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El demonio con el rabo

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JOSE MARTINEZ RUIZ

El demonio con el rabo

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Título: El demonio con el rabo Autor: © José Martínez Ruiz Tel. 965 92 80 21 E-Mail: [email protected] Ilustraciones y música: © El autor

I.S.B.N.: 84-8454-428-1 Depósito legal: A-255-2005

Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.ecu.fm

Printed in Spain Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87 C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante) www.gamma.fm [email protected]

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright

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D. José Martínez Ruiz

Murcia

Estimado amigo:

Tengo ante mí su novela “El demonio con el rabo”, que tuvo laamabilidad de presentar al Premio de Novela “Mario Vargas Llosa”, convocado por la Universidad de Murcia, y le confirmo la excelente impresión que me causó su lectura, así como la opinión favorable del Jurado, a tal extremo que fue seleccionada como finalista del año 2004entre los 390 ejemplares recibidos de 32 países, lo que me congratula personalmente.

A tenor de la multiplicidad de relatos breves que la constituyen, bien pudiera pensarse que es una colección de cuentos o relatos breves.

En todo caso, yo la considero como novela unitaria por la clara organización estructural del texto, toda vez que existe un hilo argu-mental, no expreso, aunque con suficiente entidad como para ahormar los relatos bien seleccionados y armonizados.

Su texto destaca por sus valores formales más que por los propios temáticos, con ser estos últimos de gran valor documental y literario.

Texto lleno de sabiduría y experiencia populares. Sin duda, usted ha recogido abundantes datos muy valiosos, pero insisto en la buena elaboración como su valor más llamativo.

Así lo entendió el Jurado y me es muy grato compartir tan posi-tivas ideas y juicios de valor artístico. Por todo ello, mi más cordial enhorabuena, junto a la esperanza de verla publicada próximamente.

Un cordial saludo de su buen amigo y atento lector.

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Otros títulos posibles:

oEL SENTI DO DE LA VI DA

Otras historias

CONCIERTO DESCONCERTANTE EN SOL MENOR y LUNA MENGUANTE

UNA LLUVIA QUE NO MOJA

EL ÍNCUBO

¡Milagro! ¡Milagro!

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“Mi novela no tendrá un asunto, un tema... Yo quisiera que todo entrara en mi novela”.

André Gide

“Hay que meter todo en la novela”. Virginia Woolf

“En la novela vale todo, con tal de que vaya contado con sentido común”.

C. J. Cela

Índice:__________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

Introducción................................11 0. Mitobas..................................13 1. ¿Dónde está la Carmencica?..15

2. Dos incrédulos........................20 3-10. Un Ángel... ......................27 11 Es peligroso asomarse............54 12. El extraño suceso….................61 13. Si no lleva alas no es ángel....67 14. La dama andante...................72 15. De cómo se llegó a saber.......74 16. Si no son ángeles..................77 17. Se casaban y era martes.........89 18-19. La virgen soy yo..............93 20. No le faltaba el aire.............105 21-22. Ateneo cultural...............114 23. Queda el rabo por desollar..119 0. ...casas de atobas..................127 0. Dedicatoria...........................130 24. Guirigay conjuntado............131 25. La luna y las longanizas......135 26. No sé si sí o si no................142 27. Concierto desconcertante....149 0. Fantasía...............................155 28. Citocal jarabe......................157 0. Dominus vobiscum.............160 29. El mayor traidor…………..163 30. La boda del Príncipe...........169 31. Tolomeo y Simeón..............171

32. El amor es mu puto................183 33. Las peripecias del ángel.........186 34. Tiempos de penitencia...........204 35. El cristo y el obispo ..............211 36. Otras historias de curas..........223 37. El sentido de la vida...............237 38. Lógico y pequeño..................241 39. Concierto de gramófono........256 40. ¡Pido hablar! .........................261 41. Aparear la gata y el canario...277 0. Un 6 y un 4............................283 0. Una bívora.............................284 42. Malacatones...........................28543. Un invento dañino..................290 44. Seis de pueblo........................295 0. Las naranjas de El Niño.........302 45- 46- 47. ¡Pompaaa!.................303 48. El hombre es salsero..............326 49. Comenzaron a doblar.............335 0. Epílogo...................................339 50. ¡Ah!........................................343 51. No habría levantado la vista...35152.. Éste sí que tiene mérito..........359

0. La enterrada viva....................363 53. τωντω ηλ κυη λω ληα.........365 54. Triduo a San Perín.................367 55. Una lluvia que no moja..........391 ⎯ Palabras. Lugares

Referencias al Quijote: Pág.: 10 -13 -57 -58 -84 -123 -167 -170 -181 -195 -197 -198 -225 -227 -228 -252 -257 -267 -268 -269 -270 -275 -276 -292 -303 -307 -312 -327 -328 -329 -341

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“APROBACION

....no. contiene cosa contra la Fe ni buenas costumbres: antes es libro de mucho entre-tenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral. Puedéssele dar licencia para imprimirlo.

DOCTOR GUTIERRE DE CETINA”

“APROBACION

...no contiene cosa contra nuestra Santa Fe Católica ni buenas costumbres: antes muchas de honesta recreación y apacible divertimiento; ... lo cual hace el autor mezclando las veras a las burlas, lo dulce a lo provechoso y lo moral a lo faceto disimulando en el cebo del donaire el anzuelo de la reprehensión...

EL M. IOSEPH DE VALDIVIESO”.

“FE DE ERRATAS

Vi este libro... y no hay en él cosa digna de notar que no corresponda a su original.

EL LICENCIADO FRANCISCO MURCIA DE LA LLANA.”

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I n t r o d u cc i ó n_______________________________________

Entrar en esta historia supone tanto como recuperar el añorado paraíso perdido; supone retornar al fantástico

país de la infancia. Supone... volver al pueblo.

La historia del pueblo es una multitud de historias,

un calidoscopio de escenas entremezcladas. A través de encuentros con las personas, de recorridos por calles y

caminos, iremos entrando en el ambiente. Conoceremos al

principal protagonista: Mitobas. Y a los personajes que

realzan su figura, incluidos los de menor empaque, con

vidas también significativas.

Esta narración de las cosas sencillas, aunque pudiera parecernos aglomerado de sucesos, o novela sin hilvanar,

mantiene la unidad, como un mosaico. Refleja costumbres, arte, filosofía de la vida..., que sacados de su ámbito

emocional se desvirtuarían; seguidos sin saltos, “para que

no se sepa de antemano quién es el asesino”, como le

indicaron a don Blas, nos van a deleitar con el encanto de

sus pequeñas sorpresas.

