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DISPAREN SOBRE EL ESPECIALISTA Javier Coma Y , a estas alturas, viene el crítico literario y nos endosa en la sección de libros que (las cursivas son suyas) «una novela ne- gra sólo llega a ser magnca cuando lo- gran imbricarse lo mejor de la novela urbana y lo mejor de la novela policiaca». Por si no basta- ra le reprocha al autor criticado el haber «cuida- do poco la resolución del caso, que al final ha de ser contada por el protagonista, sin que el desa- rrollo de la novela nos haga desembocar inexo- rablemente en la solución, como mandan los cá- nones». lPero qué canones? Estas líneas son recientes, y figuran en la prensa del pasado mes de brero junto a un ex- tenso reportaje donde se pasaba revista al auge editorial de la novela negra y se aludía al con- sionismo aún existente entre este género y el policiaco. La reportera no habría imaginado me- jor ejemplo para tal alusión que las citadas pala- bras del crítico literario. Han transcurrido diez años de progresivo re- conocimiento de la novela negra en nuestras la- titudes y, según parece de paralelo desconoci- miento de lo que es el género. No se asusten, me detengo en la constatación: debo haber ex- plicado muy mal, año tras año, el concepto de la novela negra para que aún nadie sepa en qué consiste, y por tanto renuncio para siempre a reincidir en el error. Y más en las páginas de es- ta publicación, ya que cuatro años atrás í huesped de ellas con vistas a dicho objetivo di- dáctico. Aquejado por la ustración y por el comprensible complejo de perdedor me retiro del tema. Me retiro también con respecto a la propuesta de que comente la actualidad de la novela negra norteamericana. Entra aquí una cuestión de pru- rito: cuando se me encargue (y se me retribuya adecuadamente) estar permanentemente al día de esta producción literaria, no tendré el más mínimo inconveniente en que la dedicación in- cluya el inrmar a los demás sobre el resultado de mis estudios. Mientras tanto, prefiero no se- guir los pasos de los críticos literarios que pare- cen decir cualquier cosa sobre cualquier cosa y que para ello se escudan en cánones al nivel de la zarandaja. Tampoco creo que resulte muy útil para el lector español de hoy día un análisis de lo que sucede en el ámbito norteamericano de la nove- la negra durante estos tiempos. Lo que nuestros lectores necesitan es la posibidad de entrar en contacto con múltiples obras del género que las editoriales españolas han olvidado pese a tratar- se de auténticos clásicos y, en consecuencia, no han traducido al castellano. EL NEGRO SENDERO DEL OLVIDO Por supuesto ninguna editorial me ha pedido nunca que prosionalmente sugiera obras para una colección del género en castellano. Y desde luego, no tengo ya la más mínima espdranza en que tal nómeno llegue a ocurrir. Destruyamos, pues, toda posibilidad de que el

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DISPAREN SOBRE EL

ESPECIALISTA

Javier Coma

Y , a estas alturas, viene el crítico literarioy nos endosa en la sección de libros que (las cursivas son suyas) «una novela ne­gra sólo llega a ser magnifica cuando lo­

gran imbricarse lo mejor de la novela urbana y lo mejor de la novela policiaca». Por si no basta­ra le reprocha al autor criticado el haber «cuida­do poco la resolución del caso, que al final ha de ser contada por el protagonista, sin que el desa­rrollo de la novela nos haga desembocar inexo­rablemente en la solución, como mandan los cá­nones». lPero qué canones?

Estas líneas son recientes, y figuran en la prensa del pasado mes de febrero junto a un ex­tenso reportaje donde se pasaba revista al auge editorial de la novela negra y se aludía al confu­sionismo aún existente entre este género y el policiaco. La reportera no habría imaginado me­jor ejemplo para tal alusión que las citadas pala­bras del crítico literario.

