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TEMA “ARTE Y CREACIÓNEDITORIAL ALGUNAS REFLEXIONES KALEIDOSCÓPICAS Carmen B. López – Portillo R 2 . Toda mirada, para ser humana, tiene que ser una mirada ad-mirada, que se hurta del anonimato. El origen de la vocación por el saber es el asombro, ruptura del ser y su aburrimiento, revelación de lo posible, palpitación inicial de libertad. No es pues la mirada la que hace que la realidad aparezca, sino la mirada ad-mirada. El prefijo denota intensidad, distancia y proximidad, dirección e intención, sobre todo tiempo; es decir, se trata de la mirada intencionada, la mirada consciente de la dirección hacia la que mira, la mirada que toma distancia y se da tiempo para asombrarse y nombrar su asombro, volviendo a sí misma hecha palabra. Por la palabra cumplimos nuestra vocación, hablamos de las cosas con intención de verdad, despertamos a la mirada de su letargo para que cuide el ser de las cosas, para que lo atienda, para evitar que pase in-advertido. Ese estar alerta, dispuesto al ser de las cosas es una forma de ser que se cultiva como vocación. La mirada-admirada mira alerta para evitar que las cosas caigan en el olvido. La ad-miración es como el amor que permite que el tiempo se origine por la experiencia de la conciencia que se distancia de sí para recuperarse, creando la duración propia, originando el tiempo presente que surge de sí, en la ruptura misma del tiempo. "El estremecimiento –dice Goethe - es la parte mejor de la humanidad. Por mucho que el mundo se haga familiar a sus sentidos, siempre sentirá lo enorme profundamente conmovido." Este estremecimiento de la mirada da nacimiento al presente. En la ruptura del tiempo que la mirada provoca se origina también la libertad porque reconoce lo otro, lo distinto, lo extraño, lo sagrado. El ser humano es el ser de la mirada, y porque es consciente de sí, de su tiempo, de su mortalidad, de su libertad, puede mirar intencionadamente para darle sentido a su ser, a su ser en el mundo, a su ser con los otros, a lo que lo trasciende; y después de la admiración puede generar ideas que lo expliquen y le den sentido. Pero ¿por qué necesitamos ideas para existir? ¿por qué producimos y renovamos, en un acto eminentemente humano, ideas de nosotros mismos, de los otros, del mundo, del tiempo, de nuestras obras y su sentido, de lo que nos trasciende? ¿por qué preguntamos? ¿Cuáles son los motivos por los que tomamos una decisión y no otra, por los que optamos por una relación y no otra, un autor y no otro, una obra, una persona, un lugar, un tiempo, un color, una forma, una lectura, una cosa, una palabra y no otra? ¿Por qué nos gusta lo que nos gusta? En fin, ¿por qué elegimos una forma de ser, aun sabiendo que ese ser que somos cambia, aun sabiendo que somos tiempo, polvo, nada? Tal vez porque nuestro ser no está hecho de una vez y para siempre, porque somos seres menesterosos que cumplimos lo que somos en vinculación con los demás. Nuestro ser se cumple en el encuentro con el otro, nuestra identidad se afirma en el instante en que el otro nos mira; el diálogo es el vínculo por excelencia ya que gracias a él el sentido se expande y la verdad aparece como posibilidad en el horizonte. Habitamos la libertad con la palabra, no somos indiferentes, no nos da lo mismo, somos seres capaces de valorar, somos seres capaces de darle sentido a la vida, a lo que somos, a lo que hacemos. El ser humano es el ser de la expresión y, debido a esto, el ser del sentido. Somos seres interpretativos. Y la interpretación, cuando nos aventuramos de manera inocente y gratuita, es un acto propiciatorio en el que el yo, el otro, el mundo nos es revelado y podemos vislumbrar mundos diferentes, del todo inciertos. En esa búsqueda comprometemos nuestro ser produciendo el sentido del tiempo de la coincidencia, adivinamos en ese diálogo con nosotros mismos, interlocutor cotidiano y a la vez desconocido, en ese conversar con el otro que somos, las múltiples, acaso inagotables, posibilidades del ser Lo que nos define es justamente nuestra variabilidad, nuestra diversidad, nuestro ser tiempo, lo que nos define es nuestra libertad, y la libertad se ejerce sólo, como sugiere Nicol, para producir lo evanescente. Tal vez, efectivamente, la prueba existencial de la libertad es la autoconciencia, la libertad es una potencia de ser que aparece en el acto, que se manifiesta en la decisión, que se consuma en la vida, en una forma de vivirla. Tal vez por eso nos importa saber, para valorar y luego decidir bien. Tal vez también por ello buscamos las rimas, las consonancias, las formas, las armonías, los ritmos y los colores que nos explican, las correspondencias que nos dan sentido. Al ser humano se le conoce por lo que hace, por la manera como se conduce y como se vincula, por la forma como permanece en el tiempo, por lo que fabrica, por lo que crea, por lo que inventa, por lo que imagina o sueña, por como valora lo que hereda, por como cambia, por como recuerda, y valora su pasado y su presente, por lo que desea en su futuro, por como interioriza su vida. Al ser humano se le conoce por lo que expresa. El ser humano expresa su ser y lo hace de múltiples maneras, y este acto consiste en darse a conocer a través de lo que expresa. Toda expresión es relativa, nos relaciona con los factores de la acción. Hay muchas formas de hablar y muchas cosas de qué hablar. Podemos buscar un sentido vital a nuestra existencia, podemos negarlo o dudar de él. Lo dicho y lo hecho siempre tienen sentido, incluso cuando callamos o cuando no hacemos nada. El silencio tiene también sentido cuando es un silencio humano. Aun en la dimensión del silencio somos seres en diálogo, somos seres expresivos, y la expresión siempre es productora de sentido. El sentido se cumple en el diálogo con los otros, que interpretan lo dicho o lo hecho, el silencio o la inactividad, y al interpretarlo lo completan. La expresión implica una relación de comunicación a la que es inherente una multiplicidad de posibilidades de ser, de acción y, por tanto, de interpretaciones. Nos enfrentamos a una ambigüedad. Como se puede ser de varios modos, ontológicamente hablando, lo que se expresa puede entenderse de varios modos, Kaleidoscopio - EDITORIAL A R T E Y C R E A C I O N © Universidad del Claustro de Sor Juana, SA de CV., 2011 E D I T O R I A L

