El E~píritu Enciclopédico ~alaya a la Cgnquista .del Mundoplace en vag-ar en el tiempo y en el...

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v' E R s 1 D A D El Enciclopédico a la Cgnquista .del Mundo Por ANDRE MAUROIS U N espíritu naturalmente enciclopédico es un fenómeno raro' y precioso. El Universo plan- tea, a q-uienes 10 observan, una infinidad de enig-- mas y casi todos los hombres se contentan con descifrar 'Unos ,cuantos. Les basta con esto. Les basta fórmulas y conocimientos que les permitan subsistir. En cuanto han adquirido una determinada técnica, se sienten capaces de obrar sobre uri· pequeño número de cosas y de seres. Y cambian más tarde este poder por el de otras téc- nicas que se apliCan a objetos diferentes. Es así como el físico puede comer y el panadero escu- char el radio; así él médico puede vestirse y el obrero textil curar sus bronquitis. Pero el' espíritu enciclopédico no consig-ue sa- tisfacción con estos frag-mentarios conocimientos. Consciente de la maravillosa unidad del mundo anhela reconstruir una imag-en dd Universo, virtud·.de esos trozos de sabiduría curiosamente recortados, ql1e son las ciencias particulares. His- toriador y físico, el espíritu enciclopédico se ni e- g-a a separar las formas útiles, de las circunstan- cias que han facilitado su descubrimiento. Se com- place en vag-ar en el tiempo y en el espacio e in- .quirir en los oríg-enes de las instituciones el se- creto de la duración de las mismas. Es el espíritu enciclopé<!ico un intérprete y un lazo entre los sabios, los artistas y los hombres de acción que, todos, aisladamente, sólo aceptan disciplinas cs- trechamente limitadas. No estoy describiendo con estas palabras un monstruo de ini invención. Vo1taire fue un espíri- tu de éstos, y Goethe y Aug-usto Comte; en In- glaterra, Bacon; en nuestros días, \Vells, acaso también Aldpus Huxley. Pero la multiplicidad, la de las ciencias es tal, y es la histo- ria de los hombres tan amplia es permi- tido preguntarse si el espíritu enciclopédico podrá o no sobrevivir. Un sabio inglés, para darnos al- g-una idea de nuestro sitio en la historia del Uni- decía que, si se representase por el obelis- co de la Concordia el tiempo transcurrido desde que la Tierra existe, el período prehistórico de la vida de la .especie humana podría ser, enton- ces, representado aproximadamente por el espe- sor de una moneda de dos céntimos colocada so- bre este obelisco; y lo.s seis mil años de la histo- ria conocida por nosotros, simbqlizándose por el filo de una estampilla de correos adherida a esta moneda. "Añadid, decía, una estampilla por cada lonja de seis mil años y continuad así has- ta la altura de las más. encum1:iradas cimas del Hi- y apenas una débil idea de la po- de la historia humana, si ninguna catastrofe VIene a ponerle fin". SOI11?S nosotros los hombres de esa primera estampIlla, y nos sentimos sucumbir ya bajo el de los conocimientos adquiridos. Hubo un tIempo en que un solo hombre podía abordar la empresa de escribir una suma de todas las cien- cias humanas, tal como lo hicieron' Plinio el vie- jo o Vicente de Beauvais. Actualmente las enci- clopedias sólo pueden ser' colectivas. el sig-lo XVIII bastaba un g-rupo de veinte hombres para hacer ese trabajo, en tanto que la lista de los co- laboradores de una enciclooedia moderna tiene aue incluir a varios centenarés de hombres sabios. H. G. WelIs, por más que posea una real cultu- ra histórica 9 científica, tiene que rodearse de una tropa de jóvenes sabios, cuando redacta sus notables sumas de historia, biolog-ía y economía. Podría uno preguntarse con terror o inquietud cómo los hombres de la milésima o diez milésima estampilla podrán resistir el peso de los conoci- mientos acumulados, pero sabemos que tales adap- taciones son prog-resivas y que lo posible se ha- Ila siempre cerca de lo necesario. El Tiempo, pues, proveerá. Dos tipos de enciclovedias son concebibles. Cla- sifican unas asuntos y materias por orden alfa- bético. La búsqueda se vuelve así más fácil, pero el método de exposición es más fragmentario, y muchos temas tienen que ser tratados dos veces. Es preciso hablar de la doctrina de Kant en el artículo consag-rado al filósofo, y también hay que hablar de Kant en el articulo "Filosofía". El otro tipo de enciclopedias se esfuerza por presentar en un orden lóg-ico el conjunto de co- nocimientos humanos, tal como podía hacerlo, en la Edad Media, un S peculum 1najus. Parecería lóg-ico entonces clasificar las ciencias por orden de su creciente complejidad. Matemáticas, astro- nomía, física, química, biolog-ía, sociolog-ía; 'esta c""sificacióri, que es aproximadamente la de Au- Comte, tiene sus méritos. Pero hay que re- conocer que las fronteras que separan unas de otras estas ciencias tienden cada día a hacerse más confusas. ¿La ¡'adioactividad es química o fí- sica? ¿La geología es química o biolog-ía? El Gran Memento Encyclopédique Larousse que ten- go ahora a la vista. ha resuelto el problema de la clasificación de los conocimientos humanos de manera original e intelig-ente. En un primer vo- lumen se encuentran las ciencias históricas, con- jeturales o arbitrarias, -es decir, la historia, la historia del arte, la de las relig-iones, de las lite- raturas, la filosofía y el derecho; en un segundo volumen se hallan las ciencias exactas, en com- pañía de las técnicas que ellas mismas han en- gendrado: medicina, agricultura. industria. Vie- nen, por fin, las actividades de reemplazo y ar- tes y juegos figuran, como es clebido, fuera de los cuadros del mundo real. 5