Han transcurrido diez años de progresivo re­conocimiento de la novela negra en nuestras la­titudes y, según parece de paralelo desconoci­miento de lo que es el género. No se asusten, me detengo en la constatación: debo haber ex­plicado muy mal, año tras año, el concepto de la novela negra para que aún nadie sepa en qué consiste, y por tanto renuncio para siempre a

reincidir en el error. Y más en las páginas de es­ta publicación, ya que cuatro años atrás fuí huesped de ellas con vistas a dicho objetivo di­dáctico. Aquejado por la frustración y por el comprensible complejo de perdedor me retiro del tema.

Me retiro también con respecto a la propuesta de que comente la actualidad de la novela negra norteamericana. Entra aquí una cuestión de pru­rito: cuando se me encargue (y se me retribuya adecuadamente) estar permanentemente al día de esta producción literaria, no tendré el más mínimo inconveniente en que la dedicación in­cluya el informar a los demás sobre el resultado de mis estudios. Mientras tanto, prefiero no se­guir los pasos de los críticos literarios que pare­cen decir cualquier cosa sobre cualquier cosa y que para ello se escudan en cánones al nivel de la zarandaja.

Tampoco creo que resulte muy útil para el lector español de hoy día un análisis de lo que sucede en el ámbito norteamericano de la nove­la negra durante estos tiempos. Lo que nuestros lectores necesitan es la posibidad de entrar en contacto con múltiples obras del género que las editoriales españolas han olvidado pese a tratar­se de auténticos clásicos y, en consecuencia, no han traducido al castellano.

EL NEGRO SENDERO DEL OLVIDO Por supuesto ninguna editorial me ha pedido

nunca que profesionalmente sugiera obras para una colección del género en castellano.

Y desde luego, no tengo ya la más mínima espdranza en que tal fenómeno llegue a ocurrir.

Destruyamos, pues, toda posibilidad de que el

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evento se materialice. Proporcionamos gratuita y públicamente la lista sagrada de los olvidos, de las grandes novelas que las editoriales españolas no han publicado todavía en castellano cuando se escriben estas líneas.

Facilitemos la labor mediante un mínimo es­píritu de cronología, y arranquemos de Sca,face, la novela con la firma «Armitage Trail» que data de 1930 y que fue base del inmediato film de Howard Hawks: una obra básica de la vertiente del género adscrita a protagonismos de delin­cuentes. Sigamos con Fast One (1932), uno de los mejores seriales publicados por la mítica Black Mask, que también estaba firmado con seudónimo, «Paul Cain»; política, crimen, poli­cía, gravitaban allí en tomo al aventurero urba­no que se debatía entre la fuerza de su margina­lidad y la agresividad de las instituciones. Acu­damos a Brain Guy (1934) de Benjamín Appel, crónica macilenta del gangster vocacional du­rante la Depresión, y también a Thirteen Steps (1935) de Whitman Chambers, donde cada paso hacia el cadalso encauza la narración retrospecti­va en un clima de documentalismo y delirio.

Vengan ahora las omisiones revestidas de agravio: nada menos que la obra maestra de Ho­rnee MacCoy, No Pockets in a Shroud (1937), vértice de la épica relativa al periodista sacrifica­do en la búsqueda y denuncia de la verdad, así como How Sleeps the Beast (1938) de Don Tracy, sangriento alegato antirracista que se aproxima a la novela de McCoy en sus planteamientos con­tra el fascismo.

Los agravios continúan: High Sierra (1940) de William Riley Bumett, probablemente su mejor novela, inmortalizada cinematográficamente por Raoul Walsh con Humphrey Bogart en el rol es­telar; Love's Lave/y Counterfeit (1942), el bello

canto del cisne de James M. Cain, en un campo temático que aúna política y crimen según la tradición implantada por La llave de cristal; Solo­mon 's Vineyard (1941), obra cumbre de Jonathan Latimer, que a causa de su dureza crítica debí esperar largo tiempo la publicación en Estados Unidos; The Fallen Sparrow (1942) de Dorothy Hughes, cuyo protagonista, veterano de la gue­rra civil española, fue encamado en la pantalla por John Garfield.

