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MAHATMA GANDHI

Un místico de la política

RAMIRO CALLE

Ediciones Librería ArgentinaAndrés Mellado, 46

28015 MadridEspaña

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Índice

1. Al comienzo del sendero 72. Occidente cara a cara 193. Una dura prueba 314. De vuelta a la India 455. Resurgimiento político de Gandhi 516. Contra los “grandes hombres” 557. Perfil psicológico de Gandhi 698. La muerte de un gran idealista 759. Galería de fotos 7910. Frases célebres 87

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1. Al comienzo del sendero

Si ha habido algún hombre que ha tratado depurificar la política hasta sus últimos extremos, ése sinduda alguna ha sido Mohandas Gandhi; un hombre res-petado y querido por amigos y enemigos, por compa-triotas y extranjeros; un hombre digno, amante de laverdad, sencillo y cariñoso, pacífico hasta donde más nocabe, increíblemente humano y preocupado por las difi-cultades sociales.

Sobre él escribió Einstein: “Las generaciones venideras apenas podrán

creer que semejante hombre de carne y hueso haya vivi-do sobre la faz de la tierra”.

Pero para bien y gloria de su pueblo, lo hizo. Éldemostró que el camino de la violencia no es ni muchomenos el correcto. Aunque aparentemente frágil, diomuestras durante su larga vida de una férrea voluntady de una estricta disciplina. No fue perfecto en absolu-to, pero era tal el poder de su energía espiritual, quesabía llegar hasta el corazón de los más escépticos ydesapasionados.

Millones de seres humanos le reverenciaroncomo a un Dios; millones de seres humanos continúanahora admirándole y viviendo a través de él. A sumanera, fue un reformador, un santo un psicólogo y,sobre todo, un “leader” de las masas. Jamás traicionósus creencias ni hizo concesiones en ese sentido: erahonesto y consiguió, a expensas de prolongados esfuer-zos, aquello que se proponía: liberar a su país sin nece-sidad de recurrir a la violencia.

Su gigantesca labor parece casi un milagro anuestros ojos. Gandhi ha muerto, pero su admirableobra jamás podrá pasar inadvertida para los hombres;

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porque en ella había algo que merece ser destacado:amor y tolerancia.

Nace Mohandas Karamchand Gandhi el 2 deoctubre de 1869 en Porbandar (Kathiawar). Su padreestaba casado, en cuartas nupcias, con Putlibai, queantes le había dado otros hijos. Putlibai era una mujer,aunque no muy instruída, buena y cariñosa, amante delhogar. Karamchand, su padre, había tenido la desgraciade enviudar tres veces lo que por fuerza le había hechosufrir una y otra vez. Era un hombre de cierta impor-tancia y siempre recto en sus costumbres. Con talespadres, Mohandas creció en un ambiente familiar feliz.Era un adolescente taciturno y callado, introvertido,común por lo demás al resto de los adolescentes. Untanto temeroso y esquivo, no era dado a los deportes ygustaba de la soledad. La timidez siempre fue un rasgopredominante de su carácter; era también irresoluto eindeciso, y se asustaba con gran facilidad.

Cuando Mo-handas tenía sieteaños, la familia se tras-ladó a Rajkot, endonde era obvio que elniño podría obteneruna más sólida educa-ción escolar. EnPorbandar, empero,ya había realizadoalgunos estudios queampliaría en la escuelade Rajkot. Hay queseñalar que las inquie-tudes intelectuales yespirituales de Mo-

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handas no eran cubiertas por las explicaciones de suspadres, que a decir verdad no gozaban de una buenapreparación en este aspecto.

Mohandas no era en absoluto un muchachomodelo. En los estudios apenas destacaba y, por otraparte, resultaba travieso y desobediente. Aun cuando leestuviera prohibido fumar, lo hacia de vez en cuando, ysi no tenía el dinero suficiente para ello recurría al hurtocon sorprendente naturalidad; en ocasiones sustrajoalgunas monedas a los criados o a sus familiares, y tam-bién olvidó la regla que le prohibía comer carne.

Pero los remordimientos de conciencia empeza-ron para Mohandas, cuando con dolor se preguntabahasta qué punto era correcto lo que estaba haciendo.Resultado de tales remordimientos fue que dejase dehurtar, fumar y comer carne. Se prometió a sí mismoque cambiaría de conducta. Y lo hizo.