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EDITORIAL NUMERO ZERO, REVISTA KALEIDOSCOPIO

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TEMA “ARTE Y CREACIÓN”EDITORIAL

ALGUNAS REFLEXIONES KALEIDOSCÓPICASCarmen B. López – Portillo R2.

Toda mirada, para ser humana, tiene que ser una mirada ad-mirada, que se hurta del anonimato. El origen de la vocación por el saber es el asombro, ruptura del ser y su aburrimiento, revelación de lo posible, palpitación inicial de libertad. No es pues la mirada la que hace que la realidad aparezca, sino la mirada ad-mirada. El prefijo denota intensidad, distancia y proximidad, dirección e intención, sobre todo tiempo; es decir, se trata de la mirada intencionada, la mirada consciente de la dirección hacia la que mira, la mirada que toma distancia y se da tiempo para asombrarse y nombrar su asombro, volviendo a sí misma hecha palabra. Por la palabra cumplimos nuestra vocación, hablamos de las cosas con intención de verdad, despertamos a la mirada de su letargo para que cuide el ser de las cosas, para que lo atienda, para evitar que pase in-advertido. Ese estar alerta, dispuesto al ser de las cosas es una forma de ser que se cultiva como vocación. La mirada-admirada mira alerta para evitar que las cosas caigan en el olvido. La ad-miración es como el amor que permite que el tiempo se origine por la experiencia de la conciencia que se distancia de sí para recuperarse, creando la duración propia, originando el tiempo presente que surge de sí, en la ruptura misma del tiempo.