Latimer y Hughes son dos de los autores cuyo olvido por nuestras editoriales más cabe lamen­tar. Pero el fenómeno es aún mayormente triste en lo referente a David Goodis y Jim Thomp­son, dos escritores en la primera línea del géne­ro, de quienes deberíamos conocer urgentemen­te la producción completa. Un gran vacío en lo correspondiente a la mejor época de William McGivem se añade a la situación, y tampoco William Riley Bumett parece bien atendido, si se recuerda que dos de sus novelas más im­portantes, Little Men Big World (1951) y The Cool Man (1968), no han arribado en nuestros lares.

lMás ausencias? Tomen nota, editores: Dead­lier than the Mate (1942) de James Edward Gunn, Night of the Jabberwock (1950) de Fredric Brown, The Cunning and the Haunted (1954) de Richard Jessup, The Wife of the Red-Haired Man (1956) de Bill Ballinger... Y, por favor: ya que por fin parecen haber descubierto a Donald Westlake, recurran en primer término a obras como Killy (1963), The Fugitive Pigeon (1965), The Spy on the Ointment (1966), Save the Mark (1967), Somebody Owes Money (1969) o, bajo el seudónimo Richard Stark, The Score (1964). Los lectores les quedarán agradecidos .

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EL SUEÑO ETERNO DE LA PRENSA

Sería utópico aspirar a que los diarios españo­les informaran sobre la actualidad de la novela negra. Si de vez en cuando hablan acerca del gé­nero se debe antes a un anhelo de seguir la mo­da que a un reflejo del reconocimiento cultural, antes a un espíritu de crónica provinciana (Espa­ña no constituye una cincuentena de provincias, sino una provincia) que a un sentido de la reali­dad internacional.

Cabe pedir, sin embargo, que no se repitan casos como el de la generalizada ocultación del fallecimiento de John D. MacDonald. Periódi­cos importantes ignoraron que el creador de Travis McGee, uno de los personajes más noto­rios del género negro tras la segunda guerra mundial, murió el 28 de diciembre. El óbito de Ross Macdonald, por el contrario, suscitó en 1983 abundantes comentarios. La comparación de ambas circunstancias fúnebres no es ociosa: uno y otro escritor pertenecen a la misma gene­ración, tanto en lo vital como en lo creativo, y en un momento dado incluso firmaban de ma­nera similar, por lo que se llegó a confundírse­les; Ross Macdonald fue el seudónimo definiti­vo de Kenneth Miller, quien, para su serie pro­tagonizada por el detective privado Lew Archer, había elegido en primer término la firma «John Macdonald» y, acto seguido (en un vano intento por evitar la similitud), el cambio a «John Ross Macdonald».

En vista de errores monumentales alrededor del género tratado, se podría sospechar que en la redacción de algún diario la noticia del falleci­miento de John D. MacDonald pudo trastornar un tanto a hipotéticos rememoradores del óbito

de Ross Macdonald que desconocían la existen­cia del inventor de Travis McGee; cosas más ra­ras han ocurrido. Otro aspecto de la cuestión re­side en que la óptica hispana, saturada de falsas visiones de la novela negra que asimilan la obra de Ross Macdonald a la de los grandes Hammett y Chandler (como secuela de la errónea identifi­cación del género con el protagonismo de detec­tives privados), concede un lugar de privilegio al creador de Lew Archer en el ámbito de dicha narrativa mientras no concede excesiva atención a John D. MacDonald. En cambio, los especia­listas norteamericanos ( quienes, evidentemente, más entienden del género) operan a la inversa: aumenta paulatinamente en Estados Unidos el reconocimiento a John D. MacDonald al tiempo que arrecia la convicción de que la obra de Ross Macdonald ha sido sobrevalorada; durante un prolongado lapso se había pensado que Ross era el transcendental y John el liviano, y ahora la tendencia apunta a equilibrar las significaciones literarias de uno y otro. De ahí que si la muerte de Ross tuvo considerable repercusión en la prensa española, ésta hubiera debido hacerse eco, sin excepciones, del óbito de John.

