El nuevo topo

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Emir Sader El nuevo topo . - 1a ed. - Buenos Aires : Siglo Veintiuno Editores, 2009. ??? p. ; 21x14 cm. - (Sociología y política) ISBN 978-987-629-???-? 1. Historia Argentina. CDD ???? © 2009, Siglo Veintiuno Editores S. A. Diseño de colección: tholön kunst Diseño de cubierta: Peter Tjebbes isbn 978-987-629-???-? Impreso en Artes Gráficas Delsur / / Alte. Solier 2450, Avellaneda, en el mes de ??? de 2009 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina // Made in Argentina

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Texto de Emir Sader a cincuenta años de la revolución cubana en el que reflexiona sobre el neoliberalismo y el papel de la izquierda en América Latina

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Emir SaderEl nuevo topo . - 1a ed. - Buenos Aires : Siglo Veintiuno Editores,2009.??? p. ; 21x14 cm. - (Sociología y política)

ISBN 978-987-629-???-?

1. Historia Argentina.

CDD ????

© 2009, Siglo Veintiuno Editores S. A.

Diseño de colección: tholön kunst

Diseño de cubierta: Peter Tjebbes

isbn 978-987-629-???-?

Impreso en Artes Gráficas Delsur / / Alte. Solier 2450, Avellaneda,en el mes de ??? de 2009

Hecho el depósito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina // Made in Argentina

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Presentación 00

1. El nuevo topo 00El topo latinoamericano 00Los ciclos latinoamericanos del topo 00Los ciclos de lucha 00Los ciclos neoliberales 00El posneoliberalismo en América Latina 00

2. La crisis hegemónica en América Latina 00El modelo desarrollista 00La hegemonía neoliberal 00La crisis hegemónica 00

3. El enigma Lula 00Críticas de derecha y de izquierda al gobiernode Lula 00

La izquierda brasileña antes de Lula 00El surgimiento del PT y de Lula en el escenariopolítico 00

El enigma: el Lula que realmente existe 00

4. El desafío teórico de la izquierda latinoamericana 00La orfandad de la estrategia 00Reforma y/o revolución 00Las tres estrategias de la izquierda latinoamericana 00

Índice

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Cuaderno de imágenes 00

4. El futuro de América Latina 00Etapas de la lucha antineoliberal 00¿Para una América Latina posneoliberal? 00

Índice de los principales nombres y siglas citados 00Crédito de las imágenes 00Sobre el autor 00

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Los caminos

Los caminos,los caminos no se hicieron soloscuando el hombre,cuando el hombre dejó de arrastrarse.

los caminos,los caminos fueron a encontrarsecuando el hombre, cuando el hombre,ya no estuvo solo.

los caminos,los caminos que encontramos hechosson desechos,son desechos de viejos vecinos.

no crucemos, no crucemospor esos caminosporque sólo, porque sóloson caminos muertos.

PABLO MILANÉS

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Soñar es necesario, pero con la condiciónDe creer seriamente en nuestro sueño,De examinar con atención la vida real,De confrontar nuestras observaciones con nuestro

sueño, de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.

VLADIMIR LENIN

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medio siglo

Esta publicación coincide con los cincuenta años de laRevolución Cubana y también con mis cincuenta años de militan-cia política. Mi militancia comenzó con la divulgación de unperiódico que anunciaba un acontecimiento histórico, más tardemundialmente conocido como la Revolución Cubana.

Esa revolución y el proceso histórico que la sucedió marcaronde tal modo este último medio siglo que una parte importante dela vida de diversas generaciones ya no podrá comprenderse sinellos. Asimismo, la Guerra Fría se encargó de multiplicar el efectode la revolución cuando transformó a Cuba, junto a la Berlín divi-dida, en una de las dos esquinas donde los dos sistemas delmundo polarizado –el capitalista y el socialista– se enfrentaron.

Bastó que un pequeño país, una isla del Caribe a 140 km de losEstados Unidos y con una economía primario-exportadora delazúcar, pusiera al socialismo a la orden del día en América Latinay el hemisferio occidental, para que los rumbos de la historia con-temporánea y de la vida de millones de personas experimentaranuna modificación radical.

Hasta entonces, para nosotros, en Brasil y en América Latina, elsocialismo era algo remoto, asiático, habitado por personajeslegendarios, casi sobrenaturales, como Lenin y Mao Tsé-tung.Creíamos que conocíamos algunas revoluciones –verdaderas ono–, como la Revolución Mexicana y la revolución de 1930 enBrasil, pero casi no hablábamos de la revolución boliviana de1952. El significado de una revolución continuaba siendo impre-ciso y muy vago. Aunque su validez continuaba restringida al

Presentación

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período histórico de pasaje del feudalismo al capitalismo, la Revo-lución Francesa seguía siendo la referencia clásica.

Tanto el socialismo como el comunismo no pasaban de merasconjeturas y objetos de lectura, aunque los programas políticos dela izquierda intentaban atribuirle raíces nacionales y concretas.Leíamos elManifiesto comunista1 y Del Socialismo utópico al socialismocientífico;2 conocíamos la experiencia heroica, pero derrotada, dela Comuna de París, a través de La guerra civil en Francia;3 leíamosLos diez días que estremecieron al mundo,4 y algunos también se aven-turaban en La historia de la Revolución Rusa,5 de Trotski, o inclusoen la trilogía de los profetas, de Isaac Deutscher.6

Países como Argentina, Uruguay, Chile y Brasil tenían sus parti-dos socialistas e incluso sus partidos comunistas, pero éstos no nosponían en el camino de las luchas concretas por el socialismo y elcomunismo. A lo sumo se limitaban a participar encoaliciones/alianzas políticas que defendían reformas progresis-tas, y, por lo tanto, se mantenían como fuerzas aisladas que noalcanzaban a insertarse en la realidad política de sus países. Norepresentaban alternativas fuertes y sólo las votábamos en un actode afirmación de nuestra identidad ideológica.

La verdad es que los grandes episodios políticos –como losdramas de Juan Domingo Perón y de Getúlio Vargas– tuvieroncomo protagonistas a los propios dirigentes y a sus fuerzas nacio-nalistas, mientras la izquierda se limitaba a discutir si debería o noapoyarlos. En síntesis, la izquierda no tenía fuerza decisiva o pola-rizadora en los escenarios políticos existentes.

1 Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto Comunista, Barcelona, ElViejo Topo, 1997.

2 Friedrich Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, BuenosAires, Agora, 2000.

3 Karl Marx, La guerra civil en Francia, Buenos Aires, Libros de Anarces,2009.

4 John Reed, Los diez días que estremecieron al mundo, Barcelona, Akal,1986.

5 León Trostski, La historia de la Revolución Rusa, Barcelona, R y R, 2007.6 Isaac Deutscher, El profeta bandido, El profeta armado, El profeta desar-mado, Santiago de Chile, Lom, 2007.

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Incluso los golpes militares, con excepción del que derrocó aPerón en la Argentina en 1955,7 no pasaban de vagas menciones.Se acostumbraba atribuir al constante cambio de gobiernos–como en el caso de Bolivia, por ejemplo– la inestabilidad institu-cional, la que a su vez terminaba incitando a los golpes militares.Hablábamos de las “repúblicas bananeras”, en general asociándo-las a clanes como los Somoza en Nicaragua, los Trujillo en laRepública Dominicana, los Duvalier en Haití e incluso los Batistaen Cuba, todos dictadores aliados de los Estados Unidos y puestosen el poder por ese país.

En realidad, ¡para nosotros América Latina prácticamente noexistía! Alguno que otro conocía Argentina o Uruguay; Paraguayera apenas aquella frontera por donde entraba el contrabando.Sabíamos del Aconcagua y del Titicaca gracias a las pruebas degeografía.

Leíamos la literatura europea y entendíamos por historia sólola de Europa, ¡ni siquiera nos presentaban la Revolución Estadou-nidense! No conocíamos a Borges, Rulfo, Carpentier, Roa Bastos.Unos pocos, en general gracias a sus posiciones políticas, cono-cían a Neruda o a Guillén. No sabíamos del Premio Nobel deGabriela Mistral y menos aún de su poesía. Tal vez conocíamosalgo de Asturias, porque hacía referencia a los dictadores centro-americanos. El Caribe estaba subsumido en América Central ypara nosotros no existía como tal. La música latinoamericana sereducía al tango, al bolero y, a veces, a alguna ranchera mexicanapresentada por las películas lacrimosas de Pemex. Además, el cinelatinoamericano se reducía a las películas románticas, mexicanaso argentinas.

Las guerras de independencia nos eran totalmente ajenasporque estaban ausentes de los programas escolares, que prefe-rían los casamientos de los emperadores europeos. Ni Bolívar, niSucre, ni San Martín, ni O’Higgins, ni Artigas, todos eliminadoscon la misma guerra de independencia que enfrentó y expulsó al

7 A raíz de ese golpe comenzó a usarse el término “gorila” para deno-minar a los militares golpistas.

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colonizador. Tampoco, ni siquiera hoy, existe para nosotros laBatalla de Ayacucho, aunque se haya tratado de un aconteci-miento determinante en la historia de nuestro continente, puesrepresentó la derrota definitiva de las tropas españolas obligadasa enfrentar la unión de los ejércitos latinoamericanos.

Contábamos con una visión folclórica, cinematográfica, dePancho Villa y Zapata, pero no teníamos la más mínima idea delsentido profundo de la Revolución Mexicana. Perón no era másque un Getúlio argentino. No sabíamos nada de la historia deUruguay, de Chile, de Perú, entre tantos otros vecinos nuestros.Artigas, Battle, Yrigoyen, Recabarren, Pedro Aguirre Cerda,Mariátegui eran nombres totalmente sin sentido para nosotros.La victoria de Allende en Chile nos tomó completamente despre-venidos y no podíamos entender cómo –mientras por aquíreinaba la dictadura militar– una coalición socialista-comunistaosaba poner en práctica transformaciones socialistas y, además,por la vía electoral.

La lucha por el socialismo estaba más asociada a la imagen dela insurrección de la Revolución de Octubre y a la toma del Pala-cio de Invierno que a las experiencias del movimiento guerrillerochino y vietnamita –que para nosotros comenzó a existir en losaños sesenta–. Desconocíamos la batalla que se había librado enDien Bien-Phu, y también a las guerrillas yugoslava, albanesa ycoreana.

En 1959, cuando era estudiante del primer año –hacía la orien-tación clásica y no la científica, las dos opciones de aquellaépoca– del curso nocturno del Colegio Estatal y Escuela NormalBrasílio Machado, en Vila Mariana, barrio de clase media pau-lista, leía autores marxistas y participaba del movimientoestudiantil; más tarde fui presidente de la Unión Paulista de Estu-diantes Secundarios (UPES). En aquel momento las grandesmovilizaciones eran las de las escuelas públicas, que reclamabanmás recursos para la educación y luchaban por la aprobación dela Ley de Directrices y Bases de la Educación Nacional –lucha enla que se comprometieron muchos intelectuales universitarios,como por ejemplo Florestan Fernandes, sociólogo de la Universi-dad de San Pablo (USP), amigo y colega de trabajo de mi tío, Azis

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Simão, también sociólogo de la USP, a quien conocí en aquellaépoca–.

Fue por entonces cuando mi hermano Eder, dos años mayor,estudiante del curso de ingreso en la carrera de Ciencias Socialesde la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP(Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras, como se llamaba enton-ces); un amigo suyo, Renato Pompeu, más tarde periodista, y yoconocimos a Michael Löwy, ya formado en ciencias sociales por laUSP y profesor en una facultad pública del interior de San Pablo.Fue él quien nos invitó a una reunión de un grupo socialista, laLiga Socialista Independiente (LSI), marxista, leninista y luxem-burguista, cuyo dirigente era Hermínio Sacchetta, que había sidoexpulsado del Partido Comunista. La liga tenía una sede minús-cula, en un callejón de la zona antigua de San Pablo que eraconocido por ser la última parada de una línea de autobuses: laAsdrúbal do Nascimento. En un espacio de no más de diez metroscuadrados cabían sólo dos bancos laterales y una pequeña mesaen el fondo, contra una ventana, donde Sacchetta se sentaba. Lorecuerdo con su pequeño lápiz rojo, garabateando en un papelmientras hablaba.

La primera tarea que recibimos los tres nuevos miembros de laLSI fue divulgar el periódico de la organización. Se llamaba AçãoSocialista [Acción socialista]. En la primera página aparecía la fotode unos guerrilleros barbudos, posando como si fueran unequipo de fútbol, reunidos para festejar la caída del dictador deun lugar que todavía era llamado genéricamente “América Cen-tral”. Era la primera vez que oíamos hablar de Cuba asociada a larevolución. Sólo más tarde pasaría a ser la “Revolución Cubana”,ese acontecimiento que se convertiría en un hito crucial en nues-tras vidas.

En el medio siglo previo a la Revolución Cubana, la humanidadhabía vivido dos guerras mundiales, la Revolución Soviética, lacrisis de 1929, la ascensión del fascismo y del nazismo, la GuerraCivil Española, la Guerra de Corea, las revoluciones mexicana yboliviana (esta última en 1952), la Revolución China, el comienzodel fin del colonialismo europeo y la bomba de Hiroshima, entretantos otros acontecimientos. Nada que pudiera compararse al

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impacto que la revolución socialista cubana tuvo sobre nuestrageneración.

A pesar de la Revolución Soviética, el período transcurridoentre 1909 y 1959 se puede caracterizar como el de la ascensiónde la contrarrevolución en Europa occidental, dado que fue lacontrarrevolución la que definió el clima político mundial hastael final de la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, la derrotadel nazismo y del fascismo, la constitución del campo socialista enel Este europeo, el inicio de los procesos de independencia polí-tica de Asia y de África –comenzando por la India–, yprincipalmente la victoria de la Revolución China configuraronun nuevo período, el de la ascensión del movimiento de masas.La Revolución Cubana y la militancia política de las nuevas gene-raciones, ahora en un clima de victoria, son hijas de ese nuevoperíodo dominado por el liderazgo de Fidel Castro y el Che Gue-vara. Ambos son emblemas decisivos y figuras destacadas. Casi sepodría decir que las generaciones venideras se definieron por suposición en relación con ellos.

En Les rendez-vous manqués8 [El encuentro fallido], Régis Debraycuestiona el destino de una parte de su propia generación queestaba en busca de la revolución. Una revolución que Europa leshabía negado y que ellos habían venido a buscar en AméricaLatina. Como parte de ese encuentro signado por la revolución,Debray relata las desventuras de Pierre Goldman, un compañeromenos afortunado que intentó unirse a las guerrillas en Vene-zuela y terminó siendo asesinado en París por un comando deultraderecha, y quien en una carta le había anticipado que algúndía “estaremos agradecidos de haber cumplido veinte años en ladécada de 1960”.

De hecho, las décadas de 1920 y de 1960 fueron momentos enlos que los “asaltos al cielo” que concretarían los sueños utópicosparecían estar al alcance de nuestras manos. En la década de1920, las dramáticas consecuencias de la Primera Guerra Mundial

8 Régis Debray, Les rendez-vous manqués –pur Pierre Goldman, París, LeSeuil, 1975.

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y los efectos del triunfo bolchevique inauguraron un período deascensión de la izquierda, que enseguida fue refrenada por laderrota de los intentos revolucionarios en Alemania y por los ase-sinatos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Rápidamente, lasalternativas de extrema derecha consiguieron organizarse pararesponder a la crisis de la hegemonía burguesa: la derrota delensayo revolucionario de los consejos obreros de Turín, de loscuales Gramsci participó, abrió camino para la solución contra-rrevolucionaria de la crisis italiana y la ascensión de Mussolini;algo semejante ocurriría en Alemania, con la llegada de Hitler alpoder. La derrota de los republicanos en la Guerra Civil Espa-ñola, por otra parte, abrió paso al franquismo, que junto con elsalazarismo dominaría la política ibérica durante décadas.

El aislamiento de la Revolución Soviética –responsable, enúltima instancia, de su fracaso posterior, determinado por su inca-pacidad para propagarse por la Europa avanzada y en particularpor su eslabón más frágil: Alemania, derrotada en la guerra– con-denó al socialismo del siglo XX a desplazarse hacia Asia, másatrasada y periférica, y así se apartó todavía más de aquel circuitode negación y superación del capitalismo previsto por Marx parael socialismo.

Jóvenes radicales, marcados por la Revolución Cubana, consi-derábamos a la Unión Soviética, el estalinismo, las bibliografíasesquemáticas de la Academia de Ciencias y los partidos comunis-tas en general como hijos de un único fenómeno, globalmentedesviado, de la revolución socialista “traicionada” por la burocra-cia, según la explicación de Trotski. De cualquier forma, lareferencia cubana también nos salvó del sectarismo estéril de lascorrientes trotskistas, que en Brasil asumió una de sus formas másextravagantes: el posadismo. Éste tuvo como militantes a algunosintelectuales que, en general, fueron captados por la derecha.

En síntesis, ser de izquierda era ser anticapitalista, socialista,marxista, guevarista. “Revolución socialista o caricatura de la revo-lución”, ése era el lema que daba sentido a nuestras vidas. Elmarxismo, que asumimos desde temprano, constituía el eje denuestros estudios: “Lo que hicieron los filósofos sólo fue interpre-tar el mundo de diferentes maneras; sin embargo, lo que importa

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es transformarlo”,9 sobre todo porque “la teoría se convierte enfuerza material cuando penetra en las masas”.10

Hablando de la primera generación de revolucionarios cuba-nos, Fernando Martínez Heredia reconoce que sería “un errorcreer que todo ocurrió porque nos convertimos en marxistas,cuando la verdad es que nos convertimos en marxistas a causa detodo lo que ocurrió”.11 Para nosotros, aquí en Brasil, parecíahaber una coincidencia entre el hecho de ser marxista y el movi-miento histórico que ponía a la revolución a la orden del día,como si la teoría y la realidad convergieran hegelianamente.Todo ocurrió porque nos convertimos en marxistas, pero todo loque ocurrió nos empujó también a convirtirnos en marxistas.

La lectura de La ideología alemana fue uno de los acontecimien-tos más determinantes de mi vida, pues me hizo comprendercómo, concretamente, la producción de las condiciones materia-les de existencia da origen a las formas de conciencia y dealienación en el hombre; cómo la objetividad y la subjetividad sondos expresiones proyectadas de ese hombre que, al transformar elmundo, se transforma a sí mismo. Algo parecido sucedía con unaparte de mi generación, que encontraba en el marxismo las clavesde una lectura de la realidad y el germen de un proyecto para sutransformación. De cierto modo, todo lo que aprendí luego, conLukács, Gramsci, Sartre y tantos otros, no fue sino un desdobla-miento de esa lectura primordial.

Los acontecimientos de la década de 1960 venían a convencer-nos de que la izquierda estaba destinada a salir victoriosa. Quedejaría de estar asociada a aquellos raros padres comunistas dealgún amigo nuestro, dignos y honrados, pero aislados, que rema-

9 Karl Marx y Friedrich Engels, “Teses sobre Feuerbach”, en A ideologiaalemã (trad. Rubens Enderle, Nélio Scneider y Luciano Gavini Marto-rano), San Pablo, Boitempo, 2007, p. 539 [ed. cast.: La ideologíaalemana, Buenos Aires, Losada, 2005.]

10 Karl Marx, “Crítica da filosofia do direito. Introdução”, en Crítica dafilosofia do direito de Hegel (trad.: Rubens Enderle y Leonardo de Deus),San Pablo, Boitempo, 2005, p. 251.

11 Fernando Martínez Heredia, “Palabras al recibir el Premio Nacionalde Ciencias Sociales”, Periferia, Buenos Aires, año 11, nº 14, p. 78.

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ban contra la corriente. El consenso avanzaba en la dirección delos que eran de izquierda, de izquierda radical, revolucionarios.La vida de revolucionario, la vida dedicada a la militancia por larevolución, se fue tornando la única vida plena de sentido.

De nuestro lado teníamos lo mejor que la humanidad habíaproducido: Marx, Engels, Lenin, Trotski, Rosa Luxemburgo,Gramsci, Mao Tsé-Tung y Ho Chi Minh; y a ellos se sumabanahora Fidel Castro y el Che Guevara. Como si fuera poco tenía-mos también a Sartre, Marcuse, los Beatles, Jane Fonda, Godard,Chico Buarque, Glauber Rocha, Vinicius de Morais, Oscar Nieme-yer, Cortázar, García Márquez, entre tantos otros. Cuba, Argelia,Vietnam, las guerrillas en Venezuela, Perú, Guatemala, el Che, laTricontinental, la Organización Latinoamericana de Solidaridad(OLAS) indicaban el futuro, mientras que el capitalismo latinoa-mericano, comenzando por Brasil, se veía obligado a recurrir a lasdictaduras militares. El cielo, tomado por asalto, apuntaba alfuturo de la humanidad.

La muerte del Che, por más triste que haya sido, parecía unaccidente del trayecto recorrido. Muchos de nosotros no conse-guimos aceptar su real dimensión. Recuerdo la imagen delcuerpo del Che en la televisión, registrada por brasileños, unaimagen que confirmaba que la noticia era, en palabras de Fidel,“dolorosamente real”. A pesar de todo me obligué a subirme alfusca para presenciar una clase más de Foucault, que en aquelmomento hacía un primer esbozo de lo que sería su Las palabras ylas cosas.12 Me sentía el más miserable de los seres al pensar en elChe, tan solo –pasando por una soledad peor que la que vivían losvietnamitas–, en manos de los enemigos, muerto, derrotado,aunque con los ojos abiertos. Entonces, desde el fondo del pozo,saqué fuerzas para reaccionar y salir reafirmando, con más fuerzatodavía, el compromiso militante y revolucionario de “¡crear dos,tres, muchos Vietnams!”.

12 Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Buenos Aires, Siglo XXI Edi-tores, 1968.

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Pasaron cuarenta años desde aquel momento, desde la muertedel Che y el lanzamiento de Cien años de soledad, cuando yo com-pletaba los diez años de militancia, y uno de los principalescambios que tuvieron lugar –entre tantos que ocurrirían desdeentonces en las sociedades, en el mundo y en la mentalidad de laspersonas– fue el que afectó la concepción de militancia política.Ser militante era una opción de vida, porque definía el sentido dela vida de aquellos que adherían a esa alternativa. Representabaidentificarse con el movimiento real de la historia, representabaelegir el valor de la generosidad, pues no luchábamos por elmundo de mañana sino por un futuro que habría de llegar,aunque no supiéramos cuándo. Luchábamos por un mundomejor para todos, especialmente para los explotados, los oprimi-dos, los humillados, los ofendidos, los discriminados. Sermilitante representaba la entrega de una vida, no porque ofrecié-ramos nuestra muerte, sino porque donábamos lo mejor queteníamos: nuestra capacidad teórica y nuestro compromiso, mar-cado por una ética personal y colectiva.

Hoy, después de tantos golpes y triunfos, tantas victorias yderrotas, marchas y contramarchas, conquistas y reveses, revolu-ciones y contrarrevoluciones, ¿qué sentido tienen todavía lamilitancia, el socialismo, la izquierda, la revolución? ¿Qué signifi-can el Che, Marx, Fidel, Gramsci, Lenin, la teoría revolucionaria,el marxismo?

Este libro no pretende ser una respuesta a todas esas preguntas.A lo sumo, puede ayudar a comprender algunas dimensiones delas transformaciones que sufrió el mundo desde que el Che yCamilo Cienfuegos entraron en La Habana aquel 1º de enero de1959. Un mundo que fue movilizado por múltiples razones,comenzando por el sentido mismo de convocatoria, que tantos denosotros aceptamos, a participar de un proyecto que aspiraba atransformarlo desde la revolución. El capitalismo no era sucedidopor el socialismo sino que más bien se retrocedía, desde sus pri-meras versiones, a capitalismos salvajes. La historia estaba muchomás abierta de lo que nosotros, que aceptábamos una cierta tele-ología histórica, sospechábamos. Tendríamos que lucharhaciendo frente a esas posibilidades, a desafíos mucho más gran-

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des de los que habíamos imaginado en décadas pasadas.El militante profesional no es un profesional remunerado; es

quien busca entregar lo más importante que ha ido acumulandopara la construcción de un mundo mejor, de un mundo sinexplotación, opresión, discriminación, alienación. El militante noquiere morir por la revolución, desea vivir para la revolución,luchando por ella. Ser militante de izquierda en la década de1960 era luchar por ideales fundiendo la teoría y la práctica, laética y la vida cotidiana, el amor y la revolución.

Hace una década, refiriéndome a la llamada “literatura delexilio”, afirmé que “toda literatura de ese tipo se realiza, necesa-riamente, post-festum. Y cuando la fiesta acaba, las miradas ya sonotras”, lo que vuelve muy difícil reconstruir el clima que inspirólos actos, los dichos y los gestos. Pero además, la dificultad eramucho mayor dado que “entre lo que somos y lo que fuimos seantepone la derrota que, en ese caso, alcanzó la espesura delexilio”.

Así pues, la literatura del exilio es construida por la “óptica res-trospectiva” y conlleva todo el peso de la trayectoria recorrida. Enese caso, una trayectoria que comienza con la adhesión a la mili-tancia, atraviesa el pasaje por la clandestinidad, continúa a vecescon la prisión, termina en el exilio y se prolonga hasta el retorno.Pero el exilio, como nos recuerda Mario Benedetti, está conde-nado a no acabar nunca, por eso es mejor llamarlo “desexilio”. Detodos modos, como la mirada retrospectiva está necesariamentesituada al final del itinerario, privilegia el desenlace. Muy dife-rente sería el caso si un balance de esa misma generación pudierasorprenderla en la mitad de su trayecto, por ejemplo, en 1984.

En aquel momento, a mediados de los años ochenta, con elmundo todavía polarizado y a pesar de los resultados que la con-traofensiva estadounidense del gobierno Reagan ya veníaobteniendo –como la derrota del gobierno de Granada y el retro-ceso del gobierno de Surinam–, la Revolución Sandinista se sumóa las ofensivas guerrilleras en El Salvador y Guatemala, y tambiéna las victorias populares en Irán, Angola y Mozambique. Elmodelo neoliberal comenzaba a implantarse y generalizarse, yFrançois Mitterrand iniciaba la gran conversión de la socialdemo-

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cracia cambiando radicalmente los rumbos de su gobierno yadesde el segundo año de su mandato.

Pero aun así, todavía no podíamos captar el verdadero alcancede las transformaciones que iban tomando cuerpo. Sólo más tardepercibiríamos los enormes acomodamientos geológicos quehabían ocurrido en las capas que componen la historia: el pasajedel mundo bipolar al mundo unipolar, bajo el dominio de los Esta-dos Unidos, y el cambio del modelo hegemónico keynesiano almodelo neoliberal. En efecto, la combinación de esos dos cambiosprodujo las transformaciones más profundas –prácticamente todasen sentido regresivo– que ha conocido la historia contemporánea.

Sin embargo, para hacer justicia a la trayectoria iniciada en1960, es necesario reconstruir algunos hitos sociales, políticos eideológicos que empujaron a la militancia revolucionaria a unaparte minoritaria, aunque representativa, de aquella generación.Cito aquí algunos pasajes del artículo “Nosotros, que queríamostanto a El Capital”, que escribí en 1996:

Cuando en la historia brasileña emergía un nuevo prota-gonista –el campesino, para quien el sistema no teníanada que decir– era necesario partir del desprestigioeconómico y social del capitalismo –“Alianza para el Pro-greso” incluida– como instrumento de resolución de losproblemas de la miseria, la injusticia y la desigualdad so-cial en el país. El golpe del 64 contribuyó a desmitificarla democracia liberal en nombre de la cual se liquidabanlas conquistas democráticas existentes en su seno. […]

Por todo eso, aquella opción [por la militancia revolu-cionaria] nos parecía “natural” –por más que toda “op-ción” implicara rupturas–. La política sintetizaba los ca-minos de las preocupaciones en los diferentes planos delmundo. Nos integraba a Brasil, a América Latina y almundo. Todo hacía pensar que estaba surgiendo la pri-mera generación que no sería “incendiaria” a los 20 y“bombero” a los 40; el fenómeno de adhesión a la mili-tancia parecía trascender esa predisposición juvenil aconfundirse con el destino. Cuba representaba la “actua-

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lidad de la revolución”, de la que hablaba Lukács en suLenin. Era como si estuviéramos condenados a la revolu-ción: a hacerla o a ser víctimas de su derrota; o bien aevitarla, abandonarla, pero llevando sobre las espaldas lapesada carga de quien se distanció del movimiento histó-rico fundamental de su tiempo. Sentíamos que moriría-mos “de susto, de un balazo o de debilidad”.A eso dedicamos lo mejor que teníamos, con la disponibi-lidad y el desprendimiento del que sólo los jóvenes segui-dores de las ideas humanistas son capaces. Hoy, cuandouna parte de esa generación reniega del pasado, pre-tende silenciar el momento probablemente más gene-roso de su existencia. Muchos continúan el resto de susvidas intentando demostrar que “ya no son lo que fue-ron”, pasan rápidamente del ex al anti en el trayecto queDeutscher caracterizó como del “hereje al renegado”.La derrota caería con todo su peso sobre nuestra identi-dad para desembocar en el exilio, dentro o fuera delpaís. La adhesión a las organizaciones políticas ilegales,por parte de jóvenes en general provenientes de la clasemedia urbana, ya implicaba una crisis de identidad:abandonar la clase de origen para incorporarse a movi-mientos de ideología “proletaria”. La escasa experienciahistórica y de masas de esas organizaciones y el reflujodel movimiento popular impedían llenar ese espacio va-cío de transición entre la situación de clase y la posiciónde clase mediante la incorporación social a una masa or-ganizada y movilizada.El pasaje a la clandestinidad implicó la ruptura de víncu-los sociales, el aislamiento, muchas veces el cambio deregión, sector social, lugar de residencia; todo sumabaun escalón más en la crisis de identidad. Cuando llega-ron la prisión y la tortura, esa crisis asumió la forma delindividuo desnudo ante el torturador, sin clase, sin com-pañeros, sin familia.La primera etapa del exilio fue de transición. La coloniabrasileña se encontraba casi toda reunida en Chile –un

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país geográficamente cercano–, y la mayoría vivía en elmismo barrio de Santiago: Macul. Participaba de una ex-periencia política posible de identificación; la lengua y lacultura no se interponían como una dificultad entrequienes habían perdido la patria y el universo que los re-cibía. Hasta que el golpe de Pinochet provocó la diásporapor todo el mundo –de Canadá a Bélgica, de Mozambi-que a Alemania, de Cuba a Francia–, paralelamente a lacrisis de las organizaciones políticas brasileñas y a la con-solidación del “milagro” durante el gobierno de Médici.

Estábamos desnudos: sin patria. Si los otros exiliadoslatinoamericanos tenían conciencia de tener una “pa-tria” desde antes, nosotros la descubrimos cuando la per-dimos. Para ellos, que tuvieron guerras de independen-cia, la pérdida tenía un fuerte contenido histórico,presente en la densidad de sus identidades políticas;para nosotros, la pérdida era absolutamente contempo-ránea –playas, música, fútbol, mujeres, comida–, sin re-volución; colonia brasileña sin organizaciones, con po-cas relaciones de pareja sobrevivientes, en el final de unproceso de reducción a la individualidad como un des-garramiento sin fin y no como una gran “aventura de li-bertad”, como deja entrever parte de la literatura del exi-lio. Libertad sin duda, pero carente de determinación;desnudez sin identidad. Ya no éramos tan jóvenes, sinpatria ni documento, con nuestras referencias ideológi-cas perdidas, esperando la amnistía.13

Además del triunfo de la Revolución Cubana (1959), la muertedel Che (1967), el golpe en Chile (1973), la victoria sandinista(1979) y su derrota (1990), otros momentos determinantes de esemedio siglo fueron: los triunfos de Lula (2002) y de Evo Morales(2005), la victoria de Rafael Correa (2007) y la derrota del golpe

13 Ibídem, pp. 90-93.

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militar contra Hugo Chávez (2002). Pero también lo fueron el finde la Unión Soviética y la entrada de Cuba en su “período espe-cial”, que coincidió con el proceso iniciado contra los dirigentescubanos.

Para mi generación, la victoria de la Revolución Cubanaalcanzó toda su potencia primero en 1961, cuando los EstadosUnidos intentaron invadir Cuba y Fidel definió el carácter socia-lista de la revolución, y luego en 1962, durante la “crisis de losmisiles”. Para nosotros, la crisis política de 1961 –con la renunciade Jânio, el intento de golpe militar y la resistencia dirigida porLeonel Brizola– fue el primer gran acontecimiento político brasi-leño; el segundo sería el golpe militar de 1964, que, por susconsecuencias, nos marcó dura y profundamente.

Luego comenzó el calendario ocupado por la lucha armada,por la represión, el exilio. El secuestro del embajador de los Esta-dos Unidos, la muerte de Marighella, las huelgas del ABC y laamnistía fueron puntos de inflexión decisivos. En general sepuede decir que nuestra generación estuvo acompañada por lasensación de avances irreversible y luego de derrota, aunque deformas diferentes y dando origen a las más variadas trayectoriaspersonales.

Parte de esta generación asumió el golpe de 1964 como lo queefectivamente fue, es decir, como una gran derrota política de laizquierda. Esa derrota comenzó cuando el proyecto de reformasde João Goulart fue derrocado y prosiguió con el golpe militar, elfracaso de la resistencia clandestina, la consolidación del nuevociclo de expansión económica y la hegemonía de la oposiciónliberal. Aunque los sectores más críticos al gobierno de Goulartcreyeran que se trataba de una derrota del reformismo y de suproyecto histórico, en realidad se trató de una derrota de toda laizquierda, en la que la reversión de la correlación de fuerzasrecayó duramente, sin hacer diferencias, sobre todos los sectoresque la componían.

Para otra parte de mi generación, sin embargo, el golpe de1964 y todo lo que vino después parece haber adquirido, por asídecir, una dimensión de verdadera derrota existencial, de fracasodel proyecto de vida, de los sueños y las utopías de la juventud.

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Mediada y potenciada por la cárcel, la tortura, las muertes, laspérdidas y el exilio, la derrota política se transformó en derrotade vida; ocasionó y exacerbó distanciamientos, disidencias, renun-cias y abandonos.

Además, la crítica respecto de las distintas experiencias deizquierda –primero, del socialismo soviético; después, del mar-xismo; y por último de los gobiernos de izquierda (de Mitterranda Felipe González, de los sandinistas a Lula)– agravó esa derrotaexistencial y llevó a desistir de cualquier proyecto político detransformación social. Es posible que esa experiencia haya sidosimilar a la de la generación que vivió la consolidación del estali-nismo en la Unión Soviética, la ascensión del fascismo y delnazismo en Europa y la derrota en la Guerra Civil española.

Más tarde, una gran combinación de acontecimientos, queincluyó el colapso del campo socialista, el triunfo de la hegemo-nía imperial de los Estados Unidos y los retrocesos estratégicos dela izquierda en general (socialismos, Estados, sindicatos, partidosde izquierda), generó una situación nueva de adversidad y unindescifrable sentimiento de derrota, desilusión e impotencia.

Apenas el socialismo había dejado el escenario histórico,cuando el Foro Social Mundial proclamó su esperanza de que“otro mundo es posible”. ¡Como si la lucha política hubiese sidoreducida a la mera afirmación de que la historia no se había aca-bado, el horizonte no se había cerrado y todavía quedabanalternativas!

¿Cómo se nos presenta todo aquello si lo miramos retrospecti-vamente cincuenta años después? Está claro que la visiónretrospectiva da un color diferente a lo que ocurrió, y más todavíaa aquello que llegó a su fin, como la Unión Soviética, el camposocialista, la China revolucionaria, el Vietnam de la resistencia, elsandinismo rebelde. Queda la sensación de que una misma gene-ración nunca vivió cambios tan profundos, en tantas y diferentesdirecciones, en un espacio de tiempo relativamente tan corto.

Con esto no estoy diciendo que en décadas anteriores no hayanocurrido grandes acontecimientos, entres ellos, las dos guerrasmundiales, la Revolución Rusa, el ascenso del fascismo y elnazismo, la Guerra Civil española, las bombas atómicas, el surgi-

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miento del campo socialista, la Revolución China, la Guerra deCorea, la revolución boliviana. Tampoco estoy negando que otrasgeneraciones hayan vivido períodos de ofensiva revolucionaria,desde la Revolución de 1917 hasta los intentos revolucionariosfrustrados en Alemania, Italia y Hungría. Sin embargo, esos perí-odos fueron cortos y se vieron interrumpidos por rápidas yfulminantes reacciones contrarrevolucionarias.

En fin, ¿existe realmente algo que diferencie ese medio sigloque tuvimos el privilegio de vivir y de protagonizar?

Salgo del túnel de esos cincuenta años respirando aire fresco yencuentro a América Latina atravesando por enormes y profun-das transformaciones. ¿Será ésta una experiencia similar a la quevivieron millones de hombres y mujeres al final de la SegundaGuerra Mundial, ante la derrota impuesta por el ejército soviéticoa la Alemania nazi, o durante la formación del campo socialista, oante la victoria de la Revolución China? De todos modos, hoy,como en aquella época, el fortalecimiento del campo anticapita-lista es concomitante con el fortalecimiento del campoimperialista. La diferencia está en la proporción de fuerzas decada campo, sustancialmente distinta de la etapa anterior.

El cambio mental y cultural más grande fue la ruptura concierta concepción evolucionista de la historia. Incluso los que noaceptaban concepciones deterministas y economicistas –quedaban por cierto y seguro que la historia avanza, inexorable-mente, desde un modo de producción hacia otro, cada unosuperior al anterior, desde el comunismo primitivo, pasando porel esclavismo, el feudalismo y el capitalismo hasta llegar al socia-lismo– no concebían la posibilidad de que la Unión Soviética y elcampo socialista desaparecieran ni tampoco la de retornar almundo capitalista.

En cierto modo, la tesis de que “la rueda de la historia no girahacia atrás” fue adoptada por todos aquellos que asumieron el mar-xismo o alguna de sus variaciones. Todos estábamos influidos por latesis de que la “etapa superior del capitalismo”, representada por elimperialismo, era su última etapa y lo condenaba a la desapariciónen un plazo relativamente inmediato. Como recuerda GiovanniArrighi, el gran debate en la década de 1970 –hace casi treinta

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años– no era descubrir si el capitalismo estaba o no condenado a ladesaparición sino cómo y cuándo desaparecería.

La pérdida de sintonía con la historia fue el shock ideológico ypsicológico más fuerte que sufrió la izquierda. Ante el desamparode la historia, fueron muchos los cobijos que se encontraron: elretorno al Marx original, puro; el cambio del socialismo por lademocracia como objetivo político; la renuncia a cualquier aspira-ción a transformar el mundo colectivo; la retracción a la vidaprivada, casi siempre con la coartada del fracaso de los sueños delsocialismo. De hecho, ¡es un golpe muy duro! Es como si laizquierda fuera transportada del futuro al pasado, de la anticipa-ción del porvenir al testimonio de un pretérito. Es como si elcapitalismo –en su versión estadounidense– nos arrebatara elfuturo y nos arrojase sobre el mundo de la tecnología, del con-sumo, de la publicidad, para condenarnos a la prisión del pasado–“pasado de una ilusión”, según la versión renacida de un nuevo“anticomunismo”–.

Para los comunistas fue peor aún. Nacieron identificados con laUnión Soviética, con la “patria del socialismo”, aferrados a la ideade que “un tercio de la humanidad ya vive bajo el socialismo”, deque “la rueda de la historia no gira hacia atrás”. La pérdida deesas referencias, más que una crisis política e ideológica, provocóuna crisis de identidad, del sentido de la vida misma. Ser comu-nista era identificarse con un mundo que, de repente eincreíblemente, había desaparecido. Un mundo de contigüidades–Marx, la Unión Soviética, el campo socialista, los partidos comu-nistas, el movimiento comunista internacional– que fue barridopor los nuevos y sorprendentes vientos de la historia.

No es casual que una de las reacciones de algunos comunistasfuera renegar de todo: su vida entera habría sido una gran equi-vocación y era preciso rechazar todo lo que se había vivido y todoaquello en lo que se había creído. Una gran cantidad de miem-bros del actual Partido Democrático Italiano, que antes habíanpertenecido al Partido Comunista Italiano, alegaron que, enverdad, nunca habían sido comunistas, que adherían al partidode Enrico Berlinguer sin ninguna otra connotación, y afirmaronque su modelo era: ¡el Partido Demócrata de los Estados Unidos!

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Para la gran mayoría de los comunistas, quienes tenían a laUnión Soviética como referencia, hacer el balance político del finde su mundo se convirtió en una carga difícil y pesada. Más aúnporque la desaparición de la Unión Soviética fue vivida demanera brutal, como una mera renuncia, como pura falta deresistencia, y sin que se realizara un reciclaje que permitiera viviren aquella sociedad que estaba sustituyendo al socialismo. En esascondiciones, al individuo despojado de las referencias que rodea-ron su nacimiento y determinaron su adhesión a la política y a lamilitancia, le resultaba casi imposible arreglar cuentas con elpasado, seguir siendo de izquierda, anticapitalista. La experienciade regresión fue profunda y dolorosa, y el rescate de la opción dela izquierda, como alternativa a la amargura y al pesimismo, seconvirtió en un trabajo de Sísifo que sólo podría realizarse afuerza de convicciones y de carácter.

Aun quienes criticaban profundamente a la Unión Soviética –eincluso se sintieron aliviados porque ya no tenían que asumir elpeso de un modelo fracasado– se vieron obligados a aceptar que,al contrario de lo que promulgaban y esperaban los sectores másradicales de la izquierda, el modelo soviético no había sido susti-tuido por el socialismo democrático sino por el capitalismosalvaje. Hasta los socialdemócratas, que creían en el triunfo de sumodelo, se sintieron decepcionados.

En síntesis, el conjunto de la izquierda sufrió el impacto de lamayor transformación en la relación de fuerzas vivida en el sigloXX, desde que la Revolución Bolchevique impuso al mundo elsocialismo como proyecto político contemporáneo. Por consi-guiente, la Unión Soviética fue el escenario donde se presentaronlos dos momentos de más fuerte ruptura de la correlación defuerzas; la diferencia es que el nuevo cambio fue de carácterregresivo y de dimensiones todavía más vastas.

La pregunta que muchos de nosotros nos hacemos es: ¿cómoretomar la militancia de un modo que nos permita retomar elhilo de la historia? Hasta la disolución del mundo comunista,sabíamos que no estábamos condenados al capitalismo, que desde1917 una parte de la humanidad había escogido el socialismo.Ahora, sin embargo, muchos eligen retornar al capitalismo o pro-

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seguir sus vidas conforme a las leyes de mercado del capital. ¿Eransuficientes los análisis críticos que hacíamos sobre el socialismosoviético para dar cuenta no sólo del derrocamiento de la UniónSoviética, sino del retorno al capitalismo y de la disolución de losderechos conquistados con el socialismo? ¿En qué dirección cami-naba la historia? ¿De qué se trató el período histórico quecomenzó en 1917 y concluyó con la retirada de la bandera rojadel Kremlin, aquel 31 de diciembre de 1991? ¿Un paréntesis? ¿Unmalentendido? ¿Un aviso? ¿Una equivocación?

Todos estos cuestionamientos se plantean exactamente en elmomento en que el capitalismo se revela más injusto que nunca.Cuando más liberal, más cruel se torna, porque puede expropiarderechos elementales como el derecho al trabajo formal. Hoy, elcapital subordina y mercantiliza todo, desde la educación hasta elagua, pasando por la salud. Justamente cuando concentra másrenta y propiedad, cuando subordina la producción a la especula-ción, cuando margina o discrimina a la mayor parte de lapoblación del globo, cuando promueve guerras y destrucciónecológica, el capitalismo asume su cara más triunfante, pues trasla desaparición del socialismo de la agenda histórica contemporá-nea encuentra menos resistencia y reina casi soberano.

Sin embargo, es el propio capitalismo el que se encarga delistar los temas de la lucha anticapitalista; por lo tanto, socialista.Es como si dijera que mientras haya capitalismo el socialismo per-manecerá en el horizonte histórico como alternativa, potencial oreal, porque en última instancia el anticapitalismo es su negacióny su superación dialéctica.

¿Acaso, ante este panorama, todavía podemos esperar al topo?¿Tendrá él algo para decirnos?

Este libro quiere investir de voz al topo. En el comienzo de estesiglo XXI, sólo él puede retomar el hilo de la historia a partir delas formas concretas asumidas por la lucha anticapitalista contem-poránea. La revolución nunca se repite de la misma manera ysiempre tiene cara de hereje. Perseguir los itinerarios del topo,retomar el papel de “descubridor de señales”, como hacía Marx,es reencontrar los hilos que articulan, contradictoriamente, loreal y nuestro futuro.

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Dos siglos después de las guerras de independencia, un siglodespués de la Revolución Mexicana, medio siglo después de laRevolución Cubana, el nuevo topo irrumpe de nuevo espectacu-larmente en el continente de José Martí, de Bolívar, de Sandino,de Farabundo Martí, de Mariátegui, de Fidel, del Che, deAllende, y adopta nuevas fisonomías para dar continuidad a lasluchas seculares por la emancipación de los pueblos latinoameri-canos y caribeños.

Captar sus itinerarios, las nuevas formas que asume, sus nuevasdinámicas, es la condición esencial para ser contemporáneos denuestro presente. Si la historia avanza enmascarada, el papel de lateoría es descifrar las nuevas expresiones de las contradiccionesque articulan los sistemas de explotación, dominación y aliena-ción, para indicar las formas de acumulación de fuerzas y deconstrucción de una fuerza económica, social, política e ideoló-gica que permita actualizar los procesos de transformaciónrevolucionaria de nuestra realidad.

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Una vez más, un comienzo de siglo sorprendente enAmérica Latina. El inicio del siglo XIX estuvo signado por elimpresionante ciclo de revoluciones de independencia –de 1810a 1822–, del cual sólo no participaron Brasil, Cuba y Puerto Rico.Estos dos últimos países tendrían, curiosamente, los destinos máscontrapuestos del continente: el primero, socialista; el segundo,casi otra estrella de la bandera de los Estados Unidos. Las guerrasde independencia proyectaron toda una generación de líderespopulares que dirigieron el proceso de expulsión de los coloniza-dores, fundación de los Estados nacionales y abolición de laesclavitud: des Bolívar a Sucre, de San Martín a O’Higgins, deHidalgo a Sucre, de Toussaint Louverture a Francia.

Cabe decir que a pesar de la importancia que esas transforma-ciones tuvieron para el continente y para cada uno de nuestrospaíses, América Latina no llegó a conseguir un lugar destacado enla historia mundial. Continuábamos cumpliendo funciones esen-ciales para el desarrollo del capitalismo europeo, comoproveedores de materias primas y de productos agrícolas, comomercados de consumo y de mano de obra barata, pero sinembargo no conseguíamos desempeñar un papel políticamenterelevante en la escala internacional.

El siglo XX irrumpió de una manera explosiva con la rebelióny la masacre de los mineros en la Escuela de Santa María de Iqui-que en 1907, en el norte de Chile; la Revolución Mexicana en1910, y el movimiento por la reforma universitaria en Córdoba en1918. Estos acontecimientos introdujeron en nuestra agenda polí-tica las cuestiones laborales, agrarias y educativas. Surgía en lahistoria del continente una nueva generación de líderes popula-

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res: Zapata, Pancho Villa, Luis Emilio Recabarren, Sandino, Fara-bundo Martí, Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui y LuísCarlos Prestes, entre otros. Se anunciaba un siglo de revolucionesy contrarrevoluciones para América Latina.

Ese escenario perduró en el transcurso del siglo XX, cuandoesa explosividad se tradujo en grandes experiencias políticas. Elcontinente dejó de ser un conjunto de países primario-exportado-res, dirigido por oligarquías políticas tradicionales. Seconsolidaron varios Estados nacionales, con la implantación demodelos orientados al mercado interno y un proceso de crecienteconciencia social y nacionalista. Fue un siglo marcado por gobier-nos nacionalistas, golpes militares, proyectos socialistas –porprimera vez en la historia de América Latina– y gobiernos neoli-berales.

Fue precisamente en el continente donde éste nació el neolibe-ralismo –en Chile y en Bolivia– donde más se propagó y encontróun territorio privilegiado; pero en poco tiempo ese mismo conti-nente se convirtió en el espacio de mayor resistencia yconstrucción de alternativas a ese neoliberalismo. Son dos carasde una misma moneda: justamente por haber sido AméricaLatina el laboratorio de las experiencias neoliberales, el conti-nente vivió la resaca de esas experiencias y se convirtió en eleslabón más débil de la cadena neoliberal.

Las décadas de 1990 y 2000 fueron radicalmente contrapuestas.En la primera, en casi todos los países del continente –con excep-ción de Cuba–, el modelo neoliberal se impuso en distintosniveles, como si confirmase el Consenso de Washington y el “pen-samiento único”. Las dictaduras militares en algunos de los paísesde mayor peso político, como los del Cono Sur, habían preparadoel camino para la imposición de la hegemonía neoliberal denorte a sur del continente.

En su primer gobierno (1992-1996), Bill Clinton ni siquieratuvo que cruzar el río Grande para firmar el Tratado de LibreComercio de América del Norte (NAFTA, por su sigla en inglés),del cual México participa. Tampoco se desplazó para conceder elpréstamo gigante que cubriría la primera crisis del neoliberalismoen 1994, en México, en el preciso momento en que el levanta-

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miento de Chiapas prenunciaba el corto aliento del modelo. Clin-ton no tuvo que visitar ningún otro país del continente: la regiónse comportaba según los designios de Washington, del BancoMundial, del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Orga-nización Mundial del Comercio (OMC). Para tratar de consolidaresa amplia hegemonía, los Estados Unidos propusieron la exten-sión del tratado de libre comercio a todo el continente –el ALCA–como consecuencia natural de la imposición de esas políticas.

Y llegamos al siglo XXI. En un discurso pronunciado ennoviembre de 2007 en la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro,el presidente venezolano Hugo Chávez contó cómo fue su partici-pación en la reunión de la Cúpula de las Américas (2000) enCanadá, cuando los Estados Unidos presentaron la propuesta delALCA ante decenas de mandatarios del continente. Después demuchos discursos, el presidente estadounidense sometió la pro-puesta a votación y pidió, para facilitar el procedimiento, quequien estuviera en contra levantara la mano. Hugo Chávezlevantó su mano, solo, miró a su alrededor y vio a todos los demás–entre ellos Fernando Henrique Cardoso, Alberto Fujimori,Carlos Menem y Carlos Andrés Pérez–. Después, en su primeraCumbre Iberoamericana, Chávez recibió una nota de Fidel en laque le decía: “Finalmente ya no soy el único demonio por aquí”.