El relato, sin empacho de seriedad, nos relajará de tantas cosas serias que a diario nos ocupan; nos distan-ciará de la violencia y empalago que hoy nos invaden. Es

sugeridor, dispuesto a agradar a todos: también a los

jóvenes les gusta que les cuenten sus ocurrencias de

infancia, las andanzas de sus padres y abuelos...

La falta de ilación, de aclaraciones, el autor las omite por agilizar la lectura, pienso yo, nos convierte al

lector en partícipe que las supla; que incluso añadiremos

nuestras peripecias, “a mí también una vez...”; nos convierte en protagonistas.

A fin de conservar esta agilidad, voy a disgregar el presente comentario en breves trozos que intercalaré entre

el texto, y reduciré a su mínima extensión y frecuencia las

notas a pie de página. Tanto unos como otras, al ser

solamente indicaciones complementarias, pueden pasarse

por alto, sin recato, ya desde este punto.

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NOTA:

Me dejó muy sorprendida ver en un concurso de televisión

que un joven señor no supiera lo que era una “perra gorda”.

Al preguntar a una vecina si tenía un “perigallo”, pensó

ella que fuera alguna especie de loro.

He encontrado la “perra gorda” y el “perigallo” en este

libro, y he creído que no sería importuno incluir una relación de

palabras infrecuentes y localismos al final.Tales palabras vienen en los diccionarios, pero, así, si

saltara la duda, resultará más fácil consultarlas.

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0. Mitobas

Don Pedro mostró a mi abuelo, buen amigo suyo, mi primer ejercicio de redacción en la escuela, en el que yo había puesto que al pasar por delante de la confitería chafaba la nariz contra el cristal del escaparate. Esto le cayó en gracia a mi abuelo, vaya por Dios. Desde entonces le debía ponerle por escrito las cosas de Mitobas que él me contaba. Él me hizo un gran admirador suyo, de Mitobas, del que se me quedó grabada su imagen; y sueño con las cosas fascinantes que lo envolvían.

Mi abuelo me quería... como a la prolongación de su vida: “Tú eres yo, me decía, pero con cabeza nueva y piernas ligeras”. Con su paciencia de viejo me había enseñado a leer antes de la edad escolar; y, después, la vista ya le flaqueaba, me obligaba a leerle cada día un capítulo del Quijote, libro que tenía tan a mano como su misal.

La historia de Mitobas merecería una pluma insigne; yo sólo conservo los documentos que mi abuelo dejó y los datos que he indagado en la memoria de las gentes: confío en que el lector, amable, con su discreción, colaborará en dar sentido a su desarrollo.

*

Al comenzar a escribir, he dudado si dejar algunas palabras inelegantes en sólo la inicial, como es usual y propio de buenas maneras: “Le dio una patada en el c... al

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hijo de p... aquel”; “a la m... te mando por ocho días, si tuvieras vergüenza no me hablarías”. He decidido, finalmente, pido disculpas, dejar estas palabras en su forma completa para evitar la inevitable traducción mental de los sonidos ocultos: me parece que nadie habría de quedarse con “le dio una patada en el ce al hijo de pe aquel”

Además, es posible que una palabra sea mejor sonante que otra, como ocurre con gris y zurrusco, verbigracia, sinónimas: ‘viento frío’; aunque los sonidos, de ahí, del zurrir en la oreja, no pasan. Es el significado, la imagen, lo que produce malestar, lo que pone a las palabras la etiqueta de ‘malsonantes’. Nos defendemos de su incomodidad suprimiéndolas si es posible, o mutándolas incluso, según vayan perdiendo el buen tono: de ‘escusado’, a ‘retrete’, a ‘váter’, a ‘aseo’, a ‘baño’, a ‘servicio’, a...

Dejo, pues, las palabras feas sin aliños, como Adán las inventó, que son las auténticas. Si a los que las dicen les pusiéramos pajarita, no serían ellos entonces lo que son, ni lo que no.

*

Y, después de este pequeñísimo preámbulo, voy ya a pedir la gracia. Pequeñísimo, sí. No como el exordio del famoso sermón de Las Torres, en el que al llegar el predicador a pedir la iluminación del Cielo para su prédica matutina estaba ya anocheciendo:

Pido al Señor la palabra y el ingenio para poder llevar al ánimo de los lectores la comprensión de aquel tiempo pasado, que sí que fue mejor; pido la gracia de que esta narración sea del agrado de muchos, ya que para ser del agrado de todos, tendría el Señor que recurrir al milagro. Amén, Jesús.

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1. ¡Dios del Cielo, ¿dónde está la Carmencica?!

Es un domingo azul. Está el ovillo

de luz ardiente a un tercio de su cumbre

y expande, al tiempo que su suave lumbre,

su ambiente diáfano, su intenso brillo...

Fresa, naranja, verdes, amarillo... encienden de alegría el paraje. Salvia, mejorana, romero, tomillo... llenan el ambiente de fragancias.

Por el camino que se contonea entre la cañada y las lomas avanzan con brío tres carros cargados de gritos y canciones; el cascabeleo de las mulas pone ritmo.

Con su esplendor, el campo colma la jira de gozo.

Es un día luminoso, ancho, azul.

La mañana discurre lenta, plácida.

En la orilla de un bancal de habas han extendido los manteles. Los hombres cogen tabillas tiernas; las mujeres preparan las fiambreras con carne empanada, tortillas de patatas y longaniza...; los mocicos corretean por el monte; las mocicas cogen flores; los niños juegan al escondite.

“No me gusta aquel nulo escuro de allá”, dice el abuelo Pedro después de haberse empinado la bota.

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Algunas mujeres que han ido a buscar espárragos tri-gueros vuelven con sus buenos manojos.

Han empezado a tajar el pernil.

“¡Chicho, chicho!” Un enjambre de piedras cae sobre el perro: levantaba la pata sobre una de las capazas. “¿Se ha vuelto loco?” “¡Confunde los olores!”*.

La nube oscura comienza a eclipsar el sol.

“Este nulo nos va a aguar la fiesta”. El abuelo Pedro apercibe a la gente; su reuma es un higrómetro cabal: “Va a caer lluvia”.

