Disfraces Del Leviatán. El Papel Del Estado en La Globalización Neoliberal - Monedero, Juan Carlos

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JUAN CARLOS MONEDERO Disfraces del Leviatán El papel del Estado en la globalización neoliberal

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JUAN CARLOS MONEDERO

Disfraces del LeviatánEl papel del Estado en la globalización neoliberal

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AKAL UNIVERSITARIA

Director de la serie:xxxxxxxxxxx

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Diseño interior y cubierta: RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas

de multa y privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria,

artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte.

Título originalDisfraces del Leviatán

© Juan Carlos Monedero, 2009

© De esta edición, Ediciones Akal, S. A., 2009

Sector Foresta, 128760 Tres CantosMadrid - España

Tel.: 918 061 996Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-3130-7Depósito legal: M-45.008-2009

Impreso en Lavel S. A.Humanes (Madrid)

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JUAN CARLOS MONEDERO

DISFRACES DEL LEVIATÁNEl papel del Estado en la globalización

neoliberal

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Cubierta interior de Leviathan or The Matter, Forme and Power of a CommonWealth Ecclesiasticall and Civil [Leviatán, o la materia, forma y poder de unarepública eclesiástica y civil] de Thomas Hobbes (1651).

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PRÓLOGO

CRISIS Y CASTIGO, O POR QUÉ LAREVOLUCIÓN NI HA LLEGADO NI SE LA ESPERA

“LA TRAGEDIA NUESTRA NO ES TRAGEDIA”.“¡PUES ALGO SERÁ!” “¡EL ESPERPENTO!”

Ideas, conocimiento, arte, hospitalidad, viajes,ésas son las cosas que deben ser internaciona-les por su propia naturaleza. Pero dejad quelos productos sean caseros siempre que sea ra-zonable y convenientemente posible; y, porencima de todo, permitid que las finanzas seanbásicamente nacionales.

John Maynard Keynes.

Mentira cuando llega. Mentira nunca se va.

Mentira la mentira.Mentira la verdad Todo es mentira en este mundoTodo es mentira la verdad Todo es mentira yo me digo Todo es mentira ¿Por qué será?

Manu Chao, La mentira.

“Dime en qué tipo de Estado piensas y te diré quién eres”. Hayopiniones que obligan. Decía Borges que la gente se quejaba de sumala memoria, pero nunca de su mala inteligencia. Hay en ello unapetición de inocencia. No se da, así, demasiada información quepueda ser usada en contra de uno mismo. Por la misma razón es fá-cil quejarse de “la política”. Pero ¿y del Estado? Lamentarse de lo

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político en abstracto es un lugar común que ni quita ni pone. Comohablar del tiempo. Quejarse del Estado, por el contrario, retrata. Esconocida la respuesta de Mozart al Emperador José II cuando ésteafirmó que a la ópera Las bodas de Fígaro, le sobraban “algunas no-tas”: “Majestad –respondió el compositor de Salzburgo– ¿cuántasnotas?”. Emplazar al Estado remite a un modelo alternativo. ¿Quétipo de Estado ronda la cabeza cuando se hace la crítica?

Ya caminado el primer decenio del siglo XXI, es indudable queel Estado, como una presencia ontológica, está siempre ahí. Aun-que se publique su esquela, aunque se quiera diluir en el disol-vente de la gobernanza, aunque se pretenda esquivarlo permane-ciendo en los márgenes. No pierde su presencia aunque nunca sepiense en su sala de máquinas ni en sus tentáculos. Está ahí cuan-do los neoliberales lo convierten en un arma de guerra y cuandolos socialdemócratas arañan migajas del presupuesto para paliarlos efectos del mercado. Lo invocan quienes lo niegan y quieneslo esconden. Su presencia es demasiado poderosa como para ha-cerlo desaparecer simplemente desconociéndolo. Un niño cierralos ojos y dice: ¡Ya no estás! Los ciudadanos pueden hacer lo mis-mo, pero el dinosaurio, perseverante, sigue ahí. Sus causas y susefectos llegan y permanecen mucho más allá de “la cuna y la tum-ba” con la que soñaron los laboristas del siglo pasado. Está ya ahísignando el futuro de los no nacidos y seguirá la pista de los muer-tos. Lo quieren disciplinado las farmacéuticas, los bancos y lasaseguradoras. Garantiza el nombre privado de los productos yconvierte la magia en ciencia y el saber popular en mercancía. Pre-tender ignorar al Estado no exime ni inmuniza respecto de él. Alcontrario, interrogarlo da pistas sobre la manera política de estaren el mundo. Como en los experimentos psicológicos de asocia-ción, detrás de cada comprensión de lo político se está optando poruna manera de practicar la sociedad. ¿Estado?: becas y prisiones;¿Estado?: semáforos y sanidad; ¿Estado?: policías y jueces; ¿Esta-do?: pensiones y patentes; ¿Estado?: constitución y burócratas; ¿Es-tado?: impuestos y leyes de pobres; ¿Estado?: ejército y guarderías;¿Estado?: delincuentes de cuello blanco y cementerios; ¿Estado?...

No es mala pregunta la que quiere entender los ciclos del sis-tema capitalista. Especialmente sus fases de bajada. Es ahí cuan-do hay que sincerar la economía real con la economía financiera,cuando las deudas son urgidas a zanjarse, cuando las capas del sis-

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tema se recolocan con estrépito de terremoto y ajuste mineral. Altiempo que se pregona el fin de la fiesta, saltan por el aire los milguijarros que no tienen acomodo en el nuevo orden. Pronto cae elpolvo y oculta el origen de los desniveles. También deja fuera defoco a los que quedaron atrapados. Desde que tuvo lugar, la com-paración con la crisis de 1929 es un lugar común y siempre da al-guna luz saber qué ocurrió a partir de aquellas jornadas negras.Sin embargo, hay otra pregunta, no menos relevante, que suelehurtarse al debate y que también tiene sabor a historia repetida.¿Por qué la crisis de 1929 no trajo consigo la revolución? ¿Por quéuna vez más, ahora con la crisis de 2008, ningún fantasma revo-lucionario ha recorrido el planeta? Aún más ¿por qué el capitalis-mo en problemas ha traído siempre aires de guerra y fascismo?

De cada crisis, el sistema capitalista ha salido con un nuevo mo-delo de desarrollo al que le corresponde un nuevo modelo de Estadoy un tipo particular de hegemonía mundial. El modelo liberal se sos-tuvo sobre el librecambio, el colonialismo, el patrón oro y el predo-minio británico. El modelo social keynesiano se construyó con lasinstituciones de Bretton Woods, integraciones regionales y la hege-monía bipolar de la Guerra Fría. El neoliberalismo rompió los corsésnacionales, entregó la “estatalidad” a organismos internacionalesconvertidos en aparatos de maximización de ganancias del norte(FMI, BM, OMC) y estableció el papel de los Estados Unidos comogendarme mundial único. El mundo actual, roto y desordenado,muestra una carrera en pos de la reconstrucción de los fragmentos.

Dependiendo de la correlación de fuerzas nacional e interna-cional, el resultado puede inclinarse por una amplia gama de po-sibilidades, entre las cuales está la puesta en marcha de un proce-so moderado de redistribución de la renta, aventuras imperiales,un refuerzo del autoritarismo, la institucionalización del privilegioa sectores con poder financiero, militar o empresarial o, como es-cenario plausible aunque improbable, la reinvención democráticade la organización social y económica. Habiéndose roto la falsacreencia en el progreso constante, los cambios, sabemos hoy, pue-den ser para empeorar. En Europa, la crisis de los años treinta tra-jo el fascismo. Nunca en ningún otro momento de la humanidadha habido un poder tan descarnado, brutal, despótico y oculto comoel que poseen hoy las finanzas. Nunca en ningún otro momento dela humanidad la necesidad del cambio ha sido tan urgente y, al

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tiempo, tan difícil. Los momentos históricos de ausencia de hege-monía mundial y con intereses en conflicto son la antesala de en-frentamientos bélicos. Un optimista, decía Bertrand Russell, es unidiota simpático; un pesimista, un idiota antipático. La diplomaciamundial no existe y la financiación del déficit militar de EstadosUnidos –lógica económica decisora del planeta– sigue estrangu-lando a los países que tienen todas o parte de sus reservas en dóla-res. Stanislaw Lem alertó de los cada vez más estrechos callejonessin salida: “no esperéis demasiado del fin del mundo”. El joker son-ríe desde los tejados de ciudad Gótica. Batman da palos de ciego.Pero necesitamos, como recordaba Benedetti, palos de vidente.

Cuatro eran las posibles respuestas por parte del Estado a lacrisis económica que empezó a golpear al mundo a partir de 2007.En primer lugar, no hacer nada, esperando que el tiempo decanta-se las respuestas. El creciente número de desempleados, las quie-bras de empresas y los gritos afectados del mundo financiero noparecían aconsejar esa salida. En segundo lugar, pauta rápidamen-te esgrimida por el establishment económico superada la parálisisinicial, consistía en insistir de manera desnuda en las solucionesneoliberales, a lo sumo acompañada de momentáneas socializacio-nes de las pérdidas. La tercera posibilidad traía de regreso a casala regulación keynesiana, aunque al operar desde un suelo fuerte-mente neoliberal, tenía necesariamente que coexistir con aquelloque la había convocado. Un neoliberalismo keynesiano. Era la sa-lida más mentirosa. La cuarta opción pasaba por inventar nuevassoluciones que superasen los callejones sin salida del capitalismoy rompieran con la dictadura de la alianza Estado-finanzas-com-plejo militar-industrial. ¿Quién le pone el cascabel al gato?

La opción preferida fue una mezcla de ahondamiento neolibe-ral –concentración en los aspectos bancarios tradicionales, refor-zamiento del FMI y confianza en que el mercado se encargaría dereubicar los buenos y malos activos financieros– y de falso regresoa la edad de oro de la regulación estatal, bajo la igualmente falsasuposición de que el colapso del keynesianismo en los años seten-ta se debió a algún tipo de locura cometida por malas personas yno a la implosión de un sistema que creó sus propios sepultureros.

Las épocas de crisis generan turbación, y es muy fácil mirar alpasado con indulgencia y nostalgia. ¿Una vuelta a un capitalismocon rostro humano? El keynesianismo no se hundió porque llega-

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ron los terribles neoliberales con su carga de maldad en la mochi-la de Harward, sino debido a que el capitalismo necesitó excederel ámbito nacional para mantener su tasa de ganancia –el metabo-lismo que anima todo su funcionamiento–, al tiempo que conver-tía al dinero en la más rentable de las mercancías. En la fase dedescenso del ciclo económico en los años 70, con el mercado debienes saturado y una creciente caída de la productividad, con Eu-ropa y Japón incorporados a la competencia mundial una vez su-perado el parón de la guerra, con una crisis de sobreproducción ydesempleo y un empobrecimiento per cápita generalizado (dondese juntaba el crecimiento demográfico y la caída de la renta), la sa-lida fue recuperar la tasa de ganancia reduciendo los costos deproducción (especialmente los salarios) y aumentando las tasas deexplotación, deslocalizando empresas, aumentando el ritmo dedestrucción medioambiental, dejando de pagar impuestos, endeu-dando a ciudadanos y países, especialmente del tercer mundo, re-duciendo el gasto público, privatizando el patrimonio colectivo yhaciendo del dinero el principal de los negocios.

Los Estados nacionales, cargados de referencias de izquierdatras la derrota de la derecha en la Segunda Guerra Mundial se ha-bían convertido, desaparecido el peligro soviético, en un rígidocorsé que molestaba para el logro de ese fin. La respuesta políticaa las presiones del capital fue permitir que la pasta dentífrica se sa-liera del tubo. Después, nada más inútil que intentar meterla denuevo dentro. Mera distracción mediática para aparentar decisiónpolítica. Para una tarea tan titánica hacía falta el concurso de mu-cha ciudadanía en muchos países, algo que, de momento, no esta-ba en el recibidor. Sin olvidar que el incremento constante del dé-ficit para solventar los recurrentes problemas del capitalismogeneraba una igualmente creciente dependencia del principal fi-nanciador del mismo, esto es, China, que con un silencioso es-truendo ya estaba cambiando el eje de la geopolítica mundial.

De cualquier forma, los cambios sociales se cuecen a fuego len-to. Ya explicó la antropología que el día de los locos –esa entregadel poder al lumpen durante veinticuatro horas– era una trampapara incautos que lograba que al día siguiente se reclamase el re-greso autoritario del orden. En el horizonte aún no se ve, en nin-gún lugar y pese a que ya haya razones para activarse –incluida Chi-na– una acción colectiva comprometida con un cambio de rumbo.

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Pero las crisis nunca son “económicas”. Como siempre ocurre enlos asuntos que afectan a las estructuras sociales, estamos ante unproblema político, aunque las disfunciones se hayan mostrado enel campo de la economía. Y la política es consenso y conflicto.

Si nos detenemos en la reflexión poscrisis sobre el Estado pode-mos repetir aquello que lamentó Gandhi a mediados del siglo XX,quejándose del trato recibido: primero nos combatieron, luego noscensuraron, más tarde nos ignoraron y al final dijeron que lo quenosotros planteamos es lo que ellos habían sostenido desde el prin-cipio. El medio es el mensaje, y quien controla los canales de co-municación será quien ponga el marco discursivo, la matriz deopinión, en la opinión pública.

Como dice un refrán español, a la fuerza ahorcan, y el acumula-do de reuniones de alto nivel gubernamental lanzaba el mensaje deque se estaban tomando decisiones. Ahora bien, nunca hubo verdade-ras razones para pensar que las peticiones de control, regulación, mo-deración y austeridad que empezaron a pregonar aquellos que apenasayer defendían lo contrario fueran sinceras. Es más fácil escribir unacolumna de periódico criticando los excesos neoliberales que cambiarlos planes de estudios de las facultades de economía, grandes respon-sables de sembrar precisamente el delirio neoliberal (no hay noticiade cambios que modulen la hegemonía teórica neoliberal en ningúnpaís del mundo). Es más sencillo decir “hay que hacer algo” que de-volver el dinero obtenido en las décadas de la orgía del capitalismodesorganizado. Requiere menos esfuerzo echar las culpas a procesosabstractos o recurrir a culpas colectivas –“es que los pobres no se es-fuerzan lo suficiente”– que acompañar las muestras verbales de re-mordimiento con ese principio cristiano que señala la verdadera con-trición (la restitución de lo robado o el resarcimiento del daño hecho).Los ex presidentes que decidieron la invasión de Iraq, generando de-cenas de miles –decenas de miles– de muertos, dan millonarias con-ferencias por el mundo contando su experiencia, y no hay tampoconoticia de que dediquen siquiera una parte de esos beneficios a tareasde reconstrucción o alivio para las víctimas.

Los atisbos de recuperación económica –que se suceden comoen un tiovivo a los anuncios de recaída– se siguen midiendo porbeneficios bancarios y subidas en la Bolsa. Como en un lento peroeficaz levantamiento de un cadalso de proporciones descomuna-les, se vio cómo las medidas contra el cambio climático o la ayu-

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da eficaz a los países del tercer mundo quedaron fuera de la agen-da. ¿A la fuerza ahorcan? Los verdaderamente ajusticiados, a pocoque se recupere una mirada desde las víctimas, han sido los variosmiles de millones de personas que, o bien pagaron con su vida losefectos de la guerra, el hambre, la enfermedad, la ignorancia, laviolencia o el cambio climático, o se vieron excluidos de las ven-tajas sociales al ver cómo las desigualdades construían una brechadesconocida en la historia de la humanidad. El neoliberalismo hasido un fascismo intelectualmente elegante.

En sociedades saturadas audiovisualmente, al igual que el mapatermina confundiéndose con el territorio, el disfraz logra hacersepasar por el cuerpo. En el mundo de la política, las ideologías no seatribuyen por los comportamientos, sino que las define cada cual yen cada momento, pasando por verdad lo que los medios repitan consu magia redentora. La mayoría de los políticos son productos me-diáticos (algo que es válido para el Bush que recurre a la películaTop Gun para escenificar, aviones incluidos, el anuncio del fin dela guerra de Iraq, como para el Obama que reinventó el cuento delsastrecillo valiente, rematado con la coronación imperial de su tomade posesión), si bien los efectos de sus actos dejan en los puebloshuellas que se miden por generaciones. Como en las malas teleseries,el carácter de los protagonistas varía con la volubilidad de ese enteabstracto que se llama “la opinión pública”, perdiéndose al final cual-quier consistencia psicológica. La fugacidad de la época hace que elradical de ayer sea el conservador de hoy, y donde hace nada habíaun vocinglero quemacuras o un libertino asiduo a burdeles de alcurnia,hoy se anuncia un piadoso católico reconciliado con su señora yamante hasta la extenuación de sus hijos. La crisis económica resuci-tó a Marx (algo que, para su bien, no deja de ser una metáfora) y losultraliberales, los neoliberales, los paleoliberales y los transliberalesdijeron que estaban dispuestos a hacerse unas semanas socialistas.El tiempo justo para, como decíamos, se socializaran las pérdidas ne-cesarias de un sistema con tendencias estructurales a la crisis, y pre-parara el camino para la próxima privatización de las ganancias.

Una mirada fugaz al desorden del mundo estremece, tanto por elnivel de burla como por la falta real de contestación social. Es la fal-ta de respuesta lo que hace a la tragedia, como en el drama de ValleInclán, Luces de Bohemia, un esperpento. Es falso que detrás de laelección de Barack Obama hubiera una enorme movilización social.

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Era un embudo electoral de una única dirección para canalizar unamultitud honrada de pequeños aportes económicos para la campaña,pero que nunca podría autogestionar esa red para exigir un tipo u otrode comportamiento. En Italia, conmocionada por un terremoto enabril de 2008 que causó casi trescientos muertos y la desolación, elPrimer Ministro Berlusconi habló a las víctimas alojadas en tiendasde campaña diciéndoles: “No les falta nada. Es como un fin de se-mana de picnic”. Fue elegido por la mayoría de los italianos. Los go-biernos de cambio de América Latina dedican la mayoría de sus es-fuerzos a evitar la contrarrevolución, y en ese camino los fantasmasdel pasado siempre están acechando: “Es de noche, las parejas jóve-nes se marchan a la cama/ Y mañana las mujeres parirán... huérfa-nos”, escribió Bertolt Brecht en su “Catón de guerra alemán”. Nohay razones para el optimismo, pero el pesimismo paraliza. Para noser idiota en una u otra dirección hay que complejizar la mirada. Estiempo, pues, de pesimismos esperanzados.

Siguen muriendo decenas de miles de niños diariamente pordesnutrición y las catástrofes naturales cada vez tienen un aspectomenos natural. Terremotos, maremotos, tifones, huracanes… vie-nen ya acompañados de la sospecha de estar vinculados a un cam-bio climático creado por los humanos. La televisión retransmite endirecto la muerte de una concursante de un programa tan seguidopor las masas como, supuestamente, prohibido por todas las Cons-tituciones del mundo (que, supuestamente, también se levantan so-bre la defensa de la dignidad humana). Al tiempo, se anunciaba unnuevo formato de reality show donde, aprovechando los efectoslaborales de la crisis (el 60 por 100 de los trabajadores del mundolo hace sin contrato laboral), se anunciará a los desafortunados lanoticia en directo. Como información adicional se hacía saber algode manera clara: “El jefe es intocable”. Se le podrá criticar –con-tinuaba la noticia– y los empleados podrán airear su rabia y frus-tración con el líder de la empresa pero no lo podrán despedir. Paraque no hubiera malentendidos, se dejó claro que el programa erade interés social. El directivo de Endemol –la empresa productoratambién de ese programa global llamado Gran Hermano– indicóque estaban siempre dispuestos a colaborar en programas que refle-jaran la situación actual. “No creo que uno pueda encontrar algomás relevante y de interés actual que gente en aprietos financie-ros”, afirmó el responsable de la idea.

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De la misma manera, la psicosis de crisis sirvió para que las mis-mas empresas que anunciaban beneficios anunciaran “ajustes deplantilla” (eufemismo para hablar de más despidos). La lógica delbeneficio encuentra en los shock una situación ideal para reajustar latasa de ganancia. El dinero ofrecido a bancos, aseguradoras y gran-des empresas se utilizó, como se había advertido desde posicionescríticas, para recapitalizarse, repartir dividendos o pagar despidos, nopara animar a la economía real. En el camino, los directivos de or-ganizaciones privadas salvadas con dinero público aumentaban sussueldos, se concedían primas millonarias o celebraban en hoteles delujo su éxito al conseguir tan cuantiosos beneficios inesperados. Elpresidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique StraussKahn, alertaba ya en marzo de 2008 sobre los efectos sociales de lacrisis (“traerá disturbios sociales, amenazas a la democracia y en al-gunos casos podría desembocar en guerras”). Ese mismo mes, en uneditorial del periódico The economist, titulado “Los ricos bajo ata-que”, se alertaba de posibles pero “erróneas” salidas:

Las regulaciones para recortar los excesos de riqueza deben hacer queel capitalismo funcione mejor. Puede que tales medidas no proporcio-nen las letras de himnos revolucionarios, pero serán mejores que per-seguir la riqueza. Los ricos son un objetivo fácil. Pero cuando tratasde golpearlos, generalmente acabas golpeándote tu propia nariz.

La lucha de clases, en esa mala lectura del marxismo, funcio-nal para el mantenimiento del sistema, se define como tal sólocuando los de abajo –categoría poco académica pero incontrover-tible– dicen basta.

Si nos despojamos de los mapas, nos desorientamos; si renun-ciamos a los disfraces, el pudor del cuerpo desnudo nos paraliza.¿Una paradoja? ¿Una aporía? ¿Un falso problema? ¿Una condenaintelectual que nos obliga a la inacción? Es de radical urgencia,pues, reconstruir una teoría crítica del Estado. Es momento de re-cordar el ejemplo del ciempiés que perdió el movimiento cuando elenvidioso sapo le preguntó con qué patita empezaba su gracioso ca-minar: bastaba con lanzar adelante cualquiera de ellas para recupe-rar el movimiento. El ciempiés no lo sabía y se condenó a sí mismo,anclado en ese laberinto intelectual del que no sabía salir concep-tualmente.

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Hoy sabemos que ya no hay una sola manera de vestirse. Unos sedespojarán de los disfraces y caminarán desnudos (“como los hijosde la mar”); otros coserán nuevas ropas; otros quitarán las mangas ymezclarán prendas; otros intercambiarán disfraces con otros comoun primer paso, aunque también estarán los embozados que seguiránmintiendo bajo ropajes democráticos. Por eso, todos y todas los quequieran salir de la indolencia y la parálisis tendrán que atreverse a es-cribir los nuevos caminos sobre los viejos mapas. Va a ser la sumade las oposiciones a cualquier malestar social –de maestros mal pa-gados, de indígenas preteridos, de ciudadanos asediados por policíasviolentos o corruptos, de mujeres golpeadas, violadas, desaparecidasy ninguneadas, de jóvenes a los que se quiere disciplinar laboral-mente, de viejos a los que se les quiere amenazar con la incertidum-bre, de estudiantes abocados a ser mera mano de obra precaria, depueblos con hambre, de desempleados, de damnificados de la locu-ra ecologicida, de enfermos abandonados a su suerte, de hipoteca-dos, de gente sin vivienda, de personas con conciencia igualitaria, deluchadoras por la justicia…– la que vaya perfilando la alternativa.

CASANDRA, BATMAN, OBAMA Y EL JOKER

Casandra bien podría ser la diosa de las ciencias sociales. Ca-sandra, esto es, la que enreda a los hombres, lleva en su nombrela red que ata a los seres humanos en una aventura común (no otracosa es la política). Y lleva en su biografía la venganza de la his-toria, la mirada impotente del impotente ser humano que puedeentender que el mar lo ahoga pero no puede sacar el agua y la salde sus pulmones. Prometió la hija de Hécuba y Príamo matrimo-nio a Apolo a cambio de que le fuera concedido el don de prede-cir el futuro. No cumplió su palabra (con la democracia, la políti-ca se volvió mentirosa). Enfadado Apolo con la hermosa mujerpor haberle mentido, escupió en su boca condenándola a que na-die creyera sus profecías. Casandra sabía que Troya sería destrui-da, pero ninguno de los hijos de la ciudad la escucharía. Saber deldesastre inminente y no poder detenerlo no es un castigo menor.Las malas noticias no gustan. Nadie es profeta en su tierra, reco-gerá la Biblia. El economista norteamericano Galbraith insistió enque el recuerdo del último timo económico o financiero apenasduraba en la memoria de los pueblos quince años, de manera que

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los hijos de los últimos ladrones pueden siempre con impunidadvolver a ponerse el antifaz y saquear las cuentas de millones de pe-queños ahorradores o arruinar el trabajo de millones de empleados.

La crisis que empezó a estremecer al mundo en 2007 llevó aque los gobiernos de Estados Unidos y de Europa inyectaran, has-ta el primer trimestre de 2009, seis billones de euros (seis millo-nes de millones o, por decirlo en una cifra que pueda significaralgo comprensible, todo lo que produciría la población que traba-ja en España durante más de cinco años). Apenas unos meses an-tes, todos los gobiernos que ahora inyectaban miles de miles demillones de dólares, habían negado apenas algunas decenas parasolventar problemas nacionales o mundiales de hambre, enferme-dad, agua potable o techo, con el argumento de que no había di-nero, de que quienes hacían tales reclamos no entendían el fun-cionamiento de la economía real, de que no había alternativa. Sinpistas –des-pistados–; sin herramientas intelectuales, sin modeloni ejemplo, pareciera que sólo restaba mirar al cielo.

La elección de Barack Obama repetía la historia de héroes ybuscones tan propia de los países sin tradición estatista. Cuandono hay un Estado encargado de garantizar la democracia “para elpueblo”, se inventan superhéroes o se justifica a los pícaros. Mien-tras George W. Bush abandonaba el escenario retratado como unpelele a quien se le lanzan zapatos con polvo de suelo árabe, elnuevo superhéroe se veía catapultado por su magia mediática a lacondición de bálsamo mundial. Pero ni los equipos ni las medidastomadas sentaron bases para la esperanza de un cambio real. Fra-casada la aventura en Oriente Medio, Estados Unidos regresaba asu “patio trasero”. La resurrección de la IV Flota, el golpe de Es-tado en Honduras (al que se condenaba pero se avalaba), la justi-ficación del bombardeo colombiano a Ecuador para exterminar uncampamento de las FARC o la instalación de nuevas bases militaresen Colombia daban fe de esa nueva política de aromas imperiales.

Como se explica en este libro, no es posible recurrir a las cua-tro grandes soluciones con las que el neoliberalismo construyó unnuevo acuerdo para sustituir al colapsado modelo keynesiano –elaumento del déficit público, la explotación del Sur, una mayor in-tensidad en el usufructo de la naturaleza y una mayor proletariza-ción de la mano de obra–. El Joker (el Guasón) parecía haber en-trado en acción y estaba derrotando al nuevo Batman. El equipo

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económico y político nombrado por Obama era el mismo prove-niente de Wall Street que había producido la crisis económica mun-dial –Robert Rubin, Lawrence Summers, Timothy Geithner, PaulVolcker–, el mismo que había apoyado la guerra de Iraq o que habíamostrado un comportamiento agresivo hacia América Latina, inclu-yendo el bloqueo a Cuba –Robert Gates, Hillary Clinton–. Como de-mostraría la Cumbre de las Américas de Trinidad en abril de 2009,los Estados Unidos de Obama estaban dispuestos a hacer algunosgestos, pero no a cambiar el orden establecido de las cosas. En lamisma dirección, las sucesivas reuniones del G-20 (ese club inteli-gentemente ampliado desde el elitista G-8, pero que no dejaba de seruna autorrepresentación del, inexistente en los hechos, G-192) erra-ban en el diagnóstico al pensar que los problemas económicos sonuna crisis en el sistema y no una crisis del sistema. Mirando la reali-dad de las democracias representativas, ¿qué político en el Gobiernopodría ciertamente plantear una verdad tan amarga a su ciudadanía?

No hay duda de que, en el corto plazo, siempre es posible unaleve mejoría. Y algo es mejor que nada. Pero eso no solventa los pro-blemas estructurales. Más allá de regulaciones que no terminan deser ciertas –especialmente el fin de los paraísos fiscales, reducido aun “poner dificultades” al secreto de los capitales opacos–, las prin-cipales medidas se basaron en la creación de papel moneda –dólaresy euros– para intentar activar una economía que seguía teniendootras deudas pendientes. Principalmente, sincerar la distancia entre lariqueza financiera y la riqueza real, causa de la separación brutal en-tre el enriquecimiento de pocos y la depauperación de muchos. Laexpresión visible de estos problemas es la falta de confianza quehundió la actividad económica a raíz del desplome del sector inmo-biliario, último refugio del capital para conseguir la acumulación ca-pitalista necesaria para la reproducción del sistema. No sin antes in-yectar dinero a los mismos bancos que habían generado el problema,esperando que, repitiendo los mismos comportamientos, ahora ten-drían resultados positivos. En definitiva, mucha gente tenía y tienemuchas razones para pensar que ha sido engañada. En la vida real nohay superhéroes que salvan a la humanidad.1

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1 Era la queja repetida hasta la saciedad y con crecientes dosis de desesperacióny melancolía por los Nobel de economía Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Puedeverse una buena muestra de sus artículos en la página www.sinpermiso.org.

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CAMBIAR EL MUNDO TOMANDO (SIN INGENUIDADES)EL PODER: LA REUBICACIÓN DEL ESTADO2

Una de las escasas ventajas de las crisis económicas es que cla-rifican la discusión sobre la sociedad. En verdad, esto, que se cons-tata desde los años treinta del siglo pasado –cuando el liberalismode entreguerras intentó salir de su crisis–, valdría para toda la cienciasocial, permitiéndonos afirmar que el verdadero saber social avan-za no tanto “a hombros de gigantes” como “a lomos de crisis”. Másen concreto, estos momentos de “peligro” y “oportunidad” (como re-zan los dos ideogramas con que la caligrafía china se refiere a esteconcepto) tienen la virtud de que los actores, con demasiada fre-cuencia ocultos en la teoría y la práctica, emerjan con toda su fuer-za para aumentar su influencia social y política. Empresarios, gruposde presión, periodistas corporativos, banqueros con sus nombres yapellidos, patronales, foros transnacionales y políticos de todo sig-no expresan sus opiniones, apremian reuniones y pretenden forzarla aceptación estatal de sus opciones. También el “gran público”, sibien de manera desagregada, deja caer sus opiniones, al igual quelo hacen los sindicatos –en su pluralidad– y diferentes francotira-dores mediáticos que raramente responden sólo a sus análisis. Cu-riosamente, esta reemergencia de los actores que debilita las expli-caciones estructurales o que pone en cuestión el automatismo delas instituciones (especialmente del mercado) tenía como objetivocentral “llamar a la prudencia” con el fin de lograr una intervenciónpública que evitara pérdidas a los muy concretos capitales privados.

Son momentos –y de ahí la luz que desprenden– en que se dala vuelta a mucho de lo dicho y defendido anteriormente, con elobjetivo de lograr trenzar la comunión entre los intereses particu-lares y los intereses generales, de recordar lo “inconveniente” de“confundir” las necesidades “objetivas” del sistema con “demagó-gicas” exigencias que pretendan cobrar al sector financiero o in-mobiliario sus excesos o sus aventuras. Llegado el caso, la protes-ta de los responsables del caos financiero bien podría articular una

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2 Algunas de estas reflexiones sobre el Estado, ahora actualizadas, pude presen-tarlas en Juan Carlos Monedero, “El Estado moderno como relación social: la re-cuperación de un concepto politológico del Estado”, introducción a Robert Jes-sop, El futuro del Estado capitalista, Madrid, Catarata, 2009.

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nueva “revolución de colores”, mientras que las manifestacionesde los trabajadores que vieran perder puesto laboral, pensiones oahorros no pasaría de ser un “problema de gobernabilidad”. Conuna celeridad pasmosa, los mismos argumentadores que acusabanal Estado de dirigista, tentacular, hipertrofiado, impotente, parasi-tario, asfixiante, estrangulador de la iniciativa privada, aniquiladorde la competencia, responsable del subdesarrollo, corrupto e inefi-ciente, pasaron a reclamarle –esto es, al erario público– salidas in-tervencionistas. Curiosamente no eran neomarxistas los que grita-ban Bringing the State back in, sino que este grito de guerra veníade Wall Street y de antiguos teóricos neoliberales. La retórica dela intransigencia que acusaba al Estado de fútil –inútil en compa-ración con la empresa privada–, arriesgado –agravador de proble-mas– y perverso –generador de nuevos desperfectos– dejaba pasoa un lacrimoso discurso de salvataje de los ricos.3

La crisis económica norteamericana que estalló en septiembre de2008 marcó un punto de inflexión en la hegemonía de las recetas ne-oliberales. Ya en marzo de un año antes, la constructora D.R. Hor-ton había anunciado la primera quiebra de las hipotecas subprime,esto es, hipotecas otorgadas sin garantías y que permitían acumulardeudas sobre deudas –con el correspondiente pago de comisiones–sobre la base de un activo que no variaba pero que estaba creciente-mente sobrevalorado. Desde la crisis del arreglo keynesiano en losaños setenta, la frase de Lincoln que afirmaba: “Puedes engañar atodo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiem-po. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”, pare-cía un pío deseo vista la generalización del fraude y el selecto y re-ducido grupo que había observado multiplicar su fortuna a nivelesinsospechados en cualquier otro momento de la humanidad.4 El Con-senso de Washington, el thatcheriano pensamiento tina (There is noalternative), el fin de las ideologías, el auge de conceptos que can-taban el fin del conflicto social (globalización, gobernabilidad, go-bernanza, transparencia) o la aceptación del liberalismo económicopor parte de la socialdemocracia, cerrando así el círculo abierto consu asunción del liberalismo político (la llamada tercera vía) eran

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3 Véase Albert O. Hirschmann, Retóricas de la intransigencia, México, FCE, 1991.4 Son las conclusiones de Branco Milanovic, La era de las desigualdades. Di-mensiones de la desigualdad internacional y global, Madrid, Sistema, 2006.

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otros tantos hitos en ese paseo triunfal de lo que Susan Strange llamócapitalismo de casino.5 Para evitar problemas, antes habían elimina-do la disidencia. El neoliberalismo nació en 1973, tras el aplastamien-to del socialismo del Frente Popular chileno, continuó con el PlanCóndor –la globalización de la represión–, tuvo sanción eclesial conla elección de un Papa anticomunista y enemigo de la teología de laliberación y se hizo general con la secuencia posterior Thatcher, Rea-gan, Kohl, no sin antes haber dedicado ingentes recursos a cons-truir un nuevo sentido común conservador por todo el planeta.6

Una de las victorias del neoliberalismo fue proscribir el pensa-miento crítico bajo la acusación de arcaísmo, carecer de funda-mento o ser reo de teorías conspirativas de la historia. De ahí queno es extraño que el recurso al Nobel de economía y vicepresi-dente del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, se convirtiera en una sa-lida socorrida en el debate mediático. Stiglitz afirmaba en mediodel torrente de la crisis inmobiliaria norteamericana y poco antesde que arrastrara también al sector financiero:

El mundo no ha sido amable con el neoliberalismo, esa caja de sor-presas de las ideas que se basa en la noción fundamentalista de que losmercados se corrigen a sí mismos, asignan los recursos con eficienciay sirven bien al interés público. Este fundamentalismo del mercado es-tuvo detrás del thatcherismo, la reaganomía y el denominado “con-senso de Washington”, todos ellos a favor de la privatización, de la li-beralización y de los bancos centrales independientes y preocupadosexclusivamente por la inflación […] El fundamentalismo de mercadoneoliberal siempre ha sido una doctrina política que sirve a determi-nados intereses. Nunca ha estado respaldado por la teoría económica.Y, como debería haber quedado claro, tampoco está respaldado por laexperiencia histórica. Aprender esta lección tal vez sea un rayo de luzen medio de la nube que ahora se cierne sobre la economía mundial.7

El neoliberalismo pretendió un nuevo arreglo económico allí don-de el acuerdo keynesiano habían dado sólidas señales de debilidad

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5 Susan Strange, Casino Capitalism, Oxford, Basil Blackwell, 1986.6 Véase George Lakoff, No pienses en un elefante, Madrid, Editorial Compluten-se, 2008.7 Joseph Stiglitz, “El fin del neoliberalismo”, en El país, 20 de julio de 2008.

