El huésped inquietante

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ESTUDIOS El huésped inquietante Fernando García es Profesor de Filosofía y coordinador de pastoral del Colegio “El Pilar” de Soto del Real. SÍNTESIS DEL ARTÍCULO Partiendo de la reflexión filosófica del pensador italiano U. Galimberti, el artículo analiza el influjo de la cultura nihilistaen la vida y comportamientos de los jóvenes, destacando de manera especial algunos rasgos más relevantes: analfabetismo emotivo, publicidad de la intimidad, proceso de normalización, problema de las drogas. Ante un influjo tan hondametne arraigado ya en el mundo juvenil, el autor señala la importancia de la educación. «Un libro sobre los jóvenes: porque los jóvenes aunque no siempre sean conscientes de ello, se encuentran mal. Y no es por las habituales crisis existenciales que rodean la juventud, sino porque un huésped inquietante, el nihilismo, actúa entre ellos, penetra en sus sentimientos, confunde sus pensamientos, borra perspectivas y horizontes, apaga la propia alma, seca las pasiones dejándolas sin sangre…» Con estas palabras comienza Umberto Galimberti su libro L’ospite inquietante publicado en el 2007 para analizar la influencia de la extendida cultura nihilista en el mundo juvenil. Tras haberlo leído y desde la atalaya que me propicia el contacto directo con los chicos en el mundo de la escuela y del tiempo libre y que me permite contrastar los sesudos análisis de filósofos y psicólogos con lo que los propios chicos dicen de si, afronto la tarea de escribir estas páginas acompañado por el ruido de un grupo de alumnos de bachillerato que juegan al futbolín en la sala del Centro Juvenil. 1. El influjo de Nietszche Hablar de nihilismo es lo mismo que hablar de Nietzsche. Decir que la inmensa mayoría de

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ESTUDIOS

 

El huésped inquietante

 

Fernando García es Profesor de Filosofía y coordinador de pastoral del Colegio “El Pilar” de

Soto del Real.

 

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

Partiendo de la reflexión filosófica del pensador italiano U. Galimberti, el artículo analiza el influjo de lacultura nihilistaen la vida y comportamientos de los jóvenes, destacando de manera especial algunos rasgosmás relevantes: analfabetismo emotivo, publicidad de la intimidad, proceso de normalización, problema delas drogas. Ante un influjo tan hondametne arraigado ya en el mundo juvenil, el autor señala la importanciade la educación.

 

 

«Un libro sobre los jóvenes: porque los jóvenes aunque no siempre sean conscientes de ello, se

encuentran mal. Y no es por las habituales crisis existenciales que rodean la juventud, sino porque

un huésped inquietante, el nihilismo, actúa entre ellos, penetra en sus sentimientos, confunde sus

pensamientos, borra perspectivas y horizontes, apaga la propia alma, seca las pasiones dejándolas

sin sangre…»

Con estas palabras comienza Umberto Galimberti su libro L’ospite inquietante publicado en el 2007

para analizar la influencia de la extendida cultura nihilista en el mundo juvenil. Tras haberlo leído y

desde la atalaya que me propicia el contacto directo con los chicos en el mundo de la escuela y del

tiempo libre y que me permite contrastar los sesudos análisis de filósofos y psicólogos con lo que

los propios chicos dicen de si, afronto la tarea de escribir estas páginas acompañado por el ruido de

un grupo de alumnos de bachillerato que juegan al futbolín en la sala del Centro Juvenil.

 

1.     El influjo de Nietszche

 

Hablar de nihilismo es lo mismo que hablar de Nietzsche. Decir que la inmensa mayoría de

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nuestros adolescentes y jóvenes son hijos adoptivos de don Federico es algo que para mí esta

fuera de discusión. Nadie como él ha tenido tanta importancia en la configuración de un estilo de

vida, ampliamente extendido en nuestra sociedad de forma muy especial entre los jóvenes e

inconscientemente asumido por muchos de ellos. Ese huésped citado por Galimberti, habita en

muchas vidas anónimas adoptando la forma de una confusión axiológica, de una debilitación de los

principios, de una pérdida de la estabilidad y de una abolición de los objetivos y los fines en la vida.