"El estremecimiento –dice Goethe - es la parte mejor de la humanidad. Por mucho que el mundo se haga familiar a sus sentidos, siempre sentirá lo enorme profundamente conmovido." Este estremecimiento de la mirada da nacimiento al presente. En la ruptura del tiempo que la mirada provoca se origina también la libertad porque reconoce lo otro, lo distinto, lo extraño, lo sagrado.

El ser humano es el ser de la mirada, y porque es consciente de sí, de su tiempo, de su mortalidad, de su libertad, puede mirar intencionadamente para darle sentido a su ser, a su ser en el mundo, a su ser con los otros, a lo que lo trasciende; y después de la admiración puede generar ideas que lo expliquen y le den sentido.

Pero ¿por qué necesitamos ideas para existir? ¿por qué producimos y renovamos, en un acto eminentemente humano, ideas de nosotros mismos, de los otros, del mundo, del tiempo, de nuestras obras y su sentido, de lo que nos trasciende? ¿por qué preguntamos? ¿Cuáles son los motivos por los que tomamos una decisión y no otra, por los que optamos por una relación y no otra, un autor y no otro, una obra, una persona, un lugar, un tiempo, un color, una forma, una lectura, una cosa, una palabra y no otra? ¿Por qué nos gusta lo que nos gusta? En fin, ¿por qué elegimos una forma de ser, aun sabiendo que ese ser que somos cambia, aun sabiendo que somos tiempo, polvo, nada?

Tal vez porque nuestro ser no está hecho de una vez y para siempre, porque somos seres menesterosos que cumplimos lo que somos en

vinculación con los demás. Nuestro ser se cumple en el encuentro con el otro, nuestra identidad se afirma en el instante en que el otro nos mira; el diálogo es el vínculo por excelencia ya que gracias a él el sentido se expande y la verdad aparece como posibilidad en el horizonte. Habitamos la libertad con la palabra, no somos indiferentes, no nos da lo mismo, somos seres capaces de valorar, somos seres capaces de darle sentido a la vida, a lo que somos, a lo que hacemos. El ser humano es el ser de la expresión y, debido a esto, el ser del sentido. Somos seres interpretativos. Y la interpretación, cuando nos aventuramos de manera inocente y gratuita, es un acto propiciatorio en el que el yo, el otro, el mundo nos es revelado y podemos vislumbrar mundos diferentes, del todo inciertos. En esa búsqueda comprometemos nuestro ser produciendo el sentido del tiempo de la coincidencia, adivinamos en ese diálogo con nosotros mismos, interlocutor cotidiano y a la vez desconocido, en ese conversar con el otro que somos, las múltiples, acaso inagotables, posibilidades del ser

Lo que nos define es justamente nuestra variabilidad, nuestra diversidad, nuestro ser tiempo, lo que nos define es nuestra libertad, y la libertad se ejerce sólo, como sugiere Nicol, para producir lo evanescente. Tal vez, efectivamente, la prueba existencial de la libertad es la autoconciencia, la libertad es una potencia de ser que aparece en el acto, que se manifiesta en la decisión, que se consuma en la vida, en una forma de vivirla. Tal vez por eso nos importa saber, para valorar y luego decidir bien. Tal vez también por ello buscamos las rimas, las consonancias, las formas, las armonías, los ritmos y los colores que nos explican, las correspondencias que nos dan sentido.

Al ser humano se le conoce por lo que hace, por la manera como se conduce y como se vincula, por la forma como permanece en el tiempo, por lo que fabrica, por lo que crea, por lo que inventa, por lo que imagina o sueña, por como valora lo que hereda, por como cambia, por como recuerda, y valora su pasado y su presente, por lo que desea en su futuro, por como interioriza su vida. Al ser humano se le conoce por lo que expresa. El ser humano expresa su ser y lo hace de múltiples maneras, y este acto consiste en darse a conocer a través de lo que expresa. Toda expresión es relativa, nos relaciona con los factores de la acción.