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a mediados de los años setenta. Fue la economía real la que fue in-ternacionalizando su actividad; en paralelo, y como si fuera un he-cho consumado, los Estados debieron buscar un nuevo modo deregulación para esa nueva circunstancia. La debilidad de la claseobrera (en parte vinculada al propio éxito de sus demandas duran-te el siglo xx y al mayor nivel de vida alcanzado), la falta de res-puesta política de los partidos de la izquierda y la propia impoten-cia de los Estados nacionales ante una economía que se estabaglobalizando dejaron el camino abierto para la implantación delnuevo modelo. Pero al igual que ocurrió con la crisis de los añostreinta, una pregunta quedaba abierta con los aprietos teóricos yprácticos del keynesianismo: ¿se trataba de una crisis en el modeloo una crisis del modelo? El neoliberalismo siempre obró como si setratara de una crisis dentro de un modelo que aún era válido. El he-cho de que las soluciones dentro del capitalismo cada vez estrechenmás su abanico, permite suponer que las contradicciones internaspropias del sistema invitan a considerar el segundo escenario.8

No se trata de la enésima anunciación de la crisis definitiva delcapitalismo, sino de la consideración, con el máximo rigor científi-co que permiten las ciencias sociales, de la imposibilidad del capi-talismo de desarrollar su lógica sin agotar a las sociedades que losostienen. Es la carrera de obstáculos que marcó la crisis de Méxi-co de 1994, la crisis asiática de 1997 y 1998, a la que siguió la ban-carrota rusa de 1998, la devaluación de Brasil en 1999, el ajuste enEuropa previo a la entrada en vigor del euro, y ya más cerca el hun-dimiento del importante fondo Long Term Capital Management, eldefault argentino de 2001, el hundimiento de las empresas pun-to.com, los diferentes rescates bancarios, la quiebra de enron y Ar-thur Andersen, las quiebras de Lehmans Brothers, de Merril Lynch,de AIG, el rescate urgente de bancos, la inyección ingente de capi-tales a grandes empresas automovilísticas, inmobiliarias, o la emble-mática quiebra de General Motors. A este accidentado viaje hay quesumar el agotamiento, como decíamos, de los tres grandes recursos–junto al incremento de la tasa de explotación– tradicionalmenteusados dentro del acuerdo capitalista para salir de la crisis: el endeu-damiento público –con la espiral de incierta salida de la financiaciónmundial del déficit norteamericano a través de la compra de dólares–,

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8 Robert Jessop, El futuro del Estado capitalista, op. cit., especialmente el capítulo 2.

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el endurecimiento de los procesos de obtención de beneficios de lospaíses del Sur –con gobiernos de base popular y nuevas alianzas, comodemuestra el nuevo papel del G-20– y el uso intensivo de la natura-leza –algo con fecha urgente de caducidad tras la conclusión del Pa-nel de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (2007) que establecióla responsabilidad humana en el calentamiento global–. La sospe-cha de que, una vez más, serán los trabajadores los que correrán conel grueso del pago de la crisis, parece servido. Con las consiguientescrisis de legitimidad, de confianza y de acumulación que intensifica-rán tanto las protestas populares como la represión estatal, camino deuna recuperación de los perfiles más autoritarios del sistema.

El neoliberalismo fue capaz de articular un modo de regulación–un acuerdo de garantía del orden social– y un régimen de acu-mulación –un sistema de garantía de la reproducción económica–.En términos gramscianos, logró articular: 1) un bloque históricoque garantizó la cohesión de los grupos dominantes y la confian-za social –el ámbito de las ideas y de la conciencia–, 2) el poderdel Estado y de las instituciones, y 3) la acumulación económica.De ahí su enorme fuerza y la posibilidad, aún latente, de regresaren tanto no surja una alternativa. Devolviendo el marco teórico ala práctica, se vio cómo fue en América Latina donde el esquemaneoliberal empezó a hacer agua. El académico y vicepresidenteboliviano Álvaro García Linera afirmaría que el neoliberalismoperdió en la frontera del cambio de siglo sus tres principales he-rramientas para construir la hegemonía: el Estado, la calle y la ba-talla de las ideas.9 Se había roto con la rutinización del neolibera-lismo (aunque no con el neoliberalismo en sí), ese consenso que lohabía vuelto intocable durante tres décadas. Al igual que ocurrió en1917, la acción colectiva no suele esperar a los teóricos. Si, como es-cribió Gramsci, en Rusia se hizo una revolución “contra el capital”(cuestionando la teoría marxista de la revolución), en América Lati-na se hizo una revuelta contra el neoliberalismo pese a que todos los

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9 Jessop insiste en la misma idea al afirmar que el Estado es una relación –no un su-jeto–, que posee instrumentos que serán usados de una manera u otra en virtud de lacorrelación social de fuerzas que opera en esos tres ámbitos: 1) en la sociedad (quese hace calle, esto es, acción colectiva, en momentos de activación del conflicto); 2)en los aparatos del Estado; 3) en las ideas (la hegemonía, un liderazgo que asegurala reproducción). Cuando estos elementos actúan coordinadamente, el bloque histó-rico está funcionando. Véase Robert Jessop, El futuro del Estado capitalista, op. cit.

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marcos teóricos hablaban de la imposibilidad de tal transformación.La ciudadanía dejó de aceptar como correctas las ideas; se batió enla calle hasta convertirla en su territorio y, finalmente, alcanzó el po-der del Estado a través de la vía electoral. Como decíamos, EstadosUnidos, enredado en la guerra de Iraq y dirigido por la doctrina neo-con (más preocupada por las relaciones con Israel y el mundo ára-be que por el mundo latino) perdió su patio trasero y abrió una nue-va senda hacia un mundo pluripolar. Como demostrarían las quejaseuropeas o chinas contra EEUU al calor de la crisis de 2008, cuan-do se pierde capacidad económica, los argumentos pierden tambiéncuando no contundencia, al menos sí parte de su glamour. Por vezprimera Estados Unidos tenía que escuchar que una crisis generadapor él –con la inestimable ayuda europea– afectaba a los países deAmérica Latina, Asia y África que habían hecho “sus deberes”.

El colapso del neoliberalismo a finales de 2008 fue general: fi-nanciero, alimentario, monetario, inmobiliario, energético y labo-ral. Una sociedad que había hecho de un caníbal un símbolo ama-ble (el Hannibal Lecter de la película El silencio de los corderos)o de un asesino en serie una dulce compañía (la serie televisivaDexter) parecía ahora, en buena lógica, devorarse a sí misma. Estono permite afirmar el fin del capitalismo, pero sí augurar muchasdificultades a la economía de casino, en el momento más bajo desu popularidad en la opinión pública (esto es, con una pérdida delegitimidad que abre perspectivas de desafección). De cualquierforma y como agenda de investigación, siguen quedando abiertasvarias preguntas: ¿es posible construir un acuerdo social y econó-mico que garantice la reproducción social en los marcos capitalis-tas heredados?, ¿cuáles son sus condiciones?, ¿cuáles sus herramien-tas? Y como decíamos al comienzo ¿no vuelve a ser un escenarioplausible el regreso del fascismo y la guerra?

EL ESTADO Y SU TEORÍA: COMPORTAMIENTOS RECURRENTES

Si en 1985 el Estado se reivindicaba como objeto de estudiocon el bien conocido libro de Peter Evans, Dietrich Rueschemeyery Theda Skocpol, Bringing the State Back In,10 no es menos cier-

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10 Peter Evans, Dietrich Rueschemeyer y Theda Skocpol (eds.), Bringing the Sta-te Back In, Nueva York, Cambridge University Press, 1985. Puede consultarse la

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to que, al tiempo, toda una tradición politológica basada en el mar-xismo se dejaba de lado con una intencionalidad que hoy podemosdefinir como alevosa. Esa “amnesia teórica”, como la definió Zi-zeck, dejaba fuera del análisis los trabajos sobre el Estado de au-tores de gran relevancia como Poulantzas, Miliband, Offe, Blocko Therborn. Las omisiones de determinados autores –una cons-tante en el quehacer académico que termina por forzar una homo-geneización del pensamiento– sirvieron para ir vaciando de cuer-po real a ese concepto, de manera que, finalmente, al calor de loscambios imputados a la globalización, terminaría siendo caracte-rizado como una “categoría zombie”.

Sin embargo, no deja de ser cierto que usar el concepto de Es-tado sin referencias de tiempo y espacio es igualmente una manerade forzar el análisis. Como se ve en el capítulo XIII, cuando Ma-quiavelo tuvo que definir la organización política emergente, ne-cesitó recurrir a una nueva palabra, stato, porque las viejas comoregnum, res publica o polis, no le servían. Nuevas realidades re-claman nuevos conceptos. De ahí que hayamos optado por salir-nos de estériles discusiones sobre la ortodoxia –algo que fue recu-rrente en el marxismo–, y enfrentemos esa tarea concretando elámbito de estudio –el Estado capitalista– y asentando su análisissobre nuevas bases metodológicas.11

La discusión durante el último tercio del siglo XX no zanjó, nimucho menos, la comprensión del Estado. Y no deja de ser curio-so que a ese debate le siguiera de nuevo un gran vacío teórico,como si el interés al respecto hubiera decaído de nuevo. Entreotras interpretaciones de aquellos años, tenemos las siguientes: elEstado como un reflejo de la correlación de clases (cayéndose endiferentes grados de determinismo económico que supeditaban elEstado al mero interés de clase); como una organización que po-seía cierta autonomía relativa respecto de la sociedad (el Estadoposeería la capacidad de ir más allá del corto plazo propio de lasexigencias de algunos grupos, pudiendo así garantizar el orden so-

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introducción en: Theda Skocpol, “El Estado regresa al primer plano. Estrategiasde análisis en la investigación. Actual”, Zona Abierta, 50, enero-marzo 1989.11 Para un excelente repaso del debate marxista sobre el Estado, puede consultarseMabel Thwaites Rey (comp.), Estado y marxismo. Un siglo y medio de debates,Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007.

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cial); el Estado visto como un ente con vida e intereses propios almargen de cualquier presión social o función de preservación delorden; también como una desnuda máquina de poder al servicio dequien se hiciera con el control de sus instrumentos ideológicos ydel uso de la violencia; otras interpretaciones arrastraban la he-rencia decimonónica que seguía viendo al Estado bajo un prismanormativo e institucional heredero de la lectura hegeliana del Es-tado como la máxima eticidad; etc. Acompañando todas estas es-cuelas, había un séquito de reinterpretaciones que zanjaban las di-ferencias añadiendo un prefijo al viejo paradigma, construyendoun abanico de neoparadigmas (neomarxismo, neoestatismo, ne-oinstitucionalismo, neocorporativismo, neopluralismo…).12

Seguramente, todas estas teorías aportaban parte de verdad,pero también resultaban insuficientes para dar cuenta de una rea-lidad tan proteica como el Estado, aun más cuando empezaba elproceso de globalización que cuestionaba la validez de las catego-rías cerradas del espacio propias del Estado nacional. Quizá porculpa de esa herencia institucionalista y las limitaciones del cor-porativismo académico, la teoría del Estado no estuvo dispuesta aentender que buena parte de estos problemas se zanjaban con unadefinición de sociedad que incorporara esa complejidad. Si la so-ciedad cambia no puede permanecer invariable su principal regu-lador político. No pocos de los problemas conceptuales desapare-cen cuando se termina con el aislamiento estatal respecto de lasociedad o deja de buscarse una explicación externa al hecho so-cial en el que se genera o se ejerce la estatalidad (algo que yaapuntó Gramsci con su noción ampliada de Estado, esto es, sucomprensión de que la dominación estatal no se logra ni se en-tiende sin comprender sus ramificaciones en la sociedad civil,donde la coerción se convierte en legitimidad). Esto no significadesconocer que lo nacido en una sociedad puede emanciparse du-rante un tiempo de la misma (algo que no podríamos explicar conun mero funcionalismo que necesita fijar de una vez para siempreesas relaciones basadas en la función). Pero incluso para afirmarla emancipación temporal del Estado respecto de la sociedad en

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12 Dos buenos resúmenes recientes de estas discusiones en Colin Hay, MichaelLister y David Marsh (eds.), The State. Theories and Issues, Londres, PalgraveMacmillan, 2006 y Bob Jessop, State Power, Cambridge, Polity Press, 2008.

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que nació, se necesita mantener la relación entre el Estado y la so-ciedad, no condenar al Estado a un frío laboratorio filosófico, unamesa de disección analítica o un conjunto de reglamentos admi-nistrativos que quizá ni se cumplan.

Cuando la teoría del Estado insistía en que éste no era sino unreflejo de la sociedad, es cierto que infravaloraba la importanciade lo institucional y la capacidad de las instituciones de convertir-se en estatuas con vida propia que flotan con cierta irrealidad enla sociedad que las contempla.13 De la misma manera, cuando seprima lo institucional por encima de lo que ocurra en la sociedad,se está cosificando al Estado, colgándolo de una nube y despoján-dole de parte de su encarnación social. Otro sí ocurre cuando sedesprecia el papel de los funcionarios, pues obrando así se estáperdiendo de vista su capacidad para tomar decisiones que afectanprofundamente a toda la sociedad presente e, incluso, futura (me-ter a un país en una guerra, apretar el botón nuclear, apostar por ungrupo económico –por ejemplo, el sector financiero de la econo-mía– perjudicando los intereses conjuntos del aparato productivo;etc.). Es cierto que en el largo plazo, todos estos elementos tienenque equilibrarse, pues de lo contrario la desestabilización pondríaen cuestión el orden social. Por eso es importante incorporar en elanálisis de la sociedad y del Estado la variable tiempo. De ahí queuna definición relacional de la sociedad permita un gran avance.La definición relacional de la sociedad entiende a ésta como unconjunto de interacciones económicas, políticas, normativas y cul-turales, que responden a su propia lógica pero también a las rela-ciones entre ellos, y que igualmente están sujetos a la tensión en-tre los individuos y el grupo, a la tensión entre la herencia delpasado y las reformulaciones del presente y a la tensión entre elpropio grupo y otros grupos (el ámbito internacional). Una inter-pretación del Estado acompasada a esta definición de sociedad hu-biera permitido una conceptualización más cercana al hecho com-plejo de lo social en el siglo XX y el siglo XXI.14

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13 Boaventura de Sousa Santos, Crítica de la razón indolente. Contra el desper-dicio de la experiencia, Bilbao, Desclée de Brower, 2003.14 Pier Paolo Donati ha desarrollado una teoría relacional de la sociedad sobre lasbases del funcionalismo de Talcott Parsons, pero yendo mucho más allá. Como élmismo afirma, el funcionalismo lleva necesariamente –por sus insuficiencias– al

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De esta manera, ni el Estado se convierte en una variable inde-pendiente (como en el trabajo de Skocpol, Evans y Rueschmeyer)ni, como apuntan las teorías pluralistas, el Estado puede ser vistosimplemente como un peón de cierta importancia (como sosteníaRobert Dahl en Who Governs?). Igualmente, la absolutización delo económico y la centralidad de la explotación, heredera del mar-xismo, habría olvidado que no hay economía sin sociedad (comoinsistió Polannyi en La gran transformación). La teoría relacionalhuye de interpretaciones simplistas. Lo económico, va a plantearsu principal defensor, Bob Jessop, es dominante sólo en “una com-pleja situación coevolutiva”. Esto es, no hay última instancia enlas relaciones de dominio, sino que se trata de algo histórico y di-ferencial, relacional y contingente (hay altas probabilidades deque determinados procesos se den, pero no está escrito que termi-nen dándose). Con contundencia, el mismo Jessop afirma que nohay “última instancia” en las relaciones sociales, pues lo social esun hecho contingente. Ahora bien, el capitalismo tiene rasgos paratener “dominio ecológico” (dominio dentro de un ecosistema), gra-cias a su condición compleja, flexible, descentralizada y anárqui-ca (rasgos que son los del mercado), donde la dualidad de los pre-cios (que actúan como estímulo al aprendizaje y como mecanismoflexible para asignar capital a las actividades económicas) ha lo-grado convertirse en el gran superviviente en una carrera adapta-

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no funcionalismo, pero éste no puede explicarse con aquél. El sentido de la vida,la justicia, la utopía no pueden explicarse funcionalmente, a no ser que las diferen-tes funciones sociales se miren desde otra óptica más rica. No se niega lo fun-cional, sino que se incorpora al conjunto de las relaciones sociales. No cuestiona,por ejemplo, la importancia de la reproducción económica, pero la entiende en elconjunto de la reproducción social, asumiendo que los medios de intercambioeconómico pueden ser más que los que contemplaba el funcionalismo clásico (unameta puede ser buscada por muchos medios diferentes). De esta manera, el análi-sis relacional rompe con una de las trabas principales del funcionalismo: el deter-minismo estructural. Con la mirada relacional se sale de perezosas explicacionesque niegan la importancia del pensamiento parsoniano –a menudo sin leerlo y máspor el prurito de pertenecer a una cofradía de puros que heredan viejas pugnas– y,al tiempo, demuestra sus insuficiencias enriqueciéndolo. Algo similar desarrollaJessop con la teoría del Estado al incorporar también el análisis de Luhmann a susexplicaciones. Véase Pier Paolo Donati, Repensar la sociedad, Madrid, EdicionesInternacionales Universitarias, 2006. Por mi parte, la utilidad de este esquema mesirvió en el desarrollo de mi tesis doctoral El fracaso de la República Democráti-ca Alemana: la quiebra de la legitimidad, 1949-1989, Madrid, UCM, 1996.

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tiva donde lo hegemónico no ha terminado coincidiendo con losvalores de la emancipación.

Cierto es que el capitalismo ha mostrado un gran genio a lahora de transformarse, de cobrar nuevos contornos, de disfrazarsecon ropajes que lo hacen casi irreconocible. Aún más, como seña-la Giovanni Arrighi, el capitalismo sólo sobrevive si se transfor-ma. Pero ¿no es gracias a que lo central permanece que podemosseguir hablando de capitalismo? ¿No hay un elemento común enel colonialismo y el imperialismo, en las formas de Welfare y enel desarrollismo, en el militarismo y el neoimperialismo? ¿Por quévarían las formas pero permanece el modo de producción?

En un momento en el que la caída del Muro de Berlín sepultóbajo sus cascotes la interpretación económica –no economicista– delo social, es momento de abrazar el marco disciplinar de la econo-mía política internacional, complejizándolo y ayudando a una teo-rización sobre la relación entre el Estado y el capital desde finalesde la Segunda Guerra Mundial. La relevancia que aquí se entrega alo económico –que en modo alguno se convierte, como decíamos,en una simplificación como las que promovió el marxismo-leni-nismo o la secuela althusseriana– no hace sino entender la vincu-lación de lo económico en lo social. Se trata de entender la imbrica-ción o empotramiento –embedness– de lo económico con lo social(en la expresión de Polanyi) y el peso de lo material en la confi-guración de cualquier orden político. Esa relación va a condicio-nar (a veces de manera muy fuerte) la forma política, pues el Es-tado capitalista tiene la obligación funcional de garantizar enúltima instancia el sistema capitalista. Es ahí donde se explica porqué cualquier tarea de Gobierno siempre está discutiendo con el“posibilismo” que le deja el marco estatal en el que opera. Ganarel aparato del Estado en unas elecciones no significa ganar el po-der. Y mucho menos superar el capitalismo. Por eso la crítica estanto más fácil cuanto más lejos se está de la tarea de gobierno.

La discusión sobre el Estado ha ido deshaciéndose en pedazos,ocupando el grueso del trabajo académico la discusión acerca delas políticas públicas y la conceptualización de lo que llegue a serla gobernanza, con frecuencia explicadas al margen de una co-rrecta conceptualización del Estado que pueda dar cuenta real decómo y por qué se está operando sobre la realidad social o cómose explica que la sociedad civil hegeliana (las empresas y el ám-

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bito del interés privado) se sientan en la misma mesa y en igual-dad de condiciones con el que hasta entonces era la máxima re-presentación de la suprema eticidad, esto es, el Estado. Si MartinShaw afirmó que teorizar sobre la globalización sin el Estado eracomo representar a Hamlet sin el príncipe, podríamos igualmenteafirmar que teorizar sobre la gobernanza o sobre las políticas pú-blicas sin el Estado es como explicar a Robinson Crusoe sin laisla, a Fausto sin el diablo o al Buscón sin el hambre acumuladadesde su infancia.15

En la academia, Leo Panitch sostenía que la popularidad y eldeclive de la teoría de Estado, relegada en esa “venganza de laeconomía” al rincón de los viejos conceptos, estaba relacionadadirectamente con las vicisitudes de la lucha de clases y de las con-diciones políticas. La hegemonía en el neoliberalismo había pasa-do al mercado, debido a la derrota del pensamiento y la prácticacríticos.16 Poco ha ayudado a la reconstrucción de la teoría del Es-tado la biografía sentimental de buena parte de la izquierda aca-démica occidental, enredada en su madurez en una suerte de auto-justificación conservadora de sus excesos de juventud. Este pesobiográfico –muy alimentado en un discurso mítico con epicentroen un mayo del 68 hipostasiado o, con algún retraso en el caso deEspaña, con una interpretación igualmente mítica de la transición–los ha llevado a un conservadurismo no asumido, donde se niegasucesivamente la importancia de algunos aspectos. A saber: (1) elpapel de la cobertura cultural en los regímenes de acumulación yla estabilización otorgada por los discursos del pensamiento unifi-cador. Este aspecto es muy relevante en una sociedad basada en laeconomía el conocimiento, donde el papel esencial de los mediosde comunicación sigue reclamando un mejor conocimiento de lapolítica a través del análisis semiótico; (2) la relevancia del desas-tre ecológico –a menudo leído desde esa izquierda como una re-surrección del comunismo autoritario que pretendía repetir com-portamientos despóticos, ahora con la excusa ecológica, al tiempo

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15 Martin Shaw, Theory of the Global State: Globality as Unfinished Revolution,Cambridge, Cambridge University Press, 2000.16 Leo Panitch, “The Impoverishment of State Theory”, en Stanley Aronowitz yMeter Bratsis (eds.), Paradigm Lost. State Theory Reconsidered, Minneapolis/Lon-dres, University of Minnesota Press, 2002, pp. 89-104.

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que le reprochaban ignorar que sería el capitalismo el que se en-cargaría de solventar los problemas que él mismo crea abriendouna nueva gran oportunidad de negocio–; (3) la violencia del neo-imperialismo, ahora definitivamente acompañado de contornosbélicos (comprado por esa izquierda como “guerras humanitarias opreventivas”, al tiempo que aplaudía intervenciones imperiales des-de la buena conciencia que identifica la maldad de unos sátrapas se-ñalados repetidamente como tales); (4) o las formas de fascismo so-cial –vía economicismo que supedita el mundo de la vida a la tasade beneficio– que pueblan las formalmente democráticas socieda-des occidentales y que eran descalificadas con cinismo o con acu-saciones de exageración por la radicalidad del vocablo.

En este contexto no es extraño que la teoría del Estado haya de-saparecido de muchos planes de estudio de ciencias políticas yeconomía, que los libros sobre el tema sean comparativamenteinexistentes –con la salvedad de aquéllos que anunciaban contun-dentemente el fin del Estado, ajusticiado por una inclemente ybienvenida globalización– y que el interés sobre el Leviatán hayadeclinado con el declinar de los grandes relatos. Del Estado o dela estatalidad. De cualquier manera, una sensación de sospechaante esa eliminación caricaturesca no ha dejado de acompañarnos.El exceso de sinceridad por parte del poder en la etapa neoliberal,esa desvergüenza ostentosa –multiplicada por mil con la invasiónde Iraq por parte de empresarios que no tuvieron reparos en hacerahí su negocio del siglo– ha dejado la sensación de que tambiénhabía un hurto en la discusión intelectual.17

Si en la configuración de lo que Said llamó orientalismo lostextos de los académicos ayudaron a configurar la manera de en-tender los países colonizados, ahora, en una suerte de repeticióngrotesca, parece que son las interpretaciones mediáticas de buenosy malos las que marcan las opiniones de los académicos, siendolos excesos de Ruanda, Bosnia o Iraq, así como los documentalesdel National Geographic sobre la violencia de la vida natural lacoartada de la nueva interpretación. Son precisamente los acadé-micos los que han comprado la burda manipulación que lleva a

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17 Es el caso emblemático de Dick Chenney, vicepresidente en la Administraciónde Bush y antiguo director de Halliburton, la empresa más beneficiada con la in-vasión de Iraq.

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presentar las protestas de clase media como revoluciones de colo-res y las protestas populares como problemas de gobernabilidad.18

Rasgos, por otro lado, de un Estado que de manera creciente re-nuncia a su lógica como Estado capitalista y se mueve más por cri-terios de excepcionalidad.

¡ES LA POLÍTICA, MENTIROSO!

En mi interpretación, el neoliberalismo hasido un proyecto de clase camuflado bajo unaproteica retórica sobre la libertad individual,el albedrío, la responsabilidad personal, laprivatización y el libre mercado. Pero esa re-tórica no era sino un medio para la restaura-ción y consolidación del poder de clase, y eneste sentido, el proyecto neoliberal ha sidotodo un éxito.

David Harvey, ¿Estamos realmente ante el findel neoliberalismo? La crisis y la consolida-ción del poder de las clases dominantes.

Se ha abusado de la frase que el asesor de la campaña de BillClinton, James Carville, escribiera en la pizarra del cuartel electo-ral, asumiendo que lo económico está por encima de cualquierotra posibilidad de operación social. Aquél “¡Es la economía, es-túpido!” se convirtió en un referente obligado e incuestionable, tan-to como el “No hay alternativa” thatcheriano, el “liberalizar, enton-ces crecer, entonces repartir” del Nobel Gary Becker o la “necesariaindependencia” de los Bancos Centrales consagrada en el neoli-beral Tratado de la Unión Europea de 1992, primera ruptura seriadel consenso socialdemócrata que había construido la ComunidadEconómica Europea a partir de 1956.

Es indudable que el sistema capitalista tiene una lógica quepermea todo el sistema social, pero a su vez es permeado por el

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18 Para estas referencias en el caso latinoamericano, véase César Rodríguez Ga-ravito, Daniel Chávez, Patrick Garret (eds.), La nueva izquierda en América La-tina, Madrid, Catarata, 2008.

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resto de realidades. De hecho, una de las principales explicacionesde la crisis insistía, como hemos señalado, en la pérdida de con-fianza, algo de lo que siempre se nutre el capitalismo pero que, le-jos de crear, recurrentemente destruye. O la sociedad crea confian-za o el capitalismo nunca podrá operar. A él le corresponde poneren marcha la lógica que lo determina: mantener una tasa crecien-te de beneficio. Su tarea pasa por lograr ese resultado –de lo con-trario, colapsaría y entraríamos en un nuevo modelo económico–.Esto es válido para las grandes aseguradoras de Washington, paraun panadero de Tijuana, un taller mecánico en Quito, los banquerosde la city londinense, los mototaxi de Caracas, los locales de co-mida de Shangai, las constructoras de Madrid, etcétera.

Esa lógica económica siempre es también política, siempre estambién normativa y, al igual, es siempre cultural (los cuatro ám-bitos de lo social que pueden analizarse por separado, pero que nun-ca pueden entenderse aisladamente). La economía está incrustadaen lo social, y la lógica capitalista responde bajo este supuesto, sal-vo que por su miopía cortoplacista ignore esta limitación y decidaromper con la sociedad (lo que logra al construir una “sociedad demercado”, esto es, una sociedad donde la confianza desaparece, loslazos sociales se desintegran y se produce una exclusión socialque desemboca en alguna suerte de guerra de todos contra todos).

El Estado social, al igual que el Estado desarrollista latinoa-mericano, se articuló sobre la defensa del mundo del trabajo. Fuea partir de él como se construyeron las prestaciones sociales y lecorrespondió el trabajador –representado en sindicatos– referen-ciar el horizonte de la organización social. De ahí que haya sido almundo del trabajo a quien le iba a costar el precio más alto delajuste neoliberal. En los años setenta, las tensiones laborales lassolventó el capitalismo de cinco formas: abriendo la llave a la in-migración, abaratando así costes; sustituyendo mano de obra portecnología; deslocalizando industrias hacia zonas con menorescostes laborales; cambiando la legislación laboral para facilitar lasformas precarias de contratación o facilitando el despido; y, porúltimo, garantizando una represión funcional para la nueva formade acumulación neoliberal (Augusto Pinochet, Margaret Thatcher,Ronald Reagan, más toda una caterva de aprendices, incluida lasocialdemocracia, que en ocasiones superaron en dureza a sus maes-tros). El resultado fue una reducción considerable de los sueldos,

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que obligó, en una sociedad donde el nuevo sentido común estabaligado al consumismo, al creciente endeudamiento de las familiasen gran parte de Europa y América.

Por su parte, los ricos encontraron igualmente en el sector finan-ciero un lugar ideal para actualizar sus beneficios, poniendo a sudisposición enrevesadas inteligencias que dieron con la creación desofisticados instrumentos –mercados de derivados, de futuros, hi-potecas subprime, opciones de compra, hedge founds, productos es-tructurados, titulizaciones, etc.– capaces de conciliar –en el cortoplazo–, los deseos de consumo de los que ya no podían consumirtanto, con los deseos de ganancia de los que, pese a tener mucho,necesitaban más. De ahí proceden las sucesivas burbujas que fueronestallando, como ocurre con las burbujas –sean de jabón o de humofinanciero– camino del estallido final (un escenario que se puedeprever pero no fechar). En esa subasta por hacer dinero con el merodinero, empujado por la necesidad capitalista y permitido por unavoluntad política amable hacia los capitales de los más ricos, se tuvocomo resultado que los valores inmobiliarios se inflaron; que los va-lores en bolsa se inflaron; que los valores en el mundo del arte se in-flaron; que los valores de la industria del entretenimiento se infla-ron…Como en la fábula de la rana picada por el escorpión que leayuda a pasar el río, está en la naturaleza del capitalismo que sea así.La rana y el escorpión fueron tragados por la corriente.19

La ventaja de encarar el papel del Estado en la globalizaciónneoliberal desde la perspectiva aquí escogida se relaciona con laposibilidad de entender las grandes corrientes que atraviesan laeconomía capitalista neoliberal. De lo contrario, la economía seconvierte en algo que “nos pasa”, condenando a la impotencia desufrir sus efectos al tiempo que se alejan las soluciones. Si se en-

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19 Durante el gobierno de Carter en Estados Unidos se preparó el camino de ladesregulación que iba a permitir recuperar la tasa de beneficio por la vía finan-ciera. Por un lado, los jueces fueron, una vez más, sancionadores de una nueva lí-nea política (algo recurrente en la última fase de la Unión Europea). El dictamende la Corte Suprema en 1978 (llamada “Marquette”), levantó el control de los Es-tados sobre los tipos de interés con el fin de prevenir la usura. En 1980, se apro-bó la Depository Institutions Deregulation and Monetary Control Act que permi-tió que los bancos privados empezaran a expulsar a los bancos públicos delmercado. Finalmente, se permitirían los productos derivados y la autorregulaciónde un mercado que se había vuelto incomprensible para el común de la ciudada-nía, pero que fue capaz de arrastrar hacia sus redes desde esa misma ignorancia.

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tiende esa lógica y se acierta con el papel que le corresponde al Es-tado en esa coreografía, la posibilidad de armar una ciencia polí-tica crítica se renueva. El geógrafo marxista David Harvey ha re-sumido con elegancia ese funcionamiento:

Como nos enseña la teoría del excedente, los capitalistas producenun excedente del que luego tienen que hacerse con una parte, reca-pitalizarla y reinvertirla en expansión. Lo que significa que siem-pre tienen que encontrar algo en lo que expandirse […] en los últi-mos 30 años un inmenso volumen de excedente de capital ha sidoabsorbido por la urbanización: por la reestructuración, la expansióny la especulación urbanas […] ha habido un serio problema, parti-cularmente desde 1970, con el modo de absorber volúmenes cadavez más grandes de excedente en la producción real. Sólo una par-te cada vez más pequeña va a parar a la producción real, y una par-te cada vez más grande se destina a la especulación con valores deactivos, lo que explica la frecuencia y la profundidad crecientes delas crisis financieras que estamos viendo desde 1975, más o menos.Son todas crisis de valores de activos.20

En el modelo neoliberal, las finanzas cooptaron al Estado, quemutó para garantizar el modelo (lo que llamamos en su día el can-sancio del Leviatán). Por el contrario, el mundo del trabajo fue unmero espectador pasivo, con algunos escenarios de conflicto quefueron más temprano o más tarde reprimidos y derrotados. De ahíque las soluciones que se plantean en las crisis capitalistas de co-mienzos del siglo XXI son formas enmascaradas de la misma men-tira. Un antiguo economista de Wall Street, Michael Hudson, es-tudioso de los entramados financieros de la crisis y que durantecincuenta años fue analista de balanzas de pagos de países del ter-cer mundo, resumió con rotundidad, tras la reunión del G-20 deabril de 2008 (seguramente una de las reuniones más publicitadasy comentadas del mundo reciente y a la que se quiso comparar conun segundo Bretton Woods), el punto de vista de quien ya ha es-cuchado demasiadas veces los mismos cuentos:

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20 David Harvey, “¿Estamos realmente ante el fin del neoliberalismo? La crisis yla consolidación del poder de las clases dominantes”, en http://www.sinpermi-so.info/textos/index.php?id=2446.

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La declaración del G-20 sigue la senda trazada hace seis meses por losrescates bancarios del Tesoro y de la Reserva Federal estadounidenses.Que, en suma, consiste en lo siguiente: resolver la crisis de la deuda conmás deuda todavía. Si los deudores no pueden pagar con lo que son ca-paces de ingresar, préstales lo suficiente para que se mantengan al díaen los vencimientos; y colateraliza eso con sus propiedades, su sectorpúblico, su autonomía política, incluso con su democracia. El objetivoes mantener al día el gasto de deuda. Y eso sólo puede hacerse hacien-do que el volumen de deuda crezca exponencialmente, a medida quecrece el interés que se añade al préstamo. Es la “magia del interés com-puesto”. Es lo que hace que economías enteras se conviertan en gigan-tescos esquemas Ponzi (o esquemas Madoff, como se les llama ahora)[…] La idea neoliberal de lo que es un “equilibrio” financiero pasa porlimitarse a observar trechos de corto recorrido de las “fuerzas del mer-cado”, demoler cualquier potencial industrial existente, incrementar laemigración y la enfermedad y levantar una gigantesca deuda externasin preocuparse mayormente de las formas de ingresar el dinero sufi-ciente para satisfacerla. Esa burbuja del crédito inmobiliario fue ex-tractiva y parasitaria, no productiva.21

El número creciente de milmillonarios (la palabra millonario yaha dejado de significar algo), nunca compensa, sin embargo, la caídadel consumo de los millones de trabajadores que han visto recortarsus salarios y, por tanto, el gasto de las familias. Las crisis, como de-cíamos más arriba, facilitan los análisis porque la discusión deja dehacerse en abstractos futuros y permite ver los resultados inmediata-mente en tasas de desempleo, deshaucios, subalimentación, etcétera.

