El Alvear Palace celebra TESTIGO DE ORO DE MOMENTOS...

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10 El Alvear Palace celebra 80 años de lujo y esplendor TESTIGO DE ORO DE MOMENTOS UNICOS Es refugio de reyes, príncipes, jefes de Estado y celebridades que visitan Buenos Aires. Declarado patrimonio histórico en 2003, es un ícono de la Belle Epoque criolla Derecha: una imagen del mismo día en que se inauguró, en septiembre de 1932. La majestuosidad del edificio, con once pisos, se destacaba sobre la avenida que le dio nombre y en la que tenían su residencia las familias más tradicionales del país. Arriba: la fachada del cinco estrellas sigue intacta desde el día que abrió sus puertas. Desde entonces es uno de los referentes en su género y un símbolo de la historia nacional.

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El Alvear Palace celebra 80 años de lujo y esplendor

TESTIGO DE ORO DE MOMENTOS

UNICOSEs refugio de reyes, príncipes, jefes de Estado

y celebridades que visitan Buenos Aires. Declarado patrimonio histórico en 2003, es un

ícono de la Belle Epoque criolla

Derecha: una imagen del mismo día en que se inauguró, en septiembre de 1932. La majestuosidad del edificio, con once pisos, se destacaba sobre la avenida que le dio nombre

y en la que tenían su residencia las familias más tradicionales del país. Arriba: la fachada del cinco estrellas sigue intacta desde el día que abrió sus puertas. Desde entonces es uno de los

referentes en su género y un símbolo de la historia nacional.

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A venida Alvear. Buenos Aires. Recuer-dos de lujo y esplendor. La vía que brilló en el último siglo de la mano

de familias patricias como los Duhau, los Fernández Anchorena, los Alzaga, los Pe-reda, los Atucha, los Ortiz Basualdo… Las huellas de esa riqueza son imborrables y es-tán a la vista, como en este palacio de once pisos que desde 1932 se convirtió en el ho-gar de reyes, príncipes y jefes de Estado.

Existen en el mundo muy pocos hoteles considerados parte de la historia. El Savoy, de Londres; el Ritz de París; el Palace de Madrid; el Plaza de Nueva York; el Adlon de Berlín; el Copacabana de Río de Janei-ro; y… el Alvear Palace de Buenos Aires.

INSPIRADO EN LOS MEJORESFue en la década del 20 cuando el doc-

tor Rafael De Miero trajo a Argentina

diversos documentos que recogió en sus viajes a París, con el propósito de cons-truir un hotel que estuviera a la par de los mejores del mundo. Para eso compró un terreno en la esquina de Alvear y Aya-cucho, donde se instaló el primer consu-lado británico en 1824. Después de una exhausta búsqueda de un arquitecto que pudiera interpretar sus ideas, contrató a los arquitectos Brodsky y Pirovano, junto

Los arquitectos Valentín Brodsky y Estanislao Pirovano diseñaron un edificio con 191 habitaciones y espaciosos ambientes de recepción, todas con muebles, alfombras, cortinas y arañas de diferentes estilos, desde Luis XIV

hasta el Primer Imperio

El prestigioso estudio de decoración parisino Verchere se encargó de vestir los interiores del

hotel con materiales traídos especialmente de Francia

En una imagen tomada días antes de su apertura, se ve la meticulosidad con la que fue respetado el estilo pensado

por su fundador, Rafael De Miero. Izquierda: los salones de la planta baja se distribuyen teniendo por eje una galería

central de 85 metros de largo, algo que los arquitectos quisieron emular la arquitectura de los transatlánticos de

la época. Abajo: retrato de Valentín Brodsky, uno de los artífices del proyecto y un aviso publicado en el diario

La Nación antes de la inauguración.

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con los ingenieros Escudero y Ortú-zar, para que adaptaran los diseños que trajo de Europa y lograran algo más que una creación de un lugar singular y conocido. De Miero que-ría conseguir un hotel que por su es-tilo, su riqueza y sus servicios fuera el punto de atracción de las grandes fi-guras del mundo que veían a Buenos Aires como la París de Sudamérica. Las obras comenzaron en 1922 pero se interrumpieron en numerosas oportunidades, ya que el proyecto original fue modificado para darle mayor magnanimidad al edificio y aprovechar los últimos avances técni-cos. La única consigna que De Miero les dio a sus dirigidos fue: “Quiero que este hotel sea la última palabra en elegancia”. Y así fue. Tanto Brod-sky como Pirovano trazaron unos planos con 191 espaciosas y atracti-vas habitaciones, todas con muebles, alfombras, cortinas y candelabros de

Arriba: la entonces “primera dama”, Zulemita Menem, bailó tango con el príncipe Carlos de Inglaterra en el salón Versalles cuando visitó Argentina en 1999.

