El Aprendizaje Cooperativo 9 Ideas Clave Pp 136 141[1]
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El aprendizaje cooperativo
Organizar la clase de forma cooperativa no es algo fácil; a veces aparece como un sueño pretender
que en un grupo con tensiones, rivalidades, exclusiones, etc. los alumnos, en equipos reducidos, se
ayuden unos a otros para aprender lo que el profesorado les enseña. Estructurar de forma
cooperativa la clase, en muchos casos, supone intervenir sobre todo el grupo para que poco a
poco se convierta en una pequeña «comunidad de aprendizaje». Como hemos dicho en la segunda
idea clave (véanse las pp. 71-73 de este libro), el grupo clase ha de dejar de ser una simple
«colectividad» (una simple suma de individuos), que en el mejor de los casos comparte sólo el
mismo espacio y en el peor está dividida y con muchas tensiones internas, y ha de pasar a ser una
pequeña «comunidad». Empieza a serlo en el momento en que quienes forman el grupo se
interesan unos por otros; se dan cuenta de que hay un objetivo que les une —aprender los
contenidos escolares— y de que lograr ese objetivo es más fácil si se ayudan unos a otros. Por lo
tanto, los alumnos de un grupo deben dejar de ser sujetos «pasivos» y han de pasar a ser
«protagonistas» para no acabar siendo «individuos» y «súbditos» en la sociedad, sino «personas»
y «ciudadanos».
En una clase transformada en una pequeña «comunidad de aprendizaje», el aprendizaje
cooperativo es el uso didáctico de equipos reducidos de alumnos (el número oscila entre 3 y 5)
para aprovechar al máximo la interacción entre ellos con el fin de maximizar el aprendizaje de
todos (Johnson, Johnson y Holubec, 1999). Una característica esencial de estos equipos —
denominados equipos de base— es su heterogeneidad en todos los sentidos: género, motivación,
rendimiento, cultura, etc. En la idea clave 4 hablaremos con más amplitud de los distintos equipos
y cómo se forman.
De la definición que acabamos de hacer, podemos destacar los siguientes aspectos:
• Los miembros de un equipo de aprendizaje cooperativo tienen una doble responsabilidad:
aprender ellos lo que el profesor les enseña y contribuir a que lo aprendan también sus
compañeros de equipo.
• El profesorado utiliza el aprendizaje cooperativo con una doble finalidad: para que el
alumnado aprenda los contenidos escolares y, también, para que aprenda a trabajar en
equipo como un contenido escolar más. Es decir, cooperar para aprender y aprender a
cooperar.
• No se trata de que los alumnos de una clase hagan de vez en cuando un «trabajo en equipo»,
sino de que estén organizados de forma más permanente y estable en «equipos de trabajo»,
fundamentalmente, para aprender juntos y, ocasionalmente, si se tercia, para hacer algún
trabajo entre todos.
Estructurar de forma cooperativa la
clase, en muchos casos, supone
intervenir sobre todo el grupo para que
poco a poco se convierta en una
pequeña «comunidad de aprendizaje».
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Se deduce de la definición dada, pero quiero resaltarlo y, además, ampliaremos mucho más este
aspecto en la idea clave 6, que el trabajo en equipo no es sólo un recurso para enseñar, sino
también un contenido que hay que enseñar. Efectivamente, el aprendizaje cooperativo no es sólo
un método o un recurso especialmente útil para aprender mejor los contenidos escolares, sino
que es, en sí mismo, un contenido curricular más que los alumnos deben aprender y que, por lo
tanto, se les debe enseñar. Es decir, los alumnos y las alumnas, a lo largo de su escolaridad, deben
aprender, entre muchas otras cosas, las habilidades sociales propias del trabajo en equipo, como
algo cada vez más imprescindible en una sociedad en la que la interdependencia entre sus
miembros se acentúa cada vez más.
Presupuestos básicos del aprendizaje cooperativo
En un aula transformada en una pequeña «comunidad de aprendizaje» organizada en equipos
cooperativos de trabajo, más o menos estables, los alumnos y las alumnas aumentan su
protagonismo y participan de una forma mucho más activa en el proceso de enseñanza y
aprendizaje y en la gestión de la clase, y comparten con el profesorado la responsabilidad de
enseñar, también ellos, a sus propios compañeros. Esto los convierte en sujetos mucho más
autónomos, de modo que la estructura de finalidades y la estructura de la autoridad (tal como las
hemos descrito anteriormente), además de la estructura de la actividad, también son más
cooperativas.
