Editorial Cinco, S.A. de C.V. BOOKS... · la Tercera Brigada de Infantería su ca-sa, su oficina y...

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Editorial Cinco, S.A. de C.V.

Noviembre Sangriento y Otros Relatos de la Guerra en

El Salvador

Autor: Marvin GaleasCopyright © 2015 por Marvin Galeas

Todos los Derechos Reservados.

EQUIPO EDITORIALEdición General: Sandra Mirza EcheverríaDiseño y Diagramación: Eunice Hernández

Todos los derechos reservados. Ninguna sección de este material puede ser reproducida en ninguna forma ni por ningún medio sin la autorización expresa de su autor. Esto incluye pero no se limita a reimpresiones, extractos,

fotocopias, grabación, o cualquier otro medio de reproducción.

Publicado en El Salvador, por Editorial Cinco, S.A. de C.V.

ISBN 978-99923-921-6-4

Primera Edición, Noviembre 2015.

PRÓLOGO..............................................................

NOVIEMBRE SANGRIENTO...............................

CRÓNICA DE UNA GUERRILLA.......................

INFIERNO EN EL CASTILLO.............................

LOS PRIMEROS COMBATES.............................

LOS TRES MOSQUETEROS...............................

LA NOCHE DE LAS LUCIÉRNAGAS.................

LOS 15 AÑOS DE MARINITA..............................

EL TRÁGICO FINAL DE UNA DINASTÍA DE GUERREROS.........................................................

LOS INTERNACIONALISTAS.............................

RÍO SAPO...............................................................

LOS PARAMILITARES..........................................

EL HIJO DEL POETA............................................

Índice

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EL UNICORNIO AZUL........................................

LA BATALLA DEL MOSCARRÓN......................

EL CUMPLEAÑOS DEL CORONEL..................

DICIEMBRE EN LA GUERRA.............................

LOS SUCESOS DE ABRIL...................................

DIANA LA CAZADORA........................................

¿QUÉ VA A SER DE TI LEJOS DE CASA?.........

EL FUSILAMIENTO DE MIGUEL RAMÍREZ.

LA EXTRAÑA MUJER DEL RÍO SAPO..............

AQUELLA ESTRELLA..........................................

LOS MÉDICOS DE LA GUERRA.......................

EL HONOR DEL COMANDANTE BALTA........

FOTOS....................................................................

LA CAÍDA DEL CORONEL DOMINGO MONTERROSA.....................................................

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FUEGO DESDE EL CIELO..................................

LOS SAMUELITOS: LOS NIÑOS DE LA GUERRA.................................................................

LAS NOTICIAS EN LA GUERRA........................

EL DÍA QUE MARADONA PROVOCÓ UNA TREGUA EN LA GUERRA...................................

LAS COMUNICACIONES EN LA GUERRA.....

CON EL CORAZÓN PARTIDO............................

EL DRAMA DE “EL VIEJO TREN”.....................

UN SÁBADO EN EL FRENTE DE BATALLA....

LAS MUJERES DE LA GUERRA........................

ATRAPADOS EN UNA VAGUADA.......................

EL LLANO DEL MUERTO..................................

ADIÓS A LAS ARMAS...........................................

CRÓNICA DE UN SECUESTRO.........................

DÍAS DE RADIO....................................................

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JORGITO Y LA CANCIÓN DE SILVIO..............

LA RETIRADA DEL GUERRERO.......................

EL VIEJO GERMAN..............................................

ADIÓS MARAVILLA, HERMANO.......................

LA MUERTE DE SANTOS LINO RAMÍREZ.....

VIEJAS FOTOS DEL ERP.....................................

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Prólogo

El Salvador vivió una de las guerras más sangrientas que hayan ocurrido en América Latina. Fueron 12 años de combates, si tomamos como punto de partida el año de 1980. ¿Por qué ocu-rrió ese sangriento episodio en nuestra historia?

En cierta ocasión, durante la adminis-tración Reagan, el entonces Secretario Adjunto para Asuntos Latinoamerica-nos, Elliot Abrams, le dijo al General Humberto Ortega, jefe del Ejército Popular Sandinista, que en El Salvador había guerra porque los nicaragüenses enviaban armas por toneladas.

