Dossier MARTE #2 / Comunidad

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COMUNIDAD Matienzo Artes Escénicas MARTE / dossier #2 DE BELÉN CHARPENTIER CON ANTONELLA QUERZOLI

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Dossier MARTE #2 / Comunidad. De Belén Charpentier, con Antonella Querzoli. Escriben: Mara Teit, Tomás Bartoletti, Gabriela C. Pignataro y Rocío Frías. Fotos: Martina García y Paula Surraco. Diseño: Agustín Jais / Isa Crosta. MARTE / Matienzo Artes Escénicas, Club Cultural Matienzo, Junio 2014

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COMUNIDAD

Matienzo Artes Escénicas

MARTE / dossier #2

DE BELÉN CHARPENTIERCON ANTONELLA QUERZOLI

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COMUNIDADDe Belén Charpentier con Antonella Querzoli

Un proyecto utópico pero constructivista, que se propone generar

modos de vida social artificial pero probables. El arte de la

organización de una comunidad a través de la construcción de

una casa.

COOPERATIVA COMUNIDAD

Actúa: Antonella Querzoli

Texto, dirección y puesta en escena: Belén Charpentier

Escenografía: Sergio Fasani

Iluminación: Rocío Caliri

Video y colaboración en el proyecto: Nicolás Lodigiani

Colaboración en el proyecto: Clémence Grimal

EQUIPO DE MARTE PARA COMUNIDAD

Producción: Rocío Frías

Operación: Rocío Frías y Bárbara De Wit

Registro en video: Bárbara De Wit

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DEL DELIRIO ALA ESPERANZA MARA TEIT

-

-

Partiendo de una materialidad en particular, fueron invitados

cuatro directores desde el espacio de Artes Escénicas del

Matienzo (MARTE). En el caso de Comunidad, ese material fue la

Madera. Su nobleza podría ser punto de partida hacia diversos

mundos, pero he aquí que Belén Charpentier (que hasta su

apellido la vincula emotivamente con el oficio del trabajo de ese

material) decide utilizar al arte como movilizador social,

partiendo de la construcción de una casa como espacio para la

organización de una comunidad.

Desde el inicio del espectáculo, hay una lectura, un sistema de

símbolos que dan sentido a la vulnerabilidad de aquello que

manipulamos. El desasosiego es tal frente a las imágenes del

fuego consumiendo grandes construcciones, de su poder y

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magnificencia, que cualquier acción positiva es una bocanada de

aires fresco que revitaliza.

Cuando una utopía se convierte en hecho artístico vamos sin

escala del delirio a la esperanza. Cuando se proclama un sueño y

se expone y se comparte con nosotros, estamos en la obligación

sagrada de correr la bola. El arte se convierte en un instrumento

de relectura social que, lejos de bajar línea, nos compromete a

seguir el recorrido.

Cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin

utopías. El fulano Benedetti, ha dicho. En Comunidad, se comparte

el arte, y como consecuencia, se recibe colaboración, adhesión. Es

jugar al todo por la parte, es desafiar al mito de las moscas que

comen mierda. Con una estética que juega a ser un minimalismo

constructivista, donde nuestra relación con el entorno es

palpable, donde cada elemento parece escapar de lo superfluo.

En un lugar que se ha emancipado en espacio y tiempo,

apocalíptico pero a la vez, esperanzador, ella, una mujer

(Antonella Querzoli), y su necesidad genuina de transmitir este

conocimiento pequeño de la construcción de un esquema de

construcción, con firmeza y convicción viene a rescatarnos de la

pasividad, a movilizar cimientos achanchados. Somos

constructores activos de nuestra realidad, hagámonos cargo y

hundámonos en la experiencia. El arte, usado como herramienta

social, que no deja nunca de ser arte, belleza, infamia, y un

cuerpo pequeño, aniñado, inocente, que casi pareciera no percibir

que en sus manos amasa una promesa más que generosa,

jugando a favor de la oposición entre mirar y conocer, en la de

mirar y actuar. Desafiando la idea de que si uno busca algo en el

teatro es precisamente porque uno ha renunciado a ello en la

vida real, libera a los espectadores de su ignorancia, y acto

seguido de su pasividad

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Partiendo de una materialidad en particular, fueron invitados

cuatro directores desde el espacio de Artes Escénicas del

Matienzo (MARTE). En el caso de Comunidad, ese material fue la

Madera. Su nobleza podría ser punto de partida hacia diversos

mundos, pero he aquí que Belén Charpentier (que hasta su

apellido la vincula emotivamente con el oficio del trabajo de ese

material) decide utilizar al arte como movilizador social,

partiendo de la construcción de una casa como espacio para la

organización de una comunidad.

