El blog de Lucio - mapa.gob.es · to y que quedaron con la apariencia de haber sido capturadas a la...

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Distribución y Consumo 128 Enero-Febrero 2009 Domingo 27 de julio He empezado a escribir este blog en espera de que a alguien le interese algo sobre mí y quiera compartir mis reflexiones y experiencias. Me llamo Lucio; no es un nombre corriente, pe- ro tampoco sorprendente o extravagante. Qui- zás algo anticuado. A decir verdad, yo era el úni- co Lucio de mi clase, bueno, quiero decir del co- legio… para ser honesto no he conocido a nin- gún otro Lucio de mi generación. De hecho, el único Lucio que había en mi pueblo, era Don Lucio, un venerable anciano, 60 años mayor que yo y que además no era familia mía, cosa extra- ña, porque en Villadelcampo casi todos éramos familia, más o menos cercana. Don Lucio, “el viejo”, ni era primo o tío de mi padre, ni de mi madre, ni tan siquiera tenía conmigo esa lejana relación de consanguinidad o afinidad que nos permitía calificar a algunos con la categoría de pariente. No me puedo quejar, Lucio es un nombre eufó- nico, tiene una sonoridad contundente acom- pañando a mi apellido: Torregolosta. De hecho, esta combinación de nombre y apellido me ha abierto durante mucho tiempo grandes posibi- lidades en el mundo profesional. A la gente le cuesta trabajo aprenderlo, pero luego resulta El blog de Lucio Aurelio del Pino González (texto e ilustraciones)

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Distribución y Consumo 128 Enero-Febrero 2009

Domingo 27 de julio

He empezado a escribir este blog en espera deque a alguien le interese algo sobre mí y quieracompartir mis reflexiones y experiencias.

Me llamo Lucio; no es un nombre corriente, pe-ro tampoco sorprendente o extravagante. Qui-zás algo anticuado. A decir verdad, yo era el úni-co Lucio demi clase, bueno, quiero decir del co-legio… para ser honesto no he conocido a nin-gún otro Lucio de mi generación. De hecho, elúnico Lucio que había en mi pueblo, era DonLucio, un venerable anciano, 60 añosmayor queyo y que además no era familia mía, cosa extra-

ña, porque en Villadelcampo casi todos éramosfamilia, más o menos cercana. Don Lucio, “elviejo”, ni era primo o tío de mi padre, ni de mimadre, ni tan siquiera tenía conmigo esa lejanarelación de consanguinidad o afinidad que nospermitía calificar a algunos con la categoría depariente.

No me puedo quejar, Lucio es un nombre eufó-nico, tiene una sonoridad contundente acom-pañando a mi apellido: Torregolosta. De hecho,esta combinación de nombre y apellido me haabierto durante mucho tiempo grandes posibi-lidades en el mundo profesional. A la gente lecuesta trabajo aprenderlo, pero luego resulta

El blog de LucioAurelio del Pino González (texto e ilustraciones)

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Distribución y Consumo 129 Enero-Febrero 2009

imposible olvidarlo. Tan sólo he tenido algúnproblema con los franceses e ingleses con losqueme he relacionado en los últimos diez años,que trataban a toda costa de buscar circunlo-quios para evitar pronunciarlo y buscaban unencuentro directo o fortuito para dirigirse a mícon un simple “Sir” o “Monsieur” o el muchomás enrevesado “…mon cher collégue espag-nol”. No sucedía así con los técnicos italianos, alos que me encantaba oír pronunciarlo todo se-guido: “Luzziotorregolosta”; con esa musicali-dad y cambios de tono característicos, enlazan-do unas palabras con las otras, que hacen delitaliano un idioma cantado sin partitura. Debroma, siempre decía a mis amigos Fabricio yPaolo que la ópera italiana, el “bel canto”, no te-nía ningún mérito por sí misma, que era tan fá-cil hacer música en italiano que el verdaderoautor de cada obra era el redactor del libreto,Verdi, Donizetti, Leoncavallo, Puccini…, no hanhecho más que rellenar e instrumentar lo quesólo leído ya estaba cantado.