Humberto Ortega le respondió: “Ese no es el problema. Si usted manda miles de fusiles a Costa Rica, seguro que se perderán. Pero si los manda a El Salva-

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dor habrá miles de personas dispuestas a empuñarlas”.

Entonces surge otra pregunta ¿Por qué había tantas personas dispuestas a empuñar las armas desde el lado de la revolución? En el ejército guerrillero había de todo: estudiantes, campesinos, obreros, profesionales, jóvenes, viejos, mujeres y hasta niños combatientes.

Es cierto que la guerra comenzó ofi-cialmente en 1980, porque ese año el Ejército lanzó el primer operativo con-trainsurgente. Sin embargo, el conflic-to se venía configurando desde hacía muchas décadas.

En el siglo XIX, los hacendados, venidos la mayoría de Europa, formaron una élite cuya base era el cultivo del café. Para cultivar el grano en las fincas no se necesita más que cierta fuerza física.

Ni siquiera era necesario saber leer y escribir. Los venidos de Europa, sabían

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otros idiomas, habían sido testigos de la Revolución Industrial, tenían cono-cimientos que los salvadoreños de en-tonces no.

Ellos, los miembros de la élite, hicie-ron experimentos con el grano. De esas combinaciones surgió uno de los cafés más apreciados en el mundo. Ya desde finales del siglo XIX El Salvador era uno de los cinco grandes productores de café en todo el planeta.

El proceso de cortar el café en las fin-cas, llevarlo a los puertos y de ahí a los mercados internacionales no era muy costoso en términos monetarios. Pero el saco de café se vendía bien en Esta-dos Unidos y Europa.

Hubo años de extraordinarias ganan-cias para los cafetaleros. Por eso hubo décadas que en El Salvador había un puñado de potentados, que cobró aires de leyenda con el mito de las 14 fa-milias, y un poco más de un millón de

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gente muy pobre. Un grupo de familias que lo tenía todo y la mayoría del resto que no tenía casi nada.

La clase media surgió en los años cin-cuenta con la industrialización del país. Y, sin embargo, las notorias diferencias socioeconómicas no fueron la princi-pal causa de la guerra. Lo fueron más bien el cierre de los espacios políticos. Desde los inicios de la República hasta 1931, El Salvador fue gobernado por caudillos civiles provenientes de las fa-milias más poderosas.

Pero en 1931, los militares asumieron el mando político del país. Eran tiem-pos de dictaduras militares en casi toda América Latina. Se vivía el clima de la guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban el mundo pal-mo a palmo. Hubo en El Salvador una situación donde se mezcló la pobreza, la represión brutal de algunos gobiernos, la prédica

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perseverante de revolucionarios mar-xistas desde púlpitos y cátedras de cole-gios y universidades y los intereses de las dos potencias.

La importancia de El Salvador para Es-tados Unidos y la Unión Soviética, era su ubicación geográfica en el corazón de las Américas. Así, cuando el gobier-no de Ronald Reagan decidió detener “el avance comunista” en el mundo, El Salvador se convirtió en el último esce-nario de la guerra fría.

Lo que para las grandes superpoten-cias era una cuestión de intereses geo-políticos, para los salvadoreños era una guerra despiadada. Hubo más de 80 mil muertos, centenares de miles de viviendas destruidas, más de un mi-llón de refugiados, y la destrucción de la infraestructura. Pero detrás de esas estadísticas, había gente de carne y hueso.

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Y esa gente, esos hombres, mujeres, ancianos y niños, protagonizaron no solo fieros combates, sino también historias de amor y de solidaridad. La guerra saca a flote lo peor y también lo mejor de los seres humanos. Estos relatos recogen esas vivencias.

En “Noviembre Sangriento y Otros Relatos de la Guerra en El Salvador”, además de nuevos episodios de hechos nunca contados, están incluidos tam-bién todos los relatos contenidos en “Crónicas de Guerra”, primera produc-ción de Marvin Galeas.