El cielo se encapota. A la nube le saltan lagrimones.

“¡Vamos, vamos, que nos mojamos!”

Apresuradamente recogen los manteles en hatos con todo el condumio dentro, se suben corriendo a los carros, arrean las mulas, las ponen al trote.

El agua deshilachada se espesa: cae ya a manta. Las mujeres se cubren la cabeza con los delantales o con el tra-sero remangado de sus faldas. El chaparrón apenas les permi-te ver el camino.

“En mi vida he visto caer tanta agua junta”.

*

Una pregunta angustiante** surge al llegar a la casa:

“¿Y la Carmencica?” “¡Dios del Cielo, ¿dónde está la Carmencica?!”

___________________________________ * En este pasaje se advierte ya la idea de no mitigar la realidad.

** El ir parte de los episodios separados e iniciados en negritas, como títulos intermedios, no pretende sino esclarecer, dar fluidez a la lectura.

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“¿No venía con vosotros?” Yo pensaba que iba en vuestro carro, como al subir”.

“¡Pobre hija mía! ¡Virgen santa de los Dolores, con lo pequeñica que es!”

Revuelo de voces, tragedia de gritos, de quejas, de cul-pas, de órdenes.

El azul claro del manto de la Purísima se ha trocado en el azul oscuro del manto de la Dolorosa.

Cubiertos con sacos hechos capuchones, los hombres, los mozos vuelven rápidamente a lomos de los mulos. Buscan por el bancal de habas, embalsado, mata por mata, metidos hasta las rodillas; buscan entre las jaras y espinos; buscan, buscan.

El aguacero no cesa. Da miedo. Las torrenteras, los ramblijos rebosan impetuosos. Aterrorizan.

“¡Con la ayuda de Dios la encontraremos!”.

La rambla bajaba bravía, bramaba con un estruendo sobrecogedor, doblaba y arrancaba los tarays, arrastraba bardomeras...

Se vislumbraba un final trágico.

*

Entre luces de velas y de mariposas se encuentra la imagen de la Virgen de la Soledad sobre la cómoda. Las mu-jeres rezan, dicen jaculatorias, suplican con fervor, llantean... La olla de tila humea en el fuego. “Ten, bebe o con tantas lágrimas, te vas a quedar seca por dentro”. Una mujer mayor sirve tazas, procura dar esperanzas.

“¡Madre del Señor Santo, gritaba Soledad, salva a mi hijica!, ¡concédemelo, te lo suplico! ¡Virgencica de la Soledá,

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te lo prometo!: ¡te prometo hacerte un nicho de obra con su cristal y to!”.

El aguacero insistía extremamente recio, ruidoso. Asus-taba. Qué triste habría de estar el cielo para ese llanto.

Día trágico, día sin santo protector, día sin esperanza.

*

Al final de la tarde la lluvia se amansa. Comienza luego a escampar. Con impaciencia y temor, los hombres siguen poniendo sus ojos en cada rincón.

Pedro el de Pedro recorría de nuevo el camino hacia arriba. De pronto, un grito le explosiona en la garganta:

“¡¡Hija mía!!”

El grito llena el campo. Todos corren hacia él, doliéndose ya de lo peor, creyendo firmemente lo que en el fondo se temían, lo que era de esperar: no podía ser de otra manera.

Pedro el de Pedro echa pie a tierra. Desfallecido de emoción mira cómo su hijica viene loma abajo por una trocha entre la maleza. El pelo y el vestido de la niña se encuentran totalmente secos.

“¡Carmencica!, ¡hija!” Le faltaban ojos para llorar, para mirarla. “¡Hija mía, ¿dónde te has metío que no te has mojao?!

“Una señora me ha tapao con su manto debajo de ese pino. ‘¿Sabes quién soy yo?’ Yo no la conocía. Tenía el pelo negro. Era mu guapa: la cara le brillaba y tenía luz en los ojos, que eran mu grandes. Luego me dijo: ‘Abaja por esa sendica y te encontrarás con tu papá’. Cuando abajaba volví la cabeza pa hacerle adiós y ya no estaba”.

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Los hombres y los mozos se llegan entonces, en sus monturas, corriendo, galopando, hasta el pino. No ven a nadie por los alrededores; no encuentran señales. Insistentemente recorren todo el paraje, hasta bien lejos. Insistentemente. Por todo aquel campo ancho, abierto. Por aquellas lomas bajas sin casones, ni huecos donde poder cobijarse. Imposible. Todo soledad. Nadie. Aquello era un gran misterio.

*

Las mujeres, ya en la calle, viendo a ver si veían volver a los hombres, corren hacia ellos al divisarlos a lo lejos.

Soledad, la madre, abrazaba a su Carmencica, la besa-ba. La abrazaba, la besaba, la abrazaba, la mojaba de lágri-mas... Lágrimas de gozo cubrían también los ojos de cuantos vivían aquel acontecimiento.

Todos escuchaban con emoción subida la descripción detallada del feliz encuentro.

“¡Hija mía! ¡Hija mía! ¡La Virgen te ha salvao! ¡Qué milagro tan grande!”

El milagro estaba claro. Clarísimo. No quedaba ni el más pequeño resquicio para la duda.

Todo fueron en el pueblo narración, comunicarse hasta los más pequeños detalles, exaltación, rezos...

Se extendió la noticia por los pueblos vecinos.

La sombra del pino de la Virgen no alcanzaba a cubrir tantas flores y velas.

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2. Dos incrédulos

Únicamente quedaban en el pueblo dos incrédulos, cada uno por su lado: el cura y el Eugenio.

Al cura, el hablarle del milagro lo desajustaba. Era frío de cabeza y de corazón. Se sentía agobiado, presionado por el entusiasmo de los testigos. Daba repasos y repasos a los he-chos, a las informaciones, pero seguía reacio a la más mínima condescendencia. Y no por falta de fe: “La Virgen y su Hijo atesoran poder para los milagros más asombrosos; Jesús resu-citó a Lázaro después de tres días muerto...”

No por falta de fe, sino por prudencia: conocía dema-siados casos de milagros creados por la buena o mala fe de algunas personas, y admitidos por la ingenua credulidad de gentes fácilmente emocionables, ansiosas de lo sobrenatural, que tanto esperaban de Arriba para bien de sus males.