Desde el inicio del espectáculo, hay una lectura, un sistema de

símbolos que dan sentido a la vulnerabilidad de aquello que

manipulamos. El desasosiego es tal frente a las imágenes del

fuego consumiendo grandes construcciones, de su poder y

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magnificencia, que cualquier acción positiva es una bocanada de

aires fresco que revitaliza.

Cuando una utopía se convierte en hecho artístico vamos sin

escala del delirio a la esperanza. Cuando se proclama un sueño y

se expone y se comparte con nosotros, estamos en la obligación

sagrada de correr la bola. El arte se convierte en un instrumento

de relectura social que, lejos de bajar línea, nos compromete a

seguir el recorrido.

Cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin

utopías. El fulano Benedetti, ha dicho. En Comunidad, se comparte

el arte, y como consecuencia, se recibe colaboración, adhesión. Es

jugar al todo por la parte, es desafiar al mito de las moscas que

comen mierda. Con una estética que juega a ser un minimalismo

constructivista, donde nuestra relación con el entorno es

palpable, donde cada elemento parece escapar de lo superfluo.

En un lugar que se ha emancipado en espacio y tiempo,

apocalíptico pero a la vez, esperanzador, ella, una mujer

(Antonella Querzoli), y su necesidad genuina de transmitir este

conocimiento pequeño de la construcción de un esquema de

construcción, con firmeza y convicción viene a rescatarnos de la

pasividad, a movilizar cimientos achanchados. Somos

constructores activos de nuestra realidad, hagámonos cargo y

hundámonos en la experiencia. El arte, usado como herramienta

social, que no deja nunca de ser arte, belleza, infamia, y un

cuerpo pequeño, aniñado, inocente, que casi pareciera no percibir

que en sus manos amasa una promesa más que generosa,

jugando a favor de la oposición entre mirar y conocer, en la de

mirar y actuar. Desafiando la idea de que si uno busca algo en el

teatro es precisamente porque uno ha renunciado a ello en la

vida real, libera a los espectadores de su ignorancia, y acto

seguido de su pasividad

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Partiendo de una materialidad en particular, fueron invitados

cuatro directores desde el espacio de Artes Escénicas del

Matienzo (MARTE). En el caso de Comunidad, ese material fue la

Madera. Su nobleza podría ser punto de partida hacia diversos

mundos, pero he aquí que Belén Charpentier (que hasta su

apellido la vincula emotivamente con el oficio del trabajo de ese

material) decide utilizar al arte como movilizador social,

partiendo de la construcción de una casa como espacio para la

organización de una comunidad.

Desde el inicio del espectáculo, hay una lectura, un sistema de

símbolos que dan sentido a la vulnerabilidad de aquello que

manipulamos. El desasosiego es tal frente a las imágenes del

fuego consumiendo grandes construcciones, de su poder y

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magnificencia, que cualquier acción positiva es una bocanada de

aires fresco que revitaliza.

Cuando una utopía se convierte en hecho artístico vamos sin

escala del delirio a la esperanza. Cuando se proclama un sueño y

se expone y se comparte con nosotros, estamos en la obligación

sagrada de correr la bola. El arte se convierte en un instrumento

de relectura social que, lejos de bajar línea, nos compromete a

seguir el recorrido.

Cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin

utopías. El fulano Benedetti, ha dicho. En Comunidad, se comparte

el arte, y como consecuencia, se recibe colaboración, adhesión. Es

jugar al todo por la parte, es desafiar al mito de las moscas que

comen mierda. Con una estética que juega a ser un minimalismo

constructivista, donde nuestra relación con el entorno es

palpable, donde cada elemento parece escapar de lo superfluo.