Volviendo al asunto de mi nombre, tan sólo la-mento una cosa, haber hecho desprecio a la fa-milia de mi madre. Sí, efectivamente, he ningu-neado a los Gómez. Nunca he querido incluirlosen mi tarjeta de visita y a veces ni me he acorda-do de ellos al cumplimentar los formularios opapeles más “oficiales”. Si mi madre me hubieravisto en tantas y tantas ocasiones decirle a misecretaria: “…por favor, quítame el Gómez de es-te escrito…”, se habría indignado. Hubiera sidonormal su enojo, en Villadelcampo yo siemprehe sido un Gómez. Las casas más importantesdel pueblo son de los Gómez, los nombres de lascalles, las plazas o las pocas efigies o placas con-memorativas que hay en el pueblo siempre tie-nen un Gómez por alguna parte. Mi madre lleva-ba muy a gala y con mucha honra su “ilustre”apellido, lo que le servía para mantener una alti-vez y una cierta distancia con los clientes cuan-do ayudaba a mi padre en la pescadería.

Mañana sigo…Sin comentarios

�Lunes 28 de julio

Mi abuelo –por parte de Gómez– nunca habíavisto bien que mi madre, su hija preferida, deci-diera casarse con el hijo del pescadero del pue-blo. A mi abuelo le quedaba muy poco de quépresumir y a lo que aferrarse; salvo algunosmuebles u objetos antiguos de cierto valor (he-redados de ilustres antepasados) que conserva-ba con orgullo y su apellido, no había nada quele distinguiera de la “gente corriente” del pue-blo. Tres o cuatro generaciones fecundas (desdeel punto de vista de las estadísticas de natali-dad) habían atomizado los patrimonios heredi-tarios de los Gómez del siglo XIX, ilustres pró-ceres de la comarca, de manera que los bienesraíces de mi abuelo se limitaban a unas pocashectáreas de secano y una pequeña casa sola-riega. Una administración rigurosa y la suertede no haber tenido que hacer frente a ningunagran adversidad habían permitido que mi ma-dre y sus hermanas se siguieran codeando conlos descendientes de los Gómez menos fecun-dos. De hecho, la única función de mi abuelo enesta vida, tras la de engendrar una masiva pro-genie, era la de administrar, la de decidir día adía cuánto dinero se podía gastar en la casa y lade procurar sumar un nuevo Gómez a la familiade sus descendientes. No se había tomado nun-ca la molestia de buscar trabajo o estudiar parahacerse un próspero profesional o montar unnegocio. De joven y adolescente siempre pensóque su función en este mundo era tan sólo la deser un Gómez y comportarse como un Gómez.El noviazgo, el matrimonio, la guerra, los hijos,la posguerra fueron llegando tan seguidos co-mo el agua que cae de los canjilones de una no-ria, sin que le diera tiempo a replantearse sufunción en esta vida. El único gran revulsivo quesufrió y que le obligó a observarse a sí mismo enel tiempo y en el espacio fue el anuncio de mimadre de casarse con el hijo del pescadero.

El nombre de Torregolosta siempre evocaba elolor del pescado en Villadelcampo. Puede que

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el primer Torregolosta que llegara al pueblo, nose sabe cuándo (en la familia de mi padre a na-die le ha importado más que el reino de los vi-vos), fuera de aquellos maragatos que bajabanpor las rutas de Castilla transportando en susrecuas de mulas las salazones y los pescadoscapturados en las costas de Galicia. Es posibleque, una vez en Villadelcampo, decidiera dejaraparcada su vida de nómada para echar raícesen la meseta junto a alguna villacampina. Estassólo son suposiciones mías, ya que no hay másTorregolostas en la comarca que nosotros yademás tenemos un sello especial: hay unosrasgos angulosos en nuestros genes, que nosbrotan en la adolescencia a los varones de la fa-milia y nos marcan la nariz, los pómulos y elmentón con una rotundidad y autoridad que nose repiten tampoco en la comarca. Una vez, enuno de los que llamábamos “intermedios lúdi-cos” de una larga jornada de trabajo visitandolos supermercados de la Toscana, hicimos unabreve incursión en el Museo de San Marco. Allí,ante el retrato de Savonarola, dije a Paolo y Fa-bricio que me acompañaban, aparentando unacertidumbre que casi les lleva a creerme, queSavonarola también era maragato como yo. Sinapenas haber visto más que algunas borrosasfotos de los años 60, estoy convencido de que el“perfil maragato” de mi padre hechizó a una jo-ven Herminia Gómez hasta el punto de rebelar-se contra la autoridad de su padre, mi abuelo.

