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El Formativo en el valle de Hualfín, una revisión crítica desde la funebria Wynveldt, Federico * , Balesta, Bárbara ** y Zagorodny, Nora *** Resumen El Valle de Hualfín ha sido el marco –y el objeto de estudio- de numerosas investigaciones arqueológicas, algunas de las cuales se focalizaron en momentos y materialidades que en otras regiones se han asociado al Período Formativo y que en esta área fueron catalogadas como Período Temprano. La Colección Muñiz Barreto, excavada en la década de 1920, sirvió de base para caracterizar la funebria del Temprano en el valle y para realizar la primera secuencia cronológica del noroeste argentino, que se contrastó con fechados radiocarbónicos procedentes de sitios de habitación. En el presente trabajo se propone una revisión crítica de los fundamentos de dicha secuencia, intentado contribuir, desde el ámbito funerario, a la discusión sobre el concepto de Formativo en el área. A la luz de distintas metodologías de abordaje –análisis del discurso, arqueología cognitiva, semiótica y estudios arqueométricos-, se propone una nueva caracterización espacial de los “catorce cementerios” de La Ciénaga (sensu Weisser y Wolters) y una lectura diferente sobre la significación de la manufactura y decoración alfareras. Se formula una propuesta para la caracterización de los “cementerios” que trasciende lo meramente espacial, se analizan indicadores que sugieren una planificación de la manufactura cerámica funeraria y se cuestionan la dicotomía decorativa clásica entre figuración/no figuración, así como el criterio usado para la distinción temporal sobre la base de la decoración cerámica. Finalmente, se vinculan algunas diferencias halladas entre las tumbas con probables desigualdades entre individuos y/o grupos en competencia, que habrían tenido un acceso diferencial a los recursos. Introducción El Valle de Hualfín (Figura 1) ha sido el marco –y el objeto de estudio- de numerosas investigaciones arqueológicas, algunas de las cuales se focalizaron en momentos y materialidades que en otras regiones se han asociado al Período Formativo. Ponemos el énfasis en esas “otras regiones” ya que en este valle el término “formativo” no tuvo arraigo. Como se sugiere más adelante, creemos que * Es Licenciado en Antropología y Doctor en Ciencias Naturales (Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata). Ha publicado diversos artículos y un libro basado en su Tesis Doctoral, dedicados principalmente a las poblaciones prehispánicas tardías del Valle de Hualfín (Catamarca). Desde 1996 participa en distintos proyectos en el Laboratorio de Análisis Cerámico (FCNyM, UNLP) y en la actualidad es Investigador Asistente de CONICET y docente en las cátedras de Arqueología Americana II y Arte, Tecnología y Antropología (FCNyM, UNLP). e-mail: [email protected] ** Es Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales (Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata). Se ha especializado en arqueología del NOA, con especial énfasis en los estudios cerámicos, especialmente en el área simbólica. Su Tesis Doctoral (La significación en la funebria de La Ciénaga 2000) estuvo enfocada en materiales del Formativo/Temprano en el Valle de Hualfín. Desde 1988 participa y dirige proyectos de investigación y tesis doctorales en el Laboratorio de Análisis Cerámico (FCNyM, UNLP), donde se desempeña como investigadora. Es Profesora de la cátedra Prehistoria Extra-americana en la FCNyM, UNLP. e-mail: [email protected] *** Es Licenciada en Antropología (Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata). Ha desarrollado sus estudios especializados en arqueología del NOA, con especial énfasis en los análisis de manufactura cerámica. Desde la década de mil novecientos ochenta es integrante y dirige proyectos de investigación en el Laboratorio de Análisis Cerámico (FCNyM, UNLP), en el que revista como investigadora. Es Profesora de la cátedra Arqueología Americana II en la FCNyM, UNLP. e-mail: [email protected]

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El Formativo en el valle de Hualfín, una revisión crítica desde la funebria

Wynveldt, Federico*, Balesta, Bárbara** y Zagorodny, Nora***

Resumen El Valle de Hualfín ha sido el marco –y el objeto de estudio- de numerosas investigaciones arqueológicas, algunas de las cuales se focalizaron en momentos y materialidades que en otras regiones se han asociado al Período Formativo y que en esta área fueron catalogadas como Período Temprano. La Colección Muñiz Barreto, excavada en la década de 1920, sirvió de base para caracterizar la funebria del Temprano en el valle y para realizar la primera secuencia cronológica del noroeste argentino, que se contrastó con fechados radiocarbónicos procedentes de sitios de habitación. En el presente trabajo se propone una revisión crítica de los fundamentos de dicha secuencia, intentado contribuir, desde el ámbito funerario, a la discusión sobre el concepto de Formativo en el área. A la luz de distintas metodologías de abordaje –análisis del discurso, arqueología cognitiva, semiótica y estudios arqueométricos-, se propone una nueva caracterización espacial de los “catorce cementerios” de La Ciénaga (sensu Weisser y Wolters) y una lectura diferente sobre la significación de la manufactura y decoración alfareras. Se formula una propuesta para la caracterización de los “cementerios” que trasciende lo meramente espacial, se analizan indicadores que sugieren una planificación de la manufactura cerámica funeraria y se cuestionan la dicotomía decorativa clásica entre figuración/no figuración, así como el criterio usado para la distinción temporal sobre la base de la decoración cerámica. Finalmente, se vinculan algunas diferencias halladas entre las tumbas con probables desigualdades entre individuos y/o grupos en competencia, que habrían tenido un acceso diferencial a los recursos. Introducción El Valle de Hualfín (Figura 1) ha sido el marco –y el objeto de estudio- de numerosas investigaciones arqueológicas, algunas de las cuales se focalizaron en momentos y materialidades que en otras regiones se han asociado al Período Formativo. Ponemos el énfasis en esas “otras regiones” ya que en este valle el término “formativo” no tuvo arraigo. Como se sugiere más adelante, creemos que                                                             * Es Licenciado en Antropología y Doctor en Ciencias Naturales (Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata). Ha publicado diversos artículos y un libro basado en su Tesis Doctoral, dedicados principalmente a las poblaciones prehispánicas tardías del Valle de Hualfín (Catamarca). Desde 1996 participa en distintos proyectos en el Laboratorio de Análisis Cerámico (FCNyM, UNLP) y en la actualidad es Investigador Asistente de CONICET y docente en las cátedras de Arqueología Americana II y Arte, Tecnología y Antropología (FCNyM, UNLP). e-mail: [email protected] ** Es Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales (Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata). Se ha especializado en arqueología del NOA, con especial énfasis en los estudios cerámicos, especialmente en el área simbólica. Su Tesis Doctoral (La significación en la funebria de La Ciénaga 2000) estuvo enfocada en materiales del Formativo/Temprano en el Valle de Hualfín. Desde 1988 participa y dirige proyectos de investigación y tesis doctorales en el Laboratorio de Análisis Cerámico (FCNyM, UNLP), donde se desempeña como investigadora. Es Profesora de la cátedra Prehistoria Extra-americana en la FCNyM, UNLP. e-mail: [email protected] *** Es Licenciada en Antropología (Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata). Ha desarrollado sus estudios especializados en arqueología del NOA, con especial énfasis en los análisis de manufactura cerámica. Desde la década de mil novecientos ochenta es integrante y dirige proyectos de investigación en el Laboratorio de Análisis Cerámico (FCNyM, UNLP), en el que revista como investigadora. Es Profesora de la cátedra Arqueología Americana II en la FCNyM, UNLP. e-mail: [email protected]

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esto pudo deberse en parte a que justamente fue el Hualfín el lugar elegido por Alberto Rex González para la construcción de la primera secuencia cronológica del NOA. Esta secuencia se basó en los materiales de la Colección Muñiz Barreto, que luego González contrastó con fechados radiocarbónicos procedentes de sitios de habitación. La mencionada colección se conformó a partir de excavaciones realizadas en la década de 1920 por Weisser y Wolters, y gracias a la documentación adjunta, que permite la reconstrucción de los contextos de hallazgo, fue posible la caracterización de la funebria de los denominados períodos Temprano y Medio en el valle. En el presente trabajo nos proponemos llevar a cabo una revisión crítica de los fundamentos de aquella secuencia de González, intentado contribuir, desde el ámbito funerario, a la discusión sobre el concepto de Formativo en el área. A la luz de distintas metodologías de abordaje –análisis del discurso, arqueología cognitiva, semiótica y estudios arqueométricos-, se propone una nueva caracterización espacial de los “catorce cementerios” de La Ciénaga y una lectura diferente sobre la significación de la manufactura y decoración alfareras en particular, y de la evidencia funeraria en general, para el análisis de estos momentos del Valle de Hualfín. En primer lugar, presentaremos un breve repaso acerca de cómo el término “formativo” fue ganando lugar en los esquemas de desarrollo cultural del NOA, y cómo se conformó el conocimiento sobre esos momentos y materialidades “formativos” en el Valle de Hualfín.

Figura 1. Ubicación del Valle de Hualfín y del área de La Ciénaga.

Un repaso al concepto de “Formativo”