Editorial Cinco pone esta vez a dis-posición del lector, una edición mucho más accesible pero con la misma cali-dad editorial.

Sandra Echeverría Editora

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NOVIEMBRE SANGRIENTO

1.

La noche del jueves 8 de Noviembre de 1989, el entonces coronel Mauricio Er-nesto Vargas, se acostó con una extraña sensación. No era para menos. Desde hacía unos meses, el aparato de inteli-gencia de la Fuerza Armada, había re-colectado suficiente información sobre los preparativos de una gran ofensiva guerrillera.

El coronel había hecho del cuartel de la Tercera Brigada de Infantería su ca-sa, su oficina y su santuario. Ese era el cuartel más grande del país. Bajo su mando estaban los batallones propios de la guarnición y además los Batallones de Reacción inmediata Arce y Atonal, y los destacamentos militares 3 y 4 con sedes

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en la Unión y San Francisco Gotera, res-pectivamente. Los reportes recibidos y analizados por la Sección II de la brigada indicaban algunos desplazamientos inu-suales de las guerrillas. La confrontación armada llevaba ya casi una década y los desplazamientos no habrían inquietado a Vargas, de no ser por los informes de inteligencia del Estado Mayor Conjunto. Ocho años atrás, Vargas había dirigido el aniquilamiento de una columna gue-rrillera en el canton Cutumay Camones, en el norte de Santa Ana, en el occidente del país. El frente occidental guerrillero nunca prosperó. Ese golpe lo mató antes de nacer.

Entonces era un joven capitán des-tacado en la Segunda Brigada de In-fantería. El resto de la guerra la pasó en el oriente del país. Fue Comandante del Batallón Atonal, del Destacamento Militar número 4 y de la Tercera Briga-da. Sus antecesores en esos puestos, los coroneles Salvador Beltrán Luna, Napoleón Calito y Domingo Monterro-

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sa Barrios habían muerto en combate. Oriente era la caldera del diablo. “La tierra donde se rasca el tigre”, escribió en una pared un soldado.

De manera que la inquietud del Coro-nel no era solo por los desplazamientos detectados. Era como una premonición del infierno que se venía.

2.

Hacía unos días que un hombre de unos 30 años se había mudado a una espaciosa casa de la colonia de clase media alta Miramonte en San Salva-dor. Los vecinos no sospechaban nada del elegante joven. Medía casi 1.90 mts, blanco y esbelto. De buen vestir y apariencia afable. Parecía más bien un ejecutivo de una empresa transna-cional. En realidad, era el comandan-te guerrillero Claudio Rabindranath Armijo, de la Comandancia General del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). “Chico”, que era su nombre de

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guerra, había entrado a la clandestini-dad a los 16 años cuando estudiaba se-cundaria. A los 22 había sido nombra-do miembro de la máxima dirección del ERP. Al igual que al coronel Vargas, en el otro lado de la moneda, le había tocado dirigir tropas en los frentes más difíciles.

En 1982 fue uno de los artífices de la batalla del Moscarrón, en Morazán, donde el ejército perdió decenas de soldados; muchos más fueron hechos prisioneros, entre ellos tres oficiales y el subsecretario de Defensa. Un año antes había sido herido en el frente paracentral; dos años después fue cap-turado en Honduras y liberado debido a gestiones de los gobiernos de Francia y Cuba. En 1986 se aferró con sus tro-pas al estratégico frente de Guazapa, a escasos kilómetros de San Salvador y resistió la embestida de la Operación Fénix.

Pero, en los primeros días del mes de noviembre del 89, Chico tenía suficientes

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motivos para estar preocupado. Un periodista había estado en los últimos días en el despacho del General René Emilio Ponce, ministro de Defensa; lo había entrevistado en torno a la situa-ción militar. En un momento en que el General Ponce se levantó, el periodista vio casualmente un papel sobre el escritorio que decía “URGENTE”. Al-canzó a leer que era un informe sobre futuras operaciones guerrilleras.