El tratamiennto del género en las secciones de «cultura» desconcierta en grado suficiente como para sembrar las dudas y las incredulida­des entre los lectores con un mínimo de conoci­mientos de terna. A principios de este año el pe­riódico de mayor difusión informaba del descu­brimiento y de la próxima publicación de «los originales de varias novelas del gran autor nor­teamericano Dashiell Hammett», encontrados «entre los papeles personales de la escritora Li­llian Hellman». Dado que la compañera de Hammett, en sus obras autobiográficas, había escrito abundantemente sobre el autor de La

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llave de cristal sin mencionar aquellas novelas e incluso había procurado la edición de las cin­cuenta páginas de la inacabada Tulip, la noticia sorprende y mueve a todo tipo de especulacio­nes: por ejemplo, la de si se trataba de simples relatos breves y el posible vocablo inglés «sto­ries» estaba traducido equivocadamente por «novelas». En cualquier caso, asombra que una información de tal importancia no estuviera se­guida de una inmediata tentativa por ampliarla. Más aún cuando la prensa española, y entre ella el diario aludido, se ha mostrado proclive a pu­blicar todo comentario sin ton ni son sobre Das, hiell Hammett.

El nombre de Hammett facilita la constata­ción de que el desconcierto de la prensa sobre el género se incrementa escandalosamente en las páginas destinadas a la crítica literaria. El �ilen­cio y los errores que menudean en las secc10nes de «cultura» se transforman en barbaridades a través de los suplementos de «libros». El cono­cedor del género, ante lo que los críticos escri­ben sobre éste, se ve inducido a temer la exis­tenca de análogas flaquezas en todo texto de análisis literario. Quien advierte el alto grado de ignorancia de tantas elucubraciones sobre Ham­mett, queda legitimado para sospechar una ca­racterística equivalente en los escritos sobre He­mingway.

Pero seamos optimistas. En este país hay es­pecialistas en Hemingway y a ellos, eventual­mente, se les encarga analizar la obra del autor de The Sun A/so Rises. Consecuentemente, cuando haya que escribir en torno a Hammett_se llamará a un especialista en Hammett... Gracias por las sonrisa.

Aunque tenga, no parece existir otra posibili-

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dad, un significado bien fúnebre. Por algo es gé­lida, como el sueño eterno.

LA FORMA EN QUE ALGUNOS VIVEN

Falto de espacio de expresión, el especialista no puede ya limitarse a una ciega y servil obe­diencia cuando, una vez al trimestre o al semes­tre, se le pide que llene varios folios sobre un muy genérico tema de la novela negra que ade­más ha tratado repetidamente con anterioridad.

Entre la servidumbre, el silencio y la provoca­ción, elijo ahora esta última. Que, probablemen­te, lleve implícito el silencio.

Hammett, provocador por excelencia, me alla­na el camino. Un camino en el que convergen el despiste editorial y el despiste de la prensa. Es­pectacularmente. Veamos.

Durante 1927 Dashiell Hammett publicó en la revista Black Mask dos textos narrativos (TheBig Knockover, en febrero, y $106,000 B/ood Mo­ney, en mayo) que, pese a sus títulos diferencia­dos componían en realidad una novela en dos partes. El autor escogería seguidamente análogo método de relato por entregas para las publica­ciones originarias, en Black Mask, de Red Har­vest (Cosecha roja), The Dain Curse (La maldi­ción de los Dain) y The G!ass Key (La llave decristal): cada una de tales novelas aparececió mediante episodios con títulos autónomos y ob­tuvo su definitiva denominación global cuando se editó en forma de volumen unitario.

Cosecha roja fue, en 1929, la primera de las novelas hammettianas que logró edición com­pacta, con libro. Inmediatamente, en junio de aquel año, Hammett dirigió una carta al editor, Knopf, proponiéndole idéntica operación para el conjunto integrado por The Big Knockover y $106,000 Blood Money. La iniciativa no prosperó

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porque Knopf tenía ya en sus manos otras dos novelas del autor: The Dain Curse, cuya seriali­zación a través de Black Mask había culminado en febrero, y The Maltese Fa/con (El Halcón Mal­tés), cuyo manuscrito completo remitió Hammett a Knopf tres meses antes de que se iniciara su pu­blicación por entregas en la revista citada.