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Las primeras investigaciones de Alberto Rex González en el NOA, focalizadas en el Valle de Hualfín, tuvieron como principal objetivo el establecimiento de una secuencia que permitiera conformar, tal como se había concretado en Perú, un “esqueleto cronológico” en un lugar central del área Valliserrana, que luego pudiera extenderse a otras regiones del NOA. Esta secuencia estaba ordenada en cuatro períodos: Temprano, Medio, Tardío e Inca. La fuerza de este esquema, fundada sobre todo en el reconocimiento de la profundidad temporal para las sociedades agro-alfareras, en contraposición a las ideas de la llamada “exégesis histórica”, motivaron que se expandiera su aplicación a gran parte del NOA1, generándose a la vez nuevos aportes locales que le dieron características particulares a los cuadros cronológicos. En algunos casos, las nuevas perspectivas teóricas y metodológicas derivaron en propuestas críticas que priorizaron el estudio del desarrollo social y cultural de las sociedades agro-alfareras por sobre la cronología. En ese contexto es que se incorpora definitivamente el término “formativo” a los esquemas cronológico-culturales propios del NOA. Sin embargo, fue el mismo González junto a Pérez Gollán, quien había definido anteriormente un “Período Formativo Regional Surandino o Neolítico-Eneolítico Surandino” correspondiente al Área Andina Meridional2. Este período estaba precedido por un “Protoformativo” o “Protoneolítico”, definido como la etapa cultural comprendida entre el momento en que las actividades recolectoras y de caza fueron cediendo paso a los cultivos, hasta el momento en que éstos ya estuvieron bien estabilizados y comenzó la producción de alfarería; también incluyen el proceso de domesticación de animales (camélidos y cavia para el área andina en general). Con respecto a la caracterización del Formativo Regional Surandino, siguiendo a Willey y Phillips, sostienen que el Formativo, como concepto general, se define por la presencia de agricultura o de cualquier otra economía de subsistencia de igual efectividad, y por la vida sedentaria de aldea, junto con la existencia de alfarería, tejidos, escultura en piedra y arquitectura ceremonial especializada. Por otra parte, aclaran que, si bien consideran útil esta noción para comprender el proceso cultural americano, creen necesario distinguir los aspectos regionales, y que, en ese sentido, el Área Andina Meridional presenta caracteres muy propios. Y es aquí donde los autores retoman el esquema tradicional de González, al incluir como “formativas” a todas las culturas anteriores a la expansión o a las influencias tiahuanacotas del momento Clásico o Expansivo, comprendiendo el Horizonte Temprano (ausente en el NOA) y el Período Intermedio Temprano, equivalentes al Período Cerámico Temprano de las culturas agroalfareras del NOA, como Ciénaga, Condorhuasi, Candelaria, Tafí y Otumpa. En sus trabajos posteriores, González no volvió a emplear el término, retornando al uso de los períodos Temprano, Medio y Tardío para las culturas agroalfareras del NOA. Sólo en una obra relativamente reciente retomó la discusión del formativo, cuyos principales puntos presentamos más adelante. Quien sí utilizó el concepto, y generó su definitiva instalación en los esquemas de desarrollo cultural del NOA, fue Núñez Regueiro3. En su esquema, el Formativo corresponde a la segunda etapa de desarrollo cultural, “Etapa Productora, Agrícola–Ganadera, o de producción de alimentos” (800 a.C. - 1536 AD). En esta etapa el Formativo (600 a.C. - 1000 AD) es subdividido en Inferior (600 a.C. - 700 AD), Medio (600-850 AD) y Superior (700-1000 AD). Para la definición de este período cita a Ford, quien lo caracteriza principalmente a partir de la importancia de la agricultura, señalando también la modificación tecnológica producida por la incorporación de la cerámica, los textiles con uso del telar y el metal para objetos de adorno o ceremoniales. De la mano de estos cambios se destacan también modificaciones radicales en el modo de vida, sobre todo con el proceso de

                                                            1 Sempé, 1977; Núñez Regueiro, 1974; Raffino, 1977, entre otros. 2 González y Pérez, 1966. 3 Núñez Regueiro, 1974. 

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sedentarización de las poblaciones, dando mayor estabilidad en los asentamientos, y por ende generándose vestigios arqueológicos bien identificables. Cabe destacar algunas observaciones de este autor sobre el Valle de Hualfín en particular. Por un lado, menciona que la existencia en Ciénaga de una gran cantidad de entierros de niños en urnas podría deberse a un mecanismo natural de control del exceso poblacional (alta mortandad infantil, pestes) o a un mecanismo cultural de control mediante sacrificios. En cuanto al paso del Formativo Inferior al Medio, sostiene que en Hualfín las comunidades Ciénaga y Condorhuasi se vieron forzadas a una mayor movilidad espacial e intercambio cultural que en otras regiones, produciéndose un proceso complejo, que promovió el surgimiento de una nueva formación cultural que caracterizó al Formativo Medio (Aguada). Esta postura obviamente fue modificada más adelante con el descubrimiento de los centros Aguada en Ambato, pero ilustra, junto al primer ejemplo, el peso que todavía tenía el Valle de Hualfín en cuanto a las evidencias arqueológicas a la hora de interpretar los procesos culturales del NOA. Otros autores que realizaron aportes importantes para la caracterización del Formativo en el NOA en la década del ’70 son Raffino4 para la Quebrada del Toro y Sempé5 para el Valle de Abaucán. En adelante, el uso del término “Formativo” se hizo generalizado. Más recientemente Raffino6 define al Período Formativo como el tiempo de los dominios tribales, con sociedades multi-comunitarias y productoras de energía, que desde el 900 DC es sucedido por los Desarrollos Regionales, período caracterizado por cacicazgos, jefaturas o señoríos regionalizados. Luego, Tartusi y Núñez Regueiro7 redefinieron el período Formativo, al que caracterizan por el establecimiento de las primeras comunidades aldeanas sedentarias e igualitarias, que fueron estructurando las bases agrícolas y pastoriles, sociales y culturales, propias de los desarrollos posteriores. Ahora el Formativo pasaría a tener un estadio Inicial, que se remonta al 1000 a.C., con un período de transición previo de las sociedades de cazadores-recolectores hacia las economías agrícolas y/o pastoriles, y hacia comienzos de la Era Cristiana se configuraría un estadio Cultista, con jefaturas organizadas sobre la base de los centros ceremoniales no unificados, con una complejidad creciente, más dinámica de lo que se suponía anteriormente. Los denominados “polos de desarrollo” para este estadio estarían en el valle de Tafí y en el sector nororiental del Campo del Pucará. El que antes fuera llamado “Formativo Medio” ya no es formativo, sino “Período de Integración Regional” (450/500 DC), estructurado sobre la base de jefaturas, y cuyo polo de desarrollo se encuentra en el valle de Ambato. El Valle de Hualfín ya hacía tiempo que había dejado de ser la principal referencia para las interpretaciones sobre las sociedades prehispánicas del NOA. Años después, en su obra sobre la Cultura Aguada8, González presenta una perspectiva original del Formativo, partiendo de una discusión del concepto en su sentido evolutivo y difusionista clásico. En principio, propone como denominación alternativa a su anterior Formativo Regional Surandino el término “Formativo Periférico Surandino”, que sería algo más tardío que el Formativo Nuclear de Sudamérica. Luego, lo subdivide en tres períodos (Temprano, Medio y Tardío) que aclara, no son equivalentes de las subdivisiones del Formativo en Inferior, Medio y Superior de los centros nucleares, sino que se los utiliza como una subdivisión puramente local. Para el Período Medio, por ejemplo, correspondiente a Aguada, no comparte su denominación como Formativo Superior, ya que su equivalente en Mesoamérica (Olmecas) y el Área Andina Central (Chavín), posee un contenido de complejidad cultural que no alcanzó Aguada ni ninguna otra sociedad local, es decir, teocracias con clases sociales estratificadas, hierofanías complejas, enormes centros ceremoniales,                                                             4 Raffino, 1977. 5 Sempé, 1977. 6 Raffino, 1988. 7 Tartusi y Núñez Regueiro 1993. 8 González, 1998.

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organización socio-política centralizada y sacerdocio establecido. Tampoco existieron, afirma González, grandes señoríos superiores o complejos como fueron Moche o Tiahuanaco, y menos aun, Estados como el Huari o el Inka, de gran extensión y urbanización y organización política clásica con complejos sistemas productivos y de redistribución, que expresarían la culminación del proceso cultural (evolutivo) americano. Por lo tanto, todo el desarrollo agro-alfarero del NOA correspondería a una etapa formativa, incluyendo Aguada y los Desarrollos Regionales, que según González no habrían sobrepasado el grado de complejidad socio-política de “pequeños señoríos”. Ya con la Etapa Imperial el NOA entra en la órbita del Tawantinsuyu y el desarrollo local se ve interrumpido. En síntesis, afirma González, el Formativo para el NOA (Formativo Periférico Surandino) es equivalente al Formativo Inferior del área Andina Central o de Mesoamérica, y a la vez puede dividirse en tres Períodos definidos por sus contenidos económicos de subsistencia, técnicos y sobre todo, socio-políticos más que por sus coordenadas temporales: 1) Inicial o Temprano (todas las culturas agroalfareras aldeanas del temprano), 2) Medio, que incluye Aguada, con raíces en las mismas fuentes que originaron Tiwanaku Formativo o Temprano (I y III), y La Isla y Alfarcito (originada en influencias de Tiwanaku Clásico), y 3) Tardío o de los Desarrollos Regionales, que comprende todas las culturas desarrolladas después de la desaparición de Aguada. Intentando alejarse del concepto clásico de “formativo”, Olivera9 plantea considerar el término para definir un tipo de sociedad que maneja un conjunto de estrategias adaptativas determinadas, y expone distintos argumentos por lo cuales sugiere mantener su uso: 1) el hecho de que está ampliamente extendido para identificar determinado tipo de sistemas culturales caracterizados por el uso de la agricultura u otra actividad de subsistencia comparable, un alto grado de sedentarismo (aldeas estables), el advenimiento de nuevas tecnologías (en particular, la alfarería) y el desarrollo de arquitectura ceremonial; siendo así, resulta aplicable a infinidad de sistemas culturales antiguos y contemporáneos; 2) da una idea clara de la aparición de cambios organizacionales en los sistemas culturales humanos, que están en la base del desarrollo de las sociedades proto-estatales y estatales; y 3) no encuentra otro término que explicite claramente el conjunto de variables involucradas en sistemas de este tipo sin darle mayor o menor importancia a alguna de ellas. Más adelante señala otras dos particularidades de los sistemas formativos que los definen de manera algo más precisa: el nivel relativamente bajo de segregación y centralización, con mecanismos de estratificación social y jerarquización política poco acentuados, y la baja densidad poblacional, como consecuencia de una forma definida de manipular el entorno medioambiental. Por otra parte, considera que desde un punto de vista evolutivo, el proceso que lleva de un sistema arcaico a uno formativo no parece haber sido violento, y debe ofrecer un espectro de situaciones intermedias entre ambos extremos, y que el mismo caso debe plantearse para distinguir los sistemas formativos de otros sistemas productivos más complejos.

Hoy en día existe una amplia bibliografía dedicada parcial o totalmente a la discusión del concepto de “formativo” en el NOA. Algunas de estas propuestas llegan al punto de rechazar el término, presentando explicaciones alternativas e incluso terminologías diferentes para los procesos dados localmente. Por ejemplo, Delfino y colaboradores10 abordan el concepto de “formativo” para el NOA en perspectiva histórica y críticamente, concluyendo que su principal limitación fue aunar genéticamente las características de un modo de vida con un compartimiento temporal rígido en una secuencia cultural o evolutiva. Y entonces, lo que había comenzado como la categoría descriptiva de un proceso, fue transformándose en una entidad fija. Al momento de definir a las sociedades de Laguna Blanca, en lugar del término “formativo” presentan una “alternativa situada”, donde el

                                                            9 Olivera, 2001. 10 Delfino et al., 2009.

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paisaje social no habría tenido mayores modificaciones a través de más de 2000 años, y que denominan Modo de Vida Comunitario Agrocéntrico. Franco Salvi y colaboradores11 por su parte sostienen que la categoría “formativo” fue construida en base a realidades ajenas al NOA, alejada de valoraciones históricas contextualizadas espacial y temporalmente, que tendió a homogeneizar y relegar al pasado a aquellos contextos sociales en los cuales se iniciaban procesos de economías productivas. El Formativo del NOA, visto como periférico en relación al de Andes Centrales, fue cargado con un contenido particular: sociedades simples, de muy pequeña escala, sin desigualdades sociales marcadas, con sistemas productivos rudimentarios y distribución igualitaria de recursos materiales y sociales. Además, agregan los autores, la comprensión ontológica de la sociedad por parte de los enfoque holistas de la arqueología del NOA, centrada más en las totalidades que en la agencia, impidió una interpretación adecuada de los procesos históricos, en especial del cambio social.

