que queda en las

áreas de montaña, pues, la evolución en los usos del suelo, con el abandono creciente de

las actividades rurales ha conducido a una situación de extrema vulnerabilidad respecto

a los incendios forestales (Terradas, J. 1996). Pero, esta población no puede quedar re-

ducida a la humillante condición de jardineros obligados para el recreo gratuito de la

ciudadanía urbana (Folch, R. 1996). Hace falta una política redistributiva a favor de

estas zonas deprimidas que dignifique y mejore sus condiciones de vida, política que

podría estar ligada a la conservación y buena gestión de dichos espacios naturales. Esto

llevaría implícito además un acto de justicia, pues, los mayores beneficiarios de la bue-

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na conservación de las zonas de montaña es la población del llano y de las ciudades, y

esta buena conservación normalmente impone restricciones el uso y explotación de unos

recursos -privados o comunales- de los montañeses.

“Tenemos un espacio agro-forestal económicamente marginal y políticamente margi-nado, pero al mismo tiempo lúdicamente mas que frecuentado y ecológicamente tan vital como ruinoso, después del abandono rural experimentado en los últimos decenios. Si no se estimula al campesinado que queda propiciándole unas condiciones de vida decentes, si no se replantean las formas de uso y explotación del bosque mediterráneo, y si no se recompone la estructura florística y ecológica, no habrá otra salida que ir reforzando indefinidamente, y con costos elevadísimos, los servicios de extinción. Lu-char sensatamente contra los incendios forestales comienza por combatir las causas. Unas causas remotas muy anteriores al fuego en el mismo, unas causas de naturaleza socioecológica que la ecología no explica y las técnicas de extinción no resuelven.” (Folch, R. 1996).

Todos los medios disponibles y los que se puedan disponer en el futuro para la

rápida detección y apagado del fuego forestal, no pueden conseguir la disminución del

número de incendios que va incrementándose cada año sin cesar. Esto nos lleva a la

conclusión que aunque aumentemos y mejoremos los medios destinados a combatir el

fuego, este lleva el camino de desbordarnos siempre. Y es que, a la mejora científica y

técnica hay que añadir el trabajo en el campo social al cual se le dedica un esfuerzo mi-

núsculo. Estamos ante el eterno problema de la falta de iniciativa política en el ámbito

medioambiental como consecuencia de confiar mas en la técnica que en la respuesta

ciudadana tras una labor de información y concienciación.

Hay que admitir que la gestión de la lucha contra el fuego implica la gestión del

territorio, en especial del espacio forestal; e implica también trabajar en la educación y

concienciación de la población en los valores reales del bosque y en su importancia para

el desarrollo de la actividad humana.

Es necesario ser conscientes que frente a los incendios forestales no existen so-

luciones mágicas o espectaculares capaces de sustituir a una política bien diseñada, es-

trechamente relacionada con las características tanto del ecosistema como del sistema

social inserto en él, y capaz de desplegar un gran conjunto de actuaciones diversas en el

espacio y tiempo.

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Esta política, lejos de actitudes demagógicas y voluntaristas que busquen reme-

dios fulminantes que pueden hacer mas mal que el propio fuego, deberá romper con la

tendencia en la que están insertos los bosques valencianos, fruto: de una mala política

forestal aplicada durante muchos años, del cambio radical en las condiciones de vida del

medio rural de montaña y de la inexistencia de una buena política de vigilancia y disua-

sión acompañada de los equipamientos necesarios para una intervención inmediata,

efectiva y bien coordinada (Arnal, C. 1994).

A) La mal llamada “selvicultura preventiva”.

Nos vamos a referir a continuación a una serie de actuaciones tradicionales en el

monte que se han venido a englobar bajo el nombre de “selvicultura preventiva”, y que

en sí no tendrían porqué suponer un perjuicio al monte sino lo contrario, pues para ello

se han creado. No obstante, los efectos causados por su tradicional mala aplicación han

sido contraproducentes.

• Las mal llamadas “limpiezas” de vegetación

Consisten en la eliminación directa de parte de la vegetación viva de una forma-

ción vegetal, en ocasiones también se extrae la biomasa seca de la zona.

Dadas las actuales preferencias y necesidades sociales en cuanto a los servicios

prestados por el bosque, la posibilidad de limpieza de este requiere un análisis desde

diferentes perspectivas. “Desde el punto de vista del funcionamiento del ecosistema

forestal, la valoración de esta práctica se debería de hacer teniendo en cuenta tanto su

significación en la dinámica del bosque como su papel en la protección del suelo o la

conservación de la fauna” (Gracia, Marc. 1996). Hay que tener en cuenta que el soto-

bosque es básico para garantizar la perennidad del bosque y para la defensa del suelo.

La defensa de este tipo de actuaciones está en línea con la concepción del bosque

como conjunto de árboles y, el bosque es mucho mas que esto. Las especies que se eli-

minan tienen tanta o mas importancia que el estrato arbóreo. Las cortas que suponen las

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limpiezas pueden poner en peligro a determinadas especies botánicas de interés provo-

cando pérdida de biodiversidad, eliminan arbustos rebrotadores con lo que se dificulta la

recuperación del bosque tras los incendios, la erosión se ve agravada no solo por esta

simplificación de especies sino también por la entrada de maquinaria en el monte que

compacta el terreno, provocan efectos de rejuvenecimiento en el proceso se la sucesión

similar al que provoca el incendio.

“En el caso de muchos pinares de pino blanco con un sotobosque formado por encinas y otras especies características de los encinares, que se desarrollan vigorosamente fa-vorecidas por la débil cubierta producida por el pino, la limpieza sistemática se podría ver como un intento costoso de frenar una tendencia natural” (Gracia, Marc. 1996).

El matorral es fundamental para la conformación de los ecosistemas, cumple

funciones ecológicas importantes, a veces con mayor eficacia que algunos tipos de árbo-

les, pues (Arnal, C. 1994):

• Contribuye a la diversidad animal, aportando alimento, refugio y ambientes

idóneos.

• Retiene el suelo fértil con sus raíces y contribuye a la formación del suelo.

• Mantiene el suelo esponjoso y bien estructurado. Lo que permite una mayor

retención de agua e infiltración de la misma.

• Como consecuencia de lo anterior, disminuye la escorrentía y la erosión.

El bosque como ecosistema lo forman el conjunto de sus componentes, el estado

de conservación del bosque dependerá del estado de todos estos, que le confieren una

complejidad generadora de unas características que hacen que el bosque sea otra cosa

distinta y mas importante que la suma de sus elementos.

El resultado de la mal llamada limpieza forestal es un terreno con una formacio-

nes vegetales especialmente simplificadas e inflamables fundamentalmente cubierto con

gramíneas que son las que primero nacen, generándose un ambiente de máxima seque-

dad al haberse quitado tanto la biomasa seca como las plantas verdes. El hecho se ve

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agravado mas si cabe cuando muchas veces todo el resultado del desbroce se abandona

sobre el terreno, por lo que el objetivo que se perseguía de disminuir el combustible en

el monte no se cumple, sino que este se hace mas inflamable.

Por lo tanto, la “limpieza” es un procedimiento muy caro, ante la necesidad de

tener que repetirlo continuamente, y con escaso beneficio económico. Por otra parte,

hay que tener en cuenta que las limpiezas no garantizan la inexistencia del incendio,

como máximo pueden reducir su intensidad, pero a cambio de aumentar la inflamabili-

dad. La única limpieza que tendría efectividad sería aquella que se limitase a extraer la

vegetación muerta o seca y haciéndolo a mano, con lo que se conseguiría reducir la

biomasa mas fácilmente inflamable sin perjudicar el ecosistema forestal.

• Los cortafuegos.

Cuanta mas insolación reciba un estrato de vegetación menor será su contenido

de humedad y, por lo tanto, más bajará el umbral de ignición y mayor será la velocidad

de propagación del fuego, esto ocurre con las gramíneas que es lo primero que crece y

lo mas inflamable que existe en el bosque. Los cortafuegos, son franjas de terreno teóri-

camente exentos de vegetación, que se realizan con el objetivo de parar el fuego cuando

llegue a él, bien por no existir combustible, bien por ser mas fácil la intervención de las

brigadas forestales desde estos espacios sin vegetación. Pero, en la realidad es imposible

evitar el crecimiento espontáneo de vegetación incipiente como las gramíneas, por lo

que muchas veces los cortafuegos aparecen cubiertos por una capa de yerba seca, dando

lugar no a una barrera efectiva para los fuegos sino todo lo contrario, a espacios donde

el fuego se propagará mas rápido que en el propio bosque.