Las dificultades comenzaron realmente paraMohandas a partir de su matrimonio, que se celebrócuando apenas contaba trece años de edad, ya que esta-ba comprometido con Kasturbai -su esposa- desde lossiete años. Kasturbai era hija de un comerciante dePorbandar llamado Gokaldas Mokanji, antiguo amigode la familia Gandhi. Afortunadamente paraMohandas, la joven era de su agrado. La boda se llevó acabo en Porbandar, a la manera tradicional, es decir,haciendo gala de hermosos vestidos y de una pomposaceremonia. Mohandas permanecía muy serio, al igualque la joven Kasturbai, únicamente dos meses menorque él. Segun diría mucho después el Mahatma, todo lepareció en aquella ocasión correcto, apropiado y agra-dable.

Los primeros meses de matrimonio fueron losmás complicados. Aunque Mohandas amaba fervorosa-

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mente a Kasturbai, se esforzaba una y otra vez en quesólo prevalecieran sus opiniones y decisiones. PeroKasturbai, aunque era una joven muy tranquila y sose-gada, no se dejaba fácilmente someter, y cuando suesposo se irritaba con ella, optaba por alejarse de él porespacio de unas horas, lo que lógicamente exasperaba almuchacho. Cabe deducir ya de esta actuación deKasturbai, que era una mujer tenaz e inteligente, auncuando fuese prácticamente analfabeta. Los esposos, noobstante, se amaban con esa pasión vigorosa y saluda-ble de los jóvenes años; pasión que, como más adelanteveremos, creó graves problemas psicológicos aMohandas.

Ante las continuas salidas de Kasturbai,Mohandas sentía una grave inquietud, motivo por elque le prohibió terminantemente que se alejara de sulado. La sabia Kasturbai se encogía de hombros, escu-chaba con aparente sumisión las palabras de su maridoy después obraba en consecuencia, es decir, seguíasaliendo con sus familiares y amigas. Mohandas nopodía resistirlo; señal de ello es que abandonó casi porcompleto sus estudios. Él, siempre obediente a los man-datos familiares, no alcanzaba a comprender por qué su

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esposa no le prestaba la atención debida en este aspec-to. Además, Gandhi no era en su trato una persona sen-cilla; gustaba de imponer sus decisiones, educar y refor-mar a los que le rodeaban. Nada de esto le sirvió con sujoven mujer, por lo que estaba poco menos que al bordede la desesperación.

Llegó el día en que Mohandas decidió empleartodos tos recursos que fuesen necesarios para someter lavoluntad rebelde de Kasturbai. En tono un poco ásperole dijo que no saliera bajo ningún concepto. ¿Cuál fueentonces la reacción de la esposa? Bien simple: salió dela casa y no retornó hasta pasadas unas horas.Mohandas estaba perplejo, malhumorado y con los ner-vios en tensión. Kasturbai volvió adoptando una actitudde clara indiferencia e incluso osando entonar algúnhimno que otro. Cuando Mohandas salió del conse-cuente estado de sorpresa en el que le sumía la posturade su mujer, dijo con voz imperiosa:

-Es necesario que hagas aquello que yo te mande.Soy tu marido y de acuerdo con nuestras leyes soy tudios. ¿Cómo eres capaz de desobedecerme? ¿No tienespudor?

Kasturbai hizo aquello que ya hace tiempo veníahaciendo: guardar silencio. Pasados unos segundos, congran serenidad por su parte, Kasturbai salió de la estan-cia. No hace falta decir cómo se sintió Mohandas; resul-taba terrible para él, orgulloso y desafiante, saber queera incapaz de dominar a su mujer.

Kasturbai, seguramente harta de la opresión queejercía -o quería ejercer- su esposo sobre ella, diocomienzo a una guerra pasiva. No sólo conservabadurante todo el tiempo un hermético silencio, sino queademás se negaba a probar alimento alguno. Ella, sinsaberlo, estaba practicando fielmente el satyagraha

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(resistencia pasiva), sistema en el que Gandhi llegaría aser un verdadero experto.

¡Cuán verdad es aquello de que toda monedatiene sus dos caras! Si por una parte Gandhi hubo desufrir en aquella época lo indecible, por otra, aprendióde su esposa ese gran caudal de energías que represen-ta la resistencia pasiva. Muchos años después, Mahatmadiría:

“Aprendí la lección de la no-violencia de mimujer, cuando me esforcé por doblegarla a mi voluntad.Su abierta resistencia a mi voluntad por una parte y sutranquila sumisión a sufrir mi estupidez por otra, aca-baron por hacer que sintiese vergüenza de mí mismo yme sanaron de mi estupidez al pensar que había nacidopara gobernarla; y por último se convirtió, pues, en mimaestra en no-violencia”.

