Dossier de Cuaresma

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Dossier de Cuaresma 2014

Hermanas y Hermanos:Les presento una compilacin de textos que pueden ser muy elocuentes para acompaar este tiempo tan antiguo como rico si nos animamos a buscar y encontrar otras significacione para nosotr@s mism@s y para recrear otras liturgias compartidas y siempre ms dadoras de sentido y de vida.Que lo disfruten. Susana

http://www.youtube.com/watch?v=5gPqxfef5qo

El vnculo corresponde a una hermosa cancin de los Hermanos Uruguayo Tabar Cardozo que le pone potencia a la vida y sus opciones decisivas. No dejen de escucharla

Esa "escuela de danzantes" que llamamos Cuaresma

Cambiaste mi luto en danza Sl. 30, 12

Dolores Aleixandre rscj

Biblioteca de l'cole Biblique de los dominicos en Jerusaln: dos de medioda, all por abril del ao 87. La sala desierta y yo sentada delante de una mesa llena de libros y diccionarios, con toda una tarde de estudio por delante y conectada, como nico consuelo, a una emisora de msica clsica a travs de un pequeo transistor. Desde mi vocacin frustrada de directora de orquesta y aprovechando la soledad, me puse a dirigir con la derecha la Sinfona 40 de Mozart, mientras sostena un libro con la otra mano. Al cabo de un rato, levanto los ojos y veo a un cura pakistan, vecino habitual de mesa, parado en el umbral de la puerta mirando hacia m con asombro. Como de lejos mis pequeos auriculares eran invisibles y slo perciba el frenes descontrolado de mi mano, deba pensar: "Esta pobre mujer, tantas horas aqu sentada, ha debido trastornarse un poco...". Hice como que me rascaba la cabeza para disimular, suspendiendo en el acto el concierto. De entrada, me re por dentro por lo ridculo de la situacin, pero luego empec a verla como una preciosa parbola: y si la fe fuera la msica interior a la que damos odo, que nos hace movernos con un determinado ritmo y a realizar unos gestos incomprensibles para quienes no la escuchan? Y cuando decae nuestra danza no ser porque nos hemos desconectado de la frecuencia del Evangelio?

Recuerdo la ancdota al comenzar esta Cuaresma porque me sigue pareciendo que a este tiempo litrgico le quedan resabios de las costumbres preconciliares y estn presentes ms componentes de "luto" que de danza.

Es verdad que ya no nos dicen aquello de "Acurdate de que eres polvo y en polvo te convertirs...", ni vestimos los santos de morado, ni necesitamos tomar la bula (en el colegio nos advertan que no se poda decir "comprar" porque entonces era simona, pecado con nombre propio que me resultaba a la vez amenazador e interesante). Quiz cantamos otras cosas en vez del "Perdn oh Dios mo, perdn y clemencia, perdn e indulgencia, perdn y piedad", pero an escucho en alguna parroquia el espantoso "No ests eternamente enojado" que sigue grabando en las conciencias la imagen de un dios enfurecido e iracundo, que se aplaca inexplicablemente cuando nos ve haciendo el Via Crucis o comiendo los viernes pescadilla en vez de pollo.

Pero eso no son ms que ancdotas intrascendentes, porque creo que hay algo que nos paraliza ms es una excesiva y monotemtica insistencia en los aspectos ticos del cristianismo, que hacen de l una cuestin fra y sin alegra. Comentando las consecuencias de fomentar casi nicamente los "imperativos" en vez de los "indicativos", dice Klaus Berger: "Es probable, que esta "espiritualidad", quiz no precisamente dichosa, requiera la ayuda que puede llegarle del modelo del amor y la alegra. Pues probablemente por eso hablan tanto los msticos del siglo XII de amor, de amistad, de abrazar y besar, de alegra contagiosa y de la ternura del corazn: porque la seriedad de la vida austera siempre corre el peligro de malograr el alegre mensaje del Evangelio.(...) Posiblemente son dos las expresiones fundamentales de la espiritualidad cristiana. Una est orientada al Viernes Santo, por mencionar un lugar comn, y pone en el centro el pecado, la culpa, el juicio vicario sobre Jess y la sentencia absolutoria. La otra est orientada hacia la Pascua y pone en el centro la alegra, la bienaventuranza, la transformacin y la risa que tiene por objeto la muerte y el diablo. Y no se trata de contraponerlas entre s, sino de reconocerlas como formas complementarias de piedad."["Qu es espiritualidad bblica? Fuentes de la mstica cristiana." Sal Terrae, Santander 2001, 202.204]

Vivir la Cuaresma desde la insistencia en nuestra necesidad de conversin como nica "banda sonora", puede tener el efecto contrario de lo que pretende y convertirnos (mira por donde...) en gente frustrada por no alcanzar tan altas metas de perfeccin o, siguiendo la metfora de la danza, agarrotados tmidamente en un rincn de la sala de baile, torpes de pies y duros de odo para captar la msica que intenta seducirnos con su ritmo, incapaces de aventurarnos en un movimiento que no sabemos dnde puede conducirnos.

"A quin se parecen los hombres de esta generacin? A quin los compararemos? Se parecen a unos nios que, sentados en la plaza, gritan a otros: "Tocamos la flauta y no bailis, cantamos lamentaciones y no lloris". (Lc 7,31-32). As se quejaba Jess, tratando de sacudir, por medio de un refrn popular, la incapacidad de los que le oan para salir de su anquilosamiento y comenzar a moverse en otra direccin diferente de la que esclerotizaba su mente.

Aqu est de nuevo la Cuaresma, dndonos la buena noticia de que tenemos otra oportunidad para danzar, como la tuvo para dar fruto aquella higuera estril de la parbola de Jess (Mt 21,18-19). Otra vez resuena en nuestros odos la invitacin de la carta a los Hebreos: "As pues, nosotros, rodeados de una nube tan densa de testigos, desprendmonos de cualquier carga y del pecado que nos acorrala; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el iniciador y consumador de la fe, en Jess." (Hb 12,1-2) El trmino griego archegs evoca al que va delante, al cabeza de fila, al que inicia la danza, podramos traducir nosotros, sin equivocarnos demasiado.

Estas pginas van a tener como teln de fondo cinco lugares a los que nos convocan los evangelios domingos de Cuaresma: el desierto de Judea, la montaa de la transfiguracin, el pozo de Siquem, la alberca de Silo y la tumba de Lzaro.

Son lecturas que nos sabemos de memoria (otra vez la samaritana? Otra vez el ciego de nacimiento? Son largusimas...!). De ah la propuesta de aproximarnos a ellas solamente desde alguno de sus ngulos, sin la pretensin intil de abarcarlas o agotarlas. Entraremos en cada escena por alguno de sus resquicios, tratando de escuchar la msica que las habita, sin escapar de las notas desestabilizadoras que resuenan en ellas, aunque nos creen incomodidad y desconcierto. Asociamos espontneamente la presencia de Jess al perdn, la paz, la reconciliacin o la misericordia y es cierto que en l encontramos centramiento, armona y luz. Pero los textos que vamos a leer nos descubren que tambin lo excntrico, lo paradjico, lo imprevisible, lo inconveniente o lo intempestivo pueden llevar "marcas" de su presencia y pueden movilizar lo mejor de nosotros mismos, con tal que nos dejemos llevar por su ritmo.

En algunos de esos "escenarios de danza" oiremos adems otras voces que desde la poesa, la teologa o la espiritualidad "eleven los decibelios" de la meloda evanglica y hagan irresistible en nosotros el deseo de danzar.

Aqu va, como prtico, uno de esos textos:BAILE DE LA OBEDIENCIA

Si estuviramos contentos de ti, Seor,no podramos resistir a esa necesidad de danzar que desborda el mundoy llegaramos a adivinar qu danza es la que te gusta hacernos danzar,siguiendo los pasos de tu Providencia.Porque pienso que debes estar cansadode gente que hable siempre de servirte con aire de capitanes;de conocerte con nfulas de profesor;de alcanzarte a travs de reglas de deporte;de amarte como se ama un viejo matrimonio.Y un da que deseabas otra cosainventaste a San Francisco e hiciste de l tu juglar.Y a nosotros nos corresponde dejarnos inventarpara ser gente alegre que dance su vida contigo.Para ser buen bailarn contigono es preciso saber adnde lleva el baile.Hay que seguir, ser alegre,ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rgido.No pedir explicaciones de los pasos que te gusta dar.Hay que ser como una prolongacin gil y viva de ti mismoy recibir de ti la transmisin del ritmo de la orquesta.No hay por qu querer avanzar a toda costasino aceptar el dar la vuelta, ir de lado,saber detenerse y deslizarse en vez de caminar.Y esto no sera ms que una serie de pasos estpidossi la msica no formara una armona.Pero olvidamos la msica de tu Esprituy hacemos de nuestra vida un ejercicio de gimnasia;olvidamos que en tus brazos se danza,que tu santa voluntad es de una inconcebible fantasa,y que no hay monotona ni aburrimientoms que para las viejas almas que hacen de inmvil fondoen el alegre baile de tu amor.Seor, mustranos el puestoque, en este romance eterno iniciado entre t y nosotros,debe tener el baile singular de nuestra obediencia.Revlanos la gran orquesta de tus designios,donde lo que permites toca notas extraasen la serenidad de lo que quieres.Ensanos a vestirnos cada da con nuestra condicin humanacomo un vestido de baile, que nos har amar de titodo detalle como indispensable joya.Haznos vivir nuestra vida,no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,no como un partido en el que todo es difcil,no como un teorema que nos rompe la cabeza,sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo,como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia,con la msica universal del amor.Seor, ven a invitarnos.

(Madeleine Delbrel)1. El desierto de las tentaciones (Mt 4,1-11). La danza de lo ex-cntrico.

Para entender mejor el texto de las tentaciones y qu es lo que hay en l de qu ex-cntrico, necesitamos leer lo que le precede y lo que le sigue:Su contexto inmediatamente anterior es el del bautismo de Jess en el Jordn:"Jess, una vez bautizado, sali en seguida del agua. En esto se abri el cielo y vio al Espritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre l. Se oy una voz del cielo: -Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto." (Mt 3,16-17).

Y el texto que sigue a las tentaciones es ste:"Al enterarse de que haban detenido a Juan, Jess se retir a Gallea. Dej Nazaret y se estableci en Cafarnan, junto al lago, en territorio de Zabuln y Neftal. As se cumpli lo que haba dicho el profeta Isaas: Pas de Zabuln y pas de Neftal, camino del mar, al otro lado del Jordn, Galilea de los paganos. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombra de muerte, una luz les brill. (Is 8, 23-9,1). Desde entonces empez Jess a proclamar: -Convertos, que ya llega el reinado de Dios" (Mt 4,12-17).