Gentes de toda la comarca estaban acudiendo por en-tonces a La Algaida para ver señales milagrosas: una mujer, Francisca Guillén, “La Quica”, tenía visiones, se le aparecía la Virgen. La ingente afluencia de peregrinos se convertía en problema. En la primera plana del periódico venía que el alguacil José Ruiz Martínez, en un enfrentamiento con la familia de la visionaria, resultó muerto.

No olvidaba don Blas el caso de La Torrealta, donde a una imagen de la Virgen, se le veían caer lágrimas de sus ojos. “Qué dolor tan grande ver llorar a la Madre de Dios”, decía uno. Las lágrimas resultaron ser cera derretida con el calor de las muchas velas que le encendían.

⎯Hay que dejar que pase un tiempo. La Iglesia en

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estos casos se mueve lenta. Si es cosa de Dios, Dios pondrá su mano. El señor obispo tiene que estar bien informado...

⎯¡Por la santísima Virgen de las Angustias, señor cura!, usté es que no cree en los milagros: se echa al ver. ⎯Soledad tiraba las palabras como pedradas⎯. ¿Es que no tiene usté fe en la Virgen, don Blas? ¿Sabe usté el milagro de aquel que se perdió en el monte y no sabía volver y que le pidió a la Virgen y la Virgen lo sacó, y que por eso le levantó una ermita a la Virgen? Ese hombre se llamaba Pedriñanes y el pueblo que se formó al reor de la ermita, que está cerca de Nonduermas, se llama también Pedriñanes, igual que el hombre al que la Virgen lo salvó. Usté, don Blas, es un cura mu raro, que ni siquiera deja que le besen la mano.

No dejaba don Blas que le besaran la mano. Quizá porque él no se consideraba ni santo ni reliquia; quizá para que no se la llenaran de babas y mocos los zagales.

⎯¡Si estoviera aquí de cura don Gaspar! ⎯insistía Soledad⎯, si estoviera aquí toavía don Gaspar, que no tenía que haberse ido, ya se hobiera subío en proseción hasta el Pino de la Virgen con tos los estandartes por alante! ¡Y se hobiera hecho una novena! ¡Y una fiesta con música, con cobetes y to!”

*

El Eugenio.

El Eugenio no creía, porque no.

⎯Si no lo veo, no me lo creo; y si lo veo, tampoco, que la vista engaña mucho. El mundo..., el mundo no es el que engaña: engañan los pensamientos, ‘pensé que, creí que’..., engañan las palabras.

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” Las mentiras pueda que a veces sean necesarias, pero es que vosotros se lo creís to, leche. Si pagáis la bula, con dineros, podéis comer carne, si ganáis indulgencias, como sea, se habéis ganao una ración de gloria. ¿No se dais cuenta de que os están vendiendo el cielo a plazos, por parcelas?, ¿No se dais cuenta de que os están vendiendo la salvación del alma por cuatro chavos? ¡A ver si no!

Eugenio era el azote de los creyentes.

⎯¿De dónde viene el viento? ¿Es que es Dios el que sopla? ¡Hay que tener caletre! ¿Pa qué están las inteli-gencias? Vais a misa y no se enteráis del ‘gori-gori’ de los curas, pero tos decís ‘amén’.

La religión, a la luz de Eugenio, no era sino el baile de una mazurca visto por un sordo total.

Los que se atrevían a escucharlo quedaban en esa duda que se traquetea entre el sí y el no, inseguros, inestables entre el catecismo de Ripalda y la no-fe contundente del incrédulo.

Eugenio aprendió las primerísimas letras con un maes-tro ambulante que cada día lo visitaba en su casa. Después se empeñó, le gustaba aprender, en que su padre lo metiera a las clases particulares que por las noches daba Don Perín. Luego, de escuchar a su padre, a sus tíos, a sus abuelos, republi-canos, liberales, descreídos...; de leer, le gustaba leer, y de pensar, le gustaba pensar, estructuró su cabeza de forma poco común.

Don Perín estaba orgulloso de su antiguo alumno, al que, alguna vez, al pasar lista en la escuela, lo llamaba Ugenio Coné para llamar la atención sobre la pronunciación correcta de su nombre. Disentía de sus ideas, claro, aunque lo elogiaba por su desenvoltura: “Pero tú estás bautizao, Euge-nio”. “Y no retiro la palabra que entonces di”.

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El buen maestro, al hablar sobre él, decía: “Vive libre del agobio del pecado, vive en otro mundo paralelo al nuestro que se rige por otros mandamientos. No se siente culpable, no padece el sentimiento de vergüenza. Nada cree a ojos cerra-dos, nada teme de poderes extraños, nada espera de fuera de sus fuerzas; pero es sincero, habla con una sola boca; discre-pa, no odia; vive con la ilusión que le da su juventud, tiene ansia de reformas; goza de la condición de discurrir mucho partiendo de poco. Natural es, que, como cualquier joven ansioso y espabilao, en la edad del pavo real, pretenda saberlo todo mejor que nadie; ya se le pasará. Así son las edades de la vida: la de los que creen saberlo todo y les faltan los fundamentos; y la de los que realmente sí lo saben y les faltan los dientes”.

Con su don de la palabra, el tono agradable de su voz, la fe firme en sus no-creencias, y su osadía, Eugenio, al ponerse a hablar, formaba corro.

⎯Muchos creen en lo que les dicen más que en lo que ven. Cuanto menos saben, más creen. Nosotros tenemos la fea costumbre de mentirnos a nosotros mismos, y nos engañamos unos a otros con nuestros sinceros embustes. Hasta mismo el que a conciencia se inventa las trápalas termina por creérselas. ¿Se acordáis de aquel que, pa que no se arrimaran a su bancal de melones, corrió la voz de que había visto cocodrilos en el río, y que de tanto oír decir a la gente que había cocodrilos, él mismo se lo creyó?. Mi tío ya me lo dijo: “Nunca te creas lo increíble, aunque tengas pruebas”.

Se esforzaba Eugenio en negar el milagro:

⎯Los médicos y los curanderos hacen curaciones nota-bles tos los santos días. ¿Son milagros? ¿Y qué pasa cuando un mago se saca un conejo del sombrero?, ¿es un milagro? ¿Es que tienen poderes divinos los adivinos?

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” Es verdá que hay personas privilegiás que tienen poderes en su mente; pero el poder que tienen es el de su talento, el de su saber, el de su ingenio.

*

⎯Había en Molina un cañicero, listo como tos los molineros, que se apostó a que él era capaz de levantarse hasta dos palmos del suelo únicamente con sus manos, tirán-dose de los pelos pa arriba.