Bueno, creo que hasta aquí ya está bien hablarde mi familia. Nunca he olvidado quién soy y dedónde vengo. Puede ser el motivo por el quesiempre que empiezo a hablar de algo personalempiezo a divagar sobre mis raíces.

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�Martes 29 de julio

Lucio es mi nombre, antes lo he dicho; no esnombre de mi familia ni de ningún galán de la

Distribución y Consumo 130 Enero-Febrero 2009

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lo que habían pedido, al mismo tiempo atosi-gaban a mi madre con consejos ilustrados:“…pues yo con el segundo de mis hijos…”,“…mi cuñada cuando tuvo la primera contrac-ción…”. Con la responsabilidad que en esosmomentos inspira a los padres primerizos, ba-jó apresuradamente, de un golpe, la persianametálica que atenazó cuatro o cinco colas depescadilla que sobresalían del pretil del pues-to y que quedaron con la apariencia de habersido capturadas a la fuga. Acto seguido, llevó ami madre en la furgoneta de reparto a una ve-locidad inusitada al hospital comarcal, dondea las pocas horas nací yo. Al menos esta es laescena que tantas veces he oído repetida deDoña Ernestina, después de que yo, con tansólo doce años, asumiera oficialmente el papelde ayudante de mi padre o, como yo repetíamuy ufano, de “aprendiz”. La palabra aprendiztenía en mí un influjo mágico, algo de esotéri-co que me llevaba a repetirla como si de unconjuro se tratara. En mi experiencia profesio-nal la he llevado siempre dentro de mi “glosa-rio oficial” a pesar de que mis colegas me reco-mendaban que usara unos eufemismos seudo-técnicos como “trabajador en prácticas” o“ayudante de especialista” o “técnico en proce-so de formación”.

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época. Hay pocos Lucios famosos en el mun-do: …Séneca, por ejemplo. Ojalá hubiera teni-do por afinidad en el nombre tan sólo algo desu fortaleza estoica. Otro…, mi tocayo cocine-ro de la Cava Baja, que no necesita siquieramencionar su apellido para que se le reconozcay con el que he tenido ocasión de departir lar-gamente. Una vez, en una sobremesa, con unadelegación alemana a la que quise impresio-nar, llevándola a este lugar emblemático deMadrid, mientras tratábamos de acelerar la di-gestión de varias cazuelas de huevos rotos conuna botella de orujo blanco, mi tocayo me ayu-dó a completar el agasajo con el relato del sin-fín de personalidades que habían pasado poresa mesa. También el sublime pintor de espa-cios infinitos y figuras imposibles Lucio Mu-ñoz, del que me precio tener una selecta colec-ción de obra gráfica…

Me llamo Lucio, no como un famoso, ya quecreo haber demostrado que hay pocos, no comoel santo cuya hagiografía desconozco, me llamoLucio en honor al pescado.

No es broma, mi madre estaba ayudando a mipadre en la pescadería el día en que decidí na-cer, es más, estaba eviscerando una merluzacuando le dieron los primeros dolores. Mi pa-dre despachó rápido a las clientas que ese día,sin dejar de exigir que se les acabara de poner

Distribución y Consumo 131 Enero-Febrero 2009

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rio, acercarse a la pescadería de mis padres eraentrar en comunicación con el mar. No era elolor del pescado, sino la brisa del mar lo que sepercibía. En mi infancia, las carnicerías del mer-cado olían sólo a sangre, no olían ni evocaban alos rebaños de ovejas y cabras con que me cru-zaba por el campo, de estos animales que deja-ban su rastro de cuentas de azabache al pasarpor la era donde jugábamos al fútbol al salir dela escuela. Tampoco me recordaban los puestosde carne al picor ácido de las chiqueras o de losestablos, las carnicerías para mí no olían a lospastos ni al romero y tomillo que a veces pasta-ban los corderos, sólo a sangre seca. No meatraía tampoco el aroma de los puestos de hor-telanos, era el mismo olor del río, de las huer-tas, de las bodegas, de las higueras a las quenos encaramábamos en verano para alcanzar labreva que asomaba de la rama más alta, era unolor cotidiano, el de una rutina que adormece lapituitaria, totalmente falto de novedad. Cuán-tas veces he evocado, sin embargo, con esassensaciones olfativas mis paseos por el campode mi niñez, cuántas veces han aparecido lasimágenes de la infancia al entrar en el almacéndonde había apiladas toneladas de pimientosen pallets de 20 cajas.