En un lugar que se ha emancipado en espacio y tiempo,

apocalíptico pero a la vez, esperanzador, ella, una mujer

(Antonella Querzoli), y su necesidad genuina de transmitir este

conocimiento pequeño de la construcción de un esquema de

construcción, con firmeza y convicción viene a rescatarnos de la

pasividad, a movilizar cimientos achanchados. Somos

constructores activos de nuestra realidad, hagámonos cargo y

hundámonos en la experiencia. El arte, usado como herramienta

social, que no deja nunca de ser arte, belleza, infamia, y un

cuerpo pequeño, aniñado, inocente, que casi pareciera no percibir

que en sus manos amasa una promesa más que generosa,

jugando a favor de la oposición entre mirar y conocer, en la de

mirar y actuar. Desafiando la idea de que si uno busca algo en el

teatro es precisamente porque uno ha renunciado a ello en la

vida real, libera a los espectadores de su ignorancia, y acto

seguido de su pasividad

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SOBRECOMUNIDADTOMÁS BARTOLETTI

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Mientras en el fondo se congela un círculo anaranjado, brillan

cuatro tablones formando un cuadrado. Es un sol proyectado

sacado de youtube. Las maderas están ahí, al ras del suelo,

sentando las bases de la representación y el discurso. Un discurso

que está en llamas, como los hogares a fuego vivo que se queman

apocalípticamente en otros videos de youtube que precedieron el

sol naciente. El sol es redondo, como siempre. Las construcciones

modernas, racionales, son cuadradas o rectangulares. Pero ¿cómo

se llena el espacio que queda entre lo circular y lo rectangular?

¿Por qué una comunidad debería pensarse sobre la base de un

terreno y más si esa tierra es rectangular? En 1693, Galileo dijo

que la naturaleza estaba escrita en el lenguaje de las matemáti-

cas. Después de eso, un batallón de modernos empezaron a

pensar que la naturaleza podía ser capturada tal como se domes-

7

ticaba una vaca. Es decir, de forma utilitaria. Conocer es poder.

Mucho tiempo después, vino Deleuze y, gracias a toda la litera-

tura sobre comunidades “exóticas”, lejanas del centro europeo,

pudo decir algo sobre los nómades, a diferencia de los seden-

tarios. Y juntando estas oposiciones igual de modernas, proyectó

sobre ellas la idea de extensión. Por un lado, lo liso, por el otro, lo

estriado. Respectivamente, por un lado, lo libre-nómade-anarco,

por el otro, el Estado.

Dicho esto, en Comunidad de Charpentier se presentan estas

tensiones sobre la forma de la construcción de algo, ya no solo un

espacio de habitación. Y sobre la forma heredada humanamente

en que pensamos la construcción. Si la pregunta era cómo se

llena lo que queda del espacio circular y el rectangular, –por lo

menos en esta obra– la respuesta es el discurso. Y ahí empezamos

a hablar de la perfomance para dejar por un momento la insta-

lación. Pero entonces, ¿qué discurso? Y no me refiero solo a su

contenido, sino más bien a la manera de comunicarlo: su enunci-

ación. Tras pedir permiso para ocupar un terreno ficticio y levan-

tar una casa cuadrada, la protagonista-abstracta solicita la ayuda

de espectadores-reales para la construcción de la casa-

comunidad. Hasta ahí bien. Discurso-acción, pronunciar-accionar,

ficción-no ficción. Unos cuantos voluntarios se paran y

contribuyen con el armado. Pero ¿por dónde empezar? ¿Quién

pone la primera madera? ¿Quién barre el piso? Nuestra protago-

nista abstracta deviene en dramaturga de la construcción de la

comunidad. Saca planos, da órdenes. No mueve un solo dedo más

que para señalar. Antes se angustiaba por el desarraigo y la

propiedad privada, antes consultaba si podía tener su terreno, sus

metros cuadrados. Ahora, lo circular (esa imagen tierna de poder

ver el amanecer) se vuelve realmente cuadrado, ordenado y

limpio, como el baño del Malba. Si había algo que faltaba para

comprender la construcción de la comunidad y, por ende, su

imposibilidad, es una voz imperativa. Porque reclamar por la

propiedad privada no alcanza. Hay que ir hasta su enunciación

arbitraria, caprichosa, imperialista. Nada más moderno que la

propiedad privada. Por suerte, en Comunidad Charpentier mues-

tra que tampoco alcanza con señalar al progenitor de la propie-

dad privada y su halo de capricho capital. El pirómano vive en

nosotros. Pero, precisamente, no por incendiar la realidad (¡qué

bien se vería Guasones por todos lados!), sino por corroer nues-

tras comunidades posibles desde adentro, pensando que existe

UN ORDEN y que ese (tristemente) es el propio. Esta es la trage-

dia humana, tan antigua como las ruinas troyanas.

