El libro electrónico

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El libro electrónico ¿nuevas formas de leer, nuevas formas de escribir? 1 Autor: Francisco Javier Quintana Toret EL LIBRO ELECTRÓNICO ¿NUEVAS FORMAS DE LEER, NUEVAS FORMAS DE ESCRIBIR? Francisco Javier Quintana Toret

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Artículo de opinión sobre las consecuencias culturales del libro electrónico.

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El libro electrónico ¿nuevas formas de leer, nuevas formas de escribir? 1

Autor: Francisco Javier Quintana Toret

EL LIBRO ELECTRÓNICO

¿NUEVAS FORMAS DE LEER, NUEVAS FORMAS DE ESCRIBIR?

Francisco Javier Quintana Toret

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Autor: Francisco Javier Quintana Toret

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La Delegación Provincial de Educación de Málaga organizó los pasados días 13 y 14 de abril el IX Encuentro provincial de Lectura y Bibliotecas Escolares bajo el título "Biblioteca escolar, puerto seguro". Las dos conferencias capitales del evento, una del profesor universitario José Antonio Cordón y la otra del editor del prestigioso portal cultural “dosdoce”, coincidieron, lo cual no deja de ser harto significativo, en la misma temática: el futuro inminente del libro electrónico en la civilización actual. Al finalizar la exposición de este último conferenciante y formularse la invitación de rigor -¿desea alguien hacer alguna pregunta?- se impuso en la sala un profundo silencio y tras unos minutos, algo embarazosos por el silencio imperante, un oyente levantó la mano y dijo por todo comentario: "Lo único que se me ocurre decir es que estoy acojonado".

¿Desbancará en un futuro próximo el libro electrónico al tradicional?

El castizo exabrupto no deja de ser ilustrativo del sentimiento angustioso que más de uno y de una, entro los cuales me incluyo, compartimos y venimos experimentando ante lo que se nos anuncia de forma persistente e incluso

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ominosa. A saber. En primer lugar que los días del libro, tal como lo conocemos hasta hora, esto es, impreso en papel, están llegando a su fin. En segundo término, el insoslayable corolario de la anterior afirmación, esto es, que las bibliotecas materiales, con libros y estanterías alojadas en salas, también entrarán en progresiva extinción. Por supuesto, una afirmación tan rotunda y demoledora de semejante calibre se sustenta en una amplia batería de datos estadísticos, cifras tremebundas que ambos autores esgrimieron de forma persuasiva ante un auditorio inicialmente escéptico pero cada vez más asombrado. Las cifras, a medida que eran analizadas, empezaban a sonar como una especie de letanía fúnebre pues parecía que estábamos oficiando el réquiem por los libros difuntos. Nos referimos, obviamente, a los de papel. Expongo aquí, por reveladores, algunos de esos datos.

Dentro de la producción tecnológica también se producen dramáticas competiciones por acaparar el mercado del libro electrónico. En este sentido, tal como se aprecia en el gráfico, el e-book parece condenado a la extinción frente al éxito de las tablets.

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Más de la mitad de los lectores y lectoras españoles lo hacen ya en algún tipo de soporte digital (el 46% a través del ordenador, el 7% a través del móvil 1% utilizando un e-book). Estos porcentajes corresponden a la última medición demoscópica realizada en el año 2010 por la Federación de Gremios de Editores de España que hace un seguimiento de los hábitos de lectura y la compra de libros. Añade además una información reveladora: empieza a dispararse la venta de los tablets que hasta ahora registraban unas cantidades insignificantes en España frente otros países del entorno desarrollado occidental. Entre esos datos destaca, a mi juicio, la evolución de la oferta y la demanda de productos bibliográficos en el mundo anglosajón, con especial referencia, como era de esperar, a los Estados Unidos. Mientras que las ventas en soporte papel disminuyen en porcentajes alarmantes, simultáneamente, en proporciones muy superiores aumentan las descargas de libros electrónicos. Por cierto, Amazon, una empresa surgida para la venta on-line, está asociada con el omnipotente Google y parece encabezar el control de este mercado expansivo: las descargas de bibliotecas virtuales.