Mañana sigo…Sin comentarios

�Jueves 31 de julio

Ayer no acabé de contar lo de mi nombre, el Lu-cio es un “pez del orden de los acantopterigios,semejante a la perca, de cerca de metro y mediode largo, cabeza apuntada, cuerpo comprimido,de color verdoso con rayas verticales pardas,aletas fuertes y cola triangular. Vive en los ríos ylagos, se alimenta de peces y batracios y su car-ne es grasa, blanca y muy estimada”. Siempreme han gustado las definiciones de la Real Aca-demia porque son capaces de conjugar la preci-sión con la poesía. A veces, buscando la acep-ción de algún vocablo, me he recreado en la pá-

�Miércoles 30 de julio

Volviendo a lo de mi nombre, creo que mi ma-dre estaba tan enamorada de mi padre como delos peces que vendía. Le gustaban los ejempla-res grandes, los rapes, las merluzas (en Villadel-campo eran siempre pescadillas grandes), laslubinas, los besugos que se vendían por encar-go, los gallos y los lenguados de ración quetraía mi padre para fechas señaladas. Mi madrelos preparaba con precisión de cirujano y acon-sejaba a sus clientas sobre los mejores trucos yrecetas, despertando un nivel de atención y ad-miración en la audiencia que no he llegado a al-canzar en las presentaciones y conferencias quehe llegado a dar por el mundo.

Se formaban corrillos alrededor del puesto poroír no sólo los consejos culinarios de una de lasGómez, sino también las normas de presenta-ción y protocolo que impartía, con la seguridadde muchas generaciones de hidalguía en susangre. Esta forma de ser o, mejor dicho, estamanera de comportarse y de tratar el producto ya la clientela hacían de la pescadería de mis pa-dres la pescadería más especial que nunca heconocido.

En los otros puestos del pequeño mercado deabastos de Villadelcampo se oía el griterío cru-zado de varias voces que luchaban de una partea otra del mostrador para sobresalir en volumeny tono y hacerse inteligibles por encima de la al-garabía del conjunto. Era llegar a la zona dondeestaba el puesto demis padres y una pared invi-sible parecía insonorizar el área. Tan sólo sesentía, como amortiguado por una sordina, unligero rumor que suplantaba al vocerío del restodel mercado. En mi experiencia profesional nohe conseguido nunca, ni utilizando las tecnolo-gías más avanzadas, lograr esa mágica separa-ción de espacios y olores.

Es verdad, en el mercado municipal de abastosde Villadelcampo, pueblo continental y meseta-

Distribución y Consumo 132 Enero-Febrero 2009

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los padres de mis amigos. Habían aprendido acomunicarse con la mirada, con los gestos e in-cluso con los propios movimientos del cuerpo.Cuando aparecía un nuevo cliente, ambos semiraban de reojo y disfrutaban con los comen-tarios que podían deducirse de un simple ar-queo de cejas o de una cadencia especial a lahora de preparar el pedido. Cuando llegaba Do-ña Ernestina, aquella que cada vez que me veíame recordaba la historia de mi nacimiento, mimadre empezaba a mover rápido las caderas y alimpiar lenguados (siempre llevaba cuarto y mi-tad) con un movimiento sincopado, como evo-cando el carácter rutinario y maquinal de laclienta; este cambio no pasaba inadvertido parami padre que, conteniendo las carcajadas haciafuera, era incapaz de dominar las sacudidas deldiafragma en su abdomen.

El trabajo conjunto en el mercado les permitíaconocerse y admirarse recíprocamente. La casiveneración que tenía mi padre por mi madre nopasaba inadvertida a los ojos de nadie. Ella lehabía ido transmitiendo, como por ósmosis, ladelicadeza de movimientos, la templanza en lamodulación de la voz y la elegancia en la formay en el empleo del lenguaje, sin que por ello re-sultara afectado, cursi o artificial.

