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DOCE CASOS EN MADRID

por ANXO DO REGO ______________________________________________

© Anxo do Rego. Todos los derechos reservados

Dedicatoria:

A la ciudad de Madrid.

Y a Ella

Un barco no debería navegar con una sola ancla, ni la

vida con una sola esperanza.

Epícteto

https://anxodorego.wordpress.com/

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SINOPSIS GENERAL DE LA SERIE QUE INICIA ESTA NOVELA.

El personaje principal de la Saga es un policía llamado Roberto Hernán Carrillo. En los primeros doce casos, se le menciona como inspector Roberto H.C. Después, al alcanzar otro puesto dentro del Cuerpo, aparece como comisario. Inicialmente es un inspector destinado en una comisaría madrileña, asignado como investigador de homicidios. Sin embargo es reclamado por otra y una vez en ella, debe hacerse cargo de todos los casos extraños surgidos, sean o no homicidios. Pese a no gustarle, los resuelve satisfactoriamente. Los casos se los asigna José María, al frente de la comisaría, quien suele apostar con Roberto HC algo al fijar un plazo para su resolución. La Serie va preñándose de algunos personajes singulares. Otro inspector de homicidios, Ignacio Dobles. Luis Pinillas, dominador de un apartado fundamental, la informática. Una experta psicóloga criminalista, inquietante, inteligente, y guapa, Esperanza Miró. El mismo comisario José María y su esposa Aurora. Numerosas amigas de Roberto H.C. que aparece como hombre soltero, vividor y crápula. Entre ellas Loli, amante y amiga especial para Roberto, aunque seguirán apareciendo otras mujeres. En el devenir de las novelas, además de resolver los casos individualmente presentados, las narraciones sitúan y avanzan en las vidas de cada uno de los personajes. Muy especialmente la del protagonista, quien deja ver no

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solo su destreza e intuición como policía, sino que permite ver su evolución como persona. A veces aparecen otros personajes que amplían la singularidad de las novelas, distinguiéndose un detestable asesino que caminará paralelo a la vida de Roberto H.C. La gran variedad de casos presentados, suceden mayoritariamente en la ciudad de Madrid, aunque no obsta para que algunos deba resolverlos viajando a diferentes ciudades. Anxo do Rego. Madrid, 2004.

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1º Caso INCRÉDULA El hombre está siempre dispuesto a negar aquello que no

comprende.

Luigi Pirandello

Miró el reloj del salpicadero del coche, faltaban unos minutos para las once de la noche, hora más que razonable para estar en la cama como cada día, y sin embargo, no tenía ninguna intención de dormir, las cuatro copas que tomó con sus compañeros y amigos, la despejaron totalmente. Pese a las numerosas campañas que realizaba la Dirección General de Tráfico invitando a no conducir si se había bebido, ella hizo caso omiso aquella tarde. Bebió y condujo, aunque despacio. Lo hizo desde que recogió el coche y se negó a que Francisco la acompañara. De todos los compañeros que tenía, él era el único que siempre se brindaba a hacerlo. Aunque era un patoso y bebía cuanto le pusieran en un vaso, aunque no fuera de cristal. Contuviera lo que contuviera. Según el mentidero de la empresa, Francisco venía sufriendo desde hacía tiempo algún que otro problema de índole familiar, y por qué no, también laboral. Ambos le indujeron, sin ningún género de dudas, a tomar más de una copa diaria. Razón más que conocida por la que se

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negó a que la acompañara. Ella sí sabía controlarse y además, era su vida, no quería ponerla en manos de alguien en quien por supuesto no confiaba. Acababan de reincorporarse de las vacaciones. A todos les gustaba reunirse para intercambiar anécdotas veraniegas, éxitos amorosos y muchas mentiras sobre los flirteos veraniegos. Volvió a mirar el reloj. Las once y cuarto. Se dio cuenta que la aguja del depósito de gasolina rozaba el final traspasando la línea roja. Situación más que comprometida si no conseguía llegar pronto a una estación de servicio. El velocímetro no pasaba de 60 Km. por hora. Miró a un lado de la carretera y comprobó, tras ver el poste kilométrico, una señal que anunciaba combustible a menos de dos mil metros. Se paró frente a uno de los surtidores, leyó la nota y se acercó a la cabina acristalada. Puso 20 € sobre la rendija, y el empleado de la gasolinera se acercó para cargar del surtidor número tres. El aire de la noche, aunque no era frío, la despejó mientras estuvo fuera esperando que el empleado pusiera gasolina. Se sentó de nuevo frente al volante, encendió el contacto y salió de la gasolinera camino de su casa en Brunete. Pensó tomar una última copa antes de retirarse definitivamente. Transcurrieron solo cuatro kilómetros cuando el coche comenzó a dar tirones, pararse y volver a funcionar. Mal se estaba poniendo la noche. Los focos delanteros del coche le anunciaron un desvío a la derecha. A lo lejos distinguió unas viviendas. No estaba muy alejada de la

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civilización. Pensó aparcar en la explanada y llamar por teléfono. Algún amigo podría recogerla. No tenía miedo. Desde los árboles, alguien permanecía escondido observándola. El motor dio un último tirón y se paró antes de retirar la llave del contacto. No bajó del coche, buscó el teléfono móvil dentro del bolso e indagó en la agenda el número de ese amigo que la socorriera. Mientras, ese alguien fue acercándose cada vez más al coche parado. Sacó de su bolsillo un frasco, lo abrió y volcó parte del contenido sobre un pañuelo relleno de grueso algodón. Con la mano alejada de su cuerpo, se adelantó hasta una de las puertas. Abrió la del conductor y puso el pañuelo ante la cara de la mujer. Segundos más tarde caía inerte sobre el asiento. Después de tomar el segundo café de la mañana, el inspector Roberto Hernán Carrillo, se detuvo ante el comentario que oyó: —Pues una compañera de mi hermano, parece que ha desparecido. Hace unos días fueron a tomar unas copas. Se despidieron, ella se fue en su coche, pero no llegó a su casa. Parece que no dan con ella. Su familia ha puesto una denuncia, y comienzan a temer lo peor. Archivó el comentario, como siempre hacía cuando escuchaba algo que no pertenecía a su sección y volvió a sus ocupaciones. Como cada mañana, cada tarde, y así, durante muchos meses aún.

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Le relegaron a aquella comisaría y no sabía la razón. El pidió su incorporación a la Brigada de Investigación de Homicidios aunque era obvio que no lo tuvieron en cuenta. Allí se mantuvo durante dos años, pasados los cuales fue requerido desde la actual comisaría. No cometió falta o negligencia alguna. Simplemente cumplió con su obligación. Algún día preguntaría la razón al Comisario. Quince días después, y en el mismo dispensador de café, volvió a escuchar otro comentario: —Y van dos, esa carretera debe ser maldita. Ha desparecido un hombre de setenta años. Sí, en la misma carretera que la compañera de mi hermano. Que coincidencia, ¿no os parece? El Inspector volvió a archivar el comentario. Más tarde se sentó frente a su mesa y a través del teléfono, habló con el comisario. —No es razón para preocuparse inspector. Son únicamente dos casos y nada parecen tener en común. Estúdielos si quiere, pero no van a entrar en su Sección, de momento. —Déjeme al menos que investigue por mi cuenta. No puedo continuar sentado frente a una mesa sin hacer algo medianamente normal. —Como quiera, pero por favor, coménteme si encuentra algo fuera de lo normal

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Desde su despacho pidió los expedientes de ambas desapariciones. Cuatro días después aparecieron sobre su mesa. Durante tres meses el inspector Roberto Hernán Carrillo investigó a los familiares y amigos de los diez desaparecidos hasta entonces. El comisario consiguió del Director General, otorgara a su inspector el seguimiento y control de cuantos casos por desaparición se dieran en Madrid. Cuatro fueron los agentes asignados momentáneamente a su Sección. El mantuvo la coordinación de la investigación, aunque no pudo tomar medidas para evitar otras desapariciones. No sabía en que apoyarse. Al cabo de mes y medio y cumplidos seis meses desde que desapareciera la primera persona, recibieron una llamada de los familiares de ella. —Nos ha llamado desde Toledo. Dice estar bien, que la han tratado estupendamente y que mañana regresa a Madrid en su propio coche. —Dígale en cuanto descanse, que haga el favor de ponerse en contacto conmigo —reclamó el inspector. Cuatro días después, comenzaron a recibir numerosas llamadas de familiares de los desaparecidos. Conocía a la mayoría. Habían puesto denuncias. Todos regresaban. Los periodos de estancia parecían acortarse. Vislumbraba, aunque a lo lejos, la solución de las desapariciones. Al cabo de un mes, todos los desaparecidos regresaron a sus casas. En total cinco hombres y cinco mujeres. Solo

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uno más desapareció durante ese lapsus de tiempo, aunque al cabo de una semana también regresó a su domicilio habitual. Uno tras otro pasaron por la comisaría, por la sección del inspector Hernán Carrillo y todos, sometidos a una batería de preguntas. Se negaron a presentar denuncia contra quien al parecer les retuvo secuestrados. Nadie quiso dar muchos datos sobre la fisonomía del secuestrador. Solo supo que era un hombre. Según dedujo por las respuestas recibidas, el culpable de todos los secuestros, era un hombre de unos treinta y dos años. Medía entre un metro setenta y cinco, y un metro ochenta centímetros. Delgado, guapo según las mujeres, y bien parecido según los hombres. Amable, educado y culturalmente preparado, posiblemente con algún título universitario. No oyeron una palabra mal sonante mientras estuvieron retenidos. Tampoco les trató mal. Al contrario, después de hablar con cada uno de ellos, los pidió disculpas y ofreció una serie de explicaciones, que no pudo arrancar a ninguno de los que pasaron por la comisaría. Supo también, que todos los vehículos de los secuestrados eran de la marca Ford, modelo Fiesta, y color azul oscuro. Al parecer tuvieron oportunidad de regresar a los pocos días de estar secuestrados. Pero tanto el lugar, como las atenciones recibidas por cada uno de ellos con las explicaciones dadas, hicieron que se quedaran gustosos haciendo compañía a su secuestrador. Parecían estar todos ellos bajo el denostado Síndrome de Estocolmo.

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El comisario recomendó al inspector Hernán Carrillo, tomar el asunto con cierta tranquilidad. No había nada punible. Según los afectados, se quedaron con él, de mutuo propio, sin coacciones. Y como no existían denuncias, las actuaciones serían archivadas como Casos Cerrados. Durante los sucesivos meses, ocurrieron algunos secuestros más. Todos con los mismos resultados. Añadía los datos al expediente, y volvía a archivarlo. Sin embargo no se quedó tranquilo. Era superior a sus fuerzas. Debía descubrir al maravilloso secuestrador. A tal fin estableció un sistema para atraparlo. Solo deseaba conocerle. No le detendría, no podía. Pero sí hablar con él. Merecía conocer la razón por la que ese hombre cometía esa serie de secuestros. Todo su tiempo privado y parte del oficial, lo ocupó en buscar a un tipo especial de hombre. Todas las poblaciones cercanas y en el radio de acción de la gasolinera donde pusieron combustible las víctimas, fueron visitadas, tanto a diario, como en días festivos. Paseos y más paseos, mirando a cada hombre con quien se cruzaba y que aparentemente cumplía los parámetros de altura, belleza etc. Al mismo tiempo fue fijándose en cada Ford Fiesta azul que pasaba por su lado. Reconoció a algún conductor. Habían pasado por la Comisaría y contestado a su batería de preguntas. Cada día afinaba más en el intento de descubrir algún dato que le permitiera desenmascarar al Secuestrador Fantasma. El álbum de fotos de todos los hombres con los que se cruzó, aumentaba paulatinamente a medida que

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transcurrían los meses. También el número de secuestrados y el mismo de liberados. Tanto hombres como mujeres. El comisario de vez en cuando, reía al preguntar al inspector por su fantasma. Sin embargo, la respuesta de éste siempre era la misma: Algún día me reiré yo, comisario, daré con él. Un buen día tropezó con un dato inesperado por nuevo. Una mujer de unos cuarenta años, ultima secuestrada, se lo facilitó. Dijo, —Se parece a mi marido. Advirtió enseguida que no debió decir aquella frase y de inmediato guardó silencio. El inspector se dio por no enterado, pero archivó el dato en su memoria. Comprobó la dirección de la secuestrada. Vivía en Villaviciosa de Odón (población cercana a Madrid). Aquella semana, al llegar el domingo, se acercó a la población y mantuvo observación sobre el domicilio de la secuestrada. Solo al caer la tarde y después de más de siete horas de constante vigilia, comprobó como el marido en cuestión, efectivamente era guapo y alto. Sin embargo había algo que llamaba su atención. La calvicie. Era completamente calvo. Aquel descubrimiento le puso sobreaviso. Retomó el álbum de los hombres fotografiados y retiró a quienes tenían cabello. Dejó veinte fotos de hombres calvos. Retiró a aquellos cuya belleza no se ajustaba a los cánones indicados por las

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víctimas. Después a quienes no parecían cubrir la altura de un metro ochenta centímetros. Resultado tres hombres. Los tres de Villaviciosa de Odón, según aparecía al pie de las fotos. Volvió al proceso de observación directa en la misma población y por fin encontró a un hombre que se ajustaba a los parámetros, parecía ser la persona adecuada, y fue al tomar una cerveza en un bar. Intentó acercarse al hombre que acababa de entrar por la puerta del bar. Guapo, alto y calvo. No en su totalidad, solo algunos cabellos aparecían, como pelusa, sobre el cogote del individuo. El intento le satisfizo. Al cabo de media hora charlaban amigablemente mientras consumían unas copas de cerveza. —¿Vive aquí, en Villaviciosa? —No, vivo en Madrid. Pero cada domingo me gusta tomar el aperitivo en una población distinta. Vivo solo, y no me apetece mucho quedarme en casa. —¿Y usted? —Yo si vivo aquí. Pero me marcharé pronto. También vivo solo. Bueno, desde hace poco tiempo. Lo cierto es que antes tenía una compañera. Pero ya sabe cómo se las gastan las mujeres. — No, no lo sé. —¿Nunca tuvo relación con mujeres? —Sí, pero mi trabajo no me da muchas oportunidades ahora. —Y ¿a qué se dedica?

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—Dirijo una Empresa de Inversión en Bolsa, que me ocupa todo el tiempo. Y desde que me abandonó mi novia, aún más. —¿Qué le pasó?, si puedo preguntarle. —Nada en especial, pero preferiría no hablar de ello. —Desde luego. No hay problema. Así que se marchará de aquí, me dijo antes. —En efecto, me iré a Toledo. Tengo un Cigarral allí. Deseo tener una vida más tranquila. Estoy preparando una nueva empresa. Abandonaré Villaviciosa y Madrid. Estoy un poco harto de todo esto. —¿Es de allí? —No, pero me gusta, voy con frecuencia. —Cuénteme, como es la finca que dice tener. ¿Bonita? ¿Extensa? —Sí. Es grande, tiene un antiguo molino de aceite. Estoy construyendo una vivienda moderna y una piscina para disfrutar en el verano, sin necesidad de salir de allí para nada. —Veo que se sabe cuidar amigo. —Eso intento. Acabaron la tarde comiendo juntos. El inspector quería creer que aquel era su hombre. Aunque le asaltaban dudas. Comprobó que la calvicie no era natural. Carecía de cejas y pestañas. Y sus manos y brazos apenas lucían cabello alguno. Intercambiaron tarjetas personales con sus direcciones y teléfonos privados. Quedaron en verse antes de abandonar Madrid. Confió en su intuición. Durante una semana mantuvo entrevistas con algunas de las mujeres secuestradas.

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Entresacó información sobre el lugar en que estuvieron ocultas. En cada una de las entrevistas le añadieron algún dato, que confrontado, confirmaba poco a poco a Antonio Campuzano Marín como el hombre a quien buscaba. Una tarde, al regresar de la comisaría, comprobó el parpadeo del teléfono al entrar en el salón de su casa. Lo descolgó y en efecto, Campuzano le había llamado. Quería despedirse. En dos días se trasladaba a vivir a Toledo. Le devolvió la llamada y aquel aprovechó para invitarle a pasar un fin de semana en el Cigarral. Antes se verían en el mismo bar de Villaviciosa de Odón en que se conocieron. Campuzano entregó al inspector un plano croquis para facilitarle el camino hasta el Cigarral en Toledo. Luego, como si aquel momento fuera crucial en su vida, sacó la cartera, extrajo una foto de mujer y se la entregó al Inspector diciéndole: —Toma, guárdatela, y si la ves por la calle Zurbano en Madrid, no te arrimes a ella. Es mala y cruel con mayúsculas. Me hizo mucho daño. La mujer aparentaba veintiséis años. Rubia, de mediana estatura. Atractiva, con un simpático lunar en el lado izquierdo del labio superior. Su nombre Cristina Sánchez. Almorzaron juntos y charlaron durante más de tres horas. Luego se despidieron no sin antes romper la foto en mil pedazos y citarse para verse en Toledo quince días más tarde.

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Roberto pensó que aquel hombre estaba resuelto a cambiar de vida. No había hecho mal a nadie. Pero él tenía un compromiso consigo mismo. Debía conocer todos los detalles. Enseguida se puso a buscar a la novia mala y cruel cuya foto rompió en mil trozos. Y la encontró al cabo de unos días. Habló con ella y confirmó lo anticipado por Antonio Campuzano Marín. Días más tarde y después de dar muchas vueltas por Toledo, encontró el camino que le llevó al Cigarral del presunto secuestrador. —Bienvenido, estás en tu casa Roberto. —Gracias, Antonio, pero antes de nada debo confesarte algo. —¿Debo preocuparme? Por favor, dime que ocurre. —Te oculté que soy inspector de policía. Anduve detrás de ti, durante mucho tiempo. Para mi comisario, la Justicia y los secuestrados, el caso está resuelto. Pero yo no puedo hacerlo sin conocer los motivos que te llevaron a hacer lo que hiciste. Hablé con la que fue tu novia, y entiendo que estés molesto con ella, visto su carácter. Pero aun no alcanzo a comprender por qué lo hiciste. —No me importa que seas policía, además te agradezco la sinceridad. Pero no voy a hablarte sin antes tomar unas cervezas y almorzar. He mandado que nos traigan un cabrito asado. Cuando nos lo hayamos comido y bebido una buena botella de vino, te contaré todo. El almuerzo no parecía tener fin, sin embargo cuando pusieron la cafetera sobre la mesa y unas copas de brandy cercanas a la tazas. Antonio comenzó diciendo:

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—No pude, ni puedo hacer daño a nadie. A todos a quienes secuestré pedí disculpas y les ofrecí una indemnización, que rechazaron. A todos les conté la misma historia que ahora escucharás. Una tarde, cuando ya caía el sol en Villaviciosa de Odón, intentaba cruzar el paseo central. Antes de darme cuenta, un coche Ford Fiesta de color azul, se me echó encima. Solo cuando ya estaba a punto de atropellarme, hizo sonar el claxon. Por un momento me vi sobre el asfalto, muerto, destrozado por el coche. Como ves no fue así. Pero me produjo un shock, a resultas del cual comenzó a caérseme el cabello de todo el cuerpo. Yo mantenía con la mujer que has conocido una estupenda relación. Pensábamos incluso en matrimonio. Sin embargo cuando empezó a desaparecerme el pelo, también comenzó a desaparecer su cariño. Inicio un atosigamiento increíble. No creyó que la pérdida de cabello se produjera por el susto dado por el Ford Fiesta. Me tildó de mentiroso, de novelesco y de viejo, con quien ya no quería vivir el resto de su vida. Por supuesto me llamó viejo calvo con un tono despectivo inadmisible. Mi causó dolor, me humilló. Hice un último esfuerzo para retenerla, por convencerla, y por eso idee una fórmula: secuestrar los vehículos con las personas que los conducían. Debía saber quién me dio el susto. Llevarle frente a mi novia. Convencerla de mi verdad. Confié en un amigo de la gasolinera. Ponía a cuantos Ford Fiesta aparecía por allí, un aditivo en el depósito, que al llegar al motor obligaba a los vehículos a pararse más o menos donde yo esperaba oculto. Luego, tras dormirles me acercaba con ellos a esta finca. Una serie de preguntas me decían si el conductor era o no el artífice del susto. Luego les pedía disculpas y explicaba

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la razón de su retención. La razón de mi búsqueda. Ninguno sufrió daño alguno y todos están invitados a venir a mi casa, como tú, cuando y cuantas veces quieran. —Solo dime una cosa. ¿Porque dejaste de secuestrar a la gente? —Sencillamente, me di cuenta del error cometido. No tenía derecho a hacer sufrir a las familias de mis secuestrados por algo que solo a mí me correspondía aclarar y asumir. Solo yo, debo aceptar cuanto me viene dado para bien o para mal. Acepté el rechazo y comprendí que ella jamás seria mi compañera. A una persona, sea mujer u hombre, debe aceptársele tal y como es. No por la apariencia. Pero estuve ciego, no supe ver lo evidente. El miedo a perder su compañía fue superior al entendimiento. Además, ella no creyó en mí, ni en mis palabras, y como compañera debió hacerlo. —Tampoco creyó en las mías cuando hablé con ella. —Bien, si ya está todo claro, tomemos una copa juntos y brindemos por la amistad recién nacida. —Desde luego, y también porque no vuelvas a tropezar con otra persona tan incrédula El inspector Hernán Carrillo se incorporó a su despacho el lunes siguiente. Alguien le llevó la última denuncia por desaparición de una mujer en Madrid. Ni siquiera la leyó. Solo comentó que nada tenía que ver con los secuestros de su fantasma. Ya se había retirado a vivir a otra ciudad. El agente recogió el expediente y lo llevó al archivo de casos cerrados.

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En la portada de la carpeta, cogida con un clip, la foto de una mujer joven, rubia, atractiva con un lunar en la parte izquierda del labio superior. Su Nombre: Cristina Sánchez, ……alias la incrédula.

*** 2º Caso El Minutero El amor no se manifiesta en el deseo de acostarse con

alguien, sino en el deseo

de dormir junto a alguien.

Milán Kundera

En una tienda de decomisos en Madrid, una mujer joven comenta con uno de los dependientes: —Lo cierto es que no se con cuál de ellos quedarme, a mi todos me parecen iguales. La verdad es que me da lo mismo. Necesito un despertador y mientras cumpla con la función de sonar a la hora que le marque, no me importa ni su tamaño, color o forma. —Entonces, permítame que sea yo quien decida por usted - contestó el dependiente asiático- Éste, dijo señalando uno. Acabo de recibirlos de Nanchang. Solo necesitan una sola pila para funcionar. Y posee una peculiaridad, el minutero está hecho con madera de palo

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de rosa, endurecido con un aceite especial fabricado bajo una formula milenaria. —Me parece bien, me lo llevaré. El reloj no era nada especial. Presentaba la forma de una caja rectangular. Al abrirla aparecía en su parte superior un balancín para fijar o no la señal de alarma. La esfera del reloj en negro, y las horas, una con un blanco fluorescente, la otra de madera brillante. Conformando un rectángulo, y al lado derecho de la esfera, una cámara minúscula se distinguía como receptáculo de una pila de voltio y medio. Detrás, apenas perceptibles, dos muelas circulares invitaban a ponerle en hora y marcar las siete de la mañana para la alarma. La tapadera también servía para sostenerlo sobre una superficie plana. En ella figuraban unos caracteres chinos que ni siquiera el dependiente, de esa nacionalidad, supo descifrar. Al parecer el mandarín en que estaba escrito, era muy antiguo y lo desconocía. No pudo saber que podía señalar. En otra tienda, en el barrio de Lavapiés, una mujer morena, de una belleza poco común, se disponía a comprar un reloj para su mesilla de noche. Miraba la exposición que aparecía bajo el cristal del mostrador. Detrás, observándola, un dependiente chino se acariciaba el mentón, esperando la decisión. En cuatro minutos escasos vio más de doscientos relojes despertadores. De todo tamaño y precio. Electrónicos, de campana, como los que usaban los abuelos a principio del siglo XX. Una infinidad de diferentes formas y sistemas de sonido. Optó por uno negro, rectangular. Se distinguía por tener las

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manillas diferentes. La más pequeña, la de las horas, de color blanco, la grande aparentaba ser de madera, muy brillante. Al abrirlo advirtió unos signos chinos. Tampoco supieron descifrar el contenido de la frase. Pagó y se marchó del establecimiento. —Esta es la tercera vez que la veo llegar tarde - dijo el Jefe de Sección del Gran Almacén - Le prometo un despido inmediato si continúa haciéndome quedar mal ante mis Superiores - añadió seguidamente. —Ya sé que es inútil decir las causas de mi retraso, pero a partir de mañana le prometo que jamás llegaré tarde -dijo Andrea mientras miraba buscando los ojos azules de su Jefe- Acabo de comprar un estupendo despertador de zumbido insoportable. —Me da absolutamente igual Andrea. Se lo advierto por última vez, si mañana no cumple, yo si lo haré. Y por favor no me guiñe el ojo, que no paso por eso. El día prometía, se dijo Andrea muy despacio. —¿Que vas a hacer esta tarde? —pregunta María, compañera en la sección de bisutería. —No sé, te advierto que he quedado con.... bueno ya sabes con quien. Pero es un poco pelma. Me aburro. —¡Jo tía! no hables así de José Antonio, se porta muy bien contigo ¿O no? —Sí, pero me aburre, siempre lo mismo, pensando en el fútbol y en la cerveza, no salimos a ningún sitio. Ni me acuerdo desde cuando no vamos a ver una película juntos.

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—Como quieras. Yo he quedado con Mercedes y dos amigas suyas. Iremos a bailar cuando salgamos. Si te apetece puedes venirte. —Mira, pues a lo mejor voy, a ver si el pelma de Jotaa se da cuenta de que el mundo es de todos y dejar de ser tan egoísta. Después de cerrarse el establecimiento, las cinco mujeres se acercaron a una sala donde la música se confundía con las voces de los camareros, solicitando ¿Qué quieres beber? Miraron a su alrededor descubriendo una mesa vacía y al lado otra con cuatro jóvenes macizos, como dijo Mercedes. Con el vaso en una mano y un cigarrillo en la otra, se dirigieron hasta la mesa. Enseguida entablaron conversación. Luisa, una de las cuatro amigas, se quedó sin pareja. Se tomó la copa de un trago y volvió a la barra para solicitar otra. Esta vez pagándola. Desde allí comprobó que sus amigas ligaron bien. Todas bailaban pero sin decir palabra. Claro que tenían las bocas ocupadas en otros menesteres. Le dio rabia, incluso llegó a molestarse cuando Andrea se acercó para pedirle que le aguantara el bolso mientras continuaba bailando. Al salir se despidieron. Cada una caminó al lado de la pareja que encontraron aquella noche. Andrea no perdió un momento. La conversación derivó a.. —¿Quieres dormir conmigo esta noche? ¿O prefieres que duerma yo contigo?

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—No sé, contestó Julio —que así se llamaba— ¿Qué diferencia hay? Al fin y al cabo, lo cierto es que dormiremos juntos ¿no? —Sí, pero puede ser en mi casa, o puede ser en la tuya. Elige. —Hoy será en la tuya. A partir de mañana cuando terminen unas obras podrá ser en la mía. —Mira Julio, mañana será otro día, tan cierto como que después del último no va nadie. En fin, vayamos a mi casa y dejemos esta estúpida conversación ¿ No te parece? —Como digas Andrea. Unos jóvenes inmigrantes marroquíes pasaron delante de ellos mirándoles de soslayo al ver a Andrea introducir la llave en la cerradura del portal. Sin chirriar, se abrió la puerta. Luego subieron treinta y cuatro peldaños y enseguida el piso reformado de dos habitaciones, el restaurante y una sala de masaje tailandés. Bueno no era así, pero Andrea como siempre solía gastar ese tipo de bromas sobre su piso, a quienes lo veían por primera vez. No quería llegar tarde a su trabajo como tantos días. Antes de iniciar los juegos amorosos, conectó el despertador chino. Lo situó a las siete de la mañana, y esperó a que el hombretón rubio, con algo de tinte, volviera del cuarto de baño. Serían las seis de la mañana cuando Julio, se acercó a Andrea, desnuda en la cama y le dijo al oído, en un tono bajo:

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—Debo marchar a mi casa para cambiarme de ropa e ir a trabajar. Mañana te llamaré por la tarde. Que estupidez, - pensó Andrea mientras le escuchaba- Si lo dice tan bajo es que no quiere que le oiga, por temor a despertarme, y si no me despierto y le oigo, podría pensar... bueno, también yo lo pensaría. Y luego, como va a llamarme por teléfono, si no le he dado mi número. Debe ser sobrino de Tamarit - dijo mientras sonreía. Sintió como Julio hacia resbalar la puerta evitando hacer ruido al marcharse. Ella se dio la vuelta en la cama. Miró el reloj despertador y comprobó que aún le quedaba casi una hora para levantarse, y podía dormir un poco más. El inspector Roberto Hernán Carrillo, revisó las notas que le dejaron sobre la mesa. Nada de nada. Seguía igual. Este Madrid se mantiene como siempre. Asesinatos de inmigrantes, borrachos, mafiosos rusos, rumanos, colombianos y ecuatorianos, sin olvidar los barrios marginales repletos de gitanos y drogadictos. Algún atraco con las consiguientes quejas de joyeros, pidiendo indemnizaciones. Pero nada para él. Su último caso apenas lo recordaba. Solo llegó a ganarle al comisario una merienda en la jamonería cercana a la comisaría. El asunto del Secuestrador Fantasma le había dado galones de investigador avezado. El Director General quiso distinguirle con un título para su Sección. A partir de ese momento la llamarían Sección de Asuntos Extraños. Sin embargo después de comer, cuando regresó de la

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cafetería Sanchidrian, encontró una nota del comisario. Se acercó a su despacho y enseguida descubrió la razón. —Acaban de encontrar a una mujer muerta en su cama hace unas horas. Y también han encontrado a un hombre desnudo muerto en la suya. —¿Estaban juntos comisario? —No hombre no, cada uno en su casa y a unos kilómetros de distancia. Ella en Lavapiés. El en Vallecas Villa. Quiero que investigues estos casos. Solo por si acaso. No me fío desde que me demostraste con aquellos secuestros, que cualquier hecho puede esconder su pequeño y extraño misterio. Se hizo acompañar por un agente en uno de los vehículos. Se presentó al inspector de Homicidios nada más llegar a Lavapiés. Pidió una copia del expediente abierto. De la autopsia cuando la hicieran, y de las fotografías de todo el escenario. Luego observó detenidamente la casa, buscó algo que le llamara la atención. Archivó todo en su memoria. Cerró el ordenador o cerebro, y se dispuso a repetir la escena en Vallecas Villa. Igual, ambos muertos estaban igual. Desnudos sin ningún tipo de violencia. Con una cara de satisfacción que para él la quisiera muchos momentos de su vida. No parecían haber sufrido robo alguno. Las fotografías no descubrían nada especial. Desde luego aquellos dos muertos pasarían a su Sección, estaba convencido. Sin embargo debía esperar unos días al resultado de las autopsias.

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Comenzó viendo las fotografías de los cuerpos sobre las camas donde los hallaron. No encontró en una primera impresión nada en común. Luego leyó la trascripción del contenido del contestador de la mujer: Una: Se lo dije Andrea. Le prometí un despido inmediato. Peor para usted, y mejor para mí. Ya hablaremos. No te preocupes. Te ayudaré a encontrar otro trabajo. Además como era tu jefe de planta, tenía prohibido mantener relaciones con empleadas. Ahora estoy dispuesto a que me sigas guiñando esos ojos tan bonitos. Te llamaré esta tarde. Saludos. Dos: Soy Jotaa ¿dónde coños te metes? llevo toda la mañana llamándote al trabajo y me dicen que no has aparecido. Llámame en cuanto llegues a casa. Un beso. Tres: Andrea, soy Julio, magnifica ¡eres la octava maravilla! He conseguido tu número a través de tu compañera María. Llámame, bueno lo haré yo. Esta noche te espero. Revisó una y otra vez datos de la fallecida. Luego hizo lo mismo con el hombre. Aparentemente nada tenían en común. Debía seguir esperando. Quince días más tarde, aparecieron tres cadáveres más. Dos hombres y una mujer. Habló con los inspectores de la Brigada, y como los anteriores, pidió sus expedientes, fotos y resultados de las autopsias. —Comisario ya son cinco. Cinco los muertos y aún no he dado con el factor común. —Eso precisamente iba a comentarte. ¿Dónde está la clave de estos casos?

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Cruzaron la apuesta prevista. —En esta ocasión la comida será en un Restaurante-Marisquería Gallego. —De acuerdo Jefe, pero me parece que se está pasando. Menos mal que gana más que yo, sino, no sé cómo iba a arreglarse para invitarme. —Ya. Que te crees tú eso. Esta vez te tocará a ti. No lo dudes. Numeró los casos, sus correspondientes fotos, cuerpos, situación y objetos encontrados cercanos al cadáver. Comenzó poniendo juntos los cuerpos, luego los objetos y más tarde, una ampliación de sus rostros. Todos aparecían con cara de felicidad. Todos murieron dormidos y por insuficiencia cardiaca. Sin embargo los resultados de las autopsias negaban tuvieran antecedentes cardiacos. Sus corazones no habían sufrido ningún tipo de enfermedad coronaria previa. Las mujeres ninguna pasaba de los treinta años. De ellos, tan solo uno acababa de cumplirlos. Qué raro parece este caso —se dijo. Aún más raro le pareció cuando recibió información del Director General, pidiéndole que viajara a Sevilla, Palma de Mallorca, Santa Cruz de Tenerife, Bilbao, Teruel y Soria. Habló con el comisario y le confirmó todos los extremos. En esas ciudades habían aparecido cadáveres en la misma situación que los cinco de Madrid. Durante más de veinte días visitó cada una de las ciudades, a las que se añadió Barcelona y Vigo. No seguiría en aquella situación. Viajando y viajando sin

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parar. No podía ocuparse de estudiar el caso múltiple. Se le hacía muy difícil. No encontraba nexo entre las más de setenta y cinco muertes en el último mes. Debía centrarse en su Oficina de Madrid. Pidió a los Inspectores de Homicidios el envío de toda la información, fotos y resultados forenses. También un par de agentes que le ayudaran. Trabajó durante días, apenas descansaba. Las ojeras le llegaban hasta la comisura de los labios. La poca barriga que se dejaba ver, la fue eliminando. El estanco le dio un premio por el consumo de tabaco: Cinco días gratis en una clínica de desintoxicación de Málaga... Y cafés La Estrella, un vale descuento en sus próximas compras. Claro que todo tiene su premio, y Roberto Hernán Carrillo lo recibió de manos de uno de sus ayudantes. —Mire inspector, he puesto las fotos de todas las mesillas de noche juntas. ¿A ver si observa algo en común? ¿No es eso lo que quiere? —Desde luego mastuerzo. Desde luego. Bien, seguir ordenándolas sino os quedareis sin recreo. La Sección, dado el voluminoso número de fotos y expedientes se trasladó a una sala más amplia aunque sin ventanas. Allí volvieron a colocarlas. Miró minuto tras minuto y hora tras hora, cada una de ellas y pronto descubrió en la colección de mesillas de noche, el factor común. —Comisario, voy a pedirle el primer plato de gambas o cigalas, como prefiera.

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—Venga, déjese de coñas marineras y vayamos al grano. —Bueno, bueno, no se ponga así Jefe. Le cuento: Los muertos hasta ahora ascienden a 84, de ellos 35 son hombres y 49 mujeres. Todos son jóvenes, o pasan por muy poco, de los treinta años de edad. Ninguno ha muerto violentamente. Todos tienen un rostro de satisfacción. No han sufrido robo alguno. Murieron cuando estaban dormidos por algo que les punzó el corazón. Como si les hubieran clavado un alfiler. Sin embargo ninguno de ellos había padecido antes algún síntoma coronario. Todos tienen pareja estable. Trabajo. Solo dos están en el paro. Ninguno tiene antecedentes penales. No parece que consumieran droga alguna según el resultado de las autopsias. —Bien Roberto, pero ¿qué hay de común en todos ellos?. —Verá jefe, no se ría por lo que le voy a decir. —Venga vamos, adelante con lo que sea. —Bien, pues todos tienen en común esto. Sacó de un sobre una foto donde se veía muy claramente el objeto. Un reloj despertador negro y rectangular. —Pero no me diga, el reloj emite unas ondas…, ja ja ja. ¿El reloj despertador? Venga hombre, no me tome el pelo. —Que sí jefe, que sí. Es el único factor común que he encontrado. Aparte de ser jóvenes, preparados, con dinero, pareja etc. No sé, me parece todo muy extraño. Pero seguiré investigando. ¿No le parece? —Adelante Sr. Holmes, llévese a su Sr. Watson, si lo necesita. Pero dese prisa, quiero el marisco con un buen Albariño. —Yo prefiero un Calvente 2003 si no le importa comisario.

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Pidió desde Madrid a todas las Comisarías que mantuvieran abiertos los casos, buscaran en relojerías o cualesquiera que fueran los establecimientos, un ejemplar del reloj que aparecía en la foto enviada. Semanas más tarde recibía siete. Todos comprados en establecimientos regentados por chinos. Abrió las cajas que los contenían. Idénticos. Los siete eran iguales a los de las fotos. Volvió a pedirles de nuevo un favor. Debían mandarle todos los relojes que como pruebas, recogieron de las mesillas de los fallecidos. El Comisario se acercó por la Sección de Hernán Carrillo. Nada más entrar comenzó a reírse. —Pero Roberto ¿está perdiendo el tiempo verdad? No, lo digo por la cantidad de relojes que tiene. ¿Son todos suyos? ¿O va a poner una tienda? —No se ría jefe. Esto le va a costar media langosta, pero del mediterráneo, no de Galicia. —Lo que tú digas. Te saldrá más cara la comida. La investigación primero le llevó a cada una de las tiendas donde se compraron los primeros siete relojes. Luego, cuando habló con los gerentes de los establecimientos, a dos almacenes. Uno en Barcelona y otro en Fuenlabrada. Habló con los propietarios y estos le remitieron a Valencia. Allí encontró a un viejo chino. El importador de artículos chinos más importante de toda Europa. Desde Valencia enviaba todo tipo de productos a cada uno de los países europeos.

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—Soy inspector de policía de una Sección Especial en Madrid. Sin embargo vengo investigando una serie de muertes producidas en toda la geografía española. ¿Podría hablar con usted y hacerle unas preguntas? —Por supuesto Sr. ..? —Hernán Carrillo. Inspector Hernán Carrillo. —Adelante, pregunte. —Bien, Necesito saber si este reloj,- le enseñó una de las muestras que llevaba - tiene algo de especial para usted o sus conciudadanos. —Pues no, —dijo después de observarlo— Nada en especial. Pero déjeme ver. A ver, tiene algo distinto. ¿Se ha fijado? —¿En qué? —Mire, tiene una de las manillas de otro color. Me permite abrirlo. —Claro, adelante. —Ve, lo que le decía. La manilla del minutero es de madera. La extrajo del reloj tras abrir el cristal que cubría la esfera negra. —Si ya veo. ¿Y eso que significa? —Nada, solo era curiosidad. —¡Ah! —Pero espere. Mire, fíjese. Es de madera, de palo de rosa cubierta con un aceite. Permítame seguir observando. —Adelante. Mire cuanto quiera, es gratis. Además, ¿no ha sido usted quien los ha importado? Caramba con sus deducciones. Me hacen gracia. —En efecto los importo, pero no veo todos los objetos. Una relación me indica las unidades que compro.

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Algunas veces los veo, pero no todas. Sería mucho trabajo. Y ya ve, soy bastante mayor para esas cosas. —Bueno, pero ¿ qué? —Déjeme comprobar mis documentos y vuelva mañana. —Vale. Volveré mañana. Será mucho preguntarle la hora. ¿O cree usted que puedo adivinarla? —Sobre esta misma. ¡Hala! hasta mañana inspector. —Adiós. Se retiró al hotel de tres estrellas que le habían reservado desde Madrid. Muy cercano a la plaza de Toros. Se dio un paseo buscando algún sitio donde cenar algo. Tenía tiempo de sobra y nada que hacer. Por la mañana habló con el comisario. Aún no había nada que contar. Esperó a la hora que el chino le citó y pulsó el timbre desde la colección de botones con los números y puertas de las oficinas del edificio. —Bien, ya estamos otra vez, los tres. El reloj, usted y yo. ¿Y ahora qué? ¿Tenemos alguna novedad, o ha encontrado otra extrañeza en el reloj? —Pues mire sí. En efecto he encontrado otra cosa extraña. Vea - Le mostró el reloj con una frase construida con signos chinos- Estos relojes se han hecho en Nanchang. —Estupendo, ¿eso significa made in Nanchang o algo similar? —No inspector, significa algo más importante. Todavía no he podido traducirlo totalmente, pero debe significar algo para sus fallecidos. De eso estoy seguro. —Bien, dígame.

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—No. No puedo, debo seguir intentando descifrar los signos. Le parece que...... —No. Me niego, no volveré mañana. Debo regresar a mi comisaría en Madrid. No puedo perder tanto tiempo señor. Lo lamento. —Que atropellados son ustedes los occidentales. Iba a proponerle cenar conmigo, en mi casa. Está cerca, y allí tengo los libros de consulta necesarios para terminar la traducción. —Discúlpeme. De acuerdo. Acepto su invitación. Ambos abandonaron la oficina y caminaron hasta llegar dos calles más abajo del almacén. Unos doscientos metros aproximadamente. Subieron cuatro peldaños y pasaron al domicilio del importador. Dos jóvenes atendieron a su padre e invitado. Pasaron a una sala dispuesta con atributos, muebles y al parecer, olores chinos. Le ofrecieron un té, que no rechazó. Luego el Sr. Ma-Jong -que así se llamaba- le pidió unos minutos de calma y silencio. Transcurrieron veinte. Apareció con cara de asustado. No sé, parecía haber visto al célebre dragón con lengua de fuego. —Perdone la tardanza, pero debía comprobar lo que he descubierto. —Me está intrigando demasiado. —Ahora le explico. Verá, lo primero que haremos. —¿Haremos? —Si he de pedir la colaboración de la policía. Bien, lo primero será solicitar la retirada de estos relojes en cada uno de los almacenes y las tiendas que nos faciliten.

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—Bien, pero me gustaría fuera más explícito. Necesito una razón convincente para solicitar lo que me pide a mis superiores en la policía, y también a la judicatura ¿No cree? —Desde luego, se lo diré, pero antes debo hacerle observar lo siguiente. ¿Se ha dado cuenta que a los relojes de sus víctimas les falta la manilla del minutero? Y Ahora déjeme contarle la leyenda: Hace cientos de años, en la provincia de la que es capital Nanchang acontecieron ciertos hechos. Siempre creímos que eran parte de una de las muchas leyendas de mi país. Pero hoy he comprobado que son ciertos. En una época lejana, existió un Señor Feudal, de los muchos que gobernaban aquellas tierras. Tenía muchas concubinas. Sin embargo había una muy especial. Muy bonita e inteligente. El Señor cayó en las numerosas redes que ella le fue tendiendo. De manera que poco a poco, fue quedándose sola. Él fue repudiando al resto de concubinas y así llegó a ser la única mujer del Señor. Sin embargo las luchas con otros Señores, en ocasiones le apartaban durante días, incluso meses del lado de su amada. Ella sin embargo se resistía a quedarse sola, pidiéndole permaneciera a su lado. Le exigía fidelidad mientras estuviera alejado de ella. Él contestaba siempre con la misma frase: No me pidas nada que no puedas exigirte a ti misma, mujer. Un día, al regreso de una de las campañas guerreras, notó frialdad en las caricias y palabras amorosas que siempre le prodigaba. No quiso creer ni pensar. Pero era cierto, su exigente concubina estaba siéndole infiel. Él, dueño de tierras, hombres y vidas ajenas, si podía exigirle que la verdad rompiera la sospecha. En efecto. Confesó. Solo fue esta única vez,

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dijo. Era mucho el tiempo que me tuviste alejada de ti. Y hace poco, tras salir con una de mis mujeres de compañía, me crucé con un joven. Me sedujo la idea de estar con él la noche entera. Y lo hice, yacimos junto al rosal centenario. Te pido perdón mi Señor. Perdonar puedo, olvidar no, la contestó. No quiero verte nunca más. Le dijo. Abandona este lugar antes del amanecer, de lo contrario tendré que matarte con mis propias manos. Y escucha mujer, escucha lo que voy a decirte. Has conseguido que maldiga tu actitud. La infidelidad será maldita. Todo aquel que siendo infiel yazca a la sombra de este rosal hará que la maldición se cumpla. Sigue contando la leyenda, que la concubina, murió a punto de cumplir la edad de 30 años. En la cama, sola, desnuda y con una espina de rosal clavada en el corazón. Su rostro, cuando la encontraron, era de felicidad. Aquel rosal testigo de la infidelidad, fue arrancado por orden del Señor Feudal. Un artesano recogió toda su madera y la dedicó a confeccionar relojes. Construía el armazón que sustentaba las ampollas conteniendo la arena. Para no perderla con el paso del tiempo, comenzó a laminarla a diferentes tamaños. Para su mantenimiento utilizó aceites esenciales de su época. Así ha aparecido hasta hoy. También sigue contando la leyenda que quienes disponían de un reloj construido con madera del rosal maldito, caían en la tentación, eran infieles y morían de la misma forma que lo hiciera la concubina. —Entonces la frase del reloj en ideogramas chinos, ¿qué significa? —Simplemente una advertencia a la maldición: Si renuncias a la fidelidad por un deseo pasajero, quien controla el paso del tiempo te lo hará pagar.

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—Creo que tiene razón, debemos retirar todos estos relojes. Es muy posible que el minutero este confeccionado con madera de aquel rosal. —Tal vez. Y no debemos inmiscuirnos en la vida privada de los demás. Allá ellos si quieren ser infieles. Pero tampoco debemos condenarlos a muerte por esa razón. —Bueno, hay algunas personas a las que si deberíamos dejarles los relojes. O tal vez regalárselos. ¿No le parece? —Desde luego inspector. —Gracias por su ayuda, ha sido un verdadero placer conocerle. Vuelvo a Madrid. Me esperan unas jornadas muy duras. Debo convencer a alguien de esta leyenda, si quiero comer marisco.

*** 3º Caso SOLO FALTA UNO Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre

hay un poco de razón en la locura.

Friedrich Nietzsche

Aquel individuo leyó la reseña aparecida en la Prensa: El Alcalde de Madrid, después de las negociaciones con

el nuevo Gobierno, ha decidido tomar posesión del

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Palacio de Comunicaciones a partir del próximo mes de

Septiembre. En breve se iniciarán las obras de

adaptación de la nueva sede del Ayuntamiento que

preside.

Recortó la nota y la guardó con otras en una carpeta ya rebosante con otros recortes. Luego se sentó frente a una mesa, abrió una botella de cerveza, llenó una jarra de cristal y dio el primer sorbo. Esperó unos minutos, los suficientes para que Ambrosio, su amigo, regresara con el encargo que le hiciera tres días antes. Todos los despachos del que fuera Palacio de Comunicaciones, estaban vacíos. Hacía tiempo que la sede de Correos dejó de cumplir con sus funciones. Ahora solo era un ir y venir de obreros, ingenieros, arquitectos y jefes de obra. Planos, ruidos y polvo eran el devenir diario. Empezaron por el patio Central. Revisaron entradas, tanto de la calle de Alcalá, como la abierta a la calle de Montalbán. Recogieron las enormes farolas colgadas, justo antes de atravesar las enormes verjas de hierro forjado. Durante unas semanas, tras cubrir sus observaciones iniciales, comenzaron a revisar los sótanos. Existía la posibilidad de filtraciones de agua y debían estar seguros. Evitar que surgiera algún problema. Para no demorar el resto de acondicionamientos, el arquitecto director de la obra, acompañado por un grupo de expertos, decidió visitar los sótanos. Dejaría encargado de las reparaciones oportunas a un jefe de obra

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con cinco obreros. Se encargarían de señalar y cebar debidamente las filtraciones. Luego permanecerían en la primera planta, hall principal y los despachos. Tenían un plazo de dieciocho meses para cumplir el compromiso dado a la Alcaldía. José Manuel llevaba más de veinte años en la empresa constructora. Ahora ejercía de jefe de obras. Como capataz habían pasado por él y a sus órdenes, cientos de obreros. Distinguía perfectamente a los que trabajaban porque les gustaba, de quienes solo lo hacían por ganar unos euros en espera de tiempos mejores. A los vagos y a los que se escaqueaban. A los que se ponían enfermos al segundo día de contratarles. Era una especie de psicólogo de la construcción, y eso que jamás pisó Argentina, donde según dicen hay mayor número de psicólogos que intérpretes de tangos. No se sabe la razón, pero casi siempre las obras comienzan en lunes. Bueno, pues aquella hizo buena la regla. Los seis hombres atravesaron el portalón de la calle de Montalbán, recogieron el material que necesitaban y se encaminaron hasta el sótano con filtraciones. Durante toda la mañana marcaron con un spray amarillo, las zonas donde más tarde comenzarían a picar y taladrar, para después cubrir con resina y otros elementos los puntos por donde aparecía agua. Anotó cada marca en el plano y antes de proseguir, decidió comentarlo con el arquitecto técnico. Se dirigió a los obreros, y con un ruego en vez de una orden, él no era de esos, les dijo: No hagan nada hasta mi regreso.

