El Hombre Que Solo Queria Regalar Libros

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A la llegada de los años 70, el mundo se preocupaba del futuro con jusficada gravedad. Los soviécos desplegando sus misiles tras la corna de hierro, listos para el zarpazo final, y los chinos agitando tur - bulencias bajo el cielo con su Revolución Cultural, parecían estar ganándole la guerra fría a los Estados Unidos de la era Nixon. Los jóvenes americanos se movilizaban contra la guerra de Vietnam a la vez que producían una música extraordinaria –como sus parientes anglosajones de ultra mar– y exploraban sin descanso todas las puertas posibles de la percepción. Entre tanto, nosotros los americanos del sur, nos aprestábamos a abandonar sumariamente la pre- historia de la humanidad, tratando de seguirle el paso a la adelantada Cuba con nuestra cuota de revoluciones. En Chile, en la Argenna, en el Perú y en todas partes intentá- bamos atolondradamente seguir la consigna guevarista de crear muchos Vietnam. De alguna manera sin embargo, el curso de los aconteci- mientos nos permia sospechar que el control real del fu- turo lo obtendría el país que detentara el poder nuclear y nos abriera el camino –como las carabelas de Colón– ha- cia la luna y las estrellas. Para la imaginación popular, las computadoras no habían ganado todavía más que un papel modesto: eran apenas herramientas auxiliares –pero hiper costosas– para cienficos empecinados en sacarnos fuera de este mundo, ya sea viajando a través del empo, o lan- zándonos al espacio exterior. ¡Cuánto dinero gastaron USA y la exnta URSS para resultados tan discretos! Las computadoras de entonces eran del po mainframe, oscuros aparatos que residían en instalaciones inexpugna- bles, solo dentro de instuciones de invesgación o uni- versidades de primer orden, servidas por un cuerpo de personas cortadas todas a la imagen y semejanza de la IBM o la NASA. Pero para quienes nos contamos entre los El hombre que solo quería regalar libros (I) A mi amigo Oque Zimic, imprescindible animador de estos escritos Por Gonzalo Tapia

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Se narra la historia del naciomiento del texto digital

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  • A la llegada de los aos 70, el mundo se preocupaba del futuro con justificada gravedad.

    Los soviticos desplegando sus misiles tras la cortina de hierro, listos para el zarpazo final, y los chinos agitando tur-bulencias bajo el cielo con su Revolucin Cultural, parecan estar ganndole la guerra fra a los Estados Unidos de la era Nixon. Los jvenes americanos se movilizaban contra la guerra de Vietnam a la vez que producan una msica extraordinaria como sus parientes anglosajones de ultra mar y exploraban sin descanso todas las puertas posibles de la percepcin. Entre tanto, nosotros los americanos del sur, nos aprestbamos a abandonar sumariamente la pre-historia de la humanidad, tratando de seguirle el paso a la adelantada Cuba con nuestra cuota de revoluciones. En Chile, en la Argentina, en el Per y en todas partes intent-bamos atolondradamente seguir la consigna guevarista de crear muchos Vietnam.

    De alguna manera sin embargo, el curso de los aconteci-mientos nos permita sospechar que el control real del fu-turo lo obtendra el pas que detentara el poder nuclear y nos abriera el camino como las carabelas de Coln ha-cia la luna y las estrellas. Para la imaginacin popular, las computadoras no haban ganado todava ms que un papel modesto: eran apenas herramientas auxiliares pero hiper costosas para cientficos empecinados en sacarnos fuera de este mundo, ya sea viajando a travs del tiempo, o lan-zndonos al espacio exterior. Cunto dinero gastaron USA y la extinta URSS para resultados tan discretos!

    Las computadoras de entonces eran del tipo mainframe, oscuros aparatos que residan en instalaciones inexpugna-bles, solo dentro de instituciones de investigacin o uni-versidades de primer orden, servidas por un cuerpo de personas cortadas todas a la imagen y semejanza de la IBM o la NASA. Pero para quienes nos contamos entre los

    El hombre que solo quera regalar libros (I)

    A mi amigo Oque Zimic, imprescindibleanimador de estos escritos

    Por Gonzalo Tapia

  • ms inconformes e ilusos, la computadora deba ser al-guien como HAL 9000, la inquietante mquina del 2001 de Clark-Kubrick. Alguien, que se ocupara de la nave y con quien se pudiera mantener una conversacin decente durante un viaje interplanetario. A muy pocos se les haba ocurrido todava que las computadoras pudieran estar re-lacionadas con los pedestres apetitos comunicacionales de todos los das. Ese giro inesperado de la tecnologa que nos arrebat el futuro espacial que sobamos lo hemos que-rido rescatar quizs, en el mbito de las palabras, cuando hemos venido a llamar cyber-espacio al mbito genrico de la red internet.