Añado además otro dato asimismo alarmante que, la verdad sea dicha, me sorprendió sobremanera: los lectores empedernidos y tradicionales, ya sea por edad o costumbre, aunque tardan en incorporarse a la tecnología

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e-book, cuando dan ese paso crucial, terminan por abandonar los volúmenes de tinta negra y papel. ¿Traición?, ¿celo de converso? Hace años, ante esa opción, casi con toda seguridad hubiera afirmado de manera categórica que de tales aguas yo nunca bebería. Hoy en día, sin embargo, azorado, me desenvuelvo entre la incertidumbre y el desasosiego. ¿Acaso también yo terminaré leyendo a Pessoa, Cavafis o Borges en un tablet o en un iphone? ¡Chi lo sa! Coincido con el juicio de los conferenciantes cuando afirmaban que el tipo de soporte sobre el que se despliega el texto escrito, en sí mismo, no tiene mayores implicaciones que las de carácter estrictamente práctico, operativo u opcional. "Canta, oh musa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas valerosas de héroes..." se leerá de la misma manera y con idéntica emoción ya sea sobre un pergamino, un libro o un dispositivo de lectura electrónica.

Desde la invención de la escritura, hace unos cinco mil años, el soporte material de la misma ha evolucionado a través de la historia: arcilla, piedra, papiro, pergamino, papel y ,ahora, la pantalla del reproductor.

Aunque yo prefiero la segunda opción, no soy tan maximalista como para repudiar la última alternativa, ni tan obtuso como para reconocer evidentes ventajas del entorno

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digital. Viajar a cualquier parte con toda una biblioteca ambulante alojada en un dispositivo, que es capaz de almacenar varios miles de volúmenes en un paralelepípedo de apenas algunos centímetros, no deja de ser un milagro tecnológico. Tan revolucionario, por cierto, como el que supuso en su día la invención de la imprenta por Gutenberg. Ahora bien, al referirnos a la revolución que entraña el libro electrónico conviene concretar una importante puntualización para evitar confusiones. El cambio capital no radica tanto en la cuestión formal, es decir el tipo de soporte (pantalla en vez de papel) como en las potenciales modificaciones que generarían los nuevos medios sobre la naturaleza de los contenidos literarios. Semejante mutación, a juicio de Javier Celaya, ya se está operando en el escritor digital o ¿debamos denominarlo quizás “electrónico”? El asunto, por enjundioso, quizás requiera una breve reflexión y para ello, previamente, necesitamos aclarar que "libros digitales" no son lo mismo que "libros electrónicos".

Cabría preguntarse si el medio es neutro y accidental o termina por condicionar de forma sustantiva el contenido.

Los primeros consisten en la reproducción de cualquier texto, por antiguo que sea, en el formato digital para poder ser leído en la pantalla de un ordenador o una tablet. Por

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ejemplo, cuando nos conectamos a internet y accedemos a la novela El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha alojada en la website del Instituto Cervantes. El contenido es idéntico al que podemos encontrar en cualquier ejemplar de la obra cumbre cervantina de una biblioteca física. Los otros, en cambio, incorporan elementos foráneos al propio texto que enriquecen, complementan e incluso modifican la forma de lectura. Citemos a título ilustrativo la misma obra pero "interactiva" ahora -atención con el adjetivo- que ha publicado la Biblioteca Nacional de España. Aquí nos encontraremos un plus adicional de información en torno a la pieza literaria (ambientación con música de la época, selección de texto -entre la edición prístina y la trascripción al castellano actual, buscador interno, galería de imágenes, ediciones posteriores, información sobre la vida cotidiana en el siglo XVII, audiovisuales, etc.) que de alguna manera modifica la perspectiva, y la percepción, del lector.

El “Quijote interactivo” de la Biblioteca Nacional

Pero todavía existe una derivada de mayor trascendencia aún y que, en mi modesta opinión, sería la más significativa. La difusión de las nuevas tecnologías bibliográficas está contribuyendo a la génesis no solo de una nueva forma de leer sino también de escribir. Casi se podría señalar la emergencia imparable de una generación

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de "escritores electrónicos", ignoro si el término existe o es el apropiado pero creo que se entiende su intencionalidad, que se inició hace años y se ampliará de forma arrolladora en el inminente futuro. Son creadores que escriben adaptando su estilo a las características del medio. Empero, ¿cuáles son los rasgos de ese nuevo estilo literario? ¿Superará en calidad a los estilos de la época del papel, la tinta y la edición impresa? ¿La interactividad aquilata forma y contenido o, por el contrario, puede ser un regalo envenenado para el propio discurso literario? La metamorfosis en marcha proyecta luces y sombras que se vislumbran en el horizonte de esta novedosa modalidad de escritura, aunque, no lo olvidemos, también de lectura; sin embargo todavía es pronto para enjuiciarla de forma categórica e irreversible. Mencionémoslas simplemente. La inclusión de la interactividad en la obra literaria electrónica parece insoslayable y es un elemento relevante que el escritor deberá tener en cuenta, al menos como opción posible. Más discutible será evaluar como plausible los resultados concretos que surjan con la incorporación de este nuevo componente. Por otra parte, el estilo tiende hacia la simplificación, la frase se hace escueta, el periodo sintáctico se acorta y, ¿quién lo puede saber con certeza?, quizás la estructura sintáctica primará las oraciones coordinadas en detrimento de las subordinadas. El barroquismo, por lo tanto, parece amenazado por muchas razones y, por supuesto, malos tiempos corren para los émulos de Cicerón. El lector de la generación electrónica, esto es nuestros actuales jóvenes, desde hace ya varias generaciones están inmersos en un universo icónico donde la comunicación recurre con preferencia a la imagen y margina el texto, donde el crecimiento exponencial de la información exige una lectura rápida, casi vertiginosa, sin muchas