Mucho tiempo después, concretamente en 1943, otro editor neoyorquino (Spivak) procedió a reco­pilar trabajos de Hammett en una serie de volúme­nes que se extendió hasta el inicio de los años cin­cuenta.

Todos estos tomos incluían narraciones no pu­blicadas en libro y, lógicamente, Spivak dedicó el inaugural a la única novela de Hammett no apare­cida en aquel formato. Ya que el autor había re­nunciado en su día a refundirla, Spivak le dio el nombre: $106,000 Blood Money (más adecuado a su globalidad que The Big Knockver).

En 1966 Lillian Hellman elaboró para la edito­rial Random House una antología de Hammett y la cerró con las dos partes de la novela comen­tada, cada una bajo su título individual. La Galli­mard contrató el grueso volumen y lo distribuyó en tres tomos de su célebre colección, dirigida por Marcel Duhamel, «Série Naire»; natural­mente, uno de tales tomos quedó consagrado a la susodicha novela en dos partes (bajo la deno­minación Le grand braquage).

Aquí todo fue diferente. Editorial Bruguera adquirió los derechos de la antología elaborada por la Hellman, dividió el volumen en dos to­mos, incluyó en el primero$ 106,000 Blood Mo­ney (la segunda parte de la novela tratada) y titu­ló el libro, completado con varios relatos inde­pendientes, Dinero sangriento. Algo más tarde, publicó el otro tomo, en el que aparecía The Big

Knockover (la primera parte de la novela) junto al resto de las narraciones de la antología, y le adjudicó el nombre El gran golpe. O sea, que no sólo descuartizó la novela en dos libros distintos de relatos sino que, para más inri, publicó pri­mero la segunda parte y a continuación la pri­mera. Tal aberración se repitió en posteriores ediciones, incluso con intervención de otra edi­torial (Planeta).

Aún en el caso extremo de llegarse a sostener que esta novela en dos partes no fuera una no­vela propiamente dicha ( en función tan sólo de que Hammett na la había revisado-refundido pa­ra una edición en libro como hizo con sus otras producciones por entregas), no podríase admitir en modo alguno que ambos episodios quedaran desconectados y desvirtuados mediante el doble desvío a diferentes volúmenes de relatos inde­pendientes, ni que el segundo se publicara con antelación al primero.

Pero sucedió además que los auténticos ex­pertos en la narrativa negra y en la obra de Das­hiell Hammett acostumbran a coincidir en que The Big Knockover y$ 106,000 Blood Money inte­gran la primera novela del autor. En 1969 el má­ximo especialista en Hammett, William F. No­lan, ya había difundido este hecho. Francis La­cassin contribuía a su divulgación europea en 1974. Chris Steinbrunner y Otto Penzler lo rati­ficaban en 1976 a través de su famosa Encyclope­dia of Mystery and Detection. Y Richard Layman, en su Shadow Man-The Lije of Dashiell Hammett (1981), se adhería a este punto de vista. Por mi parte, lo he señalado en repetidas ocasiones des­de 1976. Y finalmente, me he dado el gustazo de lograr, vía Josep M: Castellet y «Seleccions de

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-------------<��-:��-La Cua de Palla», la primera edición como libro unitario de aquella novela en este país (traduci­do no al castellano, sino al catalán).

El comentado caso de ignorancia editorial ha estado acompañado, a lo largo de los años, por una paralela ignorancia en los medios informati­vos; nadie parecía darse cuenta, en la prensa, del descuartizamiento generado por Bruguera, y nuestros periódicos hablaban una y otra vez de que Hammett había escrito su primera novela, Cosecha roja, en 1929 (lo que entrañaba una se­gunda falsedad, puesto que Cosecha roja se es­cribió en 1927 y fue serializado en Black Mask de noviembre de tal año a febrero de 1928).

Esta es la forma en que algunos viven.

