Dos Cuentos

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 ESCALAS MELOGRAFIADAS ( CUENTOS) MURO NORESTE Penumbra. El único compañero de prisión que me queda ya ahora, se sienta a yantar, ante el hueco de la ventana lateral de nuestro calabozo, donde, lo mismo que en la ventanilla enrejada que hay en la mitad superior de la puerta de entrada, se refugia y florece la angustia anaranjada de la tarde. e vuelvo hacia !l" #$%a&. %a. Est' usted servido (me responde sonriente. )l mirarle el perfil de toro destacado sobre la plega da hoja lacre de la ventana abierta, tropieza la mirada con una araña casi a!rea, como trabajada en humazo, que emerge en absoluta inmovilidad en la madera, a medio metro de altura del testuz del hombre. El poniente lanza un destello bayo sobre la tranquila tejedora, como enfoc'ndola. Ella ha tenido, sin duda, el tibio aliento solar* estira alguna de sus e+tremidades con dormida perezosa lentitud y , luego, ro mp e a caminar a intermi te ntes pa so s hacia ab aj o, hasta detenerse a nivel de la barba del individuo, de modo tal, que, mientras este mastica, parece que se traga a la bestezuela. Por fin, termina de yantar, y al propio tiempo, el animal flanquea corriendo hacia los goznes del mismo brazo de la puerta, en el preciso momento en que esta es entornada de golpe por el preso. )lgo ha ocurrido. e acerco, vuelvo a abrir la puerta, e+amino en

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ESCALAS MELOGRAFIADAS (CUENTOS)MURO NORESTEPenumbra.El nico compaero de prisin que me queda ya ahora, se sienta a yantar, ante el hueco de la ventana lateral de nuestro calabozo, donde, lo mismo que en la ventanilla enrejada que hay en la mitad superior de la puerta de entrada, se refugia y florece la angustia anaranjada de la tarde.Me vuelvo hacia l:-Ya?.Ya. Est usted servido me responde sonriente.Al mirarle el perfil de toro destacado sobre la plegada hoja lacre de la ventana abierta, tropieza la mirada con una araa casi area, como trabajada en humazo, que emerge en absoluta inmovilidad en la madera, a medio metro de altura del testuz del hombre. El poniente lanza un destello bayo sobre la tranquila tejedora, como enfocndola. Ella ha tenido, sin duda, el tibio aliento solar; estira alguna de sus extremidades con dormida perezosa lentitud y, luego, rompe a caminar a intermitentes pasos hacia abajo, hasta detenerse a nivel de la barba del individuo, de modo tal, que, mientras este mastica, parece que se traga a la bestezuela.Por fin, termina de yantar, y al propio tiempo, el animal flanquea corriendo hacia los goznes del mismo brazo de la puerta, en el preciso momento en que esta es entornada de golpe por el preso. Algo ha ocurrido. Me acerco, vuelvo a abrir la puerta, examino en todo lo largo de las bisagras y doyme con el cuerpo de la pobre vagabunda trisado y convertido en dispersos filamentos.-Ha matado usted una araa- le digo con aparente entusiasmo al hechor.-S? -me pregunta con indiferencia-. Est muy bien; hay aqu un jardn zoolgico terrible.Y se pone a pasear como si nada a lo largo de la celda, extrayndose entre los dientes, residuos de comida que escupe en abundancia.La justicia! Vuelve la idea a mi mente.Yo s que este hombre acaba de victimar a un ser annimo pero existente, real. Es el caso del otro, que sin darse cuenta, puso al inocente camarada de presa del filo homicida. No merecen pues, ambos ser juzgados por esos hechos? O no es del mismo espritu semejante resorte de justicia? Cundo es entonces el hombre juez del hombre?El hombre que ignora a qu temperatura, con qu suficiencia acaba un algo y empieza otro algo; que ignora desde qu matriz el blanco ya es blanco y hasta dnde; que no sabe ni sabr jams qu hora empezaremos a vivir, qu hora empezaremos a morir, cundo lloramos, cundo remos, dnde el sonido limita con la forma en los labios que dicen: yo no alcanzar, no puede alcanzar a saber hasta qu grado de verdad un hecho calificado de criminal es criminal. El hombre que ignora a qu hora el 1 acaba de ser 1 y empieza a ser 2, que hasta dentro de la exactitud matemtica carece de la inconquistable plenitud de la sabidura cmo podr nunca alcanzar a fijar el sustantivo momento delincuente de un hecho, a travs de una urdimbre de motivos de destinos, dentro del gran engranaje de fuerzas que mueven seres y cosas enfrente de cosas y seres?La justicia no es funcin humana. No puede serlo, La justicia opera tcitamente, ms adentro de todos los adentros, de los tribunales y de las prisiones. La justicia odlo bien, hombres de todas las latitudes! , se ejerce en subterrnea armona, al otro lado de los sentidos, de los columpios cerebrales y de los mercados.Aguzad mejor el corazn! La justicia pasa por debajo de toda la superficie y detrs