Fue así, con alivio, que Chávez, electo en 1998, estuvo presenteen la asunción de Lula en Brasilia en 2003 y en la de NéstorKirchner en Buenos Aires, ese mismo año; más tarde estuvo en lade Tabaré Vázquez en Montevideo (2004), en la de Evo Moralesen La Paz (2006), en la de Daniel Ortega en Managua (2007), enla de Rafael Correa en Quito (2007), y en la de Fernando Lugoen Asunción (2008). En el ínterin, la propuesta estadounidensede un tratado de libre comercio para las Américas, aprobada casiunánimemente en el año 2000, fue rechazada y enterrada en2005. Desde entonces, el propio Chávez fue reelegido, al igualque Lula, y Kirchner fue sucedido por su esposa.

¿A qué se debe un cambio tan radical en la historia del conti-nente, como nunca antes se había vivido, en un plazo tan corto, entoda su historia, y con tantos gobiernos que pueden caracterizarsecomo progresistas (de izquierda o de centroizquierda, según los cri-

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terios que desarrollaremos más adelante)? ¿Cuál es la fisonomía deAmérica Latina y del Caribe bajo el impacto de esas transformacio-nes? ¿En qué medida podemos decir que el neoliberalismocontinúa siendo hegemónico o que ingresó en un período quepodríamos caracterizar como posneoliberal? En ese caso, ¿qué es loque caracteriza a los nuevos gobiernos latinoamericanos? ¿Con quéfuerzas cuenta la lucha antineoliberal y cuáles son los principalesobstáculos que enfrenta? ¿Qué proyecciones podemos hacer sobreel futuro del continente en esta primera mitad del siglo XXI?

El continente americano posee el grado más alto de desigual-dad en el mundo y, por lo tanto, de injusticia. Esta situación seacentuó durante la década neoliberal, pero nada hacía sospecharun cambio tan repentino y profundo, ni siquiera los duros golpessufridos por el campo popular, tanto con las dictaduras como conlas políticas neoliberales. Intentaremos comprender las condicio-nes que hicieron posible un cambio tan radical y transformaron elparaíso neoliberal en un oasis antineoliberal en un mundo todavíadominado por el modelo neoliberal, así como el potencial y loslímites de ese cambio en el contexto continental y mundial.

el topo latinoamericano

¿Qué ocurrió con el continente? ¿Cuál es esa izquierda que seconstituyó como fuerza hegemónica alternativa? ¿Por qué ocurrióen América Latina? ¿Qué sujeto se construye o se transforma enel hito de la lucha antineoliberal?

Decidimos llamar a este libro El nuevo topo. La imagen de Marxhace referencia a un animalito con problemas de visión, que cir-cula por debajo de la tierra sin que nos demos cuenta de suexistencia y que de repente irrumpe donde menos se lo espera. Eltopo hace su trabajo sordo sin cesar, incluso cuando en la superfi-cie reina el orden y nada parece indicar que se avecina unaturbulencia. Esta imagen nos remite a las incesantes contradiccio-nes intrínsecas del capitalismo, que no dejan de operar, inclusocuando la “paz social” –la de las bayonetas, la de los cementerioso la de la alienación– parece imponerse.

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Marx ya había sido llamado el gran descubridor de señales.Captar el movimiento de lo real es descifrar el itinerario de lascontradicciones. Lenin supo hacerlo al identificar el “eslabón másdébil de la cadena imperialista” en Rusia, a comienzos del sigloXX. Allí se condensaban las contradicciones del sistema imperia-lista. Lenin percibió las condiciones de ruptura de las estructurasde poder en la Rusia atrasada, sin abandonar la idea central deMarx de que el socialismo sería construido como la superación –yla negación– de las contradicciones generadas por el desarrollodesigual y combinado por la articulación de las condicionesexplosivas de la periferia con el perfeccionamiento de las condi-ciones objetivas y subjetivas en el centro del capitalismo. Lenin loexpresó afirmando que era fácil tomar el poder en la periferiapero mucho más difícil construir el socialismo. De ahí la perspec-tiva de que la Alemania avanzada rescataría a la Rusia atrasada.

Porque luego de 1917 el eslabón más débil de la cadena se des-plazó hacia Alemania, derrotada en la guerra y cuyareconstrucción fue bloqueada por los leoninos acuerdos de guerraque impidieron su desarrollo. El fracaso de la revolución alemana(1918-1923) condicionó fuertemente no sólo el proceso de cons-trucción del socialismo en la Unión Soviética, sino también elitinerario completo del socialismo en todas sus primeras expresio-nes a lo largo del siglo XX. La Unión Soviética quedó aislada y elviejo topo –que había irrumpido bruscamente en Rusia– se fuedesplazando cada vez más lejos del centro del capitalismo. En vezde irrumpir en la Europa occidental desarrollada, encontró suelofértil en el Asia atrasada, en China, luego en Vietnam, para final-mente llegar a un país primario-exportador de otro continenteperiférico: Cuba, en América Latina. Siempre donde era más fácilromper la cadena de dominación imperial –incluso por el efectosorpresa–, pero donde a su vez era más difícil construir el socia-lismo –por el atraso en el desarrollo de las fuerzas productivas–.

Los itinerarios del topo se volvieron cada vez menos previsibles,de modo que las revoluciones tomaban forma y brotaban en esce-narios cada vez más inesperados. Sartre escribió, a propósito de laexplosión del Mayo de 1968 en París, acerca del “miedo a la revo-lución” de los comunistas, cuyos ojos estaban dirigidos siempre a

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nuevos ataques al Palacio de Invierno, como síntomas de la explo-sión de un proceso revolucionario. Sartre no hizo más queretomar la expresión de Gramsci, quien ya había hablado de laRevolución Rusa como de “una revolución contra el capital”, nopara descalificarla o quitarle su carácter anticapitalista, sino paradestacar cómo los procesos revolucionarios siempre surgen deforma heterodoxa y parecen desmentir, en vez de confirmar, laslíneas generales previstas por los teóricos del socialismo –aunquemás no sea para reescribir, de otra manera, esas mismas líneas–.

La expresión “viejo topo” fue consagrada por Marx en El 18Brumario de Luis Bonaparte, luego de describir cómo el enfrenta-miento de clases en Francia parecía desembocar en una especiede empate en la derrota, en el que todas las clases se postrabanbajo la “culata del fusil”. Sin embargo, continúa:

Pero la revolución es radical. Todavía está transitandopor el purgatorio. Ejecuta metódicamente su tarea […]Y cuando haya concluido esa segunda mitad de su tra-bajo preliminar, Europa se levantará de un salto y excla-mará exultante: ¡hermoso trabajo, mi viejo topo!

Antes de Marx, Shakespeare ya se había referido al animalito enHamlet: “Bien dicho, viejo topo. ¡Trabajas tan de prisa en el senode la tierra! Eres un verdadero saboteador”.

También Hegel aludió al topo con el mismo sentido, parahablar de las astucias y sorpresas de la historia: “Es necesario quelas grandes revoluciones, evidentemente necesarias, sean precedi-das primero de una revolución silenciosa y secreta de las ideas dela época, una revolución que no es visible para todos”.

Daniel Bensaïd subtituló “Ensayo de topología general” a sulibro Resistencias, donde recuerda que se trata de un bichitomiope y hemofílico, doblemente enfermo y frágil, pero dotado deuna gran paciencia y obstinación. Una obstinación en la bús-queda de la claridad y de la luna.

De esta manera, el topo circula entre el cielo y la tierra, entre lasombra y la luz, entre las profundidades y la superficie. Si esmiope, después de tanto tiempo en las tinieblas, ¿tendrá dificulta-

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des para adaptarse a la luz o para defenderse de la luminosidad?Cuando se retira a las profundidades de la tierra, no es parahibernar, sino para excavar más y más hondo. No retorna al lugarde partida, sino que rehace el camino de otra manera, siempre.Cuando no se deja ver, no es porque haya desaparecido, simple-mente se torna invisible. Pero siempre está cavando.

los ciclos latinoamericanos del topo

La historia de América Latina, para quien no logra comprender sumovimiento real y particular, se caracteriza por las sorpresas. Lasguerras de independencia suelen ser consideradas un desdobla-miento de la Revolución de Independencia en los Estados Unidos.Sin embargo, ese enfoque no permite ver su carácter popular, deunificación de las fuerzas de independencia, su ideología anticolo-nial –con las contribuciones de Bolívar, Martí, Artigas, ToussaintLouverture, entre tantos otros–, cuyos elementos comunes son laabolición de la esclavitud, la fundación de repúblicas y elcomienzo de la construcción de los Estados nacionales.

Rebeliones populares, como las dirigidas por Túpac Amaru yTúpac Catari en Perú, y la revolución haitiana liderada por Tous-saint Louverture, movimientos guerrilleros, como los de ManuelRodríguez y los de los hermanos Carrera en Chile, entre otrosmovimientos populares protagonizados por los pueblos origina-rios y por los negros, ya habían revelado el poderoso caudal demasas que impregnaba la historia del continente. Mientras en losEstados Unidos la esclavitud sobrevivía y convivía con la indepen-dencia (cuando los estadounidenses invadieron y anexaronterritorios de México volvieron a introducir la esclavitud enTexas)–, en América Latina la superación del período colonialsupuso la abolición automática de la esclavitud. Brasil, que dejóde ser colonia para convertirse en monarquía y no en república, yCuba, que no consiguió independizarse sino hasta comienzos delsiglo XIX, fueron la excepción.

Ese poderoso movimiento nacional ya visualizaba, en sus secto-res más conscientes, un horizonte de enfrentamientos con los

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Estados Unidos. Simón Bolívar y José Martí fueron las expresionesmás agudas de esa conciencia entre los líderes independentistas.Bolívar ya había criticado esa supervivencia de la esclavitud en larevolución estadounidense, cuando afirmó en 1820: “Me pareceuna locura que en una revolución de libertad se pretenda mante-ner la esclavitud”. Con una capacidad precoz para captar lo queallí se estaba gestando, escribió también: “Los Estados Unidosparecen estar destinados por la providencia a inundar nuestraAmérica de miserias”.

En 1895, pocas décadas después, basándose en su propia expe-riencia política y de vida en los Estados Unidos, Martísentenciaba:

Todos los días estoy a un paso de dar mi vida por mi paísy por mi deber […] de impedir a tiempo con la indepen-dencia de Cuba que los Estados Unidos se extiendan porlas Antillas y caigan, con esa fuerza excesiva, sobre nues-tras tierras de América. Todo lo que hice hasta hoy, y haré,es para eso […] para impedir que en Cuba se abra, por laanexión de los imperialistas de allí y de los españoles, elcamino que segará, y con nuestra sangre estamos se-gando, la anexión de los pueblos de nuestra América alnorte, revuelto y brutal que los desprecia. Viví en el mons-truo, conozco sus entrañas; y mi honda es la de David.

La conciencia precoz que Bolívar y Martí tenían sobre la era dedominación imperialista que estaba comenzando prenunciabacómo el país que, a principios del siglo XIX, no había conseguidoindependizarse de España enfrentaría, a fines de ese mismo siglo,al imperialismo emergente para obtener su independencia. Lacondensación de la problemática nacional con la social propicióque Cuba –una isla situada a 140 kilómetros de la potencia impe-rial más grande de la historia de la humanidad– rompiera lacadena imperial por uno de sus eslabones más inesperados.

Al ser un país con una economía primario-exportadora, cen-trada en la producción de azúcar y dirigida prácticamente en sutotalidad al mercado de los Estados Unidos, la Revolución hizo

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que Cuba cobrara un protagonismo inédito a lo largo de lasegunda mitad del siglo XX. Una nueva “revolución contra elcapital”, una nueva y brusca irrupción del viejo topo, que confir-maba que la revolución sólo es posible si viola las leyesestratégicas establecidas hasta entonces como obligatorias –hastaque dejan de serlo por la lógica concreta de la realidad concreta–.

La fuerza del sentimiento nacional en Cuba fue la principal res-ponsable de que el país se sumara a la ola de rupturas que sepropagó por el continente a comienzos del siglo XIX, aprove-chando el debilitamiento de la dominación española, debido a lasinvasiones napoleónicas a la península, e influida por la Revolu-ción de Independencia en los Estados Unidos. A pesar de ello, esesentimiento no consiguió triunfar, pues las elites temían perder elcontrol sobre el movimiento, raíz de su radicalismo. En la décadade 1870, después de un primer intento de desatar una guerra deindependencia, Cuba reunió fuerzas suficientes para derrotar alcolonialismo español. Sin embargo, ese proceso fue abortado en1895, en su segundo intento, y ya bajo la dirección de Martí, porla intervención de la emergente fuerza imperial estadounidense.Así pagó Cuba el precio por no haberse librado de la dominaciónespañola en las décadas anteriores, teniendo que enfrentarse a losEstados Unidos, por entonces un poder imperialista. Lo que seinstaló en la isla fue lo que los historiadores cubanos llamaronuna “protorrepública” tutelada por los Estados Unidos.

La imposibilidad de realización de la cuestión nacional hizoque esa bandera se acoplara, con la revolución de 1959, a lastransformaciones antiimperialistas, anticapitalistas y socialistas.De ahí que el movimiento cubano tenga improntas nacionalistas ysocialistas profundamente imbricadas, fruto del enorme peso quela dominación estadounidense tuvo en la historia de Cuba.

La victoria de la Revolución Cubana fue la mayor sorpresa his-tórica que haya vivido América Latina. En la segunda mitad de ladécada de 1950, los movimientos nacionalistas clásicos estaban enpleno proceso de agotamiento con las caídas de Getúlio Vargas yde Juan Domingo Perón, así como con la descaracterización delas revoluciones mexicana y boliviana. Al mismo tiempo, las inver-siones estadounidenses retornaban fortalecidas luego del largo

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paréntesis provocado por la crisis de 1929, la Segunda GuerraMundial y la Guerra de Corea. Los partidos de izquierda en losdistintos países del continente carecían de perspectivas, ya seaporque estaban aislados por el clima de la Guerra Fría, como fueel caso de Cuba, ya sea porque eran seguidores de movimientosnacionalistas que llegaban a su fin.

El asalto al cuartel Moncada en 1953 y el posterior desembar-que del yate Granma en 1957 fueron considerados “desvíosaventureros”, acontecimientos que se “apartaban” de un guiónpreestablecido de la historia, que tendría no sólo un script sinotambién directores y actores predefinidos. Se olvidaron de la cua-lidad imprevisible del topo, que puede, como hemos visto, contarcon el factor sorpresa a su favor.

Así pues, lo más sorprendente fue la rápida dinámica que asumióla revolución victoriosa, que en pocos años transitó de la fase demo-crática a la fase antiimperialista y anticapitalista, acelerada por ladupla revolución-contrarrevolución que afecta a todo proceso real-mente revolucionario. Fue un enfrentamiento desigual del queCuba salió airosa. Hasta ese momento, todos los gobiernos del con-tinente que habían tenido que vérselas con los intereses de losEstados Unidos habían sido derrotados, sea por golpes militares,sea por capitulaciones. Ningún país había enfrentado con éxito alos Estados Unidos, ni siquiera los relativamente más poderosos,como México, la Argentina y Brasil. No se podía esperar que aquelpequeño país saliera victorioso del enfrentamiento.

Sin embargo, operó lo que Trotski llamaba el “privilegio delatraso” y Lenin, “el eslabón más débil de la cadena”, dos expresio-nes de la ley del desarrollo desigual y combinado. Dado queMéxico, Brasil y la Argentina eran los países que, desde la pers-pectiva de los Estados Unidos, corrían más riesgo de escapar desu esfera de influencia y desequilibrar la relación de fuerzas en elcontinente, Washington concentraba en ellos lo esencial de suestrategia de contención para lo que consideraba como la accióncomunista en América Latina. Los mecanismos tradicionales de laGuerra Fría, que habían llevado al aislamiento al partido comu-nista cubano, el Partido Socialista Popular, aseguraban que lasituación estaba controlada. Ningún movimiento antidictatorial

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en el continente, incluso los enfrentados a los aliados de los Esta-dos Unidos, había escapado a su control.

La ausencia del factor sorpresa influyó para que no ocurrieranotras victorias en América Latina durante las dos décadas siguien-tes, aun cuando proliferaran los movimientos guerrilleros desdeMéxico hasta Uruguay, desde Guatemala hasta Argentina y Brasil.Toda forma de disidencia pasó a ser catalogada, en el esquema dela Guerra Fría y la Doctrina de Seguridad Nacional, como “sub-versiva”, “infiltrada”, y se determinó que debería ser extirpadacomo un virus externo al cuerpo social nacional.

Esa acción fue complementada por la llamada Alianza para elProgreso, propuesta por los Estados Unidos con el objetivo deincentivar reformas en el campo y promover la pequeña ymediana propiedad para conciliar las contradicciones y apaciguarlas movilizaciones campesinas. Una acción similar a la que losmismos estadounidenses ya habían impuesto durante la ocupa-ción militar en Japón y Corea del Sur con el fin de intentarimpedir la proliferación de procesos revolucionarios de base agra-ria, como los que ya habían ocurrido en China.

Durante el gobierno democristiano de Eduardo Frei, Chile fueel país privilegiado por la Alianza para el Progreso a la hora deimplantar lo que se llamó la “revolución en libertad”, en unintento de diferenciarla del proyecto revolucionario cubano. Perola reforma agraria de Frei no consiguió prosperar, su gobiernofracasó y el topo pudo, entonces, emerger con el gobierno socia-lista de Salvador Allende.

El topo respondió al bloqueo del movimiento guerrillero conproyectos de gobiernos institucionales como el de Velasco Alva-rado en Perú, en 1969, y el de Allende en Chile, en 1970. Dos delos más importantes bastiones del poder conservador en el conti-nente comenzaban a ser penetrados por ideas progresistas: lasFuerzas Armadas en Perú, adelantándose a lo que ocurriría enVenezuela tres décadas más tarde; y la Iglesia Católica, con el Con-cilio Vaticano II y la Teología de la Liberación, que se diseminópor gran parte de los países de América Latina.

La cuestión del poder y de la contradicción entre democracia ycapitalismo estuvo plasmada de forma explícita en Chile. En

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efecto, en el país con la más larga tradición y continuidad institu-cional del continente, la alianza entre comunistas y socialistas(Unidad Popular) ganó las elecciones presidenciales de 1970,después del fracaso de los gobiernos del conservador Jorge Ales-sandri (1958-1964) y de Eduardo Frei (1964-1970). La UnidadPopular había hecho cuatro intentos previos y la victoria llegó contan sólo el 36,3% de los votos.

Hasta ese momento en América Latina habían triunfado gobier-nos progresistas, particularmente los de carácter nacionalistacomo los de Getúlio Vargas en 1950, Perón en 1945 y Cárdenas en1936. Sin embargo, en 1938 Chile había elegido uno de los tresgobiernos de Frente Popular en el mundo –los otros dos fueronen Francia y en España–, presidido por Pedro Aguirre Cerda; eneste gobierno el joven médico Salvador Allende había ocupado elpuesto de ministro de Salud. Y si bien en Chile había existido ungobierno que se proclamó socialista y que duró sólo doce días, acomienzos de los años treinta, Allende fue el primero en ganarcon un programa socialista de transformaciones anticapitalistas.

No es casual que esa situación se diera en Chile, que fue una espe-cie de “laboratorio de experiencias políticas” latinoamericanas,como Engels calificaba a Francia en el continente europeo. Lasraíces de esas características chilenas se remontaban lejos en eltiempo y remitían a la tradición institucional del sistema político y alsurgimiento relativamente precoz del movimiento obrero en el país.

Al unificarse estrechamente ya en 1830 bajo la égida de Porta-les –mientras otros países se debatían en grandes conflictosinternos–, Chile comenzó a elegir a todos sus presidentes hasta elgolpe militar de 1973, con la excepción de 1891 y del períodocomprendido entre 1924 y 1931. El país organizó un Congresoantes que los países europeos, excepto Inglaterra y Noruega. Amediados del siglo XIX la participación electoral en Chile eraequivalente a la de Holanda en esa misma época, a la que Inglate-rra había alcanzado apenas veinte años antes y a la que Italia sólollegaría veinte años después. Chile implantó el voto secreto en1874, antes que Bélgica, Dinamarca, Noruega y Francia.

Asimismo, el país contó con un movimiento obrero relativa-mente precoz en relación con otros países de la región. Si todos

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tenían economías primario-exportadoras, Chile exportaba pro-ductos minerales –estaño y, en segundo lugar, cobre–. En vez deun numeroso campesinado, desarrolló una concentrada claseobrera minera. Así surgió, ya a fines del siglo XIX, un proleta-riado minero y, a partir de él, un fuerte movimiento obrero–anterior a la burguesía industrial–.

En 1920 el comunista Luis Emilio Recabarren, fundador de lospartidos comunistas chileno y argentino, se presentó como candi-dato a la presidencia. En 1938 el gobierno quedó en manos delFrente Popular. La gestión de Eduardo Frei fue la experienciapiloto de la Alianza para el Progreso en América Latina, y la deAllende representó la única experiencia de transición institucio-nal al socialismo en el mundo. El golpe de 1973 llevó al poder almodelo más representativo de dictadura militar de aquel períodohistórico, época en que comenzó a implantarse el neoliberalismoen América Latina y en el mundo.

La crisis del petróleo, ocurrida el mismo año de los golpes enChile y Uruguay, puso fin al largo ciclo expansivo del capitalismoen la segunda posguerra, en cuyo seno los Estados Unidos conso-lidaron su posición hegemónica en el bloque occidental. Dadaslas circunstancias, los Estados Unidos se valieron de la transicióna un nuevo modelo para reactualizar esa posición.

La nueva aparición del topo –la victoria sandinista– ocurrió enel momento culminante de un largo ciclo recesivo y del reiniciode la ofensiva internacional de los Estados Unidos luego de laderrota de Vietnam, el escándalo del Watergate y la renuncia deRichard Nixon. El breve paréntesis representado por el gobiernode Carter concluyó rápidamente en el marco de las nuevas derro-tas estadounidenses en 1979 –las revoluciones en Irán, Nicaraguay Granada–. En esa nueva correlación mundial de fuerzas, lasegunda Guerra Fría, derivada de la ofensiva internacional delgobierno de Reagan, ya se habían producido el triunfo sandinistay las ofensivas guerrilleras salvadoreña y guatemalteca.

Si bien desde un comienzo los sandinistas pudieron contar conel apoyo y la simpatía de gobiernos como los de México (PartidoRevolucionario Institucional –PRI–) y Venezuela (durante elgobierno de Carlos Andrés Pérez, de la Acción Democrática), y

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también de la socialdemocracia europea, más tarde esta situaciónse revirtió y comenzó a favorecer el bloqueo de los EstadosUnidos a Nicaragua y la militarización de Honduras para servir deretaguardia a los contras y a ellos mismos, tal como habían funcio-nado Laos y Camboya en Indochina durante el cerco de Vietnam.

En un primer momento la socialdemocracia europea tomó aNicaragua como una especie de contrapunto pluralista de lo quesería el modelo cerrado de Cuba. Sin embargo, la polarizacióninternacional de la segunda Guerra Fría, con el clima fuerte-mente antisoviético impuesto en Europa por los estadounidenses,hizo que se distanciara y, finalmente, se opusiera al gobierno san-dinista.

En la década de 1980 predominaba un clima no sólo antisovié-tico, sino también anticubano, antivietnamita, antinicaragüense–situación que llevó a García Márquez a comentar que “ellos sonsolidarios en nuestras derrotas, pero no pueden soportar lasnuevas victorias”–. El régimen de Pol Pot, en Camboya, fue usadocomo fantasma en el intento por identificar la revolución con eltotalitarismo. Se estaba preparando el terreno para la nueva hege-monía liberal también en los planos político e ideológico.

La ofensiva estadounidense en Europa, avivada por las supues-tas amenazas del “peligro soviético”, no dejó de repercutir en elseno mismo de la izquierda. La socialdemocracia, escudada en lareactualización de la teoría del totalitarismo –que identificabanazismo con estalinismo–, reafirmó su elección atlantista con laalianza subordinada a los Estados Unidos. La unidad de laizquierda se debilitaba y Europa occidental se distanciaba deAmérica Latina y de toda la periferia capitalista.

Un momento determinante en ese giro de la socialdemocraciaeuropea fue el cambio de posición de François Mitterrand,apenas comenzado el segundo año de su primer mandato,cuando su gobierno abandonó el tradicional programa keyne-siano de la izquierda francesa y adhirió –por primera vez en ungobierno socialdemócrata– al modelo neoliberal. De esta manerareforzó la alianza con el bloque anglosajón y se distanció de losglobalizados. Al mismo tiempo, se producía la ruptura interna dela alianza con el Partido Comunista. La influencia de la socialde-

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mocracia en Alemania, Holanda, Francia, España e Italia fueespecialmente determinante para ese cambio. En el caso chileno,los resultados se vieron directamente: el Partido Socialista rompióla alianza con los comunistas y pactó otra –que se mantiene hastael día de hoy– con la Democracia Cristiana, bloque que conservóla política económica neoliberal de Pinochet.

En 1989, el mismo año de la caída del Muro de Berlín, tresacontecimientos decisivos indicaron que en América Latinacomenzaba a generalizarse la adopción del modelo neoliberal: lasvictorias electorales de Carlos Menem en la Argentina, FernandoCollor de Mello en Brasil y Carlos Andrés Pérez en Venezuela. Losinesperados cambios políticos e ideológicos en el peronismo y laAcción Democrática representaban la adhesión de las corrientesnacionalistas –como ya había ocurrido con el PRI mexicano– ysocialdemócratas al nuevo modelo. De esta manera quedaba con-formado un cuadro de cohesión continental neoliberal.

La Acción Democrática eligió a Carlos Andrés Pérez porsegunda vez. Pérez había prometido un programa de reactivacióneconómica, pero de inmediato adoptó un paquete de duro ajustefiscal de carácter neoliberal. Hubo una multitudinaria reacciónpopular, conocida como el “Caracazo”, que provocó la muerte decientos de personas.

Menem también había anunciado una “revolución productiva”,pero inmediatamente después de las elecciones nombró comoministro de Economía a Miguel Roig, y luego a Néstor Rapanelli,ambos altos ejecutivos del grupo Bunge y Born y representantesde un sector del empresariado históricamente hostil al pero-nismo. Ésta fue la prueba de su adhesión al liberalismoeconómico. Uno de los rasgos más destacados de la identidadargentina, el peronismo y su ideología nacionalista, se sumaba alnuevo consenso latinoamericano.

En Brasil, Collor de Mello derrotó a Lula en la segunda vuelta ydio comienzo al ciclo neoliberal, que más tarde continuó con laadhesión de la socialdemocracia –representada por FernandoHenrique Cardoso– al modelo. En Bolivia, el Movimiento Nacio-nalista Revolucionario (MNR) –que había encabezado laRevolución de 1952 con su dirigente histórico, Víctor Paz Estens-

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La referencia original señalaba que Álvaro Alsogaray fue nombrado ministro de Economía de Menem. Reformulamos un poco el párrafo para modificar la información, pero aún estamos a tiempo de ajustar lo que sea necesario.
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soro– comenzó a aplicar el neoliberalismo como respuesta a lahiperinflación. En México, el modelo ya estaba en pleno procesode implementación desde el gobierno de Carlos Salinas de Gor-tari –iniciado en 1986– y continuó con el gobierno de su sucesorErnesto Zedillo, ambos del PRI, partido de origen nacionalista.

Las sucesivas derrotas políticas e ideológicas de la izquierda,con sus consecuencias en el plano social, provocaron reflujos pro-longados en el continente. De hecho, luego de la adhesión departidos del campo progresista al neoliberalismo, el campo de laresistencia se vio restringido casi exclusivamente a los movimien-tos sociales. Sin embargo, ningún caso fue tan dramático como elargentino.

El peronismo, que había ocupado un amplio espacio en elespectro político, incluso en gran parte del movimiento obrero,puso en práctica el modelo neoliberal en uno de los desplaza-mientos ideológicos más impresionantes de la región, porquellevó a las formas organizadas más contundentes del movimientosindical a compartir esa trayectoria. De esta manera, el espacio deresistencia quedó debilitado, y las circunstancias hicieron posibleel proceso más radical de privatizaciones que haya conocido Amé-rica Latina. Después de dos crisis de hiperinflación, lasprivatizaciones llegaron como telón de fondo –pero reflejado enel día a día de las personas– del plan de estabilización monetariaque, a su vez, llegó acompañado con la paridad del dólar. Éstaelevó artificialmente el poder adquisitivo de la moneda argentinay preparó así una bomba de tiempo que explotaría en la décadasiguiente, al final del mandato de Menem.

La sumatoria de esos factores hizo que la Argentina fuera víc-tima de uno de los procesos más brutales de dilapidación del quehasta entonces había sido un poderoso sector estatal de la econo-mía. Un caso emblemático fue el de la empresa YacimientosPetrolíferos Fiscales (YPF), que había propiciado que el país seautoabasteciera de petróleo. El gobierno la privatizó con unasimple votación en el Congreso.

Así quedó desarticulado uno de los más avanzados sistemas eco-nómicos y sociales de desarrollo e integración social, que unía laexpansión productiva a la extensión del mercado interno de con-

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sumo popular –ambos debilitados por las políticas de la dictaduramilitar–. Un plan ahora puesto en práctica por una de las fuerzasmás tradicionales del nacionalismo latinoamericano.

Bajo diferentes fisonomías y desplazando a la izquierda tradi-cional, el peronismo ocupó el centro de la historia argentina a lolargo de las últimas seis décadas. Al derrotar a los partidos socia-lista y comunista, debilitó y cortó las bases populares de esasorganizaciones políticas, y, en consecuencia, dejó alternativas muydifíciles para la izquierda no peronista. Una primera posibilidadera la alianza con la derecha liberal, argumentando críticamentela falta de democracia del peronismo. La segunda era sumarse alperonismo –que llegó a tener una tendencia trotskista, la de JorgeAbelardo Ramos– y desaparecer en su seno. Y la tercera, perma-necer en la izquierda del peronismo, aislada socialmente,reafirmando los principios doctrinarios.

El peronismo asumió posturas contradictorias a lo largo deltiempo, desde su nacionalismo original, pasando por la Triple A(Alianza Anticomunista Argentina) de López Rega durante elgobierno de María Estela Martínez de Perón, hasta el neolibera-lismo de Menem y el gobierno de los Kirchner.

La Argentina, como resultado de la confluencia del papel delperonismo, de la dictadura y de las crisis de hiperinflación –quetuvieron lugar en el último período del gobierno de Raúl Alfon-sín y el comienzo de la presidencia de Menem–, es uno de lospaíses del continente donde el campo de la izquierda tiene másdificultades para afirmar su perfil y ocupar un espacio importanteen la arena política. La turbulenta convivencia entre unaizquierda kirchnerista y un gran espectro de pequeños grupos, defuerte connotación doctrinaria pero sin una importante expre-sión de masas y con poco peso en el escenario político, nofavorece la proyección de los movimientos sociales en la construc-ción de proyectos hegemónicos alternativos.

Así pues, le tocó al movimiento piquetero y de recuperación defábricas ser el protagonista principal de la resistencia al neolibera-lismo –un escenario que se repitió en casi toda América Latina–.Los movimientos sociales, viejos y nuevos, se destacaron en laresistencia contra los gobiernos neoliberales y sus programas de

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Aquí corregimos la referencia a la hiperinflación, simplemente para señalar que también el último período del gobierno de Alfonsín se vio afectado por ese motivo.
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privatizaciones, de retracción del Estado en los planos económicoy social, de apertura acelerada de la economía, de dinamizacióndel desarrollo centrado en la exportación y en el consumo debienes de lujo, y de precarización de las relaciones de trabajo. Asícomo los piqueteros, también se destacaron por su resistencia loszapatistas en México, los sin tierra en Brasil, los movimientos indí-genas en Bolivia y en Ecuador. Las organizaciones sindicales,debilitadas por el aumento exponencial del desempleo y de laprecarización estructural de las relaciones de trabajo, participa-ron de esa confrontación, pero perdieron el lugar central quehabían tenido en las décadas anteriores en el campo popular.

En la década de 1990, el campo político estuvo signado sobretodo por la ofensiva de las políticas neoliberales y la resistencia delos movimientos sociales. El neoliberalismo consiguió crear con-senso en torno a sus políticas contando con una fuertepropaganda internacional, pero jugando también con el fantasmade la inflación, el punto de apoyo fundamental en América Latinapara la criminalización del Estado y la introducción de duras polí-ticas de ajuste fiscal. Los efectos inmediatos de la estabilizaciónmonetaria –y la ilusión de que esa medida, por sí sola, elevaría sus-tancialmente la capacidad de consumo de la población ypromovería la recuperación del desarrollo económico– posibilita-ron la reelección de los principales presidentes promotores delneoliberalismo: Menem, Fernando Henrique Cardoso y Fujimori,fenómenos que abarcaron políticamente la década de 1990.

La polarización de los enfrentamientos encontró un centro deresistencia en los movimientos sociales, y sobre todo en su cohe-sión interna. Estos funcionaban como catalizadores del crecientedescontento popular. Pero su dificultad provenía de su incapaci-dad de constituir una fuerza política que propusiera modelosalternativos y un bloque político que pudiera triunfar electoral-mente y poner esos modelos en práctica.

Los Foros Sociales Mundiales (FSM) expresaron ese momentode resistencia en el plano internacional consolidando una visiónque reducía la exclusividad de la lucha a los movimientos socialesy a las ONG, oponiéndose a las fuerzas políticas y a la propiaesfera política, y privilegiando una supuesta sociedad civil. Las

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movilizaciones contra las reuniones de la Organización Mundialdel Comercio (OMC), iniciadas en Seattle, contra la guerra enIrak e incluso contra la realización de los FSM fueron los aconte-cimientos representativos de esa modalidad de lucha deresistencia al neoliberalismo. Pero ese primer período se agotó. Ydos instancias fueron determinantes para concluirlo. La primerafue la lucha contra la guerra en Iraq. Los FSM nunca incluyeronel tema de la lucha contra las guerras y por la paz porque esoimplicaba meterse directamente en asuntos políticos y estratégi-cos, relaciones de poder, políticas imperiales. Las actividadesrelacionadas con esta problemática eran siempre paralelas, agre-gadas, quedaban fuera de la programación oficial; por estemotivo los FSM desaparecieron de la escena política mundial, enla cual predominaba justamente el tema de las guerras, impuestopor los Estados Unidos. Las movilizaciones contra la guerra seagotaron en aquel momento y la cuestión de la lucha por la pazno fue sucedida por otras formas de lucha. El éxito de la realiza-ción de las más grandes manifestaciones ocurridas en el mundoni siquiera fue objeto de debate.

La segunda instancia esencial fue el pasaje de la fase de resis-tencia a la fase de construcción de alternativas, cuyo principalescenario fue América Latina y los principales protagonistas, susgobiernos. Todas las alternativas superadoras del neoliberalismoestán supeditadas a políticas estatales, ya sea que trabajen por lagarantía y la extensión de derechos, por la reglamentación delcapital financiero o por la construcción de alianzas alternativas ala OMC, justamente un espacio que los FSM se niegan a encarar.Al rehusarse a hacerlo, permanecen en la fase de resistencia y semuestran incapaces de enfocar las alternativas que en la prácticadieron comienzo a la construcción del otro mundo posible.

los ciclos de lucha

En medio siglo, desde la victoria de la Revolución Cubana (1959),el continente vivió varios ciclos de ascenso y caída de las luchaspolíticas, de triunfos y reveses, en plazos muy cortos si se compa-

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ran con los de la izquierda europea, por ejemplo, con las corres-pondientes transformaciones radicales en la correlación defuerzas entre las clases y los campos sociales, políticos e ideológi-cos. Ello refleja también la prolongada crisis de hegemonía queafectó a la región a partir del agotamiento del modelo de sustitu-ción de importaciones –que había estado vigente desde la crisisde 1929–.

Podemos identificar distintos ciclos en las cinco décadas trans-curridas desde el triunfo cubano:

1. De 1959 a 1967: victoria de la Revolución Cubana; extensión delas guerrillas rurales a Venezuela, Guatemala y Perú, que sesumaron a las de Colombia y Nicaragua; movilizaciones demasas en varios países, entre ellos Brasil bajo el gobierno deJoão Goulart (1961-1964) y, tras el golpe militar de 1964 en esepaís, las luchas de resistencia a la dictadura. Fue un períodoascendente, influido directamente por la victoria cubana e inte-rrumpido por la muerte del Che en 1967, en Bolivia.

2. De 1967 a 1973: reflujo de los movimientos guerrilleros rurales;ascenso de nuevos movimientos guerrilleros urbanos en Uru-guay, Argentina y Brasil; triunfo electoral de Salvador Allendeen Chile (1970-1973); inicio de los gobiernos nacionalistas deVelasco Alvarado en Perú (1968), Omar Torrijos en Panamá(1968) y Juan José Torres en Bolivia (1971). Fue un períodomixto, de transición a un período de descenso marcado por losgolpes y las dictaduras militares que advendrían en Bolivia,Chile, Uruguay y Argentina, que se sumaron a la que regía enBrasil.

3. De 1973 a 1979: consolidación de las dictaduras militares en elCono Sur –a la de Brasil (1964) siguieron las de Bolivia (1971),Chile (1973), Uruguay (1973) y Argentina (1976); éxito delmodelo económico de la dictadura brasileña; caída de VelascoAlvarado en Perú (1975); inicio de la implantación del modeloneoliberal por parte de la dictadura de Pinochet en Chile. Unperíodo de reflujo.

4. De 1979 a 1990: victoria de los sandinistas en Nicaragua (1979);revolución en Granada (1979); gobierno progresista en Suri-

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nam; elección de Fidel Castro para presidir el Movimiento delos Países No Alineados (1979); expansión de las guerrillas enEl Salvador y Guatemala. Período de recuperación y de claroavance, a pesar de la supervivencia de las dictaduras en el ConoSur.

5. De 1990 a 1998: derrota sandinista (1990); comienzo del “perí-odo especial” en Cuba (1989); expansión de la hegemoníaneoliberal en el continente, con los gobiernos del PRI enMéxico, Paz Estenssoro en Bolivia (1985), Carlos Menem en laArgentina (1989), Carlos Andrés Pérez en Venezuela (1989),Alberto Fujimori en Perú (1990) y Fernando Henrique Car-doso en Brasil (1994); continuidad del modelo neoliberalheredado de Pinochet durante los gobiernos democristiano ysocialista en Chile (1990). Período de claro reflujo y regresión.

En ese medio siglo, la sucesión de ciclos cortos de ascenso ydescenso configura una tendencia ascendente, que puede carac-terizarse como un largo ciclo de expansión de las luchaspopulares. La sucesión de plazos cortos pone de manifiesto lainestabilidad del continente y la incapacidad para consolidaralternativas, lo que a su vez revela una profunda crisis hegemó-nica y también una enorme capacidad de recuperación de laizquierda frente a los reveses, algunos de ellos muy críticos –comola muerte del Che, el golpe en Chile, la derrota sandinista, las dic-taduras militares, los gobiernos neoliberales–. Como un topo, elmovimiento popular buscaba líneas de menor resistencia despla-zándose hacia otros territorios geográficos y espacios socialescuando se veía bloqueado: del sur al norte del continente, delcampo a la ciudad, de la izquierda tradicional a los nuevos secto-res sociales y las nuevas formas organizativas, de los partidos a losmovimientos sociales y de éstos a nuevas fuerzas políticas e ideoló-gicas. Derrotas de la dimensión de las sufridas por la izquierda delcontinente suelen llevar, en otras regiones del mundo, a reflujosmucho más largos y prolongados, como los que ocurrieron a raízde las derrotas de Alemania e Italia en la Primera Guerra Mun-dial (1914-1918) y de la derrota republicana en la Guerra CivilEspañola (1936).

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La brevedad de los ciclos es sorprendente:De la muerte del Che y el agotamiento del primer ciclo guerri-

llero (1967) al gobierno de Allende (1970) pasaron tres años;De los golpes militares en Chile, Uruguay (ambos en 1973)

Argentina (1976) al triunfo sandinista (1979) pasaron de tres aseis años;

Del fin del “campo socialista”, la caída del gobierno de Gra-nada, el cambio de orientación del gobierno de Surinam, elcomienzo del “período especial” en Cuba (1989) y el fin del régi-men sandinista (1990) a la elección de Hugo Chávez (1998)pasaron de ocho a nueve años.

El modelo neoliberal se extendió por el continente desde 1989(México, Venezuela y la Argentina), luego llegó a Brasil y en 1994,el mismo año de la primera crisis del neoliberalismo y de la rebe-lión de Chiapas, se firmó el Tratado de Libre Comercio de Américadel Norte (NAFTA),. Se asistía así a la generalización del modelocon sus precoces muestras de agotamiento y de resistencia popular.

La sucesión de los ciclos revela un continente de revoluciones ycontrarrevoluciones. Como ya lo habían demostrado la rebeliónde los trabajadores mineros en Iquique, en el norte de Chile(1906), y principalmente la Revolución Mexicana (1910), quecon el cambio de siglo inauguró una vez más –después delintenso ciclo de revoluciones de independencia del siglo ante-rior– un ciclo expansivo de las luchas.

En el medio siglo analizado, los tres ciclos ascendentes sumanveintinueve años –incluyendo las victorias revolucionarias enCuba y Nicaragua, y los gobiernos de Salvador Allende, HugoChávez, Evo Morales y Rafael Correa–, mientras que los ciclos dereflujo suman catorce años –incluyendo la muerte del Che, elgolpe en Chile y la derrota sandinista–.

los ciclos neoliberales

¿Por qué América Latina se convirtió en laboratorio de experien-cias neoliberales y, en un plazo relativamente corto, en el eslabónmás débil de la cadena neoliberal a escala mundial?

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El continente vivió cinco décadas de desarrollo económico con-tinuo que conformaron un largo ciclo expansivo desde los añostreinta, cuando se pusieron en práctica distintas formas de reac-ción a la crisis de 1929, hasta el agotamiento del modelo primarioexportador y de la hegemonía liberal. Se desarrollaron proyectoseconómicos de industrialización sustitutiva de las importacionesen algunos países –de forma más concentrada en México, laArgentina y Brasil, pero también más aisladamente en Colombia,Perú y Chile–. Esos procesos vinieron acompañados de proyectospolítico-ideológicos de carácter nacional, que fortalecían a laclase trabajadora, los sindicatos y las fuerzas partidarias de carác-ter nacional, y también de ideologías e identidades nacionalistas.Al mismo tiempo, se constituyeron nuevos bloques sociales en elpoder.

En la década de 1960, ese potencial acumulado derivó en fuerzaradical cuando el largo ciclo expansivo se agotó y se estrelló contralos derechos conquistados, y las dictaduras militares sustituyeron alas democracias liberales existentes; mientras tanto, el triunfocubano apuntaba a alternativas que superaban los límites del capi-talismo y la dominación imperial estadounidense. La explosiva ycontradictoria combinación de esos elementos desembocó en losgolpes militares del Cono Sur pero también en la victoria de laRevolución Cubana y los movimientos guerrilleros posteriores.

Dos procesos combinados produjeron la más radical y concen-trada transformación regresiva de las correlaciones de fuerzaentre las clases: las dictaduras militares y la implantación de losmodelos neoliberales, ambos estrechamente vinculados entre sí.La promoción de los profundos y concentrados procesos de priva-tización –con la brutal transferencia de renta y patrimoniopúblico correspondiente– como se dieron en Chile, Uruguay y laArgentina –para mencionar los ejemplos más extremos–, eraimpensable sin antes romper la capacidad de defensa de los inte-reses del movimiento popular mediante la represión.

Esos tres países tenían algunos de los más avanzados sistemasde protección social, Estados con capacidad reguladora, procesosde expansión del mercado interno, de fomento al desarrollo eco-nómico, de garantías de los derechos sociales de la población y de

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prestación de servicios. La represión más brutal que conocieronen sus historias abrió camino a los modelos neoliberales, loscuales produjeron modalidades de Estados mínimos privatizando–en el caso argentino se privatizó prácticamente todo el patrimo-nio público– y aboliendo derechos sociales que habían sidoconquistados a lo largo de muchas décadas de lucha. Tres de losmás avanzados Estados del continente fueron desarticulados.

En la década de 1990 el neoliberalismo se había propagado porel continente como en ninguna otra región del mundo. Nacidoen la extrema derecha del Chile de Pinochet, encontró otrosadeptos de derecha como Alberto Fujimori en Perú, pero tam-bién conquistó fuerzas históricamente identificadas con elnacionalismo, como el PRI mexicano, el peronismo argentino–durante las dos presidencias de Carlos Menem– y el MNR enBolivia. A partir de entonces alcanzó a la socialdemocracia, con elPartido Socialista de Chile, la Acción Democrática de Venezuela yel Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Ocupóprácticamente todo el espectro político del continente, de dere-cha a izquierda, y se convirtió en un modelo hegemónico en todaAmérica Latina.

Sin embargo, por sus propias características intrínsecas, elmodelo neoliberal, no consiguió crear las bases sociales necesa-rias para su reproducción y legitimación. La desregulación, cuyoresorte propulsor era destrabar todos los obstáculos para la librecirculación del capital, llevó –como hoy es bien sabido– a canali-zar abultados recursos no para el sector productivo, sino para elfinanciero, en el cual el capital obtuvo lucros más elevados, conmucha mayor liquidez y casi siempre sin pagar impuestos. Esto,sumado a la apertura acelerada de las economías, ocasionó nosólo un intenso proceso de concentración del ingreso, exclusiónde derechos formales de los trabajadores y desempleo, sino tam-bién un proceso de desindustrialización de las economías delcontinente.

Así, cuando el efecto positivo inmediato de la estabilizaciónmonetaria hubo pasado, los gobiernos neoliberales no consiguie-ron consolidar en el poder un bloque de clases que les dierasustentabilidad. Fracturaron radicalmente a las capas medias, cap-

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tando al sector superior para los procesos de modernización de laeconomía pero empujando al empobrecimiento al contingentemayoritario de esas capas, y, a la vez, neutralizaron relativamentelas reacciones de las masas con la fragmentación, la informaliza-ción y el desempleo en el mundo del trabajo. El modelo pasó así,tempranamente, de la euforia a la depresión y al aislamiento delos gobiernos que lo sostuvieron.

Las tres economías más importantes del continente –la mexi-cana, la brasileña y la argentina– fueron justamente las quesufrieron las tres grandes crisis del modelo, en 1994, 1999 y 2002,respectivamente. El modelo agotó su potencial hegemónico sinhaber podido cumplir sus principales promesas. Si bien es ciertoque la inflación fue controlada, el precio fue muy alto: frenó laposibilidad de recuperar el desarrollo económico, produjo el másintenso proceso de concentración del ingreso que el continenteha conocido, generó enormes déficits públicos, expropió dere-chos fundamentales de la mayoría de la población –en primerlugar, el derecho al empleo formal–, elevó exponencialmente elendeudamiento público y, además, fragilizó las economías de laregión, que pasaron a ser víctimas indefensas de ataques especula-tivos –de los cuales los tres casos mencionados son ejemploselocuentes–.

Las conquistas más importantes del neoliberalismo no ocurrie-ron en el plano económico, en el que canalizaba sus mayorespromesas, sino en los planos social e ideológico. La combinaciónentre políticas de “flexibilización laboral” –que en realidad son deprecarización laboral, de expropiación del derecho al contratoformal de trabajo–, desempleo resultante de ajustes fiscales en elámbito gubernamental y despidos masivos en el sector privadodebilitó profundamente los sindicatos y la capacidad negociadorade los trabajadores, fragmentó y atomizó la fuerza de trabajo ydesplazó los temas del trabajo y las relaciones de trabajo deldebate público. La mayoría de los latinoamericanos no puedenorganizarse, no pueden apelar a la justicia, no tienen identidadpública, no son ciudadanos en el sentido de que no son sujetos dederechos, sino víctimas de los peores mecanismos de superexplo-tación del trabajo. Se los llama “excluidos”, no por ser

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marginados de los procesos sociales constituidos, sino por estarexcluidos de las relaciones de derecho, por no ser reconocidospor el mercado de trabajo, por haberles sido expropiados susderechos sociales fundamentales.

A esa fragmentación social, que dificulta al máximo la organiza-ción de las luchas de resistencia contra el neoliberalismo, sesuman los cambios radicales en el campo ideológico de las socie-dades latinoamericanas. La derrota del campo socialista en todoel mundo fue seguida de un proyecto ideológico que sustituyó elEstado por la empresa y por el mercado, el ciudadano por el con-sumo, la regulación económica por el libre comercio, los espaciospúblicos por los shopping centers, el trabajador por el individuo, laideología por el marketing, la palabra por la imagen, la escriturapor los medios visuales y el libro por el video, las concentracionescallejeras por las campañas políticas televisivas, los derechos porla competición, la novela escrita por la telenovela, los periódicospor el informativo de televisión. En síntesis, un giro hacia la con-solidación de valores ideológicos que venían imponiéndose a lolargo del tiempo y que encontraron en el ambiente ideológico dela hegemonía neoliberal su campo de afirmación por excelencia.

De la mano de esa afirmación vino la descalificación de valores,fenómenos, espacios, partidos, política, soluciones colectivas, pla-nificación estatal, derechos, teorías, ideología, razón, concienciasocial, desalienación, organizaciones y movimientos sociales,esfera pública y esfera estatal.

Los valores ideológicos neoliberales, sumados a las campañas del“pensamiento único” y del “Consenso de Washington”, terminaronconfigurando un campo intelectual dominante absolutamente pre-capitalista en su era neoliberal. Este precapitalismo, conjugado conel factor mencionado antes, es decir, la fragmentación social, son loselementos de fuerza del neoliberalismo, que responden principal-mente por su mantenimiento como modelo hegemónico todavíadominante en América Latina, a pesar de su agotamiento econó-mico precoz y de las derrotas de los gobiernos que lo personificaron–Alberto Fujimori en Perú, Fernando Henrique Cardoso en Brasil,Carlos Menem en la Argentina, Carlos Andrés Pérez en Venezuela,Sánchez de Losada en Bolivia, los últimos gobiernos del PRI en

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México, los gobiernos de los dos partidos tradicionales en Uruguayy el Partido Colorado en Paraguay–. Pero también la derrota de losque intentaron perpetuarlo más allá de su agotamiento y cayeron,como fue el caso de Fernando de la Rúa en la Argentina, LucioGutiérrez en Ecuador, Sánchez de Lozada en Bolivia y otros. Más dediez gobiernos de la región, cayeron esta vez no como resultado degolpes militares, sino por pérdida de legitimidad.

el posneoliberalismo en américa latina

Dos grandes transformaciones introdujeron el período históricocontemporáneo a escala mundial: el pasaje de un mundo bipolara un mundo unipolar, bajo la hegemonía imperial estadouni-dense, y el pasaje de un modelo hegemónico regulador a unoneoliberal. Esa combinación provocó un inmenso retroceso histó-rico y modificaciones fuertemente regresivas en la correlación defuerzas entre los campos fundamentales de enfrentamiento polí-tico en los ámbitos local y mundial.

