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resiliencia Resumen A pesar de que la seguridad haya funcionado históricamente como la racionalidad fundamental para la sujeción de poblaciones a la gobernanza liberal, la racionalidad que posibilitaba aquella sujeción se encuentra cambiando rápidamente a una de resiliencia. Esto no se trata de un cambio semántico solamente. La resiliencia implica un cambio fundamental en las concepciones referentes a la relación de los seres humanos con el peligro. Desde la concepción clásica, el estar seguro significa estar libre de peligro. El discurso de la resiliencia funciona para evitar que los seres humanos conciban al peligro como un fenómeno del cual podrían liberarse, sino por el contrario, como uno al que ahora deberán exponerse. Esto se debe a que la modelización de la subjetividad humana bajo las condiciones del neoliberalismo reifica a su vida biológica como el campo de la agencia y la gobernanza. En este sentido, la resiliencia representa una extensión significativa de los motores biopolíticos de la modernidad neoliberal. Contrariar el mandato global de renunciar a la seguridad requiere de un sujetocapaz de imaginarse a sí mismo como algo más que meramente material biológico.Un sujeto político cuya humanidad reside en su libertad para garantizar su propia seguridad frente a los peligros que se encuentra. En un contexto tal resulta necesario virar del mero análisis de la biopolítica a la teorización y la práctica de la Psicopolítica. “Mario, te escucho todas las mañanas, desde chiquito, no quiero pegarte”, le dijo el empleado de seguridad a Pergolini, cuando lo escoltaba fuera de la oficina de Guillermo Moreno, por entonces secretario de Comercio interior. Pergolini, como él mismo contó, se fue insultando al funcionario porque no lo dejaba ingresar al país los equipos necesarios para Vorterix, su proyecto de radio multiplataforma. Cuando se le pregunta a Pergolini si se arrepiente de haberlo llamado “conchudo” a raíz de la bronca, el conocido conductor responde con su risa estilo guasón: “No”.

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resiliencia

Resumen A pesar de que la seguridad haya funcionado históricamente como la racionalidad fundamental para la sujeción de poblaciones a la gobernanza liberal, la racionalidad que posibilitaba aquella sujeción se encuentra cambiando rápidamente a una de resiliencia. Esto no se trata de un cambio semántico solamente. La resiliencia implica un cambio fundamental en las concepciones referentes a la relación de los seres humanos con el peligro. Desde la concepción clásica, el estar seguro significa estar libre de peligro. El discurso de la resiliencia funciona para evitar que los seres humanos conciban al peligro como un fenómeno del cual podrían liberarse, sino por el contrario, como uno al que ahora deberán exponerse. Esto se debe a que la modelización de la subjetividad humana bajo las condiciones del neoliberalismo reifica a su vida biológica como el campo de la agencia y la gobernanza. En este sentido, la resiliencia representa una extensión significativa de los motores biopolíticos de la modernidad neoliberal. Contrariar el mandato global de renunciar a la seguridad requiere de un sujetocapaz de imaginarse a sí mismo como algo más que meramente material biológico.Un sujeto político cuya humanidad reside en su libertad para garantizar su propia seguridad frente a los peligros que se encuentra. En un contexto tal resulta necesario virar del mero análisis de la biopolítica a la teorización y la práctica de la Psicopolítica.

“Mario, te escucho todas las mañanas, desde chiquito, no quiero pegarte”, le dijo el empleado de seguridad a Pergolini, cuando lo escoltaba fuera de la oficina de Guillermo Moreno, por entonces secretario de Comercio interior.

Pergolini, como él mismo contó, se fue insultando al funcionario porque no lo dejaba ingresar al país los equipos necesarios para Vorterix, su proyecto de radio multiplataforma. Cuando se le pregunta a Pergolini si se arrepiente de haberlo llamado “conchudo” a raíz de la bronca, el conocido conductor responde con su risa estilo guasón: “No”.

Pergolini tiene 51 años y, pese a que se considera un “nerd” de la tecnología, admite que los más jóvenes “le cancherean” su capacidad programando. “Les preguntás cuántos años tienen y te dicen 16. ¡Boludooo! Si seguís con estas ganas, qué futuro”, explica Pergolini a Apertura.com, tras haber participado del evento “Cómo hacemos de Argentina un país exitoso”, organizado por la Universidad de Ciencias Económicas.

¿Cómo ves el cambio de Gobierno?

Es una pregunta muy amplia. ¿Cómo lo veo? Hay que ver cómo es el cambio también. Lo podés ver con optimismo, o esa otra mirada argenta -y sobradora- de “a ver cómo te va”. Creo que se vienen otras épocas. Ojalá sea distinto, ni mejor ni peor.

¿Hay buen clima para hacer negocios?

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Yo creo que el mundo está chico en ese sentido, entonces hay una oportunidad para hacer negocios en distintas cosas. Es un buen momento para fracasar, porque el mundo está muy ávido si tenés buenas ideas o al menos una que se acerque a un negocio. Lo que pasa es que es muy difícil generar dinero si lo hacés para afuera, sacar, poner. Por eso, a veces más que en pensar un negocio tenés que pensar en una ingeniería de negocio, que a lo mejor eso se complica, pero indudablemente va a cambiar, no sé si pronto pero debería.

¿Ves que el mercado de las apps va a explotar?

