Eduardo Goligorsky - Ellos

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ELLOS EDUARDO GOLIGORSKY Después de despertar tardé un momento en orientarme. Primero noté la ausencia de la mesita de noche en el lugar habitual, cuando estiré la mano para buscar el interruptor de la lámpara. Luego observé que el armario de luna no estaba a los pies del lecho, ni la cómoda a la izquierda, y que la persiana entre cuyas tablillas se filtraba el sol no era la de mi balcón. Ésa tampoco era mi cama... Entonces recordé. Era difícil acostumbrarse. Ya hacía tres días que no iba a mi casa. Ahora dormía en el sofá de la oficina. Resultaba más cómodo, desde que no estaba Luisa. Además, me ahorraba la caminata. Eran casi treinta cuadras y no había medios de transporte, excepto las cintas sin fin que conducían exclusivamente al astropuerto. Me levanté y estiré mi ropa con un gesto mecánico. Me abroché el cuello de la camisa y me puse la chaqueta que por la noche había colgado sobre el respaldo de la silla. Cuando abrí la puerta y me asomé al corredor vi que no había nadie, pero no podría haber sido de otro modo. Lo que en realidad deseaba era averiguar la hora. El reloj eléctrico de pared marcaba las ocho y media. Era una suerte que ellos hubieran dejado en marcha el sistema automático que surtía de fuerza motriz a la ciudad. Eso aún permitía disfrutar de algunas comodidades, como la de poder controlar la hora exacta. Aunque la mía había sido una reflexión ingenua. Si el generador continuaba funcionando era porque ellos lo necesitaban para accionar las cintas sin fin. Las cintas sin fin, el selector y la red de radio. Tuve un sobresalto cuando pensé en el selector. Levanté la persiana para disponer de más luz. Me sorprendió lo que vi. Abajo, en un banco de la plaza, se hallaba sentado un hombre. Parecía muy viejo y junto a su mano, contra el asiento, estaba apoyado un bastón. Tenía puesto un pijama amarillo, con remiendos en los codos y sobre las rodillas, y un desgarrón en la costura del hombro que ya no se había preocupado por coser. Naturalmente, llevaba en el bolsillo del saco su minirreceptor, conectado por un cable con el caracolito insertado en la oreja. En el resto de la plaza y en las calles laterales no se veía un alma. Eso era más normal. Sólo las largas filas de coches estacionados contra la acera, con las carrocerías y los vidrios opacados por una gruesa capa de polvo. Me acerqué a la mole ronroneante del selector y miré en el interior del cajón donde caían las fichas. Estaba vacío y eso me permitió respirar con más tranquilidad. No debía descuidar mis deberes, a pesar que últimamente las fichas llegaban muy espaciadas entre sí. Probablemente quedaban pocas. Dos años atrás, cuando ellos implantaron el sistema, las condiciones eran muy distintas. Yo estaba abarrotado de trabajo y a veces debía pasar dos o tres noches sin dormir, leyendo listas interminables de nombres frente al micrófono. En esa época yo atendía exclusivamente el transmisor, porque ésa era mi

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  • ELLOSEDUARDO GOLIGORSKY

    Despus de despertar tard un momento en orientarme. Primero not la ausencia de la mesita de noche enel lugar habitual, cuando estir la mano para buscar el interruptor de la lmpara. Luego observ que elarmario de luna no estaba a los pies del lecho, ni la cmoda a la izquierda, y que la persiana entre cuyastablillas se filtraba el sol no era la de mi balcn. sa tampoco era mi cama...

    Entonces record. Era difcil acostumbrarse. Ya haca tres das que no iba a mi casa. Ahora dorma enel sof de la oficina. Resultaba ms cmodo, desde que no estaba Luisa. Adems, me ahorraba lacaminata. Eran casi treinta cuadras y no haba medios de transporte, excepto las cintas sin fin queconducan exclusivamente al astropuerto.

    Me levant y estir mi ropa con un gesto mecnico. Me abroch el cuello de la camisa y me puse lachaqueta que por la noche haba colgado sobre el respaldo de la silla. Cuando abr la puerta y me asom alcorredor vi que no haba nadie, pero no podra haber sido de otro modo. Lo que en realidad deseaba eraaveriguar la hora. El reloj elctrico de pared marcaba las ocho y media.

