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Antes de la ocupación de las tropas francesas en1808, Burgos tenía dos estatuas civiles en lugaresprincipales de la ciudad: una era la fuente de abaste-cimiento público en el centro de la calle Huerto delRey, con la figura de la diosa Flora, sedente sobre untritón, construida hacia 17701, y otra, dedicada en1783 a Carlos III, en la plaza Mayor, dispuesta sobreun pedestal como el reconstruido recientemente deloriginal, con la dedicatoria del promotor de la esta-tua. La había modelado con pose cortesana el escul-tor Alfonso Giraldo y era el primer monumento quela ciudad erigía a un rey. Unos años más tarde, llega-ron a Burgos cuatro estatuas de reyes antiguos, rega-ladas por este monarca, procedentes de la decoraciónque coronaba las fachadas del nuevo palacio real ma-drileño, que se colocaron en el centro del paseo delEspolón2.

Un año después, en 1784, el Cid tuvo un memo-rial que se construyó en el solar donde, según la le-yenda, habría estado su casa (fig. 1). Consistía en unaobra de arquitectura en mampostería, sobria, al estilo

neoclásico, con un alto zócalo rectangular sobre el quese alza, en el centro, un doble podio como soporte dela extensa inscripción epigráfica, alusiva a este sitiohistórico, con dos pináculos en forma de pirámide acada lado, en cuya parte superior se labraron los escu-dos de armas del Cid, de la ciudad de Burgos y del mo-nasterio de Cardeña3.

Pero este monumento-memorial quedaba muy atrasmano, en lugar poco habitado de la parte alta de laciudad, junto a la puerta de salida occidental por el ar-co de San Martín y se propondrán otros más céntricosen la zona baja de la ciudad moderna. Hubo, como va-mos a ver, un primer monumento, construido a inicia-tiva del gobierno militar francés, pero de breve dura-ción. Le siguieron varias propuestas a lo largo delsiglo XIX, que no prosperaron, y tendrá lugar inclusola solemne colocación de la primera piedra para otroque no llegará a ser erigido. Hasta 1955 no presidirá laestatua del Cid a caballo la entrada a la ciudad por elpuente de San Pablo, escoltada sobre los pretiles porocho personajes de la gesta cidiana.

EL CID, HÉROE FRANCÉSEL MONUMENTO DEL GENERAL THIÉBAULT EN BURGOS

Por MANUEL GARCÍA GUATASUniversidad de Zaragoza

1. Memorial en el solar de la casa del Cid, 1784. (Foto: M.G.G.).

EL CID, EN LA MEMORIA DE LOS FRANCESES

Puede parecer paradójico y hasta desconcertanteque el ejército francés que entró en Burgos tras derro-tar a las tropas españolas en la batalla de Gamonal, el10 de noviembre de 1808, saqueando, incendiando edi-ficios y fusilando a los patriotas significados en la re-sistencia, fuera el que pusiera en marcha pocos mesesdespués unas actuaciones pacificadoras, de moderni-zación urbanística y hasta de reconocimiento respe-tuoso de su personaje histórico más famoso y de lasinstituciones burgalesas.

Al día siguiente de la batalla había hecho su en-trada en Burgos el mismo Napoleón, que se alojó en lacasa del Consulado, restableció el orden y decretó elperdón general a todos los combatientes que depusie-ran las armas. Pero pocos meses antes había tenido querefugiarse en esta ciudad su hermano el rey José consu gobierno tras la primera liberación de Madrid aprincipios de agosto4.

No les tenía que ser extraña a las autoridadesfrancesas la figura del Cid ni la de Jimena, su esposa,pues el héroe castellano era, sin duda, el personaje dela historia de España más conocido en París despuésdel estreno en 1637 de la tragicomedia de Corneille LeCid, con la que logró un gran éxito y también polémi-ca enconada o querella de sesgo político por algunostemas y por las innovaciones teatrales que introdujo,que, sin embargo, contribuirán a darle larga vida en losescenarios franceses. Voltaire hará los comentarios ala edición de 17465. Fue la obra de Corneille más ve-ces interpretada, sobre todo a partir del Romanticismo.Desde 1680 a 1963 se contabilizaron 1.425 represen-taciones en la Comédie-Française6.

En este contexto se puede entender la orden delgeneral de división y gobernador de Castilla la Vieja,Paul Thiébault, de realizar un homenaje público alCid, rindiéndole los máximos honores del ejércitofrancés de ocupación, que meses antes había entradoen Burgos por la fuerza de las armas7. Conocía bien es-ta obra teatral sobre el héroe hispano, pues la cita ensus memorias con esta frase: “[…] et de la tragédie deCorneille, qui, même en France, a nationalisé une par-tie de la gloire de ce héros”, y estaba igualmente bieninformado de las actuaciones del primer monarca de lacasa de Borbón en España, Felipe V, al haber manda-do erigirle un siglo antes un mausoleo en el monaste-rio de Cardeña8.