Además para que fuesen efectivos deberían de ser muy anchos hasta tal punto

que las chispas o las piñas encendidas no pudiesen saltar a la otra parte del monte, y

estar conectados a la red de vías de servicios, pues con viento el cortafuegos por si

mismo es incapaz de frenar la acción del fuego, necesitando de la intervención humana

para ello. De hecho en la realidad los cortafuegos raramente hacen valer su nombre y

paran el fuego.

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Como efectos negativos, además del fuerte impacto paisajístico que provocan

debido a su gran longitud, suponen la pérdida de vegetación en áreas muy importantes,

lo que es mas grave en parajes de vegetación densa con formaciones vegetales valiosas;

y, al dejar el suelo sin protección la erosión se acelera en estas superficies, especialmen-

te si hay pendiente y sobre todo si el trazado es en el sentido de la pendiente, dando lu-

gar a la formación de barrancos. Además, los cortafuegos son caros de realizar y sobre

todo, dado lo anterior, de mantener en buen estado.

“Los contrafuegos facilitan la erosión del suelo cuando se practican sobre pendientes. Además, son costosos de mantener. El uso de herbicida, que se practica en algunos casos es, ..., ambientalmente muy indeseable. Si el cortafuegos no se mantiene de forma adecuada, resulta incluso contraproducente, ya que la vegetación que se instala en po-co tiempo es mas vulnerable que el mismo bosque. Los cortafuegos biológicos, franjas de vegetación relativamente mas resistente al fuego, parecen mucho mas apropiados en bosques protectores” (Terradas, J. 1996).

Es mucho mas interesante una práctica preventiva que rompa la continuidad de

las masas forestales, a partir de una gestión a escala de macizo montañoso. A nivel de

zona se ha de hacer un estudio sobre las características de esta, para que en base a una

estructura en mosaico se pueda aprovechar toda su potencialidad a partir del uso de dife-

rentes especies y de diferentes edades que protejan al máximo del riesgo de incendio y

que permitan una posterior regeneración en caso de catástrofe.

“Es conveniente establecer una compartimentación de los macizos en superficies mas pequeñas, en función de su valor o de su nivel de riesgo de incendio, con el objetivo de facilitar el combate y limitar la superficie quemada en cada paso del fuego. La búsque-da de soluciones para obtener esta compartimentación nos lleva a considerar los ele-mentos básicos del paisaje rural mediterráneo: cultivos, pastos, zonas forestales y bos-ques de ribera. El nuevo equilibrio entre estos elementos se ha de buscar, de acuerdo con las características de la zona, valorando su interés múltiple (económico, paisajísti-co, cultural, de conservación de especies vegetales y animales, etc.) y la posibilidad de adaptarlos de una forma mas o menos efectiva a la lucha contra los incendios dentro del marco de una estrategia racional a escala de macizo” (Gracia, M. 1996).

• Las pistas forestales

Las pistas forestales han sido defendidas como un elemento que favorece la pe-

netrabilidad de las brigadas terrestres en la lucha contra los incendios, también se les ha

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asignado el papel de cortafuegos, y son aprovechadas o creadas muchas veces para fa-

vorecer la extracción de madera.

Como impactos negativos de las pistas forestales cabe mencionar, el impacto

paisajístico que originan al aparecer como un corte en la montaña, el daño que se provo-

ca al ecosistema en su construcción. Que impone un gran movimiento de tierras y rocas

a lo largo de todo su trazado y en las áreas adyacentes, causando una profunda y extensa

herida en el suelo cuyo efecto se agrava con el vertido de tierras ladera abajo. Todo esto

supone una gran destrucción de vegetación, además de acelerar la erosión. Y además, si

no se realizan continuas tareas de mantenimiento o la pista se hace con canalizaciones

de desagüe para protegerla de las aguas de escorrentía, queda inoperante a los pocos

años debido a las zanjas producidas por el agua que baja por la ladera, que son el inicio

de las futuras cárcavas, con lo que el ecosistema además de roto queda con el futuro en

peligro.

La mayor penetrabilidad que consiguen las pistas forestales agravan la degrada-

ción ambiental ocasionada al facilitar la mayor afluencia de visitantes hasta los últimos

rincones de la montaña. Estos traen los ruidos de los vehículos, las basuras y desperdi-

cios y el mayor riesgo de incendios por imprudencias o incluso el pirómano ve facilita-

do su objetivo. Lo que se constata al observar las estadísticas sobre los lugares de inicio

de los fuegos, la mayoría de estos se generan a menos de 50 metros de una carretera o

una pista, por lo que, “en zonas poco frecuentadas la creación de esta red de defensa

puede tener el efecto contrario a la protección buscada, ya que abriría en interior del

macizo a los incendiarios” (Gracia, M. 1996).

Para prevenir esta posibilidad de iniciación del fuego, se suele aconsejar la “lim-

pieza” de unas fajas de terreno a ambos lados de las pistas. Lo que puede tener el efecto

contrario al perseguido, como ya se comentó para el caso de los cortafuegos, al favore-

cer las gramíneas la inflamabilidad justo donde pueden llegar chispas de motores, coli-

llas de cigarrillos tirados por las ventanas de los vehículos, etc. además de suponer otro

atentado a la vegetación.

Este conjunto de actividades comprometen el futuro de nuestros montes, y tam-

bién de las gentes que viven en ellos, pues si el recurso mas importante de que disponen

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de cara al futuro es su paisaje, un bien cada vez mas escaso que la artificilialización de

la vida urbana viene demandando cada vez mas. Este paisaje corre un grave peligro con

actuaciones que lo modifican y perturban. “Mal podremos “vender” la belleza de nues-

tras montañas si la degradamos” (Arnal, C. 1994).

Como hemos intentado explicar hasta aquí, esta mal llamada “selvicultura pre-

ventiva”, no se corresponde con su denominación porque no tienen efectividad preven-

tiva. Para que tuviese el efecto perseguido habría que implantarlas a una escala muy

grande, con un coste monetario prohibitivo y ecológico elevadísimo, al impedirse defi-

nitivamente que la vegetación alcanzase el estatus de bosque maduro. E incluso así no

se podrían evitar los incendios, en esta línea de actuación la única posibilidad de efecti-

vidad sería deshacerse de toda vegetación es decir convertir el territorio en un desierto.

Sin embargo, este tipo de actuaciones, todavía hoy, tienen muchos apoyos. Las

causas de estas posturas hay que buscarlas en (Arnal, C. 1994):

• El nulo valor que se le atribuye a la vegetación arbustiva. Debido sobre todo

a la ignorancia existente sobre las funciones ecológicas que desempeña -el

estrato arbustivo es esencial en la lucha contra la erosión, entre otras- y al va-

lor en sí que comporta como componentes fundamentales de la biodiversi-

dad.

• Se compara la realidad de los incendios forestales “antes” y ahora, sin consi-

derar que en los últimos decenios la vegetación natural a ocupado muchos te-

rrenos que antes se dedicaban al cultivo, y en tiempos anteriores estas áreas

de vegetación natural además de ser mas reducidas estaban muy esquilmadas

no ofreciendo protección para el suelo, situación no deseable.

• No se tienen en cuenta los nuevos factores que están interviniendo como

causas de los incendios, como el aumento de penetración de agentes foráneos

en el monte, y el aumento de prácticas y situaciones de riesgo.

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• Por último -como ya se ha comentado- se ha asistido a un cambio drástico en

los valores del mundo rural.

Pero, sobre todo, no son efectivas porque no actúan sobre las verdaderas causas

de los incendios. Por lo tanto, ninguna de ellas es capaz de evitar que se inicie un fuego.

“Es mas, en ciertas ocasiones dejan la vegetación en tal estado que determinadas ne-

gligencias o accidentes que difícilmente originarían un fuego sobre vegetación verde,

podrían iniciarlo con mas facilidad en un área “limpiada”” (Arnal, C. 1994).

Si como hemos visto anteriormente, mas del 90% de los incendios forestales

tienen causa humana, es sobre estas sobre las que cabe efectuar la política preventiva.

Esto nos hace abrigar esperanzas de poder solucionar en buena medida el problema, lo

que no sería el caso si las causas de los incendios fuesen naturales y por tanto inevita-

bles.