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El E~píritu Enciclopédicoa la ~ Cgnquista .del Mundo

Por ANDRE MAUROIS

UN espíritu naturalmente enciclopédico es unfenómeno raro' y precioso. El Universo plan­tea, a q-uienes 10 observan, una infinidad de enig-­mas y casi todos los hombres se contentan condescifrar 'Unos ,cuantos. Les basta con esto. Lesbasta po~eertas fórmulas y conocimientos que lespermitan subsistir. En cuanto han adquirido unadeterminada técnica, se sienten capaces de obrarsobre uri· pequeño número de cosas y de seres. Ycambian más tarde este poder por el de otras téc­nicas que se apliCan a objetos diferentes. Es asícomo el físico puede comer y el panadero escu­char el radio; así él médico puede vestirse y elobrero textil curar sus bronquitis.

Pero el' espíritu enciclopédico no consig-ue sa­tisfacción con estos frag-mentarios conocimientos.Consciente de la maravillosa unidad del mundoanhela reconstruir una imag-en dd Universo, ~virtud·.de esos trozos de sabiduría curiosamenterecortados, ql1e son las ciencias particulares. His­toriador y físico, el espíritu enciclopédico se nie­g-a a separar las formas útiles, de las circunstan­cias que han facilitado su descubrimiento. Se com­place en vag-ar en el tiempo y en el espacio e in-

.quirir en los oríg-enes de las instituciones el se­creto de la duración de las mismas. Es el espírituenciclopé<!ico un intérprete y un lazo entre lossabios, los artistas y los hombres de acción que,todos, aisladamente, sólo aceptan disciplinas cs­trechamente limitadas.

No estoy describiendo con estas palabras unmonstruo de ini invención. Vo1taire fue un espíri­tu de éstos, y Goethe y Aug-usto Comte; en In­glaterra, Bacon; en nuestros días, \Vells, acasotambién Aldpus Huxley. Pero la multiplicidad,la di~icu1tad de las ciencias es tal, y es la histo­ria de los hombres tan amplia ~,que es permi­tido preguntarse si el espíritu enciclopédico podráo no sobrevivir. Un sabio inglés, para darnos al­g-una idea de nuestro sitio en la historia del Uni­ver~o, decía que, si se representase por el obelis­co de la Concordia el tiempo transcurrido desdeque la Tierra existe, el período prehistórico dela vida de la .especie humana podría ser, enton­ces, representado aproximadamente por el espe­sor de una moneda de dos céntimos colocada so­bre este obelisco; y lo.s seis mil años de la histo­ria conocida por nosotros, simbqlizándose porel filo de una estampilla de correos adherida aesta moneda. "Añadid, decía, una estampilla porcada lonja de seis mil años y continuad así has­ta la altura de las más. encum1:iradas cimas del Hi-

~alaya y ~eildréis apenas una débil idea de la po­s¡bl~ 101}g-¡tl~d de la historia humana, si ningunacatastrofe VIene a ponerle fin".