Pasará a la posteridad Thiébault como hombre deexquisita educación –“un fino literato, un gobernantecabal y un especial jurisconsulto”, en palabras de Gar-cía Gallardo, uno de los primeros estudiosos de susmemorias–, pues durante los pocos años de mando enla plaza de Burgos demostró gran interés por la ciudady respeto por sus instituciones, convenció a su esposaZozotte para que viniera de París a vivir a Burgos, seaplicó a aprender el castellano, que llegó a dominar, yencomendó la tarea de traducir al francés a Cervantesy a Quevedo, a quien consideraba el Voltaire español9.

Una de las primeras medidas tomadas por el ge-neral Thiébault fue reunir los restos del Cid y de su es-posa Jimena del sepulcro de Cardeña, profanado por

un regimiento de dragones franceses “en un acto devandalismo” –anotaba Thiébault–, y honrar su memo-ria con una digna sepultura pública, insólita y extrañapara la cultura y el culto funerario en España.

Con esta cuidadosa exposición informaba de susproyectos el 3 de marzo de 1909 al nuevo rey de Es-paña y de las Indias, José I Bonaparte, hermano mayorde Napoleón:

Señor:Supe hace tres días que el sepulcro del Cid situado atres leguas de Burgos havía sido ofendido y degrada-do: resolví reparar sobre el mismo lugar los afrentososefectos de un delirio culpable, y en consecuencia, mepresenté antes de ayer en Cardeña: mas ¡cual fue mihorror al hallar este sarcófago enteramente demolido ylos restos de aquel Héroe extraídos y diseminados! Suvista y la idea de que el convento estaba destinado aser muy pronto una propiedad particular me obligó acambiar de pensamiento. Creí de mi dever reunir esoshuesos esparcidos, impedir se aprovechase el abando-no en que estaban para acabar de arrebatarlos o des-truirlos, quitarles de este desierto donde tan pocos ho-menajes podían recibir, depositarles en lugar seguro yreedificar en el mismo Burgos la tumba del Cid, paraaproximar su cuna y su sepulcro, para que éste se ha-lle en el país natal del Héroe y para que llegue a ser unmonumento público capaz de producir o fortificar enel ánimo de esta parte de vuestros súbditos sentimien-tos que les hagan dignos del Augusto Reinado de V. M.Señor. Este pensamiento que me pareció conciliar to-dos los intereses testificando que los franceses vene-ran a los héroes de todo lo que recuerda su memoria, yque al parecer produce una impresión favorable enBurgos, se ha ejecutado en parte.Esta mañana me presenté en el monasterio acompaña-do del Señor Yntendente, del único monge Benedicti-no del convento de Cardeña que se halla aquí, de losoficiales superiores de la Plaza y del Arquitecto deBurgos. Hice envolver en un lienzo los huesos del Cidy les conduje a mi casa. Van a transportarse a Burgoslos restos de su Panteón y se colocarán en medio de unplantío de árboles hecho de mi orden entre los dospuentes. El honor de reedificar allí el mausoleo del Cidy depositar en él sus mortales despojos con toda la so-lemnidad que puede ofrecer una ceremonia civil y mi-litar será para mí la gran recompensa de la laboriosi-dad con que desde que estoy aquí me he consagrado almejor bien de esta Provincia, es decir al servicio de V.M., soy con el más profundo respeto. El General de División Governador de Castilla la Vie-ja. Thiébault.

Ocho días después le respondía él, mediante unbreve escrito del ministro de Indias, manifestándole susatisfacción por tan acertadas medidas para la conser-vación de los restos del Cid.

Pero es en el texto del elegante discurso que pro-nunció Thiébault al final de la ceremonia del nuevo se-pelio de los restos del Cid y de su esposa, el 19 de abrilde 1809, en el monumento levantado a toda prisa en elcentro de la pradera entre el paseo del Espolón y el río,

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donde podemos encontrar huellas de las ideas teatralesde Corneille sobre este “héroe castellano”, como le lla-ma, y también en la interpretación de la figura de Ji-mena que hizo Thiébault: “de celle qui après l´hon-neur fuit ce qu´il eut de plus cher et qui avec la gloirepartagea son coeur et ses pensées”.

Por ejemplo, en los diálogos entre el Cid y su pa-dre Don Diego de las dos últimas escenas del acto I secontraponen como un conflicto el amor y el deber alpadre o al rey, o sea, el honor, que Corneille resuelveen los momentos más líricos con el mayor registro dra-mático a favor de este segundo principio10.

Con esta perspectiva histórica y política, muy afína las ideas de la obra teatral de Corneille, valoraba elgeneral Thiébault la figura del Cid y el protagonismode Jimena:

SeñoresNo hay prescripción de tiempo ni elección de lugar pa-ra celebrar la memoria de los hombres que como el Cidpertenecen a la historia de las Naciones, es decir a lainmortalidad: el tiempo habrá devorado estos restospreciosos que acabamos de inhumar, habrá borradohasta las trazas del monumento, habrá consumido losúltimos vestigios, y el recuerdo del Cid siempre pre-sente a los que respetan a los héroes será, no sólo enestos lugares, sino en el resto del mundo, el objeto dela admiración pública y uno de los ejemplos más gra-tos a los valientes.Sin embargo, señores ¡cuánto se aumenta la conmo-ción cuando el lugar de su nacimiento, donde creció yse desarrollaron sus cualidades, a la vista de sus des-cendientes y conciudadanos se reúnen los restos de sus

mortales despojos, la tumba que es aún depositaria deellos, y se enlaza el recuerdo de sus hechos gloriosostodo cuanto al presente puede llamar nuestra atención!Por brillante que sea la serie de hechos que encierra lahistoria del Cid, no os referiré sus detalles: sería inju-riaros ¿Quién de vosotros no los recuerda con placer?¿Quién no los conserva en su memoria como un depó-sito sagrado? ¿Quién ignora la época de su nacimien-to, las circunstancias particulares de su educación, lamanera con que supo distinguirse en la carrera de lasarmas, las principales acciones de su vida, la época niel año de su muerte? Mas, señores, si me abstengo deentrar en los detalles de la vida de este Héroe, no de-vo dejar de hablar de aquella que más amó después delhonor, con quien partió su gloria, su corazón y suspensamientos.Por otra parte, hablar de Gimena no es salir del círculograndioso que nos recuerda el Cid. Los héroes se enno-blecen hasta por las pasiones que arrebatan a los hom-bres. Todo recibe de sus almas un carácter peculiar ynosotros cometeríamos un sacrilegio si no recordásemosa la par y uniésemos aquí dos personajes ilustres, cuyosnombres ha enlazado la historia, que han sido honradosel uno por el otro, marchando unidos al través de los si-glos, que tuvieron una sola tumba y a quienes ni aún lamuerte separó ¡Ejemplo admirable de gloria y de amor!,¡recuerdo amable y consolador que nos representa lahermosura venciendo al héroe cuyo valor corona! Con-sagremos, pues aquí con el mismo sentimiento, admira-ción y homenaje a Gimena y al Cid.Señores, consideraciones que pertenecen a una épocadeterminaron a Felipe Quinto a construir en Cardeñael panteón del Cid y de Dª Gimena. Motivos que espe-

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2. Estatuas de los reyes Teodorico y Fernando el Magno, siglo XVIII. Paseo del Espolón, Bur-gos (Foto: M.G.G.).

ro serán de todos los tiempos lo han hecho reconstruiraquí después de haver reunido sus restos. Todo pareceque justifica esta traslación, pues que por ella esteMausoleo sacado de un lugar desconocido a la mayorparte de los viajeros, donde havía sido derruido, e im-pidiendo que lo adquiera el futuro propietario de Car-deña, se restituye a la España y a la Ciudad natal delCid, colocándolo por decirlo así vajo de la salvaguar-dia pública. Podemos pues pensar que la posteridadaprobará esta traslación como la aprueban los contem-poráneos, porque, Señores, nada puede hacerse relati-vo a un gran hombre sin presentarse al Tribunal de laopinión y sin dar cuenta de lo hecho a todos los pue-blos ilustres de los presentes y futuros tiempos.El General de División, Governador de Castilla la Vie-ja. Thiébault11.

Este discurso tan bien trabado en sus ideas y ra-zonamientos que leyó el general ante las autoridades yvecinos de Burgos no sólo es un ejemplo de savoir-fai-re político, sino de su bagaje de conocimientos de lahistoria del Cid y, llamativamente, del papel que le re-conoce a su esposa Jimena.

EL ESPOLÓN, UN PASEO PARA LA MEMORIAHISTÓRICA

Pero las palabras del general gobernador Thié-bault estuvieron acompañadas de hechos, o sea, deobras de decoro urbano de Burgos, como todavía pue-de refrendarlo la historia del paseo del Espolón.

Dos de las reformas urbanas inmediatas que pro-movió Thiébault para sanear y modernizar la ciudadfueron la construcción de un cementerio público, parasuprimir los pestilentes e insalubres enterramientos enlas iglesias, y el ensanche y embellecimiento del paseodel Espolón junto al río con un monumento al Cid enel centro de la pradera que entonces descendía hacia elArlanzón. A partir de esta intervención de los france-ses se planteará pocos años después el Ayuntamientola construcción de otro cementerio fuera de la ciudady la urbanización de este paseo, rellenando la praderay elevando el terreno en forma de terraza sobre el río,que, por un lado, realzaba las fachadas de las casas ydesde el otro, la vista más bonita de la ciudad para losviajeros que llegaban a Burgos12. En la orilla opuesta yfrente por frente del Espolón, emprendieron tambiénlos franceses la construcción de otro paseo, cuyo pro-yecto encomendaron al arquitecto Manuel de Eraso,director de la Escuela de Dibujo de la casa del Consu-lado13.

No es muy grande este Espolón de Burgos, perosí uno de los más antiguos y genuinos de las ciudadesespañolas, siempre acogedor y muy cuidado (fig. 2).Ha sido el paseo y hasta jardín principal para genera-ciones y generaciones de burgaleses y lugar de paso ycomunicación con los lugares principales de la ciudad.