Horas después, el periodista, colabora-dor de la guerrilla, le contó a Chico sobre el papel visto en el escritorio del General Ponce. No había duda, había un infiltrado en las estructuras urbanas que comandaba Chico. La ofensiva ya no iba a comenzar el siete, sino el once de Noviembre.

3.

La idea de una gran ofensiva militar había estado obsesionando a Joaquín Villalobos desde mediados de 1986. Villalobos, conocido como “Atilio”, era

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el máximo jefe del ERP y el más joven de la comandancia general del FMLN. Había entrado a Morazán en noviem-bre de 1982. Llevaba 14 fusiles AK 47 de fabricación soviética. Eran un rega-lo de Fidel Castro, para cada uno de los máximos jefes militares del ERP.

Villalobos estructuró un puesto de man-do móvil, muy similar al de un ejército profesional; unos doscientos militantes lo conformaban. Constaba las seccio-nes de inteligencia y contrainteligen-cia, que se encargaban de monitorear las comunicaciones del ejército y pro-cesar la información. Comunicaciones operativas que enlazaban a todas las unidades guerrilleras dislocadas en el oriente del país. Comunicaciones es-tratégicas que enlazaban a los frentes de guerra, y las bases de San Salvador, Tegucigalpa y Managua.

Las claves de las comunicaciones estra-tégicas eran las mismas que utilizaban los países afiliados al Pacto de Varso-

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via. También estaba la sección logísti-ca que se encargaba del abastecimiento de comida, cocina y pertrechos para el puesto de mando y la Radio Vencere-mos.

A mediados de 1986, Villalobos tenía la certeza que la guerra estaba empanta-nada. La guerrilla había enfrentado al ejército en una guerra frontal de posi-ciones durante 1983.

Había, posteriormente, disgregado sus fuerzas y realizado algunas operaciones espectaculares. Había destruido puen-tes, incluyendo los dos más importantes del país: el “Cuscatlán” y el “De Oro” sobre el río Lempa, verdaderas joyas arquitectónicas. La Fuerza Armada, le-jos de mermar o desmoralizarse tras los duros golpes de 1983, incrementó sus fuerzas, elevó su eficiencia de combate.

Había hecho una aplicación creativa de las maniobras clásicas de la guerra, sobre todo, la maniobra vertical que

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tenía como pieza clave los desembar-cos helitransportados. Era una fuerza militar mucho más eficiente.

Pero la actividad bélica parecía seguir un patrón interminable: operativos de las fuerzas del gobierno en los frentes guerrilleros y respuesta insurgente en las áreas vitales estratégicas. Era la de nunca acabar. Hacia 1987, la diploma-cia guerrillera había conseguido que el entonces campo socialista comenzara a apoyarlos más decididamente. Miles de fusiles AK, cohetes RPG7, fusiles de alta precisión Dragonov y millones de cartuchos y pertrechos entraron a los frentes guerrilleros desde Corea del Norte, pasando por Cuba y Nicaragua.

Joaquín Villalobos había llegado a la convicción de que una ofensiva donde las guerrillas se lanzaran con todo su poder de fuego sobre las grandes ciu-dades terminaría en dos escenarios po-sibles: una victoria militar o una ne-gociación final con ventajas para los

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insurgentes. El primer paso era con-vencer al resto de líderes guerrilleros. A excepción de las fuerzas de la Resis-tencia Nacional, las otras organizacio-nes eran fieles discípulos de la Guerra Popular Prolongada, aprendida en los manuales de Mao y del general vietna-mita Vo Ngueyen Giap, quien dirigió la guerra contra el Ejército de los Esta-dos Unidos.

4.

El teléfono sonó temprano en la ofi-cina del coronel Vargas. Era su espo-sa. Le recordaba que ese sábado 11 de noviembre, cumplía años uno de sus hijos. Vargas vaciló; deseaba estar, como todos los años, en el cumpleaños de su hijo. Pero no quería dejar, ni por un momento, el puesto de mando. En-tonces tuvo una idea: “Trae al niño y le partimos un pastel acá”. La señora aceptó. ¿Qué podía pasarle en el cuar-tel más grande de El Salvador, donde además su esposo era el jefe? El día

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anterior, el coronel había ordenado al Batallón Arce, que estaba en el norte de Morazán, que rastrillara la periferia de San Miguel. Era una corazonada.