Yo creo que la Argentina está en un gran momento en la tecnología para aprovechar. No sé si tanto en las apps, donde salvo el negocio de IT muy serio, donde se necesita hardware –los fierros- nosotros estamos alejados de ahí. Sí hay creatividad, sí hay vuelo para los que recién empiezan -17, 18, 20 años-; pequeños grupos de emprendedores que dicen: estoy harto de trabajar para una empresa grande, me voy a hacer la mía. Yo creo que en la Argentina, la tecnología tendría un lugar, a lo mejor como lo aprovechó India, que de golpe se encontró con un desarrollo tecnológico del software que le funciona.

¿Te sorprende el nivel de los desarrolladores?

No, pero a lo mejor porque estoy en el mundo nerd hace muchos años.

¿Te cancherean los pibes con las cosas que pueden hacer en desarrollo o programación?

Sí… además yo puedo ser de la era digital, estar en el negocio, pero no soy nativo digital, y entonces hay pibes que con una Raspberry (pequeña computadora) ya hacen cosas increíbles. Y vos les decís: ¿Cuántos años tenés? 16. Y vos le decís: ¡Boludooo! Qué futuro. Si seguís con estas ganas, con esta fuerza, qué futuro.

¿Qué sigue en tu plan de consolidación de Vorterix?

Estamos notando que el usuario está cambiando mucho de año a año. Por ejemplo, todas las radios habladas están dejando de tener importancia; radios como la que yo me formé, la Rock & Pop, está dejando de ser escuchada. A nosotros nos escuchaban en los taxis y en los negocios, ahora escuchan Spotify. Dicen: “Voy a escuchar lo que quiera cuando se me antoje”. ¿Y los programas dónde los pongo? Bueno, a lo mejor Vorterix.com es eso, es donde va a haber más programas, y la radio va a tener pequeños pedacitos de ese programa y más música.

Vos una vez dijiste que la gente todavía tiene ganas de que alguien le arme una lista de reproducción…

Está bien, pero eso es otra cosa. Te dicen: no me hablés, yo respeto la lista que me armás. Y me gusta cómo curás. De hecho, la gente no se arma en Spotify muchas listas propias, porque terminás estando siempre dentro de los mismos 20 temas. Pero escuchan listas de otros, que les interesa, que les gusta, y así descubrís música. ¿Cuánta gente que arma lista se está haciendo

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famosa? Porque decís: “Mirá qué buen grupo”. Pero, ¿cómo hace la radio que es un medio tan rígido para dar el on demand que me estás pidiendo? Bueno, Vorterix sí lo está haciendo.

¿Y en la AM?

¿Qué es la AM?

Sos guacho, eh…

(risas) Ya sé, pero del 100 por ciento de gente que escucha radio, según Ibope, sólo el 30 por ciento escucha AM. Y del 100 por ciento que escucha FM, el 70 por ciento lo hace en un dispositivo que no es una radio.

Entonces Doña Rosa, que escucha la AM, ¿va a dejar de existir?

No sé. ¿Es el podcast radio? ¿O es algo digital? Para mí tiene bastante de radio. Y vos decís: “Mirá cuánta gente que escucha el podcast”. ¿Y por qué no estás escuchando tanta radio? ¿Alguna vez pensamos que la gente iba a apagar la tele? ¿Se iba a desconectar del cable?

¿Pero los auspiciantes siguen apostando por la radio tradicional? Vorterix combina todo…

Vorterix radio no la medimos siquiera. Tenemos un teatro, contenido diferencial, una .com con casi 3 millones de usuarios únicos al mes. Ah, y además tenemos una radio. Y nuestra facturación de .com está casi muy cerca de ser parecida a la facturación de una radio líder.

¿Pero lo podés hacer sin una radio FM?

No. Definitivamente no.

Entonces te terminás apoyando en lo analógico…

Pero si vas a apagar una de las dos, ¿cuál vas a apagar? Yo creo que voy a apagar la FM. No tiene sentido tener en un terraza US$ 250 mil de antena, un equipo de US$ 300 mil para amplificarlo, dos operadores 24 horas, porque la gente está consumiendo de otra forma y de otros lados. Ya hay países que dejaron de regular la FM.

Por último, ¿te arrepentís de haberle dicho “conchudo” a Guillermo Moreno?

No.

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Casi la mitad de los trabajos de hoy serán hechos por robots en 2035

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La automatización aumenta las ganancias, pero puede tener efectos negativos

PAULA BACH

Economista, Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx.

Número 24, octubre 2015.

La teoría económica marxista nació como crítica de la economía política clásica. Aprehendiendo por un lado lo más revolucionario de los logros científicos alcanzados por la burguesía naciente y a la vez criticando incisivamente sus limitaciones. Los problemas de la forma y el contenido adoptaron una presencia estelar en esta relación dialéctica que Marx estableció con la economía política burguesa de aquel entonces y en particular con David Ricardo –uno de sus más audaces exponentes–. Hasta cierto punto –y salvando todas las distancias del caso–, dilucidar las tendencias del capitalismo actual exige hurgar nuevamente en los problemas de la forma y el contenido con el objeto de aportar elementos para la crítica de lo más perspicaz del pensamiento económico burgués contemporáneo. En el presente trabajo y tras un breve recorrido por la historia de la teoría, indagaremos –con este espíritu y a falta de mejor sustrato– algunos nudos de la tesis del estancamiento secular propuesta hace relativamente poco tiempo por el ex Secretario del Tesoro norteamericano, Lawrence Summers.