Las inversiones publicas destinadas a la “selvicultura preventiva”, podrían orien-

tarse a la prevención basada en la vigilancia, y a sistemas que garanticen una respuesta

rápida ante la detección del fuego. Descentralizando al máximo la ubicación de las bri-

gadas de extinción, situando los equipos antiincendios incendio, sobre todo en las épo-

cas de mayor afluencia de visitantes, lo mas próximos posible a los lugares de máximo

riesgo potencial de. En cuanto a las labores de limpieza y mantenimiento estas se podrí-

an centrar en las sendas tradicionales, auténticas limpiezas de restos de talas, plantas y

ramas secas, basuras -botellas de vidrio, plásticos, etc.-, que si que favorecen la infla-

mabilidad e incluso pueden ser causa de algún incendio; labor de guía de visitantes y

turistas, control de áreas recreativas, etc..

B) Política preventiva frente a los incendios forestales

El riesgo de incendios depende tanto de factores naturales -climáticos...-, de fac-

tores humanos -frecuentación del paraje, actitudes de la sociedad frente al bosque...- y

de factores derivados de las transformaciones de los ecosistemas ocasionados por la

acción humana -inflamabilidad y combustibilidad del material, distribución espacial...-.

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La gestión forestal tiene un papel importante que realizar ante la mayor parte de estos,

pudiendo contribuir de esta forma a la prevención de los incendios.

Una verdadera política de prevención de incendios forestales debe basarse en

una normativa adecuada, la vigilancia y la disuasión. En primer lugar, se partirá de una

legislación que regule muy restrictivamente el uso del fuego en la montaña y territorios

limítrofes, dicha normativa contendrá medidas penalizadoras que repriman severamente

a sus infractores.

Como complemento de lo anterior se deberán crear una red de infraestructuras y

medidas alternativas para que las personas que necesiten encender fuego puedan hacerlo

en lugares totalmente seguros especialmente diseñados para ello; tanto en lo que se re-

fiere a las actividades tradicionales de la montaña o cultivos limítrofes como en las tu-

rísticas.

En segundo lugar, como medida de tipo preventivo básica situamos la vigilancia.

J. Garriga (1996) clasifica en dos grupos las medidas preventivas:

• Prevención activa, con actuaciones en su mayor parte a corto y medio plazo.

• Prevención pasiva, con mayor peso específico de actuaciones a medio y lar-

go plazo.

Y remarca que en las actuaciones de prevención activa la vigilancia tiene un pa-

pel muy importante.

La vigilancia “se ha de considerar como un conjunto integral de actuaciones con obje-tivos finales de la prevención, es decir, la disminución del número de focos y la detec-ción inmediata en caso de iniciarse el fuego. Los elementos que forman parte de este concepto de vigilancia integral son: Vigilancia informativa Vigilancia disuasiva Vigilancia coercitiva

Vigilancia de servicios especiales Vigilancia de detención de fuegos Se entiende por vigilancia informativa todo el conjunto de actuaciones encaminadas a:

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• Sensibilizar la población en general. • Informar del riesgo de incendio forestal. • Informar del comportamiento en el bosque, antes, durante y después del fuego. • Dar a conocer las disposiciones legales en materia de prevención de incendios fo-

restales. • En momentos de mucho riesgo, saber quien y como está circulando por las zonas

forestales. Estas son las actuaciones dentro del grupo de vigilancia que tienen unos objetivos a mas largo plazo y que implican a toda la sociedad civil. La colaboración de todo el mundo es básica para que los objetivos sean asumidos” (Garriga, J. 1996).

En tercer lugar, atendiendo a aquellos colectivos que no responden o lo hacen de

forma insuficiente ante la vigilancia informativa, se imponen actuaciones de tipo disua-

sivo, mediante la presencia sobre el terreno de personal de la administración uniforma-

do, que además de orientar comportamientos, inspeccione todo tipo de infraestructuras

humanas con peligro potencial de ser focos de incendios. Y cuando algunas personas o

colectivos adopten actitudes de falta de respeto por el bosque como bien de uso público,

o bien actúen con dejadez o negligencia con resultado de peligro para este, se hacen

necesarias actitudes coercitivas.

El sistema de vigilancia y disuasión debe de estar dotado de suficientes efectivos

y con un despliegue sobre el terreno que garantice cubrir todas las áreas de mayor inte-

rés y de mayor conflictividad. Esto implica un número adecuado de efectivos y los me-

jores medios técnicos existentes, en una distribución espacial muy estudiada combinan-

do puntos fijos en lugares con elevada visibilidad y en los principales lugares de acceso

con patrullas móviles, helicópteros, etc.

Por último, cuando el fuego, pese a todas las medidas anteriores preventivas, se

produce, la detección inmediata del foco es primordial para que con una rápida extin-

ción el daño sea el menor posible. Para ello, se hace necesario el despliegue de efectivos

integrando en una única red a los diferentes colectivos y recursos técnicos implicados.

El intervalo de tiempo entre el inicio del fuego, la detección y la primera intervención es

el factor clave para evitar la propagación (Garriga, J. 1996). En función de incrementar

en lo posible esta velocidad de respuesta no hay que escatimar efectivos, que han de

estar convenientemente descentralizados y distribuidos territorialmente, disminuyendo

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lo máximo posible, en las épocas de alto riesgo, la distancia entre los parques de extin-

ción y las superficies en peligro. La dirección debe estar centralizada y los sistemas de

comunicación deben ser eficaces dotando de estos también a la población rural dispersa.

La inclusión de la población rural de la montaña dentro del personal de preven-

ción y lucha contra los incendios forestales es fundamental pues además de ayudar a

recuperar en esta población el interés por el bosque suponiendo este una alternativa la-

boral en un medio donde la oferta de puestos de trabajo siempre es mas escasa, permite

una mayor rapidez en la primera intervención urgente, tanto por su mayor conocimiento

del medio como por su situación próxima a los posibles focos de incendio.

El éxito a largo plazo de la lucha contra los incendios forestales dependerá tam-

bién de las medidas que se establezcan hoy en aspectos como:

a) La educación y formación ambiental. Esta no solo deberá centrarse en las per-

sonas en edad escolar, sino que la formación ambiental se dirigirá también a los diver-

sos sectores sociales, a través de campañas suficientemente dotadas, utilizando diferen-

tes medios según situaciones, ambientes y niveles culturales, diversificando los mensa-

jes y los canales de difusión, pero sobre todo teniendo como objetivo aumentar el nivel

de información del ciudadano sobre las características de nuestro medio, de sus valores

ecológicos, de las alternativas de conservación y aprovechamiento y de las consecuen-

cias de un comportamiento inconsciente.

b) La mejora de las condiciones de vida en las áreas rurales. Esto se puede reali-

zar por medio de políticas de compensación y ayuda a las áreas forestales. Estas deberán

favorecer la conservación del medio manteniendo e incrementando la biomasa y la di-

versidad vegetal forestal, con especial atención a los parajes mas valiosos.

Hay que tener en cuenta que a parte de las funciones ecológicas que realiza el

monte de las que todos nos beneficiamos, en las sociedades modernas la población ur-

bana siente la necesidad de escapar al agobio y al estrés diario a través de la visita al

campo o al bosque, esta utilización recreativa de la zona rural por sujetos ajenos ella

obliga a nuevas cargas no compensadas sobre la población montañesa, máxime si mu-

chas veces se aplican medidas proteccionistas del medio –declaraciones de parques na-

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turales, nacionales, etc.- sin tener en consideración opiniones y formas de vida tradicioal

de los lugareños.

La incorporación de parte de la población rural a puestos de trabajo directamente

relacionados con la protección y conservación de los ecosistemas, y el fomento de acti-

vidades y sectores compatibles con el mantenimiento de los ecosistemas forestales natu-

rales debe ser un instrumento fundamental de la política forestal y del desarrollo de un

Plan Forestal.

c) La recuperación de la vegetación en el sentido de su evolución potencial hacia

poblaciones menos inflamables. Hay que favorecer la evolución natural de la vegetación

en los ecosistemas forestales, esta tiende al predominio de las especies forestales menos

inflamables y con mayor capacidad de recuperación tras los incendios por ser rebrotado-

ras. Solo donde esta regeneración natural no tenga posibilidades por el estado actual de

la zona -falta de plantas o imposibilidad de colonización por semillas, o bien por situa-

ción del suelo- cabe la intervención humana en forma de repoblaciones manuales respe-

tuosas con el suelo y con la vegetación preexistente, primando siempre la protección del

suelo en la selección de especies tanto arbustivas como arbóreas que deberían de ser, a

ser posible, aquellas correspondientes a las etapas maduras de la sucesión.

De todas formas, se ha de ser consciente de la imposibilidad de eliminar comple-

tamente el riesgo de incendio, por lo tanto es primordial mantener los bosques con una

buena capacidad de recuperación natural para después del posible incendio. Lo que

permitiría disminuir los costes de restauración de las zonas quemadas y concentrar los

mayores esfuerzos de prevención y extinción sobre espacios de extensión limitada

(Gràcia, Marc. 1996). En la actualidad, con el nivel de información y conocimientos

botánicos existentes y la capacidad de regeneración de las distintas especies forestales,

esto es perfectamente posible y viable.