    Era una suerte que ellos hubieran dejado en marcha el sistema automtico que surta de fuerza motriz ala ciudad. Eso an permita disfrutar de algunas comodidades, como la de poder controlar la hora exacta.Aunque la ma haba sido una reflexin ingenua. Si el generador continuaba funcionando era porque ellos lonecesitaban para accionar las cintas sin fin. Las cintas sin fin, el selector y la red de radio.

    Tuve un sobresalto cuando pens en el selector.

    Levant la persiana para disponer de ms luz. Me sorprendi lo que vi. Abajo, en un banco de la plaza,se hallaba sentado un hombre. Pareca muy viejo y junto a su mano, contra el asiento, estaba apoyado unbastn. Tena puesto un pijama amarillo, con remiendos en los codos y sobre las rodillas, y un desgarrn enla costura del hombro que ya no se haba preocupado por coser. Naturalmente, llevaba en el bolsillo delsaco su minirreceptor, conectado por un cable con el caracolito insertado en la oreja.

    En el resto de la plaza y en las calles laterales no se vea un alma. Eso era ms normal. Slo las largasfilas de coches estacionados contra la acera, con las carroceras y los vidrios opacados por una gruesacapa de polvo.

    Me acerqu a la mole ronroneante del selector y mir en el interior del cajn donde caan las fichas.Estaba vaco y eso me permiti respirar con ms tranquilidad. No deba descuidar mis deberes, a pesarque ltimamente las fichas llegaban muy espaciadas entre s. Probablemente quedaban pocas.

    Dos aos atrs, cuando ellos implantaron el sistema, las condiciones eran muy distintas. Yo estabaabarrotado de trabajo y a veces deba pasar dos o tres noches sin dormir, leyendo listas interminables denombres frente al micrfono. En esa poca yo atenda exclusivamente el transmisor, porque sa era mi

  • responsabilidad profesional, y dos ayudantes se encargaban de pasarme las fichas a medida que stas caanen el cajn. Sin embargo, despus de la primera racha de confusin, todo se normaliz. Cuando el selectordej caer las tarjetas de mis dos ayudantes, con pocos das de intervalo, me resign en seguida a prescindirde sus servicios.

    Entr en el bao contiguo y me lav las manos y la cara. El espejo me devolvi una imagen placentera.Haca aos que no tena tan buen aspecto. Debajo de la barba rala que me cubra las mejillas, la tezostentaba un saludable color rosado, como si hubiera pasado una larga temporada al aire libre. Y eso apesar que haca tres das que ni siquiera pisaba la calle. Adems me pareci que haba aumentado algunoskilos.

    El rgimen me sentaba bien.

    Me frot vigorosamente con la toalla y despus tom el vaso que estaba sobre la repisa. Lo llen hastael borde con el agua del grifo, y llevndolo en la mano me volv a la oficina. Me sent frente al selector ybeb el primer sorbo. Delicioso. Tom otro trago, lentamente, paladeando el lquido dulzn.

    Ellos eran verdaderos genios. Qu sera eso que le echaban al agua para dejarla tan sabrosa? Miamigo Novelli, el que trabajaba en la estacin de bombeo de Obras Sanitarias, me dijo que era un polvoblanco que ellos enviaban en grandes envases de metal. Desde que empezaron a mezclarlo con el agua, lagente qued entusiasmada con los efectos.

    Era tan nutritivo y saludable que desplaz totalmente a los otros alimentos. Bastaba beber un vaso deagua como desayuno, otro como almuerzo y un tercero como cena. Los ms golosos intercalbamos elvaso de las cinco de la tarde. Porque no se trataba solamente que hartara tanto como el banquete mscopioso. Tambin tena ese gustillo enigmtico. Y la accin sedante. Eso s que era un hallazgo. La accinsedante. La gente quedaba como flotando en el aire, de excelente humor, bien dispuesta para todo.Particularmente para ir al astropuerto, cuando yo imparta la orden por la radio.

    No entenda cmo no se nos haba ocurrido antes. Ese producto nos habra evitado muchos de losproblemas que nos complicaron la vida hasta que llegaron ellos.