Después del choque entre el campo socialista y el capitalista, lavictoria de este último significó el comienzo de un nuevo períodohistórico, bajo la hegemonía única de la potencia-líder del campocapitalista. Fue un triunfo económico y político, pero tambiénideológico. Durante el período bipolar, los dos campos se disputa-ron la interpretación de la historia contemporánea. Para elcampo socialista, el enfrentamiento central del mundo se daríaentre el socialismo y el capitalismo, como la proyección del agota-miento del modelo capitalista. Para el campo capitalista, elchoque sería entre democracia y totalitarismo: luego de la derrotade la versión nazi de este último, llegaría el momento de lucharcontra su versión comunista.

El fin del campo socialista y el triunfo de sus adversarios represen-taron también la victoria de la interpretación del campo capitalistaacerca de los enfrentamientos del mundo contemporáneo. La visiónexpresada por Francis Fukuyama se volvió hegemónica: el horizontehistórico contemporáneo quedaría restringido a la democracia libe-ral –que pasó a identificarse con la democracia– y a la economía

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capitalista de mercado –identificada con la economía–. Se trata deuna gran conquista ideológica que consolidó en el plano de lasideas las transformaciones ocurridas en otros niveles.

Ése es el plano donde se revela la fuerza principal de la hegemo-nía de los Estados Unidos: la del “modo de vida norteamericano”,que influye ampliamente hasta las capas más pobres de la poblaciónmundial, de la misma forma en que también ha llegado a China,que nunca antes había tenido influencias externas importantes.

Sin embargo, las debilidades económicas, políticas y militaresde los Estados Unidos afectan su potencial hegemónico. Militar ypolíticamente son incapaces de desarrollar dos guerras al mismotiempo, lo que bloquea su capacidad de consolidarse como laúnica superpotencia, como el gran líder mundial en la era de laglobalización neoliberal. La recesión de la economía estadouni-dense confirma igualmente sus fragilidades, que se reflejan en ladevaluación del dólar y en los tres déficits que comenzaron adeterminar estructuralmente su economía.

Pero la nueva hegemonía unipolar imperial no se da en unperíodo ascendente del capitalismo, como ocurrió en la segundaposguerra, puesto que los Estados Unidos son incapaces deimpulsar un nuevo ciclo expansivo de la economía. El predomi-nio del capital financiero convierte a la esfera especulativa en elelemento central del proceso de acumulación, que se constituyecomo un espacio de atracción masiva de capitales excedentes,expresión de la contradicción estructural entre la expansión pro-ductiva y la incapacidad del sistema de crear las condiciones de surealización en el plano del consumo. El declive de la hegemoníaeconómica de los Estados Unidos y la ascensión de las economíasasiáticas –y principalmente china– reflejan esa tendencia.

Por los factores ideológicos que hemos señalado, algunas inter-pretaciones que afirman que puede haber dominación sinhegemonía son inadmisibles.14 La influencia ideológica de losEstados Unidos encarna, por el contrario, un caso típico de hege-

14 Véase especialmente Giovanni Arrighi. Se trata, sin embargo, de unaconcepción generalizada, adoptada por otros excelentes analistas,como Immanuel Wallerstein y Samir Amin.

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monía en el sentido gramsciano del concepto, que se refleja en lacapacidad de convicción, de persuasión, de fascinación, de adop-ción de los valores del modo de vida norteamericano. En el casode las poblaciones pobres, los síntomas de la inducción de losvalores estadounidenses son la atracción por el consumo demarcas, el McDonald’s, Internet y, además, en el caso de China, eluso de la tecnología y de automóviles.

No hay otra forma de vida o de sociabilidad que compita con laestadounidense en los corazones y en la imaginación de granparte de la población mundial. Ni el islamismo, ni el evangelismo,ni cualquier otra forma, occidental o no, tiene de lejos o de cercala capacidad de competir con el estilo de vida, los valores y laspropuestas de consumo estadounidenses.

Otro argumento consistente a favor de la continuidad de lahegemonía estadounidense, aunque esté debilitada, reside en lainexistencia de otra potencia o de un conjunto de fuerzas aliadasque pueda combinar fuerza política, militar, económica e ideoló-gica para disputar el lugar de potencia hegemónica.

Concomitantemente, el modelo neoliberal revela sus límites.Como era de prever, el país que sacaba ventajas esenciales de ladesregulación financiera pasó a ser víctima de ese fenómeno,como ocurre hoy con los Estados Unidos, que se ven obligados asocorrer a empresas financieras en crisis. Distintas formas deintervención estatal y de proteccionismo –las que consiguieronsobrevivir– se fortalecieron, pero los avatares de la economía nocuestionan la predominancia de las tesis del libre comercio, quesiguen vigentes en el mundo.

Tanto desde el punto de vista de la hegemonía militar como dela vigencia de la hegemonía del modelo neoliberal –que vive sudecadencia–, no hay en el horizonte ninguna nueva potencia convocación hegemónica ni tampoco un modelo alternativo al neoli-beral. Vivimos y seguiremos viviendo todavía por bastante tiempo,un período histórico marcado por turbulencias, incertidumbres ynuevas disputas hegemónicas en todo el mundo, tanto en elorden económico como en el político y militar.

Ese hiato se abre porque el mayor drama histórico contemporá-neo radica en la descompaginación entre la revelación, cada vez

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más clara, de los límites del capitalismo –por la financiarizaciónde la economía, la militarización de los conflictos, el dañoambiental, la concentración del ingreso y del poder en cada paísy en el ámbito mundial– y el retroceso en los factores que podríanllevar a la construcción de una alternativa de superación del capi-talismo. Este retroceso no sólo se debe a la derrota y ladesaparición de la Unión Soviética y del campo socialista, sinotambién a los cambios en las formaciones sociales capitalistas,como el debilitamiento de la clase obrera –tanto en su situaciónobjetiva como en el menoscabo del trabajo–, de las distintasformas de políticas públicas y de las regulaciones estatales, de lasalternativas colectivas, de la política como instrumento de trans-formación consciente de la sociedad, de la ideología y de lamilitancia política, entre otros.

En el nuevo período histórico, las alternativas contrahegemóni-cas se enfrentan con los dos pilares centrales del sistemadominante: el modelo neoliberal y la hegemonía imperial esta-dounidense. En la confrontación con ellos habrá de evaluarse elproceso de construcción del “otro mundo posible” para analizarsus avances, contratiempos, obstáculos y perspectivas.

De cierta manera, los ejes que articulan el poder actual en elmundo se pueden resumir tomando como base los tres grandesmonopolios: las armas, el dinero y la palabra. El primero refleja lapolítica de militarización de los conflictos, como consecuenciadel campo en que los Estados Unidos creen tener una superiori-dad incuestionable. El segundo retrata la política neoliberal demercantilización de todas las relaciones sociales y los recursosnaturales, que busca producir un mundo en el que todo tieneprecio, todo se vende, todo se compra y cuya utopía son los shop-ping centers. El tercero es el monopolio de los medios decomunicación privada mediante el proceso –profundamenteselectivo y antidemocrático– de formación de la opinión pública.América Latina refleja de manera particular esas contradiccionesdel nuevo período histórico. Así como fue el primer escenario deimplantación del modelo neoliberal y su víctima privilegiada, laregión atraviesa por una especie de marejada, con gobiernos querompen con el modelo y otros que buscan reacomodarse para no

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sucumbir con él. Desde el punto de vista político, la región semostró refractaria a la política de “guerra infinita” de Washing-ton: los Estados Unidos no consiguieron apoyo de ningúngobierno para invadir Iraq. Colombia, como epicentro regionalde la política estadounidense, permanece aislada internamente.En su conjunto, la región produjo espacios de autonomía relativaen relación con la hegemonía económica y política de los EstadosUnidos, lo que hace de América Latina el eslabón más frágil de lacadena neoliberal en los albores del nuevo siglo.

En ese marco general queda delimitado el nuevo período histó-rico en América Latina, como producto y como reacción a lascondiciones imperantes a escala mundial. El agotamiento delmodelo económico ha sido un factor determinante para laderrota de los gobiernos que lo introdujeron e implementaronen el continente, así como también para el debilitamiento dequienes lo mantienen –Felipe Calderón en México, Alan Garcíaen Perú y Michelle Bachelet en Chile, pues todos padecen unaclara pérdida de popularidad–. En Colombia, el propio Uribe,que cuenta con un alto índice de popularidad por haber promo-vido el tema de la “seguridad democrática” –el problema centralen el país–, perdió las elecciones municipales: en octubre de 2007la oposición reeligió al gobernador de Bogotá y eligió a los gober-nadores de Cali y Medellín. Cada vez hay más presidenteselegidos –algunos reelegidos– como reacción al agotamiento delmodelo económico. A ese factor se sumó el aislamiento de la polí-tica del gobierno de Bush cuando la propuesta del ALCA fuerechazada y se adhirió como alternativa a los tratados bilateralesde libre comercio. Unidos a la fuerza acumulada por los movi-mientos sociales en la resistencia a los gobiernos neoliberales,esos gobiernos se constituyeron como factores responsables por elnuevo período que vive América Latina.

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América Latina vivió períodos históricos claramente dife-renciados en las últimas décadas, y sus transiciones provocaronprocesos de profunda y constante inestabilidad social y políticaque caracterizaron la historia de la época en la que vivimos.

el modelo desarrollista

Como reacción a la crisis de 1929 se promovieron, de diferentesmaneras y en diversas escalas, el desarrollo industrial, el fortaleci-miento de los mercados internos y la construcción de proyectosnacionales. Ese período se inició en la década de 1930 y se pro-longó con el largo ciclo expansivo del capitalismo internacionalde la segunda posguerra. Fue una gran novedad histórica. Lateoría del comercio internacional se ocupó de teorizar y justificarla aceptación de esa modalidad de división del trabajo internacio-nal heredada de la era colonial.

Es posible identificar tres grupos de países según el modo enque hayan reaccionado a la Gran Depresión de 1929: los quelograron implantar proyectos de industrialización para sustituirlas importaciones y de ese modo transformaron su estructura pro-ductiva (Argentina, México y Brasil); los que dieron pasos en esadirección (Perú, Chile, Uruguay y Colombia); y los que no consi-guieron salir de la estructura primario-exportadora. Incluso así,por más que operara el “privilegio del atraso” propiciado por laley del desarrollo desigual y combinado, la industrialización atra-sada encontró un mercado mundial constituido, con el cual tuvoque ajustar cuentas para poder integrarse.

2. La crisis hegemónicaen América Latina

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Las modalidades dependientes de industrialización periféricafueron debidamente analizadas por Ruy Mauro Marini,15 quiendestacó la acumulación dirigida a la exportación y a las altas esfe-ras del consumo, sustentada en procesos de superexplotación deltrabajo, y las consecuencias sociales que se inscribieron profunda-mente en las estructuras de nuestros países –el continente másdesigual y por lo tanto, el más injusto del mundo–.

América Latina transformó su fisonomía como nunca antes ensu historia lo había hecho, ya sea desde el punto de vista del des-arrollo de las fuerzas productivas, la constitución de las clasessociales fundamentales (expansión de la capacidad de regulación,realización de políticas sociales y fomento del Estado a la produc-ción) o la elaboración de proyectos nacionales (organización defuerzas sociales y políticas y formación de identidades culturales).Los procesos de movilidad social tenían carácter ascendente,sobre todo en el pasaje del sector primario al secundario o el ter-ciario, lo que implicó la adquisición del contrato formal detrabajo y la promoción a la ciudadanía social. Fue así como, apesar de la profunda desigualdad social, se constituyó un granproletariado urbano, se expandieron los sindicatos, se fortalecie-ron los partidos de carácter popular y se desarrolló una culturaciudadana, de derechos y de democracia política y social.

Al concluir el largo ciclo expansivo latinoamericano, este perí-odo desembocó en grandes revueltas sociales y políticas,dictaduras militares, movimientos guerrilleros y triunfos revolu-cionarios. Como telón de fondo terminaba el ciclo desarrollista,de capacidad reguladora del Estado, de expansión del mercadointerno de consumo de masas, de movimientos nacionalistas yalianzas entre sectores de la burguesía industrial y fuerzas repre-sentativas de los trabajadores y el campo de la izquierda.

Terminaba un período hegemonizado por un bloque de clasesque había adquirido cierto grado de estabilidad. Ese dominio sefundaba en un proyecto de acumulación de capital que incorpo-

15 Véase Emir Sader (org.), Dialética da dependência: uma antologia da obrade Ruy Mauro Marini, Petrópolis, Vozes, 2000.

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raba intereses comunes en torno a la expansión del consumointerno, la integración del creciente contingente de trabajadoresa la economía formal, el fortalecimiento del papel del Estado y,en cierta medida, la promoción del desarrollo económico y ladefensa del mercado interno.

la hegemonía neoliberal

Agotado ese proyecto y concluido el período, después de untenso proceso de transición, se instaló un modelo neoliberal enun mundo dominado por la hegemonía imperial estadounidense.La desregulación –tema estratégico de esta nueva etapa– no pro-pició un nuevo ciclo expansivo, sino una brutal y masivatransferencia de capitales del sector productivo al especulativo.Liberado de sus trabas, el capital migró fuertemente hacia elsector financiero a través de la compra de papeles de la deuda delos Estados y la circulación en las bolsas de valores.

Simultáneamente hubo un debilitamiento de la capacidadreguladora de los Estados y una retracción de las políticas sociales–como consecuencia de la generalización de los endeudamientosy de las cartas compromiso impuestas por el Fondo MonetarioInternacional (FMI)–, y se concretaron los procesos de privatiza-ción del patrimonio público y la apertura e internacionalizaciónde las economías.

Un nuevo bloque en el poder se instalaba, hegemonizado porel capital financiero, que ahora era aliado de los grandes gruposexportadores y otorgaba un nuevo protagonismo a los agronego-cios, sobre todo al de la soja. El punto más frágil de las alianzasera su poca capacidad de creación y reproducción de bases popu-lares de apoyo. El nuevo bloque consiguió incorporar sectores dela clase media alta reciclados a los procesos de globalización de laeconomía, lo que provocó una profunda fractura en las capasmedias, cuyos sectores tradicionales tendían a la proletarización.

El nuevo modelo tuvo un comienzo estridente: contó con elapoyo internacional y el respaldo prácticamente unánime de losmedios de comunicación del ámbito privado; fue aclamado como

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gran instrumento de la estabilidad financiera, saneamiento de lasfinanzas públicas y promoción de un nuevo ciclo de moderniza-ción y expansión de la economía. El control inflacionario seimplementó a costa del aumento exponencial de la deuda públicay de las altas tasas de interés, y tuvo como trasfondo la sustitucióndel objetivo del desarrollo económico por el de la estabilidadfinanciera, en un continente que acarreaba grandes problemaseconómicos y sociales aún no resueltos.

Después de un breve período en el que el control de la inflaciónimprimió aires de victoria al neoliberalismo, comenzaron a suce-derse las crisis que evidenciaron la capacidad limitada dereproducción de las condiciones de existencia del nuevo modelo:México en 1994, Brasil en 1999, y la Argentina en 2001 y 2002. Laapertura de las economías, aliada a la dependencia estructural delcapital especulativo, produjo fragilidades que ocasionaron esascrisis y revelaron las debilidades del neoliberalismo antes de podercumplir la promesa de recuperación de la expansión económica,modernización y generalización de la posibilidad de consumo.

¿Por qué se llegó a ese punto si el bloque occidental, bajo elliderazgo incuestionable de los Estados Unidos, había triunfadoen la Guerra Fría, y el campo que se oponía a él –portador de unapropuesta diferente de sociedad y de visión del mundo– habíadesaparecido? ¿Por qué ocurrió así si hubo una transición genera-lizada del modelo regulador al modelo neoliberal asumida porprácticamente todas las fuerzas del espectro político e ideológico?

El motivo principal fue que la crítica al papel regulador delEstado, que imponía restricciones a la libre realización del capi-tal, incluía la tesis de la libre circulación, siguiendo una creenciareal en que “el mercado es el mejor asignador de recursos”. En lapráctica eso implicó una transferencia masiva de capital del sectorproductivo al especulativo. Éste, como expresión del fenómenoestructural del período de excedentes de capitales, no sólo blo-quea la posibilidad de un nuevo largo ciclo expansivo de laeconomía sino que también significa la hegemonía del capitalfinanciero, bajo su forma especulativa.

El proceso de acumulación financiera, por su parte, no crea basessociales de apoyo que den estabilidad a su reproducción, y éste es su

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talón de Aquiles. La reproducción del capital ficticio no distribuye elingreso; al contrario, agudiza un fuerte proceso de concentraciónporque gira en falso, no produce valor, tampoco empleos.

No es casual que, después de un comienzo eufórico, los gobier-nos que adoptaron más directamente el modelo neoliberal hayansido derrotados en las urnas, ni las fuerzas que los reemplazaronhayan encontrado en las políticas sociales su palanca propulsora–lo que les da legitimidad y les permite derrotar a las fuerzas dederecha, aunque éstas dispongan del monopolio de los medios decomunicación y tengan, en consecuencia, la posibilidad de forjar ymanipular una opinión pública opositora. Las relaciones de poderfueron brutalmente transformadas y comenzaron a concentrarseen los monopolios relacionados con la tierra –ahora destinada a lasexportaciones del agronegocio–,los bancos, los medios de comuni-cación y las grandes corporaciones industriales y comerciales.

La unidad de toda esa gama de sectores del gran capital, bajo lahegemonía del capital financiero, no consiguió forjar una ampliabase social de apoyo; no le bastó haber forjado una alianza conlos nuevos sectores globalizados de las clases medias –que, decualquier manera, eran minoritarios en esa capa social–.

A pesar del papel que los grandes medios de comunicación mer-cantiles comenzaron a tener en lo atinente a la dirección política eideológica de la nueva derecha latinoamericana, su capacidad demovilizar y consolidar apoyos en el plano político es limitada,incluso con la inmensa influencia ideológica que ejercen.

La victoria ideológica más importante de la nueva derecha neo-liberal se produjo gracias a esa influencia mediática, articuladacon las campañas publicitarias de las grandes marcas y el estilo deconsumo de los shopping centers –y cuyo complemento indispensa-ble es la propia televisión y toda la nueva industria de la imagen–.Sin embargo, lo que más contribuyó a la hegemonía neoliberal fuela inconmensurable fragmentación social y cultural que el nuevomodelo produjo y reprodujo en la inmensa masa de la población.La promoción del trabajo precario, la forma preponderante dereproducción de la vida de centenas de millones de personas, fuela principal responsable de esa heterogeneidad en las relacionesde trabajo, de ese panorama económico y social en el cual nunca

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tantos –hombres y mujeres, negros, blancos, mestizos e indios,ancianos y niños– vivieron del trabajo, sin que ese inmenso caudalpudiera transformarse en fuerza y capacidad organizativa paradefender los derechos básicos de esos millones de trabajadores.Esa fragmentación dificulta la capacidad de manifestación, nego-ciación, recurso a la Justicia, construcción de fuerza política, comoasimismo debilita la identificación con el mundo del trabajo y sucultura. Dado que las identidades no permiten el vacío, acabansiendo ocupadas por otras –nacionales, étnicas, de género, religio-sas, deportivas– que no se articulan ni dialogan con las identidadesdel mundo del trabajo, aunque continúen ocupando gran partede la energía, el tiempo y la vida de las personas para simplementereproducir sus condiciones de existencia.

Otro componente de la hegemonía neoliberal –al cual quere-mos dar especial énfasis debido a su importancia– es laalienación. Se trata de una categoría que cayó en desuso, tal vezpor olvido o sublimación, pero que hoy, más que en cualquierotro momento histórico, tiene un papel preponderante. La pér-dida de identidad del trabajo bloquea la capacidad decomprender el papel de hilo conductor de la mayor de las aliena-ciones: las personas producen el mundo, pero no deciden susrumbos ni tienen conciencia de que lo están produciendo; al con-trario, lo perciben como un mundo ancho y ajeno.*

Esto facilita la entrega indefensa de las personas a la ideologíade la globalización, que exalta la tecnología, la aptitud profesio-nal, el dinero y la destreza empresarial como los grandes agentesde construcción de la riqueza y del mundo.

Ese espacio vacío –promovido por las ideologías de la globaliza-ción– es llenado por la ideología del consumo, del mercado, de lacompetencia, que alimenta el espíritu e incentiva la demanda. El“modo de vida norteamericano” nunca se desarrolló tanto, nuncatuvo tanta influencia, nunca concretó tan ampliamente su capaci-dad hegemónica.

Como resultado de esa convergencia, nunca la humanidad acu-muló tanta capacidad tecnológica para construir “otro mundo” a

* En español en el original.

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imagen y semejanza de sus sueños, su deseo y su imaginación; sinembargo, nunca se sintió tan impotente frente a ese mundo queaparece como una realidad que se impone, inevitable, inabarca-ble, ajena a lo que hombres y mujeres son en su vida diaria, eincluso en sus asociaciones y luchas cotidianas.

El neoliberalismo obtuvo otros logros: introdujo el tema de lalucha contra la inflación como una cuestión que debía ser consen-suada. Incluso muchos gobiernos elegidos en un acto de rechazoal modelo (México, Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Perú, Uru-guay y otros) mantuvieron varios de sus elementos, como laindependencia del Banco Central, el pago del superávit primario yla acumulación de gran cantidad de divisas y altas tasas de interés.

La entrada del capitalismo internacional en un largo ciclo rece-sivo representó para América Latina un cambio mucho másradical que una simple inversión del punto de vista económico. Apartir de la década de 1970, el continente transitó hacia un perí-odo histórico sobredeterminado por el pasaje del mundo de labipolaridad a la hegemonía unipolar imperialista y del modeloregulador al neoliberal. Su combinación profundizó la fracturaentre el centro y la periferia, ahora denominada relación entreglobalizadores y globalizados.

la crisis hegemónica

América Latina fue el laboratorio de las experiencias neolibera-les: el modelo nació aquí, y aquí se propagó y asumió sus formasmás radicales. Por esa razón, el continente sufrió los efectos másadversos del neoliberalismo y pasó a ser el eslabón más débil de lacadena, en el que proliferaron una gran cantidad de gobiernoselegidos con espíritu de rechazo al neoliberalismo, a contramanode las tendencias mundiales.

En otros momentos de la historia, en diferentes períodos, crisissociales menos graves y prolongadas que la actual provocaron res-puestas de movimientos sociales de masa que terminaron siendocasos de excepción en el marco de la fragmentación social cons-truida por el neoliberalismo. En esos períodos, el descontento

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social se canalizaba a través de otras vías de manifestación: expre-siones religiosas, violencia privada y pública, entre otras, como sila energía social no se potenciara políticamente, sino que, por elcontrario, fuera neutralizada.

El período al que asistimos se caracteriza por la pérdida de legiti-midad de los gobiernos y los modelos neoliberales, pero tambiénpor las dificultades para construir proyectos alternativos, ya sea porla mencionada fragmentación social, por el consenso conservadorque mantiene el predominio del libre comercio en el mundo, o, enfin, por el consenso neoliberal. Éste no sólo ha arraigado en las opi-niones sociales –como es visible en el miedo a la inflación– sinotambién en los procesos económicos, a pesar de los riesgos realesde descontrol monetario –entre otros mecanismos– ocasionadospor el desequilibrio entre producción y consumo. Este último es asu vez potenciado por las políticas de distribución del ingreso.

Otra barrera para la construcción de alternativas es el hecho deque esos gobiernos están comprometidos en una estrategia de dis-puta hegemónica continua al convivir con el poder privado de lagran burguesía –las grandes empresas privadas, nacionales yextranjeras, los bancos, los grandes exportadores del agronego-cio, los medios de comunicación privados–. Si bien esa eliteeconómica no dispone de gran apoyo interno, cuenta con gran-des aliados en el plano internacional, especialmente entre lospaíses globalizadores.

En esos países, se impuso durante las últimas décadas, unacorriente derechista, que tenía como trasfondo la concentracióndel poder y del ingreso. Nunca antes se había dado una distanciatan acentuada entre los niveles de vida del centro y la periferia delcapitalismo. En el contexto político, el argumento que había sidousado para la generalización de los Estados de bienestar social –lanecesidad de mejorar el nivel de vida de los pueblos de Europaoccidental ante la competencia y la eventual amenaza de lospaíses socialistas–, desapareció, arrastrando consigo el espaciopolítico de los partidos comunistas, al mismo tiempo que se pro-ducía la ruptura de la tradicional alianza que había apoyado a lafuerza de la izquierda en el mismo período: la unión de los social-demócratas con los comunistas.

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Desde el punto de vista social, los sindicatos se debilitabanpasando del pleno empleo a niveles muy altos de desempleo.Cuando los inmigrantes empezaron a ocupar funciones no califi-cadas en el mercado laboral, la derecha usó a los trabajadoresdesempleados para obtener grandes porcentajes –con frecuenciala mayoría– de votos y terminó echando a los inmigrantes. Lapolítica de inmigración continuó siendo la línea divisoria entre laderecha y la izquierda, así como el factor determinante para laaprobación, por casi la totalidad del espectro político, de nuevas yduras restricciones al ingreso y la legalización de los inmigrantes.Mientras tanto, la economía de esos países entraba en recesión ylas jornadas de trabajo volvían a hacerse más largas, llegandoincluso a las setenta horas semanales.

Lo que sí es cierto es que nunca el sur del mundo estuvo tanaislado del norte. Bajo la dirección estadounidense, el norte actúade forma mancomunada en la estricta defensa de sus intereses ysuma a toda Europa occidental, gran parte de Europa oriental yJapón y, por supuesto, los Estados Unidos. El sur volvió a cons-truir organizaciones propias, como el Grupo de los 20, a sellaracuerdos e intercambios, a batallar por sus derechos en la Rondade Doha, a resistir a la apertura indiscriminada de sus mercados alas potencias del norte; pero lo hace como sur, sin contar con alia-dos en el centro del sistema, que continúa cohesionado comobloque dominante para la defensa de sus intereses.

El futuro de América Latina en la primera mitad del siglo XXIdepende del destino de los gobiernos que actualmente protagoni-zan procesos de integración regional, resisten las políticas de librecomercio de los Estados Unidos, avanzan rumbo a la construc-ción de un modelo posneoliberal o lo flexibilizan desarrollandopolíticas sociales contrapuestas a su debilitamiento.

los nuevos caminos de américa latina

La configuración histórica de América Latina en este momentoes, entonces, la de una crisis hegemónica, en la que el modelo neo-liberal y el bloque de fuerzas que son sus protagonistas se

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desgastan, se debilitan, y sólo consiguen sobrevivir si son aplicadosde forma mitigada –como en los casos de Brasil, la Argentina y Uru-guay–. Pero hay que señalar que ello ocurre en un marco en el quela construcción de un modelo superador y un nuevo bloque defuerzas encuentra muchas dificultades para imponerse. Lo que lla-mamos posneoliberalismo es una categoría descriptiva que designadiferentes grados de negación del modelo, pero todavía no unnuevo modelo; es, a la vez, un conjunto híbrido de fuerzas quecomponen alianzas sobre las cuales se basan los nuevos proyectos.

De ahí la inestabilidad de esos gobiernos que, con la retiradade las fuerzas protagónicas de la aplicación ortodoxa del modelo,avanzaron por las líneas de menor resistencia de la cadena neoli-beral –políticas sociales e integración regional, esencialmente–,pero comenzaron a encontrar mayor resistencia a medida que lasoposiciones de derecha, cuya dirección ideológica e incluso polí-tica provenía de los grandes medios de comunicación privados, serecompusieron. A partir de estos enfrentamientos quedará con-formada la fisonomía de América Latina no sólo en la segundadécada de este siglo, sino en toda su primera mitad.

¿Cuál es el mejor contexto internacional para el fortaleci-miento y la eventual expansión de esos gobiernos? ¿En quémedida su surgimiento y su desarrollo cuentan o pueden contarcon entornos internacionales favorables?

La hegemonía neoliberal pasó por tres etapas diferentes en elplano internacional –surgimiento, consolidación y crisis–, segúnla corriente predominante en los principales gobiernos de laspotencias capitalistas. Su surgimiento estuvo marcado por eltándem Thatcher-Reagan, período en que se vieron sus expresio-nes ideológicas más fuertes y abiertamente conservadoras yrestauradoras en el continente; el gobierno de Pinochet fue suejemplo más genuino, y la acción devastadora de las ideas delgurú neoliberal Jeffrey Sachs en la economía minera boliviana fueel escarmiento por los límites que el nuevo modelo estaba dis-puesto a transgredir para imponer sus recetas y su hegemonía.

La segunda etapa correspondió a los gobiernos de la llamada“tercera vía”, personificada por Bill Clinton y Tony Blair, sucesoresdel primer par en el eje anglosajón. Clinton y Blair plicaron una

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versión supuestamente más light del neoliberalismo; pero el tra-bajo pesado –las privatizaciones, el predominio sin límites delmercado, la apertura de las economías– ya había sido hecho. Fueen esa etapa que la hegemonía neoliberal reveló la amplitud de supoder en los capitalismos centrales, con la adhesión de los gobier-nos socialdemócratas. Así pues, François Mitterrand y FelipeGonzález fueron sus paladines más representativos. Surgieronseguidores en prácticamente todos los países de Europa occiden-tal, como Alemania, Portugal e Italia, que cerraron el circuito delos más importantes gobiernos de la región. La mayoría socialde-mócrata retornaba, ahora como portavoz de la globalización.

Fue como si hubiesen dado luz verde para que gobiernos decorrientes similares –socialdemócratas, nacionalistas– siguieran lamisma senda. Salinas de Gortari y Carlos Menem, ambos decorrientes tradicionales del nacionalismo latinoamericano, seunieron al MNR de Bolivia, representado por el gobierno de PazEstenssoro y Sánchez de Lozada. La adhesión de la socialdemo-cracia, en especial los casos de España y Francia, que manteníanrelaciones más estrechas con corrientes similares en el conti-nente, abrió la temporada de adhesiones en América Latina:después del socialismo chileno –en alianza con la democracia cris-tiana– siguieron los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso enBrasil y de Carlos Andrés Pérez en Venezuela, y también los deAlberto Fujimori y Alejandro Toledo en Perú, entre otros.

Aquella coyuntura fue más que propicia para la proliferaciónde los gobiernos neoliberales, en la medida en que combinaba unciclo (corto) expansivo de la economía de los Estados Unidos conla llamada “nueva economía” y los gobiernos que pretendían seruna “segunda fórmula”, según la expresión de Perry Anderson.16

Aparentemente, esa dispersión de gobiernos neoliberales con-firmaba el “Consenso de Washington” y el “pensamiento único”,que asociaba a un mismo modelo corrientes históricamente tan

16 Perry Anderson, “El pensamiento tibio: una mirada crítica sobre lacultura francesa”, Crítica y emancipación. Revista Latinoamericana deCiencias Sociales, Buenos Aires, Clacso, nº 1, junio de 2008.

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distintas como aquellas que en aquel momento eran conducidaspor dirigentes de orígenes tan dispares como Pinochet, Salinas deGortari y Fernando Henrique Cardoso. El justificativo de la “ter-cera vía” valía como coartada para que los gobiernos hastaentonces identificados como modelos de gobiernos de bienestarsocial pudieran adherir a modelos rígidos de neoliberalismo.Países como Brasil o Venezuela, que no habían transitado por laetapa dura del neoliberalismo –aquella por la que pasaron losEstados Unidos y Gran Bretaña dirigidos por la batuta de Reagany Thatcher–, adherían a un modelo que teóricamente buscabauna equidistancia entre el mercado y el Estado.

No es casual que lo que más favoreció la propagación de losgobiernos neoliberales haya sido la combinación entre la expan-sión económica estadounidense –que en la década de 1990todavía pesaba fuertemente en la inserción internacional de laseconomías latinoamericanas, con excepción de Cuba– y losgobiernos de la “tercera vía”.

La tercera etapa, ya hacia fines de la década de 1990, corres-ponde al desvanecimiento de la ilusión de que una “nuevaeconomía” haría posible un crecimiento continuo y sin sobresal-tos. La crisis del capitalismo globalizado, el fin del ciclo expansivoy la ascensión al poder de George W. Bush en los Estados Unidos–que impuso un tono más duro en la conducción del bloqueimperialista, y que contó para ello con el apoyo de aquel mismoTony Blair–, además del clima generado por los atentados del 11de septiembre de 2001, produjeron una reacción conservadora.Las señales volvieron a invertirse: Washington adoptó políticasagresivas y la economía se estancó. A eso hay que sumar la moder-nización y el crecimiento exponencial de la economía china y loslazos que ésta tejió de inmediato con varios países de AméricaLatina. De esta manera, China contribuyó decisivamente a dismi-nuir el peso del intercambio con los Estados Unidos.

En este contexto, los gobiernos favorables a los procesos deintegración regional se multiplicaron de manera sorprendente yderrotaron a los que habían dominado la escena del continenteen la última década del siglo XX. El reemplazo de Clinton porBush en los Estados Unidos fue acompañado por la sustitución de

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los socialistas por Jacques Chirac en Francia, de la coalición decentroizquierda por Silvio Berlusconi en Italia, y de Felipe Gonzá-lez por José María Aznar en España. En el continente, CarlosAndrés Pérez y Rafael Caldera fueron sustituidos por HugoChávez en Venezuela, Fernando Henrique Cardoso por Lula enBrasil, los gobiernos colorados y blancos por Tabaré Vázquez enUruguay, Sánchez de Lozada por Evo Morales en Bolivia, LucioGutiérrez por Rafael Correa en Ecuador, y Nicanor Duarte Frutosy el Partido Colorado por Fernando Lugo en Paraguay. Esosgobiernos –expresiones del debilitamiento de la capacidad deliderazgo político y económico de los Estados Unidos y de las polí-ticas de libre comercio en América Latina, y a la vez protagonistasde un nuevo bloque de fuerzas– se valieron de las nuevas condi-ciones para obstaculizarle el camino al Área de Libre Comerciode las Américas (ALCA) y poner en práctica políticas alternativas.

En el momento en que algunos gobiernos de la región enfrentandificultades para continuar el camino que escogieron, en particularlos de Venezuela, Bolivia y Argentina, el panorama general muestraindicios de cambio. Por un lado, la recesión estadounidense hacesentir sus efectos sobre el panorama económico internacional,hasta ahora muy favorable a la exportación de los productos prima-rios de la región –sobre todo del agronegocio, aunque ya no con elpeso de antes–. Asimismo, esa recesión, asociada con el alza delprecio de los productos agrícolas y del petróleo, promueve presio-nes inflacionarias y disminuye la demanda de productos de variaseconomías del continente. Por otro lado, la elección de BarackObama, que lleva nuevamente a los demócratas al gobierno de losEstados Unidos, desencadena una nueva combinación de factoreseconómicos y políticos en el plano internacional, con probablesefectos sobre los gobiernos de la región.

A la inversa de lo que ocurrió en la década de 1990, los demó-cratas no se moverán en una economía eufóricamente enexpansión; y, al contrario de la década siguiente, Washingtondeberá cambiar su discurso si quiere romper el aislamiento enuna región donde siempre tuvo un dominio privilegiado y quehoy representa un elemento de debilidad como nunca antesenfrentó. Esos cambios, junto a los problemas que atraviesan los

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gobiernos de la región, representan un nuevo desafío para losprocesos de integración regional y la construcción de modelosposneoliberales.

De esa nueva coyuntura pueden surgir los escenarios diferen-tes: o los Estados Unidos, apoyados en sus tradicionales aliados–Colombia y México, eje al que se suma abiertamente el Perú deAlan García, que firmó recientemente un tratado de libre comer-cio con el gobierno estadounidense–, retoman su capacidad decooptación y, mediante un discurso más flexibilizado, intentanatraer a los países más moderados del bloque de integraciónregional –Brasil, Argentina y el ya predispuesto Uruguay–, altiempo que tratan de aislar a Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba.O los proyectos de integración en curso –Mercosur, ALBA (Alter-nativa Bolivariana de las Américas), UNASUL (Unión de lasNaciones Latinoamericanas), Banco del Sur, gasoducto continen-tal y otros– avanzan, a medida que la recesión estadounidenseacelera la diversificación del comercio regional con países comoChina y fortalece las condiciones de consolidación de esos gobier-nos y de sus proyectos de integración.

Todavía es una incógnita lo que resultará de la combinaciónentre la recesión económica y el gobierno demócrata, que estavez no tendrá a su favor una proliferación de gobiernos que abra-cen sus políticas neoliberales. El nuevo gobierno estadounidensepodrá contar con el relativo debilitamiento de gobiernos funda-mentales en el bloque de integración, como los de Venezuela yBolivia. Por eso, la evolución de la disputa interna en esos dospaíses es una variable fundamental para el futuro del escenariopolítico de la región, que podrá contar con Ecuador en velocidadde crucero para construir la nueva institucionalidad constitucio-nal y con la adhesión del nuevo gobierno paraguayo. Comovariables del nuevo escenario que proyectará a América Latina enla segunda década del milenio se suman la capacidad de recupe-ración y la superación de la crisis del gobierno argentino, comoasimismo la posibilidad de Lula de elegir a su sucesor en 2010para impedir el retorno del bloque de derecha al gobierno brasi-leño y apuntar a una segunda década de gobiernos del nuevobloque de fuerzas latinoamericano.

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El nuevo ciclo de la izquierda brasileña, iniciado con lashuelgas obreras de fines de los años setenta, alcanzó su desenlacecon la elección de Lula para la presidencia de la República en2002. A su manera, la izquierda brasileña recorrió los dos prime-ros ciclos de estrategia política de los otros países del continente.Antes de Lula y del PT, y con el golpe militar de 1964, el modeloreformista clásico –cuyos ejemplos más significativos fueron losgobiernos de Getúlio Vargas (de 1930 a 1945 y de 1950 a 1954) yJoão Goulart (de 1961 a 1964)– había quedado agotado. A eseperíodo le siguió un breve ciclo (de 1966 a 1971) de resistenciamilitar a la dictadura que llegó a su fin cuando la represión desar-ticuló los movimientos populares y, consecuentemente, ocasionóel aislamiento de la izquierda. La agudización de los enfrenta-mientos armados acentuó ese aislamiento, lo que llevó a unaderrota relativamente rápida de la resistencia. La elección de Lulaes resultado, en primer lugar, de la fuerza acumulada a lo largo dela resistencia a la dictadura y, en segundo lugar, de la oposición alneoliberalismo en la etapa de redemocratización, en la década de1990. Así se inauguró el tercer capítulo en la trayectoria de laizquierda brasileña, un momento cargado de contradicciones.

El gobierno de Lula ya ha recibido las calificaciones más dispa-res: mejor administrador del modelo neoliberal, según una críticade izquierda; populista estadista, según la más grande campañaque la derecha y los medios oligopólicos, valiéndose de denun-cias, han llevado a cabo en ese país. Aunque ha implementadouna política social que recibió mayor apoyo popular que ningúnotro gobierno (80% de apoyo y sólo 8% de rechazo en el sextoaño de su mandato, mientras su antecesor sólo poseía el 18% de

3. EL ENIGMA LULA

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apoyo), Lula sufre ataques sistemáticos de sectores de la izquierdaradicalizada, nacional e internacional, por no haber roto con elmodelo económico heredado. Recibe, el apoyo crítico de ciertossectores; de otros, la ofensiva principal. Para los primeros, él es laexpresión moderada de la izquierda; para los segundos, un trai-dor que debe ser combatido como su principal enemigo.

críticas de la derecha y la izquierdaal gobierno de lula

El actual gobierno ha sido blanco de muchas críticas y elogios,tanto de la derecha como de la izquierda, de forma alternada y aveces simultánea contradictorios entre sí. La virulencia con la quela derecha y los medios masivos monopólicos de comunicacióncritican al gobierno provoca la defensa exacerbada de quienrecibe las críticas, como asimismo la impresión de que esas posi-ciones son compartidas por muchos integrantes de la sociedad.

Las críticas de los medios privados son típicamente de derecha,las mismas que comparte el bloque tucán-pefelista.17 Para ellos,menos Estado no significa menos financiamientos privados yexención fiscal, pero sí reducción de contratación de personal, degastos en políticas sociales e impuestos. También quiere decir másprivatizaciones y nada de reglamentaciones estatales, ni en el mer-cado laboral, ni en la política de comunicaciones, ni en lacirculación de capitales. Y además se propicia la vuelta del inter-cambio comercial tradicionalmente sometido con el norte, en vezde la integración latinoamericana y con el sur. Es una utopía quedebería haber sido realizada durante el gobierno de FernandoHenrique Cardoso, con quien ellos se identificaban plenamente.Y por eso prefieren a cualquier candidato que pueda derrotar aLula o hacer que pierda votos su candidato más fuerte antes quedar continuidad a su gobierno.

17 El bloque tucán-pefelista está conformado por los tucanos (así llama-dos por la mascota del PSDB) y los demócratas del partido DEM(hasta 2007 reunidos en el Partido del Frente Liberal, PFL).

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Es fundamental situar esas posiciones para que no se confundancon las críticas de la izquierda, dado que éstas son absolutamentecontradictorias en relación con aquéllas. Cito un caso de confu-sión entre ambas y que favorece a la derecha: el debate acerca dela Contribución Provisoria sobre Movimiento Financiero (CPMF).La versión final de la propuesta era lo que la izquierda deberíapredicar, es decir, un impuesto difícil de evadir, pagado por quie-nes disponen de más recursos y destinado por completo a la saludpública. Era todo lo que la derecha no quiere: impuestos para losmás ricos, imposibles de evadir y destinados a políticas sociales. Elsenador del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) votó contra lapropuesta y cometió una gran equivocación al hacerlo: se unió a laderecha para atacar al gobierno y ayudó a confundir todavía másel cuadro de polarización entre derecha e izquierda.

La izquierda brasileña toma al gobierno de Lula como un ene-migo fundamental. Poco le importa unirse a la derecha o aceptarla polarización entre gobierno y oposición. Tiene en común conésta la intención de debilitar al gobierno, sea como sea, pues sabeque no tendrá ninguna posibilidad mientras el Partido de los Tra-bajadores (PT) no desaparezca. En lugar de actuar como uncrítico de izquierda, que apoya lo que el gobierno tiene de pro-gresista, ataca a mansalva y desperdicia la oportunidad deconstruir una alternativa a la izquierda del PT, de modo que final-mente se autorrelega a la intrascendencia política.

Las ambigüedades del gobierno son innumerables y el mismoLula afirma que nunca los ricos ganaron tanto ni los pobres mejo-raron tanto sus vidas. Condenable la primera afirmación, elogiablela segunda. Y ésta es la primera gran crítica que merece el gobiernode la izquierda: no haber roto con la hegemonía del capital finan-ciero en su modalidad especulativa, sino por el contrario haberledado continuidad y haber consolidado la independencia del BancoCentral, expresión política e institucional de esa hegemonía. Man-tener las tasas de intereses más altas del mundo y atraer así el peortipo de capital, no cobrar impuestos sobre la circulación interna yexterna de ese capital, dar autonomía con el fin de que la represen-tación directa de éste defina en el interior del gobierno unavariable fundamental para la economía del país, y también para los

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recursos destinados a las políticas sociales, son errores que debenser criticados una y otra vez por la izquierda.

El segundo aspecto que merece ser criticado es la alianza con elgran capital exportador, en especial el del agronegocio, ya sea porsu modo de explotar la tierra, por su carácter monopólico, por lautilización de transgénicos, por el predominio de la exportación ode un producto como la soja, con todas sus consecuencias negativas.Además, es inequívoco que esa alianza determina la no promociónde la economía familiar y la seguridad alimentaria, como asimismoel avance totalmente insuficiente de la reforma agraria –objetivosque deberían ser prioritarios en un gobierno de izquierda–.

El tercer aspecto del gobierno que debería ser criticado por laizquierda es no caracterizar a los Estados Unidos como cabeza delimperialismo mundial, a pesar de todos los daños que causan a lahumanidad, comenzando por su política de “guerras infinitas”.Brasil no puede relacionarse con los Estados Unidos como si éstosfueran sólo un país rico; es preciso tener en cuenta el hecho deque se trata del líder del bloque imperialista y que, desde todoslos puntos de vista (económico, financiero, tecnológico, político,militar, ideológico, mediático, etc.), representan lo peor queexiste hoy en el mundo. Ellos son los responsables de la concen-tración del ingreso, las políticas de libre comercio, la miseria, ladegradación ambiental, las guerras, la especulación financiera,los monopolios de los medios masivos de comunicación, la propa-ganda del estilo de vida mercantilista, etc., etc., etc. No tomar alimperialismo como referencia central en el mundo de hoy noslleva a cometer graves errores y a correr el riesgo de dejarnosdominar por las políticas del imperio.

Sin embargo, Lula también puede ser considerado una expre-sión de la izquierda por sus políticas sociales, por el bloqueo alALCA y por la prioridad dada a los procesos de integración regio-nal e integración sur-sur, por haber frenado las privatizaciones, losprocesos de debilitamiento de la capacidad de intervención delEstado y de precarización de las relaciones laborales, así como porhaber aumentado sistemáticamente el empleo formal, disminuidoel desempleo y elevado el poder adquisitivo del salario mínimo.

¿Pero cuál es la naturaleza de ese gobierno? No descifrar el

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enigma de su significado ha conducido a la derecha a reiteradasderrotas, así como a la izquierda –desde la más radical hasta lamás moderada– a ser incapaz de desarrollarse, frenar el procesode despolitización en curso y posicionarse de manera correctaante la polarización política y social que vive Brasil.

¿Cómo llegamos al período histórico profundamente contra-dictorio que vivimos, cuya expresión más concentrada es elgobierno de Lula? ¿Qué significa ese gobierno en la historia polí-tica de Brasil? ¿Y qué nuevo período introduce? ¿Cuál es elsignificado del enigma Lula?

la izquierda brasileña antes de lula

La historia de Brasil vivió tres períodos distintos en las últimasdécadas, y uno de ellos fue el de la izquierda brasileña. El primerperíodo va desde la democratización de la segunda posguerrahasta el golpe militar de 1964. Fue una etapa de crecimiento eco-nómico constante, centrado en la industrialización y en laexpansión del mercado interno de consumo. Al mismo tiempo, elEstado, la burguesía industrial, las capas medias urbanas y la clasetrabajadora se fortalecieron.

El proyecto político e ideológico hegemónico de aquella épocaera de carácter nacional y popular; sin embargo, a partir demediados de la década de 1950, el nuevo impulso industrializadorpasó a tener como eje principal el capital extranjero, y en particu-lar la industria automovilística. Así se definía una contradicciónentre las fuerzas populares y el proceso de acumulación que des-embocaría en la crisis y el golpe de 1964. Mientras las fuerzaspopulares presionaban para conseguir la expansión del mercadointerno de consumo popular, la reforma agraria y el control delcapital extranjero, el gran capital tenía como objetivo la exporta-ción y el consumo de lujo, en el cual la industria automovilísticadesempeñaba el papel principal.

La izquierda tenía como estrategia el desarrollo económico, lasoberanía nacional y la democratización de las relaciones en elcampo, lo que iba en contra de los intereses del imperialismo y del

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latifundio, considerados enemigos fundamentales. Un bloque defuerzas compuesto por la alianza entre el Partido Comunista y el Par-tido Laborista Brasileño (PTB), sobre todo sus sectores sindicales,dirigía la izquierda, que por su parte se aliaba a sectores del granempresariado nacional. Cuando la dinámica de acumulación se topócon el proceso de distribución del ingreso, esa alianza se rompió y lallamada “burguesía nacional” escogió la alternativa golpista.

La izquierda sufrió una dura derrota con el golpe militar de1964. Fueron derrotados –e igualmente víctimas de la represión–no sólo los sectores hegemónicos, comprometidos con elgobierno de João Goulart y con una línea de alianzas con la bur-guesía nacional, sino todos los componentes del campo popular:grupos radicales, sindicalistas, profesores, estudiantes, líderespopulares. Prácticamente toda la fuerza que la izquierda habíacompaginado fue destruida, en especial en los movimientos sindi-cal y estudiantil, pero también en la prensa, las universidades y endistintos espacios del aparato del Estado.

El segundo período comenzó durante la dictadura militar ydesplazó los temas centrales hacia cuestiones que concernían a lalucha democrática. En un primer momento hubo una etapa deresistencia militar que duró poco tiempo, de 1966 a 1971. Des-pués de un intenso período de debates y balances sobre la etapaanterior y la derrota sufrida, se impuso, bajo una fuerte influenciade la experiencia cubana, la vía militar de resistencia. Ésta procla-maba un proceso de “liberación nacional” como objetivo de lalucha antidictatorial, y se desarrolló a partir del momento en quela represión y la desarticulación de los movimientos popularesocasionaron el aislamiento de la izquierda, lo que permitió suderrota relativamente rápida tras la agudización de los enfrenta-mientos con los militares. Cuando estos enfrentamientos sehicieron más intensos, con acciones militares, el aislamiento seacentuó aún más, y después de alcanzar su punto más críticosobrevino la derrota relativamente rápida de la resistencia militar.Después de algunos acontecimientos de gran impacto sobre laopinión pública, como el secuestro de embajadores y su intercam-bio por prisioneros políticos, la izquierda más radical fuederrotada y abrió el camino para que la oposición liberal a la dic-

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tadura se constituyera como campo hegemónico –lo que definiríael carácter del régimen posdictatorial–. Mientras eso ocurría, ladictadura conseguía recomponer el proceso de acumulaciónmediante un choque conservador: al mismo tiempo que abría laeconomía al capital extranjero, congelaba cualquier reivindica-ción salarial e intervenía los sindicatos.