Resultaba paradójico que la ausencia de la ru-deza que caracterizaba a la mayoría de los varo-nes de Villadelcampo hiciera a mi padre inclusomás varonil, ya que su hombría no parecía nece-sitar de ese tipo de artificios. Su presencia en la

gina del diccionario, deleitándome con el es-plendor de las distintas definiciones, con la sa-biduría acumulada por la labor de pulimento ylimpieza constante en que durante siglos se hanempeñado las mayores autoridades de nuestralengua; como relojeros obsesionados por llegaral equilibrio entre belleza y exactitud.

Obviamente mi padre no vendía lucios en supescadería. El surtido que podía encontrarse enel mercado mayorista no incluía pescado de ríoy en los años 60, cuando yo nací, la industriaacuicultora no había empezado su desarrollo. Ysin embargo mis padres acordaron llamarmeLucio en recuerdo del acantopterigio. Yo hecreído que realmente fue el resultado de unpacto o un acuerdo entre ambos para no volvera introducir un nuevo desequilibrio entre las fa-milias respectivas, tras haberse sanado las heri-das o los resquemores que el matrimonio demis padres había levantado entre mis abuelos.El haber escogido un nombre familiar para elprimogénito podía haber movido nuevamenteel fiel de la balanza. Además, es posible quefuera la forma elegida por mis padres para “con-sagrarme” a la fauna acuática para el resto demis días.

De hecho, el comercio del pescado no era sóloel sustento económico de la familia, sino tam-bién su base afectiva e incluso espiritual. Gra-cias a que mis padres trabajaban ambos en lapescadería, tenían entre sí una complicidadmuy especial que les diferenciaba del resto de

Distribución y Consumo 133 Enero-Febrero 2009

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�Viernes 1 de agosto

Parece que nadie ha leído todavía mi blog o esque no resulta interesante. Estoy dándomecuenta de que no me importa demasiado.

Sigo con lo de mi nombre, Lucio. No conozco anadie a quien haya influido tanto un nombre ensu personalidad como amí. Es un nombre vincu-lado a un hombre, una historia y destino. Hastaque mis compañeros de la escuela me desenga-ñaron y me demostraron con un ejemplo prácti-co el milagro de la meiosis y la mitosis celular–creo voy a omitir en el blog el ejemplo–, vivíaconvencido que yo también era un fruto del mar.

Como todos los niños pequeños, a mi madre lepreguntaba de dónde venía yo y ella me contabacada vez la historia de mi aparición, con expre-siones de gran emoción y sorpresa que me exci-taban y me hacían gritar de alegría. Mi padre ha-bía ido una tarde de pesca a un embalse cercano,había tenido éxito y traía como trofeo un belloejemplar de lucio, el más grande que jamás ha-bía pescado. Al abrir el pez en la cocina para pre-pararlo, me encontraron a mí dentro, como unpequeño tesoro escondido, y por eso decidieronllamarme Lucio. Esta historia tan trivial, segura-mente inventada para evitar contarme la verdadbiológica, me marcó profundamente hasta elpunto de que siempre vivía en la esperanza deque apareciera un nuevo hermano en alguno delos muchos pescados que mis padres limpiabanen el puesto del mercado. Desde muy pequeñome acercaba a la pescadería, atraído por la posi-bilidad de asistir en directo a un nuevo descubri-miento, y observaba concentrado los movimien-tos del cuchillo sobre los lomos y vientres pla-teados de los pescados más grandes. Me sentíaidentificado con el soldadito de plomo de Ander-sen que, impulsado por el destino, había llegadopor fin al hogar que le correspondía.

Esta historia había arraigado en lo más profun-do de mi conciencia infantil, llevándome a una

pescadería, elevándose 30 centímetros por en-cima del público, despertaba en las villacampi-nas, las mismas sensaciones de deseo, admira-ción y reverencia que suscitaban los galanes ci-nematográficos de la época. “Se parece a Alfre-do Mayo”, decían unas; “es igualito que VitorioGassman”, se oía decir a otras. En ningún casopercibí que esos sentimientos que inspiraba mipadre provocaran sin embargo envidia o celos ami madre, cosa que podía entenderse de lo másnatural en un pueblo como el nuestro.