El protagonismo de los estudiantes y su participación activa, por una parte, y la responsabilidad
compartida a la hora de enseñar así como la cooperación y la ayuda mutua, por otra, son,
precisamente, los dos presupuestos básicos del aprendizaje cooperativo. Efectivamente, por una
parte, el aprendizaje requiere la participación directa y activa de los estudiantes; nadie puede
aprender por otro. El aprendizaje no es un espectáculo deportivo al que uno puede asistir como
simple espectador. Y, por otra parte, la cooperación y la ayuda mutua, si se dan de forma correcta,
nos permiten alcanzar cotas más altas en el aprendizaje. Como los alpinistas, los alumnos alcanzan
más fácilmente las cimas más altas en su aprendizaje cuando lo hacen formando parte de un
equipo cooperativo (Johnson, Johnson y Holubec, 1999).
Si se dan estos dos principios básicos, se va consiguiendo un «clima» del aula muy favorable para
el aprendizaje, puesto que se van dando las condiciones emocionales y relacionales
imprescindibles para que los estudiantes puedan aprender efectivamente.
La «filosofía» de un grupo clase cooperativo
La «filosofía» de una clase inclusiva viene presidida por enunciados como estos:
«Todos aprendemos de todos», «Aquí cabe todo el mundo»1, «Tengo derecho a aprender de
acuerdo con mi capacidad. Esto quiere decir que nadie puede ponerme un mote por mi forma de
aprender», «Tengo derecho a ser yo mismo. Nadie puede tratarme de forma injusta debido al
1 Sacado de González Rodríguez (2000).
El aprendizaje cooperativo es en sí mismo un contenido curricular más que los alumnos deben aprender y que, por lo tanto, se les debe enseñar.
El protagonismo de los estudiantes y su
participación activa, por una parte, y la
responsabilidad compartida a la hora
de enseñar así como la cooperación y la ayuda
mutua, por otra, son los dos presupuestos
básicos del aprendizaje cooperativo.
Si se dan estos dos principios básicos, se
va consiguiendo «clima» del aula muy
favorable para el aprendizaje, puesto
que se van dando las condiciones emociona
les y relacionales imprescindibles para
que los estudiantes puedan aprender
efectivamente.
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color de mi piel, a mi peso, a mi estatura, por el hecho de ser niño o niña, ni debido a mi
aspecto»2.
No se trata de simples frases bonitas, de simples eslóganes que ornamentan las paredes de las
aulas, sino de asunciones de fondo que son asumidas por todos los estudiantes, fruto de la
reflexión de todo el grupo clase, quizás después de algún conflicto que haya surgido y que haya
dado pie a esta reflexión colectiva.
Esta «filosofía», por supuesto, debería ser asumida por todo el centro e, incluso, por el sistema
educativo en su conjunto. Que sólo lo sea en «teoría», «sobre el papel» o en los discursos
oficiales, sin embargo, no debe ser obstáculo para que un equipo docente de ciclo o, incluso, un
solo profesor o profesora, lo adopte para los grupos que están bajo su responsabilidad.
Numerosas experiencias demuestran que a partir de que un profesor o profesora, o un equipo
docente, haya estructurado su clase de forma cooperativa, esta forma de organizar la actividad de
los alumnos se ha ido extendiendo a otros profesores y ciclos. En alguna ocasión, lo han reclamado
los propios alumnos cuando, a través de sus representantes en la junta de evaluación, han pedido
que otros profesores organicen sus clases de la manera que la tiene organizada tal profesor,
porque así aprenden más y las clases les resultan más interesantes y menos pesadas3.
Célestin Freinet explica de una forma muy peculiar qué es el trabajo cooperativo —la filosofía de
fondo que hay en una clase organizada de forma cooperativa—, contraponiéndolo con lo que él
denomina las prácticas escolásticas. En una de sus famosas invariantes pedagógicas,
concretamente la número 21, dice textualmente:
Al niño no le gusta el trabajo gregario al cual debe agacharse como individuo. Le gusta el trabajo
individual o el trabajo en equipo dentro de una comunidad que coopera.