La pequeña historia de la construcción de aquelprimer monumento funerario al Cid quedó reflejada aldetalle en esta crónica de la época:

[…] determinó colocar el Monumento de uno de losmayores Héroes militares que ha tenido esta Ciudadpor Hijo suyo, Rodrigo Díaz de Vivar, que falleció añode 1099, en el Paseo más concurrido, vistoso y dentrode la Población que es el Espolón y Ribera del río Ar-lanzón que le baña, para lo cual hizo recoger los hue-sos de dicho héroe y los de su muger Dª Jimena que sehallaban en la Iglesia del Monasterio de San Pedro deCardeña suprimido, desierto y sin monges, con el se-pulcro o monumento que allí estaba y conduciéndolotodo a esta capital, mandó su Excelencia formar unhermoso Plantío de Arboles en dicha rivera y en sucentro mirando y comunicándose con el mismo Espolón,se colocó el Monumento sepulcro que se había traído dedicho Monasterio, pero elevándole para su mejor pers-pectiva y autoridad14.

Efectivamente, se había proyectado un monu-mento auténticamente funerario (fig. 3), diseñado, alparecer, por el arquitecto León Antón, consistente enuna pirámide, sobre un pedestal y un plinto escalona-do, con pináculos en cada esquina sosteniendo lámpa-ras (que en el dibujo figuran humeando) y, encajada enel vértice de la pirámide, una corona real. Se pintó lasiguiente inscripción, redactada a petición de Thié-

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3. Boceto del monumento al Cid erigido por los gobernantes fran-ceses, 1809. (Foto: A.M.B.).

bault por el militar aristócrata y escritor francés Ca-rrion de Nisas (enviado a España en misión diplomáti-ca por Napoleón) durante su encuentro en Burgos conel general gobernador: QUIBUSCUMQUE TEMPO-RIBUS, POPULIS, LOCIS, INCLYTORUM VIRO-RUM MEMORIA COLENDA EST (En todo tiempo,pueblo y lugar debe ser honrada la memoria de loshombres insignes).

Estaba rodeado de una verja y a su alrededor sealzaban las cuatro estatuas de reyes procedentes delPalacio Real de Madrid y unos asientos de piedra y seplantaron álamos de Italia junto a la orilla del río15.Pero desconocemos cómo era la forma definitiva quetuvo este panteón, ni los materiales con que había si-do construido, excepto las tres gradas sobre las quese asentaba, que habían sido labradas en piedra deHontoria16.

Pero lo que sí se sabe es que en su interior se de-positaron tres arcas, una dentro de otra; las dos prime-ras de madera y la tercera, con los huesos del Cid y desu esposa, de plomo, junto con monedas de plata delreinado vigente y los papeles (textos de la crónica seles llama) del ceremonial de estas honras públicas. Esdecir, se concibieron el monumento y el acto como unaacción civil y, por tanto, laica, con un sepelio en lugarprofano, de paseo público rodeado de árboles planta-dos para esta ocasión, a imitación de los monumentosy ceremoniales funerarios que desde la Revolución sededicaban en Francia a los hombres ilustres.

Según la detallada crónica de los actos, celebra-dos el 19 de abril de 1809, se puede concluir que lasautoridades militares francesas los organizaron con lamayor solemnidad y publicidad, logrando una granasistencia de burgaleses, que “concurrieron a conse-

cuencia de carteles que de orden de Su Excelencia sehabían fixado en los sitios públicos”.

La procesión cívica partió de la Escuela de Dibu-jo del Real Consulado, acompañada de las tropas fran-cesas que, en formación y a los sones fúnebres de lostambores, rindieron los máximos honores con salvasdisparadas por dos batallones de infantería. Precedíanel cortejo las cruces de las parroquias de Santiago y deSan Cosme. Cuatro oficiales llevaban las puntas de las“vayetas” o paños fúnebres que cubrían el arca de losrestos del Cid y de Jimena, con la que recorrieron la ri-bera del río hasta el monumento funerario. Como actofinal de la nueva inhumación, el general Thiébault pro-nunció el discurso mencionado17.

Es cierto que, cinco años después, los francesesen su retirada volaron el castillo de Burgos, cuyas ex-plosiones destruyeron numerosos edificios, pero elmonumento al Cid permaneció todavía unos años, almenos hasta 1826 en que se sacaron sus restos y fue-ron devueltos a lugar sagrado, por lo que es de supo-ner se procedería a desmontarlo a continuación. Pri-mero fueron a la iglesia del monasterio de Cardeña;pocos años después, con la desamortización del mo-nasterio, se trasladaron en 1842 a la capilla del Ayun-tamiento y desde 1921 descansan bajo una lápida en elcrucero de la catedral.

Otras cuatro blancas estatuas monumentales deantiguos reyes españoles llegaron a Burgos desde elPalacio Real de Madrid, que junto con las primerasadornan, dispuestas por parejas desde sus altos pedes-tales, ambos extremos y el centro del paseo del Espo-lón, lo mismo que lo hacen, pero en mayor número ala entrada principal del parque de Madrid o Jardinesdel Buen Retiro.

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4. Colocación de la primera piedra del monumento al Cid por el rey Alfonso XIII y su madre la reina María Cristinade Habsburgo el 29 de agosto de 1905. (Foto: A. Vadillo, A.M.B.).