    Pero mientras soabamos que las computadoras nos sa-caran de los confines de nuestra via lctea, solamente a Michael Hart, informtico de la Universidad de Indiana, se le ocurri la extravagante idea de usar esas computadoras para sacarnos de la galaxia Gutenberg.

    100 millones de dlares en tiempo de mquina

    Solo una imaginacin bien sazonada poda inaugurar una ramificacin tan sorprendente para la revolucin de las computadoras. Cuando el laboratorio informtico de la Universidad de Illinois asign a Michael Hart un generoso tiempo de uso de la mainframe Xerox Sigma V, una de las pocas conectada a la incipiente internet, l no tena toda-va ni la ms remota idea de lo que poda hacer con un tiempo de mquina tan valioso. El azar y una intuicin lo llevaran finalmente a gastarse esa fortuna en la tarea, aparentemente humilde, de tipear con muchos errores y en maysculas1 solamente, el texto fundacional de la lite-ratura digital: los 8000 caracteres de la Declaracin de la Independencia de los EE. UU.

    John Lennon haba lanzado su Imagine, los Rolling, Sticky Fingers y tambin haba sido el ao del concierto Bangla-desh de Harrison y Dylan. Ese ao de 1971, las comunicacio-nes eran todava cosa de diarios, radio, televisin y telfo-nos y nadie soaba an en los alcances de la red internet (aunque esta exista ya desde 1969, en calidad de juguete brutalmente caro para un club muy exclusivo compuesto por apenas unos 100 cientficos). Solo a Michael Hart, jo-1 Para las mainframes las minsculas no existan todava. Tambin para las letras dibujadas con tinta, las maysculas anteceden a las minsculas. Estas fueron introducidas recin poco antes del ao 800 d.C. por el monje Alcuino de York, quien en la corte de Carlomagno oficiaba de lo que hoy llamara-mos Ministro de Educacin.

    INTERNETen 1971

  • ven brillante y dislxico de 24 aos, de una familia donde abundaba la electrnica y los libros, se le ocurri que era el momento de empezar con la inconcebible em- presa de trasladar todo lo que haba sido escrito en la historia de la humanidad a la tierra prometida del mundo digital.

    16 millones de ceros y unos

    Si a la imaginaria manera cartesiana tomramos la prime-ra parte del Quijote y furamos retirando uno a uno sus elementos materiales: cartn, cola, hilo, papel, etc. hasta quedarnos solo con la tinta que dibuja las letras, lo que restara de cada pgina sera un grupo de pelculas de tinta flotantes, las letras y signos de puntuacin, dispuestas en renglones. Esos renglones tenan sentido solo en las hojas de papel ya desechadas, por lo que las lminas de tinta po-dran ser reordenadas en un solo y largo rengln (empezan-do con la E de En un lugar de la Mancha, hasta el punto final). Una fila as, para la primera parte del Quijote, tendra 2 millones de lminas caracteres, aproximadamente.

    La parte controversial surge cuando la imaginacin proce-de a retirar la tinta. Mientras que para algunos ya no que-dara nada, para otros que aborrecen la idea de que el libro est compuesto solo de materia, nos quedara todava lo nico que puede ser llamado indiscutiblemente libro, El Li-bro esencial, la parte inmaterial que extiende el confn na-tural del ser humano en el tiempo y en el espacio. Algo que ya no est formado de palabras, ni letras, ni formas, sino por la vida humana esencial y sus innumerables circuns-tancias. Ese algo que podra reconstituirse con los mismos caracteres puestos en un orden diferente, en otro idioma, o con otros caracteres muy distintos a los originales, y que por alguna secreta magia, para cualquier ser humano sera siempre ese mismo libro que escribi Cervantes.