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Pasaron cinco, diez, incluso veinte minutos. Terminó sus explicaciones y volvió con los obreros que esperaban en el sótano. —¿Dónde está Martínez? —dijo dirigiéndose a los cuatro obreros que esperaban. —Estaba con nosotros hasta hace unos minutos, pero ha cogido un pico y ha desaparecido. —Vamos a ver. ¿No les dije que no hicieran nada hasta mi regreso? —Y no hemos hecho nada. Solo esperar. —Entonces, ¿Martínez que ha hecho? —No lo sabemos - dijo otro de los obreros - El caso es que hemos oído golpes, han parado y luego silencio. — Bien, veamos donde está. Se aproximaron a uno de los puntos marcados recientemente. Aparentaba estar cercano a la calle de Alcalá. Buscaron con las linternas, a través del laberíntico sótano. Nada ni nadie aparecía. Gritaron ¡Martínez! varias veces. Sin respuesta, solo un cadencioso sonido de agua trasladándose de un lugar a otro. Durante más de una hora siguieron buscando a Martínez. No apareció. Por el momento no daría cuenta al Jefe de Personal. Esperaría hasta la tarde. Seguro que volvería al tajo. Solo advirtió al resto de su cuadrilla: Si me provocan más, van a saber quién soy yo. ¿Me han entendido? Los cuatro hombres ni siquiera le respondieron. Guardaron silencio y esperaron a que les diera las órdenes para reiniciar el trabajo.

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Pasó la tarde de ese día, la mañana y la tarde del siguiente, pero Martínez siguió sin aparecer. Llamaron a su familia preguntando por él y les respondieron que tampoco conocían su paradero. El jefe de personal después de consultar de nuevo a José Manuel, decidió informar a la dirección de la constructora. Ésta a su vez, con el beneplácito de los familiares, interpuso una denuncia ante la Comisaría. El miércoles era uno de los mejores días para Roberto H.C. Cuando tomaba café con alguno sus compañeros y salían a relucir los días de la semana, siempre decía lo mismo. Hoy es miércoles y traspasado mañana sábado, fin de semana. La misma contestación de su interlocutor: A este paso te encontrarás con el lunes, sin darte cuenta. No importa, le replicaba. Después tomaban el café y cada mochuelo a su nido. Cuando abrió la puerta de su nido, encontró al comisario sentado. Con los brazos cruzados y un ceño que no auguraba nada bueno. —¿Qué ocurre comisario? —No hay nada como tener amigos dentro de los cuadros de un partido político. —¿Y eso a que viene? —Acaba de llamarme el Consejero de Justicia e Interior del Gobierno de la C.A.M., y me ha pedido un favor. —¡Ya! y me imagino que seré yo quien deba hacerlo ¿No es cierto? —Me encanta usted inspector. No se anda por las ramas. Directo. Bueno, sí. En efecto. Tendrá que ayudarme.

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—Cuénteme que ocurre. —No es un caso para su Sección de Asuntos Extraños. Ni mucho menos. —¿Entonces? —Pues nada. Le he contestado que nosotros nos ocuparíamos. —¿De qué, Comisario? —De buscar a un obrero de la constructora encargada de la puesta a punto del Palacio de Comunicaciones. Ya sabe, va a ser la nueva sede del Ayuntamiento. —Y que dice. ¿Que ha desaparecido un obrero? —Así es. Pero lo problemático es, que al parecer no se llevaba bien con la mujer. No es la única vez que lo ha hecho, pero para irse con una novia que tiene. En fin. No quieren que este tipo de cosas trascienda. Intenta localizarle. Métale un susto. Y.. —Y usted se lo transmitirá al Consejero. Y ya está. —Pues sí. Eso es. ¿No le importa verdad? —No, pero me debe una. —Vale. Le debo una. Pero investigue por mi cuenta. Hágame ese favor. —De acuerdo Jefe. Ahora mismo empiezo. Primero se acercó al Palacio de Comunicaciones. Habló con los compañeros y el jefe de obra. Luego a la familia. Vivian en una calle de las que desembocan, o empiezan en la Plaza de Legazpi. Recibió toda la información posible. Luego intentó, difícil, pero lo intentó, localizar a la novia. Por los datos facilitados por uno de los compañeros supo que vivía cerca de la estación de Atocha. Cogió uno de los buses y antes de llegar a la Glorieta se bajó.

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El intento resultó fallido. La mujer en cuestión estaba trabajando. Por otro lado natural. Dejó una nota escrita en el dorso de una de las tarjetas pidiéndole le llamara al teléfono cuyo número comenzaba por el dígito 6. Después abandonó la investigación. La tarde estaba echada. El Inspector no pasaba por aquel lugar desde hacía dos o tres meses. El verano no tenía el mismo atractivo para sentarse ahora en Chicote y tomar uno de sus cócteles. Ahora el sitio mantenía si no el mismo atractivo que años precedentes, al menos una excelente calidad en los combinados que preparaban. De vez en cuando aparecía una de esas mujeres que permanecen ocultas y no puede comprenderse por qué no se presentan a algún concurso de belleza. Roberto H.C. opinaba que de hacerlo deberían entregarles un doble título de Miss España. Se sentó en una de la mesas. Pidió un Rúbin de Oro, esperó observando como mezclaban los cuatro elementos. El golpe final, y la caída en cascada desde la coctelera al vaso. No tenía intención de tomarse una segunda copa. Sin embargo por la puerta apareció Aurora. Una vecina de aproximadamente su misma edad. Guapa, con una sonrisa contagiosa. Solo era eso, una vecina. Sin embargo le intrigaba aquella mujer. Cada vez que cruzaban saludos, o alguna mínima conversación obligada por circunstancias, el regreso de las vacaciones, o de cualquier otra índole, siempre aludía al criterio que su marido tenía sobre tal o cual tema. Siempre huidiza. A él también le conocía. Siempre o casi siempre viajando. Aquella tarde-noche, apareció sola, sin él. Durante

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algunos minutos la observó. Hasta que tropezaron sus miradas. Se saludaron con la vista. Luego Roberto se levantó de la mesa donde se encontraba y fue caminando a su encuentro. Adelantó su mano para saludar y recibió orejazos. Es decir un ¡mua! ¡mua!, poniendo su mejilla contra la de Roberto. La invitó. Él tomó dos Rúbin de Oro más. Ella sus dos primeros. Regresaron juntos a la calle Ríos Rosas. ¡Que se le va a hacer!. Dijo cuando despertó y vio a Aurora a su lado y en su propia cama. Se preguntó que opinaría su marido. No eran apenas las nueve de la mañana cuando el móvil sonó repetidamente. De acuerdo señorita. La espero dentro de quince minutos aquí en mi Despacho - dijo a la novia de Martínez- No sacó nada en limpio. Él hacía más de quince días que no la visitaba. Al parecer la esposa entorpecía descaradamente su relación. Pensó, según dijo, que era oportuno dejar enfriar su evolución. Esperar a que la tormenta escampara. A la vista de la información recibida, volvió al Palacio de Comunicaciones. Acompañado por el jefe de obra y dos de los cuatro operarios, bajó al sótano. Alumbraron una y otra vez todos los recovecos. Guardaron silencio. Caminaron. Volvieron a dirigir las potentes linternas hacia lugares no visitados anteriormente. Nada, solo el rumor de agua resbalando por algún escondido arroyo interior. Regresaron sobre sus pasos. El jefe de obra, mandó parar.

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—Aquí —dijo— alumbra aquí. Inspector, por favor mire este punto. Aquí debería haber una de las marcas amarillas. Sin embargo ha desaparecido. —¿Está seguro? —Claro, el otro día por la mañana es lo primero que hicimos. Marcar los puntos. Los revisé uno a uno sobre el plano. Este falta. Se acercaron a la pared mientras uno de los obreros mantenía la linterna, con sus manos temblorosas y decía: —Tenga cuidado, esta zona está muy resbaladiza. Por la humedad. Ya ve. Despacio, giraron a la derecha, caminaron durante unos minutos bajo la atenta mirada de los obreros que les seguían. El camino se acercaba aparentemente a su final. El sonido del agua era mayor. Algunas baldosas aparecían levantadas dejando charcos de agua que jugaban a ser diminutos ríos, escurriéndose hacia un desconocido y profundo mar. Oyeron ruidos. Similar a unos pasos al final del pasillo oscuro. El Inspector mandó parar a todos y guardar silencio. Los pasos continuaban oyéndose. —Dirijan sus linternas hacia el fondo —pidió. Mantuvieron silencio. El sonido crecía mientras pasaban los segundos. Miró a los operarios advirtiendo un leve miedo en sus rostros. Uno de ellos dio dos pasos atrás. Otro más le siguió y en unos segundos los cuatro hombres comenzaban a caminar hacia la salida. José

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Manuel y el inspector mantuvieron la cordura. Esperaron a que el sonido se acercara. Cacheó su sobaquera, liberó el arma reglamentaria y quitó el seguro. Por si acaso pensó. Nunca se sabe. Además soy Policía —se dijo. Alguien demacrado, empapado y cubierto de numerosas manchas blanquecinas en sus ropas, apareció frente a los dos hombres. ¡Martínez! - gritó el Capataz- Sin embargo el hombre continuó andando. Aparentaba no escuchar ni oír nada. Le zarandeó, pero mantuvo el ritmo cansado y lento. Ni siquiera pestañeó. Dejaron que continuara y le siguieron. No daba muestras de saber dónde ir. Solo caminaba lenta, muy lentamente. Detrás observándole, el inspector y el capataz, le seguían al mismo ritmo. Pronto se dieron cuenta que de continuar así estarían horas y horas sin llegar a sitio alguno. Optaron por tomarle de los brazos y dirigirse a la salida. José Manuel paró un segundo para observar el plano. Luego dirigió los pasos a su izquierda, más tarde de frente y por ultimo a la derecha. Minutos después los tres hombres aparecieron en la planta baja del Edificio. Bebieron un poco de agua. Mientras los cuatro compañeros de Martínez, asustados le miraban intentando comunicarse con él. Guardaba silencio. No pronunció palabra alguna. Le sentaron y así permaneció hasta que miembros del 112 aparecieron con una camilla y se lo llevaron a una ambulancia. Enseguida dieron cuenta a la familia. A él le mantuvieron en observación

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en el Hospital de la Princesa. Dos días más tarde el inspector habló con el Doctor. —No tiene nada especial. Tal vez ha sufrido una caída. Tiene un fuerte hematoma en el hombro derecho. Físicamente está bien, quizás la falta de alimento, y la soledad durante estos días han podido provocarle el shock, que parece tener. Seguiré observándole y les comunicaré cualquier cambio. Después se acercó a la Comisaría. —Ya está resuelto jefe. Puede llamar a su compañero de partido y decirle que ha aparecido. No se fue con la novia. Aunque no sabemos ni la causa de su desaparición, ni tampoco la razón por la que ahora no dice una sola palabra. —No tan aprisa amigo Hernán Carrillo. No tan aprisa. —¿Porque jefe? ¿Qué ocurre ahora? —Ahora si es cosa de su Sección de Asuntos Extraños. —¿Qué me dice? —Pues que hace dos horas ha desparecido otro obrero. Por la misma zona que Martínez. Han empezado la búsqueda por el lugar donde le encontraron, y todavía no han dado con él. —Pues estamos bien. Con la humedad que hay allí. —Le están esperando. Vaya sin más dilación Roberto. Aquello empezaba a pasarse de castaño oscuro. En menos de quince días, cuatro hombres más desaparecieron en la misma Zona que los dos primeros. Los obreros no querían trabajar en aquel tajo. La

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dirección de la empresa durante una conversación con el Alcalde, pidió autorización para paralizar las obras alegando causa mayor. No se la concedieron. Los periódicos empezaron a tildar aquellas desapariciones con el título de los fantasmas se pasan de acera o Los fantasmas de Comunicaciones se niegan a que el Ayuntamiento se apropie de su Palacio, también, Los fantasmas cambian de Palacio, relacionados con el supuesto fantasma de la Casa de América situado en la parte opuesta de la calle de Alcalá. En tan poco tiempo la Sección del Inspector Hernán Carrillo, comenzó a darse a conocer. Gracias sobre todo al comisario que comentó bajo secreto a un compañero de partido, su existencia. Al día siguiente un periódico madrileño muy conocido, por su alto sentido ético sobre la investigación y siempre apoyándose en fuentes que jamás rebelarían, porque en la mayoría de ocasiones no existían, daba cuenta, según decía… de fuentes bien informadas, de todo ello. La presión no le dejaría trabajar con la tranquilidad que el caso, o mejor los casos, requerían. En situaciones similares solía adoptar su célebre DM, es decir, drásticas medidas. Se liberó de los periodistas, siguiéndole a todos los sitios. Prohibió su entrada a la planta baja y se encerró en uno de los numerosos despachos vacíos. Solicitó información, historia del edificio. Revisó con uno de los Arquitectos Técnicos, antiguos planos. Historial de los trabajadores. En fin cualquier cosa que le diera, aunque solo fuera una mínima pista, para

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solucionar aquel misterio. Poco después recibió la llamada del Doctor desde el Hospital de la Princesa. —No hay novedad. Solo ha respondido a las preguntas que le venimos haciendo con una frase: Solo falta uno. —¿Y eso que quiere decir Doctor?. —No sé, le preguntábamos donde estuvo. Cualquier cosa. Tenga en cuenta que no habla nada. Nos preocupa. Por cierto inspector ¿Es verdad que es usted el responsable de la Sección de Asuntos Extraños de la Policía? —Vaya usted a hacer puñetas señor mío —Y colgó. Volvió a revisar la información. Nada de especial mención. Datos sobre los criterios seguidos en su construcción. Fundamentalmente el gran patio interior. Las plantas inferiores fueron destinadas a los servicios generales de correos y telégrafos. Las superiores para tareas administrativas, Oficinas y Dirección. Sin embargo algo si le llamó la atención, después de ver numerosos planos antiguos y diversas notas de la época. Al parecer el Palacio de Comunicaciones tuvo su génesis

en el verano de 1903. Por aquel entonces reinaba Don

Alfonso XIII, y su Gobierno era presidido por Don

Francisco Silvela. Sin embargo quince días más tarde le

sucedió el 21º Gobierno de SM. presidido por Don

Raimundo Fernández Villaverde. Ese Gobierno fue quien

resolvió la compra de los terrenos de los Jardines del

Buen Retiro. En ellos se iba a construir el Palacio de

Comunicaciones. La oposición parlamentaria se negó a

consensuar dicha compra. Adujeron que la perdida de

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tantos terrenos obligaría a causar baja en sus puestos a

numerosos jardineros. No obstante fue aprobada la

convocatoria de un concurso público para su

construcción. Los Arquitectos Ramilo y Otamendi, junto

al Ingeniero Chueca, fueron los ganadores. Las obras se

iniciaron en 1904 y continuaron hasta 1917. Trece años.

Murieron siete obreros. Para ser más exacto. Seis

muertos y un desaparecido.

Retiró la nota, y pidió a uno de sus ayudantes le buscara los nombres de aquellos siete obreros y especialmente el de los jardineros que perdieron el trabajo. También, que recabara información en el Colegio de Arquitectos sobre los Sres. Ramilo y Otamendi. Cualquier cosa relacionada con la construcción del Palacio. Durante días el mundo del periodismo comenzó a dar referencias diarias de cómo se encontraba la situación del Caso del Palacio de Comunicaciones. Mientras tanto, el Ayuntamiento ante tal desatino, y el temor a enfrentarse a ciertas críticas, optó para conceder la paralización de las obras. Solo permanecieron sus tres ayudantes, José Manuel el jefe de obra y cinco obreros sin miedo. En esos días, aquel edificio tan grande, solitario y en silencio, producía escalofríos. Pero yo -se dijo- soy policía y no siento miedo. En el hospital, el enfermo Martínez, no daba visos de recuperarse. Siguió respondiendo a cada pregunta formulada por el Doctor o cualquiera de sus Ayudantes con: Solo falta uno.

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Durante varios días, acompañado por una serie de Técnicos, volvieron a comprobar los planos, tanto antiguos como nuevos. Mientras sus ayudantes encontraron los nombres de los seis fallecidos y el desaparecido durante las obras. De igual modo obtuvieron relación de los jardineros despedidos. Una mañana nada más llegar, el jefe de obra y el arquitecto técnico llamaron su atención. Hemos encontrado algo – indicaron- sería conveniente que usted mismo lo viera. Bajaron a los sótanos y entraron por el corredor donde encontraron a Martínez, el primer desparecido. Caminaron bajo las luces proporcionadas por tres grandes linternas. La humedad se hizo dueña del ambiente. Al final encontraron una puerta que se confundía con la propia pared. Manchada de barro blanquecino. La abrieron y pasaron a una sala. Una mesa y un gran armario aparecían a un lado. En el centro una carretilla, diversas palas, picos y azadones. Cuatro pares de botas altas de goma y una caja conteniendo enormes pilas para linternas. Al final, en el extremo de la habitación, un hueco en la pared, suficiente para pasar un hombre agachado, comunicaba con otro pasillo. Varios metros más allá el ruido de un caudal de agua. Un arroyo intentaba abrirse paso entre piedras y barro. A lo lejos el inspector comprobó como de vez en cuando aparecían luces que se mezclaban con el ruido del arroyo. Pidió silencio y volvieron sobre sus pasos. De nuevo en la sala, permanecieron callados y con las linternas apagadas. Diez minutos más tarde, oyeron voces de dos hombres que se acercaban iluminando el hueco por el que

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minutos antes habían salido y entrado. Solo cuando los hombres iluminaron la cueva después de atravesar el hueco en la pared, el Inspector dijo: ! ahora!, y sus dos acompañantes y él mismo encendieron sus linternas. —Dejen los utensilios en el suelo y caminen hacia esa mesa —dijo a ambos hombres— Ahora díganme sus nombres. Soy el inspector Hernán Carrillo de la policía. Los dos hombres se presentaron. Mauricio Aguirre y Ambrosio Manceras. El inspector miró al Jefe de Obra y éste negó con la cabeza. —Ahora van a acompañarnos hasta la planta baja del edificio. Luego me explicarán las razones que les llevan a estar en una propiedad privada. —Te lo dije —mencionó Ambrosio a Mauricio. Subieron hasta la planta baja. Allí sus Ayudantes conformaron un despacho para trabajar en el caso, durante el tiempo que durara aquella investigación. Sentaron a los dos hombres frente a una mesa y esperaron al inspector. No les dejaron hablar entre ellos. Roberto HC después de hablar con el Arquitecto y el Jefe de Obra, a quienes pidió guardar silencio sobre lo sucedido en los sótanos, se dirigió hacia donde esperaban los dos hombres. Nada más entrar, uno de ellos, Mauricio, se dirigió al Inspector. —Lo siento, pero no hemos hecha nada malo. —¿Quién les ha dicho si han hecho o no algo malo? —Nadie, pero me lo imagino.

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—Solo quiero saber que hacían en los sótanos y concretamente en el arroyo. —Buscamos algo. —Sea más explícito. ¿Qué buscaban? —Algo importante para mí. —Veremos lo importante que es si me lo dice. —Los restos de mi padre. —¿Cómo? —Los restos de quien fue mi padre —Veamos. ¿Su padre por casualidad está enterrado aquí? —No señor, mi padre desapareció aquí. —¿Cuando? —En 1915. —Y ¿usted? —dijo dirigiéndose a Ambrosio— también busca algo. —No señor, solo acompaño a mi amigo Mauricio —¡Ah! bien. Sigamos —Por cierto, no sabrán algo de cinco hombres, trabajadores de aquí, que han desaparecido también, ¿verdad? —No. —Si, Mauricio debes decírselo. —¡Cállate! —Bien, bien, y bien. Esto es otra cosa. Vamos a ponernos serios. Cuéntenme enseguida, o tendré que enfadarme con ambos. —Haz el favor Mauricio. Estamos perdidos. Cuéntale todo. — Inspector, prométame que ….. —No prometo nada. Si como creo han cometido un delito, y eso deberá calificarlo un Juez, no puedo hacer nada. Solo escuchar y por favor rápido. Llevo muchos

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días ocupándome de la desaparición de seis hombres. ¡Vamos! comience ya leñe. —Nuestros padres, trabajaron en la construcción de éste Edificio. El de Ambrosio murió en 1914 y con él otros cinco antes de ése año. Accidentes de trabajo. Sin embargo el mío, no murió, sólo desapareció en 1915. Mi madre no pudo enterrarle. La única respuesta que recibió a las numerosas preguntas hechas por aquel entonces, fue que desapareció y no pudieron encontrarle. Las familias de los seis fallecidos, recibieron los correspondientes pésames y aunque mínimas, unas indemnizaciones. Forzadas fundamentalmente por el Sr. Chueca. La mía no recibió nada. Solo silencio. Sufrió mucho durante años. Mi hermano y yo la ayudamos como pudimos, y tratamos de consolarla. Ella siempre dijo que mi padre se cayó al arroyo interior que baja desde la Puerta de Alcalá, y siempre dio agua a una fuente que estuvo situada junto al edificio en la calle de Alcalá. Era muy probable que estuviera en el arroyo. Durante mucho tiempo traté, con la ayuda de mi amigo Ambrosio, de encontrar sus restos. Solicité permisos para adentrarme en el sótano y luego en el arroyo. Siempre me dieron largas. No conseguí autorización. Ahora, conociendo que se iban a hacer obras de reforma, diseñamos un plan para hacernos pasar por obreros y meternos en los sótanos. Alguien nos vio un día cuando nos hacíamos con utensilios para picar y retirar tierra. Aunque al parecer no le dio importancia, durante días nos observó mientras retirábamos linternas, ropa y otras cosas. Temimos que nos pudiera delatar y acabara mi búsqueda. Pensamos en un plan. Muy a pesar de Ambrosio, lo llevamos a cabo. Mezclamos unas hierbas

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que ayudan a dormir, con unos calmantes. La mezcla nos salió un poco fuerte. Una mañana nos encontramos con el obrero. Le invitamos a un té caliente. Hace frío ahí abajo, sabe. Al poco tiempo se durmió. Le llevamos a la sala donde nos encontraron y le dejamos en el suelo. No despertó y nos asustamos. Luego leímos en el periódico que se investigaba el caso de los fantasmas del Palacio de Comunicaciones y aprovechamos la ocasión. Inventamos una patraña y llamamos a la redacción del periódico. Aumentamos los comentarios sobre fantasmas. Mientras, buscamos los restos de mi padre en el arroyo. Tuvimos que picar la pared y hacer el agujero que vio, para dar con él. Luego vimos que buscaban al hombre desparecido y por eso le dejamos marchar. Estaba en un estado de somnolencia. Le dijimos que éramos los fantasmas del Palacio. Que someteríamos a siete hombres y solo faltaba uno para poder descansar eternamente. Al parecer se asustó al vernos con las sayas negras sobre la ropa. Los otros hombres nos vieron como el primero y no tuvimos más remedio que darles también el somnífero. Por la noche, cuando se marchaban todos, les subimos a uno de los despachos que dan a la calle Montalbán. Abajo en el sótano y concretamente en la sala que teníamos nuestras cosas, hacía mucho frío y humedad. Estarán unos días como el primero, pero luego se les pasará. Solo tendrán un pequeño dolor de cabeza. —Bien, señores veremos que dice el Juez de todo esto, si es que alguno de los retenidos y asustados les pone denuncia por ello. De momento me acompañaran a la Comisaría. Por cierto, ¿han encontrado los restos de su padre? —Si Señor casi todos los huesos. Solo falta uno.

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4º Caso EN BLANCO El amor nace del recuerdo, vive de la

inteligencia y muere por olvido.

Ramón Llull

En Madrid había cambiado el tiempo. Pasó del calor agobiante de los últimos momentos del verano, a un frío inesperado. —Buenos Días. Soy el inspector Roberto Hernán Carrillo. — Pues se parece al león de la Metro —dijeron al otro lado de la línea telefónica. —Pues mire no, no lo soy. ¿Quién es el gracioso? —Matías, Inspector —¡Ah! Matías. Déjese de coñas y haga el favor de decir al comisario que hoy, y muy posible mañana, tendrá que buscar a otro para invitarle a desayunar. Yo me quedaré en la cama recuperándome del catarro que tengo. Espero haya sabido traducir mis rugidos. —Sí Señor. Que no vendrá a desayunar con el comisario. ¿No es eso? —Bueno, déjelo. Solo comuníquele que no iré a trabajar ¿Ha entendido eso verdad? —Sí Señor. —Gracias buen hombre —colgó el teléfono.

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Lo cierto era que no se encontraba bien. Horas antes se puso el termómetro y comprobó que su temperatura rozaba los 38’5ºC. Acababa de salir de la ducha y notó un pronunciado escalofrío. La cabeza parecía rellena de corcho y los ojos, rojos, delataban como semáforos que no tenía el cuerpo para estar sentado en la comisaría. Decidió llamar a un amigo que a veces hacía de doctor. Le recomendó quedarse en cama un par de días. Tomar bastante líquido, fundamentalmente zumos de naranja, unas aspirinas y calor para soltar el catarro cuanto antes. Avisó por teléfono a la mantequería de la esquina de su calle y pidió un abanico de productos alimenticios. Incluidos zumos de frutas. Confiaba en estar recuperado para la semana entrante. El comisario recibía el lunes a cinco compañeros de otras tantas comisarías de Comunidades Autónomas. Costumbre arraigada desde hacía años, para intercambiar formas y maneras de resolver casos similares. Él debía estar presente y dejar que presumiera de los últimos casos resueltos. El secuestrador fantasma. Los relojes chinos y el caso del Palacio de Comunicaciones. Era martes, confiaba en estar listo y fuerte para el lunes siguiente. Llamó al portero del edificio y pidió la prensa. No quería salir ni coger más frío. El otoño se metió en Madrid como el frío en sus huesos. Seguro que no sería el último catarro del año. Fue el portero quien primero llamó a la puerta. El timbre sonó insistentemente. Tres periódicos de distinta filosofía: Izquierda, Centro y Derecha, como las tres puertas de la planta tercera del edificio donde vivía.

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Media hora más tarde el chaval de los recados de la mantequería apareció con una abultada caja marrón de la que sobresalía una baguette, y numerosas latas, botes, bríks y sobres. Luego paz, silencio y un poco de lectura. Que placer, leer la prensa sin prisas. Veremos que hacemos hoy para almorzar, - se dijo mientras colocaba las cosas en los armarios y nevera- Un bote de sopa. Siempre va bien un caldo caliente. Unos espárragos blancos de Navarra, y un filete a la plancha. Zumo de naranja y un café caliente para terminar. Luego si me entra sopor, una siesta de quince minutos, después más lectura y alguna llamada telefónica a mis amigos o amigas. Buen plan. Y así, dos, o tal vez tres días. Bien. Qué caramba he hecho bien quedándome en casa. Volvió a decirse. Cercanas ya las dos de la tarde, sintió la llamada del almuerzo. Preparó la sopa, luego sacó un filete y lo puso en la parrilla, y por ultimo con un abrelatas, parecido al primero que se inventó, abrió los espárragos encarcelados. Dejó resbalar el líquido sobre la pila, y puso los frutos sobre un plato. Se acercó a la mesa y tras la sopa, comenzó a saborearlos. Con la mano, sin salsas ni mayonesas, como debe ser. Como alguien le dijo hacía tiempo. Ocho eran los frutos, gloriosos, cojonudos, como hacían llamarse algunas marcas. Sin embargo aquellos fueron algo más. El quinto fruto, no era como los precedentes. La yema era conducida como sus hermanos hacía la trituradora humana. Paso la primera prueba y cayó. Lujuriosa, tierna,

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fresquita, que no helada. El segundo bocado se tradujo en sorpresa, el cuerpo fibroso del fruto dejó de serlo para convertirse en un sorpresivo cilindro de plástico, tierno, pero plástico al fin y al cabo. Lo retiró de su boca y lo llevó al plato donde descansaban los restantes espárragos. Lo miró tratando de averiguar el significado de aquella broma. Seguramente era una copia mal hecha de los pastelillos chinos con citas y adivinanzas. Miró el cilindro y volcó de nuevo su mirada en un papel, y sobre él, escrito en lengua castellana leyó en voz alta: Si alguien consigue leer esta nota, favor de ponerse en contacto con ...... Siguió leyendo hasta acabarla. Luego buscó la lata en el cubo de la basura, miró los datos del lote, marca, envasadora y fecha de caducidad. Se enjuagó la boca, y con miedo continuó comiendo los espárragos. No encontró más cilindros ni notas. Luego acabó con el filete, el café, las aspirinas y la siesta. También acabó pensando en la nota y en que debía hacer. El lunes ya estaba recuperado y listo para recibir a los colegas invitados por el comisario. Antes de subir a la comisaría fue a tomar un café con Vicente, propietario de la Cafetería Sanchidrian donde todos los compañeros solían tomar el desayuno, almorzar o cenar. Quería preguntarle algo relacionado con los espárragos. Más tarde, ya en la comisaría, el comisario dirigiéndose al inspector le dijo: —Roberto, me gustaría presentarle a los compañeros de ..... — se los presentó— Él es nuestro experto en resolver

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Asuntos Extraños. El mismo les pondrá al corriente de los últimos resueltos. Aquello fue muy extraño, sus temores eran infundados. No se apuntó ninguno de sus éxitos. Le produjo un sentimiento insólito. Haber desconfiado de su Jefe. No, si al final iban a tener razón. Era mejor persona de lo que aparentaba. Durante cuatro días mantuvieron diversas reuniones. Intercambiaron información y rieron cuando les contó el caso del Palacio de Comunicaciones. Después y antes de marcharse a sus respectivas comisarías, establecieron que si algo extraño les ocurría no dudarían en ponerse en contacto. Cooperación mutua, dijeron los siete policías. El comisario aprovechó para invitarles a comer. Roberto sintió pena, ya le había ganado a su jefe numerosas comidas, y aquella pese a no ser el resultado de una apuesta, sintió la necesidad de acompañarle. Además debía pedirle un favor y quería mantenerle contento. Así fue. —Eres de traca Roberto —comenzó diciendo el comisario —Ese no es un asunto para llevarlo nosotros. Ni siquiera tu Sección. No hay denuncia previa. Solo es mera intuición. —Ya, pero sabe que ésa no me falla nunca. Aquí hay caso. Estoy seguro. —Está bien. Adelante. Pero solo porque has pagado parte de la comida de esta mañana. Que conste. —Sí, pero no habrá más ayudas en casos similares. Que conste también, jefe. Tenía tiempo para intentar solucionar el caso de los espárragos. Vicente, de la cafetería Sanchidrián, dijo que

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lo primero era visitar la plataforma de distribución alimenticia. Se acercó hasta el polígono industrial de Alcobendas. Con solo comunicar que era Inspector de Policía, se la abrieron las puertas hasta llegar al Gerente. No pudo decirle nada. Solo confirmó las ventas hechas de la marca de espárragos y se comprometió a bloquear todas las latas del mismo lote de producción, si es que encontraba alguna. El resto no tenía más remedio que seguir enviándolas a sus clientes. Durante una semana recorrió mantequerías, supermercados y restaurantes de la relación proporcionada. Solo recuperó seis latas del mismo lote. Después con la dirección de la fábrica en Navarra anotada en su agenda, se marchó a casa. Llamó a Loli, su amiga más íntima, y la invitó a viajar con él. Muy cerca de Tudela estaban las instalaciones que debía visitar. Aquella tarde fue a recoger a Loli y su maleta. Esa noche durmieron en Ríos Rosas. Por la mañana y después de desayunar salieron de viaje. Sin prisas, calmados, disfrutando. Pararon aquí para tomar un café, y allí, para estirar las piernas. Cuando llegaron a Zaragoza, en vez de adentrarse por la carretera nacional, tomaron la autopista para salir a la desviación a Tudela. Antes de la una de la tarde llegaban al centro. Tomaron una habitación en un hotel cercano y desde allí llamó al gerente de la fábrica. Le sorprendió la llamada de un Inspector de Policía. Pero qué caramba, Roberto no podía decir que era filósofo, o el primo hermano de Sanlúcar de Barrameda. Quedaron citados a las cinco de la tarde.

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Tuvieron tiempo para buscar un restaurante. Unas ensaladas con espárragos, claro, y luego unos jarretes de cordero, bien preparados como solo saben hacerlos en Navarra. Regados claro está con un buen tinto de la tierra, como debe ser también. Ambos aplaudieron en silencio la belleza de los platos y brindaron con un tinto de crianza. No tenía tiempo para la siesta. Ella sí. Loli se quedó en el hotel y él fue a la fábrica. Le explicó sin muchos detalles que necesitaba saber el número de latas de un lote. Problemas surgidos en Madrid —dijo— intentando no asustarle. Prometió ampliarle información en cuanto la tuviera. El facilitó lista de los envíos. Con suerte no habría muchas latas. Solo mil doscientas y centradas en las provincias de Madrid y Segovia. Desde allí mismo pidió a sus distribuidores el bloqueo de las latas y ponerlas a disposición del Inspector que iría a visitarles. Mientras les mandaría otras en sustitución. Cooperación mutua. Pasó el resto de la tarde con Loli, recorrieron la ciudad, tomaron en la zona antigua unos vinos y cenaron pronto para meterse en la cama. Al día siguiente conduciría camino de Madrid. Cuando llegaron acompañó a Loli hasta su casa, muy cerca del Puente de Toledo y regresó rápidamente a la tercera planta del edificio de Ríos Rosas. No tenía tiempo de acercarse por la Comisaría. Sobre una mesa del Salón de su casa, dispuso las seis latas obtenidas en la primera redada, más la que inició la investigación.

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En cada lata y sobre la fecha de caducidad aparecían los datos del lote: 03-740 LM 01. En otras, los primeros cinco dígitos eran idénticos, con las mismas siglas LM. Solo cambiaban los últimos dos. Tomó unas etiquetas autoadhesivas y pegó sobre ellas los números variables. Obtuvo las latas 01-26-28-14-07-10-11. Aparentemente aquella numeración significaba algo. Decidió no abrir ninguna más hasta tener una visión global del asunto. Se dispuso a visitar de nuevo al distribuidor de Madrid. Cuando acabara la búsqueda en Madrid continuaría con Segovia. Recuperó seis latas más, las números 24-25-29-30-19-20. Aquello le facilitó una pauta. No superarían la cifra de 30, de momento. Se marchó a Segovia y después de hablar con el gerente de la distribuidora, éste le facilitó mucho la búsqueda, puso a su disposición a tres de sus hombres del almacén. Por la tarde se reunieron y comprobaron el número de latas recuperadas. En total dieciséis. En efecto, su número eran treinta. Sin embargo faltaba la numero 2. Puso todas en una caja y en el maletero del coche. Poco después las descargaba en Madrid, junto a sus compañeras de lote, sobre la mesa del comedor/salón. Era tanta la intriga que no esperó ni siquiera a cenar. Solo se cambió de ropa. Tomó una a una las latas y con el mismo abrelatas que utilizó para abrir la primera, hizo lo propio con todas y comenzó a ver su contenido. Todas, desde la 3 hasta la 30, tenían una primera capa de tres espárragos, líquido de mantenimiento, pero también había algo de plástico. En esta ocasión no era un cilindro.

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Un paquete rectangular le esperaba. Retiró el líquido y los frutos. Sacó los veintiocho paquetes e hizo una fila con todos ellos. Por encima puso la etiqueta con el número de lote y el de lata. Cada paquete contenía treinta y seis billetes de 500 €. Es decir dieciocho mil euros por lata. Continuó contando los fajos de billetes dando el resultado final de 540.000 €. Lo dejó tal y como estaba. Bajó a cenar al restaurante italiano frente al portal de su casa y volvió para meterse en la cama. Aquel día había sido frenético. Necesitaba poner las ideas en orden antes de proseguir con la investigación. Nada más llegar a la oficina, se acercó al despacho del comisario, debía ponerle en antecedentes. —Como parece ser, debes tener un sexto sentido. Hay caso. Y desde luego de cierto calibre. —Así es jefe, ya se lo dije, y me molesta ser profeta. No lo dude. —¿Ahora qué haremos? —De momento, si no le importa, no debería traer ese dinero a la comisaría. De hacerlo, oficializaríamos el importe y luego ya sabe, si hay que devolverlo, la burocracia tardaría tiempo en entregarlo a su propietario. Si es que lo hay. —De acuerdo Roberto, guárdalo en casa y continúa las pesquisas. Pero tenme al corriente. Ardo en curiosidad. —No se preocupe Jefe. ¡Ah! y tiene suerte, esta vez no hemos apostado nada.

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—Bueno, venga, apostaremos algo. ¿Qué te parece unas entradas para el primer estreno en el Teatro de la Zarzuela? —Perfecto, hace tiempo que no voy. Me gustará invitar a la primera mujer morena que vea ese día, y a su salud. —Menos lobos. Perfilaron los detalles de la apuesta y luego cada uno se marchó a sus ocupaciones. Roberto regresó a casa, tomó la nota de la primera lata y volvió a leerla: Si alguien consigue leer esta nota, favor de ponerse en contacto con Laura Mendoza. Desconozco donde puede estar. Hace más de un año que desapareció de mi lado. La añoro. Lo he intentado todo. Hospitales, Ayuntamientos, miles de lugares y sitios. Ni siquiera sé si está en España o ha salido a cualquier lugar cruzando las fronteras. No puedo reclamar su búsqueda por denuncia, pues antes de marcharse me dijo: hasta nunca. Por favor si alguien encuentra esta lata sepa que hay otras. Encuentre por mí a Laura Mendoza y el resto de latas y entréguenselas. Gracias y que tenga más suerte que yo. La leyó tres veces y ninguna de ellas le facilitó pistas. Tenía dos opciones. Quien lo escribió describía un sentimiento de culpa. Añoranza. Podría ser un familiar o bien, novio. Tras analizar causas, temores y mil y una maneras, encontró el razonamiento que le llevó de nuevo a salir de viaje hacia Tudela. En el Ayuntamiento no pudieron facilitarle datos de inmediato. Esperó a que comprobaran el padrón de habitantes. No apareció ninguna Laura Mendoza. Hizo lo mismo en los siete pueblos que rodean Tudela. Cuando

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ya estaba a punto de rendirse, apareció en Ablitas una familia Mendoza. Le facilitaron la dirección e incluso le acompañaron hasta la casa. Una mujer de avanzada edad apareció tras la puerta, nada más pulsar un timbre. —¿Que desea? —Soy el inspector de Policía Roberto Hernán Carrillo, de Madrid. Me gustaría preguntarle algo. —Dígame señor policía. —¿Tiene algún familiar que se llame Laura Mendoza? —Sí y No. —¿Cómo dice? —Que sí, y que no —Explíquese por favor. —Sí, es hija mía. No, dejó de serlo hace más de un año ¿Entiende ahora? —Pues mire señora, sí y no. ¿Podrá darme más datos, por favor? —Si señor policía. ¿Le ha ocurrido algo? —No, no señora, solo estoy buscándola. —¿Entonces ha hecho algo? —Tampoco lo sé ni puedo hablar sobre ello. —Bien, le diré. Mi hija estuvo a punto de casarse. Ya tenía todo listo para hacerlo. Si quiere puede ver su ajuar. Lo hice yo misma. Pero no sé qué pudo ocurrirla. Y hace más de un año, un buen día me dijo adiós, y se marchó. Desde entonces no sé nada de ella. Una hija no puede hacer eso a su madre. Soy mayor y he sufrido mucho. Por eso decidí hace unos meses no tener hija alguna. Ahora solo espero a que pase el tiempo.

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—Está bien señora, ahora si la entiendo. Le prometo que si encuentro a su hija le hablaré de usted. Y si puedo la traeré para que vea a su madre. —Gracias señor policía. ¿Quiere un café de puchero? —Pues se lo agradezco, hace mucho tiempo que no tomo uno así. —Siéntese y espere unos minutos, enseguida estará listo. ¿Con unas pastas? —Si señora, lo que usted quiera. Más de una hora se mantuvo conversando con la madre de Laura Mendoza. Luego volvió de nuevo a Tudela y se comunicó con el gerente de la fábrica de conservas. —Me gustaría hablar con los hombres que están en la cadena de envasado —dijo al gerente. —No hay problema —contestó— mañana por la mañana estarán todos, no tenemos ninguna baja. —Por cierto —señaló el inspector— ¿sabe de alguien que haya tenido un importante premio en lotería o algo similar? —No señor, no sé nada. Es más aquí solemos conocernos bien. Y nadie ha hecho comentario alguno al respecto. Durante más de tres horas estuvo entrevistándose con todos los hombres de la fábrica. Al final cuando solo le restaban tres, obtuvo resultado positivo. —¿Así que usted era el novio de Laura Mendoza? —Sí señor. Lo dejamos hace tiempo. —¿Cuánto, si puede saberse? —Más o menos dieciséis meses.

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—Exacto el tiempo, ¿o aproximado? —Aproximado. —Y que les pasó. ¿Puedo saberlo? —Nada en especial, riñas de novios. Sin importancia. Teníamos pensado ir de vacaciones a Extremadura. Recorrerla de norte a sur. Incluso ir al Festival de Mérida. —¿Y qué ocurrió? —Ella estaba muy entusiasmada, teníamos reservas en hoteles. Habíamos decidido hacer nuestro último viaje como solteros. La fecha de la boda estaba muy próxima. Pero surgió un asunto aquí en la empresa y no pudimos salir de viaje juntos. Era mi futuro. Ella se enfadó tanto que ese mismo día me dijo que si no era capaz de mantener un proyecto de vacaciones preparado por los dos, difícilmente podría mantener conmigo una vida en común. Dijo que no se perdería por nada del mundo el Festival de Mérida, que se marcharía a verlo. Me dejó solo, y no he vuelto a saber nada de ella. —Lo lamento, Miguel, de verdad que lo lamento. Pero dígame, ¿trabajaban juntos? —Sí, de vez en cuando ella hacia campañas. —Gracias ha sido muy amable. Roberto quedó pensativo, observándole durante unos minutos. Aquel hombre parecía triste. Su rostro cambió en cuanto comenzó a hablar de Laura Mendoza. Sacó una cajetilla de tabaco rubio americano y un encendedor dorado, le ofreció y encendió uno. Al hacerlo dejó ver sobre su muñeca derecha un reloj cuadrado, muy plano sujeto a una correa aparentemente de piel de lagarto o similar. Sin duda era uno de su marca preferida Vacheron

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et Constantine. Después, continuaron hablando. Le pidió su dirección y teléfono. Por si necesito hacerle alguna pregunta más —añadió. Se despidió del gerente e insistió en preguntar si alguien había tenido un golpe de suerte con la lotería. La misma respuesta. Un poco más tarde recogía sus cosas y ponía rumbo a Madrid. Aquella noche tuvo necesidad de hablar con Loli. Ambos mantenían una relación extraña. Ella en alguna ocasión dejó escapar sibilinamente la palabra matrimonio. El siempre advertía esos sentimientos y huía de ellos. Sin embargo jamás dio opción o engañó a Loli. Sabían cada uno donde estaban y que querían. Pero aquella noche, después de hablar con el novio de Laura Mendoza, sintió debilidad por la pareja, y se citó para hablarlo con ella. De nuevo la invitó a viajar con él. En esta ocasión lo harían a Extremadura. Loli señalo con extrañeza: Que ocurre ¿te estás ablandando? No, es que necesito tu compañía —contestó. Directamente a Mérida, sin parar desde Madrid. Llegaron justo a la hora de almorzar. Reservaron habitación en el Parador Vía de la Plata, y almorzaron en su Restaurante. Como el fresco del otoño se hizo dueño del ambiente, apetecía una buena caldereta de cordero arropado por un buen tinto de la tierra. De postre recomendó a Loli tomara unos repápalos de leche. Al final un café y dispuestos a buscar a Laura Mendoza.

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Quiso que Loli le acompañara, con la promesa de contarle todo más adelante, cuando hubiera acabado la investigación. Aceptó. En primer lugar buscaron cuantas empresas de envasado de conservas encontraron cercanas a Mérida. Más tarde pasarían a visitarlas. Después las de los pueblos de alrededor. Y así se mantuvieron toda la tarde. Visitando fábricas, dando el nombre de Laura y esperando respuesta. Sin obtener resultados positivos. Cansados de caminar y de hablar con unos y otros, optaron por volver a la ciudad y descansar hasta el día siguiente. Dejaron el Parador y caminaron hasta una cafetería donde se sentaron para tomar una copa. No habían dado el primer sorbo, cuando alguien se acercó a la pareja formada por Loli y Roberto. —Roberto Hernán Carrillo ¿verdad? —En efecto. ¿Cómo estás? —Bien, desde el otro día. ¿Qué haces por aquí, y en mi tierra? — Buscando a alguien —¿Asunto extraño? — En parte. —¿Puedo ayudar en algo? —Creo que sí. Debo localizar a Laura Mendoza. —¿La conozco? —No sé. No creo, es un asunto nuevo. —Pues dime, estoy a tu disposición, compañero. Tras unos minutos de detalles e información sobre los caminos andados. El comisario Pérez Toldrá, que días antes estuvo en Madrid, reunido con su Jefe, le comunicó

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que si estaba en Mérida la encontrarían en dos días a lo sumo. —Gracias Pérez. Te debo una. Si me necesitas en el futuro llámame. —Lo haré. Terminaron las copas. Cuando Roberto se levantó a pagar al camarero, éste pidió hablar con él unos segundos. Ahora mismo voy a despedirme de un amigo - le dijo- enseguida vuelvo con usted. Salía el comisario de la cafetería cuando pidió a Loli un minuto de espera. Se dirigió al camarero y este dijo: —Perdone pero he oído el nombre de Laura Mendoza, cuando ponía la copa a su amigo. —¿Y? —Pues… que yo conozco a esa mujer. —Dígame donde vive, o tal vez donde puedo verla. —Cerca de mi casa. Está pasando por un mal momento. No tiene trabajo y tanto mi mujer como yo, la ayudamos en lo que podemos. —Por favor dígame la dirección e iremos a verla —¿No será por algún problema grave verdad? —No señor, no se preocupe. —¿Le parece que les acompañe hasta su casa? —Mejor, así verá que no es un problema grave. Cuando terminó la jornada de trabajo, volvieron a la cafetería. El camarero esperaba en la puerta. Desde allí caminaron hasta el coche y luego se dirigieron hasta el domicilio de Laura Mendoza. Llamó a la puerta. Era una

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vivienda de una sola planta en uno de los extremos de la ciudad. Dentro no se veía luz alguna. ¿Quién es? Se oyó preguntar desde dentro. Soy yo, Lillo, el marido de Luisa. Abre por favor, vengo con unos amigos. En el marco de la puerta apareció una mujer joven, demacrada, ajada y con los ojos de haber estado llorando. Estos señores han venido desde Madrid y quieren hablar contigo, ¿podemos pasar? Ella abrió más la puerta sin decir palabra alguna. Cuando estuvieron dentro, solo una corta vela alumbraba la habitación. Una mesa, dos sillas y una butaca raída era todo el mobiliario existente. Loli se acercó a ella, la miró preguntándola si había cenado. No, respondió llorando. Luego miró a Roberto como preguntando qué hacer. El inspector dio las gracias a Lillo, luego le acompañaron hasta su domicilio, cuatro casas más arriba, en la misma calle. Más tarde junto a las dos mujeres caminaron hasta el Parador. Loli la acompañó hasta la habitación. Una vez calmada y tras una apetecible y caliente ducha, bajaron al restaurante donde las esperaba Roberto. Los tres cenaron sin hablar, encendieron tres cigarrillos y comenzaron a conversar. Ella dio el primer paso. —Me gustaría saber la razón por la que están buscándome. —Desde luego, pero antes quisiera hacerle unas preguntas. Quiero que sepa que soy inspector de Policía. Me llamo Roberto Hernán Carrillo y ella es Loli, mi mejor amiga. Se ha brindado a venir conmigo. Buscaba a

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una mujer y entre ustedes siempre se entienden mejor. Ya sabe los problemas que crea la diferencia de sexo. —Gracias Loli —dijo dirigiéndose a ella. —No hay porque. Siempre que Roberto me pide algo, no puedo negárselo —adujo seguidamente. —Bien. Ahora por favor dígame si conoce a Miguel, vecino de Tudela. —Claro que le conozco. ¿Le ha ocurrido algo? —No nada, no le ha ocurrido nada, de momento claro. —Me había asustado. —También conozco a una señora mayor que vive en Ablitas, que además de quererla a usted mucho y estar muy sola y dolida, hace un café de puchero maravilloso. La prometí hace unos días que volvería a visitarla. Quiero que venga con nosotros hasta allí. —Lo haré, desde luego que lo haré, ya olvidé los motivos que me retienen aquí. —Entonces para cerrar el círculo, necesito que me cuente que ocurrió en esos dos o tres días antes de huir y venir aquí. Durante más de veinte minutos Laura Mendoza fue contando detalladamente todo lo ocurrido en Tudela y Ablitas con Miguel y su Madre. Al terminar se echó de nuevo a llorar mientras Loli trató de calmarla. Aquella noche Roberto durmió solo. Tomó otra habitación en el Parador. Dejó a Loli como compañera de Laura. Por la mañana. Volvieron a ver al comisario. Dieron por resuelto el caso sin su ayuda. Aunque se lo agradecieron. Más tarde saludaron a Lillo en la cafetería y le dijeron que Laura se iría con ellos. También le agradecieron su

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comportamiento que extendieron a su mujer. Luego los tres en el coche, tomaron dirección a Madrid. Cuando se levantó por la mañana lo primero que hizo fue llamar a casa de Loli. Las dos mujeres acababan de levantarse. Laura había dormido como una niña y en ese momento tomaba un amplio desayuno preparado por Loli. Minutos después telefoneó al Comisario. —Lo siento Jefe, pero me debe dos entradas para el Teatro de la Zarzuela. —Que, ¿ya lo tiene resuelto? —Desde luego, pero necesito dos días más, después se lo contaré personalmente. Hoy viajo a Tudela de nuevo para cerrar el caso. —De acuerdo estaré esperándole como agua de mayo. —Nos vemos Jefe. Antes de salir de su casa de Ríos Rosas, efectuó otra llamada telefónica. Luego recogió a las dos mujeres y viajaron hasta Tudela. El regreso hacia su casa hizo que Laura Mendoza estuviera más locuaz. Parecía haber rejuvenecido al menos cinco años. Era una mujer bonita, sus ojos verdes brillaban aquella mañana de una manera especial. No estaban empañados por las lágrimas de quien sabe cuántos días llorando. No llegaron a Tudela, de nuevo deshicieron el camino hecho en la autopista para tomar la carretera hacia Ablitas. Aparcó el coche dos casas antes y mientras las mujeres esperaron dentro, él se dirigió hasta la casa de los Mendoza.