¿ACASO NO MATAN A LOS EXPERTOS?

que creó a su personaje Race Williams sino un posterior estudioso del mismo. Supongo que, dado este comienzo (había leído el libro en su edición original y no continué el examen de la versión castellana), las desinformaciones no de­ben ser pocas en lo sucesivo.

La pregunta inmediata estriba en por qué no se encarga la traducción o, como mínimo, la su­pervisión de la misma a un conocedor de Ham­mett y su obra. La segunda pregunta radica en por qué, puestos a publicar un libro sobre Ham­mett, no se eligió el de Richard Layman antes citado o, sobre todo, Hammett: A Lije at the Edge de William F. Nolan (Congdon & Weed, St. Martin's Press), editado en Estados Unidos en el mismo año que el de la Johnson, 1983.

Como reconocería más tarde, Lillian Hellman cometió un grave error al desdeñar a los exper­tos en Hammett y confiar la biografía «oficial» del novelista a una profesora de inglés cuya es­pecialidad era literatura victoriana. Diane John­son, con la suficiencia y la pedantería, se creyó capacitada para imponer su propia (y precipita­da) imagen de Hammett a la que le daba Lillian Hellman: en una entrevista publicada en Los Angeles Times (27 de abril de 1983) la Johnson manisfestaba que así como Lillian Hellman veía en Hammett a un hombre «maravillosamente fuerte, tremendamente honrado, fabulosamente inteligente», ella le contemplaba como «un tur­bio individuo, un alcohólico con un terrible blo­queo para escribir». Diane Johnson dijo en una entrevista posterior («Los Angeles Herald-Exa­miner», 29 de noviembre de 1983) que había re­cibido «una larga carta de Lillian Hellman ex­presando su general desagrado con respecto al

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libro comentado que quizás hubiera sido mejor si el libro hubiese estado escrito por un hombre.

Dejando aparte la instintiva animadversión de Diane Johnson ( desde una actitud que sugiere una puritana-apolítica-pretenciosa-funcionaria) hacia el personaje de Hammett, el principal pro­blema del libro consiste en su repetida exhibi­ción de que la autora no domina ni la obra de Hammett ni el género en que ésta se desarrolló. Diane Johnson se aproxima al ridículo con su asombrosa insistencia en los aspectos «disolu­tos» de la vida de Hammett, al que reprocha de forma constante el placer por la bebida, las aventuras sexuales y cualquier tipo de «desor­den» personal; pero lo grave reside en su medio­cre tratamiento de la producción literaria ham• metttiana y de todo el contexto en que ésta vio la luz.

Si se tiene en cuenta que Diane Johnson con­tó, para la realización del libro, con una docu­mentación ingente, recibida de Lillian Hellman,

. las dos hijas del novelista (Josephine y Mary), y la que fue esposa de Dash, no es de extrañar que el especialista William F. Nolan haya califi­cado su trabajo como «enfermo, impotente y re­pugnante» en definitiva, «un desastre»: en su crítica publicada por la más importante revista especializada, The Armchair Detective (invierno 1984), Nolan señalaba además un buen número de errores. Asusta imaginar la cantidad de infor­mación interesantísima sobre Hammett y su obra que Diane Johnson, víctima de su incultu­ra sobre el tema debió desdeñar.

Pera la prensa española ha dado la bienvenida al libro de Diane Johnson con toda clase de plá­cemes. Sin molestarse en consultar a un espe-

Ravmo11d Chandler

cialista. Dispuesta a considerar esta biografía de un «escritor alcohólico y bloqueado» como la obra «definitiva» sobre Dashiell Hammett.