Nietzsche solía afirmar que con Sócrates había comenzado la decadencia… Un siglo despúes de sus

palabras podemos constatar cómo el ideal socrático duerme el sueño de los justos para un

importante número de jóvenes. El filósofo ateniense, que curiosamente murió acusado de

corromper a la juventud, había llenado su ciudad de ideas tan «atroces» como invitar a la gente a

conocerse a sí mismo, animar a sus paisanos a buscar con la ayuda de otras personas la verdad,

esforzarse en conocer el bien para huir de la ignorancia que nos lleva al mal. Sócrates, el

pervertidor de la juventud había invitado a pensar con libertad.

El huésped que hoy ocupa la mente de muchos jóvenes se ha encargado de alejarles totalmente

del ideal socrático. La inteligencia ha claudicado en favor del sentimiento, entregando el timón de

la propia vida, no al razonamiento sino a la corazonada del momento. La verdad se ha difuminado

en un mundo donde parece que nada es estable y duradero, todo depende del aquí y del ahora, del

momento, del cómo me sienta o cómo me parezca. El mal ha dejado de existir, o al menos ha

dejado de ser relevante. Esa moral tradicional – y ya esta palabra está cargada de sentido

peyorativo- se presenta como una auténtica moral de esclavos de la que es preciso liberarse.

Cualquier referencia a principios o valores parece conllevar enemistarse con una vida entendida

como improvisación, placer, disfrute, deseo.

Y nuestro huésped, ese nihilismo anunciado por Nietszche ha ido carcomiendo poco a poco nuestra

cultura hasta hacer tambalearse a las dos instituciones que más importancia tienen en la educación

de los jóvenes: la familia y la escuela.

La familia sufre día a día la difícil relación entre jóvenes y adultos. Mi contacto cotidiano con los

padres me permitiría compartir una decena de casos sin apenas esforzarme. Desde la madre de

una alumna de bachillerato que me suplica que hable con su hija porque es incapaz de entender

que en esta vida hay que tener ciertos límites (llámese hora de volver a casa, uso de internet, o

formas de divertirse) hasta aquellos padres que dicen que ya no pueden más y claudican ante la

imposibilidad de hacerse con sus hijos en temas de disciplina, autoridad, estudio o

comportamiento.

La escuela cada día tiene más dificultades para enfrentarse a una tarea que aúne lo educativo con

lo académico. La pérdida de autoridad de los profesores, los problemas de convivencia entre los

chicos, el aumento del fracaso escolar, la venta de droga en las puertas de los institutos, la

generalizada falta de esfuerzo y de espíritu de superación son algunas manifestaciones del mal

provocado por ese huésped nihilista.

Tal vez esta crisis, de la escuela y de la familia es una de las situaciones más graves a las que nos

enfrentamos aquellos que intentamos compartir vida con los jóvenes para ayudarles a construir su

propia identidad. Como señala Galimberti en su libro: «La identidad se construye a partir del

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reconocimiento del otro. Si este reconocimiento falta, como le falta siempre al que va mal en la

escuela, la identidad que es una necesidad absoluta para cada uno de nosotros, se construye en

otra parte, en todos aquellos lugares, excluida la escuela, donde se puede obtener un

reconocimiento. Si falla la escuela y falla la familia, sólo queda la calle, y la calle forjará aquel nivel

de reconocimiento que la calle puede conceder. Sexo y droga aparecen como formas exasperadas

de reconocimiento porque otras formas más adecuadas no se han ofrecido»[1]

Llegados a este punto me pongo ahora a la tarea de desarrollar la fisonomía de ese huésped

llamado nihilismo que ha entrado a formar parte de la vida de muchos jóvenes.

 

2.     El analfabetismo emotivo

 

«Hoy la educación emotiva se deja a su ser y todos los estudios y estadísticas están de acuerdo en

señalar la tendencia, en la actual generación, a tener un mayor número de problemas emotivos

respecto a la generación precedente. Y esto porque los jóvenes están más solos y más depresivos,

más rabiosos y rebeldes, más nerviosos e impulsivos, más agresivos, y por ello menos preparados

para la vida porque están privados de los instrumentos emotivos indispensables para poner en

marcha comportamientos como la autoconciencia, el autocontrol, la empatía, sin los cuales serán

capaces de hablar pero no de escuchar, resolver los conflictos y cooperar»[2]

Un día en clase de filosofía realicé una síntesis sobre el pensamiento postmoderno. Mis alumnos

iban escuchando ideas nuevas para ellos que pretendían describir elementos característicos de la

cultura actual: relativismo ético, pensamiento débil y fragmentado, pérdida de la visión lineal del

tiempo, caída de los grandes relatos, victoria de la estética sobre la ética, reducción de la ética y

de la religión al ámbito de lo privado, victoria del sentimiento sobre la razón, lógica consumista…

Terminada mi explicación me pareció oportuno escuchar su opinión. Y tú, ¿cómo te ves? ¿con cuál

de estas caractarísticas te sientes más identificado? Me sorprendió la unanimidad con la que la

clase se decantaba por dos ideas: nos manejamos a golpe de sentimiento y lo tenemos todo.