En base a estas críticas, Franco Salvi y colaboradores proponen una alternativa explicativa para el desarrollo de las sociedades del 1er. milenio DC en el Valle de Tafí. Parten del rechazo de la dicotomía entre escala doméstica vs. escala comunitaria, frecuentemente utilizada para diferenciar a las sociedades formativas de las correspondientes a desarrollos “posteriores” (Período de Integración Regional o Desarrollos Regionales). Sostienen que en Tafí, a pesar de que las unidades sociales de producción habrían sido segmentarias, y su identidad como grupos autónomos se enfatizaría en la cultura doméstica, la tecnología agrícola habría alcanzado niveles de alta complejidad en el manejo del suelo y el agua. Además, más allá de la descentralización política que implicaría la fragmentación en la distribución de los medios de producción, existían importantes ámbitos de negociación política a mayor escala que la doméstica, en espacios rituales de uso comunal, y no necesariamente familiar, que es el que se asocia comúnmente a sociedades “formativas”. Desde esta posición, proponen la idea de que los procesos de cambio social estructurados por los pobladores del Valle de Tafí se basaron en la competencia social entre unidades domésticas con fuerte identidad familiar. En este aspecto, la materialidad doméstica habría funcionado como medio de legitimación y reproducción de su posición. Si bien cada unidad pudo gestionar sus propios espacios productivos (sistemas de terrazas, manejo del agua y almacenaje de excedentes), algunas habrían construido redes de poder mediante las que absorbieron mano de obra y pudieron construir espacios de legitimidad que superaban los límites del parentesco, que materialmente se expresó en el espacio simbólico utilizado comunitariamente. El Formativo y el Valle de Hualfín Si bien las publicaciones arqueológicas pioneras de fines del siglo XIX y principios del XX referidas a materiales del Valle de Hualfín tienen indudablemente un gran valor científico e histórico12, fueron las expediciones financiadas por Benjamín Muñiz Barreto durante la década del ’20 las que generaron la gran base de información arqueológica de la cual dispusieron los investigadores de allí en adelante. En la elección de dicho valle para la construcción de su secuencia, González no sólo se tuvo en cuenta su ubicación estratégica, sino también el hecho de ser una unidad geográfica muy bien definida y, sobre todo, la posibilidad de contar con los materiales y las anotaciones completas de los contextos funerarios de 1.200 tumbas de la colección Muñiz Barreto del Museo de La Plata, producto de las expediciones antes mencionadas. Sobre la base del análisis de dichos materiales y de nuevos aportes de excavaciones propias, González conformó los “contextos culturales” y definió las “culturas arqueológicas” que fueron ordenadas en aquellos cuatro clásicos períodos. El peso de esa

                                                            11 Franco Salvi et al., 2009. 12 Nos referimos por ejemplo, a los trabajos de Lafone Quevedo (1892, 1908), Bruch (1902, 1913) y Outes (1907). 

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secuencia, como se mencionó anteriormente, amplió su aplicación a otras regiones, que de a poco fueron incorporando innovaciones a los esquemas locales. En cambio, en el valle mismo aquel “esqueleto cronológico” de González se mantuvo casi inalterado, empleándose como un ordenamiento temporal, y modificándose únicamente el inicio de la secuencia agro-alfarera con la inclusión del Período Temprano Inicial, que extendió estas ocupaciones hasta ca. 2.400 AP13. En la última década, a pesar de que hubo nuevos aportes sobre diferentes aspectos como la funebria y la producción cerámica para los períodos Temprano y Medio, no ha habido una revisión crítica de los fundamentos de la secuencia original para esos momentos14, siendo que la mayor parte de los estudios que cuestionan las bases cronológicas (entre otros aspectos) corresponden al Período Tardío/Inka15. En lo que respecta particularmente a los períodos Temprano y Medio, la muy baja representatividad de sitios que permitieran definir patrones de asentamiento y de contextos domésticos en el registro arqueológico han sido algunos de los factores que más influyeron en la permanencia del viejo esquema, ya que hizo imposible avanzar en interpretaciones acerca de, al menos, algunas de las características que definen clásicamente al Formativo. A partir del panorama de antecedentes sobre el formativo presentado anteriormente, podemos intentar abordar este concepto para el Valle de Hualfín. Por un lado, si se considera el término en su sentido más clásico, la situación actual del conocimiento del pasado prehispánico tendría las características expuestas por González: todo el desarrollo socio-cultural del NOA correspondería a un estadio Formativo, por lo cual perdería su utilidad como herramienta explicativa de ciertos procesos sociales locales. Por otra parte, el uso dado al término por Núñez Regueiro como el período previo a los Desarrollos Regionales primero, y a Aguada después, ha sido el más extendido en la literatura arqueológica, aunque en rigor su definición no lo diferencia de la noción tradicional. La idea de Olivera de emplearlo para definir un tipo de sociedad que maneja un conjunto de estrategias adaptativas determinadas, si bien se enfrenta al problema evolutivo de que posiblemente todas las sociedades del NOA estarían “en la base del desarrollo de las sociedades proto-estatales y estatales”16, da algunas otras precisiones sobre estos grupos, como el hecho de que se caracterizan por ser poblaciones reducidas y con un nivel bajo de segregación y centralización. Finalmente, si bien se coincide en general con las críticas teóricas y metodológicas de los artículos más actuales que discuten el término “formativo”, no creemos que su rechazo absoluto tenga en sí consecuencias positivas, ya que su uso como marco general para la enunciación de sociedades con determinadas características (sociales, culturales, materiales, espaciales, etc.), propias de un momento de la historia prehispánica, no excluye la posibilidad de definirlas en sus particularidades desde cualquier marco conceptual. Asumiendo que el término “formativo” está instalado, y que denota localmente un período cronológico más o menos establecido, estando ya alejado de su significado original, podemos definirlo como el proceso cultural cuyo desarrollo se inicia con la instalación de las primeras aldeas agrícola-ganaderas hasta la aparición de Aguada como fenómeno (parcialmente) expansivo. Cronológicamente comprendería el período entre la conformación de las primeras aldeas con base agrícolo-ganadera y la expansión Aguada (ca. 1000 a.C. – 500 DC). Para el Valle de Hualfín el “Formativo” comprendería entonces el denominado “Período Temprano Inicial” y el “Período Temprano” hasta la irrupción de Aguada en el valle. No se han hallado hasta el momento elementos que refieran al proceso mismo de transición entre grupos cazadores,

                                                            13 Sempé, 2005. 14 Excepto el trabajo de Balesta (2000). 15 Por ejemplo, Wynveldt (2009). 16 Olivera, 2001: 85.

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recolectores o pastores semi-nómades y la instalación de aldeas sedentarias. Tampoco existen evidencias de esas aldeas como se han encontrado en otras regiones. Sin embargo, como es sabido, sí abundan los hallazgos asociados a pisos de ocupación e infinidad de tumbas “tempranas” que han permitido definir la presencia de grupos sedentarios fabricantes de numerosos tipos alfarería y otras tecnologías. A continuación presentamos el análisis de un conjunto importante de dichas tumbas, correspondiente a la zona de los “catorce cementerios” de La Ciénaga (sensu Weisser y Wolters17) y distintos aspectos de sus ajuares, intentando generar un nuevo aporte a la definición del Formativo del Valle de Hualfín. Los “catorce cementerios” de La Ciénaga Como ya se ha comentado, en la localidad de La Ciénaga, el Ing. Wladimiro Weisser y Federico Wolters excavaron lo que dieron en denominar “catorce cementerios”. Los mismos se sitúan en las márgenes del río Hualfín y sus confluencias con diversos cauces, entre los que se destacan el Güiliche y el Diablo. Asimismo, se recuperaron materiales en sectores intermedios de estos “cementerios” a los que los autores denominaron “sepulcros entre cementerios”, “sepulcros aislados”, “urnas aisladas”, según el caso (Figura 2). Los materiales correspondientes a los ajuares funerarios fueron recogidos en su totalidad mientras que los restos esqueletales fueron redepositados en las tumbas, no obstante lo cual toda la información quedaba fielmente registrada en las libretas de campo. Weisser, en función de la presencia/ausencia de enterratorios, determinó que cada uno de los distintos sectores excavados en los que había presencia continua de hallazgos correspondía a un “cementerio”. De tal modo, registró la existencia de esos catorce cementerios y algunos entierros aislados en la localidad de La Ciénaga.

Figura 2. Bosquejo con la ubicación de los “cementerios” en sector de la confluencia entre los ríos

Hualfín y Güiliche18.

                                                            17 Weisser y Wolters, 1924-1926. 18 Basado en Weisser y Wolters (1924-1926). 

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El uso del espacio y la definición de “cementerio” en La Ciénaga Con el fin de rescatar los criterios usados por los excavadores para definir un “cementerio”, en base a lo efectivamente expresado en los textos de las libretas, se implementó una técnica de análisis del discurso (sensu Magariños de Morentín 1998). Dichos criterios se definieron fundamentalmente a partir de marcas visibles, presencia de sepulcros, su sectorización, la disposición en filas, la presencia de urnas conteniendo niños y la estrategia de excavación. Para Weisser y Wolters, la definición de un cementerio dependía, en primera instancia, de la existencia de límites definidos. Estos límites estaban constituidos por marcas visibles, que en muchos casos les permitieron localizar y visualizar los cementerios, a partir de la presencia de grandes piedras, que podían estar alineadas o no, y que aparentaban ser cimientos de casas. Los límites contenían unidades espacialmente discretas, integradas por grupos de sepulturas. En algunos sectores de los cementerios se presentaban límites bien diferenciados, pero esto no siempre ocurría; en caso de no detectar límites naturales, los expedicionarios efectuaban cálculos para su determinación, en base a los resultados negativos obtenidos de las excavaciones. En función de la cantidad relativa de urnas funerarias presentes en cada cementerio, los autores definían la existencia de sectores especiales dedicados al entierro de niños y otros utilizados para el entierro de adultos. Con respecto a la existencia de estos sectores enterrados según su edad, Weisser manifiesta: “Sorprendente fue el destapar entre unos 150 sepulcros de niños apenas 10 sepulcros de adultos...”19 (Weisser y Wolters 1924:55). Además de la ocupación de los espacios por parte de franjas etarias definidas, otra modalidad particular y característica de enterrar estaba definida por el entierro en filas; al respecto señala: “Un arreglo claro en su posición no se pudo constatar, pero en algunos lugares se tuvo la impresión de que habían sido enterrados en filas”20. Esta disposición se corrobora más adelante: “De algunos casos se hicieron fotografías, lo que demuestra claramente que las tinajas destapadas formaban filas”21 (Figura 3).