Sin una reconstrucción del papel –nótese que decimos el papel,no una recuperación del mismo actor– que antaño desempeñó elsujeto trabajador resulta difícil pensar en las alternativas. EnAmérica Latina, el lugar del proletariado lo ha ocupado el pobre-tariado, que ha resultado más funcional para frenar la depredaciónneoliberal que para armar una alternativa estable. Éstas quedan, enel corto plazo, necesariamente sujetas a salidas populistas, expre-sión que, como ha señalado Laclau, no tiene connotaciones nega-tivas, sino que señala una voluntad de compromiso popular en paí-

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21 Michael Hudson, “El FMI después del G-20” ¿Se plantarán los deudores?, enhttp://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2490 (bajado el 13 de abril de 2009).

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ses desestructurados políticamente.22 Pero la propia noción de po-pulismo, entendido como apuesta radical con los excluidos, altiempo que rechaza los prejuicios de una ciencia social inclinadaa las oligarquías y critica la “denigración de las masas” propia dela “saga del concepto”, reconoce que la indeterminación social demuchos países se refleja en la indeterminación institucional. Esaquí donde se entiende el refuerzo de, siguiendo a Gramsci, los ce-sarismos que, aun siendo democráticos siempre terminarán necesi-tando dar una respuesta al problema pendiente de la institucionali-zación. En otras palabras, y lejos de la añagaza neoliberal de lareforma del Estado, la gran asignatura pendiente es la refundacióndel Estado. Los países que más han sufrido la noche neoliberal–algo que afecta a prácticamente toda América desde el Río Gran-de hasta Tierra de Fuego– tienen profundas dificultades para crearuna nueva institucionalidad, para empoderar al pueblo y generar lacorresponsabilidad popular que reclama la construcción de un mo-delo que supere el capitalismo, el estatismo y la modernidad, ca-mino de una sociedad donde la emancipación deje de ser un deseopara ser una realidad cotidiana y siempre en construcción.

Esta reflexión sobre el Estado empezó hace más de diez años conla publicación en la revista Zona Abierta nº 92-93 de un monográficosobre la globalización, con el nombre Estado Nacional, Mundializa-ción y Ciudadanía (2000). Luego continuaría en la compilación Can-sancio del Leviatán. El papel del Estado en la globalización neolibe-ral, Madrid, Trotta, (2003). La memoria académica con la que accedía la Titularidad en el área de Ciencia Política y de la Administraciónacompañó indudablemente estas reflexiones. Todos estos años impar-tiendo la asignatura Teoría del Estado, en la Facultad de Ciencias Po-líticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, hanservido para ir aquilatando ideas y para bajar a tierra discursos. Loscursos de doctorado que impartí en la misma facultad acerca de lastransformaciones políticas en la globalización fue recurrentemente unacicate para el estudio de estos temas. Los últimos cinco años, dondehe desarrollado tareas de asesoría política a gobiernos de América La-tina, me han servido para entender por qué el Estado a veces es el dra-ma, otras la farsa, a veces la comedia y también, cuando concursa la

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22 Ernesto Laclau, La razón populista, Buenos Aires, FCE, 2005.

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participación popular, la épica. Mi procedencia de un país semiperi-férico (España) que inventó la picaresca frente a las exigencias de unEstado que no daba nada a cambio; mi formación de posgrado en unpaís central (Alemania) que inspiró a Hegel la comprensión del Esta-do como la “máxima eticidad”, y que también provocó dos devasta-doras guerras mundiales en el siglo pasado; y el aprendizaje prácticoen países de la periferia (Venezuela, Colombia, Ecuador y México),donde las superestructuras estatales nunca han llegado a suspender lasestructuras familiares y clientelares, me han ayudado a disipar mira-das ingenuas sobre el Leviatán estatal.

La crisis económica ha quitado algunos velos, pero sigue siendonecesario mirar más allá de lo urgente para poder ver algo. El papeldel Estado está, podemos afirmar con rotundidad, en el centro de losproblemas y en el centro de las soluciones. Una vez más, vuelve aser cierto que milímetros de error en la teoría generan kilómetros dedistancia en la práctica. Sorprendentemente, vemos que el Estado seha convertido en un asunto subteorizado. Sólo entre muchos y mu-chas puede repensarse, de manera que se supere esta laguna que ter-minan pagándola los pueblos. “El pesimismo de la inteligencia, eloptimismo de la voluntad”, recomendaba Gramsci. Sin esperanza nohay pensamiento esperanzado. Las crisis del capitalismo no generanrevoluciones porque los pueblos piensan que tienen algo más queperder que sus cadenas; porque no está nada claro que la alternativasea mejor que lo que se tiene; porque los actores que representan elcambio se parecen demasiado a los que dicen combatir; porque elconsumismo detiene el pensamiento crítico; porque el pasado se con-vertido en un pasadizo estrecho y el futuro en una autopista infinita.Lo que da sentido a la vida no puede reducirse a la condición de mer-cancía. Y tampoco puede alcanzarse con la rueda dentada de la bu-rocracia. Por eso, una de las tareas es reinventar el Estado. Si el neo-liberalismo utilizó la palanca del Estado para hacer jirones sus ropajessociales, se trata ahora de recuperar el control del instrumento esta-tal para que los pueblos, conscientes y empoderados, hagan suyas lasriendas de su propio camino político no olvidando en ningún casoque debajo de los disfraces del Leviatán siempre está la realidad deun poder demasiado grande como para perderlo de vista.

Caracas/Madrid, otoño de 2009.

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INTRODUCCIÓN

«MIRE VUESA MERCED QUE EN VERDAD SON GIGANTES Y NO

MOLINOS DE VIENTO...»

En esto descubrieron treinta o cuarenta moli-nos de viento que hay en aquel campo; y, asícomo don Quijote los vio, dijo a su escudero:– La ventura va guiando nuestras cosas mejorde lo que acertáramos a desear; porque ¿vesallí, amigo Sancho Panza, donde se descu-bren treinta, o pocos más, desaforados gigan-tes con quien pienso hacer batalla y quitarlesa todos las vidas, con cuyos despojos comen-zaremos a enriquecer?; que ésta es buenaguerra, y es gran servicio de Dios quitar tanmala simiente de sobre la faz de la tierra. – ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza. – Aquellos que allí ves, respondió su amo, delos brazos largos; que los suelen tener algu-nos de casi dos leguas. – Mire vuestra merced, respondió Sancho,que aquellos que allí se parecen no son gigan-tes, sino molinos de viento, y lo que en ellosparecen brazos son las aspas, que, volteadasdel viento, hacen andar la piedra del molino. – Bien parece, respondió don Quijote, que noestás cursado en esto de las aventuras: ellosson gigantes, y, si tienes miedo, quítate de ahíy ponte en oración en el espacio que yo voya entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

Miguel de Cervantes, Don Quijote de laMancha.

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Si el desastre del fascismo obligó al pensamiento social hones-to a repensarse en el siglo pasado, confrontamos ahora un desafíosimilar que pone a prueba el nervio moral de la reflexión política.Hoy tenemos nuestro propio monstruo: se llama neoliberalismo.Su capacidad de penetración es tan fuerte, que trasciende los cam-bios de gobierno incluso de las grandes potencias. Sus leyes racia-les son las que separan con muros visibles o invisibles a los que tie-nen de los que no tienen. Sus Congresos de Nüremberg son lasreuniones del G8 y de la OMC, del Banco Mundial y del FondoMonetario Internacional, las Cumbres de Davos y de la Trilateral.Su rechazo irracional al saber y a la cultura y su quema recurrentede libros, están en los programas televisivos y el negocio del en-tretenimiento. Su Protocolo de los sabios de Sión, los currículosuniversitarios de economía. Sus campos de concentración, los gue-tos, a veces del tamaño de un continente, donde están encerradoslos que tienen la estrella del fracaso cosida en el rostro. Su guerrarelámpago, la Blitzkrieg de la globalización. Sus financieros sonmuy parecidos a los de entonces. Su Führer –y ése es uno de losproblemas que confunde la imagen del monstruo–, está multiplica-do, tiene mil caras y habita mil lugares. Las crisis, lejos de derro-tarlo, lo hacen más taimado. Para derrotarlo, se necesita algo queesté a su altura.

El rigor de la capacidad de exclusión del neoliberalismo (100.000personas mueren al día por causas relacionadas con el hambre), suamenaza cumplida contra el medio ambiente (apenas quedan diezaños para tomar medidas radicales), el peligro en que ha puesto a laconvivencia humana (con guerra y violencia entre los países y tam-bién dentro de cada ciudad), su énfasis en el desentendimiento ciu-dadano (la apatía política y el refugio en el consumismo) y el adoc-trinamiento mediático, son las cabezas de esta hidra multiplicada.Esta recuperación de rasgos profundos del fascismo, ahora como fas-cismo social y bajo un disfraz formalmente democrático, obliga a laciencia social a enfrentarse con honestidad a su tarea de cumplir conel amejoramiento de la sociedad, y alertar sobre este regreso a la bar-barie.23 Una vez más, como ocurriera en los años treinta del siglo pa-

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23 El concepto de fascismo social lo desarrolla Boaventura de Sousa Santos en“La reinvención del Estado”, en El milenio huérfano, Madrid, Trotta, 2005. Conél no quiere caer en falsas comparaciones con lo ocurrido en los años treinta, sino

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sado, las necesidades del capitalismo demuestran su incompatibili-dad con la democracia. Una vela a Dios y otra al diablo terminanprendiendo fuego a la mesa. Cuando el Estado se emancipa de la so-ciedad como un todo y se pone al servicio de intereses particulares,recupera su condición de Leviatán, de monstruo bíblico que adelan-ta pesadillas de Apocalipsis. La lámpara mágica en manos de irres-ponsables.

No es posible un buen análisis del neoliberalismo sin entender laglobalización, y no es posible un buen análisis de la globalizaciónsin una buena conceptualización del Estado. La autoridad del Esta-do moderno procede de su promesa de servir a los intereses genera-les, de representar las promesas lanzadas por la Ilustración de liber-tad, igualdad y fraternidad. Esa autoridad de quien atiende el biencomún, a lo colectivo, es la fuente de su poder legítimo. El aparatoestatal, esa constelación de instituciones, burocracia, Gobierno, Par-lamentos, ejércitos, judicaturas, leyes y discursos entrelazados concada sociedad, es el encargado de aplicar ese poder al servicio de losintereses generales. En la autoridad, otorgada para cumplir con elinterés común, se encuentra la base de la obligación política. Poreso, principalmente, se obedece al Estado (la coacción se encarga-ría del resto). Pero aparte de esa suma de bien común que es el in-terés general, cada ser humano tiene intereses propios, expectativassobre su vida individual, sobre el futuro de los más allegados y lamarcha de la sociedad. Estas expectativas e intereses van desde losmás egoístas –el exclusivo amor propio– a los más desprendidos –alamor a la humanidad–, pasando por diferentes grados, donde ese lu-gar cercano y generalizado que es la familia representa el núcleocentral del interés humano –el amor a los propios–. Todos tenemosexpectativas. Pero unos las cumplen y otros no. Las institucionespolíticas, por esa autoridad que portan de quien atiende al bien co-mún, debieran actuar y educar generando cohesión social. Pero lasinstituciones, cuando son desatendidas por la sociedad, terminan de-satendiendo a su creadora y devorándola. No basta la institucionali-dad para que el interés general se alcance. Las instituciones por sísolas no son virtuosas. La guerra de Iraq y el interés radicalmente

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alertar de la repetición de formas de exclusión que no son menos terribles que lasque implicaron aquellos regímenes de terror. Un uso similar lo encontramos enUmberto Eco y Jean Ziegler.

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particular que buscaba lo demuestran sin necesidad de mayor dis-cusión. E igual ocurre con la incapacidad estatal de extirpar el ham-bre, frenar el cambio climático, acabar con enfermedades medieva-les o ayudar a encontrar sentido frente al hecho incontrovertible dela muerte.

¿Es mejor una fuerte institucionalidad que su ausencia? ¿Quéocurre cuando una perfecta maquinaria estatal se pone al servicio fa-bril y febril de producir el mal en serie, como ocurrió con el Holo-causto? Instituciones independientes de la sociedad terminan siendoel peor enemigo de la sociedad. Sin embargo, esa es la petición deprincipio del neoliberalismo: la devolución a un mercado autorregu-lado de los ámbitos desmercantilizados durante el keynesianismo yel desarrollismo, la recreación de un Estado que privatice los espa-cios de la estatalidad, el triunfo de una lógica guiada por el integris-mo de la oferta y la demanda (el populismo del mercado), la apues-ta por unas instituciones que se alejen del control ciudadano y lasexigencias electorales, la conversión de la política en una gestión téc-nica entre managers y clientes y no una tensión política entre el po-der y los ciudadanos. El Estado se convierte en un todopoderoso fe-rrocarril sin maquinista y sin vías que arrasa todo a su paso. El viajeno puede ser largo (o el tren acaba con la vida, o la vida devuelve eltren a los raíles), pero el destrozo, como vemos, es inmenso.24

Decía Aristóteles en su Política que detrás de la democracia ve-nía su forma degenerada, esto es, la demagogia, el supuesto go-bierno de las mayorías impulsado por pasiones alejadas del interésgeneral. Los modos en que la democracia degenera en demagogiase relacionan con la pérdida real del control de la producción de co-nocimiento por parte de las personas. Cuando uno no es dueño desus ideas, las ideas se convierten en cárceles. La interpretación delas palabras y del sentido por parte de minorías usurpa el diálogo y

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24 No es extraño que el gran defensor del institucionalismo político sea SamuelHuntington, el teórico de la Trilateral y del choque de civilizaciones y una de laspersonas más influyentes en la política internacional norteamericana. Para éstediscípulo de Brzezinski (a su vez el maquinador del uso en los ochenta de los mu-yaidines en Afganistán contra la Unión Soviética), la estabilidad política que sir-ve al interés general sólo llega cuando el nivel de institucionalización supera elnivel de la participación. Las instituciones serían virtuosas sólo cuando no fueranmolestadas por la participación ciudadana. Samuel Huntington, El orden políticoen las sociedades en cambio, Madrid, Paidós, 1997 (edición original de 1968).

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lo convierten en monólogo donde se termina presentando interesesparticulares como intereses de la mayoría. Las mayorías pueden te-ner cierta conciencia del engaño, pero no las herramientas para sa-lir de él. Demasiados ángulos permanecen en la oscuridad. Hay unavaga sospecha, pero no termina de traducirse en una transformación.

Las revoluciones y cualquier cambio social profundo, como bienentendió Gramsci, operan en la conciencia o son experimentos cos-tosos y dañinos. Pese a que se asume que la televisión ofrece ma-yormente basura no se reduce el consumo de telebasura, sino alcontrario. De la misma manera, la asunción de la baja densidad dela democracia no parece generar hoy un malestar estructural que in-terrogue a las razones últimas que roban la calidad a la democracia.Las protestas, no canalizadas políticamente, se disuelven en peti-ciones de corto plazo que se llevan el malestar cuando desaparecede las pantallas de televisión. Las manifestaciones contra la guerrade Iraq, las más nutridas en el mundo desde mayo del 68 y capa-ces de articular la primera manifestación globalizada de la historia–la de 15 de febrero de 2003– fueron incapaces, pese a convocar entodo el mundo a más de 200 millones de personas, de frenar unaguerra tan evidentemente causada por el control del petróleo. Ade-más, no dejó ningún rédito de organización política o social en lospaíses donde tuvo lugar.

Esa confusión, mezclada con el miedo a la libertad, apareció enAmérica Latina con motivo del triunfo de gobiernos de izquierda.Jóvenes estudiantes de universidad, vinculados a la oposición alpresidente Chávez, salían en 2007 en Venezuela a protestar por lano renovación de la licencia a un canal de televisión implicado enel golpe de abril de 2002 y caracterizado por equiparar vivir conestar entretenido o consumir banalidades signadas por la lógicamundial de las marcas. Similares jóvenes, con parecidas preocu-paciones, se manifiestan en Europa y Estados Unidos de maneramasiva sólo para celebrar el día del orgullo gay o la victoria de unequipo de fútbol, espectáculos legítimos de fiesta, pero en dondeha desaparecido cualquier compromiso que no sea el del hedonis-mo o el de una identidad débil. Y cuando aparecen reivindicacio-nes –por lo general en ámbitos educativos– el grueso de los moti-vos está vinculado al miedo abstracto a un futuro endurecido peroigualmente nebuloso. Jóvenes franceses pobres de la periferia pa-risina queman en protesta coches por la simple razón de que les

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habían dicho en los medios de comunicación que poseer un auto-móvil es la señal de que no se es un perdedor. Si los ludditas que-maban los telares que les robaban el puesto de trabajo, ahora sequema el vehículo que se desea pero no se alcanza. Para estos mu-chachos, el Estado no es mucho más que la policía entrando en labanlieu, esos barrios pobres de las afueras de las grandes ciuda-des, buscando presuntos delincuentes. Protestas con mayor conte-nido de clase –por ejemplo, las movilizaciones contra el gobiernode Evo Morales en Bolivia– igualmente se “espectacularizan” y sepresentan como “revoluciones de colores”, en un concepto muycercano a esa guerra televisiva que fue la primera invasión de Iraq,contemplada como un videojuego. No parece que esté abonado elterreno para sutilezas. Mirado desde arriba o desde abajo, en unmundo dual, con ricos muy ricos y pobres muy pobres, el relatosólo puede ser un cuento en blanco y negro. El resto es, parece, de-masiado complicado. La televisión expulsó el relato nocturno delos ancianos, incapaces de competir con los sueños infinitos de lapequeña e inmensa pantalla. Ver la televisión es más entretenidoque escuchar a los abuelos. Tras la oferta vertiginosa de las imá-genes, escuchar, leer o mascar un silencio compartido se torna másdifícil. La multiplicación de la geografía, la posibilidad más realque nunca de un viaje –como turista, como viajero, como inmi-grante, como desplazado–, las noticias permanentes de otras lati-tudes, aleja las raíces y extraña del mundo. La globalización, esadifuminación de fronteras, ha roto la homogeneidad social y, altiempo, ha sido capaz de expulsar las responsabilidades políticasa un limbo impreciso y mal resuelto. Lo que no se termina de verno puede ser culpable.

Quizá vivamos el momento de la historia en el que el Estado pa-rece más velado y oculto por mil ropajes. Nunca fue tan difícil ver-lo y entenderlo. Gobierno, administración, Estado se confunden yla idea de nación como lo que es de todos se reduce a una identi-dad cultural a la que no se le puede reclamar otro tipo de derechos.La parte más identificable de esa constelación, el gobierno, al quese le pone el rostro de presidentes y ministros, sigue igualmente uncurso fugaz, ligado a cada elección o remodelación, o debido a su“pérdida de responsabilidad” ante los determinantes de fuerzas glo-bales frente a las que no se podría hacer nada. El francés Burdeause quejaba de que el Estado, pese a ser omnipresente, no se dejaba

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ver. Entrado el siglo XXI podríamos afirmar que no solamente no sedeja ver sino que no se deja pensar, pese a que no puede señalarse unrincón del planeta en donde la responsabilidad del Estado no puedaimputarse. Si el Dios que habla en latín impide el diálogo y se tornaautoritario, el Estado actual, presente pero sordo a los ciudadanos,necesariamente camina hacia formas déspotas, se escora hacia la de-recha del espectro político, consensúa menos e impone más, al tiem-po que nadie le pide cuentas por esa involución democrática. Lo quedecía Jesús Ibáñez de Dios lo podríamos reciclar para afirmar que:“El Estado es más peligroso muerto que vivo, pues vivo por lo me-nos se le ve venir”. Pueden cuestionarse los gobiernos, las personas,los partidos, pero el papel de los Estados se ha desvanecido comohumo en la botella abierta de las nuevas fronteras porosas.

Esa extensión del Estado por encima de las fronteras ha con-tribuido a la disolución de la responsabilidad en una suerte de fal-sa tierra de nadie y le ha quitado esa corporeidad con la que se lehabía identificado en las últimas centurias. No menor culpa portaen esta trama de personajes sin autor el neoliberalismo como ideo-logía capaz de poner a los Estados a su servicio y, al tiempo, man-tener un discurso crítico con el papel intervencionista del Estadopropio de los diferentes matices del socialismo. Si alguien tiene lacerteza de que los Estados intervendrán en caso de caer en pro-blemas es el sector bancario, disfraz principal del neoliberalismoy fracción de clase privilegiada en la restauración capitalista pos-terior a la crisis del sistema de Bretton Woods en 1973. El tesoronorteamericano emitió en abril de 2008 un billón de dólares parasalvar el sector financiero, al tiempo que auguraba el hundimien-to de la Seguridad Social en 40 años a causa de un déficit de, pre-cisamente, un billón de dólares. La doble vara de medir, en su pér-dida del sentido de la vergüenza, clarifica los escenarios.25

Sin embargo, traer negro sobre blanco, estas supuestas paradojasimplica recibir de inmediato la descalificación como sostenedorde teorías conspirativas del capitalismo. Es momento de decir:“bienvenidas sean”. Va siendo hora de resucitar esas teorías, es de-cir, las que incorporan análisis de clase, atienden a la dinámica delcapitalismo y, por tanto, presuponen la construcción de escenarios

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25 Michael Hudson, “El fondo político de la actual crisis económica”, entrevistaen [www.sinpermiso.org], 6 de julio de 2008 (bajada el 15 de julio de 2008).

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que buscan mantener el privilegio dentro de un esquema de con-frontación social. No se trata de replicar análisis envejecidos ovolver a hacer de Marx un bálsamo de Fierabrás que cure todos losmales (actualizar a Marx o, como dijo Fernández Buey, entenderque “ni Marx ni menos”). Se trata de reasumir acervos intelectua-les ninguneados por el pensamiento liberal y neoliberal en unaamnesia teórica interesada. Recuperarlo y traerlos al siglo XXI,salvando sus cuellos de botella cuando sea posible y cerrando laspuertas que llevan a ninguna parte. E incorporando nuevos apor-tes teóricos y, sobre todo, adaptando ese pensamiento crítico acu-mulado a la actual complejidad social y al papel del Estado tras elfin de la Segunda Guerra Mundial (1945) y la caída de la UniónSoviética en 1991 (por citar los dos hitos más relevantes). Va sien-do hora, igualmente, de acabar con el análisis eurocentrista sobreel Estado y la democracia, saliendo del debate anglosajón repeti-do que parece no ir más allá del eje Europa-EEUU-Rusia-OrienteMedio, e incluir a América Latina como un espacio de experi-mentación política radicalmente novedoso. Europa nunca hubierasido lo que es al margen de América Latina. No puede sin abusopensarse el Norte al margen de la colonización del Sur. Si haceveinte años, en el “gran tablero mundial” diseñado desde EstadosUnidos no aparecía el continente latinoamericano al entendersecomo “asunto doméstico”, los pueblos del continente sudamerica-no han pateado hoy la mesa y reclaman no ser más los peones deuna partida dirigida desde otra parte.26

La discusión sobre el Estado en la globalización sigue siendoun diálogo con las grandes tradiciones políticas. Aunque un diá-logo irreverente. Sostener sin más en el siglo XXI que el Estado esel consejo de administración de los intereses generales de la bur-guesía es una simplificación. Pero decir, como ha venido soste-niendo buena parte de la teoría del Estado, mientras agitaba labandera de la autonomía estatal, que el Estado no tiene nada quever con los intereses generales de la burguesía es, de manera más

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26 El conocido libro de Zbigniew Brzezinski, El Gran Tablero Mundial. La su-premacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Barcelona, Paidós,1998, marca las grandes líneas del poderío mundial estadounidense que desem-bocan en la invasión de Iraq. Interpelado Brzezinski por el intelectual argentinoAtilio Borón acerca de la ausencia de América Latina en el libro, éste recibiócomo respuesta: “Es que Latinoamérica se trata de un asunto doméstico”.

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contundente, una mentira. La ciencia social también forma partede las relaciones sociales y se pone al servicio de las transforma-ciones o de las justificaciones que mitifican lo que existe. En tiem-po de mudanza, los bandos se distinguen. Las crisis, por lo menos,sirven para clarificar debajo de los velos o las vendas.27

El Estado, como la más perfecta máquina de producir obedien-cia, ha sido siempre reo de amores y odios profundos por parte desus analistas. Reverenciado y execrado, hijo del cielo y del infier-no, considerado el lugar de la máxima eticidad o una fría máquinade triturar seres humanos, entendido como una caja de hierro sinalma, un castillo lejano y represivo o el mejor de los acompañan-tes desde la cuna a la tumba, el Estado ha recibido toda la gama deintenciones, tanto de los que le han visto su alma de Leviatán –al-ma horrible o cargada de promesas éticas– como de los que hanasumido su existencia sin mayor interrogación. Todo tipo de ropa-jes que se convierten en pantallas que impiden entenderlo y que,por tanto, dificultan la relación con él. De ahí la referida invisibili-dad y su recurrente presencia de la que habló el francés Burdeau:

Nadie ha visto nunca al Estado. Y sin embargo, ¿quién podría negarque sea una realidad? El lugar que ocupa en nuestra vida cotidiana estal, que no podría desaparecer sin que, al mismo tiempo, quedarancomprometidas nuestras posibilidades de vida. Le concedemos todaslas pasiones humanas: es generoso o egoísta, ingenioso o estúpido,cruel o bondadoso, discreto o entrometido. Y puesto que le hacemossujeto de estas manifestaciones de la inteligencia o del corazón que sonpropias del hombre, lo tratamos con los sentimientos que normalmen-te nos inspiran los seres humanos: la confianza o el temor, la admira-ción o el desprecio; a menudo, el odio o, con frecuencia, un respeto ti-morato o una adoración atávica e inconsciente… Llegamos a maldecir,pero sentimos que, para bien, o para mal, estamos ligados a él.28

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27 Los vínculos entre el gobierno de Georg W. Bush y el mundo de la economíaglobal (finanzas, armas y petróleo) se empezaron a hacer algo más que evidentescon la guerra de Iraq y sucesos como la quiebra de Enron y Arthur Andersen. Eltrasvase desde la política a la economía se ha hecho enormemente fluido, algosólo enmascarado porque los medios de comunicación –que forman ya parte delentramado económico– ocultan o minimizan el salto de los políticos a empresasfavorecidas durante sus mandatos.28 Georges Burdeau, L’État, París, Editions du Seuil, 1970, p.13.

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Pero siempre es el Estado –no sus intérpretes– el que se disfra-za con las ropas que le entrega cada sociedad. Por eso adquieretantos contornos y tan diferentes que sólo con abuso podemos ha-blar del “Estado” en singular, en cualquier geografía y en cualquiermomento de la historia, pretendiendo que siempre quiere decir lomismo. En este trabajo nos estamos refiriendo al Estado modernoy, más en concreto, a la forma que ha adquirido en el ámbito de in-fluencia occidental. Y, aun así, seguimos simplificando la capaci-dad estatal de esconderse bajo antifaces cambiantes. Precisamen-te, esa capacidad de disfrazarse que posee el Estado es la quedificulta entender el proceso de globalización en curso. Quienes loabrigan con ropajes hermosos quieren su concurso para solventarlos nuevos y viejos problemas; quienes lo visten con telas fantas-males y tétricas quieren arrojarlo al basurero de la historia; quie-nes piensan en hacerlo suyo sólo reparan en el traje que haga creera los demás que en realidad está vestido para todos.

Tanto disfraz ha hecho que quede oculto por el atuendo. Lejosde estar desnudo –y, por tanto, sujeto a la vulnerabilidad de quehasta un niño lo denuncie–, el Emperador está hiperengalanado ysobre una plataforma lejana. Vivimos un momento de transiciónde paradigmas, y en este viaje el Estado se está reorganizando demanera funcional para la reproducción capitalista. Ha sembrado laidea de que no le corresponde más a él la obligación de correr conla suerte de la ciudadanía, sino que esa tarea debe ser compartidapor mercados, empresas, asociaciones y organismos internaciona-les (lo que se llama gobernanza). La tentación de la inocencia lle-ga a un Estado que quiere quitarse responsabilidades y seguir man-teniendo la legitimidad en la que se basa la obediencia que recibe.Un Estado desentendido de la idea del bienestar como un derechopúblico y al que no se debe recargar con exigencias de redistribu-ción. Un Estado mediático que convence a los nuevos súbditos conuna apelación constante a los riesgos y al miedo. Un Estado quecontrola una parte importante del producto de cada país y que ne-gocia constantemente las garantías mínimas de bienestar que sonfuncionales al sistema. Un Estado que ya no quema herejes en laplaza pública pero que ha sido capaz de conseguir o permitir quelos perdedores carguen ellos mismos con la culpa de ser víctimas.

Como decíamos, la propia ciencia social ha envuelto al Estadode máscaras y atavíos no siempre comprensibles. O ha puesto los

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ojos sobre otros sitios que explicaban mucho menos e invalidabapara encontrar a los verdaderos culpables. Es evidente que los Es-tados nación, tal como los hemos conocido en el último medio si-glo, están cambiando, y que una suma compleja de transformacio-nes, donde el Estado era sujeto y objeto de los cambios, reclamanuevas teorías. En 1981, el primer gobierno europeo con presen-cia de comunistas se enfrentó a las nuevas reglas de la globaliza-ción cuando quiso aplicar medidas neokeynesianas. Apenas tresaños después, el gobierno de Mitterrand cambiaba radicalmente supolítica económica, al tiempo que salían del Gabinete los cuatroministros comunistas que habían acompañado la aventura. Algu-nas nacionalizaciones bancarias –aunque sólo resultó afectado unbanco importante, Paribas–, así como de algunos grupos indus-triales, lanzaron una señal de alerta a un capitalismo que ya eratransnacional y estaba financiarizado, lo que le otorgaba la capa-cidad de doblar el brazo a los Estados nacionales. El Gobiernofrancés no pudo o no quiso resistir el embate. La presión de esanueva invasión bárbara que son los mercados capitalistas, cediótodas las defensas, fueran éstas muchas o pocas. A partir de esemomento –aunque ya había sido adelantado por el Partido Socia-lista de Felipe González en España– se vio que en Europa el ajus-te lo haría la socialdemocracia. Hablar de clases sociales parecíade otra época. El “¡Es la economía, estúpido!” de James Carville,el jefe de campaña de Clinton en 1992, estaba ya elevado a máxi-ma política.

Este libro que tiene entre manos se articula sobre una tesis fuer-te: el Estado, como condensación de lo que ocurre en la sociedad,es un objeto de análisis central para entender la globalización. To-mando al Estado como objeto capital de análisis podemos ir másallá de si la globalización se trata de un proceso económico, políti-co, militar, cultural, tecnológico, etc. Pues el Estado es todo eso –yalgo más–. Observarlo de cerca es dar cuenta de todos estos asun-tos. Suele ocurrir que los expertos exageran la importancia de suobjeto de estudio, algo recurrente en las ciencias sociales (así, quienestudia lo militar se queja de los que insisten en el papel de los tra-bajadores; los que interrogan el papel de la acumulación económi-ca reprochan debilidad a los que insisten en el discurso y los proce-sos culturales; los que estudian partidos políticos reclaman prioridadsobre los que estudian los movimientos sociales; los que estudian

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los avances de la tecnología afean la conducta a los que estudian elcomercio internacional; los que se enfrentan al estudio de los mediosde comunicación regañan epistemológicamente a los que andandando vueltas teóricas al derecho o a los nuevos sujetos políticos;etc.). La globalización, mirada de una manera integradora desde elEstado, permite entender que se trata de un proceso marcado por losintereses militares occidentales en su confrontación con otros blo-ques o países; por las necesidades económicas de los países cen-trales frente a las resistencias de los países periféricos y semiperi-féricos; por el desarrollo tecnológico ligado a la ampliación demercados y los frenos de la devastación del medio ambiente; porel desarrollo de la individualidad vinculada a la vida urbana y lasnecesidades de crear relaciones más cálidas y espirituales; por elencuentro cultural de los pueblos y las fricciones de la inmigra-ción; por los lazos de la comunidad científica y sus tensiones en-tre la academia y la empresa; por las pugnas en el comercio inter-nacional y los intentos de acordar marcos internacionales deentendimiento; etcétera…

Lo global es algo local que ha traspasado las fronteras en dondefue concebido –sean los jeans, los espagueti, la aspirina, la reservafederal norteamericana o el constitucionalismo–. También algo quese ha pensado para ir más allá del espacio comprendido dentro deunas fronteras con el fin de llegar a más personas y recursos –seanlos trasatlánticos o el Airbus, las giras de los Beatles o el diseño delas Spice Girls, los satélites que radicalizan la idea del panóptico(ver sin ser visto) o la CNN, la Organización Mundial del Comer-cio o el esperanto–. En todos estos asuntos aparece el Estado comouna palanca principal, por su presencia o por su retirada, por su im-pulso o por su freno, por lo que posibilita y lo que impide. El Esta-do, entendido como una relación social, recupera buena parte de sucapacidad explicativa.

La concepción del Estado como relación social rompe con laidea de que se trata de una variable independiente del resto del en-tramado social. De la misma manera, no lo supone una realidadaparte como si fuera un ente con vida propia y autónoma, y tam-poco lo supedita a la economía, como si lo económico estuviera“colgado del cielo” y no necesitara para existir del resto de articu-laciones sociales. Esta mirada integradora ahonda en la idea de queresulta prácticamente imposible entender el Estado al margen de

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los otros dos grandes procesos en los que se ha desplegado el mun-do occidental: el desarrollo del capitalismo y el desarrollo de lamodernidad. Tanto la implantación del sistema de Estados nación,como la extensión del capitalismo y del pensamiento moderno quesustituyó a la teocracia medieval, nacen a finales del siglo XV, si-guen caminos paralelos aunque diferenciados y, sólo por razoneshistóricas –¡no por ningún tipo de determinismo!– terminan porconverger en los dos últimos siglos. El capitalismo triunfará a lahora de trasladar su lógica a casi todos los rincones de la vida so-cial, haciendo del trabajo una mercancía más y convirtiendo almercado no en un lugar de intercambio sino en el espacio del be-neficio. El Estado le ayudará, y en su pelea histórica contra el Im-perio papal, las ciudades libres y otras formas de organización po-lítica, encontrarán sinergias, simbiosis, cuya expresión más obviaquizá sean los procesos de saqueo a otros territorios o países. Igual-mente, el pensamiento moderno, articulado en torno a la cienciaoccidental y abanderado por la Ilustración, prestará sus ideas a am-bos desarrollos, transformando la ciencia en una mercancía, ha-ciendo del Estado el garante de su idea de Progreso y legitimandola colonización de otros pueblos. Al tiempo, el capitalismo finan-ciará la concepción occidental de la ciencia y el Estado legalizaráo ilegalizará un tipo u otro de pensamiento científico. Todos estoscomplejos procesos sirven para entender que no caben explicacio-nes simplistas a los procesos sociales. Una vez más repetimos conLippman que para los problemas complejos siempre hay una ex-plicación simple, pero equivocada.29

Una mirada atenta a la globalización, pues, se logra a través deuna mirada atenta al Estado entendido como el ámbito donde coin-ciden todos los siguientes elementos: un conjunto de institucionesy personas; un lugar con pretensiones de centralidad; una demar-cación territorial, a la que se defiende, convertida en identidad cul-tural y jurídica que tiene el propósito de representación del con-junto; un ámbito con pretensiones de autoridad y de obediencia,acompañado de la promoción del interés público y del manteni-miento de la cohesión social; en suma, una condensación políticade las relaciones sociales nacionales y también internacionales. En

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29 Me he ocupado de estos procesos en Juan Carlos Monedero, El gobierno de laspalabras. Política para tiempos de confusión, México, FCE, 2009.