Bajo la primera idea, «nos manejamos a golpe de sentimiento», se expresa ese analfabetismo

emotivo al que el huésped nihilista ha conducido a tantos jóvenes. Lo que te pide el cuerpo se

presenta como criterio de actuación; el autocontrol y el autodominio son expresiones de los valores

superados en esta sociedad progresista; la identificación del “bien” con el “sentirse bien” se

convierte en el nuevo sustitutivo de la ética. ¿Y con esto qué pasa? Que nuestros jóvenes, lejos de

haberse liberado de la tiranía de la razón, de las ataduras de la moral o de la autoridad de los

padres, se encuentran sólos, abandonados y con serias dificultades para construir una personalidad

equilibrada donde las decisiones de la vida cambian de golpe según los vaivenes propios del mundo

de los afectos.

Si en casa no hay una comunicación afectiva y si en el colegio no se encuentra un ámbito calido, el

adolescente queda reducido a la panda de amigos y a la lógica de mercado de los medios de

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comunicación, desde donde se le invita con una irresponsabilidad increíble al sexo rápido y fácil, al

alcohol o incluso, a pesar de toda la campaña gubernamental de los planes nacionales, al consumo

de drogas.

Si a esto le añadimos que para un porcentaje altísimo de adolescentes la comunicación virtual a

través de tuenti u otras redes llamadas de socialización, tiene más peso en sus vidas que la

comunicación real, no nos podemos extrañar que estemos formando para el futuro una generación

afectivamente inestable con serios problemas para adquirir una personalidad fuerte que les permita

afrontar con éxito los reveses de la vida.

Y es que la personalidad se forma a partir de la alteridad. Si hasta para algo tan básico como es

adquirir la posición erguida necesitamos en nuestros primeros años de vida la observación de otros

seres humanos, cuánto más son importantes los adultos para que los jóvenes vayan adquiriendo

en los momentos de la adolescencia y juventud estrategias de autocontrol, de dominio de sí, de

aceptación de uno mismo y de los demás, de comunicación de los afectos y sentimientos…

Cuando un chico vive a sus 16 años un desierto afectivo es muy fácil que surjan comportamientos

violentos, depresivos, ausencia de ganas de vivir, instrumentalización del sexo sin una referencia a

los sentimientos. Los estudios nos sorprenden mes a mes señalándonos el aumento de número de

suicidios entre los jóvenes y la reducción cada vez mayor de la edad de inicio del consumo de

alcohol, drogas o de relaciones sexuales completas. Y en la raíz de todo esto, está el huésped

nihilista que ha generado un individualismo exasperado y un sentido de la libertad hasta ahora

desconocido, pero que en vez de ser auténticamente liberador, encierra a tantos jóvenes en una

atmósfera de desencanto, de insinceridad y de aburrimiento.

No por acostumbrado, dejo aún de escandalizarme cuando cojo entre mis manos alguna de las

publicaciones dirigidas hacia el público adolescente en las que se les invita a «hacerlo siempre con

condón» a «disfrutar al máximo de tu pareja»… Cuando estas revistas son leídas por chicos y

chicas de 13 años que no hablan de estas cosas con sus padres porque no existe este tipo de

comunicación en sus familias y que están unidos entre sí por el tuenti donde publican fotos de todo

tipo sin ninguna clase de pudor ni intimidad… ¿qué se puede esperar?

Y puede ser el caso, que la segunda parte de este problema emotivo surja o se engradezca por lo

que mis alumnos me dijeron en mi clase de filosofía: «El problema es que tenemos de todo». Son

menores, no trabajan, no se esfuerzan por ganar dinero, incluso y en ocasiones no cumplen con

sus obligaciones académicas… pero no les falta de nada. Se pueden permitir ir a esquiar en

vacaciones, comprarse la ropa que les apetece o llevar el dinero que quieran en la cartera. Y así el

pragmatismo económico que nos rodea se convierte en una especie de chantaje afectivo en el

núcleo familiar. Los padres, desprovistos de autoridad y cansados de pelear, se ven obligados a

negociar con sus hijos, a pactar y en ocasiones hasta aceptan el chantaje. Te doy esto a cambio de

esto.