Será en 1882 cuando un burgalés, Francisco deLuis y Tomás, se dirija al Ayuntamiento ofreciendo unmonumento de su invención para el Cid. La idea fueaceptada y se le buscó un emplazamiento a la estatuaen lo que entonces era una placita ante el puente deSan Pablo, entre los edificios de la Diputación Provin-cial, el Teatro y el estratégico cuartel de Caballería deLanceros de España. Pero la Comisión de Monumen-tos Históricos y Artísticos lo informó negativamentepor considerar que, por su estrechez, estorbaría el pa-so de carruajes y viandantes.

Sin embargo, la idea del monumento estaba en elambiente, surgía de vez en cuando y había llegado has-ta la Sociedad Benéfica Burgalesa de La Habana que,en 1895, envió quince ejemplares impresos de una me-moria para su erección, a la que prometía contribuir lacolonia burgalesa en Cuba; pero seguramente el avan-ce de la guerra de independencia de la isla y la preci-pitada repatriación tres años después dejarán en el ca-jón de los recuerdos esta iniciativa.

Eran años de apogeo de la celebración de la histo-ria de España y de sus personajes célebres, bien desdela pintura de los grandes cuadros llamados de Historia,o con monumentos escultóricos en la calle. Las capita-les de provincia castellanas habían elevado el suyo enlas principales plazas a su fundador o personaje máspreclaro. Por ejemplo, la Diputación de Ávila lo habíaerigido en 1882 a Las Grandezas de la provincia (san-tos escritores, artistas, militares y políticos), consisten-te en una columna en la que fueron esculpidos sus nom-bres, coronada por la estatua de Santa Teresa. Desdemuchos años antes, Salamanca le había dedicado unaestatua a Fray Luis de León en el Patio de las Escuelas,ante la fachada de la Universidad, y otro a Cristóbal Co-lón en 1893. León lo había hecho con Guzmán el Bue-no en 1900, le seguirá Valladolid en 1903 con el dedi-cado al conde Pedro Ansúrez en la plaza mayor, frenteal Ayuntamiento, y Zamora a Viriato en 1904. Pero Bur-gos seguía sin tener un monumento al más célebre y ce-lebrado héroe de la historia medieval española18.

En este contexto y ambiente de exaltación de lospersonajes de la historia de España es en el que secomprende el nuevo impulso que se pretendió dar a unmonumento al Cid cuando el joven monarca AlfonsoXIII coloque con motivo de su visita oficial a Burgos,el 29 de agosto de 1905, la primera piedra en la plazade Castilla, frente al puente de San Pablo (fig. 4).

El acto fue preparado con el mayor rango del pro-tocolo político, con asistencia de la reina madre (el reyaún permanecía soltero), de la familia real y del presi-dente del Consejo de Ministros, Eugenio Montero Ríos.Pero también con cinco días de festejos populares quecelebraron como unas segundas fiestas patronales concorrida de toros, que se anunció con un curioso e in-sólito cartel taurino adornado con motivos de la ob-servación del eclipse y la referencia a este acto cultu-ral (confeccionado por el taller Portabella deZaragoza) y con el espectáculo añadido de la contem-plación del eclipse total de sol el día 30.

Pero el proyecto del monumento quedó eclipsadoenseguida por el de aquel fenómeno solar, pues no pa-só de ahí, de esa primera y última piedra con la que

permanecerá enterrado durante medio siglo. Volvió aplantearse de nuevo desde la prensa y la ComisiónProvincial de Monumentos para celebrar en 1926 elsupuesto centenario de su nacimiento. El Ayuntamien-to designó una comisión que pusiera en marcha la efe-méride, pero tampoco echó a andar la iniciativa, hastaque en 1943, con motivo de la conmemoración del mi-lenario de Castilla se le dará un definitivo impulso.Diez años después, la celebración de aquella efeméri-de tendrá como imagen más relevante y perdurable eldefinitivo monumento al Cid.

EL PUENTE DE LA GESTA DEL CID

Desde el siglo XVI, las ciudades con grandes ríostuvieron a gala colocar estatuas de los santos patronos,de fundadores y protectores, de reyes o héroes mitoló-gicos en los pretiles de los puentes como imágenes deprestancia que recibían a los viajeros que llegaban a laciudad. Esta tradición escultórica se prolongó en el si-glo XIX, por ejemplo en los nuevos puentes de París,y siguió manteniéndose en el siguiente siglo, como enlos que se construyeron en Valencia sobre el Turia ydecoraron con estatuas alegóricas.

No se puede comparar el puente burgalés de SanPablo con los parisinos, ni con el espectacular y turís-tico Karlúv most de Praga sobre el Moldava, pero sí,por ejemplo, con los mencionados de Valencia. Pode-mos decir que el de Burgos será el último puente quese adorne en España con tantas estatuas formando par-te de un mismo monumento al Cid, que las preside acaballo desde un extremo.

Fue inaugurado este conjunto escultórico el 24 dejulio de 1955, también con la más alta solemnidad po-lítica, pues presidió la celebración el Jefe del Estado,general Franco, y fue el colofón más brillante y perpe-tuo que se pudo pensar para clausurar las celebracio-nes del milenario.

