EL FANTASMA DEL CALLEJÓN DE LA CATEDRAL

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EL FANTASMA DEL CALLEJÓN DE LA CATEDRAL El Callejón de la catedral tuvo fama siempre de ser guarida de fantasmas, de sacerdotes sin cabeza, de almas en pena y de encortijadas brujas. Cuando aún el callejón estaba empedrado y se distinguía por su malolencia y oscuridad, toda la población de Arequipa y sus contornos –principalmente el chismerío beaterio– afirmaba que desde allí salían todas las noches, a las doce en punto, el condenado “padre sin cabeza”, la terrorífica “mula herrada” y otros fantasmales seres extraterrrenales, quienes luego de espantar y atemorizar a la ciudad entera, recogíanse a la madrugada, es decir cuando comenzaba a colorear la hermosa campiña, los rayos del alba. Todos creían todas estas historias y muchas más. Menos yo, que desde niño me hice incrédulo a tantas y tan raras supersticiones de “aparecidos” y mojigaterías. He dicho que fui un incrédulo, pero… mejor es que comience a narrar el cierto suceso que me ocurrió una madrugada, en el día de San José. Tendría apenas cinco años cuando comencé a escuchar las más espeluznantes historias de terror y muerte, de brujerías y fantasmas, y de extrañas como dramáticas versiones que tenían por aquelarre nada menos que al nauseabundo y oscurísimo callejón de la catedral. Oí contar aterido, por ejemplo, con minuciosos detalles, la historia de la viuda en pena que todos los viernes salía del callejón en busca del infame que, tras despojarla de su fortuna, había tirado a los perros el buen nombre de su marido. De aquella bella y sugestiva damisela arequipeña, muerta trágicamente y más tarde convertida en terrible monstruo dientudo que hacía su aparición los martes en seguimiento de todos los enamorados retrasados, como venganza porque un don Juan de aldea habíale engañado sentimentalmente. Del joven sacrílego, hijo de una familia copetuda, muerto al caer desde el murallón de la iglesia donde robó el cáliz, que tomando la forma de furioso perro arrojaba fuego y humo por ojos y narices, y que vagaba todas las noches como castigo de redención a su terrible falta. En fin, se contaban las más variadas historias que noche a noche, rodeando todos los hermanos la cordial mesa donde el té era también una caricia del hogar, escuchábamos sobresaltados, poblándonos la cabeza de mil y una fantasmerías, para horror y espanto de mis hermanos y amiguitos de la ancha casona de Palacio Viejo. Una noche, en que una antigua vecina nos narraba todos esos infernales cuentos, proclamé yo, ante la sorpresa de mis hermanos y amigos, mi osada desfachatez de muchacho incrédulo –contaba entonces con diez años–, abriendo insolente el abanico de mi valentía. Interrumpiendo el crispante relato del “padre sin cabeza”, aquel que al morir quedó penando por no haber dado el cumplimiento sagrado hecho ante él por una moribunda para que a su muerte celebrara treinta misas, me planté en el centro mismo de la sala, y dije en forma insolente y hasta agresiva: -Todas esas historias son una mentira. La más absurda mentira. Y para que todos comprueben que es verdad lo que yo afirmo, mañana mismo a las doce en punto de la noche, atravesaré lentamente el callejón de la catedral. Todos me miraron sorprendido –no sé si por mi soltura o por mi irrespetuosidad– en tanto mi madre me dirigía una mirada de desaprobación como queriendo decirme que no debía poner en duda, verdad tan generalmente aceptada. Pero entonces uno de mis hermanos, en tono burlón, replicó muy suelto de cuerpo: -¿Y qué seguridad tendríamos nosotros de que tú vas a pasar por el callejón de la Catedral a las doce en punto de la noche? Hombrecito yo de rápida concepción, propuse lo siguiente: -Para que todos estén seguros de que iré, y que no existen tales fantasmas ni tonterías hechizadas, vamos a convenir con el zapatero Fermín Domínguez, el que nos hace los zapatos y vive justamente a mitad del callejón de la Catedral, que antes de retirarse hasta el fondo de su habitación, o sea alrededor de las diez y media de la noche, ponga en algún lugar convenido, quizá sobre la puerta de calle que da al callejón, algún objeto que ustedes mismos me entregarán. Naturalmente, yo saldré de aquí a los doce menos cinco minutos y ya verán que regresaré media hora después, con el objeto aludido y sonriendo por la satisfacción de haber tirado por tierra con tantas falsas historias de “condenados” y de “aparecidos”.