La escena del bautismo, Jess escucha la voz del Padre. Se trata del principal momento teofnico de su vida, junto con la transfiguracin. Mateo se sirve de ellos para proclamar que la identidad de Jess consiste en ser el Hijo amado del Padre. Esa es su identidad y en ella se le revela que su "cdigo gentico" consiste en ser el Hijo, el amado, el predilecto del Padre, el objeto de su complacencia. Y podemos entender su marcha al desierto movido por el Espritu, como una necesidad imperiosa de "procesar" en el silencio y en la soledad esa revelacin, de hacer sitio en su interioridad al deslumbramiento y al asombro. El significado del desierto no es prioritariamente el penitencial. "La llevar al desierto y le hablar al corazn" haba dicho Oseas (2,16), convirtiendo el desierto en un lugar privilegiado de encuentro personal y de escucha de la Palabra. Jess es conducido a l para acoger la Palabra escuchada en su corazn en el momento de su bautismo. Hablando desde nuestra psicologa, podramos decir que necesitaba tiempo para asentar en los cimientos de su ser una Palabra que le des-centraba para siempre de s mismo y le situaba a la sombra de la ternura incondicional de Alguien mayor.

Los evangelistas presentan su estancia en el desierto como un tiempo de lucidez, hacindonos ver que la relacin filial de la que Jess ha tomado plena conciencia ha iluminado de tal manera su mirada, que le ya era imposible confundir a Dios con los falsos dolos que le presenta el tentador: un dios en busca de un mago y no de un Hijo; un dios contaminado por las vacas pretensiones de lo peor de la condicin humana: poseer, brillar, hacer ostentacin de poder, ejercer dominio.

En la escena de las tentaciones vemos a Jess reaccionando lo mismo que a lo largo de toda su vida: aferrado y adherido afectivamente a lo que va descubriendo como el querer de su Padre: la vida abundante de los que ha venido a buscar y salvar. No ha venido a preocuparse de su propio pan, sino de preparar una mesa en la que todos puedan sentarse a comer. No ha venido a que le lleven en volandas los ngeles, a acaparar fama y "hacerse un nombre", sino a dar a conocer el nombre del Padre y a llevar sobre sus hombros a los perdidos, como lleva un pastor a la oveja extraviada. No ha venido a poseer, a dominar o a ser el centro, sino a servir y dar la vida.

Lo que "salva" a Jess de caer en los engaos del tentador es su ex-centricidad, su estar referido al Padre y a su Palabra, y desde ese Centro recibir el impulso de abandonar del desierto, y se dejar llevar por la corriente de aproximacin de Dios comenzada en la encarnacin. A partir de ese momento, lo veremos caminando por Galilea, entrando en relacin, anunciando el Reino, creando comunidad, buscando colaboradores, acercndose a la gente, contactando, entrando en casas, acogiendo, curando, enseando:"Jess recorra Galilea entera, enseando en aquellas sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad del pueblo. Se hablaba de l en toda Siria: le traan enfermos con toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, epilpticos y paralticos, y l los curaba. Lo seguan multitudes venidas de Galilea, Decpolis, Jerusaln, Judea y Transjordania." (Mt 4, 23-25).

Mateo, tan aficionado a presentar el cumplimiento de las promesas profticas, parece estarnos recordando las palabras de Isaas anunciando la llegada de los tiempos mesinicos: "el nio jugar en el agujero del spid, la criatura meter la mano en el escondrijo de la serpiente" (Is 11,8). La enfermedad y de la posesin diablica eran mbitos de impureza, de oscuridad y de muerte pero Jess se introduce en ellos con la misma "inconsciencia" y falta de miedo del nio de la profeca de Isaas. Como si el arresto de Juan, en vez de atemorizarle o silenciarle, le hubiera dado motivacin y energa para ponerse a anunciar el Reino. Mateo no nos hablar de su miedo ("se hizo igual a nosotros menos en el pecado...") hasta el huerto de Getseman (Mt 26,38).

Invitados a la danza de lo ex-cntricoGiro y vuelta, parece proponernos el evangelio: dad un brinco fuera del espacio estrecho y asfixiante de lo que os atrae como el remolino de un sumidero, y slo os permite girar en crculo, repitiendo siempre las mismas ideas, las mismas preocupaciones, las mismas imgenes sobre vosotros y sobre Dios.

Escapad de ese falso centro que os promete la posesin de las cosas, reos de vuestra propensin a trepar a los "aleros del templo" para atraer desde all admiracin o buena opinin de la gente, porque casi nadie levanta la mirada hacia arriba y prefiere mirar los escaparates o la TV.No os empeis en plantar la banderita de vuestro nombre en la cima de algn monte, ni os fatiguis aparentando parecer lo que no sois. Dejad que Jess, el "archegs", el iniciador de vuestra fe, os conduzca hacia el Dios a quien l conoci en el desierto: un Dios que no exige de vosotros proezas ni gestos espectaculares, sino solamente vuestra confianza y vuestro agradecimiento. Un Dios que os dirige su Palabra no para imponeros obligaciones o para denunciar vuestros pecados, sino para alimentaros y haceros crecer. Un Dios al que no encontraris en los lugares de prepotencia o de la posesin, sino en los de la pobreza y la exclusin.

Dejaos bautizar por el nombre nuevo que El ha soado para vosotros desde toda la eternidad. Acoged con asombro agradecido que os diga: T eres mi hijo, te he llamado por tu nombre, tu eres mo. Tu vida no est programada desde el mercado, ni eres una fotocopia del consumidor ejemplar, no eres un "ciudadano NIF", ni un espectador, ni un sbdito del rey Euro. Eres alguien bendecido, eres mi hijo amado. No eres clnico de nadie, eres nico y el Pastor te reconoce por tu nombre. Y aprended tambin del Maestro a poneros en camino en direccin a los otros. Lo mismo que l, acortad distancias, tended manos, invertid en relaciones, haceos amigos, liberaos de cosas y enganchaos a personas, discurrid cmo incluir, incorporar y tejer redes y disfrutad al sentaros con otros en el banquete de la vida

2. El monte de la transfiguracin (Mt 17,1-13). La danza de lo paradjico

El texto de la transfiguracin en Mateo comienza por un dato significativo: "Seis das despus... "Inevitablemente el lector se pregunta qu es lo que pudo ocurrir de tanta importancia seis das antes y se encuentra en el contexto anterior con el anuncio de la pasin:"Desde entonces empez Jess a manifestar a sus discpulos que tena que ir a Jerusaln, padecer mucho a manos de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer da Entonces Pedro lo tom aparte y empez a increparlo: ?Librete Dios, Seor! No te pasar a ti eso! Jess se volvi y dijo a Pedro: Retrate, Satans! Quieres hacerme caer. Piensas al modo humano, no segn Dios. Entonces dijo a los discpulos: El que quiera venirse conmigo, que reniegue de s mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque si uno quiere salvar su vida, la perder; en cambio, el que pierde su vida por m, la salvar. A ver, de qu le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida? Y qu podr dar para recobrarla? Porque este Hombre va a venir entre sus ngeles con la gloria de su Padre, y entonces pagar a cada uno segn su conducta. Os aseguro que algunos de los aqu presentes no morirn sin haber visto llegar a este Hombre como rey". (Mt 16,21-28).

Este es el prtico de entrada a la escena de la transfiguracin y su funcin parece ser la de evocar el caos y la tiniebla anteriores al da primero en el que dijo Dios: "Que exista la luz. Y la luz existi. (Gen 1,3) .Este "guio" del relato es una alusin clara a la definitiva Creacin y presenta la transfiguracin de Jess como el Sbado definitivo. Pero adems, el contexto del anuncio de la pasin y la resistencia de Pedro, nos recuerdan la imposibilidad de separar los aspectos luminosos de la existencia de los momentos oscuros, el dolor del gozo, la muerte de la resurreccin. La contigidad de las dos escenas parece comunicarnos la conviccin pascual de que el inundado de Luz es precisamente aquel que consinti en atravesar la noche de la muerte y accedi a la ganancia por el extrao camino de la prdida.Pedro, y con l todos nosotros, intenta retener los momentos de ganancia ("hagamos tres tiendas aqu, donde te manifiestas resplandeciente, donde se escucha la voz del Padre y donde te rodean Moiss y Elas..."), lo mismo que poco antes haba rechazado los de prdida: "Librete Dios, Seor!"

Invitados a la danza de lo paradjico"Salid de vuestras tinieblas! Dejad atrs la seguridad del valle y emprended sin miedo la subida al monte, porque arriba os espera la luz". Esta podra ser la propuesta del evangelio de la transfiguracin.

"Renunciad a vuestras ideas equivocadas sobre Dios y a lo que creis que es prdida o ganancia, abros a la novedad absoluta de Jess y de su Evangelio, atreveos a romper con vuestra bsqueda codiciosa y obsesiva de ganar, poseer, conservar y, en lugar de ello, arriesgaos en un camino inverso de prdida, derroche y entrega, sin ms garanta que Su palabra.

Estad dispuestos al vuelco radical que supone llegar a "pensar y sentir como Dios" y a conformar con los criterios del Evangelio vuestra idea de lo que es luz y oscuridad, salvar la vida o perderla. Comportaos como los verdaderos discpulos, disponeos a romper con vuestros viejos esquemas mentales, a cambiar de lenguaje y de significados, a cuestionar vuestra propia lgica y vuestras ideas aprendidas en otras escuelas. Prestad odo a la promesa de vuestro nico Maestro: "Al que se venga conmigo, voy a llevarle a la "ganancia" por el extrao camino de la "prdida": ese es el camino mo y no conozco otro. La nica condicin que pongo al que quiera seguirme, es que est dispuesto a fiarse de m y de mi propia manera de salvar su vida, que sea capaz de confirmela, como yo la confo a Aqul de quien la recibo. La suya ser siempre una vida sin garanta y sin pruebas, en el asombro siempre renovado de la confianza: por eso no puedo dar ms motivos que el de "por mi causa".