Mañana sigo…Sin comentarios

Distribución y Consumo 134 Enero-Febrero 2009

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tanto mi padre como yo habíamos actuado deuna forma automática y maquinal que no nosexigía ningún tipo de comunicación.

Montados de nuevo en la furgoneta camino delmercado central, mi padre y yo empezábamos ahacer la planificación de las compras, a contras-tar nuestros puntos de vista respecto de qué ycómo se podía comprar y vender mejor. Losconsejos de mi padre al respecto eran leccionesmagistrales que yo absorbía y recordaba con talgrado de detalle que incluso era capaz de apre-ciar algunas pequeñas contradicciones y meatrevía a decirle: “…pues el año pasado por es-tas fechas no me dijiste lo mismo…”.

La experiencia en la lonja mayorista, las conver-saciones con los asentadores y la forma de ne-gociar, combinando la confianza y la afabilidaden el trato personal con el establecimiento delímites claros en los temas críticos del negocio,la sensación de ver a mi padre combinar y des-plegar todas sus habilidades para obtener elmejor producto al mejor precio y, al mismotiempo, ser capaz de transigir ocasionalmenteen asuntos menores para nosotros, pero másimportantes para nuestro proveedor, me ayuda-ron a adoptar un carácter o actitud especial enmi forma de actuar en el mundo de los negociosque siempre me ha sido de gran utilidad. De he-cho, con apenas 14 años ya tenía “descentraliza-das” las facultades de negociación para deter-minados productos.

La vuelta a Villadelcampo, con la sensación dehaber hecho una buena compra y con la ilusiónde poder colocarla bien a nuestros clientes, nosdaba ocasión para hablar largo y tendido de laspreferencias de nuestros clientes, de los márge-nes de ventas, de las formas de optimizar lascompras, del diseño de los surtidos; en fin, de loque se supone debe ser el contenido de un cur-so de marketing aplicado.

Mañana sigo…Sin comentarios

especie de comunión simbiótica con los pro-ductos de la pesca, de manera que con muy po-cos años era capaz de distinguir no sólo las dis-tintas especies que se vendían en la pescadería,sino también apreciar sus calidades y conocerlas temporadas de capturas. Con doce años,cuando asumí oficialmente el papel de apren-diz, ya sabía más del oficio que muchos profe-sionales expertos.

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�Sábado 2 de agosto

Aun antes de ser investido como aprendiz, megustaba ya acompañar en la época de vacacio-nes escolares ami padre al mercado central. Re-cuerdo con emoción la sensación de madrugar,levantándome siendo aún de noche y dirigirmesigilosamente con mi padre al lugar donde te-nía aparcada la furgoneta. Nuestros pasos se oí-an retumbar en la calle desierta. Todas las puer-tas de las casas estaban cerradas y nosotroséramos las únicas personas conscientes en unpueblo que estaba sumido en un profundo sue-ño. Especialmente en los días de invierno, ex-perimentaba además –contraído por el frío apesar de la abundante ropa de abrigo que mimadre me obligaba a llevar– un sentimiento deheroicidad, ya que gracias a mi esfuerzo los vi-llacampinos podrían disfrutar a las pocas horasde los frutos recién salidos del mar. Antes dellegar al mercado central, que distaba unos 40kilómetros de Villadelcampo, mi padre habíaadquirido la costumbre de parar en una gasoli-nera cercana, con el típico bar de carretera. Aco-dados ambos en la barra notábamos cómo la ta-za de café con leche caliente y la tostada conaceite y tomate, a medida que entraban ennuestro cuerpo, se iban metabolizando rápida-mente y nos ayudaban a salir poco a poco de lafase de semiletargo en que nos encontrábamos.Sólo entonces empezábamos a pronunciar lasprimeras palabras ya que, hasta ese momento,

Distribución y Consumo 135 Enero-Febrero 2009

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capital del Reino. Porque, efectivamente, miasignaciónmensual apenas cubría los gastos deun tren de vida universitario, ya que tan sólo losgastos de transporte desde el colegio mayor a lafacultad agotaban la mitad de mi presupuesto.Mi inquietud por las ciencias y la naturaleza mepermitió asumir sin esfuerzo el primer curso deciencias biológicas y me animé, a partir de se-gundo curso, a complementar mi formación conlos estudios universitarios de ciencias empresa-riales; a partir de aquí tenía cubierto el cupo dehoras que materialmente podía disponer. Apro-vechaba el tiempo al máximo contando con quela recompensa sería tres meses de libre admi-nistración en Villadelcampo.