Hay muchas formas de hablar y muchas cosas de qué hablar. Podemos buscar un sentido vital a nuestra existencia, podemos negarlo o dudar de él. Lo dicho y lo hecho siempre tienen sentido, incluso cuando callamos o cuando no hacemos nada. El silencio tiene también sentido cuando es un silencio humano. Aun en la dimensión del silencio somos seres en diálogo, somos seres expresivos, y la expresión siempre es productora de sentido. El sentido se cumple en el diálogo con los otros, que interpretan lo dicho o lo hecho, el silencio o la inactividad, y al interpretarlo lo completan. La expresión implica una relación de comunicación a la que es inherente una multiplicidad de posibilidades de ser, de acción y, por tanto, de interpretaciones. Nos enfrentamos a una ambigüedad. Como se puede ser de varios modos, ontológicamente hablando, lo que se expresa puede entenderse de varios modos,

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semánticamente hablando. Fundada de ese modo la ambigüedad, en el lenguaje se presenta como ambigüedad de significaciones.Octavio Paz escribió en Los Privilegios de la Vista que “el ser es invisible y estamos condenados a verlo a través de una vestidura tejida de símbolos. El mundo es un racimo de signos, La representación significa la distancia entre la presencia plena y nuestra mirada: es la señal de nuestra temporalidad cambiante y finita, la marca de la muerte. Así mismo es el puente de acceso, ya que no a la presencia pura y llena de sí, a su reflejo; nuestra respuesta a la muerte y al ser, a lo impensable y a lo indecible. Si la representación no es abolición de la distancia- el sentido jamás coincide enteramente con el ser – es la transfiguración de la presencia, su metáfora.”

Se trata de descubrir las relaciones secretas entre las cosas, proclamando aquello que tienen de irregular y único, permitiendo que aparezca un objeto insólito. Tal vez ese es el vértice de la intuición que se entiende como sim-pathía, por la cual, como dice Bergson, "nos transportamos al interior de un objeto para coincidir con lo que tiene de único y por consiguiente de inexpresable."

El ser humano es un ser privilegiado, es un ser que disfruta del privilegio de los sentidos, es un ser que se conmueve de manera peculiar ante el tiempo, el color, la forma, el volumen, la línea, la textura, la sonoridad y la palabra, puede valorar aquello que ve, que oye, es sensible a esa manera de expresar lo mejor que somos: el arte. Hay muchas formas de expresión, como hay muchas maneras de ser, pero hay algunos seres humanos cuya expresión permite que nos reconozcamos en la intimidad milagrosa de sus obras, hay seres que nos permiten oír no sólo con los ojos sino con el espíritu, hay seres que tienen el “don de volver sensible lo impalpable y visible lo incorpóreo," como lo sugiere Paz. Acaso el arte permite que el ser humano cumpla de la mejor manera su libertad; hace que la realidad aparezca, consuma la apariencia del ser. Pero el tránsito de lo sensible a lo inteligible no se da al interior de la obra sino en un sistema de signos que encuentran su significación en otros sistemas. Los valores artísticos no son autónomos construyen siempre una representación sin la cual la obra no significaría. La obra sobrevive gracias a las interpretaciones de quien mira, de quien escucha, de quien atiende, de quien admira. “Esas interpretaciones - dice Paz - son en realidad resurrecciones, sin ellas no habría obra. La obra traspasa su propia historia sólo para insertarse en otra historia."

Esa comprensión no puede ser sino aproximada: un vislumbre. Acaso el artista es algo así como un traductor, aunque la traducción sea una transmutación, una recreación, una tangencia que requiere que el otro mire, escuche, atienda, se conmueva, vibre, se cimbre, reaccione y responda, se admire.