Permaneced en lo alto del monte "firmes como si virais al Invisible" (He 11,27), hasta que la prioridad del Seor y su Reino polarice y relativice todo lo dems, hasta que vuestras pequeas preocupaciones y temores vayan pasando a segundo trmino y la lgica de lo evidente se quede atrs. La luz de la transfiguracin os atrae a una manera de creer en la que la fe no es una manera de saber o de comprender, sino la decisin de fiaros de Otro, y de exponer la vida entera a una Palabra que har saltar los lmites de vuestros oscuros hbitos y valoraciones.Entrad en esa danza y vuestra vida entera se convertir en una apuesta arriesgada, ms all de cualquier pretensin de poseer certezas definitivas.

En la plaza

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,sentirse bajo el sol, entre los dems, impelido,llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.No es bueno quedarse en la orillacomo el malecn o como el molusco que quiere calcreamente imitar a la roca.Sino que es puro y sereno arrasarse en la dichade fluir y perderse,encontrndose en el movimiento con que el gran coraznde los hombres palpita extendido.Como ese que vive ah, ignoro en qu piso,y le he visto bajar por unas escalerasy adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazn afluido.All, quin lo reconocera? All con esperanza, con resolucin o con fe, con temeroso denuedo,con silenciosa humildad, all l tambin transcurra.Era una gran plaza abierta, y haba olor de existencia.Un olor a gran sol descubierto, a viento rizndolo,un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,con los ojos extraos y la interrogacin en la boca,quisieras algo preguntar a tu imagen,no te busques en el espejo, en un extinto dilogo en que no te oyes.Baja, baja despacio y bscate entre los otros.All estn todos, y t entre ellos.Oh, desndate y fndete, y reconcete.Entra despacio, como el baista que, temeroso,con mucho amor y recelo al agua, introduce primero sus pies en la espuma,y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.Y ahora con el agua en la cintura todava no se confa.Pero l extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazosY se entrega completo.Y all fuerte se reconoce, y crece y se lanza,y avanza y levanta espumas, y salta y confa,y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.As, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.Entra en el torrente que te reclama y all s t mismo.Oh pequeo corazn diminuto, corazn que quiere latirpara ser l tambin el unnime corazn que le alcanza!

(Vicente Aleixandre)

2. Un pozo en Samara (Jn 4,1-45). La danza de lo imprevisible

"Quien viene de arriba est por encima de todos. Quien viene de la tierra es terreno y habla de cosas terrenas. Quien viene del cielo est por encima de todos. El atestigua lo que ha visto y odo, y nadie acepta su testimonio. Quien acepta su testimonio acredita que Dios es veraz. El enviado de Dios habla de las cosas divinas, pues Dios no da el Espritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo pone en sus manos. Quien cree en el Hijo tiene vida eterna. Quien no cree al Hijo, no ver la vida, pues lleva encima la ira de Dios." (Jn 3,31-36)

Estas palabras puestas en boca de Jess son el atrio que antecede al relato de su encuentro con la mujer de Samaria junto al pozo de Jacob. Juan contrapone, a nivel discursivo, dos mbitos: el cielo y la tierra, las cosas divinas y las terrenas. Y es eso mismo lo que va a hacer a continuacin a nivel narrativo en la escena de la samaritana.

La alusin al dueo del pozo, trae a la memoria la escena en la que Jacob vio en sueos una escalera que una el cielo con la tierra. La comunicacin entre "lo de arriba" y "lo de abajo" que pareca imposible, va a convertirse ahora en realidad y el hombre sentado en el brocal del pozo va a ser la escalera y el puente que comunique los dos mbitos.

La mujer llega al pozo ajena a lo que all la espera y que nada, en la trivialidad de su vida cotidiana, haca previsible: va por agua con el cntaro vaco para volverse con l lleno a su casa. No hay ms expectativas, ni ms planes, ni ms deseos.

Pero lo imprevisible la est esperando junto aquel galileo sentado en el brocal del pozo que entabla conversacin con ella sobre cosas banales, como para no asustarla: hablan de agua y de sed, de pozos y de viejas rencillas entre pueblos vecinos, cosas de todos los das. De pronto irrumpe el lenguaje de "las cosas de arriba": el don, un agua que se convierte en manantial vivo, la promesa de una sed calmada para siempre, un Dios en bsqueda, fuera de los espacios estrechos de templos o santuarios.

La mujer se defiende e intenta mantenerse en un nivel de trivial superficialidad, huyendo de la irrupcin de lo de arriba en su vida. Pero al final de la escena el cntaro que era smbolo de la pequea capacidad que est dispuesta a ofrecer, se queda olvidado junto al pozo, intil ya a la hora de contener un agua viva.

Como en tantas otras ocasiones, el evangelio nos sita ante un Jess imprevisible, capaz de vencer la estrechez de nuestras expectativas a la hora de recibirle. Los evangelistas se encargarn de poner de relieve esta presencia de los desmesurado e imprevisible que parece acompaar las actuaciones de Jess, desbordando siempre lo que se esperaba de l: Ni los novios de Can necesitaban tanto vino (Jn 26), ni los discpulos una pesca tan abundante que casi les revienta las redes (Lc 5,6); y para sostener las fuerzas de la gente que le haba seguido al desierto bastaba un bocado de pan y pescado, no que sobraran doce cestos (Jn 6,13). El paraltico lo que quera era volver a andar, no esperaba volverse a casa libre de la carga de sus pecados, y Zaqueo, interesado solamente en ver el aspecto de Jess, se le encontr metido en su casa y compartiendo su mesa (Lc 19); las mujeres slo pretendan que alguien les descorriera la piedra del sepulcro para embalsamar un cadver, pero se encontraron al Viviente salindoles al encuentro (Mt 28,1-10).Siempre el mismo derroche por su parte, y siempre la misma resistencia por la nuestra a la hora de ser adentrados en lo imprevisible. Y eso ya desde que Sara se rea por lo bajo, escptica y reticente ante una promesa que desbordaba por arriba sus previsiones.

Invitados a la danza de lo imprevisibleAbandonad vuestra rigidez entre los brazos del Danzante, dejaos llevar por l ms all de vuestros calculados movimientos, nos dira la samaritana: no temis la hondura de su pozo, ni el empuje irresistible del manantial que salta hasta la vida eterna. Olvidad vuestro pequeo cntaro, vuestro raqutico sistema de pesas y medidas.Olvidaos de las pequeas disputas en torno a montes y templos: ha llegado la hora de adorar en espritu y en verdad y todos estn llamados a hacerlo. No os quedis nicamente en lo que ya sabis de Jess: recorred el proceso de intimidad al que tambin tenis la dicha de estar invitados. Al principio yo no vi en l ms que a un judo, pero l me fue conduciendo hasta descubrirle como Seor, Profeta, Mesas, como Aquel a quien siempre haba estado esperando sin saberlo. Tened vosotros la osada de nombrarle con nombres nuevos, con esos que no aparecern nunca en los resecos manuales de vuestras estanteras.Pero os lo aviso, estad prevenidos: l os puede estar esperando en cualquier lugar , en cualquier medioda de vuestra vida cotidiana, precisamente cuando andabais enredados en pequeas historias relacionales, en rencillas mutuas o en rancias ortodoxias en torno a rbricas o privilegios. Si os detenis a escucharle, estis perdidos para siempre porque l al principio os pedir algo sencillo: "dame de beber", "llama a tu marido"... , pero al final, volveris a vuestra casa sin agua y sin cntaro, y con la sed, antes desconocida, de atraer hacia l a la ciudad entera.

Cuenta un apotegma de los padres del desierto que el abad Lot dijo una vez al abad Jos: "Padre, ayuno un poco. Oro y medito; trato de vivir en paz en lo que de m depende; procuro purificar mis pensamientos. Qu ms puedo hacer? Jos se puso de pie y extendi sus manos hacia el cielo. Sus dedos se volvieron como diez llamas y dijo: Si quieres, puedes ser todo fuego!

4. Una alberca en Silo (Jn 9): La danza de lo in-conveniente

La curacin del ciego de nacimiento es un prodigio narrativo que requiere ser ledo en su contexto inmediatamente anterior: se trata de una discusin de Jess con los judos (Jn 8,12-59) que comienza con su afirmacin: "Yo soy la luz del mundo (8,12). En el dilogo que sigue, el verbo ms repetido es hacer (8,28.29.34.39.40.41), unido al sustantivo obras (8, 39.41). Se trata de demostrar que es Jess quien hace las obras de Dios, mientras que los judos hacen las obras del diablo, su padre.

La escena de la curacin del ciego es la ampliacin narrativa de los temas enunciados anteriormente en forma discursiva. En el comienzo, y ante la pregunta de los discpulos acerca del motivo de la ceguera del hombre, Jess responde: "Ha sucedido para que se revelen en l las obras de Dios. Mientras es de da, tenis que obrar en las obras del que me envi. Llegar la noche, cuando nadie pueda obrar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo (9, 3-5). A lo largo del relato, el verbo hacer aparece en los vv 6.11.14.16.26.33.

Lo que resulta sorprendente, y es aqu donde vamos a centrar la atencin, es que sea el barro el medio extrao y claramente inadecuado empleado por Jess para hacer su obra (que es la de Dios) de devolver la vista al ciego y para manifestarse l mismo como luz. El barro aparece cuatro veces en el texto, y siempre en manos de Jess como complemento del verbo hacer ( Jn 9, 6.11.14. 15) y, aparte de la clara alusin al barro de la creacin del Adam (cf Gen 2,7), quiz forme parte del humor que acompaa a todo el texto: es precisamente algo opaco y oscuro el instrumento para que el ciego recupere la vista y para que la luz vuelva a sus ojos.

"El Seor est realizando una obra extraa" haba dicho Isaas (Is 28,21), hacindose eco de la extraeza y el desconcierto que provoca la manera de actuar de Dios Y es que el empleo de medios inapropiados parece pertenecer, segn los escritores bblicos, a las costumbres de Dios: cumpli su promesa de darles una descendencia numerosa a travs de la esterilidad de las matriarcas (Gen 17,16); envi a un tartamudo a negociar la salida de Israel Egipto (Ex 4,10) y fueron las ranas, las moscas y los mosquitos los encargados de agotar la paciencia del poderoso faran (Ex 7-8). Para conseguir la victoria contra los amalecitas, Moiss, en vez de empuar las armas, extendi los brazos para orar (Ex 17,11-12), la condicin para vencer al poderoso ejrcito de los madianitas fue la disminucin drstica de los soldados de Geden (Jue 7) y, para vencer a Goliat, David no se servir de la lanza sino de las chinitas de su zurrn (1Sm 17). Las acciones simblicas de los profetas tienen que ver con frecuencia con cosas rotas, mal usadas, deterioradas o gastadas, especialmente en las de Jeremas: un cinturn inservible (Jer 13,1-11), una vasija que se estropea rota en manos del alfarero (Jer 18,1-10; un cntaro quebrado ante las murallas de Jerusaln (Jer 19). La garanta de la proteccin de Dios a Acaz cuando temblaba de miedo viendo Jerusaln sitiada, fue el anuncio que su joven esposa esperaba un hijo (Is 7). Y no ser un ngel quien sacar de Babilonia a los exilados, sino la benevolencia del pagano Ciro (Esd 1).