” Le decían el Portillo.

” Tos se reían de él, pero el Portillo lo hizo. ¡Ya lo creo que lo hizo!

” Los que lo veían como se iba levantando él solo del suelo tirándose de los pelos se queaban con la boca más abierta que el arco de san Martín. Algunos, después, se arran-caban los pelos a tirones por ver si ellos podían también elevarse.

” El Portillo fue el que inventó los cañizos de cielo raso, y montó su industria por cerca de la ermita de San Roque. Allí, con gran espectáculo de gestos, comenzó su actuación: se tiraba de los pelos pa arriba en medio del corro, o de cara a una paré, y no subía; se reculó hasta otra paré, y gritando “¡ya, ya,!”, empezó a subir pataleando y se mantuvo unos instantes en el aire. Luego se dejó caer y, dando blincos, se salió a la calle y cobró las apuestas.

” Uno con caletre llevó su vista al sitio del que, con tanto teatro, el molinero sin molino procuraba alejar las miradas. Y descubrió que por una estrecha separación entre dos pilares salía un pequeño pivote de hierro, donde el inge-nioso engañador, al echarse atrás, enganchó el gordo cinturón de cuero de sus pantalones. Ese pivote era el saliente de un

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artilugio elevador con polea de la nave de al lao, que lo manejaba un conchabao.

*

⎯No hay milagros, to tiene su explicación ⎯insistía el Eugenio⎯. Mirar: yo mismo estaba un día haciendo yerba y empezó a llover fuerte a tres o cuatro pasos de mí; yo veía caer el agua y no me mojaba, pos pa este lao no llovía. Las nubes pueda que dejen un hueco sin soltar agua. A lo mejor, fue esto lo que pasó pa que no se mojara la zagala.

” Sí, sí que los niños dicen la verdad, pero ¿qué verdad? La que les meten en la cabeza, que rematan, los pobres, por no ver más que hadas y brujas, mengues y duendes, ángeles y demonios, santos y tíos del saco. Las criaturicas se lo creen to: se creen que a los niños los trae la cigüeña, aunque por aquí no se ven cigüeñas; que los Reyes Magos traen los juguetes, aunque ninguno los ha visto. Ninguno, menos el Juanín de Juan el Pajero, que a media noche se asomó a la ventana y vio los camellos. ¡Qué camellos no le habrían metío al crío en la cabeza!

” ¿Los mayores? Los mayores no somos na más que críos grandes con la cabeza llena de verdades, que se nos van cayendo poco a poco, conforme vamos abriendo los ojos, conforme le vamos viendo las patas a las mentiras. Sin em-bargo, algunos viven ciegos toa su vida.

” To tiene su explicación, aunque no la sepamos; pero si llegamos a saberla, entonces, lo que antes era misterio pasa a ser o cosa natural o embuste.

Uno de los del corro se le puso en resistencia activa:

⎯Ugenio, eres un genio, pero to eso que estás dicien-do, no son más que chuminás.

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⎯Di mejor chorrás, Ginés, que no es lo mismo.

⎯Pensar así es pensar a Dios pequeño, y a Dios no alcanza uno ni siquiera a imaginarse lo grande que es. Y que, además, no se puede negar una realidad porque no se conozca la causa.

⎯Negarla, no. Negarla, de ninguna manera; pero lla-marla milagro, eso..., eso tampoco. Vamos a ver, Ginés, si la Virgen, pongamos por caso que existiera la Virgen, quería salvar del aguacero a la criaturica, ¿pa qué tanto misterio?; mandaría al Ángel de la Guarda, pongamos que existieran los ángeles, a que la llevara a su casa tapá con un paraguas”.

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3. Un ángel

Tras seis u ocho jornadas, las paredes de la ermita se habían salido ya de los cimientos.

Un mozo forastero de aspecto afable, sin haber dado siquiera los buenos días, se ha puesto a arrimar piedra.

La mañana acababa de comenzar. El tío Pacote, desde lo alto del andamio, le pregunta:

⎯¿Te manda el tío Pedro?

El recién llegado no contesta: arredonda los ojos y en-treabre la boca. Sigue acercando piedra.

⎯Una mano más sí que nesecitabamos ⎯comenta el maestro.

Echan los albañiles el primer vale, para almorzar. Se sientan en corro a la sombra del gran pino. El mozo forastero se queda de pié mirándolos.

⎯¿Es que no te han echao almuerzo?

El mozo arredonda los ojos y entreabre la boca.

⎯¿Tú es que no hablas?

⎯Arrima una piedra y asiéntate aquí en reor, hombre ⎯colocaron el condumio en equidistancia⎯; come, que en esta casa de los Pedros, lo que es comía no farta; no farta ni vino ni pan ni companaje.

*

Acabada la jornada, los albañiles han vuelto a casa.

⎯¿No nos han mandao ostés esta mañana un ayuante pa arrimar piedra?

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⎯No ⎯contesta la tía Soledad.

⎯Noo ⎯contesta el tío Pedro.

⎯¡Qué raro! Alguien lo ha tenío que mandar, digo yo⎯alega Felipe, el ayudante⎯, porque naide se agarra al tra-bajo porque sí, pa na, pa no cobrar. Era un güen mozo, bien presentao.

⎯Y mu guapo él, con presencia ⎯añade el maestro Pacote⎯. Pero no hablaba na de remate. Le daba bien al trebajo, pero no ha soltao ni una palabra en to el santo día. Al dar de mano, no estaba por dengún lao pa gorverse con nosotros en el carro. Cosa misteriosa: se había esaparecío como por encanto.

⎯¡Alabado sea Dios y su santísimo nombre! ⎯se emo-ciona la tía Soledad⎯, ¡era un ángel!, ¡un ángel que ha mandao la Virgen pa rematar pronto su ermita!

⎯Alas no llevaba ⎯aclara el ayudante.

⎯Lo mismo que uno que acompañó a Tobías en su viaje, el cura lo contó; y que luego resultó que era el santo ángel san Rafael, que lo mandó el Señor.

⎯Pos comer, sí que comía, y con gazuza ⎯añade Casimiro, el amasador⎯; y mu bien que le pegaba ar vino el andóbal, que se empinaba la bota y no se acordaba de bajarla.

⎯No comía ni bebía, lo que vosotros estabais viendo era una figuración.