A medida que desaparecían los grupos guerrilleros, el campo dela oposición pasaba a componerse de un polo democrático-liberaly otro de izquierda, centrado en el movimiento sindical emergenteen el cual despuntaba el liderazgo nacional de Lula. La hegemo-nía le tocó claramente al primero, que impuso su concepción alconjunto de la oposición bajo el manto de la “democratización”.

el surgimiento del pt y de lula en el escenario político

La fuerza democrática acumulada en la resistencia no se realizó,sobre todo porque un pacto de elite –firmado después de laderrota de la Campaña por las Elecciones Directas– permitió elestablecimiento, por intermedio del Colegio Electoral, de unacuerdo entre el régimen militar que se agotaba y el régimen quelo sucedería. A raíz de ese pacto Ulysses Guimarães fue sustituidopor el más moderado Tancredo Neves que, al morir en pocotiempo, tuvo que ser reemplazado por José Sarney como primerpresidente civil posdictadura. Hasta pocos meses antes Sarneyhabía sido presidente del partido de la dictadura militar. Así, elnuevo régimen democrático combinaba elementos nuevos y otrosde continuidad con la dictadura, por lo cual condenaba el pro-ceso de democratización a un impulso fugaz. De esa forma, elPartido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) no llegóa gobernar ni a poner su programa en práctica; la alianza con elPartido del Frente Liberal (PFL) y con la presidencia de JoséSarney redujo la transición democrática a la reinstauración de lasnormas del Estado de derecho, sin ninguna reforma social y eco-nómica, e hizo que, por el contrario, se acentuara el monopoliode la tierra, del sistema bancario, de los medios de comunicacióny de las grandes corporaciones industriales y comerciales.

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La otra vertiente, minoritaria durante la dictadura, fue máslejos aún: la década de 1980 presenció, simultáneamente, marca-dos avances en la organización social y política del movimientopopular y el agotamiento del proyecto de democratización, con lafundación del PT, del Movimiento de los Trabajadores RuralesSin Tierra (MST), de la Central Única de Trabajadores (CUT) yotros. El PT, y en especial sus tendencias organizadas, se conside-raban la continuidad renovada de la izquierda brasileña. Lula, no:él se vinculaba con los intereses concretos de los trabajadores–con la izquierda social, si preferimos decirlo así–, sin lazos ideo-lógicos ni políticos con la izquierda histórica.

El impulso democrático acumulado en la resistencia a la dicta-dura desembocó en la Asamblea Constituyente de 1988, pero yaen el momento culminante de su agotamiento. El PT se consolidócomo el partido más fuerte de la corriente de izquierda, sinembargo el PMDB se vació más rápidamente de lo que se espe-raba, perdió fuerza durante el gobierno de Sarney y dio lugar aque surgiera una nueva derecha.

Esas dos fuerzas desacompasadas se enfrentaron en las eleccio-nes presidenciales de 1989: entre Collor y Lula. Fue unenfrentamiento entre la fuerza popular acumulada por laizquierda y el diseño de una nueva estrategia por parte del bloquedominante, en acelerado proceso de reciclaje rumbo al neolibera-lismo. El PT apostaba a una plataforma centrada en dos ejes: lajusticia social y la ética en la política. La primera, que caracterizóal partido desde su nacimiento, buscaba agregar la dimensiónsocial al proceso político de democratización. La segunda era unarespuesta a los escándalos políticos, en especial a los del gobiernode Sarney y después a los que acabaron llevando a Collor al impe-achment. No había en esa plataforma ninguna propuestaespecífica sobre el régimen económico, la crisis fiscal del Estado oel modelo político de la nueva democracia. Esas lagunas revela-ban que la izquierda no había advertido el agotamiento delpatrón económico y del modelo del Estado vigente entre 1930 y1980 ni la imposición acelerada del modelo neoliberal en elentorno latinoamericano (México, Argentina, Chile, Venezuela,Bolivia y Uruguay). Esperaba que la redemocratización resolviera

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los problemas del país por medio de políticas sociales y estilospolíticos transparentes. Las referencias al socialismo no teníanninguna articulación con los análisis y las propuestas concretasdel PT: eran una sumatoria de democratización social con morali-zación de la política.

Lo que definió el desenlace de ese enfrentamiento no fue la vic-toria ajustada de Collor en 1989, sino su capacidad para imponerun nuevo ideario y la incapacidad de la izquierda para percibir laprofundidad de la crisis –de hegemonía– que se instauraba.

Collor apuntó al nuevo modelo hegemónico anclado en dostesis principales: la de la descalificación del servicio público –porla cual acusaba a todos los funcionarios de ser “marajás”* y alEstado de ser el villano de la crisis brasileña, por sus gastos excesi-vos– y la de las “carrozas”, en referencia al supuesto atrasotecnológico de nuestra industria, que se estaría aprovechando deun excesivo proteccionismo e impidiendo el acceso a la “moder-nidad”. La retracción del Estado y la apertura de la economía sedesprendían de esas tesis. Privatizaciones, importaciones, recortesen la función pública y recaudación violenta de recursosmediante el congelamiento de los depósitos bancarios constituíanel eje del nuevo programa económico.

La izquierda, por su parte, al no darse cuenta del cambio inter-nacional en el campo político e ideológico, ahora centrado en elneoliberalismo, no percibía que las condiciones que en el pasadohabían generado el modelo desarrollista y el Estado regulador esta-ban agotadas. Se trataba de responder a su manera a los nuevosdesafíos, así como ya lo hacía el neoliberalismo. Era necesario pro-poner alternativas a la crisis fiscal del Estado, al agotamiento delmodelo político liberal, al modelo de acumulación que habíaentrado en crisis con la explosión de la deuda externa.

Las elecciones de 1994 fueron el punto de inflexión para defi-nir la relación de fuerzas en Brasil. La victoria de Collor habíainiciado la construcción de un consenso neoliberal, pero lasmovilizaciones populares seguían y el impeachment interrumpió el

* Marajá: funcionario público que gana un sueldo muy alto [N de la T.].

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primer proyecto coherente de implantación de un modelo neoli-beral en Brasil. Sin embargo, el favoritismo de Lula durante granparte de la campaña y su incuestionable derrota frente a Fer-nando Henrique Cardoso tendrían consecuencias irreversiblespara el país, incluso para el PT y para la izquierda brasileña.

El consenso neoliberal quedó ampliamente consolidado en elpaís, anclado en las aceleradas transformaciones que implantó elnuevo gobierno: apertura violenta de la economía, retracción de susfunciones sociales, desregulación, promoción del mercado como ejecentral de las relaciones económicas, criminalización de los movi-mientos sociales, descalificación de los funcionarios públicos yprecarización de las relaciones de trabajo. Hasta donde pudo, Fer-nando Henrique Cardoso cumplió su promesa de “dar vuelta lapágina del getulismo en Brasil”, es decir, el Estado nacional, regula-dor y social. En ese mismo momento, el PT inició un proceso, alprincipio lento, de adecuaciones ideológicas que daría por resul-tado el perfil que el gobierno de Lula adoptaría ocho años después.

Hasta aquel momento, el PT consideraba que el déficit públicoy sus consecuencias –entre ellas la inflación– eran una cuestiónsecundaria. El impacto del cambio a favor de Fernando HenriqueCardoso incidió también sobre el PT. El primer indicio significa-tivo de transformación –hasta por su carácter simbólico– fue laposición adoptada por el partido ante la cuestión de la deudaexterna. De una postura inicial que defendía el no pago, pasó a lasuspensión con la realización de una auditoría y de ahí al discursoque anunciaba el cumplimiento de todos los compromisos. Esastransformaciones culminaron en la “Carta a los brasileños” de2002, que enfatizaba el pago de la deuda externa y el abandonode cualquier tipo de moratoria y renegociación. Sumado a eso,descartaba cualquier forma de regulación de la circulación delcapital financiero, que se tornó hegemónico y pasó a condicionartodo el funcionamiento de la economía brasileña y, en primerlugar, del mismo Estado, también él financiarizado por las deudasy por el superávit fiscal, que tornaba intocables los recursos desti-nados a pagar las deudas. La independencia del Banco Centralera un corolario obligatorio. Se estaba en la senda de incorporarla estabilidad monetaria como una conquista consensual.

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Esa nueva visión sobre la cuestión de la deuda trajo aparejadosotros problemas, como el de la abolición del tema del imperialismo.Si la deuda y el pago de los intereses, así como sus renegociaciones,remitían a una visión de la expoliación externa, con cartas de inten-ción y condicionamientos impuestos al país por institucionesfinancieras internacionales –como el FMI y el Banco Mundial–, elnuevo posicionamiento del PT abolía la posibilidad de cuestionar elendeudamiento y el sujeto externo a él, es decir, la explotaciónimperial. El gobierno de Lula abordó el tema de la integraciónregional como una cuestión de asociación con los países del sur delcontinente y del mundo, por medio de inserciones internacionalessimilares, pero sin tocar el tema del campo de poder y de explota-ción en el que están inmersas las relaciones norte-sur.

Asimismo, el PT incorporó el consenso construido por elgobierno de Fernando Henrique Cardoso en torno a la necesidadde priorizar el combate contra la inflación. Ésta aparecía como unriesgo y la imagen de Lula siempre estuvo vinculada a situacionesarriesgadas, a desafíos que generaban incertidumbre en ampliossectores de las clases medias. La preocupación por la inflación,como consecuencia de la instauración de la hegemonía neoliberal,sería uno de los pilares de la transformación ideológica del PT.

Esa reformulación estuvo acompañada de modificaciones signi-ficativas en la inserción social del partido. En diciembre de 2000,en un congreso realizado en Pernambuco, una investigaciónreveló las transformaciones ocurridas en la composición delcuerpo de delegados: más del 70% no tenían militancia de base,sino que estaban insertos en otro tipo de estructura (organizacióndel partido o de sindicatos, asesoría parlamentaria, empresas esta-tales, gobiernos, etc.). Además de eso, la edad promedio habíaaumentado sensiblemente y reflejaba un ser social bastante dis-tinto de aquel que había fundado y compuesto el partido por lomenos a lo largo de la década de 1980.

La candidatura de Lula a la presidencia, en 1998, ya expresabaesas transformaciones en el perfil ideológico del PT. Había ciertaindefinición en relación con el éxito electoral del Plan Real. Laeconomía estaba al borde un nuevo colapso, como luego lo con-firmó la crisis de enero de 1999. Lula, temiendo que continuaran

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identificándolo con una imagen de crisis y de catástrofes, decidióno tocar el tema. Su campaña no tuvo consistencia, ni tampoco seapoyó en un proyecto alternativo para el modelo neoliberal deFernando Henrique Cardoso. Lula parecía resignado ante elnuevo consenso.

Como ya hemos dicho, el gran cambio en la correlación defuerzas en Brasil ocurrió en 1994, con la implementación del PlanReal, la elección de Fernando Henrique Cardoso y la segundaderrota de Lula. La aplicación sistemática del programa neolibe-ral introdujo profundas transformaciones objetivas y subjetivas enel país, las más condensadas de su historia. Aunque el cambio delgolpe de 1964 fue brutal, por la concentración de ingreso quegeneró, por la acentuación del papel de la exportación y del con-sumo suntuario, no hubo una desarticulación del Estado comoagente económico. La retracción del Estado –en las privatizacio-nes, la apertura al mercado externo, la libre circulación decapitales, la precarización de las relaciones de trabajo, el despidode funcionarios públicos, el debilitamiento de las políticas socia-les–, sumada al acentuado aumento del desempleo, la quiebra depequeñas y medianas empresas, la reacción y la promoción de lahegemonía del capital financiero, volvió a alterar radicalmente lasrelaciones de fuerza entre los bloque de clase, pero esta vez afectótambién, básicamente, el papel del Estado.

Además de esas transformaciones, la hegemonía avasalladoradel nuevo modelo dominó el ámbito ideológico: consumismo,centralidad del mercado, exaltación de la empresa privada y delos empresarios, shopping centers, publicidad, TV, todo con el bene-plácito del monopolio de los grandes medios de comunicación.El individualismo se impuso sobre las formas colectivas de acción:los movimientos sociales fueron reprimidos y criminalizados, enespecial el más aguerrido, el MST; el sindicalismo quedó en laretaguardia, y el mundo del trabajo desapareció de los debatesnacionales.

A partir de 1994, la izquierda dejó la ofensiva para pasar a ladefensiva. Ese proceso comenzó con el gobierno de Collor, pero lasmanifestaciones a favor del impeachment dieron un nuevo aliento almovimiento popular. No se trataba, sin embargo, de la continua-

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ción de la Campaña por las Directas o de la candidatura de Lula en1989: era un espasmo, un coletazo de un período ya rematado porla hegemonía neoliberal, una ofensiva de la derecha. Tanto es asíque, derribado Collor, su sustituto, Itamar Franco, se convirtió eninstrumento de la implantación del modelo neoliberal y no en esla-bón con el pasado de opositor del PMDB. Fue por su intermedioque Fernando Henrique Cardoso asumió el Ministerio deHacienda –plataforma desde la cual preparó y lanzó el Plan Real–desde donde se lanzaría al Palacio del Planalto.

La articulación entre movilizaciones sociales y actuación política,esencial para la fuerza de la izquierda en los años ochenta, decayóen veinte años hasta su punto más bajo. La ofensiva neoliberal debi-litaba política y socialmente a los movimientos sociales, mientras elPT avanzaba en el proceso de integración institucional como unreflejo indirecto del cambio en la correlación de fuerzas y de larecuperación de iniciativa por parte de la derecha, que despuntabacon una plataforma renovada y nuevas fuerzas incorporadas.

La derecha había perdido la capacidad de iniciativa desde elagotamiento de la dictadura militar, a fines de los años setenta.Quedó identificada con la dictadura y con el atraso, y se recluyóelectoralmente en el nordeste, en la corrupción. La oposicióndemocrático-liberal comandó el proceso político que culminó enel gobierno de José Sarney y en la Asamblea Constituyente. Suprecoz agotamiento expresó el fin del impulso democrático acu-mulado durante la oposición a la dictatura y evidenciado en lairrisoria votación de Ulysses Guimarães para ocupar la presiden-cia de la República en 1989.

El proyecto que había enunciado Collor y que, en la secuenciade presidentes, Fernando Enrique Cardoso había puesto en prác-tica, representó el regreso de la iniciativa de la derecha con eltriunfo ideológico del liberalismo. El mismo fenómeno, que yaera una constante en todo el mundo y en el entorno latinoameri-cano, ahora se imponía en Brasil, que hasta entonces parecíainmune a él y corría a contramano. La derecha se modernizaba,asumía un discurso agresivo, coherente con el surgimiento delmundo unipolar y el fracaso no sólo de la Unión Soviética –y, conella, del socialismo tal como se lo entendía hasta aquel

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momento–, sino también del modelo keynesiano, el bienestarsocial y el papel social del Estado. Se modificaba así, radical-mente, la correlación de fuerzas entre los grandes bloquessociales y políticos, evento que estuvo precedido por un períodode transición que abarcó la segunda mitad de la década de 1980.

Como ya hemos señalado, el año 1994 fue una divisoria deaguas en la historia reciente de Brasil. Sumado a los años 1930 y1964, conforman las tres fechas centrales de nuestra historia,momentos de cambios estratégicos fundamentales, progresista elprimero, regresivos los otros dos.

La izquierda no quedó inmune a la hegemonía ideológica delneoliberalismo. La frase de Perry Anderson a propósito de laizquierda francesa se ajusta perfectamente a la izquierda brasi-leña: “Y cuando por fin la izquierda llegó al gobierno, habíaperdido la batalla de las ideas”.

¿Cómo llegamos a eso en Brasil? ¿Qué es lo que representó ytodavía representa?

Anderson se refiere a un fenómeno que tuvo un alcance mun-dial y del cual ningún país estuvo libre. Aquí tuvo el efecto deconsolidar en el período posdictatorial la identificación de lademocracia con la democracia liberal, del Estado con el Estadoburgués, de la economía con el capitalismo, del dinamismo eco-nómico con el capitalismo privado y las empresas, del Estado conla burocracia, el estancamiento y la corrupción, del mismo modoque promovió la exclusión del imperialismo de las agendas dedebate y las interpretaciones teóricas, e incluyó la estabilidadmonetaria en ese nuevo consenso.

Estas ideas ya habían sido incorporadas por la izquierda brasi-leña, en parte durante el período de resistencia a la dictadura,cuando la democracia representaba la restauración de la demo-cracia –la “redemocratización”– en su forma liberal. Para esavisión, la democracia queda reducida a su formato liberal, segúnel modelo de otras simplificaciones señaladas más arriba. Sepuede decir que el PT fue víctima de esa concepción ideológica,potenciada por la crítica al modelo soviético, predominante en elpartido y reflejada posteriormente en la constitución delgobierno de Lula.

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El gobierno de Collor esbozó el bloque de clases en el poder,pero fue el gobierno de Fernando Enrique Cardoso el que loreconstituyó, ya bajo la hegemonía del capital financiero, pac-tando una alianza con el gran empresariado industrial, sobre todocon el sector exportador. La incorporación de la socialdemocra-cia, liderada por un presidente con características intelectualesque había participado de la oposición a la dictadura, fortaleció alnuevo bloque de derecha en el poder.18 El proceso de acumula-ción pasó a articularse en torno al consumo de bienes de lujo, a laexportación –cada vez más de productos primarios– y, como nove-dad, a la especulación financiera. El bloque político que losrepresentaba se centraba en la alianza PSDB-PFL (actual DEM) y suideología era, en versión ortodoxa, la del neoliberalismo: librecomercio, apertura al mercado externo, estabilidad monetaria, des-regulación, Estado mínimo y centralidad del mercado. Eldiagnóstico neoliberal, que identificaba la crisis con el descontrolinflacionario y lo atribuía al Estado, fue utilizado por Collor paracriminalizar las regulaciones estatales.

Así quedó constituida la nueva hegemonía liberal en Brasil: nose limitaba al entorno del campo en que la izquierda comenzabaa actuar, pero sí la afectaba. La identificación de la democraciacon la democracia liberal, la consideración de las alternativas eco-nómicas en el marco del capitalismo y la evaluación del contextomundial sin tomar en cuenta la hegemonía imperial como factordeterminante son los tres elementos que representan una signifi-cativa reconversión ideológica. El PT se transformó, en primerlugar, de fuerza antisistémica en fuerza reformista de caráctersocialdemócrata, y, en seguida, a lo largo de la campaña electoraly durante el primer mandato de Lula, en un híbrido de socialibe-ralismo hegemónico, con políticas sociales redistributivas y conuna política externa soberana que lo preserva de cualquier asimi-lación con la “tercera vía” de Tony Blair.

18 Esta frase se atribuye a Roberto Marinha. Fue proferida después delfracaso del gobierno de Collor: “Collor fue el último presidente quela derecha consiguió elegir en Brasil”. Quedaba buscar en laizquierda alguien que pudiera dar continuidad al programa neolibe-ral: Fernando Henrique Cardoso fue el elegido.

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El enigma Lula es el gran enigma brasileño. Y la lectura de esefenómeno ha desconcertado a los sectores de derecha y deizquierda. Cuando no pueden descifrarlo, terminan siendo devo-rados.

el enigma: el lula que realmente existe

En torno de la izquierda brasileña se ha generado una inmensaexpectativa, y más todavía porque despuntaba de manera contras-tante con la crisis generalizada de la izquierda mundial (UniónSoviética, partidos comunistas, fuerzas nacionalistas, partidossocialdemócratas, sindicatos, movimientos feminista y negro). Laizquierda brasileña parecía más fuerte que nunca, como si elcambio sumamente desfavorable sufrido por la izquierda en elámbito latinoamericano y mundial no la hubiera alcanzado. Esaizquierda era aquella cuyo partido principal, el PT, había criti-cado el modelo soviético desde su fundación, y que también sehabía delimitado en relación con la socialdemocracia, al punto dedefinirse como un partido pos-socialdemocracia.

Sin embargo, ningún contraste fue tan grande como el querepresentó el propio Lula, líder sindicalista de base y presidentede un partido de trabajadores, que estuvo a punto de ser elegidopara la presidencia de Brasil el mismo año en que cayó el Murode Berlín y se anunció el fin de la Unión Soviética y del camposocialista, y pocos meses antes de que finalizara el régimen sandi-nista. ¿Prenuncio de una nueva izquierda o resquicio de la viejaizquierda derrotada?

La conjunción entre Lula, PT, MST, CUT, gobiernos municipa-les petistas –en particular el de Porto Alegre, con sus políticas depresupuesto participativo– y el Foro Social Mundial (FSM) pro-yectó una fuerza que contrastaba con la crisis de la izquierda en elcontexto latinoamericano y en el mundo. Una situación de estetipo podía caracterizarse como la de mayor debilidad de laizquierda, desde que esa categoría comenzó a definir el campopopular doscientos años atrás, pero también como la de mayorfuerza de la izquierda en Brasil, un país que hasta entonces no se

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había destacado por tener una izquierda fuerte en comparacióncon otros países de la región.

Lula aparecía como la punta de un inmenso iceberg de fuerzasocial y política. Pero, algunos síntomas, como la falta de grandesmovilizaciones populares, eran preocupantes. La única granexcepción era la movilización de los sin tierra, aunque esta ver-tiente de la izquierda no tenía ninguna articulación orgánicaestrecha con las demás –ni con Lula ni con el PT, ni con la CUT,ni siquiera con los gobiernos municipales petistas–. Sólo el ForoSocial Mundial, sobre todo en función de sus fuerzas externas,como la Vía Campesina, la Asociación para una Tasa sobre lasTransacciones Financieras para ayuda a los Ciudadanos (ATTAC),José Bové, etc., daba muestras de una mayor empatía con el MST.

Otro síntoma inquietante era el hecho de que las políticas depresupuesto participativo nunca habían aparecido en las platafor-mas políticas nacionales del PT ni en las campañas de Lula.Además, el Foro Social Mundial fue convocado directamente porlos gobiernos municipales y estaduales del PT en Rio Grande doSul. La dirección nacional del partido y el mismo Lula fueroninvitados a participar, pero no fueron parte integrante de lasorientaciones del foro; manejaban su política de alianzas interna-cionales sobre todo a través del Foro de San Pablo, en el planolatinoamericano, y mediante las alianzas con la socialdemocraciaen el plano europeo, y no prioritariamente a través del FSM. ElPT también comenzaba a tener relaciones difíciles con el MST.

A eso hay que sumarle el hecho ya mencionado de que el PTsufría desde 1994 una transformación ideológica significativa, quelo distanciaba de las tesis del FSM, del presupuesto participativo ydel MST. Además, cabe agregar la relativa autonomía de Lula conel paso del tiempo en relación con el PT.

En la campaña presidencial de 1989 había una estrecha rela-ción entre candidato y PT. A partir de entonces, comenzó unproceso de autonomización de Lula en relación con las estructu-ras partidarias. La creación del Instituto de la Ciudadanía, tras laselecciones, fue el espacio institucional de la autonomía de Lula:organizado desde un comienzo como una especie de gobierno-sombra de Collor, pronto se consolidó como un instituto

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propiamente dicho y se encargó de formular las plataformas decampaña de Lula, sustituyendo de cierta forma las instancias par-tidarias. En ese período, Lula se desligó de la presidencia del PT;el hecho de ejercer un cargo honorífico lo distanció de los con-flictos y las luchas internas del partido.

De esa autonomía fueron producto tanto las alianzas que Lulaestableció como las formulaciones ideológicas que se acercaban alos criterios de gobernabilidad: ajuste fiscal, deuda externa y pro-yecto desarrollista. Esos acercamientos, al principio con el grancapital industrial nacional, abrieron un horizonte nuevo para unapolítica de alianzas, sin que hubiera un gran debate partidariosobre su significado. Estaba abierta la puerta para que el PTcomenzara a abandonar el proyecto de hegemonía de los trabaja-dores. Hasta entonces, el proyecto petista –y, en particular, elsentido de la candidatura de Lula– había tenido como referencialos proyectos socialdemócratas enfocados centralmente en laclase trabajadora. A partir de ahí se produjo un deslizamiento delsentido de su naturaleza de clase.

El gobierno de Lula estableció una difícil y contradictoria convi-vencia entre la hegemonía del capital financiero –expresada en laautonomía real del Banco Central y en la continuidad de la polí-tica financiera de Fernando Henrique Cardoso, que dabaprioridad al ajuste fiscal y a la estabilidad monetaria en detrimentode lo social– y las políticas sociales redistributivas y una políticaexterna autónoma. En el marco de esa subordinación a las direc-trices del equipo económico-financiero, las políticas sociales nopueden tener carácter universal, cosa que es dable esperar de unaorientación dirigida a la política de empleo, la extensión del mer-cado interno de consumo de masas y la universalización de losderechos sociales. Serían necesarios la elevación sistemática de lossalarios, criterios de empleo formal como una de las metas centra-les del gobierno, la ampliación de la reforma agraria y de losderechos a la salud, educación, cultura y saneamiento básico, elapoyo a la soberanía alimentaria y a la economía familiar en elcampo, entre otras medidas de sentido social definido.

Las políticas sociales se guiaron por criterios de asistencia sociale instrumentaron una combinación de diferentes mecanismos,

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como el Programa Bolsa Familia –una medida para mantener alos niños en la escuela–, los programas de microcrédito, elaumento sistemático del poder adquisitivo del salario mínimo, elaumento de los empleos formales, el control de los precios de losalimentos y el tendido de redes eléctricas en el ámbito rural.Algunos de los objetivos defendidos originalmente por el PT sealcanzaron, al menos en parte, mediante esos mecanismos deredistribución del ingreso: aumento del trabajo formal, expan-sión del mercado interno de consumo de masas, y otros. Elresultado fue la mejoría generalizada del nivel de vida de lascapas más pobres de la población, sobre todo del nordeste, en lasperiferias de las grandes metrópolis; por primera vez, disminuye-ron los índices de desigualdad social en el país.19

La dictadura del ajuste fiscal, encarnada en la presencia deter-minante de Antonio Palocci, ministro de Hacienda en los tresprimeros años del primer mandato, definió la cara inicial delgobierno de Lula. Fuera de eso, se cultivaron un discurso desmo-vilizador y una política que no llevó ni a la economía a un nuevociclo expansivo ni al gobierno a priorizar las políticas sociales. Lasaltísimas tasas de interés y el poder centralizador de Palocci deimponer límites a los recursos para todas las áreas gubernamenta-les representaron un torniquete que bloqueó al gobierno enáreas fundamentales. Las novedades del nuevo gobierno se res-tringieron básicamente a la política externa (el gobiernobrasileño fue el protagonista de la fase final en el proceso deinviabilidad del ALCA, lo que habilitó el camino a nuevas formasde integración regional) y a la política cultural, gracias a la grancreatividad de Gilberto Gil.

Los elementos que guardaban una relación de continuidad conel gobierno de Fernando Henrique Cardoso estaban claros: enlos ejes de la política financiera, en especial en el objetivo central

19 Cualquier descalificación de esa política como “asistencialista” desco-noce, por una visión reduccionista, lo que representa en latransformación del nivel de vida de los 50 millones de personas máspobres de Brasil el aumento significativo del poder de consumo y deacceso a bienes indispensables para la supervivencia digna y la incor-poración de nuevas esferas de consumo.

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de la estabilidad monetaria, reflejada en las altas tasas de intere-ses; en la independencia del Banco Central; en el mantenimientodel superávit primario; y en el papel preponderante de la exporta-ción, con un lugar privilegiado para los productos primarios,sobre todo la soja transgénica. Los elementos de diferencia –quecoinciden con los aspectos positivos del gobierno– se concentra-ban, en particular, en la política externa y en las políticas sociales,pero también en el aumento significativo del empleo formal, y enla reconstitución del aparato estatal y de su capacidad de fomen-tar el desarrollo. Este último papel del Estado había sidoeliminado por el gobierno anterior y reingresó en la agendanacional con el gobierno de Lula. Se pasó del alineamiento totalcon la política exterior de los Estados Unidos –que podría haberllevado a Brasil a ser el principal responsable de la introduccióndel ALCA– a una política que privilegiaba la integración regionalcon América Latina y el sur del mundo. Cuando Brasil presidíacon los Estados Unidos las negociaciones del ALCA, asumió la res-ponsabilidad de impedir su implementación y optó por elMercosur como alternativa a los tratados de libre comercio.

Como mencionamos más arriba, el gobierno desarrolló políti-cas sistemáticas de distribución del ingreso y, sin poner enpráctica políticas universales, se diferenció de las gestiones ante-riores. Por otro lado, frenó el programa de privatización deempresas estatales, como asimismo el proceso de debilitamientodel aparato estatal; éste recuperó a una parte de sus funcionarios,con grados de recomposición salarial.

El resultado de esas políticas es un híbrido de difícil caracteriza-ción. En palabras de Lula, en el momento de su reelección:“Nunca los ricos ganaron tanto, nunca los pobres mejorarontanto su nivel de vida”. Cualquier análisis unilateral conduce aserios equívocos, a tal punto que es más fácil decir lo que elgobierno de Lula no es que decir lo que realmente es.

Hay quienes lo consideran “una versión tropical del blairismo”,esto es, de la tercera vía europea. En América Latina hubo unintento de reproducirla con el llamado Consenso de Buenos Aires,coordinado por Jorge Castañeda y Mangabeira Unger, y del cualparticiparon políticos como Ciro Gomes y dirigentes del PT. Se

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proponía allí una “humanización del neoliberalismo y de la globa-lización”, con la incorporación de tesis como la de lasprivatizaciones –supuestamente para pagar las deudas públicas–, elajuste fiscal y la estabilidad monetaria. Era lo que se denominaba“social-liberalismo” o “tercera vía” entre el fundamentalismo demercado de Reagan y Thatcher –expresado en América Latina porPinochet, pero también por Menem y Fernando Henrique Car-doso, entre otros– y las políticas en las que el Estado desempeñafunciones estratégicas. No era sino una prueba de que la estabili-dad monetaria ya formaba parte del nuevo consenso continental.

De la “Carta a los brasileños” a la formación del gobierno –queincluía como presidente del Banco Central a un importante ban-quero internacional, el ex gerente general del Banco de BostonHenrique Meirelles– y al anuncio de su dos primeros objetivos–las reformas impositiva y del sistema previsional (ambas coinci-dían con lo que el Banco Mundial llamaba “reformas de segundageneración”)– todo confirmaba el nuevo camino que recorreríael PT. El modelo económico se mantuvo, aunque por otro lado,con cierta ambivalencia, era visto como una “herencia maldita” yconsiderado el responsable de la fragilidad de la situación econó-mica. Según el entonces todopoderoso ministro Palocci: “No secambia de remedio en mitad de la enfermedad”, en su lenguajede médico travestido de economista. El modelo se mantenía, lasactitudes conservadoras se justificaban. En enero de 2003, en laprimera reunión del Consejo de Política Monetaria (COPOM), elBanco Central elevó la ya altísima tasa de intereses del 25 al25,5%, contra la opinión de Lula. De esta manera demostraba suindependencia en relación con el gobierno y daba muestras algran empresariado de continuidad con la orientación heredada.Y el nuevo presidente, que durante la campaña electoral reiterabaque llevaría a los ministros a conocer el Brasil profundo y loscrueles efectos sociales del aumento de la tasa de interés, se some-tió entonces a la dinámica heredada, que fue legitimada en elprimer mes de su gobierno.

El discurso de Lula se centraba en la realización de esas dosreformas, supuestamente para ganar la confianza del mercado y delos inversores y así generar las condiciones que le permitieran reto-

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mar el desarrollo y priorizar lo social. Al final de cuentas, había sidoelegido para eso: para que todos los brasileños comieran tres vecesal día, lo que, en opinión de Lula, era “una revolución”.

La adopción del modelo heredado implicó que la economíafuera incapaz de retomar el crecimiento, un lamentable resultadode las políticas sociales, un aumento irrisorio del salario mínimo,la lentitud de la reforma agraria, el distanciamiento de los movi-mientos sociales en relación con el gobierno y un discursodesmovilizador que apuntaba a una gestión que mantendría elmodelo neoliberal y que no cumpliría con la promesa –efectuadapor Lula– de dar prioridad a lo social.

En este marco ocurrieron sucesivas convulsiones que afectaronal gobierno y atentaron contra su estabilidad, e incluso contra sucontinuidad, y que a su vez promovieron transformaciones conconsecuencias imprevistas tanto para los aliados como para laoposición. Una agresiva campaña de denuncias contra elgobierno, que lo acusaba de conseguir aliados mediante pagofinanciero, alcanzó su núcleo fundamental y obligó a Lula a pres-cindir de la mayoría de sus asesores históricos, e incluso, alreagudizarse la crisis, del mismo Antonio Palocci.

Las reestructuraciones que el presidente se vio forzado a hacerdieron nuevos contornos al gobierno. Dos cambios principalesdefinieron el perfil desde el segundo semestre del tercer año demandato y consolidaron la nueva fisonomía. El nombramiento deDilma Rousseff en la Casa Civil, con el objetivo de coordinar lasacciones económicas y sociales del gobierno, y la sustitución dePalocci por Guido Mantega, un ministro desarrollista que no con-tinuaría con la línea del anterior Ministerio de Economía,desencadenaron ciertas transformaciones que, aunque sin ruptu-ras, establecieron un nuevo rumbo. Estos cambios fueron losresponsables de la reelección de Lula y del apoyo que logró en lasegunda mitad de su segundo mandatoy que ascendió al 70%.20

20 En 2008 el presidente Lula alcanzó índices de popularidad inéditosdesde la redemocratización. En el Nordeste, la aprobación fue del81% (investigación Datafolha, noviembre de 2008, Folha de S. Paulo,5/12/2008).

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El gobierno no modificó las medidas esenciales de su políticaeconómica, como el superávit fiscal, la independencia de hechodel Banco Central y el papel esencial del agronegocio de exporta-ción, centrado en la soja y en los transgénicos. Sin embargo,apoyado en un escenario internacional favorable y en la libera-ción de recursos para políticas sociales, consiguió reequilibrar suacción. Especialmente con el Plan de Aceleración del Creci-miento (PAC), se advirtió cierta diferencia –e incluso unacontradicción– entre una política financiera conservadora y unapolítica económica desarrollista. El regreso de la expansión eco-nómica se enfrentaba con los diagnósticos, que sostenían que, sino se rompía con el modelo neoliberal, la expansión económica yla implementación de políticas sociales redistributivas seríanimposibles. Esa visión no captaba las transformaciones operadasen el interior del gobierno ni hacía distinción entre la políticafinanciera y la económica, ni tampoco el hecho de que estaúltima había posibilitado la extensión de las políticas sociales, quedejaron de ser focalizadas –como en su primera versión, ya supe-rada, del Programa Hambre Cero– para alcanzar un nivel masivo.

El nuevo ciclo expansivo, que unía exportación, diversificacióndel mercado externo y ampliación del mercado interno, esta vezcon un peso determinante del consumo popular, promovió unavuelta al crecimiento. Por otro lado, la combinación de las políti-cas sociales mencionadas anteriormente fomentó, por primeravez en nuestra historia, una reversión en la distribución delingreso a favor de los sectores más pobres: las llamadas clases D yE dejaron de ser mayoría en la población, posición que pasó a serocupada por la clase C, que en 2007 correspondía a la situaciónsocioeconómica del 46% de la población.21 El empleo formal,aunque en general era de baja calificación, creció de manera sos-tenida y consiguió revertir uno de los peores, si no el peor, efectonegativo del neoliberalismo sobre la masa de la población.

Sin embargo, otro importante efecto negativo del neolibera-lismo no fue contenido: la financiarización de la economía. Las

21 Las familias con rendimientos encuadrados en las clases D y E suma-ban el 39% (investigación Observador 2008, marzo de 2008).

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tasas de interés más altas del mundo, la total liquidez y casiningún tributo, la autonomía real del Banco Central y el pago delsuperávit fiscal son sus expresiones más evidentes. El incentivo alagronegocio de exportación –como ya dijimos– va en contra de lareforma agraria, de la economía familiar y de la seguridad alimen-taria, y se configura como alianza del gobierno con el grancapital, con la hegemonía del capital financiero en el bloque plu-riclasista actualmente en el poder.

Así, podríamos decir que el vaso está medio lleno omedio vacío. Elgobierno de Lula puede considerarse un buen gestor del neolibera-lismo, que además de dar continuidad al modelo supocomplementarlo con las políticas sociales y la recuperación de la legi-timidad del Estado, desgastado por el gobierno más ortodoxamenteneoliberal de Fernando Henrique Cardoso. También se lo puedeconsiderar como un gobierno de política exterior independiente, queobstaculizó el ALCA y privilegió los procesos de integración regionalal aliarse a los gobiernos deHugo Chávez, Rafael Correa, EvoMoralesy otros, como el de Cuba. Y además de ello, como el gobierno quecontuvo el proceso de debilitamiento del Estado fortaleciendo el sis-tema de educación y salud públicas, y expandió de forma creativa lapolítica cultural. Y sobre todo, como el gobierno que más mejoró elnivel de vida de las masas, en particular de los más pobres, en el paísmás desigual del continente, más desigual del mundo.

La primera interpretación posible llevó a las tendencias deextrema izquierda a considerar al gobierno de Lula como su ene-migo fundamental. Haciendo alianzas con la derecha tradicional,incluso con los medios de comunicación privados, su núcleo másfuerte, esos grupos se aislaron de los aspectos positivos delgobierno. Esas tendencias fracasaron en el intento de construiruna fuerza de izquierda del PT al no aceptar ningún tipo dealianza con éste e insistir sólo en el combate frontal. Esta situa-ción aumentó la confusión con la derecha, que sigue siendo unaadversaria inflexible del gobierno de Lula. Como resultado, lapolarización política nacional continúa dándose claramente entreel gobierno y la oposición de derecha, y hace que esta última seavista como la única alternativa a Lula, sin ninguna posibilidadpara la izquierda, completamente neutralizada.

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Considerar al gobierno de Lula siguiendo sus contradiccionesinternas permite, por el contrario, distinguir sus elementos positi-vos, luchar por su fortalecimiento y atacar sus elementosconservadores. Permite, además, luchar por la construcción deuna plataforma antineoliberal para que el próximo gobiernopueda avanzar en esa dirección. Permite, asimismo, trabajar porlas alianzas internacionales, lo que favorece a gobiernos como losde Bolivia, Venezuela, Ecuador y Cuba, además de asignar a laizquierda su otra gran tarea, es decir, contribuir a la organizaciónde los inmensos estratos pobres de la población que apoyan aLula y a la promoción de sus derechos económicos y sociales.

En un balance de los pros y los contras, hay otros aspectos quemencionar. Entre los negativos: represión y falta de incentivo a lasradios comunitarias; lentitud en la demarcación de tierras indíge-nas, así como en la reforma agraria; no apertura de los archivosde la dictadura, etc. Y entre los positivos: políticas cultural y edu-cativa, inauguración de una televisión pública, entre otros tantos.La lista podría seguir, sin permitir que se pondere y se llegue a unresultado claro de superávit o déficit. El análisis político y cualita-tivo requiere orientarse por criterios estratégicos generales.

En este caso, el criterio que definimos como fundamental paraAmérica Latina vale también para Brasil: la prioridad es la inte-gración regional en relación con los tratados de libre comercio yla promoción de los derechos económicos y sociales de los máspobres, más aún tratándose de un país con altos índices de des-igualdad. Ante ese elemento caracterizador de la naturaleza delos gobiernos latinoamericanos, el aspecto progresista delgobierno de Lula es predominante: contribuye a formar unmundo multipolar al privilegiar los procesos de integración regio-nal y las alianzas sur-sur; y además viene desempeñando un papelimportante en el Grupo de los 20 (alianza de los países subdesa-rrollados) y en otras iniciativas de ese tenor.

Pero esa definición no es sólo asunto de la política exteriorcomo un tema sectorial. El rechazo del ALCA y la prioridad otor-gada a las alianzas con América Latina y el sur del mundo tienenun significado mucho más importante: la opción por el papel delEstado en la economía, la expansión del mercado interno de con-

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sumo popular, el aumento de los empleos formales, el fortaleci-miento de la educación y la salud públicas.

No se puede perder de vista, sin embargo, que se trata de ungobierno híbrido, contradictorio, en el cual, por un lado, el capitalfinanciero desempeña un papel esencial y, por el otro, el fomentodel desarrollo y de las políticas sociales para garantizar el ingreso, asícomo la regulación del Estado y la contención de los procesos deinformalización de las relaciones laborales, es cada vez más mayor.

Después de un período a la defensiva, que duró toda la décadade 1990, el gobierno de Lula envió señales ambiguas a laizquierda: no puso en práctica el programa histórico del PT, nocentró su acción en los ideales del Foro Social Mundial, no realizóla reforma agraria preconizada por el MST, no incluyó el presu-puesto participativo en su plataforma. Si se lo juzga a la luz de laspropuestas tradicionales de la izquierda brasileña, parece unfenómeno que nada tiene que ver con ella. Sin embargo, si toma-mos como telón de fondo el gobierno de Fernando HenriqueCardoso y las correlaciones de fuerza del período histórico dehegemonía neoliberal e imperial estadounidense, las diferenciasbastan para caracterizar un gobierno de distinta naturaleza. Ladiferencia crucial es que, en 1989, un gobierno de izquierdahabría encontrado una relación de fuerzas nacional e internacio-nal muy diferente de aquella con la que se topó el gobiernoactual al comenzar el nuevo siglo.

La Era Neoliberal –y el escenario que ésta instauró en AméricaLatina y en Brasil, con los gobiernos de Collor y Fernando Henri-que Cardoso– impuso un nuevo campo político, a partir del cualdebemos analizar las fuerzas presentes. El escenario político sedesplazó por completo desde el centro hacia la derecha, no sólopor las opiniones generalizadas, manifestadas por el voto, sino porel contenido mismo de las opiniones. Cuestiones que se tornaronesenciales, y que nacieron de formulaciones conservadoras, nuncaobtuvieron respuestas alternativas de la izquierda, ni tampoco éstaconsiguió desplazarlas como temas centrales, puesto que habíansido promovidas como tales por los medios conservadores.

Temas como la lucha contra la inflación y el impuesto conside-rado excesivo, la seguridad pública, la identificación de prensa

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libre con prensa privada y de democracia con democracia liberalpasaron a ocupar un lugar central en la agenda política e ideoló-gica del país y definieron el marco de la llamada opinión pública.Las campañas de criminalización de las ocupaciones de tierrasdifundieron una imagen violenta de los sin tierra, casi como sifueran ellos los responsables de la violencia en el campo. La des-calificación del Estado –en función de los gastos, los impuestos, laburocracia, la reglamentación, la ineficacia de los servicios públi-cos, la corrupción y el clientelismo– proyectó una imageneminentemente negativa de éste.

Esas transformaciones ideológicas regresivas complementaronun marco de moderación y redefinición identitaria de los parti-dos y de debilitamiento de la capacidad de movilización de losmovimientos sociales. Por otra parte, la globalización promovióniveles superiores de apertura de las economías, una mayorimportancia del capital financiero y la internacionalización de laseconomías y las empresas. Esto se convirtió en una realidadincuestionable en países como Brasil, México, Argentina, Chile,Perú y Colombia. En esos países se extinguieron las bases socialespara la formación de un bloque nacional y popular como el queexistía anteriormente. El gran capital, en sus diversas vertientes,se internacionalizó, ya fuera por su composición o por su integra-ción a los grandes circuitos internacionales. Si a esto le sumamoslas regresiones en la organización de los movimientos populares yen la conciencia social, el resultado es un cambio radicalmentenegativo para la lucha de izquierda. El marco de la lucha antineo-liberal es el punto de partida más adecuado para que la izquierdaretome su iniciativa y su histórica lucha anticapitalista y socialista.

Para eso, en esos países, a la hora de reconstruir una perspectivade izquierda es necesario frenar los procesos de privatización delas empresas estatales, de debilitamiento del Estado, de precariza-ción de las relaciones de trabajo, así como fortalecer el mercadointerno de consumo popular, la capacidad del Estado para regulary realizar políticas sociales, y las políticas externas que privilegianlos procesos de integración regional. La alternativa que se aplicahoy es una estéril y equivocada política de oposición frontal agobiernos como los de Lula, Kirchner, Tabaré Vázquez y Fernando

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Lugo, que buscan asimilarlos a sus antecesores, sin establecer lasdebidas diferencias y realizando análisis parciales y deformadosque ignoran el carácter contradictorio de esos gobiernos y des-acreditan abiertamente sus elementos positivos.

Existen dos estrategias posibles ante gobiernos contradictoriose híbridos como los que hemos mencionado. Una de ellas es laoposición frontal, como ya dijimos. Sus consecuencias son el aisla-miento y la reducción a políticas doctrinarias y ultraizquierdistas,sin ninguna capacidad de acumulación de fuerzas y de construc-ción de proyectos y bloques alternativos. Es una estrategiacomprometida con la concepción de que el gobierno, ya sea el deLula, el de Kirchner o el de Tabaré, es el enemigo fundamentalque debe ser derrotado. Y dado que esos gobiernos serían lanueva derecha, es válido incluso hacer alianzas con la derecha tra-dicional para vencerlos.

La segunda estrategia es la alianza con los sectores progresistasde esos gobiernos, con el fin de fortalecer los elementos que con-centran el ataque contra la hegemonía del capital financiero, losacuerdos con el agronegocio, la autonomía del Banco Central yotros tantos aspectos negativos.

Ésas son las únicas dos posiciones políticas posibles, pero sólouna de ellas promueve la articulación con los procesos latinoame-ricanos vividos en la actualidad por los venezolanos, bolivianos,ecuatorianos y cubanos, e inaugura una acumulación de fuerzaspara el campo de la izquierda.

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América Latina, un continente de revoluciones y contra-rrevoluciones, carece de pensamientos estratégicos que orientenprocesos políticos ricos y diversificados que estén a la altura de losdesafíos que enfrenta. A pesar de contar con una fuerte capaci-dad analítica, importantes procesos de transformación ydirigentes revolucionarios emblemáticos, el continente no pro-dujo la teoría de su propia práctica.

Las tres estrategias históricas de la izquierda contaron con fuer-zas vigorosas en su liderazgo –partidos socialistas y comunistas,movimientos nacionalistas, grupos guerrilleros– y condujeronexperiencias de profunda significación política: la RevoluciónCubana, el gobierno de Salvador Allende, la victoria sandinista,los gobiernos posneoliberales en Venezuela, Bolivia y Ecuador, laconstrucción de poderes locales, como en Chiapas, y prácticas depresupuestos participativos, de las cuales la más importante ocu-rrió en la ciudad de Porto Alegre. Sin embargo, no contamos congrandes síntesis estratégicas que nos permitan usar los balancesde cada una de esas estrategias, ni tampoco con un conjunto dereflexiones que favorezca la formulación de nuevas propuestas.

El hecho mismo de que esas tres estrategias hayan sido desarro-lladas por fuerzas políticas distintas hace que no ocurran procesoscomunes de acumulación, reflexión y síntesis. Mientras los parti-dos comunistas tuvieron una existencia realmente concreta,promovieron procesos de reflexión sobre sus propias prácticas.Mientras existió, la Organización Latinoamericana de Solidaridad(OLAS) hizo lo mismo con los procesos de lucha armada. Los

4. El desafío teóricode la izquierda latinoamericana

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movimientos nacionalistas, en cambio, no establecieron entre síintercambios suficientes para fomentar algo similar. Hoy, lasnuevas prácticas no estimulan la elaboración teórica ni la proble-matización crítica de las nuevas realidades.

Las estrategias adoptadas en el continente, sobre todo en susprimeros tiempos, sufrieron el peso de los vínculos internaciona-les de la izquierda latinoamericana con los partidos comunistasen especial, pero también con los socialdemócratas. La línea de“clase contra clase”, por ejemplo, implantada en la segunda mitadde los años veinte y que dificultó la comprensión de las formaspolíticas concretas de respuesta a la crisis de 1929 –de las cuales elgobierno de Getúlio Vargas en Brasil es sólo una de las excepcio-nes, al lado del efímero gobierno socialista de doce días en Chiley de manifestaciones similares en Cuba–, fue una importacióndirecta de la crisis de aislamiento de la Unión Soviética en rela-ción con los gobiernos de Europa occidental, y no una induccióna partir de las condiciones concretas vigentes en el continente.

Las movilizaciones lideradas por Farabundo Martí y porAugusto Sandino nacieron de condiciones concretas de resisten-cia a la ocupación estadounidense y expresaron formas directasde nacionalismo antiimperialista. Los procesos de industrializa-ción en la Argentina, Brasil y México surgieron como respuestas ala crisis de 1929. No se asentaron, por lo menos inicialmente, enestrategias articuladas. La Comisión Económica para AméricaLatina y el Caribe (CEPAL) teorizó situaciones cuando, ya alcomenzar la segunda posguerra, se abocó a elaborar la teoría dela industrialización sustitutiva de importaciones e, incluso así, erauna estrategia económica. Tampoco la revolución boliviana de1952 diseñó una línea de acción estratégica propia, sólo puso enpráctica ciertas reivindicaciones, como la universalización delvoto, la reforma agraria y la nacionalización de las minas.

Así, ni el nacionalismo ni el reformismo tradicional asentaronsu acción en estrategias, sino que respondieron a demandas eco-nómicas, sociales y políticas. Cuando la Internacional Comunistadefinió su posición de Frentes Antifascistas, en 1935, la aplicaciónde la nueva orientación se topó con las condiciones concretas vivi-das por los países de la región. Si la línea de “clase contra clase”

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respondía a las condiciones particulares de la Unión Soviética, lanueva orientación respondía a la expansión de los regímenes fas-cistas en Europa. Ninguna de ellas tenía en cuenta lascondiciones de América Latina, asimilada a la periferia colonial,sin una identidad particular.

Esa inadecuación tuvo varios efectos concretos. El movimientoliderado por Luís Carlos Prestes en 1935 se mantuvo a horcajadasentre dos líneas: por un lado, organizaba una sublevación cen-trada en tenientes; por otro lado, no pregonaba un gobiernoobrero-campesino sino un frente de liberación nacional, en res-puesta a la línea más amplia de la Internacional Comunista. Laforma de lucha correspondía a la línea radical de “clase contraclase”, y el objetivo político, al frente democrático. El resultadofue que el movimiento se aisló de la “Revolución del 30” dirigidapor Getúlio Vargas, de carácter nacionalista y popular.

El Frente Popular en Chile importó el lema “antifascista” sinque el fascismo se hubiera expandido por el continente. Lo quehubo fue una transposición mecánica del fascismo europeo haciaAmérica Latina, con todos los correlatos de equívocos posibles.Allí, el fascismo se identificó con el nacionalismo y el antilibera-lismo, sin ningún sentido antiimperialista. El nacionalismoeuropeo estuvo marcado por el chauvinismo, por la supuestasuperioridad de un Estado nacional sobre los otros, y por el antili-beralismo, incluso la democracia liberal. La burguesía ascendenteasumió la ideología liberal como instrumento para destrabar lalibre circulación del capital de los límites feudales.

En América Latina, el nacionalismo reprodujo el antilibera-lismo político y económico, pero asumió una posiciónantiimperialista por la inserción misma de la región en la perife-ria –en nuestro caso, estadounidense, lo que nos situó en elcampo de la izquierda–. Sin embargo, las transferencias mecáni-cas de los esquemas europeos del fascismo y del antifascismollevaron a algunos partidos comunistas de aquel período (enBrasil y la Argentina, por ejemplo) a caracterizar a Juan DomingoPerón y a Getúlio Vargas, en ciertos momentos, como reproducto-res del fascismo en América Latina. Debido a ello, fueronidentificados como los adversarios más férreos que debían ser

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combatidos. El Partido Comunista de la Argentina, por ejemplo,se alió contra Perón en las elecciones de 1945, no sólo con el can-didato liberal del Partido Radical, sino también con la Iglesia y laembajada estadounidense, respondiendo a la idea de que todaalianza contra el mayor enemigo, el fascismo, era válida.