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la teoría relacional del Estado, el holograma social se recomponey cualquier proceso reconduce a la explicación integral.30

Durante un descanso de las mil reuniones del Foro Social Mun-dial de Caracas, en enero de 2007, uno de los participantes, conacento que transparentaba mil tránsitos por todo el continente lati-noamericano, dejaba caer una teoría arriesgada pero que prontoconsiguió la atención de los que lo rodeaban. En su relato, narrabauna venganza que vendría de lejos. En ella, el autor de la, quizá,más famosa novela del mundo, habría adelantado en cuatro siglosla lucha contra las transnacionales, contra ese que hacer allende lasfronteras que convertía al mundo en un botín de aventureros, cor-sarios, piratas, emperadores y prestamistas. El famoso escritor, ini-ciador sin saberlo del movimiento por otra globalización, sí enten-día, sin embargo, de qué hablaba. En su intensa vida había sidoencarcelado por ambas trincheras en las luchas imperiales, habíasufrido persecución por el ánimo recaudador del incipiente Estadonación, supo de las conspiraciones de la corte y de las respiracio-nes densas del plagio; por último, había sido despreciado por sucondición de inmigrante y su estigma de sospechoso de raza.

La primera crítica moderna contra la globalización –concluía elcontertulio– se relacionaba con un loco que se creía un caballeroandante y que, en su locura, desenmascaraba el mundo mercanti-lista que entraba por Castilla, haciendo inútiles los valores del ho-nor, la fraternidad y la palabra dada de los caballeros andantes. Elviento del cambio, impulsado por el saqueo de América Latina,mecía unos molinos que, en el fondo, no eran sino renovados gi-gantes. En el siglo XVI –explicó sometiendo a mejor conocer la in-terpretación–, los comerciantes y banqueros alemanes de la familiaFugger, famosos, entre otras causas, por haber financiado la coro-nación de Carlos I, serían los dueños de no sólo imponentes pala-cios castellanos como el de Almagro, sino también de una parte im-portante de los molinos de viento de la Mancha. El control de los

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30 Aunque más adelante ofreceremos una propuesta de definición de Estado, es-tos rasgos apuntan a los desarrollos de Michael Mann, Las fuentes del poder so-cial, Madrid, Alianza, 1991; Charles Tilly, Coerción, capital y los estados europeos990-1990, Madrid, Alianza, 1992; Bob Jessop, El futuro del Estado capitalista,Madrid, Catarata, 2008, todos ellos comprometidos con esa renovación de la te-oría del Estado que incorpore, junto a otros muchos desarrollos, a las dos princi-pales cabezas de la ciencia social, Karl Marx y Max Weber.

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molinos –como hoy ocurre con los silos para el grano o las neve-ras frigoríficas–, se transformaba en onerosos alquileres para suuso, lo que encarecía el precio del pan y castigaba a los más débi-les. En definitiva, cuando Don Quijote arremetió contra los moli-nos, en verdad estaba queriendo golpear a los representantes de unincipiente capitalismo global que golpeaba con su voluntad anóni-ma siempre a los más humildes. Don Quijote fue, cargado de soli-daridad con los de abajo, el primer militante del movimiento porotra globalización. Como en tantas otras ocasiones, no se puedesino exclamar: Se non é vero, é ben trovatto…

El ánimo de este trabajo, que entiende que la teoría crítica es laque cree que lo que existe no agota las posibilidades de la existen-cia, está orientado por la certeza de que en la construcción de otraglobalización, en este caso no capitalista, se juega el futuro de lahumanidad. Un futuro que no es fácil de prever y tampoco de acer-car a posiciones alternativas. Tal es el grado de ramificaciones y decomplejidades en donde está enredado el capitalismo mundial trassiglos de imposición, desviaciones y enderezados. Magras, por elcontrario, son las referencias reales atractivas –que no estuvieronen el bloque soviético– que permitan identificar nuevos caminos,apuntados ahora desde el Sur y guiados por el “inventamos o erra-mos”, esa voluntariosa invitación del venezolano Simón Rodríguez.Teoría y práctica necesitan volver a acompañarse. Por tanto, sa-biendo que no enfrentamos molinos sino verdaderos gigantes, horaes, desocupado lector, de convertirnos en gramáticos de una distin-ta mirada. En este galeano mundo al revés, no se trata de un viajede locos por el país de los cuerdos, sino de buscadores de corduraen el imperio de la locura. Cambiada está aquí la lanza por argumen-tos, el yelmo por la teoría y el escudo por la evidencia empírica yel ánimo del rigor lógico (a veces, cierto será, con algunas cesionesa miradas más apasionadas).Todo a la búsqueda de explicacionesque sirvan para aunar fuerzas en este viaje desesperado ante la ra-pidez del deterioro del mundo.

Karl Polanyi, quien alimenta muchas de estas reflexiones, serefirió al mercado capitalista autorregulado como el “molino satá-nico”. Salir de esa rueda trituradora es un mandato de la razón.Aun más ahora, cuando la crisis del sistema puede servir para ca-muflar con cosmética la búsqueda de verdaderas alternativas. LosSancho Panza de la economía, la política o la academia claman

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que algún tipo de locura ha reblandecido el entendimiento de losque buscan alternativas porque no creen ni en fines de la historiani en pensamientos únicos. A ese pensamiento estancado y esta-mental podemos decirle aquella frase de Tucídides: “Descansad osed libres”. O, junto al caballero de la Mancha, podemos preguntarcon el ánimo despierto: “Sancho amigo, ¿duermes? ¿Duermes, ami-go Sancho?”

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I

LA MEMORA DE LOS PUEBLOS CONTRALA MEMORIA DEL ESTADO

La pobreza de nuestro siglo es incomparablecon ninguna otra. No es, como lo fuera al-guna vez, el resultado natural de la escasez,sino de un conjunto de prioridades impues-tas por los ricos al resto del mundo.

John Berger, Cada vez que decimos adiós.

En las favelas del norte de Brasil, sucedeque las madres, por la noche, colocan aguaen la olla y agregan piedras. A sus niños, quelloran de hambre, les explican que ‘prontoestará lista la comida…’, en la esperanza deque mientras tanto se queden dormidos […].

Jean Ziegler, El imperio de la vergüenza.

Ha sido un lugar común en la reflexión sobre el Estado con-temporáneo hablar de crisis orgánica o estructural del Estado,como si éste fuera un cuerpo capaz de enfermar por sí mismo o unedificio cuyos cimientos se carcomieran por una termita hambrien-ta. Este modo de razonar, por lo general deja fuera de foco dos asun-tos de enorme relevancia: por un lado, el hecho de que el Estado, le-jos de ser una cosa, es una relación social y, por tanto, no hace sinoreflejar, en un acumulado histórico, el resultado de los conflictos so-ciales (o de su ausencia). En segundo lugar, al atribuir una excesivacapacidad de causa a una explicación simplificada de lo económi-co, ni explica las implicaciones reales de las exigencias de repro-ducción económica ni acierta a entender en su complejidad el entra-mado social. Hay que entender que no existe “la economía”, igualque no existe “la política” o “la cultura” fuera de su relación social.

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Aun con más frecuencia se cae en el error de atribuir las difi-cultades de coordinación social de los Estados al proceso de glo-balización, cuando lo cierto es que los cambios en el tiempo y enel espacio, con su gran importancia, vinieron a añadirse a un cier-to agotamiento histórico de los modernos Estados nacionales paradar respuesta a cambios que tenían lugar en todos los ámbitos delo social. Es el Estado el que permite la globalización que luegodebilita a los Estados. Estos desenfoques del análisis no han per-mitido ver con claridad que lo que se entiende por crisis del Esta-do a menudo no es sino la crisis del Estado social y democráticode derecho, una forma de organización que, partiendo de la reor-ganización del capitalismo al final de la Segunda Guerra Mundial,había entrado en un callejón sin salida a mediados de los años se-tenta y buscó superar sus límites hollando otros caminos menosexigentes con el conjunto de la ciudadanía, con el medio ambientey con otros pueblos –momento en el que nos encontramos–. Losenemigos políticos del Estado nacional keynesiano empezaron aconstruir un discurso que pretendía convertir al Estado en una cate-goría zombie,31 mientras silenciaban que la estatalidad (las funcio-nes que antaño desarrollaba el Estado) iban a reelaborarse o a trasla-darse a otros lugares. Como afirma Bob Jessop, lejos de desaparecer,el Estado está siendo “reimaginado, rediseñado y reorientado”.

Esta crisis, que afectaría a la unidad y eficiencia del Estado te-rritorial, se traduciría en incapacidad en tres grandes ámbitos. Porun lado, en incapacidad para conseguir obediencia, esto es, en unacrisis de legitimidad, la cual está vinculada a la desorientación delbloque histórico de poder –con sus elites fragmentadas al rearti-cularse el capitalismo favoreciendo a unos sectores y perjudican-do a otros– y a la crisis de representación popular, alejada de lospartidos políticos y con una creciente desconfianza hacia la políti-ca institucional. En incapacidad, en segundo lugar, para generarrelaciones sociales de reciprocidad. Esto es, una crisis de confian-za, con el debilitamiento de los lazos sociales y un creciente indi-vidualismo que mina la reproducción de los ámbitos colectivosque forman lo social. Por último, la incapacidad de generar rela-ciones de producción estables y suficientes para la reproducción

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31 Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim, Individualization, Londres, Sage,2002.

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económica del sistema, tanto en lo que se refiere al capital priva-do como a la fuerza de trabajo. Es lo que se conoce como crisis deacumulación.

En el tortuoso viaje del siglo XX, el Estado habría perdido la ca-pacidad de coerción centralizada que lo había caracterizado desdesus comienzos, de manera que sus posibilidades de garantizar laseguridad –la paz interna y externa– habría descendido enorme-mente. Cuando pretende recuperar esa capacidad es exponiendo alos ciudadanos al riesgo de perder su libertad en forma de orwe-llianos Estados vigilantes. Como en una relación hidráulica, lamayor seguridad sólo se entendía como una menor capacidad delos individuos para autodeterminar sus destinos. Yo te protejo, túobedeces. La protección estatal, como en los iniciales momentosde la construcción estatal, se convertía en una suerte de reproduc-ción mafiosa donde las garantías de paz y tranquilidad estabanvinculadas a la pérdida individual de autonomía, libertad y tran-quilidad respecto de quien ofrece la protección (profundamenteagravada en las llamadas zonas marrones, donde la presencia delEstado se hace al margen del Estado de derecho, afectando a secto-res marginales, desempleados, inmigrantes no regularizados, etc.).32

El Estado habría alcanzado metas audaces impensables cien añosantes –por ejemplo, quitar los hijos a los padres para obligarlos a ira la escuela o hacerse cargo de una porción de la riqueza de cadapaís que va entre el 20 y el 60 por 100 del total, principalmente re-caudando cantidades que van mucho más allá del diezmo medie-val–. Pero, al mismo tiempo, perdía capacidades que lo habían se-ñalado, en el análisis de Max Weber, como el poseedor único de laviolencia y responsable de la gestión de lo público bajo el paraguasdel interés colectivo.

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32 Los Estados suelen realizar una selección estratégica a la hora de recortar el bie-nestar. La derecha y la izquierda no compartieron inicialmente los sectores sobrelos que cargar los costes del ajuste, atendiendo a sus graneros electorales (recor-demos los conflictos con los mineros del primer gobierno de Margaret Thatcher).Pero poco a poco fueron acompasando esa selección al compartir en las estructu-ras bipartidistas los electores. Incluso, como ocurrió en España, fue la socialde-mocracia la encargada de poner en marcha ese recorte, al resultarle más sencillofrenar las homogeprotestas obreras. En la actualidad, tanto la socialdemocraciacomo la derecha (denomínese liberal, democristiana o centrista) coinciden en car-gar el peso sobre inmigrantes, obreros poco calificados, mujeres y jóvenes.

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Pero ese Estado, reflejo de posiciones sociales, no es inocente,porque no lo son las personas que lo han llevado a ese lugar. Es unerror, insistimos, atribuir a la globalización la crisis del Estadonacional de bienestar. El modelo de Estado nación, que había ga-nado el adjetivo de bienestar durante las décadas posteriores a laSegunda Guerra Mundial, estaba haciendo aguas por diferentes ra-zones. Por un lado, los Estados nacionales estaban enfrentando la“desnacionalización de la estatalidad” (es decir, las funciones quevenía desarrollando el Estado ya no se ejercían en exclusiva en losentornos nacionales). Esto era así ya que resultaban demasiadograndes para solventar algunos asuntos –con un apremio fuerte des-de abajo hacia la descentralización regional y municipal– y dema-siado pequeños para solventar otros relacionados con el procesode estrechamiento del tiempo y el espacio que hay detrás de la glo-balización –presionados en este caso desde arriba hacia formas deintegración supranacional o la mera supeditación a esas “fuerzassuperiores”.

El éxito que había tenido desde la década de los cincuenta parasolventar los fallos del mercado ahora se tornaba en fracaso. Nue-vas redes de ciudades o de regiones saltaban fronteras y aduanascon mayor flexibilidad que los paquidermos estatales. La nuevaeconomía del conocimiento y la multiplicación y particularizaciónde la oferta de bienes (frente a la necesidad del primer momentodel consumo de masas33) rompía el crecimiento de la productivi-dad, al tiempo que las presiones sindicales empujaban al alza a lossalarios. Los mercados de bienes duraderos estaban saturados, conla consiguiente caída de la tasa de beneficios, además de que lagestión económica, concebida para economías nacionales, mostra-ba debilidades con la apertura comercial y financiera. Las políti-cas de bienestar reclamaban crecientes partidas del gasto público,tanto por la propia presión de los afectados por la crisis como dela ciudadanía en general que asumía el suministro de bienestarcomo un derecho, sin olvidar la retroalimentación que generabanlos mismos servicios públicos –departamentos, oficinas, ministe-rios, etc.– que reclamaban un crecimiento constante. En no menor

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33 De alguna manera puede ejemplificarse con la frase, aunque anterior a este pe-riodo, de Henry Ford: “Todo el mundo puede tener un Ford T del color que de-see, siempre y cuando sea negro”.

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grado, estaban las dificultades recaudatorias del Estado, reo decambios demográficos –envejecimiento de la población–, opera-ciones de contabilidad engañosas por parte de las grandes empre-sas, de la existencia de paraísos fiscales y del control que ejercensobre la administración pública los entramados corporativos trans-nacionales (baste recordar el caso ya señalado de las fraudulentasEnron y Arthur Anderson y sus vinculaciones con la campaña deGeorge W. Bush, o, posteriormente, el trasvase mil millonario des-de las arcas del Estado a particulares empresas, barcos, asegura-doras– con motivo de la crisis económica). Estos problemas de in-greso de las haciendas nacionales sobrevenían en forma de crisisfiscales que vaciaban tendencialmente al Estado de su condiciónredistribuidora. El modelo económico keynesiano no sabía sol-ventar los problemas crecientes de estanflación, al tiempo que te-nía dificultades para conservar los empleos en sectores en declive.Como apunta Bob Jessop, “la globalización, incluso en sus pro-pios términos, no es más que un vector entre otros, a través de loscuales se expresan en la actualidad las contradicciones y dilemasinherentes al capital como relación”, es decir, al capital en su in-serción social.34

Sin embargo, el Estado, como arena donde convive una lógicaestatal propia entrelazada en una relación profunda y complejacon la sociedad sobre la cual ejerce su dominación, lejos de des-aparecer mutaba su forma para adaptarla a las nuevas exigencias,en este caso internacionales. (La arena en donde se están diluci-dando ahora buena parte de los conflictos sociales de acumulacióneconómica.) En definitiva, “lo seriamente amenazado no pareceser, pues, el Estado soberano, sino el Estado de derecho comocomplejo de instituciones orientadas a garantizar que los ciudada-nos puedan gozar de los derechos fundamentales”.35 Después demedio siglo en donde el Manifiesto comunista parecía haber en-vejecido mal debido a las políticas keynesianas, la apuesta del Es-tado por disciplinar al mundo del trabajo a favor del mundo empre-sarial y financiero, esto es, la recuperación de una condición másevidente de clase por parte del Estado en el proceso de globaliza-

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34 Véase Bob Jessop, El futuro del Estado capitalista, cit., especialmente el capí-tulo III.35 Pier Paolo Portinaro, Estado, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003, p. 11.

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ción neoliberal, devolvía a la discusión la pertinencia de entender laorganización estatal como el lugar donde se sienta el “consejo deadministración de los intereses conjuntos de la burguesía”. Pese a ladureza de la época –que amerita, como veíamos, atrever categoríascomo la de fascismo social– conviene tener cuidado, pues esa afir-mación puede dar por perdidas batallas que ni siquiera han tenidolugar. Margaret Thatcher, paradigma neoliberal, fue más radical enel discurso que en la práctica a la hora de desmantelar la red socialinglesa. Si hubiera podido, quizá habría llegado tan lejos como confrecuencia se le imputa. Pero lo cierto es que no lo hizo porque lapresión social también realizó su parte para frenarla.36

La discusión acerca del carácter de clase del Estado ocupó bue-na parte de la discusión en la ciencia política durante décadas. Vis-to con distancia, ese debate no siempre estuvo entrado en razón,ocupado tanto por la influencia del pensamiento marxista –en unárea donde Marx dejó demasiados cabos sueltos– como por lacontaminación de la Guerra Fría y los intentos constantes de des-mantelar cualquier pensamiento que debilitase el american way oflife y su correlato político de democracias parlamentarias. La con-clusión, por lo general, era algún tipo de reduccionismo que nopermitía entender esta forma de organización política, dotada deuna extraordinaria capacidad para cambiar, de disfrazarse en vir-tud de las relaciones sociales. En otros términos, el análisis del Es-tado caía en una suerte de ideología, en una interpretación subje-tiva que satisfacía análisis académicos parciales o intereses concretosde grupos o clases sociales. Esto es comprensible, pues según fue-ra una u otra la explicación de lo que fuera el Estado, así sería laposición política a la que invitaría cada respectivo análisis. No setrata igual a un héroe que a un villano; no recibe el mismo respe-to un santo que un canalla; no genera las mismas simpatías RobinHood que el sheriff de Sherwood.

Hoy podemos afirmar que si bien es cierto que todos los Esta-dos deben poder compartir algunas características comunes –poreso caen todos bajo esa denominación– el Estado real es un pro-ducto histórico, fruto de la relación dialéctica entre la organiza-ción que pretende concentrar la violencia física y la sociedad civil

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36 Paul Pierson, Dismantling the Welfare State? Reagan, Thatcher and the Poli-tics of Retrenchment, Cambridge, Cambridge University Press, 1994.

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a la que reclama obediencia. Por tanto, lejos de poderse solventarcon categorías universales válidas urbi et orbi, exige explicacio-nes bajadas a cada espacio y tiempo concretos. Siendo más claros:como no es posible solventar esa relación social condensada en elEstado de manera abstracta, corresponde a la hegemonía que exis-ta en cada sociedad decidir en qué lugar del continuum “interesesparticulares-intereses universales” se decide la organización social.Y es bastante probable que ese resultado, concreto e histórico, sepresente no como algo contingente, sino como universal y absolu-to. Ya Marx diferenció las categorías para pensar la realidad de larealidad misma, dejando claro que una no podía ahogar a la otra:“Las categorías […] son formas del intelecto que tienen una verdadobjetiva, en cuanto reflejan relaciones sociales reales; pero tales re-laciones no pertenecen sino a una época histórica determinada”.37

Aquí nos interesa analizar el Estado nacional o Estado moder-no, en un largo viaje en el que ha sido acompañado, como veíamos,del desarrollo paralelo del capitalismo y del pensamiento moder-no. Estas tres grandes autopistas, que nos acercan a una interpre-tación de nuestras sociedades contemporáneas, están hoy sujetastambién a profundas transformaciones: el capitalismo, enredadoen su actual fase de globalización neoliberal; los Estados naciona-les, buscando su inserción en un mundo crecientemente global, porlo común a través de vinculaciones regionales que superan las fron-teras nacionales; la modernidad, viendo cómo sus grandes discursosde linealidad, progreso, colonialismo, productivismo y machismo seven desbordados por algo que, a falta de mejor nombre, se conocecomo posmodernidad y que, por la contaminación derechista deeste concepto, quizá haya que definir como poscolonialismo.38

A lo largo de ese periplo, el aparato de dominación, acompañadode la expansión del capitalismo y del pensamiento racionalista mo-derno, ha concentrado más fuerza y se ha especializado más que en

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37 Citado por Ludovico Silva, “Sobre el método en Marx”, en Antimanual para usode marxistas, marxólogos y marcianos, Caracas, Fondo Editorial Ipasme, 2006.38 Se trata de un debate abierto. Santos ha planteado la necesidad de una posmo-dernidad de oposición, que tendría puntos de encuentro con un poscolonialismode oposición que supere algunas simplificaciones de la corriente poscolonial he-gemónica, especialmente la voluntad del poscolonialismo de construir un análisisdesde “fuera de la modernidad”; Boaventura de Sousa Santos, A gramatica dotempo, Porto, Afrontamento, 2006.

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ningún otro momento de la historia. Igual que el capitalismo ha in-crementado el número de bienes que han sido sujetos a la ley del va-lor (y, por tanto, que han sido convertidos en mercancías); igual queel pensamiento moderno ha convertido al pensamiento racional, ex-presado en la ciencia occidental, en la medida de lo que es científicoy lo que no lo es, el Estado se ha ido apropiando de los ámbitos au-tónomos de la sociedad civil hasta llegar a controlar cada rincón dela vida. Dependiendo de cómo sea la relación con la sociedad civil,ese poder enorme será utilizado para la emancipación social o parala regulación. Pero la fuerza de lo económico sigue siendo profunda-mente determinante en cualquier sociedad donde las reglas de la su-pervivencia sigan estando marcadas por algún principio de escasez.

En la segunda mitad del siglo XX, el capitalismo ha podido desa-rrollar dentro de la sociedad civil un poder amplio con la capacidadde modelar al Estado según sus necesidades, de convertir el pensa-miento en la principal de las mercancías y reducir al resto de la so-ciedad a meros acompañantes castigados de su vertiginoso ascen-so. Es el cumplimiento de lo que Karl Polanyi estableció ya en1944 como el destino necesario del capitalismo que pretendía re-gularse a sí mismo: la transformación que operaba la economía demercado creando una sociedad de mercado.39

En todas sus formas posibles, la máquina del Estado se ha mul-tiplicado en la última centuria, y cuando reúne los demás poderessociales –el militar al servicio de aventuras imperiales y el policialal servicio de la represión interna; el ideológico al servicio de laocultación de alternativas, del entretenimiento popular y la apatíapolítica; y el económico al servicio de la reproducción global delcapital– la figura bestial del leviatán aparece ante nuestros ojoscon toda su fiereza animal, ahora bien, disfrazada bajo los mantosdel consenso social y las instituciones respetadas desde la socie-dad civil. Es esta realidad –insistimos, histórica y contingente–, laque lleva a algunos autores a identificar al Estado, siempre y entodo lugar, con esa situación histórica capitalista, suponiéndoletambién en cualquier futuro una condición de objeto de domina-ción al servicio del capital. Como el Estado y el capitalismo hanido de la mano, se entiende que son lo mismo, una afirmación que

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39 Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos denuestro tiempo, México, FCE, 2004.

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es buena para la agitación política pero que no se compadece conla realidad ni siquiera con la lucha de clases que se pretende de-fender (¿acaso las luchas obreras no han modificado al Estado?).La conclusión bajo esas premisas es coherente: dentro del Estadono hay emancipación posible. Holloway lo plantea con nitidez:

El hecho de que el Estado se encuentre integrado al movimiento glo-bal del capital no sólo limita externamente lo que este Estado puedahacer. Afecta a cada aspecto de su actividad y organización, de modoque podemos hablar del Estado como una forma del capital o una for-ma de las relaciones sociales capitalistas.40

En términos históricos, la capacidad del Estado nunca ha sido,como planteamos, tan elevada. No nos referimos a la capacidad deobrar con total autonomía de la sociedad, de manera despótica y sinescuchar a nadie –usando la metáfora de Michael Mann, como sifuera la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas, en-caprichada en cortar tantas cabezas como le apetezca–, sino la ca-pacidad de extender su poder de manera infraestructural (¿dóndepuede hoy esconderse nadie del Estado?).41 Esta capacidad se mul-tiplica en aquellos países que han concentrado mayores recursos mi-litares, económicos e ideológicos. Allí donde anteriormente el Estado

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40 John Holloway, “Prólogo: Chávez, Lula, Kirchner”, en Keynesianismo: una pe-ligrosa ilusión. Un aporte al debate de la teoría del cambio social, Buenos Aires,Herramienta, 2003, p. 13. Insiste en este prólogo en algunas de las ideas plantea-das en su libro Cambiar el mundo sin tomar el poder, Buenos Aires, Herramien-tas, 2002. Pero ahora, para relativizar las victorias de la izquierda latinoamerica-na en la primera década del siglo XXI si éstas basan su gobierno en el aparato delEstado. Celebra sus victorias como señales del deseo popular de cambio, peroduda de cualquier vía que se implique con el aparato estatal. Como alternativaofrece la autoorganización popular (como en los Caracoles mexicanos o las asam-bleas barriales argentinas): “Olvidemos al Estado y construyamos nuestra propiasociedad […] Todo Estado y todo presidente ataca a la humanidad, nuestra tareaes construirla” (p. 15). Como veremos más adelante, no dudamos que cualquierEstado es un instrumento de dominación. Ahora bien, para librarse del Estadohace falta el Estado –como bien entendió al neoliberalismo en una dirección in-versa–, además de que queda pendiente cómo es la organización política en todala fase de la transición hacia ese mundo ideal sin dominación.41 La diferencia entre poder despótico (mera fuerza) y poder infraestructural (nor-mativo y reglado) la desarrolla Michael Mann en su obra ya clásica Las fuentesdel poder social, Madrid, Alianza Editorial, 1991.

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no podía desarrollar su poder despótico sino en función del acceso,siempre limitado, a los recursos que permitieran el suministro a susejércitos, hoy vemos que una organización estatal –pensemos en Es-tados Unidos de América– lleva la guerra a cualquier lugar del pla-neta –y hasta del espacio– con resultados devastadores.

Además de controlar los recursos militares, ese Estado poderosocontrola también los recursos ideológicos, alimentados por mediosde comunicación integrados en la misma lógica o por una regula-ción de la enseñanza que orienta o adoctrina a la ciudadanía. Y nomenos ocurre con los recursos económicos obtenidos bajo premisascapitalistas, convertidos en la razón principal de su comportamien-to. Sin embargo, este Estado caracterizado por su capacidad de con-centrar territorialmente su poder, se ha visto sacudido por el procesoneoliberal, donde algunos sectores han visto reforzada su posiciónsocial dominante, mientras otros han visto perder los avances en laredistribución de la renta experimentados durante las décadas ante-riores. Algunas preguntas se hacen pertinentes en este galimatíasconceptual: ¿es cierto que el Estado ha perdido poder con la globa-lización neoliberal? ¿Se trata del Estado o de un tipo concreto de Es-tado cuando se habla del vaciado de contenidos? ¿Afectan por iguallos cambios al Estado que organiza la invasión de un país que al quegarantizaba sociedades de pleno empleo, sanidad y educación pú-blicas o procesos de industrialización crecientes? ¿Podemos afirmarque con la globalización neoliberal el capitalismo ha alcanzado suutopía de un mercado mundial autorregulado? ¿Puede acaso el de-terioro del empleo y la caída del precio de las viviendas o la pérdi-da de productividad del sector industrial frenar la hegemonía del neo-liberalismo? ¿Acaso los discursos contra el neoliberalismo de losgobernantes occidentales han venido acompañados de políticas con-tra el neoliberalismo y sus actores?

La economía política, que durante dos siglos fue nacional, hoy nose entiende sino como global. Nunca menos que hoy la autarquíaes una salida nacional posible. Como en el grabado clásico del Le-viatán de Hobbes, cada país está integrado hoy dentro de ese cuer-po global, sea como cabeza, brazo o la última extremidad. Pretendersalirse sin más es repetir la aventura del Barón de Münchhausende salir del pantano con su caballo tirando hacia arriba de los pro-pios pelos. Pero esa arena global está todavía al servicio del privi-legio. Vemos cómo la iglesia, las corporaciones económicas, los po-

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deres mediáticos o las fuerzas militares con capacidad de expansiónpretenden usar el Estado nacional para hacer valer su posición depoder. Pero si fracasan en ese intento recurrirán a la arena global,un ámbito construido por ellos y para la reproducción de su lógica,para insistir en el mantenimiento de su privilegio. Se recurre a don-de hay posibilidades de ser escuchado.

En medio de esta confusión, otros elementos vinieron a terminarde enturbiar el panorama. La capacidad multiplicada del Estadoobligó a una pregunta al pensamiento crítico: ¿es posible la trans-formación social al margen del Estado? Movimientos autonomis-tas, propuestas anarquistas, recuperación de algunas formas de or-ganización municipales, junto a algunas propuestas aisladas (dondela más conocida fue la señalada de cambiar el mundo sin tomar elpoder de Holloway), no han servido para construir una alternativaal modelo estatal. Al contrario, la experiencia de comienzos del si-glo XXI ha abierto nuevos caminos que están replanteando las res-puestas y, también, algunas de las preguntas. Si la solución no estáen el Estado, tampoco está fuera del Estado. Si la sociedad se hacomplejizado, hay que complejizar la estatalidad.

El nuevo ciclo político en América Latina –lastrado por el iniciodel neoliberalismo en Chile en 1973 tras el derrocamiento de Sal-vador Allende, anunciado por los zapatistas en 1994 y sancionadosimbólicamente por la devolución en abril de 2002 del depuestopresidente Chávez al Palacio de Miraflores gracias a un pueblo echa-do a la calle–, mostraba un panorama radicalmente diferente. Mien-tras se hundía el Muro de Berlín, en las calles de Caracas tenía lu-gar una de las primeras respuestas populares al modelo neoliberal,que terminaría cuajando en una nueva Constitución y una transicióndeterminada, desde 2005, a enrumbar al país al socialismo. En Bra-sil, un obrero metalúrgico, impulsado por una amalgama de partidosy movimientos sociales de la izquierda, gobernaba por primera vezel continente brasileño, superando las trabas (incluyendo amenazasde derrumbe bancario) que desde un primer momento desató sucandidatura. En Bolivia, la lucha contra la privatización del aguatumbó gobiernos y puso por primera vez en la historia a un indí-gena en la Presidencia del gobierno. En Ecuador, una preguntadescarada –¿quién jodió al país?– condensaba la voluntad de cam-bio que acabaría con la supeditación a lógicas foráneas e iniciabauna constituyente abrigada por ese mestizado socialismo del siglo

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XXI. En Argentina, el que se vayan todos trajo consigo de nuevo alperonismo, pero esta vez con algunos rasgos diferentes construidosen interacción con las movilizaciones sociales. En Chile, un mo-delo de consenso dentro de las valoraciones de las elites mundiales,empezaban a saltar las costuras debido a las crecientes diferenciassociales. En México, la falta de cumplimiento de las promesas decambio tras la pérdida de poder por parte del PRI se zanjó en unaselecciones donde el pan se alzó con el poder pero bajo sólidas acu-saciones de fraude lanzadas por el PRD, autoproclamado ganador.En Paraguay, un obispo que había abandonado los hábitos acaba-ba con siete décadas de gobierno del Partido Colorado, algo simi-lar a lo ocurrido unos años antes en Uruguay. Incluso en Honduras,país desde el que EEUU había organizado la lucha contra la izquier-da latinoamericana, el presidente Zelaya empezó un acercamientoa los países del ALBA, lo que le costaría la destitución a través deun golpe de Estado que ponía en cuestión la buena voluntad ma-nifestada por el recién nombrado presidente Obama. Sólo en lospaíses donde se mantenía algún tipo de violencia guerrillera, la iz-quierda tenía dificultades para acceder al poder (Colombia, Perú yMéxico). Ante este panorama, ¿no recupera el Estado su capaci-dad de ser palanca de la emancipación? Es aquí donde la pregun-ta de la memoria del Estado y de los pueblos cobra toda su di-mensión.

Frente a los reduccionismos señalados, podemos afirmar que tan-to el Estado como la sociedad se transforman y constituyen mu-tuamente.42 Esto no implica que sea mentira que el Estado, aún demanera más clara en el Estado moderno, se ha configurado comouna estructura funcional a la dominación de clase de la burguesía.No necesariamente tuvo que ser así –como demuestra el diferentedesarrollo de China y de Europa desde el siglo XII–, pero empíri-camente así ha sido. El Estado es una estructura centralizada, do-tada de normas que permiten certidumbre y previsibilidad, y queestá crecientemente especializada. En conclusión, en un marco decompetencia –como ha sido el desarrollo de la humanidad– es fun-cionalmente superior a otras formas de organización que no se do-

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42 Ese es el título del libro de Joel S. Migdal, State in Society. Studying How Statesand Societies Transform and Constitute One Another, Cambridge, CambridgeUniversity Press, 2001.

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ten de estos rasgos. Es por eso que las formas estatales se hicieronhegemónicas. Ahora bien, en cada momento histórico, esa estruc-tura heredada siempre tendrá que acompasar la memoria que por-ta el Estado –y que descansa en sus leyes, constituciones, regla-mentos, universidades, burócratas, legados intelectuales, edificios,tradiciones, mitos, organizaciones militares, etc.–, con los reque-rimientos sociales. Es cierto que el aparato estatal tendrá muchasposibilidades, como aparato de coerción y construcción ideológi-ca de obediencia, de acallar los nuevos requerimientos y adaptar lasdemandas a su estructura. Pero no es menos cierto que el Estadoha venido adaptándose a esas presiones sociales, de manera talque cuando han tenido la fuerza suficiente han sido capaces, in-cluso, de cambiar la faz del aparato estatal.

La memoria del Estado, en esos casos, se enfrenta a la memo-ria de los pueblos, aunque también a la memoria de los grupos so-ciales con capacidad de ejercer poder sobre el resto de la sociedady sobre el mismo Estado (el control judío de Hollywood hace máspor los intereses de Israel que todas sus embajadas en Europa).Del resultado de ese conflicto resultará una organización políticaque trabaje para la emancipación o que mantenga las diferenciasentre los grupos sociales. Los escenarios son inciertos. Por unlado, un aparato estatal rearticulado para dar respuesta a las pre-siones sociales, tanto de las nuevas elites económicas como de losdamnificados por los nuevos procesos de beneficio económico.Por otro, grupos de poder económico e ideológico que pretendendeshacerse de la estatalidad nacional y buscan la garantía jurídicaa sus intereses en la arena internacional. Más acá, sectores popu-lares, más o menos organizados, que reclaman, desde el aparatodel Estado o desde la sociedad, nuevas formas de relación social yeconómica. Más allá, otros Estados o instancias internacionalescon capacidad de influir en las agendas de Estados que sólo for-malmente son soberanos…

En cualquiera de los casos, el Estado ha regresado como unacategoría central de la reflexión política. Bien lejos de los cantosde sirena de sus sepultureros teóricos, el Estado se presenta denuevo como un actor de enorme relevancia que quiere hacer valerde nuevo las fronteras –que ya no tienen por qué ser las fronterasgeográficas, pero que tienen que entenderse como límites de la ju-risdicción que le corresponde– que le permiten hacer su parte en

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el reordenamiento social. Y decimos su parte porque no es menosreal que el Estado ya no agota lo político. Hay un creciente sectorpúblico no estatal que quiere hacer la suya, en relación con un Es-tado que, de manera creciente, debe comportarse como maternal–supervisor– pero no paternal –castrador–. La complejidad apun-ta a que el gobierno de lo público va a ser una tarea compartida.

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II

GLOBALIZACIONES PARA UN MUNDO EN TRANSICIÓN

Parto de la presuposición de que lo que lla-mamos globalización consiste en series de re-laciones sociales; conforme estas series de re-laciones sociales cambian, también lo hace laglobalización. En sentido estricto, no existeuna entidad aislada llamada globalización; hay,más bien, globalizaciones, y deberíamos usarel término únicamente en plural. Por otra par-te, si las globalizaciones son paquetes de re-laciones sociales, éstos tienden a implicar con-flictos; de ahí la idea de los vencedores y losderrotados. Con más frecuencia de lo que pa-rece, el discurso de la globalización es el re-cuento de los vencedores en su propia versión.En ésta, su victoria es aparentemente tan abso-luta que los vencidos terminan desapareciendodel cuadro por completo.