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4. Un ángel de bondad

Al volver los albañiles al tajo a la mañana siguiente, antes que aflorara el sol, encontraron al mozo forastero dor-mido en un rincón, tapado con unos sacos vacíos. Despertó y se puso a la faena, como uno más de la cuadrilla. Aunque sin salirle palabra de la boca. Los albañiles terminaron por sacar en conclusión que era mudo.

A punto ya casi de finalizar la jornada, la buena de Soledad y el buenazo de Pedro, su marido, llegan para con-trolar los trabajos de la ermita.

Se impresiona ella de la hermosura, de la prestancia de aquel mocico recién entrado en la mocedad; se admira del encanto de sus ojos azabache, de la dulzura de su mirada, de la expresión serena, bondadosa de su cara.

Mucho habla, pregunta, indaga la buena mujer, pero no obtiene pistas de quien fuera ni de dónde venía. Por fin, le insiste en que se baje con ellos en el cabriolé:

⎯Tú ya no duermes más al relente. En mi casa tendrás cama y to lo que sea mester.

” Como no sabemos tu nombre, te vamos a llamar Ángel.

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5. Un ángel delincuente

⎯Pué que sía un dilincuente ⎯se malicia el tío Pedro el Viejo.

⎯¡Quite osté!, ¡quite osté, por Dios! ⎯le replica la nuera⎯, ¡quite osté!, ¡con esa cara de ángel...!

El abuelo Pedro, de suyo receloso, por su cuenta, dio cuenta a la Guardia Civil. Estaba seguro de que se trataba de un malhechor.

⎯De momento no tenemos denuncia de prófugo, ni ninguna orden de busca y captura. Iremos a por él pa sacar en claro quién es y de ánde viene.

⎯El caso es que no habla na.

⎯Pos aquí va a cantar.

⎯Que no se entere mi nuera que lo he denunciao yo, pos si se entera, me echa a mí a la calle, siendo yo, como soy, el amo de to. Buena es... Y no va a dejar de denguna manera que lo saquen de la casa. Menúa es...

⎯Si es así, de momento lo dejaremos estar. Osté, tran-quilo, que nosotros estaremos al tanto por si acaso.

Al marcharse el denunciante, el cabo le dijo al número:

⎯Mucho, mucho va de Pedro a Pedro, aunque son paere y hijo.

⎯Sí que sí, que de Pedro a Pedro hay mucho trecho.

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6. Un ángel mudo de nacimiento

A requerimiento de Soledad, el cura estuvo con el médico casa de Los Pedros. Los acompañó Don Perín.

Ángel era poco dado a colaborar con el sí o no de la cabeza; más bien, a las preguntas se quedaba pasmado, como si no entendiera el lenguaje. Por eso, Don Blas desistió de la idea que traía de investigar al sí o no: “¿eres de Orihuela?”, “¿eres de Jumilla?”...

⎯Quienquiera que sea, se podría sacar por el deje si es de Albudeite o de Calasparra..., si es cartagenero, valenciano, andaluz... Claro está, eso si hablara; pero este bendito de Dios es mudo hasta de gestos.

⎯¿No será que sea de otra nación y que ni hable ni entienda nuestra lengua?

⎯¿Y de dónde va a ser? ¿De dónde? No tiene cara ni de moro ni de vikingo...

Don Bartolomé, el médico, después de mirarle y remi-rarle la garganta con la ayuda del rabo de una cuchara de palo, “di aaaa”, y de que el muchacho soltara el aire del fondo de la garganta como si echara el vaho, sin emitir sonido alguno, dijo que era mudo de nacimiento.

⎯¡Lástima de hijo! ¡Dios de los Santos, qué dolor tan grande tie que ser no poder echar fuera to lo que a uno le gulle en el alma!

⎯Eso, Soledad, también nos pasa algunas veces a nos-otros, aunque podemos hablar ⎯dijo don Bartolomé.

Al cabo, y resumiendo, indagaron en el mudo, escar-baron como gallinas en bancal, pero sin encontrar grano.

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Ya en el camino de vuelta, mientras el cura andaba cabizbajo, pensativo, intrigado por el caso del misterioso joven, el médico y Don Perín dialogaban:

⎯En su rostro hay bondad, inocencia, ángel.

⎯Yo he tratado de leer en sus ojos. Está lleno de mis-terio, refleja esperanza.

⎯Nosotros, si no podemos echar fuera lo que nos bulle en el alma, como dice Soledad, sí que podemos soltar un grito de desahogo.

⎯Ser mudo es una gran tragedia ⎯afirmó el buen doctor, apenado⎯, pues hablar es vivir. El hombre es un ani-mal que habla. Nuestra vida mental se extiende afuera del propio ser con las palabras. Por medio de la voz, nuestro pen-samiento toma cuerpo, se integra en el mundo de los demás hombres. Somos porque hablamos, porque nos comunicamos.

⎯El hablar cambia a la persona: un hombre con un burro cargao de melones es un porteador, pero si grita “¡dos por un real!”, entonces es un vendedor ambulante.

⎯Figúrese usted un charlatán mudo...

⎯¿Y un político mudo, sin poder engañar con sus em-bustes y promesas?

⎯Pocos crédulos lo seguirían, digo yo.

⎯¿Y un predicador mudo?. ¡Habría que verlo bracear como un loco en lo alto del púlpito, con la boca abierta, sin decir ni a!

⎯Muchos feligreses le darían gracias al Cielo.

⎯¡Qué exagerados son ustedes, por Dios ⎯les re-prendió el cura⎯. Eso casi raya en lo irreverente.

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7. Un ángel con rarezas

Ángel se hizo de querer. Solamente el abuelo seguía mirándolo con recelo. Trabajaba el mozuelo con los albañiles. Iba a misa los domingos y se le notaba que rezaba con devoción. En la casa colaboraba en lo que podía; llevaba la vida normal de un buen hijo de familia.

Pero en el Mudo lo más llamativo eran sus rarezas. Va-rias personas habían observado que algunos días festivos, durante las siestas abrasadoras del verano, se ponía, él solo, en mitad de la calle desierta, a jugar a la rayuela. Jugaba a la rayuela sin haber trazado previamente las rayas en el suelo y sin lanzar el tejo, dando saltos cojos, ridículos, estrafalarios.

