Dispositivos de normalidad didáctica
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1
DISPOSITIVOS DE NORMALIDAD
DIDÁCTICA
Por
Diego Fernando Camelo Perdomo
Universidad Santo Tomás
INTRODUCCIÓN
En el capítulo anterior se evidenció una serie de argumentos destinados a justificar la
noción de anormalidad aplicada en la enseñanza de la filosofía en el contexto colombiano.
Haciendo una aproximación a la categoría de anormal presentada por Foucault, se trató de
hacer un engranaje conceptual que permitió llegar a la comprensión de lo que se podría llamar
“anormalidad normalizada” de la didáctica de la filosofía en el sentido de que, solo se verá
más adelante, la normalización de la filosofía en Colombia se configura dentro de unas
dinámicas históricas que no da lugar a meros subjetivismos. Es tanto el rigor histórico que
ostenta, que efectivamente se logra determinar un indicador cronológico concreto1 a partir
del cual se normaliza lo que antes era anormal tomado así por la influencia del poder pastoral
en el devenir educativo.
Lo que nos hemos permitido llamar aquí como “Dispositivos de normalidad didáctica”
es producto de las reflexiones suscitadas entorno a lo que Foucault por su parte llamó en su
obra “Historia de la sexualidad I” “Dispositivos de la sexualidad”. Cuando justifica las
razones por la cuales se lanza a realizar tales investigaciones explica que lo que menos quiere
es teorizar las instancias de poder de la sexualidad; por el contrario lo que pretender es definir
el dominio que forman las relaciones de poder y la determinación de los instrumentos que
permiten analizarlos (Foucault, 2011, pág. 78). Y esto es precisamente un dispositivo un rollo
que posee muchas líneas, un conjunto multilineal, como afirmaría Deleuze (1999). En efecto,
un dispositivo está compuesto de líneas de naturaleza diferentes y que trazan de igual manera
en direcciones diferentes; tienen componentes lineales de enunciación, líneas de
subjetivación, líneas de poder, líneas de lenguaje (Deleuze, 1999, pág. 157). En definitiva,
se afirmará que un dispositivo en un andamiaje heterogéneo conformado por prácticas y
técnicas homogéneas que están vinculadas entre sí por una racionalidad. Por consiguiente, a
“Dispositivos de normalidad didáctica” se hará referencia al conglomerado de prácticas,
discursos y técnicas de normalización que emergieron desde la primera mitad del siglo XX
en la enseñanza de la Filosofía en Colombia a nivel de bachillerato.
En el actual capítulo se intentará hacer un asomo a lo que ya, desde 1940, Francisco
Romero se dignó llamar como la “Etapa de Normalidad de la filosofía” y que, más adelante,
en 1984 J. Zabaleta denominó como “Normalización de la filosofía en Colombia”; aspecto
sobre el cual G. Hoyos también se refirió en 1994 como “Anormalidad, postergación y
1 Este indicador cronológico es una idea que no se pondrá en tela de juicio, ya que bien este trabajo acepta y
sostiene dicha periodización. Aquí nos referimos a los acontecimientos sucedidos durante la primera mitad del
siglo XX en lo que tiene que ver con la filosofía en el marco de la historia del país.
2
normalización” en su artículo “Medio siglo de Filosofía moderna en Colombia”, pero que
igualmente cuatro años más tarde el profesor Leonardo Tovar contribuiría con un artículo
enfocado en esta misma dirección.2
No obstante, a pesar de contar con estos fundamentos teóricos, resultará menester traer
ahora a colación lo que Foucault entiende como normalización con el firme objetivo de
ratificar si dicha categoría nos sirve en nuestra contextualización en tanto herramienta
categórica. Es por esto que el objetivo del presente capitulo es, precisamente, el de identificar
el cómo es comprendida la normalización y cómo ésta, entendida ahora como proceso, se
muestra dentro del despliegue histórico de la filosofía en Colombia a nivel de secundaria
durante algunas décadas del siglo XX. Pero para llegar a este pretendido lo que se irá a hacer
es demostrar, en un intento de contextualización del significado que Foucault aplica a la
categoría de normalización ejercido sobre los cuerpos en el marco de las sociedades
disciplinarias modernas, una normalización ya no disciplinaria punitiva corporal, sino una
normalización del saber en la que se propende identificar el canon epistémico que regule la
validez de los saberes filosóficos enseñados en Colombia en el periodo antes señalado.
1.1 M. Foucault y el concepto de Normalización
Como bien se lee en el título del presente apartado, lo que se pretende es realizar un
sutil rastreo al concepto de normalización en Michel Foucault, pero, considerando la
imposibilidad de ser extensos en este propósito y atendiendo el objetivo del presente trabajo,
nos limitaremos a pesquisar dicho concepto en dos de sus obras: “Vigilar y Castigar” y su
curso en el Colegio de Francia de 1977-1978 “Seguridad, Población y Territorio”. En la
lectura de las mencionadas obras se evidencia que la normalización cuenta con una
connotación completamente diferente, y es obvio que sea así pues ambas obras fueron
escritas en respuesta a cuestiones que de uno u otro modo estaban ceñidas en circunstancias
particulares. En este orden de ideas y para fines de este trabajo, la indagación en torno al
término de normalización expuesto por Foucault comenzará por “Vigilar y Castigar” y acto
seguido se pasará a abordar el concepto en cuestión a la luz del curso anteriormente
mencionado.
Se ha de partir de la evidencia de que la discusión en torno a la normalización
desarrollada a la luz de Vigilar y castigar debe estimarse bajo dos aspectos, a saber: la norma
y la disciplina. De hecho, la norma cuenta con un desenvolvimiento político dentro de una
sociedad disciplinaria. Así, el poder que disciplina trabaja como un poder que normaliza, “lo
que quiere decir que su funcionamiento tiene como condición de posibilidad que la norma se
activa en pro del ejercicio de poder en las sociedades modernas” (Hernández, 2013, pág. 81).
La norma genera cierto juego de tensiones entre extremos polares que pretenden someterse
unos a otros, es decir, normalizarse. Esto explica por qué el poder disciplinario es un modo
de ejercicio político cuya eficacia corresponde al poder normalizante de la norma.
En la tercera parte de Vigilar y Castigar referida a la disciplina, Foucault explica cada
uno de los medios que hacen eficaz la norma en relación con el poder disciplinario. Uno de
esos medios es, precisamente, la sanción normalizadora, que sobre la base del poder
2 Véase: Tovar, Leonardo “La normalización de la filosofía en Colombia”. En Cuadernos de Filosofía
Latinoamericana Bogotá, Universidad Santo Tomás, 1998, (72-73).
3
disciplinario lo que hace es que el castigo ya no expíe las faltas ni ejerza represión sobre los
“anormales” sino que por el contrario se logre identificar “la penalidad perfecta que atraviesa
todos los puntos y controla todos los instantes de las instituciones disciplinarias, compara,
diferencia, jerarquiza, homogeniza, excluye. En una palabra normaliza.” (Foucault, 2002,
pág. 213). La sanción normalizadora se define entonces como una técnica disciplinaria cuya
racionalidad se sostiene en el poder de la norma misma. Por consiguiente, la normalización
se configura como una técnica de poder disciplinaria que determina los grados de normalidad
pertenecientes a un cuerpo social homogéneo, es decir que el poder de normalización obliga
a la homogeneidad (Foucault, 2002, pág. 215). De esta manera se regula en un sistema de
igualdad formal ciertos imperativos que determinan y definen las diferencias individuales.
Pero la norma cuenta también con su propia característica funcional, la cual Foucault define
de la siguiente manera:
“En primer lugar la calificación de las conductas y de las cualidades a partir de dos
valores opuestos del bien y del mal; en lugar de la división simple de los vedado, tal
como la conoce la justicia penal, se tiene una distribución entre polo positivo y polo
negativo; toda conducta cae en el polo de las buenas y de las malas notas, de los buenos
de los malos puntos. Es posible además establecer una cuantificación y una economía
cifrada.” (Foucault, 2002, pág. 185)
Gracias a esta transformación del juicio sobre la conducta al pasar de lo cualitativo a
lo cuantitativo se funda la posibilidad de comparar los individuos a su vez que los jerarquiza.
Foucault (2002) muestra que esta conversión tiene una doble función:
“A través de esta microeconomía de una penalidad perpetua, se opera una
diferenciación que no es la de los actos, sino de los individuos mismo, de su índole, de
sus virtualidades, de su nivel o de su valor. La disciplina, al sancionar los actos con
exactitud, calibra los individuos “en verdad”, la penalidad que pone en práctica se
integra en el ciclo del conocimiento de los individuos” (pág. 186)
Este conocimiento de los individuos emerge de la vigilancia que a ellos se les hace. Es
un conocimiento normalizante, establecido en relación a una norma que deriva del individuo
observado y retorna luego a él mismo para corregirlo al cualificarlo estando dentro o fuera
de las exigencias de la normalización. La razón de ser de una norma radica entonces en el
acto mismo de la normalización, es decir, el acto de corrección sobre una existencia. El saber
normalizante es una aplicación impositiva continua que se afina y prolifera en su ejercicio
mismo (Hernández, 2013, pág. 89). En consecuencia, el poder disciplinario es, de alguna
manera, un poder epistemológico, es decir, un poder capaz de producir saber el cual adopta
la forma de normalización3. A partir de aquí se estima que todo aquel que no esté sujeto por
los requerimientos normalizantes exige una acción correctiva. Se confirma el estatuto de la
norma como función de normalización, ya que la norma para que se configure como tal debe
ajustarse en una práctica de normalización. (ibídem. p. 90)
3 Así escribe Foucault en La verdad y sus formas jurídicas: “Al lado de este saber tecnológico propio de las
instituciones de secuestro, nace un saber de observación, de algún modo clínico, el de la psiquiatría, la
psicología […]. Los individuos sobre los que se ejerce el poder pueden ser el lugar de donde se extrae el saber
que ellos mismos forman y que será retranscrito y acumulado según nuevas normas” (Foucault, 1996, pág. 143)
4
En esta dirección, el examen se constituye en un dispositivo en el que se entretejen
diferentes técnicas disciplinarias (vigilar y sancionar) que normalizan. En palabras de
Foucault el examen es “una mirada normalizadora, una vigilancia a lo que permite calificar,
clasificar y castigar” (Foucault, 2002, pág. 216). Pero existe una figura arquitectónica en la
que se evidencia las prácticas individualizantes disciplinarias: El panóptico de Bentham4,
cuyo símbolo normalizador prolonga la división constante entre lo normal y lo anormal, entre
lo apto y lo inapto. El objetivo principal del panóptico era “inducir en el detenido un estado
consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del
poder” (Foucault, 2002, pág. 233).
El panóptico es, como se firmó en líneas atrás, un dispositivo que en medio de sus
muchos efectos, logra des-individualizar el ejercicio del poder entre quién vigila y el vigilado.
La maravilla del panóptico, según Foucault, radica en que logra generar efectos entorno al
poder de un modo homogéneo, tanto así que “el panóptico puede incluso construir un aparato
de control sobre sus propios mecanismos” (Foucault, 2002, pág. 236). El esquema panóptico
estudiado por Bentham designa, según Foucault, un principio global en el que impera una
tecnología de poder específica para resolver los problemas de vigilancia. (Foucault, 1979,
pág. 11). También representa para cualquier aparato de poder una serie de garantías dentro
de sus relaciones. Es un dispositivo que retroalimenta dichas relaciones hasta el punto de
auto-regularlas. (Foucault, 2002, pág. 239).
En efecto, las diversas estrategias de normalización encuentran su despliegue práctico
en las instituciones disciplinarias donde a través del control del tiempo, de los espacios, de
las conductas procuran la búsqueda de la cualificación de los sujetos. Pero a pesar de ello,
todas estas estrategias han emergido del cuerpo. Es, por consiguiente, en el control de los
cuerpos donde recaen primordialmente estas estrategias de normalización, es decir, la
producción de los sujetos, quizá porque a través del cuerpo se logra hacer efectiva una gestión
total de la existencia. (Bacarlett & Lechuga, 2009, pág. 78).
Como ha quedado demostrado, el concepto de normalización en el Foucault de Vigilar
y Castigar debe ser comprendido en clave de aplicabilidad a los cuerpos de los individuos,
cuya docilidad robustecerá las condiciones disciplinarias con el fin de ya no castigar ni
reprimir, sino de corregir. A continuación, se proseguirá con la indagación sobre el concepto
objeto de esta aproximación pero ahora a la luz del curso de 1977-1978 en el Colegio de
Francia “Seguridad, Territorio y Población”. Se espera que al término de este acercamiento,
quede claro que la normalización en Foucault cuenta con dos connotaciones particulares
sobre todo teniendo como referentes teóricos las obras nombradas hace algún instante.
Mientas que en Vigilar y castigar los mecanismos dominantes en las sociedades se ejercían
bajo una normalización disciplinaria, por otra parte en Seguridad, Territorio y población la
normalización operará en orden a la seguridad y no a la disciplina. Veamos brevemente.
El rastreo del concepto de normalización en este curso empieza en su clase del 11 de
enero de 1978 en donde Foucault expone cinco posiciones sobre el análisis de los
mecanismos del poder, en los que se hallan los mecanismos disciplinarios y los dispositivos
de seguridad. De éstos últimos, el filósofo francés identifica algunos rasgos generales dentro
4 Foucault describe la figura arquitectónica del panóptico presentado por Bentham en Vigilar y castigar de la
siguiente manera: “Su principio es conocido: en la periferia, una construcción en forma de anillo, en el centro,
una torre con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida
en celdas, cada una de la cuales atraviesa todo el ancho de la construcción. Tiene dos ventanas, una hacia el
interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y otra hacia el exterior, que permite que la luz atraviese la
celda de lado a lado” (Foucault, 2002, pág. 232)
5
de los cuales se encuentra el estudio de la forma de normalización que es específica de la
seguridad. (Foucault, 2006, pág. 27). Si bien es cierto que fue en esta clase que anunció el
interés por escudriñar la normalización securitaria, fue hasta la del 18 de enero del mismo
año cuando vuelve a hablar acerca de la normalización enmarcada dentro de los parámetros
de los dispositivos de seguridad a los cuales se introduce debido al accionar de un correlato:
la libertad. (Foucault, 2006, pág. 71) El buen funcionamiento de estos dispositivos depende
en gran proporción al ejercicio de la libertad, pues ella sería una garantía que posibilita el
movimiento, el desplazamiento y proceso de circulación de las gentes y las cosas (ibídem.).
De hecho, Foucault estima que la idea de un gobierno de los hombre y una administración de
la cosas debe considerar como base de todo el dispositivo la libertad de los hombre, ya que
son elementos co-relativos entre ellos. De ahí que lo primordial en la acción física del poder
es que se produce a través de la libertad y por lo tanto, la normalización, en este sentido,
contará con una tecnología de poder que la conducirá a centrar su interés por cuidar la
libertad, es decir, asegurarla. Aquí se puede concluir, en pocas palabras, que a mayor libertad,
mayor es la seguridad. Ya en la clase del 25 de enero, Foucault aborda de manera más
concisa, y dando cumplimiento a su compromiso de la clase anterior a ésta, el problema de
la normalización. En la primera clase del curso, es decir la del 11 de enero, Foucault hizo
énfasis en dilucidar los rasgos distintivos entre los mecanismos disciplinarios y los
dispositivos de seguridad demostrando que tanto los unos como los otros determinan los
modos con que se abarque un acontecimiento. Ahora, lo que se propone el autor es mostrar
que una cosa es hablar de normalización disciplinaria y otra muy diferente es hacerlo sobre
normalización aplicada a la seguridad. (Óp. Cit. p. 74) Para comenzar su disertación sobre la
normalización, Foucault inicia señalando la relación que hay entre la ley y la norma, de la
cual señala un vínculo común: la normatividad. Esto quiere decir que entre la ley y la norma
existe una correlación normativa, pero que esta normatividad no debe confundirse con las
técnicas de normalización (Óp. Cit. p. 75). La relación entre la ley y la norma no hay que
tomarla como si fueran los procedimientos que hacen posible dicha relación. En otras
palabras, la normalización permite que exista la normatividad y no viceversa. La función de
la ley de cara a la norma es codificarla y en ningún momento interfiere en la consolidación
de las técnicas de normalización.
Pero digamos algo más sobre la relación entre ley y norma. Bacarlett & Lechuga (2009)
explican claramente la distinción entre ellas. La norma es el instrumento privilegiado a través
del cual se ejerce poder en las sociedades disciplinarias y liberales, la norma y no la ley, ya
que mientras ésta última implica un aspecto coercitivo y represivo, la norma tiene más un
rasgo formativo (p. 85). Por otro lado, pero en esta misma dirección, Hernández (2013)
sostiene que la ley debe garantizar que en el espacio jurídico del Estado de derecho, todos
los ciudadanos sean exactamente iguales, que nadie esté por encima de otro en lo que se
refiere a sus derechos y deberes. Mientras que la norma instituye diferencias singulares que
maximizan el alcance del poder pero estableciendo desigualdades a nivel de la
individualidad. Para la norma ningún individuo es igual, antes bien, cada quien debe
encontrar su particularidad dentro de la identidad normal. En cambio, la ley toma siempre la
forma de un contrario que funda la posibilidad de distribución entre los individuos (pp. 85-
86). Ese “encontrar su particularidad” de la que Hernández (2013) hacía alusión
anteriormente tiene que ver con lo que Foucault (2006) hablaba cuando se refería a la
reducción de las normalidades más desfavorables, más desviadas con respecto a la curva
normal, general a esta misma curva (p. 83). Esto lleva a la discusión a recalcar nuevamente
la distinción entre el sistema disciplinario y el sistema securitario.
6
En el sistema disciplinario se partía de una norma para que a partir de allí se pudiera
distinguir lo normal de lo anormal. Por su parte, en el sistema securitario se empieza por la
distinción entre lo normal y lo anormal para determinar el proceso de normalización, el cual
consistirá en “hacer interactuar esas diferentes atribuciones de normalidad y procurar que las
más desfavorables se asimilen a la más favorables” (Foucault, 2006, pág. 83). Partiendo de
esta idea, la norma, entonces, juega al ritmo de las normalidades diferenciales, haciendo que
lo normal ocupe una posición de ante-sala para fijar la norma y ésta cumpla su papel
operativo en la normalización. Foucault concluye que los sistemas disciplinarios se
estructuran en una normación, mientras que los dispositivos de seguridad se desarrollan por
normalización. En últimas, los dispositivos de seguridad no parten de un modelo ideal o de
una norma pre-establecida o está dirigida a individuos, sino que parten de acontecimientos y
están dirigidos a las poblaciones. Los fenómenos que atenten contra la norma de la sociedad
no será tomado como normalidad o anormalidad sino como peligrosidad (Castro-Gómez,
2013, pág. 79).
En definitiva y recogiendo un poco lo dicho hasta ahora, la “categoría”, si se puede
decir así, de normalización empleada por Foucault y de la cual se ha intentado hacer aquí una
aproximación a partir de dos de sus obras, goza de una alta complejidad si no se tiene en
cuenta las connotaciones significativas que posee en cada una de ellas. Es decir, la
“normalización” en Vigilar y castigar gravita en torno al sometimiento de los anormales
quienes bajo prácticas represivas y castigos eran sumisos, de cuerpos dóciles y subyugados
a técnicas disciplinarias destinadas a reprender el cuerpo. Pero, como nos pudimos dar
cuenta, esta denominación de “normalización” aplicada a la disciplina de los cuerpos no es
otra cosa que una “normación” como el mismo Foucault lo llamó años más tarde contrapelo
a lo dicho en esta obra. Por otra parte, en el curso que se ha tomado como referente Seguridad,
territorio y población, ya Foucault dedica su reflexión al fenómeno propiamente de la
“normalización” y esto lo hace enmarcando su discurso bajo los dispositivos de seguridad.