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—Vengo a tomar otra café de puchero —dijo a la mujer cuando abrió la puerta. —Claro que sí, pase usted. Tengo visita pero no creo que le importe —y señaló la entrada. Luego se sentó y charlo unos minutos con ambos. Al cabo de unos minutos se dirigió a la mujer diciendo. —Tengo unas amigas en el coche esperando, a quienes hablé de su café, ¿le importaría que nos acompañaran? —No hijo claro que no, pondré dos tazas más mientras vas a buscarlas. Salió de nuevo y se dejó acompañar por las dos mujeres hasta la casa que Laura conocía perfectamente. —¿Podemos pasar? —Claro —dijo la mujer— adelante, están en su casa. —Desde luego madre que estoy en casa —dijo Laura dirigiéndose con los brazos abiertos hacia su madre. —¿Pero hija que haces aquí? —gritó al tiempo que rompía en lágrimas. Ambas mujeres se abrazaron y lloraron durante unos minutos, justo el tiempo en que Laura se dio cuenta de la presencia de Miguel en la habitación. Se miraron y sin hablar, avanzaron hasta fundirse en otro abrazo. Volvían a mirarse y de nuevo se abrazaban dejando salir con toda su fuerza, los besos guardados desde hacía muchos meses.

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Mientras tanto Roberto regresaba del coche con una bolsa de deporte negra colgando de su brazo derecho. En uno de los lados una frase en inglés The future is written in white, que traducida decía: El futuro está escrito en blanco. Se la dio a la pareja que continuaba abrazada, mientras la mujer charlaba con Loli. Comieron unos espárragos blancos preparados por ella, mientras explicaron los azarosos caminos que atravesaron hasta ese momento. En la bolsa aparecían 29 latas de espárragos de Navarra vacías y un paquete con 540.000 € en billetes de 500. Salieron de la casa y moviendo los brazos en señal de despedida se alejaron hasta donde el coche permanecía aparcado. Regresaron a Madrid. Antes de dejar a Loli frente al portal de su casa. Se acercó a uno de sus oídos y la dijo muy bajito y sonriendo: a veces creo que te quiero. Loli se echó a reír y le besó con un ¡hasta otro día! Al día siguiente en la Comisaría. —Esto no va a quedar así —dijo el comisario— necesito que me cuentes la solución del caso. —Ahí va jefe: Laura y Miguel son unos novios a punto de casarse. Trabajan juntos ocasionalmente en una de las empresas conserveras de verduras de Tudela. Días antes de salir de viaje a Extremadura, se enfadan, discuten y ella decide marcharse. Previamente, entre los dos rellenaron dos columnas de lotería primitiva. Sale premiada una de las columnas, la de ella. A Miguel no le

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interesa el dinero, solo Laura. Intenta localizarla y no lo consigue. En un loco intento de que alguien lo haga por él. Traza una plan y en vez de mandar una mensaje en una botella y tirarlo al mar, lo introduce en una lata de espárragos y lo lanza al mercado. En la primera pone una nota dentro de un espárrago. Así consigue que alguien se interese. Son de los cojonudos y esos no se utilizan para ensaladas. Después pone el dinero en 29 latas más y él mismo las envasa señalando en el lote las iniciales de Laura Mendoza “LM” y el ordinal de donde se encuentra el dinero. Como no le interesa y ella no está, ha desaparecido, lo deja al albur. Solo coge algo de dinero para comprarse dos cosas, un mechero de oro y un reloj tal y como lo hubiera hecho su prometida como regalo de bodas. El resto ya lo sabe. Cae en mis manos, bueno en mi boca, el espárrago con la nota. Busco, encuentro y los reúno devolviéndoles el dinero. No todo, porque no conseguí la lata numero dos con otros 18.000 euros. Es una lástima. Pero siempre habrá alguien con suerte que la encuentre. Por cierto su compañero Pérez Toldrá de Mérida le manda saludos. Aquella noche durmió a pierna suelta, dispuesto a volver a lo cotidiano. Regresó a casa para almorzar. Antes de tomar el ascensor el Portero le entregó un paquete con una nota de la Mantequería: Perdone Sr. Hernán Carrillo esta lata de espárragos se la dejó olvidada el otro día el chico de los recados. Es suya. La volteó y se fijó en el Lote: 03-740-LM-02.

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5º Caso LOS ANADES REALES Los deseos de nuestra vida forman

una cadena cuyos eslabones son las esperanzas

Séneca

El fin de semana tuvo un final esplendido. La morena que sedujo el viernes por la noche, resultó ser la mujer más simpática de cuantas había conocido hasta la fecha. No paró de reír con ella, de ella y del resto de cuanta gente se cruzaron durante las horas que permanecieron juntos. Pasearon, fueron al cine, almorzaron juntos, incluso llegaron a desayunar churros después de pasar la noche del sábado bailando como jóvenes de veinte años. Apenas durmió, por lo que cuando llegó a la Comisaría las propias ojeras contaban a todos sus compañeros lo crápula que era. Nadie se atrevió a preguntarle. Solo verle tomar café en un intento absurdo y fallido para despejar la cara de sueño era suficiente. ¿Alguna noticia importante? - preguntó sin levantar mucho la voz. Ninguna Inspector - le respondió uno de los agentes. Bueno pues ahora a dormir. Que no me despierte nadie hasta la hora del almuerzo. Lo dijo con un tono que escondía la verdad a los agentes, es decir, lo suficientemente bajo para que no le escucharan.

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A media mañana le pasaron relación de los casos ocurridos durante el fin de semana. Nada especial. Destacaba el descubrimiento de un cadáver en una de las orillas del Manzanares. La Comisaría de Zona se ocupó de él. También había otros, como accidentes de vehículos y algunas reyertas entre solidarios y xenófobos. Pero nada digno de mención o catalogado de extraño. Siguió durmiendo el resto de la mañana en el despacho. La tarde se hizo más llevadera, ayudaba a un compañero en la investigación de un asesinato entre chinos. Estaban a punto de detener al culpable y en dos días acabaría con el sello de caso cerrado. Luego seguiría sacando antiguos expedientes para revisarlos. Por ver si encontraba alguno catalogado como raro o extraño y lo retomaba abriéndolo. La semana comenzaba su deslizamiento hacia el final, habían atravesado las arenas movedizas del miércoles y pronto la desembocadura del jueves. De nuevo el fin de semana estaba próximo. Pero no, esta vez no tuvo suerte. La comisaría cercana a San Antonio de La Florida le remitió el informe del cadáver encontrado el fin de semana pasado y del recientemente encontrado. Ambos llevaban una nota con el mismo texto: Ten cuidado. Te observan. Devuelve el dinero y todo se olvidará. Al parecer aquella Comisaría comenzó las investigaciones y alguien les indicó la conveniencia de enviarlos a la sección de Hernán Carrillo. ¡Seguro que ha sido mi Jefe! Mira que le cabrea verme más ocioso que él. Algún día me enfadaré de verdad. No tiene en cuenta

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que cuando hace falta ni siquiera tengo días para descansar. No es justo. Leyó: El primero de los cadáveres pertenece a un hombre de

avanzada edad. Entre 80 y 85 años. Delgado, cabello

blanco. Mide entre ciento setenta y ciento setenta y cinco

centímetros. Presenta dos heridas que aparentemente

pudieron producir su muerte. La primera provocada con

un objeto contundente, sin aristas, sobre la sien

izquierda. La segunda producida posiblemente al caer

sobre las piedras de granito en la orilla del Río

Manzanares, en el tramo comprendido entre el Puente de

Los Franceses y el Puente de la Reina Victoria. No se ha

encontrado documentación alguna que le identifique.

Fue descubierto por uno de los muchos pescadores que

los domingos por la mañana, se apuestan allí.

Al parecer cuando se disponía a colocar sus aparejos, observó algo oscuro que descansaba sobre la orilla y bajó del balcón de madera en que se instalaba. La persona que lo descubrió está a disposición de esa Sección. Puede citarle a través del siguiente número de teléfono 9134..... El segundo, también descubierto por otro pescador, se encontraba unos metros más abajo que el primero. Oculto bajo la sombra de un gran árbol. Presenta heridas en la parte frontal y occipital de la cabeza. Aparentemente cayó o fue arrojado por alguien desde la orilla. También presenta contusiones en los miembros superiores e inferiores, así como en la columna vertebral. Representa una edad entre 80 y 82 años y su estatura no supera los ciento sesenta y cinco centímetros. Sin cabello en la

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cabeza y sin documentación que pueda identificar su personalidad. Ambos cuerpos se encuentran en el Instituto Anatómico Forense donde verifican las correspondientes autopsias. Sus resultados serán enviados directamente a esa Sección. Si desean alguna información más sobre estos casos no duden en ponerse en contacto con nosotros. La lógica le llevaba de la mano. Esperaría a leer los resultados de las autopsias. Después pasaría a identificar los cadáveres. Extrajo las fotos de los rostros de los fallecidos y pidió unas copias más pequeñas. Para llevarlas en la cartera y poder mostrarlas fácilmente. Pero antes, fue al encuentro del comisario con cierto disgusto. No estaba en su despacho, le encontró tomando café con los otros tres Jefes de Sección. Iba a su encuentro cuando le oyó decir: Ya veréis como en esta ocasión soy yo quien gana la apuesta. Este caso que le he endosado es bastante difícil. Los demás rieron la frase, aunque la abandonaron en cuanto Roberto se acercó a la mini cumbre de la Europol que se celebraba frente a la maquina dispensadora del café. Seco, tajante y con cara de pocos amigos dijo: —Jefe necesito hablar con usted urgentemente. —Claro hombre claro, faltaría más. Vayamos al despacho. —Dime ¿Qué es eso tan urgente?

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—Necesito algunos contactos en el Ayuntamiento. Creo que me facilitarán la investigación de este asunto. Aunque lo veo un poco difícil. —De eso quería yo hablarte. Había pensado apostar algo fuerte en esta ocasión. ¿No irás a rendirte antes de empezar? —No señor, de eso nada. Solo que empiezo a ver cierta dificultad inicial, y eso no me gusta. Tengo mal presentimiento. Pero no, no me rajo. ¿En que ha pensado? —En un fin de semana, alojamiento y desayuno en el Parador Nacional de Cambados. Estamos en los meses con erre, y deben estar las nécoras impresionantes. ¿O no? —De acuerdo Comisario. Acepto la apuesta. Pero a lo mejor tiene que salir garante del préstamo que pida. —Venga hombre no sea así, seguro que tiene ahorros escondidos. Y volviendo a nuestro caso, no se preocupe, llamaré ahora mismo al Vice-Alcalde, es vecino y buen amigo. Le facilitará cuanto necesite. Estoy seguro. Pase mañana a verle a su despacho si antes no le digo nada en contra. ¿De acuerdo? —De acuerdo jefe. Roberto salió del despacho del comisario y sin más dilación, es decir, sin pararse a conversar con sus compañeros de Sección, bajó las escaleras y se fue hasta San Antonio de la Florida. Revisó las notas, quería ver el lugar exacto donde aparecieron los dos cuerpos. Atravesó el puente frente a los dos edificios gemelos de la Ermita. Por aquello de la

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mala educación y por el temor a que los frescos pintados por Don Francisco de Goya desaparecieran, se edificó otra Ermita idéntica para el culto católico, dejando para los turistas y estudiosos, la original. Desde el puente miró a un lado y otro y comprobó que a unos cien metros aproximadamente en dirección sur, aparecía la primera represa regulando la corriente del río Manzanares. En la opuesta, divisó a numerosos pescadores con todos sus aparejos, cañas, sedales anzuelos y engaños. Algunas sillas plegables y soportes para sujetar largas y pesadas cañas parecidas a pértigas. Bajó hasta la orilla y comprobó los balcones donde se situaban los pescadores para lanzar los anzuelos. Soportes de madera cuya vertical alcanzaba la línea del agua. Para entrar en ellos debían pisar las numerosas piedras de granito amontonadas. De diversos tamaños, dispuestas en orden de caída desde el volquete que las llevó. Aristas y puntas se dejaban ver. Pensó incluso que algunas podrían ser peligrosas. Desde luego no se esmeró mucho el Concejal que aprobó la obra. Sobre el agua, verdosa y sucia, navegaban numerosos trozos de pan, lanzados desde la orilla por algún vecino de la zona, en un encomiable intento de facilitar comida a los numerosos patos e invisibles peces, todos habitantes del aprendiz de río. A lo lejos, en la otra orilla, una oca grande, descansaba sobre una de sus patas. Se acercó con ánimo de preguntar a cada uno de los pescadores. Mostrarles las fotos de los dos fallecidos. Comprobar si podían identificarles.

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Durante más de una hora visitó cada uno de los balcones de madera de la margen derecha. Tras escuchar ¡No! ¡ lo siento! ¡No los conozco!, se dirigió a la otra orilla. Cruzó por una pasarela metálica y buscó sin éxito. Todos los balcones de pescador, estaban vacíos. Sin embargo antes de subir al puente y saludar al Sr. Goya, al otro lado del puente de la Reina Victoria, se fijó en cuatro hombres que bebían de un brik, pasándoselo de uno a otro. Vino tinto sin duda alguna. Gente sin hogar, andrajosa, sucia y mal oliente. —Buenos días señores- comenzó diciendo el Inspector - ¿Viven ustedes en la zona? —Nosotros sí —dijo uno de los tres ancianos— Este acaba de llegar, le hemos invitado a un trago - señalando al cuarto hombre aparentemente más joven. —Y bien, ¿podría hacerles unas preguntas? —¿Es alguna encuesta? —No, que va. —Se lo decía porque le hemos visto en la otra orilla preguntando a los pescadores. Por eso lo de la encuesta. —No, es otra cosa. ¿Puedo preguntarles? —Si hombre. Claro que sí. Roberto sacó la cartera y extrajo dos fotos mostrándolas a los cuatro hombres. Luego uno a uno les preguntó: —¿Conocen por casualidad a alguno de estos hombres? —Yo no —dijo primero el invitado— ya le han dicho mis compañeros que solo estoy tomando un trago. No vivo por aquí. —Tampoco yo - señaló el primero de los ancianos.

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Luego le siguieron los otros dos, aunque el último, se quedó pensativo. Devolvió las fotos y a continuación dijo: —Me ha parecido reconocer a uno que solía ver por ahí detrás - señalando al otro lado del río y en dirección a la Ribera del Manzanares y Paseo del Marqués de Monistrol - en compañía de cuatro o cinco más. Les veía entrar a comer en una sala de esas que llevan esas oeneges religiosas. Les agradeció la información y ellos le ofrecieron tomar un trago del brik. —No, gracias estoy sin desayunar y podría caerme mal el vino. Hasta la vista, dijo. Les dedicó una sonrisa y se marchó. Cruzó de nuevo el puente y preguntó a un guardia municipal, que tomaba un refresco en el bar de la esquina. Mientras, la emisora del coche aparcado indebidamente, no dejaba de emitir un cambio seguido de numerosas frases entrecortadas. Está por esa calle, doscientos o trescientos metros y pasado un asador. Ahora está cerrado —dijo el guardia— Gracias compañero —ofreció el Inspector. Anduvo los doscientos o trescientos metros, que se transformaron en cuatrocientos o quinientos y no tuvo que preguntar. Próxima ya la hora del almuerzo eran muchos los hombres y mujeres de todo tipo y razón, que se acercaban para hacer cola en una puerta blanca con la imagen de la ONG.

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Se adelantó a todos y golpeó la puerta. En la segunda ocasión que lo hizo, salió una señora vestida de gris, aparentaba ser monja o seglar; no supo distinguir la diferencia; quien comenzó diciendo con cajas destempladas: —Les repito una y mil ves que no se da de comer a nadie hasta que no sea la una y media. Hagan el favor de no molestar más. Hizo ademán de cerrar la puerta a lo que Roberto se opuso poniendo el pie derecho como tope. Luego habló con fuerza y molesto: —Señora, o lo que sea. No vengo a comer, soy inspector de policía y necesito información ¿puedo pasar? —Disculpe, pero ya sabe lo que ocurre con esta gente... —No. No sé qué hace esta gente, pero me imagino que tienen hambre. Y posiblemente también necesiten algo de amabilidad. Se debe ser religiosa no solo de nombre. ¿Puedo pasar? —Adelante, dígame en que podemos ayudarle. Sacó de nuevo las fotos de los dos hombres y las mostró seguidamente preguntando. —¿Conoce a alguno? —No, no señor, pero es posible que alguno de mis compañeros puedan reconocerlos. ¿Han hecho algo? —No puedo responder a esa pregunta, lo siento.

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Le acompañó hasta una especie de oficina mientras atravesaron un comedor con mesas y bancos de más de cinco metros cada uno. El olor de comida del ambiente le recordó por un momento la dichosa mili. Pasó las fotos a cada persona que la seglar; pues era seglar que no religiosa; le fue presentando. Tres recordaron a los dos hombres y a los tres les pidió conversar sobre ellos durante unos minutos fuera de aquel nauseabundo comedor. Salieron a un patio cercano al paseo y volvió a preguntar. Anotó cuanto pudieron recordar de aquellos dos desgraciados. Les agradeció la información y solicitó salir por otro lado que no fuera el comedor. De regreso a la oficina, y antes de almorzar telefoneó a Loli. Hacía más de un mes que no sabía nada de ella. No respondió. Le habría gustado almorzar con ella. Terminó y pidió a un agente que le acompañara en un coche oficial hasta la sede del Ayuntamiento de Madrid. Solicitó entrevistarse con el Vice-Alcalde. Le recibió. Solo tuvo que esperar unos minutos. Salió a recibirle personalmente. ¡Qué suerte! -dijo Roberto. —No hay ningún problema, ahora mismo le facilito la relación del personal que trabaja para el Ayuntamiento en esa Zona. También de aquellos que lo hacen bajo contratas. Y los del Servicio de Limpiezas.........Y ... También ...... Lo que le haga falta. Solo tiene que pedirlo. Cuando vea al Comisario, por favor no deje de devolverle mis saludos.

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—Le agradezco la diligencia. Ha sido muy amable. Y no se preocupe, como le veo todos los días, le haré patente sus saludos, Vice-Alcalde. Muchas gracias de nuevo. Durante dos días investigó todo lo referente al Rio Manzanares. Supo que desde hacía bastante tiempo venían despareciendo numerosos patos. Desde que el Ayuntamiento comenzó a repoblar esa parte del río con ejemplares de diversas especies. Pero no daban importancia al número de ánades reales o azulones que se perdían. Eran patos salvajes que empezaron a asentarse en el río cuando vieron la existencia de las otras razas. De vez en cuando algunos volvían a sus antiguos lugares de estancia. Muchos otros se quedaron y se reprodujeron en el Manzanares. Carecían de un censo fiable de azulones. Aunque si controlaban su número de quincena en quincena. Desparecían, aunque no muchos, pero luego con la llegada del frío invernal volvían bastantes más. Los pescadores deben devolver al agua las Carpas, Carpines, Peces Gato, Gabios, Barbos o Peces Sol, que atrapan. No así a los tiburones de río, los Lucios. Esos si los pescan pueden hacer con ellos lo que quieran, incluso comérselos, aunque no son muy recomendables los del Manzanares. La gente del Servicio de Limpieza le informó de un grupo de ancianos que se congregaban en una casa medio derruida dentro de los límites de la Casa de Campo, al otro lado del Paseo del Marqués de Monistrol. El Guardia que vio tomándose un refresco horas antes, pese a mirarle con extrañeza al reconocerle, le confirmó que eran siete

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u ocho hombres, pero que no daban guerra ni molestaban a nadie. Se concedieron un día para ir a visitarlos. Salió de aquella zona y caminó hasta la Oficina. Recogió todo el expediente y se marchó directamente a su casa en Ríos Rosas. No tenía ganas de hacerse la cena. Buscó en la agenda comidas rápidas y servicios a domicilios y encontró: Pizzas, Arroces, Tortillas, Bocadillos, Comida China etc. etc. Revisó las listas de cada oferta, llamó por teléfono y media hora después sentado en su cómodo sillón frente al televisor, se dispuso a cenar mientras veía el Príncipe de las Mareas por quinta o sexta vez. Le encantaba la escena del stradivarius girando en el aire a más de cuarenta metros del suelo desde el balcón, al tiempo que veía la cara de terror del estúpido marido de Barbra Streisand, en la película. Antes de cerrar los ojos, mantuvo su mente trabajando a marchas forzadas. Por la mañana tendría casi resuelto el caso. Se dijo. Se durmió con una sonrisa en los labios, y el gesto de inmensa satisfacción, la de volver a ganar la apuesta a su engreído jefe y porque no, un fin de semana que pensaba regalar a Loli. Nada más llegar a la oficina, sonriente, despejado y recién afeitado, la telefoneó. Su voz se reflejó fuerte y profunda, entre otras razones, para que se escuchara desde el otro lado de la cristalera. Dijo: Elige tú el fin de semana que quieras y prepárate a tomar el mejor marisco del mundo. No —dijo más alto aún— es mi jefe quien nos invita.

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Alguien debió comunicárselo antes de que él llegara al despacho del comisario. Cuando abrió la puerta le espetó: —Así es que ya tiene resuelto el caso. ¿No es cierto? —No señor, nada de eso. ¿Porque lo dice? Solo llevo dos días con él ¿No pensará que soy Sherlock Holmes, verdad? —Eso espero. Confío en ganarle esta vez. Por cierto, ¿cómo lo lleva? —Ayer el Vice-Alcalde, me facilitó información, luego me entrevisté con gente de los servicios del Río, Limpieza y Policía Municipal. Estoy en ello, pero todavía no se absolutamente nada. Lo siento Comisario. Le tendré al corriente. Ahora debo marcharme he quedado con un agente municipal quien me acompañará, para comprobar algunos detalles. —Vaya, vaya, y que tenga suerte. La mañana aunque soleada, era fresca. El policía esperaba junto al coche y en la puerta de la comisaría. No quiso hacerle esperar mucho. Arrancaron y en pocos minutos llegaron donde vivían el grupo de abuelos. Al otro lado de la verja separando la Casa de Campo de la Carretera de Castilla un viejo edificio daba cobijo a todos ellos. Era temprano, solo las nueve y cuarto de la mañana cuando llegaron y los seis hombres aún estaban medio dormidos. Alguno deambulaba por la casa sin puertas ni ventanas, buscando algo para encender fuego y calentar un poco de leche donde diluir café instantáneo. El hombre fue levantando uno a uno, diciéndoles: el Alcalde quiere vernos a todos. Minutos después los seis

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hombres se presentaban en lo que fuera un salón. Uno a uno les presentó al inspector y éste fue enseñándoles las fotos de los dos fallecidos. Ninguno parecía conocer las caras de aquellos dos desgraciados. —Ve, como le decía, estos hombres no hacen mal a nadie. Solo van a lo suyo. Sin molestar. —En efecto ya lo veo. —¿Nos vamos entonces? —Nos vamos, aquí no tengo nada que hacer —dijo el inspector. Dejaron a los hombres murmurando entre ellos. El guardia se dirigió al coche mientras Roberto, comprobó cómo cuatro patos azulones hacían abluciones mañaneras en un escondido estanque detrás de la casa. Incluso uno de ellos inició el vuelo cuando uno de los abuelos quiso agarrarlo. Abandonaron la zona y antes de llegar a la Cuesta de San Vicente, camino de la Comisaría, Roberto pidió al Municipal le dejara junto a un Restaurante Gallego, quería saludar a un viejo amigo. Lo hizo, bajó del coche, y mientras arrancaba de nuevo, pasó, pidió un café y esperó el tiempo suficiente para ver desaparecer el coche. Luego caminó buscando a ambos lados de la calle un establecimiento. Era muy temprano, se mantuvo cerrado hasta cerca de las once de la mañana. En ese momento apareció un asiático y se presentó a él. —Quiero hablar con el dueño —dijo.

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—Yo sel el dueño —contestó en castellano con el peculiar acento que imprime un chino. Roberto miró por unos instantes la carta del restaurante y encontró lo que buscaba, luego volvió a preguntar: —¿El tipo de cocina de su restaurante de donde es? —De Hangchow, Shan-ghai y Pekin, señol– contestó —Entonces prepararan Pato a la Soja y las variedades del Pato Lacado y Pato a la moda de Pekín. —Si señol, aunque el plimero solo lo hacemos por encalgo, da mucho trabajo y muy pocos saben apleciar el esfuerzo necesario para hacello bien. —En que consiste ese plato. —Se necesita tiempo, paciencia y al menos cuatro días para prepararlo. Primero se restriega bien con sal marina y se prensa a baja temperatura, luego durante tres días debe permanecer en una especie de urna bañado en soja. Después cocerlo al vapor durante al menos dos horas para que coja el característico color rojo. —Debe estar muy bueno. —Desde luego, señor, es una receta que se mantiene en Hangchow desde antes del S.XIII. —Y...... ¿Podría ver las facturas de su proveedor de Alimentos? —No señor, no las tenemos aquí. Pero venga mañana y podrá verlas. —No señor, debo verlas hoy necesariamente. Es muy importante. —Entonces espere unos minutos, tendré que hacer una llamada.

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Media hora más tarde llamaba a la comisaría para que un agente le recogiera con un vehículo camuflado cerca de la Sidrería Casa Mingo. Poco después volvía de nuevo a casa de los seis abuelos. Comenzaban a marcharse. Los paró a todos y volvió a preguntarles. En esta ocasión observó que daban muestras de temor. Parecían ocultar algo. Les dijo que no podrían moverse de allí el resto del día. Pero debemos estar antes de la una y media en el comedor de la oenege. No se preocupen- les dijo - tendrán tiempo de sobra. Pero luego regresen aquí. Este agente les estará esperando. El agente quedó a la espera del recorrido que inició el Inspector Hernán Carrillo alrededor de la casa. Volvió a ver, en esta ocasión y con más detalle, el estanque y caseta donde aparecían numerosos patos azulones. Volvió y pidió al agente le acompañara de regreso a la comisaría. Los abuelos podían irse a comer. Sin embargo uno de ellos le abordó y en voz baja comenzó a comentarle algo. Durante unos minutos escuchó cuanto el abuelo quiso contarle, luego acompañó a los otros cinco hasta el Comedor para gente necesitada. Más tarde acompañado por el agente, volvió a la Comisaría. Una hora más tarde, antes de solicitar orden de detención para los seis hombres, quiso hablar con el comisario. Sin embargo le dijeron que estaría dos días fuera, ocupado con no sé qué cosas - le dijo el agente encargado de su agenda- como siempre tan explícito, comentó Roberto en voz baja cuando salía.

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El lunes a primera hora, cursó con el visto bueno del comisario, orden de detención contra los seis hombres. Esperó a verlos llegar. Luego habló con el Comisario, más tarde ambos lo harían con el Juez de Guardia. No había duda alguna, los seis parecían Fuenteovejuna. Y como todos ellos superaban la edad para ingresar en prisión, según el vigente Ordenamiento Jurídico, solo se llevarían un buen rapapolvo de la Judicatura y del comisario después. El juicio, si se celebraba, solo serviría para cerrar el expediente. —Y bien, comisario, no tendré más remedio que marcharme el próximo fin de semana al Parador de Cambados. ¿No le importa verdad? —Roberto, eres tremendo, no consigo ganarte ni una sola apuesta. En fin que se le va hacer. Aunque bien es cierto, que me gustaría acompañarte. —Pues verá, prefiero a una buena amiga mía, que por cierto, debe estar preparando la maleta. Además seguro que es más cariñosa. —Me lo imagino. Lástima, pensé oír ese sonido tan maravilloso de las patas de las nécoras cuando se rompen al presionarlas con las pinzas. —En fin jefe, otra vez será. —Bueno, entonces antes de marcharte, podré oírte el resumen de estos dos casos ¿ No es así ? —Desde luego. Veamos: Uno de los restaurantes chinos, de los muchos que hay en Madrid, aunque éste es bastante bueno, un buen día se quedó sin patos para preparar. El suministrador tuvo un percance. Al buen propietario chino no se le ocurrió otra cosa que acercarse al grupo de los ocho abuelos; pues

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eran ocho al principio, y dado que siempre, o casi siempre, estaban cerca del río; pedirles capturaran un par de patos para él. Lo hicieron y ése día les invitó a comer a los ocho. Aquello continuó, pero advirtió que pagarles el hurto con comida, era demasiado caro. Eran ocho bocas que llenar y ocho estómagos que contentar. Optó por pagarles 10€ por pato. Además en la ONG, empezaban a echarles de menos. Volvieron allí y también al río, así como a la caza y captura de patos. No cogían muchos para no llamar la atención. Lo hacían por la noche dejándolos en el estanque de la casa donde dormían. Pronto se dieron cuenta que el dinero iba cubriendo las necesidades diarias de los ocho. Tabaco, alguna botella de vino y otras pequeñas cosas. El premio a su esfuerzo lo fueron metiendo en una lata. Cada quince días lo contaban y decidían que hacer con los ahorros. Un buen día comenzaron a faltar algunos billetes. Alguien, sustraía de vez en cuando algún que otro billete. No sabían quién. Por eso Ignacio, que así se llama quien me lo comentó, decidió escribir una nota a cada uno de sus siete compañeros: Ten cuidado. Te observan. Devuelve el dinero y todo se olvidará. Él pensó que aquello solucionaría el problema, pero no fue así. Como eran ocho, por sorteo y parejas, salían dos o tres noches por semana para robar patos. Ya se sabe que la convivencia, es difícil. El primero de los fallecidos parece ser que discutió con su acompañante. Acusándole de ser él quien estaba robando el dinero. Discutieron y llegaron a las manos. Uno, para defenderse cogió lo primero que encontró, una barra redonda, de ésas que se utilizan para montar andamios y le golpeó la cabeza, concretamente en la sien izquierda. Cayó volviéndose a

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golpear con las piedras de la orilla del río. Salió corriendo y volvió sin los patos y nervioso. Le preguntaron por el compañero y pese a negarse en un principio, terminó confesando lo ocurrido. Regresaron todos para buscar al herido, encontrándole muerto. Se asustaron y al preguntarle sobre el motivo de la discusión, solo se le ocurrió confesar que había cogido un billete de 10 € en una ocasión. ¿Así es que eres tú el ladrón de la lata? Le dijeron. Los seis restantes, enfadados se abalanzaron sobre él, dio dos pasos sobre uno de los balcones de los pescadores, se apoyó en la barandilla de madera, que cedió bajo la presión y cayó sobre las piedras de granito de la orilla. Sus compañeros bajaron a verle, pero no tenía pulso, también había muerto. Recogieron su documentación y le llevaron bajo las piedras del primer árbol frondoso junto a la orilla, allí tardarían en encontrarle. Luego fueron hasta el otro compañero muerto y también le quitaron la documentación. Se marcharon a la casa y convinieron que no comentarían nada de lo ocurrido con nadie. Aquellos ocho hombres, como muchos de los que hay en Madrid, fueron abandonados por sus respectivas familias, nadie les echaría de menos. No denunciarían su desaparición. Sin embargo ahora eran un grupo. Juntos suplían la carencia familiar. Pero como en toda familia, existía una oveja negra. Algo que rompía la convivencia. El robo de algo común. Romper la promesa sin pedir perdón. Guardar el ánimo sin perderlo con los demás. Mantener el grupo y la amistad a esa edad es importante, yo diría que primordial. Por eso me lo contaron. Por eso no han dicho toda la verdad. Han sido todos y ninguno. Posiblemente solo fuera la avaricia o el afán de conseguir

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algo privativo únicamente por parte del ladrón de los billetes, lo que concatenó la serie de accidentes. Solo deseo que sean benévolos con ellos. —También yo Roberto, también yo. Días después una pareja disfrutaba de los manjares que solo las Rías Gallegas saben dar. Un buen aperitivo con nécoras, santiaguiños y ostras sobre una fuente oval metálica que aparecía dispuesta en el centro de la mesa. La mano derecha de él sostenía un modelo avanzado de teléfono móvil. Marcó un número, miró el reloj, señalaba las 13,30 horas, la misma hora que en una Comisaría de Madrid. Cuando alguien contestó respondiendo la llamada, él dirigió el aparato sobre el plato de ella, quien en ese preciso instante, sujetaba con unas pinzas las enormes patas de un ejemplar de nécora hembra. —¿Diga? ¿Diga quién es? – preguntaban desde el otro lado de la línea. Silencio, ninguna voz, solo pudo oír como única respuesta: Crac, craaac, crac, crac . ¡Uhmmmmmm¡ deliciosa, sencillamente deliciosa

*** 6º Caso EL CUADRO

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En la tierra hay suficiente para satisfacer las

necesidades de todos, pero no tanto como

para satisfacer la avaricia de algunos.

Mahatma Gandhi

Los ruidos provenían del edificio colindante al suyo. Roberto HC maldijo una y otra vez que le hubieran despertado. Normalmente los fines de semana, y siempre que no tenía guardia, salía con alguna de sus amigas. Cenar, tomar una copa después, y quien sabe más tarde. Pero se prometió recuperar el sueño. Difícil, pero lo intentaría. Llevaba tiempo apareciendo por la comisaría con una cara de sueño insultante. Los compañeros se mofaban cada mañana diciéndole: Tienes cara de Centauro. (Brigada especial nocturna del Cuerpo Nacional de Policía) Por eso decidió, que aquel domingo no saldría de casa para nada. Confió en recuperarse y evitar trasnochar durante los siete días siguientes. Sin embargo, según se desprendió de la llamada que recibió poco antes de sentarse a la mesa, para almorzar, no iba a conseguirlo. —¿Roberto? —Sí, dígame. ¿Quién es? —Soy Luisi ¿no me recuerdas? —Pues ahora mismo no. Ayúdame. —Hace bastantes años que no nos vemos. Vivía en la calle Oviedo, por Cuatro Caminos. Mi hermana y yo salimos contigo y un amigo tuyo, Julio. ¿Vas haciéndote una idea?

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—Voy, voy. ¿Y cómo es que me llamas después de tanto tiempo? —De repente me entraron ganas de verte. He leído la reseña de un periódico hace unos días, donde se comentaba lo bien que resolviste el caso del Rio Manzanares. —¡Ah, sí! Pero no ha tenido importancia. Es mi trabajo. Nada especial. —Ya lo supongo. Me agradaría poder comentarte algo por si puedes ayudarme. —¿Tú crees? —Estoy convencida. ¿Te importaría que nos viéramos? Puedo invitarte a almorzar. Si no tienes compromiso. —No era ese el plan previsto para este fin de semana, aunque te agradezco la invitación. Nos vemos, ¿pero dónde?. —Preferiría ir a tu casa. ¿Te importa? —No. Dime la hora y empezaré a maquillarme, ya sabes que tardo bastante en hacerlo y no me gusta hacer esperar a nadie. Y menos a una antigua amiga. —Sigues tan bromista como siempre. No has cambiado mucho. —No, un poco más mayor. Puedes esperarme sobre las dos de la tarde frente al número 40 de la calle. Supongo que en la comisaría te habrán dado tanto el teléfono como mi dirección. ¿No es cierto? —En efecto. —En fin, que se le va a hacer. Ya lo arreglaré cuando vaya el lunes. Bueno. Entonces te espero. Por cierto, ¿Has cambiado mucho? ¿Te reconoceré? —No creo Roberto. Siempre se cambia la fisonomía.

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Media hora más tarde Roberto Hernán Carrillo permanecía de pie frente al número 40 de la Calle de Ríos Rosas. Encendió un cigarrillo y esperó paciente a que un coche negro con los cristales tintados, impidiendo ver su interior, se arrimara a la acera cinco minutos más tarde. El conductor bajó del coche y se acercó hasta la puerta trasera derecha. La abrió y ayudó a bajar, tendiendo la mano, a una mujer que parecía ser su antigua amiga Luisi. Los recuerdos a veces te juegan malas pasadas, pensó. Recordaba a Luisi, morena. No más alta que él, delgada, de cara pálida. Era de esas mujeres que no les gustaba maquillarse. La recordaba en alguna ocasión pellizcándose las mejillas para darse color. La mujer que apareció y caminó hacia él no era aquella. Su cabello no era negro y ésta sí había visto el anuncio Porque tú lo vales. Preguntó con duda. ¿Roberto?, él asintió y luego acercaron sus mejillas para tirar dos besos al aire. Como siempre hacen las mujeres, cuando no quieren besar, solo cumplir con la obligación del saludo. Siempre pensó que lo mejor era darse la mano. Roberto permanecía a la expectativa, sin abandonar la sonrisa. Mirándola despacio, intentando ver algún rasgo que le permitiera confrontar con sus recuerdos. No los encontró. Ella mientras tanto continuó hablando. No dejó de hacerlo desde el momento en que él dijo: —Sí, soy Roberto Hernán Carrillo. —Si no tienes inconveniente, iremos a mi casa. Allí nos han preparado el almuerzo.

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La casa, o mejor la mansión, como poco después comprobó, era grande, amplia, majestuosa. Tal vez en alguna ocasión fue considerada como Palacete. De los pocos que quedan en Madrid, destruidos por una mal entendida modernidad evolutiva que arrasó con casi todos los existentes. Amplias y bien decoradas habitaciones. Las puertas le recordaban las que vio en Viena hacia años. El que fuera palacio de la Emperatriz Sissi. De permanecer todas ellas abiertas, al mismo tiempo, podía contemplarse desde el primer cuarto hasta el último. Estaban dispuestas de tal forma que todas se comunicaban casi en línea recta. Llegaron hasta un gabinete donde le ofreció un aperitivo. Vermú rojo con un poco de Bombay Azul, pidió Roberto. Para mí lo mismo, probaré la fórmula de mi amigo - señaló Luisi al mayordomo o camarero. Él no supo distinguir la diferencia. Durante la espera trató de sonsacarle, primero el motivo de la llamada, y luego la razón del almuerzo en su casa. Nada, solo algún retazo de su vida, aunque muy superficialmente. El también negó información cuando le preguntó por el recorrido de la suya. Al cabo de dos vermús el mayordomo dijo ceremoniosamente: —El almuerzo está dispuesto en el comedor pequeño, señora, pueden pasar si lo desean. —Gracias. ¿Quieres acompañarme? – dijo dirigiéndose a Roberto.

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—¡Cómo no! empezaba a tener apetito ¿No has oído como se quejaban mis zarajos? —contesta él. La comida fue servida por una mujer mayor. El vino por el propio mayordomo. Entre los dos acabaron con una botella Reserva del 1994 Conde de Maral de la Ribera del Duero. No estuvo mal, comentaría más tarde Roberto. Ella esperó a los cafés para abordar el motivo del encuentro, tras más de.... bueno, bastantes años. Se dijeron ambos. Ella no quiso decir su edad aunque Roberto sabía no podía estar muy alejada de la suya. Tenían la misma cuando Julio, su amigo de la época, le invitó a acompañarle para hacer de pareja de la hermana de Luisi. La primera cita fue en el cine, la segunda en una cafetería, y en la tercera, Roberto ya estaba charlando y besándose con Luisi, mientras Julio se ocupaba de su hermana. Se rio entre labios, y siguió escuchándola. —Me gustaría enseñarte la casa, así estarás preparado para cuando te pida un favor —dice Luisi. Durante más de veinte minutos caminaron por todas las habitaciones. Cuadros, ventanas, muebles de época. No era conocedor de la materia, pero al menos si comprobó, que los muebles aparentaban ser de los siglos XVI y siguientes, incluso algunos recientes. Numerosas pinturas enmarcadas y figuras decorativas de cerámica francesa e inglesa. Algunos búcaros, jarrones y demás utensilios de cristal.

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—De aquí se llevaron el cuadro —dijo Luisi señalando una amplia marca— fíjate en el color de la pared. ¿Ves la huella que dejó al estar colgado durante más de quince años? —Cierto Luisi —comenta Roberto. Y ahora, ¿podrás decirme por qué no has dado cuenta en una comisaría de su desaparición? —No quiero alarmar a mi marido, se encuentra de viaje. Pero tiene la sana costumbre de leer los periódicos españoles a través de la red en su ordenador portátil. También es la forma que tenemos de comunicarnos cuando está fuera, de viaje. Correos electrónicos y chats —El cuadro en cuestión ¿estará asegurado supongo? —No lo sé. —¿Cómo? —Bueno, quiero decir que mi marido se ocupa de todas esas cosas. —Mira Luisi, esto es muy extraño. Deberías comunicarlo a la policía, no a mí, aunque lo sea. Quiero decir, debes presentar una denuncia. Es más, será lo mejor a efectos del seguro. —Tienes razón, es que estoy nerviosa. No sabía qué hacer y cuando te vi en el periódico creí era mejor que tú te hicieras cargo de su búsqueda. —Tal vez, pero también es posible que no. Esto no pertenece a mi Sección y aún menos a la jurisdicción de mi Comisaría. —¿Entonces? —Verás Luisi, haré cuanto pueda, pero no te aseguro nada.

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Volvieron al gabinete. Mientras Roberto volcó su mirada sobre las fotos que aparecían en diferentes muebles. Más tarde preguntaría por su marido. —¿Podría conocer, al menos en foto a tu marido? —dice secamente Roberto. —Sí, pero debes esperar a que saque los álbumes. —Esperaré. —Vuelvo enseguida, mientras tanto toma una copa —señala ofreciéndole una botella de Calvados. Roberto vertió el agradable líquido y tomó el primer sorbo sin sentarse. Anduvo paseando entre las numerosas habitaciones. Todas con las puertas abiertas. Anotando mentalmente cuanto veía. Aquella situación se le antojaba extraña. Cuando volvió, traía en sus manos algunas fotos, escogidas, dado el tiempo que transcurrió desde que le dejó solo con la botella de Calvados. Se sentaron, y ella comenzó a pasarle las instantáneas. En casi todas aparecía Ignacio, su marido, con hombres y mujeres desconocidos para él. Preguntó dónde estaba ella y no respondió. Le ofreció otra copa. La tarde avanzaba, estaba citada con la noche y quedaban pocos minutos para el encuentro. Luisi mientras tanto no disimulaba y cada momento agotado se concatenaba con el siguiente que llegaba sigilosamente. De esa manera se mantuvieron hasta las once de la noche. Los temas de conversación comenzaban a agotarse. Seguía sin entender la postura mantenida por ella. En el preciso instante en

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que se dispuso a levantarse y despedirse, el teléfono irrumpió ruidosamente en el Gabinete. —Hola Carmela. No, no estoy sola. Claro que es un hombre. Muy guapo por cierto. No creo que le importe. Sería mejor dejarlo para otro día. ¿No te importará verdad? Sí claro, es mi amigo Roberto. De nuestra juventud. Si con mi hermana, ya te lo comenté. Bien, besos Carmela. Gracias, se lo diré. Colgó para dirigirse a Roberto. No obstante él se adelantó: —Luisi, lamentándolo mucho, creo que es tarde y debo marcharme. —No, no te vayas. He encargado la preparación de unos bocados para cenar juntos. —Te lo agradezco, pero mañana debo madrugar, esta semana tengo mucho trabajo. —En fin, como quieras. ¿Nos veremos verdad? —No veo la razón. Ni siquiera sé porque estoy aquí. No me has enseñado ni siquiera una foto del cuadro que ha desaparecido. No sabes si está asegurado. Todo es muy extraño. —Compréndelo Roberto. Estoy un poco nerviosa. —Bien, pues cálmate. Dame datos del cuadro. Informa a tu marido y acércate por una comisaría y denuncia el robo. Luego veremos cómo puedo ayudarte. Además, llevo bastantes horas aquí, con un mujer a quien no veo desde hace más de veinte años. Se supone que fuimos amigos. Y supongo que la noche es mala consejera. Discúlpame si me atrevo a preguntar ¿Qué quieres de mí?

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—Nada, solo que me ayudes a buscar el cuadro robado. —Lo haré y te he indicado los pasos que debes dar. Luego entraré yo. —Entonces te esperaré mañana. —De acuerdo. Llámame a la Comisaría y hablaremos. Roberto salió de aquella casa apesadumbrado, incluso molesto. No alcanzaba a comprender la situación. Nada más llegar a la Comisaría al día siguiente y ya lunes, pidió a uno de los agentes le informara de cuantos datos tuviera de aquella pareja. Luisi e Ignacio. —Por favor, encuéntrame algo que me sirva y ayude a saber de estas dos personas. —Lo haré inspector. Entró de nuevo al despacho e inmediatamente le pasaron una llamada. —¿Sr. Hernán Carrillo? —En efecto. En que puedo ayudarla. —Quisiera comentarle algunos aspectos de su amiga Luisi, pero personalmente. —Adelante, la espero aquí en la comisaría. —Llegaré en unos minutos. Media hora más tarde, Carmela, supuesta amiga de Luisi aparecía por el despacho de Roberto. —¿A que debo su visita? —Me gustaría poder ayudarle en sus pesquisas.

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—¿En mis pesquisas? —Si, según me ha dicho, está ayudándola en la recuperación del cuadro robado ¿No es así? —Me parece que no está bien informada. De momento no dispongo de información alguna para ayudar a Luisi, y aún menos a usted a quien no tengo el gusto de conocer. —No se alarme Inspector, ayer hablé con Luisi cuando estaba con ella en casa ¿Lo recuerda? —Recuerdo una conversación telefónica, pero disculpe, no pude verla. Ahora si no le importa me gustaría conocer el motivo de su visita. —En pocas palabras. Luisi está pasando últimamente una crisis muy dura. Lo que nos lleva a verla bajo una presión altamente peligrosa, los nervios han hecho presa en ella, y es muy posible que en ocasiones su memoria le juegue malas pasadas. Era lo único que quería decirle. Que tuviera paciencia con ella y por favor, ayúdela a recuperar el cuadro. —Verá señora, no depende de mí. Dígale a Luisi, que en cuando tenga los datos que la pedí. Es decir, denuncia, datos del seguro, y sobre todo una fotografía de la pintura, me pondré en contacto con los compañeros que hagan la investigación para tenerla al corriente. —Muchas gracias inspector se lo agradezco en nombre de Luisi. Carmela y Roberto salieron del despacho, y mientras se encaminaban hacia la salida de la Comisaría, el agente al que encargó información sobre su amiga Luisi y su marido avanzó con unas carpetas hacia él. Roberto se llevó el índice de su mano derecha a la altura de los

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labios y en un ademán de silencio, evitó que aquel le hablara de los expedientes en presencia de Carmela. A su vuelta y tras despedirse, vio las carpetas sobre su mesa. Las abrió y comenzó a leer los datos de su amiga y marido. Casada desde hacía cuatro años con Ignacio, Joaquín, Carlos María Ladrón de Guevara y Moran de Loredo. Heredero del título de Marqués de Pedregosa, en disputa con un primo hermano, hijo del hermano del difunto Marques. No se le conocía trabajo alguno, solo algunos datos de Universidades donde no terminó licenciatura alguna. Muchas empezadas, como Economía, Derecho, Arquitectura e Ingeniería Agronómica. Alguna reclamación de deuda ante los Juzgados, solventada en últimas instancias. Pendiente de resolución de la impugnación presentada por el legado de su difunto padre, por lo que carecía de propiedades a su nombre. Entre la relación de propiedades objeto de impugnación aparecía la mansión de más de mil metros cuadrados donde su amiga Luisi le invitara a almorzar. De Luisi, aparecían pocos datos, solo algunos recordatorios que le hicieron rememorar tiempos pasados. Luisi no acabó Derecho, que era su gran anhelo. Al final de la nota informativa aparecían señaladas dos o tres empresas en las que trabajó hasta cuatro años atrás en que se casó con Ignacio. Cerró las carpetas y llamó al agente para devolvérselas y agradecerle la rapidez y diligencia. Luego se marchó a la

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cafetería Sanchidrian, necesitaba tomar un café tranquilo, sin la presencia del Comisario. Llevaba mucho tiempo sin apostar con él. Claro que tampoco últimamente habían surgido casos importantes. Al entrar de nuevo en la Comisaría y como presagiándolo, ya que le evitó minutos antes, el comisario se tropezó con Roberto. —Mi querido Roberto ¿Cómo estás? Últimamente no te veo, me tienes preocupado. Es más, hace tiempo que no cenas ni comes a mi costa, o te vas de fin de semana. —¿Porque me dice eso Comisario? —Hombre, me gustaría que me dieras la revancha. Aunque solo fuera por aquello de que soy tu jefe ¡Vamos digo yo! —El problema es que no hay casos últimamente, solo los rutinarios de compañeros a los que ayudo, los especiales a los que supongo se refiere, hace tiempo que no aparecen. Pero no se preocupe, en cuanto salga alguno se lo comunicaré. —Y bien ¿ahora en que estas ocupado? —En nada, solo estoy viendo unas notas sobre una antigua amiga a quien le han robado un cuadro de cierto valor. —¿Será motivo de apuesta o no? —No creo, no es ni caso todavía. —Tenme al corriente por favor. No me lo querría perder por nada del mundo. —Le tendré informado Comisario. Se despidieron y esperó la prometida llamada de Luisi.