Y encima, sobre Troya, todas las mañanas sale el sol. Eppur si

muove

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Mientras en el fondo se congela un círculo anaranjado, brillan

cuatro tablones formando un cuadrado. Es un sol proyectado

sacado de youtube. Las maderas están ahí, al ras del suelo,

sentando las bases de la representación y el discurso. Un discurso

que está en llamas, como los hogares a fuego vivo que se queman

apocalípticamente en otros videos de youtube que precedieron el

sol naciente. El sol es redondo, como siempre. Las construcciones

modernas, racionales, son cuadradas o rectangulares. Pero ¿cómo

se llena el espacio que queda entre lo circular y lo rectangular?

¿Por qué una comunidad debería pensarse sobre la base de un

terreno y más si esa tierra es rectangular? En 1693, Galileo dijo

que la naturaleza estaba escrita en el lenguaje de las matemáti-

cas. Después de eso, un batallón de modernos empezaron a

pensar que la naturaleza podía ser capturada tal como se domes-

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ticaba una vaca. Es decir, de forma utilitaria. Conocer es poder.

Mucho tiempo después, vino Deleuze y, gracias a toda la litera-

tura sobre comunidades “exóticas”, lejanas del centro europeo,

pudo decir algo sobre los nómades, a diferencia de los seden-

tarios. Y juntando estas oposiciones igual de modernas, proyectó

sobre ellas la idea de extensión. Por un lado, lo liso, por el otro, lo

estriado. Respectivamente, por un lado, lo libre-nómade-anarco,

por el otro, el Estado.

Dicho esto, en Comunidad de Charpentier se presentan estas

tensiones sobre la forma de la construcción de algo, ya no solo un

espacio de habitación. Y sobre la forma heredada humanamente

en que pensamos la construcción. Si la pregunta era cómo se

llena lo que queda del espacio circular y el rectangular, –por lo

menos en esta obra– la respuesta es el discurso. Y ahí empezamos

a hablar de la perfomance para dejar por un momento la insta-

lación. Pero entonces, ¿qué discurso? Y no me refiero solo a su

contenido, sino más bien a la manera de comunicarlo: su enunci-

ación. Tras pedir permiso para ocupar un terreno ficticio y levan-

tar una casa cuadrada, la protagonista-abstracta solicita la ayuda

de espectadores-reales para la construcción de la casa-

comunidad. Hasta ahí bien. Discurso-acción, pronunciar-accionar,

ficción-no ficción. Unos cuantos voluntarios se paran y

contribuyen con el armado. Pero ¿por dónde empezar? ¿Quién

pone la primera madera? ¿Quién barre el piso? Nuestra protago-

nista abstracta deviene en dramaturga de la construcción de la

comunidad. Saca planos, da órdenes. No mueve un solo dedo más

que para señalar. Antes se angustiaba por el desarraigo y la

propiedad privada, antes consultaba si podía tener su terreno, sus

metros cuadrados. Ahora, lo circular (esa imagen tierna de poder

ver el amanecer) se vuelve realmente cuadrado, ordenado y

limpio, como el baño del Malba. Si había algo que faltaba para

comprender la construcción de la comunidad y, por ende, su

imposibilidad, es una voz imperativa. Porque reclamar por la

propiedad privada no alcanza. Hay que ir hasta su enunciación

arbitraria, caprichosa, imperialista. Nada más moderno que la

propiedad privada. Por suerte, en Comunidad Charpentier mues-

tra que tampoco alcanza con señalar al progenitor de la propie-

dad privada y su halo de capricho capital. El pirómano vive en

nosotros. Pero, precisamente, no por incendiar la realidad (¡qué

bien se vería Guasones por todos lados!), sino por corroer nues-

tras comunidades posibles desde adentro, pensando que existe

UN ORDEN y que ese (tristemente) es el propio. Esta es la trage-

dia humana, tan antigua como las ruinas troyanas.