Hay muchas clases de acciones humanas, ya lo dijimos, y muchas maneras de interpretarlas, de definirlas, de darles sentido. Algunas se deben a ciertas causas, otras se adoptan para conseguir ciertos propósitos. La cuestión del arte es que no obedece exclusivamente a causas o a propósitos.

El carácter variado de lo que denominamos arte es un hecho. El arte no sólo adopta formas diferentes según las épocas, los países o culturas;

desempeña también funciones diferentes. Surge de motivos diferentes, satisface diferentes necesidades.

Lo primero que podemos decir es que el arte es una actividad humana, no es un producto de la naturaleza; es una actividad consciente, intencionada, no es producto del azar, aunque a veces éste intevenga. La cuestión está en cómo derivar del género próximo, a la diferencia específica; es decir cómo separar el arte de otras actividades humanas, conscientes, de otras expresiones de la cultura.

Es difiícl encontrar el común denominador entre un volumen, una rima, un giro, un trazo, una armonía. ¿Acaso el arte es esa actividad que produce belleza? pero la belleza es una noción ambigua, que responde a contextos a formas de sentir, de interpretar el agrado o la aprobación. Tal vez lo propio del arte sea representar o reproducir la realidad; pero nos vuelve a pasar lo mismo que con el concepto de belleza, es decir, la representación es mera apariencia? Es imitación? Acaso de lo que se trata con el arte es construir cosas, configurarlas, darle forma a algo. Lo que sucede con esta idea es que es demasiado amplia ya que no sólo el artista dota de forma a la materia. Sería ncesario encontrar las cualidades de esa forma para que sea forma artísitica, con lo que nos complicamos de nuevo. Acaso el rasgo que distingue al arte es la expresión, la intención con que se hace; o tal vez de lo que se trata es de producir una experiencia estética, de identificar el efecto positivo que produce en el receptor. Pero el arte debe siempre producir un efecto positivo? Qué pasa cuando produce un choque, una perplejidad? Cuando la experiencia es abrumadora, desconcertante, escandalosa? Qué pasa cuando la obra impresiona? Bergson afirmaba que el arte aspira a imprimir en nosotros sentimientos, más que a expresarlos.

Cómo definir, pues, lo que el arte es? Cómo establecer criterios que sean necesarios y suficientes para su comprensión? Existe una propiedad que sea común a todas las obras de arte? Y esta propiedad es válida en todos los tiempos y culturas, en todas las épocas y manifestaciones? Cuáles son los criterios, las leyes, los cánones, los estándares, las reglas del arte? Nace el arte de una inquietud metafísica? Es un acto íntimo, es una expresión de la vida interior? Cuál es la función del arte? Es crear belleza? Es representación? Es expresión? Es intención? Es construcción? Es experiencia? Es forma? Es impresión? Es emoción? Es perfección? Es el arte imitación, descubrimiento, invención? Es el ejercicio más pleno de nuestra libertad? Es la expresión mejor lograda de la creatividad? Cómo aproximarnos a lo que el arte es? Según la intención? Según el efecto? Según el producto y su relacion con la realidad? Según el valor? Según su permanencia en el tiempo? Según el reconocimiento social que se hace de la obra o del artista?

Si bien cada una de estas miradas sobre el arte tiene algo de razón, ninguna abarca la totalidad de esa actividad humana, consciente, que se denomina arte; cada una de ellas reduce lo que el arte es.

Es posible, es deseable definir lo que el arte es? Es siquiera necesaria una definición del arte? Por qué?

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Heiddeger afirmaba que la obra de arte es una cosa que cuando menos debe cumplir una de las tres funciones ontológicas, ya sea que manifieste, articule o reconfigure el estilo de una cultura desde la dimensión de esa cultura.

Cuando la obra explica el mundo en un tiempo y en un espacio definidos, cuando articula la esfera de actividad práctica de una comunidad que se expresa por acciones voluntarias referidas al sistema y por tanto coherentes; cuando interactúa, influye, modifica y reconfigura la realidad, propiciando una nueva forma de pertenencia y de permanencia, una proyección de futuro una nueva forma de comprender el ser y el quehacer de una comunidad, entonces, dice Heidegger, nos encontramos frente a una obra de arte. Pareciera entonces que, para que una obra de arte se sostenga debe tener algún tipo de efecto social, cultural, político.