Deber, responsabilidad, autonomía, palabras que habrían sido invocadas en otro tiempo ceden ante

el impulso nihilista del aquí y del ahora, ante el frenesí consumista, ante la orgía del placer y ante

la abolición de las reglas, las normas y los horarios.

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Y me pregunto, ¿nuestra generación de jóvenes es en realidad más libre por no tener hora de

volver a casa, por iniciarse en las relaciones sexuales a los 15 años, por quemar etapas

vertiginosamente en la carrera de la vida, por beber cuando todavía son unos críos, por tener

privacidad en sus móviles y en internet, por poder abortar sin permiso de sus padres con 16 años

cuando sin embargo hay que firmales una autorización para ir a un museo? ¿Ha hecho el nihilismo

a nuestros jóvenes más fuertes emotivamente, más capaces de afrontar los problemas, más

seguros de sí mismos, más equilibrados emocionalmente?

Me cuesta pensar que alguien pueda responder afirmativamente a estas preguntas. Por eso hay

que desenmascar a este huésped que los corroe por dentro para devolverles la dignidad y

ayudarles a construir personalidades fuertes. Y para ello sólo existe el camino de la educación. Una

educación que hable al corazón, que prevenga las situaciones de riesgo, que posibilite una

presencia acogedora y cercana por parte del mundo de los adultos, tanto en el ambiente familiar

como escolar. Una educación que prepare para el fracaso y para el éxito, para lo difícil y para lo

fácil. Una educación que proponga metas y no encarcele en lo fugaz y lo instantaneo. Una

educación que enseñe el valor de la espera, del control, de las normas, del deseo y de los límites. 

 

3.     La publicación de la intimidad

 

Pones la televisión y te encuentras con programas como Gran Hermano, La Isla de los famosos o el

magazine de turno donde novios, matrimonios o padres e hijos van a publicar sus problemas e

infidelidades y a tirarse los trastos delante de las cámaras. Hablas con uno y con otro y supones

que la gente normal no se pondría en estas tesituras pero no es necesario un razonamiento muy

profundo para concluir que indudablemente si existen esos programas es porque sirven al negocio

televisivo ya que su producto vende y la gente disfruta con esta publicación de la intimidad.

Ante esto nos podemos preguntar ¿dónde queda el pudor? Sí, sí, aún existe esa palabra en el

diccionario que sirve para indicar ese mecanismo de defensa psicológico por el cual cada uno

decide el grado de apertura o de clausura que quiere tener hacia el otro. Sin embargo hoy el pudor

parece haber desaparecido para pasar a engrosar el número de palabras del pasado. Nuestro

huésped no gusta de estas reservas en su propuesta dionisiaca de la vida, tal vez por eso conviene

insistir en que el pudor tiene que seguir siendo educado si queremos ayudar a nuestros jóvenes a

madurar. Y no sólo el pudor del cuerpo sino sobre todo el pudor del alma.

La maduración es un proceso que nos tiene que conducir a medida que vamos pasando de la

adolescencia a la juventud, tanto a una adquisición de la intimidad como a una fortaleza respecto a

las opiniones que los demás tienen de nosotros. Hace un mes estuve hablando en mi despacho con

tres chicas de segundo de la ESO. La conversación fue muy interesante ya que intentábamos

adivinar qué nos iba a ir pasando a medida que fueramos creciendo. Para ellas, a sus 13 años, el

grupo es algo tan fuerte que no se puede ni siquiera pensar que se tengan secretos para las

amigas o que sea necesario hablar de cosas importantes en privado. Cuando los años pasan estos

mecanismos psicológicos van cambiando y se va descubriendo ese nivel de intimidad que

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pertenece a uno mismo y que sólo se comparte con muy pocas personas.

