Eduardo Chirinos

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Eduardo Chirinos. Treinta y cinco lecciones de biología (y tres crónicas didácticas) . Lima: Paracaídas Editores / Animal de Invierno, 2015. El otro día andaba en un auto por la avenida Arequipa, cuando de pronto una ardilla trató de cruzar la pista. Como esa presencia indebida en la urbe se me figura este nuevo libro de Eduardo Chirinos. Treinta y cinco lecciones de biología (y tres crónicas didácticas) me sirve para preguntarme sobre la presencia de animales en la poesía peruana. Por cierto, este libro ha sido publicado en México por La Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y Textofilia Ediciones. En la poesía peruana es común asociar este uso de animales con dos autores ya fallecidos como Antonio Cisneros y José Watanabe (por ejemplo, y por decir algo, quién no recuerda la ballena de “El poema sobre Jonás y los desalienados” o el lenguado o la mantis religiosa del poeta nisei), incluso el propio Eduardo Chirinos en sus anteriores poemarios también manejaba un bestiario constante; y no hablemos de la presencia del caballo que es más decidida dentro de nuestros poetas como son los casos de César Vallejo, José Santos Chocano, José María Eguren, Jorge Eduardo Eielson, Washington Delgado, Jorge Pimentel, etc. Para ser justos no debemos olvidar que dentro del post2000 un poeta como Miguel Ángel Sanz Chung aborda el tema de los animales en su inicial La voz de la manada o en algunos poemas de Frágiles trofeos, Jerónimo Pimentel hace lo mismo. Si hablamos de bestiarios en Latinoamérica no podemos dejar de mencionar los libros Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero; los Bestiario de Julio Cortázar y Juan José Arreola; La oveja negra de Augusto Monterroso; Álbum de zoología de José Emilio Pacheco; entre otros. Pero para hablar de bestiarios tenemos que retroceder a la época medieval, donde en distintos géneros literarios se recogían reflexiones sobre animales y plantas con un carácter moral. Eduardo Chirinos es un naturalista de viejo cuño –como afirma Fernando Iwasaki en el prólogo a Coloquio de los animales, libro que apareció en Colombia en el 2013–. El propio Chirinos en una nota para ese mismo libro refiere una escena de El Quijote, donde dos perros ejercen su capacidad comunicativa y empiezan a hablar. En este nuevo libro, ilustrado por David Miles Lusk, Chirinos hace hablar a estos animales, pero no con un carácter moralista, de fábula o para darnos una parábola; apunta un hecho guiado por el

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Eduardo Chirinos. Treinta y cinco lecciones de biología (y tres crónicas didácticas). Lima: Paracaídas Editores / Animal de Invierno, 2015.

El otro día andaba en un auto por la avenida Arequipa, cuando de pronto una ardilla trató de cruzar la pista. Como esa presencia indebida en la urbe se me figura este nuevo libro de Eduardo Chirinos. Treinta y cinco lecciones de biología (y tres crónicas didácticas) me sirve para preguntarme sobre la presencia de animales en la poesía peruana. Por cierto, este libro ha sido publicado en México por La Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y Textofilia Ediciones.

En la poesía peruana es común asociar este uso de animales con dos autores ya fallecidos como Antonio Cisneros y José Watanabe (por ejemplo, y por decir algo, quién no recuerda la ballena de “El poema sobre Jonás y los desalienados” o el lenguado o la mantis religiosa del poeta nisei), incluso el propio Eduardo Chirinos en sus anteriores poemarios también manejaba un bestiario constante; y no hablemos de la presencia del caballo que es más decidida dentro de nuestros poetas como son los casos de César Vallejo, José Santos Chocano, José María Eguren, Jorge Eduardo Eielson, Washington Delgado, Jorge Pimentel, etc. Para ser justos no debemos olvidar que dentro del post2000 un poeta como Miguel Ángel Sanz Chung aborda el tema de los animales en su inicial La voz de la manada o en algunos poemas de Frágiles trofeos, Jerónimo Pimentel hace lo mismo. Si hablamos de bestiarios en Latinoamérica no podemos dejar de mencionar los libros Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero; los Bestiario de Julio Cortázar y Juan José Arreola; La oveja negra de Augusto Monterroso; Álbum de zoología de José Emilio Pacheco; entre otros. Pero para hablar de bestiarios tenemos que retroceder a la época medieval, donde en distintos géneros literarios se recogían reflexiones sobre animales y plantas con un carácter moral.