No es de extraar que los destinatarios de esas acciones reaccionen irritados cuando la manera de Dios a la hora de realizarlas no coincide con los mtodos que les pareceran los adecuados:"Acaso dice la arcilla al artesano: -Qu ests haciendo? Tu vasija no tiene asas"(...) Y vosotros vais a pedirme cuentas de mis hijos? vais a darme instrucciones sobre la obra de mis manos? (Is 45,9-11)

El Nuevo Testamento acenta desde su comienzo los medios tan poco "convenientes" que van a caracterizar las acciones de Dios y del propio Jess: las cuatro nicas mujeres que aparecen en su rbol genealgico segn Mateo, son una muestra del "barro" de que se sirvi Dios para modelar al Nuevo Adn: Tamar, recordada por su comportamiento incestuoso (Gen 38); Rahab, una prostituta de Jeric (Jos 2); Rut, una extranjera de Moab; la mujer de Uras, asociada al adulterio de David... (2Sm 11). Descendiendo de abuelas tan inslitas, ya no puede extraarnos nada de lo que sigue: una cuadra en un descampado como "denominacin de origen" del anunciado como "Salvador, Mesas y Seor" (Lc 2,1-20); desperdiciar treinta aos trabajando oscuramente en un pueblo perdido y, a la hora de aparecer en pblico, mezclarse con la gentuza para bautizarse en el Jordn.

Como predicadores de su evangelio elegir a gente entendida solamente en barcas, peces o impuestos. Para convencer de la prioridad de "hacerse prximo" escoge a un samaritano, prototipo de los alejados (Lc 10,25-37); los modelos de fe que propone a su auditorio de intachables judos sern una mujer impura por su flujo de sangre (Mc 5,34), una pagana, madre de una endemoniada (Mt 15,21-28) y un capitn del imperio invasor (Mt 8,10).

A los dispuestos a apedrear a la mujer acusada de adulterio no los disuade con un discurso brillante y convincente, sino inclinndose y escribiendo en el polvo (Jn 8); al ciego de Betsaida y a un sordomudo los cura aplicndoles su propia saliva (Mc 7,33; 8,23) y cura a un leproso realizando el gesto prohibido de tocarle. Para hablar del Reino no acude al lenguaje erudito de los escribas, sino que narra cuentos poblados de personajes y elementos de la vida cotidiana: campesinos que siembran y cosechan, mujeres que amasan y encienden candiles, un pastor desvelado en busca de una oveja perdida, un padre asomndose al camino por si vuelve a casa el hijo que se le fue... Y adems de todos estos intermediarios inadecuados, los medios para alcanzar el Reino tampoco parecen los ms convenientes: la prdida resulta ser el precio de la ganancia (Mc 8,35) y para ser significativo e importante hay que ponerse a aprender de los nios (Mt 18,3); en cambio, el poder, la influencia y la riqueza se revelan como factores de alto riesgo; la posesin no es fuente de alegra sino de pesadumbre (Mt 19,16-22) y la acumulacin, objeto de irrisin y ridculo (Lc 12,16-21).

Invitados a la danza de lo in-convenienteAflojad la tensin de vuestras manos y dejad que se os escapen las riendas con las que intentis controlar a Dios, podra decirnos el ciego de nacimiento. Liberaos de vuestra obsesin por fiscalizar los "cmos" y dominar los "porqus" de sus acciones: tampoco yo consegu entender por qu untaba mis ojos con aquel barro espeso que pareca cegar an ms mis pupilas. Pero me fi de su palabra, me dirig a tientas a la alberca de Silo, me lav y, junto con el barro, se fueron mis tinieblas y me vi sorprendido por la luz como en la primera maana de la creacin. Aceptad el desafo de creer que el barro puede ser portador de luz, confiad en las manos de quien lo aplica a vuestros ojos, reconoceos en la negativa farisea de aceptar que la luz pueda llegar por otro camino que no sea el de los propios candiles y lmparas.Decidos a creer que Alguien sabe mejor que vosotros qu es lo que os cura y lo que puede hacer luminosa vuestra vida y no os contentis con conocerle solamente por el sonido de su voz y el roce de sus manos: porque l os sigue buscando para que podis contemplar tambin el rostro del que procede toda luz.Dad fe a la Palabra que os asegura que vuestras carencias y cegueras no os encierran definitivamente, sino que pueden ser puertas abiertas para el encuentro y entregad vuestra fe y vuestra adoracin a Aquel que no pasar nunca de largo por las cunetas de vuestros caminos.

Un da, estaba sentado con Rodleigh, el jefe del grupo, en su caravana, hablando sobre los saltos de los trapecistas. Me dijo: "Como saltador, tengo que confiar por completo en mi portor. El pblico podra pensar que yo soy la gran estrella del trapecio, pero la verdadera estrella es Joe, mi portor. Tiene que estar all para m con una precisin instantnea, y agarrarme en el aire cuando voy a su encuentro despus de saltar". "Cul es la clave?", le pregunt. "El secreto", me dijo Rodleigh, "es que el saltador no hace nada, y el portor lo hace todo. Cuando salto al encuentro de Joe, no tengo ms que extender mis brazos y mis manos y esperar que l me agarre y me lleve con seguridad al trampoln".

Que t no haces nada? pregunt sorprendido. "Nada", repiti Rodleigh. Lo peor que puede hacer el saltador es tratar de agarrar al portor. Yo no debo agarrar a Joe. Es l quien tiene que agarrarme. Si aprieto las muecas de Joe, podra partrselas, o l podra partirme las mas, y esto tendra consecuencias fatales para los dos. El saltador tiene que volar, y el portor agarrar; y el saltador debe confiar, con los brazos extendidos, en que su portor est all en el momento preciso". Cuando Joe dijo esto con tanta conviccin, en mi mente brillaron las palabras de Jess: "Padre, en tus manos pongo mi Espritu". Morir es confiar en el portor. Podemos decir a los moribundos: "Dios se har presente cuando deis el salto. No tratis de agarrarlo; l os agarrar a Vosotros. Lo nico que debis hacer es extender Vuestros brazos y Vuestras manos y confiar, confiar, confiar".

5. La tumba de Lzaro (Jn 11). La danza de lo in-tempestivo

En el contexto anterior a la resurreccin de Lzaro aparece de nuevo el tema de las obras, esta vez en relacin con el verbo creer:"Si no hago las obras de mi Padre, no me creis. Si las hago, aunque no me creis a m, creed a mis obras y reconoceris de que el Padre est en m y yo en el Padre". (Jn 10,38)

En la escena siguiente, Jess va a realizar la obra por excelencia del Padre que es comunicar vida, y una vida que ya estaba en posesin de la muerte. Pero no es esa seal la que obtiene la fe de Marta, sino que la confesin creyente de sta la antecede: "Yo creo que t eres el Mesas, el Hijo de Dios, el que haba de venir al mundo" (11, 27), apoyada solamente en la afirmacin de Jess: "Yo soy la resurreccin y la vida" (v. 25). Estamos ante una fe proclamada "a destiempo" ya que su momento adecuado parecera ser el siguiente a la salida de Lzaro de la tumba. Pero entonces, parece decirnos Juan, ya no sera fe, porque lo propio de sta es adelantarse y preceder a los signos. Pero hay otro significativo destiempo (ms bien contratiempo o llegada intempestiva ) en la narracin: el del retraso de Jess que, aunque saba de la enfermedad de su amigo, "prolong su estancia dos das en el lugar" (v.6) y adems pronuncia una frase incomprensible ante sus discpulos: "Lzaro ha muerto. Y me alegro por vosotros de no estar all, para que creis" (v 15).

Existe por lo tanto para Jess un "no estar" en el lugar adecuado (devolviendo la salud a Lzaro) que es ocasin de fe, y eso es ms importante para l que el consuelo que hubiera dado con su presencia. Realmente se mereca el reproche de Marta: "Si hubieras estado aqu, no habra muerto mi hermano..." (v 21) Marta no hace ms que sumarse con voz femenina a la multitud de los que a lo largo de los siglos haban protestado, clamado y hasta casi insultado a un Dios acusado de impuntual.

Abraham, el primer creyente, fue tambin el primero en refunfuar ante Dios, cansado ya de tanto retraso en la promesa de descendencia: "Seor, de qu me sirven tus dones si soy estril y Elezer de Damasco ser el amo de mi casa? (Gen 15, 2). Y es que, la verdad, ni Sara ni l mismo iban estando ya para nada. "Que se d prisa, que apresure su obra para que la veamos; que se cumpla enseguida el plan del Santo de Israel para que lo comprobemos" (Is 5. 18), apremiaban los listillos contemporneos de Isaas, y Jeremas, despus de comprar un campo con el destierro ya encima, se encaraba abiertamente con Dios: "Ests viendo la ciudad ya en manos de los caldeos y en este momento vas t y me dices: - Cmprate un campo! (Jer 32, 25). Habacuc fue el primero en preguntarle abiertamente: Hasta cundo pedir auxilio sin que me escuches? (Hab 1,2) y el impaciente Job tampoco se qued corto en protestas.

En el NT tampoco los discpulos parecen estar muy de acuerdo con la medicin de tiempos propia de Jess: evidentemente, el durmiente que llevaban en la barca retras demasiado el momento de despertarse y calmar la tempestad (Mc 5,38); y cuando lleg aquella otra galerna, poda haber abreviado sus rezos en la montaa y acudir en su ayuda un poco antes (Mc 6, 46-50). Tampoco estuvo atinado de clculo cuando se le fue la gente detrs : "El lugar es despoblado y la hora es avanzada" (Mc 6,35). O sea, mucha compasin, pero ni idea de que el tiempo pasa y ahora a ver cmo nos arreglamos para que coman. Y no digamos cuando le entr aquella prisa insensata por subir a Jerusaln, con la que estaba cayendo all (Mc 10,32). En opinin de los de Emas, los tres das pasados en la tumba eran ya ms que suficientes para darles razn en su sospecha de que la promesa de resurreccin no haba sido ms que una pretensin insensata (Lc 24, 21).