Al filo del mediodía, un oficial destaca-do en el área del norte de San Miguel informaba al Charly Chato (indicativo del coronel Vargas) que había estable-cido contacto con los Terengos (gue-rrilleros en la jerga militar), que se des-plazaban de norte a sur. El combate se había prolongado durante varias horas. No se trataba de un hostigamiento.

Desde otros puntos hacia el norte de la ciudad de San Miguel, la tercera en importancia en el país y la más importante después de San Salvador en términos militares, se reportaban también pequeños combates y movi-mientos. El General Vargas llamó a su esposa: “Mejor ya no vengás”, dijo. En las colonias de San Miguel, ajeno a lo que ocurría en el puesto de mando de la brigada, la gente bailaba y coronaba

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reinas en los carnavalitos previos al gran Carnaval de San Miguel que tendría lugar, como todos los años, el 30 de noviembre.

5.

Chico se reunió con Jaime, su segun-do al mando en la dirección de ataque sobre San Salvador. “Estamos jodidos, tenemos un infiltre”, le dijo. Jaime se reunió con cada uno de los grupos de comandos urbanos y les dio información falsa. Cuando Jaime leyó en un manuscrito las declaraciones del General Ponce revelando unas de las informaciones falsas, supo enton-ces quién era el infiltrado. Jaime in-formó a Chico que el “problema del traidor había sido resuelto”. Es decir, que el combatiente que había pasado la información a la inteligencia del enemigo había sido “ajusticiado” de in-mediato. La ofensiva no tendría más retrasos; sería en las próximas horas. Sábado 11, a las ocho de la noche.

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6.

Para el mes de abril de 1989, el ERP estableció el puesto de mando estratégico en una finca ubicada en las afueras de Managua. Exactamente en el kilometro 13 y medio de la carretera vieja a León. Con pasaportes falsos y a través de Honduras, los miembros de la comandancia y de la Radio Ven-ceremos comenzamos a salir del frente entre finales del 88 y principios del 89.

Casi todos los mandos guerrilleros del ERP salieron de El Salvador para par-ticipar en Managua en la planificación de la gran ofensiva guerrillera. Todos regresaron, excepto cuatro. Ellos iban a ser los encargados de la coordinación de todas las operaciones del Ejérci-to Revolucionario del Pueblo, y de la coordinación de las operaciones con las otras fuerzas que conformaban el FMLN.

En aquella finca de los alrededores de Managua con instalaciones casi aban-

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donadas, comenzó a surgir un sofisti-cado puesto de mando. Se instaló una antena parabólica y una sala de satélite para monitorear todos los noticiarios del mundo e incluso interceptar los in-formes sin editar que los periodistas enviaban a sus centrales sobre todo en Estados Unidos y Europa. En la fron-tera entre Honduras y Nicaragua se es-tableció una compleja red de antenas receptoras para captar emisiones de radio emisoras salvadoreñas y hondu-reñas.

Las comunicaciones del ejército que se hacían a través de los radios PRC 77, que transmitían en banda abierta también eran interceptadas y decodi-ficadas. Toda esta información era re-botada hacia el puesto de mando de Managua. Era ordenada, procesada y analizada por un equipo encabezado por Ana Sonia Medina, “Comandante Mariana” del alto mando del Ejército Revolucionario del Pueblo.

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Los frentes de guerra se enlazaban con Managua a través de Radios de onda corta tipo Yaesu FT. Un complejo siste-ma de computadoras y faxes enlazaban también a Managua, con las repre-sentaciones político-diplomáticas del FMLN en varias ciudades del mundo, incluyendo Nueva York, Washington, Los Ángeles, México, París, Madrid, Londres, Bonn y otras.

7.

El comandante guerrillero Benjamín Landaverde consultó su reloj. Eran las ocho de la noche del día “D”. Dio una orden y un mortero de 60 mm fue disparado contra el cuartel de la Primera Brigada de Infantería ubicado en la zona céntrica de la capital.