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�Martes 5 de agosto

Recuerdo las vacaciones de verano en Villadel-campo, eternas, fascinantes… Cada año eradistinto del otro porque surgían circunstanciasirrepetibles, un nuevo amigo, un nuevo amor,un nuevo desafío, un suceso especial… Todoslos elementos aparecen en mi memoria entre-lazados entre sí: las vacaciones del 81, porejemplo, fueron las vacaciones de mi primerarelación con Emilia (una Gómez de toda la vi-da), en las que me atreví a torear la vaquilla, lade las largas noches en la discoteca de veranocon la música de Phil Collins de fondo…, demanera que cuando oigo por azar la voz del exbatería de Génesis todos los recuerdos se meagolpan de una vez: el olor y el tacto de Emilia,la sensación de subida de adrenalina en la pla-za de toros, mis movimientos bailando alocadoen la pista…

Tan sólo había un nexo de unión entre todos losveranos, el placer de volver a disfrutar de lacompañía demis padres, a los que notaba enve-jecer de año en año, y el renacimiento de misilusiones infantiles acompañando durante esos

�Lunes 4 de agosto

Ayer no escribí, fui de excursión. Sigo con mi re-lato.

Siendo niño y también de adolescente, me re-sultaba muy difícil centrarme en los estudios.Los profesores del colegio público de Villadel-campo decían de mí que tenía grandes capaci-dades pero desaprovechadas, que hacía el míni-mo de los esfuerzos y, aunque aprobaba sobra-damente todas las asignaturas con poco tiempode dedicación, podía sacar mucho mejores re-sultados. Para ser sincero, creo que llevaban to-da la razón, aunque yo siempre tratara de con-traargumentarles amis padres con toda serie derecursos dialécticos. Lo cierto es que pocasasignaturas me interesaban, salvo aquellas quedirecta o indirectamente podían tener algo deaplicación práctica ami verdadera pasión: el ne-gocio del pescado. Tras la finalización de las cla-ses, por las tardes, compartía por lo demás elresto de las inquietudes de mis compañeros encuanto a juegos y diversiones se refiere, porqueen Villadelcampo había tiempo para todo.

Las recomendaciones pedagógicas del directorde colegio llevaron a mis padres a decidir lle-varme interno con 16 años a un colegio religio-so en la capital de la provincia para consolidarmi formación; se suponía que eso me ayudaríaa centrarme en mis estudios. En parte fue cier-to, ya no tenía la obsesión de preguntar todoslos días sobre las novedades de la pescadería yla convivencia con otros exiliados como yo mehacía apreciar los aspectos más afectivos de lavida familiar. En este momento pude compren-der que mi condición de aprendiz no iba a lle-varme a relevar a mi padre al frente de la pesca-dería.

Con este proceso de “despresurización” me re-sultó menos traumático de lo que inicialmentecreía el pasar de bachiller a universitario y de vi-vir en la capital de la provincia a malvivir en la

Distribución y Consumo 136 Enero-Febrero 2009

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�Miércoles 6 de agosto

Me alegro de haber escogido un portal para col-gar mi blog que tenga tan poca audiencia. Posi-blementeme habría distraído en la narración demi autobiografía si hubiera tenido que atendera comentarios. Siempre he encontrado algo ri-dículo lo de escribir un diario, me parecía algopropio de adolescentes indecisos e inmaduros yno de personas que, como yo, piensan que todose puede racionalizar.

Estoy escribiendo sobre mi portátil, al que es-toy esclavizado desde hace años, con el teléfo-no móvil en el bolsillo, con la sensación gongo-riana de estar amarrado al duro banco de la ga-lera, pero estoy aquí, en Villadelcampo, es vera-no, me he tomado el primer mes seguido de va-caciones desde hace ya tantos años que no re-cuerdo y, sin embargo, esta situación me estáprovocando una angustia vital que hasta ahora

tres meses a mi padre al mercado mayorista yayudándole en la pescadería. ¿Qué? ¿Ha venidovuestro universitario a ayudaros este verano?,comentaban los clientes. Mi padre contestabamuy ufano, pero yo sentía que ya no estaba másque de invitado en el negocio paterno.