Figura 3. Fotografía de una de las expediciones Muñiz Barreto, donde se observa la disposición

alineada de las tumbas.

                                                            19 Weisser y Wolters, 1924:55. 20 Weisser y Wolters 1924:51. 21 Weisser y Wolters 1925:104.

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Según las notas de los diarios y libretas de campo, la estrategia de excavación empleada por Weisser y Wolters consistía en explotar un área en la medida en que se seguían encontrando evidencias de tumbas, tomando una dirección determinada. Las excavaciones se daban por finalizadas cuando los resultados de las mismas eran estériles. Sin embargo, existen algunos grupos de tumbas a los que denominan “sepulcros entre cementerios”, “urnas aisladas”, “conjunto de cuatro urnas”, sector en el que “todavía hay algunos sepulcros”, “sepulcros aislados cerca de…”, etc. Todos estos aglutinamientos no constituirían para los expedicionarios cementerios en sí, pero tampoco fueron incluidos en ninguno de los cementerios enunciados. Creemos que los mismos podrían conformar sectores intermedios de menor densidad que aquéllos denominados “cementerios” y que darían continuidad a toda la zona. Por otra parte, es llamativa la diferencia en el número de unidades de entierro que componen cada “cementerio”22. Se puede señalar entonces, que el criterio principal que define la presencia de un cementerio, para los autores, es netamente espacial y está dado por la existencia o no de núcleos densos de tumbas; no se tuvieron en cuenta las diferencias en los tamaños relativos de los cementerios ni el perfil mortuorio de los mismos para establecer si cada una de estas unidades espaciales podía ser, efectivamente definida como un cementerio. No obstante, es importante destacar que el mismo Weisser ya había señalado sus dudas acerca de la separación o continuidad de los distintos sectores:

“Observando el croquis que abarca el sitio de nuestras principales excavaciones de este año y del año pasado, se ve que poco a poco empiezan a unirse los diferentes cementerios. Momentáneamente trabajamos en el cementerio 10 y creo que alcanzaré a unir los cementerios 10, 9 y 1”23

También había notado que las separaciones entre sectores y consecuentemente las diferencias de tamaño entre los mismos podían obedecer a fenómenos de erosión, que hicieran desaparecer áreas que podrían haber conectado los mismos. Al respecto encontramos una referencia sobre el cementerio 7: “Visiblemente, era este cementerio ya muy disminuido en su parte Oeste por la erosión, que en muchas zanjas y zanjitas había una gran parte llevado de la orilla del cementerio”24. Se puede señalar entonces, que la aplicación del término “cementerio” por parte de los expedicionarios, obedeció a una concepción sobre los mismos que implicaba la existencia de un área espacial de límites precisos, probablemente asociada a alguna forma geométrica reconocible, de lados rectos y con una modalidad de entierro en filas. En todos aquellos lugares en los que no se cumplían estas condiciones, determinaron que si bien se trata de lugares de entierro, eran exteriores a los cementerios propiamente dichos. Sobre la base de lo expuesto se puede concluir que el criterio que define la presencia de un cementerio, para los autores, es netamente espacial y está dado por la existencia o no de núcleos densos de tumbas; no tuvieron en cuenta las diferencias en los tamaños relativos de los sectores de entierro ni el perfil mortuorio de los mismos para establecer si cada una de estas unidades espaciales

                                                            22 El cementerio 1 consta de 189 tumbas, el cementerio 2 contiene 118 tumbas, el 3 exhibe 39, el 4 presenta 104 sepulcros, el cementerio 5 tiene 25, el 5a sólo 5 tumbas, el cementerio 6 consta de 89, el cementerio 7 exhibe 7 tumbas, el 8 contiene 67, el 9 consta de 34, el 10 de 118 y los sepulcros entre cementerios de 36. También se registra una sola tumba a la que denominan “lugar fuera del cementerio 6”. En cuanto a los cementerios de la zona sur: el número 11 tiene 17 tumbas, el cementerio 12 contiene 9 tumbas, el 13 presenta 72 y en el 14 hay 45 tumbas. Hay 9 “sepulcros aislados cerca del cementerio 11”. 23 Weisser en carta a Muñiz Barreto del 20-4-26. 24 Weisser y Wolters 1926:140. 

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se podía definir como un cementerio. Teniendo en cuenta las similitudes encontradas en las modalidades de entierro, disposiciones de cuerpos y ajuares –que se comentarán más en detalle- y los efectos de la erosión que pudieron afectar la presencia continua de tumbas, consideramos que los racimos espaciales denominados “cementerios” por parte de los excavadores no necesariamente son reales, sino que pueden constituir el resultado de efectos naturales y de la estrategia de excavación empleada. Análisis de la localización de cuerpos y piezas de ajuar dentro de las tumbas De acuerdo a la distribución etaria por tumba podemos distinguir entre unidades de entierro de subadultos, de adultos y mixtas, estas últimas combinan la existencia de las dos categorías en una misma unidad de entierro. Los resultados de la información analizada sobre un total de 377 tumbas25 indican que todos los cementerios analizados exhiben un porcentaje abrumadoramente mayor de entierros individuales: los cementerios 1, 9 y 10 entre el 82% y el 87%, en los sepulcros aislados baja el porcentaje, que de todos modos es considerablemente más alto (67%) que el de entierros múltiples (33%). Con referencia a las características estructurales de las tumbas, en líneas generales se puede puntualizar que las mismas se presentan del siguiente modo: entierros en contenedores funerarios (urnas, vilques o tinajas sensu Weisser y Wolters) para subadultos y entierros directos para subadultos y adultos. En estos últimos casos existen algunas unidades de entierro que presentan como característica particular ciertas adiciones constructivas realizadas con grandes bloques de piedras Prevalecen en forma muy mayoritaria los entierros flexionados sobre los extendidos, tanto en subadultos como en adultos. Dentro de la modalidad flexionada predominan los entierros en posición decúbito dorsal y flexionados sobre la derecha. La modalidad de disposición espacial de los cuerpos dentro de las tumbas no muestra diferencias, si comparamos los cementerios entre sí. Las distinciones más apreciables se registran con referencia a las edades de los cuerpos enterrados: entierros en contenedores cerámicos para los subadultos, sectores casi enteramente dedicados a entierros de subadultos y menor cantidad de ajuar funerario en los entierros de esta categoría etaria. En cuanto a la disposición de los cuerpos no se registra una orientación preferencial; por el contrario se verifica una gran diversidad al respecto; podríamos decir que prácticamente cada entierro múltiple constituye un caso particular, ya que las repeticiones no abundan, especialmente cuando se trata de tumbas con más de dos cuerpos. Esto ya había sido notado por Weisser, quien con referencia a las disposiciones de los esqueletos comenta: “Pero con todo puedo afirmar que casi todos los esqueletos estaban echados sin alguna orientación especial. Las rodillas estaban generalmente dobladas. Se hallaron los cuerpos echados tanto del lado izquierdo como del derecho...”26. Asimismo, se registró una gran variedad con respecto a la ubicación de las piezas acompañantes. En algunos casos dichas piezas parecen distribuidas entre los cuerpos, como si compartieran el ajuar; en otros casos parecen actuar como separadores de los esqueletos y otras veces se pueden atribuir ciertas piezas a cada cuerpo. Esto último se verifica para objetos cerámicos, pero se da especialmente en los casos de objetos fabricados con materias primas de baja frecuencia de aparición, tales como cobre y malaquita, que suelen situarse sobre distintos sectores de cada cuerpo (cuello, brazos, pecho, etc.).

                                                            25 El análisis sistemático y detallado se realizó sobre una muestra consistente en las tumbas de los cementerios 1, 9, 10 y sepulcros entre dichos cementerios, que configuran el rincón NE de la necrópolis (ver Figura 2). 26 Weisser y Wolters 1924: 74.

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Según los sectores se detectan prevalencias de entierros de subadultos o de adultos; individuales o múltiples. Por ejemplo, en el cementerio 1 “sector continuación” los entierros múltiples constituyen una subárea. Asimismo, este tipo de inhumaciones presentan mayor cantidad de cuerpos en dicha subárea que en el otro sector de este cementerio. En el espacio excavado en 1924/25 hay un predominio absoluto de tumbas de subadultos, baste remarcar que la primer tumba de adultos aparece luego de haberse excavado 47 tumbas de subadultos contiguas. Como síntesis de lo expresado se puede concluir que existe un patrón de disposición por sectores en los que se marcan distinciones fundamentalmente entre edades y modalidades de entierro. Este patrón sugiere una organización en la que la diferenciación individual se favorece sobre la identidad grupal, ya que en todas las áreas existe un predominio de entierros individuales. En base a lo expuesto, creemos que no hay un patrón rígido para la localización de cuerpos y piezas, pero sí que existe una clara intencionalidad en su ubicación en subáreas determinadas y probablemente una planificación, que estaría manifiesta a través de la ubicación de entierros en hileras, por edades, por modalidad de entierro y por tipos de ajuar –este último aspecto se desarrollará más adelante. Los acompañamientos cerámicos Las morfologías más frecuentes de las vasijas analizadas están representadas por cuencos, vasos y jarros (sensu Balfet et al. 1992). En cuanto a las medidas de las vasijas27, la mayor parte de los cuencos tienen una boca que mide entre 10 cm y 16,9 cm (80% de la muestra) y una altura de 5 cm a 9,9 cm (86% de la muestra). Los vasos, en su mayoría, tienen una boca de 9 cm a 10,9 cm (62% de la muestra) y una altura de entre 8 cm y 11,9 cm (71% de la muestra). Los jarros, en general, presentan bocas que miden entre 6 y 11,9 cm (60% de la muestra) y alturas entre 6/8,9 cm y 13/15,9 cm (66% de la muestra). Las urnas están distribuidas entre piezas abiertas y cerradas, pero el mayor número de ellas se puede clasificar como tinaja28. Sus bocas miden alrededor de 23/25,9 cm o 30/31,9 cm y su altura está entre 31 y 35,9 cm. De lo expuesto se puede deducir que los tamaños de las piezas exhiben una cierta uniformidad. La morfología más regular en este sentido está representada por los vasos, ya que los mismos son los que presentan menor rango de variación al respecto. El volumen más importante en nuestro corpus está representado, en todos los cementerios, por vasijas de tamaño mediano. Las formas aparentes de las urnas son esencialmente similares a las de las piezas más pequeñas, pueden presentar formas simples o compuestas, una o dos asas colocadas de diversas maneras, cuellos más o menos prolongados, etc. siendo sólo su mayor tamaño la diferencia apreciable a simple vista. Análisis de pastas sobre cerámica de La Ciénaga La caracterización composicional de las pastas de la cerámica funeraria de La Ciénaga fue realizada a partir del análisis petrográfico de materiales de superficie recolectados en la necrópolis de La Ciénaga. Para tal fin se diseñó una prospección y recolección controlada en la zona; el conjunto obtenido constó de alrededor de 500 fragmentos y sirvió de base para la realización de estudios

                                                            27 El análisis sistemático y detallado de las morfologías y medidas de las piezas se realizó sobre una muestra de 551 piezas cerámicas completas o casi completas, pertenecientes a los acompañamientos recuperados en los cementerios del rincón NE. 28 sensu Balfet et al. 1992.