El tema del desajuste entre tiempos de Dios y tiempos humanos es reincidente en las parbolas: el amo no lleg hasta el tercer turno de vela (Lc 12, 38) y el novio se retras tanto, que el aceite de las lmparas estaba ya en las ltimas (Mt 25,5). Jess es contundente y nunca aclara los cundos de Dios Estad en vela!, es lo nico que recomienda (Mt 24,42) y, junto con eso la conviccin de que la semilla crece sin que el que la sembr sepa cmo (Mc 4,27).

Invitados a la danza de lo in-tempestivoEs Marta esta vez quien nos invita: Dejad que sea Otro quien mida vuestros tiempos, ritmos y compases. Recordad que l llega a tiempo pero a su tiempo, no al vuestro, y tendris que ser pacientes y convertir vuestra prisa en espera y vuestra impaciencia en vigilancia. Acostumbraos a su extrao lenguaje: si decs de alguien: "est muerto" l os dir "est dormido" y os pedir tambin vuestro consentimiento, no slo ante sus retrasos, sino ante sus anticipaciones: porque en el grano de trigo podrido en tierra l est contemplando la espiga, y cuando una mujer grita de dolor, l escucha ya el llanto del nio que nace.

No temis permanecer a su lado junto a las tumbas de vuestro mundo, unid vuestro llanto al suyo all donde parece que la muerte ha puesto ya la ltima firma y gritad vuestra rebelda ante su dominio. Pero creed tambin en la fuerza secreta de la compasin y de la insensata esperanza. Cuando yo le esperaba junto al lecho de Lzaro para ahuyentar su fiebre, l vino a destiempo, a la hora tarda en que creamos no necesitarle. Y el que no lleg a tiempo para curar a mi hermano, orden retirar la piedra del sepulcro, pronunci su nombre y le orden con su poderosa voz: -"Lzaro, ven afuera!". Y todos supimos entonces que la ltima palabra la tena aquel hombre en quien habitaba el poder de vencer a la muerte. Atreveos a jugar con l el juego de sus retrasos y de sus des-tiempos: apostad fuerte por la Palabra que os asegura que en l est la resurreccin y la vida de todos los lzaros olvidados en las tumbas de la historia.Alegraos de tener como Compaero de danza al Ex-cntrico y al Imprevisible, aunque os conduzca a un ritmo que os parezca paradjico, in-conveniente e intempestivo. Porque lo suyo es cambiar nuestro luto en danza, desatar nuestros sayales, como desat a Lzaro de sus vendas, y revestirnos de fiesta.

Recuperar los caminos de Dios

Andrs Torres QueirugaProfesor de Filosofa de la Religin en la Universidad de Santiago de Compostela.

IntroduccinEl camino constituye un smbolo primordial, nace con la vida misma y su presencia es constante en todas las culturas. El camino est siempre delante. Por eso el camino desinstala y coloca en actitud de bsqueda: por un lado, marca la insuficiencia de lo que ya se tiene, rompe la inercia de lo pasivo y obsoleto, llama a la vida a vivir; por otro, es tambin bsqueda porque desinstala para crecer hacia un nuevo espacio, para acceder a un nuevo modo de vivir, para conseguir un nuevo sentido ms adaptado y ms pleno.

No es raro, entonces, que el camino evoque espontneamente la juventud. Ella representa la vida en su dinamismo ms inquieto, es el gran rito de paso en la vida del hombre y de la mujer. La humanidad lo ha sabido siempre y lo ha expresado en los ritos de iniciacin. Hoy no nos resulta tan claro el tema; esa iniciacin se extiende cada vez ms en un largo aprendizaje. Con todo, en ella se hace denso y decisivo el dramatismo del camino.Pero queremos centrarnos en los caminos de Dios. En el doble sentido de genitivo objetivo y subjetivo. Porque, por un lado, cabe ver toda la historia humana como una bsqueda del rostro autntico de Dios, como una difcil marcha de purificacin, reforma y profundizacin de las ideas e imgenes que de l nos hemos ido haciendo (genitivo objetivo). Pero, por otro y con ms profunda razn, cabe verla como la lucha amorosa de Dios por abrirse paso hasta el corazn humano a travs de nuestra limitacin, de nuestra oscuridad y aun de nuestra tozudez y de nuestro egosmo (genitivo subjetivo).

Hablamos, en fin, de recuperar. Todo cuanto toca a Dios, en momentos de crisis y cambio epocal como el nuestro, se halla especialmente sometido al revuelo provocado por las profundas transformaciones culturales en curso. La experiencia cristiana de fondo los caminos del amor y la salvacin trazados por Dios sigue siendo la misma; pero ha cambiado radicalmente el panorama en que se expresaba. De ah que debamos retraducir o reinterpretar el cristianismo para recuperar el sentido originario, el punto de partida y la meta de los caminos de Dios[footnoteRef:2]. [2: En realidad, este artculo debera ir firmado tambin por Jos Luis Moral: l ha sabido buscar y articular a veces mejor que yo mismo textos de mi obra en torno a este tema. Deseara que su esfuerzo se convierta en luz que de verdad ayude a iluminar estos caminos.]

1. De caminoLa humanidad camina hacia nuevas configuraciones culturales, sociales, econmicas, polticas y religiosas de una novedad tan radical que rompe todos los esquemas de los que hasta ahora nos servamos para entender la vida.

En este sentido, ser creyente y serlo hoy supone, como muy pocas veces en la historia, realizar una nueva creacin, en un ambiente hostil y con medios muy precarios. Sobre todo para los jvenes. Son precisamente ellos quienes anticipan el nuevo ser humano que se est gestando y, por eso mismo, quienes mejor sienten lo viejo que no les sirve y mejor intuyen por dnde ha de ir lo nuevo que necesitan.

Por lo que hace al tema de la religin, invitar hoy a la fe supone invitar a un gran desafo. Desafo que, sobre todo para los jvenes, implica en realidad no un simple acceder a un punto de vista sobre la vida. Eso tambin; pero, ms que nada, exige recrear toda una forma de vida, con un lenguaje, una sensibilidad y una actitud nuevos, originalmente reinterpretados en el contexto actual desde una experiencia muy antigua.Algo tan radicalmente novedoso que, bien pensado, parece imposible. No es que carezcamos de la figura; es que ni siquiera tenemos el boceto. He ah la principal repercusin de la crisis epocal peculiar de nuestra situacin. Posiblemente, hoy por hoy no se pueda pedir ms que trabajar, o continuar trabajando, en el esquema de una figura sin ms contorno que el de una difcil promesa.

Por eso tiene hondo sentido vital e histrico afirmar que acaso slo los jvenes estn capacitados para afrontar la tarea. No, desde luego, sin lo que reciben creadoramente de las actuales o recientes generaciones adultas, que es mucho y fruto de una dursima conquista.

Slo ellos pueden intentarlo, porque es su tiempo: tan slo una sensibilidad crecida en el nuevo ambiente, trabajada por las nuevas tecnologas y educada en las nuevas filosofas est en condiciones de asimilar todo el material de datos sin que se agote ni la capacidad para el juicio ni la fuerza para la creacin. A lo mejor dramatizamos un poco; tal vez estemos enunciando una obviedad, agudizada simplemente por la aceleracin y complejidad de nuestro momento: siempre, cada generacin ha sido encargada y, en definitiva, slo ella de llevar adelante su propio tiempo en la historia.No caben recetas ni dictar desde fuera la solucin. Ser joven y creyente y cristiano hoy no es algo obvio, ni existe la figura ya hecha que una en sntesis real esos vectores. No la tiene nadie: ni los telogos ni los movimientos ni el papa. Slo puede aspirar a ella una juventud que viva en su carne los problemas del mundo actual en el arte, en la filosofa, en la poltica, en la ciencia, en el hambre, en la ecologa, en la superpoblacin, en la confusin postmoderna, en el encuentro de las religiones y que desde dentro, buscando, gozando y sufriendo con todos, logre encontrar una configuracin de la fe que sea hoy significativa, orientadora y animadora. Tarea hermosa, pero enorme y, en rigor, inacabable.

2. La encrucijada de la religinLos caminos de la religin siguen hoy bajo sospecha. Y no se trata de una sospecha venida de fuera; los mismos cristianos no terminamos de creernos muchas de las verdades sobre las que pretendemos sostener la religin.

Son demasiadas las palabras que pronunciamos con la sospecha de que la cosa no puede ser as. Qu madre puede creer de verdad que su pequea criatura recin nacida, ante la que su corazn se deshace de ternura, est en pecado mientras no sea bautizada? En qu cabeza cabe que Dios pudiera exigir la muerte violenta de su Hijo para perdonar los pecados de la humanidad? Resulta concebible que un Dios que es amor se dedique a castigar, con tormentos infinitos y por toda la eternidad, faltas cometidas en el tiempo por hombres o mujeres, que en definitiva siempre son bien pequeos?

El imaginario colectivo de los cristianos est repleto de frases, imgenes y conceptos que, si no se reinterpretan debidamente, a ellos mismos les resultan literalmente increbles.2.1. Recuperar la humanidad de la religinSintticamente enunciado, en el imaginario comn, la religin aparece, casi de manera inevitable, como algo literalmente celestial, es decir, cado del cielo: superpuesto a la razn en cuanto revelado, y aadido a la vida en cuanto sagrado.

Hay que deshacer este grave equvoco, puesto que la religin, antes de nada, es una respuesta humana a un problema humano: una cosa bien terrena, pues nace justamente de las necesidades, de las bsquedas, de las esperanzas, de las angustias y las ilusiones ms profundas del ser humano. Una religin, por elevada que se presente, consiste siempre en una elaboracin humana: es la visin que un determinado grupo de hombres y mujeres tienen acerca de los problemas fundamentales que les presenta la existencia, con las correspondientes pautas de conducta que de esa visin se derivan.