También hay que tener presente, la tradición cultural en la que estamos insertos.

El pueblo valenciano, tiene estrechamente arraigada la cultura del fuego. En todas sus

manifestaciones festivas está presente este de diversas formas, desde las Fallas a les

Fogueres, pasando por la Nit de San Antoni y siempre con hogueras, cohetes, cordas,

fuegos artificiales, etc.. Todo ello como manifestación de diversión. Esto supone otro

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motivo mas de peligro para el medio forestal, pues los descuidos y accidentes no son

raros.

C) Desarrollo en áreas de montaña y turismo

Se parte de una situación, como hemos constatado anteriormente, de despobla-

ción y consiguientemente envejecimiento de la población rural de montaña, lo que difi-

culta el mantenimiento del aprovechamiento tradicional de las zonas forestales e incluso

del cultivo de las tierras. Estas prácticas protegían eficazmente al monte de los incen-

dios, pero su recuperación hoy día es imposible dados los cambios socio-económico-

culturales que se han producido desde mediados del siglo XX que han modificando

hábitos y objetivos sociales.

Lo que si se puede intentar es hacer participe a la población autóctona del proce-

so de recuperación de los espacios forestales, con el objetivo de detener el proceso mi-

gratorio e incluso se incentivar el retorno de parte de la población, mejorando en buena

medida sus condiciones socioeconómicas. La política a aplicar debe hacer perfectamen-

te compatibles ambos procesos, estableciendo unas vías de actuación diferentes de las

del pasado. Política basada en las perspectivas de futuro de valores en crecimiento como

los ligados con el medio natural, capaz de acoger actuaciones como el turismo rural, la

agricultura ecológica, los productos con denominación de origen, la promoción de la

artesanía tradicional, etc.

Como ya hemos comentado anteriormente, la disminución o desaparición de los

aprovechamientos forestales tradicionales, ha ido acompañada por el surgimiento con

inusitada fuerza de un uso alternativo del monte, esta vez a partir del empuje de una

demanda foránea procedente principalmente de las ciudades, dando lugar a lo que se ha

llamado turismo rural.

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En el turismo rural “la previsión tendrá que ser primordial y prioritaria, pues en estos momentos la demanda parece anticiparse a las líneas de actuación marcadas, con la multiplicación de los riesgos inherentes a un mayor acceso de visitantes a los bosques. Habría que realizar estudios de capacidad de acogida de los diferentes espacios fores-tales y una adecuada planificación para ordenar este novedoso aprovechamiento del bosque, inseparable de su función social.” (Soriano, J. 1996).

Para dar respuesta adecuada al incremento de presión antrópica, en un medio tan

frágil como es el forestal del País Valenciano, se impone pues una planificación que sea

capaz de compatibilizar la preservación del medio con la satisfacción de la nueva de-

manda turística, atraída por el encuentro con la naturaleza. Pero que genera una serie de

impactos y problemas como: la acumulación de basura en los rincones mas recónditos

del bosque, las escombros abandonados sin control, las acampadas incontroladas, la

perturbación de la vida de la fauna silvestre, el proceso de desgaste sobre la flora y de

erosión sobre el suelo, y sobre todo, el gravísimo peligro de los hogueras y fuegos que

inconscientemente se encienden bien para hacer la comida bien como mero placer.

Una par de amenazas no menos graves que las anteriores se han venido a añadir

en los últimos tiempos sobre el bosque. Por un lado, la extensión de las prácticas de

transporte urbano al espacio forestal, es decir, la penetración del visitante en el bosque

utilizando los mismos medios motorizados que emplea en las zonas asfaltadas, que está

ocasionando estragos en los parques y zonas naturales de España -ruidos, destrozos en

la flora, erosión, etc.-. Y por otro, la popularización de los “deportes de alto riesgo”, y

la utilización de las áreas naturales para su práctica, en realidad en estos casos el riego

mayor casi siempre es para la propia naturaleza, si bien el perjuicio puede no venir por

la propia actividad, sino por todo lo que la rodea.

Esta problemática hace fundamental una labor de concienciación sobre las carac-

terísticas y fragilidad del medio acompañada de un despliegue de medios de vigilancia y

control, donde -volvemos a repetir- los habitantes de las poblaciones del lugar pueden

prestar una colaboración inestimable, además de suponer una alternativa profesional

para los mismos, pues son los que mas conocen el terreno y han sido participes tradicio-

nales de su preservación. No obstante, la tendencia en algunos lugares de alto interés -

ej. la comarca de Els Ports- ha sido, contrariamente a lo aconsejable, hacia una disminu-

ción alarmante de la guardería forestal.

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Le desarrollo de un sector turístico bien planificado y programado podría tener

unos efectos multiplicadores inestimables, contribuyendo a la consolidación de la po-

blación existente garantizando un futuro para las nuevas generaciones. Estos espacios

pueden ofrecer:

• Su riqueza paisajística, con bonitas y agradables vistas sobre un territorio ca-

si siempre accidentado, muchas veces con interesantes atractivos geológicos,

e incluso alcanzando a divisar un mosaico de núcleos de población próximos.

• Una relación estrecha conocimiento-percepción con la elevada diversidad

florística existente.

• Un clima libre de los agobios de calor húmedo típico del litoral en verano. Y

con el atractivo de la nieve en invierno, aunque no en las cantidades suficien-

tes como para ser esquiable.

• Un patrimonio histórico-artístico urbano bastante bien conservado, inserto en

unas poblaciones que muchas veces han sabido conservar sus características

urbanísticas tradicionales y fuerte vigencia de la arquitectura popular.

• A todo esto hay que sumar, una tradición cultural que se manifiesta y que

podemos apreciar en la cocina tradicional, elaborada con productos del lugar;

en la artesanía que aunque de forma marginal todavía se elabora en algunos

pueblos; en el folklore y tradiciones festivas populares; etc..

En cuanto a las posibilidades pedagógico culturales del bosque como recurso, se

podrían estimular:

• Organización de visitas guiadas por el monte para apreciar el amplio patri-

monio histórico-forestal (restos de hornos de cal, de carboneras, de neveras,

etc.) (Soriano, J. 1996).

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• Construcción de miradores y puntos de observación de la naturaleza (Soria-

no, J. 1996).

• Realización de itinerarios de interés formativo y pedagógico (geomorfológi-

co, biogeográfico, etc.) (Soriano, J. 1996).

• Acondicionamiento, señalización de senderos y difusión de rutas a pié con

interés paisajístico.

• Acondicionamiento de caminos y antiguas redes viarias de ferrocarril para su

recorrido en bicicleta o a caballo.

Todo ello con una previa ordenación del territorio a niveles comarcales que re-

gule con rigor los nuevos aprovechamientos de las zonas forestales. A partir de una ca-

talogación de los recursos y de sus características se analizará el potencial existente, su

grado de conservación y las actividades posibles y mas adecuadas para cada espacio

concreto. Delimitando claramente las áreas de especial riesgo y especial protección en

las cuales el acceso y uso deberán ser restringidos. En las zonas mejor comunicadas y

cuya capacidad de absorción de impacto sea mayor, se delimitarán espacios polifuncio-

nales bien dotados, con áreas de picnic, puntos de información al visitante, instalaciones

recreativas e infantiles, etc.

Otras posibles actividades económico-culturales a desarrollar en estos munici-

pios pueden ser:

• Creación de talleres artesanales donde se enseñen una serie de profesiones

que se han ido olvidando con el tiempo y que están enrraizadas en la historia

de los aprovechamientos forestales tradicionales. Dichos productos derivados

del bosque, como perfumes, miel y derivados, licores, conservas de setas y

de frutos del bosque, utensilios de madera, corcho, etc., se podrían vender en

centros de degustación o en los mismos talleres, con marca comarcal garantía

de autenticidad.

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• Creación de puestos de trabajo multidisciplinares, mediante la formación de

auténticos especialistas que puedan ejercer de guías turísticos, educadores,

guardas forestales, etc. Y que tendrían como principal misión ser los agentes

de extensión de la función formativa de los montes, e informar y colaborar

en la difusión pública de las normas básicas de comportamiento en nuestros

delicados ecosistemas mediterráneos (Soriano, J. 1996).