Derecha: los emperadores de Japón, Akihito y Michiko, posan en el jardin d’hiver de l’Orangerie momentos antes de presidir la comida de agradecimiento que

ofrecieron al gobierno argentino en 1997.

El príncipe Carlos quedó encantado con el aire europeo del Alvear y firmó el libro de oro

El salón Regence es el lugar donde se celebran los eventos más exclusivos de Buenos Aires. Decorado con muebles estilo Luis XVI e Imperio, boiserie inspirada en el palacio de Versalles y grandes puertas espejadas, es como

un viaje a los esplendorosos años de la Belle Epoque

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En 1960 se realizó una primera remodelación del edificio y en 1990 una segunda, que le otorgó detalles de confort de última generación que

respetan sus valores artísticos originales

diferentes estilos decorativos, que iban desde Luis XIV hasta el Primer Imperio. Los dos hombres, que tenían en común un espíritu perfeccionista, lograron una belleza que no pasa de moda. Y, más allá de lo estrictamente arquitectónico, no dejaron ningún detalle librado al azar:

los cobertores de cama tenían que ser ligeros de peso y acolchados para poder-los lavar con facilidad, y todos los col-chones tenían que llevar una cubierta de gamuza. En las habitaciones para las da-mas predominaban los rosas y los azules, mientras que las habitaciones denomina-

das “de solteros” estaban adornadas en tonos más oscuros.

AVENIDA ALVEAR ERA UNA FIESTALa inauguración oficial fue el sábado

3 de septiembre de 1932 y la avenida Al-vear se llenó de autos, entre los que se

encontraba el del presidente de la Na-ción, Agustín P. Justo, y la primera dama, Ana Bernal; y el del Premio Nobel de la Paz 1936, Carlos Saavedra Lamas y su mujer, Rosa Sáenz Peña. En “Notas So-ciales” del diario La Nación del día de la inauguración ya se anunciaba la gran re-

percusión que tendría el opening: “Hace prever el éxito de esta fiesta el pedido numeroso de cubiertos que ha recibido la comisión organizadora, formada por un grupo caracterizado de señoras de nuestra sociedad representativa”, publi-caron. Y al día siguiente, escribieron: “Se

realizó anoche en el hotel Alvear Palace, que se abría al público de tan prestigiosa manera, la comida organizada a benefi-cio de diferentes instituciones de caridad y asistencia social. Adquirió la fiesta pro-porciones poco comunes, sin duda, tanto por el número como por la significación

Pensado en un comienzo como salón de estar, el lobby bar –declarado “Café notable” de Buenos Aires– es hoy uno de los lugares más representativos del Alvear. Decorado con muebles estilo Directorio y una gran barra, los mármoles italianos conviven a la perfección con columnas

corintias, macetas de porcelana china y cortinas de brocado. Las arañas, traídas de Francia y realizadas en cristal, le dan una atmósfera cálida al espacio más frecuentado del hotel.

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Arriba: el living de la suite Royal está listo para recibir a sus

huéspedes a la hora del té. En este mismo ambiente se instala

el piano de Daniel Baremboim siempre que el maestro visita

Buenos Aires. Subirlo hasta la suite del noveno piso es en sí mismo un acontecimiento.

Izquierda, arriba: las sábanas son de algodón egipcio de

cuatrocientos hilos. Muchas piezas del mobiliario actual

datan de 1932. Izquierda, abajo: Carolina Herrera posa en su suite,

la misma en la que se alojaron Walt Disney, Sofia Loren, Arthur

Miller, Paloma Picasso, los reyes de España, Tom Cruise y Liza Minelli.

de los que tomaron parte en su desarro-llo. En los diversos salones que constitu-yen los recintos de recepción del hotel se dispusieron las mesas adornadas con flo-res de estación. La fiesta atrajo a lo que tiene Buenos Aires de más expresivo en sus círculos de alta actividad social. Dos orquestas, situadas en el jardín de invier-no, animaron el baile, que duró hasta las primeras horas de la madrugada”. Según consta, la entrada costaba 25 pesos por persona y 10 para asistir solo al ágape.

A los pocos meses de la inaugura-ción, miembros de la aristocracia visi-taron el Alvear como aves migratorias, ya que Africa, la boite que estaba en el subsuelo, se convirtió en el lugar de

moda y el restaurante, en el sitio para ver y ser visto.