Y encima, sobre Troya, todas las mañanas sale el sol. Eppur si

muove

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Mientras en el fondo se congela un círculo anaranjado, brillan

cuatro tablones formando un cuadrado. Es un sol proyectado

sacado de youtube. Las maderas están ahí, al ras del suelo,

sentando las bases de la representación y el discurso. Un discurso

que está en llamas, como los hogares a fuego vivo que se queman

apocalípticamente en otros videos de youtube que precedieron el

sol naciente. El sol es redondo, como siempre. Las construcciones

modernas, racionales, son cuadradas o rectangulares. Pero ¿cómo

se llena el espacio que queda entre lo circular y lo rectangular?

¿Por qué una comunidad debería pensarse sobre la base de un

terreno y más si esa tierra es rectangular? En 1693, Galileo dijo

que la naturaleza estaba escrita en el lenguaje de las matemáti-

cas. Después de eso, un batallón de modernos empezaron a

pensar que la naturaleza podía ser capturada tal como se domes-

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ticaba una vaca. Es decir, de forma utilitaria. Conocer es poder.

Mucho tiempo después, vino Deleuze y, gracias a toda la litera-

tura sobre comunidades “exóticas”, lejanas del centro europeo,

pudo decir algo sobre los nómades, a diferencia de los seden-

tarios. Y juntando estas oposiciones igual de modernas, proyectó

sobre ellas la idea de extensión. Por un lado, lo liso, por el otro, lo

estriado. Respectivamente, por un lado, lo libre-nómade-anarco,

por el otro, el Estado.

Dicho esto, en Comunidad de Charpentier se presentan estas

tensiones sobre la forma de la construcción de algo, ya no solo un

espacio de habitación. Y sobre la forma heredada humanamente

en que pensamos la construcción. Si la pregunta era cómo se

llena lo que queda del espacio circular y el rectangular, –por lo

menos en esta obra– la respuesta es el discurso. Y ahí empezamos

a hablar de la perfomance para dejar por un momento la insta-

lación. Pero entonces, ¿qué discurso? Y no me refiero solo a su

contenido, sino más bien a la manera de comunicarlo: su enunci-

ación. Tras pedir permiso para ocupar un terreno ficticio y levan-

tar una casa cuadrada, la protagonista-abstracta solicita la ayuda

de espectadores-reales para la construcción de la casa-

comunidad. Hasta ahí bien. Discurso-acción, pronunciar-accionar,

ficción-no ficción. Unos cuantos voluntarios se paran y

contribuyen con el armado. Pero ¿por dónde empezar? ¿Quién

pone la primera madera? ¿Quién barre el piso? Nuestra protago-

nista abstracta deviene en dramaturga de la construcción de la

comunidad. Saca planos, da órdenes. No mueve un solo dedo más

que para señalar. Antes se angustiaba por el desarraigo y la

propiedad privada, antes consultaba si podía tener su terreno, sus

metros cuadrados. Ahora, lo circular (esa imagen tierna de poder

ver el amanecer) se vuelve realmente cuadrado, ordenado y

limpio, como el baño del Malba. Si había algo que faltaba para

comprender la construcción de la comunidad y, por ende, su

imposibilidad, es una voz imperativa. Porque reclamar por la

propiedad privada no alcanza. Hay que ir hasta su enunciación

arbitraria, caprichosa, imperialista. Nada más moderno que la

propiedad privada. Por suerte, en Comunidad Charpentier mues-

tra que tampoco alcanza con señalar al progenitor de la propie-

dad privada y su halo de capricho capital. El pirómano vive en

nosotros. Pero, precisamente, no por incendiar la realidad (¡qué

bien se vería Guasones por todos lados!), sino por corroer nues-

tras comunidades posibles desde adentro, pensando que existe

UN ORDEN y que ese (tristemente) es el propio. Esta es la trage-

dia humana, tan antigua como las ruinas troyanas.

Y encima, sobre Troya, todas las mañanas sale el sol. Eppur si

muove

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Esta madera que arde se convertirá en ceniza, que penetrará en la

tierra y cristalizará en mineral primal; que con el tiempo se

volverá roca, emergerá de la tierra rodará hacia las pendientes y

encauzará las aguas formando ríos. Que hidratarán las raíces, que

harán crecer los árboles, que darán frutos, sombra y aire. Que el

metal cortará para darnos fuego, una casa y una cama donde

descansar.

- Interpretación libre del ciclo de creación y dominación de los

cinco elementos.