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tecnológicos que permitieron caracterizar la composición de las pastas Ciénaga evitando, de este modo, la utilización de los materiales de colección. El material recolectado fue sometido a estudios comparativos con las piezas enteras de la colección Muñiz Barreto del Museo de La Plata, seleccionándose una muestra de 60 tiestos, correspondientes a bordes y cuerpos, mayoritariamente decorados, en los cuales se reconocieron atributos casi idénticos, tanto a nivel tecnológico como decorativo, a los registrados en la porción Ciénaga de la Colección. Esta estrategia de trabajo permitió realizar prácticas de carácter destructivo sobre fragmentos de igual procedencia y contexto que los correspondientes a la colección, pero no comprometidos a nivel patrimonial, lo cual permite extrapolar confiablemente los resultados obtenidos. Desde el punto de vista morfológico y decorativo, los fragmentos analizados, corresponden en su mayoría a tiestos grises incisos (88,33% grises y 90% incisos), en menor proporción lisos (8,33%) y escasos pintados (1,66%); las morfologías reconocidas responden a un 45% de vasos, 30% de pucos, 3,33% de ollas y un 6,66% dudosos. Las categorías morfológicas se basan en la clasificación de Balfet y colaboradores. De las respectivas morfologías se cuenta con 37 fragmentos de bordes (61,66%) y 23 de cuerpos de vasijas (38,33%). Caracterización a partir del análisis petrográfico. El análisis petrográfico permitió reconocer tanto las características generales de las pastas como identificar sus componentes principales. En todos los casos, en la confección de la cerámica se ha utilizado un sedimento fino a muy fino caracterizado por la presencia de abundante material micáceo y félsico. Las partículas presentan una orientación preferencial paralelas a la trayectoria del fragmento. Las partículas mayores no se distinguen a ojo desnudo, a excepción de los cortes numerados como 51 y 52 que poseen un tamaño máximo de 0,25 mm. La matriz, en general, tiene un color uniforme con variaciones menores en tonalidades. Con respecto a las inclusiones presentes se analizaron los componentes cristalinos, líticos y vítreos reconociendo los siguientes: - El cuarzo es representativo en todas las muestras, presentándose en algunos casos fracturado y es escasa la participación de granos con extinción ondulante. El cuarzo policristalino tiene menor participación principalmente con extinción recta y ocasionalmente, ondulante. - Los feldespatos están representados por plagioclasas (oligoclasa - andesina) en cristales a veces euhedrales y quebrados con las características maclas de Carslbald/albita y albita y también con estructuras zonadas. Los feldespatos potásicos abundan en la mayoría de las muestras, siendo el microclino el que tiene menor participación. Los feldespatos, en algunos casos se presentan alterados a sericita, mientras que el microclino tiene menor participación. - La biotita (con muscovita subordinada) es el principal mineral ferromagnesiano y suele estar acompañado por anfíboles, principalmente hornblenda castaño y castaño- verdosa. - En relación a los litoclastos, éstos se componen principalmente de pastas volcánicas y en menor proporción de tobas, acompañados en algunos casos por líticos plutónicos y escasos fragmentos de origen metamórfico y sedimentario (pelíticos). Gran cantidad de muestras presentan piroclástos vítreos constituidos principalmente por pumitas, en general con vesículas esféricas, a veces algo deformadas y en menor proporción de trizas vítreas vinculadas en algún caso a la ruptura de las paredes de las vesículas de las pumitas. En función de las características de las inclusiones analizadas a partir de la descripción de los cortes delgados es posible reconocer tres grupos que representan distintas procedencias. El grupo mayoritario (45 tiestos) se caracteriza por la presencia de abundantes vitroclastos (pumitas y trizas) y cristaloclastos, básicamente de plagioclasas, en algunos casos euhedrales y fracturados que evidencian su carácter genético vinculado a depósitos piroclásticos (vulcanismo explosivo). Se han identificado litoclastos accesorios (volcánicos) y escasos accidentales (plutónicos y metamórficos).

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El segundo grupo, representado por 4 fragmentos (4, 10, 16 y 38), se caracteriza por la presencia de líticos plutónicos, en algún caso acompañados de microclino y cuarzo con extinción ondulante. No se encuentran litoclastos volcánicos ni vitroclastos. Las inclusiones suponen una procedencia a partir de rocas del basamento cristalino. El tercer grupo de fragmentos, en total 8 tiestos (8, 11, 17, 32, 41, 46, 49 y 60), se caracteriza por una mezcla de inclusiones de líticos volcánicos (lavas y tobas), con otros de origen plutónico y/o metamórfico que se asocian en ocasiones con granos de cuarzo policristalino con extinción ondulante y microclino. Este grupo carece de inclusiones de origen piroclástico tal como pumitas y trizas vítreas. Las características de las inclusiones en este último grupo evidencian diferentes áreas de aporte a partir de rocas volcánicas y plutónicas y/o metamórficas. La ausencia de ciertos componentes (vitroclastos y litoclastos diagnósticos) en algunos ejemplares (cortes 30, 33 y 39), ha impedido incluirlos en los grupos descritos. Esto podría vincularse a defectos en la confección de los cortes delgados. Se observan fracturas internas, con espacios vacíos que podrían interpretarse como el arrastre de material a consecuencia de la utilización de materiales abrasivos gruesos o inapropiados. Algunas reflexiones sobre las pastas de La Ciénaga. El presente estudio fue enfocado específicamente a la caracterización de las pastas de la cerámica funeraria de La Ciénaga; si bien se sugieren las probables áreas de aporte no estamos en condiciones de precisar las fuentes de extracción de las materias primas. Los resultados del análisis petrográfico de los fragmentos cerámicos seleccionados indican que existe una correspondencia composicional con rocas aflorantes en los alrededores de los sitios arqueológicos. Por el momento podemos plantear la existencia de dos pastas base para la confección de la cerámica que, con variantes menores se repiten en la mayoría de los fragmentos. La segregación de dos tipos de pastas se basa en la presencia / ausencia de material piroclástico asociado. La pasta correspondiente a la mayoría de los tiestos (75%) estaría compuesta por un sedimento fino, rico en material micáceo y félsico correspondiente a la matrix y abundante material piroclástico evidenciado por la presencia de fragmentos pumíceos y trizas vítreas. A nivel de cristaloclastos se destacan el cuarzo, las micas (mayoritariamente biotita con muscovita subordinada); feldespatos y plagioclasas y anfíboles. En cuanto a los litoclastos, se reconocen de tipo volcánico, plutónico (asociados con microclino) y en menor proporción de origen metamórfico. Esta pasta corresponde al grupo 1. La presencia de inclusiones de procedencia volcánica explosiva se vincula con los depósitos correspondientes al piso denominado araucanense y en parte al complejo volcánico al cual se asocia. Una segunda fórmula estaría compuesta por una mátrix similar a la anterior pero carente de material piroclástico. Las inclusiones identificadas corresponden, a nivel de los litoclastos, a material tanto plutónico como volcánico de distinta procedencia. Los cristaloclastos presentes son coincidentes con la pasta anterior. Esta pasta se corresponde con los denominados grupos 2 y 3 y se vincula composicionalmente con rocas madres de naturaleza ígnea (volcánica y plutónica) y en menor medida, metamórficas que afloran en el área de estudio. Las pastas caracterizadas se corresponden con sedimentos que están presentes en los perfiles descritos en la zona29; por lo tanto, es altamente probable que las materias primas utilizadas sean de origen local. Dichas materias primas, transformadas en pastas cerámicas, habrían sido utilizadas por los alfareros de La Ciénaga a lo largo de todo su desarrollo, ya que los fragmentos muestreados combinan el rango completo de atributos técnicos y decorativos atribuidos a la cerámica representativa de la entidad

                                                            29 Andreis, 1962.

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Ciénaga30. Este hecho se puede transformar en una herramienta de valor a los fines comparativos, sobre todo si tenemos en cuenta que la cerámica Ciénaga tiene una dispersión muy grande en el NOA con distintos niveles de representatividad. El conocimiento de la composición de las pastas de la cerámica Ciénaga de Hualfín puede permitirnos aproximar nuevos argumentos sobre la índole de las relaciones que tuvieron estos grupos con otras poblaciones formativas en el NOA. La decoración de la cerámica Ciénaga y sus implicancias cronológicas La decoración de la cerámica de la Colección Muñiz Barreto ha sido la base fundamental para adjudicar distintas etapas cronológicas a los materiales recuperados en el valle de Hualfín, que sirvieron de base para establecer fases temporales que se extendieron a todo el NOA. La secuencia cronológica formulada para el área fue condensada fundamentalmente en dos trabajos31. En su trabajo de 1975, González y Cowgill propusieron una cronología para el valle de Hualfín en fases temporales, basándose en la seriación de tumbas de los materiales de La Ciénaga recuperados por Weisser y Wolters y en fechados radiocarbónicos de algunos sitios de habitación cercanos. Para realizar la seriación de tumbas los autores clasificaron los materiales en tipos, para lo cual definieron a un tipo como “...un conjunto de rasgos técnicos y estilísticos claros y objetivos”32. Los tipos se obtenían en función de rasgos decorativos y tecnológicos; una vez obtenidos, se estudiaban las asociaciones por tumba y luego se disponían dichas asociaciones en secuencia. Esto último se llevaba a cabo mediante la utilización de programas de computación y se asumía que las discontinuidades obtenidas por este medio reflejaban cambios drásticos en las tradiciones cerámicas. El lapso que nos ocupa refleja tres fases en dicha secuencia. En la siguiente tabla se enumeran los tipos definidos por los autores como más característicos, no obstante se realizan algunas salvedades a continuación:

La Manga / Ciénaga I Güiyischi / Ciénaga II Casa Vieja / Ciénaga IIIInciso Simple Ante Liso Ante Liso Inciso Simple Pintado Crema Liso Crema Liso Rojo sobre Ante Rojo sobre Ante Negro sobre Rojo Rojo Morado Rojo Morado Anaranado Liso Inciso Puntiforme Inciso Puntiforme Línea Gruesa Línea Gruesa Negro Liso Negro Liso Negro sobre Ante Allpatauca Inciso Rojizo Liso Urnas grises lisas

En la primera fase también apuntan, “en determinado momento”, la aparición de la técnica a la que denominan Incisa Puntiforme, el tipo Ciénaga Línea Gruesa y “los motivos espigados y punteados”. En la fase llamada Güiyischi o Ciénaga II, persisten el Ciénaga Rojo sobre Ante y el Ciénaga Rojo Morado; además, se agregan el Ciénaga Inciso Puntiforme y el Ciénaga Rojo Liso. También anotan como “comunes”, las figuras de saurios, antropomorfas simples, zoomorfas y ornitomorfas. Finalmente, la fase Casa Vieja o Ciénaga III, es considerada como una etapa de transición entre Ciénaga y Aguada. En ella continúan siendo “comunes” las figuras de saurios, antropomorfas y                                                             30 González y Cowgill, 1975; Sempé, 1993; Balesta, 2000. 31 González, 1972; González y Cowgill, 1975. 32 González y Cowgill, 1975:384

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ornitomorfas, pero especifican que las mismas se hallan estilística y técnicamente “mejor elaboradas”. También consideran importante puntualizar que aparecen tipos Aguada, como Aguada Gris Motivos geométricos y Aguada Gris Lisa. Por otra parte, enumeran en las primeras etapas de Aguada, la “continuidad” de ciertos tipos a los que denominan como Ciénaga de Transición: - Allpatauca Inciso - Ciénaga Ante Liso - Ciénaga Dibujos Negros - Ciénaga Negro sobre Ante - Ciénaga Negro y Rojo sobre Ante - Ciénaga Línea Gruesa Al intentar realizar la adscripción de las piezas según las tipologías establecidas en los trabajos señalados se presentaron dificultades para reconocer los tipos. En algunos casos esto se debió a que sus características no se hallan claramente descritas y en otros porque las características atribuidas a los tipos se mezclan, produciéndose de este modo la imposibilidad de identificarlas y atribuirlas a una sola fase. Las dificultades encontradas en el transcurso del trabajo, que guardan relación con el modo en que fueron elaborados los tipos se detallan a continuación: - los tipos no se hallan descritos y las denominaciones no siempre son unívocas (eg. no se explica qué diferencia existe entre el Ciénaga Negro sobre Rojo y el Ciénaga Dibujos Negros que aparece en Aguada); - las categorías denominadas Inciso Simple, Inciso Puntiforme y Línea Gruesa no resultan claras al tratar de adscribir piezas. Cuando se habla del tipo Línea Gruesa no se explica si esta denominación se refiere a la línea de contorno, al relleno de la figura, o a ambas; ni tampoco a qué grosor de línea se hace alusión. Se podría pensar que la diferencia entre el Inciso Simple y el Inciso Puntiforme sería que en el primer tipo la incisión se ha ejecutado a través de líneas y en el segundo por medio de puntos. No obstante, en ciertos casos, las técnicas se combinan de tal modo que las líneas que delimitan las figuras son gruesas, mientras que el relleno está hecho en forma de puntos o con incisión de líneas más finas (Figura 4); inclusive se han detectado casos en los que en una misma pieza aparecen algunas figuras con relleno de puntos y otras con líneas (Figura 5);

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Figura 4. Combinación de incisiones gruesas y finas en un vaso Ciénaga.

Figura 5. Vasija con figuras rellenas con punto y con líneas.

- la continuidad del tipo Inciso Puntiforme a través de las tres fases le quita valor como tipo diagnóstico; - cuando comienzan las referencias a la fase Aguada, los autores especifican que “en las primeras etapas continúan los tipos Ciénaga de Transición” como el Negro y Rojo sobre Ante y Ciénaga Dibujos Negros; sin embargo, estos tipos no habían sido nombrados en ninguna de las tres fases anteriores; - el tipo Ciénaga Negro sobre Ante de la fase II, que aparentemente había desaparecido en la fase III, vuelve como un tipo de transición hacia Aguada; - las piezas pintadas se adscriben sólo por el color de la pintura y por el fondo y no se analizan los distintos tipos de dibujos que incluyen; - el tipo Negro Liso, en este corpus, resulta de difícil adscripción, ya que en general la pasta se ve en distintas gamas de grises, aún dentro de la misma pieza. Tomando en consideración cada vasija, por efecto de la cocción, se pueden observar diferentes tonalidades que pasan también por tonos castaños y en algunos casos exhiben manchas negras; - en los tipos Ante Liso, Rojizo Liso y Anaranjado Liso, resulta difícil adscribir una pieza a cualquiera de ellos, tanto si se considera la pieza en sí misma como en comparación con otras de similares colores de fondo; por otra parte no se especifica si se refieren sólo al tono de la pasta o se podría incluir algún baño o engobe; - la categoría “comunes”, aplicada al caso de saurios y ornitormorfos no resulta operativa, ya que no se sabe si se refiere al grado de elaboración de las figuras o al número relativo de las mismas en el universo (respecto del número debemos decir que este tipo de representaciones son escasas); - la categoría “antropomorfo simple” resulta insuficiente, ya que al no estar descripta no se sabe si se refiere a que a las figuras les faltan rasgos en la cara o partes del cuerpo o si se refiere a las técnicas de ejecución del dibujo. En general se podría decir, de acuerdo a las particularidades del corpus relevado y en comparación con los sistemas de dibujo y/o denotación occidentales, que todas las figuras antropomorfas de Ciénaga se pueden describir como “simples” (Figura 6).

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Figura 6. Figura antropomorfa representada en un vaso Ciénaga.

- las urnas grises lisas aparecen como tipo diagnóstico en la fase III, pero el resto de las urnas no aparece nombrado en las fases anteriores. Parecería que el criterio de los autores se inclina a colocar urnas aparentemente más simples en la última fase, ya que siguiendo un criterio evolutivo, resultaría más lógico explicar la desaparición gradual de los contenedores funerarios como modalidad de entierro a medida que nos aproximamos hacia el fenómeno Aguada. Cabe señalar que en las urnas decoradas se registran diseños figurativos que podrían indicar su pertenencia a las fases I (espigados, incisión simple), II (figuras zoomorfas y antropomorfas, distintos tipos de pintura) y aún a la fase III (figuras de saurios y antropomorfas). Por otra parte, al adscribir a las urnas como un tipo específico, se está introduciendo un nuevo criterio clasificatorio, que contempla la funcionalidad de las piezas y que no había sido enunciado al comentar la metodología empleada; - las pipas, las piezas modeladas y la cerámica “tosca” no entran en ninguno de los tipos, aun cuando constituyen ítems importantes en la caracterización de esta cultura. El complejo felínico en la “Fase Ciénaga. En “The Felinic Complex in Northwest Argentina”33, González subdivide a Ciénaga en tres fases principales y explica que el complejo felínico se halla ampliamente representado en su cerámica. Concede particular importancia al hecho de que a través de su análisis se puede seguir una evolución desde la representación de un felino simple hasta las figuras complejas denominadas “draconianas” y atribuye este cambio a influencias provenientes del norte. Según este autor, en el Período Medio y por el desarrollo de Aguada, la iconografía felínica alcanza su pico de frecuencia y su máximo desarrollo tanto artístico como tecnológico. Según el planteo de González en este trabajo, el complejo felínico en el noroeste aparece a principios de la era cristiana y le siguen períodos evolutivos de clímax, decadencia y desaparición. Dentro de este esquema, Ciénaga representa un momento transicional en el desarrollo, a continuación de Condorhuasi. En este proceso, se produce un cambio de tipo tecnológico –atestiguado por la

                                                            33 González 1972.

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desaparición de la escultura en piedra y remplazo del modelado en cerámica por la incisión de superficies-, que afecta la iconografía, aunque el complejo felínico sobrevive y recupera su importancia a lo largo del desarrollo de las etapas de Ciénaga. Posteriormente es remplazado por Aguada, en donde este complejo adquiere características propias y alcanza su clímax, para desaparecer en el Período Tardío. El conjunto de características diagnósticas propuestas por González para cada fase establece: la fase Ciénaga I carece de diseños figurativos y las vasijas están decoradas con patrones incisos sobre superficies de acabado gris o negro. En Ciénaga II reaparecen elementos figurativos: “...the feline now looks llamalike, and is drawn in a sketchy and rigid fashion, with straight lines”34. Dentro de esta fase identifica distintos momentos:

“At the beginning, the feline figures are distinguished by their straight and pointed ears, rectangular or triangular body, and simple tail. In the following step, it is possible to see the appearance of protruding claws, and prominent lines of teeth all of the figures look forward. In a more advanced step, the head is turning back, the legs and tail are curved, the simple straight lines are replaced by a more frequent use of curved lines. The use of circular design representation of the feline spot is more and more frequent”35.

Para la última fase (Ciénaga III), sólo menciona que existe una complejidad creciente en los diseños lo cual, a su criterio, está marcando la transición hacia la cultura de la Aguada. Para definir el complejo felínico, utilizó las piezas que presentaban representaciones icónicas zoomorfas identificadas como representaciones de camélidos, que presentaban, en algunos casos, ciertos grados de “felinización”. En vista de la importancia atribuida por González a la figura del camélido/felino para establecer indicadores cronológicos se procedió a analizar el contenido cerámico de las tumbas donde aparecían las piezas que contienen este tipo de imágenes. Las representaciones se trabajaron de acuerdo a lo establecido en su clasificación del año 1972, a fin de identificar las etapas propuestas y combinar esta clasificación con las pautas de la publicación de 1975 - ya que en esta última, además, se incluyen las representaciones no icónicas-, con el objeto de reconstruir las asociaciones contextuales dentro de cada unidad de entierro. A continuación se incluyen, a modo de ilustración, ejemplos correspondientes a dos unidades de entierro pertenecientes a los denominados “cementerio 1” y “sepulcros aislados entre los cementerios 1, 6, 9 y 10”36: Unidad de entierro 15 (cementerio 1): contiene las piezas catalogadas del 7800 al 7802. La vasija 7800 es una olla (sensu Balfet y colaboradores), que funcionó como contenedor funerario, de pasta gris lisa. De acuerdo con la tipología de González y Cowgill debería pertenecer a la fase 3. El cuenco 7801 (Figura 7) es de pasta gris, bien alisada, con representaciones de camélidos/felinos. La configuración de la imagen en cuanto sus cabezas dadas vuelta, podría representar la fase Ciénaga 2, etapa 3, no obstante, no responde a ésta porque no hay utilización de líneas curvas y no se ven las patas ni las colas. Atendiendo a las orejas y el cuerpo podría ubicarse en la fase 2, etapa 1, aunque en función de las fauces, debería ubicarse en la etapa 2 ó 3. Si nos guiamos por la morfología de la vasija                                                             34 González 1972:123. 35 González 1972:123 

36 El análisis de la decoración llevado a cabo para contrastar la construcción de tipos se realizó sobre las 551 piezas cerámicas completas o casi completas sobre las cuales se llevó a cabo el estudio morfométrico.  