La preocupación ya no era el castigo como técnica disciplinaria. El meollo del problema era
la seguridad en donde la preocupación no residía en sancionar los sujetos mediante técnicas
de individualización para determinar quién era el normal o el anormal. Ahora lo que
importaba era saber quién representaba un peligro para la población con el fin “alinearlo” a
lo normal mediante la norma, como instrumento operativo. Los dispositivos de seguridad
respondían a una “economía del poder” indiscutiblemente disímil a las abarcadas por
Foucault en Vigilar y castigar. Aquí el panóptico de Bentham ya no cumple ninguna función.
Es tanto así que Foucault sostiene que,
“Puede decirse que la idea del panóptico, moderna en cierto sentido, es también una
idea muy arcaica, pues el mecanismo panóptico, en el fondo, intenta poner en el centro
a alguien, […] hacer actuar su soberanía sobre todos los individuos dentro de esta
máquina de poder. En este aspecto, podemos decir que el panóptico es el sueño más
viejo del más antiguo de los soberanos: que ninguno de mis súbditos me eluda y
ninguno de los gesto de ninguno de ellos me sea desconocido. En cierto modo, el punto
central del panóptico es el soberano perfecto” (Foucault, 2006, pág. 87).
Es claro que lo que le interesa a Foucault es señalar un conjunto de mecanismos de
gobierno cuyas técnicas no estarán directamente encausadas a los individuos, sin que esto
signifique su exclusión dentro del sistema, porque de alguna manera los procesos de
individualización estarán presentes sin ser ellos el motor del sistema mismo, al cual Foucault
7
llamó el gobierno de las poblaciones que es algo completamente diferente al ejercicio de una
soberanía, propia de los mecanismos disciplinarios por normación. En definitiva y como lo
advierte Foucault, la normación corresponde a un tipo de economía de poder que es el
soberano. Mientras que la normalización pertenece a otro tipo de economía de poder al que
llamó gobierno de las poblaciones.
No sería extraño creer que lo que hizo Foucault fue una búsqueda de las condiciones
de posibilidad y alcances de la norma. Pero como se afirmó en líneas atrás la norma existe
en virtud de lo normal. Por lo tanto lo establecido por Foucault en relación a lo normal fue
una crítica que, de acuerdo con Miguel Morey (1999), provoca una ruptura con la normalidad
del decir de la doxa, un decir sobre lo que se dice y contra lo que se dice, contra lo que hay
que decir, un decir que busca su posibilidad en el “otro modo” de la doxa (Morey, pág. 117).
Esta crítica incita a fundar establecer una posición contundente frente a lo que otros hacen,
“decir lo que hay que decir y repetir un decir normalizado que ocupa el lugar del
pensamiento” (Ibídem.). Es una activa exhortación a pensar y decir lo normal “de otro modo”,
lo que conlleva a quebrantar los vínculos dependientes con la costumbre de adoptar lo normal
como un criterio de los real. Este poder normalizador de lo normal opera sobre los modos de
actuar y de saber de los sujetos. De ahí que criticar lo normal implica de-codificarla hacer
que se vuela práctica de normalización y pensar hasta donde puede ir, es decir, sus alcances.
Es por esto que la genealogía de la normalización elaborada por Foucault es ante todo
una crítica que interroga sobre sus condiciones de posibilidad en el sentido kantiano del
término (Morey, 1999, pág. 119). Ahora bien, teniendo en cuenta todo lo expuesto en este
apartado, vale preguntarse si la normalización en el sentido como lo expone Foucault puede
ser aplicado al proceso de lo que en el contexto de la didáctica de la filosofía en Colombia se
ha denominado como normalización de esta disciplina. Desde luego, no puede obviarse que
la didáctica misma normaliza sus propias prácticas pedagógicas; incluso es posible
considerar que hablar de normalización en la didáctica de la filosofía se haga con ciertos aires
de anti-normalización respecto a lo que antes de 19465 se había hecho en termino de
enseñanza y contenidos de la misma, aspectos éstos que ya han sido abordados en este trabajo
amparados bajo el título de “Anormalidad en la didáctica de la filosofía en Colombia”.
Pero volviendo a la inquietud en torno a la posibilidad de adoptar el sentido
foucaultiano de la “normalización” en la enseñanza de la filosofía en el país, hay que tener
en cuenta que cuando Foucault habla de normalización lo hace en perspectiva de seguridad6
y que se circunscribe en una economía de poder que él mismo denominó “gobierno de las
poblaciones”. Por lo tanto, la normalización de la enseñanza de la filosofía es proporcional a
la normalización de saberes, en donde se determinen los cánones epistémicos y, por ende,
las forma de comportamiento. De esta manera, dicha normalización tiene alcances morales
más no éticos. Para la argumentación de esta idea, se hará un rápido arribo al concepto de
moral expuesto por Foucault en el II tomo de su Historia de la Sexualidad en la que entiende
como el conjunto de valores y reglas de acción que se proponen tanto a los individuos como
a los grupos humanos (familia, escuela, Iglesia), cuya estructura debe contar con una doctrina
5 Según Leonardo Tovar (2000) el periodo de la normalización de la filosofía en Colombia empieza en este
año con la creación del Instituto de Filosofía en la Universidad Nacional (pág. 621). 6 Aunque aquí no hay que exceptuar el hecho de que también se presenta la normalización disciplinaria la cual
“consiste en plantear ante todo un modelo, un modelo óptimo que se construye en función de determinado
resultado, y la operación de normalización disciplinaria pasa por intentar que la gente, los gestos y los actos se
ajusten a ese modelo; lo normal es, principalmente, lo que es capaz de adecuarse a esa norma, y lo anormal, lo
que es incapaz de hacerlo.” (Foucault, 2006, págs. 75-76)
8
interiormente coherente y de fácil enseñanza (Foucault, 1986, pág. 26). Pero aparte de ser un
sistema de valores, Foucault también entiende por moral como “el comportamiento real de
los individuos, en su relación con las reglas y valores que se les proponen” (ibídem. óp. Cít.).
Lo moral entonces será entendida como la forma en que las conductas de los individuos son
sometidos a un principio de obediencia que o bien prohíbe o por el contrario prescribe. Sin
embargo, no hay que confundir la regla de conducta con la conducta misma. Para no caer es
esta desorientación, Foucault identifica cuatro diferencias que delimitan esa delgada línea
conceptual. La primera de ellas es la determinación de la sustancia ética, que consiste en la
manera cómo el individuo se ajusta a sí mismo con relación a la conducta moral. La segunda
se denomina como modo de sujeción, es decir, la forma en que el individuo establece su
relación con esta regla y se ve obligado ponerla en práctica. La tercera diferencia es la
elaboración del trabajo ético que apunta a las acciones que el individuo realiza para intentar
transformarse a sí mismo en sujeto moral de su propia conducta. Y por último, se encuentra
la teleología del sujeto moral: la acción moral no se define en sí misma, sino en la ubicación
dentro del dispositivo de la conducta. Así, la teleología del sujeto moral no sólo determina el
ser del individuo, también define su modo de ser (Foucault, 1986, págs. 27-28).
De donde resulta que para que se pueda calificar de “moral” a una acción no sólo se
debe hacer en yuxtaposición a una ley o a un valor. Para Foucault, una acción es moral cuando
la acción del sujeto está determinada en relación “consigo mismo”, lo cual no es sólo
conciencia de sí, sino constitución de sí como “sujeto moral”. Para lograr esto el individuo,
mediante su práctica moral, busca conocerse, controlarse, perfeccionarse y transformarse
(Foucault, 1986, pág. 29). Por otra parte, su reflexión sobre la ética Foucault la enmarca en
relación con la libertad. En la ya conocida entrevista realizada por el filósofo latinoamericano
Raúl Fornet-Betancourt y otros el 20 de enero de 1984, en la que sostiene que la ocupación
de sí mismo es lo que va constituyendo el ethos. Tomando como punto de partida el
pensamiento griego acerca de su problematización de la libertad que luego desembocaba en
el problema ética, Foucault afirma que el ethos de alguien se expresaba mediante la forma de
ser, de expresarse, de mostrase. El ethos era proporcional al ejercicio de su libertad, por eso
era posible que fuera problematizada. De ahí que “para que esta práctica de la libertad adopte
la forma de un ethos que sea bueno […] es necesario todo un trabajo de uno sobre sí”
(Foucault, 1994, pág. 115). Se logra determinar que el problema sobre la ética y su
vinculación con la libertad cuentan con un trasfondo político, ya que este ethos de la libertad
es también una manera de ocuparse de los otros,
“El ethos implica también una relación para con los otros, en la medida en que el
cuidado de sí convierte a quien lo posee en alguien capaz de ocupar en la ciudad, en la
comunidad, o en las relaciones interindividuales […] El cuidado de sí implica también
una relación al otro en la medida en que, para ocuparse bien de sí, es preciso escuchar
las lecciones de un maestro” (Ibídem. óp. Cít. p. 116)
Conviene subrayar que, como lo sostuvo en la cita anterior, Foucault es claro al plantear
una condición ontológica de la ética toda vez que sea entendida como práctica de la libertad
individual. Libertad que desde luego se posibilita en la medida en que las relaciones de poder
tanto aquellas en las que se encuentra cobijado el individuo, como las que éste mismo ejerce
sobre los otros iguales a él, se encuentran equilibradas. Pero cuando se fragmenta este
equilibrio y se rompen los ligamentos equitativos de poder entonces aparece la tiranía, la
ausencia del control sobre los apetitos y los placeres, en fin. Para Foucault las relaciones de
9
poder se dan en la medida en que los sujetos son libres. Así afirmó en la entrevista citada
líneas atrás,
“Pienso que no puede existir ninguna sociedad sin relaciones, si se entienden como las
estrategias mediante las cuales los individuos tratan de conducir, de determinar, la
conducta de los otros. Sin embargo lo que se busca es procurarse reglas de derecho, las
técnicas de gestión y también de moral, el ethos, la práctica de sí, que permitan jugar,
en estos juegos de poder, con el mínimo de dominación... Este punto es la articulación
entre la preocupación ética y la lucha política para el respeto de los derechos, de la
reflexión crítica contra las técnicas abusivas de gobierno, y de una ética que permita
fundamentar la libertad individual” (Foucault, 1994, pág. 139)
Por consiguiente, para Foucault la función ética está fundamentada en el imperativo
socrático: ocúpate de ti mismo, es decir, fundaméntate en libertad mediante el dominio de ti
mismo (Lozano, 2012, pág. 89). Sintetizando, pues, se dirá para terminar que aplicar la categoría de normalización en
el sentido en que el filósofo francés la presenta a la enseñanza de la filosofía en Colombia se
puede hacer siempre y cuando no se abandone el punto de apoyo de la discusión, es decir la
idea de la normalización de saberes, cuyos límites morales encuadra el linde del
comportamiento de los individuos. ¿Puede la normalización de la filosofía, en tanto saber,
incidir en la moral de la población? Si en dicha normalización del saber se establecen los
cánones epistémicos para su enseñanza y aprendizaje, ¿quién o qué los define? Si el Estado
vela por el bienestar de los ciudadanos, y dentro de ese bienestar se encuentra el disponer qué
se estudia, cómo se estudia y para qué se estudia, ¿significa que la enseñanza de la filosofía,
entre otros saberes, se puede constituir en técnica disciplinaria con el fin de salvaguardar
ciertos parámetros de seguridad? ¿Qué tipo de normalización de la filosofía se está
presentado en Colombia? Es más, la normalización en Colombia ¿es un proyecto inacabado?
¿Un mito? ¿Por qué la discusión en torno a la didáctica de la filosofía en los niveles escolares
universitarios y escolares secundarios se encuentra tan distanciada? Estos y muchos más
cuestionamientos robustecen la justificación de que antes de lanzarnos a comprobar su
efectividad, es menester hacer una revisión del término normalización empleado en el
contexto de la filosofía en Colombia.
1.2 Discursos normalizadores de la Filosofía.
Lo que se pretenderá en el presente apartado es examinar las posibles circunstancias
históricas y filosóficas que rodearon la expresión “normalización” en el contexto
colombiano y que, desde luego, no puede descartarse una directa incidencia a nivel de
pensamiento latinoamericano pero en un modo deductivo (del contexto latinoamericano al
colombiano). Baste, como muestra de dicha incidencia, traer a colación una expresión del
filósofo mexicano Leopoldo Zea (1976) que puede ayudar para la formulación de este
examen:
“Filosofía no es ni tiene que ser un determinado sistema, no tiene necesariamente que
expresarse con sistema; por el contrario, el sistema es pura y simplemente la expresión
formal de una filosofía. […] Lo filosófico es una actitud. Actitud que origina
10
determinados frutos. La admiración, decían los primeros filósofos de la humanidad,
es el origen de la filosofía. Admiración que es, también, preocupación frente a una
realidad problemática. Es el problema el que originaba la filosofía y no la solución
del mismo, aunque esa solución sea su afloración (pág. 516) ”
Comprendiendo de esta manera el quehacer filosófico valdría la pena preguntarse,
¿puede una actitud ser normalizada? De ser así, ¿Quién dicta los cánones de aceptación? Han
sido muchos los pensadores quienes en su intención por emitir algún juicio sobre la
normalización de la filosofía han tenido como punto de partida las palabras del filósofo
argentino Francisco Romero7 de quien Guadarrama (2012) señaló que su filosofía se puede
caracterizar como un trascendentalismo personalista que inmerso en la antropología
filosófica contemporánea intentó una mejor comprensión de la naturaleza humana, sus
proposiciones y sus alcances (pág. 402).
Romero (1992), en un artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires el
29 de diciembre de 1940 y cuyo título “Sobre la filosofía en Iberoamérica”8, abre esta
posibilidad al pensar que hay un evidente robustecimiento en el cultivo del trabajo filosófico
en Iberoamérica. De modo asiduo, silencioso y solitario, las producciones filosóficas
empezaron a agolpar las retinas de lectores de habla hispana. El ejercicio de la filosofía
abandona su rasgo de ser un arbitrario y comienza a experimentar una etapa de consolidación
formal: la normalización, a la cual define en estos términos: “El ejercicio de la filosofía como
función ordinaria de cultura, al lado de las otras preocupaciones de la inteligencia (Romero,
1992, pág. 68)”. Este sería un proceso que consistiría básicamente en la formalización de la
profesión de quien se dedica a la filosofía, con una producción intelectual regularmente
periódica y con un capo específico de praxis social y cultural. La normalización respondería
a necesidades sincrónicas donde el factor académico y más concretamente el pedagógico,
funcionaría como un dispositivo comunicativo dentro de la red de relaciones entre las esferas
de trabajo filosófico. Todo parece indicar que la normalización de la filosofía no sería el
producto de una maniobra más de mercantilización del saber sino que en definitiva lo que
importaba era que la vocación filosófica lograra alcanzar la dignidad de conciencia de sí y,
por lo tanto, buscar su propia expresión. Pero Romero (1992) era consiente la emblemática
y titánica tarea que ello conllevaría. Sabía que la normalización, en tanto que proceso de
formalización de una profesión en el marco de la cultura, debía crearse sus propias
circunstancias propicias, un ambiente favorable (pág. 71). A juicio del filósofo peruano A.
Salazar Bondy (1981) la noción de normalidad propuesta por Romero expresa que el filosofar
hispanoamericano ha venido ampliando su horizonte de discusión y, a su vez, ha disminuido
7 Francisco Romero (1891-1962) fue un filósofo de nacionalidad argentina. Su pensamiento se movió bajo las
influencias de Ortega y Gasset, Berson, Husserl, Dilthey, Sheler, entre otros. Su filosofía marcó siempre una
paulatina característica que dejaba entrever su crecimiento y evolución intelectual. Sostenía que el pensamiento
debía ir de la mano con los problemas propios década época de la historia. Así, en efecto, los problemas de la
filosofía moderna debían ser vistos como una fuerte evidencia de la actividad misma de hacer filosofía (Larroyo,
1978, págs. 155-157). En este orden de ideas, Guadarrama (2012) indicó que hasta su muerte Romero se dedicó
en lo fundamental de la enseñanza de la filosofía con estilo y caracteres propios de un intelectual que alcanzó
una madurez teórica y dejó una obra filosófica significativa en la historia del as ideas en América latina (pág.
383). 8 Para fines de esta revisión, se tendrá como referente bibliográfico del artículo citado el texto que se encuentra
en la antología dedicada al fomento del pensamiento latinoamericano titulado: ¿Qué es eso de Filosofía
latinoamericana? Introducción al filosofar (1992) cuya edición estuvo a cargo el filósofo Germán Marquinez
Argote.
11
las exigencias de ser reconocido (pág. 57). En primera medida, esto permitió, según Salazar,
que la filosofía del continente se pudiera equiparar a la de estilo occidental. En segunda
medida, se reconoce que la labor filosófica cuenta con unas exigencias específicas donde se
irán acrecentando en la medida que progresen las organizaciones educacionales y las
facilidades al alcance del filósofo profesional (p. 58). Salazar finaliza su breve análisis sobre
la normalización de la filosofía propuesta por Romero al decir que ella representa un nuevo
momento, “la hora propicia para la expresión de nuestra virtualidades intelectuales, que no
son pocos incluso en el campo especial de la filosofía” (pág. 59-60).
Pero volviendo a una de las razones expuestas por Salazar Bondy en renglones atrás
sobre el equiparar la filosofía iberoamericana con la occidental, ya Leopoldo Zea en su
ensayo “Filosofía americana como filosofía sin más” (1980) analizaba, en confrontación con
Juan Villoro, la intencionalidad de comparar el pensamiento filosófico latinoamericano con
la tradición occidental. Al respecto escribió:
“¿Filosofía en Latinoamérica?, se preguntan algunos críticos. Y su respuesta es otra
seria de preguntas: ¿Dónde están los sistemas? ¿Dónde están los equivalentes a un
Kant, un Hegel, etc.? Y, por su parte, los nuevos críticos se preguntan, no ya por los
sistemas, pues consideran que existen, sino por un supuesto profesionalismo que
consideran que no ha existido y, por su puesto, comienza con ellos. Metafísica por un
lado, lógica como filosofía estricta por el otro, como condición para el surgimiento
de una supuesta filosofía original, latinoamericana” (Zea, 1980, págs. 70-71).
Es evidente que para Zea, la originalidad de la filosofía latinoamericana no consiste
en una ruptura con la tradición occidental. Dicha originalidad radica en que los problemas
que son abordados son cuestiones más cercanas y menos abstractas; problemas más urgentes;
cuestionamientos que incluso han sido formulados debido a la relación que Latinoamérica ha
tenido con el mundo occidental, sea de dependencia, de sometimiento, dominación, etc. Por
esta razón, “la filosofía occidental no puede sernos ajena, sino un importante parte de nuestras
reflexiones. Así ha sido siempre la filosofía en relación con otra filosofía” (Zea, 1980, pág.
75). Ahora bien, la normalización de la que habla Romero se vería evidenciada en el discurso
de Zea, aun cuando no se ha llamado así, en el momento en que habla de la profesionalización
de la filosofía como una manera que hacer que la filosofía latinoamericana lograra tener
validez epistémica sin necesidad de pretender romper o, peor aún, desconocer la incidencia
de la tradición de occidente. Por supuesto que Zea le da un “visto bueno” al profesionalismo
de la filosofía (normalización en Romero) pero no deja de lanzar una advertencia y es que,
precisamente, esta connotación profesional debe ser entendida como un instrumento para
cambiar una situación que urge ser transformada, incluyendo el hecho de asimilar la filosofía
occidental de tal modo como ella misma lo hizo con sus tradiciones. Por lo tanto, de lo que
se trata es de “filosofar, pura y simplemente filosofar, para resolver nuestros problemas, los
problemas del hombre en una determinada circunstancia, la propia de todo hombre” (Zea,
1980, pág. 81).