Chico, que estaba en San Ramón, un barrio en la zona norte lo escuchó y pensó: “Comenzó esta babosada”. De inmediato ordenó a centenares de guerrilleros el avance hacia la populo-

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sa colonia de edificios multifamiliares Zacamil. Otras fuerzas guerrilleras comandadas por Facundo Guardado, Dagoberto Gutiérrez, Misael Gallardo, José Luis Merino y otros jefes avanzaron hacia Soyapango, Mejicanos, Ciudad Delgado e Ilopango, las ciudades que conformaban el Área Metropolitana del Gran San Salvador.

Decenas de fiestas, cumpleaños y velo-rios se disolvieron y se transformaron en agrupaciones de combatientes. Los participantes recibieron, algunos por primera vez, fusiles y pistolas. Para el coronel Vargas, la ofensiva comenzó an-tes de las ocho de la noche. La batalla de San Miguel había comenzado al caer la tarde. Entrada la noche, ya tenía re-portes de los combates en San Salva-dor, Zacatecoluca, San Vicente, Usu-lután y otros lugares y ciudades. Sabía que quien comandaba el ataque en San Miguel era el legendario comandante Jonás.

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Aunque nunca lo había visto en persona, lo conocía muy bien por los precisos informes de inteligencia.

El coronel Vargas, enfundado en uni-forme de fatiga, no durmió esa noche. Discutió con su personal la situación y preparó la defensa de la ciudad. Con-sideró que el ataque sería recio y que los guerrilleros se retirarían al amanecer.

8.

Setenta y dos horas habían pasado y los rebeldes seguían asediando la ciudad de San Miguel. La situación era de fuerte presión guerrillera en todas las direcciones de combate. Vargas trasladó el puesto de mando hacia el estadio de fútbol “Juan Francisco Barraza”, muy cerca de la colonia Milagro de la Paz, donde Jonás tenía el suyo.

Por esos días, el Coronel concedió una entrevista al periodista Epigmenio Iba-rra del canal 13 de México. Después de

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la entrevista, Vargas le dijo a Epigme-nio: “Sé que vas a entrevistar a Jonás. Decile que le he dejado libre el paso ha-cia el norte para que pueda retirarse tranquilo”. Dos días después Epigmenio regresó y le dijo a Vargas: “Le di a Jonás su mensaje y dice que le ha dejado libre la carretera Panamericana para que pueda retirarse hacia San Salvador”.

Para el martes 14 de noviembre, el Ge-neral Ponce y el resto del Alto Mando de la Fuerza Armada tenían claro que la ofensiva iba para largo y que el poder de fuego de la guerrilla era suficiente. La gran esperanza rebelde era que la población se sumara, de manera masiva, a los combates para transformar la ofensiva en una insurrección genera-lizada. En la colonia Zacamil, relata el comandante Claudio, algunas personas se sumaron a actividades como cons-truir trincheras y hacer comida. Esos gestos estaban muy lejos todavía de ser una insurrección, pero eran muestras de simpatía que podían seguir creciendo.

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La madrugada del 16 de noviembre, un grupo de militares entró violentamente a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y asesinó a 6 sacerdotes jesuitas y dos de sus colaboradoras. La decisión terrible de asesinar a los Je-suitas, un verdadero tanque de pensa-miento, fue tomada, según muchos analistas, por altos jefes militares, en un momento de suma desesperación por el indetenible avance guerrillero. La masacre era una señal de lo que era capaz de hacer el Ejército con cual-quiera que mostrara apoyo a los insur-gentes. Los debates sobre la identidad de los autores del horrendo crimen aún llegan a nuestros días.