En la década de 1940, el hotel se am-plió sobre un terreno vecino, también en la avenida Alvear, cuando ocupó el lugar de otra mansión aristocrática, y su reputación sobrepasó las expecta-tivas de De Miero. Ochenta años des-pués de su fundación, el Alvear Palace sigue siendo el hotel de encuentro de las grandes figuras y estrellas. Sin em-bargo, también vivió años difíciles. En 1970 pasó a manos del barón Andreas von Wernitz Salm-Kyrburg y a mediados de 1980 el grupo Aragón Cabrera lo ad-quirió en un deplorable estado que lo llevó al borde del cierre. Pero la esquina

de Alvear y Ayacucho tiene demasiados admiradores y devotos, mucha gente que, solamente por haber pasado una noche allí, lo adoptó como el palacio de sus sueños. Uno de ellos, David Sutton, un poderoso hombre de negocios, com-pró el Alvear en 1984 y lo salvó, para devolverle su antiguo esplendor. Los trabajos de renovación se hicieron con gran cuidado, para conservar el estilo y el servicio que lo habían consagrado.

LUJO Y CORDIALIDADPor esa razón, hasta los huéspedes

más exigentes lo convirtieron en su casa cada vez que visitan Buenos Aires. Por ejemplo, el jefe de la Casa Imperial ja-

Cada vez que Carolina Herrera visita la ciudad, en la que vive su hija Ana Luisa, se aloja en la suite Royal, un pequeño departamento de 135 metros cuadrados con

muebles de estilo y obras de arte originales, que la hace sentir como si estuviese en una elegante casa particular

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Claudia Schiffer quedó deslumbrada con la pâtisserie, pero como su dieta

no le permitía excederse, cuentan que comía trufas y scones casi a escondidas

ponesa –la más estricta al momento de decidir dón-de duerme el emperador en sus visitas protocolares– aceptó la invitación del go-bierno argentino para que Akihito visitara Buenos Ai-res, en 1997. Desde Tokio, se gestionó todo para que la suite que iba a ocupar el monarca –que es biólogo y tiene mucho interés por la vida marina– fuera es-pecialmente decorada con motivos de distintas clases de algas y se incluyeran pe-ceras. Nada se considera un capricho en un hotel que solo busca la excelencia. Durante la visita del emir de Kuwait, el gerente del hotel movió cielo y tierra para encontrar leche de cabra, el único lácteo que consumía el emir. Ya que no pudo satisfacer la demanda del huésped, el Alvear, fiel

a su reputación de cinco estrellas, mandó pedir por avión leche de cabra al país originario del monarca. El emir quedó extasiado.

El Alvear es una institu-ción única, por lo que en 2003 fue declarado patrimo-nio nacional. Cada vez que un cliente habitué regresa al Alvear y la gente del hotel le da la bienvenida, el inter-cambio es humano. Luis Li-santi, uno de los empleados más antiguos –hoy director de Relaciones Instituciona-les– está convencido de que la confianza que hay entre los huéspedes y el personal es lo que le da al Alvear su “sello de distinción”. Quizás esa especie de “sensación de familia” describa a la perfec-ción el clima que se genera en el hotel. Sea lo que sea, ese vínculo tan poco común existe desde 1932.

Arriba: Catherine Deneuve visitó el hotel en 1995. Abajo: Christina Onassis con su último amor, Jorge Tchomlekdjoglou –hermano de su

gran amiga Marina–, en una gala de 1988. La heredera compró la suite 334 solamente para hablar por teléfono durante sus frecuentes estadías.

Derecha, abajo: Claudia Schiffer durante su primer viaje en 1998.

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La última vez que Sean Connery visitó el hotel se mostró encantado con las medialunas que le servían en el desayuno, por lo que durante seis años el hotel le enviaba dos veces al año varias docenas a su casa ubicada en Marbella a través de su abogado, otro huésped frecuente. Un capricho que solo el Alvear puede complacer.

Nada más preciso en su nombre que la palabra Palace, ya que sus pa-redes guardan –más que los recuer-dos de una época– los mejores secre-tos de la realeza y el jet set. Pasar por sus imponentes puertas giratorias de madera y vidrio es el pasaporte a una dimensión única de refinamiento.•

Arriba: el Cigar Bar, cuyas ventanas dan a la calle Ayacucho, fue una de las contribuciones de David Sutton, actual propietario, al emblemático edificio. Abajo: Alain Delon estuvo varias veces en Buenos Aires para visitar a su gran amigo Carlos Monzón. En esta imagen, llega al hotel

recibido por Luis Lisanti, uno de los empleados más antiguos.

Texto y producción: Rodolfo Vera Calderón

Fotos: Tadeo Jones, Reuters, Getty Images y Archivo del hotel Alvear Palace

El Cigar Bar es el espacio más nuevo. Está decorado en estilo art déco y sus muebles son de nogal y están tapizados en cuero y animal print