Tanto los que creen, como los que se confiesan agnsticos o, incluso, ateos tienen su visin del mundo, su fe. Y esa fe no es nunca un punto de partida, sino una conclusin... Todos la alcanzan a partir de un examen de la misma e idntica realidad: la nica que tenemos y en la que todos vivimos.Este paralelismo puede pasar inadvertido, porque, cuando el creyente descubre la Presencia fundante en la que apoya su fe, se da cuenta de que la descubre porque Ella estaba tratando de drsele a conocer. Pero ntese bien: Dios slo puede revelrsela en la medida en que l la descubre, la acepta y la comprende. De ah que, por un lado, puede decir que es Dios quien le revela su respuesta; y, por otro, que ella es la interpretacin que l da de la realidad. Adems, es consciente de que no descubre algo que se dirija nicamente a l. Al contrario, en el mismo hecho del descubrimiento va sobreentendido que Dios est tratando de revelarse a todos.

La religin es, pues, una respuesta especfica, pero no porque descubre algo destinado slo al creyente o porque est interpretando una realidad particular que le afectara slo a l; no, la especificidad radica tan slo en que el creyente interpreta de una manera determinada la realidad comn a todos. Por eso su respuesta, de ser vlida, lo es tanto para todos, creyentes y no creyentes. Exactamente igual que pasa con la respuesta contraria: tambin el no creyente interpreta la realidad comn y piensa que su respuesta tiene validez para todos o para ninguno.Las consecuencias de lo anterior, en su aparente sencillez, conducen a revisar muy a fondo el estilo de concebir y vivir la religin. Muy en concreto, pone al descubierto la terrible trampa del dualismo religioso. Porque ahora se comprende que no puede tratarse ya de que la vida religiosa signifique una especie de desdoblamiento, como si el creyente fuese dos personas: por un lado, tendra una vida profana, comn con la de los dems y con idntico estilo; y, por otro, le aadira una segunda vida, la propiamente religiosa, que se superpondra a la otra, con un mayor o menor influjo sobre ella. De hecho, por no advertirlo, se ha tendido a crear dos mundos, el sagrado y el profano, a los que corresponderan dos esferas de intereses: la de Dios y la del hombre. Y entonces Dios aparece como el Seor, que impone mandamientos e imparte prohibiciones, que premia y castiga...

Todo esto est suponiendo por la fuerza de la misma objetividad de lo dicho y pensado, aun prescindiendo de la intencin de los sujetos que Dios es un ser interesado y dominador, con una esfera de intereses propios y exclusivos, que no son precisamente los nuestros. Por eso, para lo que nos interesa a nosotros, tenemos que pedirle ayuda y proteccin o agradecrselos y aun pagrselos cuando se consiguen. Adems, como nuestros intereses no siempre coinciden con los de l, hay que saber renunciar a muchas cosas por o incluso en favor de Dios (hasta la "renuncia total a uno mismo", sentido en el que se interpretan las frases evanglicas de "cargar con la cruz", "negarse a s mismo" o "perder la propia vida").Al final, no puede extraar que, cuando el cambio de paradigma cultural llega a la clara conciencia de s mismo, Dios aparezca para muchos como enemigo de la vida humana, como amenaza para su autonoma e impedimento para su realizacin. Feuerbach lo expres cuando dijo aquello tan terrible, que siendo tan falso puede parecer tan evidente: Para enriquecer a Dios debe empobrecerse el hombre; para que Dios sea todo, debe el hombre ser nada.

Por fortuna, frente a todo ello, podemos afirmar claramente que: Dios es amor: un Dios entregado por amor, que no tiene otros intereses que los nuestros; que no sabe comerciar con nosotros, porque ya nos lo ha dado todo; que no niega nuestro ser, porque su presencia consiste justamente en afirmarlo, fundando su fuerza y promoviendo su libertad. Que no pide, sino que da. San Pablo, como previendo la objecin de Feuerbach, lo haba expresado magnficamente, hablando de su manifestacin en Jess de Nazaret, "siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza (2Cor 8,9).2.2. El paradigma explicativo modernoDime cmo es tu Dios, y te dir cmo es tu visin del mundo; dime cmo es tu visin del mundo, y te dir cmo es tu Dios. Dos proposiciones estrictamente correlativas. Nuestra visin actual de Dios est marcada desde su raz por las experiencias y conceptos de un mundo que ha dejado de ser el nuestro, puesto que nos separa de l uno de los cortes ms profundos en la historia de la humanidad: la emergencia del paradigma moderno.

Esa distancia entre nuestra actualidad y nuestro pasado es el precio que debemos pagar por algo que constituye una de las mayores riquezas del cristianismo: su antigedad. sta supone un enorme tesoro de experiencias y de saberes. Pero significa tambin que nuestra comprensin de la fe nos llega en un molde cultural que pertenece a un pasado que en gran parte se ha hecho caduco.

Para darse cuenta de la magnitud del problema, basta con pensar que la inmensa mayora de los conceptos intelectuales, representaciones imaginativas, directrices morales y prcticas rituales del cristianismo se forjaron en los primeros siglos de nuestra era, y que a lo sumo fueron parcialmente refundidos en la Edad Media.Nuestro tiempo, en realidad, est exigiendo nada menos que una remodelacin total de los medios culturales en los que comprendemos, traducimos, encarnamos y tratamos de realizar la experiencia cristiana. El Concilio Vaticano II ha abierto la puerta para este proceso. Pero el camino est en gran parte por hacer, y los ltimos aos no se han distinguido precisamente por el avance. Un punto resulta decisivo en la transformacin a que aludimos, por condicionar toda la reflexin: el cambio radical que el paradigma moderno impone en la manera de comprender las relaciones de Dios con el mundo.

El advenimiento de la ciencia y emancipacin de la razn filosfica han hecho patente para la conciencia, y consolidado de manera ya irreversible para la vida, el hecho de la autonoma de las realidades creadas. En este horizonte interpretativo se ha de buscar la explicacin de cualquier fenmeno que se produzca, y no cabe esperar en ese nivel ninguna aclaracin por influjo de fuerzas extramundanas o sobre-naturales. Tampoco el influjo de Dios.Los salmos todava podan afirmar que Yahv llova o tronaba, que era l quien causaba la guerra o mandaba la peste. Y todava el Nuevo Testamento y, dentro de l, el mismo Jess poda suponer que determinada enfermedad era producida por el demonio.

Hoy ya no es posible: aunque lo quisiramos, no podemos ignorar que la lluvia y el trueno tienen causas atmosfricas bien definidas; que la enfermedad obedece a virus, bacterias o disfunciones orgnicas; y que las guerras nacen del egosmo de los humanos. Mientras hablemos de fenmenos acaecidos en el mundo, se ha impuesto la evidencia de que la hiptesis Dios (Laplace) es superflua como explicacin; ms an, que es ilegtima y que obstinarse en ella acaba fatalmente daando a la credibilidad de la fe.

Porque es preciso tener en cuenta que esto ya no sucede hoy nicamente en los libros de texto, sino que, desde los medios de comunicacin y desde la escuela, ha impregnado de manera irreversible la cultura general. Una ancdota trada por una maestra lo aclara muy bien. Hablando del diluvio y del salvamento de los animales, le dijo el tpico chico listo y espabilado: "Profesora, eso es imposible, porque si No puso tambin a las termitas, le coman el arca".

La conclusin es clara: slo tomando en serio la legitimidad indiscutible de este paradigma explicativo moderno, tenindolo en cuenta y repensando desde l nuestra concepcin de Dios y de sus relaciones con el mundo, cabe hoy una fe coherente y responsable.2.3. Dios consiste en amarSi de algn modo se presenta Dios al cristiano, es como amor sin medida; si algo busca el cristianismo, es, por un lado, hacerle ms ligero a la humanidad el peso de la existencia y, por otro, enriquecer hasta el infinito la riqueza y densidad de su vida. No en vano, la definicin ms honda y especfica que el cristianismo ha logrado de lo divino est representada por la frase jonica: Dios es amor (1Jn 4,8.16), es decir, Dios consiste en amar. Un amar activo, que todo lo inunda y desea transformarlo para el bien.

Dios es amor, en efecto. Esta frase, que nunca meditaremos lo suficiente, perfora, cargada de misterio y de promesa, toda nuestra historia. A poca sensibilidad que se tenga, se comprende que en ella se est tocando el corazn mismo del cristianismo. Es una frase nuclear, irradiante. Ella sola ser capaz de mantener la esperanza del mundo. Si Dios es amor y si Dios es el origen, intuimos que el amor es, entonces, la esencia de la realidad, la ltima palabra de la comprensin, el criterio definitivo del juicio. Comprenderla sera justamente alcanzar el misterio del universo, encontrar la llave del sentido, llegar a la fuente de la vida.

Aunque comprenderla del todo sea imposible, puesto que atisbar su hondura significa, automticamente, palpar su misterio, s que podemos desentraarla para entender un poco mejor los caminos de Dios y los del hombre: Dios es amor, la realidad es amor; ser hombre es tratar de vivir en el amor.La verdad tantas veces, la triste verdad es que el cristianismo se presenta de modo muy diferente del que consideraciones y recuerdos de este tipo pudieran hacer esperar. La denuncia de Nietzsche (los cristianos tienen muy poca cara de redimidos) no ha desaparecido. Parece existir, en efecto, un sutil velo de tristeza que se extiende desde el interior de nuestras iglesias hasta el estilo normal de los cristianos. La mayora de los de fuera parecen de acuerdo en considerar al cristianismo como una carga bastante pesada, y la mayora de los cristianos parecen consentir tcitamente con el diagnstico.

Sin embargo, Dios, el Dios vivo y verdadero, est intentando darse a conocer, solicitando amorosamente nuestra atencin, llamndonos de mil maneras a una concepcin justa de su presencia salvadora. Todas las religiones lo han entrevisto de alguna manera. La religin bblica ha logrado llevarlo a una culminacin insuperable. Visto con ojos de historiador o de fenomenlogo de las religiones, su suerte estuvo en que se orient, no hacia los rasgos naturalistas, mgicos o animistas de lo Sagrado, sino hacia su carcter tico y personal.

La experiencia del xodo parte ya de un Dios que salva y libera, estableciendo una alianza; es decir, de un Dios que se preocupa por el bien de los hombres y mujeres, los cuales, a su vez, se ven solicitados a observar una conducta recta y honesta. Las recadas mgicas, que intentan manipular el favor divino, o las imgenes de un Dios arbitrario, terrible e imprevisible, son continuamente corregidas por la conciencia de ese Dios tico y salvador de la Alianza.Lo tremendum no desaparece del todo en el Antiguo Testamento (todava quedan restos en el Nuevo), pero cede continuamente lugar a lo fascinans: al carcter protector, agraciante y salvador de Dios. Oseas logr expresarlo un amor tan tierno que no sabe castigar: "Cmo te voy a entregar, Efram? / Cmo te voy a dejar, Israel? [...]. / Mi corazn se revuelve dentro de m, / me estremece mi compasin". Y lo grande no est slo en esa proclamacin, sino en su fundamentacin: "pues yo soy Dios, y no un hombre, / el Santo en medio de ti" (Os 11,8-9). He aqu la autntica direccin de la diferencia divina: justo porque es Dios y no un hombre, porque es el Santo, no aplasta y condena, sino que se compadece y perdona.