Los que observaron aquella actitud del ‘ángel’ en mitad de la calle, en todo el resistero, con todo el pavor humeante que salía del suelo, lo encontraban totalmente absurdo; pues sabían que loco no estaba, y no pensaban, ni por mucho, que eso fuera costumbre en el Cielo, si es que de verdad era un ángel como decía Soledad y como todos, casi todos, creían. En el pueblo, ante esta rareza, se hacían comentarios tan dispares y estrambóticos, como fácilmente podrá imaginarse cualquiera que conozca la inventiva de la gente.

Con eso y todo, sentían admiración por él, pues el su-puesto ángel era discreto, afable, equilibrado, risueño, y la sonrisa, como la risa, es un lenguaje que trasmite, que comu-nica, que en todo el mundo se comprende.

Además de jugar a la rayuela bajo el fuego de las sies-tas, Ángel desaparecía de la casa durante varios días. Cuando regresaba no daba explicaciones, claro; ni nadie se las pedía, ¿para qué? El abuelo Pedro decía que se iba por ahí a robar.

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...revoloteando con el culo al aire...

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En la familia terminaron por acostumbrarse. La primera vez que se marchó de casa, sí: Soledad, sí le echó una buena reprimenda cuando volvió, al verlo parado en la puerta, inde-ciso, sin atreverse a entrar:

⎯¡Ángel de Dios, hijo de mi alma!, ¿ónde has estao metío? ¿de ánde vienes? ¿no compriendes que estábamos mu procupaos por tí? Por tos laos te hamos buscao por si te había pasao argo. Los has hecho sofrir, hijo... Los has hecho sofrir... ⎯Ángel la miraba con ojos de perro arrepentido⎯Anda, entra, pasa y come algo, que tendrás hambre. ⎯“Será por cosas de Dios, se pensaba la mujer, como cuando el Niño Jesús se perdió y estaba pedricando en el Templo”.

Después ya, en las siguientes desapariciones no se preo-cupaban. Aunque no lo comprendieran, confiaban en él, esta-ban seguros de su bondad: “Se ha ido Ángel”. “Él volverá”. “Pueda que vaya a cumplir con el Cielo”, decía la Soledad.

Pedro de Pedro, hombre campechano, hasta lo encon-traba divertido. Liaba un cigarro sentado en un poyo junto al portón, como de costumbre después de comer, y su vecino Fulgencio se le acercó:

⎯¿Sabes, Pedro?, al Ángel lo han visto el otro día por La Ñora.

⎯Sí, Flugencio, me lo han contao. Ramón el Puestero tamién lo vió por entre to el regullicio der mercao de Alcan-tarilla. No se fijaba en en las cosas de los puestos, namás mi-raba a la gente.

⎯Es un zagal mu raro.

⎯Pero, sea quien sea y venga de ande venga, es de un natural mu güeno. Se le ve en la cara. To lo que una persona es, lo lleva estampao en la cara.

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...en su nicho de la Gloria...

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⎯Pero si uno no lo dice, nadie sabe lo que va por den-tro, en lo que está pensando. Dios na más sabe lo que el mozo este tiene en la cabeza.

⎯Anoche no ha dormío en la casa. Verás tú, luego cuando atardece estará la Soleá en la esquina pa ver si lo ve volver, esperándolo, como al hijo pródigo. Y es que lo quiere como a un hijo de verdá: se le alegra la cara ca vez que lo mira. Sigue pensando que se lo ha mandao la Virgen. Antiyer estaba hilvanando unos calzones y va y me dice: “Estos no son pa tí, estos son pa mi ángel”. Y yo voy y le digo: “Pos que se los cosa su madre”. Y ella me replica: “Los ángeles no tienen madre”. Y yo ensisto: “¿Cómo que no? To el mundo tiene madre: hasta Dios tiene madre”. Y ella se mantiene: “Pero los ángeles, no”. “Mu bien mujer, le digo yo, pos cóseselos, que no estaría bien que fuera por el Cielo revo-loteando con el culo al aire, que no sería decente que en su nicho de la Gloria lo vieran sin calzones”.

Soledad era ligera con su máquina de coser ‘Singer’ en-cima de la mesa. Era ligera para poner la canilla, enhebrar, pasar la tela con una mano por debajo de la aguja, al tiempo que con la otra le daba vueltas a la manivela.

Al atardecer salió Soledad, todavía con las mangas re-mangadas de la faena de la casa; se enjugaba las manos en una punta del delantal, que luego dejó sujeta a la cinta de la cintura. Se plantó en la esquina con los hermosos brazotes en jarras. Soledad no era muy buena moza, pero gozaba de presencia, carnes apretadas, duras... Incesantemente miraba a un lado y a otro.

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8. Un ángel saltabardales

Ya se había hecho de amigos en el pueblo: algo tendría el ‘angel’, pues a los mocicos les gustaba ir con él. Les delei-taba la conversación con el mudo: ellos le preguntaban y ellos mismos, a su antojo, contestaban por él. Ángel les daba palmadas en los hombros, y ponía los ojos de mil maneras. Entre jóvenes se entienden.

Una tarde, ya tarde, pasaban Ángel y el Pepe Montoyo por el camino de La Molineta. Por allí es por donde vive el tío Baquero.

El tío Baquero va ya más para viejo que para joven. Está, el pobre, medio cegato: porta lentes de culo de vaso. Su casa tiene en el frontal una parra como no se ha visto otra, cuajada de uvas gordas, doradas. Un racimo, en el centro, sobresalta por lo grande. El Montoyo, como si él también fuera mudo, le señala a su compañero el gran ramo y le indi-ca, picarón, por señas: “Ese tallo va a ser pa ti y pa mí”. Al Mudo se le agigantan los ojos.

Cambiaba ya el cielo de color. Esperaron. Se cerró la puerta de la casa. Fueron. Subió Pepe a su compañero a cos-taletas. Así y todo, no alcanzaba: las uvas estaban muy altas. “Están verdes”, hubiera dicho la zorra; pero el mudo no piensa eso: decidido, va y se encarama por el tronco retorcido de la parra. El otro, sin tener por qué, lo sigue.

Gateaba el que iba delante por lo alto del parral y esti-raba ya la mano para coger el gran racimo, cuando, de pronto, se abre la puerta de la casa. Sale el tío Baquero. Se queda un rato quieto, escudriñando el aire, y grita:

⎯¡María, María, hace bueno, sácate aquí la mesica!

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La cena, a la luz del candil, duraba. Duraba.