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EL FANTASMA DEL CALLEJN DE LA CATEDRAL

EL FANTASMA DEL CALLEJN DE LA CATEDRAL

El Callejn de la catedral tuvo fama siempre de ser guarida de fantasmas, de sacerdotes sin cabeza, de almas en pena y de encortijadas brujas.

Cuando an el callejn estaba empedrado y se distingua por su malolencia y oscuridad, toda la poblacin de Arequipa y sus contornos principalmente el chismero beaterio afirmaba que desde all salan todas las noches, a las doce en punto, el condenado padre sin cabeza, la terrorfica mula herrada y otros fantasmales seres extraterrrenales, quienes luego de espantar y atemorizar a la ciudad entera, recoganse a la madrugada, es decir cuando comenzaba a colorear la hermosa campia, los rayos del alba.

Todos crean todas estas historias y muchas ms. Menos yo, que desde nio me hice incrdulo a tantas y tan raras supersticiones de aparecidos y mojigateras.

He dicho que fui un incrdulo, pero mejor es que comience a narrar el cierto suceso que me ocurri una madrugada, en el da de San Jos.

Tendra apenas cinco aos cuando comenc a escuchar las ms espeluznantes historias de terror y muerte, de brujeras y fantasmas, y de extraas como dramticas versiones que tenan por aquelarre nada menos que al nauseabundo y oscursimo callejn de la catedral.

O contar aterido, por ejemplo, con minuciosos detalles, la historia de la viuda en pena que todos los viernes sala del callejn en busca del infame que, tras despojarla de su fortuna, haba tirado a los perros el buen nombre de su marido. De aquella bella y sugestiva damisela arequipea, muerta trgicamente y ms tarde convertida en terrible monstruo dientudo que haca su aparicin los martes en seguimiento de todos los enamorados retrasados, como venganza porque un don Juan de aldea habale engaado sentimentalmente. Del joven sacrlego, hijo de una familia copetuda, muerto al caer desde el muralln de la iglesia donde rob el cliz, que tomando la forma de furioso perro arrojaba fuego y humo por ojos y narices, y que vagaba todas las noches como castigo de redencin a su terrible falta.En fin, se contaban las ms variadas historias que noche a noche, rodeando todos los hermanos la cordial mesa donde el t era tambin una caricia del hogar, escuchbamos sobresaltados, poblndonos la cabeza de mil y una fantasmeras, para horror y espanto de mis hermanos y amiguitos de la ancha casona de Palacio Viejo.

Una noche, en que una antigua vecina nos narraba todos esos infernales cuentos, proclam yo, ante la sorpresa de mis hermanos y amigos, mi osada desfachatez de muchacho incrdulo contaba entonces con diez aos, abriendo insolente el abanico de mi valenta. Interrumpiendo el crispante relato del padre sin cabeza, aquel que al morir qued penando por no haber dado el cumplimiento sagrado hecho ante l por una moribunda para que a su muerte celebrara treinta misas, me plant en el centro mismo de la sala, y dije en forma insolente y hasta agresiva:

-Todas esas historias son una mentira. La ms absurda mentira. Y para que todos comprueben que es verdad lo que yo afirmo, maana mismo a las doce en punto de la noche, atravesar lentamente el callejn de la catedral.