Mohandas descubrió entonces que nada fructífe-ro podría obtenerse por medio de procedimientos norazonados y hasta cierto punto violentos, como los queél venia utilizando. Era como lanzar un “boomerang”:siempre se revuelve contra quien lo lanza.Comprendiendo su error, Mohandas empezó a tratar asu esposa con dulzura.

Pasado un tiempo, fue ella la que, agradecida,dijo:

-Puesto que ahora te esfuerzas en comportartejustamente, haré lo posible por visitar menos a misparientes y amigas.

La paz matrimonial había llegado, lo que dejabamás tranquilo el espíritu de Mohandas y facilitaba susactividades escolares. Pero todavía habría problemaspara el joven Gandhi.

Un compañero suyo le llevó a una casa de prosti-tución y antes de que Mohandas se diese cuenta de lo

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que sucedía a su alrededor se encontró junto a unamujer de bastante edad. Se sintió desfallecer. Habíadeseado mucho aquella relación, pero ahora se encon-traba indeciso y trastornado. La mujer le miraba pensa-tiva, interrogante. Mohandas no se decidía a actuar;hubiera preferido no haber ido a aquel lugar. Pero allíestaba, y a su lado había una mujer esperando susdemostraciones afectivas. La prostituta, exasperada,preguntó en tono adusto:

-Bueno, ¿qué esperas? Contesta algo.La sangre pareció congelarse en las arterias de

Mohandas, que muy tímido y asombrado, no sabia quéresponder.

Ante su grave silencio la mujer agregó: -¿Eres acaso sordomudo? La gente no viene a

este lugar a ver el piso.El joven seguía como si estuviese sumido en el

más profundo de los éxtasis. ¿Qué hacer? ¿Qué decir?¿Cómo salir de esta situación? Estaba lívido, nervioso.

La mujer no pudo mantener por más tiempo suautodominio, y estalló:

-No eres únicamente sordomudo. Eres tambiénestúpido. No me hagas perder más el tiempo. ¡O hacesalgo o te vas de aquí!

Mohandas, sentado sobre la cama, estaba comoparalizado. Se sentía insignificante y humillado. Lafuria de la mujer se desató de pronto. Ghandi comenzóa temblar. La prostituta le empujó hacia la salida y cerrócon violencia la puerta del cuarto.

Mohandas parecía un cadáver andante. Estabaavergonzado. Se reanimó un poco y comenzó a descen-der por las sucias escaleras. Todavía, a sus espaldas,pudo escuchar las estridentes carcajadas de aquellaferoz mujer que le había ridiculizado e insultado. Salió

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a la calle y comenzó a pensar. Únicamente sentía doscosas: vergüenza y remordimientos. Además una ideale aterraba: ¿qué sucedería si Kasturbai se enterase deaquello? ¿Cómo reaccionaría su joven mujer? No com-prendía cómo podía habérsele ocurrido dar aquellamentable paso.

Llegó a su hogar y reflexionó con más calma. Ibaa hacer un gran esfuerzo y a contárselo todo aKasturbai; ella sabría comprender. No fue fácil comen-zar a hablar, en absoluto. Balbuceó algunas palabras yfinalmente se decidió. Kasturbai escuchaba en silencio,con el rostro ensombrecido. Cuando Mohandas acabóde hablar, su mujer se levantó, dijo:

-“¡Oh, Dios!' -y se marchó de la habitación-.Mohandas estaba desolado. ¿Podría ella perdonarle? ¿Sería ella tolerante y

comprensiva para con su debilidad? Y Kasturbai perdonó. Siempre demostró ser una

gran mujer y si admiración nos produce la vida y con-ducta de Gandhi, no menos debe causárnosla la deKasturbai; porque es necesario resaltar que siempre sehabla con fluidez de los grandes hombres, pero no exis-te ni una palabra de elogio para sus mujeres, cuandofueron ellas en realidad las que tuvieron que soportarese vacío doloroso que se produce con frecuencia en loshogares de estos hombres destacados. Todo hombre quese debe a la gente en general, sacrifica a su familia, yKasturbai no representa una excepción a esta regla. Ellatuvo que someterse a ideas y creencias con las que nocomulgaba plenamente, pasar por ciertas cosas que nohubiera aceptado en el supuesto de no amar profunda-mente a su marido. Si él fue digno, ella siempre fue unaesposa digna de él. Ambos tenían personalidades untanto diferentes, pero ella supo plegar la suya ante la de

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él. Jamás desfalleció, apenas se lamentó durante toda suvida, siempre estuvo con honestidad en el lugar -unasveces más afortunado y otras menos- en el queMohandas la situó.