Pues bien, empieza a tomar cuerpo la consi­deración de que dicho «bloqueo» fue solamente relativo. Y no lo digo en relación a la comentada noticia del descubrimiento de manuscritos iné­ditos. Lo apunté ya en marzo de 1978 a través de un largo artículo sobre Hammett en «Historia y Vida». Hay que estudiar la producción teatral de Lillian Hellman con el objetivo de saber si exis­te en ella, de hecho, una coautoría de Dashiell Hammett. Ted Thackrey, Jr., ha expuesto muy bien en Los Angeles Times (1 de julio de 1984) a raíz de la muerte de Lillian Hellman la teoría de que ella y Dash formaron un «equipo creativo» y de que la dramaturga dependía totalmente del no­velista en relación a sus obras para la escena. Thackrey hace hincapié en que Lillian Hellman no concebió ninguna obra teatral (se limitó a tareas de adaptación) después de fallecer Hammett, del mismo modo que no había escrito ninguna antes de que coincidieran al principio de su relación mu­tua y el abandono hammettiano de la novela. Si se agrega que la obra de la Hellman sin ayuda de Hammett (a causa del alistamiento voluntario de Dash durante la segunda guerra mundial) The Searching Wind fue considerada un bache en su carrera, el interés de la cuestión aumenta.

Cuidado. Aumenta lpara quién? Por supuesto, para el lector que me ha leído

hasta aquí. lPara editoriales y periódicos? Responda el lector. Y ustedes, editores, jefes de secciones de «li­

bros» y «cultura», sigan con lo suyo. eCómodamente.

Disparen-a placer-sobre el especialista.

lames Gamer pmrago11i::a11do a Marlmrc e11 <<La Va/se des Tr11a11ds»

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1937 1987 CONGRESO INTERNACIONAL DE INTELECTUALES Y ARTISTAS

VALENCIA 15-20 junio 87

Pablo Neruda con el escultor Alberto (1937).

Habrá transcurrido medio siglo, en 1 987, desde que se reu­nió en Valencia, en plena guerra civil, el II Congreso de Escri­tores Antifascistas en Defensa de la Cultura. Fue, por muchas razones y alguna sinrazón, un acontecimiento de alcance mun­dial que no será inútil recordar y valorar.

No pensamos, sin embargo, que baste con una mera con­memoración, una ceremonia de la memoria autosatisfecha. Lo que nos interesa, cincuenta años después, a la luz de la expe­riencia histórica, es una reflexión crítica. Es hora, sin duda, de reafirmar verdades que siguen siéndolo, pero también de de­nunciar cegueras y engaños que siempre lo fueron. Hora de esclarecimiento teórico acerca del papel de los intelectuales, de la exacta naturaleza de su compromiso; hora, finalmente, de acotar y denunciar las injusticias, acaso sangrientas, de una justa causa.

Pero la reflexión crítica sobre el pasado, por aguda y certe­ra que sea, sólo cobra pleno sentido si se abre al porvenir. No

se tratará principalmente, en nuestros trabajos de 1 987, de elaborar -por necesaria que sea- una arqueología del saber histórico sino de fundar una estrategia del hacer intelectual. De intentarlo, al menos.

No será mala oportunidad para ello este aniversario del 11 Congreso de Intelectuales Antifascistas, a medio siglo de aque­llos combates de los años treinta, con sus verdades y sus falsos ídolos, sus heroísmos y sus funestos engaños. A poca distancia de un siglo XXI que exige de los intelectuales, ante la crisis -al­tamente saludable, por cierto- de todo discurso monolítico y

monologante, un nuevo enfoque pluralista, pero teóricamente coherente, de las relaciones entre política y cultura, tecnología y valores morales, ciencia y complejidad, compromiso y sole­dad creadora.

Es Valencia, de nuevo, la capital que acoge a los intelectua­les y artistas de todo el mundo y nos invita a unas jornadas de examen y diálogo como aporte al mundo de una reflexión co­herente ante algunos de los problemas que nos preocupan en estas últimas décadas de este siglo que se dispone a dar paso al venidero, cargado de incógnitas y de esperanzas que de­ben conducirnos inevitablemente a las soluciones de una hege­monía democrática.

JUAN CUETO, JOAN FUSTER, JUAN GÓYTISO­LO, RICARDO MUÑOZ SUAY, FERNANDO SA­VATER, JORGE SEMPRUN, MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN

Avenida Campanar, 32-VALENCIA 46015 (España) Teléfono (96)3490244-T elex 63269

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