Se había empezado a preparar el proyecto orna-mental-escultórico en 1950, cuando el Ayuntamientoconvocó un concurso nacional que llamó de “antepro-yectos de ornamentación del puente de San Pablo y pla-za de Primo de Rivera”. Tuvo amplia acogida la convo-catoria, pues se presentaron trece proyectos, de los queresultó elegido el del arquitecto e historiador de la ar-quitectura española Fernando Chueca Goitia (fig. 5).

Lo que explicaba en la breve memoria y plasmóen un dibujo panorámico debió convencer de tal ma-nera al jurado que coincidirá casi en su totalidad conlo que se realizó cinco años después, incluida la formade la estatua ecuestre del Cid con la que abocetaba eneste croquis, así como la disposición de las ocho esta-tuas en ambos extremos del puente19.

Chueca había elaborado el monumento con unaconcepción urbanística que desbordaba el contenidodel título de la convocatoria pensada para una orna-mentación del puente, pues lo formulaba como “unconjunto orgánico que abarcara al puente y a las pla-zas de entrada y salida”20.

Explicaba la presencia de las ocho estatuas co-mo un cortejo procesional que escoltaría “la vía sacra

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o vía triunfal” que debía ser el puente para los viaje-ros y visitantes que entraran por él en la ciudad. De-fine también los personajes que deben ser represen-tados: en un lado, los de carácter militar, o sea, loscompañeros de armas del Cid, y en el otro, los políti-cos, con especial atención a los altos eclesiásticos,abades y obispos.

Para completar esta visión urbanística del monu-mento, incorporaba en el dibujo y comentaba en la me-moria el tratamiento de las dos plazas a ambos extre-mos del puente. En la entonces llamada de Primo deRivera (ahora del Cid), donde iba a estar la estatuaecuestre, edificaría a su entrada y a ambos lados delpuente dos templetes, logias o “miraderos” sobre elrío, cuya función sería de “propíleos que dieran entra-da solemne a la ciudad”. Para la de Conde de Castro,al otro lado, proyectaba dos bancos siguiendo el hemi-ciclo de la plaza, con sendos gruesos pilares en el ex-tremo de cada uno, en cuyos frentes se colocarían re-lieves con escenas del poema del Mío Cid.

Este singular memorial se concretó en la estatuadel Cid y en las de los principales personajes de su

epopeya. Son ocho las labradas en piedra, que se colo-caron, cuatro a cada lado, sobre pedestales en las me-setas de los tajamares del puente. Representan, a su de-recha, a Jimena, su joven esposa –con dos palomasposándose sobre el hombro, alusivas, según el escul-tor, a las dos hijas (Elvira y Sol)–, a San Sisebuto,abad de Cardeña, a Ben Galbón, reyezuelo moro deMolina de Aragón y protector del Cid en su destierro,y a don Jerónimo, obispo de Valencia. A la izquierda,a su hijo Diego Rodríguez (fig. 6), a Martín Antolínez–“burgalés y home de pro”, con los dos legendarioscofres a sus pies–, a Martín Muñoz, conde de Coimbra,y a Álvar Fáñez, sobrino del Cid.

Le fueron encomendadas, mediante concursopúblico nacional al que se presentaron siete esculto-res, a Joaquín Lucarini Macazaga (Fontecha [Álava],1905-Burgos, 1969), experto profesional de la talla,que las esculpió en su taller de Bilbao en piedra ca-liza de Hontoria, entre 1954 y 1955. Dos años anteshabía presentado al Ayuntamiento un presupuestocon tres clases distintas de piedra. Con la de Honto-ria serían 92.000 pesetas cada estatua, con la de Ibe-

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5. Fernando Chueca Goitia: Proyecto para el conjunto del monumento al Cid, 1950. (Foto: A.M.B.).

as, 96.000 y con la de Colmenar, 120.000. Cada es-tatua tendría 2´80 metros de alto y un peso entre cin-co y seis toneladas21.

Al año siguiente le adjudicaron a Lucarini, tam-bién mediante concurso convocado por el Ayunta-miento, la realización de ocho relieves que deberían ircolocados en los frentes de los pilares de los dos ban-cos que estaba previsto hacer en la plaza de Conde deCastro. Sólo modeló seis que fueron fundidos en bron-ce (75 x 72 cm), pero nunca se colocaron, al no cons-truirse estos bancos ni los pequeños propíleos para laentrada por la plaza opuesta. Ahora se guardan en elmonasterio de San Juan22.

La estatua en bronce del Cid a caballo es aúnmás monumental, de unos cuatro metros de alto, so-bre un elevado pedestal. Le fue encargada al escultoralmeriense Juan Cristóbal (1898-1961), que la mode-ló logrando un brioso efecto en el conjunto de la fi-gura, espectacular y “más soñada que tomada de larealidad”23, pero en la actualidad su silueta ecuestrese ha hecho muy popular como imagen corporativa oemblema de instituciones, empresas o firmas comer-ciales (fig. 7).

Con rostro enérgico y luengas barbas en cascada,se empina el jinete sobre los estribos, enarbolando laTizona, a la vez que se despliega la capa al viento amodo de dos alas24. Parece querer revivir la imagen dela ingeniosa comparación de que “un Rodrigo perdióEspaña y otro Rodrigo la ganará”, que resume cuatrosiglos de la historia de España, desde la derrota enGuadalete a la conquista de Valencia en 1094.