Todos me miraron sorprendido no s si por mi soltura o por mi irrespetuosidad en tanto mi madre me diriga una mirada de desaprobacin como queriendo decirme que no deba poner en duda, verdad tan generalmente aceptada.

Pero entonces uno de mis hermanos, en tono burln, replic muy suelto de cuerpo:

-Y qu seguridad tendramos nosotros de que t vas a pasar por el callejn de la Catedral a las doce en punto de la noche?

Hombrecito yo de rpida concepcin, propuse lo siguiente:

-Para que todos estn seguros de que ir, y que no existen tales fantasmas ni tonteras hechizadas, vamos a convenir con el zapatero Fermn Domnguez, el que nos hace los zapatos y vive justamente a mitad del callejn de la Catedral, que antes de retirarse hasta el fondo de su habitacin, o sea alrededor de las diez y media de la noche, ponga en algn lugar convenido, quiz sobre la puerta de calle que da al callejn, algn objeto que ustedes mismos me entregarn. Naturalmente, yo saldr de aqu a los doce menos cinco minutos y ya vern que regresar media hora despus, con el objeto aludido y sonriendo por la satisfaccin de haber tirado por tierra con tantas falsas historias de condenados y de aparecidos. Y as fue.

Juntamente con mis dos hermanos y un vecino, fuimos a la maana siguiente a ver a Domnguez. Lo convencimos de que mi temeridad no era tal sino apenas una pequeez, y luego de entregar al zapatero Domnguez un viejo rosario de mi madre inconfundible e insustituible, quedamos en que don Fermn lo pondra sobe la parte alta de la puerta de calle, lgicamente sin hacer saber a persona alguna tal trato, por temor a que fuese robado o me hicieran una pesada broma, atribuible luego a los fantasmas en penitencia.

Faltaba slo convencer a mi madre para que me dejase salir a media noche, cosa que por suerte no cost mucho trabajo, seguramente porque mi madre tampoco crea en tan raras como endemoniadas historietas.

Todos, absolutamente toda la familia, aguardaron en pie hasta las doce menos cinco mi salida, hora en que haciendo un gesto de varonil osada, dije muy despectivamente:

-Ya vern como esta noche caen por el suelo esos cuentos tejidos exclusivamente para engaar a la gente crdula y timorata!

Confieso que, en el fondo, no me senta ya muy tranquilo, pues tanto haba odo hablar de los aparecidos y escuchado las narraciones tan cuajadas de pelos y seales, que la cosa no era como para tener el espritu que ya vena aparentando desde el da anterior.Alrededor de las once y media iba ya a retractarme pues un secreto miedo me oprima el corazn, pero el solo pensamiento de que mi actitud poda caer en el ms espantoso ridculo, marcndome para toda la vida como un cobarde, me empuj a cumplir mi desafo.

Qu fro haca cuando, ante las temerosas miradas de mis hermanos, sal de la vieja casona de Palacio Viejo! Pas por frente al cuartel de Polica, segu hacia la Plaza de Armas, continu ya ms lentamente por el Portal de Flores, prosegu hacia la calle San Francisco y, cuando estuve frente a uno de los extremos del callejn de la Catedral, me detuve fuertemente impresionado. Mir hacia uno y otro lado. Ni un alma! Ni siquiera un alma en pena.

Una rfaga de viento fro me hizo poner carne de gallina. O tal vez sera por el temor que de m se apoderaba paulatinamente. En el instante en que me decida a atravesar el callejn, para salir por el lado donde quedaba la ancha puerta de la antigua Casa Forga, el destemplado chillido de una lechuza de esas que se meten por las claraboyas de la Catedral para beberse el aceite de las lamparitas sacras, me sobrecogi de terror.

Qu hacer! Reaccion rpidamente y, silbando para ahuyentar mi miedo, me encamin hacia la puerta. Cruc entre sombras, hlitos de desperdicios, viento helado y murmullos de sobresalto. Por fin llegu hasta el lugar convenido, me ergu todo lo que pude y descolgu el rosario puesto dos horas antes por Domnguez.