La mayor confusión se produjo no sólo en relación con elnacionalismo, sino también con el liberalismo, que en Europa fuela ideología de la burguesía ascendente, mientras que en AméricaLatina las políticas de libre comercio del liberalismo eran patri-monio de las oligarquías primario-exportadoras. No sólo elnacionalismo tiene luz verde aquí, también el liberalismo.

Fue ese fenómeno el que provocó la disociación entre cuestio-nes sociales y democráticas, y la asunción de las cuestionessociales por parte del nacionalismo, en detrimento de las demo-cráticas. El liberalismo siempre intentó apoderarse de la cuestióndemocrática, y acusó a los gobiernos nacionalistas de autoritariosy dictatoriales, mientras éstos acusaban a los liberales de gobernarpara los ricos y de no tener sensibilidad social, reivindicando parasí la defensa de la masa pobre de la población.

Sólo un análisis concreto de las situaciones concretas habríapermitido apropiarse de las condiciones históricas específicas delcontinente y de cada país. Análisis como los realizados por elperuano José Carlos Mariátegui, el cubano Julio Antonio Mella, elchileno Luis Emilio Recabarren y el brasileño Caio Prado Jr.,entre otros; todos ellos análisis autónomos, que las direcciones delos partidos comunistas a las que pertenecían sus autores no tuvie-ron en cuenta. En cambio predominaron las ideas de laInternacional Comunista, que contribuyeron a dificultar elarraigo de los partidos comunistas en esos países.

Cuando el nacionalismo fue asumido por la izquierda, lo fuecomo fuerza subordinada en alianzas con liderazgos popularesque representaban un bloque pluriclasista. Ese largo período nofue teorizado por la izquierda. Las alianzas y las concepciones delos frentes populares no daban cuenta de ese nuevo fenómeno enel que el antiimperialismo sustituía al antifascismo con caracterís-ticas muy diferentes.

La revolución boliviana de 1952 fue objeto de interpretaciones

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enfrentadas porque contenía elementos nacionalistas –como lanacionalización de las minas de estaño– y populares –como lareforma agraria–. Pero la participación activa de milicias obrerasque sustituyeron al Ejército, la presencia de una alianza obrero-campesina y las revoluciones anticapitalistas posibilitaron otrasteorizaciones sobre lo que existía embrionariamente en aquelmovimiento pluriclasista: desde un movimiento nacionalista clá-sico, nacional y antioligárquico, hasta las versiones que le daríanun carácter anticapitalista.

La Revolución Cubana cuenta con dos tipos de análisis: el deFidel, de tipo programático, en La historia me absolverá,22 y el delChe, en La guerra de guerrillas,23 sobre la estrategia de construcciónde la fuerza político-militar y de lucha por el poder. El texto queFidel pergeñó como defensa en el proceso contra los atacantes delCuartel Moncada es un extraordinario análisis de elaboración de unprograma político a partir de las condiciones concretas de la socie-dad cubana de la época. El análisis del Che describe puntualmentecómo la guerra de guerrillas articuló la lucha político-militar, desdeel núcleo guerrillero inicial hasta los grandes destacamentos quecompusieron el ejército rebelde, resistió la ofensiva del Ejércitoregular y desató la ofensiva final que los llevó a la victoria.

Con todo, ya sea por no existir reflexión al respecto, ya sea paramantener el elemento sorpresa –importante para la victoria–, nohubo un análisis público del carácter del movimiento –si era sólonacionalista, o si era embrionariamente anticapitalista–. La Revo-lución Cubana fue constituyendo, a la luz de los enfrentamientosconcretos, su estrategia de rápido pasaje de la fase democrática ynacional a la fase antiimperialista y anticapitalista, conforme ladinámica entre revolución y contrarrevolución iba imponiendolas definiciones. Esa trayectoria no fue tanto motivo de reflexióncomo sí lo fueron las formas de lucha, y en particular la guerra deguerrillas. Ése fue el gran debate en América Latina después del

22 Fidel Castro, La historia me absolverá, Buenos Aires, Nuestra América,2007.

23 Che Guevara, Ernesto, La guerra de guerrillas, Buenos Aires, OceanSur, 2005.

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triunfo cubano: las formas de lucha. ¿Vía pacífica o vía armada?¿Guerra de guerrillas rurales o guerra popular? La articulaciónde las cuestiones nacional y antiimperialista con las cuestionesanticapitalista y socialista fue menos discutida y elaborada.

Las experiencias guerrilleras reprodujeron ese debate, de lamisma forma en que el gobierno de la Unidad Popular lo hizo enChile. Los gobiernos nacionalistas militares, en particular elgobierno peruano de Velasco Alvarado, pero también con menosprofundidad los de Ecuador y Honduras, reinstalaron la temáticadel nacionalismo; sin embargo, su carácter militar no propició suteorización y tampoco fue considerada una alternativa estratégicapor la izquierda de aquel momento.

El proceso nicaragüense incorporó las experiencias anterioresde estrategias de lucha por el poder y elaboró una plataforma degobierno poco definida, adaptada a factores nuevos, de los cualeslos más importantes fueron la incorporación de los cristianos y delas mujeres a la militancia revolucionaria y una política exteriormás flexible. Fue enfrentando empíricamente los obstáculos queencontró –en especial, el asedio militar de los Estados Unidos–,sin contribuir con teorías sobre la práctica que desarrollaba.

Así como ocurrió con el caso de la Unidad Popular, la expe-riencia sandinista fue objeto de una vasta bibliografía, pero no sepuede decir que haya conducido a un balance estratégico claroque pudiera dejar una experiencia para el conjunto de laizquierda. El debate sobre Chile estuvo presente en las discusio-nes de la izquierda en todo el mundo y, por eso, perdió suespecificidad como fenómeno chileno y latinoamericano. Losdebates sobre Nicaragua, por el contrario, tendieron a centrarseen aspectos importantes como, por ejemplo, las cuestiones éticas,pero no produjeron un balance estratégico de los once años degobierno sandinista.

Cuando la izquierda en el mundo atravesaba su momento demayor debilidad, la izquierda brasileña se destacaba como unaexcepción, a contramano de las tendencias generales, sobre todode los cambios regresivos radicales en las correlaciones de fuerzainternacionales. Lula se proyectó como alternativa de direcciónpolítica ya en las primeras elecciones, en 1989, al llegar a la

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segunda vuelta; por primera vez, la izquierda aparecía en Brasilcomo fuerza alternativa real de gobierno –en el año de la caídadel Muro de Berlín y del fin del campo socialista, con fuertes indi-cios de disgregación de la Unión Soviética y del triunfo de losEstados Unidos en la Guerra Fría y con el retorno a un mundounipolar, bajo la hegemonía imperial estadounidense–.

Por ese entonces, Carlos Menem y Carlos Andrés Pérez triunfa-ban en la Argentina y en Venezuela, y no sólo extendían así lasexperiencias neoliberales a fuerzas nacionalistas y socialdemócra-tas, sino que apuntaban a la generalización de esas políticas en elcontinente. A eso se sumó la elección de Fernando Collor deMello, que había derrotado a Lula en Brasil, y la Concertación(alianza de la Democracia Cristiana con el Partido Socialista) enChile, en 1990. En febrero de ese mismo año del sandinismo fuederrotado en la urnas. Cuba ya había entrado en el “períodoespecial”, durante el cual enfrentaría, con grandes dificultades,las consecuencias del fin del campo socialista al que estaba estruc-turalmente integrada.

En ese momento, en Brasil se concentraban experiencias queaparentemente hablaban de una nueva vertiente de la izquierda–postsoviética, según algunos; postsocialdemócrata, según otros–.Además de Lula y del PT, los años ochenta habían visto surgir a laCUT, la primera central sindical legalizada en la historia del país;al MST, el más fuerte e innovador movimiento social en el país; yel crecimiento de las políticas de presupuesto participativo en lasmunicipalidades, en general bajo las directivas del PT. Por todosestos factores, la ciudad brasileña de Porto Alegre más tarde seríaelegida sede de los Foros Sociales Mundiales.

Se proyectaron así sobre la izquierda brasileña, y en particularsobre el liderazgo de Lula y sobre el partido petista, grandes espe-ranzas de que se abriría un nuevo ciclo de una izquierdarenovada. Sin entrar en el análisis detallado de una experienciatan compleja como la del PT y el liderazgo de Lula, es preciso des-tacar que desde el comienzo se proyectaron sobre ambosexpectativas que no tenían fundamento en experiencias concre-tas ni en los rasgos políticos e ideológicos que esas experienciasasumieron con el paso del tiempo.

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Componentes de la izquierda anterior y de corrientes interna-cionales hicieron de Lula no sólo un dirigente obrero clasista,vinculado a las tradiciones de los consejos obreros, sino un diri-gente de un partido de izquierda gramsciano, de un nuevo tipo,democrático y socialista. Lula no era nada de eso, pero tampocoera un dirigente a imagen y semejanza de aquello en lo que sehabía convertido el PT. Lula se formó como dirigente sindical, debase, en la época en que los sindicatos estaban prohibidos por ladictadura; un dirigente negociador directo con las entidadespatronales, un gran líder de masas, pero sin ideología. Nunca sesintió vinculado a la tradición de la izquierda, ni a sus corrientesideológicas, ni a sus experiencias políticas históricas. Se afilió auna izquierda social –si podemos considerarla de ese modo–, sintener necesariamente vínculos ideológicos y políticos con ella.Buscó mejorar las condiciones de vida de la masa trabajadora, delpueblo o del país, según su vocabulario se fue transformando a lolargo de su carrera. Se trata de un negociador, un enemigo de lasrupturas, por lo tanto sin ninguna propensión revolucionariaradical.

Esos rasgos deben ser enmarcados en las situaciones políticasque Lula enfrentó hasta convertirse en el Lula real. Sólo así sepodrá intentar descifrar el enigma Lula.

Uno de los elementos de la crisis hegemónica latinoamericanaes la falta de teorización al respecto. Con excepción del procesoboliviano, que puede apoyarse en las producciones del grupoComuna, en general los avances de los procesos posneoliberalesocurrieron por ensayo y error, y sobre las líneas de menor resis-tencia de la cadena neoliberal.

Ese proceso ya superó su fase inicial, cuando –como dijimos–obtuvo avances relativamente fáciles, hasta que la derecha se reor-ganizó y recuperó su capacidad de iniciativa. A partir de entonces,las elaboraciones teóricas que permitan la comprensión de lasituación histórica real que enfrenta el continente, con sus ele-mentos de fuerza y de debilidad, sus correlaciones de fuerzareales, concretas y globales, sus desafíos y sus posibles líneas desuperación se han vuelto condición indispensable para el enfren-tamiento y la superación de los obstáculos.

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Desde que la hegemonía neoliberal se consolidó, la resistenciaa ese modelo y las luchas de los movimientos sociales, incluso laorganización del Foro Social Mundial, desplazaron la reflexiónhacia el plano de la denuncia y de las resistencias, y soslayaron lareflexión política y estratégica. O sea, se tendió a la definición deun supuesto espacio de la sociedad civil como territorio privile-giado de actuación, en detrimento de la política, del Estado y, conellos, de los temas de estrategia y construcción de proyectos hege-mónicos alternativos y de nuevos bloques sociales y políticos. Esapostura teórica disminuyó con creces la capacidad de análisis delas fuerzas antineoliberales, que casi se limitaron a exaltar las pos-turas de resistencia y el valor de las movilizaciones de base, endesmedro de las posiciones de los partidos y de los gobiernos.

Los nuevos movimientos no contaron con una actualización delpensamiento estratégico latinoamericano en la que pudieran apo-yarse, y ni siquiera con balances de las experiencias positivas y/onegativas anteriores. Lo que agravó todavía más la situaciónfueron los cambios radicales a escala mundial: el pasaje de unmundo bipolar a un mundo unipolar –bajo la hegemonía impe-rial estadounidense– y del modelo regulador al neoliberal, ambosocurridos en un período histórico que implicó serias consecuen-cias para América Latina. Entre ellas, la regresión en los marcosde inserción de los países del continente en el mercado mundial,resultado de la apertura neoliberal y el debilitamiento de los Esta-dos nacionales.

Teorizaciones como las de Holloway y Toni Negri aparecíancomo adecuaciones a situaciones reales que, en vez de proponersoluciones estratégicas, intentaban hacer del vicio virtud. Aunquedistintas en sus esbozos teóricos, ambas terminaron por acomo-darse a la falta congénita de estrategia por parte de quienesrechazaban el Estado y la política para refugiarse en una mítica“sociedad civil” y en una reduccionista “autonomía de los movi-mientos sociales”, renunciando a las reflexiones y lasproposiciones estratégicas y dejando así al campo antineoliberalsin armas para responder a los desafíos de la crisis hegemónica,que se hicieron más evidentes cuando la disputa hegemónicapasó a estar a la orden del día.

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Ya analizamos cómo ese factor afectó el proceso venezolano,cómo el boliviano encontró una solución original y cómo el ecua-toriano se apoyó en soluciones híbridas, aunque creativas. Elposneoliberalismo trajo nuevos desafíos teóricos que, por lasnuevas condiciones que las luchas sociales y políticas enfrentanen el continente, iluminan una práctica necesariamente novedosay, más que en cualquier otro momento, requieren reflexiones ypropuestas estratégicas orientadas según las coordenadas de lasnuevas formas de poder. Las propuestas del grupo bolivianoComuna, como mencionamos, son una excepción: constituyen elconjunto de textos más rico con que cuenta la izquierda latinoa-mericana, un ejemplo único en su historia por la capacidad deconjugar trabajos académicos y análisis individuales de gran crea-tividad teórica –de autores como Álvaro García Linera, LuisTápia, Raúl Prada, entre otros–, a intervenciones políticas direc-tas. En estas condiciones, García Linera se convirtió envicepresidente de la República y Prada fue un importante parla-mentario constituyente.

Las dificultades para desarrollar una teoría a partir de la prác-tica que hoy enfrenta la izquierda latinoamericana se deben avarios factores. Entre ellos, podemos resaltar la dinámica asumidapor la práctica teórica, esencialmente concentrada en las universi-dades, que sufrió los efectos del cambio de período en el planoacadémico: ofensiva ideológica del liberalismo; reclusión en ladivisión del trabajo interno de las universidades, en particular porla especialización; refugio en posiciones poco críticas, que tien-den a ser doctrinarias y no dan lugar a las alternativas.

Por otro lado, los procesos de superación real del neolibera-lismo introdujeron temas alejados de la dinámica de la reflexiónacadémica. Temas como el de los pueblos originarios y los Estadosplurinacionales, la nacionalización de los recursos naturales, laintegración regional, el nuevo nacionalismo y el posneolibera-lismo están muy alejados de los que suelen abordarse en loscursos universitarios y de aquellos privilegiados por las institucio-nes de fomento e investigación. Éstas privilegiaron las propuestasdefinidas por las matrices fragmentadas de las realidades sociales,desvalorizando interpretaciones históricas globales, y a la vez

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acentuaron la fragmentación entre las distintas esferas –econó-mica, social, política y cultural– de la realidad concreta.

Además, no debemos olvidar los efectos de la crisis ideológicaque afectó las prácticas teóricas en la transición del período histó-rico anterior al actual, con la descalificación de los llamadosmegarrelatos y la utilización generalizada de la idea de crisis delos paradigmas. A raíz de eso, se abandonaron los modelos analí-ticos generales y se adhirió al posmodernismo, con lasconsecuencias señaladas por Perry Anderson:24 estructuras sinhistoria, historia sin sujeto, teorías sin verdad, un verdadero suici-dio de la teoría y de cualquier intento de explicación racional delmundo y de las relaciones sociales.

Temas esenciales para las estrategias de poder, como el podermismo, el Estado, las alianzas, la construcción de bloques alterna-tivos de fuerzas, el imperialismo, las alianzas externas, los análisisde las correlaciones de fuerzas, los procesos de acumulación defuerzas, el bloque hegemónico, entre otros, quedaron desplaza-dos o prácticamente desaparecieron, en especial a medida que losmovimientos sociales pasaron a ocupar un papel protagónico enlas luchas antineoliberales. El pasaje de la fase defensiva a la fasede disputa hegemónica ha de significar –como significa en lostextos del grupo Comuna y en los discursos de Hugo Chávez yRafael Correa– una recuperación de esas temáticas, una actualiza-ción para el período histórico de la hegemonía neoliberal y lalucha desmercantilizadora. Refugiarse en la óptica de simpledenuncia, sin compromiso con la formulación y la construcciónde alternativas políticas concretas, tiende a distanciar a una parteimportante de la intelectualidad de los procesos históricos con-cretos que el movimiento popular enfrenta en el continente, y deese modo lo condena a intentos empíricos de ensayo y error, en lamedida en que no cuenta con el apoyo de una reflexión teóricacomprometida con los procesos de transformación existentes.

La tentación contraria es grande. Dado que Fidel Castro no esLenin, el Che no es Trotski, Hugo Chávez no es Mao Tsé-tung, Evo

24 Perry Anderson, “El pensamiento tibio: una mirada crítica sobre lacultura francesa”, ob. cit.

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Morales no es Ho Chi Minh y Rafael Correa no es Gramsci, seríamás fácil rechazar los procesos históricos reales, porque no corres-ponden a los sueños de revolución construidos con el impulso deotras eras, que intentar descifrar la historia contemporánea consus enigmas específicos. En fin, intentar reconocer los signos delnuevo topo latinoamericano o quedar relegado a los compendiosa los que son reducidos los textos clásicos por las manos poderosasy sectarias de quienes tienen miedo de la historia.

Refugiarse en las formulaciones de los textos clásicos es elcamino más cómodo, pero también el más seguro para la derrota.Las derrotas no se explican por razones políticas, sino morales –yla “traición” es la más común–. La incapacidad de explicaciónpolítica lleva a visiones infrapolíticas, morales. El diagnóstico deTrotski sobre la Unión Soviética es el modelo opuesto: se trata dela explicación política, ideológica y social de los caminos abiertospor el poder bolchevique. Por eso pasó de la tesis de la revolución“traicionada” a la explicación sustancial del Estado bajo la hege-monía de la burocracia.

La defensa de los principios supuestamente contenidos en lostextos de los clásicos parece explicarse por sí misma, pero noexplica lo esencial: ¿por qué las visiones de la ultraizquierda, doc-trinarias, extremistas, nunca triunfan, nunca consiguen convencera la mayoría de la población, nunca construyeron organizacionesque estén en condiciones de dirigir los procesos revolucionarios?Se identifican con los grandes balances de las derrotas, peronunca conducen a procesos de construcción de fuerzas políticasrevolucionarias. No es casual que su horizonte acostumbre ser lapolémica en el interior de la ultraizquierda y las críticas a los otrossectores de izquierda, sin protagonizar grandes debates naciona-les, sin enfrentar centralmente a la derecha o participar de ladisputa hegemónica. Aquellos que sólo aparecen en los espaciospúblicos para criticar a los sectores de izquierda, muchas vecesvaliéndose de los espacios mediáticos de los órganos de la derecha,perdieron de vista a sus enemigos fundamentales, los grandesenfrentamientos con la derecha.

El desafío es encarar las contradicciones de la historia en lascondiciones concretas de los países de la América Latina de hoy y

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descifrar los puntos de apoyo para así construir el posneolibera-lismo. El grupo Comuna supo hacerlo porque releyó la historiaboliviana, en especial a partir de la revolución de 1952, descifrósu significado, hizo las periodizaciones posteriores de la historiadel país, comprendió los ciclos que llevaron al agotamiento delperíodo neoliberal, consiguió deshacer los equívocos de laizquierda tradicional en relación con los sujetos históricos y rea-lizó el trabajo teórico indispensable para concertar el casamientoentre el liderazgo de Evo Morales y el resurgimiento del movi-miento indígena como protagonista histórico esencial del actualperíodo boliviano. Pudo así recomponer la articulación entre lasprácticas teórica y política y ayudar al nuevo movimiento populara abrir los caminos de lucha por las reivindicaciones económicasy sociales en los planos étnico y político.

Ese trabajo teórico es indispensable y sólo se puede hacer apartir de las realidades concretas de cada país, articuladas con lareflexión sobre las interpretaciones teóricas y las experiencias his-tóricas acumuladas por el movimiento popular con el paso deltiempo. La realidad es implacable con los errores teóricos. LaAmérica Latina del siglo XXI requiere y merece una teoría a laaltura de los desafíos presentes.

reforma y/o revolución

En las últimas décadas, la izquierda latinoamericana osciló entreproyectos reformistas y proyectos de ruptura, de lucha armada.Los primeros fueron acusados de “reformistas”; y los segundos, de“ultraizquierdistas”, “aventureros”. Congelar el universo de lasreformas sin romper con el sistema dominante, sin relevar la cues-tión del poder, es ahogarse en el universo de la reproducción delas relaciones sociales y políticas existentes. Por otro lado, desta-car las demandas estratégicas sin vincularlas profundamente conla sensibilidad y los intereses de los grandes estratos del pueblogenera sectarismo, posiciones verbalmente radicales pero incapa-ces de conquistar las mentes y los corazones del pueblo. Unos yotros tuvieron conquistas –mejoras sociales para las clases popula-

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res, victorias en los casos cubano y nicaragüense– pero llegan alsiglo XXI con sus formulaciones originales agotadas.

Los movimientos victoriosos fueron aquellos que consiguieronescapar de las dos lógicas contrapuestas y articularlas: combina-ron la plataforma de reformas con modalidades de luchadestinadas a conquistar el poder. El análisis propuesto por Trotskien Programa de transición25 apuntaba en esa dirección, es decir, alas reformas que el sistema dominante no es capaz de absorbersin sufrir golpes mortales. Son reivindicaciones históricas por defi-nición, mutables en el tiempo y en el espacio, por eso se llaman“de transición”; su objetivo es profundizar las contradicciones delsistema y despertar la conciencia social al respecto.

En la realidad concreta, esas reivindicaciones tomaron distintasformas: “paz, pan y tierra” en Rusia; la expulsión del invasor japo-nés y la revolución agraria en China; el derrocamiento de ladictadura de Fulgencio Batista en Cuba; la expulsión del invasorestadounidense y la reunificación del país en Vietnam; el derroca-miento de la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua.Siempre tuvieron, sin embargo, el carácter de reivindicaciones detransición, de pasaje del capitalismo al poscapitalismo.

En América Latina, los reformismos tradicionales, es decir, los delos nacionalismos (entre ellos se destacan el getulismo y el pero-nismo, además del PRI mexicano), así como los gobiernostradicionales de izquierda –que en Chile tuvieron dos ejemplos sig-nificativos: el del Frente Popular en los años treinta y el de laUnidad Popular en los años setenta–, se mantuvieron en el plano delas reformas del sistema, sin articularlas con la cuestión del poder.Aparentemente, la Unidad Popular se planteó la cuestión del podercuando propuso una transición, aunque gradual, del capitalismo alsocialismo; sin embargo, como veremos más adelante, no analizó lascondiciones reales de la derrota del poder vigente y de la construc-ción del poder alternativo. Creía que éstas surgirían de laimplementación de un programa de reformas esencialmente econó-mico, como consecuencia natural, y cayó en un economicismo que

25 León Trotski, Programa de transición, Buenos Aires, Centro de Estudios,Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”, 2008.

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le impidió enfrentar otras fuentes decisivas de poder, como las Fuer-zas Armadas, el imperialismo, la prensa privada, etcétera.

Las revoluciones cubana y sandinista consiguieron esa articula-ción básica entre lucha antidictatorial y lucha antiimperialista, y,en el caso de Cuba, también anticapitalista. Otros procesos delucha antidictatorial o simplemente de lucha democrática conclu-yeron sin una proyección estratégica de ruptura, con el recienterestablecimiento de los regímenes democrático-liberales en elCono Sur del continente. Otras experiencias absolutizaron lalucha armada, con su potencial militar de ruptura, desvinculán-dose de la capacidad de captar los sentimientos y las necesidadesinmediatas de la gran masa de la población, por lo cual se aisla-ron y terminaron siendo derrotadas.

En el primer caso, las reformas se agotaron en el marco del sis-tema dominante; en el segundo, no llegaron a romper el estrechocírculo de las organizaciones políticas o político-militares.

La izquierda, bajo el impacto del debate clásico entre Rosa Luxem-burgo y Eduard Bernstein, siempre estuvo presa de la dicotomíaentre reforma y revolución. Bernstein absolutizaba el movimiento,en detrimento de los objetivos finales, como si la acumulación deavances parciales encauzara y resolviera la cuestión del poder y latransformación anticapitalista. Luxemburgo llamaba la atenciónsobre el hecho de que las reformas pueden definir un camino dereestructuración del capitalismo, de ampliación de sus bases deapoyo; Lenin lo llamó “aristocracia obrera”, es decir, el predominiode los sectores privilegiados dentro de la misma clase obrera.

Lo cierto es que el reformismo ganó connotación propia y sevolvió hegemónico a lo largo de la historia de la izquierda, espe-cialmente bajo la forma de adecuación de los partidossocialdemócratas al capitalismo o de estrategias etapistas en lospartidos comunistas, que nunca consiguieron superar su fase ini-cial y permanecieron en el reformismo, sin ruptura.

Ésa fue la cara predominante de la izquierda en AméricaLatina, sobre todo entre los años 1930 y 1970, en pleno auge delproceso de acumulación industrial por sustitución de importacio-nes, ya fuese en su versión nacionalista (como en los casos másconocidos de México, Brasil y la Argentina) o de la alianza socia-

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lista-comunista (como en los casos, entre otros, de Chile y Uru-guay).

Esa lógica casi espontánea dentro de la izquierda, en el marco delas políticas de desarrollo y de modernización, fue contemporáneade la expansión del mercado interno de consumo popular, de lademocratización de los sistemas de educación y de salud públicas yde la extensión de la sindicalización urbana y rural, identificadascon ítems del programa de reformas democráticas, antioligárquicasy antiimperialistas. Mientras las reformas fueron funcionales para elproceso de sustitución de importaciones, pudieron realizarse;cuando concluyó el proceso de sustitución de importaciones, laalianza entre el movimiento sindical y los sectores de la clase mediay de la burguesía industrial se deshizo, y esto coartó la viabilidad dela estrategia de reformas. La experiencia chilena de la UnidadPopular fue una tentativa aislada de profundizar ese proceso; ya sinalianzas con los sectores de la burguesía, se vio asfixiada dentro delaparato de Estado y finalmente fue derribada por un golpe militarque contó con el apoyo de toda la burguesía.

Sin embargo, la lógica reformista sobrevive, adaptándose a lasnuevas coyunturas políticas gracias a la reacción espontánea delmovimiento popular frente a los ataques del neoliberalismo contrasus derechos. Se debe tener en cuenta que el resurgimiento de losproyectos de reformas ocurre en un marco diferente de relacionesde clase, con niveles mucho más amplios y profundos de interna-cionalización de las burguesías del continente y de precarizaciónde las relaciones laborales, y con el consecuente debilitamientodel movimiento obrero y los sindicatos.

El período actual es un nuevo desafío para la capacidad de laizquierda de superar dicotomías que, en lugar de favorecer, difi-cultan la formulación de estrategias que articulen teoría y práctica,realidad concreta y proposiciones estratégicas. Los procesos quehan resultado exitosos ofrecen ejemplos notables de esa capacidady han transformado a los responsables de sus formulaciones–Lenin, Trotski, Mao Tsé-tung, Ho Chi Minh y Fidel Castro– en losmás grandes estrategas de la izquierda. En ninguno de esos proce-sos existió una propuesta en estado puro de romper con elcapitalismo a favor del socialismo. Todos nacieron de necesidades

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concretas –derrocamiento del zarismo, expulsión de los invasores,revuelta contra las dictaduras–, pero los rumbos que tomaron esasluchas impusieron una dinámica que fue la raíz del problema y,además, apuntaron a la ruptura con el sistema imperial de domi-nación y, por añadidura, con el sistema capitalista subyacente.

Ningún proyecto reformista superó el proceso de reformas paratransformarse en proyecto revolucionario. Ninguna propuestadoctrinaria –directamente socialista– triunfó jamás. Los primerosse agotaron dentro del sistema o fueron derribados sin haber con-seguido construir los instrumentos de resistencia de masas nitampoco un poder popular alternativo que permitiera superar elcerco del aparato estatal existente. Las segundas no llegaron a con-quistar el apoyo significativo de las masas ni consiguieron formularproyectos estratégicos arraigados en la realidad concreta.

La caracterización que hizo Gramsci sobre la Revolución Rusa,según la cual ésta habría sido una revolución “contra el capital”,tiene varios significados. Uno de ellos –y que acabaría volviéndosetrágico– señala el hecho de que la revolución ocurrió en la perife-ria del capitalismo y asumió la tarea de romper el cerco para quela lucha anticapitalista tuviera la posibilidad de transformarse enincorporación, negación y superación del capitalismo en lospaíses más avanzados. El objetivo no fue alcanzado ni con la crisisde la primera posguerra, cuando las tentativas revolucionarias enAlemania fueron derrotadas y la solución acabó viniendo de laextrema derecha, ni después, cuando la Unión Soviética fue ais-lada y el proceso revolucionario avanzó en la dirección opuesta,rumbo a los países más atrasados de Asia.

Otro significado es que toda revolución es necesariamenteheterodoxa. Ninguna fórmula revolucionaria se ha repetido a lolargo del tiempo: todas son únicas, representan una combinaciónsin par de múltiples factores, y esta combinación hace que lasrevoluciones sean la excepción y no la regla en el curso de la his-toria. La lista de factores que posibilitan la eclosión de unarevolución, según Lenin, reúne aspectos subjetivos y objetivos,todos combinados en un momento determinado que no se pro-longa en el tiempo. El arte de la insurrección consiste en capturaresos factores en su mejor momento de combinación.

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Lenin habla de situación revolucionaria y de crisis revoluciona-ria. La primera ocurriría cuando las fuerzas se polarizan de talmanera en un país que los de abajo no soportan más vivir comovivían antes y los de arriba no consiguen continuar dominando.La crisis revolucionaria ocurre cuando una dirección política con-sigue conducir esa polarización hacia una salida revolucionaria.

Como bien dice Gramsci, Lenin se refería a la estrategia ensociedades atrasadas, en las que los ejes determinantes del poderse articulan en torno del aparato del Estado, cuya posesión permi-tiría desarticularlos y emprender la construcción de un nuevopoder. En términos gramscianos, la hegemonía en esas socieda-des se apoya fundamentalmente en la coerción, y no en losconsensos. Este análisis se dirige a la construcción, mucho máscompleja, de estrategias políticas en sociedades en las que elpoder se asienta sobre consensos fabricados y los ejes del poderson coordinados por el aparato de Estado, pero sus pilares deter-minantes se sitúan fuera de éste. Así, construir una estrategia depoder en esas sociedades implica elaborar proyectos hegemóni-cos alternativos (contrahegemónicos) que desembocarán en elaparato del Estado, pero cuyas batallas determinantes se darán enlas extensas y complejas tramas de las relaciones económicas,sociales e ideológicas de la sociedad en su conjunto.

El problema es que esa propuesta de Gramsci parece chocarcon uno de los principios básicos del marxismo, aquel que afirmaque en las sociedades de clase “las ideas dominantes son ideas delas clases dominantes”. Esa determinación es estructural, porquela ideología no se resume a una construcción de ideas en el planocultural, sino que nace de las entrañas del proceso de acumula-ción capitalista, de las relaciones entre capital y trabajo, de lasformas de apropiación de la plusvalía, de la alienación comofenómeno, antes que nada, económico, que se extiende a la tota-lidad de las relaciones sociales y culturales. La sensación deextrañamiento que tenemos ante el mundo que nosotros mismoshemos creado, y en el cual no nos reconocemos, proviene de lasrelaciones de producción, del proceso de producción de riqueza,que separa la producción del productor e impide que éste reco-nozca la riqueza creada por su trabajo.

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Esa ruptura entre sujeto y objeto, entre historia y naturaleza,entre productor y producto, entre hombre y mundo reproducecotidianamente, en todos los rincones de la sociedad, los mecanis-mos de la alienación. De ahí surge, teórica y políticamente, lacuestión de cómo es posible construir, en esas condiciones, unproyecto contrahegemónico, cómo romper con la hegemonía dela ideología dominante. En fin, se impone el desafío: ¿cómo cons-truir una hegemonía previa del bloque de clases alternativo antesdel acceso al Estado, al poder nacional?

En realidad, la fuerza ideológica alternativa es fundamentalpara construir sujetos alternativos. En el caso de Bolivia, porejemplo, eso se dio por la reunificación de la fuerza política yporque el país reasumió su identidad ideológica como indígena.La victoria boliviana –que esta vez ha sido electoral– fue el resul-tado de un largo y profundo proceso de movilización y lucha quecomenzó con el nuevo siglo. La construcción del proyecto alter-nativo se hará en condiciones superiores, desde el gobierno, quepodrá movilizar más energías y disponer de mejores instrumentospara su elaboración. Antes de ser dominante, el movimiento indí-gena boliviano se convirtió en dirigente, protagonizó y organizóun bloque de fuerzas alternativo, dotado de una plataformabásica –nacionalización de recursos naturales, reforma agraria,convocatoria de Asamblea Constituyente–, y mostró que esa com-binación es posible. Ella requiere comprensión de las relacionesde fuerza reales, de la dinámica de los enfrentamientos, de lafuerza y la debilidad de cada uno de los bloques que se oponen.

Para comprender mejor las condiciones de construcción de losproyectos contrahegemónicos, vamos a detenernos en las doslógicas que deben entenderse y superarse para, a continuación,poder partir del análisis concreto de la realidad concreta, en sutotalidad y en sus contradicciones, en sus determinaciones estruc-turales y en su potencial transformador.

la lógica ultraizquierdista

“Ultraizquierda” es una categoría política que puebla la historia

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de la izquierda en todo el mundo. No vamos a retomar aquí esatrayectoria; basta mencionar los análisis de Lenin en El izquier-dismo, enfermedad infantil del comunismo26

y de Trotski en Revolución y contrarrevolución en Alemania27 pararemitirnos a dos momentos de sistemático y riguroso análisis y crí-tica del fenómeno.

La Revolución Rusa, como toda revolución victoriosa, no se hizoincitando a derrotar el capitalismo y a construir el socialismo. Alcontrario, catalizó las necesidades esenciales del pueblo ruso –“paz,pan y tierra”– y las trató desde una dinámica que se enfrentó nosólo con el zarismo, sino también con el capitalismo y las alianzasentre Rusia y las potencias capitalistas occidentales. Éste es el artede la dirección revolucionaria: la capacidad de articular las deman-das inmediatas, o programa mínimo, con los objetivos estratégicos,el programa máximo, lo que permite resolver de manera revolucio-naria la cuestión del poder. En otras palabras, rearticular de formadinámica, no segmentada o corporativa, y menos aún contrapuesta,los términos “reforma” y “revolución”.

Los sectores de la ultraizquierda rusa pretendían instaurar deinmediato el socialismo y expropiar a todos los sectores vincula-dos, de una u otra forma, al capitalismo. Se opusieron a losacuerdos de Brest-Litovsk, por los cuales el nuevo poder soviéticobuscaba encontrar condiciones de convivencia pacífica con Ale-mania para así comenzar a reconstruirse a partir de los estragosde la guerra. Se opusieron también a la Nueva Política Econó-mica (NEP), dirigida por Lenin para incentivar la reactivación dela economía de los pequeños y medianos propietarios rurales yrecuperar la capacidad de producción y abastecimiento del mer-cado interno, en especial el urbano, para contener el riesgo dehambre generalizada por el cerco del campo, donde la contrarre-volución blanca se prolongaba con el apoyo militar directo detropas de más de quince ejércitos extranjeros y con el fracaso de

26 Vladimir Lenin, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo,Buenos Aires, Anteo, 1985.

27 León Trotski, Revoluçao e contra-recoluçao, San Pablo, Livraria EditoraCiências Humanas, 1979.

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la revolución en Alemania, que si se hubiese logrado, podríahaber evitado el aislamiento y el cerco del gobierno bolchevique.

Si inmediatamente después del triunfo de la revolución sedecretó un sistema de comunismo de guerra –simplemente repar-tiendo lo que se tenía de la forma más igualitaria posible, como sise socializara la miseria–, con el fin de la guerra hubo una fuertepresión interna para que se retomara el desarrollo económico yse garantizara el abastecimiento de artículos de primera necesi-dad, en particular en las ciudades. Fue con ese objetivo, y comorespuesta a una situación defensiva, que el gobierno decretó laNEP. Para los sectores de ultraizquierda, se trató de una traición alos ideales revolucionarios, de una capitulación de Lenin, Trotskiy sus compañeros de revolución. El acierto de aquella políticaquedó claro pocos años después, cuando el cambio de política lle-vado a cabo por Stalin no resolvió la cuestión en el campo, loscampesinos intensificaron el desabastecimiento y la nueva direc-ción de la revolución tuvo que recurrir a la peor de las soluciones:la expropiación violenta de las tierras y la muerte de millones decampesinos por hambre. No resuelta, la cuestión agraria fue for-malmente retirada de la agenda por la puerta del frente y retornópor la ventana de manera explosiva. Se trató de uno de los puntosmás frágiles de la Revolución Rusa. Hasta el final de la UniónSoviética, fue una cuestión que nunca pudo resolverse.

Las posiciones de ultraizquierda tienen dificultades para com-prender las derrotas, las regresiones, los cambios negativos en lasrelaciones de fuerza. Tienden a reducir los análisis y los diagnósti-cos a tesis que sostienen la “traición” de las direcciones, para lascuales acostumbran encontrar confirmaciones en la cantidad decasos de direcciones que se burocratizaron, se corrompieron yrenegaron de los ideales y las plataformas. Pero los balances críti-cos que no conducen a alternativas tampoco consiguen construirfuerza de masa para sus tesis, terminan formando parte de laderrota, pues no se convierten en soluciones.

Las crisis generadas por la Primera Guerra Mundial confirma-ron la previsión de Lenin, que decía que una revolución nunca estan difícil como en el comienzo de una guerra, cuando el chauvi-nismo predomina y concita a la unidad nacional contra los otros

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países, pero nunca se torna tan probable como en el transcursode la guerra. Esa previsión fue confirmada por la victoria soviéticay, posteriormente, cuando el carácter interimperialista de laguerra quedó claro y se vio que los pueblos entraron como carnede cañón en una disputa que les concernía. Fue así como se malo-graron los conatos revolucionarios en Alemania e Italia, a pesarde la posibilidad de revolución surgida con el sufrimiento y lasderrotas de la guerra, y dejaron el campo libre para que el fas-cismo y el nazismo –contrarrevoluciones de masas– impusieransus soluciones a la crisis.

En Alemania, inconscientes de la fuerza y del peligro delnazismo, los partidos socialdemócrata y comunista no pusieron lanecesidad de unirse contra el enemigo común por encima de susdivergencias y de ese modo facilitaron la ascensión de Hitler, quelos reprimió a todos. Los comunistas llamaban “socialfascistas” alos socialdemócratas; decían que eran socialistas de palabra y fas-cistas de hecho y que abrirían elcamino para la ascensión delnazismo. Los socialdemócratas acusaban a los comunistas de serexpresiones del totalitarismo soviético, algo muy semejante alnazismo. Trotski realizó un estricto balance de las posicionesultraizquierdistas de ambos. Ellos no supieron comprender que elnazismo era el enemigo fundamental de toda la izquierda, subes-timaron su fuerza y facilitaron su ascensión.

Pero recientemente tuvimos ejemplos típicos de posicionesultraizquierdistas en China, en el período de la Revolución Cultu-ral, y en Camboya, tras la derrota de los Estados Unidos. Conorientaciones que difieren de las soviéticas en lo que atañe a laconstrucción del socialismo y a las relaciones con el imperialismoestadounidense, China afirmó que la Unión Soviética estaría reins-taurando el capitalismo, tomando como ejemplo para definir lainducción al estilo de vida capitalista la importación de una fábricade automóviles (Fiat) de Italia –ubicada en una ciudad bautizadacomo Togliattigrado, en homenaje al ex dirigente del PC italiano–.Según este análisis, en tanto gran potencia capitalista en una eraimperialista, los soviéticos serían una nueva potencia imperialista,tal como los Estados Unidos. Mientras los estadounidenses repre-sentarían un imperialismo decadente, la Unión Soviética

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aparecería como fuerza ascendente y, por eso, resultaría más peli-grosa y debería ser atacada como el enemigo fundamental.

En esta situación, China se empeñó en combatir a la UniónSoviética y a todas las fuerzas y gobiernos que parecían contar consu apoyo. Llegó a apoyar a los gobiernos racistas en Sudáfrica y alos dictatoriales en Chile porque se resistían a los proyectos“expansionistas” de los soviéticos. El gobierno cubano fue lla-mado “brazo armado del imperialismo soviético” porque ayudó alos angoleños a resistir la invasión sudafricana.

La lógica de la posición china –reproducida muchas veces porotras fuerzas de ultraizquierda– era que, si no conseguía desalojara la Unión Soviética del lugar que ocupaba, China no tendríaespacio en el mundo para ampliar su liderazgo. Esto explica laviolencia y los ataques reiterados a los soviéticos y –lo que tambiénocurre con otras fuerzas que adoptan una posición similar– laalianza con el imperialismo decadente (el estadounidense) paraintentar liquidar al enemigo fundamental (el soviético). Esaalianza, firmada con la visita de Richard Nixon a China, diocomienzo a la llamada diplomacia del ping-pong.

Para completar el cuadro, a pesar del inmenso retroceso quesignificaría para la primera revolución socialista de la historia ins-taurar el capitalismo en la Unión Soviética y convertirse en unapotencia imperialista, China continuaba anunciando que la revo-lución todavía estaba en pie y que el imperialismo era un “tigrede papel”, y esto incitaba a los pueblos a rebelarse, como si nadahubiera ocurrido, y a alterar las relaciones de fuerza en el mundo.

En Camboya se padeció a una de las más trágicas experienciasde sectarismo en gobiernos de izquierda. Se puso en práctica unaversión todavía más radical del diagnóstico hecho por la Revolu-ción Cultural china, según el cual el capitalismo, su cultura y susciudades corrompen a las personas, lo que no ocurre con la vidapura en el campo. Millones de personas fueron desplazadas paraproletarizarse en el campo, y una gran parte de ellas acabó siendoejecutada. Inducido por una visión dogmática y sectaria de losefectos de la ideología capitalista y la cultura moderna, el régi-men vietnamita produjo una “limpieza” ideológica brutal hastaque fue derrocado por el antiguo gobierno, que ya había sido víc-

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tima de una invasión de China bajo el alegato de que se habíaconvertido en un agente de la Unión Soviética.

Las corrientes más radicales en el interior de la izquierda –entreellas el maoísmo y el trotskismo– se caracterizan por la crítica a lastendencias predominantes en la izquierda, las corrientes reformis-tas. Estas últimas siempre fueron pasibles de caer en esa visióncrítica, pero nunca tuvieron la capacidad de construir fuerzas demasa –un fenómeno más típico de las corrientes trotskistas–. En elcampo intelectual, las tendencias críticas ocupan un espacioimportante –lo que es comprensible–; consiguen señalar errores o“desvíos” de las fuerzas políticas, pero por su propia naturalezaintelectual (no son fuerzas políticas) no se habilitan para formularalternativas superadoras de los problemas que logran detectar,incluso cuando sus diagnósticos llegan a ser correctos. Muchasveces, las visiones críticas surgen para señalar el contraste con loque se consideran principios de la teoría revolucionaria; otras,para señalar lo que se considera incoherencia interna de los pro-yectos. Esas corrientes son interlocutoras fundamentales de lapráctica política, pero, con frecuencia, no consiguen resistir la ten-tación de las visiones de ultraizquierda porque privilegian la teoríaen detrimento de las condiciones concretas de lucha, lo que no lespermite captar los dilemas que impone la práctica concreta.

¿Cuál es la lógica contemporánea del ultraizquierdismo, tandiseminada en esos tiempos de gran capacidad de cooptaciónliberal y contradicción entre el agotamiento histórico del capita-lismo y la regresión de las condiciones históricas del socialismo?

En un texto relativamente sistemático,28 James Petras –una delas expresiones más significativas de esas posiciones ultraizquier-distas– se propone realizar un análisis de la trayectoria históricade la izquierda para comprender el presente y el futuro de la polí-tica revolucionaria. Lo hace como respuesta a un texto de PerryAnderson29 escrito en 2000, cuatro décadas después de asumir la

28 James Petras, Notes toward an understanding of revolutionary politicstoday, Mimeo (disponible en: <http://links.org.au/node/105>).

29 Perry Anderson, “Renewals”, New Left Review, enero-febrero 2000 (dis-ponible en: <http://newleftreview.org/A2092>).

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dirección de la New Left Review e inaugurar una nueva etapa en larevista. En ese artículo, Anderson compara las condiciones en elcomienzo del nuevo siglo con aquellas que vivió al aceptar ladirección de la publicación.

En conformidad con la lógica de sus posiciones, Petras incor-pora a su texto notas de extrema agresividad, intentandodescalificar a Perry Anderson como intelectual que habría adop-tado “un cierto centrismo apolítico”, en función de una visiónderrotista, de “autloflagelo” de la izquierda, de capitulación antela fuerza del neoliberalismo. Ese lenguaje concuerda con el con-tenido de las posiciones de Petras y de los que asumen posturassimilares: la descalificación de los que son criticados se justificapor haber abandonado a la izquierda, “capitulado”, y por defen-der posiciones aparentemente de izquierda, pero que ya notendrían nada que ver con ella. Por lo tanto, no sólo han de serimpugnados, sino también descalificados, “desenmascarados”para dejar de tener un papel negativo dentro de la izquierda.

¿Pero cuál fue el balance de Anderson en 2000? Partiendo de lacomparación de aquel período con los años sesenta, ordena las dife-rencias en tres niveles diferentes: histórico, intelectual y cultural.

En la década de 1960, “un tercio del planeta rompió con elcapitalismo”. Mientras Nikita Kruchov proponía reformas en laUnión Soviética, China conservaba su prestigio, la RevoluciónCubana en las Américas, explotaba los vietnamitas combatían conéxito la ocupación de los Estados Unidos y el capitalismo se sentíaamenazado. Intelectualmente, comenzaba “un proceso de descu-brimiento de las tradiciones ocultadas de la izquierda y delmarxismo”, y empezaban a circular “alternativas de un marxismorevolucionario”. Culturalmente, en comparación con “la atmós-fera conformista de la década de 1950”, el rock y el cine de autorteñían aquella década con una connotación de rebeldía.

Cuatro décadas después, el clima no podría ser más contras-tante. “El bloque soviético desapareció. El socialismo dejó de serun ideal generalizado. El marxismo ya no predomina en la cul-tura de la izquierda”. La década de 1990 trajo “la consolidaciónprácticamente incuestionable del neoliberalismo, además de sudifusión universal”.

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Cinco procesos interconectados transformaron radicalmente elescenario:

1. El capitalismo estadounidense reafirmó su predominio entodos los campos (económico, político, militar y cultural);

2. La socialdemocracia europea dio un giro en dirección al neoli-beralismo;

3. El capitalismo japonés entró en profunda y prolongada recesión,mientras que China se preparaba a ingresar en la OMC (Organi-zación Mundial del Comercio) e India, por primera vez en suhistoria, comenzaba a depender de la buena voluntad del FMI;

4. La nueva economía rusa no provocó reacciones populares, apesar de la catastrófica regresión impuesta al país;

5. El neoliberalismo impuso enormes transformaciones socioeco-nómicas, acompañadas de dos movimientos, uno político y otromilitar:• Ideológicamente, el consenso neoliberal se extendió a parti-

dos que reivindicaban para sí la “tercera vía”, como elPartido Laborista de Tony Blair en Inglaterra y el PartidoDemócrata de Bill Clinton en los Estados Unidos; con eso,parecía que el “pensamiento único” y el Consenso de Was-hington se confirmaban, pues el cambio de gobierno en losdos bastiones del neoliberalismo no significó una alteracióndel modelo sino su reproducción;

• Militarmente, la guerra de los Balcanes inauguró las “gue-rras humanitarias”, un tipo de intervención militar hecha ennombre de los “derechos humanos”.

Entre la intelectualidad, antes predominantemente socialista, sedestacaban dos reacciones principales: la primera, de acomoda-miento, en la que el capitalismo pasó de ser un mal evitable a serun “orden social saludable, necesario y equilibrado”, que promo-vió la superioridad de la empresa privada; la segunda, de consuelo,o sea, la necesidad de mantener un mensaje de esperanza llevabaa sobrestimar la importancia de los procesos contrarios, como siéstos fueran los que dictaban la tónica del período.

Como resultado, tendía a prevalecer la idea de que la democra-

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cia había sustituido al socialismo, “como esperanza o como reivin-dicación”, a pesar del vaciamiento de la práctica democrática. Elhorizonte histórico quedaba reducido así a lo realmente exis-tente: la democracia liberal y la economía capitalista de mercado,como proponía Francis Fukuyama.

Ante este panorama incuestionable, Anderson concluyó:

En nuestros días, el único punto de partida para una iz-quierda realista es una lúcida constatación de la derrotahistórica. […] En el horizonte no aparece todavía nin-gún proyecto colectivo capaz de medirse con el poderdel capital. […] Por primera vez, desde la Reforma, yano hay oposiciones significativas, es decir, perspectivassistemáticamente opuestas en el seno del mundo delpensamiento occidental. […] el neoliberalismo comoconjunto de principios impera sin fisuras en todo elglobo: la ideología de más éxito en la historia mundial.

Todo el horizonte de referencias en el que se había formado la gene-ración de la década de 1960 fue prácticamente barrido del mapa.

El análisis de Anderson completa el balance que hizo del neoli-beralismo en 1994, que trascendió como la mejor comprensióngeneral del nuevo modelo hegemónico. Ya en aquel momento lla-maba la atención sobre el alcance y la profundidad de esemodelo, que imponía modificaciones radicales al modelo keyne-siano y extendía las relaciones mercantiles a espacios nunca antesalcanzados por el capitalismo, como los ex países socialistas,incluidos la Unión Soviética, los países del Este europeo y China.El modelo había sido iniciado por la extrema derecha para luegoincorporar las fuerzas nacionalistas y, más tarde, socialdemócra-tas; finalmente le haría el contrapunto a Richard Nixon, que enlos años setenta afirmaría: “Todos somos neoliberales”.