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—Cuando quieras nos vemos —señaló Luisi— si quieres paso a recogerte por la Comisaría. —De acuerdo, podemos comer juntos en un restaurante —recalcó— y así me amplias algunos datos. Minutos más tarde apareció en la puerta de la comisaría, Roberto esperaba de nuevo el gran vehículo negro y al verla bajar del taxi, se extrañó. Se saludaron y emprendieron la búsqueda de un restaurante. —¿Has hablado con tu marido últimamente ? —Sí, pero se me olvidó preguntarle lo del seguro, es más creo que mañana cuando me llame, le diré que sea él quien contacte con la aseguradora para que comiencen los tramites, y así me evitaré problemas. Ten en cuenta que el cuadro es de él, yo solo puedo poner la denuncia ante la policía, poco más puedo hacer. —Eso es cierto Luisi, aunque no estaría mal conocer al autor, características y título de la obra. —No, si eso te lo puedo decir. Se trata de un Zurbarán, no catalogado. Mi marido dice que en la familia es conocido por Virgen sobre un ramo de Flores de Primavera. Era muy curioso, según el ángulo de visión de la pintura, podía verse un hermoso búcaro con un frondoso ramo de flores, o la cara de la Virgen conformada por las aparentes y primaverales flores. —Es decir, que el cuadro es importante. Más, si como dices el autor es Zurbarán. —Desde luego, estaba valorando muy bien. —¿Y cuándo te diste cuenta de su desaparición? —Cuatro días después de marcharse mi marido.

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—Deberías haber hablado entonces con la policía, has dejado transcurrir muchos días que se han perdido en la búsqueda de la pintura. Eso es importante. ¿Cuándo piensas ir? —Mañana mismo ¿podrás acompañarme tu? —No sé, lo intentaré. Dejaron la conversación y tras dar cuenta del almuerzo, volvieron caminando hacia la comisaría, antes de llegar Luisi pidió un taxi. Se despidieron y concertaron acudir juntos para poner la denuncia. —Lo lamento Comisario, pero debo acompañar a mi amiga a la comisaría del distrito de Justicia, para poner una denuncia por el robo de un cuadro de Zurbarán. —Bien llamaré al compañero para que os atienda rápido y así puedas regresar cuanto antes. —De acuerdo jefe. La mañana se levantó menos calurosa que las anteriores, llevaba dos noches sin poner el ventilador. La ventana abierta, calzón corto sin ninguna camisa. Le costaba levantarse por las mañanas cuando en los primeros minutos del alba refrescaba y el cuerpo lo agradecía durmiéndose profundamente. Aquella mañana no esperaba ninguna llamada telefónica. Estaba dando el primer sorbo al café cuando sonó el teléfono. Era Loli, estaba cariñosa pero ofendida, llevaban sin verse más de veinte días. Quedaron para cenar el fin de semana pero en casa, no tenía ganas de trasnochar. Así lo acordaron y pudo controlar la situación, mandándola un efusivo y telefónico beso.

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Horas más tarde, junto a Luisi hacía entrada en la Comisaría del Distrito de Justicia. El comisario fue a su encuentro en cuanto supo era el Inspector que esperaba. Les hizo entrar al despacho y en menos de quince minutos, una agente tomó nota de cuanto dijo Luisi. Pidió al Inspector corroborarlo, ya que estuvo en la casa y comprobó la inexistencia del cuadro. Después el Comisario pidió a Luisi el documento de identidad, a lo que ella señaló no tenerlo encima. Luego dirigiéndose a ella dijo: —No importa, como es amiga del inspector Hernán Carrillo, mañana se acerca con la documentación se la muestra al agente, y como el número del DNI ya está puesto en la denuncia y firmada, comenzaremos con los trámites oportunos. Desde luego la Compañía Aseguradora iniciará sus pesquisas además de las que nosotros hagamos aquí, pero como bien ha dicho de eso se encargará su marido. Me ha encantado conocerla. Gracias inspector por acompañarla. Salude a su comisario de mi parte. Buenos días. Minutos más tarde Luisi desapareció, y así continuó el resto de la semana. No dio señales de vida. Ni una sola llamada telefónica. Se acercó a ver a su comisario, tal y como tenía previsto. Le pidió cosas de rutina sin importancia alguna. El fin de semana tal y como prometió a Loli lo pasaron en casa, la recogió cuando terminó el viernes la jornada y a base de llamadas telefónicas se surtieron de comidas y cenas. Fue lo que se dice una inmersión total en el

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aparente lenguaje del amor, cuasi desconocido para Roberto, aunque no así para una conocida y muy cariñosa Loli. De cualquier forma Roberto no puso ninguna pega y descansó como hacía mucho tiempo no lo hacía. Le puso a Loli en antecedentes del asunto de su amiga Luisi, durante esa semana. Al final, una frase le marcó la siguiente: Me parece que te han tomado el pelo, querido

Roberto.

Cuando llegó a su despacho tenía sobre la mesa una nota de la comisaría donde presentó la denuncia su amiga. Habló por teléfono con un compañero y en efecto, Ignacio, el marido de Luisi, regresó de su viaje. Pasó para refrendar la denuncia y quiso conocer al amigo de su esposa Luisi. —Hacía muchos años que no nos veíamos, me pilló de sorpresa. Pero los amigos están siempre para algo ¿no cree? —En efecto Roberto —dijo Ignacio— y créame, se lo agradezco mucho. —Por cierto, ¿dónde se encuentra ahora Luisi? —Creo que con tanto ajetreo y nervios se ha marchado unos días con la familia. Yo seguiré aquí hasta que resuelvan algo, o la Compañía de seguros pase al capítulo de indemnización. Tengo asuntos pendientes y debo marcharme cuanto antes. Le agradezco las atenciones que ha tenido con mi esposa. Espero volver a vernos pronto. Gracias de nuevo. —De nada —señaló Roberto alcanzando la mano ofrecida por Ignacio.

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Días más tarde habló con la Compañía de Seguros, tenían medianamente iniciado el capítulo de indemnizaciones, a la espera de que el Sr. Ladrón de Guevara y Moran de Loredo firmara la documentación oportuna. A Roberto aquella rapidez en la indemnización le pareció extraña. Y aún más cuando la Aseguradora se apoyó para hacerlo, en la firma del Inspector Hernán Carrillo junto a la de la esposa del Sr. Marqués, en la denuncia presentada, como dijo el responsable del departamento de indemnizaciones. Recordó lo dicho por Ignacio, que Luisi se marchó a ver a su familia y a descansar de los nervios por los días pasados. Le extrañó sobremanera no recibir una sola llamada, por lo que dispuesto a resolver aquella anómala situación, pidió unos días libres al Comisario. Se acercó al compañero que días pasados le diera la información sobre el matrimonio, y le pidió la dirección de la familia de Luisi en Albacete, después salió, tomó el coche, recogió una bolsa con ropa, el cepillo de dientes y enfiló por la carretera en aquella dirección. Al llegar a Albacete le costó unos minutos dar con la dirección, preguntó dos, y hasta tres veces. Al cabo de unos minutos pulsaba el timbre de la puerta. La casa de tres plantas venía siendo utilizada desde hacía cuatro generaciones por la familia de su antigua amiga. Una mujer un poco más baja que él, de ojos vivarachos y negros mantuvo la mano sobre el cerco de la puerta y preguntó. —¿Que desea?

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— Me gustaría ver a Luisi, soy Roberto Hernán Carrillo, inspector de Policía de Madrid, y antiguo amigo suyo. —¿Y hace mucho tiempo que son amigos? —Pues verá señora, hace más de veinte años, de cuando éramos jóvenes. —¿Cuánto tiempo hace que no la ve? —Pues hace tan solo unas semanas nos vimos en Madrid. —Me parece que pese a ser inspector de policía es usted un mentiroso. —¿Señora? —¡Señora no! Luisi, soy Luisi. Roberto quedó boquiabierto, no supo que decir, solo extender la mano para saludarla. Ella sin embargo se abalanzó sobre él y le besó cariñosamente. —¿No te parece una forma un tanto grotesca de presentarse después de tantos años y saludar así a una amiga? —Pero Luisi, si vengo a verte es porque tengo una inmensa duda, y disculpa, pero lo mejor sería que nos sentáramos y me escucharas. —Desde luego, pero antes cuéntame que ha sido de tu vida, y porque has tardado tanto en venir a verme. Roberto la puso en antecedentes, tanto de sus dudas como del lío en que se veía envuelto. Luego le contó en pocas palabras los últimos veinte años omitiendo algunos detalles. —Lo sabía, es que lo sabía. Presumía que Ignacio no era de buena pasta. Lo supe en cuanto le dije que quería

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divorciarme. Supe que haría algo para salir de la situación en que se encontraba, y no precisamente bien. Lo suyo como siempre, ha sido cortar por lo sano, sin tomar razón de a quién y cuánto daño hace. —No te preocupes intentaré arreglarlo, lo mejor que pueda en cuanto llegue a Madrid. —De eso nada, no pienso dejarte ir, después de veinte años, me debes al menos un fin de semana. Tienes muchas cosas que contarme. —De acuerdo te lo prometo, volveré y pasaremos juntos un fin de semana, aquí en Albacete o donde prefieras, pero ahora debo volver a Madrid y resolver esto. Ya me han tomado bastante tiempo el pelo. —De acuerdo, espero que cumplas con tu promesa, y no me tengas otros veinte años esperando para volver a verte. Estoy segura que con cuarenta, bueno treinta y algunos, no querrás ni acercarte a mí. —No seas tonta. Prometo que volveré, solo que no se el fin de semana. Pero llamaré por teléfono antes de venir. Se despidieron. Roberto miró por el retrovisor interior del coche, dejó de hacerlo cuando el rostro de Luisi se confundió con las sombras de la noche. Aún tenía unas horas por delante hasta llegar a Madrid. Apenas durmió, la rabia contenida aumentaba por momentos, y eso no era buen presagio. Optó por darse una ducha, despejarse definitivamente y estar el primero en la comisaría. —Lo se jefe, lo sé. Pero he resuelto mi problema en un solo día.

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—Ya, pero yo no te esperaba hasta el lunes. Tengo un caso para ti, de esos raros, y estaba pensando en apostar algo. —¿De qué se trata? —Prefiero no decírtelo hasta la semana que viene, por ahora. Pero bueno, cuéntame tú. —Tengo que pedirle una serie de favores, pero antes quisiera decirle que le invito a comer donde quiera. —Uhmm, eso me huele a que no has resuelto el caso o lo has hecho mal ¿O no? —No, lo que pasa es que tengo mala conciencia por ganarle todas las apuestas. —Eso parece un chantaje emocional, y más ahora que pensaba ganarte. —Como quiera, pero que conste que he intentado invitarle, si se niega es asunto suyo. —Bien, dime ahora qué clase de favores. —Necesito que su amigo el comisario del Distrito de Justicia, pueda recibirme inmediatamente. La situación es urgente. —Muy bien, y yo que me lo cuentes todo cuando esto acabe. —De acuerdo jefe, prometido. Últimamente llevo prometiendo muchas cosas, y no es buena señal, demasiados compromisos pueden dejarme el alma vacía. —Que agorero eres. ¡Anda! ve a la comisaría de Justicia que cuando llegues habré hablado con Benito. El miércoles después de pasar dos días de auténtica pesadilla, Roberto golpeaba suavemente la puerta del despacho de su Comisario pidiendo permiso para entrar.

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—Mire Jefe, no tengo más remedio que invitarle a comer hoy, y así mientras tanto podré contarle absolutamente todo lo que ha pasado. —Está bien, si insistes en invitarme, sea. Comamos juntos en un japonés, tengo ganas de comer sushi. Luego volveremos aquí, tengo un caso para ti, el que te prometí la semana pasada. Al vecino de un amigo de mi sobrino, le ha desaparecido una perra. —Pero jefe, eso no es asunto para mi sección, eso será una caso para el Ayuntamiento. —¿Roberto? —Vale, acepto. No pudo con la comida japonesa, el único pescado crudo que soportaba eran los boquerones en vinagre que tomaba en La Toledana con un vermú de Reus, algún que otro domingo. Aunque intentó probar todo, incluso las algas, su estómago o mejor, su paladar no lo soportaba, por eso pidió una tercera botella de saque, intentando pasar algún que otro bocado empujado por el licor de arroz. Con la tercera botella inició el comentario. El tal Ignacio Joaquín etc., etc., es un sinvergüenza. Temeroso; porque siempre tiene temor y miedo, quien algo hace mal, o emplea el mal para su uso particular; de que el título de Marqués de Pedregosa fuera a caer en manos de su primo hermano, optó por tomar cierto tipo de medidas. Este individuo realizaba constantes viajes tanto a países de Europa como de Asia y América. Poco a poco ha ido llevándose y vendiendo para darse la gran vida, algunas cosillas de casa de su padre, fallecido. Sin embargo las obras de arte no eran de su padre a titulo

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privativo, sino que van cosidas al título de Marqués, por lo que decidió precipitar las cosas y antes de que el Ministerio de Justicia fallara sobre la solicitud del título en cuestión, maquinó el robo no solo del Zurbarán desaparecido, sino de otros muchos que pasarían a manos de su primo, si fallaban en su contra. Aunque le daba igual, caso de obtener un fallo favorable, tampoco pensaba mantenerlos cosidos al título. Se puso en contacto con una amiga de Luisi, que posteriormente pasó a ser amante, para que se hiciera pasar por ella, mientras aquella se marchaba a vivir con su familia a Albacete al enterarse de su infidelidad y pedirle el divorcio. A mí me tomaron como Notario para dar fe de cuanto hacían, abusando de mi antigua amistad con ella. Eran tantos los años, y cambiamos tanto con el paso del tiempo, que era muy difícil percibiera el cambio. Lo montaron con otros amigos que se hicieron pasar por sirvientes. Las llaves de la casa fueron facilitadas por Ignacio, mientras el vendía algunos objetos en una subasta en Paris, hicieron el resto. Los cinco han sido detenidos en casa del doble de mi amiga Luisi, allí estaba el cuadro de Zurbarán preparado para salir escondido en uno de los palos de golf, hacia Estados Unidos. La compañía de seguros, no suele actuar con tanta rapidez. En esta ocasión estaba comprado el Jefe del Departamento de Indemnizaciones, y su fuerte estaba en que yo, como inspector de Policía, había firmado junto con la falsa Luisi la denuncia en Comisaría. Aquello me puso en guardia. —Sí, pero…. —masticó un trozo de atún y luego prosiguió— ¿cuándo te diste cuenta realmente de que estabas siendo engañado?

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—Cuando, el instinto de mujer de otra amiga mía. La conté lo que me venía ocurriendo y me soltó una frase que me hizo cavilar más de la cuenta. Además fue sintomático que solo cuando no pudo responderme la falsa Luisi a una pregunta de cuando éramos jóvenes, y que solo ella y yo sabíamos, apareció la tal Carmela en la Comisaría para decirme que los nervios la jugaban malas pasadas con la memoria. —¿Y cuál fue la pregunta, puede saberse? —Bueno Jefe, no trate de humillarme más. No está satisfecho con mi reconocimiento de que, no solo casi no resuelvo un caso, sino que he sido yo el caso y además me han tomado el pelo. Ha elegido cocina japonesa sabiendo que no me gusta, sino que ahora quiere saber alguno de mis escondidos recuerdos de joven. Me niego. —Entonces tendré que aumentar la apuesta en el caso que vas a coger en cuanto volvamos a la Comisaría. —La acepto de antemano Jefe, pero me niego a decirle que pregunta hice a la falsa Luisi. —Te arrepentirás de ello Roberto, estoy seguro de que te arrepentirás. Aquel fin de semana lo volvió a pasar con Loli, era una forma de darle las gracias por abrirle los ojos. La siguiente no. La siguiente tomó el teléfono móvil, y antes de salir del Despacho marcó un número y dijo: —Luisi, soy Roberto, llegaré sobre las cuatro y media a Albacete, ni siquiera entraré en casa, he reservado una habitación en el Hotel Sidi de San Juan de Alicante. Ten preparada la maleta. Un beso.

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—Un beso Roberto —se oyó desde el otro lado del teléfono.

*** 7º Caso ESCAPADAS El hombre tiene mil planes para sí mismo.

El azar uno para cada uno.

Aristóteles

Nada mal, me parece que no estuvo nada mal —se repitió una y otra vez— ¿Por qué no me encontraré con amigas de la juventud todos los meses? Hacía tiempo que su espíritu no se trasladada a tanta velocidad hasta el pasado, como el fin de semana pasado junto a Luisi. Que no se divertía tanto con una amiga. Fueron muchos los recuerdos rememorados juntos, jocosos la mayoría, otros tristes, aunque menos. Pero todos y cada uno maravillosos. Como maravillosos eran los años de juventud, de locura juvenil. No se atrevió a contarle al comisario la pregunta que le hiciera a la falsa Luisi y no supo responder. Aquel fin de semana ambos se rieron cuando recordaron aquel momento.

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—Recuerdas cuando pensábamos ir a pasar una noche juntos, teníamos preparado todo, excepto los condones —Claro que lo recuerdo, y tu entraste al menos cinco veces en la farmacia cercana a la calle Orense, y las cinco saliste sin ellos. —Claro, pero es que cada vez que los iba a pedir, entraba una señora, la atendía el farmacéutico y entonces era su mujer quien me preguntaba ¿Qué quieres? Y avergonzado le pedía otra cosa. Llegué a comprar aspirinas, sal de frutas, en fin de todo, menos lo que en verdad debía comprar. —Ya, y al final tuve que entrar yo y pedírselos al hombre. Aunque también pasé vergüenza, pero lo hice. Y tú no, ja,ja,ja. Fue uno de los recuerdos más jocosos de aquel fin de semana. Dos veces estuvo tentado en volver a coger el teléfono y llamarla de nuevo. Pero como siempre temía que muchos momentos juntos, y no tan esporádicos acabaran por convertirse en un peligroso, único y rutinario momento. Supo convertir su principio filosófico a la mera frase de: la mancha de una mora con otra verde se quita. Volvería al sistema que por el momento le marchaba bien. No compromiso, no problemas. Se contentó con buscar en su cerebro el aroma de Luisi, para no perderlo y archivarlo en su carpeta de Asuntos Formidables, para luego volver a cerrar su PC privado cubierto de cabello. —¿Puedo pasar o interrumpo algún análisis sobre un caso importante? —dijo el comisario con el cuerpo justo

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en la línea divisoria entre la oficina y el despacho de Roberto. —Pase por favor. Pensaba en el caso que seguro está a punto de darme ¿Cierto? —Evidente querido Roberto, evidente. —No tanto, creí que lo había olvidado. —No señor, y si piensas que acompañarme a comer, significa comer juntos, estas equivocado. —Usted sabe que no puedo con el pescado crudo. —Y usted debería saber que una invitación a almorzar lo es cuando ambos comemos y lo hacemos en la misma mesa. La próxima vez le pediré el dinero y me iré a comer solo, si eso le proporciona más satisfacción. —No jefe, claro que no. Lo crea o no, es superior a mis fuerzas, por eso le acompañe y probé algún bocado, pero nada más. —En fin dejemos el sushi, y vayamos a lo importante. —Adelante. —Hace unas semanas al vecino de un amigo de mi sobrino le desapareció su perra…. —Jefe, ya le dije que eso era asunto del Ayuntamiento, de la sección de animales, y no nuestra. —Espera, impaciente. Eso ya lo sé. Al parecer no es la primera vez que su perra se pierde y debe ir a recogerla a la perrera municipal en Cantoblanco. Pero en esta ocasión apareció con una cartera en la boca. Documentación completa de un individuo al que su familia dio por desaparecido hace más de cinco años. Se buscó en todos los archivos y supimos que su familia puso una denuncia. No saben nada de él desde entonces. —¡Ah! pensé que debía buscar a la perra, con esto ya me deja un poco tranquilo.

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—Bien, aquí tienes la dirección del dueño, ve a verle e intenta…. bueno haz lo que quieras, pero al menos infórmame de cómo van las cosas y ver si encuentras al individuo perdido hace cinco años. —Pero jefe ¿se perdió? ¿o fue de los muchos que se fueron a comprar tabaco y aún no han vuelto? —Eso tendrás que averiguarlo tú ¿De acuerdo? Por cierto va una comida en Torrecaballeros bien regada con Reserva de 1996 de Arzuaga. Aunque esta vez será para cuatro. Mi mujer y yo por mi parte, por la tuya puedes llevar a quien quieras, al fin y al cabo pagarás tú, así es que elige pareja, solterón. —Muy bien jefe, muy bien, está visto que alguien a quien no quiero mencionar, se ha puesto de acuerdo con usted. —¡Venga a trabajar! que se te va la fuerza por la boca. Hechos, hechos y hechos. Leyó por encima la información facilitada por el comisario a través de la comisaría de Canillejas, anotó la dirección de Antonio Ribero Martínez, el teléfono y sin pensarlo dos veces, dijo a un agente según pasaba cerca de su mesa, que se marchaba a resolver el caso más extraño que le hubiera entrado en su Sección. Antes de coger el coche, pasó a saludar a Vicente y tomar un café con él. Cuando entró en la cafetería algunos compañeros hacían lo propio a esa hora de la mañana. Unos minutos y enseguida se marchó en dirección a la calle Santa Tecla, en el barrio de Canillejas. —¿Sr. Ribero Martínez?

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—Si ¿quién llama? —Soy el inspector Hernán Carrillo, me gustaría hacerle unas cuantas preguntas. Voy camino de su casa, ¿podrá recibirme? —Claro, esperaré a que llegue, estaba a punto de bajar con Gina, mi perra, a dar un paseo, como cada mañana. —No tardaré más de diez minutos. Abrió la puerta invitándole a pasar. Enseguida apareció la perra, le miró, le olió y se marchó. Los humanos se estrecharon la mano. —Si le apetece caminar, puedo acompañarle en su paseo matutino con la perra —dijo Roberto inmediatamente. —Se lo agradezco, la perra está acostumbrada y si no lo hacemos luego esta inaguantable hasta la tarde en que volvemos a salir. —Pues nada, adelante, vayamos a dar un paseo, aprovecharemos para comentar algunas cosillas ¿Le parece bien? —Claro. Bajaron desde el segundo piso por la escaleras, cruzaron el amplio portal, luego un patio y ya en la calle, comenzaron a hablar. Después de más de una hora Roberto fue anotando mentalmente cada información considerada interesante. Ya de vuelta del paseo pararon en un kiosco del parque y pidieron una cerveza, la perra esperó sentada hasta que su dueño le ofreció una patata frita del aperitivo. En cuanto la acababa, con el hocico golpeaba la pierna del amo y este volvía a darla otra, así durante un rato hasta que se acabaron. Luego soltó la

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frase: ya no hay más, y la perra se sentó. No volvió a hocicarle. Gina era una perra mezcla de Labrador y Mastín, de color beige excepto las patas delanteras, donde le aparecían unas manchas blancas como si la hubieran puesto calcetines. Alegre, retozona y juguetona. Su rabo no dejaba de moverse, señal inequívoca de estar contenta. Al llegar de nuevo al domicilio del Sr. Ribero, éste pidió a Gina le saludara, levantó la pata delantera derecha y se la ofreció a Roberto, la tomó y rio durante un instante la gracia. Le acarició la cabeza y ésta se lo agradeció con un lametazo en la mano. —Gracias por la información Sr. Ribero, si hubiera alguna detalle mas no olvide en llamar al número de la tarjeta. Gracias de nuevo y hasta pronto. —Hasta pronto inspector, y gracias por acompañarme en el paseo y por la cerveza. Volvió al despacho, tomó una carpeta para dar un número de expediente. Luego conectó el PC de última generación, como solía decir, y se puso a escribir. La perra había tenido la fea costumbre de escaparse cada dos por tres. En más de una ocasión tuvieron que parar los trenes de la Línea 5 del Metro para introducirse en los túneles y buscarla, pues inocentemente se había metido por las instalaciones de la estación de Suanzes corriendo a través de sus andenes con los viajeros increpándola, aunque por mucho que quisieron agarrarla, saltó y corrió

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hacia el interior de los túneles. En otras ocasiones, tres para ser más exacto, el Sr. Ribero tuvo que ir corriendo a la Perrera de Cantoblanco para demostrar era suyo el animal y que se había extraviado. En otras directamente le llamaban por teléfono, al leer el chip introducido bajo la piel de Gina, tal y como mandaban las actuales normas del Ayuntamiento de Madrid sobre animales. La ocasión en que volvió con la cartera del individuo en la boca, fue la mejor de las escapadas, y aún sin resolver, como dijo el Sr. Ribero. La perra se quedó preñada. El buen hombre tenía preparada la casa en previsión de que pariera en unos días. Un buen día desapareció, estuvo alejada de su casa más de ocho días. Visitas a Cantoblanco, a la Dirección del Metro para pedir que los conductores de la línea 5, si su trabajo se lo permitía, fueran echando un vistazo entre las estaciones de Ciudad Lineal y Canillejas por si la veían. Al noveno día apareció famélica, rascó la puerta, Ribero abrió y vio a su querida perra Gina. Esta ofreció su pata a modo de saludo, le miró y volvió a bajar las escaleras para volver a perderse, en esta ocasión otros quince días, no sin antes dejar en el suelo la cartera de piel negra que llevaba en la boca. El dueño se puso en contacto con la Comisaría y hala ¡ahora me toca a mí descifrar este entuerto! —se dijo Roberto. Trazó un plan y vistos claros los pasos a dar, se acercó en primer lugar a la Dirección de Seguridad del Metro de

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Madrid, en un edificio cercano a la Plaza del Conde de Casal. Se reunió con uno de los gerentes, pidió ver las cintas de seguridad de las estaciones desde Ciudad Lineal hasta Canillejas. Le pasaron a una de las salas dispuestas para inspeccionar. Numerosas pantallas adornaban la habitación, le hicieron sentar frente a una de ellas y a los pocos minutos le pasaron las de los últimos tres meses. Sobre la mesa, y en un tamaño evidentemente aumentado, la foto de Gregorio Antibes Roncer, propietario de la cartera negra que Gina llevó en la boca hasta el domicilio del Sr. Ribero. Tras visionar las cintas no sacaron nada en limpio. Luego le pasaron las grabaciones de algunos vagones con cámaras ocultas. Tampoco le despejaron nada. A última hora de la tarde y cuando empezaba a oscurecer, pidió los planos del metro desde la estación de Ciudad Lineal hasta la de Canillejas. El Gerente miró el reloj, se puso la mano en la boca y con desgana señaló a Roberto: ¿No podríamos dejarlo para mañana? Sí —lamentó Roberto— Se despidieron. Continuaría la búsqueda al día siguiente. Los túneles tenían suficientes recovecos ocultos, escaleras que subían hasta la superficie pasando por una serie de pasillos no más altos que una persona de un metro ochenta centímetros, le dijeron. En aquel momento recordó la tesis de un conocido, por la que según él, la red de Metro de las grandes ciudades, no es otra cosa que modernas catacumbas. Un lugar donde los gobiernos pueden meter o esconder a miles de personas, en caso de ocurrir algún percance catastrófico, entiéndase guerra, como le gustaba decir.

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Preguntó si podía acceder con un equipo de hombres a cada uno de los túneles y pasillos, siempre que los convoyes no estuvieran activos. Como la respuesta fue afirmativa, pidió una copia de los planos de las estaciones y junto al gerente, se acercó hasta el despacho del director para solicitar le asignara un par de hombres y así iniciar la labor de búsqueda. Él se acompañaría por dos o tres agentes de su comisaría. Volvería al día siguiente con ellos. El agente que le facilitaba todo tipo de información indagando en la red interna de la Policía, de la Guardia Civil, incluso de otras redes ajenas; pidió en una ocasión participar en algún trabajo de campo. De vez en cuando está bien saber que hacen mis compañeros en la calle. Podría llevarme a alguno de sus casos —dijo Luis Pinillas a Roberto. Lo tendré en cuenta en una próxima ocasión, le contestó una y otra vez para quitárselo de encima. En esta ocasión consideró que sí podría acompañarle. Organizó la operación de búsqueda para las dos de la madrugada del miércoles. A esa hora solo habría brigadas de trabajo cubriendo las posibles deficiencias o reparaciones de la red del Metro. Los convoyes no comienzan a funcionar hasta las cinco y media, hora en que desde las diferentes cocheras van acercándose a las cabeceras y finales de cada una de las líneas e iniciar una nueva jornada hasta la una y media de la madrugada del día siguiente. Cuando Luis Pinillas escuchó a Roberto pedir que le acompañara a un trabajo de campo, como le gustaba

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decir; —era seguidor de las películas americanas de Centrales de Inteligencia, FBI, etc., donde señalan trabajo de campo— se puso contento, pero no tanto cuando mencionó que empezarían a trabajar la noche del miércoles desde las dos de la madrugada hasta las cinco y media. Luego tendrás tiempo para dormir un par de horas antes de ir a la comisaría, señaló Roberto. Su cara entonces pareció un cruasán en espera de un cliente desde hacía cuatro días. Durante los siguientes diez días, cada noche a la una y treinta de la madrugada salían desde las Oficinas de Seguridad del Metro de Madrid. Un vehículo de la policía los acercaba hasta el lugar y marca dejada en el plano la noche anterior, para continuar la búsqueda. No encontraron nada digno de mención, algunos objetos perdidos o tal vez arrojados por algún viajero en un intento de perderlos de vista. Como cada madrugada a las cinco y media abandonaban la búsqueda. Subían a la superficie y buscaban un bar abierto para tomar un café caliente y fumar un cigarrillo. No querían pagar los quinientos euros de multa que anunciaban los altavoces cada cierto tiempo y diariamente, si se fumaba dentro de las instalaciones. Una noche, cercanas ya las cinco y media, Roberto fue llamado por uno de los técnicos del Metro, quisieron oír un ladrido. Durante más de diez minutos todos quedaron quietos y en silencio, apagaron linternas y afinaron los oídos, pero no volvieron a escuchar nada.

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Cuando subieron a la superficie, fijaron la marca y observaron cómo cercano a ella se encontraba una salida a la superficie, dentro del Parque de Torre Arias. Antes de acercarse a la comisaría pasaron por la Dirección de Seguridad del Metro, ampliaron los planos y establecieron para el día siguiente un nuevo sistema. Los dos técnicos de Metro irían acompañados por un solo agente. Arriba en el parque, Roberto y otros dos agentes más, buscarían y vigilarían tanto por la mañana como por la noche, por lo que solicitó la presencia de dos agentes más. Aquella noche no ocurrió nada de lo esperado. Algo especial, algún sonido, ruido o ladrido. Ni abajo en los túneles, ni arriba en el parque. Sin embargo la noche siguiente algo despertó la curiosidad de uno de los agentes de superficie. Un hombre cojeando llevaba en brazos a un cachorro y atados con una cuerda a cinco más, todos aparentemente de la misma raza. No dejó de observarle hasta que desapareció entre los árboles del parque. Al rato se lo comentó a Roberto quien pidió por el intercomunicador a un agente del túnel, observara algún movimiento extraño o ruidos. En efecto al cabo de unos minutos, escucharon ladridos. Roberto pidió silencio a todos y que marcaran en el mapa el lugar exacto donde se supone salieron los gruñidos y ladridos. Luego les pidió subir a la superficie. Aquella noche y las dos siguientes no harían ninguna búsqueda. Les agradeció el esfuerzo y fueron marchándose a sus respectivos domicilios.

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—Porque hemos dejado de investigar —preguntó Luis Pinillas. —Sencillamente, no quiero espantar a la liebre. Si el hombre continuase viendo a nuestros agentes en el parque y tuviera la suerte de ver las linternas en los túneles, seguro que escaparía y no solucionaría el caso. No hacerlo me supondría un esfuerzo económico grande. —¿Pero Inspector, que ocurre? ¿le ponen sanciones económicas si no resuelve los casos? —No, es algo aún mucho peor. Algún día te lo explicaré. Por cierto, mañana reiniciamos la búsqueda, haz el favor de avisar a los Técnicos de Metro y al resto de agentes para que se preparen. A la misma hora que las noches anteriores, un agente y dos técnicos del Metro se introdujeron en el túnel de la estación de Suanzes, mientras Roberto y otros dos agentes esperaban acechantes en el Parque de Torre Arias. Los del interior tenían orden de no reparar en ruidos ni manejos de las grandes linternas proporcionadas por el Metro. Y en efecto, pronto la argucia comenzó a dar su fruto. Tan solo habían pasado cuarenta minutos escasos, cuando oyeron ladridos en uno de los pasillos. Los perros asustados por las luces comenzaron a ladrar. No corrieron para alcanzarlos, aunque pronto se vieron caminando a través de uno de los pasillos que facilitaban la salida del túnel. Arriba, mientras tanto y avisado Roberto por uno de los agentes a través del intercomunicador, esperaban a que tanto el hombre como los perros salieran cerca de donde estaban seguros que aparecerían.

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Tan pronto abrió la trampilla y salió al exterior, se fijaron en él y le siguieron a corta distancia para no perderle de vista, dado las pocas luces que había en el parque. Roberto pidió a los hombres del túnel que acabaran su jornada saliendo al exterior y él se hizo acompañar por dos agentes. La sorpresa de Gregorio Antibes Roncer fue mayúscula. Nada más iniciar la búsqueda de un rincón donde esperar con sus cachorros, apareció el inspector y dos agentes de paisano. —Por favor, podría enseñarnos la documentación. Somos policías. —Pues me temo que no la tengo, la he perdido. —Entonces deberá acompañarnos a comisaría para proceder a su identificación. —No puedo, debo atender a mis perros. No ve que son unos simples cachorros, sin mí, están perdidos. Roberto mientras observaba y escuchaba la conversación, fue acercándose, sacó un pequeño bulto de uno de los bolsillos de su chaqueta y con él en la mano lo extendió a Gregorio. —¿Es esta su documentación? —Sí señor, como es posible ¿La han encontrado? —En efecto, nos la entregó Gina —¿Gina? ¿Y cómo está? ¿Se ha recuperado? —¿De qué? —¿No lo sabe? ha parido a siete cachorros y lo pasó muy mal durante unos días.

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—Por favor, acompáñenos a la comisaría, nosotros nos haremos cargo de los cachorros por ésta noche. En esta ocasión los ocho hombres tomaron café en el bar que acostumbraban durante las madrugadas anteriores. Luego metieron a los cachorros en un furgón y se dirigieron a la Comisaría. Por la mañana y terminado el caso, tras hablar con aquel hombre más de dos horas, Roberto le condujo de nuevo hasta el Parque. Allí le dejó con sus perros y obtuvo la promesa de verle transcurridos unos días, cuando diera traslado de toda la información a sus superiores. Lo sellaron con un apretón de manos. De regreso a la comisaría Roberto se tropezó con el comisario que le aguardaba en la puerta de su despacho. —Mi querido Roberto, hacia bastantes días que no nos veíamos. ¿Que, como va el caso de la perra perdida? —Dirá de los siete perros perdidos. —¿Cómo siete? —Sí, fueron siete los cachorros que parió la perra. Y los siete casi a punto de morir, como los Siete Infantes de Lara. —Pero, venga hombre, dime lo más importante, como ha terminado el caso. —No ha terminado, esto no ha hecho más que empezar Jefe. —Es decir, que en esta ocasión sí me vas a invitar a comer ¿O no? —Me temo que yo he resuelto nuestro caso extraño, usted me parece que tardará unos días en localizar a ciertos personajes de la noche. Así es que cuando termine

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con ellos, me lo dice y mientras tanto buscaré pareja para ese asado de cordero en Torrecaballeros. —Ya, pero me parece deberías comentarme algo más. —Que si jefe, que sí, ahora le doy cuenta, no se preocupe, pero antes prométame dejarme descansar al menos una semana sin tener que trasnochar. — Adelante, prometido. Pero dime que pasó. —Gregorio Antibes Roncer, es un hombre trabajador, vive en Oviedo con su mujer, quien desde que sus dos hijos e hija se marcharon de casa para iniciar sus propias vidas, no hace otra cosa que fastidiar la suya. Gregorio esto, Gregorio aquello. Tienes que hacer esto, mañana aquello. Si llega tarde porque llega tarde y si lo hace temprano, porque es temprano. En fin una de esas mujeres que lo saben todo, y todo ha de hacerse según y como ella dice. Mandona, amargada y con una fuerza de cariño, que se le ha ido cayendo poco a poco por las rendijas que la soledad ha ido haciendo con el paso de los años, rozando la edad de la jubilación. Gregorio que sufre en silencio una situación tan agobiante, donde el hecho de trabajar toda su vida, sacar su casa, mujer e hijos adelante; no pide recompensa alguna, solo que le reconozcan, aunque sea mínimamente, el esfuerzo que viene haciendo por todos ellos, incluida su mujer, también llamada Gregoria; solo necesita cariño y cierta tranquilidad. Bien, pues un buen día se harta y sin más le dice a su mujer que se marcha a buscar otro trabajo, el actual le aburre tanto o más que ella. Quiere cambiar de brisa, de sonidos, de paisaje. Sin embargo no calcula la acción debidamente. Su edad y los pocos trabajos que restan para ofrecer a un hombre de edad avanzada, son mínimos y mal remunerados. No consigue nada en León,

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y es allí donde empiezan los problemas con el poco dinero que le queda. Después permanece unas semanas en Valladolid donde definitivamente se le acaba el dinero, y por fin a base de mucho caminar llega a Madrid. Piensa que nuestra ciudad es la panacea. No sabe sin embargo que se ha convertido en el último reducto para demasiados inmigrantes, y él ya no tiene cabida. No le quedan fuerzas, ni dinero, ni ganas de volver a casa derrotado, y entonces opta por deambular por las calles pidiendo alguna moneda para comer. Mientras tanto, su perro desde Oviedo inicia una angustiosa búsqueda de su dueño por cada una de las ciudades por las que había pasado Gregorio. Una tarde sentado en una de las esquinas de la plaza de Callao y cuando ya empezaba a caer la noche, unos rapados comenzaron a darle patadas y golpes, con tan mala suerte que le dañan la rodilla derecha con unos de los palos, y no le matan porque desde un coche alguien avisa a los guardianes de la noche madrileña, que dejen la paliza para otro momento, deben ir a convencer a un grupo de cucarachas (término despectivo aplicado por ciertos

individuos a inmigrantes suramericanos) en el barrio de Usera. Sin embargo nuestro amigo Gregorio consigue memorizar, pese al dolor, la matrícula del coche que presuntamente dirigía a los españoles de pro. Concretamente G-1345-AR. Al parecer la G inicial iba acompañada de otra letra que no consiguió ver con claridad. Coincidentemente son sus iniciales y fecha de nacimiento. Temeroso de que volvieran a por él, se introdujo en el Metro, tomó la línea 5 y se bajó en Torre Arias. Durante una serie de noches y sus días, estuvo en el parque. Como pudo sobrevivió consiguiendo llegar una mañana a la esquina donde le

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golpearon. Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró allí a su perro Ron, esperándole. Su alegría fue inmensa y ambos regresaron renqueantes hasta el Parque Torre Arias. Gregorio cojo, el perro famélico, con las almohadillas de sus patas casi gastadas de tanto caminar por caminos y carreteras desde Oviedo hasta Madrid. Fueron tantos los lametazos y movimientos de su rabo por la alegría de encontrar a Gregorio, que éste llegó a llorar mientras me lo relataba. Recuperados ambos, un buen día paseaban por el parque cuando Ron conoce a Gina, la perra del Sr. Ribero, tuvieron escarceos amorosos y fruto de ello fueron las escapadas de Gina para ver a su Doncel de Oviedo. Dado el especial olfato de los perros, Gina supo llegar hasta uno de los pasillos del túnel donde vivían, el que une la estación de Suanzes con la de Torre Arias. La perra iba allí cada dos por tres, justo las veces que el Sr. Ribero anduvo buscándola. En otras ocasiones, la gente la encontraba en uno de los andenes y la llevaban a la Perrera Municipal de Cantoblanco. La perra parió donde vivían Gregorio y Ron, y éste como buen padre se quedó cuidando al séptimo cachorro que nació ciego. Mientras Gina y Gregorio paseaban por el parque. Un buen día de estos el Sr. Ribero llamará de nuevo para decirnos que su perra se le ha vuelto a escapar. Fin de la historia Jefe. Ahora le toca encargarse de localizar a la pandilla de sinvergüenzas. —De acuerdo Roberto ¿pero crees que merece la pena pagar una comida por un caso tan fácil? —Lo siento jefe, pero fue usted quien insistió en ello.

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Durante más de quince días, Roberto se acercó diariamente a ver como se mantenía Gregorio y su familia de perros. En su afán de ayudarle consiguió que el Sr. Ribero se quedara con uno de los cachorros, los cinco restantes fueron entregados a familias de la zona, el cachorro ciego no, ni su padre Ron, ni Gregorio quisieron separarse, de nuevo habían formado una especie de familia. Al cabo de unos días y después de ir con Loli de pareja a dar cuenta del asado de cordero en Torrecaballeros con el comisario y su mujer Aurora, Roberto la llamó por teléfono. —Loli ¿ te gustaría hacer un viaje a Oviedo? —Claro que sí, pero al menos podrías empezar como la gente educada con un ¡buenos días! ¿no? —Disculpa, me acabo de despertar y ya sabes que sin un café no soy yo. —Ya, disculpas. —Bueno, te apetece ¿sí o sí? —Claro que me apetece. Pero, es algo referente a tu trabajo, ¿como cuando me llevaste a Tudela y Extremadura? —No, no tiene nada que ver con aquello. —¿Cuándo nos vamos? —Dentro de media hora. Haz la maleta, pasaremos el fin de semana allí. —Dame algo más de tiempo por favor. —Bien, tienes treinta minutos y treinta segundos. ¿Te vale?

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—Vale, Roberto, eres muy esplendido —dijo soltando una carcajada. Loli apareció con la maleta colgada de su mano derecha. Roberto abrió la puerta, salió del coche y se acercó hacia ella tomándosela. Le dio un fugaz beso y luego escurrió los labios hacia el lado derecho de su cara, cuando llegó al oído, le dijo muy bajito: ¿Te importa que vengan con nosotros hasta Oviedo, un amigo y sus dos perros?

*** 8º Caso CONCURSO DE ROSAS Si tienes un porqué para vivir

encontrarás siempre el cómo. Friedrich Nietzsche

Como cada mes de Mayo, la Rosaleda del Parque del Oeste, se convierte en una verbena de colores, aromas y perfumes. En realidad es una auténtica explosión de belleza. La gente conocedora de que todos los años el Concurso de Rosas se celebraba por esas fechas, va cada día apostando mentalmente por aquellas, que situadas en cuatro bancadas específicas, lucen sus mejores pétalos y

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armoniosa configuración. Por otro lado, cada rosal, y en el lenguaje que le es dado, solicita de manera descarada, el voto para que con él sea nombrado y encumbrado como el mejor de ése año. —¿Te gustan? —Claro, como no van a gustarme. Sabes que soy un enamorado de las rosas. Todas me gustan, y aún más las mías. —¿Este año te presentas? —Como todos los años. ¿Quieres que te enseñe mi rosal? —Por supuesto, no he venido de tan lejos para no ver tu preferida. —Mira es aquel, el tercero de la segunda bancada. Tomás tomó de la mano a su hermana y juntos desde la puerta principal, caminaron unos metros hasta el centro de la Rosaleda. A la izquierda y ya cercanos a la segunda bancada, él sintió que el aire no entraba en sus pulmones, llevó su mano a la garganta y después al pecho. Un inquietante y suave dolor apareció en su brazo izquierdo. Poco después un rictus en sus labios y apenas pudo articular palabra alguna. Mientras su hermana sostenía la cabeza sobre su regazo y ambos permanecían en el suelo, junto a los rosales del concurso de ese año, a lo lejos, una sirena anunciaba con un desacompasado ulular, una ayuda que llegaría tarde. Una mujer rubia fijaba sus verdes ojos en el libro que aparecía sobre su mesa: Cuenta una leyenda del Medievo, que un joven escudero

se enamoró de la hija de un Conde……….

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Ni una lágrima salió de los ojos de mi amada cuando el

Caballero Peragón lanzó aquellas palabras enloquecidas

hacia el Conde, mi señor. El Caballero Martín de Blas,

ha muerto, dijo. Sentí frío y calor al tiempo de oír

aquella lapidaria frase. Lo siento, prosiguió, no pudimos

hacer nada por él, la flecha atravesó su pecho y en

silencio murió bajo estas manos que no pudieron hacer

nada por salvarle. Lo siento Señor. Lo siento Señora,

dijo.

Yo estaba oculto tras las cortinas, a pocos metros de la

sala donde el Conde Luciente y su hija Laura supieron

de la muerte del futuro esposo de ella, a quien en silencio

yo amaba sin que advirtiera o supiera de mi existencia.

…. Luego…..

Interrumpió la frase y dirigiéndose a los pocos alumnos que permanecían en el aula dijo: —Será mejor dejarlo para la próxima sesión de Historia Medieval. Gracias por estar tan atentos. Hasta el miércoles a la misma hora, es decir a las 11 de la mañana. Por favor no falten. Los alumnos salieron despacio, mirando de vez en cuando a la profesora que aprovechaba para recoger de la mesa, sus libros y algunas notas manuscritas. Roberto no estaba muy contento con el acercamiento o pseudo marcaje que últimamente le hacía Loli. El caso era que no lo hacía directamente y consecuentemente era más preocupante. No le exigía nada, ni a nada se oponía, todo la parecía bien. Si la llamaba para almorzar o cenar,

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bien, si no lo hacía y esperaba por ello algún reproche, no lo escuchaba. Esos momentos empezaban a preocuparle sobremanera. Aquella situación se escapaba de sus manos, no la dominaba y comenzaba a sentirse dirigido. Oyó el repiquetear del teléfono. Lo descolgó y casi de forma grosera, el comisario le pedía presentarse en su despacho urgentemente, tal y como se oyen en alguna película norteamericana. Ya, es ahora mismo. ¿Lo ha entendido? —Si señor, y colgó. —Buenos días Jefe. —Déjese de monsergas y siéntese. Por favor. —Claro jefe ¿pero que le preocupa? ¿Por qué está tan alterado? —Ha surgido un buen problema. —Bien cuénteme, soy todo oídos, bueno casi todo. —No estoy para bromas Roberto, lo lamento. —Bien pues entonces, adelante, dígame en que puedo ayudarle. —Me han llamado de la Dirección General y me han exigido resuelva unos pequeños percances surgidos en el Ayuntamiento de Madrid. —Pero jefe, ya estamos. ¿Qué les pasa últimamente a los del Ayuntamiento? —Nada, solo que han aparecido arrancados algunos rosales de la Rosaleda del Parque del Oeste. —Bueno, serán algunos vándalos de los muchos que hay en esta dichosa ciudad. —No. Hay más. El problema es que algunos de los empleados municipales, quienes se ocupan de atender y cuidar el recinto, han sufrido robos. Incluso algunos han

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pedido ser trasladados a otros puntos, no quieren seguir trabajando allí. —¿Y eso? —Sencillamente, han sido amenazados con unas notas puestas sobre unos gatos muertos. —Y entonces, ¿cuál es el problema? —El problema es que este año tienen previsto invitar a SM. la Reina, para hacer entrega de los premios. Todo ello aprovechando que no se quien, de no sé dónde, estará de visita ese día y también invitada al evento. —Y en realidad, ¿de cuánto tiempo disponemos?. —Me parece que menos de quince días. —¡Ah! ya entiendo, no me ayudará nadie como siempre. Además este no es un caso extraño, o debo considerarlo así. —Debes considerarlo como un caso excepcional que te pide tu Jefe. Y ¡hala! ponte a trabajar. Llama al Concejal de Medio Ambiente, y resuelve esto cuanto antes. —Ya, sin más, sin una comida o cena de por medio. —Roberto, no estoy para bromas, te lo he dicho antes. —Lo entiendo jefe, pero sin ese aliciente, ¿no cree que se pierde la esencia de mi Sección? —Está bien ¿Qué nos apostamos? —Quiero una cena en Pedraza el primer sábado de Julio. Es la noche de las velas. —Vale, aceptado. ¿Solos o acompañados? —Acompañados mejor, y además creo que no se arrepentirá, ni se disgustará por pagar. Se lo aseguro. —En fin, ya veremos. Ahora por favor ayúdame a resolver la petición que nos hace el Ayuntamiento. —Eso está hecho.