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concesiones a la reflexión sosegada de aquello que se lee y, posiblemente, una de sus peores consecuencias sean las crecientes disfunciones que se detectan en la lectura comprensiva. Ese mismo vértigo se proyecta también en la forma en la que escriben las nuevas generaciones de adolescentes. La mensajería electrónica, el messenger, los tuenti, los facebook y los chats, como es sabido, ha determinado desde hace tiempo, en su intrínseca demanda de rapidez e inmediatez, la construcción de un nuevo lenguaje, sincrético, sintético y esquemático. Pero también empobrecido en un grado muy alarmante, tal como constatamos en nuestra praxis docente cotidiana los que nos dedicamos a la enseñanza.

El incremento exponencial de la información y la facilidad para disponer de esa ingente masa documental prima la lectura rápida, la simplificación del mensaje y, posiblemente, un procesamiento acrítico del mismo entre las generaciones digitales.

Otras consecuencias, no cabe duda de ello, han sido sumamente positivas y podemos apreciar en la revolución tecnológica que gravita en torno al libro electrónico una auténtica revolución cultural que, hasta ahora, estaba siendo viable. Me refiero a la universalización del acceso a los productos culturales, no solo libros, a través de esa comunidad global que se sustenta en una especie de filosofía libertaria, entrañablemente romántica, donde todo es compartido de forma gratuita y libre, sin las restricciones clasistas que emanan de la mercantilización capitalista de

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la cultura. La red de redes, Internet y sus potentes motores de búsqueda, ha permitido como nunca antes ocurriera en la historia de la humanidad, y vuelvo a subrayar el “hasta ahora”, poner a disposición de amplísimos sectores sociales las exquisiteces que antes solo eran disfrutadas por los poderosos. Podemos visitar museos aunque nuestros recursos nos impidan desplazarnos a la ciudad donde se encuentran, podemos leer libros aunque no podamos comprarlos. Esa utopía, desgraciadamente, también está amenazada por las razones que todos sabemos: la reivindicación furibunda de los derechos de propiedad intelectual, el monopolio empresarial de la información, el mercantilismo cultural y la cruzada, que parece imponerse de forma rotunda e inmisericorde, contra la gratuidad. Lo que se usa, que se compre y, claro está, el que no tenga medios para pagarlo pues, como siempre, que se aguante. Omito el sonoro taco que se me viene a la lengua.

Cuando comenzó la singladura de Internet es probable que nadie pudiera predecir la magnitud que alcanzaría el fenómeno. La etapa inicial de un espacio de libertad sin límites y de intercambios altruistas y solidarios parece tocar a su fin. El sistema capitalista imperante no puede tolerar la existencia de espacios que escapen a las leyes del mercado, la privatización del producto, cualquiera que sea su naturaleza, si es susceptible de generar beneficios empresariales.

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Obviamente el IX Encuentro provincial de Lectura y Bibliotecas Escolares no era el foro que pudiera abordar el debate en profundidad de todas estas cuestiones tan trascendentales. Tan solo quedó patente que la revolución tecnológica del libro electrónico, como ocurriera en el pasado con otras etapas históricas de profundas transformaciones, nos brinda un amplio espectro de posibilidades que, según como se gestionen entre todos los miembros de la comunidad, universal ya en este mundo de la globalización, provocará logros incuestionables o estrepitosos fracasos. Ya veremos. No obstante, negar esta realidad que ya está presente entre nosotros, y crece además de manera vertiginosa, no me parece una actitud sensata ni realista. Más coherente sería, al menos esa es mi opinión personal, contribuir de forma activa, cada uno desde su esfera de actuación, para que esa herramienta, (pues el libro electrónico no es en sí mismo ni bueno ni malo, sino un vehículo más para transmitir pensamientos, conocimientos y sentimientos), sirva y se instrumente al servicio de ese derecho inalienable que toda persona tiene a disfrutar de la educación y la cultura.