De aquí en adelante todo fue una sucesión deacontecimientos que, como decía mi abuelo,llegaron uno tras otro como el agua de los can-jilones de la noria. Mi periodo de prácticas enuna cadena de supermercados, mi contrataciónpor una importante multinacional de distribu-ción, los viajes al extranjero, el conocer a Mer-cedes, nuestro matrimonio, mi ascenso a res-ponsable máximo de compras y calidad, los hi-jos… No tuve tiempo de mirarme a mí mismocon la perspectiva temporal y espacial quesiempre resulta necesaria.

Mañana sigo…Sin comentarios

Distribución y Consumo 137 Enero-Febrero 2009

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Distribución y Consumo 138 Enero-Febrero 2009

no había sentido. Es la primera vez que tengonecesidad de gritar.

Ha sidomuy difícil convencer aMercedes, quiensiempre me ha apoyado en todo, para que pasá-ramos aquí las vacaciones. Los niños se habíanresistido mucho al principio, querían que nosfuéramos a la playa o de viaje, pero en los diezdías que llevamos aquí han cambiado por com-pleto, han descubierto un ámbito de libertaddel que nunca habían disfrutado, están revi-viendo mis sensaciones de niño y creo que sehan olvidado del todo de la alternativa costera.No sucede así con Mercedes a la que, a pesar desu buena cara, veo resignada y conforme perocarente de la alegría y de la ilusión que siempreirradia y que me hizo enamorarme de ella.

Yo tengo una gran tristeza, veo a mis padres tra-bajando con una edad en la que tendrían queestar rentabilizando su esfuerzo de años conotras actividades. Quiero ayudarles en el puestopero ya no se dejan, quizás porque me ven de-masiado importante para el trabajo, aunqueellos no saben que en mi fuero interno me cam-biaría por ellos automáticamente.

Me gustaría poder vivir junto a Mercedes y mishijos una vida tan plena como la de ellos, unacomunión de amor y trabajo, una vocación deservicio a la comunidad con el contacto directocon las personas, siempre las mismas…Merce-des se merecería una vida como ésta en vez detener que compartir nuestra familia con los es-casos momentos de ocio, con los viajes, con loscompromisos sociales y laborales que nos hanido distanciando poco a poco.

Mañana sigo…

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Enviado por:Mercedes, 6 de agosto

Querido Lucio; creo que he sido tu primera lectora.Llevaba varios días observándote, viendo cómo rutinaria-mente te acercabas al ordenador, todos los días, menos eldomingo pasado cuando fuimos de excursión al embalse ycontaste a los niños esa historia tan maravillosa de tu na-cimiento en el vientre de un pez. Sobre todo Merceditas sequedó entusiasmada. Con lo que le gustan las historiasde príncipes y hadas, no se esperaba que su padre, siem-pre tan serio y preocupado, pudiera ser protagonista deun cuento tan mágico.Yo creía que te seguían molestando como siempre todoslos días con problemas de trabajo y por eso estaba algoenfadada, aunque no me atrevía a decírtelo para no ago-biarte aún más.No podía imaginar que estabas escribien-do un blog y me he emocionado al leer las cosas tan boni-tas que has dicho.Me enamoré de ti un día y sigo enamorada porque, aun-que nunca quisiste contarme tu historia del pez, siemprehe estado convencida de que tenías algo mágico.Yo también quiero y admiro a tus padres, respeto su tra-bajo e incluso a veces les envidio. Pero creo que nosotrostambién hemos llegado algunas veces a ese nivel de comu-nión personal al que te refieres.Te acompañaré a donde tú quieras, siempre estaré conti-go. Si quieres cambiar de vida y volver a tus raíces, que-dándote con la pescadería de tus padres, no pienses queme va a molestar. Tenemos suficiente dinero ahorrado afuerza de no tener tiempo de gastarlo.No me importaría trabajar contigo en la pescadería, aun-que no sepa cómo se hace ni conozca a la gente de Villa-delcampo.Tendremos todo el tiempo del mundo para que me sigascontando tus sentimientos y vivencias.Piénsatelo, es nuestra vida, es tu destino de pez.

Cuento 104(Blog):CUENTO.DYC76 2/4/09 16:01 Página 138