Cuando salió el sol ese día 16, los aviones A-37 y helicópteros de ataque ametrallaron y lanzaron cohetes contra las posiciones rebeldes en los barrios populosos. Hasta ese momento, la participación de la aviación no había sido preponderante. Los bombardeos aéreos y la matanza de los sacerdotes

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jesuitas, le dieron un giro a la ofensiva. Los civiles que no se habían ido de sus casas, huyeron despavoridos. Los guerrilleros se quedaron solos en co-lonias, casas, edificios y calles. Chico y el puesto de mando fueron cercados en uno de los edificios de la llamada súper manzana de la colonia Zacamil, en el norte de la ciudad capital. “Creo que aquí nos vamos a morir”, le dijo uno de sus colaboradores. “Vamos a tener problemas, pero para morirnos falta mucho”, le dijo Chico.

9.

Las fuerzas guerrilleras se replega-ron de Zacamil la noche del jueves 17. Reaparecieron el sábado 19 en la parte alta de la ciudad, en las exclusi-vas colonias Escalón y Lomas Verdes. En San Miguel y las demás ciudades, la ofensiva guerrillera fue perdiendo fuerza. Sin embargo, en San Salvador, en un último y espectacular episodio, las fuerzas guerrilleras tomaron por

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asalto el Hotel Sheraton en la colonia Escalón.

La torre VIP del hotel era la sede de los asesores militares estadounidenses y de funcionarios de organismos multi-laterales. Aquel asalto parecía un acto de realismo mágico. Por varias tensas horas, y en un solo sitio, permanecieron guerrilleros, soldados, funcionarios de la OEA, periodistas, obispos y asesores militares norteamericanos. Un coman-do guerrillero acorraló a un grupo de asesores militares estadounidenses en el tercer piso. El comando guerrillero mantenía un cohete RPG-7 apuntando a la habitación donde se habían atrin-cherado los oficiales estadounidenses. Solo esperaban la orden de Armijo para proceder al aniquilamiento. Pero Armijo esperaba también la decisión del alto mando guerrillero en Managua. Aniquilar a los estadounidenses podría tener consecuencias terribles para los mismos guerrilleros. En el Pentágono, los máximos jefes militares sabían que

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estaban enfrentando una situación iné-dita. Ni siquiera en Vietnam habían vivido algo similar. Lo mejor era nego-ciar directamente con los guerrilleros.

Un intenso cabildeo y negociaciones en las que se involucraron los departamen-tos de Defensa y de Estado del gobier-no de los Estados Unidos, diplomáticos del gobierno salvadoreño, la alta jerar-quía de la iglesia católica en El Salva-dor, el frente político-diplomático de la guerrilla, evitó que las unidades gue-rrilleras quemaran vivos, con Lanzaco-hetes RPG-7, a los asesores estadouni-denses que estaban encerrados en el cuarto de la Torre VIP. Horas después, el comando guerrillero salió del Hotel y desapareció en medio de los cercos de la Fuerza Armada, como por arte de magia. La ofensiva había terminado.

10.

Más de 400 guerrilleros perdieron la vida. Centenares más resultaron heri-

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dos. De parte de la fuerza armada las bajas fueron mayores. Muchos civiles murieron. Muchos más perdieron sus casas y demás bienes materiales. Millo-nes de cartuchos fueron disparados. Toneladas de explosivos estallaron. Decenas de puentes fueron derribados.

Por esos días, el heroísmo se volvió cotidiano. Soldados y guerrilleros com-batieron con fiereza. Nadie concedió nada. Nadie se rindió. Comandos de salvamento y periodistas cumplieron con su trabajo desafiando a la propia muerte; algunos no lo lograron.

La guerra jamás volvería a ser la misma. Nadie quería perderla. Pero el intento de ganarla estaba dejando un reguero de muertos: unos guerrilleros, otros soldados, otros civiles; todos sal-vadoreños. La más sangrienta de las batallas sensibilizó a sectores duros y, paradójicamente, abrió espacios a los moderados de uno y otro signo que pugnaban por la solución negociada.

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Después de la ofensiva de noviembre, la solución política al conflicto se volvió inevitable. El 16 de enero de 1992, tras tensas e intensas negociaciones se firmó de manera oficial la paz. Muchos dicen que el cese de fuego en El Salvador fue perfecto. Y es cierto, quizás porque en El Salvador se traspasaron los límites del espanto y el dolor.

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