    En esa imaginaria fila de formas de letras, espacios y signos de puntuacin, Michael S. Hart interpuso a la computado-ra, y con ella la fila de formas pasara a ser 8 veces mayor, solo que esta vez conformada por dos nicas figuras: ce-ros y unos. La E de En un lugar pasara entonces a ser 01000101. Esto es la digitalizacin de un libro: reducirlo todo a una secuencia de ceros y unos escritos en un lugar material, un infinitsimo sector de un soporte digital como un disco duro, por ejemplo.

    (Sigue en la parte II)

  • El hombre que solo quera regalar libros (II)

    Los guardianes

    Franois Truffaut y eventualmente Ray Bradbury, en su primera novela Fahrenheit 451 propusieron una sociedad futura hipercontrolada por el poder poltico que, en nombre del bien comn, haba condenado a los libros (junto a las casa de sus dueos) a arder en el fuego1. En la reiterativa historia universal, esto ya ha-ba ocurrido muchas veces2: el primer imperio chino, el cristianismo virulento del siglo IV, el Tercer Reich y otros, ya haban intentado vanamente acabar con los libros inconvenientes.

    En ese inventado mundo totalitario, el gobierno pre-tenda imponer a sus sbditos un estado de felicidad obligatoria, y para lograrlo consideraba primordial el exterminio de los libros. Una red clandestina de lecto-res impenitentes se opona ardientemente mediante la prctica de un mtodo capaz de ocultarlos en alma-cenes indetectables por la entidad represiva especiali-zada. Se trataba de extirpar a los libros de su materia mundanal y combustible para ponerlos a buen recau-do: cada miembro de la resistencia deba memorizarse el suyo de principio a fin. De esta laboriosa manera, los textos regresaban, con fines de almacenamiento y preservacin temporal, al abrigo maternal de un lugar semejante al de su creacin: un cerebro humano.

    Escrita en los aos 50, la novela de Bradbury ilustra la paranoia intelectual caracterstica de la guerra fra, as como la amarga controversia entre la bsqueda de la

    1 No todos los legibles estaban condenados. Se salvaban los comics, los libros escabrosos llamados de confesiones, los peridicos de negocios.2 Una lectura del libro de Lucien Polastron: Libros en llamas: historia de la interminable destruccin de bibliotecas, FCE 2007 sugiere que el destino del hombre es acumular cultura para luego proceder a incendiarla.

    Por Gonzalo Tapia

    Ray Bradbury

    Franoise Truffaut

  • felicidad general vs. la libertad individual. La ancdota, prescinde despectivamente de conjeturar una tecnolo-ga totalitaria que exceda al uso del burdo lanzallamas.

    El fin de la cultura libresca

    Ms de 60 aos despus, la gente an puede entregar-se a lectura de libros sin temores. La crispacin ante la amenaza totalitaria universal, ya no existe. Al parecer los dictadores modernos, al menos en occidente, han perdido el inters en la incineracin de libros3. Sin em-bargo, indagar por las razones de tal desinters no deja de ser inquietante... No ser que ya no hay necesidad?

    Aunque la industria editorial goza de buena salud, mu-chos acadmicos atentos al decurso de la tecnologa y la cultura de occidente han anunciando con argumen-tos slidos el ocaso de la cultura libresca4. Nacida en la naciente europa del siglo XII, y potenciada por la im-prenta tres siglos despus, esta cultura libresca esta-ra ahora en trance de agona sin que haya hecho falta para ello la intervencin de exterminadores de libros armados con aparatosos lanzallamas. Estos pretendi-dos purificadores habran quedado desairados y redu-cidos apenas a una vaga alegora de lo que empezaba a ocurrir en los 50, en los Estados Unidos del senador McCarthy.

    Ningn gobierno totalitario universal fue necesario para que la lectura de libros decayera a paso sostenido desde que la televisin iniciara su expansin en los 50, algo muy frustrante para los admiradores del martiro-logio de la cultura. Desde entonces al hombre comn le queda cada vez menos tiempo y pocas razones para empearse en la lectura de libros. An entre quienes podran ser considerados algo menos comunes, inob-jetables profesionales universitarios por ejemplo. Ac-tualmente no muchos de ellos tienen familiaridad con el consumo de libros completos de verdad. La cultura

    3 En enero de 2015, extremistas islmicos han revivido esta deshonrosa insti-tucin en la ciudad de Mosul, Irak, segn ha denunciado UNESCO 4 George Steiner fue el primero en su celebre artculo de 1988 en el Times Literary Supplement The end of bookishness? e Ivan Illich en su libro En las vias del texto de 1993.