Boaventura de Sousa Santos, El fin de losdescubrimientos imperiales.

Como recordó Gramsci, una época de crisis es aquella en don-de lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de lle-gar. Ya Platón, en el siglo v antes de Cristo, se quejaba de la pér-dida de respeto por los valores que mostraban los jóvenes. La ideade que el pasado siempre es mejor viene de lejos, pero a menudo esengañosa. Siguiendo esa definición de Gramsci podríamos vernostentados a afirmar que todas las sociedades y en todo momentohistórico están en crisis, algo que no está muy lejos de la realidad.Es el panta rei –el todo fluye– de los griegos. Pero no menos cier-

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to es que el cauce cambia lentamente, hasta que un día, que nopuede predeterminarse, la lenta fuerza del agua crea un nuevorumbo igualmente muy difícil de prever. He aquí una de las clavesde la época: como no se sabe a dónde vamos, conviene extremarlas cautelas bajo un principio de responsabilidad.43

En el siglo XXI la prudencia, contraparte del crecimiento ex-ponencial de los riesgos en nuestras sociedades, se convierte enuna categoría social de gran relevancia. Malos análisis puedenromper muchas cosas o dejar de hacerse otras. ¡Recordemos lasdecisiones de unos analistas en la banca inglesa Baring y en lafrancesa Societé Generale que llevaron a las instituciones finan-cieras históricas a la bancarrota –en el caso de la inglesa– o a unaprofunda crisis! La confusión de la época está alimentada por lafalta de modelos. La oscuridad nos lleva a mirar atrás pensandoque nada ha cambiado, a recuperar el recurso a lo sobrenatural, aconstruir historias de extremos donde la verdad, que reposa siem-pre en los matices, se nos escapa entre los dedos. Si la globaliza-ción es un proceso que afecta a todos los rincones de la sociedad,hablar de ella debe ser un ejercicio desde y para la prudencia.

Pese a que la vida es puro movimiento, no deja de ser cierto quela fluidez social se hace más evidente en unos momentos que enotros. Hablamos de crisis cuando entendemos que los viejos caucesparecen a punto de quebrarse. Para llegar a esa conclusión utilizamosla información de que disponemos, ordenamos las causalidades quepodemos exponer, construimos conexiones con las tendencias quehemos objetivado. Que estamos sobre terrenos movedizos es un aná-lisis que tiene crecientes adeptos. Son muchos los autores que partende una comprensión del momento actual como época de transición,atravesada de dilemas que paralizan, de urgencias que angustian, detecnologías con implicaciones económicas y morales que desbordan,de pequeñas variaciones que generan consecuencias enormes e im-previsibles, de paradigmas que se despiden y de otros que se anun-cian. En definitiva, como sostiene el sociólogo polaco Zigmunt Bau-mann, hablamos de una fugacidad líquida, propia de una sociedadque ya no “tolera nada que dure” (como escribió el poeta Paul Va-lery) y que desparrama los análisis por las grietas del suelo.

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43 Es el nombre del libro de Hans Jonas, El principio de responsabilidad. Ensayode una ética para la civilización tecnológica, Madrid, Herder, [1979] 2004.

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Cuando la pieza se mueve con tanta rapidez es difícil abatirla.A esto hay que añadir el problema de que, al no existir tampocoacuerdo sobre cómo es la época que se marcha, tenemos aún me-nos noticias de los rasgos de la que se avecina. No estamos muyseguros de dónde venimos y mucho menos de a dónde vamos.Probablemente ha sido así en otros muchos momentos de la histo-ria, si bien ahora, por la vertiginosidad y la acumulación, nos lohemos planteado como un problema embarazoso.44 Recordaba Marxque nos planteamos los dilemas solamente cuando pueden solucio-narse. Quizá era demasiado optimista y la linealidad del pensamien-to lo atrapaba. No tenemos alternativas totales, pero se hace urgen-te repensar el desarrollo del capitalismo, de la Modernidad y delestatocentrismo que han desembocado en este mundo actual quemiramos como amenaza. Como lógica de hierro, la aceleracióntecnológica, carente de gobierno moral e impulsada desde la salade fogones del capitalismo, nos arrastra hacia delante sin permitir-nos voltear a ver hacia dónde nos arroja. Alertó de los riesgos Wal-ter Benjamin en 1940: era necesario activar los frenos de emergen-cia. Mucho se ha empeorado desde entonces y el pedal del frenocada vez está más rígido. Por eso, el riesgo de querer regresar a laseguridad metafísica de la Edad Media, a la tutela de algo que pen-samos más grande que nosotros mismos, es inmenso. Dios, hoy,explica menos cosas; a cambio, a los seres humanos, más libres ycon mayores responsabilidades, les duele más la cabeza.

No es nada extraño, pues, que vivamos en un péndulo que osci-la entre definiciones contundentes sobre la radical novedad del pre-sente y su perpetua estabilidad y eterno retorno al punto de partida;entre la recuperación conservadora de conceptos y la invención li-

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44 Es cierto que cuando se inventaron las pistolas, que permitían matar al enemigoa distancia, hubo estrategas militares que pronosticaron el fin de las guerras. Hanpasado varios siglos y no parece que fuera un buen análisis. Sin embargo, hoy es-tamos ante bombas que, por vez primera en la historia, pueden acabar con el pla-neta. La acumulación general con la que hemos entrado en el siglo XXI no permi-te fáciles comparaciones con el pasado (en la capacidad bélica, en el arte, en lapoblación, en el agotamiento del agua o de la biodiversidad, etc.). Esa vertiginosi-dad hace que también la filosofía renuncie a la generalidad y apueste por las cir-cunstancias, por los momentos concretos y los mil cruces que suceden en cada ins-tante, algo que contrasta fuertemente con el plácido discurrir de otras eras quepodían atreverse a grandes relatos omniexplicativos. Véase Félix Guattari y GillesDeleuze, Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos, 1988.

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bre y alegre de otros; entre afirmaciones que sostienen que no haynada nuevo bajo el sol, que hemos regresado en un viaje circular alorigen, y convicciones de que estamos alumbrando una nueva épo-ca. En este contexto tan fugaz, la tentación de pensar que lo queexiste siempre ha estado ahí es muy grande. Si la Modernidad inau-guró una era en donde el ser humano se hacía cargo de su propia his-toria, antaño escrita por dioses, reyes y tribunos, la crisis de la Mo-dernidad recuerda demasiado la orfandad de la humanidad e invitaa ponernos de nuevo en manos de los mercaderes del más allá, dereyes todopoderosos, de adivinos, de interpretaciones rígidas de laBiblia o el Corán ancladas hace 2000 años, o a pensarnos parte deuna realidad inmutable que nos lleva del pasado al futuro y nos re-baja el miedo que nos da ser nuestros propios responsables. Es elcaldo de cultivo de naciones eternas, de religiones exigentes, desectas autoritarias, astrólogos videntes, de cínicos hedonistas o deesa nueva creencia que dice que se puede encontrar el sentido de lavida en los templos del consumo. En vez de pensar hacia delantecon los datos del pasado, la oferta es pensar hacia atrás con los da-tos del futuro. Igualmente, el alejamiento ciudadano de las grandesreligiones institucionales, especialmente en Europa y América, hadejado un hueco en la necesaria trascendencia consustancial al mor-tal y temeroso ser humano. No es gratuito el éxito de películas fu-turistas que regresan al pasado, de novelas esotéricas que buscanmisterios banales con lecturas simples de la religión o el incremen-to del consumo de productos que ofrecen soluciones esotéricas eirracionales que la Razón moderna desechó.

La mundialización, como un caballo desbocado, ha obligado a laspersonas a buscar asideros para salvarse de su trote violento.45 En elpasado están las preguntas, pero es más difícil que puedan estar lasrespuestas. Una vez más, fue Marx quien recordó que al molino deviento le correspondía la sociedad feudal, de la misma manera que almolino impulsado a vapor le correspondía la sociedad industrial. En

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45 Mundialización y globalización los entendemos como sinónimos, aunque eltérmino correcto en castellano sería el de mundialización. Al no existir consensoalguno sobre los conceptos, es obligatorio clarificar en las ciencias sociales quése quiere significar con su uso, siendo conscientes de que una misma palabra pue-de significar cosas muy diferentes según cada época y según cada autor. Esto, queno pasa en otras ciencias, lastra el desarrollo científico de la politología y la sitúaen el corazón de la discusión ideológica. Más adelante regresaremos a esta idea.

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otras palabras: no es factible ningún regreso al pasado. Mirar atrásnos convierte en estatuas de sal. No se puede luchar contra cohetescon lanzas. Igualmente, nada más lejos de la realidad que pensar quelos países en los que vivimos –España, Venezuela, México, Alema-nia, Estados Unidos, Mozambique o China– siempre han existido yhan sido vividos y pensados por su población con la misma identi-dad con que hoy se habitan. Aunque las palabras permanecen, losconceptos cambian con las sociedades. Nación, estado, democracia,poder, encierran, bajo la misma palabra, realidades muy diferentes encada lugar y momento histórico. Todos estos conceptos, como todaslas realidades sociales, son fruto del consenso y del conflicto socialde cada época. Su significado varía según resulten esos conflictos.Los que mandan sobre las palabras serán los que definan el concep-to, lo que hay que entender con ellos. (Un poder popular puede en-tender la democracia como participación y la globalización como unriesgo; una perspectiva liberal entenderá la democracia como merarepresentación y la globalización en curso como la meta a seguir parauna exitosa inserción en la economía mundial.)

En momentos de cambio, cambian también palabras y conceptos.Comienza un lento declinar de las palabras antiguas y empieza unnuevo bautizo de las cosas. Como las palabras res publica o polis nole servían para hablar de la novedosa organización política, Ma-quiavelo empezó a hablar del Stato. Denominar al socialismo enconstrucción como “del siglo XXI”, tiene más alcance que el de unsimple cambio de fechas. Significa que hay que definir cómo seránsus contenidos, en pos de que la ciudadanía incorpore ese nuevo sig-nificado. Un proceso muy lento. Lo nuevo no termina de llegar nilo viejo de marcharse. Un buen análisis obliga a mirar al pasado paraencontrar tendencias, problemas y esfuerzos a imitar. Pero el buenanálisis que lleve a la buena terapia no hace del pasado una arcadiafeliz, sino que lo convierte en un recurso para la emancipación pre-sente y futura. Es este compromiso de contar con el pasado para mi-rar firmemente hacia delante lo que orienta esta reflexión sobre elproceso globalizador.46

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46 Una de estas falacias muy ligada a la globalización es pensar que los Estadosnacionales –la mezcla política de Estado y cultural de nación– siempre han exis-tido, cuando lo cierto es que son realidades que, en el más maduro de los casos,apenas tienen doscientos años. Ni Alemania ni Italia ni Inglaterra ni España ni

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Una idea aproximada del éxito de uno de esos conceptos no-vedosos, el de globalización, la constituyen los 31 millones de pá-ginas recogidas para su acepción inglesa, precisamente en esa he-rramienta de la globalización que se llama Google. La mismabúsqueda para la palabra española arroja el resultado de 6,5 mi-llones de páginas. La librería electrónica Amazon.com tiene en sucatálogo 36.600 productos con esta entrada. Existen, al menos,4.000 libros publicados sobre el tema (todos son datos de julio de2008). Como se ha afirmado repetidas veces, si hay algo que haaumentado con la globalización ha sido precisamente la inflacióndel uso del concepto a lo largo y ancho del planeta, convertido, através de un bucle mágico y autoalimentado, en uno de los rasgosmás evidentes del proceso de globalización. Existe la globaliza-ción, entre otras cosas, porque hablamos de la globalización. Aña-diríamos, siguiendo a Aníbal Quijano, que decimos el conceptoimportando una mirada del Norte, rasgo igualmente de la capaci-dad colonial de los conceptos occidentales para permear el análisisdel mundo.47 Globalización es un concepto que vino del Norte. Deahí que no debiera extrañar que su comprensión hegemónica ayu-de principalmente a los intereses del Norte. Por un principio de su-pervivencia, nadie llama ni convoca a aquello que puede dañarle.

Esa aceptación dominadora del vocablo no ha servido para do-tarlo de un significado unitario. Estamos ante un concepto que,más allá de la condición polémica propia de todo el léxico políti-co, está atravesada por un sinfín de controversias y debates, tantoentre académicos como en el campo de la política partidista y delos movimientos sociales de todo el mundo. Todo concepto políti-co está, por definición, atravesado de conflicto (si despolitizar esdesconflictuar, politizar es conflictuar). Ahora bien, existen concep-tos que, desde su nacimiento, son mero instrumento de invasiónideológica y, por tanto, instrumento de confrontación y domina-ción política por sí mismos. Occidente, civilizado, cultura, orien-talismo, modernización, gobernabilidad son algunos de ellos. Pre-

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Francia (supuestas cunas del Estado nacional) eran mucho más que una nocióngeográfica a comienzos del siglo XIX. Aun menos las actuales naciones de Amé-rica, África o Asia.47 Anibal Quijano, “Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América La-tina”, en S. Castro, O. Guardiola y C. Millán (eds.), Pensar en los intersticios. Teo-ría y práctica de la crítica poscolonial, Bogotá, CEJA/Pensar, 1999, pp. 99-110.

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cisamente por eso los conceptos políticos, pueden caer del lado dela emancipación o del lado de la regulación, dependiendo de lasfuerzas sociales en conflicto. Baste pensar en las diferentes inter-pretaciones aún hoy de lo que puede ser la democracia, los dere-chos de la mujer, la participación o la soberanía.

Difícilmente nunca otro concepto –fuera del de democracia yquizá el de modernización–, ha recibido tanto refuerzo mediático,académico y político en la historia reciente de la humanidad comoel de globalización. Y, sin embargo, no ha podido evitar la polé-mica propia del análisis politológico. Dicho de otra manera: debi-do a que el término globalización vino cargado desde un principiocon el armamento ideológico de la propuesta neoliberal, encontrópronto respuestas que ofrecían otros análisis al servicio de otrosdesarrollos políticos. Al lado de la globalización hegemónica pron-to se presentaron análisis que criticaban el concepto como unacortina de humo que relegaba el uso tradicional y compartido deimperialismo.48 Otros hacían análisis al servicio de una globaliza-ción contrahegemónica. Al tiempo que se asumía la realidad delas relaciones transnacionales, del acortamiento del tiempo y delespacio que brinda la tecnología, del aumento de las transaccionesentre los países o de la diferente significación que tenían las fron-teras nacionales, seguía reclamando un orden social más justo enesas nuevas coordenadas. La globalización debía ser una suerte deadaptación del internacionalismo a las nuevas coordenadas delmundo. Como escribe Boaventura de Sousa Santos:

La globalización neoliberal es hoy un factor explicativo importantede los procesos económicos, sociales, políticos y culturales de las so-ciedades nacionales. Con todo, a pesar de ser la más importante y he-gemónica, esta globalización no es única. A la par que ella y en granmedida como reacción a ella está emergiendo otra globalización,constituida por las redes y alianzas transfronterizas entre movimien-tos, luchas y organizaciones locales o nacionales que se movilizan enlos diferentes lugares del globo para luchar contra la exclusión social,la precarización del trabajo, el declive de las políticas públicas, ladestrucción del medio ambiente y de la biodiversidad, el desempleo,

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48 Véanse los trabajos compilados en John Saxe-Fernández (coord.), Globali-zación: crítica a un paradigma, México, UNAM/Plaza y Janés, 1999.

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las violaciones de los derechos humanos, las pandemias, los odios in-terétnicos producidos directa o indirectamente por la globalizaciónneoliberal.Hay, por tanto, una globalización alternativa, contrahegemónica, or-ganizada desde la base hacia la cumbre de las sociedades”.49

Esto trae grandes consecuencias para el análisis politológico: laglobalización, pese a ser un proceso inmanente al capitalismo –nacede su seno y sigue su lógica–, no está necesariamente determinado.No está escrito en su código genético un rumbo obligatorio quefuerce al resto de la sociedad a asumir como propia la prioridad delcapital. Ya vimos que la burguesía, de triunfar, sometería toda la so-ciedad a la reproducción del beneficio, aunque sería al precio de ca-var su propia tumba (la “destrucción creadora” del capitalismo, enla expresión de Schumpeter, dinamita todo el cemento social sobreel que se sostiene la propia economía. El “todos contra todos” de lacompetición capitalista termina en una forma de suicidio colectivo).

La globalización realmente existente no es sólo una tendenciadel capitalismo –que lo es–, sino también es el resultado de la cri-sis del modelo keynesiano, del resultado de las luchas entre los gru-pos sociales, de las trayectorias previas de cada país, de las estruc-turas de cada Estado (que, como veíamos, tienen memoria parainsistir más en una dirección o en otra –la memoria rentista del Es-tado venezolano es muy diferente de la memoria sintoísta del Es-tado japonés o la memoria imperialista del Estado norteamerica-no–). El resultado final del proceso de globalización dependerá,por tanto, del resultado de estos conflictos y estas interacciones.Demasiado complejo como para solventarlo con dos brochazos so-bre la maldad intrínseca del imperialismo –mejor expresada, decualquier modo, como un imperativo de comportamiento ligado alrigor económico con que el mercado capitalista mide la producti-vidad– o sobre la bondad intrínseca del mercado capitalista –mejorexpresado, igualmente, como las ventajas para el capital de apostarpor el abandono de criterios sociales y obrar sin trabas tras escucharexclusivamente la información que otorgan los precios–. Es un

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49 Boaventura de Sousa Santos y Leonardo Avritzer (org.), Democratizar a de-mocracia. Os caminhos da democracia participativa, Río de Janeiro, CivilizaçãoBrasileira, 2002.

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error parecido a adjetivar al capitalismo como salvaje. El capitalis-mo, obviamente, no puede dejar de ser capitalismo (evidentemente,nada se dice que no esté en el enunciado). Cuando el capitalismodeje de dar respuesta a la reinversión del excedente que obtiene elcapital, cuando, por razones materiales o políticas, deje de mante-ner ese ciclo permanente de apropiación y reinversión, habrá fina-lizado el capitalismo y será ocasión, entonces, de entender cuálesson los requisitos del nuevo sistema económico. Mientras tanto, ypese a la sensación de estar hablando un lenguaje antiguo, no cabeduda de que, al igual que es imposible que una mujer esté solamen-te “un poco embarazada”, no es posible, en el marco teórico, salirsedel marco “capitalista-no capitalista”.

Otra reflexión no menor nos lleva a otro sitio: hay problemas enlas sociedades de los países pobres que no son achacables a la glo-balización, sino a problemas institucionales mal resueltos, al poderperseverante de elites atentas a su estricto privilegio (con la capaci-dad de contaminar con sus prácticas corruptas a sectores de la nue-va dirigencia), y a la incapacidad popular para consolidar nuevasformas de poder brindando nuevos cuadros y reinventando nuevasformas de estatalidad. Estas debilidades convierten a los países enfranquicias de clase, preñados de insuficiencias estructurales en as-pectos básicos como trabajo, educación, salud y seguridad, a lo quehay que añadir todos aquellos conflictos –guerras, violencia en lasgrandes urbes, impunidad de las fuerzas policiales– que frenan eldesarrollo. Un análisis certero sobre qué es y no es imputable a laglobalización ayudaría a poner en marcha políticas públicas ade-cuadas para impulsar el desarrollo. Pero la apuesta no es sencilla.No es que ya no existan modelos claros (algo cierto desde el hundi-miento de la URSS). Es que faltan las bases compartidas mínimaspara realizar ese análisis. Por eso es importante hacer un retrato cru-do de los efectos de la globalización.

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III

MENSAJES POCO AMABLES DESDE EL FRENTE DE BATALLA

En el imperio de la vergüenza, gobernado porla penuria organizada, la guerra ya no es epi-sódica, es permanente. Ya no constituye unacrisis, una patología, sino la normalidad. Ya noequivale a un eclipse de la razón –como decíaHorkheime–, es la razón de ser misma del im-perio. Los señores de la guerra económica noolvidan nada en su control del planeta. Atacanel poder normativo de los estados, disputan lasoberanía popular, subvierten la democracia,asolan la naturaleza, destruyen a los hombresy sus libertades. La liberalización de la econo-mía, la “mano invisible” del mercado formansu cosmogonía; la potenciación al máximo delos beneficios es su práctica. Llamo violenciaestructural a esta práctica y a esta cosmogonía[…]. El orden del mundo actual no es sólo ase-sino, es igualmente absurdo. Mata, destruye,masacra, pero lo hace sin otra necesidad que labusca del máximo beneficio para algunos cos-mócratas movidos por una obsesión del poder,una avidez ilimitada.

Entrevista a Jean Ziegler, Vamos hacia unarefeudalización del mundo.50

50 La entrevista a Jean Ziegler, relator de Naciones Unidas para el derecho a la ali-mentación entre 2000 y 2008, fue realizada en diciembre de 2005. Puede consul-tarse en [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=24696], bajado en julio de2008.

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El año 2008 tuvo que enfrentar la resurrección de hambrunas altiempo que una parte de los alimentos que estaban mal nutriendo apoblaciones pobres de Sudamérica, África y Asia se destinaban alos depósitos de gasolina de los autos del Norte rico. La subida delos precios de los alimentos se achacaba a la mayor demanda deChina e India. Poco se hablaba de los agrocombustibles (enmasca-rados como biocombustibles); aún menos de la responsabilidad delcambio climático en las menores disponibilidades de alimentos;prácticamente nada de la responsabilidad de los mercados de futu-ros, en donde se habían refugiado los capitales tras el descalabro delas punto.com y el sector inmobiliario, y que negociaban con pe-tróleo, alimentos e, incluso, con los silos donde se guardará el gra-no. Su responsabilidad en la subida de los precios de los alimentosse calculó entre el 30 y 40 por 100. Países productores de alimen-tos sometidos a hambrunas. Algunos autores, como Amartya Sen,llevaban advirtiendo varias décadas de este riesgo (100.000 perso-nas mueren al día, según datos de la FAO, la Organización Mun-dial para la Alimentación y la Agricultura, por causas relacionadascon el hambre). Pero la solución no era ni es sencilla: el asesinado,en esta historia, es el mayordomo (además de la criada, y el chofer,y el jardinero… todos junto a sus hijos); el asesino, el dueño de lacasa. Sherlock Holmes, por tanto, ni aparece. La responsabilidad,resulta evidente, le corresponde al modelo, no a una mala gestiónde éste. La solución implica asumir la incapacidad del modelo paraevitar tanta muerte. Aquí radica la dificultad extrema de la solucióny la virulencia de los ataques a las alternativas.

Si bien la globalización es un proceso con múltiples ángulos,su balance en términos de igualdad, paz, prosperidad, sostenibilidady solidaridad, tanto globales como dentro de cada país, son real-mente escasos. Basta observar los Informes del Programa de Na-ciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) o los avances logradosen las llamadas Metas del milenio para entender que no hay mu-cho margen para miradas complacientes. El PNUD mide los avan-ces en los llamados Índices de desarrollo humano, que contem-plan algunas de las siguientes variables: esperanza de vida, tasa dealfabetización, personas que viven bajo el umbral de pobreza, ac-ceso a agua potable, peso corporal de los niños, tasa de desempleo,PIB per cápita y participación de hombres y mujeres en puestos derelevancia social y política. Los Objetivos del Milenio fueron un

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acuerdo suscrito en 2000 por 189 jefes de Estado y de gobierno conocho grandes apartados: reducir a la mitad en 2015 la pobreza ex-trema (personas que viven con menos de 1 dólar al día); conseguirla escolarización primaria de todos los niños y niñas; promover laigualdad de género en el acceso a la educación y el logro de auto-nomía; reducir la mortalidad infantil (aun en torno a 30.000 niñoscada día); reducir la mortalidad materna; combatir enfermedadescomo el sida y las de tipo tropical como la malaria; garantizar la sos-tenibilidad medioambiental y reducir a la mitad las personas que notienen acceso a agua potable; fomentar una asociación mundial parael desarrollo que incluya un sistema comercial y financiero abierto,así como medidas para solucionar el problema de la deuda externa.

Los avances son realmente magros. El progreso experimenta-do en los últimos años se daba por perdido con motivo de la crisiseconómica en el informe de 2008. En el informe de 2005 de losObjetivos de Desarrollo del Milenio se ofrecía un buen resumende los principales lugares repetidos en estos informes: “los pobresson cada vez más pobres, los retrocesos casi superan a los avancesen la lucha contra el hambre y más de una cuarta parte de los ni-ños en los países en desarrollo padecen malnutrición, decrece elritmo de reducción del hambre y más de 1.000 millones de sereshumanos malviven con menos de un dólar diario”.51 Las cifras

51 Los datos pueden consultarse en [http://www.un.org/spanish/millenniumgo-als/pdf/mdg_Report_2008_spanish.pdf].Desgraciadamente, los datos que ofrece la evolución de los informes no muestranresultados esperanzadores, pese a las afirmaciones repetidas en 2007 y 2008 porparte del secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, de que las Metasdel Milenio pueden ser cumplidas en 2015. Si bien se avanza en las reduccionesen la proporción de gente en condiciones de pobreza absoluta –personas que vi-ven con un dólar al día–, los agravamientos en otros rubros, como la sostenibili-dad medioambiental o el aumento de las desigualdades, podrían llevar a afirmar,sin paliativos, la inviabilidad del modelo. Pero Naciones Unidas no saca las con-clusiones políticas correctas ni en lo que respecta al aumento brutal de la brechaentre pobres y ricos ni sobre el agotamiento del planeta, pese a que en 2008 el in-forme se consagró al calentamiento del planeta. El Panel de Naciones Unidas so-bre cambio climático, en sus conclusiones de 2007, no dejó dudas al señalar quesi en el plazo de diez años no se toman soluciones radicales, el daño medioam-biental –deshielos, corrientes marítimas cambiadas, calentamiento global, trastor-nos climáticos violentos, etc.– no será reparable y afectará principalmente a lasnaciones más pobres. En julio de 2008 se reunía el G8 en Japón. Su compromisofue reducir a la mitad la emisión de CO2 ¡en 2050! Reuniones posteriores, urgi-

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para América Latina no dejaban tampoco mucho espacio para el op-timismo: cerca de 220 millones de latinoamericanos, el 40 por 100 dela población del continente, viven por debajo de la línea de pobreza.

Tabla 1. Informes del PNUD, 2005-2008

“Es mucho lo que se ha logrado desde la publicación delprimer Informe sobre Desarrollo Humano (1990). En pro-medio, la gente de los países en desarrollo no sólo cuentacon mejor salud y educación y está menos empobrecida, sinoque tiene también mayores probabilidades de vivir en unademocracia pluripartidista. Desde 1990, la esperanza de vidaen estos países aumentó en dos años, mueren tres millonesde niños menos al año, 30 millones más de niños va a la es-cuela y más de 130 millones de personas han salido de la po-breza extrema. No se deben subestimar todos los progresosque ha experimentado el desarrollo humano.

Pero tampoco deben exagerarse. En 2003 (año en el quese referencia) y en lo que constituye un retroceso sin prece-dentes, 18 países con una población total de 460 millones depersonas bajaron su puntuación en el Índice de DesarrolloHumano (IDH) respecto de 1990. En medio de una econo-mía mundial cada vez más próspera, 10,7 millones de niñosno viven para celebrar su quinto cumpleaños y más de 1.000millones de personas sobreviven en condiciones de abyectapobreza con menos de un dólar al día. Por su parte, la epide-mia del VIH/sida ha causado el retroceso más grande en lahistoria del desarrollo humano y en 2003 cobró la vida detres millones de personas e infectó a otros cinco millones.Como resultado, millones de niños han quedado huérfanos.

La integración mundial está dando lugar a una interconexióncada vez más profunda […]. En términos del desarrollo huma-no, sin embargo, el espacio entre los países se ha caracterizadopor profundas y, en algunos casos, incluso crecientes desigual-

das por los efectos devastadores de las catástrofes naturales (y los problemas queestos generarían a las aseguradoras), adelantaron los plazos, al menos discursiva-mente, a 2020, si bien la contradicción entre el impulso infinito al consumo y loslímites del planeta no terminaban de generar un discurso acerca de los propios lí-mites del capitalismo.

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dades en el ingreso y las oportunidades de vida. Una quinta par-te de la humanidad vive en países donde a muchos no les preo-cupa gastar dos dólares al día en un café y otra quinta parte dela humanidad sobrevive con menos de un dólar al día en paísesdonde los niños mueren por falta de un simple mosquitero […].La brecha en la esperanza de vida es una de las desigualdadesmás fundamentales. Hoy, alguien que vive en Zambia tiene me-nos probabilidades de llegar a los 30 años que un individuo quenacía en Inglaterra en 1840, y la brecha sigue aumentando […].La participación de África Subsahariana en la mortalidad infan-til mundial está aumentando: la región representa el 20 por 100de los nacimientos mundiales y el 44 por 100 de las muertes in-fantiles. Pero el ritmo del progreso no sólo está disminuyendoen África Subsahariana, puesto que algunos de los más notoriosexponentes del éxito de la globalización –entre éstos China e In-dia– no están logrando transformar la creación de riquezas y elaumento de ingresos en una reducción más rápida de la morta-lidad infantil. El problema radica en las arraigadas desigualda-des que afectan al desarrollo humano […].

El ingreso total de los 500 individuos más ricos del mundoes superior al ingreso de los 416 millones más pobres. Más alláde estos extremos, los 2.500 millones de personas que vivencon menos de dos dólares al día –y que representan el 40 por100 de la población mundial– obtienen sólo el 5 por 100 del in-greso mundial. El 10 por 100 más rico, casi todos ellos habi-tantes de los países de ingresos altos, consigue el 54 por 100”.

En 2007 el balance no era mucho más optimista:• 854 millones de personas del mundo pasan hambre, de lascuales siete de 10 son mujeres y niñas.• Cada año mueren seis millones de niños por malnutriciónantes de cumplir cinco años.

• Una de 16 mujeres de África subsahariana morirán duran-te el embarazo o el parto, comparado a una de 3.800 mujeresen el mundo desarrollado.• Cada día el VIH/sida mata a 6.000 personas y otras 8.200contraen el virus.

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• La mitad de la población del mundo en desarrollo carece desaneamiento básico.• Los ingresos per cápita en los 10 países más ricos fueron21 veces superiores a los de los 10 países más pobres en1950, pero en 2005 esta cifra pasó a 50, más del doble.

En 2008, el pesimismo se hizo más patente:“Estas tareas se han vuelto más desafiantes debido a que

el entorno favorable de desarrollo que ha prevalecido desdecomienzos de la década, el cual ha contribuido a alcanzar lo-gros a la fecha, ahora se encuentra amenazado. Enfrentamosuna desaceleración económica mundial y una crisis en la se-guridad alimentaria, ambas de magnitud y duración incier-tas. El calentamiento global se ha vuelto ahora más eviden-te. Estos acontecimientos afectarán directamente nuestrosesfuerzos por reducir la pobreza: la desaceleración económi-ca disminuirá los ingresos de la población pobre; la crisis ali-mentaria aumentará la cantidad de personas que padecen dehambre en el mundo y llevará a millones de personas más ala pobreza; el cambio climático tendrá un efecto despropor-cionado en la población pobre”.

En términos de porcentajes, América Latina ha mejorado li-geramente si se compara con la situación desde 1980. Respecto deesa fecha, la pobreza ha descendido 14 puntos. Los resultados parala pobreza extrema son algo mejores. En 1990, el 50 por 100 de lapoblación estaba en la indigencia. Ahora ya no es una de cada dospersonas, sino una de cada tres. Como indica la CEPAL:

[…] en 2007 un 34,1 por 100 de la población se encontraba en situa-ción de pobreza. Por su parte, la extrema pobreza o indigencia abar-caba a 12,6 por 100 de la población. Así, el total de pobres alcanza-ba los 184 millones de personas, de las cuales 68 millones eranindigentes. También se señala que continuó la tendencia descendentedesde 2002, con caídas que significaron 37 millones menos de pobresy 29 millones menos de indigentes.

En 2007, América Latina soportaba 182 millones de pobres, delos cuales 110 eran pobres extremos. En 2008, el número absolu-

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to de personas pobres e indigentes habría vuelto a avanzar. A es-tos datos habría que descontar el gasto extremo de recursos natu-rales –no recuperables– realizados por la región en este tiempo.52

El panorama general no puede olvidar algunos cálculos estre-mecedores que ofrecen comparaciones difícilmente comprensiblesdesde el discurso emancipador que nos legó la Ilustración: mien-tras que cada año seguirán muriendo casi cinco millones de niñospor beber agua en mal estado; mientras que la ayuda al desarrolloapenas llega a la quinta parte de lo que se gasta en armamento o lamitad de los subsidios agrícolas; mientras 33 millones de personasmueren al año de sida; mientras 1.600 millones de seres humanosno tienen acceso a la electricidad; al mismo tiempo que todo estotenía lugar, la cantidad de dinero necesaria para que 1.000 millonesde seres humanos superaran el umbral de pobreza extrema que su-pone vivir por debajo de un dólar al día apenas es el 1,6 por 100del ingreso del 10 por 100 más rico del planeta. Existen 500 sereshumanos en el mundo que poseen, cada uno de ellos, lo mismo queun millón de personas pobres. Los ricos de Estados Unidos tienenmás renta que los PIB juntos de Europa, China y América Latina.

Tabla 2. La globalización desde las ONG

El balance que se presenta desde las ONG de desarrollo,construye un espectáculo que sería dantesco de no ser estricta-mente real (con cifras más altas que las que presenta el PNUD):50 millones infectados por el VIH son proscritos por la so-ciedad.Casi 900 millones no tienen acceso a una buena alimentación.1.100 millones sobreviven con menos de 1 dólar diario.1.200 millones no tienen acceso al agua potable.771 millones son analfabetas.El 70 por 100 de los pobres del planeta son mujeres.10 millones de niños y niñas mueren antes de cumplir los 5años.507 millones de personas mueren antes de cumplir los 40años.

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52 En [http://www.eclac.org/publicaciones/xml/2/34732/PSE2008-SintesisLanza-miento.pdf].

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El 75 por 100 de los pobres son trabajadores del campo.El 55 por 100 de la población mundial vive en condicionesde insalubridad.Cada minuto muere un niño por sida.Cada 5 minutos muere un niño por enfermedad.Cada 8 segundos muere un niño por agua contaminada.Cada 3 segundo muere un niño por hambre y desnutrición.Cada segundo muere un bebé recién nacido por falta de aten-ción médica.Cada minuto muere una mujer embarazada por falta de aten-ción médica.Cada 10 segundos muere una persona en manos del hampamarginal.100 millones de niños son explotados en la prostitución in-fantil.El 55 por 100 de las mujeres son madres solteras y un 50 por100 viven en pobreza.Un 32 por 100 de las niñas menores de 15 años son embara-zadas.177 millones de niños sufren retraso en su crecimiento pordesnutrición.2 de cada 7 niños sufren retardo mental por desnutrición.250 millones de menores de 15 años no estudian y trabajan.El 80 por 100 de la sangre para transfusiones son vendidaspor los pobres.El 70 por 100 de los órganos para transplantes son vendidospor los pobres.De cada 100 muertes en el planeta 99 son de gente pobre.12.3 millones de personas están esclavizadas en el mundo.Entre el 40 y el 50 por 100 son menores de 18 años.Incremento del precio del trigo en 2007: 92 por 100Incremento del precio del maíz en 2007: 44 por 100Incremento del precio de la soja en 2007: 33 por 100Personas para las que el trigo es el alimento básico: 2.500millones.Producción de trigo en 2007: disminución de un 15 por 100.Disminución en 2007 de los cultivos de trigo en EEUU: 18por 100

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Razón: aumento del cultivo de maíz para agrocombustible.Producción de trigo de los próximos diez años que ha sido yacomprada por las agencias financieras a futuro: alrededor del30 por 100.Cantidad destinada por el Banco Mundial y el BID a financiarla producción de agrocombustibles: 2.000 millones de dólares.