James Petras reacciona enérgicamente contra ese análisis con untono de denuncia, e intenta articular una interpretación de la evo-lución de la izquierda que, desde su perspectiva, no habría caídoen la ilusión liberal ni en el derrotismo. Según él, “en períodos deascenso contrarrevolucionario, luego de derrotas temporarias o de

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dimensión histórica”, muchos intelectuales hasta entonces radicalesse vuelcan a sus “orígenes de clase”, rindiéndose a las “virtudes delas ideologías de derecha”, a las que consideraban, según él “inven-cibles e irreversibles”. Cometerían el error de privilegiar una“configuración particular que relevaría sólo una dimensión” de larealidad, en un enfoque sin raíces históricas.

Petras pretende contrarrestar la idea que atribuye a los añoscincuenta el predominio del conformismo, a las dos décadassiguientes la expansión revolucionaria y al período de 1980 y2000, la derrota y la disolución. Relaciona una serie de luchasacaecidas en los años cincuenta, ninguna de ellas esencial, paraintentar demostrar que hubo movilizaciones –pero eso no cambiael cuadro político general de estabilidad capitalista, innegable–.

Como siempre, para el pensamiento político de izquierda esdifícil reconocer las derrotas, reveses y regresiones políticas. Ladécada de 1950 fue la del auge incuestionable de la hegemoníaestadounidense. Eric Hobsbawm caracteriza el largo ciclo expan-sivo que va desde la segunda posguerra hasta mediados de losaños setenta como “el ciclo de oro del capitalismo”,30 cuando secombinaron las locomotoras del capitalismo central que tuvieronen aquel ciclo su expansión económica sincronizada: EstadosUnidos, Alemania y Japón. Es notable el hecho de que estas dosúltimas naciones hayan alcanzado esa categoría después de habersido destruidas durante la Segunda Guerra y reconstruidas, juntocon la economía italiana, con el apoyo del Plan Marshall, finan-ciado por los Estados Unidos. Esa expansión coincidió con la delos países de la periferia capitalista, como Brasil, la Argentina yMéxico, como asimismo con la de sectores no capitalistas, queacabaron contribuyendo a los índices de expansión bajo la hege-monía del mercado capitalista mundial.

Hobsbawm considera que, en esa década, los Estados Unidosimpusieron de manera irreversible su superioridad económica ytecnológica a la Unión Soviética, pero los efectos sólo se vieron

30 Eric Hobsbawm, A era dos extremos: o breve século XX –1914-1991, SanPablo, Companhia das Letras, 1995, p. 253 [ed. cast.: Historia delsiglo XX, Buenos Aires, Grijalbo, 1998].

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claramente una o dos décadas después. Apoyada en el rearmepara la Segunda Guerra Mundial, la economía estadounidense serecuperó de la crisis de 1940 mientras Europa y Japón nueva-mente eran destruidos.

Por más que se puedan señalar movilizaciones importantes enla década de 1950, en verdad se trata de medir la hegemonía enese período, lo que no significa ceñirse a la fuerza de los sectoresantihegemónicos. Para Petras, referirse a los años cincuenta comoun período de ‘conformismo’”, “es una distorsión monstruosa,pero no llega a decir que fue un período de gran consenso ideo-lógico en torno del “modo de vida norteamericano”.

Cita fenómenos políticos que contradirían la visión de PerryAnderson: la presencia de partidos comunistas poderosos en Grecia,Italia, Francia y Yugoslavia; las revueltas en Hungría, Polonia y Ale-mania oriental; el resurgimiento de la izquierda en Inglaterra y enlos Estados Unidos; la victoria vietnamita contra Francia, en 1954; yaquello que él considera la preparación para la década siguiente, osea, el apoyo a la guerra de Argelia y las luchas campesinas quehabrían desembocado en las revoluciones cubana e indochina.

Esos ejemplos son claramente insuficientes para contraponer lagran estabilización y la consolidación de la hegemonía capitalistaque caracterizaron la década. El procedimiento es típico de lalógica ultraizquierdista: tomar algunos ejemplos aislados, sinmedir su peso en la correlación general de fuerzas. Un análisispolítico de coyuntura no puede restringirse a ejemplos de lasupuesta fuerza del campo de la izquierda. Un análisis políticoque no sea una mirada descriptiva, que pueda tener una funciónperiodística, o incluso académica, y pretenda analizar pormenori-zadamente el campo de los grandes enfrentamientos de clasedeberá concentrarse en la correlación de fuerzas para compren-der que la relación de fuerzas es transitiva, pues se refiere a lafuerza propia en relación con la fuerza del campo opuesto.

En ese sentido, no se puede dejar de destacar el fortaleci-miento del bloque occidental y la reafirmación del liderazgoestadounidense, en un marco de reconstrucción con bases muymodernas en Alemania, Japón e Italia, emprendida en los trescasos por fuerzas conservadoras.

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Esa incapacidad de caracterizar una década por sus aspectosdominantes se manifiesta claramente en el afán con que Petrasniega la contraposición de Anderson entre el relativo confor-mismo de la década de 1950 y la radicalización de la décadasiguiente. Para Petras: “Si la década de 1950 no fue un período deconformismo a escala mundial, la de 1960 tampoco fue una erade expansión revolucionaria uniforme en sus manifestaciones”.31

El desarrollo histórico se funda, en sus características esencia-les, en movimientos desiguales, por lo tanto ningún períodopuede caracterizarse de modo homogéneo en una u otra direc-ción. De ahí la inadecuación de usar la palabra “uniforme” paradefinir un período histórico cualquiera.

Petras reconoce el aumento de las luchas de masa en Américadel Norte, en Europa y en regiones del Tercer Mundo, y consi-dera que hubo importantes reversiones en países de peso y variascontradicciones y tendencias conflictivas en los movimientos demasas. De ello resultarían una revaluación positiva y un desarrollocreativo del pensamiento marxista y su extensión a nuevas áreas,con el abordaje de nuevos problemas.

Petras valoriza las luchas en Indochina, Cuba y otros paísesdonde las revueltas campesinas hallaron nuevas formulacionesestratégicas, aunque considera que parte de la producción intelec-tual no contribuyó políticamente, en gran medida por desconocerel papel del imperialismo en el mundo contemporáneo. Inclusodescalifica el movimiento de contracultura, porque lo consideraun promotor del individualismo, finalmente cooptado por los“populismos de mercado” y tan atravesado por las drogas que,según él, “el opio se convirtió en el opio de la izquierda”.

Para Petras, “la cuestión teórica es que existen lazos entre algu-nas variantes de la vida intelectual y política en los años sesenta ysetenta y el giro a la derecha de los años noventa: las diferenciassustanciales en la actividad política en los dos períodos, particu-larmente en el mundo anglosajón, están conectadas por lasprácticas culturales y los valores individualistas seudorradicales”.32

31 James Petras,Notes toward an understanting of revolutionary politics today, ob. cit.32 Ídem.

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La clave del problema radicaría en la profunda división entrelos pensadores antiimperialistas y los marxistas occidentales. Éstoshabrían negado la importancia de las luchas en Indochina, Amé-rica Latina y el sur de África, dando una connotación despectiva ala expresión Tercer Mundo, ya que el foco de atención serían lospaíses centrales del capitalismo. Los teóricos del antiimperia-lismo, por su parte, habrían enfocado las relaciones entre elcentro y la periferia a veces desde una perspectiva globalista abs-tracta, como Samir Amin, Gunder Frank e Immanuel Wallerstein,a veces desde un punto de vista de clases.

Por otro lado, los golpes militares en Brasil y en Indochina, apo-yados por los Estados Unidos, habrían interrumpido los dosprocesos en los países más grandes y promisorios del TercerMundo. Además, Petras incluyó en el ítem “contrarrevolucionesen la revolución” el cambio ocurrido en China, que habría abiertoel camino para lo que sería la “restauración capitalista” a fines delos años setenta. Al mismo tiempo, el movimiento antiestalinistade Kruchov habría sido derrotado por el “aparato represivo”.

La incapacidad de Petras para captar la síntesis global de lascorrelaciones de fuerza se revela más claramente en el pasaje auna década de nítida reversión contraria al campo popular y favo-rable al campo imperialista: la década de 1990. Él la aborda en untexto titulado “Restauración, imperialismo y revolución en ladécada de 1990”, donde se observa que la inserción de este últimoelemento pretende fortalecer su presencia incluso en esa década.

En su principal aserción sobre el nuevo período, Petras afirmaque “ciertamente sólo una evaluación anhistórica […] puede pro-clamar que la década fue un período de derrotas sin precedentesen la historia, que supera cualquier antecedente”. Compara eseperíodo con otro, que iría desde principios de la década de 1930hasta comienzos de los años cuarenta y que habría manifestado unenorme retroceso y una devastación sin precedentes de la izquierdaen Europa, por represión física, aislamiento y cooptación.

Nada similar habría ocurrido en la década de 1990.

La hegemonía de los Estados Unidos, un concepto ver-daderamente vacío que aumenta el papel de la “persua-

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sión política”, es totalmente inapropiada cuando consi-deramos el carácter y la dimensión […] de la violenciaen el pasado reciente y su uso continuado de forma se-lectiva pero evidente en la actualidad.

De esta manera, Petras evalúa las cambios en las relaciones defuerza entre los campos a partir de la dimensión de la represión yno de la capacidad hegemónica del imperialismo, como síntesisde fuerza y persuasión. Si los períodos son, de alguna forma,inconmensurables, queda claro que Petras subestima la dimen-sión de la victoria en el campo imperialista en el nuevo período,iniciado en la década de 1990.

Desde 1930 hasta 1940, se asistió al fortalecimiento de la UniónSoviética, al debilitamiento ideológico del liberalismo debido a laGran Depresión, la segunda guerra consecutiva en Europa, que,como guerra interimperialista, atacó los cimientos del capitalismoeuropeo y generó condiciones para que la izquierda se fortale-ciera, y, sumado a todo eso, a la lucha de los partidos comunistascontra el fascismo y el nazismo, que consolidó el prestigio inter-nacional de la Unión Soviética.

Así, la defensiva que la izquierda tuvo que asumir en ese período–expresada sobre todo por el VII Congreso de la InternacionalComunista, cuando se aprobaron las resoluciones del frente únicoantifascista de Dimitrov–, aunque haya tenido un carácter estraté-gico, no se dio en un marco de destrucción política e ideológicadel campo de izquierda como ocurriría en la década de 1990.

Cuando Petras hace un relato descriptivo de los movimientosde resistencia al neoliberalismo, pasa por alto lo esencial: los cam-bios estratégicos fundamentales ocurridos con la llegada de ladécada de 1990, con todas las consecuencias que tuvieron. Merefiero al pasaje del mundo bipolar al mundo unipolar, bajo lahegemonía de los Estados Unidos, y el pasaje del modelo keyne-siano al neoliberal.

La combinación de ambos y sus consecuencias –de las cuales lamás fundamental es la hegemonía del “modo de vida norteameri-cano” como valor y estilo de vida– imponen al nuevo período uncarácter global de regresión o, incluso, de contratendencia, que

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no llega a anular la dirección esencialmente negativa de las trans-formaciones en las correlaciones de fuerza.

La desaparición del mundo unipolar no sólo representa elpasaje a un mundo bajo la hegemonía de una única superpotenciade carácter imperialista. Representa también el distanciamientodel poderío de los Estados Unidos respecto de las otras potencias.La segunda gran potencia mundial, la Unión Soviética, desapare-ció y las economías japonesa y alemana se estancaron. Dado que lafuerza de un país no se define por sus desempeños pasados sinopor la fuerza de los otros países, los Estados Unidos ingresaron enel nuevo período más fuertes que nunca.

Las consecuencias en el campo de la izquierda fueron devasta-doras: retroceso ideológico, con cuestionamiento de todo lo queen cierto modo tuviera que ver con el socialismo (Estado, partido,mundo del trabajo, planeamiento económico, socialización, etc.),y retroceso político, con el vuelco de la socialdemocracia a laderecha; ruptura de las alianzas con los partidos comunistas; debi-litamiento de éstos y de los sindicatos; proliferación de losgobiernos de derecha, etc. Cualquier evaluación global de ladécada de 1990 nos lleva a constatar que hubo un cambio radicalen la correlación de fuerzas entre los bloques. La desapariciónmisma de la Unión Soviética y del campo socialista no significó sutransformación en regímenes de izquierda sino el restableci-miento del capitalismo, en su modalidad neoliberal. Elsocialismo, que desde la victoria de la Revolución Bolchevique haformado parte de la historia del siglo XX, prácticamente desapa-reció y fue sustituido por la lucha antineoliberal. El capitalismoextendió su hegemonía como nunca antes lo había hecho.

Comparando también la década de 1990 con la década actualen América Latina, se confirma cuán regresiva fue la primera.Recién a finales de esa década surgió el primer gobierno antineo-liberal, el de Venezuela; aunque hayan existido distintas formasde resistencia al neoliberalismo, todas se dieron en un marcodefensivo. Pero fue solamente gracias a esa fuerza acumulada enla fase defensiva que se pudo llegar a la actual lucha hegemónica,que ha configurado un cambio favorable para el campo popular.

La visión ultraizquierdista no incorpora esas transformaciones

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regresivas y se aferra a uno de los elementos permanentes de su con-cepción, o sea, a la vigencia continua de la cuestión de la revolución.No le resta otra cosa que acusar a las direcciones políticas de “trai-ción”, adjudicándoles la responsabilidad de que la revolución no sehaya realizado. Originalmente, ese análisis se remonta a Trotski,para quien, dadas las condiciones objetivas para la revolución, éstasólo no se prudiciría si hubiera “traición” de las direcciones, cosaque ocurre cuando se burocratizan, defienden intereses propiosconciliándolos con los intereses de las clases dominantes, y abando-nan el campo de la revolución y de la izquierda.

Ese tipo de análisis se fundamenta también en lo que Lenindecía respecto de la “aristocracia obrera”: un destacamento de laclase obrera que se identifica con la dominación colonial y/oimperial, y constituye las bases sociales de los procesos de repre-sentación política.

Sin embargo, es preciso tener en cuenta los cambios en lacorrelación de fuerzas que indican transformaciones en las condi-ciones objetivas, más aún en el período actual. En éste secombinan de forma contradictoria la regresión en las condicionessubjetivas de la lucha anticapitalista y la evidencia manifiesta delos límites del capitalismo. La victoria del campo imperialista y laderrota del campo socialista, sumadas a las transformaciones ide-ológicas y estructurales introducidas por las políticas neoliberales,alteraron las condiciones objetivas y subjetivas de la lucha política.Es de ese modo, precisamente, como deben ser entendidas lascondiciones de lucha, en el marco histórico realmente existente,y no de forma rígida y dogmática por cada proceso histórico.

Más recientemente, Evo Morales todavía no había iniciado sugobierno y Petras ya lo estaba acusando de traición, así como tachabaa Álvaro García Linera de “intelectual neoliberal”, lo que revela unaincomprensión de las condiciones concretas del proceso boliviano.Gobernantes de otros países, e incluso la dirección del MST, enBrasil, tampoco estuvieron libres de acusaciones semejantes.

¿Qué consistencia puede tener una acusación de “traición”?Podría tratarse de cooptación ideológica y así tendría un signifi-cado de clase concreto, perfectamente posible, dados la prácticapolítica institucional, el alcance de los valores ideológicos del libe-

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ralismo en el período histórico actual y los efectos de la presión yel poder de los medios de comunicación privados.

La peor consecuencia de ese tipo de crítica es que acostumbradesembocar en la idea de que el “traidor” es un enemigo funda-mental, un representante de la “nueva derecha” que tiene que ser“desenmascarado”, derrotado y destruido; de lo contrario, lanueva fuerza encarnada por esas posiciones no podrá constituirsecomo liderazgo alternativo en el campo de la izquierda.

El resultado de esos análisis y posiciones políticas ha sido el aisla-miento, la confusión entre los espectros de la izquierda y de laderecha en el campo político, y la impotencia, reflejada sobre todoen la inexistencia de movimientos que, asumiendo esas posiciones,hayan construido fuerzas importantes y, además, dirigido los proce-sos revolucionarios. Movimientos victoriosos como el Movimiento26 de Julio en Cuba, el Frente Sandinista en Nicaragua, el bolivaria-nismo en Venezuela y el Movimiento al Socialismo (MAS) deBolivia, incluso cuando hacen un llamamiento a formas de lucharadicales, como en el caso de Cuba y de Nicaragua, recurren princi-palmente a formas políticas amplias, tanto en sus plataformas comoen sus lemas y alianzas. Lo que los caracteriza como movimientosrevolucionarios es el hecho de enfocar la cuestión del poder demanera directa, concreta, adecuada, y de construir una fuerzaestratégica que corresponda a la historia de luchas del campopopular en el país y sea acorde con el tipo de poder existente.

Ante la experiencia concreta de transición pacífica al socialismode la Unidad Popular en Chile, bajo la presidencia de SalvadorAllende, la izquierda revolucionaria se enfrentó a un gran desafío.Desde su nacimiento, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria(MIR) tuvo una visión clasista del Estado –burgués– y denunció elcarácter proimperialista de las burguesías nacionales, y, en conse-cuencia, no consideraba posible una vía institucional de transicióndel capitalismo al socialismo. Sin embargo, ante la inesperada vic-toria electoral de Allende en 1970, debió enfrentar el dilema decuál sería la actitud que convenía tomar.

Coherente con su visión estratégica, desde la victoria electoral dela Unidad Popular el MIR se puso a disposición de Allende para suprotección personal, y constituyó lo que se llamó el Grupo de

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Amigos del Presidente (GAP). Se ofreció a buscar informacionesapenas el primer plan golpista fue puesto en práctica: el secuestro yel asesinato –falsamente atribuidos a movimientos armados deizquierda– del entonces comandante en jefe de las Fuerzas Armadas,general René Schneider, de tendencia democristiana, nombradopor el presidente Eduardo Frei que estaba terminando su mandato.Esas informaciones permitieron descubrir que se trataba de unatrama urdida por la propia derecha, que intentaba crear unambiente de intranquilidad e insinuar que, con el gobierno deAllende, los grupos armados actuarían abiertamente. El objetivo eraimpedir que el Congreso chileno ratificara el nombramiento deAllende, que había ganado con tan sólo el 36,3% de los votos en laprimera vuelta y, según mandaba la Constitución, necesitaba la con-firmación del parlamento para asumir la presidencia.

Los dilemas que se le presentaron a un gobierno que llegó alpoder en las condiciones en que fue elegido Salvador Allende–con un programa radical, anticapitalista, pero sin siquiera tenerel apoyo de la mayoría humilde de la población– eran complejos.Allende intentó poner en práctica su plataforma política, peroquedó asfixiado dentro del aparato de Estado hasta que terminóderrocado por un golpe militar. El MIR luchó por la aplicaciónestricta, y más radical aún, del programa socialista. Por un lado,estaba convencido de que las estructuras de poder existentesimpedirían que el programa se aplicara, y consideraba que elgolpe militar era inevitable. Por otro, luchaba para que el pro-grama fuera aplicado de una forma más profunda.

El MIR consiguió extender ampliamente la organización delmovimiento popular, particularmente en el campo, en los asenta-mientos informales y en el movimiento estudiantil. Propusoórganos del poder popular, como las estructuras del que sería unfuturo poder nacional alternativo, y consiguió avanzar aliándosecon los sectores más radicales del Partido Socialista. Considerabaque el golpe militar era inevitable, por lo que era necesario pre-parar el movimiento de masas y el propio partido paraenfrentarlo. La interpretación que se hacía era que, después de laoportunidad y del fracaso de la estrategia reformista, llegaría elmomento de la estrategia revolucionaria.

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El golpe militar efectivamente ocurrió, pero alcanzó con durezaa la izquierda. No solamente representó el fracaso de la estrategiareformista, sino un cambio brutal, desfavorable para la relación defuerzas. Significó también el comienzo de una estrategia de ani-quilamiento de toda la izquierda y el campo popular, y el MIR fuesu víctima dilecta. Una evaluación equivocada de lo que era posi-ble realizar en el momento de la victoria de Allende llevó aprofundizar el nivel de los enfrentamientos sin que la izquierdaestuviera en condiciones de evitar el golpe o, una vez implantado,de resistirlo exitosamente. El camino podría haber sido otro,como redefinir la relación entre reformas y revolución y tratar deponer en práctica proyectos de reforma agraria y reforma urbana.Aunque no tuvieran un carácter frontalmente anticapitalista,habían representado un avance democrático y social profundo enla dirección del anticapitalismo. El lema del MIR (“El socialismono son algunas fábricas y algunas tierras para el pueblo, sino todaslas fábricas y todas las tierras”) reflejaba ese maximalismo. Era lamás importante expresión de la izquierda revolucionaria en Chiley agrupaba fuerzas extraordinarias de militancia, dando muestrasde un gran espíritu de organización y de creatividad política; noobstante, sucumbía en una lógica de ultraizquierda.

El problema se plantea como una actualización del temareforma/revolución y de las relaciones entre los movimientosradicales, anticapitalistas y las fuerzas de centroizquierda, quetienen posiciones contradictorias. ¿Qué actitud puede tomar unafuerza radical ante gobiernos como los de Lula, Tabaré Vázquez,Cristina Kirchner, Daniel Ortega, José Luis Rodríguez Zapatero,entre otros de la misma naturaleza? No son gobiernos de dere-cha; en todos esos países existen fuerzas que personifican a laderecha y son opositoras a esos gobiernos, aun cuando éstos nolleven a cabo un programa claramente de izquierda.

La bipolaridad suele ser una realidad concreta, que ocupa granparte del campo político, pues presiona tanto para lograr unaalianza subordinada y ocupar el espacio más a la izquierda comopara crear un espacio nuevo, que rompa esa lógica. La bipolaridadconlleva también el riesgo, grave, siempre presente, de concentrarsus ataques en el gobierno –de centro-izquierda o caracterizado

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como de “nueva derecha”– y promover la confusión en lugar decontribuir a fortalecer la polarización entre derecha e izquierda.

La falta de reconocimiento del carácter de izquierda o de cen-troizquierda de los gobiernos mencionados acaba desplazando alas fuerzas que pretenden ocupar el espacio de la izquierda y haceque, al oponerse centralmente a esos gobiernos, favorezcan a laderecha. En vez de eso, deberían definirse en función de políticasconcretas, apoyar a las que poseen un carácter de izquierda y opo-nerse a las que tienen carácter de derecha.

Si una línea política pierde la referencia de dónde está la derechay de los riesgos que representa, y confunde un aliado contradictorio,moderado, con un enemigo, quiere decir que no consiguió apre-hender la realidad del campo político existente. Eso fue lo queocurrió con el Partido Comunista alemán. Cuando a comienzos de1930 caracterizó a la socialdemocracia alemana como un fascismodisfrazado, un aliado del fascismo que pertenecía al campo de laderecha, terminó confundiendo a un aliado vacilante con un ene-migo. No supo diferenciar los campos, gastó una energía que,siguiendo un orden de prioridades, debería haber concentrado enla derecha peligrosamente ascendente, se aisló y favoreció la victoriaenemiga. Esto fue lo que ocurrió, de forma dramática y trágica, conla socialdemocracia alemana, a la cual el Partido Comunista caracte-rizó como otra versión del totalitarismo nazi, la versión estalinista.Así se produjo la división que facilitó la ascensión del nazismo, quereprimiría indistintamente a los dos.

En el caso concreto del gobierno de Lula, su propio caráctercontradictorio hace que reciba críticas y elogios de la derecha yde la izquierda, por completo diferentes entre sí.

Las fuerzas de la izquierda tienen que trabajar para instaurar uncampo político e ideológico de enfrentamientos donde predominela polarización derecha/izquierda. No por algún fetichismo parti-cular, sino porque una fuerza representa el mantenimiento y lareproducción del sistema, mientras la izquierda se dispone a crearuna alternativa antineoliberal y anticapitalista. La lucha ideológicay la lucha social tienen que ser enérgicas pero deben estar subordi-nadas a la lucha política, que es central y se focaliza en la oposiciónal poder dominante y en la construcción de un poder alternativo.

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Los proyectos de izquierda que consiguieron construir sufi-ciente fuerza para disputar victoriosamente la lucha hegemónicasupieron despertar la lucha de masas y de ideas manteniendosiempre la disputa política como su referencia central. Estoquiere decir que la batalla ideológica debe seleccionar los temasestratégicos determinantes para la unificación de todas las fuerzasdel campo popular en cada momento –en el presente, la luchaantineoliberal y posneoliberal–. Antineoliberal en el sentido decombatir todas las formas de mercantilización; posneoliberal enel sentido de construir alternativas centradas en la esfera pública,dado que en la era neoliberal el campo de enfrentamientos tienesu foco en la polarización entre esfera mercantil y esfera pública.

La lógica doctrinaria absolutiza la lucha ideológica y se erigecomo defensora de los principios teóricos del marxismo, de lapureza de esos principios; por eso, no sólo suele quedar aisladasino que también propicia divisiones aún mayores dentro de laizquierda en lo que atañe a las interpretaciones de la teoría –y deesto el trotskismo es un ejemplo–, o condena todo proceso revolu-cionario nuevo que, por ser heterodoxo, “contra el capital”,merece ser rechazado y condenado. Así ocurrió con todos los pro-cesos que triunfaron, en Rusia, China, Cuba, Vietnam yNicaragua, y sigue ocurriendo en Venezuela, Bolivia y Ecuador. EnFrancia, Sartre escribió en 1968 sobre las dificultades que teníanlos comunistas para captar las formas nuevas que asumía la luchade clases, y o llamó a este fenómeno “miedo a la revolución” real-mente existente, la cual necesariamente tenía que diferir delasalto al Palacio de Invierno de la Revolución Bolchevique.

La Revolución Rusa no podría postularse como una rupturacon el capitalismo, porque eso iría en contra de la predicción deMarx de que el socialismo habría de surgir en los países centralesdel capitalismo. La Revolución China debería limitarse a la expul-sión de los invasores y al desarrollo de un capitalismo nacional.La Revolución Cubana fue expresamente condenada por usarmétodos considerados “aventureros” y “provocadores”, cuandoaún no estaban dadas las condiciones para una ruptura como laque se proponía. En todas estas revoluciones, incluidos los proce-sos venezolano y boliviano, la clase obrera no tuvo un papel de

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liderazgo ni las condiciones económicas tampoco permitiríanhablar de anticapitalismo.

Sin embargo, la verdad es concreta, nace del análisis concretode condiciones concretas. Los principios son principios, nosurgen de los libros y van hacia la realidad, sino que renacen con-cretamente de la lucha cotidiana cuando revelan su actualidad.Los errores teóricos se pagan con creces en la práctica, pero elcelo teórico por los principios no aprisiona la riqueza de los pro-cesos históricos concretos en estrechas vitolas dogmáticas.

El análisis de Álvaro García Linera sobre la forma en que laizquierda tradicional boliviana consideraba a los indígenas es unexcelente ejemplo contemporáneo de la rebeldía de la realidadconcreta contra los dogmas. La izquierda boliviana siempre buscóconstruir una alianza obrero-campesina, calcando los moldes dela que habría existido durante la Revolución Bolchevique. Teníauna referencia concreta en la clase obrera minera que, situada enel enclave determinante para la economía boliviana, disponía deuna especie de poder de veto sobre los asuntos económicos delpaís, porque la paralización de las minas era capaz de frenar eco-nómicamente a Bolivia. Pero el aislamiento, incluso físico, quesupone un enclave dificultaba la construcción de un proyectohegemónico alternativo dirigido por los mineros.

El desempeño de los mineros en la revolución de 1952, la nacio-nalización de las minas de estaño, la creación de consejos obreros,incluso la sustitución de las Fuerzas Armadas por brigadas de auto-defensa, daban la impresión de que existía una clase obrera mineracon capacidad estratégica. Por otro lado, la reforma agraria parecíaproyectar en el campesinado un aliado estratégico de los mineros,y así quedaba conformada la fórmula clásica. Se trataba del intentode aplicar a una realidad concreta, necesariamente específica, unesquema teórico derivado de otra realidad: la soviética.

La población del campo era interpelada por su forma de tra-bajo, de reproducción de sus condiciones de existencia. Dadoque viven de la tierra, fueron catalogados como campesinos. Noimportaba si eran indígenas. Deberían olvidar esos orígenes mile-narios para asumirse como campesinos, aliados subordinados –yde cierta forma vacilantes, por qué no proletarizados y ligados a la

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pequeña propiedad– de los obreros mineros. La determinacióneconómica se haría de forma directa y mecánica reduciendo a losindígenas a campesinos.

Fue precisamente la reconstrucción concreta y específica de lahistoria boliviana, desde el período anterior a la colonización, loque permitió que García Linera consiguiera descubrir los elemen-tos determinantes de la identidad de los pueblos originarios, desu condición de indígenas, de aimaras, quechuas, guaraníes. Fueese tipo de análisis lo que le permitió captar la identidad de lospueblos indígenas en su totalidad, lo que hizo posible que ellosasumieran políticamente esa identidad y consiguieran elegircomo presidente a Evo Morales, además de construir un partido–el MAS– como instrumento de imposición de su hegemoníasobre el conjunto de la sociedad boliviana.

El caso que aparentemente repitió una estrategia victoriosa, lade la Revolución Cubana, fue el de la Revolución Sandinista. Fueun episodio de excepción, pero es preciso registrarlo. Hubo dife-rencias, es cierto, en la forma misma de conducción de la guerrade guerrillas, así como en la incorporación directa a la lucha clan-destina y de masas –mucho más amplia que en Cuba– de mujeres,cristianos, niños y ancianos. Pero en lo esencial, por haberse dadoen el mismo período histórico, presentan más similitudes entre síque otros procesos revolucionarios. Si en Cuba el factor sorpresafue determinante para la victoria, en el caso de Nicaragua fue laconjunción de una serie de factores: la derrota estadounidense enVietnam, las luchas por los derechos civiles y contra la guerradentro de los Estados Unidos, la crisis de Watergate y la renunciade Richard Nixon, motivos que llevaron a Jimmy Carter a intentarrescatar el prestigio externo de los Estados Unidos con su políticade derechos humanos y de distanciamiento de las dictaduras quecon anterioridad su país había apoyado en el continente. El efectofue parecido, así como las dificultades para que los movimientosguerrilleros en Guatemala y El Salvador lo exploraran de nuevo.

El factor decisivo para que esos procesos dejaran de ser viablesindujo a las guerrillas guatemalteca y salvadoreña a un proceso dereconversión hacia la lucha política: la correlación de fuerzas inter-nacional hizo que el triunfo de procesos de lucha armada fuera

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inviable. Las críticas intrínsecas a los procesos políticos actuales vivi-dos por la izquierda no cuentan con esa alternativa, por lo cual laizquierda tiene que ajustar cuentas con las estructuras de poderexistente, retomar el proceso de su crítica radical en la medida enque ha superado el pasaje por esas mismas estructuras.

Dado que la estrategia de reformas y de ruptura violentamediante la lucha armada ya no es un camino posible, el pasaje alperíodo histórico actual impone nuevas condiciones de lucha ycrea las mejores condiciones para una rearticulación concreta,enriquecedora, de las relaciones entre reforma y revolución.

la lógica reformista

La lógica reformista subestima o abandona tanto la lucha ideoló-gica como la de masas. Busca espacios de menor resistencia paraavanzar en la medida de lo posible, y tiende a alterar gradual-mente la correlación de fuerzas sin tocar el tema central de lasrelaciones de poder. Innegablemente logró avances significativosen América Latina –especialmente en los gobiernos nacionalistasen la Argentina, México y Brasil– cuando los proyectos de des-arrollo económico de sectores de la burguesía industrialcoincidieron con los del movimiento sindical y de sectores de lascapas medias. Fueron décadas de crecimiento acelerado, con dis-tribución del ingreso y movilidad social ascendente, queconcluyeron cuando se agotó el largo ciclo expansivo del capita-lismo internacional y latinoamericano.

Teóricamente los proyectos de reformas pretenden alcanzaruna transformación profunda de las estructuras económicas,sociales y políticas vigentes. Responden a la lógica espontánea delas transformaciones progresivas, de desplazamientos sucesivos enlas relaciones de poder, conquistados por las demandas económi-cas y sociales que fortalecen gradualmente el campo popular ydebilitan el polo enemigo.

Ésta fue y es la lógica predominante en la gran mayoría de lassituaciones históricas. Las condiciones para el surgimiento de unproceso revolucionario son muy especiales, ya que se requiere la

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combinación de determinados momentos para que una revolu-ción –circunstancia muy particular de la historia– sea posible. Laideología y la práctica espontánea de las luchas sociales, económi-cas y políticas son las de la lucha gradual para conseguir mejorasen la situación de la masa del pueblo, lograr modificaciones gra-duales en las legislaciones vigentes y conquistar más espaciosinstitucionales en el sistema político.

Aunque haya sido responsable de una parte importante de lasconquistas económicas y sociales durante varias décadas, el refor-mismo fracasó como estrategia de transformaciones graduales delas relaciones de poder, en su intento de hacer que los triunfosparciales resultaran cambios cualitativos en las relaciones depoder e introdujeran un nuevo sistema político. En síntesis, lasreformas no sustituyeron a la revolución ni condujeron a ella ymuchas veces no apaciguaron las reacciones de los bloques domi-nantes frente a los proyectos graduales y moderados de laizquierda. El fracaso se debe principalmente a no haber hechodel poder un tema central y a no haber trabajado para la cons-trucción de formas de poder alternativo. Es una faltadeterminante, fatal, para una fuerza política que se propone pro-yectos estructurales de transformación. Es un tema que –cuandose lo ignora– retorna con una intensidad multiplicada y sor-prende a aquellos que proponen proyectos de transformaciónque inciden sobre las relaciones de poder dominantes, y que losgolpea más duramente cuando más desprevenidos están.

El golpe contra Salvador Allende es un caso típico. El presi-dente chileno consiguió la aprobación unánime del Congresopara nacionalizar el cobre, controlado por empresas estadouni-denses. Pero el consenso no pudo disimular ni atenuar el durogolpe asestado contra el gobierno de los Estados Unidos. En res-puesta, el gobierno de Richard Nixon –cuyo secretario era nadamás y nada menos que Henry Kissinger– aceleró los planes golpis-tas contra Allende. Por su parte, el socialista chileno, confiandoen la tradición de alternancia en el gobierno y en la defensa de lalegalidad por parte de las Fuerzas Armadas, no se preparó paraenfrentar la ofensiva derechista con estrategias alternativas depoder. Y así sucumbió, sitiado dentro del palacio de gobierno,

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defendiendo, él solo, una legalidad que la derecha había deci-dido sacrificar hacía mucho tiempo.

Los distintos proyectos de reformas obtuvieron logros por estarinsertos en un período histórico de larga duración –de 1930 a1970– en el que el proyecto hegemónico a escala mundial y regio-nal era de carácter progresista, regulador, keynesiano, de bienestarsocial. Los vientos soplaban a favor de los proyectos de reforma ypermitían la convergencia, en cierta medida, de los intereses delcampo popular con los de sectores del bloque hegemónico.

Cuando este período terminó y predominaron los proyectos decarácter regresivo –neoliberal, desregulador, privatizante–, laderecha se apropió del concepto mismo de reforma, que pasó asignificar, en el consenso dominante, desarticulación del papelregulador del Estado, liberalización económica, apertura de losmercados, precarización de las relaciones laborales.

La misma elite que había desarticulado las formas de regula-ción estatal, que había dilapidado el patrimonio público y llevadoa los Estados a niveles de endeudamiento insoportables, ponía enescena un dilema central: la polarización privado/estatal o, deforma más directa, mercado/Estado.

¿Qué puede significar un proyecto de reformas en ese marco?En caso de que no cuestione el modelo neoliberal, será una ver-sión interna de ese modelo. Así ocurrió con la llamada TerceraVía, que reivindicaba ser la “cara humana del neoliberalismo”. Esel riesgo que corren aquellos gobiernos que desarrollan políticassociales importantes –como los de Lula, Kirchner y Tabaré Váz-quez– que alteran las relaciones de fuerza en el campo social, alextender el acceso a los bienes fundamentales a sectores relevantesde la economía, pero dejan intactos la hegemonía del capitalfinanciero, la dictadura de los medios privados, el gran peso de lossectores del agronegocio, por mencionar sólo algunos de los facto-res más determinantes de las relaciones de poder en nuestrassociedades. Ése es precisamente el límite de un proyecto de refor-mas en la actualidad, en el marco de la hegemonía globalneoliberal y de sus consecuencias para cada país. Si esos problemasno son enfrentados y solucionados democráticamente, esos gobier-nos agotarán la capacidad de acción que demostraron tener hasta

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la llegada de la recesión internacional. Eso podría frenar el pro-ceso de redistribución del ingreso y favorecer un eventual retornode la derecha a los gobiernos, incorporando tales políticas, neutra-lizando su carácter progresista y cooptando a sus beneficiarios.

Por esa razón, los procesos como el boliviano, el venezolano yel ecuatoriano intentan –al mismo tiempo que tratan de poner enpráctica un modelo económico antineoliberal– combinar esemovimiento con la refundación del Estado en torno de la esferapública, para facilitar la constitución un nuevo bloque de fuerzasen el poder y el avance en la resolución de la crisis hegemónicaen la dirección posneoliberal. Se trata de un proceso de reformas,pero orientado a la transformación sustancial de las relaciones depoder que son los cimientos del Estado neoliberal. Sin eso, seríadifícil contrarrestar la hegemonía del capital financiero e impo-ner medidas tales como el control de la circulación de ese capital,la centralización del cambio, y la subordinación de los bancoscentrales a políticas económicas de desarrollo económico social.

Retomando la problemática de la reforma y la revolución, noexiste necesariamente un antagonismo central entre ambas. Tododepende del tipo de reforma, del modo y la amplitud con queafecte las relaciones centrales de poder, así como de la capacidadpara construir un bloque de fuerzas alternativo donde el Estado –sunaturaleza económica, social y política– tenga un papel esencial. Lasreformas epidérmicas, que no afectan la correlación general defuerzas entre las principales fuerzas sociales, entre los campos políti-cos antagónicos, se contraponen a los procesos de transformaciónprofunda de la sociedad, pues ocupan su lugar movilizando la ener-gía social y política para readecuar el modelo neoliberal, que en elperíodo actual todavía es hegemónico, cuando, en realidad, debe-rían promover la acumulación de fuerzas y la sustitución de esemodelo y del bloque de fuerzas que lo sustenta.

De la articulación entre reformas profundas y procesos detransformación revolucionaria de las estructuras heredadas porlos gobiernos progresistas en el continente dependen la supera-ción del neoliberalismo y el triunfo de los proyectosposneoliberales que el nuevo topo ha hecho surgir de manerasorprendente y pujante en el comienzo de este nuevo siglo.

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las tres estrategias de la izquierda latinoamericana

En las primeras décadas del siglo pasado, inmediatamente des-pués de constituirse como fuerza autónoma, la izquierdalatinoamericana quedó marcada por dos grandes períodos, cuyosprotagonistas principales fueron las corrientes anarquista, socia-lista y comunista.

1. la estrategia de reformas democráticas

La primera estrategia articulada de la izquierda se organizó entorno de grandes reformas estructurales destinadas a desbloquearel camino del desarrollo económico, personificado por el pro-yecto de la industrialización sustitutiva de importaciones.Mediante una alianza subordinada de la clase trabajadora y laizquierda con las fuerzas del gran empresariado nacional, se esta-blecía como objetivo el fomento de la modernización económica,la reforma agraria y la independencia nacional. Fue una estrate-gia implementada por fuerzas nacionalistas –Getúlio Vargas enBrasil, Lázaro Cárdenas en México, Juan Domingo Perón en laArgentina, entre otros–, así como por fuerzas partidarias deizquierda o de centroizquierda –como los gobiernos del FrentePopular, dirigido por Pedro Aguirre Cerda (1938), y de la UnidadPopular, dirigido por Salvador Allende (1970), ambos en Chile–.

Esa estrategia correspondía a un período histórico condicio-nado por un largo ciclo expansivo del capitalismo internacional y,en el contexto latinoamericano, por proyectos de desarrolloindustrial, bajo la hegemonía o el peso determinante de estructu-ras agrarias o mineras concentradas en la exportación. La claseobrera, junto a las capas medias urbanas, iba creciendo, y con laextensión de sus derechos sociales daba consistencia a la expan-sión del mercado interno de consumo. Este proceso se prolongódurante casi cinco décadas, desde los años treinta.

El objetivo político de esa primera gran estrategia de laizquierda era la transición a las sociedades industriales, democrá-ticas y nacionales, mediante una alianza entre la burguesía

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industrial, la clase trabajadora y las capas medias urbanas, comoetapa previa a la construcción del socialismo. Este tipo de pro-yecto tuvo dos variantes principales: la hegemonizada por fuerzasnacionalistas –son ejemplos los gobiernos del Frente Popular chi-leno, el PRI mexicano, el MNR boliviano, el peronismo, elgetulismo, entre otros– y la hegemonizada directamente por unbloque de izquierda –cuyo ejemplo más representativo fue elgobierno de Salvador Allende–.

Sus programas se centraban en reivindicaciones económicas ysociales: desarrollo y distribución del ingreso. Apoyándose en laexistencia de una burguesía nacional con intereses contrarios aesos sectores, definían como enemigos fundamentales al latifun-dio y al imperialismo, y dirigían un bloque al que deberíansumarse la izquierda y el movimiento obrero para sortear los obs-táculos al desarrollo democrático y nacional.

Ésos fueron los gobiernos que en más oportunidades ocupa-ron, el espacio de la izquierda en el campo político, con o sinapoyo de socialistas y comunistas. La alianza entre esas dos fuerzasparticipó activamente de la lucha política hasta lograr la victoriade la Unidad Popular en Chile, lo que representó por primera vezla hegemonía de las fuerzas clasistas de la izquierda. Allí fuedonde el modelo estratégico ganó sus contornos más definidos.Fue la única experiencia, en toda la izquierda mundial, en que sepuso en práctica –o por lo menos se intentó hacerlo– un proyectode transición pacífica hacia el socialismo.

Era una estrategia de transición institucional, sin rupturas, quepretendía incorporar, fortalecer y ampliar las estructuras demo-cráticas existentes. Buscaba democratizar las relacioneseconómicas y sociales aumentando el peso regulador del Estadomediante la nacionalización de las empresas básicas y del controlde la remesa de lucros hacia el exterior.

El programa de la Unidad Popular representaba una ruptura conla estrategia etapista (según la cual el socialismo sería precedido poruna etapa de reformas que modernizaría el capitalismo) y pretendíaexpropiar el gran capital nacionalizando las ciento cincuentaempresas nacionales y extranjeras más grandes del país para de esemodo transferir al Estado el control del sistema nervioso central de

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la economía. Ésta sería socializada mediante la constitución de con-sejos con la participación de los trabajadores, que definirían losrumbos de la economía y de cada empresa. En el plano político, lapropuesta más importante fue el plan de unificar la Cámara deDiputados del Senado en una instancia parlamentaria única.

El proyecto se topó con las propias estructuras del Estado: sepretendía transformarlo cualitativamente desde adentro. Alentrar en el corazón del aparato estatal, en su rama ejecutiva–pero con el apoyo electoral minoritario del 36,3% en 1970 y el41% en 1973–, el gobierno de Allende se vio ahogado por esasestructuras, pero no apeló a una refundación del Estado –porqueconfiaba en su carácter democrático– ni tampoco a la reconstruc-ción de nuevas estructuras de poder fuera de su gobierno –lo queera llamado “poder popular”–. De la forma más dramática, elgolpe militar representó el agotamiento de esa estrategia en suexpresión más avanzada.

Los gobiernos nacionalistas, como los de Perón, Getúlio Vargasy las revoluciones mexicana y boliviana, terminaron derrocados–en el caso de los dos primeros– o bien fueron cooptados, reabsor-bidos y perdieron su impulso transformador. El suicidio de Getúlioen 1954 y el golpe contra Perón en 1955 –cuando terminaba ellargo paréntesis abierto por la crisis de 1929 y prolongado por laSegunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea– representaronsimultáneamente un cambio de carácter del proyecto nacionalistade sustitución de las importaciones, bajo el efecto del retornomasivo de las inversiones extranjeras (expresado por el ingreso dela industria automovilística, su forma más nueva y representativa),y la entrada del capitalismo latinoamericano en una etapa de sub-ordinación a los procesos de internacionalización.

Esa estrategia se agotó, junto con el modelo industrializador,cuando la internacionalización de las economías latinoamerica-nas llevó al gran empresariado nacional de cada país a pactarsólidas alianzas con los capitales internacionales, lo que más tardedesembocaría en el modelo neoliberal. Antes habían habilitadolas dictaduras militares del Cono Sur, y en esto se veía claramentela disposición del bloque dominante de liquidar el movimientopopular para adherir a políticas económicas centradas en la

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exportación y el consumo de las altas esferas del mercadointerno, así como en la superexplotación del trabajo.

El ciclo de golpes militares en el Cono Sur –prenunciado por ladestitución de Perón en la Argentina y por el suicidio de GetúlioVargas un año antes, y efectivizado después por los golpes en Brasilen 1964, en Bolivia en 1971 seguida, en 1973 en Chile y en Uru-guay, y nuevamente en la Argentina en 1976– formalizó en el planopolítico e ideológico la finalización de aquel período y la adhesiónde las burguesías nacionales de la región a una orientación dictato-rial, represiva y pro Estados Unidos, que no era sino un correlatode la internacionalización del capitalismo en el continente.

Los dos golpes que consolidaron la generalización de las dicta-duras en la región sur del continente –Chile y Uruguay–ocurrieron exactamente el mismo año en que se convino estable-cer el final del largo ciclo expansivo del capitalismo –el másimportante de su historia, caracterizado por Eric Hobsbawmcomo “la Edad de Oro del capitalismo”–,33 a raíz de la crisis delpetróleo. Se daba vuelta la página de un período histórico y, conél, de una estrategia de la izquierda latinoamericana.

2. la estrategia de la guerra de guerrillas

A partir del triunfo de la Revolución Cubana en 1959, la vía de lainsurrección incorporó la guerra de guerrillas como estrategia depoder para la izquierda latinoamericana. La guerra de guerrillashabía caracterizado a las revoluciones china y vietnamita, y ahorallevaba la “actualidad de la revolución” a América Latina de lamano del Movimiento 26 de Julio y del ejército rebelde cubano.

Los movimientos insurreccionales estuvieron presentes ya en lasguerras de independencia contra las fuerzas coloniales, a comien-zos del siglo XIX. En el siglo pasado diversos acontecimientosreactualizaron la tradición insurreccional en el continente con dis-tintas formas de lucha: primero la Revolución Mexicana, despuéslas rebeliones de Sandino en Nicaragua y de Farabundo Martí en

33 Eric Hobsbawm, A era dos extremos, ob. cit.

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El Salvador, en los años treinta, y finalmente la revolución boli-viana en 1952. Pero fue la Revolución Cubana la que representóuna propuesta de lucha armada –la guerra de guerrillas– comosegunda gran estrategia de la izquierda latinoamericana.

Una estrategia victoriosa –como ya había ocurrido con la sovié-tica y la china– que adquirió una poderosa capacidad deinfluencia y fomentó su repetición, con adaptaciones menores envarios países. En Colombia, el movimiento guerrillero ya se estabadesarrollando en los años cincuenta con las Fuerzas ArmadasRevolucionarias de Colombia (FARC), y en Nicaragua la lucha delos sandinistas ya existía antes de la fundación formal del FrenteSandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 1961, pero enpaíses como Guatemala, Venezuela, Perú, Bolivia, Argentina,Brasil, Uruguay, México, República Dominicana y El Salvador elimpulso de la victoria cubana fue el principal responsable de ladifusión de esa estrategia. Dado que Cuba encontró en el conti-nente un campo más homogéneo que el que la Revolución Rusahabía encontrado en Europa occidental –a pesar de las diferen-cias nacionales en América Latina–, su influencia se propagó enun lapso de tiempo muy corto, de la Argentina y el Uruguay urba-nos a la Guatemala y el Perú rurales.

La nueva estrategia se fundaba en las agudas contradicciones delcampo latinoamericano, que eran fruto del predominio del latifun-dio, las empresas extranjeras y los modelos primario-exportadoresque obstaculizaban la reforma agraria y hacían de ese sector el esla-bón más frágil de la dominación capitalista en el continente. Losnúcleos guerrilleros, valiéndose de eso, además de su movilidad, dela ayuda de las conquistas campesinas, de la existencia de una dicta-dura apoyada por los Estados Unidos, y del factor sorpresa,triunfaron en Cuba y proyectaron un nuevo camino estratégicopara la izquierda latinoamericana, que con la proliferación de lasdictaduras tuvo que hacer frente al agotamiento del ciclo econó-mico de sustitución de importaciones y de la democracia liberal.

Desde 1959 y durante las cuatro décadas siguientes, hubo tresciclos diferentes de lucha guerrillera hasta que prácticamente seagotaron las condiciones que habían permitido su proyeccióncomo principal forma de lucha de la izquierda en el continente.

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El primero se produjo, bajo el efecto inmediato de la victoriacubana, en Venezuela, Guatemala y Perú. Estos dos últimos paísestenían economías predominantemente agrarias, como Cuba, conun peso determinante de las poblaciones indígenas –aunque losmovimientos guerrilleros, simplificando la cuestión, los conside-raban campesinos–. En el caso venezolano se trataba de unaeconomía petrolera, con escasa población rural.

Ese primer ciclo ya no pudo contar con el factor sorpresa quehabía favorecido al movimiento revolucionario en Cuba y, quepor eso mismo, había dejado de funcionar a partir de entonces.Más bien al contrario, despabilados por la sorpresa, los EstadosUnidos intensificaron los mecanismos de la Guerra Fría, caratula-ron de “subversiva” a toda fuerza democrática y popular, yformularon una política de incentivo a la reforma agraria parasocorrer a los gobiernos. Con esta medida pretendían desactivarla escalada de conflictos en el campo, pues lo consideraban unode los puntos esenciales para el movimiento guerrillero –que allíestaría como pez en el agua–. Buscaban aislarlo de sus bases deapoyo. Se trataba de un mecanismo preventivo similar al desarro-llado en Japón y Corea del Sur, ambos ocupados por tropasestadounidenses, que imponía la realización de reformas agrariascon el objetivo de evitar la multiplicación de procesos como losque dieron origen a la Revolución China, cuyo fundamentofueron las contradicciones campesinas.