Por otra parte, la política de protección de espacios naturales puede tener efectos

perversos para el ecosistema a proteger, pues si se pretende utilizar para atraer al turis-

mo rural o de la naturaleza, puede llevar al traste, en caso de masificación, con la pre-

tendida protección de nuestras mejores reservas naturales, sin por ello variar notable-

mente el escaso nivel de renta de la población del interior. Y si no se tienen en cuenta

las opiniones e intereses de esta pueden llegar a considerarla como una amenaza en lu-

gar de cómo un privilegio. Para ampliar y consolidar las zonas naturales protegidas hay

que cambiar la mentalidad y la forma de actuar de las autoridades y técnicos, no se pue-

den volver a repetir los errores de los montes de Marina, si se pretende actuar en un es-

pacio no desierto hay que contar con la población que lo habita y lo ha mantenido tradi-

cionalmente.

En la nueva ley de protección de espacios naturales de 27 de marzo de 1989, el

desideratum de colocar al Estado como dueño y protector de todos los montes choca

con la contradicción de intentar atraer el máximo posible de público hacia estos espa-

cios que se vehiculiza por medio de una propaganda masiva que se dirige a la población

de las ciudades, precisamente los que más degradan el medio natural. Así puede llegarse

al extremo de que la declaración de una zona como parque o espacio natural protegido

sea el paso mas rápido hacia su desaparición. Es mucho mas fácil declarar una zona

como protegida, y publicitarla ante la opinión ciudadana sin prever que consecuencias

puede tener para dicho espacio la masiva afluencia de público, que poner medios reales

y eficaces de conservación (De la Cruz, E. 1994).

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ALGUNOS APUNTES SOBRE LA RESTAURACIÓN DEL BOSQUE MEDITERRÁNEO

Dentro de su marco geográfico y climático característico, nuestro territorio es un

conjunto de distintas situaciones ecológicas, resultado tanto de las diferencias en el me-

dio geo-biológico-climático como de las perturbaciones ocasionadas a lo largo de la

historia por la civilización que han modificado usos del suelo, comunidades vegetales,

etc. Esto convierte en irracional toda posible pretensión de aplicar extensivamente una

única solución forestal a todo el ámbito valenciano. Situaciones heterogéneas requieren

medidas distintas. No existen recetas únicas, en ecología no se repiten las situaciones,

por lo que las condiciones locales son determinantes y se deben de tener presentes. Sin

embargo, es posible establecer algunos criterios orientadores. El punto de partida a la

hora de decidir sobre los medios a aplicar debe de basarse en las características del eco-

sistema sobre el que se pretende actuar, así se deberá de considerar la siguiente infor-

mación (Arnal, C. 1994):

• La vegetación potencial del área.

• La vegetación actual.

• La capacidad de recuperación y evolución de esta vegetació.

• Las características físicas de la zona:

- Climáticas, incluyendo las variaciones microclimáticas de escasa amplitud.

- Substrato, en los aspectos de altitud, pendiente, orientación, tipos de suelo,

etc.

• La historia de gestión del lugar. El tipo de aprovechamiento tradicional y ac-

tual.

• Los tipos de impacto sufridos.

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• El nivel actual y el riesgo futuro de erosión.

Como el problema mas grave a solucionar tras un incendio forestal es el riesgo

de erosión, al ser esta irreversible, las principales medidas de selvicultura a aplicar de-

berán dirigirse a amortiguar en lo posible dicho riesgo. Se tratará de conseguir una co-

bertura y protección del suelo lo mas rápida y eficaz posible, para ello es fundamental la

velocidad de recuperación después del incendio, que vendrá condicionada por: la orga-

nización vegetal existente, el nivel de destrucción de esta y las condiciones climáticas

posteriores al incendio (Gracia, C. y Sabaté, S. 1996).

La primera polémica que se plantea en estas es si es conveniente la intervención

humana ayudando a los procesos vegetales o si es preferible la “no interferencia”, es

decir, dejar al monte que se recupere por si solo desplegando la potencialidad reproduc-

tora o germinadora de la vegetación preexistente. Esta disyuntiva es un tanto falsa,

puesto que aunque nos sintiéramos atraídos por la segunda alternativa, se hacen ineludi-

bles una serie de medidas protectoras -impedir: que entre el ganado, que se remueva el

suelo, etc.- que ya suponen un tipo determinado de intervención. Por lo tanto, y acep-

tando que esta es inevitable, se trataría de decidir el tipo y el grado de actuación a des-

arrollar a partir de las circunstancias particulares de cada caso

“La estrategia de la restauración se basa en imitar la naturaleza, lo que requiere la comprensión de los parámetros críticos que gobiernan el sistema. ... En el caso de los sistemas degradados por los incendios se trataría de imitar la sucesión secundaria, acelerando las pautas temporales.

.... La estrategia de la restauración para sistemas degradados habría de basarse en la comprensión de los factores limitadores que intervienen en la sucesión secundaria (en el espacio y en el tiempo) y en el desarrollo de tratamientos que superen estas limita-ciones.

En general, la técnica restauradora consiste en introducir algún ingrediente clave y después dejar que la naturaleza siga su curso, normalmente con el propósito de acele-rar la sucesión” (Vallejo, R., Escarré, A. y Bellot, J. 1996).

La lucha contra la erosión se efectúa con mayor éxito donde dominan las plantas

rebrotadoras que donde dominan las germinadoras, pues la recuperación de la cubierta

vegetal en el primer año es mucho mas rápida en el primer caso. Por lo que sería una

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buena política de prevención potenciar dichas especies sobre todo donde el riesgo de

incendios es elevado; además, esto tiene ventajas económicas pues es menor el riesgo de

perder la inversión realizada si se produce un incendio.

El Plan de Reforestación de la Comunidad Valenciana 1994-1999 ya reconoce

estas características fundamentales de las especies a la hora de la regeneración del bos-

que tras un incendio: “En relación con la conservación del monte quemado, es muy im-

portante su composición florística de antes del incendio. En montes donde la vegetación

predominante estaba constituida por plantas rebrotadoras, su respuesta, incluso en

pleno verano, es prácticamente inmediata al cabo de tres semanas de extinguido el in-

cendio ya se ven rebrotes ... La germinación de semillas requiere unas condiciones de

humedad y temperaturas adecuadas en la superficie del suelo, factores ambos bastante

irregulares.“. A la vez que asume la importancia de la lucha contra la erosión como

principal objetivo de la silvicultura tras los incendios forestales.

Por lo tanto, y a partir de la situación florística existente antes del incendio se

aconsejará una actitud menos intervencionista, de protección -prohibición de cambios

de usos, prohibición de entrada del ganado, restricciones a las visitas, etc.- pero no inje-

rencia directa; o de ayuda a la regeneración, bien para acelerarla o bien para enriquecer-

la, en caso de que la vegetación preexistente en su mayoría fuera de germinadoras o

fuese muy joven como para ser capaz de recuperar la línea de sucesión por sí misma.

A que tener en cuenta que la proporción entre la parte aérea y la parte subterrá-

nea de la biomasa de un bosque es variable dependiendo entre otras cosas del agua y los

nutrientes, cuanto menor disponibilidad haya de ellos mayor será la proporción de bio-

masa subterránea. Y por lo tanto, mas facilidad tendrá la vegetación de regenerarse por

rebrote tras el fuego, pues, el suelo es muy mal conductor del calor, lo que asegura la

protección de dicha biomasa. Esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de ejercer inicia-

tivas de regeneración postincendio, que pueden ser perjudiciales si llevan consigo alte-

raciones en el suelo. Si se pretende acelerar el proceso de regeneración de la comunidad

vegetal, habrá que trasladar la intervención hasta varios años después del fuego (Gracia,

C. y Sabaté, S. 1996).

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Las técnicas que se han utilizado tradicionalmente para repoblar son muy agresi-

vas con el suelo y con la vegetación preexistente, además de suponer un grave atentado

para el paisaje, pues tanto el aterrazamiento28 como cualquier otra medida que emplee

maquinaria pesada para realizar los trabajos, remueven grandes cantidades de tierra en

una situación extremadamente frágil para el sustrato, arrancando además raíces y plan-

tas que podrían rebrotar y que serían la mejor y mas rápida protección para el suelo. Se

podría afirmar que el ecosistema forestal mediterráneo y la maquinaria pesada son prác-

ticamente incompatibles, aconsejándose que los trabajos forestales se realicen a mano o

con herramienta ligera y por personal con conocimientos del medio que sepan que tipo

de plantas están trabajando. Para ello la población del lugar previamente formada me-

diante cursos de capacitación sería lo mas indicado.