    Claro que algunas naturalezas eran ms resistentes que otras al polvo blanco. Luisa, por ejemplo, insistidurante algn tiempo en que prefera comer a la antigua en lugar de alimentarse con el agua y su ingrediente.Como eso sucedi precisamente en la poca en que yo deba pasar das ntegros junto al selector,transmitiendo listas de nombres, no pude controlarla y se obstin en preservar la vieja costumbre cuandocasi todos los dems ya la haban desechado. Ni siquiera comprenda que con la nueva dieta ellos leahorraban el trabajo de cocinar.

    Por suerte, la sed la obligaba a beber el agua del grifo, pues no le gustaba el alcohol, y su organismo fueasimilando poco a poco el polvo blanco. Aun as tena sus recadas, durante las cuales se empeaba enprotestar contra mi funcin oficial.

    Te has vuelto loca? le contestaba yo. No te das cuenta que actualmente mi cargo es el demayor responsabilidad que existe en el pas? Ellos confan directamente en m. Soy su vocero, su nicorepresentante aqu. Cada nacin tiene su locutor exclusivo, y ellos me han conferido el honor de designarmepara el puesto. No hay nadie que est por encima de mi persona.

  • Slo ellos.

    Frases como sta constituan el sntoma evidente que ella no haba bebido su vaso de agua.

    Slo ellos, claro est deca yo. Eso es lo que me enorgullece. Y t deberas sentir lo mismo.Jurara que todas tus amigas te envidian.

    Casi no me quedan amigas.

    Pues las que quedan, te envidian o no?

    S, pero tambin me envidiaban antes, cuando aparecas en la televisin untndote el pelo con elfijador ms varonil, o bebiendo el champagne ms aristocrtico, o pilotando el auto de los triunfadores. Yeso no mejora las cosas.

    Lo que pasa es que nunca supiste valorar mi trabajo! gritaba yo, y cuando senta que estabacomenzando a impacientarme iba a beber un trago de agua. El efecto sedante era casi mgico. Tdeberas imitar lo que acabo de hacer le deca, con una plcida sonrisa, y cerraba suavemente la puertaal salir.

    La escena ms desagradable se produjo cuando el selector dej caer su ficha. Confieso que le sunombre por el micrfono con un cierto automatismo profesional, y que slo me di cuenta que se trataba deella cuando ya haba terminado de pronunciar la ltima slaba. Si no, le habra dado una inflexin cariosa ami voz.

    Luisa me oy porque por lo menos haba aceptado la norma de llevar el microrreceptor con el auricularpermanentemente conectado. Pero entonces tuvo la inconcebible audacia de venir a mi oficina.

    Afortunadamente eso sucedi tres das atrs, cuando ya haca largas semanas que yo era el nicoocupante del edificio. Gracias a esta circunstancia su audacia pas inadvertida.

    Yo estaba leyendo un nombre en el momento en que entr Luisa. Su irrupcin me sorprendi tanto queme turb y se me trab la lengua. Eso era algo que jams me haba sucedido desde el comienzo de micarrera. Si cinco minutos antes no hubiera bebido el paso de agua del almuerzo, me habra puesto furioso.

    Qu significa...? empez a preguntar Luisa.

    Le hice una sea para que se callara, y repet cuidadosamente el nombre que figuraba en la ficha.Continu atento a mi trabajo hasta que hube liquidado la pequea pila de tarjetas acumuladas junto almicrfono. Luego mir el cajn del selector y comprob que estaba vaco. Slo entonces dirig mi atencinhacia Luisa.

    Se puede saber qu vienes a hacer aqu? le pregunt, cubriendo el micrfono con la mano.

    Dijiste mi nombre por la radio.

    Es cierto contest. Hoy sali tu ficha. Algn da tena que ocurrir. Deberas sentirte dichosa.

  • Pero eso significa que vamos a separarnos. Que no nos veremos ms.

    Ellos saben lo que hacen.

    No podra esperar un poco? Por lo menos hasta que t tambin...?

    Esa mujer pona a prueba las cualidades sedantes del agua.