Por otro lado, algunos de los gobiernos de esos países todavíamantenían cierto grado de legitimidad política por haber sidoelegidos en procesos no dictatoriales, a diferencia del gobiernode Fulgencio Batista en Cuba. Guatemala era el país que más seacercaba al caso cubano. La versión de la estrategia triunfante enCuba que más circulaba era una interpretación reduccionista–aquella hecha por Régis Debray en Revolución en la revolución–34

que favorecía el voluntarismo y el militarismo, subestimando elarraigo de masas del Movimiento 26 de Julio en Cuba. Daba laimpresión de que el “pequeño motor” –el núcleo guerrillero ini-

34 Régis Debray, Revolución en la revolución, s. l., Ediciones de CulturaGeneral, 2001.

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cial de doce combatientes– era capaz de crear las condicionesnecesarias para que surgiera el “gran motor”, en otras palabras, elmovimiento de masas. La imagen de la gesta heroica de los doceguerrilleros sobrevivientes del desembarque del yate Granma, queforjaría desde entonces las condiciones para la victoria revolucio-naria, se diseminó e hizo que grupos sin raíces de masa, en paísescuyos gobiernos poseían legitimidad institucional, desataran pro-cesos de lucha guerrillera que sufrieron reveses debido a suaislamiento social y político.

La derrota de este primer ciclo fue más rotunda en Perú, en susdistintas vertientes –la del Movimiento de Izquierda Revoluciona-ria (MIR), de Guillermo Lobatón y Luis de la Puente Uceda, ladel Ejército de Liberación Nacional (ELN), de Héctor Béjar, y lade un movimiento de autodefensa armada, de Hugo Blanco–, ytambién en Venezuela –tanto el MIR de Moisés Moleiro como lasFuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) de DouglasBravo–. En Guatemala, sin embargo, esa estrategia resurgiría conlos movimientos dirigidos por Yon Sosa y por Luis Turcios Lima,dado que allí las condiciones se asemejaban más a las de Cuba.

Ese ciclo representaba la extensión de la guerra de guerrillascomo forma de lucha y marcaría un nuevo período de luchas dela izquierda. El elemento nuevo, que pretendía darle una ampli-tud continental, fue introducido por el proyecto del Che Guevarade organizar un núcleo guerrillero en Bolivia, no sólo comofuerza revolucionaria local, sino principalmente como eje coordi-nador de los movimientos guerrilleros ya existentes y de los quecomenzaban a organizarse en la Argentina, Uruguay y Brasil.

La muerte del Che y el truncamiento de su proyecto represen-taron la primera gran derrota del movimiento guerrillero en elcontinente. Se cerraba así el primer ciclo de lucha armada, peroya se estaba gestando el segundo, esta vez centrado en ciudadesde los tres países del Cono Sur antes mencionados. Ese cambioalteraba factores esenciales, supuestos básicos de la guerra de gue-rrillas tal como había sido practicada y teorizada en Cuba. Paísescon población básicamente urbana, como Argentina y Uruguay, yen proceso acelerado de urbanización, como Brasil, cambiaban elescenario rural original para aproximarse a las bases de apoyo,

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pero eso dificultaba el pasaje de los núcleos guerrilleros a estruc-turas formales, regulares, de Ejército, en virtud de las condicionesmismas de las aglomeraciones urbanas y de la capacidad operativade las fuerzas represivas en ese medio.

Si, por un lado, el espacio urbano garantiza la proximidad conlos centros neurálgicos del poder, por otro, dificulta enorme-mente la creación de territorios liberados, lo que afecta lacapacidad de expansión de las fuerzas guerrilleras y la debilita entérminos de seguridad. Fue lo que acabó determinando los reve-ses del movimiento de guerrilla urbana tanto en la Argentina –seade los Montoneros o del Ejército Revolucionario del Pueblo(ERP)– como en Uruguay –de los Tupamaros– o en Brasil –detodas las organizaciones armadas, en especial de las más impor-tantes, como la Acción Libertadora Nacional (ALN) y laVanguardia Popular Revolucionaria (VPR)–.

Por la gran acumulación de fuerzas que obtuvo, tanto en apoyopopular como en fuerza militar en los casos uruguayo y argentino,las derrotas sufridas también fueron de grandes proporciones, ycasi no dejó otra cosa detrás de sí que rastros de víctimas y destruc-ción de las fuerzas de izquierda. Los nuevos cambios radicales enlas relaciones de fuerza en el ámbito nacional e internacional ocu-rridos pocos años después hacen que las experiencias aparezcanhoy como posibilidades todavía más lejanas.

Las derrotas impuestas al campo popular –a las que no escapóningún sector del campo opositor, sindicatos, partidos tradicionales,universidades, administración pública, movimientos sociales, prensaopositora, editoriales, parlamentos– desencadenaron un profundodesplazamiento regresivo en las correlaciones de fuerza entre lasclases fundamentales que prepararía el campo para la hegemoníadel modelo neoliberal. La derrota del movimiento popular y de susorganizaciones, profundamente heridos por la represión, impon-dría también la superioridad militar de las fuerzas dominantes.

Sin embargo, el viejo topo de la lucha guerrillera se trasladaría asu terreno original, a su hábitat inicial en términos sociales y regio-nales, es decir, a los países de estructura predominantementerural. Se dirigió hacia América Central, y allí inauguró el tercer yúltimo ciclo de luchas guerrilleras en el continente. La acumula-

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ción histórica de fuerzas del movimiento sandinista consiguió rea-decuarse, reunificarse y retomar la lucha después que el propioSomoza contribuyó a abrir el espacio al promover el asesinato deJoaquín Chamorro, el principal líder de la oposición liberal.

En Nicaragua se cumplieron varios de los factores que habíanhecho posible la victoria cubana. En lugar del factor sorpresa hubouna pérdida de iniciativa de los Estados Unidos, golpeados por laderrota en Vietnam y por la crisis deWatergate, que llevó a la renunciade Richard Nixon y la elección de Jimmy Carter para la presidencia.Éste intentó desvincular la política de Washington de las intervencio-nes a favor de los golpes y las dictaduras militares en el Cono Sur,como asimismo de las experiencias desastrosas en Indochina. El con-junto de esos factores, sumado a la amplitud de la política de alianzasinternacionales del sandinismo, terminó favoreciendo una nueva vic-toria del movimiento guerrillero rural en América Latina, veinte añosdespués del triunfo de la Revolución Cubana.

La lucha guerrillera en Guatemala y en El Salvador, se retomócon estrategias similares, contando esta vez, como había ocurridoen la lucha nicaragüense, con la unificación de todas las organiza-ciones militares de ambos países. Sin embargo, como ocurrió conlos movimientos inmediatamente posteriores al triunfo cubano, elfactor sorpresa ya no tenía vigencia. Hay que tener en cuenta quela victoria sandinista se obtuvo el mismo año, y bajo los mismosimpactos, que ocurrieron los reveses externos de los EstadosUnidos en Irán y Granada.

Los efectos internos en la escena estadounidense no se hicie-ron esperar: los demócratas fueron derrotados, los republicanosvolvieron al poder con Ronald Reagan y comenzó la “segundaGuerra Fría”. Nicaragua fue una víctima privilegiada de la con-traofensiva estadounidense; Reagan afirmó que aquel país era la“frontera sur de los Estados Unidos”. Las fronteras fueron milita-rizadas, en especial la del norte, y Honduras pasó a ser unaretaguardia militar de los Estados Unidos, de la misma forma queLaos y Camboya en Indochina.

Los Estados Unidos luchaban para evitar el efecto dominó quehabía ocurrido en el sudeste asiático. Para eso, pusieron todo supoderío militar al servicio de los gobiernos guatemalteco y salvado-

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reño, con el fin de mostrar claramente a los movimientos guerrille-ros y a la comunidad internacional que Washington no permitiríauna nueva victoria de un movimiento hostil en la región.

Las sucesivas ofensivas estratégicas de los frentes guerrilleros enlos dos países fueron rechazadas por las tropas de los regímenes,estrechamente apoyados por los Estados Unidos. Hasta que unfactor externo de dimensiones tan inesperadas como determinan-tes estremeció el tercer ciclo guerrillero latinoamericano: la caídadel Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética y del camposocialista, momento en que el mundo recayó en un sistema polí-tico mundial unipolar, bajo la hegemonía imperial de lasuperpotencia a la cual precisamente se enfrentaban el gobiernonicaragüense y los movimientos guerrilleros de Guatemala y ElSalvador. La caída del gobierno de Nicaragua –después de la inva-sión de Granada y algunos años antes de la capitulación delgobierno de Surinam– multiplicó los efectos inmediatos delcambio en la correlación de fuerzas internacional.

Mientras el gobierno sandinista convocaba a elecciones presi-denciales –que se realizaron bajo la extorsión estadounidense,como si una espada pendiese sobre la cabeza de los nicaragüen-ses, y que significarían el final de la guerra en caso de ganar lacandidata Violeta Chamorro, ligada a los Estados Unidos, o sucontinuidad, en caso de que los sandinistas permanecieran en elgobierno–, los movimientos guerrilleros guatemaltecos y salvado-reños se daban cuenta de que las victorias militares eranimposibles. Iniciaron entonces un proceso de conversión hacia lalucha política institucional que dio por concluida la luchaarmada.

De este modo terminaba el tercer ciclo de lucha guerrillera y,con él, un período de la izquierda latinoamericana en el que lalucha armada fue la forma de lucha más importante en el conti-nente durante casi tres décadas. Al mismo tiempo, las derrotas delos movimientos guerrilleros en países que vivían bajo dictadurasmilitares –como el caso de la Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia yChile (que tuvo núcleos guerrilleros de corta duración, como elMIR y el Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez)– abrieronespacio para que el campo de la oposición quedara bajo la hege-

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monía de las fuerzas democrático-liberales, que retomaban así lainiciativa y sustituían, en el campo de la izquierda, a los movi-mientos armados.

En países como Colombia y México los movimientos guerrille-ros continuaron, pero en un marco nacional e internacional muydistinto. Las FARC, el movimiento guerrillero más antiguo delcontinente, y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) –tras ladesaparición de un movimiento de guerrilla urbana, el M-19–siguieron sus trayectorias, aunque con muchas más dificultadesque antes, al igual que los núcleos guerrilleros locales en México.En cuanto al ejército zapatista, se trata de una organización suigeneris, que surgió como rebelión armada, pero no se consideraun movimiento guerrillero en busca de la victoria mediante lalucha militar.

Como lo muestra claramente el caso colombiano, la relación defuerzas en el campo militar pasó a ser brutalmente desfavorablepara los movimientos guerrilleros, y favorable a las Fuerzas Arma-das de los distintos países, ahora directamente apoyados porWashington. Eso fue determinante para que los movimientossociales y políticos actuales, incluso los más representativos y radi-cales, como el MST brasileño, el Ejército Zapatista de LiberaciónNacional (EZLN) mexicano, los movimientos indígenas bolivia-nos y ecuatorianos, no apelaran a la militarización de losconflictos. Caso contrario, serían inevitablemente diezmados porla incuestionable superioridad militar de las fuerzas regulares,dentro y fuera de sus países.

3. la tercera estrategia de la izquierda latinoamericana

La hegemonía neoliberal reformuló el marco general de la luchapolítica e ideológica en América Latina. El cambio radical de lacorrelación de fuerzas impuesta en las décadas anteriores –quepara algunos países, significó dictaduras militares, y, para práctica-mente todos, gobiernos neoliberales– se consolidó con el nuevomodelo hegemónico.

Las luchas de resistencia al neoliberalismo constituyeron una

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nueva estrategia para la construcción de un modelo alternativoque buscaba superar, incorporándolas y negándolas dialéctica-mente, las dos estrategias anteriores, y que se fue forjando yadecuando a las condiciones de la hegemonía neoliberal.

El primer elemento de esa nueva estrategia proviene de la natu-raleza misma de la hegemonía liberal: la creación de un consensode elites a favor de profundas (contra)-reformas liberalizantes,apoyadas fuertemente en un consenso fabricado por los mediosprivados que contaba con el soporte de gran parte de los partidostradicionales. Los movimientos sociales resistieron, en la defen-siva, amparados en un respaldo popular potencialmente grande,pero limitado por las dificultades creadas por la ofensiva políticay mediática, así como por la situación objetiva que padecían (des-empleo, precarización laboral y fragmentación social).

El segundo elemento consiste en la adhesión de los partidos deizquierda, socialdemócratas y nacionalistas, al neoliberalismo, locual dejó a los movimientos sociales prácticamente aislados en laresistencia a las políticas gubernamentales. El zapatismo, el MST,los movimientos indígenas bolivianos y ecuatorianos tuvieron unpapel destacado en las luchas de resistencia. Fueron luchas dedefensa de derechos en riesgo que asumieron formas agresivas,desde las ocupaciones de tierra y las marchas de los sin tierra,pasando por la rebelión de Chiapas, hasta las sublevaciones popu-lares de los indígenas bolivianos y ecuatorianos.

A medida que el neoliberalismo implementaba el Estadomínimo, privatizaba las empresas públicas y anulaba derechos queiban desde el empleo formal a la educación y a la salud públicas,los movimientos sociales trataban de resistir como podían. Laoposición al Tratado de Libre Comercio de América del Nortefue central para el grito de lanzamiento del movimiento zapatista,en 1994. La lucha contra las privatizaciones fue esencial en lasmovilizaciones de los sin tierra en Brasil. La resistencia al procesode privatización del agua en Bolivia fue el punto de partida de lanueva etapa histórica de la izquierda en el país. Algo similar ocu-rrió en Ecuador, con el poder de veto de los movimientos socialesa los gobiernos neoliberales y a la firma del Tratado de LibreComercio con los Estados Unidos.

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Cuando el modelo neoliberal comenzó a revelar sus límites y adar muestras de agotamiento, el consenso fabricado se debilitó,surgieron fracturas entre los partidos tradicionales y varios presi-dentes tuvieron que abandonar sus mandatos sin terminar lo quemal habían comenzado al ser rechazados por movilizacionespopulares promovidas por los movimientos sociales –en especialen Ecuador, Bolivia y la Argentina–. En ese marco se puso sobre eltapete, concretamente, el tema de las alternativas que podían pre-sentarse a las fuerzas de resistencia al neoliberalismo, del pasajede la defensiva a la ofensiva, de la lucha de resistencia a la disputapor una nueva hegemonía.

De la fase de resistencia se pasó a la fase de derecho de veto,que tenía capacidad para obstaculizar a un gobierno, pero toda-vía no para construir alternativas. El mejor ejemplo de esa etapafue el de Ecuador, por el poder que sus movimientos socialestuvieron para derrocar a tres presidentes seguidos y luego vetar lafirma del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.Lucio Gutiérrez, el tercer presidente, había sido elegido con elapoyo de los propios movimientos sociales, que también partici-paron de su gobierno a través de la Confederación deNacionalidad Indígenas de Ecuador (CONAIE) y del Pachakutik,representantes de los pueblos indígenas ecuatorianos.

En esas movilizaciones coincidían desde sublevaciones territo-riales hasta huelgas de hambre, ocupación de calles,concentraciones de masa, resistencias armadas ante ofensivasrepresivas, etc. A partir de ahí se introdujeron diferencias entrelas fuerzas antineoliberales: algunas se mantuvieron como movi-mientos sociales y se refugiaron en lo que teorizaban como“autonomía de los movimientos sociales”, mientras otras buscaronestablecer nuevas formas de articulación con la esfera política, afin de estar en condiciones de candidatearse para resolver la crisisde hegemonía instaurada. Los casos boliviano, ecuatoriano yparaguayo se sitúan claramente en esa segunda categoría; loscasos mexicano y argentino, en la primera.

La perspectiva de la “autonomía de los movimientos sociales”encontró su teorización más articulada en la obra de John Hollo-way, que busca establecer lo que sería la estrategia de los

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zapatistas, cristalizada ya en el título de su libro Cambiar el mundosin tomar el poder.35

Esos movimientos tenían como meta las transformaciones enel ámbito local y en el plano social; por eso la estrategia de loszapatistas, centralizada en Chiapas, sería el ejemplo más claro. Esavisión coincide con aquella que enfatiza la centralidad “de lasbases”, de la construcción “de abajo hacia arriba” de nuevasestructuras sociales.

La posición crítica de una parte de los movimientos sociales alos partidos tradicionales y a su forma tradicional de hacer políticase puede comprender por sus propias experiencias y frustracionesacumuladas. El error consiste en abandonar la esfera política cre-yendo que una alternativa, incluso aunque esté construida desdelas bases, puede esquivar la disputa en la esfera política.

La existencia de las ONG (organizaciones que se definen porun supuesto rechazo a la política y con las cuales muchos movi-mientos sociales tienen prácticas comunes) fortaleció estatendencia. El surgimiento del Foro Social Mundial, cuya “Cartade principios” cristalizó la separación entre las esferas social ypolítica, entre la lucha social y la esfera política, congeló la estra-tegia de los movimientos populares en la fase de resistencia, de lacual no podían salir sin volver a articular esos dos campos.Cuando los movimientos sociales quedaron restringidos a laesfera social, se pusieron a la defensiva, sin capacidad de crear losinstrumentos para la disputa de la hegemonía política. El “otromundo posible” sólo puede ser creado con nuevas estructuras depoder; la resistencia de base, por sí sola, no basta.

Dos ambigüedades esenciales caracterizan la posición centradaen la “autonomía de los movimientos sociales”. Por un lado, laconfusión de fronteras con el discurso neoliberal hace que losmovimientos sociales también elijan al Estado, la política, los par-tidos y los gobiernos como blancos principales de sus ataques. Esuna postura que comparten con el neoliberalismo y que lleva a

35 John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, Buenos Aires, Antí-doto, 2002.

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confusiones respecto de las banderas defendidas por las ONG ypor una parte de los movimientos sociales.

Por otro lado, una de las características centrales del neolibera-lismo es la expropiación masiva de derechos. La superación deese rasgo, el restablecimiento y la garantía de los derechos sólopueden lograrse por medio de políticas gubernamentales. De lamisma forma, la regulación de la circulación del capital finan-ciero –otra de las respuestas centrales de los Foros SocialesMundiales– sólo se puede conseguir mediante decisiones y accio-nes del Estado.

Ocho años después del primer FSM, el “otro mundo posible”está comenzando a construirse en algunos países de AméricaLatina. En espacios como la Alternativa Bolivariana para los pue-blos de nuestra América (ALBA) se pone en práctica una de laspropuestas originales del FSM, el “comercio justo”, además de otrasiniciativas que avanzan en la dirección del posneoliberalismo,como la Operación Milagro, la Escuela Latinoamericana de Medi-cina (ELAM), las campañas de alfabetización y el Banco del Sur.

Las disputas políticas por la construcción de gobiernos posneo-liberales ocurrieron después de algunos tropiezos de las fuerzasantineoliberales. Mientras los zapatistas se aislaban en el sur deMéxico, sin conseguir traducir su lucha en una alternativa políticanacional; mientras los piqueteros argentinos agotaban su impulsoinicial por no encontrar formas de expresión política de susluchas; mientras los movimientos indígenas ecuatorianos delega-ban políticamente su representación a un candidato ajeno a susorganizaciones –que los traicionó incluso antes de comenzar agobernar–; mientras todo eso ocurría, otras fuerzas sociales y polí-ticas comenzaron a delinear una nueva estrategia de la izquierda.

Esa nueva estrategia tiene en Bolivia, Venezuela y Ecuador susprincipales escenarios. La combinación de sublevaciones popula-res con grandes manifestaciones de masa desembocó enalternativas político-electorales, a diferencia de las estrategias ante-riores de lucha insurreccional. Sin embargo, apartándose de losproyectos reformistas tradicionales, la nueva estrategia se proponeimplementar un programa de transformaciones económicas,sociales, políticas y culturales no por medio de las estructuras de

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poder existentes, sino por la refundación de los Estados. Para eso,une elementos de la estrategia de las reformas y otros de la luchainsurreccional, buscando combinar formas distintas de lucha yrearticulando la lucha social con la lucha política.

Bolivia representa la vía más característica de esa nueva estrate-gia, porque los movimientos sociales, después de oponerse agobiernos neoliberales, fundaron su propio partido –el Movi-miento al Socialismo (MAS)–, con el fin de imponer lahegemonía indígena en el plano político por medio de la elec-ción de Evo Morales como presidente. La estrategia de la nuevaizquierda boliviana se fundamenta en la crítica al economicismode la izquierda tradicional, que definía al indígena como campe-sino –porque trabaja la tierra– y lo caracterizaba como pequeñopropietario rural. De ese modo, lo convertía en aliado subordi-nado de la clase obrera, concentrada en las minas de estaño.

Ese economicismo expropiaba a los aimaras, quechuas y guara-níes su identidad profunda y secular como pueblos originarios.Esa crítica, hecha por Álvaro García Linera, actual vicepresidentede Bolivia, permitió reconstruir el nuevo sujeto político para rear-ticular la fuerza de masas acumulada desde 2000 con la esferapolítica y disputar la hegemonía en el ámbito nacional. Ese nuevosujeto político era el movimiento indígena que, junto con otrasfuerzas sociales, fundó el MAS y eligió a Evo Morales para la presi-dencia de la República.

Sin embargo, tanto el camino que llevó a los militares naciona-listas al poder en Venezuela como el movimiento que eligió aRafael Correa y condujo a la aprobación de la nueva Constituciónen Ecuador tienen como estrategia esa nueva vía de la izquierdalatinoamericana.

Esos procesos, que renuevan la izquierda latinoamericana, noocurrieron en los países donde la izquierda era tradicionalmentemás fuerte y, por eso mismo, fue víctima de ofensivas represivasmás duras, como Chile, Uruguay, Argentina y Brasil. Tampocofueron protagonizados por partidos o movimientos tradicionalesde la izquierda, como los comunistas, socialistas o nacionalistastradicionales. No ocurrieron en Brasil, que hasta hace poco pare-cía concentrar expresiones significativas de la izquierda, como el

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PT, la CUT, el MST, el FSM, además de las políticas de presu-puesto participativo.

Después de los movimientos guerrilleros de los años sesenta,Venezuela presenció la fundación de un nuevo partido, el Movi-miento al Socialismo (MAS), producto de la escisión del PartidoComunista tras la denuncia de la invasión de Checoslovaquia. Enun comienzo estaba sintonizado con el Partido Comunista Ita-liano (PCI) y sus tesis sobre el eurocomunismo; sin embargo,evolucionó hacia la posición de adhesión al neoliberalismo de lasocialdemocracia europea. En esas condiciones, Teodoro Petkoff,su principal dirigente, fue ministro de Economía del gobierno deRafael Caldera en los años noventa. También surgió otro movi-miento nuevo, el Causa R, que posteriormente perdió apoyopopular y no consiguió renovar la izquierda venezolana.

Sin embargo, fue el movimiento de militares nacionalistas –boli-varianos– el que expresó el descontento popular con el paquetede medidas neoliberales puesto en práctica por Carlos AndrésPérez en 1989. Después de promover su proyecto de desarrollo,Pérez tuvo como respuesta una movilización popular masivacontra su gobierno, el Caracazo, cuya represión provocó variascentenas de muertos. El mismo año ocurrió algo similar en laArgentina, cuando Carlos Menem prometió una “revolución pro-ductiva” y de inmediato implantó un programa neoliberal, aunquesin despertar reacciones populares significativas. El mismo año,Fernando Collor de Mello ganaba las elecciones presidenciales enBrasil con un programa neoliberal. El mismo año de la caída delMuro de Berlín, comenzaba la transición a un nuevo período his-tórico, a escala internacional. También en 1989, Cuba entró en su“período especial”, y al año siguiente cayó el régimen sandinista.

El levantamiento militar dirigido por Hugo Chávez en 1991surgió paralelamente al grito del zapatismo en 1994, y ambosrepresentaron las primeras expresiones de resistencia al neolibe-ralismo. Eran síntomas de que serían las nuevas fuerzas las queprotagonizarían esa resistencia, y de manera más intensa: movi-mientos indígenas, militares nacionalistas.

Según relata Chávez, los militares sublevados anunciaron sumovimiento y convocaron a las restantes fuerzas de la izquierda,

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aunque quedaron aislados y terminaron derrotados. Sinembargo, su movimiento irrumpió en la escena política de modomás o menos similar al asalto del cuartel de Moncada, en Cuba,casi cuatro décadas antes, y a la primera ofensiva de los sandinis-tas en 1987. Fueron derrotas militares, pero victorias políticas.

El movimiento bolivariano supo reciclar su sublevación militar enla lucha político-institucional, con la candidatura de Chávez a la pre-sidencia de la República en 1998. El fracaso tanto de los gobiernossocialdemócratas de la Acción Democrática, que llevó a la acusacióny el encarcelamiento de Carlos Andrés Pérez, como del gobiernodemocristiano del otro gran partido, el COPPEI de Rafael Caldera,provocó el agotamiento del sistema bipartidista que había caracteri-zado la vida política venezolana durante tres décadas.

De esta manera, en la campaña presidencial de 1998, los dos favo-ritos eran candidatos outsiders: Irene Sáez, ex Miss Universo, exgobernadora de Chacao, barrio rico de Caracas, y que estaba apo-yada y financiada por los banqueros venezolanos refugiados enMiami después de la quiebra del sistema bancario y de la estatiza-ción realizada por Caldera; y Hugo Chávez, que la superó en la rectafinal y venció la contienda. Inmediatamente después de ser elegido,Chávez convocó una Asamblea Constituyente con el objetivo derefundar el Estado venezolano. Así inauguró una nueva estrategia.

El contenido antineoliberal, de protesta contra el paquete y elgobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez, ya estaba presenteen los orígenes del movimiento bolivariano. El contenido antiim-perialista estaba expresado en la política petrolera del nuevogobierno, que promovió la rearticulación de la Organización delos Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y desarrolló unintenso intercambio con Cuba. Estas medidas lo enfrentaron a laprensa privada local y al gobierno de George Bush. La polariza-ción con el gobierno de los Estados Unidos aceleró esa dinámica.

En 2000, durante el segundo año del gobierno de Chávez ycomo si estuvieran saludando la llegada del nuevo siglo, estalla-ron las rebeliones indígenas en Bolivia y Ecuador. El movimientoindígena boliviano protagonizó la Guerra del Agua, que impidióla privatización del sistema de distribución de agua en beneficiode una empresa estadounidense (la Bechtel Corporation) e inau-

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guró un impresionante ciclo de luchas que derrocaría a dos pri-meros mandatarios –Sánchez de Lozada y su vicepresidente– yconcluiría cinco años más tarde con la elección de Evo Morales,el primer indio electo presidente de Bolivia.

Las rebeliones de los movimientos sociales ecuatorianos –en uncomienzo indígenas, luego protagonizadas por movimientosurbanos– provocaron la destitución sucesiva de los tres presiden-tes electos que mantuvieron el modelo neoliberal. El tercero, quehabía sido apoyado por los movimientos indígenas, renunció a suprograma. La renuncia ocasionó la división de los movimientos;algunos sectores se mantuvieron en el gobierno mientras queotros rompieron con él, pero fueron debilitados por la derrota ypor el desgaste del apoyo al presidente.

Al mismo tiempo, otros movimientos sociales enfrentaban situacio-nes similares tratando de articular en el plano político de la disputade alternativas la fuerza acumulada en la resistencia al neolibera-lismo. La actitud de descartar la esfera política debido a la crítica quedeterminadas prácticas políticas equivalía a “arrojar al niño con elagua de la tina” y autoexcluirse de la disputa política nacional.

Eso fue lo que ocurrió con los zapatitas, quienes se alejaron dela lucha política nacional. Los piqueteros, después de la mayorcrisis del Estado argentino, que povocó la caída de tres presiden-tes en una semana, adoptaron el lema “que se vayan todos” en laselecciones presidenciales. No obstante, sin fuerza para derrocar-los, dejaron el campo libre para que Carlos Menem ganara laprimera vuelta con la promesa de dolarizar la economía –contodas las consecuencias que ello tendría para el proceso de inte-gración latinoamericana–. En la segunda vuelta, Kirchner ocupóel espacio dejado por los movimientos sociales y fue elegido presi-dente; con esta opción se evitaba lo peor. Los piqueterosquedaron aislados al mantener la postura de “autonomía de losmovimientos sociales” y no comprender que era necesario cons-truir propuestas hegemónicas alternativas. Finalmente, pocosaños después de su espectacular aparición, vieron esfumarse suenorme capacidad de movilización.

Para esas corrientes la posición de “autonomía de los movimien-tos sociales” acabó siendo no una manera de reagrupar la fuerza de

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masas para organizar nuevas formas de acción política, ni tampocoun camino para construir una forma alternativa de poder, sino unanegación a encarar el tema del poder, una renuncia a la disputapor la hegemonía. Representó un retroceso a posiciones premar-xistas, porque la crítica del marxismo a ese tipo de autonomismorescata el concepto de poder como síntesis de las relaciones econó-micas, sociales e ideológicas, y de esta manera restituye al poder enel puesto de mando, entendido como objetivo estratégico funda-mental. El abandono de la esfera política es el abandono de lalucha por el poder. Sirve para mantener una supuesta “pureza” dela esfera social, que representaría directamente las “bases” contralas cúpulas, automáticamente consideradas ilegítimas como formade representación política. Encarna la caída en visiones corporati-vas y fragmentadas, inevitables cuando lo social se separa de laesfera política.

La concepción más desarrollada de esa visión se encuentra enlas obras de Toni Negri, por un lado, y de John Holloway, por otro.En ellas se abandona explícitamente la lucha por el poder, por lahegemonía, que todo lo corrompería con sus formas de represen-tación política de la voluntad popular. Para Negri, el Estado secaracteriza como una instancia conservadora frente a los procesosde globalización. En realidad, ambos teorizan situaciones tomadasde forma descriptiva, sin construir estrategias antineoliberales, yterminan en la inercia de la autonomía de lo social.

Todos acaban siendo prisioneros del campo teórico instauradopor el neoliberalismo, articulado en torno del eje estatal-privado,entre Estado y sociedad civil, una formulación heredada del ejecentral del liberalismo. La polarización no da cuenta del eje arti-culador del modelo hegemónico neoliberal, que rige nuestrotiempo. La propuesta neoliberal esconde en la categoría privadao sociedad civil fenómenos muy diferentes e incluso contrapues-tos. En la sociedad civil convivirían sindicatos, bancos,movimientos sociales, traficantes, entre muchos otros. La esferaprivada no es la que caracteriza la propuesta neoliberal. Ésta pre-tende quitar poder y recursos al Estado no para transferirlos a losindividuos, en su privacidad, sino para apostarlos en el mercado.Cuando una empresa es privatizada, no son los trabajadores quie-

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nes se apropian de ella, sino que es el mercado el que rescata a laempresa, según el mayor poder financiero de cada conglomeradoeconómico que la disputa.

Así, el objetivo real de la propuesta neoliberal es la mercantili-zación, la transformación de todos los bienes en mercaderías, conun precio en el mercado, donde todo se vende y todo se compra.El neoliberalismo es la máxima expresión del proyecto históricodel capitalismo, esa “inmensa colección de mercancías”36 con laque Marx inicia El capital. Un proceso que comenzó con el fin dela esclavitud, para que la fuerza de trabajo se tornara libre –“des-nuda”, en palabras de Marx, en tanto separada de su realización,que demanda los medios de producción–, y para que la tierra setransformara en mercancía. En su etapa más reciente, despuésdel interregno del Estado de bienestar social, lo que había sidoasumido como derecho (educación, salud, etc.) se convierte enmercancía y se vuelve un bien negociable en el mercado. Inclusose convierten en mercancías bienes como el agua. En conclusión,la esfera hegemónica en el neoliberalismo es la esfera mercantil.

Por otro lado, el polo opuesto no es el Estado. El Estado por sísolo no define su naturaleza, porque puede ser un Estado socia-lista, de bienestar social, fascista, liberal o neoliberal. Es unespacio de disputa sobre sus determinaciones. En el neolibera-lismo, es un Estado mercantilizado, financierizado, que recaudarecursos en el sector productivo y los transfiere, en gran medida,al capital financiero mediante el pago de las deudas. O puede serun Estado refundado por gobiernos que buscan superar el neoli-beralismo, y, en consecuencia, constituye nuevas estructuras depoder. El Estado se convierte, así, en un espacio de disputas.

El polo opuesto a la esfera mercantil es la esfera pública, con-formada en torno de los derechos, de su universalización, lo cualrequiere un profundo y extenso proceso de desmercantilizaciónde las relaciones sociales. Democratizar significa desmercantilizar,sacar los derechos esenciales de la ciudadanía de la esfera del

36 Karl Marx, O capital: crítica de la economía política (trad. Regis Barbosa yFlávio R. Kothe), San Pablo, Abril Cultural, 1983, p. 45 [eEd. cast.: Elcapital, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2002.]

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mercado para transferirlos a la esfera pública, sustituir al consu-midor por el ciudadano. De esta manera, la superación delneoliberalismo implica la refundación del Estado en torno de laesfera pública, incorporando espacios como el del presupuestoparticipativo, que representa depositar en manos de la ciudadaníaorganizada la toma de decisiones fundamentales.

El campo teórico en la era neoliberal se articula, por lo tanto,en torno de la polarización entre esfera pública y esfera mercan-til, y el Estado, por su parte, es un espacio de disputa entre ambas.De esa disputa dependen la naturaleza del Estado y el tipo desociedad existente.

Con más razón, entonces, la presencia estatal en la lucha contrael neoliberalismo es indispensable para promover y garantizarderechos, regular la circulación del capital, y generar espacios departicipación directa de la ciudadanía en la política y las estructu-ras de poder. El posneoliberalismo demanda un Estadorefundado en torno de la esfera pública, y no una polarizacióncontra el Estado desde la perspectiva de una supuesta sociedadcivil o de la esfera privada contra la esfera estatal.

A esas posiciones se suman las de la ultraizquierda, ya se tratede posturas intelectuales que limitan sus análisis a denuncias de“traición” –permaneciendo en el plano de la crítica, sin arribar apropuestas alternativas–, o de grupos doctrinarios que sólo repi-ten posiciones maximalistas –invocaciones abstractas a laconstrucción del socialismo–, sin ningún asidero en la realidadconcreta, pretendiendo con eso rescatar los principios teóricosfrente a realidades que siempre los contaminan. No se dan cuentade que ningún proceso revolucionario partió de esos supuestosteóricos, sino que llegó a ellos a partir de las demandas profundasde la realidad inmediata –como la de “pan, paz y trabajo” de laRevolución Rusa, por ejemplo–. En ningún lugar triunfaron posi-ciones dogmáticas como las de los grupos de ultraizquierda.

En Ecuador, los movimientos indígenas tardaron en recupe-rarse de los reveses que venían sufriendo. Mientras tanto, RafaelCorrea canalizaba la fuerza acumulada en la lucha antineoliberaly ocupaba el espacio que había quedado libre en el campo polí-tico. Cuando los movimientos indígenas lanzaron como

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candidato a Luis Macas, su principal líder, el cuadro político yaestaba definido. Correa obtuvo un enorme triunfo, lo que le per-mitió dirigir el proceso de construcción del posneoliberalismo enEcuador; para ello convocó a la Asamblea Constituyente, queaprobó la nueva Constitución y una serie de otras medidas, cohe-rentes con sus afirmaciones de que “terminaba la larga noche delneoliberalismo en Ecuador” y se vivía “no una época de cambios,sino un cambio de época”.

En Paraguay, Fernando Lugo se proyectó como el gran líderanticolorado, al frente de las movilizaciones populares contra elintento de reelección del entonces presidente Nicanor DuarteFrutos. Los movimientos sociales no apostaban al proceso electo-ral, tardaron en movilizarse y, cuando lo hicieron, concurrieron alacto por separado, dejándose llevar por las diferencias internas,debilitándose y eligiendo sólo dos parlamentarios nacionales,cuando su votación total les habría permitido elegir por lo menoscinco veces más. Así, Lugo no consiguió la mayoría parlamentariay tuvo que aliarse con otros sectores para ganar gobernabilidad,además de depender todavía más del Partido Liberal. La com-prensión del pasaje de la fase de resistencia a la hegemónicahabría permitido que los movimientos sociales, articulándosepolíticamente, ganaran mayor protagonismo y favorecieran unproyecto posneoliberal en Paraguay.

Los procesos boliviano, ecuatoriano y venezolano fueron con-vergiendo así en una estrategia similar, cuyo objetivo es lasuperación del neoliberalismo y la construcción de procesos deintegración regional que fortalezcan la resistencia a la hegemoníaimperial. Dieron comienzo a la construcción de modelos posneo-liberales y constituyeron una tercera estrategia en la historia de laizquierda latinoamericana.

Los grandes avances realizados en América Latina en los prime-ros años de este siglo ocurrieron precisamente por lademocratización obtenida a través del proceso de desmercantiliza-ción. Los intercambios económicos entre Cuba y Venezuela seconvirtieron en un modelo de lo que el FSM llama comercio justo,un intercambio basado en la solidaridad y en la complementarie-dad, y no en los precios del mercado como predica la OMC.

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Venezuela abastece a Cuba del petróleo que este país necesita,a precios subsidiados y con financiamientos a largo plazo, mien-tras que Cuba entrega a Venezuela especialistas de la mejormedicina social del mundo, técnicos en deportes, así como exper-tos en alfabetización, que hicieron de Venezuela el segundo paísen América, después de Cuba, en erradicar el analfabetismo,según datos de la Unesco.

A partir de entonces, los intercambios promovidos por el ALBAextendieron esos criterios a intercambios con países que tienenmuchas más necesidades que posibilidades de aportar a otros,como es el caso de Nicaragua, Bolivia, Honduras y Dominica(países como Ecuador y Haití participan del ALBA sin haber for-malizado su adhesión a este proceso de integración). Se trata deun intercambio en el que cada país da lo que posee y recibe loque necesita, en el marco de las posibilidades y de las necesidadesde los participantes de ese tipo de comercio, el único en escalamundial que se aparta de los criterios de mercado de la OMC.

Con esos criterios fue creada la ELAM, con su sede original enCuba y otra en Venezuela, una entidad que formó las primerasgeneraciones de médicos pobres de América Latina –hoy ya sonalgunos millares–. Después de ser seleccionados en movimientossociales y otras organizaciones populares, incluso estadouniden-ses, los jóvenes regresan a sus países de origen habilitados paraejercer la medicina social.

De la misma forma se organizó la Operación Milagro, por lacual más de un millón de latinoamericanos ya fueron sometidos acirugías oftalmológicas para recuperar la visión, en hospitalescubanos, venezolanos y bolivianos. Y todavía se llevan a cabo cam-pañas para combatir el analfabetismo también en Bolivia,Nicaragua y Paraguay.

Todos éstos son ejemplos de desmercantilización como formade universalización de derechos, un proceso que sólo es posiblecuando se rompe la norma central del modelo neoliberal,impuesta por los criterios de mercado. Representan un avance enla tarea de construir un modelo posneoliberal.

La construcción posneoliberal supone, por lo tanto, una pro-longada disputa por la hegemonía entre el nuevo bloque social y

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político y las viejas estructuras de poder vigentes. Álvaro GarcíaLinera considera que, en el caso boliviano, hubo cinco etapasdiferentes:

a) el descubrimiento de la crisis del Estado, con la aparición de“un bloque social políticamente disidente con capacidad demovilización y de expansión territorial de esa disidencia con-vertida en irreductible”;37

b) a continuación, una etapa en la que, si esa disidencia lograconsolidarse como un proyecto político nacional no recupera-ble por el sistema dominante, se inicia lo que García Lineracaracteriza como “empate catastrófico”, porque esa fuerza opo-sitora se muestra capaz de detener “una propuesta de poder(programa, liderazgo y organización con voluntad de poderestatal), capaz de desdoblar el imaginario colectivo de la socie-dad en dos estructuras político-estatales diferenciadas yantagonizadas”;38

c) la constitución gubernamental de “un nuevo bloque políticoque asume la responsabilidad de convertir las demandas con-testatarias en hechos estatales desde el gobierno”;39

d) la construcción de un “bloque de poder económico-político-simbólico desde o a partir del Estado, en busca de articular elideario de la sociedad movilizada con la utilización de recursosmateriales del o desde el Estado;40

e) y por fin, el “punto de bifurcación o hecho histórico-político apartir del cual la crisis del Estado”41 queda resuelta “medianteuna serie de hechos de fuerza que consolidan de forma dura-dera uno nuevo, o reconstituyen el viejo”,42 es decir, tanto elsistema político como el bloque dominante en el poder y elorden simbólico del poder estatal.

37 Álvaro García Linera, La potencia plebeya, Buenos Aires,Prometeo/Clacso, 2008, p. 394.

38 Ídem.39 Ibídem, p. 395.40 Ídem.41 Ídem.42 Ídem.

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García Linera da como ejemplo la crisis estatal en Bolivia, quese puso de manifiesto en 2000 con la Guerra del Agua y que, almismo tiempo, revirtió la política estatal de privatización derecursos públicos y permitió “reconstituir los núcleos territorialesde un nuevo bloque nacional-popular”.43 El empate catastróficoocurrió a partir de 2003, cuando se construyó un programa detransformaciones estructurales bajo la dirección de los movimien-tos sociales, constituidos en “una voluntad de poder estatalmovilizada”.44 La asunción de Evo Morales como presidente pro-movió la sustitución de las elites gubernamentales y dio comienzoa la construcción del “nuevo bloque de poder económico y alnuevo orden de redistribución de los recursos”,45 que perdurahasta hoy. El punto de bifurcación habría comenzado con la apro-bación del nuevo texto constitucional por la AsambleaConstituyente, que tuvo al referendo de agosto de 2008 como supunto de partida “sin que se pueda establecer con exactitud elmomento final de su plena realización”.46

Esa detallada caracterización de las diferentes etapas de la dis-puta hegemónica permite visualizar cómo se desarrolla eseproceso, los cambios que se dan en la correlación de fuerzas, enla iniciativa, en la capacidad de construcción de fuerza propia ylos mecanismos fundamentales que posibilitan concebir la formascentrales de desplazamiento del poder entre los dos bloques prin-cipales enfrentados.

En ese proceso de “transición estatal” hubo una “modificaciónde las clases sociales y de sus identidades étnicas culturales; esasclases asumieron, en primer lugar, el control del gobierno y, gra-dualmente, la modificación del poder político y el control delexcedente económico y de la estructura del Estado”.47 El nuevobloque en el poder está económicamente constituido por lapequeña producción mercantil urbana y agraria, en la que se des-tacan los campesinos indígenas y los pequeños productores

43 Ídem.44 Ídem.45 Ídem.46 Ídem.47 Ibídem, p. 397.

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urbanos, como asimismo por las nuevas intelligentsias urbana eindígena letradas, algunas personalidades, las fuerzas obreras pre-carizadas y un segmento empresarial tradicional, en partevinculado al mercado interno. A ese bloque se suma una nuevaburocracia estatal, proveniente de las universidades públicas, quetambién incluye miembros de las redes sindicales.

El conjunto del proceso de transición estatal, según lo ha carac-terizado García Linera, “se presenta como un flujo de marchas ycontramarchas flexibles e interdependientes”48 que afectan a lasestructuras de poder y a la correlación de fuerzas políticas y fuer-zas simbólicas.

En esa tercera estrategia de la izquierda latinoamericana noexiste ni alianza subordinada con sectores de la burguesía –comoen la reformista–, ni aniquilamiento de las clases del bloquedominante –como en la estrategia insurreccional–, sino una dis-puta hegemónica prolongada, de guerra de posiciones en elsentido gramsciano. La convocatoria a la Asamblea Constituyenteboliviana fue un reflejo de esa disputa. El gobierno pudo convo-carla gracias a la representación directa de los pueblos indígenas,que el MAS propone como forma justa de constituir una repre-sentación nacional mayoritaria. Ese criterio, sin embargo,condujo a una victoria político-electoral arrasadora del gobierno,que provocó un desfase entre la nueva estructura política y la rela-ción real de fuerzas en el plano económico. Las elites de losestados opositores, por su parte, boicotearon la nueva Asamblea.Eso se dio en un marco muy desfavorable al gobierno, porque laspolíticas neoliberales habían debilitado enormemente el Estadoboliviano y el boicot de los sectores económicamente más podero-sos representó un duro golpe para el nuevo gobierno.

Para establecer una comparación, en Venezuela, después de queel gobierno recuperó Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), elEstado se hizo muy fuerte y el gran empresariado privado se volviórelativamente débil. Cuando los empresarios privados boicotearonlas elecciones, se debilitaron a sí mismos y el gobierno se fortale-ció. En Bolivia, en cambio, el Estado estaba muy debilitado y la

48 Ibídem, p. 409.

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convocatoria se produjo cuando acababa de comenzar el procesode privatización de las empresas de gas y las estructuras estatales seencontraban fuertemente afectadas por las políticas neoliberales.

El gobierno revisó su criterio original, sobre todo porque care-cía de los instrumentos necesarios para poner en práctica unanueva Constitución aprobada sin participación alguna de las fuer-zas representativas del gran capital privado. La elección confirmóla mayoría del MAS, pero sin los dos tercios necesarios para laaprobación de los temas conflictivos. Los sectores opositores par-ticiparon y trataron de bloquear el funcionamiento de laAsamblea Constituyente, para recomponerse en esa oportunidadde la derrota sufrida en la elección presidencial.

Esa disputa se desdobló en los referendos autónomos estadualy nacional. En ellos, la oposición buscó dar una interpretacióninstitucional a la descentralización, concentrándola sólo en losgobiernos estaduales. En un país donde los gobernadores erannombrados hasta las elecciones de diciembre de 2005, los libera-les buscaron concentrar y limitar el debate democrático a ladescentralización de los estados, mientras que el gobierno, repre-sentando la reivindicación histórica de los pueblos indígenas,proponía una descentralización concentrada en esos pueblos.Contando con el monopolio prácticamente absoluto de losmedios privados, la oposición logró imponer sus términos y consi-guió obtener resultados favorables en los referendos en losestados que dirige. Lo que realmente buscan con la autonomía esimpedir que la reforma agraria iniciada por el gobierno afecte lasbases materiales de su poder, o sea, el monopolio sobre la tierra.Y también pretende apropiarse de una parte significativa de larenta obtenida con la tasación del gas, que del 18% cobrado porlos gobiernos anteriores, vinculados a la oposición actual, subióhasta el 82% en el gobierno de Evo Morales. De esta manera seha convertido en una fuente primordial para la recomposicióndel Estado boliviano y para la implementación de las importantespolíticas sociales que el gobierno lleva a cabo.

El gobierno recompuso su propuesta de descentralizaciónincorporando la dimensión de los estados. El referendo nacionalfortaleció al gobierno, aunque la oposición sabe que con la nueva

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Carta –incluso con una composición de distintas matrices– se ins-criben en las leyes fundamentales derechos básicos que limitansus poderes y tornan posibles espacios de multietnicidad quehasta hace poco tiempo y no existían.

Otros gobiernos fueron elegidos a fuerza de rechazo al neolibe-ralismo, como los de Lula, Kirchner, Tabaré Vázquez, DanielOrtega y Fernando Lugo. Ninguno de ellos, sin embargo, ha dadopasos certeros para romper con el modelo heredado, aunque lohayan flexibilizado y hayan producido diferencias significativas–en especial en los tres primeros casos, y más particularmente enBrasil, y tal vez en el último, que recién comienza–. Ese aspecto losdiferencia de los otros gobiernos –con la excepción del gobiernocubano, que nunca pasó por el neoliberalismo–.

En compensación, privilegian los procesos de integraciónregional –aunque el caso nicaragüense sea particular– por encimade los tratados de libre comercio propuestos por los EstadosUnidos. De esa forma, participan del Mercosur, de la Unión de lasNaciones Sudamericanas (UNASUL), del Consejo de Seguridadde América del Sur, del Grupo de los 20, del gasoducto continen-tal, entre otras iniciativas. Con estos procesos, junto con los otrosgobiernos mencionados anteriormente, contribuyen no sólo alfortalecimiento de un espacio en el sur del mundo, sino tambiéna la construcción de un mundo multipolar. Son gobiernos aliadosde los que más avanzaron en la ruptura con el modelo y en laconstrucción de modalidades superiores de integración, como elALBA, Petrocaribe y otras.

Pero también son gobiernos contradictorios, que deben hacerfrente a políticas económicas heredadas de gobiernos neolibera-les e implementan políticas exteriores de integración regional;distintos de los que hemos mencionado antes, sin duda, pero queconservan de ellos algunas características importantes, como elsuperávit primario, los bancos centrales independientes, etcétera.

Lo que los coloca en el campo de los gobiernos progresistas essu forma de inserción internacional, que privilegia la integración,a diferencia de gobiernos como los de México, Perú, Chile, CostaRica y otros, que suscribieron tratados de libre comercio con losEstados Unidos, y al hacerlo hipotecaron su futuro y alienaron

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toda capacidad de regulación económica. Así se suman directa-mente a las extensas áreas de las políticas de libre comercio, de lacirculación irrestricta de capitales, del Estado mínimo, de las pri-vatizaciones, del reino del mercado sin contrapesos.

Por lo tanto, la línea divisoria fundamental en América Latinano se da entre una izquierda buena y una izquierda mala, comodicen tantos personajes de la derecha, como Jorge Casteñeda, porejemplo, cuyo objetivo es dividir a la izquierda cooptando a secto-res moderados y aislando a los más radicales. Ésa es una posiciónque favorece a la derecha.

La línea divisoria fundamental es aquella que separa a los paísesque suscribieron tratados de libre comercio con los Estados Unidosy los que privilegiaron los procesos de integración regional. Ése esel criterio determinante para juzgar a los gobiernos. Dentro de esemarco, está claro, como dijimos, que algunos avanzan firmementeen la dirección de la ruptura con el modelo neoliberal y la cons-trucción de un modelo que podemos denominar posneoliberal; yque otros flexibilizan el modelo económico, desarrollan más políti-cas sociales y participan de procesos de integración regional. En suconjunto, esos países generan dependencias mutuas para el futuro,mientras que los países que firmaron tratados de libre comerciohan quedado acoplados a los estadounidenses y a sus políticas.

Cualquier agudización de las diferencias entre, por ejemplo, losgobiernos de Hugo Chávez y de Lula –que se diferencian enaspectos importantes–, favorecería a la derecha, aislaría algobierno venezolano y, eventualmente, aproximaría al gobiernobrasileño a los Estados Unidos y a sus aliados en el continente. Laalianza entre los gobiernos moderados y los más radicales en elproceso de integración fortalece a ambos y a todo el campo pro-gresista en su conjunto.

Sin embargo, en un contexto internacional regresivo, la nuevamodalidad de diputa hegemónica hace que incluso en aquellospaíses donde los gobiernos avanzan en la dirección posneoliberalsus proyectos no tengan un carácter francamente anticapitalista.Usamos el término posneoliberal para designarlos en la medidaen que se contraponen de manera directa a la mercantilizaciónque comanda los procesos neoliberales, pero sabemos que convi-

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ven con una fuerte presencia de grandes capitales privados–incluso internacionales y el gran capital financiero– y que dispu-tan una nueva hegemonía en el marco de los mercados internos,de los parlamentos, de la dura lucha ideológica en la formaciónde la opinión pública.