En cuanto a las especies a utilizar, en bosques donde la finalidad principal de los

mismos sea la conservación de sus funciones ecológicas y medioambientales, no es re-

comendable una vegetación como la que predomina en nuestros montes, pues las coní-

feras y en especial el pino blanco son ricos en esencias volátiles y resinas con alto valor

calorífico y muy inflamables. Y, la cubierta que ofrecen los pinos es mucho menor que

la que forman las frondosas, por lo que posibilitan la formación de sotobosques heliófi-

los xerofíticos29 fácilmente combustibles. En cambio el bosque de frondosas mantiene

unas condiciones de humedad mayores que en los pinares, mucha menor radiación solar,

y mayor protección del suelo frente al impacto de la lluvia. En las etapas jóvenes del

bosque de frondosas cabe la silvicultura preventiva de aclarado y poda de las ramas ba-

jas para disminuir el riego de incendio y aumentar el tamaño de los troncos. La menor

luminosidad del bosque de frondosas limita el crecimiento y la espesura del sotobosque

autorregulándose. Esta capacidad autorreguladora del sotobosque no la tienen los bos-

ques de pinos acumulándose un nivel muy alto de combustible altamente inflamable,

que muchas veces es “limpiado” por medios mecánicos, provocándose un daño ecológi-

co importante al nivel de biodiversidad tanto de la flora como de la fauna del ecosiste-

28 Una técnica demasiado comunmente utilizada por nuestros forestales a la hora de repoblar ha sido el aterrazamiento. Este provoca un fuerte impacto paisajístico, pero mucho mas grave es el efecto erosivo que propicia y el empobrecimiento del suelo, pues, “produce la desorganización del perfil edáfico y la remoción lateral de la tierra, que puede hacer aflorar el subsuelo, y a menudo el regolito o la roca mas o menos blanda, con muy pobre fertilidad fisico-química y biológica” (Vallejo, R., Escarré, A. y Bellot, J. 1996). 29 Plantas que necesitan mucha luz y que soportan mejor la sequía.

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ma. Una medida alternativa sería la extracción selectiva del combustible seco o de espe-

cies pirofíticas abundantes.

Una medida recomendable sería la introducción de frondosas dentro de los bos-

ques de pinos, sobre todo a lo largo de las vías de circulación y en las zonas más llanas

o valles donde el ambiente suele ser mas propicio para ellas. Es importante también la

modificación progresiva del sotobosque, bien mediante la extracción selectiva de espe-

cies pirofíticas, bien mediante la introducción de individuos de especies rebrotadoras en

declive en dicho paraje.

“Cada día está mas claro que el seguimiento de los efectos de los tratamientos

postincendio es importantísimo. El efecto de ciertas intervenciones puede implicar una

perturbación en el sistema muchas veces superior al mismo incendio forestal, sobretodo

si se trata de aquellas que comportarán o favorecerán cambios de usos. Cabe, pues,

potenciar una línea de búsqueda pluridisciplinaria que valore el acierto y la oportuni-

dad de los diferentes tratamientos” (Arrizabalaga, A y Llimona, F. 1996). Un ejemplo

de esto lo encontramos en la dificultad de decidir que hacer con la madera quemada tras

un incendio. Por un lado, los restos del incendio afean el paisaje, la madera quemada

puede provocar el desarrollo de una plaga de insectos fitófagos y además la madera

quemada no pierde todo su valor sino que puede ser aprovechada por la industria made-

rera; pero, la extracción de la madera quemada tras el incendio supone un peligro real

que muchas veces no se tiene en cuenta, esta práctica supone la entrada de personal,

maquinaria y vehículos en una situación crítica para el suelo del bosque, pues esta ha

perdido todo tipo de protección, y el trabajo de corta o arranque y arrastre de troncos

ayudará a destruir la estructura del suelo facilitando su pérdida. Para que el daño sea el

menor posible se deberá posponer dicha extracción hasta que haya una cubierta vegetal

protectora, para lo cual cabrá esperar como mínimo un año. Por otro lado, la regenera-

ción de las aves y con ello el traslado de semillas desde los espacios colindantes se ve-

rán favorecidas si se dejan algunos troncos que sirvan de percha o madriguera.

Un buen indicador del estado de recuperación de un ecosistema será la fauna

existente en él. Pues, la recuperación de la fauna viene ligada al proceso de recuperación

que sigue la vegetación. Algunas de las acciones que se suelen repetir tras un incendio

forestal como la extracción de los árboles muertos causan un gran impacto a la fauna,

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sobre todo a las aves. Otras actividades forestales como la apertura de pistas forestales

que facilitan la penetración humana en áreas poco frecuentadas puede perturbar a la

fauna mas sensible, además de provocar problemas de erosión. Una recomendación para

proteger la fauna sería establecer la moratoria de caza en las áreas afectadas por el fuego

y en las manchas forestales inferiores a 25 ha. que hayan quedado intactas al lado de las

superficies quemadas y que pueden actuar de refugio y punto de recolonización y rege-

neración faunística en la superficie afectada por el incendio (Arrizabalaga, A y Llimona,

F. 1996).

CONCLUSIONES

a) Existe una gran diferencia entre la realidad forestal actual en el País Valen-

ciano y la que potencialmente según el clima le correspondería existir. Esta

diferencia es un reflejo de la alteración de los ecosistemas ocasionados por la

actuación humana, que ha reducido la vegetación potencial a áreas margina-

les, generándole además una drástica degradación.

b) Como característica mas relevante en cuanto a la composición florística de

nuestro ecosistema forestal tenemos la sustitución mayoritaria de los bosques

con dominancia de frondosas y especies rebrotadoras por grandes pinadas

sobretodo de pinus halepensis.

c) Labores tradicionales como la ganadería, la agricultura o la extracción de

madera y leñas han sido las causas tradicionales del retroceso en el espacio

ocupado por los bosques. La ganadería concretamente ha tenido un impor-

tante papel en la selección de especies y en la dominancia de las actuales. En

las últimas décadas hay que añadir la influencia ejercida por la política fores-

tal aplicada prácticamente desde principios de siglo y el efecto de los incen-

dios forestales.

d) Los intentos por parte de la economía tradicional de integrar dentro de sus

cálculos los recursos naturales y entre ellos los forestales chocan con una

realidad compleja y multifuncional que suponen los ecosistemas. Además,

los métodos de valoración que se emplean normalmente tienen una gran can-

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tidad de problemas técnicos que no se pueden abstraer. Por lo que las deci-

siones en este campo necesariamente tendrán que tener un punto de partida

etico-político y por lo tanto dependerán básicamente del nivel de conciencia

y compromiso existente frente a cada problema.

e) El bosque cumple una serie de funciones biológicas, ambientales, socioeco-

nómicas y paisajísticas, multifuncionalidad que el mercado es incapaz de in-

ternalizar, y que no aparecen en las cuentas nacionales ni en las estadísticas

de calidad de vida. Por lo que la atención de los profesionales de la econo-

mía sobre el es prácticamente nulo.

f) Esta complejidad de funciones explica que exista una contradicción entre el

interés del propietario forestal y el interés del conjunto de la sociedad, pues,

de todos los beneficios u outputs generados por el bosque tan solo los de ren-

ta directa, los de uso cinegético, y en ocasiones los de uso recreativo, reper-

cuten directamente a sus propietarios sean estos particulares o comunales.

g) El fuego es el factor que más rápida y fuertemente puede modificar el medio

ambiente, rompe de forma brusca el proceso de sucesión en el ecosistema,

llevándole a etapas anteriores en la sucesión en un proceso de fuerte rejuve-

necimiento con una radical pérdida de biomasa. En la actualidad, los incen-

dios forestales son el principal azote de nuestra superficie forestal, y el riesgo

mas grave que originan -dado lo accidentado del terreno y nuestro régimen

de lluvias- es la erosión hídrica del suelo Mas de la mitad del suelo valen-

ciano sufre niveles importantes de erosión.

h) Si bien todas las especies vegetales arden, no todas las formaciones respon-

den por igual al fuego, las coníferas -sobre todo el pinus halepensis- tienen

un coeficiente de inflamabilidad mucho mayor que las frondosas. Ciertos

productos orgánicos (aceites, ceras, resinas, etc.) como los que tienen los pi-

nos y algunas plantas arbustivas típicas del Mediterráneo, aceleran la com-

bustión al provocar llamas de mayor envergadura y, aumentan la emisión de

calor durante la combustión. Los pinos acumulan mas energía en las copas -

hojas y ramas- que las encinas que lo hacen en mayor cantidad en el tronco,

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lo que provoca que los pinares tengan un riesgo de propagación de los incen-

dios mayor.