Otro gran pensador latinoamericano que le dedicó unas cuantas palabras al análisis
del término “normalización” fue el filósofo argentino Horacio Cerutti quien en su texto
“Pensar desde nuestra América” (2000) reflexionó sobre cuál debería ser el lugar de la
filosofía en su relación con la cultura y la historia. En el contexto latinoamericano, la filosofía
–según expone Cerutti- debe situarse sobre los andamios de la criticidad y creatividad; un
saber que sea capaz de complementar el trabajo de otros, es decir, un saber solidario, que
12
acompaña y empatiza pero dentro de las distancias de una prudente relación epistémica
interdisciplinar (pág. 34). Pero esta consideración de Cerutti está puesta a contrapelo de lo
que piensa Salazar y que, el mismo Cerutti cree necesario desconfiar. Acepta y no duda en
hacerlo, entender la filosofía como un saber con una rigurosidad científica, pero la idea de
filosofía que propone Salazar es, en palabras de Cerutti, “muy cercana a la noción de filosofía
pura y confía en que la normalización filosófica anunciada por Francisco Romero se ha
cumplido, objetivándose en una actividad profesional especializada, altamente especializada,
la cual exige conocimientos filológicos, lingüísticos, lógicos, retóricos, etc.” (Cerutti, 2000,
pág. 35). No obstante, esto no quiere decir en ningún momento que Cerutti crea que la noción
de filosofía de Salazar sea falsa, ni más faltaba, sino que es insuficiente en el sentido de que
puede o no responder a las exigencias de la filosofía a nivel mundial, haciendo que lo que se
piense acerca de lo que es filosofía lleve consigo una concepción histórica de la misma. A
nuestro juicio e interpretación, esto significa que la idea que se tenga de historia de la filosofía
es proporcional a la noción de filosofía que se cultive.
En el caso de Cerutti, la historia de la filosofía se introduce en un periodo de transición
en los albores del siglo XX. De hecho, dicha historia ha sido el resultado de la sumatoria de
aquellas “transiciones” reivindicativas de las luchas ideológicas que han comportado un
trasfondo ideológico. Es decir, estas apuestas eran dinamizadas por los sujetos sociales
quienes eran los encargados de ejercer la acción y el pensar (Cerutti, 2000, pág. 43). Ahora,
si se habla aquí de normalización de la filosofía, sería, en opinión de Cerutti, un claro
equívoco, pues de lo que se trata es de salir de la norma dominante y hegemónica. Sin
embargo, irónicamente la llegada de la propuesta de la normalización de Romero fue
expresión también de un tipo de reivindicación en la historia de la filosofía. La argumentación
de Cerutti empieza caracterizando el inicio del siglo XX con la llegada del positivismo en
cuya plataforma ideológica se edificó el neoliberalismo pero con la mezcla de algunos
elementos conservadores, de donde se desprende una hegemonía ideológica alimentada y
robustecida al amparo de la ciencia y la modernidad; razón suficiente para descalificar
cualquier pensamiento alterno (Cerutti, 2000, pág. 44). Pero la preocupación de Cerutti se
centra en los efectos sobre la intelectualidad latinoamericana que trajo consigo esto; el
filósofo argentino lo que pretende es escudriñar las razones del por qué las actividad
filosófica en la región se encontraba tan mal preparada para responder de forma contundente
a las exigencias liberales (Cerutti, 2000, pág. 45). Una de esas manifestaciones contestatarias
fue la normalización filosófica, aspecto que Cerutti considera clave en este análisis. El autor
piensa que la normalización, por pretender formalizar una profesión, quizá haya caído en el
olvido de lo académico, “como si profesionalizar significara privatizar” (ibídem. óp. Cít.). A
su juicio, lo que hizo fue gestar las condiciones necesarias para que el neoliberalismo creciera
de manera próspera. Pero lo que le interesa de todo esto a Cerutti es señalar que muy a pesar
de este condicionamiento favorable para el neoliberalismo, éste mismo se encarga de
proporcionar los enfoques necesarios para una crítica de él mismo. De ahí que el problema,
si bien es cierto tiene como directo responsable al neoliberalismo, también hay que dirigir la
mirada a la normalización de la filosofía que, como aparente respuesta contraproducente, lo
que hizo fue afianzar su accionar dentro de la cultura y la sociedad.
Cerutti lo que hace es un fuerte llamado para salirle al paso a los marcos estrechos y
mecanicistas del paradigma neoliberal, dándole estratégicamente la vuelta a la
normalización. Esto sería, a nuestro modo de entender, des-normalizar la normalización, es
decir lo que en término de Cerutti sería re-significarla como un movimiento de renovación
(Aufnebung) “que sea capaz de conservar sus aportes y de renovar sus deficiencias. Frente a
13
una profesionalización des-politizante de trata de devolver a la filosofía su fuerza de inserción
en lo social” (Cerutti, 2000, pág. 46). Lo que valdría la pena aquí preguntarse es, ¿de qué
manera propondrá Cerutti se llevará a cabo dicha des-normalización? Es claro que para el
pensador argentino la normalización generó un laissez faire en el plano político. No obstante,
el reto va mucho más allá de esta “obviedad”. Si se quiere re-significar la normalización, ésta
no debe abolir ni excluir la responsabilidad de la ciudadanía en la construcción y contribución
de sus propios intereses. Se trata, como diría el autor, de rebasar la academia sin que ello
represente la pérdida de sus aportes al re-conceptualizarla:
“Estamos en una situación que exige dar pasos y no por miedo a patologías (no
normalizadas o anormalidades) condenarse a la esterilidad. La filosofía tiene un papel
estratégico que cumplir en la región y esto en alianza con quienes, desde otras partes
del globo terráqueo, apuntan a lo mismo: impulsar cambios en pro de justicia o,
cuando menos, por dignidad, no justificar lo injustificable” (Cerutti, 2000, pág. 47)
En definitiva, la re-conceptualización (o el des-normalizar la normalización, a
nuestro modo de interpretar) de la normalización de la filosofía implicaría la reivindicación
de la académica en el ámbito donde se pueda ejercer el compromiso ciudadano. Cerutti señala
que hay coincidencias históricas donde las ciencias sociales han trabajado de la mano con los
momentos más determinantes de la historia9. Si bien se puede considerar como pretenciosa
la tesis de Cerutti, es válido reconocer la crítica y la examinación a la que sometió el proceso
mismo de la normalización de la filosofía. El esfuerzo de Cerutti en este sentido puede ser
estimado bajo la comparación de ser un trabajo sobre un mismo terreno pero en direcciones
y herramientas diferentes, como fue el caso de Salazar Bondy y su interpretación sobre la
normalización, ideas que se procuraron desarrollar en líneas atrás.
Ahora lo que se tratará de hacer es aterrizar la discusión en torno a la normalización
de la filosofía desarrollada a nivel del pensamiento latinoamericano al contexto colombiano.
Para este cometido, nos tenemos que preguntar antes de lanzarnos a esta aventura: ¿Quién
fue el primer pensador colombiano o colombiana al referirse sobre el tema en cuestión?
Aunque no resultó sencillo, la exploración documental y de archivo nos llevó a textos quizás
no tan resientes. Es más, se retoma la inquietud acerca de qué tipo de normalización es a la
que se está tratando aquí. Hasta el momento, esta revisión ha llevado a concluir lo siguiente:
desde que Romero hizo alusión a la normalización de la filosofía como el proceso a través
del cual la filosofía logra su consolidación formal como profesionalización y que más
adelante, Salazar Bondy valorará como una demostración que el horizonte de la filosofía en
el continente se está expandiendo, la comprensión sobre ella ha madurado notoriamente. En
el pensamiento de Zea la discusión sobre normalización, tomándola como profesionalización,
hace que la filosofía latinoamericana logre tener una validez epistémica sin necesidad de
pretender romper o, peor aún, desconocer la incidencia de la tradición de occidente. Por su
parte, Horacio Cerutti, señala que la normalización de la que habla Romero debe ser re-
significada con una mayor contribución de la sociedad civil.
Ahora bien, ¿cómo ha sido la recepción de la categoría de “normalización” en el
pensamiento filosófico en Colombia? Aquí, en este punto de la investigación es menester
hacer una valiosa aclaración. Se debe tener muy en cuenta que la normalización de la que
9 Cerutti (2000) identifica dos hechos históricos: la revolución mexicana en 1910 y la revolución cubana en
1956 (p.46).
14
estamos indagando es a nivel de bachillerato y no a nivel universitario. ¿Cuál es la diferencia?
Con frecuencia nos encontramos con referentes bibliográficos que enfatizan en la
normalización de la filosofía en Colombia pero desde una perspectiva general, universitaria
o profesional, si así se puede decir. No así ocurre cuando la indagación está dirigida a la
esfera de la educación media, donde las investigación y la producción de alguna manera ha
sido algo restringida, cuando en realidad hay un evidente universo problemático al respecto.
Sin embargo, este panorama ha venido cambiando desde hace algunos años. Aun cuando no
corresponda al contexto colombiano, ya Salazar Bondy en el año 1967 hizo un monumental
análisis de la didáctica de la filosofía10, sobre todo en la educación secundaria. Pero de ella
nos ocuparemos más adelante. Volviendo al plano que nos corresponde, la cuestión que
encierra el concepto de normalización dentro de la didáctica o en la consolidación del cuerpo
epistémico de la filosofía en Colombia debe situarse tentativamente alrededor de la década
de los ochenta. Pero paralelo a esto, se encuentra lo que podría llamarse como la dimensión
histórica de la normalización en Colombia, pues al estar ligado con algunos procesos sociales
de mediados del siglo XX, se logra identificar una serie de hechos que de algún modo los
condicionaron. De acuerdo con G. Rodríguez (2003), los hechos a los que se hacía alusión
estaban evidenciados en el desarrollo de la cultura universal del capitalismo, la división
internacional de trabajo y la entronización del café como cuota propia de Colombia en los
mercados mundiales (pág. 273). Todos ellos sirvieron como plataforma para introducir al
país en un proceso de modernización que terminaría por hacer más anacrónica la república
conservadora que los propios improperios internos de violencia y reivindicaciones sociales
encabezados por la Iglesia. En la década de los treinta del siglo XX, se implantó la intención
de querer demostrar que los hombres pueden efectivamente formar hombres como una
estrategia alternativa de civilización (ibídem. óp. Cít.). Independientemente de la eficiencia
y eficacia en su consolidación como proyecto ideológico en el país, algunas ideas de corte
socialista y marxistas11 generaron ciertas dinámicas que permitieron un paulatino influjo de
la filosofía moderna en el país; aspecto que desde antes fue sutilmente manejado y postergada
durante el periodo de la Regeneración bajo el gobierno de Rafael Núñez y su influencia
positivista (Tovar, 1992, pág. 314). La llegada de grupos de intelectuales que habían sido
formados en el exilio permitió, a su vez, la llegada de algunas corrientes filosóficas como el
vitalismo, la fenomenología, el marxismo, entre otras. Y es aquí cuando aparece el proceso
mediante el cual se dio vía libre al pensamiento filosófico y se le reconocieron sus derechos
a orientar la vida intelectual en la nación, denominado normalización, entendida también
como una apertura oficial a la enseñanza de auténtica filosofía para lograr la consolidación
cultural suficiente para movilizar las fuerzas sociales entorno de los proyectos comunes
(Rodríguez M. , 2003, pág. 274).
10 Cf. Salazar, A. (1967). Didáctica de la filosofía. Lima: Arica S. A. 11 Fue a partir de algunos exiliados europeos quienes infundieron las ideas socialistas en el continente
latinoamericano. Desde la traducción de “El Capital” de Carlos Marx y algunos hechos de marcada
trascendencia como lo fue la revolución de bolchevique, las ideas marxistas se comenzaron a propagar
desarrollándose, en consonancia con los problemas socio-políticos y económicos, de una manera en que fuera
entendida como un instrumento de análisis y ejecución del cambio social. Incluso, hoy por hoy se ha venido
convirtiendo en una filosofía que ha logrado penetrar en los ambientes populares del continente, alcanzando
una importancia tal que se ha utilizado para la interpretación de la historia latinoamericana, haciendo de ella, a
ejemplo de Europa, un lugar en donde se halle reflejado las teorías de la dependencia y del imperialismo.
(Rodríguez A. , 2001)
15
A pesar de engalanar la definición de normalización con este anhelo tan esperanzador
de “enseñar autentica filosofía”, Rodríguez (2003) es consciente de la polémica y la
complejidad que se crea alrededor de éste término. El hecho de no aparecer como una política
oficial del Estado colombiano ni como una iniciativa de ningún partido hace que entorno a
ella se crea cierto escepticismo. Si bien es cierto que la llamada normalización de la filosofía
en Colombia fue el aliento de un grupo de filósofos formados en el exilio con la intensión de
fortalecer tanto la formalización y la profesionalización de su enseñanza como su
aprendizaje, ésta no debería entenderse como un proyecto finiquitado, ni mucho menos
ultimado. La normalización, a nuestro juicio, es efectivamente un proyecto que se
circunscribe en total apertura a las condiciones de posibilidad epistémicas y políticas que
rigen la institucionalidad del funcionamiento de la enseñanza en el país. Las débiles y
rudimentarias normatividades emitidas por parte del Estado no han logrado, después de ya
casi setenta años desde que en el país se escribió por primera vez sobre la normalización,
consolidar una estructura lo suficientemente sólida alrededor de la enseñanza y el aprendizaje
de la filosofía en el país. No obstante, esta apreciación no debe ser encajada como un juicio
que ignora lo logrado cuando los intelectuales gestores de este proyecto se vincularon al
ejercicio del poder gubernamental y lograron sacar a delante algunos valiosos aportes
respecto a la filosofía12.
En un informe que data del 27 de abril de 1953 sobre el Congreso de Filosofía de
Quito, J. Jaramillo (2002) registró dentro de las recomendaciones emitidas en dicho
Congreso, se encuentra una en particular y que, debido a la claridad y puntualidad con que
es expresada, se citará textualmente a continuación:
Reforzar la enseñanza de la Filosofía, y crearla, cuando ella no exista, en las escuelas
normales, en los liceos de segunda enseñanza y en las universidades. Sobre éstas se
discutió ampliamente y fue también general la opinión de que si la función primordial
de la universidad es la formación de profesionales, tampoco debe abandonarse en
ellas la idea de la formación integral. En este sentido se acordó recomendar la creación
de cátedras auxiliares de Filosofía. […] modificación de los métodos docentes en la
enseñanza de la Filosofía, promoviendo entre estudiantes actividades que contribuyan
a formar una verdadera cultura filosófica (pág. 78).
Según este informe, la preocupación por el aspecto de la didáctica de la enseñanza de
la filosofía ha ganado un espacio considerable en la discusión dentro de los claustros
universitarios. Tanto así que ven en su deficiencia un peligro inminente para la existencia
misma de esta disciplina en los planes de estudios secundarios y universitarios (Jaramillo,
2002, pág. 79).
Se vuelve a hablar de normalización de la enseñanza de la filosofía en Colombia hasta
el año de 1978 por cuenta del filósofo Rubén Sierra Mejía en su artículo “Temas y corrientes
12 Durante la llamada República Liberal y específicamente en el movimiento de la Revolución en Marcha se
destacan las figuras de Gerardo Molina, Luis López de Mesa y Baldomero Sanín Cano, ya que debido a su
cercanía al movimiento universitario de la época y las ideas liberales le imprimieron al gobierno de Alfonso
López una dinámica secularizante de vida social que se plasmaría en la necesidad de promover la filosofía. Esto
llevaría a que ellos escogieran entre las nuevas generaciones emergentes de filósofos, quienes podrían organizar
este proceso en la universidad Nacional, ya que por otro lado la política educativa quedaba en manos de la
naciente Normal Superior, dirigida por inmigrantes europeos (Rodríguez M. , 2003, pág. 275).
16
de la Filosofía en Colombia en el siglo XX”13. En él Sierra manifiesta creer que efectivamente
Colombia ha logrado normalizar su actividad filosófica, entendiendo a este fenómeno como
la manera en que la filosofía se encauza a la cultura, pero que esta normalización no significa
una cierta “mayoría de edad”. Por el contrario, con notorias excepciones, Sierra señala que
la producción filosófica del país es aún improvisada y su ejercicio profesional sigue siendo
limitado por las circunstancias universitarias (Sierra, 1978, pág. 92).
En 1986, el filósofo Joaquín Zabalza Iriarte retoma la discusión con su artículo
“Normalización de la filosofía en Colombia y la bibliografía filosófica colombiana del siglo
XX” en el que expone de manera sintética cómo el proceso de la normalización se efectúa
gracias al trabajo de la se denominó como la “generación de la normalización” y cuyo fruto
fue lo que él mismo llamó “infraestructura filosófica en Colombia” (Zabala, 1986, pág. 9).
Este artículo de breve extensión pero de datos concisos y de importantes referentes históricos,
permite identificar de modo puntual quienes y de qué modo intervinieron en este proceso. En
esta misma dirección y retomando algunas ideas del ya citado profesor Rubén Sierra, José
Lorite Mena hace una disertación bastante interesante sobre el ser y el estar de la filosofía
en Colombia. El ser, que en este caso estaría representado en la Filosofía ha de estar situada
en unos límites geográficos territoriales, Colombia. En este forcejeo, entre el ser y el estar,
es que se circunscribe un gran dilema: en que no podemos (aún) –o tenemos miedo todavía
– de hablar de nosotros mismos (Lorite, 1986, pág. 22). La distancia entre el ser y el estar de
la filosofía en Colombia, del aún y el todavía, lleva a determinar que esta interacción se da
en el plano histórico, y ésta historia fue la que Sierra (1978) describió en el artículo
anteriormente referenciado, que al contextualizarla Lorite (1986) interpreta el proceso como
la normalización del aún no y este sería el modo de ser de la filosofía en Colombia:
En este estado, la determinación recíproca es defectuosa, impracticable: el dilema se
disuelve en un sin sentido. La filosofía se manifiesta, ocupa un espacio, en una
minoría de edad, sin tener todavía un ser propio. La distancia nos envuelve, nos hace
residentes normales del aún no, nos hace habitar en la negación, sin haber construido
una estancia (Lorite, 1986, pág. 23).
Es evidente que Lorite considera que el proyecto de la normalización de la filosofía
en Colombia sigue abierto, inacabado y en completa apertura tanto para el ser de la filosofía
como el estar de Colombia.
Por otra parte, ya en 1998 el profesor Leonardo Tovar hace pública su intervención
con el artículo “La Normalización filosófica en Colombia” en el que a través de un recuento
histórico analiza sin caer a extremos los pros y los contras que hay detrás de esta expresión.
En esta perspectiva, Tovar estima que si bien en 1946 se consolidó este proceso, ello no
significó que no existiera antes de este año conocimiento de algunos autores como Husserl,
Cassier, Scheler, Bergson y Heidegger (Tovar l. , 1998, pág. 20)14. De hecho cree que para
el año de 1946 la llamada normalización no debía ser denominada así estrictamente, pues el
Instituto de Filosofía, con cuya fundación sería la muestra del afianzamiento de la
13 Aunque se debe advertir que ya en el año 1960 se había publicado una primera elaboración. Véase Vélez, J.
(1960) Proceso de la Filosofía en Colombia. Medellín: Universidad de Antioquia. 14 El profesor Tovar citaba por ejemplo el caso de Blanco, J. (1918) La contingencia de la vida. Conduce al
vitalismo psiquiátrico de Bergson? En Voces Vol. 5. N° 43-45. Barranquilla: Universidad Católica
Bolivariana.
17
normalización, no tenía la suficiente independencia académica, ya que aún seguía siendo
tomada como complemento académico (Tovar l. , 1998, pág. 21). Señala, además, un
desinterés por parte de los filósofos de aquella época por incursionar en los problemas de la
sociedad con el fin de demostrar al articulación del saber con la realidad vigente y palpable
por las gentes. Se pregunta si los filósofos normalizados en Colombia han puesto o por lo
menos han cumplido con la misión de contribuir en la humanización de la sociedad. Para
finalizar, concluye cuestionándose si cuatro décadas después, con la normalización
supuestamente consolidada, cabe meditar hasta qué punto se mantiene el escepticismo por
creer en el proyecto de la normalización filosófica en Colombia (Tovar l. , 1998, págs. 24-
25).