Un problema ontológico

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El modo laberíntico en el que el capital se hizo presente desde su surgimiento, cimentó la expresión de Marx de que las formas históricamente más desarrolladas permiten a la mirada científica acceder tanto a una comprensión superior de las estructuras anteriores como de aquellas de la realidad contemporánea. Pero como Marx también se ocupó de resaltar, esas formas más desarrolladas se encargan a la vez de velar progresivamente el entendimiento de la realidad a la mirada del sentido común. La teoría económica burguesa, no sin motivos, cayó presa de esta dualidad contradictoria desde su origen. Si en su juventud se acercó asintóticamente a la conquista de una verdad científica, el temor a su conocimiento la alejó de la meta. Desde un punto de vista epistemológico, el mayor obstáculo para resolver las contradicciones que planteaban los problemas del plusvalor y la ganancia [1], lo trazó la imposibilidad de hallar la relación correcta entre forma y contenido o, dicho en otros términos, de comprender las leyes del movimiento de la apariencia [2]. El intríngulis lo resolvió Marx demostrando a través de múltiples ensayos y luego, a lo largo de los tres tomos de El Capital, que las aparentes paradojas que envolvían al trabajo impago como fundamento de la ganancia capitalista, tenían solución. Para hallarla, era menester comprender tanto la diferencia entre el modo en que las mercancías se crean en la esfera de la producción y la forma particular en que ese proceso se pone de manifiesto en la esfera de la circulación, como las múltiples mediaciones que se establecen entre ambas esferas. Despejando la maleza por este camino, Marx descubrió la norma del modo de producción capitalista y otorgó un fundamento científico a la teoría de la revolución proletaria. Pero lo que más interesa resaltar aquí es que desde un punto de vista ontológico, el pensamiento burgués no podía sintetizar o comprender las relaciones subyacentes entre la esfera de la producción y la esfera de la circulación o, dicho un poco abusivamente, no podía romper el hechizo que separa el “mundo de lo privado” y sus múltiples capitales independientes, del “mundo de lo social”. Y no podía porque esa separación es parte constitutiva de su existencia y por tanto prefigura su manera específica de comprender el mundo. De algún modo, la propia burguesía es “víctima” del hechizo. Decía Lukács en Historia y conciencia de clase que:

El capital es una fuerza social cuyos movimientos están dirigidos por los intereses individuales de los propietarios del capital, los cuales no dominan la función social de su actividad ni pueden preocuparse de ella, de tal modo que el principio social, la función social del capital, no puede imponerse más que por encima de ellos, imponiéndose a su voluntad, sin conciencia de ellos [3].

Es así como, cuando Marx resolvía la diferencia específica del modo de producción capitalista, la economía política clásica hacía no mucho tiempo que había dejado de lado las especulaciones improductivas sobre el plusvalor y se había echado a los brazos del más vulgar de los sentidos, dando origen a una teoría económica de los fenómenos, antecesora del actual mainstream. Pero atrapada como quedó por los siglos en las calmas aguas de la apariencia y lo suficientemente alejada de los procesos históricos, la teoría económica burguesa no consiguió pasar la prueba de los hechos. En un mundo en el cual las contradicciones del capital devenían de más en más agudas

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–incluyendo episodios como el triunfo de la Revolución rusa o el estallido de la Depresión de los años ‘30– la cuestión ontológica que en los orígenes se había puesto de manifiesto esencialmente como límite epistemológico, terminó por transformarse en un problema de “gestión” de los destinos del capital. Devenida un cuerpo teórico demasiado trivial frente a los momentos más convulsivos de la historia del capitalismo, la teoría económica vulgar acabó dando origen –sobre todo por necesidad– a nuevos “cuerpos teóricos” o ideas –siempre más bien pragmáticas– que evitando recaer en el error “original” y manteniendo el gusto por lo fenoménico, buscaron resguardar al capital de sus propias contradicciones.

A propósito de Keynes y Summers

Lo notable es que si en un principio Marx abrevó en los avances de la teoría económica de la burguesía naciente, la relación muestra una cierta inversión en el transcurso del siglo XX. La teoría formulada por Keynes –que mantiene incambiados los nudos conceptuales fundantes de la teoría oficial, en particular en lo referente al origen de la ganancia– se ve obligada a reintroducir una dimensión histórica en el análisis del capitalismo, visualizando los límites del laissez faire y el liberalismo e identificando la época de entreguerras como una etapa inestable y de transición. Hasta cierto punto, adjudicando un lugar prominente a las guerras, emulando aspectos parciales de la planificación soviética frente a la crisis y temiendo como temía a la revolución, Keynes parece haber entrevisto –implícitamente, por supuesto y con objetivos opuestos por el vértice– elementos de caracterización de la época histórica muy similares a los ya formulados por Lenin, Trotsky y la Tercera Internacional [4]. La persecución keynesiana del oxímoron consistente en alcanzar los resultados de la guerra bajo condiciones de paz, se erige como utopía reaccionaria y ejemplo por antonomasia de las ilusiones teóricas de quienes no dominan la “función social del capital”. Este contrasentido keynesiano no está en modo alguno exento de los problemas de forma y contenido que aquejaron a la economía política clásica. Por el contrario, deriva de la imposibilidad de comprender que un contenido tal se manifiesta necesariamente bajo dicha forma. De hecho la utopía keynesiana terminó en un lugar parecido al de la idea original de la economía clásica sobre el plusvalor y la ganancia. Como es sabido y como aún hipotéticamente lo previera el propio Keynes, únicamente la Segunda Guerra Mundial permitió la realización plena de lo que llamaba “su experimento” [5]. Con lo cual quedó probado que los resultados económicos extraordinarios posteriores a una guerra solo pueden obtenerse bajo condiciones de… guerra. Aunque por el modo abrumadoramente laberíntico en que acontecieron los hechos de la posguerra, el asunto continúe siendo materia de permanente discusión, incluso con la extrema izquierda del reformismo. Pero, ¿cuál es el lugar del Larry Summers en esta historia? Para ello debemos trasladarnos al período actual en el que el ex Secretario del Tesoro –tributario de la