En conclusión, el balance que presenta la globalización no es muyhalagüeño.53 Aunque se repita un recurso cuasi metafísico recurrente,que consiste en achacar estos problemas a la falta de globalización.La ciencia económica hegemónica insiste en las ventajas de la elimi-nación de fronteras y la asunción del libre comercio, utilizando comoargumento grandes cifras que ocultan más que clarifican (véase el pri-mer párrafo con que comienza el informe del PNUD arriba reseñado).Sin pudor se repite que la globalización no ha generado sino ventajas.Si a los que negaban el Holocausto se les devolvía la responsabilidadpreguntándoles: entonces ¿dónde está mi abuelo?”, a los negacionistasde los problemas que ha acarreado la globalización neoliberal habríaque preguntarles: “entonces, ¿dónde están los 30.000 niños que mue-ren cada día?, ¿dónde están los ríos limpios, el aire puro, el suelo fér-til?, ¿dónde está la alfabetización de millones que nunca tuvieron unlibro?, ¿dónde el saqueo del Sur por el Norte?, ¿dónde está la violenciacon la que los países ricos empobrecen a otros a través del pago de ladeuda, de imposiciones financieras, de intervenciones militares, de co-lonizaciones culturales? La respuesta de estas elites globalizadas seráinvariablemente: sin globalización sería peor. Al igual que una derro-ta en la guerra religiosa puede siempre achacarse a un defecto de fe,las políticas neoliberales siempre parecen escasas a sus promotores.Y como recordaba Jean Ziegler, siempre terminarán añadiendo que elcombate de boxeo entre los ricos y los pobres que supone la globaliza-ción es justo y legal, pues “los guantes de ambos están homologados”.

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53 Ya se ha señalado el trabajo de Branco Milanovic, uno de los estudios aca-démicos más completos demostrando que la globalización ha incrementado lasdesigualdades en el mundo. En su análisis es muy relevante tomar como dato larenta disponible y no el PIB per cápita. Si bien es cierto que China e India hanmejorado su renta como países, no es menos cierto que, al lado de los nuevos ri-cos, hay chinos e indios pobres que quedaban ocultos en las mediciones tradicio-nales. Véase Branco Milanovic, La era de las desigualdades. Dimensiones de ladesigualdad internacional y global, Madrid, Sistema, 2006.

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El neoliberalismo no da respuesta ni a los fallos del mercadoni a los fallos del Estado, y mucho menos solventa las contradic-ciones inherentes al sistema capitalista (principalmente, la produc-ción social de la riqueza y su distribución privada). De hecho, nisiquiera ha servido para garantizar los procesos de acumulacióngenerales, sirviendo en exclusiva a los sectores que se beneficia-ban de manera particular con la desregulación, la privatización, laliberalización, el apoyo y subsidio estatal al sector privado y el en-tronamiento de la mercantilización de todos los ámbitos sociales(en especial, el mundo del trabajo). En conclusión, podemos de-cir que, en escenarios electorales competitivos, el neoliberalismosubsiste principalmente porque es una ideología y por eso unade sus principales batallas tendrá lugar en los medios de comuni-cación. De ahí que el fracaso económico del neoliberalismo nosignifique que implique su fracaso como discurso y práctica econó-mica.54

Paradójicamente, esa falta de disposición del neoliberalismo a es-tablecer verdaderos consensos ha tenido como uno de sus principa-les logros el impulsar una respuesta social a su modelo extendida portodo el planeta, superando la melancolía que en el pensamiento crí-tico causó la caída del Muro de Berlín y el posterior hundimiento de

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54 Las medidas tomadas en 2009 por Obama en Estados Unidos o por los diferen-tes gobiernos de la Unión Europea ante la crisis demuestran esta afirmación. Comoocurre con las religiones, los abandonos de Dios siempre pueden explicarse, comodecimos, por un déficit de fe del creyente. Un trabajo que presenta los problemasde pobreza como efecto de poca globalización es el de Jagdish Bhagwati, En de-fensa de la globalización, Madrid, Debate, 2005. Para dicha interpretación, lo quediferenciaría especialmente a esta globalización de otras anteriores es el volumende los intercambios y, relacionado con esto, la pérdida de capacidad estatal para laregulación, incapacitado el Estado para dar respuestas políticas. Esta interpretaciónes consistente con el recetario neoliberal, aunque silencia la voluntad de crear unEstado “a su medida”, y no la desaparición del mismo. Nótese que una de las prin-cipales diferencias entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo es, concretamen-te, el diferente papel que se atribuye al Estado, reducido a su mínima expresión coer-citiva como garante de las fronteras, de la seguridad interna y de la propiedadprivada globalizada del neoliberalismo. Pasada la consternación inicial ante la cri-sis, y después de recibir las ayudas estatales, tanto el FMI como diferentes patro-nales (entre ellas la española), volvieron a insistir en la “retirada” del Estado, juntoa peticiones de reducción salarial, flexibilización laboral, exención de impuestos yreforma privatizadora de las pensiones. Nueva señal de la imposibilidad de superarel modelo en ausencia de acción colectiva crítica.

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la URSS. Una rearticulación intelectual, política y social que mani-fiesta haber aprendido de los errores de la emancipación del pasado,permitiendo ahora superar el impass en que se sumió el pensamien-to crítico durante los veinticinco años de hegemonía de lo que ini-cialmente se pensó que era tan sólo una década conservadora.

La gran carga ideológica que hay detrás del término globaliza-ción ha enconado, pues, el debate. Por un lado, las explicaciones quelegitiman el mundo creado por el neoliberalismo, coincidiendo enseñalar la inevitabilidad del proceso de globalización, su determinis-mo tecnológico, la necesaria y sobrevenida debilidad de un Estado alque se le han achacado todos los males, y la oportunidad económicaque brinda la apertura de fronteras. Por el otro, recuperando posicio-nes críticas, se insiste en las desigualdades que ha generado este pro-ceso, el deterioro ecológico incrementado, el aumento de los con-flictos, la necesidad de recuperar la soberanía para pagar la deudasocial acumulada, la apertura de nuevas oportunidades políticas y elnuevo papel que corresponde a los Estados nacionales desde el mo-mento en que reconsideran la relevancia de establecer límites/fronte-ras a la voracidad del capitalismo, especialmente en su fase global.

Ese papel del Estado, como venimos señalando, es uno de lospuntos esenciales que debe clarificarse para no repetir presu-puestos ideológicos. Como ha enseñado el marxismo, tiene queexistir correspondencia entre la base económica y la articulaciónpolítica de una sociedad, lo que no hay que confundir, como aler-tó Gramsci, con ninguna suerte de determinismo entre base y su-perestructura. El papel del Estado está en franca discusión, osci-lando el péndulo entre quienes reclaman su regreso –que es unaforma eufemística de decir que se recuperen los intereses colecti-vos– y los que quieren disolverlo en formas de gobernanza dondelas formas estatales se equiparan a los demás actores del escena-rio global –incluidas las empresas transnacionales–. Cabría volvera señalar una diferente vía, de matriz marxista y libertaria, que en-tiende que el Estado es siempre un instrumento de opresión y que,por tanto, de lo que se trata es de cambiar el mundo sin tomar elpoder, contando con la desaparición paulatina del aparato estatal.55

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55 Es, como vimos, lo que plantea John Holloway en su libro Cambiar el mundosin tomar el poder, Buenos Aires, Herramientas, 2002. Para un análisis de la go-bernanza, véase más adelante el capítulo XII.

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Pero el Estado en modo alguno está desapareciendo, sino que, de-bido principalmente a la debilidad de las clases populares –o, desdesu reverso, a causa de la hegemonía clara y consciente de las elitesglobalizadas–, se fueron superando elementos de la forma Estado na-cional keynesiano para adaptarlo a la necesidad de una estatalidadfuncional al capitalismo globalizado. Esa multiplicidad que llamamosEstado, que se vistió como nacional y de derecho para construir unalegitimidad que superase su fase absolutista, que se hizo social paraevitar el embate del modelo soviético a la salida de la Segunda Gue-rra Mundial, ahora está debatiéndose en múltiples frentes para despo-jarse de esas vestimentas autóctonas y vestir trajes globales. Una vezmás, una niebla se cierne en torno al Estado, vestido con disfraces di-ferentes que dificultan identificarlo, al tiempo que su creador, la so-ciedad civil, hace otro tanto camino de saber qué lugar le correspon-de en esta transición paradigmática con la que se ha iniciado el siglo.56

Surgen así formas políticas de gestión global de lo social que al-gunos autores llaman Estado transnacional (Robinson), otros Impe-rio (Hardt y Negri), otros Estado imperial (Panitch), otros cosmopo-litismo (Held), otros sociedad del riesgo global (Beck), hay quienEstado global occidental (Shaw), alguno simplemente sociedad glo-bal (Giddens). Si el Estado es, en gran medida, la organización polí-tica de una sociedad, es evidente, resaltarán todos estos autores, queuna sociedad que le van afectando aspectos globales, tenga que en-contrar referencias políticas, normativas y culturales acordes con esasupranacionalización.

Uno de los aspectos más relevantes del proceso de globali-zación hace referencia a los actores y no a las estructuras. Se rela-

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56 Los procesos que llevan a que algún aspecto social se globalice son múltiplesy pertenecen a una de las asignaturas pendientes de la investigación empírica:cómo se universaliza un procedimiento médico, un descubrimiento científico, lasfinanzas, un modelo de gestión económica, el cine y la literatura, las rutas turís-ticas, los procesos electorales, la información, las pautas de consumo, los equiposeconómicos, las pensiones privadas o las religiones. Pero aunque estos procesosde globalización tienen varios caminos, podemos afirmar que siempre tienen de-trás decisiones políticas –por acción u omisión– que antes o después han sidopensadas por la academia o centros de pensamiento y, finalmente, son normali-zados por los medios de comunicación. Estos procesos son las que permitieronque lo que acontecía dentro de las fronteras nacionales fuera paulatinamente pa-sando a ser referido a instancias transnacionales, configurando un nuevo sentidocomún mundial sostenido en el éter de lo “globalmente correcto”.

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ciona con la existencia, en el interior de cada país, de elites refe-renciadas –principalmente de manera económica– en ámbitos quesuperan los Estados nacionales y que a través de diversas vías,principalmente en forma de lobbies, desmantelan la condición na-cional de algún bien o servicio y lo globalizan (puede ser impor-tando algo que antes se producía dentro –alimentos–, exportandoalgo que se movía dentro del circuito nacional –las pensiones–,vendiendo parte del patrimonio nacional, etcétera).

Dentro de estos procesos, uno de los más relevantes se vinculacon la presión dentro de los Estados nacionales para hacer hege-mónica la lógica del capitalismo global a través de los medios y loscentros de producción de conocimiento. En todo el entorno occiden-tal (no sólo europeo), paulatinamente la derecha democristiana y li-beral, fue haciéndose neoliberal, dejando el espacio nacionalista auna extrema derecha que concentró su espacio electoral en el ataquea una inmigración impulsada, curiosamente, por la globalización (loque explica por qué hay una extrema derecha antiglobalización).

Las contradicciones del Estado de bienestar capitalista fueronempujando a los antiguos democristianos a una radicalización desus requisitos económicos. En última instancia, las necesidades deacumulación económica fueron más relevantes que los aspectosde legitimación. Si el Estado social había conciliado la tensión en-tre capitalismo y democracia, ahora se rompía ese contrato en elúnico rincón del mundo donde había funcionado gracias a circuns-tancias muy concretas. El paternalismo social, cuando la econo-mía lo reclamó, se convirtió en paternalismo autoritario. La derechacristiana, de matriz autocrática –no en vano los seres humanos se-ríamos en ese discurso ángeles caídos y pecadores contumaces–no encontró muchas dificultades para construir posteriormente re-latos fáciles de enemigos terribles que ponían en peligro su ordensocial. Comunistas, antipatrias, ateos, agentes extranjeros, librepen-sadores, libertinos, terroristas y, finalmente, también sindicatos,partidos de izquierda, cristianos de base, medios de comunicaciónno alineados, intelectuales y pobres. La cruzada anticomunista em-prendida por Ronald Reagan y sancionada espiritualmente por JuanPablo II ayudó mucho en esa dirección. La nueva mayoría socialse construiría con el recurso a la interiorización del miedo. Preci-samente el mismo mecanismo en la construcción de los fascismosen los años treinta. En América Latina la senda fue más expediti-

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va: el golpe de Estado contra Salvador Allende, auspiciado y apo-yado por Estados Unidos, inauguraría en 1973, con la dictadura dePinochet, la era neoliberal, antecedente de una gestión de lo pú-blico que terminarían asumiendo, bajo diferentes formatos, todoslos políticos de izquierda y derecha que gobernaron el continentehasta el fin del siglo.57

Tabla 3. El bumerán neoliberal. Joseph Stiglitz

El bumerán neoliberalJoseph StiglitzClarín, 9 de julio

El mundo no ha sido piadoso con el neoliberalismo, ese re-voltijo de ideas basadas en la concepción fundamentalista deque los mercados se corrigen a sí mismos, asignan los recursoseficientemente y sirven bien al interés público. Ese fundamen-talismo del mercado era subyacente al thatcherismo, a la rea-ganomía y al llamado “Consenso de Washington” en pro de laprivatización y la liberalización y de que los bancos centralesindependientes se centraran exclusivamente en la inflación.

Durante un cuarto de siglo ha habido una pugna entre lospaíses en desarrollo y está claro quiénes han sido los perde-dores: los países que aplicaron políticas neoliberales no sóloperdieron la apuesta del crecimiento sino que, además, cuan-do sí crecieron, los beneficios fueron a parar desproporciona-damente a quienes se encuentran en la cumbre de la sociedad.

Aunque los neoliberales no quieren reconocerlo, su ideo-logía salió reprobada también en otro examen. Nadie puedeafirmar que la labor de asignación de recursos por parte delos mercados financieros a finales del decenio de 1990 fueraestelar, en vista de que el 97 por 100 de los inversores en fi-bra óptica tardaron años en ver la salida del túnel; pero almenos ese error tuvo un beneficio no buscado: como se re-

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57 Para la crisis del Estado social y sus limitaciones de raíz, véase Claus Offe,“¿La democracia contra el Estado del bienestar? Fundamentos estructurales deoportunidades políticas neoconservadoras”, en Contradicciones en el Estado delbienestar, Madrid, Alianza, 1990, p. 175 y ss.

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dujeron los costos de la comunicación, la India y China pa-saron a estar más integradas en la economía mundial.

Pero resulta difícil ver beneficios semejantes en la erróneaasignación en masa de recursos a la vivienda. Las casas reciénconstruidas para familias que no podían pagarlas se deteriorany se destruyen, a medida que millones de familias se ven obli-gadas a abandonar sus hogares en algunas comunidades y el go-bierno ha tenido que intervenir por fin... para retirar las ruinas.

En otras, se extiende la plaga. De modo que incluso losque han sido ciudadanos modélicos, han contraído préstamosprudenciales y han mantenido sus hogares, ahora se encuen-tran con que los mercados han disminuido el valor de sus ho-gares más de lo que habrían podido temer en sus peores pe-sadillas. Desde luego, hubo algunos beneficios a corto plazodel exceso de inversión en el sector inmobiliario: algunosamericanos (tal vez sólo durante algunos meses) gozaron delos placeres de la propiedad de una vivienda y de la vida enuna casa mayor de aquella a la que, de lo contrario, habríanpodido aspirar, pero, ¡con qué costo para sí mismos y para laeconomía mundial!

Millones de personas van a perder sus ahorros de toda lavida, al perder sus hogares, y las ejecuciones de las hipote-cas han precipitado una desaceleración mundial. Existe unconsenso cada vez mayor sobre el pronóstico: la contracciónserá prolongada y generalizada.

Tampoco los mercados nos prepararon bien para unos pre-cios desorbitados del petróleo y de los alimentos. Natural-mente, ninguno de esos dos sectores es un ejemplo de eco-nomía de libre mercado, pero de eso se trata en parte: se hautilizado selectivamente la retórica sobre el libre mercado...aceptada cuando servía a intereses especiales y desechadacuando no.

Tal vez una de las pocas virtudes del gobierno de GeorgeW. Bush es la de que el desfase entre la retórica y la realidades menor de lo que fue durante la presidencia de Ronald Rea-gan. Pese a su retórica sobre el libre comercio, Reagan impu-so restricciones comerciales, incluidas las tristemente famosasrestricciones “voluntarias” a la exportación de automóviles.

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Las políticas de Bush han sido peores, pero el grado en queha servido abiertamente al complejo militar-industrial de los Es-tados Unidos ha estado más a la vista. La única vez en que elgobierno de Bush se volvió verde fue cuando recurrió a las sub-venciones del etanol, cuyos beneficios medioambientales sondudosos. Las distorsiones del mercado de la energía (en parti-cular mediante el sistema tributario) continúan y, si Bush hu-biera podido salirse con la suya, la situación habría sido peor.

Esa mezcla de retórica sobre el libre comercio e interven-ción estatal ha funcionado particularmente mal para los paí-ses en desarrollo. Se les dijo que dejaran de intervenir en laagricultura, con lo que expusieron a sus agricultores a unacompetencia devastadora de los Estados Unidos y Europa.Sus agricultores habrían podido competir con sus colegasamericanos y europeos, pero no podían hacerlo con las sub-venciones de los EEUU y de la Unión Europea.

Como no era de extrañar, las inversiones en la agricultura enlos países en desarrollo fueron disminuyendo y el desfase enmateria de alimentos aumentó. Quienes propagaron ese conse-jo equivocado no tienen que preocuparse por las consecuenciasde su negligencia profesional. Los costos habrán de sufragarloslos de los países en desarrollo, en particular los pobres.

Este año vamos a ver un gran aumento de la pobreza, enparticular si la calibramos correctamente. Dicho de formasencilla, en un mundo de abundancia, millones de personasdel mundo en desarrollo siguen sin poder satisfacer las ne-cesidades nutricionales mínimas.

En muchos países, los aumentos de los precios de los ali-mentos y de la energía tendrán un efecto particularmente de-vastador para los pobres, porque esos artículos constituyenuna mayor proporción de sus gastos. La indignación en todoel mundo es palpable. No es de extrañar que los especulado-res hayan sido en gran medida objeto de esa ira. Los especu-ladores afirman no ser los causantes del problema, sino que selimitan a practicar el ‘descubrimiento de precios’ o, dicho deotro modo, el descubrimiento –un poco tarde para poder hacergran cosa sobre ese problema este año– de que hay escasez.

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Pero esa respuesta es falsa. Las perspectivas de precios enaumento y volátiles animan a centenares de millones de agri-cultores a adoptar precauciones. Podrían ganar más dinero, siacaparan un poco de su grano hoy y lo venden más adelantey, si no lo hacen, no podrán sufragarlo, en caso de que la co-secha del año siguiente sea menor de lo esperado.

Un poco de grano retirado del mercado por centenares demillones de agricultores en todo el mundo contribuye a formargrandes cantidades. Los defensores del fundamentalismo delmercado quieren atribuir la culpa del fracaso del mercado a unfracaso del gobierno. Se ha citado a un alto funcionario chino,quien ha dicho que el problema radicaba en que el gobierno delos EEUU. debería haber hecho más para ayudar a los ameri-canos de pocos ingresos con su problema de la vivienda.

Estoy de acuerdo, pero eso no cambia los datos: la malagestión del riesgo por parte de los bancos de los EEUU. fuede proporciones colosales y con consecuencias mundiales,mientras que los que gestionaban esas entidades se han mar-chado con miles de millones de dólares de indemnización.Hoy hay una desigualdad entre los rendimientos privados ylos sociales.

Si no están bien a la par, el sistema de mercado no puedefuncionar bien. El fundamentalismo neoliberal del mercado hasido siempre una doctrina política al servicio de ciertos intere-ses. Nunca ha recibido una corroboración de la teoría econó-mica, como tampoco –ahora ha de quedar claro– de la expe-riencia histórica. Aprender esta lección puede ser el lado buenode la nube que ahora se cierne sobre la economía mundial.

Pero la acumulación global tiene también requisitos superes-tructurales para poder desarrollarse. En primer lugar, se buscó lagarantía para esa nueva propiedad privada global, es decir, la su-premacía del derecho internacional sobre el nacional (el caso de laspatentes o de los organismos de resolución de conflictos globalesson emblemáticos al respecto). Como los Estados operan sobre ba-ses electorales, que son las que otorgan legitimidad, necesitabantambién construir una hegemonía diferente a la nacional, sirvién-dose para esto de la supuesta inexistencia de alternativa. Aquí esdonde se encuentran las secuelas del llamado pensamiento único.

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Como hemos señalado, el miedo (al terrorista, al desempleo, al in-migrante, al antisocial, a otros países, a caer en la escala social, alas enfermedades, a la marginación, a la violencia...) se convirtióen un gran disciplinador interiorizado. Por último, se articuló la ga-rantía política, esto es, formas de democracia de baja intensidadque difícilmente, se pensaba, podían dar la vuelta al sistema. En úl-timo caso, se pusieron en marcha intervenciones militares globales–directas o encubiertas– cuando la colonización cultural y las ame-nazas no bastaban. Las empresas transnacionales, las institucionesfinancieras globalizadas, las empresas globales punitivas (agenciasde calificación de riesgo-país, aseguradoras), los medios de comu-nicación mundializados y los ejércitos globales (ONU, OTAN)aparecen como los actores que sustentan esta nueva lógica institu-cional que se pretende hacer hegemónica con ese poderoso bloquehistórico que goza de la fuerza de la concentración mediática y dela producción cultural. A la globalización capitalista, en definitiva,ya no le bastan los encuentros privados (Club Bilderberg, Foro deDavos, Trilateral, G7), sino que necesita un Estado transnacionalque sea garante político último de la nueva rearticulación socioe-conómica. Los últimos treinta años dan cuenta de los logros y fra-casos en el intento de construir este espacio.58

Tabla 4. Un día de la globalización en la prensa

Unas cuantas noticias, escogidas al azar en un mismo día,nos dan cuenta de la complejidad y condición ideológica delproceso de globalización, obligando a una reconceptualiza-ción de la territorialización y geografía política.

Con motivo de la postulación de Venezuela al Consejo deSeguridad de Naciones Unidas, los Estados Unidos empeza-ron una fuerte campaña para evitar que este país, al cual ha-bían ubicado en un naciente eje del mal, gozara de la visibi-lidad que otorga ese espacio de la legitimidad internacional.Con el antecedente de la Guerra Fría, quedaba claro, sobretodo a partir de la crisis del keynesianismo a mediados de losaños setenta, que la competición interimperialista y la con-

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58 William Robinson, “Social theory and globalization: The rise of a transnationalstate”, en Theory & Society 30, 2 (abril de 1991), p. 166.

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secuente lucha por influencia geopolítica, mercados y mate-rias primas, iba a marcar la política tanto del siglo XX comodel siglo XXI. Pero también quedaba claro para cualquier paísque la supervivencia de un modelo alternativo no era posiblefuera de un entorno regional.

Como ya ocurriera en otros momentos con Cuba –vistocomo un mal ejemplo para un continente conceptualizadocomo patio trasero–, de nuevo Estados Unidos, utilizandoahora un gobierno títere como el de Guatemala, concentrababuena parte de los esfuerzos que le restaban de la aventurasangrienta iraquí para intentar frenar el reconocimiento deVenezuela. John Bolton, Embajador estadounidense ante laONU –y reconocido halcón en política internacional– co-menzó una fuerte presión para evitar que un país que estabarepresentando una globalización contrahegemónica pudieratener el altavoz de Naciones Unidas tanto para la protestacomo para la propuesta. El mundo rico y su ámbito de in-fluencia extrema se posicionaron a favor del candidato nor-teamericano. Los países del mundo que estaban apostandopor el multilateralismo apoyaron a Venezuela, con la nove-dad de que América Latina, tradicional feudo del Norte des-de que Monroe lanzara su “América para los americanos”,mostraba ahora una escisión que ya no respondía a las exi-gencias estadounidenses.

El mismo día que se anunciaba un receso en la votacióndebido al estancamiento en las posiciones y la imposibilidadmanifiesta de alcanzar los dos tercios necesarios (al final sepactaría un tercero, Guatemala), el Presidente Georg W. Bushdaba el visto bueno a un plan para controlar las galaxias. Seinauguraba la llamada Política Nacional del Espacio, queplanteaba la prohibición del acceso al espacio a quien ellosseñalaran como “hostil para los intereses” norteamericanos. Elespacio, algo que nunca se había conceptualizado entre loselementos tradicionales del Estado –población, territorio y ad-ministración–, pasaba a ser un lugar esencial a través del con-trol de la información y de las potenciales capacidades bélicasque encierran los satélites. Desde la perspectiva estadouniden-se, ya no es válido lo que sí lo fue en la conquista del Oeste

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–el primero que llega, mata a los indios y cerca el terreno, esel dueño del territorio–, pues Estados Unidos, pretende negarque nadie pueda llegar al espacio e incidir desde él.

En ese mismo momento, la prensa daba una gran impor-tancia –y el Gobierno evitaba siquiera mencionarlo– al naci-miento en los Estados Unidos del “bebé 300 millones”. A es-casos días de unas elecciones intermedias (que ganarían losdemócratas), y más allá de la competencia entre diferenteshospitales para protagonizar los quince minutos de gloria te-levisiva, lo realmente relevante era que el grueso de los can-didatos a ese honor eran descendientes de inmigrantes. Másaún, había bastantes probabilidades de que ese niño que con-tabilizaba los 300 millones en la primera potencia del mun-do era probablemente la hija o el hijo de un espalda mojadaque atravesó ilegalmente la frontera del Río Grande.

En una línea similar, el Gobierno británico lanzaba una crí-tica al uso del velo por parte de jóvenes en el país europeo, aligual que el Partido Popular español, en la oposición al Go-bierno socialista de Rodríguez Zapatero, reclamaba medidasfuertes contra la inmigración y defendía la existencia de Mu-ros que frenasen la oleada de personas en busca de una opor-tunidad.

Por último, estas noticias arrastraban aún el eco de lasupuestamente primera prueba nuclear norcoreana, decisiónque dejaba de ser local –como históricamente había ocurridocon las pruebas nucleares de las potencias en posesión de ar-mamento atómico–, para pasar a ser un asunto global sobreel que se posicionaban todos los países del mundo y el orga-nismo de Naciones Unidas, y otro tanto ocurría con el goteopermanente de muertes en la Iraq ocupada por los EstadosUnidos, que, según informaciones de la revista del colegio demédicos británicos, The Lancet, alcanzaba la cifra de 600.000personas.

Todos estos elementos inciden en la idea de transterrito-rialización de los flujos sociales: la política nacional ya no escomprensible fuera del entorno internacional. El desarrollo delcapitalismo y su fortaleza tecnológica; la influencia en eldesarrollo científico del pensamiento moderno; la falta de fuer-

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za social para defender la articulación en todo el mundo de losEstados nacionales como Estados sociales y democráticos dederecho; la hegemonía norteamericana tras la caída de la UniónSoviética, son todos aspectos que dan cuenta de la realidad delcambio de paradigma que enfrenta el mundo. Cambio de para-digma que nos sitúa en un momento de crisis, ese tiempo en elque, según las palabras de Antonio Gramsci con que abríamoseste capítulo, “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acabade nacer”. Un tiempo en donde los espacios tradicionales semuestran fragmentados –no totalmente rotos–, poniendo enci-ma de la mesa una renovada discusión acerca del cielo –el es-pacio, con los satélites como nuevos ángeles con espadas fla-mígeras– y el infierno –las inmensas zonas del planeta que sóloven esperanza en la inmigración a los países ricos–. Y, como enuna suerte de tensión dialéctica, frente a la universalización co-mercial de aspectos que antaño fueron meras realidades locales–sea los jeans, Hollywood, la hamburguesa, el BBVA o la CocaCola–, aparece una tensión social contrahegemónica que se de-vuelve hacia identidades locales y que plantea que otro mundoes posible frente a la homogeneización cultural macdonaldiza-dora del mercado global.

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IV

LA IMPACIENCIA DE UN CONCEPTO

La idea de que una economía que va mal pue-de curarse por sí misma forma parte de la ideo-logía hostil al mundo del trabajo del FMI y dela propaganda de la Escuela de Chicago. Parasostener ese tipo de cosas se dan los PremiosNobel, se lo garantizo. Pero es teoría económi-ca basura.

Michael Hudson, “El fondo político de la ac-tual crisis económica”.

Como hemos planteado, la información contradictoria que otor-ga la realidad reclama a la teoría marcos de clarificación que orien-ten la acción. Sin embargo, la ciencia social crítica fue perdiendoposiciones en las últimas tres décadas, convirtiéndose la corrienteprincipal de la disciplina en una justificación del avance de la glo-balización neoliberal, ahora enmascarada bajo una cuantitativizacióndel saber social y politológico que reinventaba el positivismo, es de-cir, la racionalidad meramente instrumental al servicio de lo exis-tente. Los principales conceptos con los que explicamos lo político,hegemonizados a través de los recursos públicos y privados de la in-vestigación, son hoy meros instrumentos de legitimación del mode-lo económico bajo la pátina de la objetividad académica (desde capi-tal social a gobernanza, pasando por transparencia, gobernabilidad,estados canallas, guerras justas o marketing social). Y por supuesto,esa ciencia social hegemónica está afectada de una profunda “am-nesia teórica” respecto de los conceptos acuñados por la sociologíay la politología críticas, de manera que resulta prácticamente impo-sible encontrar determinadas líneas de pensamiento, que acumula-ron teoría útil, citadas en los trabajos de esa academia oficializada.

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A comienzos del siglo XXI, libros y artículos sobre la glo-balización han penetrado todos los rincones del planeta, no coinci-diendo, ni mucho menos, en la valoración del proceso. No es anec-dótico que una parte sustancial de los catálogos de libros de cienciassociales incorporen fotos de manifestaciones contra la globalizaciónpara ilustrar las novedades editoriales (una constante durante losprimeros años del siglo XXI). Instituciones a las que se imputa cier-ta responsabilidad en el proceso de mundialización, tales como elFMI o el Banco Mundial insisten en sus últimos informes en losproblemas generados por un proceso que, sin embargo, siguen de-fendiendo. Incluso, como ocurrió con el Informe del PNUD del año2008 sobre cambio climático, aun viéndose las consecuencias no sevinculaba ese escenario apocalíptico con un modelo que supedita lavida a la reproducción de la ganancia empresarial.

Pero el desenfado parecía no tener límites. Georg Soros, res-ponsable de la salida de la libra del Sistema Monetario Europeo en1992 (al igual que de las varias devaluaciones de la entonces pe-seta española) era condenado en diciembre de 2002 por uso privi-legiado de información, lo que convertía su enriquecimiento enilícito. Al tiempo, publicaba un libro, Globalización, alertando delos peligros que un individuo como él podía generar en un sistemacomo el actual. Otros académicos, como el Nobel Joseph Stiglitz,descabalgado de su fe en el mercado autorregulado y en las rece-tas del llamado pensamiento único, han cobrado la relevancia delos que se cambian de filas, si bien sólo después de meter sus pro-pios dedos en las llagas generadas por la miopía cortoplacista dela que había sido responsable como vicepresidente del BancoMundial. Otro de los referentes de la sociología mundial, ManuelCastells, publicaba un libro en 2005 sobre la inserción de Améri-ca Latina –con el caso concreto de Chile– en la economía global,donde volvía a sus tesis sobre la sociedad red. Alertaba de la “co-nexión perversa” que se producía cuando amplios sectores margi-nados de la población, junto a regiones enteras, caían en las garrasde las redes criminales por causa de la dinámica de la globaliza-ción. Pero hay que entender las motivaciones de estas simbólicasopiniones. Detrás de sus planteamientos, sólo estaba una inquie-tud que ya había asaltado a Keynes en el periodo de entreguerras:el capitalismo, dejado a su propia lógica, genera su propia des-trucción en medio de una amplia socialización del dolor. Sin em-

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bargo, los tres autores dejan sin explicar cómo se teje esa suma deadaptaciones a la competencia. Se menciona al Estado, pero unEstado que, como una nueva Santa Teresa que ha cambiado el bra-zo incorrupto por la mano invisible ensamblaría todas las partescon más magia que ciencia.59 Lo cierto es, como venimos plantean-do, que el problema es de modelo, no de prácticas. La capacidadde la economía capitalista reside en su condición compleja, flexi-ble, descentralizada, basada en un mercado anárquico y con la ca-pacidad dual de, a través de los precios, estimular un aprendizajea los golpes y asignar de manera inclemente capital a la actividadeconómica.60 La actividad que genera más dinero no es siempre lomás eficiente en términos sociales (como demuestra todo el capi-talismo financiero o la especulación vinculada a alimentos y pe-tróleo que explotó en 2008 agravada por la crisis inmobiliaria nor-teamericana).

Dos casos, separados por un lustro, ejemplifican todo esto. Endiciembre de 2002, la ausencia de regulación real en el comerciomarítimo creaba, al naufragar en las costas de Galicia el buque pe-trolero Prestige, la más relevante catástrofe ecológica en Europa enlos últimos cincuenta años. La obsesión por el déficit cero y el equi-librio presupuestario se cebaban en el desastre al no existir mediosdisponibles para paliar este tipo de accidentes. Al tiempo, la cam-paña preelectoral del partido en el gobierno rezaba “Menos im-puestos, más seguridad”. Lógica autocastradora impulsada desde elEstado que adoctrinaba a la ciudadanía en una dirección que, se ve-ría, era contraria a sus intereses. Cinco años después, en 2006, se re-petía la escena en Costa de Marfil, y lo público volvía a parecer im-potente ante los entresijos de las multinacionales. Las dificultadesque los países ricos establecen a las empresas que operan en su

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59 En el caso del libro de Castells, sus recomendaciones para el Estado chileno sonidénticas a las que una consultora daría a una empresa multinacional, con lo queno solamente no se solventan los problemas del gobierno mundial, sino que semultiplicarían al quedar fuera de juego los perdedores de esa carrera en pos de lacompetitividad informacional. Así, criticar la globalización pero recomendar do-sis altas de globalización para insertarse en la economía internacional es, cuandomenos, contradictorio. Véase Manuel Castells, Globalización, desarrollo y de-mocracia: Chile en el contexto mundial, Chile, FCE, 2006. También George So-ros, Globalización, Madrid, Planeta, 2002, y Joseph Stiglitz, El malestar en laglobalización, Madrid, Taurus, 2002.60 Robert Jessop, El futuro del Estado capitalista, cit., especialmente el cap. 1.