Cuanto más contundentes sean los elementos de desmercantili-zación, de socialización en los procesos de nacionalización, deconstrucción de formas de poder popular, de construcción deconsensos de socialización, de peso del mundo del trabajo, decapacidad de lucha contra la alienación, tanto mayores serán lasposibilidades de transitar del posneoliberalismo hacia el anticapi-talismo y el socialismo.

Afirmar que sólo se sale del neoliberalismo yendo hacia el socia-lismo es no comprender la dimensión de la regresión históricarepresentada por el pasaje del período histórico anterior al actual,en detrimento del socialismo, y no sólo como objetivo general, sinotambién como objetivo de las distintas formas de conciencia antica-pitalista, del peso del mundo del trabajo, de las modalidades deorganización popular. No se trata sólo de un acto de la voluntad,sino de reconstruir –y de hacerlo de nuevas maneras– los factoresobjetivos y subjetivos que puedan llevar a la lucha anticapitalista.Una manera posible, central en el período actual, es la lucha anti-neoliberal y la construcción de alternativas posneoliberales.

Una afirmación como ésa no percibe la correlación de fuerzasrealmente existente a escala mundial y continental, de la cual espreciso partir. La izquierda, y en especial la ultraizquierda, tienemucha dificultad para aceptar los reveses sufridos, y tiende a rea-firmar tesis teóricas generales, dogmas y principios, como situvieran vigencia directa en los procesos históricos tal comosucede en los libros, sin la mediación de las condiciones concretasde los enfrentamientos de clase. Le resulta difícil asumir lo queLenin y Gramsci tenían muy claro, es decir, que “la verdad es con-creta”. Y así se vuelve incapaz de comprender las dinámicas deprocesos concretos nuevos, como los de Venezuela, Bolivia yCuba, y no capta lo más importante que se vive en el continente.

Ningún proceso revolucionario se realizó implementando tesisabstractas generales en la compleja y siempre heterodoxa reali-

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la orfandad de la estrategia 185

dad concreta. La Revolución Rusa no se hizo convocando a losobreros y a los campesinos para “construir el socialismo”, sinopara obtener “paz, pan y tierra”; la Revolución China, para expul-sar a los invasores y realizar la revolución agraria; la RevoluciónCubana, para derrotar a la dictadura de Batista; la RevoluciónVietnamita, para expulsar a los invasores y conquistar la indepen-dencia nacional; y, por último, la Revolución Nicaragüense, parahacer caer la dictadura somocista.

Esos objetivos abrieron camino a la realización de otros másprofundos –anticapitalistas en algunos casos, antiimperialistas enotros–, gracias a la capacidad de las direcciones revolucionariasde imprimirles esa dinámica a partir de aquellos primeros objeti-vos concretos: transformar la conquista de la paz en Rusia acomienzos del siglo XX en la ruptura de las alianzas internaciona-les con los bloques imperialistas; el pan, en la nacionalización yen la socialización de las grandes empresas; la tierra, en la revolu-ción agraria. Lo mismo ocurrió en los otros procesosrevolucionarios, en las dinámicas de transición entre reivindica-ciones concretas profundamente sentidas por las capas popularesmás amplias, que, además, sirvieron para establecer alianzas en laconstrucción del nuevo bloque social hegemónico y para aislar alrégimen dominante.

Cualquier propuesta estratégica tiene que estar anclada, antesque nada, en la realidad concreta, en la dinámica específica de losgrandes enfrentamientos, con la conciencia de que todo procesotransformador tiene un aspecto necesariamente nuevo, hetero-doxo, que debe ser captado, y no reducido a los cánones teóricosabstractos. Fidel Castro afirma que todo proceso revolucionariodebe ser radical, en el sentido que Marx atribuía al término, esdecir, ir a la raíz de las cosas, pero nunca en un sentido extre-mista, en el sentido de tomar un aspecto de la realidad yextremarlo sin comprender el significado de cada proceso histó-rico en su conjunto.

El término posneoliberalismo es descriptivo y designa procesosnuevos, que son una reacción a las profundas transformacionesrepresivas introducidas por el neoliberalismo, pero todavía nohan definido un formato permanente; es lo que se ve en Vene-

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zuela, Bolivia y Ecuador. No caracteriza una etapa histórica espe-cífica, diferente del capitalismo y del socialismo, sino una nuevaconfiguración de las relaciones de poder entre las clases sociales,que promueve la formación de un nuevo bloque social dirigentede procesos históricos sui generis, en condiciones mucho más favo-rables a las fuerzas populares, cuyo destino será decidido por unadinámica concreta de construcción de Estados posneoliberales.

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fases de la lucha antineoliberal

La lucha contra el neoliberalismo ya tiene historia, hapasado por varias etapas –de la resistencia al inicio de la construc-ción de alternativas– y ahora enfrenta un nuevo momento, el dela contraofensiva de la derecha, con las respuestas correspondien-tes de la izquierda.

En 1994, en el mismo año del lanzamiento del Tratado deLibre Comercio de América del Norte (NAFTA), los zapatistasdeclaraban la resistencia a la nueva ola hegemónica. En 1997,Ignacio Ramonet, en un editorial de Le Monde Diplomatique, lla-maba a la lucha contra el “pensamiento único” y el Consenso deWashington. El Foro Social Mundial de 2001 convocaba a la cons-trucción de “otro mundo posible”. Las manifestaciones contra laOMC, iniciadas en Seattle en 2001, revelaban la extensión delmalestar ante el nuevo modelo hegemónico y el potencial popu-lar de la lucha de resistencia. Era una fase de resistencia, dedefensa contra el cambio regresivo de gigantescas proporcioneshistóricas operado por el pasaje de un mundo bipolar a unmundo unipolar, bajo la hegemonía imperial estadounidense, ydel modelo regulador al modelo neoliberal.

En el plano gubernamental, la consolidación de la hegemoníaneoliberal se produjo por el pasaje de la generación derechistainicial (Pinochet, Reagan y Thatcher) a la segunda, que algunosde sus protagonistas reivindicaron como la “tercera vía” (Clinton,Blair y Fernando Henrique Cardoso) y que así ocupó casi todo elespectro político. Esa fuerza compacta comenzó a conocer suslímites con la elección de Hugo Chávez a la presidencia de Vene-

5. El futuro de América Latina

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zuela en 1998, y a partir de entonces se concentró en AméricaLatina. Puso en evidencia su fracaso con la derrota electoral delos principales promotores del nuevo modelo (Fernando Henri-que Cardoso, Fujimori, Carlos Andrés Pérez y el PRI).

Sin embargo, la reacción popular reflejada en los triunfos elec-torales que sucedieron al de Chávez –Lula (2002), Kirchner(2003) y Tabaré Vázquez (2004), a los cuales se puede sumarDaniel Ortega (2006)– ocurrió en un escenario diferente del quese había previsto. Aunque habían triunfado contra gobiernosortodoxamente neoliberales, los nuevos gobernantes no se pro-pusieron romper con el modelo neoliberal; al contrario, lomantuvieron con diferentes grados de flexibilización, sobre todoen razón del peso que pasaron a tener las políticas sociales.

Reunidos en torno a la opción de los procesos de integraciónregional –en primer lugar el Mercosur– y de la derrota del ALCA–para la cual colaboraron activamente–, esos nuevos gobiernosrevelaron diferencias significativas en relación con los anteriores, yasí contribuyeron al surgimiento de un escenario político inéditoen el continente por la existencia simultánea de una cantidad devariadas formas de gobiernos que se oponían a los tratados y a laspolíticas de libre comercio propuestos por los Estados Unidos, asícomo a su política de “guerra infinita” –que únicamente enColombia tuvo una adhesión explícita en la región–.

Las victorias de Evo Morales (2005) y de Rafael Correa (2006),junto al lanzamiento del ALBA, del Banco del Sur, del gasoductocontinental y de la adhesión de Venezuela y de Bolivia al Merco-sur, dieron contornos más amplios y fortalecieron un eje degobiernos que, además de privilegiar los procesos de integraciónregional, comenzaban a construir modelos de ruptura con el neo-liberalismo (modelos posneoliberales). El triunfo electoral deFernando Lugo (2008) amplió el campo de los gobiernos progre-sistas en el continente, al cual podría llegar a sumarsepróximamente Mauricio Funes en El Salvador.

Sin embargo, a partir de 2007, después de haber sido asaltadarelativamente por sorpresa por la proliferación de gobiernos pro-gresistas en la región, la derecha recuperó su capacidad deiniciativa. Esos gobiernos habían capitalizado en el plano electoral

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el descontento social generado por las políticas neoliberales, y avan-zaban en ese plano –el eslabón más débil de la cadena neoliberal–.

Para recomponer su capacidad de iniciativa, la derecha –quecuenta en su campo con la vieja derecha oligárquica y con lascorrientes socialdemócratas que adhirieron al neoliberalismo– sevalió de las esferas donde su hegemonía no había sido afectada, oconservaba, en lo esencial, su fuerza: el poder económico y elmediático. La contraofensiva asumió aspectos distintos en cadapaís, aunque con elementos comunes: crítica de la presencia delEstado y de sus procesos de regulación, de las políticas tributarias,de los procesos de integración regional y con el sur. Se avivarontemas como la “corrupción” –siempre centrada en los gobiernos yen el Estado–, el desabastecimiento, la autonomía de los gobier-nos regionales contra la centralización estatal, las supuestas“amenazas” a la libertad de prensa” –identificada para ellos con laprensa privada–, etcétera.

En Brasil hubo campañas de denuncias contra el gobierno deLula; en Venezuela, después del intento de golpe en 2002, seemprendió la defensa de los monopolios privados en los medios,y hubo denuncias de corrupción y desabastecimiento; en Boliviase criticó la reforma agraria, la nueva Constitución y el uso de losnuevos impuestos sobre la exportación de gas en políticas socialesimplementadas por el gobierno central; en la Argentina se hablóen contra de las formas de regulación de precios y el desabasteci-miento; y en Ecuador, contra la nueva Constitución y las nuevasformas de regulación estatal. Además de esos soportes, la derechacuenta también con los dos principales gobiernos de derecha enla región: México y Colombia.

Después de haber quedado a la defensiva durante los años deexpansión de la economía internacional –que favoreció la obten-ción de recursos del comercio exterior para las políticas sociales–,la derecha retomó la ofensiva también en ese plano haciendodenuncias sobre el riesgo de que regrese la inflación y la necesidadde nuevos ajustes y de aumentar las tasas de interés, en el intentode dar prioridad a la estabilidad monetaria en detrimento de laexpansión económica. La revista The Economist reveló la esperanzade que, con el cambio de la situación internacional, la derecha

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pudiera volver a la carga, apoyada, según la revista, en dos temaspropicios al pensamiento conservador: la inflación y la violencia.Los casos latinoamericanos son significativos en ese sentido.

La fase actual está marcada por el recrudecimiento de losenfrentamientos entre los gobiernos progresistas y la oposiciónde derecha, en el plano político e ideológico. Los intentos de des-calificación del papel del Estado cobran relieve como temacentralizador del conjunto de debates y polémicas entre derechae izquierda. Hoy, se perfilan en el continente algunos países quesiguen el esquema del Estado mínimo: México intenta iniciar unproceso de privatización de la empresa petrolífera Pemex, y conesta medida se convierte en un ejemplo del nuevo ímpetu privati-zador del neoliberalismo; Perú, adherido recientemente, asícomo Costa Rica y Chile, aunque hayan solucionado algunas delas graves falencias de sus antiguos modelos de jubilación privada,se mantienen como “casos” de éxito de esa vertiente.

Por otro lado, hay países que buscan la refundación de sus Esta-dos siguiendo esquemas posneoliberales y posliberales, en elsentido de que buscan nuevas formas de representación política,además del formalismo liberal, como es el caso de Venezuela, Boli-via y Ecuador –estos últimos buscan fundar Estados plurinacionales,pluriétnicos y pluriculturales–. Entre ellos, están los países –comoBrasil, la Argentina, Uruguay y Paraguay– que pusieron en prácticaniveles de regulación del Estado sin recomponer los Estados previosal neoliberalismo, frenando el desmantelamiento de los aparatosestatales, fortaleciendo las capacidades sectoriales de regulaciónestatal, frenando los procesos de privatización anteriores, fomen-tando el nuevo crecimiento del empleo formal y reequipando elfuncionalismo y los servicios públicos.

La victoria de Evo Morales en el referendo de agosto de 2008,por un amplio margen,49 revela que las reservas de apoyo demasas se mantienen, lo que también se advierte en el apoyo popu-lar a Rafael Correa y a Lula. El triunfo electoral de Fernando

49 Evo Morales obtuvo 67% de los votos en el referendo ratificatorio,realizado en agosto de 2008, una marcación bastante más alta a lavotación de 53% que lo eligió presidente de Bolivia en 2005.

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Lugo y la perspectiva de victoria de Mauricio Funes en El Salva-dor demuestran que el margen de consolidación y expansión delos gobiernos progresistas en América Latina no está agotado, apesar de las ofensivas de la derecha.

El destino del neoliberalismo en el continente no está definido.El modelo continúa siendo hegemónico, sea porque en algunospaíses se lo mantiene ortodoxamente, sea porque continúa deuna u otra forma en varios de los principales países del conti-nente, como Brasil, México, Argentina, Colombia, Chile, Perú,Uruguay y Costa Rica, en un mundo dominado por él. Su destinose decidirá sobre todo en los tres países de economía neoliberal;la Argentina y Brasil preservan el modelo, aunque hayan operadoflexibilizaciones, pero están amenazados por las fuerzas oposito-ras de derecha. Brasil, por la fuerza de su economía, el prestigiode Lula y la posibilidad de elección de un presidente que conti-núe y profundice el actual gobierno, puede llegar a tener unpapel más importante en el balance regional de fuerzas entre lahegemonía neoliberal y los proyectos de superarla.

La consolidación y la expansión del ALBA es otro elementoestratégico para definir el futuro del continente e incluso de lasluchas por la construcción de un mundo posneoliberal a escalamundial. Desde un comienzo, esa iniciativa avanzó en los espaciosde menor resistencia, donde el neoliberalismo nunca existió–como Cuba– y donde fracasó antes de poder consolidarse –comoVenezuela, Bolivia y Ecuador–, ya que los gobiernos localesfueron derrocados por movimientos populares. Al ALBA se hansumado Honduras, por el tipo ventajoso de intercambio, y Nicara-gua, que comienza a demostrar la superioridad de los principiosde solidaridad y complementariedad sobre los principios del librecomercio. Petrocaribe refuerza igualmente ese argumento y nospermite imaginar un futuro favorable a la expansión del ALBA.

El grado de internacionalización de las economías del conti-nente, en especial las de mayor desarrollo relativo, como México,Brasil y Argentina, pone un límite a ese camino, y en el caso deestos dos últimos podría ser incluso un límite para la profundiza-ción del Mercosur. Los proyectos de integración regional coincidenen parte con los intereses de las grandes empresas internacionales

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y de las empresas nacionales internacionalizadas, aun cuando éstasprefieran los tratados de libre comercio, que les permiten profun-dizar su integración con el mercado internacional y las potenciascentrales del capitalismo. Sin embargo, la pérdida de dinamismode éstas, en comparación con el comercio interregional y con lasgrandes economías del sur del mundo, en especial China e India,favorece el interés de esas grandes empresas en ciertos aspectos delos procesos de integración, sobre todo aquellos que les abren mer-cados más grandes y perspectivas de nuevas inversiones.

Algunos proyectos, como el Banco del Sur, el gasoducto conti-nental, la UNASUL, el Consejo Sudamericano de Defensa eincluso el Mercosur, son campos de próxima disputa sobre elcarácter de la integración sudamericana, que todavía no disponede proyectos de formulación sobre su futuro que puedan alum-brar sus caminos, sus dilemas y sus perspectivas.

Se puede prever que los próximos grandes enfrentamientos enla región se darán en los procesos de elección o reelección de losactuales gobernantes de los países que participan de los proyectosde integración regional, objetivo que persiguen tanto las fuerzasactualmente gobernantes como las ofensivas de las derechas loca-les. Sucesiones como las de Uruguay (2009), Bolivia (2009, segúnla nueva Constitución), Brasil (2010), Argentina (2011) y Vene-zuela (2012) definirán si el espectro actual de los gobiernosprogresistas tendrá continuidad –condición necesaria, aunque nosuficiente, para que la fisonomía de la región en la primera mitaddel siglo XXI sea definida a partir de ese campo de enfrentamien-tos– o si la derecha volverá a la escena.

¿hacia una américa latina posneoliberal?

¿Hasta qué punto ese nuevo impulso transformador en AméricaLatina puede profundizar sus modelos antineoliberales en unmundo que continúa dominado por las políticas de libre comercio,por la OMC, por el Banco Mundial, por potencias predominante-mente conservadoras? Europa es un ejemplo de estas potencias ylos Estados Unidos, incluso con Barack Obama, son otro.

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El socialismo soviético representó el primer gran impulso trans-formador en el siglo pasado, pero fracasó porque no consiguiósuperar su aislamiento inicial, y, cuando lo hizo, no fue en ladirección de la Europa desarrollada, del centro del capitalismo,de los países de mayor desarrollo de las fuerzas productivas, sinoen la dirección opuesta, en la del Asia más atrasada y AméricaLatina y en la de un país con menor desarrollo dentro de ese con-tinente, Cuba. ¿Qué potencialidades tiene el proceso de luchaantineoliberal en América Latina? Las reacciones antineoliberalesse circunscriben en el marco de los regímenes capitalistas otienen un potencial transformador mucho más profundo? ¿Losgobiernos de países como Brasil, Argentina y Uruguay serán suce-didos por gobiernos de derecha y habrán representado sólo unmomento de recomposición de los procesos de acumulación y dereconquista de legitimidad de los Estados Unidos, puestos encrisis por las políticas neoliberales?

La lucha antineoliberal, aunque reciente, ya tiene historia, harecorrido varias etapas. Comenzó con el Caracazo, movimientopopular de resistencia al paquete neoliberal del gobierno de CarlosAndrés Pérez en Venezuela, en 1989; continuó con la rebeliónzapatista en 1994 y se prolongó con las movilizaciones populares delos campesinos sin tierra en Brasil, con las luchas de los movimien-tos indígenas en Ecuador, Bolivia y Perú, con las luchas de lospiqueteros y por la recuperación de las fábricas en la Argentina. Ensu fase de lucha defensiva hubo resistencia al neoliberalismo.

El triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998, combinado con lascrisis en Brasil (1999) y en la Argentina (2001-2002), funcionócomo un momento de transición hacia una segunda fase, la de lacrisis hegemónica y la disputa política por el gobierno y por lapuesta en práctica de políticas alternativas. Si en la primera etapalos movimientos sociales tuvieron un papel protagónico, el pasaje ala segunda significó, para las fuerzas antineoliberales, el desafío derecuperar el espacio político mediante formas tradicionales o inno-vadoras de articulación entre la esfera social y la esfera política.

Inmediatamente después se inició la etapa marcada por la impre-sionante serie de victorias electorales en el momento más álgido delrechazo al neoliberalismo, de elecciones y de reelecciones de gobier-

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nos que, de una u otra forma, fueron constituyendo el nuevo bloquede fuerzas progresistas en América Latina y configurando un espacioalternativo a los gobiernos que habían ocupado prácticamente todoel espectro político del continente en la década anterior.

Esas fuerzas avanzaron en las líneas de menor resistencia delneoliberalismo –en especial las políticas sociales, por las devasta-ciones que el neoliberalismo produjo en ese plano– y en losproyectos de integración regional –por el fracaso de las políticasde libre comercio en el continente–, como asimismo en losgrados de recomposición de la capacidad de los Estados –conver-tidos en Estados mínimos por el neoliberalismo– a fin depromover regulaciones y retomar su función de garantizar yextender los derechos sociales.

Fue el período histórico que, siguiendo una orientación pro-gresista y de forma concentrada, más alteró el campo político eideológico latinoamericano; sólo puede comparárselo con el ciclode guerras de independencia, dos siglos antes. Como el neolibe-ralismo estaba desprevenido para enfrentar reacciones en elplano político, y los Estados Unidos estaban inmersos en su polí-tica de “guerra infinita” y en políticas para la región, en pocosaños –de 1998 a 2008– asumieron gobiernos de esa línea en ochopaíses de la región, con derrotas importantes en sólo cuatro(México, Perú, Colombia y Costa Rica).

Luego de ese período de extensión de los nuevos tipos degobierno, algunas señales comenzaron a indicar una reaccióncontraofensiva de la derecha. Las dos fases se entrelazaron en eltiempo: mientras Fernando Lugo triunfa y pone fin a más de seisdécadas de régimen colorado en Paraguay, y Mauricio Funes(Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN)despunta como favorito para las elecciones de abril de 2009 en ElSalvador, las ofensivas derechistas, valiéndose de las dificultades ylas contradicciones vividas por esos gobiernos, continúan.

Esa reacción comenzó con la ofensiva de la derecha venezolana–y el intento de golpe en abril de 2002– y, acto seguido, lasdenuncias de corrupción contra Lula (2005). Ambos casos pre-nunciaron la nueva configuración del bloque de la derecha: unadirección ideológica y política de los grandes medios de comuni-

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cación privados que tenía como agentes a los partidos de la dere-cha. La derecha boliviana, concentrada en las áreaseconómicamente dinámicas de la región oriental del país, se valióde la Asamblea Constituyente para reagruparse.

La derecha retomó la iniciativa contra Lula con denuncias decorrupción –apoyadas en el férreo monopolio de los medios pri-vados y en el bloque de partidos de derecha– que tenían porobjetivo llegar a su impeachment. El apoyo obtenido por las políti-cas sociales permitió al presidente consolidarse mediante esamisma vía; fue reelegido y consiguió el apoyo de casi dos terciosde la población y un índice de rechazo de sólo el 8%.

Hugo Chávez tuvo que enfrentar una oposición derechista quealternó boicots con participación electoral. Confiada en la posibi-lidad que le abría la vía institucional, la derecha se reunificó yfortaleció hasta derrotar al gobierno en el referendo de noviem-bre de 2007. En cuanto asumió la presidencia, Cristina Kirchnersufrió fuertes ataques de la oposición a raíz de su propuesta deelevar los impuestos sobre las exportaciones agrícolas. Después dehaber conseguido aprobar su proyecto de una nueva Constitu-ción, Evo Morales padeció violentos ataques de la oposición, queafectaron el apoyo a su gobierno.

Hasta aquí, los bloques opositores tuvieron, en mayor o menormedida, un carácter claramente restaurador ante los avances con-seguidos por los gobiernos progresistas. Sus plataformas apuntana una recuperación de los Estados mínimos, con menos impues-tos, reanudación de los procesos de privatización, disminución delos gastos estatales, sumados a la apertura de las economías y laacentuación de los procesos de precarización de las relacioneslaborales. En definitiva, un conjunto de medidas que no confor-man un programa y apenas sirven para aglutinar a los sectoresdescontentos y desplazados del poder.

¿Qué será de América Latina después de esos gobiernos progre-sistas? ¿Qué grado de irreversibilidad tienen las transformaciones?¿Qué tipo de regresión puede sufrir el continente si no consigueconsolidar los procesos políticos actuales?

Una primera posibilidad sería la prolongación de los gobiernosactuales y, como consecuencia, la consolidación de los procesos

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de integración, que se proyectaría en las monedas únicas regiona-les, eventualmente en bancos centrales coordinados y en laconcreción del Parlamento Latinoamericano, con avance en losmodelos alternativos. En el plano internacional, fortaleciendo laintegración regional América Latina contribuiría notablemente ala construcción de un mundo multipolar.

Es necesario recordar que las estrategias antineoliberales, lasúnicas posibles en el contexto de correlaciones de fuerza nacionalese internacionales, suponen una disputa hegemónica prolongada,aunque no significan ni la alianza subordinada a fracciones burgue-sas dominantes –como en la estrategia reformista tradicional–, ni elaniquilamiento del adversario –como en la estrategia de la luchaarmada–. Significan más bien el reposicionamiento de la disputahegemónica como guerra de posiciones –en el sentido grams-ciano–, pasando por la conquista de gobiernos, por programas quereviertan los procesos mercantilizadores y retomen la capacidadreguladora y de implementación de medidas sociales por parte delEstado, que impulsen la recomposición de sujetos sociales antineoli-berales y anticapitalistas y, en una etapa posterior, a partir de unEstado refundado, cristalicen la nueva relación de fuerzas y depoder entre los grandes bloques sociales.

Algunos proyectos de integración regional presentan grandes difi-cultades y pueden ser desarticulados dependiendo del grado deavance que alcancen los gobiernos actuales; es el caso del gasoductocontinental, el Banco del Sur y el Consejo de Seguridad de Américadel Sur, entre otros. La izquierda cuenta con un apoyo popularcomo nunca antes tuvo en el continente, sobre todo gracias a laspolíticas sociales desarrolladas por los gobiernos progresistas, unelemento diferenciador en relación con los gobiernos neoliberales.

Es ese apoyo el que se contrapone al poder económico y mediá-tico de la derecha, y hace que las elecciones en la región sedesarrollen en escenarios muy similares. Los candidatos pueden sermás radicales o más moderados, pero el escenario siempre se repite:por un lado, el bloque neoliberal apoyado por el poderoso mono-polio privado de los medios y, por el otro, las políticas sociales de losgobiernos. Ese monopolio fabrica –en el sentido de “fabricación delconsenso”, término empleado por Chomsky–50 la opinión pública,

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define cotidianamente los temas supuestamente más importantespara el país, hace pasar su interpretación como si fuera de interésgeneral, pero termina siendo derrotado cuando intervienen loselectores. Un periodista brasileño, cuando fueron derrotados él y elperiódico para el que trabajaba en las elecciones presidenciales de2006, afirmó: “El pueblo derrotó a la opinión pública”.

Por su significado, el destino de procesos como el de Vene-zuela, Bolivia y Ecuador es esencial para el futuro político eideológico de la región, aunque éste dependa, por el peso quetienen los países, de lo que ocurrirá con los gobiernos actuales deBrasil y Argentina y del futuro que le espere a México. Lo que síes cierto es que la fisonomía de América Latina en la primeramitad del siglo XXI depende del destino de los gobiernos progre-sistas actuales en el continente.

Pero, ¿qué peso puede tener América Latina en la situación delneoliberalismo y del capitalismo en el mundo? ¿En qué medida ladisminución del peso económico del continente, bajo el impactonegativo de las políticas neoliberales, resta importancia a todo loque la región vive en la actualidad, y promete continuar viviendoen el futuro próximo, en el destino general del mundo en las pró-ximas décadas?

Podemos decir, en pocas palabras, pero sin perder de vista loesencial, que el mundo contemporáneo está dominado por tresgrandes ejes, tres grandes monopolios de poder: el poder de lasarmas, el poder del dinero y el poder de la palabra. AméricaLatina puede contribuir, en algunos aspectos, para que se avanceen la superación de esas estructuras de poder, aun cuando, nopueda alterarlas sustancialmente por sí sola. Sin embargo,mediante alianzas con la India, China, África del Sur, Rusia oIrán, y con la intensificación de los intercambios sur-sur, el conti-nente puede adquirir un peso considerable en una insercióndistinta en el escenario mundial y en un mundo igualmente dis-tinto. De cierta forma, eso ya es verdad y se comprueba en larelativa capacidad de resistencia ante la crisis económica actual,

50 Noam Chomsky y Edward S. Herman, Manufacturing Consent: The Poli-tical Economy of the Mass Media, Nueva York, Pantheon, 2002.

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que no deja de afectar al continente, aunque de una formamucho más atenuada si la comparamos con las crisis anteriores.

La lucha contra el poder de las armas significa romper elmundo bajo la hegemonía imperial estadounidense. La contribu-ción de América Latina ha sido negarse a apoyar las políticas deguerra infinitas del imperio, lo que se puso de manifiesto cuandolos Estados Unidos no consiguieron ningún voto en el Consejo deSeguridad de la ONU para invadir Iraq, ni siquiera de algunos desus aliados más próximos, como Chile o México. Colombia, epi-centro de las guerras infinitas en la región, se encuentra aislada,como pudo verse en el episodio de la agresión a Ecuador, cuandorecibió únicamente el apoyo de Washington y la condena de otrospaíses y de la OEA. América Latina es la única región del mundoque realiza procesos de integración relativamente autónomos enrelación con los Estados Unidos, que tiene alternativas para lostratados de libre comercio propuestos por Washington y por laOMC. Posee, además, algunos de los pocos gobiernos del mundoque se oponen frontalmente y desafían la hegemonía imperialestadounidense: Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.

Sin embargo, eso no basta para construir un contrapeso polí-tico y militar a los Estados Unidos; a lo sumo, resiste y construyeun área de integración en una región con poco peso en el nuevoorden económico mundial. La fundación de la UNASUL, un pro-yecto de integración de toda América del Sur y la propuesta de unConsejo Sudamericano de Defensa, ambos sin la participación delos Estados Unidos, así como el Parlamento del Mercosur ya enfuncionamiento, aspiran a un espacio más amplio y con nuevospotenciales de integración.

La importancia del conjunto de la región proviene de susrecursos energéticos (en particular el petróleo, pero también elgas) y de su agronegocio (especialmente para la exportación desoja y el mercado de consumo interno, en proceso de constanteampliación), y también de sus procesos de integración, que multi-plican la fuerza política en negociaciones de su interés. Pero sonlos procesos de ruptura con el modelo neoliberal y los espacios decomercio alternativo, como el ALBA, los que hacen del conti-nente una referencia en los debates sobre alternativas al

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neoliberalismo, como ocurre cada vez más en el Foro Social Mun-dial y en los foros regionales y temáticos. Liderazgos en niveles yespacios distintos, como el de Hugo Chávez y el de Lula, y la pro-yección de procesos como el boliviano y el ecuatoriano, revelan ladimensión política de la creciente importancia de América Latinaen el mundo.

Con todo, existe cierta debilidad en los procesos posneolibera-les latinoamericanos, y uno de los factores de esa debilidad es surelativo aislamiento mundial. Al no encontrar aliados estratégicos,el continente se ve obligado a aproximarse a países que sostienenalguna forma de conflicto con los Estados Unidos, como Rusia,Irán, China y Bielorrusia. Además, los países que dieron pasosconcretos en el sentido de romper con el modelo neoliberal noson los de mayor desarrollo relativo en América Latina, aunquepuedan contar con el peso del petróleo venezolano como triunfoimportante desde el punto de vista económico.

En el plano ideológico, América Latina puede proponer tesispara debatir, como las del Estado plurinacional y pluriétnico, elsocialismo del siglo XXI y la integración solidaria, ejemplificadapor el ALBA. Sin embargo, ni siquiera dentro de cada país existenmedios que difundan nuevas ideas que estén a la altura de losprocesos políticos contemporáneos y de sus desafíos, y se contra-pongan al pensamiento único y sus teorías, reproducidasconstantemente por los medios monopolistas.

El pensamiento crítico latinoamericano, que tiene una largatradición de grandes interpretaciones y propuestas teóricas y polí-ticas, afronta nuevos desafíos, temas del momento como el nuevonacionalismo y los procesos de integración regional, los pueblosoriginarios y el nuevo modelo de acumulación, los procesos desocialización y desmercantilización, las nuevas formas que adop-tará el Estado, las funciones y la naturaleza de la esfera pública, elfuturo político e histórico del continente.

En algunos países, sobre todo en Bolivia, se está dando un ricoy renovado proceso de reflexión y elaboración teórica sobre losprocesos en curso. En otros, y el caso más radical es el de Vene-zuela, se ve una enorme disociación entre la intelectualidadacadémica y el proceso vivido por el país. En otros también, como

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Brasil, Argentina y México, a pesar de su fuerte sistema acadé-mico y del alto nivel de su desarrollo intelectual, una parteimportante de la actividad intelectual no se articula con los prin-cipales procesos de lucha social y política experimentados en elpaís. El potencial teórico existente en la región puede tener unespacio importante en la construcción de alternativas posneolibe-rales si encuentra nuevas formas de articulación con los procesoshistóricos contemporáneos.

En este comienzo del nuevo siglo, América Latina vive unacrisis hegemónica de enormes dimensiones, en la que lo viejointenta sobrevivir mientras lo nuevo encuentra dificultades parasustituirlo. Las condiciones objetivas de agotamiento del modeloneoliberal están dadas, pero países como Brasil, Argentina y Uru-guay, que, aunque flexibilizando el modelo, lo mantuvieron–continuando con la política financiera, pero no con la políticaeconómica– consiguieron, cada uno a su manera, retomar losciclos expansivos de sus economías, algo que los gobiernos ante-riores no habían logrado con su aplicación ortodoxa. México,que todavía aplica el modelo de forma ortodoxa, no consigueavanzar económicamente y el propio Chile, que fue ejemplo deaplicación del modelo neoliberal, está viendo cómo el ciclo degobiernos de la Concertación se agota.

Las dificultades para la construcción de sujetos sociales y políti-cos que superen el neoliberalismo responden, en gran medida, alos obstáculos que impiden dejar atrás el modelo neoliberal.Cuando se avanzó en la construcción de nuevas formas de direc-ción política e ideológica en la lucha antineoliberal, huboprogresos significativos en la construcción de dichos sujetos. Laresolución de la crisis hegemónica proyectará el futuro del conti-nente en la dirección que las luchas sociales, políticas eideológicas definan.

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Aguirre Cerda, Pedro (1879-1941). Gobernó Chile entre 1938 y 1941 apartir de una alianza de centro-izquierda del Partido Radical con elFrente Popular (comunistas y socialistas).

Allende, Salvador (1908-1973). Principal dirigente de la izquierda chi-lena, uno de los fundadores del Partido Socialista local. Médico deformación, ocupó el cargo de ministro de Salud en el gobierno deAguirre Cerda. Después de ser derrotado tres veces, fue elegido presi-dente en 1970 por la Unidad Popular, con una plataforma socialista.

Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).Bloque de integración regional creado en 2004 por los gobiernos deCuba y Venezuela, al cual se incorporaron Bolivia (2006), Nicaragua(2007), Dominica y Honduras (ambas en 2008). En contraposición alos tratados de libre comercio, busca promover la solidaridad y elcomercio justo.

Amaru, Túpac (1742-1781). Lideró una rebelión contra el dominio espa-ñol. Es considerado precursor de la independencia peruana. Tras sucaptura, la batalla siguió con Túpac Catari (1750-1781), en la regióndel Altiplano andino, quien comandó un ejército de casi cuarenta milhombres y llegó a sitiar la ciudad de La Paz. Ambos fueron asesinadospor los españoles.

Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Propuesta lanzada acomienzos de los años noventa por el presidente de los EstadosUnidos George Bush con el objetivo de establecer una legislaciónsupranacional que, entre otros aspectos, eliminaría las restricciones ala circulación de capital y mercaderías en el continente. Fue derrotadapor el surgimiento de nuevos gobiernos y movimientos sociales en2005.

Artigas, José (1764-1850). Político, militar, héroe de la independenciauruguaya.

Asturias, Miguel Ángel (1899-1974). Escritor guatemalteco ganador delPremio Nobel en 1967; se destacó por la crítica social, como en Hom-bres de maíz (1949) y Viento fuerte (1952).

Índice de los principales nombresy siglas citados

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Bachellet, Michelle (1951). Primera mujer que asumió la presidencia deChile, en 2006. Militante de la Juventud Socialista por la Unidad Popu-lar durante el gobierno de Salvador Allende. En 1975 cayó presa y fuetorturada, luego se exilió en Australia y en Alemania.

Banco del Sur. Institución financiera de fomento al desarrollo regional lan-zada por gobiernos latinoamericanos en 2007 para confrontarse alBanco Mundial (BIRD) y al Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Batalla de Ayacucho. Combate desarrollado en Perú en 1824 y que pusofin al dominio colonial español en América del Sur.

Bolívar, Simón (1783-1830). Considerado el estratega más importante dela resistencia contra el dominio español en América Latina, defendíala unión del continente en una sola nación. Fue presidente de Perú yde la llamada Gran Colombia, república extinta en 1831 que abarcabalos territorios actuales de Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá,además de parte de otros países latinoamericanos.

Borges, Jorge Luis (1889-1986). Renombrado escritor y ensayista argen-tino, uno de los exponentes de la literatura del siglo XX. Entre susobras más conocidas se encuentran Ficciones (1944) y El Aleph (1949).

Brizola, Leonel de Moura (1922-2004). Representante del laborismo deGetúlio Vargas, fue uno de los más destacados líderes políticos deBrasil, y siempre estuvo cerca de los movimientos sociales. En 1961desmanteló un intento de golpe de Estado, y en la década del noventase opuso a las privatizaciones de Fernando Henrique Cardoso y fuecandidato a vicepresidente por el PT.

Cárdenas Del Río, Lázaro (1895-1970). Presidente de México duranteseis años (1934-1940), se convirtió en una de las referencias políticasmás importantes del país. Nacionalizó las riquezas petrolíferas, llevó acabo la reforma agraria y fomentó la educación pública.

Carpentier, Alejo (1904-1980). Escritor cubano que formuló las bases del“realismo maravilloso”. Conocido por su estilo barroco y autor de Elreino de este mundo (1949), sobre la revolución haitiana.

Chávez, Hugo (1954). Militar venezolano que llegó a la presidencia de supaís en 1998 por el voto popular y fue reelegido en 2006. En 2002resistió a un golpe orquestado por la elite económica con apoyo de losmedios y de los Estados Unidos. Su gobierno inicia un nuevo períodoen América Latina, que intenta superar el neoliberalismo en el conti-nente.

Che Guevara, Ernesto (1928-1967). Ícono de la izquierda mundial, ins-pira a viejas y nuevas generaciones de militantes. Participó delmovimiento guerrillero cubano que derrocó la dictadura de FulgencioBatista, y de diversas iniciativas para coordinar y articular la izquierda.Murió en la guerrilla boliviana.

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índice de los principales nombres y siglas citados 203

Cienfuegos, Camilo (1932-1959). Destacado líder guerrillero cubano,murió tras el triunfo de la revolución en un accidente aéreo.

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Órganovinculado a la ONU, fundado en 1948. Desarrolló un marco teóricoque rompió con la linealidad de los modelos de desarrollo de la épocay se constituyó como una base para la aplicación de los programas deindustrialización por sustitución de las importaciones en los países dela región.

Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE).Articulación política de movimientos indígenas creada en 1986, en elmarco de las resistencias a las privatizaciones en América Latina. Susmovilizaciones contribuyeron a derribar a Abdalá Bucaram (1997) y aJamil Mahuad (2000). Su brazo político es el Movimiento de UnidadPlurinacional Pachakutik.

Consejo de Seguridad de América del Sur. Órgano de consulta vinculadoa la Unión de Naciones de América del Sur (UNASUR). Nació de unapropuesta del gobierno brasileño en 2008 en respuesta a la crecientemilitarización de la política exterior estadounidense.

Consenso de Washington. Conjunto de políticas públicas apoyadas pororganizaciones financieras multilaterales y países desarrollados quefue aplicado en América Latina en los años 1990. Privatizaciones, ajus-tes fiscales y desregulación de flujos de capitales y de mercancías sonalgunos de sus ejemplos.

Correa, Rafael (1969). Economista ecuatoriano electo presidente en2006.

Cortázar, Julio (1914- 1984). Escritor argentino reconocido mundialmentepor sus relatos fantásticos. Autor de Bestiario (1951) y Rayuela (1963).

Ejército de Liberación Nacional (ELN). Formado en 1964, es un movi-miento de resistencia armada colombiano que contó con laparticipación de Camilo Torres.

Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Grupo de resistenciasurgido a mediados de los años ochenta, que ganó proyección mun-dial en enero de 1994 con la ocupación de territorios en Chiapas,México.

Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM). Creada en La Habanaen el año 1999 por el presidente de Cuba, Fidel Castro, tiene por obje-tivo formar médicos comunitarios. Ofrece becas para estudiantespobres de países latinoamericanos, africanos y de los Estados Unidosque, una vez formados, regresan a sus países de origen. A partir de unconvenio del ALBA, Hugo Chávez creó una sede en Venezuela. Losesfuerzos responden al compromiso de formar doscientos mil médicosen América Latina y el Caribe en un plazo de diez años.

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Fidel Castro (1926). Líder revolucionario cubano, creó y lideró el Movi-miento Revolucionario 26 de Julio. Comandante del movimientoguerrillero que depuso al dictador Fulgencio Batista en 1959, ocupó elcargo de primer ministro hasta 1976, cuando fue elegido presidentedel Consejo de Estado. En 2006 se apartó del puesto por motivos desalud. Renunció oficialmente en 2008 y fue sustituido por su hermanoRaúl Castro, elegido presidente.

Foro Social Mundial (FSM). Espacio de articulación y debate político sur-gido en 2001 en Puerto Alegre, Brasil, inspirado en las manifestacionescontrarias al Foro Económico de Davos. Bajo el lema “otro mundo esposible”, el FSM agrupa diversas formas de resistencia al neolibera-lismo.

Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Fundado en 1961, seinspiró en la lucha antiimperialista de Augusto Sandino y tomó elpoder en Nicaragua. Gobernó el país entre 1979 y 1990.

Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Movimiento deresistencia armada que inició sus actividades en los años cuarenta. Dosde sus principales líderes murieron en 2008: Manuel Marulanda o“Tiro Fijo”, y Raúl Reyes.

Goulart, João (1918-1976).Conocido como Jango, fue un reformista ypolítico nacionalista del Partido Laborista Brasileño de Getúlio Vargas.Sucedió a Jânio Quadros en la presidencia y fue depuesto por el golpemilitar de 1964.

Guerra del Agua. Rebelión victoriosa desencadenada en el año 2000, enCochabamba (Bolivia), por militantes de movimientos sociales contrala privatización del servicio de distribución de agua.

Guillén, Nicolás (1902-1989). Poeta, periodista y militante políticocubano.

Kirchner, Cristina Fernández de (1953). Abogada, elegida presidenta dela Argentina en el año 2007.

Kirchner, Néstor (1950). Abogado, presidente argentino entre 2003 y2007.

La Comuna. Grupo de intelectuales bolivianos que a partir de una nuevainterpretación de la historiografía del país construyó una plataformapolítica que favorece la integración del papel de los pueblos origina-rios en la historia.

Lugo Méndez, Fernando Armindo (1949). Obispo paraguayo, elegidopresidente en 2008 con el apoyo de una coalición de centroizquierda,que puso fin a sesenta y un años de dominio del Partido Colorado.

Lula da Silva, Luiz Inácio (1945). Líder sindicalista, fundador del PT ele-gido presidente de Brasil en 2002 y en 2006.

M-19 (Movimiento 19 de Abril). Movimiento de resistencia armada sur-

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índice de los principales nombres y siglas citados 205

gido en 1973. Se convirtió en partido político en 1990, bautizadocomo Alianza Democrática M-19.

Mariátegui, José Carlos (1894-1930). Intelectual peruano, consideradouno de los exponentes de la teoría revolucionaria latinoamericana.

Marighella, Carlos (1911-1969). Militante comunista, fundó la AcciónLibertadora Nacional (ALN) y fue figura destacada en la lucha contrael régimen militar en Brasil.

Martí, Farabundo (1853-1932). Fundador del Partido Comunista Salva-doreño, delegado de la Internacional Comunista. Organizó unaguerrilla campesina e indígena en 1932.

Martí, José (1853-1895). Intelectual cubano reverenciado como héroe dela lucha por la independencia. Fundó el Partido Revolucionario Cubano(1892) y fue asesinado por tropas españolas en el campo de batalla.

Mella, Julio Antonio (1903-1929). Fundador del Partido Comunista deCuba y organizador del I Congreso Nacional de Estudiantes del país.

Mercosur. Bloque de integración regional formado por Argentina, Brasil,Paraguay y Uruguay en 1991, que tiene a Chile y Bolivia como miem-bros asociados. Se está debatiendo un pedido de adhesión deVenezuela en el Parlamento de los países fundadores.

Mistral, Gabriela (1889-1957). Escritora chilena, primera mujer y pri-mera representante de América Latina que recibió el Premio Nobel deLiteratura (1945). Autora de Ternura (1924) y Tala (1938).

Montoneros. Movimiento de resistencia armada argentino creado en losaños sesenta que cobró importancia con la vuelta de Perón a la presi-dencia en 1973.

Morales, Evo (1959). Primer presidente de origen indígena de Bolivia.Fue dirigente de los campesinos productores de hoja de coca y líderdel MAS.

Movimiento al Socialismo (MAS). Coalición político-electoral lideradapor Evo Morales que nació en 1995, en Cochabamba (Bolivia), en elcontexto de resistencia de los cocaleros al neoliberalismo. Incorporóotros sectores de la sociedad y, en 2005, conquistó la presidencia.

Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR). Creado en 1965, bajola influencia de la Revolución Cubana, participó de la coalición queeligió a Salvador Allende. Luego del golpe militar se disolvió debido ala fuerte represión sufrida.

Movimiento de los Países No Alineados. Comenzó durante la GuerraFría, en 1955, en la reunión de Bandung, Indonesia. Representó unaalternativa para los países que buscaban una articulación internacionalque no fuera liderada por los Estados Unidos o por la Unión Soviética.

Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST). Organizaciónpopular campesina creada en 1984 a partir de la lucha por la reforma

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agraria. Actuando en veinticuatro estados, el MST se convirtió en unode los principales movimientos sociales del país y defiende la construc-ción de un proyecto popular basado en la justicia social y la dignidadhumana.

Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Movimiento clandestino cubanocreado en 1953 por Fidel Castro y otros compañeros. Lideró la resis-tencia clandestina hasta la Revolución Cubana en 1959.

Neruda, Pablo (1904-1973). Poeta chileno, militante del Partido Comu-nista y considerado uno de los principales escritores de AméricaLatina. Ganó el Premio Nobel en 1971. Autor de Veinte poemas de amory una canción desesperada (1924) y Canto general (1950).

Operación Milagro. Política de cooperación internacional cubano-vene-zolana que ofreció asistencia oftalmológica a latinoamericanos pobres.En cuatro años de práctica, más de un millón de personas recibieronatención gratuita.

Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Organismo lide-rado por Cuba para coordinar estratégicamente las luchasantiimperialistas en la región. Nació en 1967, tras el éxito de la reu-nión de la Tricontinental. Perdió vigor después del asesinato del CheGuevara.

Ortega, Daniel (1945). Militante del Frente Sandinista de LiberaciónNacional (FSLN). Fue presidente de Nicaragua entre 1995 y 1990, yreelecto en 2006.

Paz Estenssoro, Víctor (1907-2001). Fundador del Movimiento Naciona-lista Revolucionario (MNR) boliviano, elegido cuatro veces presidenteen su país.

Perón, Juan Domingo (1895-1974). Personalidad emblemática de la polí-tica argentina. Presidente en tres períodos (1946-1952; 1952-1955 y1971-1972), creó una corriente política conocida como peronismo.

Perón, María Estela Martínez de (“Isabelita”) (1931). Segunda mujer deJuan Domingo Perón. Fue elegida vicepresidente en 1974 y asumió lapresidencia un año después, tras la muerte de Perón. Gobernó hasta1976, cuando fue depuesta por el golpe militar.

Prestes, Luis Carlos (1898-1990). Uno de los más influyentes dirigentescomunistas brasileños del siglo XX, fue conocido como el Caballerode la Esperanza por una legendaria marcha que atravesó Brasil desde1924 a 1927.

Pretocaribe. Acuerdo de cooperación energética regional, firmado en2005, bajo el liderazgo del gobierno venezolano. Aspira a solucionarlos problemas energéticos en el Caribe con una política basada en elprincipio de complementariedad y solidaridad.

Recabarren, Luis Emilio (1876-1924). Teórico y político chileno que

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índice de los principales nombres y siglas citados 207

participó de la fundación de los partidos comunistas de Chile y laArgentina.

Roa Bastos, Augusto (1917-2005). Considerado el principal escritor para-guayo, recibió el Premio Cervantes en 1989.

Rulfo, Juan (1917-1986). Escritor mexicano, publicó El llano en llamas(1953) y Pedro Páramo (1955). Es una de las principales referencias dela literatura fantástica en América Latina.

San Martín, José de (1778-1850). Militar argentino que participó de lasluchas por la independencia de la Argentina, Chile y Perú.

Sandino, César Augusto (1895-1934). Guerrillero nicaragüense, lideró la rebe-lión popular contra la ocupación estadounidense a fines de los años 1920.

Teología de la Liberación. Fecunda interacción entre marxismo y cristia-nismo, surgida en los años 1970 en América Latina.

Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Acuerdo fir-mado por los Estados Unidos, Canadá y México que creó una zona delibre comercio a partir de enero de 1994.

Tricontinental. Reunión celebrada en 1966 en Cuba, en el marco de lasvictorias de la Revolución Cubana y de la Revolución Argelina, quedieron impulso a movimientos revolucionarios en América Latina,África y Asia. Del encuentro surgió la publicación homónima.

Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Agrupación de ultradere-cha argentina que ejecutaba operaciones contra militantes deizquierda a mediados de los años setenta.

Tupamaros. Movimiento urbano armado en defensa de la liberaciónnacional creado en los años 1960 en Uruguay. En 1985, tras ser desar-ticulado por la dictadura, se convirtió en partido político y participóde la coalición Frente Amplio que eligió como candidato presidenciala Tabaré Vázquez.

Unidad Popular (UP). Coalición política de izquierda formada en 1969 yque eligió a Salvador Allende.

Unión de las Naciones Sudamericanas (UNASUL). Espacio de articula-ción política de los gobiernos de América del Sur que tiene comofinalidad acelerar el proceso de integración regional.

Vargas, Getúlio (1883-1954). Considerado el principal estadista brasileñodel siglo XX, fue presidente en dos períodos: 1930-1945 y 1950-1954.Sus políticas priorizaron el desarrollo industrial y el reconocimientode los derechos sindicales de los trabajadores.

Vázques, Tabaré (1940) Médico de formación, militante del PartidoSocialista, elegido presidente de Uruguay en 2004.

Velasco Alvarado, Juan Francisco (1910-1977). Militar peruano que enca-bezó una insurrección en 1968, cuando un grupo de oficiales delEjército decidió implementar reformas sociales y económicas en Perú.

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Yrigoyen, Hipólito (1852-1933). Primer presidente argentino elegido porsufragio universal masculino y secreto. Gobernó en dos períodos:1916-1922 y 1928-1930.

Zapata, Emiliano (1879-1919). Uno de los líderes militares más notablesde la Revolución Mexicana, que se destacó por la defensa de lareforma agraria. Junto a Francisco “Pancho” Villa, controló una parteimportante del territorio mexicano en la década de 1910. Fue asesi-nado en 1919.