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corriente neokeynesiana [6]–, define las entreveradas tendencias de la economía poscrisis 2008 –la más profunda desde la Gran Depresión– a través de la tesis del estancamiento secular. Una hipótesis que –actualizando la formulada por el economista norteamericano keynesiano Alvin Hansen en los años ‘30–, busca expresar las condiciones de un período particular dentro de un contexto más amplio en el cual, según la definición de Summers, la dicotomía “burbujas vs. estancamiento” gobierna el funcionamiento de la economía de los países centrales durante las recientes últimas décadas. Estas definiciones en su conjunto, y como trataremos a continuación, congregan tres facetas de particular interés. En primer lugar, la legitimización por parte de la teoría económica de las burbujas financieras como único motor del desarrollo capitalista en los tiempos actuales. En segundo lugar, la identificación de que tras la última crisis, las medidas monetarias expansivas creadoras de burbujas serían tan inevitables como insuficientes, preanunciando tensiones financieras insostenibles. En tercer lugar, el reconocimiento de que los trances que se ponen de manifiesto en la actualidad resultan de larga data, aún cuando durante las últimas décadas, habrían sido enmascarados por el desarrollo financiero. Hay que advertir que la teoría económica burguesa, desde aquellas décadas del siglo XVIII en que abandonó definitivamente su coqueteo inicial con los fundamentos del capital, no deja de volverse un poco más franca cuando los momentos devienen críticos en términos estratégicos.

Fuerzas ocultas

En un contraste que suena más a resignación que a teoría, Summers [7] pone de manifiesto que tanto el crecimiento de Estados Unidos de la década del ‘90 como el de los años 2003/7 –no espectaculares pero “adecuados”– estuvieron motorizados respectivamente por la burbuja de las punto com el primero y por la mayor burbuja de construcción de viviendas en un siglo, el segundo. De un modo similar y previamente al año 2010, la periferia y los países centrales de la Eurozona habrían mantenido un frágil equilibrio claramente impulsado por el crédito barato. Es interesante la insistencia de Summers con respecto a que sin ese extraordinario financiamiento y sin burbujas, sin una “gran erosión de los estándares del crédito”, no hubiera tenido lugar un crecimiento similar de la producción. Por el contrario el crecimiento habría resultado “inadecuado” como consecuencia de una insuficiencia tanto de demanda de inversión como de consumo. De este modo y desde hace aproximadamente 20 años –siempre según Summers– la economía de los países centrales se debate entre las “burbujas” que permiten un crecimiento “adecuado” y una situación de estancamiento que se impondría como norma de no mediar la presencia de un crédito que se abarata tendencialmente. En la medida en que la teoría económica reivindica y otorga legitimidad a las burbujas crediticias como medio necesario para contrarrestar el estancamiento económico, se muestra de más en más como un compendio destinado a justificar