Pero estos procesos se alteran cuando la intimidad se convierte en un espectáculo y cuando la

comunicación se distorsiona. Por eso este tema de la publicación de la intimidad es un apéndice de

cuánto hemos hablado sobre el desierto afectivo en el que viven muchos adolescentes. Portales

como el tuenti o el facebook tienen tanta importancia en sus vidas que no sería una exageración

afirmar que el adolescente si no está en la red, no existe. El problema surje cuando lo

comunicación corporal cara a cara, donde dos personas se encuentran y comparten información,

estados de ánimo y sentimientos a través de sus palabras y sus gestos, se sustituye por una

comunicación virtual donde resulta mucho más fácil desnudar la propia persona ante una red de

amigos y enlaces. Y no se trata sólo de la peligrosidad que supone hacer públicos unos datos a

gente desconocida, o chatear con alguien que no sabes en realidad quién es, o suplantar la

personalidad de un compañero o de los propios padres utilizando su cuenta de messenger o correo,

o colocar fotos provocativas en tu sitio web que no sabes qué uso van a recibir, o acosar al

compañero de turno difundiendo mensajes o colgando vídeos en you tube… En el fondo de la

cuestión está la distorsión que se produce en el proceso de maduración por la falta de un diálogo

sereno con padres y profesores, por la falta de una comunicación que ayude a forjar una

personalidad fuerte con espacios de intimidad y resistente a los envites del exterior.

A pesar de las tentaciones nihilistas que invitan a los jóvenes al frenesí de las pasiones, a la

publicación de lo íntimo y a la seducción del placer, educar en el pudor de cuerpo y alma sigue

siendo necesario para la construcción de una personalidad consistente.

 

4.     El proceso de normalización

 

Hará cosa de un par de meses que tuve un grupo formativo con una decena de universitarios con

los que me reuno una vez al mes. En esa ocasión hablábamos de ética y para comenzar les

comenté la famosa frase de Pío XII: «el drama del mundo moderno es que se ha perdido la

conciencia de pecado». Los comentarios de los chicos fueron unánimes: si en su tiempo ya decía

eso Pío XII qué no diría en la actualidad.

Los propios jóvenes son conscientes del profundo relativismo que marca nuestra cultura. Tal vez

ese sea el rostro más visible del huésped nihilista del que venimos hablando. Lo que pocos piensan

es que el relativismo lejos de ser una conquista de la libertad es en realidad un compañero de

camino bastante cruel con nuestros jóvenes. Durante siglos los principios morales han servido de

ayuda a millones de personas para orientarse en la vida, para elegir qué camino seguir, para

distinguir entre el bien y el mal. Abolidos estos principios al joven se le abandona a su suerte sin

lugares donde agarrarse para orientarse en la vida. Si todo depende, si todo es subjetivo, si nada

es preferible sobre su contrario, ¿cómo poder elegir lo que conviene? ¿cómo buscar la felicidad?

Y en la extensión de este relativismo ético y de este subjetivismo que encarcela en una profunda

soledad se han comprometido de una forma muy especial los medios de comunicación social,

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auténticos adoctrinadores de nuestros adolescentes y jóvenes.

La frontera entre el bien y el mal o entre lo adecuado y lo inadecuado se ha borrado por medio de

un proceso de normalización ejercido sobretodo desde diversas series televisivas. Enchufas el canal

tal y te encuentras con una serie, seguida por un montón de muchachos, donde el modelo de

familia es un auténtico caos donde uno ya se pierde para designar el parentesco que une a los que

viven bajo el mismo techo, y esto a fuerza de verlo acaba siendo normal. Cambias a la serie cual y

ahora lo que aparece con toda normalidad es un instituto donde una profesora se lía con un alumno

o donde se fuma marihuana ordinariamente… y a fuerza de verlo, acaba siendo un comportamiento

normal. Y así mediante este proceso deseducativo lento, firme y seguro, la cátedra televisiva

moldea a nuestros jóvenes a la imagen y semejanza de los progresistas productores de estos

seriales.

El resultado es ciertamente preocupante. Normalizada la marihuana, las drogas de diseño, las

relaciones sexuales precoces, el alcoholismo… resulta ciertamente difícil proponer alternativas. Y

lamentablemente este proceso ya está hecho. Nadie se extraña de que se fumen porros en

cualquier esquina o de que sea realmente fácil conseguir droga en una discoteca. Nadie se extraña

de que los adolescentes hayan hecho del sexo algo totalmente desvinculado del amor de una

pareja estable y no de un rollo de primavera. El proceso de normalización de todas estas conductas

ya ha actuado y por ello en un gran número de jóvenes no existe ni sentido de culpa, ni sensación

de actuar adecuada o equivocadamente.

Pero a la larga, esta faceta del huésped nihilista que habita en tantos jóvenes, acaba apagándoles

la pasión, adormentándolos en una atonía del presente donde ya han hecho todo demasiado

deprisa y demasiado pronto.