de todas las espaldas. Prestad ms sutiles odos a su fatal redoble y percibiris un platillo vigoroso y nico que, a podero del amor, se plasma en dos; su platillo vago e incierto, como es incierto y vago el paso del delito mismo o de lo que se llama delito por los hombres.La justicia solo as es infalible; cuando no ve a travs de los tintreos espejuelos de los jueces: cuando no est escrita en los cdigos; cuando no ha menester de crceles ni guardias.La justicia, pues, no se ejerce, no puede ejercerse por los hombres, ni a los ojos de los hombres.Nadie es delincuente nunca. O todos somos delincuentes siempre.MURO DOBLE ANCHOUno de mis compaeros de celda, en esta noche calurosa, me cuenta una leyenda de su causa. Termina la abstrusa narracin, se tiende sobre su srdida tarima y tararea un yarav.Yo poseo ya la verdad de su conducta.Este hombre es delincuente, a travs de su mscara de inocencia, el criminal ha denunciado. Durante su jerigonza, mi alma le ha seguido, paso a paso, en la maniobra prohibida. Hemos entrambos festinados das y noches de holgazanera, enjaezada de arrogantes alcoholes, dentaduras carcajeantes, cordajes dolientes de guitarra, navajas en vaina, crpulas hasta el sudor y el hasto. Hemos disputado con la inerme compaera, que llora para que ya no beba el marido y para que trabaje y gane los centavos para los pequeos, que para ellos, Dios ver y luego, con las entraas resecas y vidas de alcohol, dimos cada madrugada el salto brutal a la calle, cerrando la puerta sobre los belfos mismos de la prole gemebunda..Yo he sufrido con l tambin los fugases llamados de la dignidad y la degeneracin; he confrontado las dos caras de la medalla, he dudado y hasta he sentido crujir el taln que insinuaba la media vuelta. Alguna maana tuvo pena el tabernario, pens en ser formal y honrado, sali a buscar trabajo, luego tropez con el amigo y de nuevo la bilis fue cortada. Al fin la necesidad le hizo robar. Y ahora, por lo que arroja ya su instruccin penal, no tardar la condena.Este hombre es un ladrn.Pero es tambin un asesino.Una de aquellas noches de ms crepitante embriaguez, ambul a solas por cruentas encrucijadas del arrabal, y he aqu que slele al paso, de modo casual, un viejo camarada obrero que a la sazn toma honestamente de su labor rumbo al descanso del hogar. Le toma por el brazo, le invita, le obliga a compartir de su aventura, a lo que el probo accede a su pesar.Vadeando hasta diez codos de tierra, de madrugada vuelven a lo largo de negros callejones. El varn sin tacha le arresta al bebedor diptongos de alerta; le endereza por la cintura, le equilibra, le increpa sus heces vergonzante.-Anda esto te gusta! T ya no tienes remedio.Y de sbito estalla flamgera sentencia que emerge de la sombra:-Aguntate!Un asalto de annimos cuchillos. Y errado el blanco del ataque, no va la hoja a rajar la carne del borracho, y al buen trabajador le toca por equvoco la pualada mortal.Ese hombre, es pues, tambin un asesino. Pero, los tribunales, naturalmente, no sospechan, ni sospecharn jams de esta tercera mano del ladrn.En tanto, l sigue ahora de pechos sobre su mosqueada tarima, tarareando su triste yarav.ALFIZAREstoy crdeno. Mientras me peino, al espejo advierto que ms ojeras se han amoratado an ms, y que sobre los angulosos cobres de mi rostro rasurado se ictericia la piel acerbadamente.Estoy viejo, me paso la toalla por la frente, y un rayado horizontal en resaltos de menudos pliegues, acentase en ella, como pauta de una msica fnebre, implacable Estoy muerto.Mi compaero de celda liase levantado temprano y est preparando el t cargado que solemos tomar cada maana, con el pan duro de un nuevo sol sin esperanza.Nos sentamos despus a la desnuda mesita, donde el desayuno humea melanclico, dentro de dos porcelanas sin plato. Y estas tazas a pie, blanqusimas ellas y tan limpias, este pan an tibio sobre el breve y arrollado mantel de damasco, todo este aroma matinal y domstico, me recuerda mi paterna casa, ni niez santiaguina, aquellos desayunos de ocho y diez hermanos, de mayor a menor, como carrizos de una antara, entre ellos yo, el ltimo de todos, parado junto a la mesa del comedor, engomado y chorreando el cabello que acaba de peinar a la fuerza una de mis hermanitas; en la izquierda mano un bizcocho entero haba de ser entero! Y con la derecha de rosadas falanguitas hurtando a escondidas el azcar de granito en granitoAy! , el pequeo que as tomaba el azcar a la buena madre, quien, luego de sorprenderle, se pona a acariciarle, alisndole los repulgados golfos frontales:-Pobrecito mi hijo. Algn da acaso no tendr a quien hurtarle azcar, cuando l sea grande, y haya muerto su madre.Y acaba el primer yantar del da, con dos ardientes lgrimas de madre, que empapaban mis trenzas nazarenas.