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el movimiento de fuerzas ocultas que no gobierna. Y lo que realmente no gobierna son los destinos de la acumulación ampliada, o dicho más al modo de la teoría económica, de la inversión “no financiera”, verdadero motor del crecimiento capitalista. Hace aquí su necesaria aparición la situación específica poscrisis de 2008 que junto con la Gran Recesión vino a romper la calma de la “Gran Moderación” barriendo –nuevamente al decir de Summers– con la suposición de que las depresiones conservaban un mero interés arqueológico. Transcurridos ya seis años desde el punto más agudo de la crisis, el crecimiento económico en los países centrales –aún con evidentes desigualdades– muestra un patrón débil, con una producción efectiva tanto en Estados Unidos como en Europa, muy por debajo de su potencial estimado en 2008. Summers señala que los patrones son sorprendentes porque se supone que tras superar una recesión, el crecimiento se acelere. La resultante de esta situación es una baja demanda de inversión y un crecimiento extremadamente pobre, a pesar de la permanencia durante años de tasas de interés cercanas a cero. Cuestión que lo conduce a delinear la hipótesis del estancamiento secular que fundamentalmente presupone que en las condiciones actuales y para lograr la tasa “natural” de desempleo, la tasa de interés debe mantenerse en un nivel más bajo de lo que los “mercados” o las intervenciones gubernamentales pueden soportar. Desde un punto de vista, esta es la contradicción que aqueja a la Reserva Federal norteamericana en el momento presente. Sin embargo, presa como vive de lo fenoménico, a la teoría económica se le escapa el contenido y las cosas se le aparecen como si la inversión fuera el puro resultado de los movimientos de la tasa de interés. Escurriéndosele el suceso de que durante el período previo de la “Gran Moderación” las fuentes de plusvalor y los espacios para la acumulación cedidos –como subproducto de la restauración capitalista– por China y Europa del Este hoy en proceso de franco agotamiento, resultaron factores elementales que impulsaron un mayor nivel de inversión. Este es sin duda uno de los aspectos más álgidos que distinguen el auge moderado del período neoliberal del actual “estancamiento secular”. Pero es claro que no se le puede pedir a una teoría de los fenómenos que repare en el tabú frente al cual se detuvo la curiosa economía política clásica de la burguesía naciente. En términos más generales, parecería ser que las ingentes masas de capital financiero que moldean al capitalismo desde las décadas de ascenso neoliberal –en su forma de “capital en general”– amplificaron la “función social” del capital, magnificando el proceso por el cual se impone sobre la voluntad y vela la conciencia de los capitales individuales. En cierto modo este devenir tiene su expresión en la perplejidad con la que la teoría económica burguesa mira su propio mundo. Por último, de la síntesis de estos dos aspectos surge el tercer elemento a través del cual la teoría económica burguesa –o al menos los adherentes a la tesis del estancamiento secular– reconoce que la retracción a partir de 2008 se explica como un momento particular de la tendencia de largo plazo y no como un descenso aislado y repentino. Cuestión esta que –vale la pena recordar– los marxistas y en particular nuestra corriente trotskista, viene sosteniendo desde hace décadas. Para coronar el asunto, un renovado reconocimiento indolente del lugar de la guerra como motor de la inversión –no como planteo “programático”, es claro–, aparece una vez más, como confesión de una “dimensión desconocida” por la teoría económica burguesa. Aunque esta vez y –al menos por ahora– lo que podría denominarse la “tragedia keynesiana” del pasado, reaparece literalmente como comedia en las bromas banales de Paul Krugman o en las palabras displicentes de Larry Summers [8].

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La escena

Sostiene Summers que durante los aproximadamente últimos veinte años, la idea de la “Gran moderación” capturaba una situación económica de apariencia normal. Sólo se ponía de manifiesto un nivel de crecimiento netamente inferior a los índices alcanzados durante los años inmediatos a la Segunda Posguerra. Pero la crisis de 2008 y la Gran Recesión barrieron con la suposición de que las depresiones conservaban un mero interés arqueológico. Aunque pasaron más de cinco años desde que la economía norteamericana alcanzó su punto más bajo en 2009, su crecimiento sólo promedió desde entonces un 2%. Del mismo modo y mientras los temores de la disolución de la Eurozona se disiparon, el crecimiento durante los últimos años fue gélido y no se prevé nada mejor para el período próximo. Summers señala que estos patrones son sorprendentes porque se supone que tras superar una recesión, el crecimiento se acelere. Sin embargo y por el contrario, tanto EEUU como Europa la producción efectiva actual es mucho más baja que su potencial estimado en 2008. Para el caso de la Eurozona esta distancia equivale a un 15%.

Este déficit de producción europeo es casi idéntico al experimentado por Japón al momento de estallar la burbuja en los años ‘90. Summers recapitula entonces y concluye que las dificultades que surgieron durante los últimos años son en realidad de larga data, aunque fueron enmascaradas por un desarrollo financiero insostenible. El crecimiento del período 2003/7 no fue espectacular pero fue “adecuado” y coincidió con el momento de la mayor burbuja de construcción de viviendas en un siglo. Previo al 2003 la economía se encontraba en la recesión de 2001 y antes había sido impulsada por la burbuja de las punto com, durante la década del ’90. Lo interesante es que sin estas burbujas y siempre según Summers, no hubiera tenido lugar un crecimiento similar de la producción. Por el contrario el crecimiento habría resultado “inadecuado” como consecuencia de una insuficiencia tanto de demanda de inversión como de consumo.

La tesis

Los economistas esperan, por regla general, que luego de una recesión las tasas de interés caigan, estimulando la demanda de crédito para inversión y la creación de empleo. El argumento de Summers –cuya tesis hace foco en los países capitalistas centrales-, consiste fundamentalmente en la constatación de un fenómeno excepcional. Bajo las condiciones actuales, el nivel de tasa de interés real que permitiría alcanzar el “pleno empleo” (al que los economistas cifran en un 5% de

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desocupación…), exige un nivel de tasas de interés reales más bajo de lo que los “mercados” o las intervenciones gubernamentales efectivamente pueden lograr.

La resultante de esta situación es una baja demanda de inversión y un crecimiento extremadamente pobre, a pesar de la permanencia durante años de tasas de interés cercanas a cero. Hasta aquí Summers coincide con la tesis de Hansen, aunque sostiene que el asunto se agrava debido a las tendencias a la reducción de la inflación en Estados Unidos y a la deflación en Europa, que dificultan aún más la reducción de las tasas de interés reales. De este modo, la cuestión del estancamiento secular representaría un problema más importante en el futuro que en el pasado y si se mantiene un empleo alto durante los próximos años ello será a causa de una tasa de interés menor que la histórica lo que guardará altos riesgos financieros.