En la historia que nos es contada, a través de las reconstrucciones

con los restos de materia, la humanidad siempre buscó diagramar

en el espacio dimensiones donde protegerse. De las entropías

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MADERA NUEVA,MADERA AL SOLGABRIELA CLARA PIGNATARO

La propia ciencia ficción de la era posmoderna es pensar en

rascar los cielos hasta perforarlos con torres agujadas, mientras

los campos sin dueño pastan solos con la propiedad privada

como ley para la soledad.

Frente a este paisaje tan posible de nuestros días, futuro probable

perfecto, Comunidad de Belén Charpentier parece decirnos:

Somos generación enunciativa, que sabe denominar las cosas casi

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climáticas, los animales salvajes y las agrupaciones extranjeras/

enemigas. Las cuevas, la copa de los árboles, excavaciones en la

tierra tapados con cueros, las construcciones de barro, el uso de

hojas de palmera y piedras. Así, la progresiva modificación del

espacio y el uso de los elementos presentes para proporcionarse

vestimenta, utensilios y un techo.

De todos los elementos primarios, sea tal vez la madera el más

“humano” de ellos. Provenir de un útero terrestre, crecer con

marcas y rugosidades, variaciones en la textura: la identidad del

árbol. Para luego ser cortado, medido, pulido, suavizado: conver-

tido en múltiples listones funcionales dentro su potencia de

resistencia que es la misma de su quiebre.

Podemos construir porque podemos destruir. Hectáreas defor-

estadas, terrenos baldíos vacíos, basurales a cielo abierto: tierra

de nadie. Mientras el déficit habitacional crece incendiariamente

con los índices demográficos. Reduciéndose en forma paulatina el

oxígeno que respiramos.

La puesta en escena de nuestras ciudades, cartografía de lo

inexorable: cielos que varían su color a menester de las produc-

ciones industriales que llenan nuestras góndolas de plástico y de

automóviles nuestras calles, mientras se vacían los centímetros

cúbicos de horizonte natural para los ojos.

La propia ciencia ficción de la era posmoderna es pensar en

rascar los cielos hasta perforarlos con torres agujadas, mientras

los campos sin dueño pastan solos con la propiedad privada

como ley para la soledad.

Frente a este paisaje tan posible de nuestros días, futuro probable

perfecto, Comunidad de Belén Charpentier parece decirnos:

Somos generación enunciativa, que sabe denominar las cosas casi

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La propia ciencia ficción de la era posmoderna es pensar en

rascar los cielos hasta perforarlos con torres agujadas, mientras

los campos sin dueño pastan solos con la propiedad privada

como ley para la soledad.

Frente a este paisaje tan posible de nuestros días, futuro probable

perfecto, Comunidad de Belén Charpentier parece decirnos:

Somos generación enunciativa, que sabe denominar las cosas casi

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La propia ciencia ficción de la era posmoderna es pensar en

rascar los cielos hasta perforarlos con torres agujadas, mientras

los campos sin dueño pastan solos con la propiedad privada

como ley para la soledad.

Frente a este paisaje tan posible de nuestros días, futuro probable

perfecto, Comunidad de Belén Charpentier parece decirnos:

Somos generación enunciativa, que sabe denominar las cosas casi

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sin tocarlas. Los mapas para configurarnos parecen en código

cuando el elemento es simple pura, materia prima. Ocupar la

tierra, levantar una casa, mirar el atardecer. Como si no hubiera

otra cosa en el mundo, la perpetuidad de un sol cayendo. Y que

construir se vuelva sentido hogar para la comunidad otra vez.

La tempestad de nuestra especie

la violencia de nuestra especie

en extinción en expansión

la elección

el dibujo de nuestros huesos

la sangre nuestra santa

savia imperfecta

la voluntad de nuestra especie

la decisión

aprender a desarmar

Madera nueva madera al sol

Madera fresca

árbol nuevo casa al sol

no hay naufragio

que no se convierta en madera

que se pueda encender

de lo mojado a lo seco

Construir

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Un cuadrado de tierra puede simbolizar diferentes oportunidades.

Progreso, cosecha, trabajo o abandono. Puede ser el motor para

crear una comunidad o puede ser quien la expulse. Estas cues-

tiones y otras me hizo debatir la obra de Belén Charpentier.