De ah que debiera tenerse gran cuidado con la defendida definicin fenomenolgica de Dios como fascinans et tremendum, por mucho que venga de san Agustn y haya sido popularizada por Rudolf Otto. Recoge datos que fueron y desgraciadamente son reales en la historia, porque as tendemos a pensar nosotros. Pero, en el fondo, es ahistrica: no jerarquiza las manifestaciones, descubriendo el avance y, de ese modo, pierde la esencia autntica.Todo esto resulta muy difcil de comprender para nuestra psicologa, siempre herida de mezquindad, resentimiento y rencor. Porque nosotros somos hombres y no Dios, no comprendemos ni acabamos de creer en ese amor sobre toda medida, en ese amour fou, en ese Dios loco por el hombre (Schelling). Pero contra eso acaso ahora estemos en condiciones de comprenderlo mejor el movimiento vivo de la revelacin resulta bien claro; basta echar una simple ojeada a Jess de Nazaret.

Con Jess culmina dentro de nuestra tradicin bblica la captacin humana de lo que Dios, desde siempre, quiere ser para nosotros: Abb o Padre entregado en un amor tan infinito como su mismo ser y que nicamente espera de nosotros que, comprendindolo, nos atrevamos a responderle con la mxima confianza de que sea capaz nuestro corazn. "Djate querer, djate querer por El", dice una reciente cancin religiosa; djate querer y salvar por ese Dios que no desea otra cosa...3. Los caminos de DiosLa idea de creacin quiz sea la que mejor nos permita reconocer los autnticos caminos de Dios. En cualquier caso, remite a esa relacin nica por la que Dios est haciendo ser a la criatura. Responde a la iniciativa absoluta de un amor sin lmites que crea a imagen y semejanza del propio creador.

Como queda dicho, la visin tradicional en las religiones tiende a ver a Dios como el Seor que nos crea para que le sirvamos, dando as origen a una relacin dualista, interesada y comercial. Por fortuna, la teologa ha iniciado la superacin, sobre todo cuando habla de la continuidad entre creacin y alianza o entre creacin y salvacin. Sin embargo, no cabe ignorar la existencia de un vaco entre la afirmacin terica y la realizacin prctica y vivencial. Urge, pues, llenar ese vaco buscando una coherencia ms plena. Algo que la situacin actual pide y propicia a un tiempo, al no admitir una religin que, mirando al cielo, se hiciera infiel a la tierra.3.1. Dios crea por amorLa gloria de Dios es el hombre vivo, dijo san Ireneo casi en el mismo comienzo del cristianismo. La presencia de Dios en la vida humana slo puede tener como sentido y finalidad afirmarla y confirmarla de cara a su plenitud. En este sentido, Dios no ha creado hombres y mujeres religiosos, sino, simple y llanamente, hombres y mujeres humanos. El criterio definitivo es la realizacin humana. Por eso, todo lo que contribuye a una mejora de la vida humana entra en consideracin directa. Desde la fe en este Dios, resulta absurda una postura negativa ante el mundo o la mnima reticencia ante cualquier progreso humano.

Todo en la vida es divino cuando es verdaderamente humano. ste podra ser el enunciado sinttico de la leccin del sentido integral y realista que aparece en la literatura sapiencial bblica. Gracias a la culminacin de Jess, hoy podemos, seguramente, ver ms y mejor que aquellos autores. Pero no para rebajar el realismo, sino para radicalizarlo desde la idea de la encarnacin.Jess de Nazaret es un modelo insuperable a la hora de configurar la experiencia cristiana. Una figura que con su libertad a toda prueba, por apoyarse en el amor; con su entrega sin lmites, por estar desde los ms pobres; sin trampa, por tanto al servicio de los dems; con su acogida de la vida hasta el extremo, por fundarse en la confianza filial en Dios..., aparece como una llamada clida y viva, resistente a todos los cidos ideolgicos y a pesar de los inacabables inventos a todas las manipulaciones interesadas.

La nueva Cristologa, superando los viejos espiritualismos, afirma cada vez con ms vigor que l es hijo de Dios no a pesar de, sino en su humanidad: tanto ms divino cuanto ms humano. Por l hemos ido aprendiendo que la presencia de Dios, su gloria y su gozo se realizan con ms plenitud all donde de modo ms verdadero y autntico se realiza nuestra humanidad. Por eso, visto desde el otro lado, su presencia no nos aplasta o deshumaniza, sino todo lo contrario: nos permite llegan a lo ms alto y mejor de nosotros mismos. Este contexto permite comprender en su hondo significado la continuacin de la frase de san Ireneo: La gloria de Dios es el hombre vivo, pero la vida del hombre es la contemplacin de Dios.Ms all de toda imagen providencialista, Dios nos crea por amor y se nos hace presente como salvacin. No lo vemos con demasiada claridad, porque sigue muy vivo el fantasma de una omnipotencia abstracta, segn la cual Dios podra hacer lo que quisiera, sin resistencias de ningn tipo. No nos damos cuenta de que, ciertamente, por su parte no hay lmites, porque, en s misma y en abstracto, su omnipotencia lo puede todo; pero que, en su funcionamiento concreto, la omnipotencia dice relacin al otro, y el otro s los tiene necesariamente: el crculo no puede hacerse cuadrado sin desaparecer, y la libertad finita no puede, sin quedar anulada, ser forzada a obrar siempre el bien. Dios fundamenta, apoya y promueve con todo su amor nuestra vida y nuestra libertad; pero no quiere ni puede sustituirlas, viviendo y decidiendo por nosotros. Como en el caso de los padres superprotectores, eso podra parecer amor, pero en realidad llevara a la anulacin y a la muerte del hijo o la hija.

Por fortuna, acaso estemos ya empezando, por fin, a comprender como de manera simblica pero unvoca nos lo muestra la vida de Jess que, ms que seor, Dios es servidor de sus criaturas; que jams es el verdugo de su sufrimiento, sino siempre con ellas y a favor de ellas la vctima. Con la fuerza, el calor y la agudeza de su experiencia san Juan de la Cruz se atreva a hablar de que la ternura de Dios es tan grande que se entrega al alma "como si l fuese su siervo y ella fuese su seor". Y es que supo verlo como ocano de amor que trata de inundarlo todo con su gracia, siempre preocupado por ayudar y salvar. De ah el sentido profundamente falso de la expresin estaba de Dios..., ante una desgracia o contrariedad. En cambio, no hay artificio ni metfora alguna cuando, al salirnos algo bien, decimos: gracias a Dios. Porque en verdad no miente quien ante un suceso feliz exclama: Gracias a Dios! Siempre, claro est, que mantenga el sentido autntico: ...porque esta vez lo ha logrado, ...porque ha conseguido mostrar y realizar su amor, ...porque esta vez, al menos para algunos, la realidad no ha frustrado su designio, sino que se ha plegado a l. En definitiva, porque su amor ha tenido suerte y ha logrado ayudarnos.

Al contrario, se equivocan profundamente quienes, ante determinadas derrotas o fracaso, achacan que Dios est "con los malos cuando son ms que los buenos". Dios sale tambin derrotado en las derrotas del bien, porque, en su respeto por el mundo y por la libertad, tiene que tolerar y sufrir que la maldad se rebele contra l, haciendo dao a sus creaturas, desobedeciendo la llamada de su gracia. Pero, en ese sentido, l est con los buenos. Digo en ese sentido, porque l est con todos, amando a todos, aunque, por eso mismo, tratando de apartar del mal: llamando a todos, buenos y malos, al amor y a la concordia.3.2. Dios crea creadoresRespondiendo no tanto a la pregunta de cmo acta y se sita Dios respecto de su creacin, cuanto al cmo acta y se sita el hombre, ahora nos detenemos a pensar finalmente en qu consiste la respuesta de la criatura. Aunque, de suyo, no debera ser as, nos encontramos aqu, de hecho, el cruce de paradigmas, los hbitos mentales y, sobre todo, la naturaleza misma del lenguaje nacido directamente para expresar relaciones intramundanas complican la inteleccin y tienden a multiplicar equvocos.

Estamos ante el eterno problema de la inmanencia y trascendencia. La accin de Dios es trascendente, y eso significa que slo se hace visible y efectiva a travs de la accin creada, la cual es inmanente y mundana y, como tal, inmediatamente accesible, pero slo resulta posible apoyada en aqulla.Se trata de una estructura nica. Toda otra relacin, en efecto, se da siempre, necesariamente, entre realidades del mundo; por tanto, entre realidades paralelas entre s, por as decirlo. En cambio, la relacin Dios-criatura es perpendicular, en cuanto que desde su radical alteridad creadora Dios la hace ser y la sustenta. La tentacin consiste justamente en reducir esa nica e irreductible relacin a una cualquiera de las conocidas.

Tal es lo que sucede en las representaciones tradicionales: Dios cre el mundo en el principio; ahora existen Dios y el mundo; de vez en cuando, Dios lleva a cabo actuaciones concretas: revelando, concediendo una gracia, haciendo un milagro...; la historia de la salvacin consiste precisamente en la serie de esas acciones especiales de Dios; nosotros, recordndolas, podemos pedirle a Dios que intervenga tambin ahora en determinadas ocasiones o necesidades. Cierto que, adems, se dice tambin que Dios interviene mediante las causas segundas; pero sa es la accin ordinaria, que, en el fondo, ya no cuenta mucho: por eso, cuando se trata de cosas concretas, pedimos continuamente que Dios intervenga.En el fondo, nuestro imaginario sigue estando dominado por la idea de que Dios puede actuar sobre la naturaleza para cambiar su curso, del mismo modo que puede actuar sobre la humanidad para hacer la paz, acabar con el hambre o unirnos como hermanos.

