El enigma del burro

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EL ENIGMA DEL BURRO El hombre desmontó y pasó su mano por la testuz de la montura, luego por su garganta, por su cuello mientras arrimaba su cara a la del animal. Un leve rebuzno salió de éste, un poco por el placer de la caricia conocida y de la emoción del día (nunca tanta gente le había vitoreado,en una ciudad tan abarrotada por la fiesta), y otro poco por otra sensación, esta vez de inquietud, que, si pudiéramos permitirnos la licencia literaria (y no podemos porque esto no es un cuento, sino un relato verídico), el animal recordó de su tierna infancia, cuando presintió que sus amos del momento iban a hacerle algo irremediable y se negó con todas sus coces hasta que aquella familia a la que había llegado cargado de oro, acertó a calmarlo y se quedó con él. Aunque aquella mano era ya de adulto, los ojos del hombre y del niño llevaban al burro al mismo estado de felicidad (si los asnos sintieran tal cosa, claro), y el burro se sentaba a su fuego exactamente igual ahora que tres décadas atrás.. Le había llevado, junto a su madre, por desiertos, al extranjero y cruzando el país. Habían visitado todos los puntos cardinales, pero aquella sensación sólo le había venido al enorme corazón entonces, mientras veía entrar al hombre con sus amigos en una casa, el semblante serio. Uno de ellos llegaba corriendo, atrasado, y no se puede saber por qué, el burro le soltó un mordisco que casi le arranca la túnica, pero no acertó de lleno, y el corredor casi ni se enteró. Pasado el tiempo,varios hombres, todos conocidos, salieron de la casa, los rostros aún más serios, las miradas perdidas. Sin reparar en el animal se fueron con su dueño camino de las afueras. Si alguien se hubiera fijado habría vuelto para volver a atar al burro, pero nadie lo hizo, y obedeciendo a su instinto, los siguió. Un burro, un simple burro, no puede comprender las cosas de los hombres, pero de alguna forma enigmática fue siguiendo el curso de los acontecimientos a una cierta distancia, sin que los límites de las fincas supusieran ningún problema para él. Un burro, un burro civil y llano, no sabe contar el paso del tiempo. Así que estamos en otra escena. Sus ojos vierten lágrimas solitarias. Su amo está como dormido, ensangrentado y no responde mientras aquel otro hombre sollozante lo va envolviendo en telas perfumadas. El burro rebuzna asustado cuando siente el peso sobre sus lomos. Tan liviano, empero. Le ve ahora cerrar el hueco en la montaña. ¿Quién se va a fijar en un burro de repente viejo, que sin fuerzas se queda a unos pasos, apartado, fiel a quien está tras la lápida? Su aparente nuevo amo quiere llevárselo, pero nadie puede con un simple burro si éste no quiere, y no quiso. El hombre se sentó en el suelo, la espalda apoyada en el animal sedente, pero pronto llegaron soldados y le hicieron marcharse. Tampoco pudieron con el burro, pero con tantos prodigios como llevaban vistos aquel día, sus almas pérfidas no tenían ganas de crueldad, y dejaron en paz al burro. Nadie escuchó sus rebuznos de tristeza más que otros burros. Quien más quien menos, se extrañó,incluso bien lejos, de que tantos burros se pusieran a rebuznar, uno tras otro. Las horas y los días pasaron, y cuando llegaron tres de los amigos del amo el burro no pudo explicarles qué había pasado, pero esta vez sí que se fue con ellos. ¿Para qué seguir, si él ya no estaba allí? Aquella caricia de aire había sido tan familiar... 13 de abril de 2014, Domingo de Ramos, Irún (Guipúzcoa,España) Joé Gregorio del Sol Cobos

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EL ENIGMA DEL BURRO

El hombre desmontó y pasó su mano por la testuz de la montura, luego por su garganta, por su cuello mientras arrimaba su cara a la del animal. Un leve rebuzno salió de éste, un poco por el placer de la caricia conocida y de la emoción del día (nunca tanta gente le había vitoreado,en una ciudad tan abarrotada por la fiesta), y otro poco por otra sensación, esta vez de inquietud, que, si pudiéramos permitirnos la licencia literaria (y no podemos porque esto no es un cuento, sino un relato verídico), el animal recordó de su tierna infancia, cuando presintió que sus amos del momento iban a hacerle algo irremediable y se negó con todas sus coces hasta que aquella familia a la que había llegado cargado de oro, acertó a calmarlo y se quedó con él. Aunque aquella mano era ya de adulto, los ojos del hombre y del niño llevaban al burro al mismo estado de felicidad (si los asnos sintieran tal cosa, claro), y el burro se sentaba a su fuego exactamente igual ahora que tres décadas atrás..

Le había llevado, junto a su madre, por desiertos, al extranjero y cruzando el país. Habían visitado todos los puntos cardinales, pero aquella sensación sólo le había venido al enorme corazón entonces, mientras veía entrar al hombre con sus amigos en una casa, el semblante serio. Uno de ellos llegaba corriendo, atrasado, y no se puede saber por qué, el burro le soltó un mordisco que casi le arranca la túnica, pero no acertó de lleno, y el corredor casi ni se enteró.

Pasado el tiempo,varios hombres, todos conocidos, salieron de la casa, los rostros aún más serios, las miradas perdidas. Sin reparar en el animal se fueron con su dueño camino de las afueras. Si alguien se hubiera fijado habría vuelto para volver a atar al burro, pero nadie lo hizo, y obedeciendo a su instinto, los siguió.

Un burro, un simple burro, no puede comprender las cosas de los hombres, pero de alguna forma enigmática fue siguiendo el curso de los acontecimientos a una cierta distancia, sin que los límites de las fincas supusieran ningún problema para él.

Un burro, un burro civil y llano, no sabe contar el paso del tiempo. Así que estamos en otra escena. Sus ojos vierten lágrimas solitarias. Su amo está como dormido, ensangrentado y no responde mientras aquel otro hombre sollozante lo va envolviendo en telas perfumadas. El burro rebuzna asustado cuando siente el peso sobre sus lomos. Tan liviano, empero.

Le ve ahora cerrar el hueco en la montaña. ¿Quién se va a fijar en un burro de repente viejo, que sin fuerzas se queda a unos pasos, apartado, fiel a quien está tras la lápida? Su aparente nuevo amo quiere llevárselo, pero nadie puede con un simple burro si éste no quiere, y no quiso. El hombre se sentó en el suelo, la espalda apoyada en el animal sedente, pero pronto llegaron soldados y le hicieron marcharse. Tampoco pudieron con el burro, pero con tantos prodigios como llevaban vistos aquel día, sus almas pérfidas no tenían ganas de crueldad, y dejaron en paz al burro.

Nadie escuchó sus rebuznos de tristeza más que otros burros. Quien más quien menos, se extrañó,incluso bien lejos, de que tantos burros se pusieran a rebuznar, uno tras otro. Las horas y los días pasaron, y cuando llegaron tres de los amigos del amo el burro no pudo explicarles qué había pasado, pero esta vez sí que se fue con ellos. ¿Para qué seguir, si él ya no estaba allí?

Aquella caricia de aire había sido tan familiar...

13 de abril de 2014, Domingo de Ramos, Irún (Guipúzcoa,España)

Joé Gregorio del Sol Cobos