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y la configuración felinizada de la imagen, podría caracterizarse como de transición hacia Aguada, pero no presenta líneas curvas.

Figura 7. Cuenco 7801, Col. Muñiz Barreto.

La vasija 7802 (Figura 8) es una olla gris, con pequeñas asas en la zona superior. Sobre el borde presenta una guarda de incisiones cruzadas; por debajo, en el cuerpo, hileras de rombos concéntricos en juego de figura/fondo con relleno de líneas. Sobre los bordes y entre los rombos hay triángulos con sus bases apoyadas sobre las líneas que limitan la banda. Podría clasificarse como Ciénaga Incisa Simple y por lo tanto pertenecer a Ciénaga 1.

Figura 8. Decoración incisa de la olla 7801, Col. Muñiz Barreto.

Según la descripción realizada, se observan dificultades para adscribir la vasija 7801 siguiendo las características establecidas en el trabajo de 1972. Aún si dejáramos de lado la ubicación de la imagen según etapas y optáramos sólo por decir que pertenece a la fase 2, nos encontramos con la dificultad de que las otras dos vasijas pertenecerían a distintas fases (3 y 1 respectivamente). Unidad de entierro 9 (sepulcros aislados entre los cementerios 1, 6, 9 y 10): contiene las piezas catalogadas del 9471 al 9473.

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La pieza 9471 (Figura 6) es un vaso grande gris. El cuerpo de la vasija comprende un área delimitada por líneas gruesas. Presenta tres figuras antropomorfas con cabeza triangular, que exhiben orejeras con relleno de puntos (prolongaciones rectangulares que salen de la base del triángulo invertido) y prolongaciones superiores en línea gruesa. A cada costado, al terminar las anteriores, salen dos prolongaciones oblicuas. En el medio de la base del triángulo invertido que representa la cabeza hay una hendidura rectangular; los ojos también son rectangulares. Los brazos salen del vértice del triángulo y tienen forma de barras horizontales de las que se desprenden dos barras verticales que terminan en garras. El cuerpo es rectangular, colocado en sentido vertical. Las piernas son similares a los brazos, pero con prolongaciones más cortas que terminan en pies rectangulares cortos que finalizan en garras. Las representaciones figurativas humanas se deberían encuadran en la fase 2 o en la fase 3. La vasija 9472 es un cuenco grande, que por el color de la pasta podría clasificarse como Ante Liso; en cuyo caso pertenecería a las fases 2 ó 3 o podría encuadrarse como Aguada de transición. El número 9473 (Figura 9) corresponde a un cuenco pintado en negro sobre fondo ante con figuras de camélidos. Como presenta un lomo de forma triangular podría ubicarse en la fase 2 etapa 1, pero las orejas no son puntiagudas y carecen de cola. No puede adscribirse a la etapa 3, ya que las cabezas miran en direcciones diferentes; las patas no son curvas, estando apenas sugeridas por líneas; parecería que se trata de animales cargados, que están echados sobre el piso. Hay predominio de líneas rectas. No se lo puede ubicar en la etapa 2 porque no tienen líneas de dientes y las figuras miran en sentidos opuestos. Resulta difícil adscribir esta pieza con representaciones zoomorfas –que además es una de las dos únicas piezas pintadas con figuras de camélidos-, mientras que el resto de las vasijas se podrían incluir en distintas fases.

Figura 9. Cuenco 9472, Col. Muñiz Barreto.

Como puede observarse, a partir de los ejemplos planteados, los criterios diagnósticos no funcionan de forma inequívoca y los tipos, fases y etapas propuestos son insuficientes para una efectiva adscripción de las piezas. Análisis semiótico de las figuras icónicas de camélidos. Años más tarde se llevó a cabo un estudio sobre las vasijas decoradas de la entidad cultural Ciénaga, para lo cual se aplicó una técnica de análisis semiótico de imágenes37. En la porción Ciénaga de la Colección Muñiz Barreto se relevaron 2114 piezas cerámicas completas o casi completas, de las cuales aproximadamente un 50% son lisas

                                                            37 Balesta, 2000.

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mientras que el 50% restante son decoradas. De un total de cerca de mil vasijas decoradas38, sólo 45 exhiben representaciones icónicas zoomorfas identificables como camélidos, lo cual constituye el 2% del total y alrededor del 4% de las piezas decoradas. Estas 45 piezas que exhibían el mismo tipo de representaciones icónicas fueron comparadas entre sí, a partir de lo cual se registraron las unidades mínimas que conformaban cada uno de los animales representados y las diferencias y/o semejanzas entre ellos. Se determinaron relaciones de equivalencia entre unidades, cuando éstas adoptaban la misma posición relativa dentro de cada figura. De este modo fue posible configurar el repertorio de unidades usadas para representar camélidos, sobre la base del total de la muestra. En la Figura 10 se exhibe, a modo de ejemplo, parte del repertorio de cabezas (izquierda), cuerpos (centro) y colas (derecha). También se detectaron, en las imágenes, segmentos que no se corresponden con las características anatómicas del género Lama, representadas por garras, fauces y manchas en los cuerpos de los animales.

Figura 10. Ejemplo de parte del repertorio de unidades empleadas para la representación de camélidos.

Luego se compararon las figuras con las características físicas y las conductas adjudicadas a los camélidos; en los frisos analizados se pudieron observar modalidades de expresión que exhibían características diferenciales entre los animales. Por ejemplo, en las Figuras 11 y 12 se pueden ver animales de distintos tamaños; en la Figura 11 el tercer animal desde la izquierda parece que tuviera la cabeza girada mirando hacia el fondo de la figura, por lo cual se pueden ver sus dos orejas, pero no se le ve el hocico. Los camélidos en la Figura 13 se hallan con las patas recogidas, por lo que se puede hipotetizar que están en movimiento a diferencia de los de la Figura 12, que parecen parados y quietos. Los animales en la Figura 9, que a diferencia del resto están pintados, muestran una elevación en el lomo, con líneas cruzadas sobre el mismo, que promueven la interpretación de que se trata de llamas cargadas, cuya carga está sujeta con tientos o cuerdas. En las Figuras 12 y 14 los cuerpos de los camélidos presentan líneas, como si se tratara de una animales con buena cantidad y calidad de pelo.

                                                            38 Con el fin de identificar las figuras icónicas de camélidos se relevaron aproximadamente mil vasijas decoradas correspondientes a la porción Ciénaga de la Colección Muñiz Barreto. 

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Figura 11. Camélidos de distintos tamaños. El círculo y la flecha indican una probable diferencia en

la posición de la cabeza de uno de los animales.

Figura 12. Camélidos de diferentes tamaños, aparentemente estáticos.

Figura 13. Representación de camélidos, probablemente indicando movimiento.

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Figura 14. Vasija con representación de camélidos posiblemente echados.

Las diferencias detectadas en las formas de representación fueron atribuidas a la intención de sus productores de reflejar: diversos tamaños de las figuras, características anatómicas específicas, números variables de individuos por friso y actitudes de los animales. Dichas diferencias fueron interpretadas como reflejo de: tamaños variables de los rebaños, diferencias entre tamaños y/o edades de los animales, variedad de posturas, distancia entre los mismos y con respecto al observador, diversos comportamientos y/o funciones. A modo de síntesis del estudio semiótico, se puede afirmar que en estas figuras usadas para realizar una adscripción cronológico-cultural, se relevó una gran diversidad en el modo de representación. Para su representación se usó un repertorio finito de unidades, que se combinaron, dando lugar a diferentes imágenes. Algunas de ellas se presentan como más naturalistas, en algunos casos aparecen animales estáticos, en otros se observa mayor dinamismo. Dentro de los ajuares cerámicos, el número de vasijas con este tipo de representaciones es muy exiguo; además, las diferencias registradas entre cada una de ellas las constituye en ejemplares únicos. Las características establecidas por González para la adscripción de las figuras de camélidos/felinos a diferentes fases que marcarían etapas cronológicas no se muestran, en las representaciones, en forma clara y excluyente, sino que se mezclan en la composición de cada figura, ocasionando dificultades para la categorización de las mismas; por otra parte, las diferencias detectadas no parecen configurar evidencias que permitan establecer distinciones cronológicas. La presencia de los camélidos en frisos geométricos. Cuando realizamos la segmentación de las imágenes de camélidos se fue poniendo de manifiesto que las mismas unidades mínimas que conformaban las figuras de los animales se hallaban representadas en las guardas clasificadas como “geométricas”. Por lo tanto, procedimos al análisis de este tipo de frisos a fin de detectar, en un procedimiento inverso, la presencia y articulación de las unidades dentro de dichas guardas. A partir del repertorio de unidades que habíamos reconocido en las representaciones icónicas identificamos, en las guardas no icónicas, las mismas unidades utilizadas para componer aquéllas representaciones, sólo que se

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hallaban dispuestas en combinaciones que generaron figuras distintas a las icónicas. A continuación proporcionamos algunos ejemplos ilustrativos. En la Figura 15, correspondiente a una vasija de decoración geométrica, se identificaron camélidos de perfil, yaciendo en descanso, sometidos a operaciones de reflexión y alternancia/repetición, con sectores incisos y lisos, que configuran distintas texturas. La guarda está confeccionada de tal modo que las texturas operan de figura y de fondo alternativamente y los animales se pueden reconocer tanto si mantenemos la vasija apoyada sobre su base como dándola vuelta.

Figura 15. Identificación de camélidos en guarda geométrica.