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Quince días para el Concurso Dos horas más tarde Roberto se encontró sentado en un despacho frente al Concejal de Medio Ambiente, y a su lado, el responsable de la Rosaleda, quien le entregó una carpeta con las notas encontradas por los trabajadores amenazados, fotos de los rosales arrancados, y de los gatos muertos que dejaron sobre las mesas y bancos de las salas de trabajo situadas en sendos edificios a ambos lados la fuente. Pidió; después de ver y leer todas las notas; confirmación de si durante al menos dos meses anteriores había ocurrido algún otro percance, o detalle que pudiera servir para hacerse una idea. Pero no, nada en particular. La gente pasea – comenzó a decir el responsable de la Rosaleda - lee el periódico a la sombra, mira y admira las rosas, aunque solo hasta finales de abril y primeros del mes de mayo no suelen acudir en mayor número, dado que se acerca la fecha del Concurso. Pero déjeme pensar, creo recordar que alguien falleció en la Rosaleda, pero no, no me haga caso, eso fue el año pasado, por estas mismas fechas. Al pobre hombre le dio un infarto y cayó fulminado. Pero repito, aquello fue el año pasado. Roberto acabó la reunión, tomó algunas notas, direcciones y teléfonos de todos los trabajadores y en particular de aquellos de quienes pidieron el traslado como consecuencia de las amenazas. Tenía muy poco tiempo, y optó por no darse ninguna tregua, por lo que tanto las mañanas como las tardes y alguna que otra

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noche, los dedicó por entero a resolver aquel caso excepcional de su Jefe. Catorce días para el Concurso. Los trabajadores le contaron que desde el día 14 y hasta el 29 de Abril, alguien estuvo arrancando todos los rosales que en los cinco años anteriores fueron premiados con las tres medallas: oro, plata y bronce. Luego empezaron a recibir amenazas en unas notas que aparecían por la mañana en las respectivas taquillas. También desaparecieron libros, utensilios de trabajo y algunos sacos de tierra utilizada para trasplantar los rosales a las bancadas del concurso anual. Las notas amenazantes sin firmar, mecanografiadas y sujetas a la cabeza de un gato muerto. Trece días para el Concurso. Revisó las notas, y aunque no encontró ninguna relación, recordó el comentario del responsable, sobre la muerte por infarto de alguien en la Rosaleda el pasado año. Como no tenía idea alguna sobre cómo empezar las pesquisas, quiso conocer algo sobre la persona fallecida. Volvió a la Concejalía y pidió todo cuanto le pudieran decir sobre lo acaecido en Abril del año anterior. Le dijeron: La ambulancia cuando llegó era demasiado tarde, ya había fallecido. Hombre de 54 años, soltero,

con domicilio en Madrid, calle Saturnino Andrade, 15.

En la zona norte de Madrid. Fecha 29 de Abril.

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Tomó el coche y después de cruzar la Plaza de Castilla y adentrarse por el que antes fuera pueblo de Fuencarral, hace años anexionado a Madrid, giró a la altura del final de una línea de autobuses y preguntó de nuevo, tal y como le dijo el guardia municipal, cuando le indicó la manera de llegar a la entrada de la patria chica del cantante de coplas Antonio Molina. Llamó dos veces pulsando el timbre, y solo cuando pasaron diez minutos, alguien desde la casa de al lado, interrumpió la espera diciéndole que allí ya no vivía nadie desde que murió el propietario. Pero que de vez en cuando una mujer, a quien no conocía, aparecía por allí, estaba unas horas y se marchaba de nuevo. —Pero creo que tenía familia, una hermana. —Quiá, su hermana vive en Francia, vino precisamente días antes de que Tomas muriera, pero luego regresó al país vecino. —Y no tiene el teléfono, o la dirección. —Quiá, señor. —Bueno, pues muchas gracias por la información. Sacó la carpeta de la guantera del coche y buscó entre las notas la dirección de la hermana, pero solo aparecía la misma que la del hermano. Ningún teléfono, nada a lo que echar mano, y ya quedaban solo… Doce días para el concurso. De las notas mecanografiadas, no pudo sacar nada, ni una sola huella, que abriera algún camino o indicio a la

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investigación. Los trabajadores tampoco ayudaban. Lo cierto es que era un misterio absurdo: Quince rosales arrancados con sus raíces. Los quince premios de años anteriores. Notas de amenazas diciendo que se olvidaran de los rosales para que no les ocurriera como los gatos que las portaban. Se dio cuenta de que nada sacaba en limpio. Volvió a la dirección de Tomas, el fallecido, en Fuencarral. Se acercó a la parte trasera y se dio cuenta de lo estúpido que fue el día anterior. El amplio patio estaba cubierto, aparecía como un invernadero de los muchos que hay en los centros de Jardinería. Un indeterminado número de rosales en sus correspondientes y amplios tiestos estaban situados en el centro. Materiales, utensilios y sacos de turba y numerosos botes y frascos de lo que sin duda eran antiplagas. Parecidos a los que Loli usaba en casa para sus plantas. Algunas de las planchas superiores se encontraban abiertas dejando pasar el sol de la mañana. Recordó entonces a la señora Quiá, y fue en su busca. —Señora ¿ me recuerda? soy el mismo que estuvo el otro día ¿podría responderme a unas preguntas? Soy inspector de Policía —dijo, al tiempo que ofreció la placa que le acreditaba como tal. —Sí señor, claro que sí. ¿Ha dicho que es policía? —Si señora. —Bien, pues ahora mismo salgo. Cinco minutos tardó en salir. La mujer estuvo acicalándose para hablar con él. Llevaba puesto un lustroso y blanco delantal con puntillas. Según recordaba,

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hacía años los usaban las mujeres que regentaban Panaderías. —¿Y qué quiere conocer? —Necesito saber si la persona que me dijo, viene a casa de Tomas. Cada cuanto tiempo y si lo hace por la mañana o por la tarde. —Suele venir dos veces por semana, los miércoles y los viernes, por la tarde. —¿Cuánto tiempo suele quedarse? —Tres o cuatro horas. Abre la puerta mira a un lado y a otro. Pasa, y cuando sale, hace lo mismo. —¿Ha pasado algo en el barrio últimamente? —No, nada ¿por qué me lo pregunta? —Pues, por eso, por nada. Once días para el Concurso Tuvo suerte, amaneció viernes ya que el día anterior fue jueves y el siguiente sería sábado. Que simple era la vida de cuando en cuando, y se rio antes de tomarse el café mañanero. Llamó a Loli, con quien no se veía desde hacía unas cuantas semanas, se disculpó comentando estaba muy ocupado con un asunto excepcional, encargado por su Jefe, a quien estaba seguro de ganarle una cena para el mes de Julio. Ella se rio y le mandó un par de sonoros besos telefónicos. Después se acercó por la comisaría, saludó a dos o tres compañeros de la Brigada de Homicidios y bajó a tomarse un café con el dueño de Sanchidrian.

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Ya por la tarde cogió el coche y se acercó hasta la casa en Fuencarral. Aparcó alejado de ella, pero lo suficiente cerca como para observar a la mujer que esperaba encontrar. No tardó mucho, apareció caminando calle abajo, y en efecto miró a un lado y otro de la misma antes de introducir la llave. La giró mientras la puerta rompía el silencio y la soledad sostenida hasta ese momento. Se abría como si le hubieran gritado ¡ábrete sésamo! Esperó cinco minutos o tal vez más, bajó del coche y se dirigió a la casa. Pulsó el timbre y esperó. Poco después una mujer que aparentaba 48 ó 50 años, con una blusa blanca, del mismo color que los pantalones, apareció en el umbral frente a Roberto. En una mano enguantada, sujetaba la pareja del guante de jardinero, amarillo con unas tiras verdes como separando los dedos de la mano. Roberto la miró a los ojos, verdes claros, y.. —Buenas tardes, permítame que me presente, soy el inspector Roberto Hernán Carrillo. —Buenas tardes,¿ y? —¿Me permitirá hacerle unas preguntas? —¿Sobre? —Eso no es un tema que pueda decirle, lo lamento. —Yo también. —¿Puede decirme quien es y que está haciendo en casa de Tomas Cuenca? —Tengo autorización de su hermana para venir a esta casa y cuidar de ella. —Pero no me ha dicho quién es. —Me llamo María Jesús Álvarez Roncáez. —¿Y a qué se dedica? ¿a cuidar casas? —No

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—¿Entonces? —¿Entonces qué? —Por favor señorita ¿podría contestarme? estoy tratando de resolver un problema, y sus respuestas precisamente no hacen nada para ayudarme. —Tampoco me ha dicho el motivo que le trae aquí. —Lo siento seré un poco más explícito si usted se ajusta a la misma regla. —De acuerdo, hagamos pues un pacto de caballeros, como en el Medievo. —¿Le gusta la época medieval? —Sí, es muy interesante. ¿Y a usted? —No es precisamente mi mejor época, prefiero algo más cercano al siglo en que vivo. —Entiendo. Durante más de una hora ambos Caballeros mantuvieron una amplia conversación. Cuando salieron de la casa, se acercaron caminando al coche de Roberto. Abrió la puerta, la invitó a sentarse, luego marcó el número de la Comisaría y cuando llegaron, una agente femenina les estaba esperando. Como ya era tarde se limitó a llamar al comisario por teléfono y dejarle en el contestador: —Jefe estoy deseando que llegue el primer sábado de Julio. Mañana por la mañana le explicaré todo en su despacho. Diez días para el concurso

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En la Comisaría. —Ahora no puedo, no es el momento —dijo el Comisario dirigiéndose a Roberto— pero en cuanto sea posible cursaré una nota a la Dirección General para subirle el sueldo. Gracias por sacarme del atolladero. —Me deja atónito jefe ¿Subirme el sueldo? —Si hombre si, el Director General me ha felicitado por la rapidez en solucionar el caso. Ya han resuelto los trasplantes, y como usted me pidió, sacarán esquejes de todos los rosales. ¿Son para usted? —No jefe, déjeme contarle las razones y motivos que llevaron a María Jesús a hacer lo que hizo. —Bien, pues hala, cuéntemelo, pero espere, le traeré un café, ¿cómo le gusta, con leche y azúcar? —Jefe, está desconocido, ¿seguro que no le pasa nada? —No, nada, sencillamente estoy contento, hay días en que todo me sale bien y hoy es uno de ellos. Además llevaba un décimo de la ONCE, y he tenido suerte, hasta puedo invitarle a comer. —No, gracias espero que le llegue el dinero para cenar en Pedraza en Julio. —¡Ah! me había olvidado. Entonces no le invito a comer. Pero cuénteme que le ocurrió a María Jesús. —Ahí va. En Abril del año pasado la hermana de Tomas vino desde Francia, a visitarle. Este le había dicho que se estaba quedando ciego y no quería cerrar los ojos para siempre sin tener la imagen de su hermana grabada en su cerebro, su espíritu lo necesitaba. Por lo que se dispuso a pasar unos días con él. La contó como cada año, se presentaba al Concurso de Rosas. Llevaba mucho tiempo intentando lograr una rosa única, con tres colores y la

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más aromática, temía quedarse ciego y no lograr un primer premio del concurso que cada año hace el Ayuntamiento. El patio de su casa lo adaptó como lugar de trabajo e investigación, y así durante años, mezcló y cruzó variedades de rosas hasta dar con la que presentó el año pasado al Concurso. El día 29 de Abril llevó a su hermana a la Rosaleda, quiso enseñarle la que había logrado y presentaba al concurso. Cuando llegaron descubrieron que el rosal estaba destrozado, los capullos secos. Estaba convencido que habían realizado mal el trasplante desde la gran maceta de terracota en la que creció. O tal vez no la cuidaron debidamente los trabajadores de la Rosaleda. No pudo resistir aquella visión y se disgustó al pensar que jamás vería premiada su rosa, sufrió un infarto y murió. —Ya, Roberto, pero que tiene que ver María Jesús en todo esto. —Está claro Jefe. —Estará claro para ti. —Bien, veamos. María Jesús era la novia, con la que nunca llegó a casarse Tomas. Siempre estuvieron juntos y cuando le diagnosticaron que sufría un tipo de enfermedad por la que va perdiendo vista poco a poco hasta quedarse ciego, no quiso pedirle en matrimonio aunque continuaron juntos. Ella es Catedrática de Historia en la Universidad, especializada en la Edad Media, da clases los miércoles y viernes. Cuando falleció Tomas, y se enteró de la causa que le produjo el infarto, conociéndole como le conocía, desde hacía más de veinte años, quiso poner en práctica el sueño no conseguido. Por ello robó descaradamente los quince últimos premios,

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como así aparecen diferenciados del resto en las placas de cada uno de los rosales. Luego se los llevó al patio de la casa de Tomas y empezó a hacer lo que él no consiguió. Con el fin de castigar a los trabajadores por haber hecho mal el trasplante, o no cuidarlo debidamente. Los amenazo y asustó con las notas mecanografiadas. Aprovechó que algunos gatos morían en los lazos que puso en el patio evitando destrozaran los rosales, y los puso con las notas apoyando las amenazas, en una palabra, asustarlos. Investigó sobre la tierra, aprovechó que en la Universidad tiene algunos amigos catedráticos de Agrónomos, y la ayudaron. Y eso es todo, ella detenida y acusada de vandalismo. Por eso he pedido esquejes de los quince rosales y de los que ganen este año para que siga trabajando. Para conseguir el rosal que Tomas, su novio no pudo. A ver si con un poco de suerte le otorgan la Medalla de Oro un año de estos. Aquel viernes los alumnos escucharon a María Jesús, Catedrática de Historia Medieval retomar de nuevo la historia del Conde Luciente y su hija Laura: ….. la muerte del futuro esposo de ella, a quien en silencio yo amaba sin que advirtiera o supiera de mi

existencia …

El escudero prosiguió:

No pude aguantar el dolor que ella sentía. Cada día la

tristeza se adueñaba del castillo. Una mañana no pude

más y tras las mismas cortinas en que estuve oculto

aquel aciago día, quise trasladar a las piedras del

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castillo, pues a ella no podía, para que le susurraran por

mí: No llores mi amor, yo que en silencio te amo, haré lo

que él hubiera hecho por ti, confiarte mi esfuerzo, mi

labor, mis alegrías, e intentar hacerte feliz, lo prometo.

Todas tus ilusiones podrán mañana hacerse realidad y

cuando el tiempo pase y el gran hacedor te llame, podrás

mostrarle a Martín de Blas que lo pendiente de hacer

entonces, hoy lo hiciste tú por él. Yo entonces podré

decirte, mi amor, que de tanto quererte tengo el alma vacía, y podré pedirte me devuelvas algo de amor para

poder seguir viviendo…

Cuando cesó de leer y pidió a uno de los alumnos aventajados prosiguiera con la lectura de la Leyenda de la hija del Conde Luciente, los restantes pudieron ver como unas delgadas lágrimas resbalaban de sus ojos verdes, cansados y tristes.

*** 9º Caso FANTASMAS El miedo siempre está dispuesto

a ver las cosas peor de lo que son.

Tito Livio Fue una lástima que se acabaran las vacaciones. El inicio fue la cena de la Noche de las Velas de Pedraza, resultó

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muy enriquecedora. Espléndida de temperatura y de compañía. El comisario y su mujer hacía mucho tiempo que no disfrutaban de algo tan peculiar. Cuando las últimas notas del grupo sinfónico surgidas a la luz de las velas se desvanecieron, los cuatro, en silencio y cogidos de las manos, caminaron durante muchos, muchos minutos. No cruzaron palabra alguna y la segunda vez que pasaron por el Restaurante Zuloaga, Roberto les confió la necesidad de tomar un café caliente y algo sólido. Ambas mujeres agradecieron la invitación, pues comenzaban a notar el fresco del amanecer. Algunos rayos juguetones se escapaban entre las colinas, como queriendo competir con la noche dorada iluminada por el resplandor de velas y cirios. Acabados los cafés, y ya de regreso a Madrid, comenzaron a comentar los momentos vividos durante la noche. —Verdaderamente, es la primera vez que me siento tan bien. Sentí regocijo y alegría, no solo porque consiguieras resolver el caso de las Rosas; sí, ya sé que me dijiste que no me arrepentiría; sino porque ha sido una de las noches más maravillosas de mi vida. Gracias Roberto. —Por nada jefe, me apetece verle feliz, y eso además es un agravante más para que me suba el sueldo. Rieron y comentaron algunos detalles del concierto, de la cena, de la compañía. Loli en un momento dado, tal vez influida por el poético ambiente, llegó a dejar caer un par de lágrimas que trató de ocultar. Mientras que la mujer

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del comisario, sin disimulo alguno, sacó en tres ocasiones un pañuelo del bolso para secarse la nariz, según dijo. Lo cierto fue que las dos parejas recibieron una inyección de optimismo y relajaron sus espíritus, últimamente bastante estresados por el trabajo. Después de aquel fin de semana, Roberto inició sus verdaderas vacaciones. Como siempre, las dividía en tres partes, la primera ya iniciada, solo para dormir, descansar, ver algún amigo si aún estaba en la ciudad, y tomar un par de cervezas con dos o tres conocidos. La segunda, si Loli coincidía con él, a una playa. La tercera, era también suya, solo o acompañado con alguien, o simplemente para hacer el viaje soñado durante todo el año. Únicamente en dos ocasiones unió la segunda y tercera partes para pasarlas con Loli. Con los diez primeros días agotados y tres de la segunda decena también, Roberto no pensaba más que en el viaje previsto para esa ocasión. Loli decidió gastar el resto del mes con su familia en un pueblo de Ávila, a los pies de la Sierra de Gredos cuando acabara los días de estar con él. Dada la cara de aburrimiento no disimulada de Roberto, Loli decidió volver antes a Madrid, pidió salir el lunes 18, no esperar hasta el miércoles, como tenían previsto. El viaje lo hicieron en silencio desde Motril. Ya en Madrid, la dejó en casa, ayudó a subir su maleta y regresó a su palacete de Ríos Rosas, como de cuando en cuando solía decir de su piso. Se tumbó unos minutos para relajar los músculos del viaje en coche y se durmió.

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No comprobó el tiempo que pasó durmiendo, se levantó y refrescó un poco, cambio la ropa de playa por un Lacoste verde claro, unos pantalones chinos y se dispuso a tomar una cerveza fresca aderezada con unos buenos berberechos de la Ría. Caminó hasta la cervecería de un amigo en la calle Ponzano. Durante el trayecto, escasos quinientos metros, fue fijándose en la gente, le entretenía adivinar alguno de los misterios que ocultaban. A punto de cruzar, se paró frente al escaparate de una camisería. Vio algunos modelos y precios, y también, como alguien le observaba a pocos metros. Posiblemente otro con la misma manía que él, pensó. Continuó su paseo hasta la cervecería, pero antes de llegar volvió a interrumpir sus pasos para mirar una exposición de embutidos y conservas en una tienda cercana. De nuevo la misma persona observándole, aunque en esta ocasión desde el otro lado de la calle, como comprobó en el reflejo que producía la imagen en el propio cristal del escaparate. Era un hombre de unos sesenta años, alto, con el cabello blanco y cubierto con una gabardina negra. Los olores mezclados de los berberechos, encurtidos, mariscos y patatas fritas, así como las cervezas tiradas de forma clásica, frescas y espumosas, le hicieron olvidar por un momento a la persona, que manteniéndose en la acera opuesta, miraba inquisitoriamente a Roberto. Saludó a los dos camareros y amigos, también a dos tres parroquianos impenitentes de las cañas y los mejillones fritos en escabeche. De vez en cuando miraba desde el mostrador a la persona desconocida, que aún seguía

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apostado al otro lado de la calle y al parecer sin perder ojo ni detalle de lo que hacía. Pudo entonces comprobar al llegar la quinta cerveza, invitación hecha por Macario; que Roberto se negó a tomar; como aquel hombre continuaba observándole. Más tarde se despidió de él y su hermano. Salió a la calle si bien no preocupado, si algo molesto. Miró a un lado y otro aunque no encontró al hombre que hasta muy poco tiempo atrás estuvo tal vez no siguiéndole, pero seguro que observándole. No estaba, había desparecido por el momento. No cenó, se sentó en la sala, vio un rato la televisión, que aburría, y optó por meterse en la cama y dormir. Al levantarse la mañana siguiente, no tenía ninguna gana de hacerse un café, que por otro lado no podía, pues como siempre agotaba todos los suministros antes de marcharse de vacaciones para no dejar nada olvidado y encontrarlo posiblemente estropeado al regreso, por lo que bajó a la cafetería cercana. Más tarde prepararía el viaje previsto para Lisboa. Tenía intención de llamar a Luisi y pasar con ella el resto de las vacaciones. Al atravesar la puerta de hierro y adornos dorados del portal, se fijó que la misma persona de la tarde-noche anterior, estuvo observándole, estaba de nuevo frente a él. Quiso tomarle por el brazo, sujetarle y preguntarle que hacía siguiéndole, pero se zafó de Roberto y como si fuera humo, se desvaneció en el aire. Salió corriendo tras él, pero no consiguió ni alcanzarle o localizarle, ni arriba, frente o detrás de donde ahora se encontraba perplejo. Intentó hablar con el portero de la finca, pero no parecía estar en su puesto. Se fue a la cafetería donde rara era la

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vez que no paraba para tomar un café. Al entrar buscó a los camareros conocidos. No había ninguno. Preguntó por Cabezas, como llamaban al Encargado. No estaba tampoco. Otro camarero se acercó y —¿Le ocurre algo señor? —No ¿ por qué lo dice? —Está blanco y tiene gotas de sudor en su frente. —¡Ah! nada de particular, gracias por preguntar. Pero no se preocupe, no me ocurre nada. —¿Qué le pongo? —Un café con leche y algo de comer sin grasa. Gracias. Desayunó, salió a la calle y miró a ambos lados. Desde dentro de la cafetería, observaron preocupados los ademanes y gestos de Roberto. Sin embargo éste no vio nada en ese momento, aunque si minutos después. El hombre que poco antes se desvaneció como el humo de un cigarrillo, apareció acompañado por una mujer más joven. Este le señaló mientras ella miraba, moviendo la cabeza de arriba abajo. Parecía asentir a preguntas formuladas por aquel. Se acercó a ellos con paso rápido y decidido, aunque antes de llegar ambos volvieron a desaparecer, a escurrirse como agua entre las manos y doblar la esquina con la calle Alonso Cano. No tenía explicación alguna y no obstante, buscó argumentos mentales que le facilitaran una lógica, incluso ilógica respuesta, a los tres encuentros. No la encontró. Caminó durante unos minutos y volvió sobre

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sus pasos a casa. Desde allí llamó por teléfono a unos amigos, sin obtener respuesta. Seguro que seguirán de vacaciones, se dijo. Buscó de nuevo al portero para recoger el correo atrasado, no encontró a nadie en su casa que le atendiera. Entonces salió a la calle y se dirigió a la agencia de viajes. —¿La señorita Daniela? —Lo siento pero no hay nadie con ese nombre que trabaje con nosotros. —Pero ¿Qué dice? —Señor, le repito que nadie con ese nombre trabaja aquí. —Pero ¿cómo? ¿cómo es posible? Si el mes pasado la dejé el encargo de una reserva en un hotel de Lisboa. No lo entiendo. ¿No estarán tomándome el pelo? —No señor, nada de eso, somos bastante serios con nuestros clientes. Lo lamento, pero si lo desea puedo hacer ahora misma esa reserva. —No, déjelo, esperaré a que regrese la señorita Daniela. —Como prefiera señor. Adiós, buenos días. Salió más enfadado de lo que había entrado. Al primer taxi libre que vio, lo paró y dio la dirección de la comisaría. Minutos después atravesaría el portalón, subiría los cuatro peldaños y buscaría a los compañeros, incluso a su jefe, que siempre se quedaba el mes de Julio en Madrid. Sin embargo algo ocurrió, cuando fue a pagar la carrera al taxista, se dio cuenta que tanto el hombre mayor como la mujer joven estaban sentados junto al conductor. De inmediato lanzó el brazo rápidamente en un afán por agarrar y retener al menos a uno de ellos,

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tropezó con una lámina de poliuretano transparente que separa al conductor de los viajeros, y lanzó una interjección dolorosa, tanto en su mano como a los oídos. —¡Señor! ¡Señor!, despierte por favor¡ —gritó el taxista. —¿Qué ocurre? ¿Qué me ha pasado? —No lo sé señor, solo he oído un golpe contra la mampara de separación y luego se ha desvanecido sobre el asiento. ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que llame a una ambulancia?¿Le llevo a un hospital? —No gracias, déjeme aquí. Tome —le acercó un billete de 20€ sin esperar el cambio. Solo repetía gracias cuando cerró la puerta del taxi. Estuvo caminando el resto de la mañana. De vez en cuando se acercaba a algún escaparate a fin de comprobar el reflejo de quien pudiera seguirle. Durante dos o tres horas anduvo alejándose, no le apetecía volver a casa, pero tampoco sabía dónde ir. De pronto, al doblar una esquina, se encontró a unos quince metros con el mismo hombre y la misma mujer. En esta ocasión les acompañaba un joven de unos dieciocho años, de cabello rubio y con unos pantalones vaqueros estrechos. De nuevo el hombre y la mujer joven le señalaron mientras el muchacho, asentía con la cabeza. Inició una carrera desesperada hacia ellos. No se inmutaron, parecían esperarle, pero un poco antes de alcanzarlos volvieron a doblar una esquina y de nuevo se volatilizaron. Desesperado, buscó un banco para sentarse y descansar un rato. Se tomó el pulso palpándose la muñeca derecha. Con un pañuelo de hilo blanco se secó el sudor que

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empezaba a caer por la frente y las sienes. A lo lejos vio el letrero de una clínica. Pensó en acudir a un médico, pero cambio de opinión. Buscó el camino hacia Ríos Rosas y comenzó a caminar con pasos rápidos. Nada más llegar a casa descolgó el teléfono y marcó el número de Loli, seguro que le podría dar alguna explicación. Sonó y sonó. Recordó que se marchaba con sus padres a la Sierra de Gredos, pero creía que no lo haría hasta el día siguiente. Insistió hasta cinco ocasiones. No logró comunicar. Luego tomó el móvil y llamó con una única respuesta: fuera de cobertura. La mañana siguiente empezó del mismo modo que la anterior. Nadie conocido parecía estar en el barrio. O habían desaparecido todos, o estaban de vacaciones. Lo dejó estar. Tomó café en la misma cafetería, con los desconocidos camareros y volvió de nuevo hasta la puerta de la agencia de viajes, para comprobar si Daniela había regresado. Tampoco la vio. Luego atravesó la plaza y cruzó el Paseo de la Castellana hasta el monumento a Isabel La Católica. Miró a un lado y a otro para comprobar si le seguían, pero no. Subió hasta el Museo de Ciencias Naturales y caminó a la sombra de los árboles que circundan el edificio. Luego volvió hasta el monumento a la Constitución Española y mientras bajaba de nuevo al paseo, el hombre, la mujer y el muchacho aparecieron caminando a su encuentro. En esta ocasión iban acompañados de una mujer de raza gitana, morena, con un vestido negro hasta los pies y una pulsera dorada de gruesos eslabones en su mano derecha. Los zarcillos que colgaban de sus orejas también

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parecían ser de oro. De nuevo la misma reacción al verle. Le señalaban con las manos, mientras la gitana asentía con la cabeza. Esperó quieto, sin dar paso alguno, para ver qué dirección tomaban. Sin embargo, esta ocasión fue distinta, el hombre y sus tres acompañantes levantaron los brazos, giraron sobre sus espaldas y comenzaron a hacer ademanes llamando a alguien. Roberto miró sorprendido y lo que vio le atemorizó. Del monumento a la Constitución, comenzaron a salir hombres y mujeres, unos jóvenes y otros menos. Caminaban despacio e iban al encuentro de quienes los llamaban. Transcurridos diez minutos, la reunión de los primeros cuatro se conformó en cerca de veinte personas. Luego lo mismo, le señalaban y poco después los incorporados asentían con la cabeza. De pronto a una señal del primer hombre, todos comenzaron a correr hacia Roberto. Cuando quiso reaccionar, el grupo iba a su encuentro y la distancia que les separaba apenas era de cinco metros. Corrió a través de los numerosos coches que llegaban a la encrucijada de la fuente en la plaza. Desde los coches le insultaban y gritaban, mientras el pedía que ninguno lo alcanzara. Ni siquiera se atrevió a mirar a su espalda. Corrió y no dejó de hacerlo hasta que llegó al portal de su casa. No tuvo tiempo de esperar el ascensor y subió los peldaños de dos en dos. Como pudo, sofocado, sacó las llaves del bolsillo derecho del pantalón, introdujo una de ellas en la cerradura y la giró. Una vez abierta cruzó el umbral y volvió a cerrar dando un fuerte portazo. Giró de nuevo la llave y pasó todos los cerrojos. Luego, aun sofocado por la carrera, se acercó al teléfono y pensó llamar a la

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policía, aunque esperó a calmarse para hacerlo. De cualquier forma, él era policía. Al cabo de unos minutos marcó el número y esperó respuesta. —Dígame ¿que desea? —Quiero pedir ayuda, hay un grupo de gente que me persigue. —¿Qué le persiguen? ¿Desde dónde me llama? —Desde mi casa. —¿Y le persiguen en su casa? —No, lo hacían en la calle, y he venido a mi casa para refugiarme huyendo de ellos. —Me parece muy bien. Y ahora hay alguien con usted o ¿continúan persiguiéndole? —No, ahora estoy solo, pero espere voy a ver si hay alguien en el descansillo. —Bien espero ¿Señor?¿ Señor? —Sí, ya estoy aquí. Se han ido, no hay nadie. Pero, no sé, puede que estén esperándome en el portal. No podrían enviarme una dotación con dos agentes. —Bueno, también podrían aprovechar para llevarle una botella de ron, o cualquier otro licor, si le apetece —¿Me está tomando el pelo? Le aseguro que soy inspector de Policía, y de esto daré cuenta al comisario de .. —Si claro, usted se lo cuenta al comisario y luego yo le mando una patrulla ¿De acuerdo? —Oiga por favor, espere. —Verá señor, ni la línea, ni la policía está para esta clase de bromas. —Le puedo asegurar que esto no es una broma.

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—Pues si no lo es y si dice ser policía, haga uso de sus conocimientos como tal y resuelva ese problema solo. Adiós señor. —No por favor, no me cuelgue. Se asomó a una de las dos ventanas que daban a la calle Ríos Rosas miró a través de los visillos, aunque no vio a nadie en la acera. La gente paseaba o caminaba. No había grupo alguno que estuviera esperándole. Estaba nervioso, confundido. Era la primera vez en su vida que sentía miedo. Esperó a que la calma volviera. Llamó a todos los amigos que tenía aunque ninguno respondió al teléfono. Luego a Loli. Ni el fijo de casa ni el móvil daban respuesta. Comenzó a sentir una presión desconocida. La desesperación parecía hacer presa en él. Esto no puede sucederme a mí. Debo calmarme, ver que me ha ocurrido desde que volví de vacaciones con Loli y analizar cada paso dado. Esperaré un par de horas y bajaré a la calle para ver qué ocurre. Y si corren de nuevo hacia mí, esperaré a que me alcancen y veremos lo que ocurre. Además, el miedo no es más que un deseo al revés, se dijo. Esos eran los propósitos, pero la situación, muy distinta, fue agravándose por momentos. Sentía hambre aunque ningún deseo de salir. Espera, se dijo, espera unas horas y luego bajas a comer. Estarás más tranquilo y así podrás hacer frente a todo cuanto ocurra. Miraba el reloj cada cinco minutos, parecía que el tiempo no pasaba, o se había ralentizado. Se acercó a uno de los armarios de la cocina, y comprobó que en efecto, no tenía nada que comer, ni una miserable lata de sardinas en aceite o un sobre de sopa. Nada. Dos días transcurrieron

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manteniéndose en aquella situación tan desesperada. Ni siquiera atravesó la puerta del baño para dejar caer el agua de la ducha sobre su cabeza. Solo utilizaba el agua para beber de vez en cuando. Acabó con los cigarrillos, encendía y apagaba el televisor, buscando noticias. Cada cierto tiempo llamaba por teléfono a Loli, a los amigos, y todos, absolutamente todos, seguían igual, sin dar señales de vida. Serían las ocho de la tarde cuando oyó golpear la puerta al tiempo que hacían sonar el timbre. Despacio y descalzo, se acercó hasta la mirilla de la puerta, acercó un ojo para ver quien llamaba. La sangre le subió a la cabeza como la leche cuando hierve sin control en el fuego y se sale del recipiente que la contiene. Se acercó a la mesilla y sacó su arma reglamentaria, la dispuso para disparar si la situación lo requería. La tomó en su mano izquierda y volvió a poner el ojo en la mirilla. Más de veinte personas aparecían en el pequeño descansillo de la tercera planta. Lo pensó dos veces y decidió acabar con aquella situación de una vez por todas. Comenzó girando la llave en primer lugar, luego los cerrojos y por último la cadena sujeta al pasador. Se estiró la camisa, comprobó el arma en su mano, tomó aire y giró el pomo de la puerta. Tiró de él con toda su fuerza, levantó la pistola y apuntó al tropel de gente que esperaba. Inmediatamente todo el grupo comenzó a correr y empujarse unos a otros intentando atravesar la puerta, provocando que Roberto cayera al suelo y fuera pisoteado por más de veinte personas que definitivamente atravesaron la puerta y se introdujeron en su casa.

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Desde el suelo y dolorido, pudo ver al primer hombre que lo siguió aquella primera tarde. Le vio extendiendo su brazo derecho, que Roberto confiado, trato de agarrar para levantarse. Sin embargo aquel tornó el deseo inicial por un fuerte golpe sobre la boca de Roberto. Enseguida comenzó a salir sangre, le había partido un labio. Luego le izó como pudo y a base de golpes, en el estómago y en el pecho, le llevó dando tumbos hasta el salón, donde el resto de gente observaba. Parecían esperar el fatal desenlace. Uno de ellos le quitó la pistola y la dejó sobre la mesa cercana al televisor. Después el mismo hombre que le había golpeado instantes antes, volvió a darle en la cara un fuerte puñetazo e hizo que Roberto cayera sobre el sofá. Creyó que aquello no terminaría nunca, pero de pronto alguien tomó un cuadrante y se lo entregó al hombre. Este lo tomó con ambas manos y mientras a duras penas Roberto intentaba levantarse, aquel le puso sobre la cara el almohadón relleno de plumón de pato. Mientras tanto alguien le apretaba fuertemente contra el sofá evitando que se levantara. Poco a poco se le fue nublando la vista, la sangre de las heridas producidas por los golpes, dulce y caliente, intentaba salir de su boca, que comenzaba a llenarse, pronto se ahogaría en su propia sangre y todo acabaría. Apenas respiraba, solo tragaba saliva y sangre. En unos segundos no podría recordar toda su vida ni encontrar la razón por la que se encontraba en aquella situación. Decidió entonces en la fracción de un segundo, recordar solo a una persona, a Loli y los momentos felices que pasó a su lado. Después, todo fue nublándose, la respiración fue ralentizándose, las fuerzas le abandonaban y segundos después todo era oscuridad.

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Dos agentes de policía acompañados por tres miembros del Cuerpo de Bomberos esperaban en el descansillo de la tercera planta. El agente Pinillas esperaba mientras tanto abajo en el portal, haciendo compañía a Loli, de quien recibió la llamada de alerta. No permitió estuviera presente cuando entraran en el domicilio de Roberto, no sabía cómo o que podrían encontrar. En primer lugar trataron de abrir con una llave maestra. Imposible, dado que era de seguridad, luego con un taladro intentaron eliminar la cerradura, y por ultimo utilizaron un potente gato hidráulico que hizo añicos tanto la puerta como el marco que la sustentaba. Ahora es cosa nuestra, dijo uno de los agentes a los bomberos. Pasaron el umbral los tres, y cada uno se dirigió a una de las habitaciones de la casa. Por suerte el salón estaba cerca, por lo que enseguida dieron con Roberto. Se encontraba boca abajo, con el tronco en el suelo. Su cara reposaba sobre un porta revistas de madera y una de las aristas de éste sobre la boca. La sangre aparecía por doquier. Las piernas descansaban sobre el sofá y el brazo derecho tendido y a pocos centímetros de la mesa donde aparecía el teléfono descolgado, emitiendo el característico sonido solicitando línea para marcar. El agente tomó el pulso sobre la arteria en el cuello, y volviéndose hacia uno de los compañeros, pidió avisar al médico y ATS de urgencias a quienes llamaron antes de derribar la puerta. Segundos después levantaron el cuerpo inerte de Roberto, le aplicaron una mascarilla de oxígeno y volvieron a tomar el pulso y tensión.

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—Debemos llevarle a un hospital urgentemente, ha perdido mucha sangre y deben hacerle una transfusión de inmediato. La frase del doctor fue aceptada unánimemente por los ATS que lo acompañaban. Los agentes de policía se retiraron, así como los bomberos, dejando maniobrar a los miembros del Servicio de Urgencias. Minutos después le introducían en la ambulancia que con las luces parpadeantes inició la rápida salida hacia el Hospital La Paz, el más cercano desde Ríos Rosas. Pinillas mantuvo a Loli a su lado, no dejó ni tan siquiera se acercara a la camilla cuando le metían en la ambulancia. Luego la invitó a subir al coche patrulla para seguirla velozmente a través del Paseo de la Castellana. La noche fue tranquila, Loli no se apartó de la cama donde descansaba Roberto. Fuera, en el pasillo y sentado en una silla, Pinillas esperaba, como hacía Loli, a que Roberto, despertara. Cada media hora, una enfermera pasaba a controlar la temperatura del paciente y las constantes que se reflejaban en los monitores situados a ambos lados de la cama. Su respiración acompasada y sus latidos y tensión, constantes, en líneas de superación, según comentó a Loli a su requerimiento. De cuando en cuando salía al encuentro de Pinillas y éste solo le daba palabras de consuelo y apoyo. Fumaron dos o tres cigarrillos en la sala de espera, especialmente preparada para esos menesteres, para largas horas de

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vigilia. Cuando volvían del último, ambos vieron como la enfermera entraba en la habitación. Se acercaron corriendo y comprobaron que Roberto se había quitado la mascarilla de oxígeno y la enfermera trataba de ponérsela, mientras él se negaba con la cabeza y balanceaba las manos a un lado y otro en un intento de evitar se la pusiera de nuevo. Tenía los ojos abiertos y la respiración forzada. Por fin se calmó y con la mirada temerosa, miró a un lado y a otro de la habitación, como buscando a alguien. Volvió a dormir durante dos horas. —¿Que estoy haciendo en esta cama? ¿Qué me ha pasado?¿ Han conseguido lo que querían, verdad? —Tranquilízate Roberto, por favor tranquilízate — señaló Loli. —¿Dónde estoy? —En La Paz, estás en el hospital La Paz. Ya ha pasado todo. —¿Han conseguido coger a todos? —¿A quiénes Roberto? ¿A quiénes? —A quienes me dieron la paliza. —Vamos, tranquilo, debes permanecer tranquilo y descansar. —No puedo, Loli, no puedo. ¿Dónde te metiste durante estos días? —En ningún sitio Roberto, estuve en casa. No he salido de allí. —Pero si estuve llamándote durante al menos cuatro días y no me contestabas. Ni al fijo ni al móvil. —Descansa Roberto, descansa y cuando el doctor te firme el alta, hablaremos, ahora es mejor que descanses.

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—Está bien, pero dame tu mano, y por favor, no te marches de mi lado. —No te preocupes. No lo haré. El dolor del labio partido y de la herida sobre el carrillo izquierdo le hizo palpárselas. Al verlo, Loli le sujetó la mano que no tenía libre y volvió a pedirle tranquilidad. A los dos días el doctor firmó el alta. No tenía ninguna lesión interna en la cabeza, y la transfusión de sangre y subsiguientes cuidados, además de la fortaleza de Roberto, hicieron el resto. Pinillas les esperaba en la puerta del Hospital con las puertas abiertas del coche patrulla. —¿Dónde vamos? —preguntó el agente. —A mi casa, yo te indicaré cuando lleguemos al Puente de Toledo —dijo Loli a Pinillas. —Preferiría ir a la mía —añadió Roberto. —En efecto, preferirías es un deseo, pero no vas a cumplirlo, vendrás a la mía, y estarás bajo mi cuidado durante al menos una semana. —Estás loca, una semana. Si me ha dicho el doctor que no tengo nada, solo debo esperar a que cicatricen las heridas. Subió a los asientos posteriores del vehículo de la mano de Loli. Pinillas condujo despacio, solo puso la sirena cuando se encontraron con un atasco antes de atravesar la Puerta de Toledo. Al llegar, Pinillas deseó al inspector se recuperara pronto, señalándole que en dos o tres días le llamaría el comisario para hacerle una visita, ahora se

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encontraba en unas reuniones de las muchas que hacen durante el verano en El Escorial. —Gracias por todo lo que has hecho Pinillas, eres un buen compañero y mejor persona. Te debo dos favores. —No ha sido nada, y en cualquier caso sería uno, no dos. —No, serán dos, porque mañana te voy a pedir hagas algo por mí. —Está bien, como quiera, inspector. —Gracias de nuevo Pinillas. —Adiós, Loli, y cuídale mucho, es un buen elemento. —Lo haré, y gracias por ayudarnos. Durante las horas siguientes Loli cuidó y mimó a Roberto. Solo cuando cerró los ojos y su respiración anunciaba que estaba profundamente dormido, se levantó, abandonó el dormitorio y se encerró en la cocina para romper a llorar después de muchas horas de haber sujetado nervios y temores. Nada más levantarse se tomó un café, unas pastillas de antibióticos y se dispuso a ir a la comisaría. Loli le retuvo por orden del médico. Durante al menos cuatro días no debía salir a la calle. Le costó algunos minutos sujetarle, pero lo consiguió. Roberto también, llamó a Pinillas por teléfono y a los pocos minutos estaban ambos frente a una mesa revisando fotos de delincuentes fichados. Reconoció cinco rostros. Señaló y anotó los números y nombres y los guardó en un bolsillo de la bata. Pinillas regresó a la comisaría. Antes comentó con el Inspector que el comisario regresaría el jueves y le acompañaría,

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según le pidió por teléfono. Roberto asintió y se despidió de él. Loli ante el temor a que Roberto se escapara, pidió al Supermercado cercano le enviaran algunas cosas con el chico de los recados. Comieron, echaron la siesta y vieron un par de películas de alquiler. El jueves por la mañana Pinillas les anunciaba que en media hora llegaría con el comisario. —Bienvenido jefe. —Gracias Roberto. Me alegra mucho verte sano y salvo. —Yo también me alegro de verle, hace unos días estuve a punto de subir a la comisaría para saludarle, pero ocurrió algo que lo evitó. —Precisamente de eso quería hablarte, y aquí, no en la comisaría. —¿Qué ocurre? —Nada Roberto no ocurre nada. Solo que deberías tomarte las vacaciones en serio, y descansar lo que resta de mes y el siguiente. —Y eso a que viene jefe. —Viene Roberto, a que has sufrido un shock muy fuerte, posiblemente debido al estrés acumulado por el trabajo de estos últimos meses. —Pero jefe yo estoy bien, me encuentro bien física y mentalmente, además ya estuve de vacaciones. —No Roberto, no estás bien. He hablado con los médicos que te han observado en La Paz, con la psicóloga del Departamento y todos me han recomendado que te suba el sueldo y te de un mes más de vacaciones.

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—¡Ah! bueno, si es así no me importa. Pero veo que subyace algo más importante detrás de todo esto. ¿Verdad? —Sí, ya te lo he dicho, un poco de estrés, y no quiero que se convierta en algo peor. Eres uno de mis mejores hombres y de mis amigos, y por nada en el mundo, quisiera te ocurriera nada. —Nada me va a ocurrir. —Bien, ahora quiero que me cuentes todo lo que pasó. Durante más de media hora, el comisario escuchó a Roberto, quien iba respondiendo a preguntas que le formulaba, tras leer algunas notas escritas en una libreta, y donde también apuntaba algunas de las respuestas recibidas de Roberto. —Roberto, Loli, nos veremos mañana, ahora tengo que regresar a la comisaría. —Pero, comisario ¿por qué no se queda a comer con nosotros? —De verdad que no puedo, te lo agradezco, en otra ocasión, tal vez mañana. —Entonces, hasta mañana. —Hasta mañana. Le acompañaron hasta la puerta. Roberto, con las mismas ansias de salir a la calle, abrió de nuevo la puerta a la misma hora del día siguiente, e hizo entrar al comisario. —Bien sentémonos, y Roberto, si no te importa me gustaría que estuviera presente Loli. —Como quiera jefe.

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—Insisto en que tomes lo que resta de mes de vacaciones y el mes de Agosto completo. —Pero dígame la razón, por favor. —A eso vengo. —Adelante entonces. —Verás. Por si no te has dado cuenta, hoy es viernes 22 de Julio. —Claro jefe, ya lo he visto en el calendario. —Bien, según mis pesquisas y todas las informaciones recibidas, tanto de Pinillas como de Loli, de la agencia de viajes, la cafetería y el propio portero de la finca de tu casa, pero sobre todo, de lo que ayer me contaste, puede deducirse que volvisteis de vacaciones el lunes 18. —En efecto Jefe, así fue. —Bien déjame que en esta ocasión sea yo quien te cuente a ti, aunque no haya apuesta por medio. —De acuerdo jefe, prosiga. —Como decía, volvisteis de vacaciones el 18, y según tu relato has estado hasta el sábado moviéndote de un lado para otro, perseguido por una serie de gente a quien al parecer no conoces. Bien, pues hoy es viernes 22 de Julio, y has estado en el hospital desde el martes 19 en que te ingresaron, hasta el miércoles 20. Lo cual me lleva a corroborar que todo lo que te ha ocurrido es fruto de un mal sueño, o como consecuencia del golpe que debiste darte durante la siesta. —Pero jefe eso no puede ser, yo ….. —Roberto, por favor —Pero, es que, en efecto me eché un rato antes de irme a tomar una cerveza a casa de mi amigo Macario. —No Roberto, no fuiste a la cervecería de Macario. Has estado herido en tu casa desde la tarde del 18 lunes en

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que llegaste. Posiblemente te diste la vuelta en el sofá y durante el sueño; porque todo ha sido un mal sueño; intentaste llamar por teléfono y debido al movimiento para volver a tu posición, caíste sobre el porta revistas y te provocaste las heridas que tienes. Perdiste sangre, y como estabas dormido y soñando, tu cerebro posiblemente cansado, según me ha sugerido la psicóloga, no supo reaccionar al golpe y como consecuencia de ello, perdiste el sentido aun estando dormido y tu cuerpo no pudo controlar la pérdida de sangre. Gracias a que Loli dejó olvidado en tu bolsa un obsequio que compró para sus padres, y anduvo llamándote toda la tarde, la noche y la mañana siguiente pudieron encontrarte. Como el teléfono estaba comunicando todo el tiempo, a Loli le extrañó estuvieras fuera de casa tantas horas, y aun mas que no cogieras el móvil, pues no estabas de servicio. Tu mente ha confundido el sueño con la realidad, y el cansancio de tu cerebro ha hecho el resto. —Vale todo eso parece estar bien, y de acuerdo, tal vez estoy algo confundido por el golpe, quizás necesite algunos días para recuperarme y volver a la cruda y ponzoñosa realidad diaria. Pero jefe estuve unos días de vacaciones, descansé. Es más, Pinillas me trajo las fotografías de los fichados en la comisaría y pude reconocer a cinco de los que aparecían en el sueño. —Eso tiene una explicación lógica. Claro que me la ha dado la psicóloga. —¿Y cuál es? —Sencillamente, algo durante el sueño o el propio cansancio y estrés, te han transportado hasta tu época de Inspector de Homicidios, toda esa gente fue detenida por

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ti y tu equipo y posteriormente juzgados, acusados de haber cometido una serie de delitos. El hombre 4568, mató a su esposa e hija. La joven 6522, infanticidio. El joven con pantalones vaqueros de tubo 7710, apuñaló a otro joven en una discoteca. La gitana 8890 se cargó a otra de otra tribu, y así todos los que reconociste, y que en su momento detuviste. Eran simplemente fantasmas. Además, todos están muertos. —Pero jefe, parecían estar en mi casa. —Desde luego, y según dijiste en el relato, tú mismo abriste la puerta para dejarles pasar y acabar con la tensión que vivías en el sueño ¿No es cierto? —Desde luego. —¿Entonces cómo te explicas que la cadena de tu puerta estuviera echada, así como los cerrojos y pasadores, que obligaran a los bomberos a reventar la puerta para poder pasar, dado que no respondías ni a llamadas del timbre, ni a los golpes en la propia puerta, así como a las numerosas llamadas telefónicas a ambos números tuyos?¿Cómo es posible que te encontraran con la ropa que llevaste puesta en el viaje de regreso a Madrid, no el Lacoste verde y los pantalones chinos? ¿O como que tu pistola reglamentaria estuviera en la mesa del televisor, digo en tu mesilla de noche? Sencillamente porque todo aquello fue un sueño, y tú estás al límite. Si lo traspasas seguramente puedes caer en un proceso de ansiedad. Por ello te recomendamos todos, como compañeros, pero sobre todo como amigos, que te marches de vacaciones. Además como te prometí, te he subido el sueldo. Toma, esta es la carta de aumento desde este mismo mes de Julio. —Gracias jefe, muchas gracias.