Eduardo Chirinos es un naturalista de viejo cuño –como afirma Fernando Iwasaki en el prólogo a Coloquio de los animales, libro que apareció en Colombia en el 2013–. El propio Chirinos en una nota para ese mismo libro refiere una escena de El Quijote, donde dos perros ejercen su capacidad comunicativa y empiezan a hablar. En este nuevo libro, ilustrado por David Miles Lusk, Chirinos hace hablar a estos animales, pero no con un carácter moralista, de fábula o para darnos una parábola; apunta un hecho guiado por el cuerpo del animal o transmite su simbología, por ejemplo, refiere que los escarabajos para los egipcios: “simbolizaba[n] la inmortalidad del alma. / El ciclo eterno de las reencarnaciones”. En el primer poema del conjunto es el dodo, quien reclama: “Lujo costoso las alas. / En dos siglos nos borraron de la tierra. / Nadie se acuerda de nosotros”. Es la extinción de las especies, pero también el desplazamiento migratorio de las mismas como en: “Vinimos caminando / de África o de la India, de Madagascar / o de la Antártida” (8). En el poema “9 (Cicada orni)” se hace una abierta crítica a la fábula y sus cultores (Esopo, La Fontaine y Samaniego), puesto que estos autores le hacen “mala prensa” a ciertos animales: “Comprendo que se trata de una fábula, que / mi canto no merece ninguna recompensa, / que soy alegoría de la conducta humana. / La verdad es que yo no canto”. En el poema “20 (Geococcyx californianus)” se trata de relacionar al correcaminos con el de los dibujos animados: “Mis patas / no son tan alargadas, tampoco tengo / ese penacho tan gracioso en la cabeza. / Qué le voy a hacer, se trata de dibujos / animados”, aquí el poeta se sirve de la mención a los mass-medias y entra en un tono diferente de los demás poemas (el resto de poemas tiene más bien un tono documental y descriptivo, colindante con libros de biología), lo cual lo hace más refrescante en ese remate irónico: “Cosas del equilibrio ecológico: / yo me alimento de culebras, insectos, / lagartijas;

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el coyote se da un banquete / con los míos. Mi única venganza son / los dibujos animados. Ver al coyote / rajado, herido, maltrecho y chamuscado”. El poema 22 (Sacculina) nos da una clave hermosa de interpretación del libro, y es justo esta paradoja la que puede permear la simbología de Treinta y cinco lecciones de biología, el poeta es como este bicho que se aferra al cangrejo, el lenguaje se “pega” al lenguaje, y este lo castra: “de adulto / me transformo en un saco blando, / así me acomodo en el vientre del / cangrejo y hundo mis raíces a lo / largo de su cuerpo. Luego lo castro”, el poeta en su búsqueda deviene emasculado por el lenguaje. Tal vez digo mucho con esto, y no se trata de la empresa de Chirinos, pero a mí me interesa esta fisura que plantea el poema 22. El poema “24 (Rhinoceros unicornis)” es claramente un poema ecsfrástico, es decir, se crea el poema a partir de una obra de arte (Durero, Longhi). Me quede en 33

Chirinos aporta datos curiosos, investigación de sus fuentes, reflexiones sobre la naturaleza de los animales, paradojas de la evolución, etc., pero cuando le toca hablar de un tema peruano lo hace desde la obviedad como ocurre con “5 (Vicugna vicugna)”, el tratamiento que le da a la vicuña cae en el lugar común, por ejemplo: “En el Perú, sin / embargo, nos consideran un símbolo. / Una de nosotras figura solitaria en el / escudo nacional, junto al árbol de la quina”. Creo que desentona con la manera tan fluida en que trata a sus otros animales.