En la Figura 4, se pueden observar rasgos zoomorfos incluidos en figuras geométricas. Los mismos consisten en pescuezos verticales, orejas derechas rectangulares, hocico con prolongación rectangular y fauces con hileras de dientes. Están conectados (uno derecho y el otro invertido) a escalonados con triángulos concéntricos en el interior, que se unen a otro par similar de cabezas. Esta composición se repite una vez más hacia la derecha (tomando el asa a la izquierda) y media vez más. Los dibujos que incluyen partes del animal se hallan en negativo sobre un fondo relleno con líneas. La vasija de la Figura 16 presenta una guarda que en primera instancia se ve como geométrica, pero al recortar las marcas previamente identificadas, se pueden apreciar varios grupos de representaciones zoomorfas. Las mismas presentan cabezas con orejas puntiagudas, hocicos rectangulares sin fauces y lomos de formas rectilíneas que constituyen el punto de unión entre varios camélidos. Los animales se hallan al derecho e invertidos y miran hacia derecha e izquierda (a través de las operaciones de simetría bilateral y reflexión). Los cuerpos se hallan rellenos con líneas. Para realizar los lomos de los animales se han usado triángulos orientados hacia arriba y hacia abajo (simetría bilateral), unidos de a pares por sus vértices.

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Figura 16. Vasija con guarda “geométrica” donde se identifican representaciones zoomorfas.

En la pieza de la Figura 17 se observan animales con pescuezos rectilíneos, cabezas rectangulares y orejas representadas por dos líneas verticales. Los cuerpos están constituidos por escalonados y son compartidos por pares de animales, que se hallan al derecho e invertidos. Los escalonados, pescuezos y cabezas se hallan en negativo y el fondo es espigado; entre dos pares de animales se ubica una fila vertical de rombos concéntricos.

Figura 17. Representación de camélidos con cuerpos escalonados.

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El análisis llevado a cabo y los ejemplos comentados demuestran que para estas expresiones no rigió el modelo occidental que distingue entre imágenes figurativas/no figurativas, ya que la presencia de los camélidos fue detectada aún en frisos caracterizados como “geométricos”39. Algunas reflexiones sobre el Formativo y la significación de las prácticas funerarias en el Valle de Hualfín A través de la exposición realizada hemos reflejado, en primera instancia, un recorrido histórico sobre la formulación del Formativo, ya sea como etapa cultural y cronológica, como un momento de consolidación en las estrategias de producción de alimentos y alfarería, de estabilización de un modo de vida sedentario, de aparición de arquitectura y parafernalia ceremonial, como propio de sociedades multicomunitarias y productoras de energía. No obstante, desde todas las conceptualizaciones relevadas, surgen preguntas en torno a si existen rasgos o conjuntos de rasgos que representen un correlato material que permita, a través de su presencia, identificar este momento Formativo. Ante la problemática de la aparición de discontinuidades en el registro, tanto a nivel espacial como temporal, generalmente se ha usado la cerámica como fósil guía, para lo cual se han formulado propuestas, entre las cuales se destaca la secuencia formulada por González y Cowgill en 1975. Específicamente en lo que concierne al Valle de Hualfín, hemos detectado diversas inconsistencias en la periodificación tradicional, por lo cual buscamos identificar los motivos que las produjeron y proponer una explicación de lo que estaba sucediendo, a partir de la interpretación de la evidencia funeraria de la necrópolis de La Ciénaga. El análisis realizado nos posibilitó identificar características particulares tanto respecto de la construcción del espacio funerario como de los acompañamientos colocados en las tumbas. Con respecto al espacio se detectaron diferencias en el número de tumbas que componen cada “cementerio”, lo cual podría habernos llevado a pensar que la densidad de la población fue variando en el tiempo; sin embargo, el análisis de la composición etaria de los cementerios indica fuertes desequilibrios que llevaron a descartar esa idea. Por otra parte, si comparamos los cementerios entre sí, la modalidad de disposición espacial de los cuerpos dentro de las tumbas no muestra diferencias. Como ya se ha comentado, las distinciones más apreciables en términos generales se registran con referencia a las edades de los cuerpos enterrados, la modalidad de entierros en contenedores cerámicos para los subadultos, la existencia de sectores casi enteramente dedicados a cada categoría etaria y cantidades y calidades diferenciales de ajuar funerario en los entierros. Como síntesis de lo expresado se puede concluir que existe un patrón de disposición por sectores en los que se marcan distinciones entre edades, modalidades de entierro y ajuares. Con respecto a los acompañamientos funerarios cerámicos, los estudios realizados indican que hubo una planificación de la manufactura cerámica. Esta enunciación queda atestiguada por: - la relativa homogeneidad en la composición de las pastas y la alta probabilidad de utilización de materiales provenientes de la misma zona; - la baja diversidad morfológica y escasa variación en el tamaño de las piezas; - la elección reiterada de áreas específicas, en cada morfología, para la aplicación de determinados trazados decorativos, y - el escaso número de unidades mínimas utilizadas para la decoración, que se aplican tanto a la conformación de frisos icónicos como no icónicos.

                                                            39 González y Cowgill 1975.

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A las evidencias de planificación comentadas ut supra se suman otros indicadores que sugieren que se trató de piezas hechas para el destino funerario y no para uso cotidiano, tales como la ausencia de huellas de uso doméstico (con excepción de algunos pocos casos constituidos por los denominados “jarros calceiformes”) y la aparición de piezas semejantes en morfología y/o dimensiones y/o decoración dentro de una misma tumba. Un caso interesante es el conformado por las Figuras 18 y 19 que exhiben las piezas 7773 y 7774 respectivamente, halladas en una tumba del cementerio 1. Obsérvese que cada una de las imágenes de la Figura 18 parece una segmentación del camélido de la Figura 19, representándose sólo la parte final del animal, que aparenta dos colas curvilíneas. En la Figura 20 se exhiben cuatro vasijas depositadas en una misma tumba (tumba 181 del cementerio 1) con idéntica decoración.

Figura 18. Vasija N° 7773.

Figura 19. Vasija N° 7774.

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Figura 20. Vasijas depositadas en el tumba N° 181 (Cementerio 1).

Por otra parte, se ha detectado una distribución diferencial para acompañamientos funerarios cerámicos y no cerámicos poco frecuentes. Los mismos incluyen objetos escultóricos (Figura 21), frisos icónicos, pipas, y objetos confeccionados con algunas materias primas tales como cobre y malaquita. La presencia de pipas mayoritariamente se asocia a tumbas con mayor cantidad y diversidad de ajuar. Estas se localizan en los cementerios 1 (sector continuación) y 10, en algunos casos en entierros contiguos entre sí. Su aparición es exclusiva en tumbas de adultos, preferentemente múltiples, a excepción de una tumba individual de subadulto. Los objetos escultóricos localizados en tumbas de subadultos siempre corresponden a entierros individuales, mientras que los asociados a adultos corresponden a tumbas múltiples. Por otra parte, las vasijas con frisos icónicos –entre las que se representan camélidos- se encuentran fundamentalmente en los cementerios 1 (sobre todo en el sector continuación, con mayoría de entierros de adultos) y 10. Los especímenes de cobre son escasos; la mayor parte corresponde a artículos ornamentales descritos como pulseras/collares, etc. por los excavadores, en relación a su morfología y por la posición en la que fueron encontrados respecto de los cuerpos. Se trata de argollas en forma de anillos, cuentas enhebradas sobre los cuellos y brazos de los individuos, mayoritariamente inhumados en tumbas de adultos. Finalmente, la malaquita fue utilizada para elaborar adornos y siendo también escasa, y fundamentalmente presente en tumbas de adultos, se halla en mayor medida que el cobre en algunos entierros de subadultos.

Figura 21. Vasija escultórica (N° 11117).

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¿Cuál es entonces la significación de la evidencia funeraria en el análisis de estos momentos del Valle de Hualfín y cómo puede aportar a la discusión sobre el Formativo? Creemos que los depósitos funerarios conforman prácticas sociales que integran diversas dimensiones: material, temporal y social; que configuran el paisaje, concebido tanto en su materialidad como en su capacidad para significar y direccionar relaciones sociales40. La realización de estas prácticas sociales no constituye sólo un conjunto programado de acciones prestablecidas, sino que dichas acciones adquieren significación en el momento en que se llevan a cabo, en relación con las personas inhumadas, pero también involucran intereses y representaciones sociales que incluyen al mundo de los vivos. En tal sentido, las prácticas funerarias, además de plasmar ideologías y costumbres, constituyen el reflejo de intereses sociales de los grupos involucrados, sobre la base de las posibilidades materiales que permiten su implementación y la reproducción de dichos grupos41. Cada tumba representa un ingreso de trabajo social, tanto en su construcción y preparación como en su contenido. Por este motivo hemos tratado de evaluar las diferencias entre las mismas. Los resultados obtenidos muestran variaciones en el registro material que no parecen corresponder a cuestiones cronológicas sino a diferencias entre individuos y/o grupos. Diversos autores han relacionado las expresiones funerarias, especialmente las localizaciones de tumbas y características y composición de ajuares, con la reafirmación de derechos de propiedad, consolidación de relaciones domésticas, lazos de descendencia y/o cuestiones de etnicidad42. Por otra parte, en las sociedades domésticas agrícolas el proceso de reproducción se cumple a través de procedimientos de largo término, dentro de los cuales se encuentra la filiación. La filiación y consecuentemente la sucesión, sancionan las ceremonias más significativas, entre las cuales se encuentran los funerales43. Se ha señalado, para el Período de Desarrollos Regionales en adelante, el papel de los ancestros en la regulación de derechos, especialmente sobre los medios de producción44. Teniendo en cuenta las evidencias existentes para el Formativo/Temprano en el Valle de Hualfín, se podría considerar que la transformación de prácticas funerarias sistemáticas en lo que podríamos denominar como “tradiciones funerarias” –dentro de las cuales se halla la “tradición Ciénaga”-, constituye un punto de inflexión que marca la aparición de competencia entre grupos sobre recursos –como la tierra y el agua-, que configuran ya no objetos, sino medios de producción45. En el registro funerario, el acceso diferencial a los recursos podría reflejarse en la disposición de cantidades y calidades de artículos en algunos entierros individuales de subadultos y en los entierros múltiples en los que se exalta la membresía grupal. Esta interpretación se puede articular con la propuesta de competencia social, detectada en el ámbito doméstico, para otras áreas del NOA46. Bibliografía Andreis, R. 1962 Composición mineralógica de los sedimentos provenientes de la Barranca del Río Hualfín, frente a los cementerios (ms.). Balesta, B.

                                                            40 Smith, 2003; Wynveldt y Balesta, 2009; Balesta et al., 2011. 41 Lull, 1998. 42 Goldstein, 1976; Charles y Buikstra, 1983; Nielsen, 2006. 43 Meillassoux, 1985. 44 Nielsen, 2006. 45 Meillassoux, 1985. 46 Franco Salvi et al., 2009.

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