No podemos dar por finalizada esta revisión sin hacer alusión a la opinión del profesor
Santiago Castro-Gómez sobre la normalización consignada en su “Critica de la razón
latinoamericana” (2011). Partiendo de igual modo de lo establecido por Romero, Castro-
Gómez es de quienes piensan que, aun cuando la filosofía había sido cultivada en
Latinoamérica durante el periodo colonial y buena parte del siglo XIX, únicamente fue hasta
mediados del siglo XX cuando se logra convertir en disciplina, es decir “en un conjunto de
proposiciones teóricas y de prácticas institucionales capaces de crear unos problemas para
investigar, de definir un conjunto de autores y textos canónicos, así como proponer planes de
estudios organizados” (Castro-Gómez, 2001, pág. 177). Es contundente al decir que antes de
esa fecha no existía propiamente una comunidad filosófica en América Latina, sino simples
cultivadores quienes trabajaban de manera individual y aficionados particulares, cuyo
reconocimiento estaba rotulado como ensayistas, escritores, pero no filósofos (ibídem óp.
Cít.). El “mito de la normalización”, como lo llama López (2012), coincide con la llamada
normalización latinoamericana, de la que ya se habló al inicio de este apartado y en el que
curiosamente no aparece ningún colombiano en la generación de los fundadores. Ello
justifica por qué Damián Pachón Soto (2011) firmó que: “de normalización en Colombia sólo
es posible hablar a partir de los años setenta. Si bien gran parte de los maestros que se
formaron en Alemania regresaron en los años sesenta, el fruto de sus enseñanzas, sus
incitaciones se dan años después” (Pachón D. , 2011, pág. 119). Este aparente
“desplazamiento” seria consecuencia de comprender que la generación de los fundadores
cimentó el terreno pero que debido al periodo de la Violencia y todo el proceso del Frente
Nacional postergaron los procesos modernizadores en Colombia (López, 2012, pág. 313).
Como queda demostrado en esta revisión, alrededor de la “normalización de la
filosofía” se construyen y se cultivan un buen número de discursos, cada una de ellos con un
aporte singular y significativo. Desde que Romero en la década de los cuarenta del siglo XX
abre esta posibilidad, las objeciones y los acuerdos frente a ella no se hicieron esperar. Esto
indica que la discusión continúa, se mantiene y, por supuesto, está vigente no sólo en su
formulación, sino también en su comprobación. Sin embargo, no se puede dejar de lado
ciertas inquietudes que emergen paralelamente a este problema. Por ejemplo, ¿es lo mismo
hablar de normalización de la filosofía y normalización de la didáctica de la filosofía?
Aunque se correría el riesgo de alargar este apartado, sería irresponsable de nuestra parte si
abandonamos a la deriva esta inquietud y por lo menos no tratamos de aclararlo rápidamente.
Creemos que cuando se habla de normalización de la filosofía se está haciendo referencia al
proceso mediante el cual comienza a adoptar su estatus de disciplina y por lo tanto a
determinar ciertos condicionamientos en las prácticas epistémicas, las técnicas de
institucionalización y su papel en la red de relaciones de poder con otras disciplinas. Por su
parte, hablar de normalización de la didáctica de la filosofía, se estima que consiste en la
18
regulación por normatividad de las técnicas de enseñanza de esta disciplina, donde es el
Estado, como ente gubernamental, a través de sus instituciones determinar los cánones de
forma y de contenido, es decir, el qué se enseñan y cómo se enseña15.
1.3 Antecedentes de la normalización de la enseñanza de la filosofía en Colombia
La hipótesis que nos hemos dispuesto a proponer durante este trabajo es que la
normalización de la didáctica de la filosofía en Colombia a nivel de bachillerato se consolida
desde de la creación del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional en el año de 1946,
época a partir de la cual la enseñanza de la filosofía en los colegios del país adopta un viraje
más autónomo respecto al régimen epistémico en el que se encontraba sometido anterior a
este año por parte de algunos alcances que la Iglesia poseía en materia educativa, contando
con la aprobación del Estado colombiano. Ya en líneas atrás se ha hecho una disertación
alrededor de la cual se ha intentado dilucidar el sentido en que será utilizada la noción de
normalización e esta elaboración. Baste recordar que la normalización aquí aplicada será
entendida en sentido foucultiana, es decir, la normalización de saberes donde se determinan
una serie de cánones epistémicos con incidencia moral en los sujetos. Sin pretender redundar
en estos aspectos, pues ya ha sido abordado en puntos anteriores, hay que tener en cuenta que
Foucault cuando habla de normalización lo hace es en perspectiva de seguridad y no en clave
disciplinaria. El proceso de normalización se desarrolla mediante la normatividad entendida
como la relación entre ley y norma. Aclarado esto, valdría la pena indagar someramente sobre
qué aspectos eran los más relevantes anteriores a la normalización de la enseñanza de la
filosofía en Colombia a nivel de bachillerato.
Para ello, se contará con la guía del historiador y filósofo colombiano Oscar Saldarriaga
cuyo estudio se ha centrado en identificar los diferentes avatares de la enseñanza de la
filosofía en el siglo XIX. Hay dos aspectos que Saldarriaga reflexiona sobre este particular.
Primero, el proceso de consolidación y organización del “bachillerato moderno” en el país,
que constaba en ser un nivel intermedio entre la educación primera y la universitaria, es decir
un grado de preparatoria caracterizada por ser un conjunto normalizado de saberes básicos,
una educación autónoma y autosuficiente, democrática que fomente el espíritu de igualdad y
público, esto es, que esté sostenido por el Estado (Saldarriaga, 2008, pág. 312). La tendencia
durante este periodo, como herencia de las épocas predecesoras como la colonia, era que los
dirigentes políticos tenían un gran interés por las “ciencias útiles” pertenecientes al canon
humanista. Esto se debió a las modificaciones sufridas en Europa en materia de contenidos
de enseñanza, repercutiendo así en la didáctica aplicada en América latina. Dichas
modificaciones se vieron cristalizadas en la introducción de la filosofía natural y la gramática
general, lo cual desencadenó dos situaciones: primero la fractura de la filosofía como “madre
de todas la ciencias”; y segundo, la sustitución de la metafísica por las ciencias racionales del
lenguaje (Saldarriaga, 2008, pág. 315).
La tesis de Saldarriaga (2008) es que detrás de esta realidad se encuentran involucradas
las intenciones de los partidos políticos quienes jalonan cada quien a lo suyo. Pero paralelo
a esto, se encontraba las disposiciones eclesiásticas cuyas técnicas de enseñanza dominaban
el ambiente didáctico del momento. Si bien, la enseñanza de la filosofía padeció unas ciertas
modificaciones, ellas lograron su efectividad sobre la plataforma del orden eclesiástico
15 En el contexto colombiano, hace algunos años el M.E.N. emitió un documento denominado “Orientaciones
pedagógicas para la enseñanza de la Filosofía en la educación Media”. Pero de él no ocuparemos más adelante
donde procuraremos hacer un análisis crítico de sus alcances, falencias y paradojas.
19
(Saldarriaga, 2008, pág. 318). La didáctica de la filosofía evolucionó gracias a las reformas
educativas como expresión de las tensiones políticas entre liberales y conservadores. Así, lo
que unos ampliaron, los otros lo cierran; lo que otros dividen, los otros unifican.
De hecho, hubo una tensión bastante particular en el que el título en Filosofía le fue
retirado su carácter profesional desembocando en una crisis en el interior de las facultades
universitarias con repercusiones en la educación secundaria, pues debido a lo elemental de
los cursos de filosofía que se dictaban en las facultades, éstos tuvieron que ser trasladados a
los colegios. De acuerdo con el plan de instrucción de 1826, el primer título al que un
estudiante debía aspirar era el de bachiller, pero en concordancia con el saber que más
adelante se iría a configurar en la universidad. Posteriormente, en el Plan de 1842, de tinte
conservador, los estudios fueron centralizados, obligando a las provincias a que el lugar de
prohibir los cursos universitarios, éstos fueran más exigentes, tanto en su acceso como en su
mantenimiento (Saldarriaga, 2008, pág. 319).
De la fragmentación de la filosofía como madre de todas las ciencias emergió el
fenómeno de que la filosofía no sería entendida más como el conjunto de saberes universales,
sino un saber entre los otros. Es más, se le fue denominada de una manera especial: “filosofía
intelectual”, ya sin la influencia de las ciencias empíricas (Saldarriaga, 2008, pág. 321). De
esta manera es cómo poco a poco la figura del “bachillerato moderno” va tomando figura en
parte gracias a las vicisitudes de la didáctica de la filosofía, pues gracias a estas reformas y
tensiones políticas en materia del saber filosófico se desencadenó una serie de sucesos que
terminaron en la autorización para que los colegios otorgaran grados académicos, con el
mismo valor del de las universidades. Esto lo está comprobado por las disposiciones
consignadas en el decreto 553 del 21 de mayo de 1849 “sobre colación de grados
académicos”.
Como se afirmó en renglones atrás, una de las preocupaciones que acaparaban la mente
de los sujetos por aquel entonces era el estudio de ciencias rentables, todo con el fin de “abrir
a la juventud otras carreras más lucrativas que aquellas (como el Derecho, Medicina y
Teología0), como son las de Ingenieros, Agricultoras, Mineros, Mecánicos, que bien
conducidas levantarían el país a un alto grado de prosperidad material” (Ancízar, 1870, pág.
11).
El título de bachiller se le daba únicamente a aquellos que hubieran terminado los
estudios correspondientes a la Filosofía Elemental. En 1871, el título de bachilleres fue
suprimido, dejando únicamente el título conferido al de filosofía. Pero después de tantas
reformas y modificaciones, como que los cursos más elementales debían darse en los colegios
y no en las universidades, en 1876 se reforma la concesión del título de bachiller en filosofía.
El pensum de filosofía quedó estabilizado en cuanto a los cursos básicos, obligatorios y
escalonados, mientras que no faltaron los vaivenes sobre quitar o poner los cursos de religión
y moral universal (Saldarriaga, 2008, pág. 327). Para 1890, las reformas gubernamentales
produjeron ciertas modificaciones en la administración de la educación en el país. Algunos
sectores del liberalismo y conservadurismo, concedieron el manejo de la educación a la
Iglesia católica y, en ella, a sus comunidades religiosas cuya vocación estaba enfocada a la
instrucción como es el caso de los vicentinos y algunos colegios dirigidos por jesuitas,
lasallistas y salesianos (Saldarriaga, 2008, pág. 329). Y aquí hay un dato bien interesante: fue
a partir de este tipo de “concesión” por parte del estado a la Iglesia de donde nacieron los
primeros institutos de bachillerato, tal como hoy se conoce, establecidos con el propósito de
otorgar las bases necesarias de todas las ciencias.
20
Se podría decir, con la posibilidad de caer en equivocación, que el edificio del
bachillerato fue erigido debido en parte a los avatares sufridos por el estudio de la filosofía
en el país. La pugna entre la epistemología idealista impuesta por la Iglesia a través de la
metafísica y la epistemología positivista permitieron que la estructura del bachillerato se
fuera consolidando incluso hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, de acuerdo con la
critica que hace Saldarriaga al respecto, el sistema de educación secundaria a medida que se
iba estableciendo su estructura interna de funcionamiento en cuanto al currículo y al pensum,
las dinámicas de ingreso al sistema también sufrían modificaciones, pues aunque con mucha
dificultad un estudiante se logra mantener activo en él, con mucha más se les abre las
posibilidades de ingreso a nivel universitario, y esto pone en tela de juicio el ejercicio de la
democracia en la educación (ibídem.).
El segundo aspecto a reflexionar es en torno a los textos de estudios empleados en la
enseñanza de la filosofía en los colegios y universidades. La “Cuestión textos”, como lo llama
Saldarriaga (2004), fue la disputa propiciada a la luz de la reforma instruccionista del año
1867 por parte del sector liberal durante el gobierno federal de los Estado Unidos de
Colombia entre intelectuales modernos y antiguos (p. 163). La discusión radicaba en
constatar si el tratado “Elementos de ideología” del filósofo francés Antoine L. Destutt,
Conde de Tracy (1754-1836) gozaba de un rigor de cientificidad de modo que pudiera ser
utilizado como texto oficial de enseñanza de filosofía. Esto, en opinión de Saldarriaga
desencadenaría en una ruptura epistemológica en los saberes apropiados hasta el momento
por la intelectualidad colombiana del siglo XIX (Saldarriaga, 2004, pág. 164). Siendo así,
esta crisis lo que generaría sería una reconfiguración de las técnicas y de los saberes utilizados
hasta el momento por las élites colombianas para implantar el gobierno moral de los sujetos.
El problema era, quien desidia lo mejor para la instrucción del país en ese entonces. Hace su
entrada a escena, según comenta Saldarriaga, el senador y profesor de filosofía rosarista
Ezequiel Rojas, quien propuso al Congreso que fuera adoptado las obras de Bentham para
las clases de Legislación y la obra de Destutt de Tracy para las clases de Lógica. Pero esto
no le fue de su agrado a la Universidad Nacional pues estaban atentando contra su propia
autonomía institucional, lo que repercutió en la renuncia de su rector Manuel Ancizar16.
Es evidente que la tensión académica en la conformación del pensum tiene una antesala
política. Las contiendas entre polos opuestos entre los sensualistas liberales y lo neotomistas
conservadores situaron al sujeto en la dinámica de las estrategias modernizadoras en
Colombia, donde la intelectualidad trabajaba sobre las líneas del tradicionalismo y el
spenciarismo, ya que fueron ellas las que en última instancia determinaron el horizonte del
trabajo académico. Fue tanto así la determinación y el forcejeo que, fruto de ello, fue la
doctrina neo tomista de monseñor Carrasquilla hegemonizante en la enseñanza de la filosofía
escolar en la educación secundaria colombiana hasta la década de 1970 (Saldarriaga, 2004,
pág. 191). He hecho, este dato que arroja Saldarriaga sobre la prevalencia del poder pastoral
de Carrasquilla hasta la segunda mitad del siglo XX, nos lleva a registrar una serie de técnicas
de enseñanza de la filosofía en Colombia inscritas en un dispositivo de escolaridad en el
discurso de la didáctica.
1.4 Prácticas de normalización didáctica en la filosofía en Colombia (1945-2012)
16 Cf. Ancizar, M. (1870). Renuncia. En Anales de la Universidad. N° 18. Bogotá: Universidad Nacional.
21
Teniendo en cuenta lo anterior se puede sostener que la evolución de la educación ha
sido fruto de la implementación de diversas técnicas de normalización epistémica. En el caso
de la enseñanza de la filosofía en Colombia la anormalización epistémica de la que hablamos
aquí logró consolidarse durante las décadas 30 y mediados de los 40 del siglo XX. Es en este
periodo cuando se logra configurar la “norma” que supera la anterior a estos años que fue en
la que imperaba otro tipo de normalización: la pastoral, en la que la Iglesia concentraba los
dispositivos de poder dominante y disciplinario. A continuación, se intentará identificar las
prácticas que normalizaba didácticamente la enseñanza de la filosofía durante un periodo
comprendido desde mediados del siglo XX hasta la primera década del siglo XXI
aproximadamente. Será, por consiguiente, un ensayo por construir una genealogía de las
prácticas de normalización didáctica.
1.4.1 Discurso de transición.
Sin duda alguna, los primeros años del siglo XX la educación en Colombia se vio
seriamente afectada por motivo de la “gran depresión” padecida en 1929. La llegada al
ejercicio del poder de Olaya Herrera en la década de los 30 puso fin a más de cuarenta y
cinco años de domino conservador. No obstante, el anhelo por ejecutar una reforma a la
educación se vio entorpecido por la crisis económica de aquellos años. (Jaramillo Uribe,
1989, págs. 87-88). Los cambios proyectados a la educación por aquel entonces consistían
en el mejoramiento de la enseñanza tanto para los establecimientos públicos como los
privados. Por tal motivo se determinan tres instancias de educación: la Escuela Primaria,
bachillerato y Establecimientos de educación profesional. Empero, a raíz de la crisis
económica sólo se llevó con éxito la primera instancia. (ibíd.). Se promulgó también la
exigencia de titulación para los docentes. La educación comienza a abrirse al amplio
horizonte de la formación industrializada como también a la educación normalista. Por este
mismo tiempo, fueron creadas algunas universidades privadas de corte religioso como la
Javeriana en Bogotá en 1932 y la Bolivariana en 1936.
Esta transformación repercutió sustancialmente en la actividad intelectual del país,
pues al delimitar la educación como función del Estado y no de la Iglesia, se dio apertura a
un crecimiento más crítico y creativo, y no tan sumiso y memorístico. Y en esto tuvo mucha
responsabilidad la universidad, ya que cambiando en métodos y en contenidos las técnicas
de educación implementadas en los colegios también rían a cambiar. El filósofo colombiano
Daniel Herrera Restrepo al referirse a este particular explica:
“Una transformación de la universidad en lo administrativo y en lo académico, para
convertirla en la instancia crítica e investigativa del país y de sus problemas. Para hacer
esto posible, la Ley Orgánica de la Universidad (1936) creó la Ciudad Universitaria
con el objetivo expreso de que allí se diera un perpetuo intercambio de ideas y
conocimiento que revelará al estudiante la unidad inquebrantable de la cultura. […] ”
(Herrera, 1992, págs. 378-379)
Siguiendo lo expuesto por el autor, Colombia fue receptora de las idea de Heidegger,
Husserl, Ortega y Gasset, entre otros, gracias a las inquietudes de parte de los profesores
quienes viajaron a Europa y trajeron consigo los conceptos y categorías que fueron
22
interpretadas y ajustadas a nuestra realidad nacional, sobre todo en lo concerniente a la
educación de la filosofía.
1.4.2 Ubicación y normalización
El 1 de diciembre de 1945 bajo el gobierno de Alberto Lleras Camargo, el M.E.N.,
mediante el decreto 2893, adopta el plan oficial de estudios para los colegios de bachillerato
incluyendo otras disposiciones. Es allí cuando es ubicado el estudio de la Filosofía en los
cursos correspondientes del año quinto y sexto de bachillerato con una intensidad horaria de
3 y 4 horas semanales respectivamente. Muy a pesar de todo lo que se estaba logrando en
esta época, llega un día determinante en muchas esferas de la sociedad colombiana. Nos
referimos al 9 de Abril de 1948, año en el que, curiosamente, Adalberto Botero y Abel
Naranjo Villegas crearon la Revista colombiana de Filosofía. (Herrera, 1992, pág. 380). Pero
desafortunadamente, debido a la coyuntura de orden público y los conflictos socio-políticos
vigente en el país, no permitieron la continuación de este órgano.
El impacto del 9 de Abril en las diversas esferas del Estado colombiano, dentro ellas el
de la educación, fue contundente. Los diferentes actos de violencia reflejaban, entre otras
cosas, una evidente crisis de las políticas educativas del Estado. “Un estado que al tiempo
que se mostrada incapaz de suministrar suficientes escuelas públicas para todos los niños
colombianos, privilegiaba la formación de las élites.” (Helg, 1989, págs. 112-113). Crisis a
la que por supuesto la Iglesia le salió al paso al exigirle al Estado una educación sujeta a la
moral cristiana. (ibíd. Pág. 114). Pero la cuestión no parará acá. Los métodos impuestos por
parte del gobierno liberal en materia de educación fueron cambiados por las nuevas
imposiciones emitidas cuando llega Laureano Gómez al poder. Hay un completo remezón
tanto en las esferas administrativas como en el magisterio. La “purga del magisterio” como
lo llama Helg (1989) consistió en purificar de algún modo a los profesores simpatizantes de
liberalismo trasladándolos a lugares donde hacia presencia la “chusma” y que, luego por
miedo, algunos desidia más bien renunciar. (pág. 117). Las presiones de parte de Gómez
generaron muchos sin-sabores tanto para el mismo liberalismo como para algunos sectores
del conservadurismo, a la par que la violencia en el campo no cesaba.