George Steiner dice que “somos invitados de la vida. En este pequeño planeta en peligro debemos ser huéspedes! … la palabra huésped denota tanto a quien acoge como a quien es acogido. Es un término milagroso. Es ambas cosas! Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa a la que uno ha sido invitado un poco más rica, más humana, más justa, más bella de lo que uno la encontró. Creo que es nuestra misión, nuestra tarea … es nuestra vocación, nuestra llamada al viaje con los seres humanos, a ser siempre los peregrinos de lo posible.”

Si el arte nace del asombro, de un deseo de insurrección, de una revuelta interna que, superando el narcisismo, aspira a cambiar el mundo comunicando lo que le da origen, logrando que el otro modifique su forma de ser, de pensar, de sentir, entonces el arte cumple el mandato de la hospitalidad: hacer de este mundo un mundo mejor, más habitable, más humano.

Como una manera de cumplir su vocación humanística y el compromiso con la difusión y promoción del arte y la cultura, la Universidad del Claustro de Sor Juana y la Fundación Carmen Romano de López – Portillo abren un espacio de reflexión sobre el arte y los artistas; un espacio de encuentro, de diálogo y de interrogación sobre la experiencia artística, sobre las obras, los sitios de difusión y de promoción de las actividades artísticas. Este proyecto nació gracias a la inventiva, al talento y la tenacidad de una joven artista, Tatiana Ortiz-Rubio, quien ha trabajado durante meses en la forma y en el fondo, en el diseño y en los contenidos, inventando imágenes, haciendo entrevistas y rompecabezas, inspirando a un grupo de alumnos que se animaron a apoyar la revista. A todos ellos, a Tatiana, a las alumnas María José Ballesteros, Sofía Llorente, Dafne J. Díaz de la Vega, Andrea Anaya, muchas gracias; así como al equipo del Colegio de Arte y Cultura, encabezado por su directora Soledad Galdames, y a los responsables de sistemas y de la página web de la Universidad. Quiero agradecer muy especialmente a los artistas, críticos y académicos que se sumaron al proyecto: a Saúl Kaminer quien inauguró el espacio del artista invitado, a Sylvia Navarrete, Julien Cuisset, Jolanta Klyszcz, Claudia Chibici – Revneanu y Leslie Zaidenweber sus textos. A los miembros del Consejo Editorial: Alberto Blanco, Andrés Carretero, Carmen Cuenca, Julien

Cuisset, Daniel Liebsohn, Oscar Román, Rodrigo Rivero – Lake y Sally Yard, gracias por su apoyo.

Hemos llamado a esta revista Kaleidoscopio, escrito con “K” porque en griego kalós significa bello. El caleidoscopio es una metáfora del arte, reúne muchos de los elementos que lo explican: la belleza, la representación, la forma, la luz, al armonía y la proporción; la expresión, la intención y el sentido; la experiencia y la impresión, el azar, el caos y el tiempo conjugado, la duración y el presente; y sobre todo la necesidad del yo y del otro cuya ad-mirada le da sentido y luminosidad a esta revista.

Deseamos, desde este Kaleidoscopio aproximarnos al arte, comprenderlo, tomar distancia, propiciar la mirada admirada, intencionada; deseamos crear caminos distintos, acaso más allá de los conceptos, construir a partir de la fluidez, de la disposición a moldearse sobre las huidizas formas de la intuición, una idea del arte, diálogo luminoso, plural, creativo, azaroso que sucumbe y nace de la seducción de la obscuridad rilkeana:

Obscuridad de la que yo desciendo, te amo más que a la llama

que al mundo pone límites.

Carmen Beatriz López-Portillo Romano Rectora Universidad del Claustro de Sor Juana