i) Pero donde las diferencias de inflamabilidad son mayores no es entre las dis-

tintas especies de árboles propiamente dichos, sino entre unas formaciones

vegetales y otras. Estando la diferencia sobre todo en el sotobosque y la ma-

teria orgánica existente a nivel de suelo.

j) Si bien la flora mediterránea entre sus propiedades tiene la de poder recupe-

rarse después de un incendio -autosucesión-. La situación post-incendio, la

recuperación de la vegetación y de las funciones principales que esta cumple

dependerán del estado de las formaciones vegetales y del tipo de especie

dominantes con anterioridad al mismo.

k) El hecho de que algunos científicos consideren que muchas características de

la flora mediterránea son el resultado de una evolución influenciada por el

fuego, dando como resultado una resistencia o una capacidad de regenera-

ción grandes y particulares tras los incendios, ha generado una visión excesi-

vamente optimista sobre los incendios. El fuego ha sido un factor muy im-

portante en la determinación de la composición de las especies mediterráneas

actuales, pero, los incendios forestales por causas naturales son realmente es-

casos y su influencia en la sucesión, por lo tanto, relativa. Otros factores co-

mo: a) la necesidad de superar las dificultades de nuestro clima -coincidencia

en verano de largas sequías y elevada radiación solar y en el invierno otra

temporada seca con temperaturas frías (en el interior)-, y b) la ancestral acti-

vidad ganadera, cuyos animales eligen prioritariamente para su alimentación

la vegetación mas húmeda y tierna; han influido de forma más decisiva en la

especialización de la vegetación natural.

l) A partir de los datos disponibles, no queda comprobada una frecuencia supe-

rior de incendios forestales por causas naturales en el ámbito mediterráneo

que en otros de tipo templado. La diferencia de la situación actual con la de

la evolución natural -sin influencia humana- del ecosistema estriba en la fre-

cuencia y tamaño de los incendios. Justificar la existencia de incendios como

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factor natural del ecosistema, con una frecuencia tan elevada como la que

ocurre en la actualidad, es una postura muy peligrosa.

m) El principal factor ecológico relacionado con los incendios forestales es el

hombre, mas del 90% de los incendios que afectan a los montes valencianos,

voluntaria o involuntariamente, tienen origen humano. Entre la persecución

de intereses y las negligencias acaparan la mayor parte de las causas de los

incendios forestales. Sería necesaria una labor mas intensa por parte de la

Administración en la investigación de las causas dado el escaso nivel infor-

mativo existente sobre las mismas.

n) Los incendios nunca se dan fuera de un contexto, la situación social, econó-

mica y jurídica influye decisivamente en ellos. Ante esto sol se han hecho es-

fuerzos en mejorar los medios de extinción y a nivel penal -este último se ha

demostrado muy difícil de aplicar, prácticamente todos los incendios inten-

cionados quedan impunes- y no investigando y resolviendo los problemas de

fondo que en buena parte tienen su origen en la injusticia distributiva.

o) Variables como la distribución y composición de las comunidades vegetales,

la acumulación de biomasa vegetal, la humedad de esta, las posibles fuentes

de ignición y la gestión forestal, son las que determinan la frecuencia e inten-

sidad de los incendios. En todas ellas el hombre ha ejercido y ejerce su in-

fluencia perturbadora. La acción humana directa que provoca la inmensa

mayoría de las igniciones es difícil prever como evolucionará, todo depende

del grado de conciencia y civismo en el comportamiento que se alcance, pero

cabe pensar que a mayor nivel de población mayor riesgo potencial para el

medio natural.

p) Mientras la sociedad reacciona alarmada ante la situación actual del bosque

fruto de la repetición de incendios forestales. Los economistas, los políticos,

las autoridades siguen valorando los daños medioambientales limitando estos

al valor de mercado que se obtendría de vender lo que se ha destruido -

básicamente madera-, que tan solo supone una mínima parte de lo que real-

mente se pierde en un incendio.

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q) Tan poco es válida una perspectiva naturalista que olvide la dimensión so-

cial. El fuego es un factor ecológico que depende de una decisión sociológi-

ca, es por esto que ha de ser considerado en términos socioecológicos, y es-

tudiado desde una perspectiva transdisciplinar. En decir, si bien los incendios

son un fenómeno natural y que ha existido siempre, la frecuencia e intensi-

dad con que se dan en la actualidad es un fenómeno eminentemente social,

por lo que el análisis a de ser fundamentalmente sociológico y la búsqueda

de soluciones debe de hacerse desde la óptica cultural y económica, es decir

política.

r) El distanciamiento entre población y montes no es nuevo de la segunda mi-

tad del siglo XX, sino que tiene sus inicios en la ruptura del régimen tradi-

cional de montes, provocada en primer lugar por el régimen de Marina que

afectó a dos tercios de la superficie de montes, y en segundo por la desamor-

tización que ataca al régimen de propiedad, entre ambos rompieron los vín-

culos entre los pueblos y sus montes.

s) La historia nos enseña que dicho distanciamiento va a repercutir, en una re-

sistencia hacia la normativa estatal en la materia, y a una reacción pendular

de desorden y anarquía que tendrá al bosque como víctima principal, cuando

se relaja el control del Estado, ante la inexistencia de normas que ordenen su

explotación.

t) Los ingenieros de montes han actuado tradicionalmente haciendo abstracción

del ámbito social que circunscribe el objeto de su actividad, lo que ha gene-

rado relaciones de tirantez e incluso hostilidad con los montañeses. Han me-

nospreciado las aportaciones que pudieran realizar los técnicos o científicos

desde otras disciplinas, en un ámbito que exige un enfoque pluridisciplinar.

Aunque en sus orígenes fueron casi la única voz que defendió los montes

frente a la plaga desamortizadora.

u) La política forestal del siglo XX se va a caracterizar por el intento de recupe-

rar el Estado parte del patrimonio forestal y por el impulso a la reforestación.

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Este último con dos objetivos la protección de las cuencas hidrográficas -

temor a las inundaciones- y el aumento de la producción de madera. Estos

dos enfoques: conservador y productivista del monte van a confluir mediante

el pino, las coníferas -en el País Valenciano el pinus halepensis- se van a

convertir en el instrumento capaz de superar dicha contradicción. Serán,

prácticamente, la única especie empleada en las repoblaciones.

v) La política forestal de la época franquista tuvo un carácter coercitivo, centra-

lizado e ilusorio -se pretendía el autoabastecimiento del mercado nacional-.

Fue una política forestal productivista, ante la realidad del déficit nacional,

había que aumentar la producción maderera, impulsando una selvicultura

más intensiva, que tuvo como referencia la masiva repoblación con pinos -en

la parte noroccidental con eucaliptos- . En el presente siglo y hasta los años

90 se habían repoblado en España 2,5 millones de hectáreas.

w) Las técnicas empleadas fueron, siempre que la pendiente lo permitía, y de

forma progresiva a partir de los 50, la introducción de maquinaria especiali-

zada para la formación de terrazas, preparación de banquetas y subsolados.

Estas técnicas, extraordinariamente agresivas con el medio, han ocasionado

graves problemas de erosión y, en muchos casos, han afectado negativamen-

te la capacidad de sucesión del bosque hacia la vegetación climácica. Esta

política repobladora no contó con la voluntad de los vecinos, con los cuales

hubo en ocasiones enfrentamientos de intereses a causa de la ocupación de

montes tradicionalmente aprovechados.

x) Mientras la dictadura mantenía el temor de la represión se mantuvo oculto y

latente el resentimiento, pero el devenir de la democracia hizo surgir dicha

situación de forma dramática para el monte, los incendios se multiplicaron.

Debemos aprender de la historia para no caer en los errores de los últimos si-

glos olvidando que la historia también y sobre todo la deben hacer los que la

padecen.

y) Los aprovechamientos tradicionales del monte disminuían la biomasa exis-

tente y por lo tanto el índice de combustibilidad. No obstante estos aprove-

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chamientos también esquilmaban el monte, la pérdida de la mayor parte de

los carrascales que quedaban en el País Valenciano a principios de siglo se

debió al carboneo sobre todo en la postguerra. Hoy, en nuestros montes, los

aprovechamientos energéticos casi han desaparecido, la madera tiene unos

precios que no compensan su venta. La madera de corte prácticamente se

trae toda bien de otras partes de la península o bien importada.

z) En los últimos decenios la rentabilidad económica de las explotaciones fores-

tales ha disminuido considerablemente, sobre todo en las zonas mas áridas.