Esta invariante es la condena definitiva de las prácticas escolásticas cuando todos los niños hacen, a la
misma hora y cada uno para sí mismo, exactamente lo mismo. No se saca nada con clasificar a los
alumnos por divisiones o por cursos: nunca se tienen las mismas necesidades ni las mismas aptitudes, y es
profundamente irracional pretender hacerles avanzar al mismo ritmo. Unos pierden los nervios porque se
retrasan cuando quisieran y podrían ir más de prisa. Otros se desaniman porque no pueden continuar
solos. Una pequeña minoría saca provecho del trabajo organizado de esta manera.
Hemos buscado y encontrado la posibilidad de permitir que los niños trabajen cada uno a su ritmo, en el
interior de una comunidad viviente.
Hay que reconsiderar la noción misma de trabajo en equipo y de trabajo cooperativo. Trabajar en equipo
o en cooperativa no significa necesariamente que cada miembro deba hacer el mismo trabajo. Al
contrario, el individuo debe conservar hasta el máximo su personalidad, pero al servicio de una
comunidad.
2 Sacado de Stainback, Stainback y Jackson, 1999. 3 «En todas las juntas de evaluación a que asistieron en representación del grupo como portavoces (evaluación cero, primera y segunda evaluación), el delegado y la subdelegada de clase propusieron al equipo de profesores que trabajasen en el aula de forma cooperativa, como en Lengua y también en Tecnología, y lo justificaron porque de esta manera aprenden más y mejor y las clases resultan más amenas y entretenidas» (Marín, 2006, pp. 381-382).
Numerosas experiencias demuestran que si un docente organiza su clase de forma cooperativa, esta forma de organizar la actividad de los alumnos se extiende a otros profesores y ciclos.
El trabajo cooperativo añade un matiz
importante al trabajo en equipo: no se trata únicamente de hacer
una misma cosa entre todos, sino de hacer
cada uno una cosa al servicio de una «comunidad» y
aprender, además, a trabajar en equipo.
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Esta nueva forma de trabajar es, pedagógicamente y humanamente hablando, de la más alta
importancia. (Freinet, 1990, pp. 181-182. Original de 1964)
El trabajo cooperativo —como destacaremos con mucha más profundidad en la idea clave 9—
añade un matiz importante al trabajo en equipo: no se trata únicamente de hacer una misma cosa
entre todos (un trabajo escrito, un mural, una presentación oral...), sino también se trata de hacer
cada uno una cosa —la que quiera o se vea con ánimos de hacer, que no necesariamente debe
coincidir con lo que hagan los demás— al servicio de una «comunidad» (equipo o grupo clase) que
persigue una metas comunes: en este caso, aprender cada uno hasta el máximo de sus
posibilidades —para lo que se ayudan unos a otros— y aprender, además, a trabajar en equipo —
para lo que se necesitan unos a otros—.
Imaginad la clase del profesor o la profesora C, con Tomás y Fatumata e incluso, en el mejor de los
casos, con Jordi: todos aportan lo que saben de acuerdo con las posibilidades de cada uno, para el
bien del equipo y del grupo clase, en general (todos nuestros alumnos pueden destacar en algo; se
trata de buscarlo, resaltarlo y potenciarlo al máximo):
Tomás aporta su simpatía, su forma de decir las cosas sin tapujos, con naturalidad, su amistad...
Fatumata podrá enseñarles palabras en otro idioma (domina el árabe y el francés), explicarles
otras costumbres, enseñarles otras canciones y otros juegos...; Jordi, si consigue romper el círculo
vicioso en el que está inmerso que le hace sentirse confuso, asustado, dolido y mejorar, así, la
imagen de sí mismo y su autoestima, podrá aportar muchas cosas al equipo y al grupo, porque se
trata de un chico inteligente.
En una clase organizada de forma cooperativa hay también un trasfondo de solidaridad, de
compromiso personal y grupa) y de respeto, que hace que un alumno o una alumna no se sienta
del todo satisfecho si sus compañeros no consiguen tirar hacia delante.
Toda esta «filosofía» hace que haya una comunión de intereses entre los miembros de un equipo,
y entre los equipos de una clase, que diferencia claramente el aprendizaje cooperativo del
individual y competitivo. En un «terreno» así, «fructifica» más fácilmente el aprendizaje
cooperativo, como veremos en la idea clave 4.
En una clase organizada de forma cooperativa hay un trasfondo de solidaridad, de compromiso personal y grupal y de respeto, que hace que un alumno no se sienta del todo satisfecho si sus compañeros no consiguen tirar hacia delante.