 

5.     El problema de las drogas

 

Si hay un problema juvenil que preocupa a los cuerpos legislativos de las naciones occidentales ese

es el de la drogadicción. Parece increíble que tanto presupuesto gastado a lo largo de los años en

campañas publicitarias destinadas a conseguir de los jóvenes un no a las drogas, parezca tirado a

la basura si se juzga por los resultados obtenidos.

Tal vez el error radique en la creencia de que ante el tema de las drogas basta con convencer a los

chicos de la importancia de decir no, de renunciar, de alejarse de este mundo. Con este mensaje,

sin duda necesario, no se va a la raíz del problema, ya que el consumo de drogas no es más que

un síntoma de una desazón más profunda que no se intenta sofocar. La toxicomanía reproduce el

perfecto funcionamiento del deseo que no busca conseguir el placer sino extinguir esa “falta” que

constituye su estructura constitutiva.

La heroína, por ejemplo es la respuesta anestésica ante la dificultad para llenar la vida de un

sentido. Su placer consiste en lograr la abstinencia de la vida, en borrar la angustia producida por

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la dificultad que produce encontrar un sentido, una esperanza, un horizonte… Lo que la heroína te

da es lo que el huésped nihilista te había quitado.

El éxtasis, en cambio, produce un efecto de euforia que elimina las tensiones, disuelve el miedo y

favorece la comunicación.

La cocaína, por último es un estimulante que supera la depresión y la angustia. En una cultura

relativista donde las normas han abdicado, la depresión ya no se entiende como una transgresión

de la norma, como un conflicto entre lo permitido y lo prohibido. La depresión no nace hoy de un

sentimiento de culpa sino de una atonía general ante la vida, de una frustración entre aquello que

se podría y no se ha llegado a ser. La cocaína aparece donde hay una patología de la acción, donde

la iniciativa y la responsabilidad personal han fracasado, donde el límite no se ha asumido como

una regla del juego de la vida.

El tema de las drogas no se reduce sólo a una cuestión de «decir no». El problema es más

profundo. Las drogas crecen y se multiplican cuando el modelo de vida que se presenta a los

jóvenes les deja vacíos de sentido y de esperanza. La heroína anestesia de una vida que no llena,

el éxtasis sustituye los problemas comunicativos de una personalidad inmadura, la cocaína

estimula ante una pérdida de la iniciativa.

Si no sacamos a la luz la labor destructora que el nihilismo está operando en el corazón de tantos

jóvenes y proponemos otras formas de ser joven y ser feliz, un eslógan que se limite a «decir no»

no se ha percatado o no se ha querido percatar de la profundidad del problema.

 

6.     ¿Hay futuro?

 

No comparto el pesimismo con el que Galimberti habla en su libro de la institución educativa y de

los jóvenes en general. Indudablemente que las redes del nihilismo están ampliamente extendidas

entre los jóvenes de hoy, pero algo que a lo mejor tenía que haber dicho en la primera línea de

este artículo, es que indudablemente no todos los jóvenes son así. Y es que decir cómo son los

jóvenes es algo ciertamente complicado en esta sociedad compleja y pluralista donde se

amontonan diferentes puntos de vista y alternativas ante la vida.

Comparto mi día a día con muchos chicos que viviendo elementos de esta cultura nihilista tienen

una fluida comunicación con sus padres, están dispuestos a escuchar y dejarse acompañar en la

maduración de su personalidad, tienen sueños de futuro e ilusiones ante la vida, comparten unos

principios éticos y una visión más o menos clara de lo que está bien y está mal.

Y para conseguir esto creo sinceramente en la educación. La educación auténtica, la que brota del

corazón, la que sabe escuchar, la que aconseja y apoya en los momentos difíciles, la que corrige y

castiga cuando es necesario, la que controla y filtra la libertad según la responsabilidad con la que

se le corresponda.

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Esa educación puede ofrecer a una generación marcadamente nihilista otras alternativas, otros

sueños, otros puntos de referencia. Tal vez este modelo de educación, que yo comparto con los

jóvenes de mi colegio, es un oasis en medio del desierto, si es así lo mejor es no salir de él.

 

FERNANDO GARCÍA

 

[1] GALIMBERTI, U. (2007). L’ospite inquietante. Il nichilismo e i giovani. Milano:Feltrinelli, p.33.

[2] Ibid., 48.