    Luisa! exclam. Eres incorregible. Hay que atenerse a lo estipulado. Qu pasara si cada unopretendiera elegir segn su comodidad o gusto personal el momento adecuado? Cuando ellos loorganizaron as por intermedio del selector, saban lo que hacan. Nunca hubo quejas ni excepciones. Ladisciplina y el orden son la base del sistema.

    Y si t... me acompaaras?

    Es intil. No entiendes la magnitud de mi trabajo. Mi funcin es vital, y si la abandonara cometerauna falta imperdonable. Cumple con tu misin mientras yo cumplo con la ma. Ojal seas muy feliz...

    Luisa se acerc, tendindome los brazos. Pens que no era muy correcto besarla en la oficina, pero alfin y al cabo sa era una circunstancia especial.

    Iba a su encuentro, cuando o el ruido de una tarjeta que caa en el cajn selector. Me desvi hacia elaparato, tom la ficha y le el nombre frente al micrfono.

    Me volv nuevamente hacia Luisa. Ella ya se haba ido. Me alegr que hubiera decidido ser obediente,aunque pens que podra haber esperado un minuto para despedirse.

    Transcurri media maana sin que hubiera novedades. Dos o tres veces abandon mi asiento junto alselector para ir a mirar por la ventana. El viejo segua instalado en el banco de la plaza. Contemplaba laspalomas y los gorriones que picoteaban sobre el pasto crecido, tan crecido que casi los cubra porcompleto.

    A ratos el viejo cabeceaba como si estuviera durmiendo, pero en seguida daba un respingo y adoptabauna actitud expectante. En una oportunidad me pareci que dibujaba algo con la punta de su bastn sobrela tierra del sendero. Quizs eran nmeros, aunque no pude distinguirlos bien.

    Durante una de mis excursiones hasta la ventana cay una ficha en el cajn. Volv atrs, tom elmicrfono y le el nombre, que como tantos otros no evocaba en mi ninguna imagen. Luego regres a mipuesto de observacin. El viejo se haba levantado del banco y atravesaba la plaza, cojeando y apoyandopesadamente sobre el bastn la mitad izquierda del cuerpo, evitando cuidadosamente pisar los canteros,como si eso pudiera tener alguna importancia. Me llam la atencin que se encaminara hacia el sectordesde donde parta el ramal oeste de las cintas sin fin. Acaso l haba sido el destinatario de mi mensaje?

    Otra tarjeta me hizo volver a la realidad. El nombre que figuraba en ella era conocido. Novelli. AtilioNovelli. Novelli. El encargado de volcar el polvo blanco en la estacin de bombeo de Obras Sanitarias.Cuando lo le frente al micrfono experiment por primera vez una vaga sensacin de inquietud. Quin seocupara ahora de alimentarnos? En mi ltima conversacin con Novelli, me haba dicho que l haba

  • quedado solo en el puesto. Sera posible que ellos se despreocuparan de nuestro futuro? O acaso yano...?

    Llev el vaso al bao y volv a llenarlo con agua. Beb a grandes tragos, como si quisiera lavar conurgencia mi recin renacida angustia. El sabor no haba variado. Era el elixir de costumbre. Estupendo,nada cambiara.

    Cuando volv a la oficina, haba otra tarjeta en el cajn. La llev hasta el micrfono y la coloqu frente amis ojos.

    Despus de tanta inactividad, sa estaba destinada a ser una maana rica en sorpresas. Primero el viejoque yo haba estado contemplando desde la ventana.

    Despus Novelli, mi ltimo amigo.

    Ahora yo.

    Porque el nombre que figura en la ficha es el mo. Ya no me necesitan, y eso significa que no quedanadie a quien llamar, excepto yo. En otros puntos del globo, los ltimos responsables, locutores como yo,deben de estar abandonando tambin sus asientos y se encaminan hacia las cintas sin fin que conducen alos respectivos astropuertos.

    No tengo nada que reprocharme. He sabido cumplir con mi deber. Puedo emprender mi viaje hacia elmundo de ellos con la consciencia tranquila. Era previsible que sucediera esto. Espero que mientras tantoellos hayan descubierto otra fuente de aprovisionamiento.

    Pero s que igualmente nos extraarn.

    ramos su plato favorito.

    F I N

    Ttulo Original: Ellos.Digitalizacin, Revisin y Edicin Electrnica de Arcnido.

    Revisin 3.