Escasez de respuestas o…toda demanda crea su propia oferta

Más allá de la verosimilitud de esta tesis, ¿Por qué los capitalistas no invierten? O planteado el interrogante en los términos de Summers ¿Por qué los capitalistas pretenderían una tasa de interés tan negativa en términos reales, lo que en los hechos significa “cobrar” para invertir? Las respuestas esenciales de Summers incluyen fundamentalmente los siguientes argumentos. El primero de ellos, que discutimos en Lo que es bueno para la humanidad no lo es para el capital, consiste en la disminución del crecimiento poblacional. El segundo se relaciona con un escaso crecimiento tecnológico que según Robert Gordon, otro adherente a la tesis del estancamiento secular, se fundamenta en la escasa capacidad de la economía de absorber y generalizar el conjunto de las innovaciones, y por tanto de forjar revoluciones tecnológicas como las de antaño.

El tercer aspecto explicativo para Summers, uno de los más interesantes, se basa en la tendencia a la disminución del precio de los bienes de capital. Señala que los precios de la tecnología informática continúan declinando a alta velocidad a la vez que dan cuenta de una parte cada vez mayor de la inversión de capital. Marx fundamentó este fenómeno como una de las tendencias que contrarrestan la caída de la tasa de ganancia en el capitalismo. Si en este punto Summers está en lo cierto, un factor -que como todo economista sabe- es ventajoso para el capital, en las condiciones actuales de “estancamiento secular”, estaría contribuyendo a alimentar una escasa acumulación ampliada o inversión de capital.

Por, último, el incremento de la desigualdad (ver acá y acá y acá) que opera debilitando la demanda, no podía estar ausente entre los argumentos de Summers. Una antigua ley económica

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denominada Ley de Say, que fue demolida argumentalmente por Marx, dice en términos muy sencillos que en la economía toda oferta crea su propia demanda. En lo que se puede entender como una ironía bastante sagaz, Summers termina diciendo que la dudosa Ley de Say tal vez tenga un corolario más legítimo: “la falta de demanda crea la falta de oferta” o dicho de otro modo, el estancamiento secular generará más estancamiento.

Todos los caminos conducen a Roma

Los economistas suelen hallar pocas respuestas a sus propios interrogantes o quizá se plantean pocos interrogantes. Esta escasez, se explica en general por su adherencia fanática al modo de producción capitalista al que consideran un dato más de la existencia natural de todas las cosas. De modo tal que también las crisis y los “estancamientos seculares” son parte de esa naturaleza. Extrañamente, no obstante, lo único que queda por fuera de este orden natural para los economistas y cuando del capitalismo se trata, es aquello de que todo lo que nace merece perecer…Sin embargo existe un dato de la “naturaleza” del impulso capitalista de cuya esencia natural han renegado incluso los más grandes economistas burgueses. Ya Keynes se preguntaba si no existiría alguna manera de reproducir en los términos de la paz, las condiciones de las guerras que tan dinámicos índices de crecimiento económico arrojaban a su fin.

Hace poco Krugman recordaba en su libro Acabemos ya con esta crisis, un chiste banal de su autoría en el que argumentaba que Estados Unidos necesitaba un amago de invasión alienígena para provocar un gasto masivo y lograr una recuperación vigorosa…Summers recuerda que cuando Hansen proclamó el riesgo de estancamiento secular a fines de la década del ’30, se le vino literalmente la guerra encima. Su predicción quedaba sofocada por el auge de la economía durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente, dice Summers, es posible que algún acontecimiento exógeno mayor ocurra, elevando el gasto o disminuyendo el ahorro en el camino de un incremento de las tasas de interés de “pleno empleo” en el mundo industrial volviendo irrelevantes sus propias apreciaciones.

Recurrentemente recuerda que salvo una guerra, no resulta obvio de qué tipo de eventos podríamos estar hablando. Caso contrario, indica, la mayoría de las razones que exigen la caída de la tasa de interés de “pleno empleo”, es probable que continúen al menos durante la próxima década. Summers, como mucho antes Keynes y como hace poco Krugman, no se atreve a poner de manifiesto las verdaderas conclusiones de su razonamiento, proponiendo en cambio, nuevas soluciones impotentes. Como decíamos en China: de Giovanni Arrighi al general norteamericano Clark, Marx fue explícito en este asunto al señalar que las guerras son la fuerza militar partera de la trasformación de la sociedad capitalista mundial.

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En un contexto de crecientes tensiones geopolíticas y de las guerras realmente existentes, es cierto que la falta de claridad sobre los posibles contendientes y el actual nivel de globalización del capital, actúan como factor retardatario en el sentido de la definición de una nueva conflagración capitalista mundial. Lo que es seguro es que este sistema que lleva la guerra en su naturaleza –como en el extremo lo reconocen las tribulaciones de sus fanáticos defensores- terminará debatiéndose entre conflictos armados y el socavamiento –siempre violento- de sus bases, que entrañan su propia destrucción.

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Jerárquicamente, la incógnita sobre las acciones futuras de la Fed y la conflictiva fase que atraviesa la economía china, se conjugan y emergen como limitantes del rol contratendencial que ambos elementos jugaron frente a la crisis de 2008. La caída del precio de las materias primas –independientemente de factores específicos- resulta una consecuencia derivada de la conjunción de los dos primeros elementos. Los tres factores afectan, en algunos casos de manera directa y otras de forma laberíntica –esencialmente a través de la recesión en Brasil-, a la economía argentina. Veamos.