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—Gracias José María —dijo Loli abrazando al comisario. —De nada. Por favor, no es nada. Suelo hacer esto todos los meses, y algunas veces cada quince días, si son mis amigos quienes me necesitan. —Es usted un buen hombre, debería llamarle como a los espárragos grandes y jugosos a los que llaman cojonudos. Es decir, el comisario cojonudo. Gracias jefe, me satisface contar con amigos como usted. Ambos hombres se abrazaron bajo la atenta mirada de Loli. Luego se despidieron, tampoco pudo quedarse a comer ese día. Por la tarde tomaron un taxi y se acercaron hasta la agencia de viajes. Allí estaba Daniela, cuando fue a hablar, Roberto se adelantó cortando el conato de conversación. —Verás Daniela, quiero que me amplíes diez días la estancia en Portugal, y que nos prepares a mi…Loli y a mí, una estancia de cuatro días en las Islas Madeira, y cinco en Oporto. Luego déjanos descansar dos días en Madrid, para continuar con otros quince en Austria, prepáranoslo, y mañana volveremos a por toda la documentación. —Como quiera Sr. Hernán Carrillo, como quiera. —Y ahora, –dijo dirigiéndose a Loli- nos vamos a tomar la cerveza y los berberechos que no me tomé el lunes 18 por la tarde. ¿De acuerdo? —De acuerdo cariño.

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Se tomaron de la mano al salir de la agencia de viajes, subieron hasta Alonso Cano en dirección a la cervecería de Macario. Al llegar a la tienda donde tenían expuestos los embutidos y conservas que Roberto vio en su sueño, dijo a Loli: —Mira aquí fue donde vi el reflejo del hombre que me seguía en el escaparate. Loli se volvió. Vió como un numeroso grupo de personas se perdía al volver la esquina de la calle Ponzano. La última de ellas una gitana con unos largos zarcillos y una gran pulsera de grandes eslabones de oro, volvió la cabeza y con la mano señaló a Loli. Mientras un hombre de unos sesenta años con el cabello blanco, cubierto con una gabardina negra tiraba de ella. Loli sintió un fuerte escalofrío y se agarró con fuerza al brazo de Roberto. —Anda vamos a tomar la cerveza que me has prometido. —Claro cariño, solo estamos a dos pasos —replicó Roberto.

*** 10º Caso PETALOS y ESTRELLAS

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El mundo no está en peligro por las

malas personas, sino por aquellos

que permiten la maldad.

Albert Einstein

No era usual en Loli aquel comportamiento suyo durante las vacaciones. Por otro lado, comprendía que después de atravesar los malos momentos ocurridos en el mes de Julio, tanto él como ella, se dieran una tregua y cambiaran sus actitudes, al menos Roberto. Apenas refirieron lo ocurrido. Solo de vez en cuando Loli aparecía como la mujer más enamorada del mundo. Su mirada candorosa recorría cada gesto que Roberto enviaba a quien pudiera verle en ese momento. Y en muchas ocasiones, bien le preguntaba, o bien decía una melodiosa frase: ¿Quieres que te coja la mano para que no te sientas solo, como cuando estuviste en el Hospital? El miraba sus ojos y asentía con la mirada o con un beso, mientras tendía su mano para que ella la cogiera con fuerza, y no la soltara hasta que Roberto sintiera hormiguillo, cuando empezaba a cortársele la circulación de la sangre. Aquellos días de vacaciones recomendadas, recorrieron Portugal, desde el centro al norte, luego al sur y de nuevo al centro para saltar a las Islas Madeira. De vuelta a Madrid, descansaron un par de días, cambiaron de ropa en la maleta, por aquello de las latitudes, y de nuevo al aeropuerto en dirección a Viena. Desde allí se dispusieron a visitar con parsimoniosa tranquilidad todos y cada uno de los rincones, monumentos, plazas, museos

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y palacios. Tomar cada día un café en un lugar distinto, diferenciados de los del resto del mundo por la simple etiqueta de ser un Café Vienes. Escuchar a cada paso a algún músico o grupo interpretando alguna obra del gran Wolfgang Amadeus Mozart. Al acabar, volvieron a Madrid en un coche alquilado, en vez de hacerlo en avión. Querían impregnarse de los maravillosos paisajes, las montañas, bosques ríos y arroyos, lugares, pequeñas aldeas. Pasaron por Salzburgo, más tarde por Génova, Cannes, Montecarlo y Barcelona, hasta llegar a Madrid. Cuando cerraron la puerta y posaron las maletas en el suelo, ambos se tomaron de la mano y se dirigieron a un sofá del salón, se acomodaron en él, y sin decir palabra alguna, suspiraron al unísono. Luego llamaron a una Pizzería solicitando una grande, y media docena de cervezas frías. Loli antes de dormirse se acercó suavemente al rostro de Roberto buscando su oído izquierdo, y como si estuviera musitando una oración, susurró: Roberto, te quiero. Gracias por estar conmigo. Han sido las vacaciones más maravillosas de mi vida. El solo aparentaba estar dormido, no le respondió en ese momento, sin embargo cuando escuchó que la respiración de ella, marcaba casi el ritmo marcado por Orfeo, se acercó a su oído derecho y sin ningún matiz forzado, solo dejando que los sentimientos subieran hasta sus labios transformándose en palabras le dijo: Loli, te amo porque creo que eres por algún designio divino, fuente de luz y remanso de ternura, manantial profundo de luz pura, que ilumina en la vida mi camino. Soy yo quien debe agradecer que estés

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a mi lado, y estas has sido solo, unas vacaciones estupendas, las más maravillosas, aún están por llegar. Te quiero. Luego la besó suavemente. Se durmió sin descubrir que Loli aún estaba despierta y pudo escuchar cada palabra que dijo. Como pudo, refrenó las ganas de abrazarle con toda la fuerza del mundo, no así las pequeñas lágrimas de felicidad que empezaron a regar su rostro. Aún quedaban diez días para acabar el mes de Agosto. Loli había pedido en la oficina donde trabajaba, ampliar su periodo de vacaciones, aunque a su costa monetaria y por esa razón quiso incorporarse enseguida. Roberto sin embargo no podía hacerlo, lo tenía prohibido por el comisario, la psicóloga del Departamento y la mayoría de los compañeros, en especial Luís Pinillas. Ambos sabían que el proceso del mes de julio estaba completamente superado. No obstante no tenía intención de ir por la comisaría, ni siquiera llamar. Cumpliría a rajatabla el compromiso adquirido. Solo llamó al portero de la finca, a quien pidió vigilara las obras mientras ponían de nuevo la puerta de seguridad. Tampoco tenía ganas de volver a Ríos Rosas, y solo cuando Loli se lo preguntara volvería. Mientras, daría grandes paseos y prepararía la comida para cuando regresara ella. Los días se hacían más largos de lo normal por el mero hecho de estar ocioso, no tener ocupación u obligación alguna. De manera que, después de pasar por el supermercado y preparar algún plato frío para el

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almuerzo, salía a dar un largo paseo hasta las tres de la tarde, hora en que regresaba Loli de trabajar. Recorrió toda la zona. Nada más salir de casa de Loli, y tomando la Avenida 15 de Mayo se encontraba con un gran parque, el de San Isidro. Aquella mañana lo recorrió entero, abandonándolo bastantes metros más arriba, en la calle de General Ricardos. Cuando bajaba hacia la Glorieta del Marqués de Vadillo, le llamó la atención el elevado número de locutorios telefónicos regentados por inmigrantes suramericanos. Jamás hasta esa mañana se detuvo, o percibió la cantidad de ellos instalados por todo Madrid. La mañana siguiente cambió de ruta, y como le picó la curiosidad, comenzó a pasear buscando más locutorios telefónicos. Algunos parecían esas tiendas de todo a 100, desde latas de refrescos, a comida preparada, frutas, juguetes para niños y dos o tres cabinas para llamar a cualquier país. Los carteles expuestos invitando a llamar, se exponían en el exterior, unos manuscritos, otros, con tipografía de un avanzado método de impresión. Se preguntó hasta qué punto el Ayuntamiento de Madrid permitía el intrusismo alimentario en unos locutorios telefónicos y privados. Habló con algunas de las personas que regentaban los locales, y pudo comprobar, posiblemente por el horario, que apenas había gente llamando a Suramérica, África, o Europa Central. Sí observó que muchos de quienes entraban lo hacían para comprar alimentos o bebidas típicas de sus respectivos países.

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Pudo hacerse una amplia idea de lo que había por la zona, a partir de ese momento, se trazó un plan, compraría un plano de Madrid y comenzaría a marcar todos los locutorios que encontrara cada vez que saliera a hacer cualquier gestión, tanto a nivel particular, como cuando se incorporara en la comisaría a sus actividades cotidianas. Antes de acabar agosto, ya tenía marcados más de treinta, solo en la zona cercana al domicilio de Loli. La fecha para incorporarse a su trabajo se acercaba, por lo que Loli viendo la intranquilidad de Roberto se acercó a él y le dijo: —¿Quieres que nos acerquemos por tu casa y veamos cómo está? Podríamos comprar algo de comida y dejar aquello listo para cuando regreses de nuevo a tus actividades ¿Te parece bien? —Claro, cariño, lo que tú digas. Nada más terminar de almorzar, cogieron el coche, subieron la maleta de Roberto y atravesaron Madrid hasta la calle Ríos Rosas. Saludaron al portero quien les entregó todo el correo atrasado. Luego comprobaron que la nueva puerta se ajustaba fidedignamente a la anterior, destrozada por los golpes, y exteriormente idéntica a la de cualquier otro vecino del edificio. Ventilaron las habitaciones y anotaron lo que hacía falta para llenar la despensa. Por la tarde el supermercado subiría todo el pedido. Alimentos y bebidas, incluidas

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algunas cervezas. Después salieron. Roberto giró la llave de la puerta con una de las facilitadas por el portero, y nada más acabar el pequeño trámite, se la entregó a Loli. Ella la miró con sorpresa, nunca antes había tenido en su poder la potestad de abrir o cerrar la casa de Roberto. No cruzaron palabra alguna y bajaron a pasear y cenar algo en un establecimiento cercano para luego regresar al Puente de Toledo. Aquella sería la última noche de las vacaciones que pasaría con Loli y en su casa. —La vida continúa, aunque estoy convencido que no será como antes —dijo Roberto a Loli antes de besarla al despedirse e ir al encuentro de su trabajo en la Comisaría. —Claro, ya lo sé. Será difícil hacerme a la idea de que no tenerte cada día, como hasta hoy. Roberto puso su mano sobre los labios de Loli, acallando cualquier conato de continuar la conversación. Volvió a besarla y subió al coche. En la Comisaría nadie preguntó por lo ocurrido en Julio, todos le saludaron como cualquier otra mañana, solo preguntaron por sus vacaciones. —Te estaba esperando Roberto —dijo el comisario nada más verle. Salgo ahora misma para Italia, de vacaciones, y solo quería darte un abrazo. Ver cómo te incorporabas y que me dijeras ¡Estoy bien! — Jefe, estoy bien. —Me alegro ¿Qué tal Loli? —Un poco triste, pero se recuperará enseguida.

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—Entonces dejo todo esto en tus manos. No creo que tengas muchos problemas, aunque septiembre es uno de los meses más tranquilos, dado que no han vuelto todos de vacaciones. Bueno ya lo ves, yo mismo me marcho ahora. —Tranquilo jefe. Cuidaré de la comisaría en todos los aspectos y de su trabajo, que es el mío también. —Hasta la vuelta entonces. —Hasta la vuelta, y salude a Aurora con todo mi afecto. Su incorporación apenas se notó, todas las secciones trabajaban a su ritmo. Diariamente y como era costumbre, se reunía con los responsables de cada Sección. Cambiaban impresiones y le ponían al corriente de las acciones que cada uno de ellos llevaba a cabo. Rutina y tranquilidad eran lo cotidiano. Cuando terminaba la jornada llamaba a Loli, y pese a no hacerlo diariamente, si lo hacía con bastante frecuencia. Pensó que de esa manera resultaría más llevadera la separación, aunque realmente tampoco él se sentía bien, sin verla cada día. A mediados de mes, un martes concretamente, en la reunión con los Responsables de las Secciones, apareció una petición. La Dirección General advertía a todas las comisarías investigaran sobre movimientos de papel moneda falso. También se habían recibido noticias de un envió de cocaína para su distribución en Madrid. Los Agentes fueron informados y Roberto anotó aquella fecha en su agenda.

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A lo largo de los siguientes quince días, fueron realizando acciones según pidió la Dirección General. Hubo algunas detenciones, pero sin importancia. Algún camello con dos o tres papelinas y dos chinos por tratar de cambiar en un establecimiento dos billetes falsos de 50€. A punto de regresar el comisario de vacaciones, recibió una llamada de la Dirección General, solicitaban una reunión urgente con todos los Comisarios de Madrid. ……..y estamos convencidos de dos cosas. Una, es en Madrid de donde salen los billetes falsos al resto de las

provincias, y dos, que es aquí donde se blanquea el

dinero de la cocaína. Señores pongan más dotaciones en

su búsqueda y que tengan suerte. La próxima reunión la

celebraremos dentro de quince días, y me gustaría que

sus informaciones e investigaciones estén para entonces

muy avanzadas. Gracias por venir.

Roberto regresó a su comisaría y se dispuso a reunir a los suyos, para trasladarles la solicitud recibida. Quedaban cuatro días para que el comisario estuviera al frente, por lo que comenzó a redactar un amplio informe que le permitiera asumir la dirección de los asuntos con suficiente conocimiento de causa. Se incorporó el martes 4 de Octubre. Las lluvias hicieron acto de presencia en Madrid, tras un seco y caluroso verano. Cuando subió a las oficinas y comenzó a saludar a todos, el día comenzó a cerrarse en agua, gris, fresco y triste. Durante unas horas Roberto y el resto de Responsables de las Secciones estuvieron intercambiando información, poniéndole al día de los casos. Más tarde

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tomaron un café en Sanchidrian y de vuelta a lo cotidiano. Descargado de la responsabilidad como sustituto del comisario, el inspector Hernán Carrillo pasó a observar. Un mañana oyó que en la comisaría del distrito del domicilio de Loli, que habían detenido a cuatro suramericanos. Preguntó la razón y le comentaron el motivo, distribución de cocaína. Cada uno llevaba entre diez y doce papelinas. Se acercó al plano y comprobó que las detenciones se habían realizado a pocos metros de cuatro locutorios telefónicos señalados por él durante la época en que estuvo paseando por el barrio. La coincidencia le puso en alerta. Poco después llamó a dos o tres comisarías más pidiéndoles datos de las detenciones realizadas. Las anotó para luego marcarlas con unas chinchetas de color blanco. Los locutorios comenzó a marcarlos con otras de color negro. Cuando terminó se acercó al despacho del Comisario. —Jefe, tengo la impresión de haber dado con la clave de la distribución de cocaína. Si me permite, me gustaría explicarle. —Adelante. Al cabo de media hora. —Pondré a tu disposición a Pinillas en cuando regrese de una gestión en Hacienda, que te ayude a coordinar con el resto de comisarías, y espero tener algo con que impresionar a mis colegas en la próxima reunión. —Lo intentaré

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A partir de ese momento Roberto y su ayudante Pinillas, ampliaron el campo de acción. Pusieron la sala llena de planos por distritos, con chinchetas de varios colores, señalando tanto las detenciones que iban realizándose, como los establecimientos, no ya locutorios, sino también algunos de alimentación, que fueron apareciendo. Solicitaron al Ayuntamiento la lista de todos los locutorios autorizados en Madrid. Al cabo de unos días, tuvieron que ampliar los planos y medidas, por lo que Pinillas optó por trasladarlo todo a un programa dentro del sistema informático. Así será más fácil pedir parámetros y la respuesta más rápida, trabajaremos menos, dijo al inspector. Pidieron las declaraciones de los detenidos y como consecuencia de ello, descubrieron que llevaban una ruta iniciada desde un determinado punto del distrito o zona. Llevaban la cocaína a tres o cuatro sitios y luego volvían entregando más papelinas en otros lugares por otra ruta hasta volver al mismo punto de salida o inicio. Pinillas trazó sobre el plano en la pantalla del ordenador, la silueta de los recorridos efectuados por los detenidos. Los trazos en negro se destacaban como figuras ovaladas, similares a los pétalos de una margarita en flor. Roberto advirtió la figura y pidió al agente hacer lo mismo con el resto de comisarías y distritos. El resultado apareció ante sus ojos, era semejante a un ramo de margaritas. Solo restaban dos días para la reunión del comisario en la Dirección General. Estaba entusiasmado con el descubrimiento hecho por Roberto y su equipo. Mientras

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tanto recibieron informaciones de denuncias realizadas por establecimientos bancarios por la oleada de billetes falsos que iban apareciendo. También detuvieron a varios inmigrantes al intentar depositar en cuentas bancarias billetes falsos. Tras prestar declaraciones, todo indicaba la existencia de una mafia china dedicada a cambiarlos. El pago de una llamada telefónica, la compra de un pequeño artículo, todo ello hecho con billetes falsos de 50€. Roberto y Pinillas metieron en el programa los datos que iban recibiendo de cada una de las comisarías, el lugar donde habían sido cambiados, según informaban los bancos y los establecimientos donde dejaban los billetes para pago. En esta ocasión los trazos fueron en rojo, el resultado a los ojos de Roberto fueron estrellas de cinco puntas. Lo curioso del caso era que las estrellas se superponían sobre los hipotéticos pétalos de margaritas. —La reunión es mañana Roberto, me gustaría tener información. —Enseguida, Pinillas está terminando de pasar los datos a unos discos. —¿Quiere que le acompañe? —Por supuesto, serás tú quien de las explicaciones a todos. Es más me gustaría saber los pasos a dar, según tu opinión. —De acuerdo iré con usted. Eran más de treinta las personas reunidas en la gran sala dispuesta para la ocasión. En uno de los laterales una pantalla y a unos metros, frente a ella, un proyector

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conectado a un PC. Durante unos minutos el director trató de ponerles a todos en antecedentes. Según las informaciones recibidas del Ministerio del Interior, la situación era preocupante. Uno a uno fue señalando las detenciones realizadas y dando opiniones sobre la marcha de la operación. El último en hacerlo el comisario José María, acompañado por Roberto Hernán Carrillo. —Señores, quiero presentarles al inspector Hernán Carrillo. Hasta el momento, viene ocupándose de una Sección para casos extraños en mi Comisaría. Dado que tiene una peculiar manera de trabajar, y que sin duda alguna ayuda de forma eficaz a resolver cuantos asuntos nos encomiendan o aparecen en nuestro distrito. He querido que él mismo exponga como ha descubierto la trama inicial de los casos de distribución de cocaína y billetes falsos. —Muy bien comisario —señaló el Director General - adelante Inspector. Roberto se encaminó hasta el monitor, lo encendió haciendo que la pantalla se iluminara con las mismas imágenes transmitidas a través del ordenador. Buscó el programa de Pinillas y comenzó a hablar. —Señores, en este momento, en Madrid y según nuestras hipótesis, vienen operando dos grupos, distintos pero identificados. Uno se ocupa de distribuir la cocaína y lo hace así. —mostró los diferentes planos de Distrito con los pétalos—– Como ven hemos recabado información a

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todas las comisarías y el resultado es el que están viendo. Los distribuidores después de cortar la droga, la entregan al tiesto de cada distrito —nosotros lo hemos llamado así, luego explicaré la razón— Les entregan un determinado número de papelinas para su distribución a través de los diferentes locutorios y tiendas de alimentación, regentadas por inmigrantes suramericanos. Una vez depositadas en las tiendas y locutorios, los compradores, inmigrantes o no, se acercan a comprarla. No levantan ninguna sospecha, por cuanto son establecimientos que permanecen abiertos incluso festivos y hasta altas horas de la noche, dado el huso horario en Suramérica, ocho o diez horas de diferencia con España. Es decir los establecimientos son los camellos. Las mulas y en número de seis por distrito, son enviadas por el tiesto haciendo una ruta de ida y otra de vuelta, de tal manera que conforman una especie de pétalo de margarita, como pueden comprobar. Y lo hacen así para que en un momento dado desde sus respectivas rutas, las mulas puedan verse al cruzarse y comentar si ha ocurrido algo, si les siguen, o han observado algo extraño y poder así retirarse inmediatamente. Es decir como los pétalos de las margaritas, en un momento se superponen. El tiesto, es llamado así porque no está en el mismo distrito en que operan, allí no le conocen. Él se acerca desde donde vive o tiene el depósito encomendado y entrega la mercancía a sus mulas. Es como los tiestos, la distancia desde la tierra a la flor, los pétalos, suele ser amplia. —Bien, todo eso me parece muy bien —interrumpió el Director General— pero no creo que su hipótesis consiga decirnos quién lo hace, no el cómo, según parece.

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—Señor Director, si me permite acabar, daré más tarde la opinión de nuestra comisaría y las consideraciones que estimamos se deben llevar a cabo. —Bien adelante, prosiga. —Como les decía, hay dos grupos. El segundo, es de inmigrantes chinos. Estos por el contrario, funcionan individualmente, y aprovechan los mismos cauces que los suramericanos, los mismos distritos, aunque de diferente manera. Estos trazan una sola ruta que la completan zigzagueando y formando una especie de estrella de cinco puntas. Pueden comprobar como las líneas rojas son las rutas de los chinos y las negras las de los suramericanos. Los primeros se ocupan de comprar y pagar con billetes de 50€ en los establecimientos regentados por los segundos, que carecen de aparatos para comprobar la falsedad o no de los billetes. Por ello, cuando entregan los importes en los bancos, estos los rechazan y avisan a las comisarías para que detengamos a los culpables de intentar pasar billetes falsos. Sin embargo no son ellos quienes los pasan, sino los chinos. Ahora me gustaría decirles, aunque habrán podido comprobar, que tanto las estrellas como los pétalos de margarita, en algunos distritos no están completos, sencillamente no hemos detenido a nadie. Propongo que durante una temporada no hagamos detenciones, solo seguimiento y cuando estén tanto las margaritas como las estrellas completadas en cada distrito, comenzaremos con ellas. Es más, estoy convencido que subyace algo demasiado importante, que ahora mismo no alcanzamos a ver, y es posible podamos dar con las cabezas de estos dos grupos mafiosos.

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—Estoy de acuerdo —interrumpió de nuevo el Director General— Perfecto, Debemos alcanzar a las cabezas, y si les parece bien a todos propongo que sea la sección del Inspector Hernán Carrillo y el comisario de quien depende, quienes se hagan cargo desde este momento de la coordinación y responsabilidad de ambos casos. El resto ayudaremos en lo que nos pidan. ¿Les parece bien denominarla Operación Pétalos y Estrellas? Se oyeron murmullos de asentimiento, mientras el comisario José María y Roberto se estrechaban la mano ante la sonrisa y mirada del Director General. Después de media hora de conversaciones y saludos, ambos volvieron a la comisaría. —En buena nos has metido Roberto. —Jefe, fue usted quien aceptó que fuera, además, si el resultado es positivo serán puntos para usted, no crea que me olvido de la sustitución por jubilación del Director General. ¿O no? —Sí, claro que me gustaría alcanzar esa categoría, pero hay que ser realistas, y ahora lo importante es, como haremos para lograr éxito en estos casos. —Nada jefe, no se preocupe. Claro que deberíamos poner algo en juego como siempre ¿ No le parece? —En esta ocasión juegas con ventaja Roberto. Pero venga, no me opongo. Sea. ¿Que nos apostamos? —Le parece que elija quien pierda. —No entiendo, será quien gane. —No jefe, será quien pierda. Ya lo entenderá al acabar los casos.

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—Bien, sea como dices Roberto, y ahora manos a la obra, estamos perdiendo tiempo. —Vale jefe, ya voy. Las voces del comisario sonaban a zafarrancho de combate. Carreras a un lado y otro de la comisaría. Los despachos abiertos, mostraban a alguien sentado y a otro explicando algo sobre un papel. Se acondicionó una sala exclusivamente para el inspector, dotándola de numerosas terminales tanto de teléfono como de ordenadores. Pinillas, estaba exultante, se había convertido de la noche a la mañana en la mano derecha del inspector, de manera que ya comenzaban a llamarles La Extraña Pareja. A todo esto Roberto tras el trajín de la incorporación, los días de sustituto del comisario y ahora el desplazamiento de responsabilidad en la coordinación de ambos casos, olvidó que el cumpleaños de Loli, se acercaba como un tren a una estación de paso, deprisa, silbando y sin parar. Dejó por unos momentos a Pinillas y pidió ir urgentemente a la calle Serrano, semiesquina a la calle Goya. Atravesó el hall de entrada y directamente se encaminó hasta la señorita que parecía estar esperándole. Le mostró más de una docena de prendas y al final, cansado y obtuso en la decisión; todas le parecían bonitas; optó por una negra con unos toques difuminados de gris entremezclados con unos sutiles hilos dorados. Pagó y volvió a meterse en el coche patrulla que le devolvió a la sala de la Operación Pétalos y Estrellas.

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El Comisario habló en numerosas ocasiones con el Director General, quería mantenerle al tanto de cuanto se estaba haciendo en la Sala. Roberto pidió a Loli, celebrar su cumpleaños el sábado o el domingo, ya que el lunes iba a ser imposible dedicarla todo el día. Ella aceptó. El coche les llevó hasta Moralzarzal, buscaron El Jardín y almorzaron para celebrar el cumpleaños. Por la tarde y solo cuando volvían a su casa para tomar una copa, Roberto sacó una caja envuelta en papel azul. La llevaba escondida bajo la banqueta del conductor. Se la dio a Loli, que hasta entonces mantuvo el ceño fruncido, tal vez molesta por no haber recibido ningún presente de Roberto. Los ojos comenzaron a brillarle inquietos y cuando descubrió la estola negra, con los difuminados toques de gris e hilos dorados entrelazados, suspiró y le abrazó como pudo sacando los brazos del cinturón de seguridad que la sujetaban. Antes de salir, Roberto la besó repetidamente felicitándola y advirtiéndola que no podía seguir haciendo lo que hasta ahora, es decir cumpliendo solo en los años impares. Ambos rieron y se despidieron hasta la noche. Durante el fin de semana aparecieron completas todas las margaritas y todas las estrellas en los diferentes distritos. Tenían controlados a todos los tiestos de la cocaína, y a dos mafiosos chinos que hacían la ruta de las estrellas para entregar fajos de billetes falsos. Advirtió al comisario la necesidad de confiarle los datos al Director General y solicitar autorización para hacer la gran redada, dado que tenían controladas todas las salidas de la

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ciudad. Decidieron hacerla el miércoles. Todas y cada una de las comisarías apostaron sus efectivos, incluso pidieron ayuda a otras demarcaciones de fuera de Madrid, para que estuvieran listos por si los necesitaban. Las once de la mañana fue la hora prevista. En esos momentos, tanto los chinos iniciaban la ruta como los suramericanos las terminaban. El resultado fue positivo, ya que solo se escaparon dos individuos. No hubo altercados en los procesos de detención. Se hizo el seguimiento por policías de paisano, mientras un coche camuflado esperaba la detención para acercarse e introducirle y llevarle a la Comisaría más cercana, hasta que el Juez dictara el Auto correspondiente. De esta manera no advirtieron nada los Cabezas de ambas mafias, ni los periodistas. A la mañana siguiente se hizo una mínima observación, por si aparecían otras mulas o chinos. Negativo del todo, aparentemente se habían desmantelado ambas organizaciones criminales. Mientras se estaba llevando a cabo la detención de los peones, un grupo de intervención especial hacia lo propio con los jefes de ambas mafias. Ahora debían esperar a los interrogatorios de los primeros detenidos. Llamaron a algunos especialistas de otras demarcaciones. Se grabó cuanto dijeron e hicieron anotaciones sobre ciertos comportamientos, incluso amenazas veladas de algunos de los detenidos. Algunos hicieron uso del derecho que les otorga la legislación solicitando la presencia de un abogado, lo cual por el momento no estaba de la mano de

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la Policía, según le dijeron, y así dilataron su presencia hasta que el Juez de Guardia, dictó los oportunos Autos de prisión provisional sin fianza e incomunicación para todos ellos. Después, toda la documentación, grabaciones y anotaciones, fueron entregadas a Roberto y su equipo para confeccionar el informe que iría en primer lugar al Director General y al Ministerio del Interior, para luego pasar al Juez de Instrucción y la Fiscalía correspondiente en espera de los autos de procesamiento, si procedía. Roberto leyó declaraciones, inspeccionó almacenes, oficinas y vehículos, comprobó datos con los archivos centrales a través de Pinillas, y luego se encerró en su despacho para redactar el informe. Cuatro días para su redacción, dos más para rectificar e introducir algunos datos aparecidos y solo uno para su salida en papel y disco. Con ellos en la mano se acercó al despacho de su Jefe. —El Director General nos está esperando, Roberto, un coche nos aguarda. La reunión se va a celebrar en el Ministerio del Interior y el Ministro estará presente. Debemos lucirnos. —Lo haremos, no se preocupe, Jefe. A la entrada del Ministerio mostraron sus correspondientes placas, al atravesar la puerta. Subieron hasta el despacho del Sr. Ministro y esperaron a que este diera orden de hacerles pasar. Tras los saludos y presentaciones, Roberto fue invitado a describir

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someramente los detalles de la Operación Pétalos y Estrellas. —.. la hipótesis lanzada por nuestro departamento al Director General fue apoyada personalmente por él, y fruto de ello, ha sido la cadena de detenciones y desmantelamiento de ambas redes. Desde luego ha sido todo un éxito, si me permiten, me siento orgulloso de estar a las órdenes de ustedes, y tener un equipo altamente cualificado y muy profesional, ya que sin su ayuda, hoy no estaríamos aquí. —Pero dígame; si me permite más tarde leeré su informe; cuales eran las maniobras —pidió el Ministro. —Por un lado debemos señalar, que la venta de cocaína era solo la manera de blanquear el dinero, sin que el Departamento de Hacienda o las Brigadas Especiales del Banco de España pudieran percibirlo. Era un tanto difícil. —¿Por qué? —se atrevió a preguntar el Sr. Ministro. —Muy sencillo. Era como el pez que se muerde la cola. La droga está entrando diariamente a través de los inmigrantes que cada día llegan a Madrid, y a otras capitales. Traen pequeñas cantidades. Escondidos en las bolsas y grandes maletas personales, es difícil que en la Aduana, den con las pequeñas dosis conteniendo no más de 100 grs. de droga. Los distribuidores tienen las direcciones de cuantos llegan a Madrid. En cada caso, y al cabo de unos días, alguien se presenta en sus domicilios, o de familiares o amigos, para recogerle al recién llegado la bolsa con los gramos de droga. Teniendo en cuenta la cantidad de inmigrantes que diariamente llegan, son muchos los kilos que recogen al cabo del mes. Al mismo tiempo les ofrecen y prestan

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dinero para instalarse en la ciudad. Bien para alquilar viviendas, comprar un vehículo, o para poner un negocio de alimentación de sus productos, o un locutorio telefónico, dado el afán de llamar todos los días a su familia. En un porcentaje bastante alto aceptan el préstamo, y desde luego con un alto interés, rayando en la usura. Si no aceptan a la primera invitación, no les preocupa, lo harán tarde o temprano. Su devolución se hace mediante envíos mensuales a través de unos determinados locutorios. Ellos son quienes determinan a quienes deben favorecer, ya que los locutorios, cobran comisiones por el envío de dinero a cualquier país. Si a eso le añadimos que también prestan dinero directamente en sus países de origen, facilitándoles la compra del billete de avión y dinero de bolsillo, por el efecto llamada familiar, traerse a España al resto de la familia, la rueda está hecha. Utilizan al inmigrante tanto para traer la droga como para blanquear todo o parte del dinero. Los envíos se hacen parte para pagar las deudas y parte para blanquear, ya que son ellos, quienes están en los locutorios, tiendas y demás, quienes venden las papelinas una vez cortada la droga. A la sombra de todo esto, la mafia ha extendido sus redes a numerosos negocios, tales como periódicos, emisoras de radio y televisión, agencias de viajes, venta de electrodomésticos, viviendas, importaciones de productos alimentarios típicos de cada país suramericano, etc. etc. —¿Y qué me dice de la otra mafia? —Sr. Ministro esa ha sido aún más fácil y sencilla. Los chinos no son tan enrevesados. Alguien debe un favor en China y les exigen que haga aquí algo por ellos. Se hacen con papel moneda de China sin imprimir, en blanco. Una

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vez recibida en Madrid la partida de papel, concretamente en Fuenlabrada, montan en los sótanos de una de las naves que tienen, un imprenta sofisticada, impresoras, ordenadores e imprimen sobre el papel moneda chino, billetes de 50€. Tiene casi la misma textura que el de nuestros euros. Hacen tiradas y tiradas, y a través de su gente que son los primeros en advertir el juego hecho por los suramericanos, y a su sombra, y por si la policía los sigue, hacen rutas para comprar y pagar con billetes de 50€. La ingenuidad de la gente les proporciona el paraguas necesario para blanquear y pasar más de un millón de euros mensualmente en cada distrito de Madrid. No contentos con ello, exportan el modus operandi a otras ciudades de España, razón por la que aparecieron billetes falsos en Barcelona, Valencia, Sevilla, Granada, Santander etc. Y eso es todo Sr. Ministro. Ahora podremos descansar algunos días y aprovecharé para que mi comisario, me invite a la semana gastronómica vasca que se celebrará próximamente. —¡Ah! ¿es que su jefe le invita a comer cada vez que acaba un caso? —No, que va Sr. Ministro, nos lo apostamos, y quien pierde paga. —Pero Inspector, en esta ocasión no ha perdido, han ganado ambos ¿No cree? —Desde luego, pero alguien tendrá que hacerlo, al fin y al cabo es el jefe. —Pues si me permite inspector —señaló el Director General— seré yo quien les invite a los dos, si no les importa. Al fin y al cabo soy el jefe de ambos. —No nos importa —dijeron ambos al unísono.

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—Lo lamento —empezó diciendo el ministro— me parece que como yo soy el jefe de los tres, seré quien invite a esos días gastronómicos vascos ¿O no están de acuerdo? —Si jefe…, perdón, Sr. Ministro, los tres estamos de acuerdo —rezaron el Director General, el comisario y el inspector como si fueran el Orfeón Donostiarra. Se saludaron, despidieron y cruzaron enhorabuenas. El coche del Director General les devolvió a la comisaría. Una vez allí, Roberto, reía a carcajadas mientras subían los cuatro peldaños del edificio y decía al comisario: —¿Entiende ahora por que dije quien perdiera elegía? —Entonces no, pero tampoco ahora, el ministro no ha perdido. —Claro que no, pero ninguno de nosotros perdimos. Así es que hemos ganado ¿no es cierto? Nos invitará el Ministro. Ambos entraron en las oficinas riendo mientras el resto de compañeros se preguntaban la razón de aquel jocoso momento.

*** 11º Caso El SIGUIENTE

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No soy optimista, quiero ser optimista.

Emile Zola

El vehículo circulaba a una velocidad endiablada. Por sus ventanillas no asomaba pañuelo blanco alguno, como era dado cuando dentro alguien angustiado, trataba de llegar a un hospital para llevar a un familiar tal vez enfermo, o con cierta gravedad, o cuando una mujer estaba a punto de parir. Ninguna razón aparente, pues no era el caso, hacía que el conductor de aquel coche gris plata, de grandes proporciones, circulara por el Paseo de la Castellana dirección norte-sur a velocidad superior a la permitida. En el semáforo y para cruzar desde el Palacio de Congresos y Exposiciones hacia el estadio de Fútbol Santiago Bernabéu, y viceversa, un numeroso grupo de personas de diferentes edades y sexos, esperaban a que la luz roja cambiara de posición, cerrando el paso a los vehículos y facilitándoles su avance hasta la acera opuesta. Cuatro, tres, dos, uno, verde, ¡adelante! y en ese momento comenzaron a cruzar la amplia avenida. Sin embargo el coche o no quiso ver como otros paraban, o algo extraño escondía. La gente asustada al verlo llegar a tanta velocidad trató de abandonar la posición que ocupaba, y buscar otra evitando les arrollara. Algunos gritaron asustados, como si el sonido pudiera mover o parar vehículos. Quedaban segundos para que al menos diez o quince personas, quien sabe cuántas más, fueran

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lanzadas brutalmente contra el asfalto. Algunos vivieron los momentos previos como si estuvieran viendo imágenes grabadas con una cámara superlenta transmitiendo algún evento deportivo. El vehículo continuó su alocada carrera, no frenó ni aminoró la marcha, pasó como una exhalación. Sin embargo ninguno de los que en ese momento cruzaban la avenida resultó atropellado o lanzado herido contra el asfalto. Todos, suspendidos sobre el paso de peatones, vieron como el vehículo continuaba con su loca marcha. Lo extraño del caso fue que el coche continuó a la misma velocidad, atravesó las Plazas de Colon, Cibeles, Neptuno y Atocha, giró hacia el Paseo de la Reina Cristina, tomo la Avenida del Mediterráneo y enfiló la Autopista de Valencia. La policía municipal contactó con las patrullas móviles y posteriormente con la Guardia Civil de Tráfico. Todos confirmaron que el vehículo marchaba a una endiablada velocidad, sin embargo los radares tanto fijos como móviles, no advertían su presencia. Todavía más, al parecer entró en la ciudad de Valencia, recorrió sus avenidas hasta que lo perdieron en El Saler. En la comisaría. —Pero jefe, esto no es extraño, es una locura —dijo Roberto al comisario interrumpiéndole el relato. —Lo sé Roberto, lo sé, pero ahí no acaba la cosa. —¿Cómo? —El mismo vehículo u otro muy similar, ha venido apareciendo por la autopista de Barcelona, atravesado

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Madrid de este a oeste, a igual velocidad, y con los mismos resultados. Tres días después entró por la Autopista de Andalucía y salió por la de Burgos. Tenemos información de numerosas poblaciones y ciudades, por las que pasa a la misma velocidad. La G.C. de Tráfico lo ven, pero no pueden detenerle, no hay forma. Es una locura, cada poco tiempo aparece por direcciones diferentes y en menos de una o dos horas, está al otro lado de nuestra geografía. —Y bien ¿qué quiere que haga yo? —No sé, esto nos pasa por tener en nuestra Comisaría una Sección de Asuntos Extraños. —Comisario, son casos extraños, no imposibles. Además, que quiere que haga, ¿qué me plante con mi equipo y le sigamos? O ¿qué le pare para pedirle me lleve en uno de sus viajes? Mire Jefe, prefiero pagarle ya una comida donde quiera y ocuparme de otros asuntos menos extraños. —No puedes Roberto, no puedes, nos lo ha pedido el Concejal de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento, por no decir el Alcalde, y el Consejero de Justicia e Interior de la C.A.M. —Bueno, pues invito a comer a los tres y ¡hala!, damos por cerrado este asunto. Pero no ven que no se lleva a nadie por delante, que no hay heridos, ni denuncias, nada. No hay nada, solo queda el deseo de saber qué y quien es. ¿No es así? —Tienes razón, pero nos debemos al arbitrio de las Autoridades que están por encima de nosotros. ¿O no? —Si jefe, claro. En fin, intentaremos hacer algo. No sé qué, pero al menos lo intentaremos. Lo que si se, es que alguien, nos va a invitar a usted, su mujer, a Loli y a mí,

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a unos bogavantes de al menos 600 grs. cada uno y una docena de cigalas 00 estas Navidades. —Venga ¡adelante! alguien habrá que nos invite. Y gracias por no negarte a coger el caso. Aunque yo ya tengo ganada una cena a tu costa. —Vaya hombre que gracia, y ¿eso por qué? —Les dije que aceptarías, ellos dijeron que no, y yo insistí, así que nos apostamos una cena, y como ves, la he ganado. —Mire jefe, que todavía estoy a tiempo de hacer que la pierda. —¿No serás capaz? —No, claro que no. —Entonces que tengas suerte, y, cuenta conmigo y las autoridades municipales para lo que quieras. —Gracias. Se acercó a su despacho y reunió al equipo recientemente ampliado con la incorporación de otro agente. El grupo fijo alcanzaba tres agentes, Pinillas y él mismo, sin embargo poco o nada podrían hacer con el asunto que acababa de regalarles el comisario. Tomaron inicialmente todas las referencias anotadas por los agentes de las ciudades donde fue visto el vehículo. Reclamaron todas las actas abiertas y notas, y solicitaron al mismo tiempo que cualquier anomalía surgida a partir de ese momento, fuera comunicada inmediatamente. Últimamente la capacidad de Pinillas para trasladar los problemas a un simple programa informático, se estaba convirtiendo en rutina. No le ponía pega alguna, y desde luego la respuesta se convertía casi en inmediata, pero

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comenzaba a pensar que la inteligencia artificial, llegaría cualquier día a sustituir a la humana. A él le beneficiaba, evitaba mucho trabajo, pero tanto avance tecnológico le producía cierto desequilibrio. Durante varios días anduvieron pasando información al programa preparado por Pinillas. Pueblos, poblaciones más grandes, ciudades, incluso capitales. Recogieron las informaciones aparecidas en periódicos, revistas y canales de TV. Entrevistas con las gentes que vieron el coche. Muchas de ellas eran meras especulaciones, similares a las que el propio equipo hacia cada mañana, y además cada cual más ilógica. Cuando acabaron con todo lo recibido hasta ese mismo día, Pinillas comenzó a procesar los datos según iba pidiéndolos el Inspector. Los lugares por los que supuestamente pasó, conformaron cuatro grandes líneas, que una vez puestas sobre la circunferencia de un hipotético reloj, se mostraban como trazadas desde las 12 a las 6, otra de 9 a 3, una tercera más o menos de 10/11 a 4/5 , y una cuarta de 7/8 a 1/2 La anchura de las franjas era amplia, ya que eran bastantes las ocasiones en que aparentemente había hecho el mismo viaje, si bien por la misma franja, no así por idénticas poblaciones, lo que hacía prever que algo debían tener en cuenta. En ninguno de los casos observados se produjo accidente alguno. Los comentarios de las gentes eran similares, tenían la impresión de haber sido suspendidos en el aire

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durante la fracción de un segundo, la necesaria para que el coche pasara sin ocasionar daño alguno. La descripción del vehículo variaba. En las grandes poblaciones y ciudades, era similar a una gran berlina, aunque más ancha, con perfiles curvos, sin apenas aristas, con un coeficiente de penetración al aire inferior a los coches convencionales conocidos. Sin embargo en poblaciones más pequeñas, el morro del vehículo aparentaba iniciarse en punta, parecido al de los aviones caza-bombarderos, afilado y terminado en una especie de tobera, aunque no apreciaban combustión alguna. No obstante en todos los casos sí había algo en común, confirmaban que nadie apreció algún tipo de neumático. Tenían el convencimiento que el vehículo circulaba sobre un colchón de aire sin rozar el suelo, similar a los Hovercraft que cruzan el Atlántico de una a otra de las Islas Afortunadas. Recopilaron todos los datos, los leyeron una y otra vez, y en todas las ocasiones las conclusiones eran las mismas. El caso además de extraño, era imposible. No existía técnica conocida que pudiera trasladar un vehículo a tanta velocidad. Que transitara por una ciudad y no causara accidente o colisión alguna. Debemos pensar estamos ante algo inaudito e incomprensible a nuestras pobres mentes —dijo Roberto. Durante semanas se limitaron a contactar con las poblaciones visitadas, introdujeron los datos y comprobaron que las bandas marcadas en el programa poco a poco iban acercándose. A este paso —dijo

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Pinillas— el mapa de la península estará cubierto por esas líneas ortotécnicas. —¿Qué dices? —preguntó el Inspector. —Que a este paso…... —No, lo de las líneas ortotécnicas. Creo que tienes razón, veamos sobre el programa cada una de las marcadas. Volvieron a los monitores y en efecto, eliminaron los colores y dejaron que solo apareciera uno. El resultado fue algo semejante a los hilos de una madeja. Unos y otros viajes se continuaban, eran un sin fin de ellos, sin pasar dos veces por el mismo lugar, excepto en Madrid, aparentemente por estar en el centro de la península, aparecía en numerosas ocasiones, aunque nunca por idéntico sitio. Al menos tenían una mínima hipótesis. No sabían que era, ni quien conducía aquel vehículo, pero sin duda existía un interés por recorrer toda la Península Ibérica, sin detenerse en frontera alguna. Con ésta conclusión se acercó al despacho del comisario y fue lo único que pudo darle para la reunión informativa a celebrar con las autoridades. Durante semanas, y a resultas de las consultas e informaciones remitidas a las autoridades militares, se adoptaron una serie de medidas de prevención. Los radares tanto de tierra como en aeronaves, fueron alertados. Cualquier observación anómala debían comunicarla inmediatamente. De igual manera la Armada fue puesta en estado de alerta, fundamentalmente en las Islas, y las ciudades-autónomas del continente africano.

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Nada, el resultado fue nulo, totalmente negativo. No se apreció ningún movimiento u observación extraña. En los radares no se captó el continuo ir y venir del vehículo en sus incontables viajes por la Península. A los cuatro días, los datos comenzaron a remitir en número, hasta que dejaron de recibirlos. Roberto y Pinillas se acercaron a ver el resultado, tras introducir los últimos datos en el programa. La península, vistos los viajes, parecía un inmenso capullo de seda, prácticamente no quedaba rincón alguno por el que no hubiera pasado el extraño vehículo. Comunicaron el resultado al comisario después de esperar unos días. Viendo que los viajes parecían haber acabado, entregaron el informe y se dispusieron a pasar unas Navidades tranquilas. —Roberto, he comunicado tu informe a las autoridades de Madrid, y me han pedido mandes por correo encriptado, todos los planos que aparecen en el programa, desde el primero hasta el último, quieren ver la evolución de los viajes, según nuestro programa. Después deberás hacer lo mismo con los Jefes del Alto Estado Mayor del Ejército, Armada y Fuerza Aérea. Pero por favor no olvides enviarlos encriptados. No quieren fugas de ningún tipo, ni especulaciones periodísticas. ¿De acuerdo? —Sí señor, ahora mismo empezamos a enviarlos. Por cierto ¿Damos el caso por cerrado comisario? —Espero que sí. —Pues me alegro.

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—Pues yo no, esperaba que lo solucionaras y que alguien nos invitara a los bogavantes. —Bueno si es por eso no se preocupe jefe. Tengo cuatro guardados desde antes de que empezara este asunto. También un buen grupo de cigalas, y un singular equipo de nécoras. Espero que nos hagan una visita a eso de las 12 de la mañana el próximo domingo. Nos daremos ese capricho aunque no hayamos acabado el caso de manera positiva. —Eres un espécimen muy peculiar Roberto. Iremos, claro que iremos ¿A tu casa o a la de Loli? —Está por decidir aún, pero le tendré al corriente. Aun sin entrar el invierno, faltaban unos días, el frio si se adueñó de las mañanas, y no digamos de las noches. El domingo previsto, el inspector, Loli, y sus invitados el comisario y esposa, dieron buena cuenta del depósito que Roberto hizo en casa de unos amigos propietarios de un restaurante. Allí tenían amplias y controladas cámaras de congelación, para mantener en estado latente y hasta su degustación, unos generosos kilos de marisco gallego. —Ahora solo debemos esperar que no nos den las navidades con algún otro caso de esos raros —señaló el comisario en el transcurso de la sobremesa. —Yo también lo espero. Lo cierto es que me preocupa que de la noche a la mañana surgiera todo eso, y luego desapareciera con igual misterio con que apareció. —Bueno, pero no tientes al diablo. Déjalo estar. —Ya, pero es que ni siquiera los militares nos han dado la mínima explicación. Estoy seguro de que esto no acabó todavía.

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Aquella fue la primera de las comidas y celebraciones que suelen hacerse durante el mes de Diciembre. Tanto en la oficina, como con los amigos. Parece que no hay más momento para reunirse y comer que en ese dichoso mes. Loli y Roberto trataron de compaginar las fiestas y celebraciones de ambos. Solo acudían juntos si las amistades así lo pedían, evitando convertirse en asiduos de comilonas o visitantes del médico para denunciarle una gastritis, por tanta comida y alcohol. En la comisaría se llevaban únicamente asuntos cotidianos, sin dar entrada a ningún caso extraño. Después de las fechas tan señaladas, solo restaba esperar a que acabaran para reanudar las actividades normales, salidas normales, comidas normales y descansos normales. La última fiesta, Reyes, dio el pistoletazo final. Y de nuevo se incorporaron a la realidad diaria. El comisario tuvo un par de reuniones de esas que cada cierto tiempo le llevan a alguna ciudad con el resto de comisarios. El inspector, solo ayudaba en casos atrasados, utilizando las mañas y conocimientos en informática de Pinillas. Una mañana, al entrar, en la planta baja, un agente le entregó un sobre cerrado. —Lo trajeron a primera hora. Un muchacho dijo que alguien se lo dio para entregárselo, pero no llevaba nombre alguno escrito. —Gracias Andrés. —De nada inspector.