La nueva visin y paradigma explicativo del mundo moderno est pasando a ser vivida y sentida por una gran mayora, particularmente por los jvenes. La extensin de la cultura y, sobre todo, de los medios audiovisuales la han inculcado de manera irreversible en la gente comn (basta una locutora del tiempo hablando de isobaras despus de la noticia de una rogativas por la lluvia, para crear en el ambiente la impresin de que la religin y sus usos pertenecen irremisiblemente a un pasado muerto o, en el mejor de los casos, meramente folklrico).De ah la necesidad de preservar con cuidado la diferencia irreductible de la relacin Dios-criatura. Respecto de las criaturas, Dios no hace algo al lado de ellas, para completarlas, ni en lugar de ellas, para suplirlas. De otro modo, hablar, por ejemplo, de la accin de Dios en nosotros podra percibirse como un robo de nuestra propia accin o como una anulacin de nuestra autonoma. Y, por el contrario, hablar de nuestra accin dara la impresin de que Dios no hace nada.

Justamente, porque es creador, la accin de Dios en las criaturas es hacer que ellas hagan. Dios hace de verdad, pero en un sentido nico y singularsimo, en cuanto que de l se estn recibiendo a s mismas las criaturas en su ser y en su capacidad de obrar. Pero, por lo mismo, nada se resta a su obrar de criaturas: este ser y esta capacidad les son entregadas realmente, de modo que son ellas las que hacen sus acciones, las cuales son verdaderamente suyas.

Al mismo tiempo, cabe invertir la consideracin: la accin es de la criatura porque Dios la est haciendo ser y obrar. De modo que cabe afirmar que esa accin es de Dios. Pero esto sucede en su mbito propio: en el plano trascendental, en cuanto que Dios hace hacer. Con todo, la misma expresin hace hacer implica que en el plano emprico el actuar de la criatura es lo que hace real aquella accin de Dios: el hacer de Dios slo se manifiesta y resulta real en el hacer de la criatura. As se comprende que cuanto ms hace Dios, tanto ms hacen las criaturas, y viceversa: cuanto ms hacen las criaturas, tanto ms hace Dios.No es fcil de entender, pero cabe intuir de algn modo por dnde va esta relacin nica y maravillosa. La accin de Dios y la de las criaturas se refuerzan mutuamente, no estn en concurrencia o competicin. O, para ser ms exactos, ni siquiera son propiamente dos acciones. La criatura es ella misma accin de Dios, que la est "haciendo ser"; es accin concreta, densificada, no mera apariencia evanescente; y por eso es ella misma: por as decirlo, sindose y actundose a s misma es como la criatura constituye una accin de Dios (en la vivencia espontnea decimos: a Dios rogando y con el mazo dando", "aydate, que Dios te ayudar"; esa es la razn tambin por la que los salmos dicen Dios llueve, Dios truena).

No debe pensarse, pues, en una rivalidad entre Dios y la criatura, ni siquiera en un reparto de la accin concreta, como si se pudiese decir: esta parte corresponde a Dios, y sta otra al hombre ("yo ya hice cuanto estaba de mi parte, ahora le toca a Dios..."). Lo que existe es, por el contrario, co-realizacin y unidad total: porque y slo porque cada accin se ejerce en un plano distinto, todo lo hace Dios y todo lo hace la criatura. Difcil, pero, si uno se deja llevar por su fuerza de fondo, se vislumbra una enorme sugerencia.3.3. La diferencia est en la libertadFrente a la simple naturaleza, que ya nace hecha y predeterminada, los humanos somos lo que desde la libertad nos hacemos. La libertad nos distingue de todo y de todos. Con la aparicin del ser humano en la tierra, entra en escena una novedad absoluta. Ciertamente, una gran parte del hombre est entregada a la necesidad, igual que sucede con los dems seres; pero la ley definitiva de su ser es precisamente la ausencia de ley, la capacidad de construirse a s mismo escogiendo entre distintas direcciones y posibilidades. Mientras el astro o el animal son, en definitiva, una ecuacin resuelta (Ricoeur), el hombre y la mujer consisten ltimamente en resolver la propia ecuacin de una manera nica, irrepetible, personalsima. Nadie, ni siquiera su Creador, se puede poner en su lugar: suplantar la libertad sera anularla.

Mal abordado, el problema de las confluencias (como en la famosa y por suerte olvidada controversia de auxiliis) nos conduce a dos posibilidades contrapuestas: o bien la accin de Dios, si es real y efectiva, parece sustituir a la libertad humana, alienndola y, en definitiva, anulndola, o bien da la impresin de que, si funciona la libertad, no puede haber influjo de Dios. No acaba as de captarse la profunda e indisoluble unidad de ambas, tan bien expresada en el dicho de Bergson: Dios crea creadores.Traducido, esto significa que el influjo de Dios consiste precisamente en hacer posible y sostener la libertad, de modo que tal influjo resulta tanto mayor cuanto ms libremente acta el ser humano. Naturalmente, no hay que perder de vista que el influjo de Dios en trminos tradicionales, su gracia opera bajo el modo de ofrecimiento gratuito. El influjo es real y constante, mucho ms intenso y de mucha mayor densidad ontolgica, digmoslo as, que el ejercido sobre las realidades naturales. Pero siempre, en el modo de la atraccin o de la solicitacin, preservando con infinito respeto la diferencia de la libertad, su autonoma.

De alguna manera, hablando antropolgicamente, ello supone un riesgo para Dios: el riesgo de que la criatura se niegue a aceptar su ofrecimiento y le impida realizar su intencin. Pero supone tambin la oportunidad nica para la expansin libre de la accin creadora. Por eso el hombre, como por desgracia lo estamos viendo cada da, puede interferir negativamente en la creacin, destruyendo la naturaleza y explotando o matando al hermano. Pero tambin puede prolongarla positivamente, colaborando con Dios en su continuo afn salvador de fomentar el bien y remediar el mal, amando al prjimo, creando cadenas de solidaridad, trabajando por una humanidad ms libre, justa y fraternal, as como por una tierra ms habitable.

Si bien se piensa, se anuncia aqu uno de los misterios ms fascinantes: la libertad humana es la puerta para la novedad de la intervencin divina en el mundo. Hablando de jvenes y de caminos de Dios en el mundo difcilmente cabe enunciar una posibilidad ms gloriosa y exaltante, una llamada ms fuerte para la generosidad y una ocasin ms propicia para una creatividad verdaderamente abierta al futuro.MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014

Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9) Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasin de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversin. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: Pues conocis la gracia de nuestro Seor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza (2 Cor 8, 9). El Apstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusaln que pasan necesidad. Qu nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? Qu nos dice hoy, a nosotros, la invitacin a la pobreza, a una vida pobre en sentido evanglico?

La gracia de Cristo Ante todo, nos dicen cul es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: Siendo rico, se hizo pobre por vosotros. Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendi en medio de nosotros, se acerc a cada uno de nosotros; se desnud, se vaci, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). Qu gran misterio la encarnacin de Dios! La razn de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jess, en efecto, trabaj con manos de hombre, pens con inteligencia de hombre, obr con voluntad de hombre, am con corazn de hombre. Nacido de la Virgen Mara, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jess al hacerse pobre no es la pobreza en s misma, sino dice san Pablo ...para enriqueceros con su pobreza. No se trata de un juego de palabras ni de una expresin para causar sensacin. Al contrario, es una sntesis de la lgica de Dios, la lgica del amor, la lgica de la Encarnacin y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvacin desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para l es superfluo con aparente piedad filantrpica. El amor de Cristo no es esto! Cuando Jess entra en las aguas del Jordn y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversin; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdn, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la riqueza insondable de Cristo (Ef 3, 8), heredero de todo (Heb 1, 2).

Qu es, pues, esta pobreza con la que Jess nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos haban abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvacin y verdadera felicidad es su amor lleno de compasin, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, carg con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicndonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jess es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a l en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un nio que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jess radica en el hecho de ser el Hijo, su relacin nica con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesas pobre. Cuando Jess nos invita a tomar su yugo llevadero, nos invita a enriquecernos con esta rica pobreza y pobre riqueza suyas, a compartir con l su espritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primognito (cfr Rom 8, 29). Se ha dicho que la nica verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podramos decir tambin que hay una nica verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

Nuestro testimonio

Podramos pensar que este camino de la pobreza fue el de Jess, mientras que nosotros, que venimos despus de l, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es as. En toda poca y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a travs de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a travs de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espritu de Cristo. A imitacin de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condicin que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higinicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los ltimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en dolos, se anteponen a la exigencia de una distribucin justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir. No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. Cuntas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros a menudo joven tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografa! Cuntas personas han perdido el sentido de la vida, estn privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuntas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educacin y la salud. En estos casos la miseria moral bien podra llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que tambin es causa de ruina econmica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el nico que verdaderamente salva y libera. El Evangelio es el verdadero antdoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano est llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdn del mal cometido, que Dios es ms grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunin y para la vida eterna. El Seor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegra de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vaco. Se trata de seguir e imitar a Jess, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a l, podemos abrir con valenta nuevos caminos de evangelizacin y promocin humana. Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solcita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evanglico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueci con su pobreza. La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos har bien preguntarnos de qu podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sera vlido un despojo sin esta dimensin penitencial. Desconfo de la limosna que no cuesta y no duele. Que el Espritu Santo, gracias al cual [somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyndolo todo (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propsitos y fortalezca en nosotros la atencin y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oracin por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recis por m. Que el Seor os bendiga y la Virgen os guarde.

Vaticano, 26 de diciembre de 2013 Fiesta de San Esteban, dicono y protomrtir

Cuaresma: tiempo de encuentrosDolores Aleixandre, rscj

Primera semana:Encuentro en el desierto(Mc 1,12-13)Segunda semana:Encuentro en la montaa(Mc 9,2-13)Tercera semana:Encuentro junto a un pozo en Samaria(Jn 4,5-42)Cuarta semana:Encuentro junto a la piscina de Silo(Jn 9,1-41)Quinta Semana:Encuentro junto a la tumba de Lzaro(Jn 11,1-45)

INTRODUCCINEl gesto que inaugura la Cuaresma nos invita a hacer cenizas nuestro viejo corazn en pecado, y a dejar que el fuego calcine en nosotros y en la humanidad entera, toda violencia, toda represin, toda prepotencia, todo miedo.Comenzamos una larga celebracin en la que la Iglesia nos convoca a dejar que el Espritu renueve nuestros corazones para que, del polvo de nuestras cenizas, puedan brotar la vida y la fiesta.La Cuaresma es un tiempo de gracia, una invitacin del Dios que quiere encontrarnos de una manera nueva y llevarnos ms lejos en el camino que lleva a la Vida. En apariencia, ese camino parece conducir a la muerte: una cruz se