En pleno éxito de la película El Cid, de AnthonyMann, con Charlton Heston y Sophia Loren de protago-nistas, estrenada en 1961, también tendrá el Campeadoren el cercano pueblo natal de Vivar una estatua de ta-maño natural, modelada en hormigón en 1963, obra deFrancisco Catalá Blánez, sustituida en 1998 por otra enbronce, sacada del molde de la anterior, que fue patro-cinada por la Diputación Provincial (fig. 8).

Lo representa en pie, con toda la indumentaria deguerrero, mirando con decisión hacia un lado y el ges-to contenido de desenvainar la espada, que apoya jun-to a sus pies. Fue colocada, según proyecto arquitec-

tónico, ante una construcción que representa un lienzode muralla, como soporte mural para unas frases evo-cadoras del Cantar del Mío Cid y los perfiles en relie-ve metálico de una pareja de jinetes, y se dispuso la es-tatua a ras del suelo, sobre un lecho de guijarros, en elcentro de una pequeña alberca.

Por fin, de este modo pudieron poner la ciudad deBurgos y su provincia un brillante colofón a siglo ymedio de entusiastas propósitos, de iniciativas de cir-cunstancias y de proyectos fallidos para erigirle unmonumento al Cid, acertar con un lugar y conjunto ur-bano tan relevante y transitado de la ciudad y evocar-lo años después en la que fue su aldea natal.

NOTAS

AMB = Archivo Municipal de Burgos

1. J. L. Monterde, “La fuente de “La Flora” en Burgos”, Boletínde la Comisión Provincial de Monumentos, Burgos, 1942-45,pp. 135-136. Reproduce la firma del autor de la escultura, in-cisa en el cuello del jarrón que vierte la diosa desde su manoizquierda: MAL [Manuel]: ROMERO ME: IZO.

2. La estatua de Carlos III se había inaugurado el 26 de julio de1784. Fue una iniciativa del prior del Consulado, alcalde ma-yor y comerciante en lanas, Antonio Tomé, quien parece serfue quien pagó su fundición. Se le dedicó a este monarca enreconocimiento al impulso que había dado a Burgos al conce-derle la aduana que centralizaba todo el comercio lanero delnorte de España y por el apoyo a las industrias textiles burga-lesas. Se reconocía de este modo una actuación política biensignificativa de un monarca de la Ilustración.

3. AMB, año 1784, Signatura 18-60. I. García Rámila, “Casas ysolar del Cid en Burgos”, Boletín de la Institución FernánGonzález, “Número extraordinario de exaltación cidiana”, ter-cer trimestre de 1955, pp. 651-665. R. Payo, “La imagen delhéroe medieval castellano. El Cid: entre la historia, la leyen-da y el mito”, Cuadernos del CEM y R, Universidad de La La-guna, 14, 2006, pp. 133-134.

4. J. M. Sánchez Diana, “Burgos en la guerra de la Independen-cia. La ciudad y los guerrilleros”, Hispania. Revista Españo-la de Historia, Instituto Jerónimo Zurita del CSIC, 116, 1970,pp. 526-530. J. Albarellos, Efemérides burgalesas (Apunteshistóricos), Talleres Tipográficos Diario de Burgos, 1984, pp.300-305.

5. Corneille, El Cid, Cátedra, Letras universales, Madrid, 1986,edición de Ana Seguela, pp. 39-40.

6. P. Corneille, Le Cid, tragicomedia en cinco actos. Edición eintroducción de L. Lejealle y J. Dubois, Librairie Larousse,París, 1959. Se ha apuntado como posible origen de la quere-lla contra Corneille y el estreno de Le Cid la intervención deRichelieu, quien no habría visto con buenos ojos el elogio deEspaña que hacía en la obra, con la que entonces estaba Fran-cia en guerra, y la apología del duelo.

7. Paul Thiébault (Berlín, 1769-París, 1846), además de desem-peñar una brillante carrera militar, interviniendo en numero-sas acciones de guerra en Italia, donde fue herido en el asediode Génova, en la batalla de Austerlitz, en España y en Ale-mania al servicio de Napoleón y luego de los monarcas res-taurados, fue autor de tratados militares y de unas extensasmemorias.

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6. El escultor Joaquín Lucarini con la estatua de Diego, el hijo delCid, 1955. (Foto: A.M.B.).

8. Mémoires du général baron Thiébault publiés sous les aus-pices de sa fille Mlle Claire Thiébault; d’après le manuscritoriginal par Fernand Calmettes, Quatrième édition, París,1894-95. Edición en dos tomos de L.C.V. Services, París,Avril 2005, 1.395 páginas. Entre los varios capítulos en losque narra su estancia e intervenciones en Burgos, ciudad porla que a lo largo de su vida manifestará su interés, es en elLX donde comenta el traslado de los restos del Cid y de Ji-mena al nuevo mausoleo construido en el Espolón; tomo II,pp. 956-959.

9. P. García Gallardo, “Thiébault, gobernador de Burgos”, Bole-tín de la Institución Fernán González, Burgos, 163, 1964, pp.287 y 299.