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Rasgó el sobre y dejó caer un nota manuscrita, con muy mala caligrafía y peor ortografía. La iniciaba su nombre, pidiéndole pro fabor se acercara a un determinado punto de Madrid, allí le daría pruebas del vehículo que viajaba por toda la península. La cita era para ese mismo día a las 12 horas solares. Era una forma muy rara de señalar el momento exacto. No obstante recordó la distorsión horaria, la oficial con el sol. Lo leyó recientemente, hizo el cálculo y se fue hasta el Parque Juan Carlos I. No temía nada, pues nada podía ocurrir. Posiblemente se trataba de un chalado de los muchos que existen. Le escucharía y regresaría a la comisaría de nuevo para poner la última nota en el expediente del vehículo extraño, ya cerrado. La media pirámide coronada por una especia de rosquilla gigante de color rojo, era el lugar señalado por el artífice de la nota. Llegó con quince minutos de antelación. Observó el terreno circundante y comprobó que nadie estuviera oculto en aquel lugar. Desde allí podía verle subir por alguno de los lados, bien por la media pirámide, bien por el lado opuesto- aún no repuesto de toda su arboleda tras las obras recientes- Cercana la hora exacta, dio unos pasos hasta ponerse a la altura de la figura redonda y roja coronando la pirámide. Miró abajo y vio a lo lejos en línea recta, como algo se acercaba a cierta velocidad, levantando pequeñas nubes de polvo. No acertó a comprobar si alguien cercano veía lo mismo En cuestión de segundos un vehículo tipo berlina, gris plata, de grandes proporciones, se paró junto

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a Roberto, suspendido a unos treinta o cuarenta centímetros del suelo. De él bajó un hombre cubierto con una gabardina negra y guantes del mismo color. Cruzó unas palabras con él, éste saludó y preguntó si era el autor de la nota que tenía en el bolsillo. El personaje de negro asintió con voz ronca. Luego intercambiaron preguntas y respuestas. La noche había caído cuando Roberto miró el reloj. El tiempo ha pasado volando, se dijo. Parece que acabo de llegar y nada menos que son las once de la noche. Tengo la extraña sensación de que solo han pasado unos minutos y sin embargo han sido más de nueve horas. Dada la hora se fue a casa. Llamó a Loli para decirle que al ser tan tarde, no iría a verla, que lo haría al día siguiente. De nuevo se estaba acostumbrando a que Roberto no fuera a cenar. Por la mañana, al atravesar la puerta del despacho del comisario, concretamente al girar el pomo para entrar, se dio cuenta de que justo en la muñeca derecha tenía tres manchas dispuestas de tal manera que formaban un invisible triangulo isósceles. Se mojó con saliva los dedos de la mano izquierda y trató de quitarlas. No pudo y abandonó el intento. Volvió a girar el pomo y se dispuso a contar la solución del caso al Comisario. —Al final te has salido con la tuya. Lo has resuelto. Eres de traca Roberto. —No señor, no lo he resuelto, me lo han resuelto. Tan solo voy a transmitirle lo que ha ocurrido, luego debe

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decidir si el caso continúa cerrado o lo reabrimos ¿De acuerdo? —Está bien como digas. —Una advertencia. Tenga en cuenta que habrá cosas a las que no podré responderle si me pregunta ¿Vale? —Claro. —El asunto es el siguiente: El pasado 30 de Julio alguien en su coche, aterrizó en Almería. Previamente ése alguien durante 2003, estuvo enviando una especie de sondas a diferentes partes de la península, en un intento de averiguar la mejor posición para tomar tierra. Hasta aquí una realidad. La otra, la que se leyó en prensa y otros medios de comunicación, así como las informaciones emitidas por el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial y el propio Instituto de Astrofísica de Granada fueron: Entre la una y las dos de la madrugada fue avistado un

objeto verdoso que produjo un estallido y estampidos

sónicos sobre el cielo de Granada viajando en dirección

a Almería. Su avistamiento fue captado por una cámara

CCD del Instituto Astrofísico de Granada en

colaboración con el INTA. Dicha cámara es única en el

mundo debido a su alta sensibilidad en la captación de

imágenes. A través de fotografías se obtuvieron registros

de los trazos luminosos y la velocidad del meteoro en su

entrada a la atmósfera. Posteriormente se realizó un

análisis astrométrico de la trayectoria seguida por el

meteoro entre las estrellas, obteniendo el trayecto

atmosférico, que al extrapolarlo hacia atrás, y conocida

la velocidad geocéntrica, se supo la órbita seguida en su

viaje alrededor del Sol antes de entrar en la atmósfera

terrestre. Los científicos del Instituto Astrofísico de

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Granada, estimaron que el objeto entró a una velocidad

de casi 61.000 kilómetros por hora, y que la enorme

presión de rozamiento con la atmósfera provocaron el

estallido y estampidos sónicos vistos y oídos por

numerosos curiosos que a esa hora, despiertos, miraban

al cielo.

Este ha sido uno de los muchos meteoros que desde el

pasado año han venido siendo observados en diferentes

puntos de la Península Ibérica. Recordamos los de

Palencia, Orense, Badajoz, Ciudad Real, entre otros.

—Bien¿ puedo hacerte una pregunta? —Ya le dije que algunas no podré responder. —De acuerdo, pero, ¿podría saber cómo ha contactado contigo y para que narices lo ha hecho? —Recuerda el envío hecho por correo encriptado a las autoridades y al Alto Estado Mayor de las tres Armas. —Claro que me acuerdo. —Bueno, pues las notas iban firmadas por mí, como inspector de esta comisaría, y ese alguien supo que yo había hecho ese envío. También supo, al ver los planos, que le estábamos siguiendo, y quería saber la razón. Yo le contesté que nos sorprendió que un vehículo viajara a tanta velocidad y no produjese ninguna colisión o accidente. Me lo explicó, pero no puedo decírselo. Lo siento jefe. Sin embargo sí puedo decirle que el vehículo no es un coche tal y como le conocemos, es algo mucho más sofisticado y complicado. Desde luego carece de ruedas, de ahí que no consiguieran verlas. Y el motivo de no provocar daño alguno, es algo que se escapó a mi intelecto y a mí limitada preparación tanto técnica como astrofísica. Por lo que tampoco sabría explicarle. No volverá a molestarnos, y lamenta haber producido tantas

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horas de trabajo inútiles, como lo fueron mis limitadas respuestas a las numerosas preguntas que me hizo. —¿Cuánto tiempo estuviste con ese alguien? —¿Según? —¿Cómo que según? —Sí. Por mi reloj más de nueve horas, y según yo, cinco minutos. —No lo entiendo. —Tampoco yo. —¿Pero te dijo lo que quiere? —No puedo decírselo, lo siento de veras. Solo me transmitió que no tengamos miedo cuando venga el siguiente, sabrá donde ir, donde aterrizar y con quien hablar, y, que no nos preocupemos, son buena gente. —Creo que dijiste deberíamos mantener el caso como cerrado y no resuelto. Ni comentar esto con nadie ya que todos quedaron conformes. —Perfectamente de acuerdo jefe. El caso del vehículo extraño queda enterrado hasta que entre el siguiente caso extraño. —Cerrado sí, pero algún día me contarás lo que no me has querido decirme hoy ¿verdad? —Es usted la repanocha. —No sé qué significa esa palabra, pero lo seré si tú lo dices. Por cierto ¿qué son esas manchas que tienes en ambas muñecas? Roberto únicamente volvió a mirarlas sin responderle.

***

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12ºCaso ESTO DUELE BASTANTE No conozco ningún otro signo

de superioridad que la bondad.

Ludwig Van Beethoven

En ningún sitio se está tan bien como en casa, se dijo el inspector Hernán Carrillo en cuanto giró la llave de la puerta de entrada a su domicilio en Ríos Rosas. Doce horas habían transcurrido, entre el vuelo, llegar a la terminal, recoger las maletas y coger un taxi hasta el centro de Madrid. No deshizo ni la maleta, lo haría por la mañana, por la tarde, o tal vez el domingo. Solo tenía ganas de ducharse con agua de Madrid, y tomarse una cerveza recién tirada por su amigo Macario. Llamó a Loli a su casa y al no responder, lo intentó al móvil. Al cabo de un par de llamadas lo consiguió. —Si cariño, ya estoy de nuevo en Madrid. Sí, claro, yo también. Desde luego, un poco cansado. Mira, si, escucha, escúchame por favor, me apetece verte, comer juntos, y todo lo demás. Pero si puedes hacerme un gran favor, toma el primer taxi que encuentres y ven volando. Sí, llevo más de un mes sin tomarme una cerveza con algo más, y como es debido ¿No te importa? venga, te espero, no tardes mucho. Un beso cariño.

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Pocos minutos después se oyó el ruido de la puerta al abrirse y un ¿Dónde estás cariño? Roberto con la toalla de baño sobre el cuerpo, estaba secándose, acababa de salir de la ducha. Loli se lanzó a su cuello con los brazos abiertos. Se besaron, se abrazaron y no esperaron a que la noche les invitara. Más tarde rotos los deseos retenidos durante tantos días, cogidos de la mano volvieron a meterse en la ducha. Ya en la calle y en la cervecería de Macario. —Esto si es cerveza bien tirada, fría.. sabrosa … y bueno, pues eso, que es cerveza, y no la que toman en Estados Unidos, o al menos en Washington. —¿Roberto te pongo otra? —Claro y acompáñala con unos mejillones ¿Quieres unos mejillones Loli? —Claro cielo, pero si sigues así no almorzaremos. —No importa, debo matar el síndrome. Terminaron con los aperitivos y después con el almuerzo en un restaurante que encontraron camino de casa de Loli. Luego ella preparó café. Ya no salieron hasta el lunes, solo para ir a su casa, cambiarse de ropa e ir a la comisaría. Finalizada la invitación cursada por un grupo de investigación de trabajo sobre los Ovnis, en Estados Unidos, bajo la intención de un intercambio de información, Roberto y un pequeño número de integrantes españoles más, volaron hasta Washington y hablaron del asunto del coche volador.

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—Hola jefe ¿cómo le ha ido sin mi durante más de un mes? —No tan bien como hubiese querido, pero y tú ¿Cómo estás? ¿Qué tal el viaje y todo lo demás? —Bueno, se ha hecho lo que se ha podido. —Entonces ahora estarás dispuesto a trabajar, ¿o no? —Claro por eso he venido, aunque tengo permiso hasta el jueves. —Hombre, te agradezco la deferencia. No te hundirás en la miseria por este esfuerzo, ¿verdad? —Jefe, le noto un poco tirante. —No hombre, que va, lo que ocurre es que yo también me canso de vez en cuando. —Pues tómese una vacaciones. —No creas, si pudiera me iría de buena gana, pero solo, sin mi mujer, sin nadie. Necesito respirar, últimamente estoy agobiado en todos los aspectos. —Pues pensemos en algo, yo le cubro. Váyase una semana lejos, donde solo usted y yo lo sepamos. ¿Le parece bien? —Te lo agradezco Roberto, sabía que me ayudarías a encontrar alguna solución. —Pues venga, manos a la obra. Prepare la salida y a descansar. —De acuerdo, aunque me gustaría escuchar algo sobre tu viaje a las américas. —Poca cosa, ya sabe cómo son de impertinentes y prepotentes esos norteamericanos. Aparentan saber y conocer todo. Nos pidieron toda la información que fuéramos capaces de darles. Claro que ni los militares con quienes fui, ni yo mismo, se la dimos. Ni siquiera copia del software de Pinillas para sacar las madejas, solo

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les enseñamos algunas copias en disco, de los últimos planos y su evolución. Ellos nos enseñaron los avanzadísimos medios que tienen para localizar Ufos, como llaman a nuestros Ovnis. Aunque fundamentalmente solo querían hablar conmigo y sonsacarme todo aquello que prometí no comentar a nadie. Ya sabe, ni siquiera a usted. Al final quedamos en que nos informaríamos mutuamente si localizaban o localizábamos al siguiente, aunque lo dudo. Es más, pienso que están un poco molestos porque no aterrizó en algún Condado de los suyos en vez de hacerlo en Almería. Y poco más, viajes, comidas de esas raras y alguna conferencia en una de las universidades cercanas a la capital. —Al menos has estado entretenido y fuera de tus obligaciones cotidianas. —Ahora preparemos su escapada solitaria. A todos los efectos, el comisario estaría ausente durante esa semana, con motivo de ciertas actividades necesarias que hacían ineludible su presencia. Sin embargo sería el único en descansar, ya que las actividades de todas las Secciones, a partir del momento en que se marchó, parecieron entrar en una espiral imparable, febril y alocada. —¿Inspector jefe puedo pasar? —Claro, adelante ¿Qué ocurre? —En la Casa de Campo se ha producido un incendio. —Ya, ya lo sé.

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—Pero es que después de apagarlo los bomberos, han encontrado el cuerpo carbonizado de lo que parece ser un hombre. —¿Y? —Nos gustaría que nos echara una mano. —Bien, prepárenme los antecedentes, los veré y luego hablaremos de nuevo. ¿Le parece bien? —Por supuesto Inspector Jefe. Aún no había cerrado la puerta al responsable de Homicidios, cuando el de la Sección de Robos intentaba entrar. —¿Qué hay Espinosa? —¿Inspector? ¿Podría comentar con el agente Pinillas, los aspectos de un caso? —Claro, como no, para eso está, para ayudarnos a todos en lo que pueda. Adelante, ahora mismo le llamo para que se ponga a su disposición. Roberto salió del despacho encaminándose a una de las máquinas de café de la planta. La mañana parecía endiabladamente complicada, como así lo corroboró momentos más tarde. Oyó ruidos, voces y acercarse corriendo a uno de los agentes hasta donde se encontraba. —¿Inspector Hernán Carrillo? —Sí, soy yo, ¿qué ocurre? —Soy de la patrulla doce, acabamos de traer a la comisaría a un grupo de gitanos, que se han enzarzado en una pelea con el vigilante nocturno en una obra, hace menos de una hora. Nos llamaron y nos hemos

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encontrado con una verdadera batalla campal. Abajo tenemos a cuatro y ahora mismo están de camino seis más. Hemos tenido que pedir ayuda a otras dos patrullas, no podíamos con ellos. ¿Dónde los acoplamos? —No se preocupe, ahora mismo bajo y les echo una mano para tomar declaraciones, pero llame a Gervasio, disculpe quería decir, al Sr. Píndole. Terminaron y poco después introdujeron a los detenidos en cuatro calabozos. Solo a dos, que no eran gitanos, tuvieron que llevarles a otra comisaría, ya que dejarlos allí, seguramente habría producido más altercados y posiblemente graves. Mientras tanto, en uno de los despachos; habilitados especialmente, con motivo de la puesta en funcionamiento de la Ley contra los Malos tratos de mujeres, niños y ancianos; Elena Ruiz con un agente, atendían a una mujer de mediana edad que presentaba numerosas contusiones. La tomaban declaración, más tarde la acompañaron hasta un centro de Urgencias para revisar sus heridas y contusiones. Cuando salía, Roberto preguntó: —¿Qué ha ocurrido? —Lo de siempre, el marido la ha propinado una paliza. Ha salido corriendo y venido a denunciarlo. Como no pudo terminarse el café, volvió de nuevo a la maquina en la primera planta. Unos metros antes de

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llegar se encuentra la Sección de Desaparecidos. Su responsable Sastre, salía a su encuentro. —Hombre Inspector Jefe, me viene como anillo al dedo. —¿Y eso? —Acaban de llamarnos del Ayuntamiento. —Bueno… ya estamos otra vez con el dichoso Ayuntamiento. —Si alguien no lo remedia, así es inspector. —Y ahora ¿qué ha pasado? —Al parecer el Concejal de Urbanismo ha desaparecido. Nos han llamado de la Comisaría del distrito Centro, para que se haga cargo de la investigación. Al parecer se marchó el jueves después de abandonar su despacho y hoy lunes aún no ha aparecido. —¿Se han puesto en contacto con la familia? —En efecto inspector, pero según dice su esposa, no puede considerar su ausencia como una desaparición. Al parecer puso la denuncia forzada tanto por el Ayuntamiento como por el partido político al que pertenecen. —En fin, veremos qué podemos hacer. Solicíteles toda la información que pueda, vayan a visitar a su familia y con todo lo que puedan sacar, tráigalo a mi despacho. Les iré indicando. —Gracias inspector. Tampoco en esta ocasión pudo tomarse el café. Espinosa, el responsable de Robos se acercó para darle información.

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—Sr. Hernán Carrillo, Pinillas está en este momento con lo del robo de los ordenadores de la constructora. —¿Y bien? —Pues nada, que acaban de entrar dos ciudadanos para poner una denuncia por atraco. Les han quitado hasta la cartera con la documentación. —¿Y que más les han robado? —Sendos maletines con documentación importante de la empresa para la que trabajan. —Veamos. Le acompañaré para tomarles declaración. —Gracias inspector. Serían las dos de la tarde cuando pudo llamar a Loli, quedaron por la mañana temprano en ir a almorzar juntos a algún sitio cercano a su oficina. —Lo siento cariño, pero el comisario no está, le sustituyo y además, parece como si hoy se hubieran cometidos todos los delitos del mundo dentro de nuestra jurisdicción. De verdad que lo lamento, pero no podré ir a almorzar contigo, ni siquiera sé si podré hacerlo en la cafetería Sanchidrian. —No importa, ni te preocupes. Si te parece nos vemos esta noche en mi casa, te esperaré para tomar algo juntos. ¿Te parece bien? —Me parece bien, hasta entonces. Un beso. Te dejo, tengo mucho trabajo. —Adiós cariño, hasta la noche. Dio un profundo suspiro, rellenó los pulmones de oxígeno, aunque contaminado por el humo de los numerosos cigarrillos consumidos, y se dispuso a retomar

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las riendas de la comisaría. No me extraña que el José María estuviera tan agobiado —se dijo— yo mismo de seguir así con tantos casos a la vez, caería en lo mismo. A ver, recapitulemos lo sucedido hasta el momento, veamos lo que tenemos sobre la mesa: Un hombre calcinado, un robo de ordenadores en las oficinas de una constructora, una esposa maltratada, la desaparición de un Concejal, y nada menos que el de Urbanismo, una pelea de gitanos y el atraco a dos ejecutivos de una empresa. No nos falta de nada. Solo confió en que al Director General no se le ocurra llamar preguntando por el comisario o venir por aquí. Cuando vio al Director General caminar hasta el despacho del comisario, se dijo: soy ave de mal agüero, debería haberme callado.

—Hombre Roberto ¿cómo estamos? ¿Y el comisario? —Pues no sé, le vi a primera hora de la mañana y ha tenido que ausentarse. Solo me comentó que tenía algunos asuntos pendientes de resolver, y estaría dos o tres días fuera. —Espero que no sea algo de lo que debamos preocuparnos. —Disculpe, ni siquiera me ha dado detalles. Solo que llamaría si necesitaba algo, y mientras tanto le sustituyera al frente de la comisaría. —Bueno, entonces le dejo, veo que tiene mucho trajín —En efecto Sr. Director, demasiado para ser lunes. Pero ya sabe cómo son estas cosas, días de mucho, vísperas de nada.

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—Esperemos, Roberto, esperemos. Bien, me marcho. Si habla con él, por favor, dígale que me gustaría comentarle algo importante y personal. —Se lo diré en cuanto tenga la oportunidad. —Gracias Roberto. El resto del día continuó siendo febril, tanto que sólo pudo pedir un bocadillo a Sanchidrian y un buen vaso de café expreso. Apenas tuvo tiempo para tomar otra cosa. Uno a uno los responsables de cada Sección, pasaron por su despacho para informarle de los avances en las investigaciones: Maltratos: Acompañamos a la mujer hasta una dirección que nos indicó, ya que como es lógico no quiere volver a su casa, e iniciamos la búsqueda de su marido. Hemos recogido datos e intentamos localizarle. Homicidios: Estamos a la espera de los resultados de la autopsia para establecer la identidad del cadáver. A su vista trataremos de ponernos en contacto con algún familiar, si lo tuviera. Robos y Atracos: Pinillas está buscando con ayuda de unos compañeros, huellas y algo que les lleven a localizar los ordenadores. Se trata de cuatro unidades de sobremesa y un portátil. Al parecer todos conectados a una red interna. Respecto a

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los atracados, hemos tomado sus datos personales y el de su empresa pues trabajan en la misma, e iniciada la búsqueda entre los trapas que conocemos. Parece ser que el contenido era únicamente documentación sobre ciertas inversiones a realizar. Su pérdida aunque importante, pueden recuperarla, con un poco de esfuerzo, es decir trabajando un poco más. Orden Público: Según se desprende de las mentiras que nos contaron los gitanos, permanecen en los calabozos a la espera de ver si los payos retenidos en otra comisaría presentan o no denuncia, solo discutieron por asuntos de índole particular y familiar. Creemos que no es así. Por lo que hemos podido averiguar, los agredidos en primer lugar, padre, hijo, y un perro, hacen de vigilantes nocturnos en la obra donde se presentaron los otros ocho. Les amenazaron para que se marcharan y así, ellos pertenecientes a una mafia de vigilantes de obra, se quedarían con aquella. Esperaremos para ver cómo avanzan los interrogatorios. Tal vez tengamos que ponerlos en la calle. Desaparecidos: Sobre el Concejal desaparecido, en el Ayuntamiento no han podido decirnos nada. Solo lo de siempre, que es una persona trabajadora, amigo de sus amigos, fiel y leal con el Alcalde, y disciplinado miembro del partido político al que pertenece. En su casa, existen algunas lagunas. La esposa no está muy preocupada. En otras ocasiones

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también ha desparecido uno, dos y hasta tres días sin dar explicación alguna. En aquellas ocasiones le decía que eran salidas que formaban parte de su trabajo. Por lo que cree, también en esta ocasión se tratará de gestiones de trabajo. Tienen dos hijos cercanos a la mayoría de edad y ésta es la foto del desparecido. —Bien señorita, señores, sigan con sus gestiones y cuando se produzca alguna novedad, no duden en decírmelo. Gracias y hasta mañana, por hoy la jornada ha sido suficientemente larga. Vayámonos a descansar. Pinillas se hizo cargo de la investigación de la desaparición de los ordenadores, mientras Espinosa y algunos agentes se dedicaron a localizar a los atracadores y maletines. De nuevo en la sede de la constructora, recorrió los tres despachos y una sala de reuniones. Observó las conexiones, miró por todos los cajones de mesas, armarios y estanterías buscando infructuosamente alguna pista, algo que le llevara a conocer el motivo que llevó al ladrón a llevarse cuatro monitores antiguos y sus correspondientes torres, supuestamente antiguas también. Sin embargo pensó que el portátil tuvo que ser de reciente adquisición, ya que en la mesa del gerente, aparecían dos cables de conexión, uno sin duda del PC portátil y otro de la torre. Sacó de su maletín un minúsculo aparato con el que fue siguiendo la instalación interna de red. A medida que lo superponía sobre el cable escondido entre ladrillos de paredes y baldosas en el suelo, la intensidad de la oscilación era manifiesta, según

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estuviera más o menos cerca de él. Los minutos pasaban y no encontraba nada. Dejo que el oscilador de frecuencias le advirtiera que tras una pared continuaba el cable escondido y oculto. Salió de la habitación buscando su continuidad al otro lado del tabique. No había nada. Bajaba hasta el suelo de nuevo y en mitad de la habitación, la señal se cortaba justo debajo de una gran mesa de la sala de reuniones donde se encontraba. Retiró sillones y mesa, marcó con un rotulador el lugar exacto sobre la moqueta que cubría el suelo de toda la habitación y busco una cuchilla o similar para cortar alrededor de ella. Trazó un rectángulo aplicando un cúter con fuerza sobre la moqueta, tiró para despegarla y encontró una trampilla. No quiso abrirla estando solo, salió, se acercó al coche patrulla y por radio pidió a Espinosa se acercara urgentemente con un par de agentes. Mientras tanto, Sastre en compañía de dos agentes de paisano, para no llamar la atención dentro del Ayuntamiento, atravesaron un amplio pasillo. Encontraron el despacho del Concejal. Sobre su mesa y en compañía de su secretaria, comprobaron todas las notas y documentos que según ella, fueron los últimos que vio el jueves antes de marcharse con dos hombres jóvenes provistos de sendos maletines, y antes de terminar la jornada de trabajo. Últimamente - dijo la Secretaria- no salía mucho de su despacho, tenía mucho trabajo documental, informes etc., los últimos quince días estuve pasándolos a limpio. El inspector Sastre pidió copia de ellos, relación nominal de todas y cada una de las visitas recibidas en los últimos

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treinta días, y especialmente los nombres de los dos hombres con maletines que recibió el viernes, después de visionar las cintas grabadas. Ahora las exigencias en materia de seguridad de cualquier Institución, eran evidentes, arcos detectores de metales, aparatos de rayos x para inspeccionar carteras, maletas y sobres, anotación del nombre, apellidos y documento de identidad de las visitas, máxime si se trataba de un Concejal de Urbanismo. Además de grabar mediante cámaras de video. En la comisaria Elena Ruiz volvió a leer la declaración de la mujer maltratada. Le parecieron extrañas dos cosas, por inusuales. La primera, el maltratador no suele hacerlo por la mañana temprano. Tal vez no le ha dado tiempo a pensar o quemarse la sangre. Suele hacerlo por la tarde o a última hora, ya entrada la noche. Siempre que no haya premeditación. Por otro lado, las maltratadas suelen ir en primer lugar a un Centro Médico de Urgencias y es allí donde determinan, a la vista de las contusiones o heridas, si han de poner una denuncia, pero nunca al revés, primero a la comisaría y luego al hospital. Anotó sendas extrañezas y volvió a releer su nombre y dirección. María Luisa Cerdanyola vivía en una calle cercana a la Avenida del Cardenal Herrera Oria, una zona residencial cercana a Mirasierra. Se tomaría la molestia e iría a preguntar a los vecinos de la maltratada. Los gitanos retenidos en ambas comisarías fueron puestos en libertad, tras firmar las correspondientes declaraciones, dejando los datos personales, dirección y número del móvil, por si debían volver a presentarse. No

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se puso ninguna denuncia por lesiones, lo que obligó al inspector a dar la orden de ponerlos en la calle, advirtiéndoles que si aparecían por allí nuevamente, serían llevados directamente a la cárcel. La última frase debieron confundirla con un chiste. Todos comenzaron a reír. Roberto se acercó a uno de los teléfonos, descolgó, marco un número y pidió hablar con Dobles, el Responsable de la Sección de Homicidios. —Si puedes, acércate por mi despacho y comentamos algo sobre el cuerpo encontrado en la Casa de Campo – dijo. —En un par de minutos voy, estoy recibiendo en este momento los datos de la autopsia, y viendo los restos que aparecieron en el lugar. —De acuerdo, te espero, así podré tomarme un café acompañado. —No tardo Roberto. Minutos después Dobles, aparecía con una voluminosa carpeta bajo el brazo. —¿Cómo te apetece el café Ignacio? —Con leche y sin azúcar. Gracias Roberto —Y ahora avánzame algo. —Al parecer el cuerpo pertenece a un hombre de unos cuarenta años, lo mataron antes de quemarle. Presenta evidencias de al menos tres balas que le atravesaron el pulmón derecho, esternón y corazón. Después lo rociaron

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con gasolina y lo prendieron fuego, lo que por supuesto originó el incendio que sofocaron los bomberos. —¿Se sabe si sus características físicas coinciden con las de algún ciudadano extranjero, inmigrante, o por el contrario es de nuestra Comunidad? —De momento no. Han hecho pruebas de ADN, para comprobar más tarde. Encontramos algunas huellas de neumáticos, pero con tanto movimiento de los bomberos es posible que no saquemos nada en limpio. Ahora mismo estamos analizando una especie de documentos encontrados casi carbonizados en uno de los bolsillos del cadáver. En un barrio de Madrid. La calle gira a la derecha y luego se convierte en una paralela a la misma avenida del Cardenal Herrera Oria. Elena Ruiz bajó del vehículo camuflado de la policía, para no despertar sospechas y se acercó caminando hasta el número 28. El edificio se retranqueaba unos metros desde la acera con una verja cubierta de abundante y tupida vegetación. Cubría a la gente que, en verano, disfrutaba de la piscina, ocultándola de los mirones. Estaba situada en un extremo del edificio de más de doce plantas. Desde luego dada la situación en el plano, aquella calle no pertenecía a la jurisdicción de su comisaría. Pulsó el timbre señalado como conserjería y espero respuesta. —Soy inspectora de policía, y me gustaría hacerle algunas preguntas ¿puede abrirme por favor? —Ahora mismo —oyó de inmediato.

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Le enseñó sus credenciales y se dispuso a preguntar tanto al conserje como a cualquier vecino que pudiera encontrar. —¿Don Horacio Torres y su esposa viven en el quinto verdad? —Si señora, él es gerente de una empresa constructora y compraron en su momento las tres viviendas de la quinta planta. La dejaron completamente diáfana, parecer ser que llegó a un acuerdo con la inmobiliaria e hizo las obras de distribución y diseño de una única vivienda. Así el piso es una vivienda de más de cuatrocientos metros cuadrados. —¿Suele verle con frecuencia? —Apenas, solo de vez en cuando. Sale por el garaje que da a la calle de más abajo, aunque alguna noche veo su coche al entrar, pero a él muy poco. A quien veo con frecuencia es a su mujer, Doña María Luisa, es catalana sabe. —Perdone, ¿podría decirme si son un matrimonio bien avenido, o por el contrario, discuten, se pelean, o dan alguna voz más o menos altisonante? —Que va, nada de eso. Parecen una pareja muy feliz. No tienen hijos. De vez en cuando dan alguna fiesta en su casa, pero jamás se han recibido quejas de vecinos por una u otra causa. —Muchas gracias, podría preguntarle….. Durante varios minutos más preguntó y recibió respuestas del conserje. Luego, tras despedirse y agradecerle la información facilitada, optó por salir de allí y omitir preguntar a vecinos. No lo hizo por ser un

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barrio residencial de gente pudiente y fueran menos propensos a cometer ese tipo de delitos, no, pero tenía la sensación de que aquellas gentes, tanto vecinos como la maltratada y el posible maltratador no merecían perder más tiempo. No había razón para seguir preguntando. Regresó a la Comisaría después de recoger el coche unos metros más allá, alejado del número 28. Hizo unas anotaciones en su libreta de apuntes, y giró la llave de encendido del Opel Astra de 2001. Por su parte Pinillas se encontraba esperando al inspector Espinosa a la entrada del edificio de una sola planta, sede de la empresa Constructora Torres. —Bien, entremos Pinillas ¿qué has encontrado? —No lo sé, por eso he pedido que viniera, usted lleva el caso y quien debe decidir, yo solo le ayudo. —De acuerdo. Antes de llegar a la sala de reuniones, Pinillas dedicó unos minutos a ponerle en antecedentes. —¿Entonces es aquí donde el cable desaparece? —En efecto. —Bien procedamos a abrir la trampilla. Hágalo Pinillas. Tiró de la anilla y la trampilla abrió al tiempo que una luz, parpadeando, como si dudara en permanecer apagada o en encenderse, iniciaba la iluminación de una amplia sala en el subsuelo de la finca. Bajaron los peldaños de una escalera de madera y comenzaron a caminar. A un lado y otro se acumulaban trastos, objetos, muebles,

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lámparas, estanterías y armarios metálicos. Pinillas sacó el oscilador de frecuencias y comenzó a seguir el cable fijado el techo. Le llevó hasta unos armarios metálicos, tiró de unos de los pomos y allí estaba el servidor. Frente a él apareció un mueble con una puerta de cristal a través de los que infinidad de diodos se encendían y apagaban, sin compás alguno. Su altura más o menos, 180 centímetros y su anchura cercana a un metro. Una pequeña pantalla permanecía apagada. Miró las conexiones y comprobó que la corriente eléctrica surgía de un potente sistema de continuidad. Después revisaron cuatro armarios y media docena de archivadores, todos llenos de planos y documentación. —No es necesario que sigamos buscando los ordenadores robados —señaló Pinillas— este es un servidor, y en su memoria encontraremos todo lo que el dueño quiera. Por cierto ¿dónde está el gerente de la firma? no he visto a nadie. —Lo desconocemos, solo se presentó un hombre diciendo que trabajaba en la Constructora Torres y cuando fue a trabajar el viernes por la tarde, alguien había robado los ordenadores. —Pues en cuanto lleguemos a la comisaría, si le parece intentaré poner en contacto con los dueños o el gerente. —De acuerdo Pinillas. Y muchas gracias, creo que aunque no encontremos nada, la empresa sabrá que lo perdido solo tiene importancia crematística y no informativa. —Eso espero, además, me parece que ya lo sabían. —Trataré de localizar el domicilio del gerente y hablaré con él.

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Roberto estaba leyendo los informes y de repente sintió una llamada interior. Era la intuición desatada. —Por favor Sastre ¿podrías acercarte por mi despacho y decir a Dobles que te acompañe? Gracias. Una vez sentados frente a la mesa de Roberto, este comenzó diciéndoles: —Tengo la impresión de poder resolver dos casos al mismo tiempo. —¿Y eso? —dijeron ambos. —Escuchar. Tu —se dirigió a Dobles— te ocupas del cuerpo encontrado en la Casa de Campo, y tu —dirigiéndose a Sastre— del Concejal desaparecido. No es mucha coincidencia que el Concejal desaparezca el jueves y días después aparezca un cuerpo carbonizado en un incendio. ¿No podría darse el caso de ser la misma persona? —Es posible Roberto, es posible – dijo Dobles. —A mí me parece factible – señaló Sastre. —Entonces, si estamos de acuerdo los tres, y me permitís, no estaría de más comprobar los datos de ambos expedientes y que ambos llevarais el caso juntos. —Desde luego, y gracias por advertirnos de esta posibilidad. —Claro, ocurre que desde aquí tengo acceso a todos los casos, y vosotros, separados no veis lo que hace el otro. —De acuerdo, veremos que sacamos en limpio de todo esto. Además creo que aparentemente podrían tener ambos parecida edad y altura semejante. Iremos a comprobarlo. Gracias de nuevo Roberto.

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—Hasta luego, y suerte a los dos. Tomaron uno de los coches, y acompañados por un agente del equipo de Dobles, se acercaron hasta Aravaca, domicilio del Concejal. Tardaron en dar con la calle y cuando lo hicieron, la esposa y sus dos hijos esperaban en la puerta. —¿Qué ocurre? ¿Han encontrado a Sinesio? —No señora, solo estamos cumpliendo con la nueva normativa, tan pronto hay algún problema de este tipo, debemos conocer cuántos más datos mejor, y el ADN, es uno de ellos. Nos gustaría que alguno de sus hijos, o los dos, nos aportaran unas muestras para el banco de datos. No hubo oposición por parte de Pilar Jiménez del Paso, por lo que sus dos hijos, de 17 y 18 años facilitaron muestras para analizar el ADN. Nada más llegar a la comisaría, encargaron llevarlas al Laboratorio, ahora solo restaba esperar y comprobar si Roberto acertó con su intuición. Por otro lado, Espinosa se acercó con Pinillas hasta las instalaciones de la empresa de inversiones, donde ambos atracados trabajaban. Situada en el Núcleo Empresarial Norte Dos, cercano a un antiguo cuartel de Artillería, entre Alcobendas y Fuencarral, junto a la sede de una emisora de televisión. —Lo siento pero ni Alberto Sindiero ni Pedro Ramírez, están en sus despachos. —¿Y podría decirme dónde puedo encontrarlos? —Pues no señor, lo lamento.

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—Debería. Soy el inspector Espinosa. Pusieron una denuncia y debo hablar con ellos inmediatamente. —Lo siento pero no me está permitido decírselo, aunque sea inspector de Policía. —Entonces dígales que se pongan en contacto conmigo enseguida. —No creo que vuelvan hoy —oyó decir a un hombre mientras cerraba la puerta de un despacho— Les he oído hablar y disculpen, soy el superior de ambos, y les he encargado un estudio que les obligará a estar ausentes de Madrid al menos durante quince días. —Haga el favor de transmitirles, respecto a las denuncias presentadas en comisaría, que hasta que no realicen las confirmaciones de éstas ante el Juzgado, no haremos nada. —¿Cómo? ¿Qué dice? —Lo que ha oído. Que no haremos nada. —Pero eso no puede ser, han sufrido un atraco y ustedes deben encontrar a quien o quienes lo hicieron. No pueden abandonar. —No abandonamos, solo suspendemos la búsqueda. Mire señor superior de ambos, si ellos no ponen interés, o la empresa, la policía no está para perder el tiempo, tenemos muchas cosas que hacer. Por favor si habla con sus subordinados comuníqueles que les espero en comisaría. Ahora lo siento tenemos que marcharnos. Buenos días. Espinosa se extrañó ante aquella situación, a lo que Pinillas dijo:

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—No se preocupe inspector, en cuanto lleguemos a comisaría sacaré un informe de la empresa y si tenemos los nombres de esos individuos y del amable que nos atendió, sabremos de ellos hasta lo que comen y desayunan todos los días. —Gracias por su ayuda, Pinillas Antes de acabar la tarde, Roberto reunió a todos los Inspectores responsables de cada una de la Secciones para recapitular y tomar las medidas precisas, y así continuar con las investigaciones. —¿Quién empieza? A mí me da lo mismo. —Yo —dijo Elena Ruiz encargada de la investigación de Maltratos. —Adelante Elena —señaló Roberto. —Verá Inspector Jefe, a mi todo este asunto de la paliza a María Luisa Cerdanyola, me parece un timo. —Explíquese. —La señora Cerdanyola, es la esposa de Horacio Torres, gerente y propietario de una empresa constructora, no muy grande, pero con una importante cartera de trabajo. Él es un hombre aparentemente tranquilo, trabajador, apenas permanece en su casa. Viven en una de las zonas privilegiadas de Madrid. No se conocen ni voces ni reyertas, ni nada por el estilo. En su casa, aunque no viene al caso, celebran fiestas, y ni siquiera hacen ruido que pueda molestar a los vecinos. Luego hay una serie de hechos que me llaman mucho la atención. —¿Cómo son? —Que ella reciba una paliza el lunes por la mañana, hecho que no cuadra con el estereotipo, y se acerca a ésta

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comisaría antes de ir a un centro de urgencias. Además, para venir aquí debe atravesar las de dos distritos antes de la nuestra. Incluso hay dos hospitales cercanos a su domicilio, La Paz y Ramón y Cajal, y no entra en ellos, sino que coge el coche y viene hasta aquí para poner la denuncia contra su marido. Aún más, según indicaciones del conserje de la finca, desde el viernes no ha visto ni el coche de ella, ni el de su marido. Se deduce que ninguno ha estado en casa el fin de semana. Por cierto no he conseguido localizar a Horacio Torres, Gerente de Construcciones Torres. —¿Qué dices? ¿Construcciones Torres? —interrumpe Espinosa. —En efecto ese es el nombre de la empresa constructora que dirige, es más, me acerqué hasta la dirección de la empresa en Aravaca y no hay nadie. —Bueno, bueno, espera un poco, ¿qué me dices? ¿qué Horacio Torres ha dado una paliza el lunes a su mujer? ¿Cómo puede ser? —Pues no sé, pero según reza la denuncia y declaración de su mujer a un agente y a mí misma, el lunes por la mañana la dio una paliza de cuidado. —Pongamos un poco de orden —dijo Roberto— si Elena no tiene que aportar más datos, prosigue con los tuyos, Espinosa. —El viernes por la tarde apareció un individuo que dijo trabajar para la constructora Torres, domiciliada en Aravaca, dijo que cuando entró en la oficina se encontró con que habían robado todos los ordenadores y también que su jefe vendría por la comisaría para confirmar la denuncia por robo. Por eso te pedí a Pinillas, para que me ayudara. Hemos descubierto que en efecto, allí han

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desaparecido varios, pero estaban conectados a una red interna con un servidor que localizamos en el sótano de las oficinas. Según Pinillas, si bien han robado las terminales y las torres, los datos permanecen en la memoria central del servidor. A su vista nos dispusimos a comentárselo al gerente de la constructora. Localizamos su domicilio particular ya que no contestaban al teléfono, y fuimos a verle. Su dirección es el número 28 de la calle Las Cábalas. El portero de la finca nos dijo que en efecto vivía allí, pero que desde hacía unos días ni él ni su mujer estaban en casa, y no pudo decirnos donde encontrarle. —Pero esa es la dirección en la que estuve hablando con el conserje —señala Elena Ruiz. —Esto empieza a ponerse interesante —dijo Roberto— Resulta que dos casos de diferentes Secciones, se cruzan en el camino. Por cierto ¿habéis precintado la oficina? —No había motivos para hacerlo. —Pues sería conveniente enviar a una patrulla para que lo haga y se queden haciendo guardia por si acaso. —De acuerdo ahora mismo salgo y curso las ordenes – dijo Espinosa. —Y bien, veamos ahora si los otros dos casos que tenemos también se han cruzado. —Lo sentimos Roberto —dijo Sastre como portavoz de Desaparecidos y de Dobles por Homicidios— pero el cuerpo que se encontró en la Casa de Campo no pertenece al Concejal perdido. Hemos comprobado el ADN de sus hijos con los del muerto calcinado, bueno, asesinado por disparos, y no coinciden más que en lo principal, que son humanos y hombres los dos. —¿Entonces se separan de nuevo?

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—En efecto Roberto, ahora cada uno ira por los caminos de sus propias pesquisas. —Bueno, ¿y cómo están? Primero las del Concejal. —He tenido más de una entrevista con la esposa. En la primera no pudo o no quiso hablarme porque sus hijos estaban presentes. En la segunda pude sacar algo en limpio. —Adelante. —Personalmente las cosas no les van bien. Ella sospecha que esto no es siquiera una desaparición, es una de las numerosas escapadas que hace con alguien, y ese alguien no es otro que una mujer. Al parecer tiene una amante, a la que solo oyó con ocasión de una llamada telefónica diciendo era de no sé qué empresa constructora y tenía necesidad de hablar con él. Cuando se lo dijo a su marido, éste al parecer maldijo no sabe cuántas veces y volvió a salir a la calle, diciendo que había olvidado algo en su despacho. Por lo que, según parece tenemos un Concejal que no es trigo limpio, una esposa cansada de aguantarle las escapadas y a unos hijos que al parecer pasan de su padre. —¿Entonces porque puso la denuncia por desaparición? —Como ya te dije, presionada por el Ayuntamiento y el partido político, del que son afiliados. —Hay cosas que no llego a entender. —Yo tampoco. —¿Y cómo están las cosas ahora mismo? —Seguimos investigando, el siguiente paso es localizar a dos individuos que al parecer fueron a visitarle el jueves pasado, según se desprende del registro de visitas que recibió ese día. Alberto Sindiero y Pedro Ramírez.

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Hemos intentado localizarles en su domicilio, pero no estaban, y en la empresa donde trabajan, Inversiones Dospe, tampoco han podido decirnos nada. —Ni los vas a encontrar —interrumpió riéndose Espinosa nada más incorporarse de nuevo a la reunión, después de dar órdenes de precintar las oficinas de Constructora Torres. —¿Cómo? —inquirió Sastre. —Porque esos dos hombres están preparando un informe que su jefe, un tal Luciano Papadolcetti, les ha encargado. —Un poco de paciencia —señaló Roberto— me estáis liando. —No Roberto —dice Espinosa— estos dos individuos son los que pusieron sendas denuncias por atraco y robo de sus respectivos maletines, al parecer los mismos con los que fueron a ver al Concejal desaparecido que investiga Sastre. —Vale, ya tenemos otro cruce de asuntos, sigamos ¿Has terminado Sastre? —Sí, ya acabé. —Entonces sigue de nuevo, Espinosa —pidió Roberto. —De acuerdo. Bien gracias a la inestimable ayuda de Luis Pinillas, hemos podido descubrir que Sindiero y Ramírez, son una especie de guardaespaldas o chicos de recados que trabajan juntos. Eso sí, para la empresa Inversiones Dospe. Dicha firma se encarga de poner en contacto a empresas compradoras con empresas vendedoras, fundamentalmente constructoras. Dicen, y así lo debemos creer; pues de momento no podemos comprobar estos extremos; que se encarga de preparar informes técnicos a fin de que sus clientes comprueben la

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efectividad y conveniencia de la compra o de la venta, según convenga, de terrenos o edificaciones ya finalizadas a punto de entregar. Por ello cobran cantidades interesantes. Al parecer tiene buenos contactos, y últimamente ha paralizado la compra de más de cien parcelas de terrenos situadas en una población cercana a Madrid, en el sur. Es mucha la coincidencia, pero hemos comprobado las últimas inversiones hechas, y al parecer deben contar con información privilegiada, ya que desde hace años vienen apoyando a una serie de clientes propietarios de terrenos con escaso valor dada su calificación. Los clientes, cansados de esperar su recalificación y no lograr beneficio alguno, se desprenden de ellos por recomendación de Inversiones Dospe, quien se los compra desembolsando importes elevados. Les ofrece siempre un precio elevado con cierto beneficio a los propietarios. Así quedan conformes, satisfechos y agradecidos, e Inversiones Dospe más tarde los revende. Justo poco tiempo después comienzan a ser recalificados y convertirse en terrenos edificables, o que muy pronto lo serán, dados los planes de urbanismo de la C.A.M., y los Polígonos de Actuación Urbanística del Ayuntamiento de Madrid. A mí me parece que pronto vamos a saber de estos dos individuos y de su jefe con nombre y apellidos italianos. —También a mi Espinosa. Y bien Dobles, ¿cómo llevas la investigación del calcinado? —solicita Roberto. —Estamos como antes, sin avanzar un paso. Esperamos a que alguien denuncie la desaparición de éste hombre y retomar la línea de investigación. Mientras tanto hemos hecho algunas instantáneas y con los programas de informática de retoque, hemos conseguido sacar lo más

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parecido a como pudo ser la cara y manos del fallecido, las pondremos en la lista de búsqueda y veremos si la suerte nos toca y alguien puede reconocerle. —Bien, adelante señorita y señores. Sigamos, algo me dice que estamos a punto de resolver todos los casos. Por cierto Píndole ¿tú no tienes nada verdad? —Nada en especial, algunos conatos de gresca entre ciudadanos del este y centro Europa, y unas cuantas puñaladas entre ciudadanos del otro lado del charco. Pero nada que ver con estos casos. —En fin, esperemos que los gitanos del otro día no tengan nada que ver con esto. Claro que tampoco estaría mal. —Desde luego que no. —Como tampoco seguir la costumbre entre el comisario y tu – insistió Píndole – hacer una apuesta con nosotros. —De acuerdo, apostemos una comida. Si se resuelven todos los casos esta semana, os invito a comer a todos. Digo todos, pero sin los Agentes, no tendría dinero para pagar una comida de tantos comensales. Y no es que tenga nada en contra, creo que lo entendéis. —¿Se podría hacer una salvedad Roberto? —¿Quién? —Pinillas, es como quien dice, mi ayudante —dijo Espinosa. —Bien, Pinillas entra. Claro que siempre y cuando se acaben en esta semana los casos. —¿De acuerdo? —De acuerdo —asintieron todos. —Entonces por favor, descansemos, mañana seguiremos con algo más de entusiasmo.

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—Sr. Hernán Carrillo, le paso una llamada del Director General. —Adelante. —¿Roberto? —Si Sr. Director, dígame, en que puedo complacerle. —Necesito hablar urgentemente con José María. —Pues lo siento, no me ha llamado y no pude darle el recado que me encargó el lunes. —¿Y no es posible saber dónde está? —No señor. —Bien, haga el favor de decirle que es urgente hablar con él, si tiene la suerte de llamarle. —Lo haré no se preocupe. —No, si es él quien debe preocuparse. Los casos parecían encauzarse, algunos se habían cruzado, y Roberto tenía la esperanza de resolver todos antes de que volviera el comisario. No obstante estaba algo preocupado por las últimas palabras escuchadas al Director General. Dobles mandó repartir por toda la comisaría fotos de su calcinado, como lo llamaba. Aparentaba tener entre 38 y 40 años. Le habían puesto una copiosa cabellera y unos ojos redondos no almendrados, orejas finas y pegadas a la cabeza. Las fotos aparecían en los posters de búsqueda sin especificar la razón. También enviaron copias a todas las comisarías del país, en espera de que alguien lo reconociera. Más adelante si no había respuesta, pasaría a la prensa e incluso en algún noticiario de ámbito estatal.

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Aprovechando la oportunidad brindada por Dobles, al poner la foto de su caso, Sastre puso copias de la que tenia del Concejal desparecido. Las fotos aparecían juntas en los tablones, listas, páginas de búsqueda policial y en cada despacho o sala de la Comisaría. Era una manera clara para que ambas imágenes quedaran en la retina de cuantos pasaran por allí. La inspectora Elena Ruiz, llamó por teléfono a María Luisa Cerdanyola; la mujer presuntamente maltratada por su marido; dado que intuía escondía algo. En primer lugar preguntó por la evolución de sus heridas y contusiones, luego, cuando escuchó la respuesta y creyó encontrarla con la guardia baja, dijo secamente: —Haga el favor de acercarse por la comisaría, debo hacerle una serie de preguntas y necesito verla personalmente, para cumplimentar unos datos pedidos por el Ministerio de Justicia. La mujer no supo reaccionar y solo contestó que iría enseguida. La Inspectora Ruiz, que acaba de salir a fumar un cigarrillo a la puerta de la Comisaría, la vio aparecer bajando de un taxi. Se acercó para saludarla e inmediatamente la acompañó hasta el despacho. Antes tiró el cigarrillo que sujetaba entre sus dedos nada más subir los cuatro peldaños de la puerta principal. La invitó a sentarse y de inmediato comenzó a preguntarle. —¿Sigue viviendo en su casa?