Como ya he dicho anteriormente, la pareja seentregó a un apasionado y turbulento amor. Esto es lológico, lo normal; pero como luego veremos, Gandhi,por una serie de motivaciones psicológicas que seríanecesario determinar, no era en absoluto partidario deque los cuerpos se amasen. Sin embargo, su pasión amo-rosa era más violenta y poderosa que sus razonamien-tos en contra. Por ello, con la vitalidad del joven que era,permanecía durante mucho tiempo entre los cálidosbrazos de su mujer. La pasión le tenía prácticamenteobsesionado.

A los dieciséis años, en 1885, Mohandas ya teníaun hijo. En esa época aprobó sus exámenes. El deporteseguía sin despertar su atención; consideraba que seperdía el tiempo con su práctica. Aunque Kasturbai eramenos pasional, cedía con agrado a los impulsos amo-rosos de Mohandas. Las relaciones amorosas, el domi-nio que ellas tenían de su mente, evitaba los buenosresultados de Gandhi en sus actividades escolares.Debido a sus estudios, tuvo que separarse de ella, lo quele producía un dolor inenarrable y le impedía toda apli-cación cultural. Los fracasos se repitieron una y otravez. Mohandas no podía vivir sin su querida Kasturbai.

Lloraba con frecuencia; las lágrimas eran suúnico consuelo en el vacío enorme que le había dejadola separación de su mujer. No pudo resistir más; dejósus estudios y volvió al lado de Kasturbai. La familiaGandhi se sintió decepcionada ante este suceso, susmiembros comenzaron a discutir la situación. Entoncesse dijo que Mohandas debería partir para Inglaterra y

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obtener el título de abogado. Cuando el joven se enteróde esta decisión, al contrario de lo que pudiera supo-nerse, se sintió muy animado y lo aceptó. Un nuevomundo, fabuloso a sus ojos juveniles, se abría ante él. Laidea tomó fuerza y Mohandas comenzó a tratar de con-vencer a su madre, que terminantemente se oponía aella.

-Te juro ser bueno, mamá -dijo Mohandas-.Déjame ir.

La madre guardaba silencio. Inglaterra era paraella como un peligroso jardín de tentaciones.

-Por favor, mamá, por favor –pero la madre con-tinuaba oponiéndose-.

¡Cómo se le ocurría siquiera a su hijo la idea de ira un lugar tan horrible como aquel; un lugar sin sol,siempre triste; un lugar en donde las mujeres trataríande absorberle! Pero la tenacidad de Mohandas, esaimplacable tenacidad que mostraría a lo largo de todasu vida, consiguió el triunfo. La madre, aunque no con-vencida del todo, cedió a los ruegos de su hijo.

Lleno de alegría, se presentó ante Kasturbai ysuavemente le comunicó la noticia. La joven se asustó;siempre había oído el peligro que representaban lasmujeres inglesas para los jóvenes maridos. Pero Gandhi,que cuando quería tenía más de poeta que de político,dijo con voz firme:

-Si aquí tengo oro, ¿para qué necesito yo palide-ces?

Tales palabras confortaron a Kasturbai, pero nolo suficiente. Sabía que durante mucho tiempo no con-taría con su esposo. Pero nada dijo. Aquel viaje erasumamente importante para Mohandas; podría obtenersu título de abogacía y labrarse un porvenir.

Días de entusiasmo y excitación. Mohandas

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comienza sus preparativos para tan largo viaje. Pero heaquí que el proyectado viaje levanta la furia de lospatriarcas de su tribu, que consideran el hecho comouna violación a las normas de casta. ¡No, Mohandas notenía derecho a contaminarse con aquellos extranjerosde rostro pálido y demacrado! Mohandas en esta oca-sión no ocultó su desdén hacia aquellos retrógradoshombres, y les dijo que no les permitía que se metiesenen asuntos que no les incumbían. Los patriarcas seescandalizaron. Mohandas se encogió de hombros ypensó que haría exclusivamente aquello que le vinieseen ganas. Los hombres dignos de la tribu toman susrepresalias y anuncian que todo aquel que fuera a des-pedir al irrespetuoso joven sería multado con una rupia.

Casi nadie acudió a despedir a Mohandas, peroeso era lo que menos le preocupaba. ¡Inglaterra! ¡Diosmío, lo que podría él hacer en Inglaterra!

El 4 de septiembre de 1888, un joven indio de ros-tro oscuro y aspecto frágil, se embarcaba en dirección aInglaterra. Su nombre es Mohandas y puede decirse quedurante los últimos años ha madurado visiblemente.

Dos años antes su padre había muerto; un añoantes, a los dieciocho años, había pasado su examen dereválida. Aunque no muy versado en la lengua inglesa,pensaba que sería capaz de vencer todas las dificultadesque se le fuesen presentando.