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territorio, llevan a estos conglomerados económicos a buscar sali-das en países con menos recursos y menos capacidad política. Losrecursos jurídicos de las transnacionales son superiores a los decualquier país africano (al igual que ocurre con los ejércitos de mer-cenarios contratados). En 2008, los incendios –profundamente liga-dos al cambio climático– que asolaron partes importantes de Norte-américa postraban en la impotencia al Estado más importante delmundo. Los servicios de bomberos, afectados por los recortes pre-supuestarios, eran ineficaces, carentes de personal y medios. Por elcontrario, los “neociudadanos” que habían suscrito seguros particu-lares contaban con la asistencia de compañías privadas de rescate ylucha contra incendios formadas por antiguos miembros del ejérci-to (bomberos mercenarizados) que, ante el peligro de incendiarse lacasa, obraban como en una operación en un escenario bélico. Comoescribió Naomí Klein, la situación se transforma en un Apocalipsisbíblico donde los elegidos se salvan y los impuros –los que no hanpagado– se queman en el infierno, mientras Dios, invisible como laconocida mano, permanece impasible.61 Como conclusión, los bos-ques calcinados en el Norte o en el Sur, el mar contaminado en elSur o en el Norte, recuerdan que Gaia, la madre tierra, es una y sucomportamiento es el propio de un ecosistema único. Aunque se in-sista en representar que sólo duele lo que es cercano por que se ve.Pero la lógica cortoplacista del capital no repara ni en empatías ni enfuturos.62

Todos estos comportamientos ¿son paradojas o parte de cir-cunstancias más lógicas que lo que estas confusas señales nos per-

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61 Véase el artículo de esta profesora de la London School, “Respuesta ante losdesastres, para los elegidos”, en [http://www.jornada.unam.mx/2007/11/04/in-dex.php?section=opinion&article=024a1mun].62 En noviembre de 2006, el primer ministro británico, Tony Blair, sorprendió almundo con un informe acerca de la inminente catástrofe que implica el cambio cli-mático. El ex candidato Al Gore recuperó igualmente notoriedad con un documen-tal, Una verdad incómoda, que alertaba de los peligros de la emisión de CO2 a laatmósfera. Igualmente, Naciones Unidas anunciaba su informe, sobre la base deltrabajo de 4.000 expertos, que zanjaba la interpretación acerca de la responsabili-dad humana en el cambio climático y mostraba los peligros ligados al aumento delnivel del mar. Es clarificador entender que en esta discusión, tan cruzada de opi-niones contradictorias, se ha incorporado, como actor determinante, la opinión delas aseguradoras. El riesgo que estas empresas consideran tal, deja de ser una merasuposición y se convierte en un factor de influencia en la asunción de medidas.

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miten imaginar? Cuando hablamos de globalización ¿estamos anteun espejismo, ante una impostura o ante una tozuda realidad? In-tentando avanzar algo, volvemos a afirmar que es cada vez menoscuestionable que nos encontramos en un momento de replantea-miento de la mirada (de cambio de paradigma para muchos auto-res). De ahí que, de una manera u otra, uno de los rasgos más evi-dentes de la globalización, como hemos señalado, sea la cantidadingente de libros publicados sobre el tema. Aunque sea para decirque la mundialización no existe. Como se suele señalar, McLuhantuvo que escribir 15 libros para demostrar que los libros estabanmuertos.

Sin embargo, las secuelas de la lucha contra el discurso ideoló-gico de la Guerra Fría tenían engrasados algunos sectores críticos.Las sospechas sobre el discurso de la mundialización aparecieronpronto, ligadas a la sorpresa que causaba la vertiginosidad con laque ese concepto se había convertido en referencia generalizada.La duda, inicio de toda reflexión científica, se abrió paso e invitóa mirar con escepticismo, extrañeza y en no pocos casos con in-dignación al vocablo en boga. ¿Cómo había alcanzado la glo-balización ese generoso hueco en las explicaciones académicas y,de manera más relevante, en los medios de comunicación? Bastaobservar el conservadurismo con el que la ciencia incorpora pa-radigmas y categorías (lentamente, después de mucho contraste ytras honda discusión) para interrogarnos obligatoriamente por lasrazones que han liberado a este concepto de la humildad a la quese obligó a otras explicaciones. ¿Hacía falta, en realidad, un nue-vo nombre para lo que estaba ocurriendo en el mundo? ¿Se habíangastado definitivamente los viejos sustantivos? ¿O estábamos, qui-zá, ante algún oscuro interés en que ese vocablo, que venía a inau-gurar toda una época, barriera con su poderosa escoba mediáticalos antiguos paradigmas politológicos, sociológicos, jurídicos, fi-losóficos y económicos?

Continuando con las preguntas, cabía interrogar qué sectoresincrementaban sus posibilidades bajo el impulso globalizador. ¿Aquién pertenece la globalización? ¿Nos hemos encadenado acasoa algún mástil para poder escuchar el canto de sirena embriagadorde ese concepto que oculta las relaciones sociales? ¿Ha venido laglobalización a preparar el caballo de Troya con el que se penetreen la ciudad científica y se saqueen sus riquezas? ¿Qué suerte le

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depara al último medio siglo de producción científica, supuesta-mente obsoleta ante la imperiosa acometida de la mundialización?

Martin Wolf, antiguo economista del Banco Mundial y edito-rialista del Financial Times reconocía indirectamente la importan-cia del discurso sobre la mundialización en su imposición hege-mónica. Se trataría, en su análisis, de un proceso natural, quehabría operado en el pensamiento (de las personas respetables), yque tendría la enorme fuerza de lo que se observa a simple vista:

[…] lo que ha cambiado desde los años ochenta ha sido que las solu-ciones alternativas al modelo de mercado, para la organización de laseconomías modernas, han perdido prácticamente toda su credibilidadentre las personas serias del primer, segundo y tercer mundo. De ellaarrancó un vasto movimiento hacia la economía de mercado y –con-trapartida inevitable– un movimiento hacia una integración económi-ca mundial, a su vez consecuencia natural de la economía de merca-do. Esta deriva de perspectiva intelectual no es fruto de alguna teoríacomplicada, sino que nace de la observación de lo que ha funciona-do y lo que no ha funcionado […]. Con una economía de mercado se-mejante, hay lo que muchos denominan globalización y que yo, pormi parte, prefiero llamar integración económica internacional.

Los conceptos nuevos adquieren tintes de combate pues elimi-nan de la agenda explicaciones que habían tomado cuerpo en ladoctrina y, al tiempo, alumbraban la acción. Fue el caso paradig-mático de los conceptos modernización, autoritarismo o transicióna la democracia, conceptos todos ellos indisociables de la GuerraFría y que se pusieron al servicio de la desactivación del conflictosocial. Pero la ciencia social suele pactar el lugar exacto entre elayer y el hoy. Ese pacto entre el pasado y el presente es el quealumbró, con el recurso a los prefijos y a los adjetivos, conceptoscomo posmodernidad, posfordismo, neoliberalismo, postestructu-ralismo, posmarxismo, neokeynesianos, posmaterialismo, tardoca-pitalismo, segunda modernidad, etc. De esta forma, el análisis dela realidad incorporaba, a modo de transacción, las orientacionesque desde la ciencia social se daban respecto de la marcha del mun-do. No debe llamar la atención, por tanto, la sospecha que levantóla rápida aceptación de este concepto, popularizado en los mediosmucho antes de que la academia lo hubiera digerido. Y en la mis-

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ma dirección hay que entender las posteriores denuncias de sermera ideología, de estar al servicio de intereses espurios, las acu-saciones de estar al servicio del “imperialismo” y del “poder trans-nacional” bajo expresión del “ecumenismo cultural”, de la “fatali-dad económica” y de una “necesidad neutral”.63 Tampoco era tanextraña esa recuperación crítica, pues todo lo que ha acompañadoel discurso ideológico entusiasta sobre la globalización se ha asen-tado en una recuperación de principios neoclásicos de equilibriogeneral donde, una vez más, la sempiterna mano invisible del mer-cado articularía el punto estable de oferta y demanda bajo la éticauniversal de los vicios privados y las virtudes públicas.

Como conclusión, despensar el concepto de globalización hege-mónico se convierte, pues, en el primer paso para reconstruir unaglobalización alternativa. Frente al gobierno de las palabras sóloresta poner en funcionamiento un desgobierno de los discursos,donde se activen ángulos inéditos del proceso que permitan acer-tar en las corrientes de fondo. Por ejemplo, preguntando: ¿es ciertoque el desarrollo tecnológico determina el curso de la globalizacióno es el tipo de globalización la que impulsa uno u otro desarrollo tec-nológico? O, en términos más dramáticos y más cotidianos: ¿cómoes posible que podamos meter en un artilugio que cabe en un bolsi-llo 15.000 canciones pero no exista una vacuna contra la malaria?

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63 Pierre Bourdieu y Louis Wacquant, “On the Cunning of Imperialist Reason”,Theory, Culture & Society 16, 1 (1999), p. 42.

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V

SIN ESPACIO ENTRE LAS RUEDAS DENTADAS… LAFALACIA TECNOLÓGICA DE LA GLOBALIZACIÓN

El hombre, supremo creador, es también elmayor impostor. Puede falsificar casi cualquiercosa, desde billetes de un dólar hasta el amor yel arte. Puede, incluso, falsificar la ciencia y,por cierto, en más formas que cualquier otracosa: por medio del plagio, tergiversando da-tos y repartiendo mitos arropados en vestidu-ras aparentemente científicas.

Mario Bunge, Crisis y reconstrucción de lafilosofía.

El reloj de arena, con su metáfora, grano a grano, de la caducidaddel poder. El reloj de sol, referencia de un poder natural y símbolo deuna autoridad por encima de la cual no cabe nada. Las horas dadaspor un campanario cuyo tañer abarca el poblado y el campo dondelaboran los campesinos, vinculando la ordenación económica y so-cial de la comunidad con los ritmos marcados por los metales de laiglesia. El reloj mecánico, señal inequívoca del poder absoluto delmonarca, a quien le corresponde dar cuerda al artilugio. Todas estasseñales del tiempo han dado paso a una medición del tiempo que sealeja, al menos metafóricamente, del control de los hombres: la fre-cuencia medida por el espectro de un átomo de cesio 133. Es, en ex-presión de Castells, el “tiempo atemporal que sustituye al tiempo dereloj de la era industrial”. Curiosamente, ese tiempo etéreo sería a lavez un unificador del globo, al establecerse entre 1875 y 1925 lasfranjas horarias mundiales, el calendario gregoriano (la URSS no loasumirá hasta 1918), la semana de siete días, y la puesta en funcio-namiento de códigos internacionales de señalización y de telégrafos.

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La virtualidad a la que se ve sometido el espacio (con fronte-ras que no terminan de poder ejercer como tales), hace que tam-bién el espacio cívico, esto es, el lugar donde todos los ciudada-nos compartan solidaridad y confianza con los demás, también sehaga virtual. No es extraño, pues, que para muchos autores nos en-contremos ante un mundo desbocado (Giddens), una segunda mo-dernidad (Beck), una transformación de las bases filosóficas delmundo (Altvater), un mundo sin sentido (Laïdi), un cambio de pa-radigma tecnológico (Piore y Sabel), una crisis sistémica (Wa-llerstein), una modernidad líquida (Baumann), una transición pa-radigmática (Santos), un cambio ontológico profundo (Rosenau)o, incluso, un cambio de civilización (Morin).

Si hace medio siglo Einstein pudo afirmar que lo que caracteri-zaba a nuestra época era la confusión de los fines y la perfección delos medios, hoy habría que asumir que ambas características han au-mentado exponencialmente. Basta para entenderlo considerar el acor-tamiento del periodo de vida comercial de cada generación de micro-procesadores, que ha discurrido por una secuencia de décadas entrelas primeras a semanas en la actualidad. Frente a ese desbordado ydesbordante crecimiento tecnológico, que obliga a nuevas pautas deorganización que se acompasen a las posibilidades y necesidades delcampo, otros ruedos de la vida humana permanecen casi inamovibles.La democracia representativa recogida en el Discurso a los electoresde Bristol de Edmund Burke de 1774 aún pertenece hoy a la casi to-talidad de los corpus constitucionales del mundo (con la prohibicióndel mandato imperativo, esto es, que los electores no pueden revocara los elegidos, y la ficción según la cual el Parlamento representa a lanación). Las revoluciones no son tales hasta que no se asientan en lacotidianeidad de los pueblos. Se trata, por tanto, de definir correcta-mente lo que ha desaparecido, lo que no ha cambiado, lo novedoso y,aspecto de gran relevancia, lo que se ha transformado, evitándonosproposiciones sin ningún fundamente como la que postula el fin de losEstados nacionales, el fin de lo político o el surgimiento de una so-ciedad de discursos sin hombres (como plantearía Luhmann).

El estrechamiento/ensanchamiento del tiempo y del espacio,esas categorías con las que pretendemos ordenar los humanos elmundo, llevan hasta el estrabismo nuestra mirada pero no pueden,más allá de la ciencia ficción, superar el límite físico de nuestraexistencia. Un día es el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuel-

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ta sobre sí misma; un año, el tiempo que tarda la Tierra en dar unavuelta completa alrededor del sol. La palabra inglesa world es unamezcla de los términos germánicos verr –hombre– y öld –tiempo–de manera que el mundo es el “tiempo de los hombres”.64 El lími-te físico del ser humano y la conciencia que a esto le acompañahoy es incuestionable, por más que la supeditación de la vida so-cial al desarrollo económico/tecnológico pretendan equipararlo auna “vida-máquina”. La cotidianidad, aunque desaparezca de losdiscursos o de los análisis sociales, permanece socialmente. Es elmundo de la vida amenazado constantemente por su mercantiliza-ción, pero es donde radica el sentido de la vida del homo sapiens.De lo contrario, como es obvio, desaparecería la propia sociedad.De ahí que la organización política no pueda perder de vista esteaspecto. Al igual que las tradiciones acorraladas se transformanen fundamentalismos (Giddens, Castells), la organización políticaacorralada puede caer en teologías antimodernas o en una exalta-ción del Estado nacional que pecaría por defecto al ser incapaz deconceptualizar los cambios actuales que abarcan todos los ámbi-tos de lo social, así como sus potencialidades. Nada más torpepara los intereses colectivos de un pueblo que encerrarse en laspropias fronteras negando el impulso de integración mundial enmarcha. Esconder la cabeza debajo del ala no conjura el peligro deser comido por el león. A la fuerza globalizan.65

Ahora bien, el incuestionable desarrollo de la ciencia y de susaplicaciones no puede hacer perder de vista la voluntad políticaque hay detrás de cualquier proceso social. El determinismo tec-nológico de la mundialización –es decir, la ocultación de la im-portancia de los actores en el desarrollo de este proceso y el esta-blecimiento de una dirección social necesaria marcada por unacapacidad técnica autodirigida– afecta, pese a ser un pensamientoprofundamente conservador, a todo el espectro ideológico. Incluso

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64 Fernando Vallespín, El futuro de la política, Madrid, Taurus, 2000, p. 64.65 Esa es la experiencia histórica. De ahí que una señal de enorme madurez políticala muestran los países de América Latina que, al tiempo que están reclamando so-beranía nacional y enfrentando las posiciones colonialistas, neocolonialistas o im-perialistas del Norte, están articulando formas alternativas lo de integración regio-nal, es decir, están construyendo una globalización contrahegemónica. Hasta hoy,el ALBA –como Telesur y Petrosur– son las amenazas más fuertes al modelo quemarcan los TLC, la OMC, la CNN, todos impulsados desde países desarrollados.

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el pensamiento de matriz marxista, marcado históricamente por eldesvelamiento de los actores que están detrás de los desarrollos so-ciales, ha caído en el error de pensar que la tecnología es neutraltanto en su origen como en sus desarrollos. Por parte del pensa-miento neoconservador –como hemos visto, reciclado en un neoli-beralismo autoritario– la interpretación es clara. Thomas Friedman,columnista del New York Times, afirma que la globalización es unanovedad tecnológica y socioeconómica basada en el desarrollo delos microchips y que, en vez de por Estados o instituciones, se rigepor un rebaño electrónico de grupos económicos de interés regidospor su propia lógica. ¿Para qué seres humanos en ese esquema?

Este determinismo llama más la atención en el pensamientoemancipador. En las primeras páginas de Imperio, el discutido li-bro de Hardt y Negri, se afirma que “hemos asistido a una globali-zación irreversible e implacable de los intercambios económicos yculturales” (las cursivas son nuestras). Si bien de manera más ma-tizada, encontramos deslizamientos por esa pendiente en la obra deUlrich Beck o de Manuel Castells (por citar sólo dos de los más co-nocidos estudiosos del tema). La nómina es extensa. Pese a ser unmal análisis, es comprensible ese entusiasmo que participa de lafascinación por el carácter resolutivo del capitalismo que narraronMarx y Engels en El Manifiesto comunista (ese sistema capaz dehacer que todo estamental y permanente se evapore).66 La fuerzade la tecnología en el último tramo del siglo XX ha sido tal que nodebe extrañar el hechizo. ¿No resulta ridículo, a ojos de hoy, que elresponsable de la oficina de patentes de Nueva York presentase, afinales del siglo XIX, su dimisión alegando que sería inmoral per-manecer en el cargo “cuando ya se ha inventado todo lo posible”?

Analizando las dictaduras del Cono Sur en los setenta, Gui-llermo O’Donnell planteó lo que después iba a formar parte del ar-senal ideológico del llamado pensamiento único: “En una socie-dad en la que se ha prohibido ‘la política’, impresiona la cuota depoder efectivo que esto deja a los tecnócratas”.67

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66 El original alemán reza: “Alles Ständische und Stehende verdampft”, si bien laexpresión más popular, aunque alejada del original, es la de la traducción inglesa“todo lo sólido se disuelve en el aire”.67 Guillermo O’Donnell, Contrapuntos, Ensayos escogidos sobre autoritarismo ydemocratización, Buenos Aires, Paidós, 1997, p. 114.

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Atentos a esta idea podemos preguntarnos: ¿Dónde queda lavoluntad política en la mundialización? ¿O es que realmente esta-mos gobernados por las cadenas causales inevitables de un desa-rrollo tecnológico que marca la pauta de nuestras vidas? ¿Ha que-dado al margen del análisis la influencia en las transformacioneseconómicas y políticas del conflicto social?

Buscando otras entradas para entender este asunto, encontra-mos que el ángulo cinematográfico nos ayuda a desvelar estas pre-guntas. En los años sesenta y setenta, el mundo del cine se inte-rrogó sobre el peligro que suponía que las máquinas sustituyerana los seres humanos y tomaran por ellos las decisiones importan-tes. Después de Hiroshima y Nagasaki, la ciencia ficción –en rea-lidad, todo el arte– incorporó la política a sus reflexiones y apor-tó su contribución a clarificar el mundo que se avecinaba. Laproliferación posterior de ese tópico terminaría por ocultar la aler-ta inicial con que nació. Muy al contrario, el cine actual confíamás en la máquina que en el ser humano. Las guerras limpias e in-teligentes reproducen el tópico hollywoodiense y una tecnologíamágica se encargará de todos los problemas humanos.

Quizá la película más emblemática de ese género crítico fue2001: una odisea en el espacio (1968), una de las obras cumbre deStanley Kubrick, con guión de Arthur C. Clark. En la primera es-cena se traza de manera memorable el camino, mecido por unvals, que va desde el primer instrumento que construye un arte-sano ocasional (un hueso que es usado como arma para asesinar aun semejante desarmado) hasta la más sofisticada herramientaconcebible (una nave espacial a la búsqueda de las verdades últi-mas). Un viaje, la carrera tecnológica, que es simbolizado con laaparición de un monolito que quiere representar el surgimiento delhomo sapiens. La inteligencia humana y el desarrollo tecnológico,como han demostrado recientes descubrimientos antropológicos,es un viaje paralelo (hay una relación probada entre los inicios deluso de instrumentos y los primeros comportamientos humanos so-lidarios de los que tenemos noticias). Y un viaje, en la proposiciónde Kubrick y Clark, terrible, pues empieza con un asesinato y ter-mina con una amenaza permanente. Ese peligro ya lo había anali-zado el autor con motivo de la bomba atómica en su película satí-rica de 1964 Dr. Strangelove: teléfono rojo, volamos hacia Moscú(versión española del original inglés Dr. Strangelove, o de cómo

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aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba). Las máquinas,reza el mensaje, encierran peligros nada despreciables. Era unaépoca donde la coacción nuclear teñía el ánimo de la inteligencia.Sin embargo, en 2001, los humanos terminan poniendo en su sitioal ordenador Hal 9000, empeñado en saber mejor que sus creado-res cuáles son sus intereses. En Teléfono rojo, la falta de controldeviene en catástrofe, pues la bomba nuclear es lanzada. En el ex-tremo opuesto, Inteligencia artificial, de Steven Spielberg (estre-nada en 2001 como homenaje a Kubrick), se da la vuelta total alargumento. Las máquinas son perfectas –como si no salieran de lavoluntad humana y fueran las verdaderas criaturas de un dios bon-dadoso– mientras que las personas son el verdadero peligro. Esasmáquinas inteligentes serán después las responsables de las gue-rras inteligentes. ¿Y quién en su sano juicio puede estar en contrade la inteligencia?

Muy lejos de ese pulso vigoroso de los años sesenta, hoy no secuestiona la fiabilidad de las máquinas que detectan las amenazasy toman decisiones al respecto. La guerra ya no pertenece al cir-cuito democrático, al igual que tampoco se votan en las eleccio-nes, entre otros muchos aspectos, las decisiones de política mone-taria, la regulación del mercado de valores, la consideración delriesgo de cada país, los problemas medioambientales o los méto-dos para enfrentar el reto –no el problema– de la inmigración. Lasdeterminantes tecnológicas, presentadas como realidades natura-les frente a las cuales no se puede actuar, se entienden a su vezcomo las determinantes del proceso de mundialización, que deno-minan a su vez el arcaísmo de aquellas formas colectivas de orga-nización que se resisten a ser arrumbadas en el basurero de la his-toria.68 El buque-factoría hace arcaica a la barquichuela que no

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68 Uno de los principales cometidos iniciales de Margaret Thatcher fue replantearel lugar de los sindicatos en un nuevo modelo de sociedad. Esa voluntad alcanza-ría posteriormente también a la socialdemocracia (Giddens sería el ideólogo de lamisma en su propuesta de la tercera vía). El pulso mantenido por el gobierno delPSOE en 1988 con los sindicatos españoles, a raíz de la convocatoria de la prime-ra huelga general de la democracia, tuvo similitudes con el caso británico, marcan-do una ruptura que duraría años entre la UGT –el sindicato socialista–, y el partidoen el gobierno, sólo recompuesta cuando el PSOE pasó a la oposición. (Curiosa-mente, buena parte de los intelectuales de la izquierda, que terminarían directa oindirectamente trabajando para los gobiernos del PSOE, descargaron sus bateríascontra los sindicatos llegando, incluso, a plantear su necesaria disolución.)

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puede alejarse mucho de la costa. Pero la garantía de limpieza delos mares, de reproducción de los caladeros, de alimentación delas poblaciones costeras no está en la factoría sino en la rudimen-taria embarcación. La guerra, tecnologizada, es un escenario quesucede en la pantalla de un ordenador. Tras instaurarse un escena-rio orwelliano de guerra global permanente, se deja al supuestocuidado de las máquinas las decisiones que determinan la vida yla muerte. Los muertos no pueden, así, ser sino daños colaterales.La tecnología, en ese discurso enmascarador, ocurre como la llu-via. Y la ciudadanía, a lo más que se les deja espacio, es a abrir elparaguas. El que se moja, parece decir, es porque quiere.

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VI

SENTARNOS A DIALOGAR… EL ACUERDO MÍNIMO SOBRE LA GLOBALIZACIÓN

[…] si el poder no tuviese por función másque reprimir, si no trabajase más que según elmodo de la censura, de la exclusión, de losobstáculos, de la represión, a la manera de unsuperego, sino se ejerciese más que de unaforma negativa, sería muy frágil. Si es fuerte,es debido a que produce efectos positivos anivel del deseo –esto comienza a saberse– ytambién a nivel del saber. El poder, lejos deestorbar el saber, lo produce.

Michel Foucault, Microfísica del poder.

A la dificultad de carecer de un léxico propio inequívoco como elque poseen otras ciencias (no hay discusiones acerca de lo que esel ADN, cómo funciona un riñón o cuál es el grado de resistenciade un material), la ciencia social añade al menos tres dificultadesmás: la complicación de la falta de acuerdo en aspectos evidentesde la vida social y del comportamiento de los individuos; la con-fusión que produce que sus conceptos sean constantemente usados–o malbaratados– por los medios de comunicación y, de ahí, porel conjunto de la ciudadanía; y –quizá lo más relevante– la exis-tencia de un gobierno de las palabras que, desde un poder priva-tizado, crea un sentido común opresor ligado a una interpretaciónconcreta del mundo que se propaga desde el corazón semántico delas sociedades. Decir mujer es decir sometimiento al hombre; de-cir indígena es decir premodernidad, decir tierra es decir recursoeconómico; decir libertad es decir falta de regulación… Le pre-guntaron en una ocasión al escritor y filósofo español: “¿Cree us-

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ted que existe Dios?”. A lo que con profundidad contestó: “Díga-me qué entiende por creer, por existir y por Dios y le podré con-testar”. Es momento de aclarar las ideas ¿De qué hablamos cuan-do hablamos de globalización?

El consenso mínimo entre los estudiosos de la globalización esque se trata de un proceso que se caracteriza por el incrementocuantitativo de los intercambios transnacionales. Held y McGrewaportan una definición que se aproxima a este común denomina-dor guiado por consideraciones espaciales (aunque terminan ha-ciendo una referencia política que ya no tendría tanto acuerdo):“La globalización se refiere a un proceso histórico que transformala organización espacial de las relaciones y transacciones sociales,generando redes interregionales y transcontinentales de interac-ción y de ejercicio del poder”.69

Podemos decir que con este reconocimiento del aumento de lastransacciones acaba el consenso. Dando un paso más allá, cabe laposibilidad de afirmar que este proceso sólo es posible, dadas lascondiciones del capitalismo, por el bajo coste de los transportes ylas posibilidades tecnológicas abiertas por las comunicaciones. Yes indudable que si las fronteras no se hubieran vuelto porosas, losnuevos –o renovados– actores de este proceso no podrían mostrarsu operatividad. Siguiendo con la mera descripción, vemos tam-bién que cualquier análisis de la política actual debe incorporar, allado de los Estados nacionales que siguen operando dentro de suspropias fronteras, a las empresas globales, a la opinión públicamundial, a los organismos financieros y políticos internacionales,a los mercados mundiales, a otros Estados nacionales –algunos espe-cialmente preparados para operar en el eter de la mundialización–,así como al embrión de un Estado transnacionalizado. Esta esta-talidad global –señalada en la definición de Held y McGrew– estádirigida por elites igualmente transnacionales y se encarga de re-presentar la centralidad de donde emanan los lineamientos coacti-vos que deben cumplirse en ese ámbito supranacional (casos em-blemático de las agencias de resolución de conflictos o de la OMC,señal a su vez de esa privatización de la estatalidad). De la mis-ma forma, observamos que parte de la responsabilidad de los proce-

69 David Held y Anthony McGrew, The global transformations reader, Cam-bridge, Polity Press, 2000.

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sos de dominación se ha trasladado desde los ámbitos nacionalesy locales a espacios mundiales (por ejemplo, gran parte de los pre-cios de mercancías y salarios, incluso de aquellos productos quese consumen localmente, se fijan en los mercados internacionales).

De esta manera, los flujos sociales –económicos, normativos,políticos y culturales–, que no hace mucho se realizaban princi-palmente dentro de las fronteras nacionales, ahora forman parte deun entorno más amplio que ha afectado profundamente a las es-tructuras políticas que hemos conocido en, al menos, el último siglo.Allí donde ayer los Estados nacionales regulaban la organizaciónpolítica y económica, garantizaban el orden jurídico y la propie-dad, construían la homogeneidad social y monopolizaban las iden-tidades, una nueva lógica espacial y social está abriéndose paso,con otras realidades, otra economía, otro sistema normativo, otracultura, otra política, otras interacciones y grupos de poder y con-trapoder. Hay que hacer notar que estas transformaciones –recuér-dese que se trata de un proceso y, por tanto, de algo que aún noestá cerrado ni predeterminado– actúan con especial fuerza en lospaíses de la periferia y la semiperiferia, mientras que las elites delos países ricos han tenido la fuerza para pautar la dirección queiba a tomar ese proceso de globalización.

La soberanía que ceden los países de la periferia y la semipe-riferia la asume esa nueva lógica transnacional, donde los paísesdel Norte tienen las llaves del cofre (el caso más emblemático enla economía es el FMI, donde Estados Unidos tiene la minoría debloqueo de las decisiones. En lo político, el Consejo de Seguridadde Naciones Unidas, frenado o impulsado por las potencias concapacidad nuclear –de donde extraen su capacidad de veto– desdefinales de la Segunda Guerra Mundial). La soberanía que cedenlos países del centro la siguen manteniendo a través de los gruposque controlan los organismos que rigen la globalización (los quecontrolan el FMI, el Banco Mundial, la OMC, las empresas de ca-lificación de riesgos, los monopolios, las empresas transnaciona-les, los ejércitos supranacionales como la OTAN, etcétera).

Esta crisálida de Estado transnacional, que no responde siquie-ra a los intereses económicos globales del capitalismo, sino de unafracción de clase global crecientemente hegemónica, recoge lascompetencias que ceden los Estados nacionales y crea una nuevarelación de clase entre el capitalismo global y el mundo global del

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trabajo.70 Concreciones de este emergente Estado transnacional seven cuando las fracciones de clase fuerzan a alguna agencia glo-bal para asegurar un proceso de acumulación a escala supranacio-nal, por ejemplo, cuando transforman al FMI y al Banco Mundialen agencias particulares al servicio del cobro de la deuda, cuandohacen de la OMC un instrumento para asegurar la tasa de acumu-lación de los países exportadores, o cuando logran que la ONU, deuna forma u otra, permita acciones bélicas como la invasión deIraq o hacen de la OTAN una organización ofensiva y no defensi-va.71 En esa nueva lógica, al tiempo que se globalizaban algunosámbitos, se localizaban otros, en una relación dialéctica donde serepetían o reconstruían las asimetrías propias del sistema capita-lista. Lo que abandonaba un territorio y se hacía global, transfor-maba, para una opinión pública que pretendía tener validez global,en étnico, local o particular ese ámbito que no había trascendidoun espacio físico concreto. La hamburguesa del medio Oeste hacelocal la hallaca venezolana; los jeans hacen étnica la guayabera; elrock y el pop hacen exótica la música del llano colombiano o elflamenco andaluz; la democracia liberal hace autóctona la demo-cracia asamblearia de Bolivia; el Banco Mundial o el Banco Cen-tral Europeo hacen provinciano al Banco Nacional de cualquierpaís, incluidos los europeos.

Esta suerte de dialéctica descompensada entre lo global y lolocal es válida para una forma de vestir, de alimentarse, de organizarsepolíticamente, de valorar el tiempo o de organizar las relacionessociales. Un Evo Morales que no viste traje occidental en su visi-ta al Rey de España es insultado por el escritor Vargas Llosa quien

70 Por eso firmes defensores del capitalismo como Joseph Stiglitz, Jeremy Rifkin,John Gray o George Soros son no menos firmes opositores de la lógica actual dela globalización e, incluso, de las medidas supuestamente keynesianas de la ad-ministración Obama.71 Martin Shaw, como vimos, ha presentado la existencia de un “Estado global oc-cidental”, que definiría las reglas de juego de la globalización. Robinson ha dadoun paso más allá en una dirección crítica. Para éste, el desarrollo de un potencialEstado transnacional –una organización tipo Estado que opera por encima de lasfronteras nacionales– va de la mano de una clase capitalista transnacional –queimpulsa ese Estado que refleja y articula sus intereses–. Véase Martin Shaw, Theo-ry of the global-State, Cambridge, Cambridge University Press, 2000. Igual-mente, William Robinson, A theory of Global Capitalism. Production, Class, andState in a Transnacional World, Baltimore, John Hopkins University Press, 2004.

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denuncia el arcaísmo de la chompa del indígena aymara. El estilodirecto de comunicación con su pueblo del presidente Chávez esdescalificado como populista y poco formal. Una protesta de po-bres se presenta como un problema de gobernabilidad; una pro-testa de ricos o clases medias como una revolución de colores. Altener lugar la globalización bajo la hegemonía occidental, especial-mente norteamericana, todo lo que se globalizaba tenía el sello decalidad y era homologado por los centros irradiadores de doctri-na. Por el contrario, lo que no era global, pasaba a ser local y, portanto, atrasado, arcaico, contrario al progreso, en definitiva, un fre-no para la modernización de los países. Es en la respuesta a estalógica donde nace la propuesta de una globalización contrahege-mónica. Una globalización impulsada por los de abajo y al servi-cio de los de abajo que, con las herramientas del presente y los re-cursos de su pasado, quiere reescribir el presente garantizando lapromesa de emancipación que pertenece a cualquier ser humanodesde la Ilustración.72

En aras de clarificar estos ángulos del proceso, Ulrich Beckpropuso diferenciar entre el proceso de mundialización económicaneoliberal (al que llamó globalismo), la existencia de una sociedadglobal que se referencia en términos mundiales (definida comoglobalidad) y el proceso de transnacionalización social (la supe-ración de los territorios, nominado como globalización).73 En elámbito de lengua francesa se insiste en una diferenciación similaral separar mondialisation (el proceso social) de globalisation (elproceso económico). Sin embargo, la indivisibilidad de lo socialhace esas diferenciaciones complicadas y escasamente operativas,pues pretenden diferenciar normativamente uno y otro conceptocuando, en realidad, son reversos de la misma moneda. La mun-dialización económica no puede analizarse al margen de las deci-

72 Boaventura de Sousa Santos, El milenio huérfano. Ensayos para una nuevacultura política, Madrid, Trotta, 2005.73 Ulrich Beck, ¿Qué es la globalización?, Barcelona, Paidós, 1998. Otros auto-res han llamado mundialización a la generalización de patrones culturales, globa-lización a los aspectos económicos y universalización o cosmopolitismo a los po-líticos. Para evitar confusiones y, sobre todo, para no hacer análisis parciales quehagan caer en el error de que hay globalizaciones aisladas del resto del compor-tamiento social, preferimos hablar de globalización económica, cultural, política,etcétera.

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siones políticas que la posibilitaron, ni el desarrollo tecnológicopuede comprenderse al margen de las formas culturales o jurídicasque forman parte de la estructura social de una sociedad. La so-ciedad es un todo que aunque se puede separar analíticamente nodebe luego dejarse desmontada. El reloj sólo da la hora cuando laspiezas están en su sitio. La llamada Marcha 2000 en defensa de lasmujeres fue organizada por parte de Naciones Unidas para con-cienciar sobre la igualdad de género. La llamada de atención in-cluía protestas en varios continentes. Una de las manifestacionestuvo lugar en Rabat (Marruecos), bajo el lema “Las mujeres con-tra la pobreza”, encabezada por la entonces secretaria de Estadonorteamericana Madeleine Albright y la mujer del entonces presi-dente, Hillary Clinton, junto a feministas que pertenecían a la bur-guesía marroquí. El mismo día que esa manifestación occidentali-zadora exigía el fin de la mudawana (el estatuto islámico de lamujer), muchas organizaciones de mujeres islamistas protestabancontra las feministas de Rabat, aunque compartían su oposición aldiscriminatorio y vejatorio estatuto. El argumento de los movi-mientos sociales marroquíes era sutil: el problema, desde su pers-pectiva, no era la falta de derechos de las mujeres en lo que concier-ne al reparto de la pobreza, sino “la pobreza en sí”. ¿Desfilarían–se preguntaban– las mujeres burguesas de Marruecos en una pro-testa contra el rey de Marruecos, cuya fortuna duplica el PNB detodo el país? ¿Irían en esa protesta la secretaria de Estado o la pri-mera dama norteamericana? ¿Desfilaría Madeleine Albright o Hi-llary Clinton en Washington contra las políticas del FMI o delBanco Mundial? ¿Qué derecho tenía a hablar del “crimen” que su-ponía el Estatuto islámico cuando se refiere a la ablación del clí-toris alguien como Albright que ordenó el bombardeo de Iraq? Di-ferenciar entre una globalización buena –la cultural– y otra mala–la económica– invalida estos análisis.74

74 Nadia Yassin afirmaba al respecto de esta manifestación: “No tenemos con-fianza en nada que haya sido apadrinado por las instituciones internacionales ymucho menos cuando esas tesis están siendo adoptadas por la monarquía marro-quí para revestirse de una pátina de modernidad e igualdad ficticia […] Mientraslas gentes se entretienen en la disputa entre hombres y mujeres por quién se lle-va la peor parte de la pobreza, las multinacionales se instalan en Marruecos ycomparten con las fortunas locales la gestión de los grandes contratos y las in-versiones, perpetuando uno de los regímenes más corruptos del mundo árabe”.