El 17 de enero de 1951, siendo presidente Laureano Gómez, se expide el decreto N°
0075 con el cual se adopta el plan de estudios para la enseñanza secundaria, donde se hace
una aclaración importante: se estima que los alumnos que van para derecho, Filología o
Filosofía y Letras, deberán cursar 4 horas semanales de latín (M.E.N., 1951), fuera de las
cuatro horas semanales de estudios propias del programa. La tecnología de gobierno llevada
a cabo por el conservadurismo, vivió una crisis interna que zarandeó su estructura política en
el ejercicio mismo de poder. El ala radical del partido conservador atacaba internamente el
sistema del gobierno imperante del laureanismo, por lo tanto Gómez tenía que batirse entre
gobernar y a su vez defenderse de las contradicciones de sus supuestos aliados partidistas.
Las dos vertientes estaban representadas respectivamente por: Urdaneta Arbeláez y Gilberto
Alzate. El primero sería quien más adelante lo designaría como presidente encargo debido a
la enfermedad que padecería Laureano y que más adelante lo llevaría a su muerte. El segundo,
sería la personificación de la disidencia del conservadurismo. Pese haber llegado a la
dirección del partido, Alzate perdió poder sobre el partido mismo, y Laureano, limitó sus
prácticas de proselitismo como técnica de gobierno. Entre Urdaneta y Alzate, desde luego las
preferencias por parte de Gómez se vieron inclinadas por el primero, al punto de relevarlo en
23
el ejercicio de poder desde noviembre 5 del 1951 hasta junio 13 de 1953 (Tirado, 1989, págs.
100-101). Durante el gobierno de Urdaneta, M.E.N. expide el decreto N° 2550 del 11 de
diciembre de 1951 mediante el cual modifica el anterior Plan de estudios de enseñanza de
secundaria y deroga el articulo / del anterior decreto. Aquí la enseñanza de la filosofía se
mantenía en el quinto y sexto año, pero ahora el estudiante debía rendir cuenta de estudio
personal en biblioteca e intensificación de tareas.
La llegada de la dictadura del general Rojas Pinilla al poder en 1954 impulsó
innumerables legislaciones sobre el trabajo del Ministerio de Educación Nacional. Esta nueva
situación provocó que algunos profesores del Instituto de Filosofía viajaran al extranjero y
conocieran más directamente el pensamiento contemporáneo. Esto permitió que las ideas
filosóficas que comenzaban a ser gestadas en las aulas universitarias empezaran a salir a otros
escenarios de reflexión. Acción que esta ejemplificada en la revista Mito del año 1955.
(Herrera, 1992, pág. 381). Los avances logrados durante el gobierno de Rojas fueron en
materia de estructuración del servicio educativo (financiación, alfabetización, periodización,
etc.). No obstante, en el año de 1955 se celebró una reforma del bachillerato bajo la dirección
del ministro de Educación Aurelio Caicedo Ayerbe que consistía en reducir el tiempo de
estudio del bachillerato. Una vez terminara el bachiller podía o trabajar, especializarse en
técnica o estudiar dos años más para postularse a una universidad. (Helg, 1989, pág. 125).
Pero esta reducción de tiempo conllevaría a que el programa fuera modificado suprimiendo
el latín, el francés y la filosofía para reemplazarlos por el inglés y las ciencias. Esto demuestra
una clara influencia de Estados Unidos en los proyectos nacionales del Estado. Desde luego
las reacciones no se hicieron esperar sobre todo por parte de algunos intelectuales y
pedagogos de algunos colegios. Finalmente, el ministro se vio forzado a renunciar y pronto
el proyecto de la reforma al bachillerato fue archivado condenándolo al olvido. (Helg, 1989,
págs. 126-127).
Una vez llegada la caída de la dictadura en 1957 la actividad filosófica se aplaca y
tiende a robustecerse en cantidad y calidad. Según un dato manejado por el filósofo Herrera
Restrepo, en 1975 se disparó la creación de centros de estudio cuyo número llegaba a 26.
(Herrera, 1992, pág. 381).
1.4.3 Punto de la norma
Pero antes de esto, llega la década de los sesenta y con ella una avalancha de cambios
y transformación a nivel educativo. Eran los tiempos en que el país era precedido por Alberto
Lleras. La sonada del movimiento estudiantil retumbó tras las continuas represiones de la
dictadura de Rojas, dando como resultado la creación en 1960 de la F.U.N. (Fundación
Universitaria Nacional), el movimiento estudiantil comenzaría así un proceso de
radicalización y politización. (Helg, 1989, pág. 140). A finales de la década de los cincuenta
y principios de los sesenta, siendo presidente Alberto Lleras Camargo por segunda vez, la
dinámica en lo concerniente a la didáctica de la filosofía en el país estuvo muy activa desde
la normatividad como desde las practicas mismas de enseñanza. Como primera medida, la
normatividad en aquel entonces empieza con el decreto 45 de 1962 en el cual se establece el
Ciclo Básico de Educación Media, se determinan los planes de estudios para el bachillerato,
fijándose calendarios y normas a evaluar. Es en este decreto donde se establece el tiempo de
seis años como lapso para realizar los estudios correspondientes al bachillerato. La enseñanza
de la filosofía contará con una intensidad anual de 90 horas en primer ciclo, correspondiente
24
a quinto de bachillerato, y 120 horas anuales en el segundo ciclo, es decir, sexto de
bachillerato. En este mismo año se decreta bajo el documento N° 2117 de 1 de Agosto el plan
de estudios del bachillerato Técnico comercial, donde a pesar de tener un enfoque tecnificado
e industrializado, no por ello pierde su razón humanista, ya que aún ahí se encuentra la
enseñanza de la filosofía con la misma intensidad horaria anual.
Un año más tarde, el Ministerio de Educación Nacional publica un documento llamado
Programas analíticos de estudios sociales y filosofía. Para el primero y segundo ciclo de
Educación media (1963). Dicho documento sintetiza en seis objetivos lo que la enseñanza en
filosofía debería alcanzar en la segunda mitad del siglo XX, en el que el estudiante es ubicado
como el centro del proceso de enseñanza apartándolo de su posición pasiva en tanto que era
un simple receptor de ideas, y ubicarlo en un posición activa en cuanto a la actividad misma
del pensar creativo. Estos objetivos propuestos para la década del sesenta demuestran que
hay una gran preocupación por parte de la educación en materia de filosofía de que el
estudiante “reflexione y adquiera sólidos criterios con los que debe actuar y juzgar la vida”
(M.E.N., 1963, pág. 121)17.
Cabe anotar que durante la década de los sesenta hubo un manejo de textos didácticos
de filosofía que daban luz sobre la apropiación del canon epistémico mediante el cual se
normalizaba dicha enseñanza. A continuación, se señalaran cuatro casos, aunque quizá se
escapen muchos a este estudio. En el año de 1961, el M.E.N. aprobó mediante el Boletín
Oficial N° 59 del 24 de julio la obra de bachillerato superior de E. Benlloch Ibarra y C.
Tejedor Campomanes “Filosofía 6° año”. En ella, los autores expresan que dicho texto está
enfocado a enseñar tres saberes principales:
“La filosofía te enseñará a pensar. Por ello te hará más personal, más dueño de ti mismo
y hasta más hombre. […] Además te enseñará a juzgar las cosas. Porque te facilitará
criterios sobre los principales problemas y te ayudará a juzgar con certeza a los
hombres. […] Finalmente, te capacitará para leer las obras de los pensadores”
(Benlloch & Tejedor, 1964, pág. 3)
Dentro de sus orientaciones metodológicas se establece que el aprendizaje debe estar
centrado principalmente sobre los principios fundamentales. El esquema como están
organizadas las lecciones permitiría una mayor facilidad en el aprendizaje de los estudiantes.
Pero algo que es muy característico es que las definiciones de glosarios y términos están
encuadras y deberán ser aprendidas de memoria. Esta técnica de subjetivación seria a su vez
disciplinaria toda vez que permita regular los contenidos aprendidos. No se pone en duda lo
didáctico que es el texto en cada una de las lecciones, inclusive los mismos autores confirman
17 Para el quinto de bachillerato las disposiciones en cuanto los discursos de saber se encontraban divididos por
dos grupos: la sicología experimental la cual influenciada por la psicoanálisis y las nuevas tendencias
conductistas, determinaban el cuerpo temático. El segundo grupo estaba la Filosofía propiamente conformada
por tres subtemas, a saber: la introducción a la filosofía en el que la discusión sobre la fe y la ciencia estaba
floreciendo. Segundo la introducción a la lógica, por supuesto de tinte aristotélico, y tercero, la metafísica
general de igual talante que la lógica. Por otro lado se encontraba el sexto de bachillerato dividido también en
dos partes: primero, la Metafísica especial conformada por cosmología, somatología, biología, sicología,
teodicea, naturaleza del alma. Segundo, la Ética, conformada por la ética general y ética especial. Y por último
un apartado de los principales sistemas filosóficos. Este sería como el “canon epistémico” sobre el cual los
textos de filosofía se deberían basar en su contenido (M.E.N., 1963, págs. 122-123).
25
que el libro no debe ser más que un instrumento cuya la intencionalidad de su utilidad
depende del profesor (Benlloch & Tejedor, 1964, pág. 6).
En 1965 el sacerdote jesuita Jaime Vélez Correa hace su aporte con un texto de estudio
de filosofía para el bachillerato titulado “Curso de Filosofía I” en el que encuentra
condensado tres tratados filosóficos: cosmología, sicología y epistemología. Para Vélez
(1965) el estudio de la filosofía en el bachillerato ha tenido grandes complejidades. Por un
lado el escepticismo ruinoso de los jóvenes la sitúan como una de las áreas más difíciles y
quizá, menos útiles para la vida cotidiana (Vélez, 1965, pág. 7). Señala que ante este
panorama tan árido, el sector privado y el gubernamental se han puesto de acuerdo en hacerle
propuestas al ministerio sobre una reforma a la enseñanza de la filosofía. De hecho, este texto
sería un primer ensayo en desvincularse del antiguo modelo de enseñanza y el nuevo que se
proponen a instaurar y oficializar. Se evidencia una fuerte convicción de finiquitar con la
idea de enseñanza en el bachillerato solo aquello que los inspectores de gobierno les evalúan
a los estudiantes, lo que más adelante será oficio del Icfes. De acuerdo con Vélez (1965), la
enseñanza de la filosofía debe ir más allá de los criterios oficiales; debe trascender a la esfera
de os personal, pues “quien estuviere sólidamente fundado en Filosofía estará capacitado no
sólo a responder los que allí se le pregunte, sino también para mostrar un pensamiento
consistente y personal, es decir una filosofía asimilada” (Vélez, 1965, pág. 8). El texto de
Vélez, está escrito evidentemente de un modo diferente, ha dejado de lado tanto ilustraciones
como explicitaciones conceptuales dentro de las lecciones. Es clara y evidente la influencia
de la fenomenología en la construcción del texto. Se relata muchas experiencias vividas
personalmente para que a través de ellas se lleve al estudiante a la reflexión filosófica.
Muestra un notorio esfuerzo por utilizar en lo menos que se pueda el tecnicismo filosófico,
sin necesidad de centrarse tampoco en las exposiciones científicas sino que, a partir de sus
conclusiones se pueda tomar como plataforma para la acción filosófica (Vélez, 1965, pág.
10).
Octavio Ospina presenta para el año de 1967, una obra para la enseñanza de la filosofía
titulada “Curso de Filosofía” conformada en dos volúmenes, el I para el quinto y II para el
sexto de bachillerato. Estos textos estarían organizados de acuerdo con el canon epistémico
establecido por la Resolución N° 0674 de 13 de marzo de 1962. En el volumen I destinada
para los estudiantes de quinto de bachillerato, el cuerpo temático lo comprende: la
introducción, el libro primero: Cosmología; libro segundo: Sicología; libro tercero:
Epistemología. Ospina (1967) es consciente que su texto solo cumple con una finalidad
instrumental dentro del proceso de enseñanza de la filosofía. Cree que el problema de la
efectividad de dicha enseñanza no está en el texto, se halla, por el contrario, en el trabajo
cotidiano del maestro dentro del aula de clase (Ospina, 1967a, pág. 13). Siguiendo la
normatividad, Ospina estipula que “la meta del profesor en la enseñanza de la filosofía ha de
consistir en formar el alumno para que reflexione y adquiera sólidos criterio, con los que ha
de actuar y juzgar en la vida. No insistir en la memoria, ni en la erudición filosófica, sino
enseñar a pensar y a equiparar el entendimiento con la verdad convencida para que se
traduzca en norma de vida” (Ospina, 1967a, pág. 14). Es notoria la intensión por derrocar la
técnica de subjetivación de la memoria dentro de la didáctica de la filosofía. La tendencia es
a cultivar actitudes más personales, donde la filosofía provea de herramientas que le permitan
a la estudiante desenvolverse de manera más oportuna en su vida. En esta dirección, el
volumen II correspondiente al texto de enseñanza para sexto de bachillerato, está constituido
programáticamente de la siguiente manera: libro cuarto: Ontología; libro quinto: Ética-
complemento: Historia de la Filosofía. Quizá movido por las mismas motivaciones que al del
26
anterior texto, Ospina (1967) señala para este volumen los siguientes objetivos: “Enseñar a
pensar con orden y claridad; y suministrar una ideología completa y básica para la vida
humana.” (Ospina, 1967b, pág. 15).
Por último, se ha encontrado la obra del sacerdote Andrés Rosa, salesiano, quien en
1968 enseña su obra en dos tomos titulada “Fundamentos de Filosofía”; el tomo I para quinto
y tomo II para sexto de bachillerato. En esta obra se muestra que aún me mantiene la
estructura de que en quinto grado se estudie la Cosmología, la sicología y la epistemología.
En el prólogo, realizado por Eduardo Luque Ángel, exprofesor universitario de la ciudad de
Neiva, se evidencia una explicación sesgada por doctrina católica como si el texto mismo
fuera un manual de instrucción cristiana, más que un instrumento de robustecimiento
intelectual. De esta manera, Luque elogiaba la labor pedagógica del referenciado sacerdote:
“Con este admirable y completo tratado de filosofía el alumno tendrá una maravillosa
síntesis del pensamiento filosófico universal y derrotero seguro en sus lubricaciones,
que lo llevarán a conocer los sólidos fundamentos de la filosofía cristiana, tan
necesarios en la formación intelectual y moral de todo hombre; y el profesor encontrará
el mejor auxiliar para la enseñanza de la materia, ya que por todos los aspectos resulta
ser un excelente y completo texto de estudio” (Luque, 1967, pág. 5)
La influencia tanto de León XIII como de Pio XII en el magisterio de la iglesia se
constituyó de algún modo en una tecnología de poder cuya racionalidad determinaban las
conductas y los saberes de los sujetos que interactuaban en el dispositivo de la escolaridad a
mediados del siglo XX en el país.
1.4.4 Tecnologización del saber
Nueve años después de la promulgación del 62, el Ministerio de Educación emite el
decreto N° 080 del año 1974 con la cual derogan el decreto anterior a éste (el 45 del 1962)
con el fin de dictar otras disposiciones sobre la Educación media. Hay que tener en cuenta
que para esta década, el Estado establece lo que sería como una alternativa técnica real al
bachillerato clásico con la creación de los Institutos Nacionales de Enseñanza Media
Diversificada (INEM). De esto se puede deducir que la principal preocupación era responder
a la demanda mayoritaria de las clases más populares mediante la formación técnica en los
estudiantes. En este proyecto, ejecutado bajo el gobierno de Carlos lleras Restrepo, se vieron
involucrados el Banco Mundial y los Estado Unidos. (Helg, 1989, pág. 145). Se pudiera creer
que la formación técnica para las clases populares, si bien permitió un mejoramiento en
capacitación abriendo las opciones laborales, por otra parte también degeneró las
oportunidades de acceder al estudio en las ciencias administrativas o humanísticas. Pero esta
idea la desarrollares con mayor precisión más adelante.
De acuerdo con el decreto 080 la educación media estaría comprendida por dos ciclos.
El primero, el de educación básica con una duración de cuatro años. Y el segundo, con dos
años. En este tiempo los estudiantes escogerían una opción vocacional en la cual
profundizarían en este tiempo el enfoque técnico que desee. En cuanto a la posición de la
filosofía dentro del currículo, ésta se orientaría en los grados quinto y sexto de bachillerato
con una intensidad de 3 horas respectivamente. (M.E.N, 1974). Asimismo, la resolución N°
27
277 de 1975 dispone los programas de estudio para la educación media en la que considero
que,
“el curso de filosofía a nivel de quinto y sexto de bachillerato, debe orientarse hacia un
toma de conciencia del individuo mismo, como ser pensante y como ser social, capaz
de transformar la realidad que lo rodea y con su destino cuya característica fundamental
es la capacidad de trascender” (M.E.N., 1974, pág. 73)
Si se mira con detenimiento los objetivos generales como los específicos de cada curso
la forma como están redactados revelan cierta pretensión a cultivar una conciencia crítica
frente a la realidad histórica, cultural y social del estudiante; son objetivos que buscan
configurar al individuo con su entorno. Objetivos de enfoque antropológico, sociológico,
axiológico, etc., que le permitieron al profesor de aquel entonces “orientar al estudiante a la
construcción de un concepto personal, libre y espontáneo del mundo.” (M.E.N., 1974, pág.
75). En el año de 1976, el Ministerio de Educación Nacional reglamenta el ejercicio de la
profesión de licenciados en ciencias de la educación en diferentes especialidades. Este hecho,
de alguna manera alimenta y aviva las prácticas de normalización entre los saberes.
Hay dos textos que quisiéramos referenciar, aunque con toda la probabilidad de haber
unos con más contenido y de mayor utilidad en el ejercicio mismo de la enseñanza, que
circularon durante esta década. El primero de ellos se trata del texto de dos conocidos
sacerdotes jesuitas Jaime Vélez y Juan Gregoria Vélez titulado “Aprender a filosofar.
Reconociendo la totalidad en el universo, en las personas y más allá del horizonte” dirigido
a la enseñanza de la filosofía para estudiantes de quinto y sexto de bachillerato. Para los
autores, el libro es una contribución para responder a los problemas que crecen alrededor de
la enseñanza de la filosofía en el bachillerato. Parte de su diagnóstico inicial y con el cual
justifican su aporte es este:
“Difícilmente se encuentran profesores para esta materia y con poco entusiasmo la
enseñan; los alumnos la tildan de árida y hasta inútil. No existe acuerdo el contenido,
ni sobre el método, ni sobre la finalidad. Es frecuente la queja sobre los textos de
filosofía y las entidades gubernamentales cambian los programas que muchas veces
desconciertan. Y sin embargo – concluye- seguimos creyendo que la formación
filosófica es básica en la educación humanista para personas del mañana” (Vélez &
Vélez, 1975, pág. 7).
Este texto, a través de sus unidades didácticas, pretendía ser un instrumento cuyo uso
permitiera transformar la educación y así superar la repetición memorística, mediante la
interacción personal de los estudiantes, por encima de los contenidos que tales operaciones
han producido en otros (Vélez & Vélez, 1975, pág. 9).
El segundo texto al cual se va a hacer referencia es a una publicación de la Casa Cultural
Moreno y Escandón del año 1976 titulada “¿En qué consiste el filosofar? Curso V”. Advierte
en sus “Palabras al estudiante” que este texto no es en ningún momento un manual para
“aprender filosofía”. Antes bien, debe ser “una actividad personal – basadas desde luego en
la historia de la humanidad – mediante la cual el hombre se interroga y se responde sobre sí
mismo, el mundo que lo rodea y el más allá” (Escandon, 1976, pág. 5). El texto está
conformado por cuatro unidades, al parecer con un enfoque antropológico y a partir de allí
28
iba desglosando algunos aspectos que vistos desde la filosofía permitían su desarrollo
temático del mismo18.