Hubiera sido curioso e interesante ver cómoMohandas se desenvolvía durante la trayectoria en elbarco. Él, un muchacho no muy agraciado físicamente,tímido hasta donde más no cabe, entre todas aquellaspersonas emperifolladas y orgullosas.

Nada más entrar en el barco, se sumergió en sucabina y se olvidó del resto de los pasajeros.Permaneciendo solo, no cometería ninguna indiscre-

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ción. Además, él nada sabía de aquellos seres extrañosque se llamaban ingleses y que tanto observaban las for-mas y los convencionalismos.

¿Cómo podría él sentarse a la mesa con ellos yutilizar aquellos raros instrumentos que eran los cubier-tos?

No, no haría el ridículo ni dejaría que le humilla-sen; ahora se creía demasiado importante para ello.

El tedio se adueñó pronto de Mohandas que,inquieto, paseaba de un lado para otro, como un tigreencerrado en una reducida estancia. Un día, por último,sacando fuerzas de flaqueza, se decidió a ir al comedor.

Se sentía desplazado e inadaptado, fuera delugar. Su aspecto exterior podemos decir que resultabatrágico-cómico cuando menos. Si bien él estaba conven-cido de llevar unas modernas vestimentas, lo cierto esque no era así ni mucho menos.

Comió algunas verduras y un poco de arroz.Estaba sumamente nervioso, como pocas veces ante-riormente lo había estado. Utilizar los cubiertos fue paraél una especie de drama inacabable. ¡Oh, qué complica-dos eran los occidentales! Comer con los dedos, comohacen sus compatriotas, no reportaba tantos problemas.

El viaje daba a su fin. Londres se presentaba anteél. Una nueva forma de vida le esperaba, a él, aMohandas Gandhi, a aquel que años después sería lla-mado Mahatma (alma grande) y reverenciado pormillones de personas.

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2. Occidente cara a cara

No es difícil imaginarse el choque que produceuna inmensa urbe como Londres a un joven inadaptadocomo Mohandas, rodeado de personas extrañas y conun débil conocimiento del inglés. Pero el joven no sedejaba abatir fácilmente; se encontraba, eso sí, como unanimal fuera de su manada. Las personas se cruzabanveloces en su camino, sin prestarle la menor atención; yaquí nos encontramos con Gandhi, bajo la lluvia londi-nense, paseando de un lado para otro, frente a frentecon Occidente, sin saber exactamente qué hacer.

Tenía que guardar las formas en un mundo deconvencionalismos y tradiciones, pero ¿sabría hacerlo?Al menos, estaba tenazmente decidido a ello: tenía queaprender, y aprender de prisa.

Lo primero que había que hacer era despojarsede sus vestimentas de katiavari y vestirse con las pren-das inglesas a la última moda. Se compró una levita yun sombrero de seda (¿cuál sería su aspecto?); más ade-lante, se esforzó en aprender a bailar..., pero aquello noera fácil y terminó por abandonarlo. Fue a clase ycomenzó a estudiar. Pensó, además, que para ser unhombre importante, no es imprescindible vestir a la últi-ma moda ni mucho menos aprender a bailar. Lo quedebía hacer era instruirse y, dominado por esta idea,empezó a estudiar francés y a recibir clases de violín,pero en ambas actividades tuvo poco éxito, ya que supronunciación francesa era horrible y su oído no eraprecisamente musical. Así, pues, únicamente le queda-ban sus libros: tenía que preparar su examen deAdmisión. Estudiaría sin desfallecer -se prometió-; notenía ningún derecho a defraudar a aquellos que habíancolocado en él su confianza.

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En Londres

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Pasados unos días, dejó el apartamento en el quevivía y se instaló en unas habitaciones más modestas,pero también más económicas, haciéndose el firmepropósito de no gastar más de dos chelines y dos peni-ques diarios. Así lo hizo. Llevaba una existencia tran-quila y ordenada. dedicada por entero a sus estudios, loque pronto le permitió pasar el examen de Admisión ycomenzar a estudiar abogacía.

No mucho después de su llegada a Londres,entabló amistad con diferentes personas seguidoras delvegetarianismo, relación que le resultaba agradable,puesto que él también era partidario de ese sistema dedisciplina del paladar. Mediante su estrecho contactocon el círculo vegetariano, tuvo la oportunidad decomenzar a escribir algunos artículos sobre el tema,extendiéndose sobre las costumbres y prácticas de laIndia. Por último, se hizo miembro de la LondonVegetarian Society, y llegó a ser secretario honorario dela misma.

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