Marido y mujer comían con regodeo.

Los de arriba, aunque dolidos de mantener de continuo la misma postura, muertos de miedo, ni respiraban; se les metía por las narices, sí, el humeo oloroso que les llegaba de los huevos con sardinas saladas y pimientos verdes, fritos con bastante aceite; se les abría la boca, como un reflejo, cada vez que los de abajo la abrían para zamparse las sopas bien rebozadas.

O por eso, o por la postura, o por lo que comiera a me-diodía, o por lo que fuera, es el caso que al mudo se le movie-ron sin sujeción, estruendosamente, las tripas. Los cenantes alzaron la vista.

⎯¿Pero qué es esto?, ¡Dios mío! ¡Habrase visto!

⎯¡Pos pijo!, ¡Señor bendito!...

El tío aguijaba, punchaba sin parar con su garrota, ven-ga y venga, contra la parra; la mujer, lo mismo, con la caña de la escoba. Quiso el Mudo esquivar alguno de los envites, y cayó. Cayó de espaldas; justamente encima de la mesa: apagó el candil, hizo los huevos tortilla, rompió la fuente y la jarra del vino, quebró las patas de la endeble mesica; aunque a él no se le quebró ninguna, pues se revolvió como un gato y salío zanqueando como un galgo, sin que le alcanzara el ga-rrotazo que el tío Baquero le tiró a rodeón.

Al Montoyo, medio tapado con el follaje, y sin luz, no lo vieron. No miraron más: ¿cómo se iban a pensar los amos del parral que el ladrón llevara un teniente?

⎯Quien haiga sío... quien haiga sío, que no lo he visto quien era ⎯dijo la mujer⎯, los ha dao la cena.

⎯¡Válgame Dios, María!

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⎯Mañá trempano vamos y ponemos la dinuncia en el puesto.

⎯¡Qué valor!

⎯El Señor nos libre.

*

No se bajó del parral el Montoyo hasta que oyó los ruidosos ronquidos del tío Baquero. Ángel, que lo esperaba sentado en un recodo del camino, no lo oyó llegar y se sobresaltó.

⎯¡Chacho, qué miedo tiés que tener pa asustarte de un miedoso como yo! Juntando to tu miedo con el mío podemos estercolar un bancal. ¡Cuánto miedo que he pasao, chacho; yo, que yo ni le tenía miedo al miedo! Y tú, ¡cómo has volao, ángel! ⎯Ángel, con los brazos plegados, aleteó con los codos, arriba y abajo, como si fuera una gallina perseguida⎯.Los he oído decir que no te han conocío: por si caso, tú no se lo digas a nadie ⎯El mudo le dio cariñosamente dos palma-das en la cabeza⎯. Eres un genio, Ángel, pero tienes un abujero en el cuerpo por ande te se escapa el talento. ¿Es que no te has podío aguantar?

Se enfoscaron entonces los dos aventureros en un bancal de tomateras encañadas; y se cenaron el pan, el jamón y los chorizos que, con el candil apagado, la tía María y su hombre no dieron en recoger; y que el Montoyo sí tuvo la calma y la vista de hacerse con ellos. Se los comieron con tomates pera. Pero, como la noche no da los colores, algunos de ellos los escupían después de morderlos: estaban verdes.

*

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Lo estaban esperando.

El siguiente día, al volver de su trabajo en la ermita, Ángel se encontró con Pedro y Soledad en la casa, como todos los días; pero lo supo, lo notó; la intuición qué espa-bilada es: lo estaban esperando; lo contemplaban de una manera especial, entre admirados e intrigados.

El tío Pedro, un bendito de hombre, regordete y ca-chazudo además de socarrón, se acercó al mozo y le señaló con el índice en la pechera de la camisa limpia:

⎯¡Mira qué mancha de güevo!

Al bajar Ángel la cabeza para mirarse, el tío Pedro le dio con la palma de la mano en la frente:

⎯¡Topa borrego!

Eso era una broma corriente y Ángel la debía conocer, pero picó y se quedó sorprendido y confuso.

⎯Amos a ver, Ángel de Dios ⎯le dijo Soledad con sosiego, desplegando la camisa que llevaba en el brazo y presentándosela cogida con ambas manos, como si fuera el paño de la Verónica⎯, esto me lo tienes que explicar sea como sea; gobiérnatelas como quieras. Llevo to er día rom-piéndome la cabeza y ca vez lo entiendo menos. Dime, Angelico, ¿ánde estovistes ayer domingo, que al gorver no catastes la cena que te dejé tapá con un plato? Venías ya cenao de ande fuera, ¿no? Güeno, eso se pue compriender. Pero lo que no me cabe en la cabeza de denguna de las mane-ras es cómo te comistes el güevo frito pa que toas las man-chas te cayeran en las costillas.

⎯Anda, déjalo, mujer, déjalo. Tómatelo como un misterio más del ángel este bajao der cielo. Este Ángel tiene más misterios que tos los del santísimo rosario.

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*

Llegó el tiempo de las granadas.

El Pepe Montoyo, por apacentar una puntica de cabras se conocía todos los rincones. Sabía de un bancal grande, por allá por Los Lindes, rodeado de frondosos granados.

Los frutos estaban ya en sazón: algunos se abrían mos-trando gozosos el rojear de sus dientes.

El bancal, cercado de cañizo y guardado por tres vigi-lantes y dos perros, resultaba inexpugnable. Con todo, Pepe, atrevido además de avispado, le propuso a su silencioso ami-go darle un asalto: quería resarcirse, seguramente, del fracaso del día de las uvas:

⎯Mira, son de ‘San Felipe’, mu dulces, de piñón tierno como la manteca.

” En esta rinconera hay una falla de cañas en el cañizo; cuando veas que los guardianes se van al otro lao, tú te abres brecha, entras, y te sacas una sená hasta que no te cojan más.

Él se fue a la otra punta del bancal.

Haciéndose bien visible empezó a saltar para coger y acercarse una de las ramas que daban al camino. Los perros comenzaron a ladrarle y los dos zagales a gritar:

“¡Opá! ¡Opá!”

Acudió el padre:

⎯Fuera de aquí ratero, y trae pa acá esa graná que has cogío.

⎯¿Esta graná? Esta graná, por la ley de Dios y de los hombres, es tan suya como mía. ¿El camino es suyo?, ¿eh, es suyo?... El camino es de tos, es de to er que pasa. To lo que