La simpleza es un aspecto muy complejo: puede expresar poco o

puede hacerte encontrar diferentes significados cada vez que uno

se acerca a ella. Comunidad genera eso. Una pieza pequeña, con

pocos elementos, que ha generado diferentes significados con

cada persona que hablé de ella.

Cuando presencié la historia por primera vez, solo observé super-

ficialmente: una chica que, mirando el amanecer, nos hablaba de

lo que sentía al construir su casa en un cuadrado de tierra apro-

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HASTA QUE TENGA SENTIDOROCÍO FRÍAS

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piado. Me detuve en las acciones y no en sus palabras. Sin

embargo, a lo largo de mi experiencia en Comunidad, fui concen-

trándome en ciertos momentos. Cuando explica el amanecer,

cuando comenta el modo en que manipulan la naturaleza,

cuando se apropia de la tierra y cuando nos quiere vender un

servicio desde su propio terreno. Ellos me hicieron pensar y

detenerme a oír la poesía en las palabras de la protagonista.

¿Cómo vivimos en comunidad? ¿Sabemos lo que ocurre a nuestro

alrededor? ¿Somos realmente dueños de nuestra tierra?

¿Manipulamos la tierra para favorecernos económicamente en el

mediano plazo? ¿Deterioramos nuestro planeta para poder seguir

favoreciendo a la élite económica, que nos hará enfrentarnos por

recursos naturales que no tendrían que haber llegado a ser no

renovables? Todas estas preguntas vinieron a mi mente cada vez

que participé en Comunidad y, aún hoy, no pude contestarlas. Por

eso creo que Comunidad deberá seguir representándose, hasta

que tenga sentido para nosotros, “hasta que tenga sentido para la

comunidad”

Page 18: Dossier MARTE #2 / Comunidad

DOSFotografías de Paula Surraco

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“Comunidad” fue creada y estrenada

en el marco del Ciclo “Materia Prima”.

MARTE / Matienzo Artes Escénicas, Club Cultural Matienzo, 2014

MARTE / MATIENZO ARTES ESCÉNICAS ES

Paula Baró, Belén Charpentier, Giuliana Kiersz, Rocío Frías, Mar-

tina García, Laura Derpic, Nicolás Lodigiani, Malena Vain, Lucía

Deca, Nacho Sánchez, Sabrina Cassini, Guadalupe García Dupuy,

Bárbara De Wit, Clémence Grimal, Hyngrid Bermann.

Encargada de Sala: Giuliana Kiersz

Jefe Técnico: Nacho Sánchez

Comunicación: Belén Charpentier

Fotografía: Martina García

Coordinadora: Paula Baró

DOSSIER MARTE #2

Fotos: Martina García

Diseño: Isa Crosta, Agustín Jais

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Mara Teit

Actriz, directora y entrenadora de actores. Estudió Letras y Artes

combinadas (UBA ) . En 2012 fue colaboradora de Criticunder y, desde

2013, de Llegás a Buenos Aires.

Tomás Bartoletti

(1984) Lic. Letras, Investigador (UBA-UNQUI) y docente de Estética

(IUNA). Traductor de Benjamin, von Uexküll y Bürguer, entre otros.

Mediador radial de Nunca fuimos modernos (Radio Colmena).

Gabriela C. Pignataro

(1985) Escritora, actriz y fotógrafa. Estrenó su ópera prima

biodramática en CC Matienzo. Publicó La última oleada se llevó todo

menos esto (2013) y Eso que no se parte es una respuesta (2014).

Actualmente trabaja en Proyecto 4/4 de investigación fotográfica.

Escribe reseñas, poesía y ensayos en lasalvajelucidez.tumblr.com.

Rocío V. Frías

(1987) Licenciada y Prof. en Artes Combinadas (UBA). Desde 2012 es

integrante de MARTE. En 2013 estrenó Sobre Caminos, ópera prima

en CC Matienzo. Actualmente realiza una investigación sobre obras

Site Specific a través de las Becas Grupales (FNA).

Paula Surraco

Estudia Diseño de Imagen y Sonido, dibujo, vestuario escénico y

fotografía. Trabaja en video y fotografía, realizando ensayos y

reportajes. Actualmente trabaja en el proyecto Fricciones, una video

instalación que surge de la lucha entre los cuerpos.

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Matienzo Artes Escénicas

www.ccmatienzo.com.ar