    Ivan Illich

    George Steiner

  • libresca iniciada en el fascinante siglo XII (que tambin vio nacer a las universidades), habra llegado a su fin a partir de la mitad del siglo XX, dando lugar al imperio imprevisible del homo videns.

    Menos espectacular pero muy importante, la apari-cin de la primera fotocopiadora comercial exitosa, la Xerox 914, al finalizar los 50, aport lo suyo a la lenta di-solucin del reino de los libros. Poco despus vendran la internet, la PC, la www que han fragmentado los tex-tos y el inters de las personas y han multiplicado hasta el vrtigo el nmero de pantallas que reclaman compul-sivamente nuestra atencin, todo el tiempo5.

    El Arca de Miguel

    En los 70, Michael Hart, cual moderno No de las le-tras, pudo divisar las seales ominosas de una era en que los lectores de libros afrontaran la extincin. Al iniciar la ardua empresa de digitalizar todos los libros heredados por el hombre, estableci tambin una es-trategia invencible de defensa: preservar los libros en la memoria electrnica de todas las computadoras po-sibles. Mientras que en Fahrenheit, una persona se con-verta en un libro, alojndolo en su memoria para prote-gerlo del fuego, en los tiempos del Proyecto Gutenberg, cada una de las computadoras del mundo poda conver-tirse en todos los libros.

    Esa misma tecnologa que debilitaba los cimientos de la cultura libresca, ofreca un medio poderoso para preservar los libros con el proyecto que Hart llam cu-riosamente El proyecto Gutenberg. El ilustre magunti-no Johannes Gutenberg (1468) haba inventado la im-prenta de tipos mviles, no era ese el mismo ingenio que nuestro Michael Hart desvirtuaba al privar al libro de su corporeidad?, por qu entonces el homenaje?

    Desde la segunda mitad del siglo XV, la imprenta alia-da al papel, desplaz el uso de los libros manuscritos. Los libros impresos fueron hacindose progresivamente 5 Ver http://elcantardelmicrochip.blogspot.com/2014/10/la-alegoria-de-la-pantalla.html

    La Xerox 914, en 1959

  • ms baratos. Antes de Gutenberg, una Biblia manuscrita significaba el sacrificio de rebaos enteros y eventual-mente de aos de trabajo de copistas e iluminadores: el precio era muy alto. La imprenta y el papel lograron que el nmero de libros existentes creciera de manera ex-ponencial. En los primeros 50 aos del siglo XVI deca Hart se imprimieron ms libros que los que se haban fabricado en toda la historia previa. Los costos bajaron a tal punto que modestos hidalgos como don Alonso Quijano, llamado El Bueno, pudieron darse el gusto de perder la razn con la lectura de libros de caballera.

    Al nombrar Proyecto Gutenberg a la empresa que de-fendi encarnizadamente durante toda su vida, Hart se propuso emular el impacto de la imprenta en la popula-rizacin y precio de los libros. Quinientos aos despus, y con el auxilio de internet, Hart quiso llevar los libros digitales a todo aquel que los quisiera. Pero gratis: Lo que realmente queremos es regalar tantos libros como podamos a tanta gente como sea posible dijo en 2006.

    Sin embargo, para 1971 su plan era todava dema-siado optimista. En los 20 aos posteriores a la fun-dacin del proyecto, los primeros textos digitales se fueron almacenando en la red a una velocidad tan mo-desta como lo permita el esfuerzo singular de Hart que persista tipeando los textos personalmente. Sin duda, el xito principal de los primeros 20 aos del Proyecto Gutenberg, consisti en mantenerse con vida e inspirar a un puado de voluntarios iluminados con el afn al-truista de digitalizar y compartir.

    Pero alrededor de 1990 las circunstancias habran de cambiar radicalmente con el advenimiento de la www que trajo consigo la explosin de la internet en el mundo.

    (Sigue en la parte III)

    Tim Berners-Lee, inventor de la www