Estados Unidos y la Fed

Desde los inicios de la crisis económica mundial de fines de 2008, y mediante los denominados programas de expansión cuantitativa, la Reserva Federal norteamericana inyectó en la economía aproximadamente 5 billones de dólares (esto es casi un tercio de toda la riqueza que Estados Unidos produce en un año entero). Dichos programas –finalizados en octubre de 2014- tuvieron por objeto la recompra de bonos emitidos previamente por el Tesoro Norteamericano.

Cuando la Fed recompra masivamente estos instrumentos de deuda pública, su precio se incrementa y el interés que rinden –que reacciona de forma automáticamente inversa a su precio- disminuye. Como el interés de los bonos se toma como referencia para los préstamos a largo plazo, su disminución implica el abaratamiento del crédito y se utiliza como medida tendiente a reactivar la economía. A la vez, también desde el momento del estallido de la crisis y desde hace 7 años, la Fed mantiene las tasas de interés de corto plazo en un rango de entre 0 y 0,25%, el nivel más bajo de toda su historia. Este factor también contribuye a bajar el costo del crédito de largo plazo y representa otro mecanismo reactivador de la economía.

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Dichas medidas (combinadas con otros elementos como la destrucción operada por la crisis y los bajos salarios resultantes, los salvatajes a los bancos en situación terminal y la explotación del petróleo y gas de esquisto que abarataron notablemente los precios energéticos) representaron hasta el momento, los pilares de la recuperación norteamericana pos 2008. Recuperación cuya fortaleza sólo puede considerarse en términos relativos a los flacos índices de crecimiento de países centrales como Europa o Japón. Corriendo el séptimo año después de la crisis, teniendo en cuenta que una caída de magnitud presupone aceleración y considerando los ingentes estímulos inyectados, la economía norteamericana promedia un crecimiento anual mediocre, cercano al 2,2%. Bastante alejado del casi 3% promediado durante los años de ascenso posteriores a la crisis de 2001 e identificado incluso por los más importantes economistas burgueses, como un nivel de crecimiento “moderado”.

Si la desocupación se redujo desde una tasa cercana al 10% en 2009 a alrededor del 5% en la actualidad, ello resultó en gran parte consecuencia de la creación de empleos basura y de la desaparición de los registros de aquellos trabajadores desmoralizados en cuanto a la posibilidad de conseguir un empleo. Según la OIT entre 1999 y 2013 en Estados Unidos, se produjo una constante disminución de la participación de los salarios en el PBI como consecuencia de su incremento inferior al ritmo de crecimiento de la productividad. Además y también según la OIT Estados Unidos es junto a España, uno de los países en los que más aumentó la desigualdad si se mide comparando hogares del decil superior con hogares del decil inferior.

Las variaciones de la distribución salarial (en cuya masa total se incluye a los gerentes) y las pérdidas de empleo, determinaron un incremento de la desigualdad del 140% (OIT). El crecimiento de los salarios por debajo de la productividad que determina un parámetro del bajo nivel de consumo resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta la mala performance de la productividad durante los últimos años. Como señala Laurence Summers en Financial Times “los hogares americanos, las compañías y los mercados, están procesando una rápida desaceleración del crecimiento de la productividad en lo que parece una especie de momento ‘en reversa’ con respecto a 1990” (Financial Times, 10-9).

El bajo crecimiento de la productividad no puede disociarse del débil nivel de inversión cuestión que se verifica en el hecho de que mientras el PBI real se ubicó en 8,7% por encima de su nivel en 2007, la inversión interna privada bruta creció apenas un 3,9% en el mismo período (Financial Times). La combinación de un crecimiento débil de la inversión y del consumo es lo que determina que en gran parte los estímulos monetarios no se destinen a una recomposición estructural de la economía, sino que deriven en incrementos acelerados de los activos bursátiles abonando una burbuja que es fuente permanente de inestabilidad financiera.

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Este factor combinando con el hecho de que una tasa de interés del 0% ya no puede disminuirse y por tanto no podría volver a funcionar como contratendencia, abonan la intención de la Fed –que ya lleva más de dos años- de incrementar la tasa de interés. El dilema es que la ausencia de fundamentos sólidos para el crecimiento norteamericano, la débil performance de la economía mundial así como las persistentes e incrementadas inestabilidades, amenazan con que un incremento de las tasas devenga tanto un freno para la economía de Estados Unidos como un disparador de mayores turbulencias en la arena internacional.

Riesgos del interludio chino

Las sucesivas y agudas caídas de las bolsas de Shanghai y Shenzhen, las devaluaciones del yuan operadas durante el mes de agosto y el menor crecimiento de la economía china, representan tres engranajes de un mismo movimiento. Son fundamentalmente emergentes de que China no puede seguir sosteniendo el “modelo” exportador –ni permanecer como fuente por excelencia de atracción mundial de capitales- que sustentó su crecimiento otorgándole renovado impulso a partir de 2010 y convirtiéndola en una contratendencia esencial a la Gran Recesión mundial iniciada en 2008. Pero la necesidad china de transformar su economía hacia un “modelo” de tipo mercado internista no es poca cosa ni tarea sencilla.