SOI11?S nosotros los hombres de esa primeraestampIlla, y nos sentimos sucumbir ya bajo el~eso de los conocimientos adquiridos. Hubo untIempo en que un solo hombre podía abordar laempresa de escribir una suma de todas las cien­cias humanas, tal como lo hicieron' Plinio el vie­jo o Vicente de Beauvais. Actualmente las enci­clopedias sólo pueden ser' colectivas. E~ el sig-loXVIII bastaba un g-rupo de veinte hombres parahacer ese trabajo, en tanto que la lista de los co­laboradores de una enciclooedia moderna tieneaue incluir a varios centenarés de hombres sabios.H. G. WelIs, por más que posea una real cultu­ra histórica 9 científica, tiene que rodearse deuna tropa de jóvenes sabios, cuando redacta susnotables sumas de historia, biolog-ía y economía.Podría uno preguntarse con terror o inquietudcómo los hombres de la milésima o diez milésimaestampilla podrán resistir el peso de los conoci­mientos acumulados, pero sabemos que tales adap­taciones son prog-resivas y que lo posible se ha­Ila siempre cerca de lo necesario. El Tiempo,pues, proveerá.

Dos tipos de enciclovedias son concebibles. Cla­sifican unas asuntos y materias por orden alfa­bético. La búsqueda se vuelve así más fácil, peroel método de exposición es más fragmentario, ymuchos temas tienen que ser tratados dos veces.Es preciso hablar de la doctrina de Kant en elartículo consag-rado al filósofo, y también hay quehablar de Kant en el articulo "Filosofía".

El otro tipo de enciclopedias se esfuerza porpresentar en un orden lóg-ico el conjunto de co­nocimientos humanos, tal como podía hacerlo, enla Edad Media, un Speculum 1najus. Pareceríalóg-ico entonces clasificar las ciencias por ordende su creciente complejidad. Matemáticas, astro­nomía, física, química, biolog-ía, sociolog-ía; 'estac""sificacióri, que es aproximadamente la de Au­~usto Comte, tiene sus méritos. Pero hay que re­conocer que las fronteras que separan unas deotras estas ciencias tienden cada día a hacersemás confusas. ¿La ¡'adioactividad es química o fí­sica? ¿La geología es química o biolog-ía? ElGran Memento Encyclopédique Larousse que ten­go ahora a la vista. ha resuelto el problema dela clasificación de los conocimientos humanos demanera original e intelig-ente. En un primer vo­lumen se encuentran las ciencias históricas, con­jeturales o arbitrarias, -es decir, la historia, lahistoria del arte, la de las relig-iones, de las lite­raturas, la filosofía y el derecho; en un segundovolumen se hallan las ciencias exactas, en com­pañía de las técnicas que ellas mismas han en­gendrado: medicina, agricultura. industria. Vie­nen, por fin, las actividades de reemplazo y ar­tes y juegos figuran, como es clebido, fuera delos cuadros del mundo real.

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De Les N ou,velles Littéraires. París.

Bien conocida es la célebre página en que Vol­taire cuenta cómo, en el curso de 'una conversaciónen el Trianón, como se hablara de la Enciclope­dia de Diderot, e! Duque de Nivernais quiso en­contrar datos sobre la caza de perdices y Mme. dePompadour sobre la manera de fabricar mediasde seda o sobre el arte de componer cosméticos ypolvos de arroz, y cómo por último, haciendo queunos criados buscaran en la obra, lograron saberambos en un instante todo lo que deseaban. Así co­mo ellos, conservamos nosotros el gusto de que senos den noticias, aún sobre las cosas más nimias.Y, yo 'acabo de buscar en estos dos fuertes. volú­menes, con todo el éxito deseado, varias informa­ciones sobre la relatividad que no había osado pe­dir a técnicos avaros de su tiempo, igual que so­bre el origen de la sonata y sobre las glándulas en­docrinas. Juntar en rededor de nosotros un silen­cioso "estado mayor" de amables y disertos sabioses placer vivísimo que, por sí solo, justificaría laexistencia de las enciclopedias.