10. Corneille, El Cid, op. cit. (1986), pp. 20 (introducción), 72-74y 157 (del texto teatral) et passim.

11. AMB, Signatura 14-27. “Año de 1826. Expediente sobre latraslación de los huesos del Cid y Dª Ximena a Sn. Pedro deCardeña”. Se guardan las copias en francés de los dos escritosdel general Thiébault, acompañados de sus traducciones de

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7. Juan Cristóbal: Monumento al Cid en Burgos, 1955. (Foto: M.G.G.).

época, que he copiado para este artículo. Los dio a conocer ensu versión en francés P. García Gallardo, op. cit. (1964), pp.287-313.

12. O. Moral Garachana, “El cementerio del general Thiébault”,Boletín de la Institución Fernán González, Burgos, 1998-2,pp. 415-418. La orden de enterramiento en un solar frente alconvento de San Agustín la decretó el general Thiébault el 24de febrero de 1809 y su ejecución fue inmediata y sin excep-ciones, al día siguiente de hacerse público el decreto.

13. L. S. Iglesias Rouco, Arquitectura y urbanismo en Burgos ba-jo el Reformismo ilustrado (1747-1813), Caja de Ahorros Mu-nicipal, Burgos, 1978, pp. 49-50. De la misma autora: Burgosen el siglo XIX. Arquitectura y urbanismo (1813- 1900), Uni-versidad de Valladolid, 1979, pp. 66-68. Sobre Manuel deEraso: A. C. Ibáñez, Historia de la Academia de Dibujo deBurgos, Diputación Provincial de Burgos, 1982, pp. 173-178y R. Payo, El artista burgalés en la época ilustrada, Acade-mia Burguense de Historia y Bellas Artes, Burgos, 2005, pp.64, 66-68, 70-72 y 86.

14. AMB, año 1809, Signatura 18-975. Dos años más tarde, sien-do gobernador de Salamanca el general Thiébault, dispondrála modernización de la ciudad ordenando diseñar el plano pa-ra la nueva plaza de Anaya que debía incluir, como en Burgos,una abundante plantación de árboles. Véase M. N. RupérezAlmajano, “El proyecto del general Thiébault para la plaza deAnaya en Salamanca”, Goya, 321, 2007, pp. 343-352.

15. P. García Gallardo, “Thiébault, gobernador de Burgos”, op.cit. (1964), pp. 287-313.

16. AMB, C 2-3-2/12. Proyecto de monumento funerario del Cidque, por orden de Napoleón I, se construyó y estuvo en el cen-tro del Espolón, bajo el Paseo y junto al río. Está dibujado atinta sepia y a la aguada de grisalla sobre un pliego de papelverjurado.

17. J. Albarellos, op. cit. (1984), pp. 111-112.

18. J. J. Martín González, El monumento conmemorativo en Es-paña 1875-1975, Universidad de Valladolid, 1996. C. Reye-ro, La escultura conmemorativa en España. La edad de orodel monumento público, 1820-1914, Cátedra, Madrid, 1999,pp. 466-470 et passim.

19. R. Payo, op. cit. (2006), pp. 143-146.

20. AMB, Signatura 18-4213.

21. AMB, Signatura 18-4213. Llevó Lucarini las muestras de pie-dra a Chueca, quien recomendó al Ayuntamiento la de Col-menar, que era de capacidad superior por su dureza, al ser unacaliza de tipo marmóreo y por la resistencia a los agentes at-mosféricos, debido a su compacidad, y porque ganaría enblancura con el tiempo (carta mecanografiada de 30-III-1953).Parece deducirse que la piedra elegida para las esculturas tu-vo que ser la de Ibeas y no la de Hontoria, como se dice, puesle pagaron a Lucarini 96.500 pesetas por cada estatua (que erael precio que había dado para la primera). Al escultor JuanCristóbal le libraron 475.000 pesetas por la realización de laestatua ecuestre, que fue fundida en el taller Codina de Ma-drid. Entrevistas al escultor Lucarini con ocasión de la reali-zación de las estatuas en el periódico bilbaíno El Correo Es-pañol. El pueblo vasco, 3-XII-1954 y 5-VII-1955.

22. Se reproducen y comenta René Payo los dos relieves en bron-ce de “El Cid muestra a Jimena y a sus hijas Valencia, su cam-po y su mar” y “Combate de Rodrigo con el rey Búcar de Ma-rruecos” en la página 405 del catálogo de la exposición: ElCid. Del hombre a la leyenda, que tuvo lugar en el claustro dela catedral de Burgos en septiembre-noviembre de 2007, Ma-drid, Junta de Castilla y León y Sociedad Estatal de Conme-moraciones Culturales, 2007.

23. J. J. Martín González, op. cit. (1996), p. 196.

24. M. Á. Calleja, “La figura del Cid en la escultura pública bur-galesa”, en el Catálogo de la exposición conmemorativa: IXcentenario de la muerte del Cid Campeador, Instituto Muni-cipal de Cultura, Burgos, 1999, pp. 111-116.

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8. Francisco Catalá: Monumento al Cid en Vivar, 1963, pasado a bronce en 1998. (Foto:M.G.G.).