Entrelazada a su dificultosa y contradictoria necesidad de incorporarse al mercado financiero internacional –cuestión a la que está íntimamente ligada tanto la devaluación del yuan como los intentos fluctuantes de convertir a la bolsa en un mercado más influenciado por las “fuerzas del mercado”- constituyen determinaciones asociadas en última instancia a la tortuosa tentativa china en pos de transformarse en un país imperialista. Necesariamente se trata de una transición convulsiva con final incierto, interludio en el cual no sólo China ve amenazado su propio destino sino que se transforma ella misma en fuente de debilidad para la economía mundial. El crecimiento oficial declarado de China no es bajo –roza el 7%- pero es el más reducido de los últimos 24 años. El gigante asiático devino durante la actual coyuntura económica mundial, caja de resonancia de debilidades propias e internacionales.

Materias primas: efecto reversa

Los precios de las materias primas –tanto las de origen agrícola, como las de origen mineral o industrial- mostraron una trayectoria aceleradamente ascendente desde el año 2010, estimuladas

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tanto por las bajas tasas de interés norteamericanas y mundiales como por la tracción del crecimiento chino y la relativa recuperación económica mundial.

Si el primer factor influye fundamentalmente en el crecimiento del componente especulativo del precio –mercados a futuro-, el segundo factor está vinculado a las determinaciones del incremento de la demanda. Si bien, en la actual tendencia descendente de los precios de las materias primas se deben observar múltiples elementos, las dos causas señaladas más arriba –en la medida en que operan en sentido contrario a 2010- se están transformado en movimientos roncos que con distinta jerarquía y generalidad, horadan los precios otrora ascendentes.

La tendencia más sólida y general que viene influyendo negativamente los precios de las materias primas, es la revaluación del dólar asociada a la recuperación de la economía norteamericana, al fin de los programas de inyección monetaria y al temor –intensificado durante los últimos meses- a que la Reserva Federal determine un incremento de las tasas de interés. Este elemento delinea una tendencia a la reversión del flujo de capitales hacia Estados Unidos que va degradando el precio a futuro de los commodities.

En segundo lugar, el menor crecimiento de China afecta -por la vía de la reducción de la demanda- el precio de las materias primas pero no de todas, sino de aquellas asociadas a la producción industrial como el cobre, el mineral de hierro, el acero o el petróleo -aunque en este último caso resulta fundamental atender las causas particulares-. De modo que hasta cierto punto y tomando la precaución de no generalizar exageradamente, puede decirse que los dos factores esenciales que impulsaron el ascenso vertiginoso de los precios desde 2010, están operando actualmente en sentido inverso.

Repercusión brasileña y efectos nacionales

La economía argentina sufre la derivación de los tres factores señalados a través de tres canales diferenciados. En orden jerárquico, el primero de esos canales es Brasil. La recesión brasileña tiene como mínimo cuatro afluentes. Entre ellos, la fuga de capitales desatada por la revaluación del dólar y la amenaza de aumento de las tasas de interés por parte de la Fed. La combinación entre apertura de la cuenta de capitales brasileña y bajas tasas de interés en Estados Unidos y los países centrales, constituyó el factor explicativo fundamental de la entrada masiva de divisas en Brasil durante los últimos años.

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El ingreso de capitales que gozaba de un extraordinario diferencial de tasas de interés, fue un factor clave que apuntaló la demanda y las importaciones. La entrada de capitales se aceleró cuando las calificadoras de riesgo le otorgaron el investment grade que, vale aclarar, le acaba de ser retirado. Actualmente la inversión del flujo de capitales hacia el centro es lo que está abonando la devaluación del real y el incremento de la inflación.

El segundo afluente de la crisis brasileña se centra en la caída del precio de las materias primas –que junto a sus derivados representan el 60% de las exportaciones-, fundamentalmente de mineral de hierro del cual Brasil es el tercer productor del mundo.

El tercer afluente lo constituye una merma en las cantidades exportadas debido al menor crecimiento de China, principal destino de sus exportaciones y principal comprador, por ejemplo, de mineral de hierro.

Por último todos estos factores se combinan con el estallido de los escándalos de corrupción y la crisis política asociada. Naturalmente la recesión brasileña es un factor clave que afecta a la economía argentina ya que representa su principal socio comercial al que se dirigen cerca del 20% de las exportaciones totales y el 50% de las industriales.

Las exportaciones automotrices argentinas –con suspensiones en Volkswagen, Ford, Lear y la amenaza de cierre de Paraná Metal- así como las de productos regionales, ya recibieron el impacto. El segundo canal de transmisión de los factores claves de la crisis internacional hacia Argentina está asociado a la revaluación del peso -derivada del fortalecimiento del dólar- combinada con la inflación que detrás de la de Venezuela es la más alta de América Latina y una de las más elevadas del mundo. Estos dos factores hacen menos competitivas en términos de precios a las exportaciones argentinas en relación con otros países cuyas monedas se devaluaron recientemente.

Por último, el tercer canal de transmisión de la crisis hacia Argentina está determinado por la caída del precio de la soja –de la que es tercer exportador mundial- cuyo valor es uno de los más bajos de los últimos años, aunque todavía duplica su precio promedio histórico. Este trípode constituye la fuente causal de lo que suele denominarse “vientos de frente” que afectan a la economía argentina por oposición al denominado “viento de cola” que con el crecimiento de China, los altos precios de las materias primas y el crecimiento de Brasil constituyó, desde el plano externo, un impulso clave del crecimiento económico de los últimos años. Abordamos aquí sólo el efecto

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nacional de los factores de orden internacional que por supuesto se entrelazan con los elementos críticos propios de la economía argentina en un contexto de fin de ciclo.