. Pero tienen, aún éstas, otros méritos .Por la im­parcialidad de la exposición, pueden invitar alos lectores mal informados a revisar sus juicios'inexactos o peligrosos. La Enciclopedia de Dide­rot y d'Alembert, más que una obra científica, era"una máquina de guerra" contra el fanatismo. Deahí que Voltaire la tuviese por una obra inmensae inmortal, cuando, en realidad, este aspecto jus­tamente es el que la ha hecho envejecer. Una ver­dadera enciclopedia debe permitir al espíritu hu­mano, náufrago en la diversidad, formarse algunaidea de la unidad de sus conocimientos. Y debe in­citar al especialista a interesarse en las técnicasvecinas de la ciencia.

"El mundo científico, dice un personaje de Du­hamel, está, como toda sociedad, dividido por múl­tiples tabiques. Los físicos y los químicos se abs­traen bajo una campana, los astrónomos viven enel firmamento, los matemáticos en un bosque de ci­fras y nosotros, las gentes de la vida, luchamos ennuestro rincón, entre nuestros estudios y nuestrosanimales, y cerramos nuestros oídos a todo lo queno es nuestro". Y Duhamel quisiera formar, a fa­vor de la biología, una alianza entre las ciencias to­das. He aquí el verdadero espíritu enciclopédico,que es un esfuerzo para reintegrar a la unidad eleluniverso, la multiplicidad de las fórmulas huma­nas.

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Florencia Acaba de Celebrer

el Séptimo Centenario del Giotto

Por JANINE BOUISSONEUSE

SIENDO imposible realizar una exposición delGiotto, puesto que la obra giottesca se C?mponecasi únicamente de frescos, la que se ha 1l1augu­rado este verano en Florencia con ocasión delséptimo centenario de! pintor, ha servido ~ra

agrupar todo lo que puede parecer un anuncIo oanticipación del Giotto o que, en algún modo,guarda su huella. Se han vaciado las iglesias desus retablos, de sus Madonas y de esos j{randescrucifijos copiados de los bizantinos, para ~e!,-ar

una veintena de salas, todo lo largo de los OfiCIOS.Se va así de Cimabué a los continuadores' inme­diatos "del Giotto, entre los cuales Taddeo Ga'ddiocupa el lugar de honor; una capilla ardiente ycolgada de brocado carmesí, adornada con ,un re­tablo de altar proveniente de Santa. Mana No­vella y que abriga una Virgen qUe Giotto hubiera .podido esculpir. Esta presentación escénica muyimpresionante, quizá demasiado'-para nuestro gus­to, tiene por lo menos la ventaja de recrear unaatmósfera de recogimiento alrededor de estas imá­genes piadosas que pierden tanto al ser contem­pladas en el ambiente frío de un museo.

Pero el centro de la exposición es éste otrosantuario donde han sido recogidas algunas .de esasobras del Giotto que según la leyenda nos hacenasistir al nacimiento de la pintura. Hay allí varioscrucifijos, el de San Marcos, el de Santa Cr?Ce, elde Ognisanti y, sobre todo, el de S~t::t Mana ~o­vella la Madona gloriosa de los OfICIOS, 61 Entle­rro de la Virgen, la Coronación de la Virgen, ho­jas de retablos que, ciertamente, son ·del taller delGiotto si es que no de su propia mano. ,

Después de tantos Cristos, idénticamente torci­dos, igualmente descarnados, pe,ro más ':( más. ges­ticulantes; después de tantas vlrgenes lmpasl~le~,

de miradas fijas; después de tantos santos y marb­res inmóviles en el oro empalidecido de los reta­blos vuelve uno a la vida al volver al Giottó. In­sist; él en los mismos temas, j pero cuánto los ani­ma! Clava el Giotto sobre la cruz no ese cadáverque arrastra tras si el hedor de la tumba, sino unhombre cuya carne está aún sana, caliente toda­vía, y que inclina, sobre su llaga abierta, una fazque el dolor no desfigura. La Madona no es ya eseídolo hierático, esquemático, sentada sóli~amente

sobre los pliegues de sus vestiduras que sIrven. almi;;mo tiempo de trono al hijo, sino una mujer sen­cilla y bella que, si no se permite todavía gesto al­guno de ternura, se atreve ya ~ mirarnos ~ a sc;m­reír. Las vírgenes, antes del GlOtto,rno teman 51110

ojos: es Giotto quien les da un<l; mira~a. Aun cu~­do el Cristo la corone en medIO de an~eles musI­cos y de santos aureolados, se diría la virgen una

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