Paralelamente a estas circunstancias textuales, comenta el profesor Herrera (1992) que
a inicios del año 1975 se proliferó la realización de eventos y actividades de carácter
filosófico. Destaca, por ejemplo, los Foros nacionales de Filosofía; en 1978 los Coloquios
de la Sociedad Colombiana de Filosofía; y en 1980 los Congresos Internacionales de
Filosofía latinoamericana. (Herrera, 1992, pág. 382).
1.4.5 Racionalidades discontinuas
Durante la década de los ochenta, un conjunto de prácticas y discursos discontinuos
caracterizaron notoriamente al país no sólo en la esfera de la política, sino también en la
dimensión social, económica e incluso cultural, y en ella, en la educación. Fue una época en
la que la política del Frente Nacional había sido superada. Colombia para este entonces su
comercio había sufrido un repentino robustecimiento debido a ciertas prácticas de
economización. Heredera del fenómeno del narcotráfico propio de los setenta, Colombia
padeció irónicamente una crisis obrera a raíz de las crisis de inflación que se derivaron de
este supuesto “robustecimiento”, desembocando en un paro a nivel nacional por parte de las
centrales de trabajadores en 1977. Esto se convertiría en una escenografía oportuna para el
accionar de la insurgencia armada (Gómez, 1995, pág. 399). Hubo una creciente oleada en la
constitución de grupos guerrilleros en el país. La violencia, si bien dejó de ser un periodo
configurado en la historiografía nacional, nunca dejó de ser un fenómeno humano que en
parte fuera decisivo en la cimentación de la historia del país. En este sentido, Hanna Arendt
(2005), quien abordó el problema de la violencia de manera magistral en su libro “Sobre la
Violencia”, considera que una de sus características es su carácter instrumental al ser
empleada para multiplicar la potencia natural del desarrollo. De ahí que el matrimonio entre
violencia y poder sea cada vez más cotidiano, y ante la pérdida de poder, sostiene Arendt, se
convierte en una tentación reemplazar el poder por violencia (págs. 10-11). ¿Coincidencia
con lo que ocurre en Colombia? Pareciera que la violencia es como la sombra que acompaña
todo aquello que sea evolución, cambio o desarrollo. Una retórica popular que separa al
hombre y a la mujer común frente a lo que se llama violencia, usándola para acallar el
pensamiento y para demonizar lo que nos negamos a entender (Camelo, 2013). La
emergencia de nuevos frentes políticos se inscribe en un repunte de las luchas sociales a partir
de 1982 en el florecimiento de nuevos sujetos sociales y nuevos espacios de acción social
(Gómez, 1995, pág. 402).
Es en este contexto insurgente, de acuerdos y concesiones político-militares, donde se
da inicio a una serie de apuestas académicas y pedagógicas en términos de afianzar la
identidad crítica nacional. Vale la pena resaltar el evento que quizá sea considerado como
uno de los más efectivos en este sentido. Se trata del IV Congreso Internacional de Filosofía
latinoamericana19 organizado por la Universidad Santo Tomás (Bogotá), cuyas memorias se
18 Empieza con una Unidad 0 con la pregunta ¿qué es la intelección? En la Unidad II ¿Qué es el hombre? Un
ser en el mundo. Unidad III ¿Qué es el hombre? Un ser activo en el mundo Unidad IV ¿Qué es el hombre? Un
ser inconsciente. 19 Varios TENDENCIAS ACTUALES DE LA FILOSOFÍA EN COLOMBIA. Actas del IV Congreso
Internacional de Filosofía Latinoamericana. 1986, Bogotá: Universidad Santo Tomás, 1988, Biblioteca
Colombiana de Filosofía vol. 7, 615 p.
29
han constituido en un volumen de la naciente Biblioteca Colombiana de Filosofía20. De
acuerdo con T. Houghton (1988) el IV C.I.F.L. permitirá ver la posibilidad del porvenir
filosófico auténtico y dispuesto a identificar cual es el estado actual del pensar filosófico en
Colombia (Houghton, 1986, pág. 19). Incluso, dentro del Congreso se pudo hacer un análisis
de la incidencia de la doctrina marxista en la progresiva emergencia insurgente en Colombia.
Este recorrido estuvo bajo la responsabilidad de Eudoro Rodríguez (1988) quien en su
ponencia “Anotaciones críticas sobre la recepción del marxismo en Colombia” explicaba la
manera como cada uno de los hechos insurgentes fueron animados de algún modo por la
interpretación colombiana del marxismo, ya que éste, según Rodríguez, “no es sólo una
filosofía dialéctica sino una praxis que remite a sus realizaciones históricas la validez de su
doctrina” (Rodríguez E. , 1988, pág. 248).
A pesar de la riqueza que puede proveer cada una de las ponencias presentadas en este
certamen, fueron en los Seminarios de Profundización donde de manera puntual se
discutieron los alcances de la enseñanza de la filosofía en Colombia en los niveles medio y
superior. Una de las observaciones que se hacía sobre la enseñanza de la filosofía a nivel
medio es que el análisis debe tener como punto de partida obligado la iniciación del
estudiante en los estudios filosóficos a nivel de bachillerato, ya que ésta se constituye en la
primera aproximación para el estudio de la disciplina. Sin embargo, el programa del
Ministerio de Educación no determina los criterios suficientemente explícitos, haciendo que
cada colegio se adapte de manera diferente y cada profesor se rija de acuerdo a las
preferencias particulares (Holguín & Díaz, 1988, pág. 553). La ausencia en los acuerdos
sobre los contenidos de los estudios, la falta de textos básicos y la carencia de información
sobre las técnicas de enseñanza, conforman un conjunto de problemáticas que demandaban
la urgente necesidad de pensar esta situación. De acuerdo con Holguín & Díaz (1988) a esto
se le añade la separacion administrativa y programática de las entindades gubenamentales
encargadas de reglamentar y definir los lineamientos de la educación media y superior (p.
554). Inclusive, sobre la falta de textos básicos, el M.E.N. expide la ley N° 24 de 1987 “por
la cual se establecen normas para la adopción de textos escolares y se dictan otras
disposiciones para su evaluación”. En adelante sería el M.E.N. quien vigilaría los textos para
la enseñanza en los niveles de preescolar, primaria y secundaria. Todos los textos estarían
bajo la lupa de una Comisión Nacional de textos, la cual se encargaría de establacer un
reglamento de procedimiento y evaluación de los textos, divulgar un listado de textos
oficiales, defender los derechos de autor de quienes preseten dichos textos, con el fin de
propociar mejores herramientas para la enseñaza en los colegio.
Ante este panorama tan complejo, en el año de 1981 el filósofo Luis Enrique Osorio
Silva presenta su serie de textos de enseñanza de Filosofía titulados “Filosofía 1. El hombre:
qué es, cómo conoce y dónde vive” para el quinto año y “Filosofía 2. El hombre: Dónde
procede, hacia dónde va y cómo actúa” para el sexto año de bachillerato. Efectivamente,
Osorio (1981a) estima que sus textos, si bien no se presentan como una tendencia
determianda, lo que busca es ser un planteamiento que basado en la historia de la filosofía
responda a los interrogantes que articulan el programa oficial. Además, señala que el oficio
20 La Biblioteca Colombiana de Filosofía (B.A.C.) es un proyecto perteneciente a la Universidad Santo Tomás
nacido en la década de los ochenta. En palabras de uno de sus principales promotores el filósofo colombiano
Daniel Herrera sostiene: “La publicación de sus título hacen parte del programa que pretende recoger los
escritos más sobresalientes de los dos últimos siglos, lo cual permitirá escribir, con conocimiento de causa, una
historia de las ideas filosóficas en Colombia y valorar los aportes de nuestra cultura a la cultura universal”
(Herrera, 1992, pág. 382).
30
del filósofo-profesor se debe constituir en un ejercicio vivo del acto de filosofar a través del
cual el estudiante asume su capacidad de pensar y la poneen acción, para evitar que la
enseñanza de la filosofía se reduzca en la transmision de contenidos abstractos y
desarticulados que no incite a los estudiantes a la reflexión (Orozco, Filosofía 1. El Hombre:
Qué es, Cómo conoce, Dónde vive, 1981a, pág. 4). La estructura temática del primer tomo
de la serie, Filosofía 1, consta de cuatro partes. La primera de ellas dedica a la introducción,
la segunda a la reflexion antropológica, la tercera a la epistemología y la cuarta a la
cosmología. En su segundo tomo, Filosofía 2, Osorio (1981b) abarca los temas
correspondientes a la Ontología, filosofía de la Religión, la Ética y la Axiología, completando
este programa con las unidades correspondietes a la Filosofía en América latina. Pero este
contendio como del primer texto se presentan unicamente basados en los criterios del
progrma oficial. Sin embargo, el autor cree que este contenido sacrifica muchos aspectos que
se consideran importantes e ideales en la docencia de la filosofía (Orozco, 1981b, pág. 4).
Un años más tarde, un grupo de profesores suscritos a la Universidad Santo Tomás,
sede Bogotá, en el año de 1982 emprenden un proyecto que consiste en la publicación de
unos textos para la enseñanza de la filosofía en el bachillerato tanto para quinto como para
sexto año, pero tenia una sicnugalr característica: se trata de la enseñanza de la filosofía en
perspectiva latinoamericana. Movidos por la congestión del movimiento de la Filosofía
Latinoamericana21 que desde los sesenta se comenzó a consolidar con algunos postulados de
reconocidos autores del continente como el filósofo argentino Enrique Dussel, Leopoldo Zea,
José Gaos, entre muchos otros, este grupo de profesores universitarios dirigieron su mirada
a los procesos escolares de la secundaria y pretendieron conectar la enseñanza de la filosofía
a nivel medio con los discursos universitarios. Pretendía postular una concepción de la
filosofía algo evidentemente de corte existencialista.
El presupuesto de esta empresa consistía en entender a la filosofía “no como algo ajeno
a la vida y a la realidad, sino como conciencia lúcida de su problematicidad constitutiva. La
filosofía es la medida de lo humano, es el hombre mismo puesto en cuestión, es la aventura
de atreverse a preguntar en profundidad y radicalidad sabiendo que se desencadena un
laberinto de cuestiones en el que es facil entrar, pero en el que las soluciones son dificiles de
conseguir, si es que existen” (Marquínez & otros, 1982a, pág. 10). El texto “Filosofía 5° en
perspectiva latinoamericana” manteniendo un discurso basado en la cotidianidad como
fundamento primero del filosofar, procura responder tres preguntas básicas: ¿Quién es el
hombre? ¿cCómo conoce el hombre? ¿Dónde vive el hombre?. Como se ve, cada una de ellas
expresan el punto central de diversos tratados. Así, por ejemplo, la primera pregunta se centra
en la antroplogía en sus tres enfoques: fisica, cultural, filosófica. La segunda tratará de
exponer la lógica y la epistemología. Y por último, la tercera pregunta que se plantean es
obre la cosmología. El libro termina con algunos apartado sobre la Historia de la Filosofía
desde las civilizaciones antiguas, incluyendo las pre-colombinas, hasta finales de la época
renacentista. Por otra parte, en el texto “Filosofía 6° en perspectiva latinoamericana”,
buscando estar acordes con los lineamientos del programa oficial, se centraron en responder
una pregunta de vital interés: ¿Cuáles son nuestros valores?. La primera unidad esta dedicada
al tema de los valores en general. Posterior a ello, la exposición brinda una justificación que
podría estimarse como metafisica, pues demuestra la intensión de que la exposición este
21 Para una breve aproximación a este fenómeno véase mi trabajo Camelo, D. (2007). Latinoamerica da de qué
pensar. Un acercamiento al quehacer filosófico latinoamericano. Rivera (Huila): Seminario Mayor San
Esteban.
31
internamente congruente con argumentos algo idealistas. Las unidades posteriores estudiaran
concretamente los valores morales-eticos, los socio-políticos, los religiosos y, por último, los
estéticos. En defintiva, el texto finaliza con un apartado de historia de la Filosofía desde la
modernidad hasta la época contemporánea, incluyendo una síntesis de la Filosofía
Latinoamericana. Unos de sus principales obejtivos es que los estudiantes “conozcan la
naturaleza de los valores y la función que desempeñan en la estructuración de una vida
personalizada y de la convivencia social” (Marquínez & otros, 1982b, pág. 14).
En este mismo año22, René Uribe Ferrer presenta su obra “Problemas fundamentales
de la Filosofía” compuesto de dos tomos. En estos textos el autor advierte que si bien
incluyen los puntos generales del programa oficial, no esta ceñido rigurosamente a él, ya que
contiene temas que no hacen parte del programa pero que de igual forma son importantes en
el ejericio del filosofar. Señala además que la filosofía no se enseña o no se debería hacer, de
la misma manera como se hace con las demás áreas. Afirma que la filosofía es siempre una
actividad personal aunque implique tener en cuenta tanto el pasado como el presente del
pensamiento filosófico (Uribe R. , 1982a, pág. 4). Asimismo, Alfonso Peñaloza Florez (1982)
se adhiere a este grupo de proponentes de alternativas didacticas en la enseñanza de la
filosofía. En su prólogo, que se parace más a una composición lírica, afirma que la filosofía
se presenta como un quehacer,
“Consiste este quehacer en otear un futuro desde el hontanar el pasado, hincado fuerte
el pie en el presente. Quehacer amoroso, fundamentalmente cuidadoso, selectivo,
relfexivo, de ritmo frecuente, quehacer de la raón estética que busca lo que no se tiene
y se echa de menos. Quehacer esorzado y sistemático del pensamiento racional es la
filosofía. Brota la filosofía del hombre, receptor del eterno enigma que sin pausa alguna
lo acusia. Mediante la filosofía prtende el hombre el develamiento de este enigma”
(Peñaloza, 1982a, pág. 8).
Reitera con notoria insistencia que este texto al giual que el segundo tomo de esta serie,
no pretende ser la última palabra en textos de enseñanza de filosofía. Aclara que los manuales
son una primera aproximaciíon a la filosofía y que se encuentras ajustados a los
requerimientos y programas colombianos vigentes. El segundo tomo estuvo a cargo de
Gerardo sanin Echeverri (1982), en donde afirma que el programa de filosofía que contiene
en sus textos pretender formar el sentido moral y despertar la conciencia moral de los
estudiantes. Sus temas debrieron haber servido para la reflexión y aplicación de los métodos
filosóficos en la vida cotidiana, y no en simple repeticion memorística. Sumado a ello,
considera que en el estudio dela filosofía en el bachillerato se debe manejar la información
necesaria para la formación del criterio y la introduccion a la lectura de algunos autores de
diferentes pensamiento. “Es indispensable la relfexion personal, la lectur ampliada y la
discusión en grupo bajo la dirección del profesor.” (Sanin, 1982, pág. 8)
En esta misma dirección Berenice Bahamon (1982) se incluye a la lista que conforma
este recorrido con su texto “Filosofía II. Undécimo grado de educación media vocacional
(6° de bachillerato)”, cuyo convencimiento de ser una propuesta novedosa y diferente a los
textos comunes, busca la mayor objetividad posible en la presentacion de las doctrinas
22 De acuerdo con la incursión en la busqueda y construcción del archivo, se ha notado que durante este año fue
en el que han sido publicadas muchos más textos que en decadas anteriores.
32
filosóficas a lo largo de la historia y en los enfoques establecidos por el Ministerio de
Educación. Sin embargo, a pesar de sostener la objetividad en las lecciones allí consignadas,
la autora al final de cada unidad presetant su posición personal como un ejemplo de
contextualización de lo que se enseña con la vida cotidiana, pues como ella misma: “se trata
de una filosofía asumida en forma personal que oriente el comportameitno y le dé sentido al
hecho de existir” (Bahamon, 1982, pág. 4)
Otro referente bibliográfico que hace parte de esta “Cuestión de textos” son los textos
presentados por Angel Ignacio Góngora y Jesús Antonio León titulados “El hombre y su
pensamiento, Filosofía 1” y “El hombre y su pensamiento, Filosofía 2” del año 1984. En el
primer texto, los autores determinan la metodología con que se encuentra expuesto. Mediante
temás, unidades y lecciones, el estudiante debería haberse familiarizado con los conceptos y
el lenguaje abstracto “que le formara en su intelecto una discilina de pensamiento y le ayudará
a reflexionar y aportar ideas inteligentes que lo lleven hacia una madurez en el pensar”
(Gongora & León, El hombre y su pensamiento. Filosofía 1, 1984a, pág. 3). La manera como
estan organizadas las lecciones, según sus autores, se encuentran regidas de acuerdo con el
programa del Ministerio de Educación Nacional. El tomo I esta dividido en 16 unidades
temáticas. Aunque no cuenta con una subdivisión , se evidencia grupos de unidades cuya
temática va cambiando de manera gradual. Pero grosso modo se puede advertir que los
tratados que lo conforman son: La lógica, la epistemología, la gnoseología, la antropología,
la sociología, la psicología y la cosmología. En el tomo II, el contenido temático está
conformado por 8 unidades distribuidas así: La ontología, la filosofía de la Religión, la
Axiología, la Etica, la Teoría crítica de Frankfut y Filosofía latinoameriana.
En 1987, la editorial “Voluntad” publicó una serie llamada “Pensemos” para los grados
décimo y once, cuyos autores fueron Fabio García Ortiz y Francisco de la Parra. La serie en
general se caracteriza por contener una buena cantidad de fotografias y esquemas auxiliares,
caricaturas y el lenguaje utilizado es bastante claro, permitiendo que el estudiante pudiera
aterrizar lo aprendido. Cuenta con abundantes talleres y lecturas de fragmentos de obras
filosóficas.
Pese a que pudieran exitir, con toda seguridad, otras obras que fueron publicadas
durante esta década, se estima que dichos textos fueron los más comunes en la utilización de
la enseñanza de la filosofía a nivel medio en el país.
Como se ha demostrado hasta este momento, los diferentes textos escolares han sido
los que evidencian la manera como las prácticas de normalización didácticas de la filosofía
a nivel de bachillerato trascendieron al ejercicio del aula de clase. Sin embargo, no alcanzan
a cobijar la sufiente garantia de que en efecto así se haya enseñado y que el contenido se haya
aprendido. Aquí la enseñanza no es una positividad del saber que define el estado del
conocimiento en un momento determinado (Foucault, 1979, pág. 304). La enseñanza no
representa un balance de lo que se propone para ser enseñado y lo que en efecto se enseña.
Surge entonces la necesidad de analizar las positividades mostrando qué reglas rigen las
prácticas discursivas con el fin de determinar qué conjuntos de enunciados y juegos de
conceptos constituyen una ciencia, de tal suerte que se logren identificar las racionalidades
que los ligen en una red de relaciones entre el saber y el sujeto. Por supuesto, estas
racionalidades van a estar dinamizadas por el poder que rigen dichas relaciones. De esta
manera, el saber se confecciona con unos elementos que también debieron ser formados por
prácticas igualmente discursivas para que el saber se construya no sobre lo que ha debido ser
vivido, sino lo que ha debido ser dicho (Foucault, 1979, pág. 306). En otras palabras, el saber
no se erige sobre la base de una preconcepción aracaica de lo que pudo haberse aprendido,
33
sino sobre la práctica discursiva de lo que se va aprendiendo. Esta práctica discursiva sería
la encargada de agrupar todos los elementos necesarios para que un aprendizaje se convierta
en un saber. De ahí que Foucault (1979) haya afirmado que: “no existe saber sin una práctica
discursiva definida; y toda práctica discursiva puede defirnirse por el saber que forma” (p.