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—No inspectora, de momento estoy en casa de una amiga. —¿Y eso? —No me atrevo volver a mi casa, temo que mi marido vuelva a repetir lo del otro día. —Ya, entiendo. —¡Ah!¿lo entiende? —Sí, pero me gustaría conocer algunos detalles, posiblemente olvidados como consecuencia del shock. —Pregunte, contestaré. —De acuerdo. Entonces, dígame por que vino a esta comisaría tan alejada de su domicilio, donde según dijo su marido le propinó la paliza. —No se… —¿Como que no sabe? —No se …. —¿Le ocurre algo? —Sí, he visto a mi marido. —¿Donde? —Ahí, detrás de su escritorio. Su fotografía está ahí puesta. Elena volvió la cabeza, y se fijó en las fotos recién puestas del hombre calcinado y del Concejal. Cuando la giró de nuevo, lista para preguntar a la mujer, ésta se puso a llorar tapándose con ambas manos la cara. La inspectora levantó el intercomunicador y pidió que una agente femenina se acercara con la máxima celeridad a su despacho. La llevaron a una sala y esperaron a que se calmara para poder hablar con ella. Cuando las lágrimas dejaron de salir, los hipos callaron y las manos volvieron

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a una posición normal, la inspectora Ruiz con ambas fotos en la mano le preguntó: —Por favor señáleme a su marido. ¿Cuál es de ellos? —Este, aunque un poco distinto, tiene más pelo y sus ojos son tal vez un poco más redondos de lo normal. —¿Al otro hombre le conoce? —Creo que sí, me parece haberle visto en alguna ocasión. — ¿Recientemente? —No, recuerdo bien. —Haga memoria por favor. —Lo intentaré. Espere, sí, creo que la semana pasada. —¿Y puede decirme quién es? —Naturalmente. Creo que se llama Sinesio Tomas Prieto. Es Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid. —Bien, muy bien. —¿Podría decirme porque está la foto de mi marido y la de ese Concejal en su despacho? —Lo lamento, por ahora no puedo. Disculpe, pero debo salir un momento, la dejo con la agente, pida cuanto necesite hasta que vuelva, y por favor espéreme, no se marche. —Esperaré. Elena salió de la sala como si hubiera pisado el resorte para el lanzamiento de un trasbordador. Con pasos cortos, aunque rápidos, se dirigió; sin saludar a nadie y evitando llevarse a alguien por delante, ya que iba lanzada como un formula 1; al despacho del Inspector Jefe Roberto Hernán Carrillo.

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—Lo lamento inspector, disculpe la grosería de no llamar a la puerta, pero estoy muy nerviosa y acelerada. —Bien Elena, adelante ¿de qué se trata? —He descubierto quien es el hombre calcinado. Y además creo que mi caso debe pasar al inspector Dobles, de Homicidios. —A ver, explíquese, siéntese, pero sobre todo, cálmese. —Usted sabe que tenía mis dudas sobre la paliza del maltratador Horacio Torres a su mujer. Bien, pues esta mañana la he vuelto a llamar, quería seguir indagando. Cuando estábamos en mi despacho hablando, la suerte se alió con nosotros inspector. Resulta que el hombre calcinado es el marido de María Luisa Cerdanyola, el muerto es Horacio Torres. —Pero bueno, ¿qué me dice? —Lo que ha oído, inspector. La mujer ha reconocido no solo al muerto calcinado, sino que también conoce al Concejal. Todo esto es demasiado extraño ¿Qué hacemos? —De momento retenerla todo el tiempo que podamos. Daremos cuenta inmediatamente al inspector Dobles de esto, y que sea él quien tome la iniciativa en el caso. Gracias Elena, vaya con la maltratada y no la deje ni a sol ni a sombra. Esperemos que Dobles no haya salido de la comisaría. La inspectora volvió aún más nerviosa de lo que había salido de la sala al dejar a María Luisa Cerdanyola. Durante media hora pidió cafés, cigarrillos y prosiguió haciéndole preguntas, ahora sin sentido alguno, solo esperaba que el responsable de Homicidios abriera la

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puerta y se hiciera cargo del asunto, entonces calmaría sus nervios. Debían investigar las razones por las que aquella mujer maltratada, mintió, y puso una denuncia a su marido el lunes, alegando le había dado una paliza ese mismo día por la mañana, cuando Horacio Torres llevaba al menos desde el domingo muerto y calcinado. También cabía la posibilidad de que fuera ella la autora de los disparos que acabaron con la vida de su marido. Pudo llevarle hasta la Casa de Campo con la ayuda de alguien, o sola, y luego prenderle fuego. Que la denuncia fuera un intento de crearse una coartada. Estas elucubraciones y muchas más, lanzó Roberto a los oídos de todos los responsables reunidos de nuevo para dar cuenta del descubrimiento de Elena y la toma de nuevas líneas de investigación. Comentaban aspectos y desarrollos de la investigación, cuando oyeron golpear la puerta de la sala, como si de una pregunta se tratara. Sin duda alguien detrás de ésta esperaba oír solo una respuesta: ¡Adelante, pase!. —Señor —dijo dirigiéndose a Roberto Hernán Carrillo— le llaman de una comisaría de Vitoria. —Adelante, diga en centralita que puede pasarme la llamada. Gracias. —¿Es usted Roberto Hernán Carrillo? Comisario del Distrito ….. —Si soy yo, en efecto, pero no el comisario, él está ausente, solo le sustituyo. ¿Con quién hablo? —Soy Ignacio Regado, comisario de la Zona Dos de Vitoria.

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—¿En qué puedo ayudarle? —Creo que soy yo quien puede ayudarle. —Le escucho Regado. —Iré al grano. Recibimos las fotos enviadas desde su comisaría, y coincide que aquí tenemos detenido a un individuo desde el domingo por la mañana por intento de robo en un supermercado, y se parece bastante a uno de los dos. —¿A cuál de ellos Comisario? —Al que aparece sonriendo ¿Sabe quién es? —Desde luego, se trata del Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid, dado por desaparecido desde el jueves de la semana pasada. Su nombre es Sinesio Tomas Prieto, y le agradeceríamos mucho que le retuviera hasta que poder recogerle. Por cierto ¿cuándo le detuvieron llevaba documentación? —Que va, deambulaba por las calles, con ropas sucias, rotas y como si estuviera drogado. Estamos esperando el resultado de los análisis que le hicimos. ¿Puedo saber que ha ocurrido? —Lo siento, tampoco nosotros lo sabemos, llevamos buscándole desde el lunes. Muchas gracias comisario. Ahora mismo doy orden para que un inspector salga a recogerle. Aunque si no le produce mucha extorsión, me gustaría que le acompañaran dos agentes suyos desde allí, aquí estoy a tope, y no puedo desprenderme de ninguno para viajar hasta Vitoria —De acuerdo inspector, dispondré que le acompañen dos agentes nuestros. Por favor cuando resuelvan esto llámeme y cuénteme el desenlace. —No lo dude, y muchas gracias.

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—Bueno, las cosas se ponen bien —dijo dirigiéndose al resto de inspectores— han encontrado, como habéis escuchado, al Concejal. Por el momento preferiría no descubriéramos nada ni a la familia ni al Ayuntamiento. Debemos analizar ciertas cosas aún y además, debemos preguntarle muchas, pero que muchas cosas a ese Concejal. —Veo inspector —señaló Espinosa— que ya empieza a rascarse el bolsillo. ¿Por cierto donde nos invitará a comer? —Vale, vale, ya sé cómo se siente el comisario cuando le gano una comida. No sé, lo pensaré. ¿Os gusta la pasta italiana? —¡Inspector! ¿No nos hará esa guarrada verdad? —Quién sabe. Y Ahora prosigamos, tenemos mucho por hacer. Se suponía que el comisario José María, según concertaron, aparecería el mismo lunes por la mañana, ni siquiera aparecería por su casa. Su mujer no tuvo necesidad de llamarle. No así el Director General a quien se le había despertado un inusitado interés por él. Roberto pensó que lo mejor era analizar cuanto estaba ocurriendo, durante unos minutos, los suficientes para tomar conciencia de los innumerables problemas surgidos en ausencia de su jefe. Esperaría y luego si las fuerzas no se agotaban, cenaría con Loli en su casa. Estaba cansado, los días estaban siendo agotadores. El inspector Sastre salió aquella misma tarde hacia Vitoria, en busca del Concejal. Dobles, pese a considerar sospechosa a la mujer maltratada, no quiso mantenerla toda la noche en un calabozo de la comisaría. Pidió que

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hasta resolver el misterio de su marido, se personara todas las mañanas ante Elena Ruiz, quien continuaba sin descifrar la incógnita de quién pudo propinarle la paliza. Espinosa con Pinillas, mantuvo una estrecha vigilancia sobre el Sr. Papadolcetti, gerente de Inversiones Dospe y los dos atracados ausentes. Mientras, continuaba la vigilancia sobre las oficinas de Constructora Torres. Hay muchas incógnitas que despejar. La ausencia forzada o no del Concejal interpretadas por su esposa como simples infidelidades. La muerte y posterior incineración de Horacio Torres y el robo de todos los ordenadores de sus oficinas. La paliza recibida por su mujer y su denuncia. La coincidente desaparición de los dos atracados, guardaespaldas de Inversiones Dospe, que no reiteran su denuncia y el extraño comportamiento tanto de su jefe, como de la propia empresa dado su objeto social. A eso – se dijo – añádele los pequeños asuntos que llegan diariamente sin contar, la paliza de los gitanos al padre e hijo, vigilantes de aquella obra. Se me hace extraño no pusieran denuncia alguna. En fin, espero que cuando llegue el comisario, pueda presentar un balance positivo, es posible que le pase factura de al menos la mitad de lo que me va a costar la invitación a todos los inspectores. Comentó en voz baja Roberto. Otro día comenzaba, y pese a tomarse su café mañanero, el dolor de cabeza se hizo patente, pidió a Loli una aspirina, se la introdujo en la boca, la masticó y la empujó con otro sorbo de café con leche que robó de su taza.

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—Deja, no cojas el metro, hoy te llevaré en el coche hasta la oficina. —Gracias, muy amable. ¿Y eso a que es debido? ¿No tienes prisa? —No, prisa no tengo, lo que tengo es angustia. Me gustaría acabar con esta semana ya. Estoy abrumado con tantos casos y tanto trabajo. —¿Pero no es eso lo que te gusta hacer? —Si pero a mi ritmo. Es mucho más cansado el trabajo burocrático que el propio de un Inspector, así pierdo mi esencia como policía. —¿Y qué vas a hacer? —Nada, pero tendré que pensar en algo. De momento carezco de interés en llegar a ser comisario. —Pero eso te reportaría mejor sueldo. —Por supuesto, pero el dinero no lo es todo. Yo necesito estar a gusto con lo que hago, y en estos días me he dado cuenta de que no es ese el trabajo que quiero desarrollar. Prefiero continuar con mis investigaciones. Continuaron la charla hasta llegar frente al edificio donde trabajaba Loli. Tras despedirse, Roberto deshizo el camino andado y tomó la dirección de la comisaría. Nada más llegar le pasaron una llamada del inspector Sastre desde Vitoria. —Roberto ¿harías el favor de pedir a uno de mis agentes, me enviaran copia de la denuncia puesta por Sindiero y Ramírez en Madrid, del caso que lleva Espinosa? —¿Qué ocurre? —Creo que aquí pasa algo raro. Estos dos señores han pasado por esta comisaría y han puesto una denuncia por

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la desaparición de una maleta y dos maletines de la habitación del hotel donde se hospedaban. Pero han pedido ver alguna de las fotografías de ladrones fichados, por si reconocían a alguno. La sala donde tienen los archivos está cercana a los calabozos, donde está detenido el Concejal y éste al verlos pasar, ha pedido ver al comisario urgentemente. Luego estos individuos han declinado ver las fotos. —¿Qué te parece? —Desde luego, extraño. ¿Qué harás? —Si el comisario me deja un par de agentes, los seguiré y es posible que me los lleve a Madrid detenidos, ya me inventaré algo. —De acuerdo Sastre, adelante, tienes mi autorización, si quieres hablo con el comisario y le pido ese favor. —No, no es preciso, ya lo ha hecho. Viene ayudándonos desde que llegué anoche. —Bien, entonces avísame si necesitas algo, y dime si regresas con uno o tres hombres. —De acuerdo Roberto. Espinosa y Pinillas acompañados por dos inspectores de Hacienda y dos agentes, se personan en la sede de Inversiones Dospe para hablar con el Sr. Papadolcetti. —No está, lo lamento, acaba de salir, tenía un compromiso. —¿Hace mucho? —Escasamente dos minutos. —Bien, acompañe a estos agentes hasta el garaje, haga el favor, nosotros esperaremos aquí

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Minutos más tarde, los cuatro hombres aparecían tras la puerta de uno de los ascensores del hall principal. —Sr. Papadolcetti, me alegra poder saludarle de nuevo – dice Espinosa. —No puedo corresponder a su alegría inspector. ¿A que debo su retención? —Pues verá, tenemos una orden judicial para inspeccionar sus oficinas. Aquí la tiene, puede comprobar está correctamente extendida y firmada por S.Sª —dijo mostrando el documento. —Muy bien, la leeré. —Y ahora —señaló de nuevo Espinosa— ¿le importa acompañarnos a los diferentes despachos? —No en absoluto, antes debo llamar a mi abogado. —No es necesario, no vamos a hacerle ninguna pregunta, tan solo es una inspección. Nos acompañan dos inspectores de Hacienda, que solo desean ver documentación. Más tarde recibirá las oportunas notificaciones para aportar documentos. Ahora si se opone, no tendré más remedio que acompañarle a la comisaría, y entonces será cuando pueda avisar a su abogado. Elija. —Prefiero ir a la comisaría. —Muy bien, Pinillas acompañe al Sr. Papadolcetti a la comisaría y esperen a que lleguemos. Nosotros cumplimentaremos con la Orden Judicial. —De acuerdo inspector. Prácticamente a la misma hora, María Luisa Cerdanyola hacia entrada en la comisaría para presentarse ante Elena Ruiz, como pidió el inspector Dobles y evitar permanecer

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en el calabozo. Estaría cinco minutos, firmaría en la nota que le presentaban, y poco después se marcharía. Elena, la inspectora, aprovechaba ese momento de las once de la mañana para tomarse el segundo café del día en la cafetería Sanchidrian. El resto de la mañana y la mayoría de la tarde fue demasiado tranquila. Parsimoniosa y calmada, similar a la que precede a una gigantesca tormenta o tempestad. Así percibió el día Roberto. Aquella tarde pudo cerrar su despacho tres horas antes de lo acostumbrado desde el lunes. Llamó a Loli avisándola de su inmediata llegada. Tomarían unas cervezas antes de cenar y después verían alguna película tranquilos. Menos mal que ayer descanse – dijo Roberto siete horas después de levantarse– Cuando sonó el despertador no pensó que aquel viernes lo recordaría toda su vida. Hizo sus abluciones mañaneras, tomó un par de tazas de café con leche y encendió el primer cigarrillo del día. Luego esperó a que Loli terminara de arreglarse para acompañarla hasta su oficina. De regreso y ya cercano a la comisaría, pudo ver como un inmenso nubarrón se cernía sobre él. Cuatro coches patrullas llegaban con las sirenas y luminosos encendidos, al mismo tiempo un furgón atravesaba la entrada de la puerta hacia el garaje y calabozos. Roberto aparcó el coche, subió hasta su despacho y esperó a que las gotas de la tormenta comenzaran a empapar su cara. El primero en acudir fue Píndole. —¿Recuerda inspector?

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—¿Qué debo recordar? —Lo de la gresca de los gitanos. —¡Ah sí! ¿y qué pasa? —Pues que esta madrugada han vuelto de nuevo a por los payos. Padre e hijo en esta ocasión se han defendido, estaban esperándoles desde la vez anterior y ahora son los gitanos quienes han salido mal parados. A tres los hemos dejado en el hospital antes de venir aquí con el resto. —Pues nada, adelante, tómales declaración y cuando termines, a los calabozos con ellos hasta que pasemos el expediente al Juzgado que corresponda y los traslademos allí. —Vale. Mientras tanto Sastre; que acababa de dejar al Concejal en su despacho y a los dos atracados y robados junto a dos agentes de la comisaría de Vitoria; esperaba para hablar con Roberto. —He tenido que detenerles por sospechosos en la muerte de Horacio Torres, con el fin de traérmelos a Madrid. —Perfecto, no hay problema, estás cubierto. ¿Y el Concejal? —Esperando en mi despacho. —¿Has empezado el interrogatorio? —No aun no, esperaba que le vieras antes. —Bueno, pues si pide hablar con su familia, le dices que espere hasta prestar la primera declaración, luego le dejas el teléfono y que llame a su mujer e hijos si quiere.

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Espinosa y Pinillas aconsejaron a Papadolcetti, debía presentarse sin falta el mismo viernes por la mañana, acompañado por su abogado para prestar declaración, ausente hasta entonces por encontrarse de viaje. Los inspectores de Hacienda recogieron toda la información precisa para analizarla y posteriormente extender las oportunas órdenes de entrega de algún documento más, según se desprendía oficiosamente, de una primera visión. Eran las once menos diez minutos cuando se desató la tempestad. El Concejal, acompañado por el inspector Sastre, caminaba en dirección a una sala. María Luisa Cerdanyola también acompañada por la inspectora Elena Ruiz, se dirigían a firmar su presentación diaria. Mientras tanto, Espinosa, Pinillas, Papadolcetti y su abogado, aparecieron en la misma planta en dirección contraria a la que llevaba el Concejal. Del mismo modo unos agentes escoltaban a los dos detenidos en Vitoria, atracados y robados, Alberto Sindiero y Pedro Ramírez. En ese momento el Inspector Jefe Hernán Carrillo salía por la puerta de su despacho y miró la gran sala por la que todos caminaban en diferentes direcciones, buscando un encuentro no deseado. Cuando todos se cruzaron, también lo hicieron las miradas de unos a otros. Algunos no supieron, no quisieron o no entendieron, que hubiera sido mejor callarse y olvidar por un momento que se conocían. —Pero ¿qué haces tú aquí María Luisa? —dijo el Concejal al cruzarse.

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—Nada, vengo a ….. – la inspectora pidió silencio. —Buenos días Concejal —dijeron Sindiero y Ramírez al cruzarse con él. —Buenos días —contestó el Concejal—También para usted Sr. Papadolcetti —añadió. Éste giro la cabeza para no contestarle, aunque tropezó con la mirada de sus dos subordinados, ofreciéndole el mismo deseo para el día. Los rostros de la mujer y el Concejal se asemejaron a las paredes de las casas de los pueblos blancos de Andalucía. Ambos se miraron y se despidieron con los ojos, mientras acompañados por sus respectivos inspectores prosiguieron caminando. Del mismo modo Papadolcetti, su abogado y sus dos subordinados, hacían lo propio hasta encontrar los respectivos despacho y sala hacia donde se dirigían. El inspector Hernán Carrillo, como si se tratara del director de una gran orquesta, observaba desde su atril, a los numerosos profesores interpretando sinfonía para sospechosos en do mayor. Tanto él como el resto de inspectores guardaron para si las opiniones que más tarde aportarían a la reunión. Algo similar ocurrió momentos antes en los calabozos, cuando lo atravesaban ambos subordinados de Papadolcetti camino de la escalera y de las oficinas, al pasar ante los gitanos, aquellos soltaron un unísono: buenos días Sr. Martínez, buenos días Sr. Rodríguez. Igual que su jefe anteriormente, aquellos no contestaron y giraron sus cabezas para no devolver el saludo. Sin

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embargo los agentes que los acompañaban advirtieron los hechos. Luego lo referirían al inspector Espinosa. El inspector Sastre, acompañado por un agente y el propio Concejal de Urbanismo, se adentraron en una de las salas preparadas para tomarle declaración. Las preguntas se iniciaron cerca de las once y media de la mañana. Aun no eran las dos cuando Sastre le hacia la última. —Y con esta acabamos, Sinesio Tomas Prieto ¿Me asegura que nada tiene nada que ver con el Sr. Papadolcetti? —Nada inspector, absolutamente nada, le repito que solo le he visto en alguna ocasión en las reuniones que periódicamente se celebran en la sede de mi partido político. —¿Seguro Concejal Prieto? —Seguro Inspector. Bien entonces en cuanto hagamos la trascripción, firmará la declaración. Por lo que debe esperar unos minutos. Mientras tanto utilice el teléfono si lo desea para hablar con su familia, repito, solo con su familia. Marcó y esperó unos segundos. —Si Pilar, estoy en Madrid, en una comisaría. Bien, estoy bien. No por el momento no, es mejor que no llames al Ayuntamiento ni a nadie más, es la recomendación que me ha hecho el inspector y debemos cumplirla. Bueno, pásate por aquí, no sé cuándo dejarán

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que me marche. Di a los chicos que estoy bien. Vale, hasta luego entonces. Espinosa por su cuenta y en presencia de Pinillas, que actuó de agente en interrogatorios, practicó una serie de preguntas al Sr. Papadolcetti en presencia de su abogado. Después de media hora, hizo algunas más sobre la documentación encontrada en sus oficinas y comentarios sobre el objeto social de la empresa. Después las preguntas se fijaron sobre sus subordinados. —Por cierto, ¿qué trabajos encomienda a Sindiero y Ramírez? —Los propios de búsqueda y posterior desarrollo de un informe detallado de las parcelas y terrenos que localizan en situación de venta. Valoración económica y posibilidades de edificación. Visitan Ayuntamientos para comprobar los coeficientes de edificabilidad y si están preparados para la aprobación de algún plan parcial de ordenación. En fin, lo que cualquier empresa como la nuestra debe hacer. —¿Nada más? —¿A qué se refiere? —Pues me refiero, a que si no hacen nada más que eso. —Por parte de la empresa, no hacen más que lo que yo les ordeno. En sus horas libres, lo desconozco, y no es mi problema. —¿Y me asegura que no les ordena más que localización y posterior informe de terrenos? —En efecto Inspector. —Por el momento hemos acabado, después veremos que nos dice Hacienda. Por nuestra parte le pedimos que esté

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disponible por si debemos preguntarle algo más, por supuesto en compañía de su letrado. —¿Entonces podemos marcharnos? —Si me permiten unos minutos, le responderé enseguida a eso ¿Me disculpan? En otra sala el inspector Dobles; encargado de interrogar a los dos hombres detenidos en Vitoria, atribuyéndoles como sospechosos por la muerte de Horacio Torres; prácticamente había terminado de interrogarlos. —De acuerdo, recapitulemos. Entonces ¿siempre va a acompañado de Pedro Ramírez? —Sí señor, siempre. —Él es quien dirige todas las acciones que el Sr. Papadolcetti encarga. —En efecto inspector, yo solo obedezco órdenes. —Pero si ni siquiera acabó sus estudios de Graduado Escolar, como es posible que prepare informes para su Empresa. No me tome el pelo Sr. Sindiero. —No le tomo el pelo, preparo informes. —Bien dejémoslo por el momento. Descanse unos minutos, enseguida vuelvo. El inspector sale de la sala y entra en la contigua, donde espera Pedro Ramírez. —¿Cómo va el interrogatorio? —pregunta al agente. —Bien, acabando la penúltima batería de preguntas. —Ve con Sindiero, a mí me acaba de decir algo que quiero preguntarle también a Pedro Ramírez ¿Te importa? —En absoluto inspector.

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— Vamos a ver Sr. Ramírez ¿es cierto que recibieron orden de matar a Horacio Torres? Según su compañero Alberto Sindiero, él fue quien apretó el gatillo, y usted quien le roció de gasolina y prendió fuego una vez trasladaron el cuerpo a la Casa de Campo. —Sí señor, es cierto, nosotros no actuamos por libre, siempre lo hacemos por orden directa del Sr. Papadolcetti. La pregunta de Dobles no figuraba en la batería, la hizo pensando en que Sastre inventó la acusación de sospechosos en el asesinato de Horacio Torres para poder traérselos desde Vitoria, y ahora sin quererlo aquel individuo reconocía haber matado a Horacio Torres. Inmediatamente salió de la sala, cerró la puerta y dio orden de que nadie entrara ni saliera de allí. No acertaba a abrir la puerta del despacho de Roberto Hernán Carrillo. Una vez dentro se lo trasladó y tomaron la decisión de dar cuenta inmediata al Juzgado para que el Fiscal tomara cartas en el asunto. Pidieron órdenes judiciales y retuvieron al Sr. Papadolcetti, acusado de conspiración para un asesinato, y a los otros dos como autores del mismo por inducción. Ahora solo quedaba dilucidar la situación de la mujer maltratada, cuyo marido fue asesinado por orden del Director Gerente de Inversiones Dospe, las razones se verían posteriormente. Cerca de las cuatro de la tarde, Roberto se encontraba leyendo las declaraciones de los inculpados. Acabó de hacerlo, miró el reloj y dijo: Menos mal que ayer

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descansé. Se levantó para acercarse al Concejal y comprobar que ya podían contactar con el Ayuntamiento, comunicarles que su Concejal estaba sano y salvo. —Como van las cosas con el Concejal —preguntó a Sastre. —No tan bien como parece, tenemos ciertas dudas, no logramos ver la conexión del Concejal con los dos asesinos de Papadolcetti, ni tampoco la que al parecer tiene con la mujer maltratada y esposa del muerto. Quisiéramos hacer un careo. ¿Qué te parece? —Aguarda un poco, estamos esperando al ayudante del Fiscal, dijo que en cuanto acabara en los Juzgados pasaría por aquí. Así que el decidirá, por si tiene que inculparle y debe llamar a su abogado. —De acuerdo esperaremos. —¿Ha llamado a su mujer? —Sí. Al parecer está de camino. —De todas formas, no estará de más poner a la esposa del muerto y al Concejal juntos, y dejarles solos hasta que llegue su mujer. Podemos intentarlo, tal vez saquemos algo. —Se lo voy a decir. —Verá —comenzó diciendo el inspector Sastre al Concejal— dado que no conseguimos aclarar ciertos aspectos, esperaremos a que venga el Fiscal, para luego proseguir ¿Le parece bien? —De acuerdo, lo que crean conveniente. —Por cierto Sr. Tomas, le importa que le acompañe la esposa de Horacio Torres, está sola en mi despacho, y como al parecer se conocen, el tiempo de espera puede hacérseles más corto.

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—Claro inspector, no hay inconveniente. Ambos disimulan. Se saludan como si no se conocieran, y precisamente no fue esa la impresión causada al cruzarse por la mañana en el centro de la planta de despachos y salas de interrogatorios. Durante más de quince minutos les observan mientras ambos permanecen callados. Solo miradas, aunque cuando estiman que tal vez nada ni nadie les observa, comienzan a hablar en un tono muy bajo. El inspector Sastre ordena a un agente tomara nota de cuanto pudiera resultar importante. La reunión acabó poco tiempo después. Roberto junto a Sastre, estimó que en cuanto entrara la esposa del Concejal, sacarían a María Luisa Cerdanyola; dejarían a marido y mujer solos, sin escucha alguna; aprovecharían para decirla ante la presencia de un psicólogo que a su marido lo habían encontrado muerto en la Casa de Campo, después de haberse sofocado un pequeño incendio. Sastre golpeó la puerta con los nudillos pidiendo autorización para pasar a la sala donde María Luisa y el Concejal permanecían juntos. —Concejal, su esposa acaba de llegar, ¿quiere que la haga pasar? —Si gracias. —Sra. Cerdanyola, ¿querría acompañarnos? el inspector Jefe Hernán Carrillo desea hablar con usted. —Como no claro, ahora mismo.

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Pilar Jiménez del Paso atravesó la puerta y se adelantó hasta donde estaba su marido el Concejal. Éste mientras tanto se despedía de María Luisa con un ademán desacostumbrado, elevando su mano junto a la de ella hasta la altura de su barbilla y decía: —Señora me ha alegrado volver a verla. —A mí también Sr. Tomas Prieto, encantada de volver a verle sano y salvo. —¿Quién es esa mujer? —dice Pilar Jiménez a su marido. —La esposa de un constructor, nos hemos hecho compañía durante unos minutos. —¿Cómo has dicho que se llama? —No te lo he dicho, pero su nombre es María Luisa. Su marido es el gerente de Construcciones Torres. —¿De qué empresa? repítemelo por favor. —Construcciones Torres. —¿Entonces es ella? —¿Ella? ¿Quién? —No te hagas el olvidadizo. De todas formas ya hablaremos cuando lleguemos a casa ¿Por cierto cuando piensas ir? —En cuanto me lo permita el comisario. —Bien, entonces esperaré ¡Toma!, he traído lo que me pediste. También he llamado al abogado del Partido, seguro que aparecerá en cinco o diez minutos. Adiós, hasta luego. Ni siquiera se despidió al salir, claro que tampoco lo hizo al entrar. Parecía estar molesta, y aún más después de la corta y tirante conversación con su marido.

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El abogado Iniesta pidió entrevistarse con su cliente Sinesio Tomas Prieto, Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid. Aquel día lo fue de cruces, subía las escaleras hacia la planta donde se encontraba el Concejal, cuando el Sr. Papadolcetti, acompañado por su abogado y dos agentes, salían del despacho de Dobles, conversando en voz baja. Fue el momento en que el abogado Iniesta al cruzarse con ellos lanzó un saludo de tarde y miró extrañado las muñecas esposadas de Luciano Papadolcetti. Tanto él como su abogado respondieron desganados al saludo, mientras Iniesta insistió: ¿Nos veremos pronto? a lo que ninguno de ellos contestó. El inspector Sastre que le acompañaba pregunta. —¿Conoce a esos dos hombres? —Cómo no voy a conocerlos, son miembros de mi partido político, acuden a todas las reuniones que celebramos. ¿Puede decirme porque uno de ellos va esposado? —No, no puedo. Lo lamento Sr. Iniesta Llegaron frente a la puerta donde permanecía el Concejal, los dejaron solos sin grabar ni escuchar nada de lo que allí se habló. Mientras tanto, Roberto Hernán Carrillo, un psicólogo y la inspectora Elena Ruiz, iniciaban una desagradable tarea, la de comunicar el hallazgo del cuerpo sin vida del marido a María Luisa Cerdanyola, pese a haber mantenido sospechas sobre ella.

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—Sra. Cerdanyola, lamento tener que comunicarle que su marido Horacio Torres, ha sido encontrado muerto en la Casa de Campo. —¡No es posible! —Si señora, lo lamentamos, pero es cierto, el cuerpo de su marido apareció calcinado después de que los bomberos sofocaran un pequeño incendio. —¿Cuándo ha ocurrido? —Pues tenemos entendido que el cuerpo lo encontraron el domingo pasado, a esos de las cuatro de la tarde, según comunicaron los bomberos. —No puede ser, ¿el domingo dice? —Si señora —interrumpió Elena Ruiz— el inspector ha dicho el domingo. Y ahora por favor quiere decirnos porque nos mintió haciéndonos creer que su marido le pegó el lunes por la mañana. ¿Quién lo hizo? —No puedo responder a nada, debo pedir la presencia de un abogado. —Desde luego, señora. Llámele y luego espérele en el calabozo. Por cierto ¿no sabrá quien ha robado a su marido todos los ordenadores de las oficinas de su Empresa? —Acabo de decir que no voy a contestar a ninguna pregunta más. —Muy bien, señora está en su derecho. Muchas gracias. —Elena, llame a una agente y que la acompañen abajo. —Ahora mismo inspector. —Bien – dijo Roberto en cuanto salió la Sra. Torres- ahora mismo vamos a reunirnos para recapitular los asuntos, siempre que alguno de los compañeros no esté ocupado. —No. ¿Quieres que los cite a todos?

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—Desde luego, adelante. Minutos más tarde el Fiscal se hacía cargo de la Sra. Torres y del Concejal. Al mismo tiempo hacían entrada en los Juzgados de Instrucción, los matones de Papadolcetti, los dos payos que repelieron a los gitanos, y los gitanos que no estaban heridos. Los calabozos de la comisaría quedaron vacíos. Los despachos también, pues todos los inspectores se encontraban en la Sala de Reuniones, recapitulando los casos. —Bien señorita, señores, son las nueve de la noche, todos estamos fuera de servicio, y aunque no está permitido, ni tampoco deberíamos consentirlo, he pedido a Vicente, de la cafetería Sanchidrian, que nos suba unas copas. Me parece que las tenemos bien merecidas, y no solo por el día de hoy, en que ni siquiera hemos tenido tiempo de almorzar, sino por toda la semana que nos ha tocado vivir. ¿Les parece bien tomar una copa aquí, comentar la situación, y luego marcharnos cada uno a nuestra casa? —Desde luego Inspector Jefe, no hay problema, y… nos, y se lo permitimos. —Bien pues celebremos el éxito, y hablemos en un completo y merecido tono distendido. No pienso dirigir la sesión, así es que quien desee hablar que lo haga cuando le apetezca. Por cierto, y antes de olvidarlo, elijan un día para almorzar, están todos invitados y en el establecimiento que deseen, siempre que no sea un cinco tenedores ni una marisquería.

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Nadie miró el reloj ni levantó un teléfono, agotaron las botellas proporcionadas por el dueño de la cafetería Sanchidrian y cerca de las doce y media de la noche, abandonaban el edificio de la comisaría. El fin de semana quiso Roberto que fuera tranquilo. Suficiente agobio tuvo durante los días precedentes. Lo pasó al lado de Loli, pasearon, fueron al cine y como hacía mucho tiempo, compraron una bolsa de pipas de girasol y como si fueran chavales de ocho o nueve años, se tomaron de la mano, se sentaron frente al monumento al Rey Alfonso XII en el Parque de El Retiro y se las comieron. Cuando acabaron con las pipas volvieron caminando hasta Ríos Rosas, buscaron un establecimiento abierto y almorzaron para pasar el resto del domingo como unos novios de los años sesenta. El lunes por la mañana, a eso de las doce, el comisario José María hizo acto de presencia en la comisaría. Enseguida se presentó en el despacho de Roberto. —Bienvenido comisario. —Gracias Roberto. —¿Qué tal por aquí? —Pues creo que como siempre. —Claro. Siempre te dije que esta comisaría a veces es demasiado tranquila. —Bueno tampoco es eso. Ocurren cosas de cuando en cuando. —Ya, pero seguro que no ha pasado nada digno de mención. —Desde luego, prefiero no nombrarlo.

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—Y bien ¿qué más? —Pues el Director General estuvo aquí, nada más marcharse, luego llamó por teléfono diciendo que era urgente hablar con usted, debía decirle algo personal. —Entonces le llamaré ahora mismo. —Creo que debe hacerlo sin falta. Luego me cuenta que tal ese descanso de una semana entera. —Vale. El Comisario fue a su despacho mientras Roberto volvió a llamar al Fiscal para que le informara de la situación de los detenidos, de la madeja y lío en que estuvieron inmersos durante la semana. —No se preocupe Roberto, en cuanto acabe la instrucción y el Sr. Juez dicte las medidas provisionales correspondientes, le pondré al corriente. —Se lo agradezco Sr. Fiscal, debo una explicación a mi jefe el comisario, y a un compañero de Vitoria, quien descubrió el hilo que nos llevó a la madeja que ahora tiene en sus manos. —Entonces quedamos emplazados para dentro de unos treinta o cuarenta y cinco días, al menos. —Esperaremos mientras tanto. Gracias. —A usted Roberto. Segundos más tarde. —Roberto ¿puedes venir a mi despacho? –dice el comisario a través de la línea telefónica. —Ahora mismo. —Adelante, pasa —dice al oír los golpes en la puerta.

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—¿Qué ocurre jefe? —¿Te interesa mi puesto en ésta Comisaría? —espeta nada más entrar. —¿Porque me pregunta eso? —Sencillamente, el Director General quería saber si yo estaba dispuesto a ocupar la vacante que va a dejar con motivo de su jubilación. De ahí la urgencia en hablar conmigo. Si me descuido pierdo la oportunidad, debe dar respuesta al Ministro, pues le pidieron el nombre de un sustituto de confianza. —¿Qué le ha dicho? —¿Tu qué crees? —No creo nada, me gustaría saberlo. —Pues eso, le he dicho que si el Ministro de Interior lo admite, que sí, que estoy dispuesto a ocupar su vacante. —Enhorabuena. —No aún no, tan solo es el primer paso. —Ya pero conociendo al Director General como le conoce, creo que no le fallará. —Hombre eso espero. Y ahora, puedes contestar a mi pregunta. —¿A cuál? —¿Te interesa mi puesto en esta comisaría? Tienes los cursos hechos y estás preparado para dirigirla. —No, no me interesa. —Pero hombre, yo pensé que te gustaría subir, escalar en el Cuerpo. —No jefe, a mí me gusta investigar, resolver casos, y el puesto de comisario, aunque sea goloso monetariamente hablando, no me seduce. —No me digas.

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—Si jefe, verá he tenido una semana que no se la deseo ni a mi peor enemigo, no he podido ni comer. Estuvimos sin descansar. El lunes entraron seis casos al mismo tiempo y pasé todo el tiempo coordinando, leyendo informes, dando instrucciones y recomendaciones, pero ni siquiera hice una investigación, en el más amplio concepto de la palabra. Solo burocracia, responsabilidad, eso sí, pero yo no soy administrador, prefiero continuar investigando. Se lo agradezco, de verdad, se lo agradezco mucho, pero permítame que siga siendo un regular inspector de Asuntos Extraños. —Está bien, te advierto que esperaba una respuesta así. Siempre te consideré un buen policía, por eso te elegí a ti para ocupar la vacante de inspector que faltaba en mi Comisaría, y ya hace tiempo de eso. —Así es que fue usted quien me reclamó de la Brigada Central de Homicidios. —En efecto Roberto ¿ no lo sabias? —No. —Me alegro de que no aceptes el puesto de comisario, así de cuando en cuando, y si ocupo la vacante del Director General, podré seguir apostándome una comida contigo. —Vale jefe, me alegra que lo admita así de bien. Por cierto, les debemos una comida a todos los inspectores, incluido el agente Pinillas, que estuvo haciendo las veces de inspector al lado de Espinosa, de Robos y Atracos. Ya sabe jefe, ocupé su plaza una semana y perdí la comida, debe ser el puesto. —¿Entonces qué? ¿la pagamos entre los dos?

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—Pues claro, de lo contrario no sé qué iba a ser de nosotros los inspectores si no ganáramos al comisario una comida cada dos o tres meses. —Por cierto Roberto, que casos han sido esos que os han tenido ocupados toda la semana. —Déjelo por ahora comisario, además están todos en el Juzgado, y hasta que no acabe la instrucción no podremos conocer todos los detalles. —Entonces esperaremos para conocer cuáles fueron los Casos del Comisario Hernán Carrillo. —No jefe, no empiece que le conozco, ni se le ocurra. Por favor, deje las cosas como están. —Vale. Ahora pide a todos los inspectores que nos digan el día que iremos a cumplir con la apuesta. Habían transcurrido cuarenta días, cuando celebraron la apuesta. Al final Roberto no pagó un euro, fue el comisario quien invitó a todo el equipo de inspectores incluido el agente Pinillas. Claro que con el nombramiento como Director General de la Policía en el bolsillo y el correspondiente aumento en la cuenta del banco, bien pudo pagar la factura. En la comisaría se esperaba el nombramiento para ocupar la vacante dejada por el comisario. Mientras tanto Roberto se ocupaba de la coordinación de los casos que iban apareciendo. Ni uno solo extraño que pudiera llevarse a su boca investigadora. Una mañana, el Fiscal llamó por teléfono pidiéndole reunirse con él, en el despacho del Director General, su antiguo comisario. Le dijo:

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—Dado que debo informar al Director General de los casos, me gustaría contar los detalles una sola vez, así que si no le importa, nos vemos allí dentro de dos horas. Por cierto, enhorabuena, y colgó. Más tarde, en el despacho del nuevo Director General. —Pasa Roberto, pasa y siéntate, el Fiscal me ha dicho que no tardará más de cinco minutos en llegar. —Está bien, esperaremos ¿Qué tal jefe? ¿Cómo le va en su nuevo puesto? —Tomando decisiones. Unas buenas y otras no tanto, pero ya sabes, en estos puestos burocráticos como bien dices, no siempre se puede contentar a todo el mundo. —Desde luego, debe ser difícil. —No sabes cuánto. La conversación fue interrumpida en el instante en que entró el Fiscal en el Despacho del Director General. Los tres hombres se saludaron y poco después éste daba cuenta de lo instruido y descubierto tras muchos días de investigación. —Está tal vez un tanto enrevesado, pero intentaré clarificarlo lo mejor que pueda —inició el Fiscal. Debemos establecer ciertas premisas para entender la totalidad de los casos, o debería decir el caso. Bien, empezaremos por la esposa de Horacio Torres, el constructor. Era la amante del Concejal de Urbanismo. El Sr. Papadolcetti cabeza visible del conglomerado, dirigía Inversiones Dospe, con ramificaciones muy amplias y en

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todas las provincias de la geografía nacional. El pobre Horacio Torres, un trabajador incansable cayó en sus redes y le asesinaron. Inversiones Dospe, controlaba la mayoría de las compras de terrenos en las grandes capitales, sus contactos con los Gerentes o Concejales de Urbanismo a través de la Ejecutiva del mismo partido político, le permitían conocer de antemano la situación de todos los planes de ordenación urbana cuando se ponían estos en funcionamiento y a quienes tenían previsto otorgar las construcciones. Información privilegiada que recibía del partido político y a quien respondía pagando con asignaciones anónimas y millonarias. Dado que la Ley reguladora de la financiación de los partidos políticos no contempla la nominación de las entregas dinerarias superiores a cierta cantidad, tenía coartada para cualquier investigación que surgiera dentro de los diferentes Parlamentos Autónomos y Ayuntamientos. Dospe compraba no solo terrenos, sino orgullos, intenciones y actitudes. Cuando no conseguía sus propósitos por las buenas, mandaba a alguno de sus Ejecutivos de Informes que le propinaran una paliza, o sencillamente lo mataran. Así ocurrió con Horacio Torres. Su empresa aunque pequeña, era propietaria de unos terrenos que su familia tenía desde hacía muchas generaciones en uno de los polígonos próximos a construir en Madrid. Este hombre, que seguramente era uno de los pocos que cumplía estrictamente con la ley, se negó a vender. En un principio Inversiones Dospe, que había contactado con el Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid, sabía por los planes diseñados, que aquellos terrenos pertenecían al marido de su amante, la Señora María

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Luisa Cerdanyola. A través de ella, el Concejal trató de convencer a Horacio Torres procediera a su venta o los permutara por otros, ya que era conocedor de que Inversiones Dospe, no soportaría una negativa por parte de éste. Dada la insistencia por parte de su esposa, le llevó a sospechar y descubrir que era la amante del Concejal. Mientras tanto Inversiones Dospe, comienza el acoso a Horacio Torres. Primero enviando a la mafia de gitanos que ocupa obras, exigiendo el pago para que no les roben maquinaria, o evitar que le rompan material, o desaparezca. Como les decía antes, éste hombre era un hombre especialmente integro, contrataba a gente preparada, o a quien necesitaba trabajar, los daba de alta en la empresa y ponía sus propios vigilantes en todas sus obras. El grupo de gitanos propinó una paliza a dos de sus vigilantes, un padre y su hijo. Luego fueron ellos quienes se resarcieron devolviéndosela a los gitanos. De ahí que estos gitanos saludaran, como se ve en el informe, a los dos acusados de asesinato, que por otra parte, utilizan numerosos nombres y aspectos para cometer sus fechorías o inducir a ellas. Todo según los intereses de Inversiones Dospe. Por otro lado, dada la negativa a vender, una noche Horacio Torres, discute con su mujer cuando esta insiste en que debe vender los dichosos terrenos. En ese momento éste la descubre lo que ya sabía, que era la amante del Concejal y le advierte que si no cesan en el intento de enajenar sus terrenos irá directamente al Ayuntamiento para presentar una denuncia ante el propio Alcalde. Esa misma noche se marcha de su casa y su mujer llama al Concejal a su domicilio particular para informarle de lo que acaba de escuchar a su marido. La esposa del Concejal reconoce la

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voz de María Luisa en la Comisaría, cuando ustedes les tuvieron juntos en aquella sala. El Concejal se asusta y se pone en contacto con Papadolcetti, a quien le cuenta lo que puede hacer el constructor. Es entonces cuando le envían a dos de sus matones, que le secuestran y le llevan fuera de Madrid, a un pueblo cercano. Allí le retienen y le amenazan si no consiente la venta de los terrenos y se olvida de denunciar al Concejal. Papadolcetti, no está muy entusiasmado con lo que le cuenta el Concejal. Le dice que si Torres, no consiente la venta, tendrá que modificar el plan de urbanismo. Aquello enoja a Luciano y el célebre jueves, envía a dos de sus matones para que le secuestren y le convenzan de la conveniencia de no cambiar el plan de urbanismo. Mientras tanto da orden de matar a Torres. Le disparan y conservan su cadáver hasta el sábado en que lo llevan a una zona de la Casa de Campo donde suelen reunirse familias para comer en las mesas y bancos dispuestos por el Ayuntamiento. Luego preparan un artilugio para que a las diez de la mañana del domingo comience el fuego alrededor del cadáver. Mientras tanto envía a otros dos Ejecutivos para que roben todos los ordenadores en previsión y evitando que algunos datos allí contenidos pueda facilitar una posible investigación de la policía. Claro que no conocían que la red interna estaba conectada al servidor en el sótano de sus oficinas. Trata de convencer al Concejal, y envía a sus dos matones para que en el propio despacho de la Gerencia de Urbanismo, le convenzan y no cambie el plan de urbanismo. Le dicen que han matado a Torres y que si no hacen lo que les pide Papadolcetti, harán lo mismo con él. Forcejean y gritan, según confirmó la Secretaria del

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Concejal, y le recogen cuantos documentos encuentran del plan de urbanismo modificado, ya medio diseñado sin los terrenos de Torres. Salen del despacho con el Concejal drogado, según quedó constancia en la cinta grabada. Luego se lo llevan a Vitoria, pero antes denuncian que han sufrido un atraco y les han robado los maletines en los que sacaron los documentos de la Gerencia. Únicamente lo hacen preparando la coartada. Prueba de ello es que vuelven a hacer lo mismo en Vitoria, cuando el Concejal se les escapa, y tienen que abandonar el hotel. Llaman a su jefe quien les ordena buscarlo por la ciudad. Luego, cuando van a la comisaría, detenido ya el Concejal, éste se asusta al verlos y pide ver al comisario para que le dejen llamar a María Luisa Cerdanyola. No la encuentra en su casa, pero si la localizan otros matones de Dospe, que tratan de secuestrarla también y así domeñar al Concejal, sabedores de que son amantes. Ella intenta escaparse en dos o tres ocasiones, y los matones la golpean sin contemplaciones, en la cuarta oportunidad que tiene escapa y en la primera comisaría que ve se mete y aprovecha la vigente ley de protección contra los maltratos. Finge que ha sido su marido quien la ha golpeado ya que desconoce está muerto desde hace varios días. El resto señores, creo que lo conocen por los periódicos. Se ha abierto una investigación sobre el partido político, fundamentalmente sobre su financiación, y también a la Gerencia Municipal de Urbanismo. El Concejal será juzgado como el resto de los detenidos. De la petición de pena ya me ocuparé yo y S.Sª de concederla o no. De todas formas tanto su familia como el partido político ya le han juzgado y condenado.

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También hemos concertado se ponga en alerta a todas las comisarías a fin de que acaben con las mafias de vigilantes de obras. —La verdad —comenzó diciendo el Director General después de escuchar— vaya semanita que te tocó vivir Roberto. —Y que lo diga jefe, digo… Director General. —No importa, siempre seguiré siendo tu jefe. —Pues eso jefe, que fue una semana inolvidable, anduve ejerciendo de usted, que entonces era el comisario ¿lo recuerda verdad? —Claro que lo recuerdo, tampoco hace tanto tiempo. Poco después. —Bien, pues muchas gracias Sr. Fiscal, por la información. Ahora si podré contar el desenlace a mis compañeros de la comisaría, estábamos ansiosos por saber los hilos ocultos, la trama de todo el lío de la semana negra, como la llaman. Además debo viajar a Vitoria para ver al comisario de la Zona Dos, quedó pendiente de conocer también la trama del Concejal. —De nada Roberto, gracias a usted y de nuevo, mi enhorabuena. —Sr. Fiscal, por favor —interrumpió el Director General. —¡Ah! perdón Sr. Director. Bueno debo marcharme —alargó su mano y estrecho las que ambos interlocutores le ofrecieron. —¿Enhorabuena por qué? —preguntó segundos después Roberto.

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—La enhorabuena de esto —dice el Director General entregándole un sobre en el que aparece su nombre. Roberto miró a su Jefe, luego rasgó el sobre, sacó una carta que aparecía firmada por el Director General, la leyó y volvió a mirar a su Jefe. —Jefe, esto no me lo esperaba de usted. —¿Porque lo dices? —¿Recuerda la conversación que tuvimos en su antiguo despacho de comisario? —Claro que la recuerdo, y tú debes recordar lo que acabo de decir hace poco. Las decisiones a veces no siempre contentan a todos, pero se deben tomar. —¿Y eso que tiene que ver conmigo? —Tiene que ver, Roberto, porque los ciudadanos perderían a un buen policía, a un buen investigador y a una mejor persona, si yo no hubiera decidido nombrarte comisario. —Vale jefe, pero esto…., esto duele bastante, siendo amigos como lo somos. —¡Anda! dame un abrazo, los amigos se dan la enhorabuena con un abrazo, ¿o no? —Claro que sí, jefe. Hablaron durante unos minutos, y poco después pide utilizar el teléfono para llamar a Loli a la empresa donde trabaja. Llama por éste, —dice ofreciéndole uno de color verde. —¿Oiga? ¿Por favor podría ponerme con Loli? —¿De parte de quien por favor?

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—Dígale que le llama….. el inspector, digo, el comisario Roberto Hernán Carrillo.

FIN