Hoy en el País Valenciano, es generalmente admitido que la función protec-

tora y medioambiental ha pasado a ocupar el papel principal en cuanto a ser-

vicios prestados por el bosque siendo considerablemente mas valiosa que la

de suministrar de bienes comercializables. Lo cual debe permitir una reorien-

tación de la silvicultura hacia especies mas acordes con esta función, menos

inflamables y mas resistentes frente a los incendios.

aa) Pero esta función protectora comporta a menudo limitaciones, recogidas en

normas específicas, al aprovechamiento de este recurso por sus propietarios

bien sean estos particulares o municipales. E aquí pues, que estos sufren una

limitación de aprovechamientos sin compensación. Y, aun en el caso de que

se consiga concienciar a la población rural de la importancia de la conserva-

ción en las mejores condiciones posibles del bosque, todavía quedará la cues-

tión de la justicia distributiva. Pues caerá sobre las espaldas de esta pequeña

parte de la población el sacrificio de satisfacer unas necesidades generales.

Precisamente esta cuestión es la que todavía no se ha tenido en cuenta nunca.

bb) Durante los 50 y 60 se produce un proceso de abandono de los pueblos del

interior en el País Valenciano, algunas comarcas pierden mas del 50% de su

polación. Esto supone una menor presión antrópica sobre un medio comple-

tamente modificado por el hombre debido a los tradicionales aprovechamien-

tos que hacía de él, que ha permitido a la vegetación natural arbustiva y arbó-

rea de pinos ocupar tierras antaño cultivadas o utilizadas para pastos, ofre-

ciendo una nueva continuidad paisajística.

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cc) El abandono de las prácticas tradicionales de la población rural incrementa

notablemente la inflamabilidad del bosque al aumentar la biomasa y desapa-

recer las discontinuidades, y la nueva función del bosque como lugar de ocio

y expansión por la población humana desconocedora de dicho ámbito tiene

un riesgo potencial de ocasionar incendios muy elevado.

dd) En la medida que la tierra pierde el valor tradicional como fuente de recursos

imprescindibles para la vida rural, los municipios van a poner menos interés

en la defensa de sus terrenos y en la buena conservación de los mismos, in-

crementándose la propensión a su venta o a su urbanización. La especula-

ción ha superado el ámbito urbano introduciéndose también en el rural susti-

tuyendo a los métodos tradicionales de explotación.

ee) La mejor forma de proteger nuestros bosques es conseguir su revalorización.

En el País Valenciano esta, debido al escaso valor de mercado que obtienen

sus productos, debe fundamentarse en una asimilación por parte de la socie-

dad de los servicios medioambientales que genera el bosque y de los que

aquella es deudora. No obstante hay que hacer un esfuerzo por encontrar

nuevas posibilidades económicas en la relación sociedad rural-bosque sin

que estas perjudiquen la evolución de estos ecosistemas.

ff) La permanencia en buen estado de un territorio forestal como el actual pro-

fundamente antropizado necesita en la actualidad de la colaboración de la

población que queda en las áreas de montaña. Esta población debe ser com-

pensada por una política redistributiva a favor de estas zonas deprimidas que

dignifique y mejore sus condiciones de vida, política que podría estar ligada

a la conservación y buena gestión de dichos espacios naturales.

gg) Todos los medios disponibles y los que se puedan disponer en el futuro para

la rápida detección y apagado del fuego forestal, no pueden conseguir la

disminución del número de incendios que va incrementándose cada año sin

cesar. A la mejora científica y técnica hay que añadir el trabajo en el campo

social al cual se le dedica un esfuerzo minúsculo. Aquí gran parte de respon-

sabilidad recae sobre los políticos que, en materia medioambiental, a la falta

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de conciencia unen la falta de confianza en la respuesta ciudadana y todo ello

conduce a una falta de iniciativa política.

hh) Hay que admitir que la gestión de la lucha contra el fuego implica la gestión

del territorio, en especial del espacio forestal; e implica también trabajar en

la educación y concienciación de la población en los valores reales del bos-

que y en su importancia para el desarrollo de la actividad humana.

ii) Es necesario ser conscientes que frente a los incendios forestales no existen

soluciones mágicas o espectaculares capaces de sustituir a una política bien

diseñada, estrechamente relacionada con las características tanto del ecosis-

tema como del sistema social inserto en él, y capaz de desplegar un gran con-

junto de actuaciones diversas en el espacio y tiempo.

jj) La Política Forestal debe de racionalizar o abandonar la mal llamada “selvi-

cultura preventiva”. Esta parte de una concepción del bosque distinta de la

que intentamos defender aquí. Para sus impulsores y ejecutores el bosque no

es mucho mas que un conjunto de arboles. Nosotros consideramos que el

bosque como ecosistema lo forman el conjunto de sus componentes, el esta-

do de conservación del bosque dependerá del estado de todos estos, que le

confieren una complejidad generadora de unas características que hacen que

el bosque sea otra cosa distinta y mas importante que la suma de sus elemen-

tos. Por lo tanto instrumentos como la “limpieza”, los “cortafuegos” o las

pistas forestales, utilizados profusamente por nuestros técnicos forestales y

realizados la mayor parte de las veces con máquinas, son caros de realizar y

de mantener efectivos, llevan -contrariamente a lo que se persigue- a aumen-

tar la inflamabilidad del bosque y aumentan la desprotección del suelo y por

lo tanto el riesgo de erosión.

kk) Este conjunto de actividades -“sevicultura preventiva”- comprometen el fu-

turo de nuestros montes, y también de las gentes que viven en ellos, pues si

el recurso mas importante de que disponen de cara al futuro es su paisaje, un

bien cada vez mas escaso que la artificilialización de la vida urbana viene

demandando cada vez mas. Este paisaje corre un grave peligro con actuacio-

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nes que lo modifican y perturban. Y, su efectividad es prácticamente nula al

no actúan sobre las verdaderas causas de los incendios. Por lo tanto, ninguna

de ellas es capaz de evitar que se inicie un fuego.

ll) Si como hemos visto anteriormente, mas del 90% de los incendios forestales

tienen causa humana, es sobre estas sobre las que cabe efectuar la política

preventiva. Esto nos hace abrigar esperanzas de poder solucionar en buena

medida el problema, lo que no sería el caso si las causas de los incendios

fuesen naturales y por tanto inevitables.

mm) La política preventiva respecto a los incendios forestales debe de basarse

en: una normativa adecuada, la vigilancia y la disuasión. El éxito a largo pla-

zo de la lucha contra los incendios forestales dependerá también de las medi-

das que se establezcan hoy en aspectos como: la educación y formación am-

biental, la mejora de las condiciones de vida en las áreas rurales y la recupe-

ración de la vegetación en el sentido de su evolución potencial hacia pobla-

ciones menos inflamables. Se ha de ser consciente de la imposibilidad de

eliminar completamente el riesgo de incendio, por lo que es primordial man-

tener los bosques con una buena capacidad de recuperación natural.

nn) Es fundamental la incorporación de la población rural a puestos de trabajo

directamente relacionados con la protección y conservación de los ecosiste-

mas dentro del personal de prevención y lucha contra los incendios foresta-

les. Así como, dentro de la política forestal y del necesario Plan Forestal, el

fomento de actividades y sectores compatibles con el mantenimiento de los

ecosistemas forestales naturales.

oo) El desarrollo de un sector turístico bien planificado y programado podría te-

ner unos efectos multiplicadores inestimables, contribuyendo a la consolida-

ción de la población existente garantizando un futuro para las nuevas genera-

ciones.

pp) Para la promoción de las áreas rurales, es necesaria una previa ordenación

del territorio a niveles comarcales que regule con rigor los nuevos aprove-

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chamientos de las zonas forestales. A partir de una catalogación de los recur-

sos y de sus características se analizará el potencial existente, su grado de

conservación y las actividades posibles y mas adecuadas para cada espacio

concreto.

qq) La política de protección de espacios naturales puede tener efectos perversos

para el ecosistema a proteger, pues si se pretende utilizar para atraer al turis-

mo rural o de la naturaleza, puede llevar al traste, en caso de masificación,

con la pretendida protección de nuestras mejores reservas naturales, sin por

ello variar notablemente el escaso nivel de renta de la población del interior.

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El origen social de los incendios forestales Página 125

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• TERRADAS, JAUME (1996): Introducció als ecosistemes mediterranis clima i condiciones de vida. En ECOLOGIA DEL FOC libro coordinado por Jaume Te-rradas. Ed. Proa. Barcelona.

• TERRADAS, JAUME (1996): Mesures específiques de gestió per a la prevenció

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• TERRADAS, JAUME Y PIÑOL, JOSEP (1996): Els grans incendis: condicions

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