307). Se requerirá, por consiguiente, de una técnica normalizadora que se encargue de vigilar,
calificar y clasificar (Foucault, 2002, pág. 215). Hacemos referencia al examen23. El examen
es esa técnica normalizadora encargada de señalar las diferencias y de sancionar, lo cual no
es lo mismo que castigar. Ver el examen como técnica anclada en los dispositivos
disciplinarios implicaría dirigir la mirada a la regulación del cuerpo, pero, como se verá más
adelante, esta regulación tendrá sus propias características visibles en las técnicas punitivas,
aspecto que desde luego por cuestión de metodología y temática se profundizará en otra
oportunidad.
Por lo pronto lo se que dirá es que el examen implica una superposición entre relaciones
de poder y relaciones de saber que permite obtener y construir un saber posterior. Mediante
el examen se ejerce un poder que puede llagar a disciplinar al sujeto que está en camino a
saber, haciendo que se convierta en una extensión operacional de la enseñanza y así creando
un intercambio de saberes entre el maestro y el estudiante (Foucault, 2002, pág. 217). El
examen, siendo entonces una técnica normalizadora epistemológica, también es una forma
de ejerce el poder dentro de la formación de saberes, cuyo efecto es el condicionamiento de
los objetos que participan del examen. Esto se traduce en la manera como se dispone el
espacio donde se aplica el examen,; la posición de los puestos, la distancia entre ellos; la
imposicion del silencio, etc. Esta objetivación del examen conlleva a pensar ahora en otro de
sus efectos: la individualización. El examen mediante la caracterizacion de actitudes y
aptitudes de cada estudiante arroja un indicador o códigos de individualidad disciplinaria que
homogeiza sus rasgos más singulares a trvés de los criterios establecidos por el examen
(Foucault, 2002, pág. 220). Un tercer y último efecto característico del examen es que detrás
de cada individualidad se encuentra un caso particular capaz de ser documentado. El
individuo es quien en ultimas determina el caso y no éste al individuo. La documentacion de
cada caso particular no arroja al individuo a la insetidumbre del recuerdo futuro, sino para la
utilización eventual (Foucault, 2002, p. 222). Foucault hace una importante distinción entre
lo que, aquí pedagógicamente, podríamos llamar tipos de examenes, pues él mismo lo ha
denominado como la inversion del eje político de la individualización. Pero, ¿en qué consiste
dicha inversión? Primero, existe un tipo de procedimiento de individualización “ascendente”,
es decir, el individuo es ubicado bajo las condiciones de “soberanías divinas”, naturales,
mitológicas y lejendarias, que espacan de la capacidad de dominio humano. Y el otro tipo de
individualización es la “descendente”, al cual significa que el individuo se sitúa debajo de
diferentes prácticas discursivas y no discursivas, experiencias colectivas, formas de gobierno,
etc. donde las tecnicas de vigilancia y observacia son más directas (Foucault, 2002, pág. 224).
Considerando lo anteriormente expuesto sobre el examen, nos dispondremos ahora a
escudriñar alrededor de la manera cómo se aplicaba esta técnica en la enseñanza de la
filosofía a nivel medio durante la década de los ochenta, aspecto al que se considera de
relevante importancia pues fue en esta época donde el sentido y la racionalidad de la técnica
examinadora en la enseñanza de la filosofía cambia categóricamente. Las razones sobre las
que se funda dicho cambio se debieron a la preocupación por la forma de enseñar y, por lo
23 Si bien es cierto que este tema fue abordado por Foucault en un contexto netamente punitivo en Vigilar y
Castigar (2002), lo que iremos a abstraer de él es la connotación que guarda en relación con el saber y el poder.
34
tanto, de adquirir conocimiento, lo que desembocó en la inquietud por la forma de evaluar la
enseñanza de la filosofía, ya que ella sería la propiciadora de cierta conducta en el estudiante
(Melo S. , 2004, pág. 153). Aquí la enseñanza de la filosofía durante los años ochenta estaba
encaminada a generar cambios conductuales en los estudiante, pero éstos debían ser objetos
de mediciones y clasificaciones a través de criterios. Fue así como la teroria de la Taxonomía
de la conducta propuesta por Benjamín Bloom tiene una gran recepcion en Colombia. Según
el mencionado psicólogo, la conducta es condicionada mediante tres tipos de dominios, a
saber: el cognoscitivo, el afectivo y el psicomotor, que permiten una mayor facilidad de
medición dentro del proceso de los estudiantes. En ese sentido, la prueba de filosofía buscará
el equilibrio en la articulación entre los componentes cognitivos y los otros dos (Melo S. ,
2004, pág. 154). Esto significa que la prueba establecía un vinculo entre el proceso de
conocimientos representados en los temas propios de la isciplina y las categorias con que
sería abarcadas. Esta doble función de la prueba permitiría por un lado que el estudante, para
poder responder efectiva y acertadamente las preguntas propuestas, deberá contar con una
base teórica desde la cual pueda afrontar las circunatcias cuestionadas. Pero a su vez, se le
exige la capacidad de contextualizar la teoria mediante la aplicabilidad de las teorías
propuestas por Bloom. A continuación, se expondrá brevemnte cada una de estas categorías
con el fin de dimencionar su papel dentro de la prueba. La primera categoría que se establece
en la prueba es la del Recuerdo y cuenta como substrato conceptual la definición de
conocimiento proopuesta por Bloom (1971):
“El conocimiento tal y como se lo define aquí, signficia la capacidad de recordar hechos
específicos y universales, métodos y procesos o un esquema, estructura o marco de
referencia. A sus efectos de la medición, la capacidad de recordar no implica much más
que hacer resente el material adecuado en el momento preciso” (Bloom, 1971, pág.
127)
Como se evidencia, conocer sería sinónimo que recordar, y este concepto habría sido
tomado por las pruebas Icfes en filosofía durante la década de los ochenta y parte del noventa.
De hecho, en el año de 1982 el ICFES publica un documento denominado “Estructura de
prueba de filosofía” donde así se confirma24. Esta categoria se constituye en una técnica
disciplinaria en cuanto que rige la práctica de subjetivación de la memoria, en la que incluso
se ejerce cierta normalización con respecto al trabajo por parte del estudiante, pues
memorizar sería una regla en la cual no habría lugar a su reflexión personal. Por consiguiente,
memorizar se constituye en la norma de la que no habría que salirse. Esta técnica estaría
conformada, a su vez, por niveles de dificultad. El primer nivel es el de conocimientos
especificos, que consiste en la capacidadde memorización de datos concretos de la disciplina.
El segundo nivel es el conocimiento de medios y técnicas para meojrar los conocimientos
específicos, la cual “comprende el conocimientos de signios convencionales, los procesos
que sigue en fenómeno, de sistemas de clasificación, de criterios y elementos de juicios y
métodos de investigación” (ICFES, 1982, pág. 10). En este nivel lo que se mide es el
conocimiento de formas de organizar los conocimientos específicos, de tal modo que el
estudiante dé cuenta de las partes de conforman la teoría. El tercer nivel es el conocimiento
de generalizaciones y abstracciónes, considerado como uno de los más exigentes pues
24 ICFES. (1982). Estructura de prueba de filosofía. Bogotá: ICFES. Pág. 9
35
implica los dos anteriores. El estudiante en este nivel se le exige saber aplicar los
conocimientos que posee con el fin de sustentar y justificar un proceso determinado.
La segunda categoria es la comprensión. En ella al estudiante se le exige saber actuar
en un contexto “novedoso” teniendo en cuenta los conocimientos específicos obtenidos
anteriormente (Melo S. , 2004, pág. 160). Una características más comunes en las preguntas
de esta categoria que se parte de la comprensión general para llegar a lo particular. De este
modo, el estudiante ya no sólo recuerda sino que contextualiza su saber. Esta categoria esta
conformada por tres niveles de complejidad. El primero es la traducción. Consiste en que el
estudiante sepa comprender el lenguae como esta construida el contendio de la pregunta sin
atentar contra el sentido de lo que se pregunta. El segundo nivel es la interpretación. El
estudiante al traducir las partes de componen el lenguaje como esta confeccionada la
pregunta, debe comprender las relacionen de sus partes y verlo como un dispositivo
discursivo. El tercer y último nivel es la extrapolación, que fundamenta las habilidades de
preer efectos a partir de la información dada. Lo que se busca con la pregunta pertenecientes
a este nivel es que el estudiante se aleje críticamente del autor y posibilite las consecuencias
que emanen de ella (Melo S. , 2004, págs. 162-163).
La tercera categoría es la de análisis. En esta categoría el estudiante esta llamado a ir
más alla, de la construcción lingüística de las anteriores. En adelante, el estudiante debe
construir sobre lo construido, es decir, trabajar por la deconstrucción, mostrando sus
habilidades para relacionar concpetos y saber con el objetivo de identificar nuevas
emergencias epistemológicas. Esta categoria tambien esta compuesta opr niveles de
complejidad. El primero de ellos es el análisis de elementos. En este nivel se evalúa la
habilidad del estudiante para reconocer los elementos de un todo teórico. El segundo es
análisis de relaciones en este nivel de dificultad el estudiante debe sacer implicaciones a
partir del enunciado, demostrando la hablidad para poner en relación con las ideas que la
comforman. Y tercero, análisis de principios de organización. Este nivel se caracteriza
porque el estudiante tenga la capacidad de sacar a la luz la estructura de los discursos así
como el modo en que estan vinculados entre sus partes (Melo S. , 2004, pág. 166).
Es de esta manera como la evaluación de la filosofía estaba estructurada durante los
ochenta, haciendo posible la idea sobre la manera de cómo era enseñada o por lo menos
identificar los parametros que normalizaban su enseñanza.
1.4.6 Prácticas normalizadoras
Pasemos ahora ha identificar las prácticas de normalización de la enseñanza de la
filosofía en Colombia durante la década de los noventa. Se ha de comenzar recordando que
esta época se caracterizó por registrar ciertos aires de renovación en muchas dimensiones del
país. Pero se considera que dicho ambiente de cambio no fue motivado por una sóla realidad,
sino por el entreramado de prácticas discursivas y no discursivas que se entretejieron dentro
de unas relaciones de poder. Heredera de algunas secuelas de la subversión guerrerista, la
época de los noventa fue tambien un escenario cronológico donde se hicieron efectivos
muchos proyectos políticos, con implicaciones, como se dijo, en todas las esferas de la vida
nacional. Bajo el gobierno del entonces presidente Virgilio Barco, la dinámica política fue
protagonista de manera decisiva. Como resultado de un acuerdo de cese de hostigamientos
por parte de la guerrilla como por el ejercito, se logra la consolidación de la inmolada Unión
Patriótica (UP) de manos de la ofensiva palamilitar. La nación es espectado de la que quizá
36
con toda seguiridad sea considerada como una de las peores épocas de la memoria colectiva
nacional. la ola de violencia entre el Estado y el narcotráfico genera un debilitamiento de las
institucionalidad, lo que conduce a la convocatoria de la Asamblea nacional Constituyente.
El grupo guerrillero M-19 (Movimiento 19 de Abril) logra desmovilizarse se pasa a ser
Alianza Democrática M-19. Pero padece una de las mayores persecuciones jamás registradas
a sus dirigentes, desembocando en el asesinato de la casi totalidad de sus miembros. En esa
pugna de poder impuesta por el narcotráfico, se desencadena una serie de hechos lamentables,
dentro de las cuales se destaca la del dirigente del partido liberal Luis Carlos Galán en 1989.
Tras su muerte el ritmo político se acelera. En 1990, llega a la presidencia y como legado de
fallecido candidato, Cesar Gaviria Trujillo y con él, una nueva propuesta de renovación en la
carta política para Colombia: la Constitución de 1991. De hecho, la violencia fue uno de sus
objetivos de gobierno. Así lo dejó entrever en una parte de su discruso de posesionamiento
el 7 de Agosto de 1990:
“La responsabilidad histórica de mi gobierno es la de pacificar ña vida colombiana,
modernizar las institcuiones para que respondan a las nuevas necesidades de los
ciudadanos, y favorecer la economía para que nuestra Nación más pujante, más
prospera y más justa. […] Es útil cuando los alzados en armas aceptan que no puede
ser un escenario para su protagonismo político, cuando sirve, en cambio, para buscar
su desmovilización y desarme, y su vnculación a la sociedad, con el fin de que se
puedan perseguir sus objetivos político por medios políticos” (Gaviria, "Bienvenidos
al futuro". Discurso de posesión presidencial., 1990).
En este contexto, y siguiendo lo estimado por Ramirez (1995) “la paz ha dejado de ser
un arreglo de coyuntura para convertirse en un complejo trámite que revasa los funcionario
individuales y administraciones enteras” (pág. 451). La priorización de la paz como interés
nacional provocó que se llegara a la constituyente del 1991. Se estimó que la consolidación
como proyecto de país, exigía ciertas reformas en terminos de derechos y participación
política de la ciudadanía. En este caso, la educación jugó un papel determinante, ya que al
sentenciar algunos aspectos que rodearon, permitió de algun modo dinamizar el acceso al
sistema educativo. En el artículo 67 de la Constitución política se dictaminó que “la
Educación es un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social;
con ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, la técnica y a los demás bienes y
valores de la cultura” (Constitución Política, 1991.). La propuesta renovadora de la Carta
Constitucional es, en esta dirección, un valioso avance en términos de humanización pues
planteó la emergencia de formar verdaderos ciudadanos con la capacidad e convivir con
agresiones y con la posibilidad de participar activamente en el devenir de la Nación. No
obstante, paralela a la Constitución, surge cuatro años más tarde la promulgación de la Ley
General de Educación N° 115. Sin sumergirnos muy a profundidad en el interior de este
complejo mar de “renovaciones”, nos detendremos en algunos breves miramientos al
respecto. En su discurso en el acto de sanción de la esta Ley, el presidente Gaviria señala que
ella permitirá ser un instrumento para evaluar el impacto de los procesos de cambio y
modernización de todas las formas de vidas y, además, acentuará la reinvención del contrato
social por el que comenzaba a atravesar Colombia. Es notorio el espíritu de superación y
transformación que nutría dicho discurso. Pero hubo una expresión en la que dejó vislumbrar
la verdadera novedad y con lo cual tendría mucho que ver la enseñanza de la Filosofía y las
ciencias humanas en general. Así afirmó:
37
“Esta ley parte del principio de que más allá de las diferencias culturales y sociales, la
educación debe formar hombre y mujeres integrales, ciudadanos que respeten la vida,
la práctica de los derechos humanos, la paz y la convivencia en sociedad. El país
requiere de ciudadanos educador para la democracia, preparados y capacitados para
investigar y dar respuestas efectivas a los múltiples problemas de la ciencia, del
pensamiento25 y de la técnica, en un mundo que se transforma aceleradamente y que
impone niveles crecientes de competitividad26.” (Gaviria, 1997, pág. 3)
Posterior al discurso del presidente Gaviria, le siguió la intervención de la Ministra de
Educación de ese entonces Maruja Pachón quien definía la Ley en estos términos: “La Ley
General se concibe como instrumento que debe desarrollar los principios y finalidades de
nuestra educación mediante la formulación de políticas y acciones que permitan el
establecimiento de una verdadera educación para la democracia y la convivencia social”
(Pachón M. , 1997, pág. 7). Como se puede apreciar, tanto el presidente como la ministra
tenían sus conceptos prudentemente alineados hacia un mismo objetivo: presentar a la
educación como un instrumento de prolongación de poder gubernamental, legitimado en el
marco de unos derechos fundamentales del ser humano.
Por otro lado, ya haciendo una penetración más profunda al texto, en la sección cuarta
del capítulo 1 perteneciente al título II de la Ley, dedicada a la Educación Media se establecen
como áreas fundamentales las mismas que las de la Educación básica27 en un nivel avanzado,
además de las Ciencias económicas, políticas y Filosofía. Si bien, la Ley establece la
obligatoriedad de la enseñanza de la Filosofía en la educación media, por ningún lado instaura
sus objetivos de enseñanza. Fue sólo hasta 1996, siendo ministra de Educación María Emma
Mejía, cuando se fijan los lineamientos curriculares de cada uno de los saberes a enseñarse a
través de la resolución N° 2343 del 5 de Junio del mencionado año. De acuerdo con el
documento, se establecieron diez indicadores de logros, lo cuales debido a su trascendencia
en la promulgación se citarán textualmente a continuación:
“Expresa su pensamiento personal en forma libre y espontánea como resultado de una
reflexión autónoma y argumentada. *Aplica los resultados de su reflexión para la
comprensión humanizante de situaciones de orden personal, familiar, social, político,
cultural. *Reconoce fundamentos del pensamiento filosófico que ha orientado y que
orienta actualmente el desarrollo social, cultural y político del país y de Latinoamérica.
*Intenta comprender y dar respuesta a interrogantes fundamentales del ser humano
tales como el origen de la vida, la muerte, el sufrimiento, la soledad, la angustia, el mal
moral, el futuro, la vida en comunidad y en sociedad. *Hace reflexiones de carácter
interdisciplinario y transdisciplinario. *Trata de ser analítico y crítico y de tomar
conciencia para confrontar diversas argumentaciones, para la palabra y el pensamiento
de los otros, con base en la autoridad de la razón. *Identifica más allá de las diferentes
25 El subrayado es de mi autoría. 26 Aquí ya se encuentra el interés con enfocar la educación bajo los criterios de competencias. Sobre la
enseñanza de la filosofía por competencias se hablará en el próximo capítulo. 27 La ley determina como áreas obligatorias y fundamentales las siguientes: Ciencias Naturales, Ciencias
sociales, historia, geografía, constitución política, edu. Artística, edu. Ética y valores humanos, edu. Física y
deporte, edu. Religiosa, lengua castellana, matemáticas y tecnología e informática. Para la educación media se
suman química, física y filosofía.
38
respuestas conocidas o que están a su alcance, problemas o interrogantes
fundamentales de la vida que aproximan a los seres humanos en lugar de separarlos y
enfrentarlos. *Manifiesta libertad de espíritu y capacidad reflexiva para tomar posición
frente a las diversas formas de propaganda, de fanatismo, de exclusión o intolerancia,
como condición para asumir y compartir responsabilidades frente a los grandes
interrogantes contemporáneos, especialmente en el campo de la ética y de la política.
*Diferencia y caracteriza algunos de los campos objeto de la reflexión filosófica tales
como la cosmología, la metafísica, la moral, la antropología, la estética, la
epistemología, la lógica. *Analiza e integra algunas dimensiones del ser humano como
la evolución creativa de pensamiento, la acción, los sentimientos, la tendencia
comunitaria, para comprenderse a sí mismo y comprender a sus semejantes. *Reconoce
las limitaciones del ejercicio de la razón humana de cara a problemas fundamentales
del tiempo, la ciencia y la tecnología, para dar respuestas a interrogantes y necesidades
de orden personal, cultural, ambiental, político, económico y social.” (M.E.N, 1997,
pág. 173).
Con estos postulados, la configuración del canon epistémico propuesto en los textos de
enseñanza de filosofía empleados durante la década de los noventa contanrán con una carta
de navegación tanto normativa como curricular. En seguida se referencian algunos de estos
textos que son testimonio de la implementación de la novedad que comporta consigo la ley
11528. Sin embargo, se verá cómo las carácterísticas de un texto anterior a la mencionada ley
se mantienen aún inamovibles, lo que confirma que se mantenia la “autonomía” en la
contrucción curricular de los temas en los textos. Un caso palpable de ello es el texto
presentado por Blas Blanco quien en 1992 propone a la enseñanza de la filosofía un texto
cuyo método está basado netamente en la historia de la filosofía. Su obra “Integración
filosófica” tomo I para décimo y tomo II para undécimo es un compendio donde atrvés de un
recorrido histórico procura integrar todo los tratados de filosofía. De ahí que la historia
funcione como un vinculo convergente entre los postulados filosóficos. Sostiene Blanco que
“el método más adecuado para hacer la Integracion filosófica es la misma historia” (Blanco,
1992, pág. 7). Pero de acuerdo con los objetivos propuestos en el texto, poco de ellos se
ajustan a los definidos desde el último canon epistémico que fue el de 1967. Las lecciones
por su parte son presentadas en forma de títulos y síntesis, donde se encuentran citas textuales
de los autores según la época y la corriente. El autor sostiene que “es convenidente que el
estudiante trabaje fuentes directas” (Blanco, 1992, pág. 9).