CORO DE VIENTOSMS ALL DE LA VIDA Y DE LA MUERTEJarales estadizos de julio; viento amarrado a cada peciolo manco del mucho grano que en l gravita. Lujuria muerta sobre lomas onfalideas de la sierra estival. Espera. No ha de ser. Otra vez cantemos. Oh qu dulce sueo!Por all mi caballo avanzaba. A los once aos de ausencia. Acercbame por fin aquel da a Santiago, mi aldea natal. El pobre irracional avanzaba, y yo, desde lo ms entero de mi ser, hasta mis dedos trabajados, pasando quiz por las mismas riendas asidas, por las orejas atentas del cuadrpedo y volviendo por el golpeteo de los cascos que fingan danzar en el mismo sitio, en misterioso escarceo tanteador de la ruta y lo desconocido, lloraba por mi madre que, muerta dos aos antes ya no habra de aguardar ahora el retorno del hijo descarriado y andariego. La comarca toda, el tiempo bueno, el color de cosecha de la tarde limn, y tambin alguna masada que por aqu reconoca mi alma, todo comenzaba a gritarme en nostlgicos xtasis filiales, y casi podan ajrseme los labios para hozar el pezn eviterno, siempre lcteo de la madre; s, siempre lcteo, hasta ms all de la muerte.Con ella haba pasado seguramente por all de nio. S. En efecto. Pero no. No fue conmigo que ella viaj por esos campos. Yo era entonces muy pequeo. Fue con mi padre, cuntos aos hara de ello! Ufff Tambin fue en julio, cerca de la fiesta de Santiago. Padre y madre iban en sus cabalgaduras; l adelante. El camino real. De repente mi padre que acababa de esquivar un choque con repentino maguey de un meandro:-Seora Cuidado!...Y mi pobre madre ya no tuvo tiempo y fue lanzada ay! del arzn a las piedras del sendero. Tornronla en camilla al pueblo. Yo lloraba mucho por mi madre, y no me decan que le haba pasado. San. La noche del alba de la fiesta ella estaba ya alegre y rea. No estaba ya en cama, y todo era muy bonito. Yo tampoco lloraba ya por mi madre.Pero ahora lloraba ms, recordndola as, enferma, postrada, cuando me quera ms y me haca ms cario y tambin me daba ms bizcochos de bajo de sus almohadones y del cajn del velador. Ahora lloraba ms, acercndome a Santiago, donde ya solo la hallara muerta, sepulta bajo las mostazas maduras y rumorosas de un pobre cementerio.Mi madre haba fallecido haca dos aos a la sazn. La primera noticia de su muerte recibila en Lima, donde supe tambin que pap y mis hermanos haban emprendido viaje a una hacienda lejana de propiedad de un to nuestro, a efecto de atenuar en lo posible el dolor de tan horrible prdida. El fundo se hallaba en remotsima regin de la montaa, al otro lado del ro Maran. De Santiago pasara yo hacia all, devorando inacabables senderos de escarpadas punas y de selvas ardientes y desconocidas.Mi animal resopl de pronto. Cabillo molido vino en abundancia sobre ligero vientecillo, cegndome casi. Una parva de cebada. Y despus perpectivse Santiago, en su escabrosa meseta, con sus tejados retintos ya al sol horizontal. Y todava hacia el lado de oriente, sobre la linde de un promontorio amarillo Brasil, se vea el panten retallado a esa hora por la sexta tintura posmeridiana, y yo ya no poda ms, y atroz congoja arrecime sin consuelo.A la aldea llegu con la noche. Dobl la ltima esquina, y, al entrar en la calle en que estaba mi casa, alcanc a ver a una sentada a solas en el poyo de la puerta. Estaba sola. Muy sola. Tanto, que, ahogando el duelo mstico de mi alma, me dio miedo. Tambin sera por la paz casi inerte con que, engomada por la media fuerza de la penumbra, adosbase su silueta al encalado paramento del muro. Particular revuelo de nervios sec mis lagrimales. Avanc. Salt del poyo mi hermano mayor, ngel, y recibiome desvalido entre sus brazos. Pocos das haca que haba venido de la hacienda por causa de negocios.Aquella noche, luego de una mesa frugal, hicimos vela hasta el alba. Visit las habitaciones, corredores y cuadras de la casa; y ngel, aun cuando haca visibles esfuerzos para desviar este afn mo por recorrer el amado y viejo casern, pareca tambin gustar de semejante suplicio de quien va por los dominios alucinantes del pasado ms mero de la vida.