Esta tarea haba sido ciertamente facilitada por don Fermn, pues para darme coraje, haba tenido el buen tino de dejar a mitad del estrecho zagun de la casa un farolito encendido, cuya luz se filtraba hacia el callejn por las anchas hendijas de la agrieta puerta.Faltaba slo ahora recorrer la otra mitad del callejn para salir triunfante por la calle Santa Catalina, seguir por los portales de San Agustn y de la Municipalidad, luego por Ejercicios y finalmente desembocar en Palacio Viejo, donde mi madre, hermanos y vecinos me aguardaban con verdadera ansiedad. Desde luego, ya ingresara con aires de gran importancia, afirmando frases de sobrado efectismo, como si hubiese conquistado el mundo entero. Todo esto pensaba.

E inici el camino de regreso con la palpable prueba entre las manos.

Habra caminado unos cinco metros, cuando de pronto me tope quizs ste sea el verdadero trmino, nada menos que con el fantasmal fraile sin cabeza. Tan luego yo, descredo en este tipo de apariciones.

Naturalmente, quede helado, o mejor dir transpirando un sudor fro, caracterstico de la impresin que dicen se apodera de las vctimas del terror y el pnico.

El hecho cierto fue que, tan fantstica como amenazadora visin, se acercaba hacia m, con paso lento y descompasado.

Pero, efectivamente esta figura de fraile careca de cabeza? En verdad, no se le distinguan facciones de la cara o figura de cabeza, pero en cambio llevaba levantada sobre los hombros la clsica capucha franciscana.

Para detener o amortiguar mi impresin de susto, trat no obstante de descubrir la cara del tan raro fantasma, aprovechando una franja de tenue luz proveniente del dbil farolillo dejado por el zapatero, que se filtraba por una de las hendiduras de la puerta. Pero no vi dentro de la capucha ms que una sombra provocada por el vaco. Entonces era verdad aquello de la nocturna aparicin del fraile sin cabeza!A todo esto, el fantasma avanzaba cada vez ms.

Cuando se encontraba ya a un escaso metro del lugar donde el terror habame paralizado, la tensin de mis nervios, para mis pocos aos, no pude resistir ms y creo que ca sin sentido, o seguramente ahogado por una emocin que me nublaba la vista y me impeda correr. Los odos me zumbaban como un enfurecido colmenar.

Calculo que pasaran unos diez minutos cuando al recuperar a medias el sentido, o una amable voz que me deca:

-Qu haces a esta hora en el callejn de la Catedral? No te asustes!... Soy yo, Fray Palomino.

Ciertamente era Fray Palomino, el bondadoso frailecito a quien haba conocido de vista en oficios religiosos y en precesiones callejeras.

Al ver que no reaccionaba ya en la medida en que l deseaba, an me aclar para alejarme por completo de toda duda:

-Te repito que soy yo, Fray Palomino; me he retrasado arreglando en la Catedral el altar de San Jos, pues maana, o mejor dicho hoy, es su fiesta y necesitaba engalanarlo con manteles nuevos y muchas flores para la misa de comunin que ser celebrada a las siete de la maana, es decir dentro de pocas horas.

ACTIVIDAD

1.Explica el significado de las siguientes frases:guarida de fantasmas, encortijadas brujas, chismero beateril, infernales cuentos, osada desfachatez, abrir el abanico de su valenta, muy suelto de cuerpo, de rpida concepcin, tirar por tierra falsas historias, gente crdula y timorata, narraciones cuajadas de pelos y seales, caer en el ms espantoso ridculo, ponerse como carne de gallina, hlitos de desperdicios, sobrado efectismo, amenazadora visin, ahogado por la emocin.2.Escribe un resumen del cuento ledo (mximo 10 lneas)

3.Representa mediante un dibujo la escena que te haya impresionado ms.