Pero unos textos posteriores a la promulgación de la ley 115 del 1994, del año 1995
son los que presenta la editorial Santillana cuyos autores Carlos Arturo Valero y Luis
Eduardo Galindo29. “Filosofía 10°” y “Filosofía 11°” fue una serie en cuya estructura se
evidenciaba implementacion de la normatividad de la época. Por ejemplo, el texto “Filosofía
10°” está conformado por los tratados de Cosmología, Antropología, Psicología, Ontología,
Lógica y Teoría del conocmiento. Mientras que el texto “Filosofía 11°” estaba compuesto
por la Epistemología, Sociología, Etica, Axiología, Sociopolítica, y Filosofía de la Religión.
28 Cabe recordar que sólo se traerán a colación algunos textos, pues el registro del archivo de ellos son
difíciles de conseguir. 29 Alimentaria la objetividad de estos juicios si se consideraría con prudencia que el citado texto no fue el único
publicado una vez se sentenció la Ley General de Educación N° 115. Por cuestiones de dificultad en la
adquisición de este archivo, la muestra quedó limitada en la presentación de este referente bibliográfico.
39
Estas características si se yuxtaponen con el establecido en los sesenta se verá que aún se
mantiene en estrutura, pero la forma de exponer los temas y las disposiciones didácticas para
su enseñanza, obviamente han evolucionado esencialemnte. Un dato curioso de esta serie es
que aún el proyecto sobre “Filosofía latinoamericana” no es incluido dentro de su temática.
Por otra parte, en sus páginas se particulariza el interés por la organización estrutural de las
ideas, involucrando siempre una parte de la vivencia personal. Sólo este detalle demuestra
que la busque por la contextualización del saber filosófico es la carta de navegación para las
técnicas de enseñanza de la filosofía durante esta década.
Otro referente, es la serie preparada por la editorial Voluntad “Faro Filosofía 10°” y
“Faro Filosofía 11°” en el año 1998. Su autor Julio Cesar Villalba Romero trata de presentar
cada uno de los tratados mediate proyecto que se encargan, a su vez, de dar respuesta a un
pregunta qe es con la que encabeza cada “proyecto”. Preguntas motivadoras, eposición
esquemática y lúdica de los temas, son algunas de las características de este texto. Uno de
los principales objetivos del autor es, como la mayoría de los autores quienes presetan este
tipo de series, acercar la filosofía al estudiante mediante métodos amenos sin erder, desde
luego, los grados de rigurosidad. Villalba (1998) procura llegar a esta meta empleando tres
niveles de experimentación. El primero de ellos, es el manejo conceptual de los problemas
filosóficos, donde se recurren a los textos de los pensadores. Segundo, el manejo de dichos
temas pero en contexto a través de momentos didácticos y lúdicos. Y por último, la
implementación de una pedagogía constructivista, la cual consiste en recurrir a las
experiencias vividas de los estudiantes. Todo lo anterior, según el autor, permitirá consolidar
una posición crítica frente a la realidad (Villalba, 1998, pág. 3).
1.4.7 Escenarios incongruentes
El fin de la década se asomaba cada vez con mayor intensidad y con ella, el fin de un
milenio. Los proyectos esperanzadores encaminados hacia el siglo XXI eran sin duda la
principal espectativa que alimentaban el imaginario colectivo en gran parte de las
dimensiones de la sociedad no sólo la colombiana sino de todo el mundo. En materia de
educación, Colombia como gran parte de los paises latinoamericanos experimentaban
algunos ajustes tanto en infraestructura como en procedimientos todo con el fin de mejorar y
acelerar el crecimiento económico para favorecer mejores oportunidades de vida en los
pobladores del país. Era la época en que el destino de Colombia estaba bajo el gobierno de
Alvaro Uribe Vélez, y la ministra de educación era Cecilia María Vélez.
De acuerdo con el informe “Hay avances pero quedan desafíos. Informe del progreso
educativo en Colombia”, el país al inicio del año 2000 tendría como una de las principales
prioridades en esta materia, una mayor escolarización de niños y jóvenes, la descerción
escolar y la tecnificación de la enseñanza (Corpoeducación, 2006, pág. 6). Hay que tener en
cuenta que para este entonces en Colombia, una de las principales preocupaciones dentro de
la educación media era la formación por competencias. Quizá, uno de los primeros
acercamientos a esta tendencia fue insinuada en el informe a la Unesco de la comisión
Internacional sobre la Educación para el siglo XXI prsidida por Jacques Delors titulado “La
educación encierra un tesoro”. En la segunda parte de dicho informe se presentan los cuatro
pilares de la educación proyectados para el siglo entrante: aprender a conocer: como la
capacidad de adquirir los instrumentos de la comprensión; aprender a hacer: poder
desempeñarse en el propio entorno; aprender a convivir: capacidad de cooperar con los
40
demás;y aprender a ser: es el encargado de recoger los tres anteriores (UNESCO, 1996, págs.
95-108).
De hecho, fue en el año 2000 cuando se llevó a cabo por primera vez la aplicación de
la prueba por competencias en filosofía. Desde entonces, la enseñanza de la filosofía se ha
venido siendo normalizanda por una técnica disciplinaria del saber llamada Competencia30.
Veamos ahora la configuracion didáctica de los textos para el enseñanza de la Filosofía
durante la primera década del siglo XXI. Y para ello, se ha de hacer un advertencia. En la
recolección y conformación del archivo para realizar este rastreo se encontraron algunos
textos de la época. Pero, se debe reconocer que hubo una serie de textos en los que se
evidencia de manera acertada los cambios normativos, por llamarlos de alguna manera, de la
enseñanza de la filosofía en la Educación Media. Se hace referencia a la serie de Santillana.
Ajenos a cualquier preferencia que pueda inspirar la editorial, de acuerdo con el sondeo de
opiniones verbales que se logró regitrar, parace ser que esta editorial es la que más acogida
tiene a la hora del trabajo didáctico de los profesores de secundaria.
Como se dijo en lineas atrás, las pruebas de Estado son reconceptualizadas llegando a
decidir que se tenga un examen con base en competencias como respuesta a los nuevos
propósitos que adquirió el pais en materia de educación, las exigencias socio-culturales,
políticas y económicas surgidas por el fenómenos de la globalización y los grandes cambios
que afectaron a nivel mundial. La enseñanza de la filosofía a nivel medio hace parte del grupo
de las Ciencias Sociales, Historia-geografía y Matemáticas. Pero aquí hay que tener en cuenta
lasprácticas que normalizaron la didactica de la filosofía en Colombia. Si se reuerda, en 1974
el decreto 080 buscaba que la enseñanza de la filosofía en el bachillerato estuviera
encamianada a la preparación para la vida y no en la simple repetición de ideas de filósofos.
Una década más tarde, en 1984 el decreto 1002, se establecen los temas correspondientes a
la filosofía con el fin de ir preparando los temas para ser evaluados. Diez añosdespués, en
1994 se promulga la Ley General de Educación y se establecen formalmennte los logros del
área. Con esto se puede concluir, en parte, que la “evolución” de la enseñanza de la filosofía
a nivel medio en Colombia comenzó por la preocupación sobre qué se debe enseñar para
llegar a qué es lo que se debe evaluar y cómo habría que hacerlo. Durante la segunda mitad
de la primera década del siglo XXI, el interés gravitaba alrededor de cómo fusionar o conectar
la enseñanza de la filosofía y el contexto vital, buscar la manera cómo recuperar el diálogo
con los problemas de la vida cotidiana de los estudiantes, tratar de empatar los problemas del
momento con los postulados filosóficos.
Según Melo (2007) “el proceso de enselanza –aprendizaje de la filosofía debe propiciar
el diálgogo entre el estudiante y su contexto, entre el estudiante y la ciencia, la política, la
religión, el arte, en últimas, el estudiante y la existencia” (pág. 7). De ahí que también la
atención se centre en la pregunta como técnica de enseñanza en la que el estudiante genere
herramientas conceptuales a través de las cuales reflexione las diferentes dimenciones de su
realidad, de tal suerte que pueda construir en él un “pensar filosófico”, al cual se define como
la capacidad de reflexionar críticamente en torno a las condiciones constructivas de la
realidad y la existencia (Salmeron, 1991, pág. 147). Ello no signfica en ningun momento que
30 Sobre el tema de las competencias aplicada a la enseñanza de la Filosofía nos ocuparemos en el siguiente
capítulo en su ítems 3.3 La educación por competencias y Filosofía. No obstante, será por lo menos mención
de cuales era estas competencias: La competencia interpretativa: comprender lo planteado en un texto;
competencia argumentativa: hacer explícitas las razones que dan cuenta del sentido de una situación; y la
competencia propositiva: asumir la actitud crítica para plantear opciones o alternativas de solución a los
problemas planteados (Sotomonte, 1999, pág. 3).
41
el pensar filosófico sea un pensar desencarnado de la historia. Por el contrario, los diferentes
problemas abarcados por los filósofos a lo largo de la historia es una muestra de lo
comprometidos que estaban con ella. Sus ideas eran fieles representantes de su
responsabilidad con la historia. Es por esto que la historia de la Filosofía debe tener un lugar
considerable dentro de la enseñanza de la filosofía. Ahora bien, ¿dónde reposaban dichas
ideas como resultado del pensar filosófico? Esta pregunta conduce a la confrontación con la
obras filosóficas como registro del ejericicio mismo del filosofar. La lectura de ellas obedece
a una necesidad ineludible dentro de la enseñanza de la Filosofía, sin caer en absolutismo
epistemológicos, es decir, ir a tomar estas obras como verdaderes absolutas, cuando lo que
son una respuestas históricas a ciettos fenómenos presentados. Es por ello que tanto la lectura
como la crítica hacen parte de la caja de herramientas técnicas de la enseñanza.
En el año 2006, la enseñanza de la filosofia a nivel medio en el país buscaba que el
estudiante abriera espacios para que actúe dentro de un contexto concreto dando aplicabilidad
a lo aprendido, es decir, situar al estudiante en medio de una estructura circunstancial a la
cual debería responder con el saber aprendido. De responder de acuerdo a los criterios
propuestos, entonces el estudiante sería considerado como competente. Los componentes se
constituiría en el canon epistémico el cual hasta el momento estaba conformado por: el ético,
el antropológico, epistemológico, el ontológico y estético. Debido a la emergencia de
relacionarlos entre sí, surge la propuesta (¿Quién la propone? ¿el Icfes o el MEN?) de que la
nueva clasificación o asociacion de componentes ya no fueran los cincos nombrados hace un
instante, sino tres, gesto que debe ser tomado, según el documento que nos encontramos
citando de Melo (2007), como “una jerarquizción más no una reducción” (pág. 15). Según el
documento oficial del Icfes del año 2005 “Exámen de Estado. La enseñanza y la evaluación
en filosofía” los nuevos componente de la prueba son: 1) La pregunta del hombre frente a su
mundo social y cultural: implica el cuestionamiento del hombre por su relacion dcon las
manifestaciones histórico-culturales y etico-políticas. 2) La preguta por el ser: este es un
problema clásico y propio de la filosofía, por lo tanto, se mantienen sus implicaciones,
especificándolos en la pregunta por la relación del ser, el mudno y el hombre. 3) La pregunta
por el conocimiento: Incluye cuestionamientos acerca del problema del conocimiento en
general, de la ciencia y de la influencia de ésta en la constitución del hombre y de la imagen
que este se forma de la realidad (ICFES, 2005, pág. 13). Estos componentes escrutaban la
promoción de una mayor coherencia con los procesos llevados a cabo en la escuela frente a
la enseñanza de la filosofía, de modo que el proceso de evaluación gocen de mayor claridad
y coherencia con su contexto.
Una referencia bibliográfica que ejemplifica este cambio fue la serie de textos de
enseñanza titulado “Filosofía I” cuyos autores pretendieron plasmar en estas páginas la
renovada propuesta del Icfes (?). No se duda de que la organización del texto escolar tiene
un pertinente modo de exposición de los temas, al punto de proponer las actividades por
competencias. Se arriesgan inclusive a postular algunos estandares, sin que el MEN o el Icfes
así los establezcan, a los que calificaron de “conceptuales” para cada núcleo temático. En el
tomo I, el texto está compuesto cuatro núcleos (filosofía, la realidad, el saber y ser humano)
y una segunda parte dedicada a la historia de la filosofía desde los presocráticos hasta kant.
Cada uno cuenta con unos elementos didácticos como los estándares conceptuales, tema,
subtemas, documentos y el Taller de pensamiento (Galindo & alls, 2006a). Asimismo, la
estructura se mantiene en el tomo II. Lo que cambia es, evidentemente, los nécleos temáticos:
filosofía, cultura, acción humana y lenguaje, dejando una segunda parte para el estudio de la
42
historia de la filosofís de los siglos XIX, XX y XXI31 (Galindo & alls, 2006b). Serían este
tipo de textos que se implementarían por lo menos cinco o seis años más, hasta la publicación
del documento número 14 del MEN llamado “Orientaciones Pedagógicas para la Filosofía
en la Educación Media”32 como cumplimiento a la política de Estado denominada
“Revolución Educativa”33.
Este documento es fruto de un trabajo académico motivado por la idea de que “las
nuevas generaciones interioricen y pongan en práctica en su vida diaria el ejercicio de la
reflexión filosófica, para que a través de ella aprendan a elaborar su propio pensamiento,
generen una conciencia y una actitud crítica y transformadora” (MEN, 2010, pág. 9). Se
estimaba que este documento sirviera de guía para el diseño del plan de estudios del área, el
desarrollo del aula y el ejercicio de las prácticas educativas dentro de la institución. Por una
parte este documento reforzó el fomento de recursos didácticos con el fin de abordar
problemas epistemológicos, estéticos y ético a partir del ámbito particular de cada institución
educativa (M.E.N., 2010, pág. 10).
El documento N° 14, consta de tres capitulo fundamentalmente. En el primero de ellos
se analiza la formación de la filosofía para el desarrollo de competencias, en donde se trabaja
la idea de que la formación de la persona constituye la preocupación central de la filosofía y
de la pedagogía. En últimas, el primer capítulo se constituye en el fundamento pedagógico
de las orientaciones para la enseñanza de la Filosofía. En el segundo capítulo se busca dar
razón de los conceptos filosóficos fundamentales que se deben trabajar desde el punto de
vista de la educación Media, dando prioridad al ejercicio de la filosofía. En el tercer capítulo
se trabaja acerca del enfoque curricular y la didáctica para la enseñanza y el aprendizaje de
la filosofía en el marco de la Educación Media.
Con base a estas disposiciones metodológicas, dos años más tarde esta misma editorial
Santillana publica su nueva serie de textos actualizada y corregida bajo el título “Pensamiento
filosófico 1” y “Pensamiento Filosófico II” cuyos autores fueron María Cristina Sánchez
León y Gabriel Rojas Andrade. Estos textos, según lo exponen sus autores, tiene como
objetivo “proporcionar a los estudiantes una perspectiva global de lo representan los distintos
saberes y creencias; y una visión integrada del quehacer filosófico y su cercanía con la
experiencia humana” (Sánchez & Rojas, 2012a, pág. 3). A su vez, estos textos escolares
tuvieron como sustento normativo y didáctico el documento n° 14 referenciado renglones
atrás, valorando su obligatoriedad dentro del sistema educativo colombiano. De acuerdo con
lo estipulado por el MEN, el estudio de la filosofía propuesto en esta serie se centra en el
planeamiento de problemas y preguntas en tres ámbitos filosóficos, a saber: el Conocimiento
humano, la estética y la Moral. Al finalizar cada tomo se encuentra una sección dedicada a
la Historia de la Filosofía. Así, en el tomo I la reseña va desde la época antigua hasta el siglo
XVIII; y en el tomo II va desde el siglo XIX hasta el siglo XX.
31 Un aspecto que resaltar que para esta editorial el tema de la Filosofía Latinoamericana sí fue incluido, aun
cuando sea algo corto. 32 Aunque este texto se irá a retomar en el próximo capítulo para la “Crítica de las prácticas de enseñanza de
la Filosofía, se citará aquí instrumento de reforma de las disposiciones didácticas de la Filosofía durante la
primera década del siglo XXI. 33 Esta política estatal en materia de Educación se gestó a mediados del año 2002 con la intensión de
implementar el manejo de nuevas herramientas tecnológicas pertenecientes a la Web 2.0. al respecto Cf.
http://www.elespectador.com/noticias/actualidad/vivir/revolucion-educativa-articulo-413128 (recuperado
14.01.2015. Hr 1:03 p.m.)
43
A pesar de los esfuerzos por presentar de manera pertinente los componentes temáticos
y las competencias de la enseñanza de la filosofía a nivel medio, persiste la aparente
desconexión o falta de coherencia, aunque no sea de temática, si de estructura. Veamos
brevemente. En el documento emitido por el Icfes del año 2007 sobre “Fundamentación
conceptual del área de Filosofía” fue donde por primera vez se anuncia el tan alusivo cambio
de componentes, es decir, de pasar de 5 a 3. Lo curioso es que ni aún en el documento se
aclara de qué manera son “jerarquizados” como así afirma. Por consiguiente, este cambio,
esta re-estructuración de los componentes generó que los textos también se renovaran en
términos de temática y forma de exponerlas. Hay que agregar que ningún acto legislativo o
sentencia por parte de Ministerio de Educación sea decreto o resolución avaló este cambio.
Lo que aquí se devela es que el Icfes, como instrumento subordinado del Ministerio parece
ser se encuentra tomando las decisiones y el ente gubernamental que es el Ministerio postula
nuevas disposiciones al respecto.
Por otra parte, el documento N° 14 concerniente a las orientaciones pedagógicas,
establece unas preguntas a las que llama como “Centrales de la tradición filosófica” (M.E.N.,
2010, pág. 39). Independientemente de la fundamentación filosófica expuesta, que sin lugar
a dudas es complementa válida, estas preguntas no se ajustan a la estructura tácita con los
componentes ya establecidos hacía tres años atrás por el Icfes. Es decir, los componentes
establecidos por el documentos N° 14 son: 1) Preguntas acerca del conocimiento humanos.
2) Preguntas filosóficas acerca de la estética. 3) Preguntas acerca de la Moral. Y sobre ellas
es que se están basando la estructura los textos de enseñanza de Filosofía a nivel medio.
Ahora bien, vale formular la siguiente pregunta: ¿cómo conectar estas preguntas con los
componentes que propone el Icfes y sobre los cuales fundamenta teóricamente el contenido
de las pruebas de Estado? ¿Las proyecciones del MEN van en una dirección, aunque no
contraria pero si “distinta”, respecto hacia donde apunta el Icfes? Quizá, a manera de
conclusión, se puede afirmar con todo esto es que durante la primera década del siglo XXI
en materia de enseñanza de la Filosofía a nivel medio en Colombia se encuentra vigente una
problemática cuya complejidad radica en la estructuración del saber. Desde luego, es tarea
del maestro de la disciplina afrontar y buscarle la salida a esta situación, responder con
profesionalismo a los estándares – que por supuesto no existen en Filosofía- que el colegio o
la institución le imponga en orden a la productividad y al mercado. Se acepte o no, el sistema
económico y político imperante en el país tiene mucha responsabilidad en todo este asunto.
Ahora, ¿la discusión termina acá? Desde luego que no. En el próximo capítulo, los esfuerzos
estarán encausados a fundamentar una crítica – en el sentido foucaultiano- a las prácticas de
enseñanza de la Filosofía en Colombia, sobre todo centrando la atención al Icfes
interpretándolo como un dispositivo disciplinario de la Filosofía.
44
Bibliografía
Ancízar, M. (1870). Informe del Rector de la Universidad nacional, al señor Secretario de lo
interior y Relaciones Exteriores, Director general de la Instruccion universitaria. En
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