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Es importante entender que uno de los principales errores ana-líticos de la mundialización proviene de su análisis netamente eco-nómico, pues con frecuencia olvida que una de sus principalesconclusiones, el fin de los Estados nacionales, invalidaría, de sercierta, la propia posibilidad de existencia de las sociedades y lapropia continuidad de la economía. En otros términos, el supues-to clásico de la microeconomía del ceteris paribus (se observa elhipotético comportamiento de un elemento suponiendo que todoslos demás no cambian), no es aplicable si el elemento que varía esel Estado nacional. La unicidad social hace imposible que cam-bios en uno de los subsistemas sociales –en este caso, el político–deje invariable al resto. De manera que, si fuera verdad la crisisdel Estado nacional entendida como parálisis reguladora y aban-dono de los fines colectivos, debe considerarse que los sistemasnacionales (y por tanto, el sistema internacional) entrarían en unperiodo de inestabilidad y potencial desestructuración, donde elEstado ya habría entrado en una fase de incremento radical de larepresión o bien la sociedad incurriría en formas explícitas o lar-vadas de guerra civil a lo largo de todo el planeta. Esta visión apo-calíptica es cierta como tendencia, pero darla ya como real es con-ceder a los partidarios de la desaparición de los Estados nacionalesuna victoria que aún no poseen y que difícilmente alcanzarán.

Eso no quita que los cambios tengan, por fuerza, que afectar ala forma por excelencia de organizarnos políticamente, esto es, alos Estados y, por extensión, a los que han sido su músculo, es de-cir, a los partidos políticos. Pero una vez más nos encontramos conanálisis que como datos presentan sólo deseos. Pese a los cantosde sirena acerca del fin de las organizaciones estatales, nunca enla historia ha habido tantos Estados como a inicios del siglo XXI.Si en 1980 había 157 países miembros de Naciones Unidas, en1998 ascendían a 184 y a 192 desde 2006 (con la incorporación deMontenegro). 277 entidades tenían reconocimiento como países(nótese, sin embargo, que las nuevas incorporaciones en modo al-guno suponen una transformación sustancial en la relación defuerzas internacional: son, en todos los casos, pequeños Estados).

Véase “Fieles y traidoras”, en Pepa Roma, Jaque a la globalización. Cómo creansu red los nuevos movimientos sociales y alternativos, Barcelona, Grijalbo, 2001,pp. 109-116.

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Pero esta sintonía en la forma de la organización no equipara loscontenidos que incluyen. Cuando en el verano de 2006 miles depersonas intentaron llegar a través del sur de España al Dorado eu-ropeo, junto al drama del rechazo tuvieron que padecer la fatali-dad de que ningún Estado se hizo cargo de esas personas devuel-tas a Marruecos y dejadas a su suerte, sin dinero, comida, agua orefugio. Centenares de ellos perecieron abandonados en el desier-to porque ningún Estado reconocía derechos de ciudadanía a esosseres humanos. Y, obviamente, tampoco funcionaba ahí ese Esta-do transnacional que pudiera haberse hecho cargo de esas perso-nas (sin ápice alguno de ironía, podemos afirmar que no habríaocurrido lo mismo de ser bancos con problemas, líneas aéreas de-ficitarias o ejecutivos de multinacionales). Como los niños de lacalle de Colombia –de toda América Latina, de toda África, debuena parte de Asia–, son desechables, y su ausencia de capacidadde compra los invalida como seres humanos.75

Las nuevas realidades que trae consigo la globalización, una decuyas expresiones es la emigración, lleva a la obligatoriedad deincorporar la variable global en los análisis nacionales. Siendocierto que nunca los Estados nacionales han podido ser compren-didos sin la relación con el sistema internacional, es hoy aún másveraz que: “La asunción de que uno puede comprender la natura-leza y las posibilidades de una comunidad política con la simplereferencia a las estructuras nacionales y con los mecanismos delpoder político es claramente anacrónica”.76

La teoría liberal clásica del Estado (Jellinek, Heller, Weber),asentada sobre la base del territorio, la población y la soberanía eshoy claramente insuficiente. El sistema inter-nacional, nacido en1648, tras la Paz de Westfalia (y que se basaba en el reconoci-miento mutuo de las fronteras y de la jurisdicción sobre ellas) seestá reconfigurando hasta cambiar su fisonomía, mecido por los

75 Cabe señalar una salvedad: el turismo sexual que practican, principalmente, lospaíses del Norte. Los contactos sexuales con niños y niñas, duramente persegui-dos dentro de los países desarrollados, gozan de grandes facilidades en los paísesdel Sur gracias a la falta de impedimentos de las autoridades (o a su facilitaciónal estar muy ligado al turismo), a la labor de las agencias de viajes especializadasen esta peculiar forma de conocer otros países y, principalmente, a los problemaseconómicos de las familias que impulsan o toleran esos comportamientos. 76 David Held, La democracia y el orden global, Barcelona, Paidós, 1997, p. 400.

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vientos de los intereses particulares y también por las presionesigualitarias de los pueblos, empujado por un desarrollo tecnológi-co que parece poderlo todo y también por la pequeñez del ser hu-mano que se manifiesta contundentemente en las catástrofes cli-máticas y en la fragilidad cotidiana de la vida, oscilando entre eloptimismo de la idea de progreso y el pesimismo de los desastresacumulados. Entre esos huracanes y maremotos, vientos favora-bles y galernas peligrosas, y en ausencia de una carta de navega-ción fiable, se mecen los Estados, en un vaivén incierto, en el marcrispado del recién surcado siglo XXI.

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VII

VAIVENES DEL ESTADO ENTRE LACOMPLEJIDAD Y LA GLOBALIZACIÓN

“Yan Chu, llorando en la encrucijada decía: ¿Noes aquí donde das medio paso en falso y te des-piertas a mil millas de distancia?”

Proverbio tradicional chino.

Si los Estados han sido las organizaciones políticas por exce-lencia en los últimos dos siglos, la globalización, como proceso quesupera las fronteras, es un diálogo –con frecuencia devenido en mo-nólogo– con estas instituciones. Más rotundamente: no puede en-tenderse la globalización, como venimos analizando, sin entendersequé ocurre con los Estados nacionales. Adelantemos que el enemigoinicial de la globalización, como ocurrió anteriormente con la cons-trucción estatal, eran las fronteras (cada divisoria es una aduana quedificulta el mercado; también es una jurisdicción propia que frena laconcentración de poder político). Los actores del proceso de globa-lización incapacitaron al Estado como regulador socialdemócrata (elEstado nacional keynesiano) sólo después de hacerse con sus man-dos, a veces con la fuerza (Chile en 1973) otras veces, las más, en lasurnas.77 Esta interrelación dificulta aún más la comprensión de estosfenómenos cuya movilidad desenfoca constantemente el objetivo.

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77 Es importante entender que el consenso socialdemócrata de posguerra fue prin-cipalmente electoral, pasado un primer momento de confrontación laboral y augehuelguístico. Fue el laborismo inglés el que consolidó una sociedad de clases me-dias en Inglaterra. Esas mismas clases medias fueron las que decidieron cerrar lapuerta detrás de ellas, votando en 1979 a Margaret Thatcher. No hay espacio parauna regulación social de la economía si no va acompañada de procesos educati-vos que comprometan y corresponsabilicen a la ciudadanía con esos logros. Unode los errores del teórico de la ciudadanía, Thomas H. Marshall, fue creer que losderechos ciudadanos no son reversibles.

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Por complicar más las cosas, las sociedades se han vuelto máscomplejas, es decir, lo que antes se entendía como un conjunto depersonas encuadrables en grandes relatos –la condición laboral, lanacionalidad, la ideología, la religión– ahora se ha disgregado enfragmentos especializados que pugnan por convertirse en estructurasautorreferenciadas con una lógica propia y difícilmente comunica-bles entre sí: identidades étnicas, preferencias sexuales, especializa-ción profesional, opciones religiosas particularizadas, grupos reduci-dos de acción política o social, niveles narcisistas de consumo quebuscan enaltecer la diferencia, grupos cerrados autoidentificados, de-sagregación de las opiniones políticas, seguidores agrupados en tor-no a figuras del ocio, el deporte o la cultura, consumidores de pro-ductos audiovisuales y, como discurso general, una exaltación delindividualismo. Esta fragmentación compleja complica la gestiónadministrativa, que tiene que dar respuesta particular allí donde an-tes le servían soluciones más generales. De ahí que con frecuencia seconfundan ambos conceptos que, sin embargo, refieren realidadesmuy diferentes. Donde antes bastaba una ventanilla administrativapara gestionar cada asunto público, ahora son necesarias tantas ven-tanillas como ciudadanos reclaman su gestión particular.

Es igualmente importante reseñar las transformaciones moti-vadas por los fenómenos de globalización distinguiéndolos de aque-llos referidos al desarrollo de la complejidad, de este incremento dela diferenciación y especialización social e institucional. Es de granutilidad distinguir entre estos conceptos, pues desarrollos socialescomo el feminismo, la descentralización administrativa o el surgi-miento de los nuevos movimientos sociales a menudo quedan en-mascarados o relegados en el discurso de la globalización, mientrasque cobrarían preeminencia desde un análisis de la complejidad. Laglobalización no puede convertirse en una palabra comodín que loexplique todo, a riesgo de vaciarse de contenido analítico (si todo esglobalización, no podemos saber qué es la globalización).

Tabla 5. La evolución de los valores hacia el individualismo neoliberal

Los valores de la derecha durante el capitalismo keynesianoeran valores consistentes con bases sociales que manteníanla estructura social. Frente a esto, la izquierda sostuvo valo-

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res colectivistas, alentada más por el faro soviético y muchomenos por la teoría marxista. Los valores neoliberales hayque entenderlos dentro de una compleja gama de causas:• Las necesidades de acumulación capitalista, donde el Es-

tado nacional se había convertido en un corsé que habíaque superar. Por eso, la tarea fundamental le va a corres-ponder a dos instancias que no necesitan patria: las multi-nacionales y el sector financiero (de hecho, los prestamis-tas siempre fueron “internacionales”).

• La profundización en los valores individualistas propiosdel capitalismo (al igual que la realidad socialista llevó a laradicalización de los valores colectivistas inscritos en suánimo social), que exacerbaron la figura del individuo, deltriunfo personal, de la recompensa al esfuerzo particular.

• La respuesta a la presión del socialismo realmente exis-tente y al credo emanado del marxismo-leninismo sovié-tico, que radicalizó y justificó el individualismo (AynRand, Hayek, Von Mises).

• Todo esto posibilitado por un desarrollo tecnológico y unaoferta productiva y comunicativa que ahonda en el frag-mento, donde destacan:

– Los medios de comunicación, encargados de ofertarpan y circo en un momento de debilitamiento de la la-bor de control de la iglesia y de los mecanismos tra-dicionales de la escuela y el ejército como factores desocialización.

– El crecimiento de la economía de servicios, que di-suelve la fábrica como espacio de creación de contra-poder y fragmenta las luchas (crisis del sindicalismo).

– La enorme producción de bienes, con la promesa uni-versal de que cualquiera puede ser un rey o una reina,expresada en un supuesto acceso a bienes que antañosólo podían consumir las clases más privilegiadas. Laconstante oferta de novedades para el consumo, queexacerba el consumismo y encadena a la rueda delendeudamiento y del deseo libidinal por la posesiónde bienes.

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– La ruptura de una idea de la satisfacción incremental,es decir, la asunción de que es necesario un esfuerzoinicial para tener un bienestar posterior. Esto se rompedebido al bombardeo de la publicidad y al debilitamien-to de los procesos de socialización. Los concursos queinvitan a enriquecerse en una hora, el dar un “pelotazo”,el enriquecimiento especulativo, la ruptura de las tasas“justas” de beneficio y su sustitución por la oferta deenriquecimiento inmediato (conseguido a través de ca-pitalismo financiero y de un cortoplacismo extremo).

– El incremento del consumo de drogas, en parte comofrustración por no alcanzar el paraíso prometido, enparte por el negocio que implican.

– El incremento de las zonas marrones en la periferiade las grandes ciudades.

– El surgimiento de categorías contradictorias: los po-bres obesos –el colesterol alto como causa principalde muerte de los pobres en Brasil–; meninos de la ruaque roban a niños de clase media las zapatillas; la fi-gura de los “niños pobres” para identificar a ese niñode clase media que no tiene el último modelo de telé-fono y es despreciado por sus compañeros; etcétera).

Frente a esta fragmentación, las nuevas formas de demo-cracia enfrentan un reto descomunal. El hombre nuevo sólopuede ser el hombre viejo en nuevas circunstancias. Sólocambiando las condiciones sociales, cambia el comporta-miento del ser humano. Eso es lo que reconocemos como un“cambio de la persona”. Las estructuras neoliberales devas-taron las últimas redes sociales, que, además, coinciden conun éxodo del campo a la ciudad, con la correspondiente pro-letarización del desarraigo. Por eso, para la construcción delas alternativas es necesario identificar los nuevos valores:

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Capitalismoliberal

Socialismo Neoliberalismo Socialismos del siglo XXI

Patria (identificadacon propietarios)

Internacionalismo Apertura de fronteras

Patria identificada con las mayorías yenfrentada a los im-perios

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Como apuntábamos más arriba, entender el Estado ha sido unreto mal resuelto en las ciencias sociales. Por un lado, por su con-dición múltiple y cambiante, dotado de mil esquinas que adquie-ren formas diferentes según el lugar y el momento histórico. Semantiene la palabra, pero el contenido –el fenómeno– es tan va-riable como la realidad histórica que hay detrás. Por otro, debidoa que la propia tarea de comprensión ha estado llena de defectos yerrores de partida que terminan por embrollar la imagen de la rea-lidad. Si los conceptos debieran servir para ordenar la realidad,vemos aquí que, como haría un calamar constantemente amenaza-

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Bandera nacional Bandera roja Liberalización Bandera nacionalcomoantiimperialismo

Familia patriarcal Derechos de lamujer

Libertad sexual/ derecho a la intimidad

Familia igualitaria

Honor Dignidad proletaria Éxito Reconocimientosocial

Trabajo Salario digno y derechos sociales

Enriquecimiento Trabajo compatiblecon el ocio

Trabajador como consumidor

Trabajador como héroe

Trabajador como coste de producción

Trabajador como creador libre de valor de uso

Comunidad (divididaen clases)

Partido y sindicato Falta de compromisocolectivo

Comunidad(organizada en movimientos)

Persona Colectivismo Individualismo;autonomía individual

Multitud

Frugalidad Suficiencia Exceso Sustentabilidad

Función social de lapropiedad privada(responsabilidadsocial de la empresa)

Socialismo (comosolidaridad y abolición de la propiedad privada)

Egoísmo como valor extremo (descalificación de lasolidaridad como creadora de pobreza)

Autonomía colectiva

Productivismo Productivismo Productivismo Ecologismo

Estatista y autoritariopara garantizar latasa de ganancia

Estatista y autoritariopara la acumulaciónsocialista

Mercantilista y autoritario

Pluralidad ideológicay articulación pública no estatal

Orientación mítica hacia el futuro

Orientación mítica hacia el pasado

Orientación mítica hacia el presente (finde la historia)

Orientación mítica hacia una recuperación críticadel pasado y una re-construcción utópica(Bloch) del futuro,actualizados ambosen el presente

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do, la tinta y el emborronamiento son parte inherente a sus análi-sis. En términos generales, en esa confusión encontramos las dife-rentes ideologías: al liberalismo atribuyendo al Estado una plura-lidad que sólo ha existido en sus discursos; por su parte, vemos ala derecha justificando el papel del Estado como aparato de clase–proponiendo uno que premie la competencia, castigue el fracasoy reprima la queja–, al tiempo que lo cosifica y niega su condiciónde instrumento de dominación; tenemos a la izquierda, especial-mente la marxista, zanjando la discusión sobre el Estado, mientrasdecreta la necesidad de darle el empujón definitivo que adelantesu ruina para que empiece una fase luminosa de la humanidad (aun-que se deja en la oscuridad qué pasaría el día después); en otrolado, la socialdemocracia, convencida de su capacidad para do-mar el monstruo salido del fondo del mar, aunque tomándose concalma la represión ejercida por el Leviatán y engrasando mientrastanto los engranajes de su reconversión neoliberal y su función deEstado al servicio de la competitividad internacional. Y sin olvi-dar al anarquismo, de uno u otro signo que, por diferentes razonesy con diferentes métodos sólo quiere dinamitar esa casa del mal.

Por eso, y al igual que con tantos conceptos de la ciencia social,en los inicios del siglo XXI, convenimos en que para empezar a pen-sar una realidad hay que comenzar por despensar las palabras.78

Entre los muchos errores, quizá el principal ha sido olvidar que larealidad es un todo trabado que sólo se separa por razones analíti-cas (de hecho, ana-lisis significa des-anudar). Estado, sociedad,individuo, clase, intelectual, centro o periferia son categorías que,con demasiada frecuencia, nos hacen olvidar que la realidad quequieren referir en ningún caso existe aisladamente. Todas influyenen todas, y la pregunta acerca de quién determina a quién suele es-caparse por los mismos derroteros que la pregunta histórica acercadel huevo y la gallina o el sexo de los ángeles: debates para ocio-sos que no merecerían la pena si no fuera porque en su nombre, ytras aislar alguno de ellos, se toman luego decisiones políticas que,al no encajar con lo real, fuerzan al cuerpo social (sea absolutizan-do al Estado o al individuo, ignorando que no hay centro sin peri-feria, creyendo que una parte puede representar al todo o cualquier

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78 Immanuel Wallerstein, Unthinking Social Science, Filadelfia, Temple Uni-versity Press. 2001.

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otra locura sancionada por intelectuales colgados de una nube opensadores paniaguados).

Los Estados reflejan sociedades y las sociedades se dejan in-fluir por los Estados. No existe ninguna sociedad sin política (des-de hace dos siglos y para el ámbito occidental, podemos decir sinEstado) y, obviamente, no puede existir un Estado sin sociedad(más allá de esos mundos virtuales que son los paraísos fiscales,Estados sólo desde un punto de vista jurídico). De la misma ma-nera, tampoco los intelectuales están suspendidos del cielo ni losempresarios, más allá de metáforas, son entes etéreos; tampoco losindividuos pueden pensarse al margen de su biografía concreta, sutiempo y su lugar. Y no es posible entender las clases sociales fue-ra de sus contextos históricos ni del contexto de quien usa esa ca-tegoría para intentar explicar algo.

Pero el pensamiento moderno burgués ha sido fragmentador y,al igual que con otras ficciones –por ejemplo, afirmar, como sehizo en los orígenes del parlamentarismo, que los varones propie-tarios representaban a toda la nación–, tomaron recurrentementela parte por el todo en las ciencias y construyeron una razón que,al tiempo que podaba partes importantes de la realidad, se presen-taba como el paradigma por excelencia de la ciencia y de la razón.Sólo desde sus laboratorios se podía decir qué era razón y qué erairracionalismo, lo que merecía el adjetivo de científico o de acien-tífico, lo cual implicaba conceptos explicativos y mera ideología.Un eurocentrismo de varones, blancos, cristianos y ricos que, enexpresión de Santos, se impuso en los últimos siglos por todo elglobo a fuerza de crear epistemicidios.79

Al igual que en demasiados manuales aparece escrito que Ma-quiavelo inventó el Estado moderno –cuando lo único que hizofue recoger el uso que se le daba en la Florencia de su época– exis-ten conceptos en la ciencia política que, con excesiva frecuencia,no tienen más referencia de la realidad que la ensoñación de quienlos usa. Cuando se define al Estado, la honestidad intelectual de-biera buscar que ese entramado de instituciones, personas, roles,etc. que centra el poder político en un territorio concreto puedaaprehenderse en la definición de Estado recogida en el concepto.

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79 Boaventura de Sousa Santos, Crítica de la razón indolente, Bilbao, Desclée deBrower, 2003.

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Pero un somero repaso nos aleja de esta idea. Nos encontramos conanalistas poco cuidadosos que entienden el Estado solamente comouna estructura o una institución encadenada a sus propios meca-nismos burocráticos; otros, por su parte, lo explican como un actorcon entidad propia que obedece sólo a su voluntad e intereses (unagente político según la terminología social); aquellos otros comoun reflejo mecánico de los conflictos sociales; estos de aquí comola articulación plural de los intereses colectivos; los de más alláequiparando Estado con gobierno; los de más acá afirmando que elEstado es pura violencia; otros diferentes defendiendo que es la eti-cidad pura donde se solventan los conflictos sociales…

Pero la realidad suele ser más compleja que los conceptos. Poreso recordaba Marx que las categorías eran también históricas.Por eso Weber se acercó a esto mismo al llamar a las categorías ti-pos ideales, aunque alejándolos de esa vinculación real que se pre-tendía en el marxismo. El Estado puede ser todo eso, aunque tam-bién más y también menos, tomando su forma concreta de aspectostemporales difícilmente predecibles. Aquí entra la teoría como unanecesidad. La información que lanza el Estado es contradictoria:el Estado de bienestar sueco, con altas prestaciones y altas tasasimpositivas financiadas con imposiciones universales; el Estadonorteamericano, que al tiempo que carece de seguridad social paratodos sus ciudadanos puede organizar en semanas la invasión aIraq; los Estados subsaharianos, los cuales no reconocen a sus ciu-dadanos que emigran a Europa; el Estado venezolano, que igualpuede recuperar la riqueza petrolera y redistribuirla a través de po-líticas públicas participativas –las misiones– o el que en tiemposde la IV República la repartía entre algunos miles de familias; elEstado argentino, que malvendió bajo Menem el país a las multi-nacionales; el Estado de Liechtenstein, que funciona como un pa-raíso fiscal; el Estado alemán, organizado sobre el acuerdo corpo-rativo entre el gobierno, los trabajadores y los empresarios… Deahí que sea necesario contar con una teoría que nos permita orde-narlo. Hablar de globalización, insistimos una vez más, exige unateoría del Estado en la globalización.

Una teoría que, necesariamente, nos podrá señalar tendencias ge-nerales, pero que tendrá que afirmar que el resultado final depen-de de demasiadas variables, muchas de ellas impredecibles, y que,por tanto, renunciará a afirmaciones deterministas. Se podrá defen-

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der un análisis según el cual la burguesía, necesariamente, inten-tará hacerse del Estado como un recurso al servicio de su procesode acumulación; se podrá argumentar que en esa búsqueda, la bur-guesía puede fraccionarse en diferentes grupos con intereses in-cluso contrapuestos; se podrá entender que la población moviliza-da sea capaz de derribar gobierno tras gobierno porque el controldel Estado no sirve para responder a sus peticiones; se podrá de-fender que cuando cesan las movilizaciones sociales la probabili-dad de que regresen grupos políticos y comportamientos anterio-res es muy alta, y así hasta el infinito. En definitiva, pueden hacerseafirmaciones acordes con las lógicas de poder que se definan, contendencias ancladas en la observación del comportamiento decada país y en el acumulado teórico disponible, pero cualquierpredicción no podrá tener más valor que el probabilístico. El fu-turo, hay que insistir en esto, no está escrito. Una reivindicaciónde la política en la globalización implica asumir que será el con-flicto social la variable –igualmente dependiente– que perfilará eltipo de sociedad en la que se viva.

La centralidad que en la ciencia política ha tenido el Estado sedebe a que le corresponde a esta institución, como organismo cen-tralizador, intentar que todas las piezas de una sociedad dada en-cajen en última instancia según la lógica dominante. Lo que notermine de solventar el autocontrol, las sanciones sociales, el mer-cado, la ideología, la socialización, el adoctrinamiento, la rutina,al final es ayudado por el Estado a través de recompensas y casti-gos, de la aplicación de leyes, de las sanciones económicas y laviolencia legitimada. Si el Estado tiene la pretensión de ser el ga-rante último del sistema, sea cual sea éste (y nótese que hablamosde una pretensión, no de un hecho cierto), es porque se trata deuna estructura que está concebida para mantener esa forma de do-minación, esa estructura de obediencia social (la selectividad es-tratégica o estructural del Estado). De ahí que, en sociedades ca-pitalistas, el Estado sea, como planteó Marx, el que, en últimainstancia y como tendencia, defienda los intereses conjuntos de laburguesía. Por un lado, está la selectividad estratégica que formaparte de su lógica estructural; por otro, la burguesía es hegemóni-ca socialmente, más allá incluso de las peleas entre los grupos depoder por conseguir mayores cuotas de mercado o de los conflic-tos internos que existan entre las diferentes fracciones de la clase

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dominante. Coca Cola es la enemiga de la Pepsi Cola siempre ycuando no aparezca un enemigo mayor –por ejemplo, tensioneslaborales que exijan la cogestión en las empresas–, momento endonde, si ellas mismas no se alían para luchar contra el mundo deltrabajo, el aparato de Estado capitalista valorará qué decisión tomapara garantizar el sistema para cuya lógica trabaja, o mutará paraincorporar una nueva. Aunque, si damos una vuelta más, vemos queesto no es sino una tautología, un argumento casi circular. Si el Es-tado es un decantado de la sociedad, a una sociedad históricamen-te capitalista le corresponderá un Estado capitalista. Aumenten enuna sociedad los componentes socialistas –o democráticos o femi-nistas o islamistas– y el Estado, pese a su trayectoria y la rutina an-clada en sus estructuras, terminará por adaptarse a esa nueva so-ciedad y convertirse en un Estado socialista, democrático, feministao islámico.

Leyes, ejércitos, policías, derechos de propiedad, escolarización,instituciones universitarias, presidios, contactos exteriores, iglesias,medios de comunicación, modelos de familia, partidos políticos,asociaciones intermedias, tipos de ocio, responsabilidades mora-les son todos ladrillos que apuntalan el modelo de sociedad que re-fleja el Estado y que éste sostendrá, como institución que se alimen-ta de la lógica con la que la sociedad lo ha amamantado, cuando lanoche caiga y los ciudadanos duerman.

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VIII

NOVEDAD Y RECURRENCIA DE LOS

PROCESOS DE GLOBALIZACIÓN

Se necesita una educación pública que no re-gale todo el patrimonio emocional al dema-gogo.

Andrea Carandini

Una vez más en la historia de la humanidad, esta vez de mane-ra real y completa, la tierra ha dejado de ser plana.

Goran Therborn ha identificado cinco olas globalizadoras a lolargo de la historia.80 Estas oleadas han sido seguidas en algunoscasos de olas desglobalizadoras, si bien no puede presentarse nin-gún tipo de evidencia cíclica al respecto que permita establecer al-guna evidencia pendular. Sobre la base de esa tipología, podemosseñalar las siguientes globalizaciones:

1) la difusión de las religiones mundiales (cristianismo, hinduismoe islamismo), con un momento crucial entre los siglos III y VII denuestra era;2) la conquista colonial europea iniciada en 1492, caracterizada porel comercio de especias, el saqueo, la extracción de metales pre-ciosos y las plantaciones de esclavos, así como la desarticulaciónde los continentes americano y africano;3) la generalización de la imprenta y las primeras guerras globalesoriginadas en los conflictos de poder intraeuropeos, especialmenteentre Francia e Inglaterra y sus respectivos aliados (fechadas en-tre los siglos XVII y XVIII);

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80 Göran Therborn, “Globalizations. Dimensions, Historical Waves, Regional Ef-fects, Normative Governance”, en International Sociology 2, 15 (2000).

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4) el momento álgido del imperialismo europeo, que abarca desdela segunda mitad del XVIII hasta 1918, caracterizado por el incre-mento del comercio, las grandes migraciones transoceánicas, lasnuevas posibilidades de transporte y comunicación, el poder de lascañoneras y el patrón oro;5) las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, especialmente laGuerra Fría, que globalizaron ideológicamente el mundo obligandoa todos los países a posicionarse respecto de los dos grandes bloquestambién en lo económico y militar (algo que afectaba incluso a losNo Alineados); a esto habría que añadir la generalización de un pe-ligro global ligado al uso de la bomba atómica, así como la genera-lización del deterioro ecológico;6) a partir de finales de los años setenta, con la ruptura del sistemade Bretton Woods –fechada en 1973–, se da una globalización fi-nanciera y también cultural –para justificar el nuevo modelo–, quecoincide con el fracaso de los desarrollismos latinoamericanos, elhundimiento de la URSS (con la consiguiente crisis general de laideología de izquierda, de la que no se libraron ni los críticos del to-talitarismo soviético) y la hegemonía neoliberal (de ahí que sus ras-gos sean la desregulación, la abolición de los controles estatales, lasprivatizaciones, la flexibilización laboral, etc.). Ahora se registrauna migración diferente a la de la cuarta ola, llegando a Europa oc-cidental y a Estados Unidos población proveniente de África, Asia,Europa del Este y América Latina que transforma el panorama cul-tural existente hasta la fecha. Además se constata la existencia demedios de comunicación que tienen realmente un alcance global (eninglés o en traducciones del mismo discurso) y que transmiten entiempo real vía satélite, al igual que el surgimiento desde el campomilitar de un medio revolucionario, Internet, que todavía no ha de-sarrollado sus potencialidades y que será, con alta probabilidad, unlugar de conflicto de los derechos de ciudadanía.81

Al igual que en el siglo XVI aquella globalización acabó con elmito del finis terrae, el actual mito de la globalización, más todos loscambios reales coetáneos a esa transformación, se han lanzado, como

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81 Desde el Pleistoceno medio (hace medio millón de años), y con el homo hei-delbergiensis y su manipulación técnica de la madera para construir nuevos ins-trumentos de caza, queda manifiesto cómo el desarrollo tecnológico y su utiliza-ción transforman el resto de la organización social. Consúltese Eduald Carbonelly Robert Sala, Planeta humano, Barcelona, Planeta, 2000.

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hemos señalado, a la desenfrenada desintegración del espacio y eltiempo. Del espacio al hacerlo todo uno, forzando a la eliminación realo simbólica de fronteras. Del tiempo, al acortarlo hasta permitir a unaelite, como aprendices de dioses, a vivir simultáneamente en muchaspartes a la vez, en un nuevo tiempo que desafía la realidad física delos seres humanos. Ahora bien, el salto a las justificaciones acerca delfin de los Estados nacionales es, como hemos apuntado, más ideoló-gico que científico. Las justificaciones suelen configurar un discursoanalítico que termina por transformarse en una excusa neoliberal paraevidenciar el fin de la regulación política redistribuidora y su sustitu-ción por la regulación desreguladora mercantil, según la utopía delviejo liberalismo de un mercado mundial autorregulado o atendido sóloestatalmente con motivo de sus fallos una vez que se hayan producido.

La globalización no puede zanjarse, como hacen algunas es-cuelas, planteando su existencia como un mero mito, donde no esposible identificar alguna novedad, tratándose simplemente de unfantasma que enmascara una dominación secular. Más allá de lasmeridianas transformaciones económicas y tecnológicas, es obvioque una reflexión sobre el Estado, a comienzos del siglo XXI, nopuede ignorar las transformaciones políticas telúricas de la últimadécada del siglo: revolución informática y comunicacional; hundi-miento de la URSS; aceleración de los procesos de transnacionali-zación y de creación de bloques regionales políticos y económicos;auge de los nacionalismos y de las identidades excluyentes; aumen-to de la descentralización administrativa; hegemonía económica delneoliberalismo; crisis de la deuda en los países del tercer mundo; in-cremento de las desigualdades económicas entre el Norte y el Sur;polarización de la riqueza en la práctica totalidad de las nacionestanto desarrolladas como en vías de desarrollo; y, como correlato deesto último, la transformación de los clásicos conflictos entre Esta-dos en conflictos internos en forma de guerras civiles (“paz de losEstados y la guerra de las sociedades”, en expresión de Hassner).

Tabla 6. Optimistas y pesimistas: antes y después del fin del mundo

[…] la naturaleza del capitalismo, señaló Marxen una ocasión, se hace visible en las crisis.

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Entonces es posible ver algunas cosas que an-tes permanecían ocultas. Una de ellas es que elsistema entero gira en torno a las ganancias yno a las necesidades humanas.

Michael Lebowitz, Construyámoslo ahora. Elsocialismo para el siglo XXI.

Un rasgo repetido del discurso oficializado de la globaliza-ción se refiere a la impotencia de las transformaciones. Comoveíamos en el prólogo, a mediados del siglo pasado, y con esamezcla de humor negro y ciencia ficción que caracteriza a su li-teratura, el escritor polaco Stanislaw Lem escribía: “no esperéisdemasiado del fin del mundo”. La frase no hubiera desencajadocomo frontispicio del recién iniciado siglo XXI, pues éste seinauguró con interpretaciones contradictorias acerca de lo quese esperaba en el nuevo milenio. Para unos, el fin del mundo erauna más de las supersticiones de la prehistoria de la humanidad.Ese escenario oscuro habría sido derrotado con la caída de laUnión Soviética, trayendo consigo el fin de la historia y la des-aparición del conflicto social. Para otros, seguramente más cer-canos a la intención sarcástica de Lem, ni siquiera en el fin delmundo se encontraría una solución a todos los problemas.

Por un lado, optimistas creencias en que el impulso queatravesaba el planeta, la mundialización, era la clave para unasuerte de “punto cero” de la humanidad, apoyada por un desa-rrollo tecnológico que pronosticaba grandes avances. Era elmomento de la ciencia, que permitiría avances largamente so-ñados: la victoria definitiva sobre el tiempo y el espacio; ladesaparición de las fronteras comerciales; el descubrimientode nuevas medicinas y vacunas; posibilidades económicas re-volucionarias y vírgenes, vinculadas a la telefonía y la infor-mática; todo tipo de ingenios inteligentes; la generalizaciónde los derechos humanos en todo el globo; y una informaciónveraz y democrática ligada a las posibilidades de conocer entiempo real todo lo que sucede en cada rincón del planeta.

Por otro lado, quejas acerca de nuevas formas de desigualdad;miedos producidos por la indefensión ante la armada comercial

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de los países más desarrollados; precauciones debidas a la se-paración entre economía y política (e, incluso, entre economía ysociedad, al quedar grandes núcleos humanos al margen del con-sumo); sospechas de homogeneización cultural; constatación delincremento del militarismo; redoble de los tambores mediáticosunificando el pensamiento y silenciando a la oposición; resque-mor ante el crecimiento de los integrismos; pánico ante la mer-cantilización de la salud y el bienestar; terror ante un nuevo re-parto hegemónico del mundo ejecutado con guerras inteligentes.

Mientras que la premisa homogeneizadora de la visiónoptimista se podía resumir en la celebración del año 2000como espectáculo global y tecnológico, disfrutado a travésde las pantallas de televisión, la visión negativa, tambiénconvocada por la pequeña pantalla, se veía reflejada de ma-nera reticular en un sinfín de advertencias que terminaríanculminando en la crisis económica mundial de 2009: la con-fusa victoria republicana de Bush en las elecciones estadou-nidenses y el posterior estancamiento en la guerra de Iraq; lasalida del PRI del Gobierno en 2000 tras 71 años de manda-to ininterrumpido en México, así como el avance de las po-siciones radicales (incrementadas más tarde por la denunciade fraude realizada por Andrés Manuel López Obrador traslas elecciones presidenciales de 2006); la victoria de dife-rentes fuerzas de izquierda críticas con la globalización neo-liberal por toda América Latina: de Hugo Chávez en Vene-zuela, de los Kirchner en Argentina; de Evo Morales enBolivia, de Lula Da Silva en Brasil, de Tabaré Vázquez enUruguay, de Michel Bachelet en Chile, de Daniel Ortega enNicaragua, de Rafael Correa en Ecuador, de Fernando Lugoen Paraguay; de Mauricio Funes en El Salvador; las recu-rrentes crisis de las bolsas mundiales y la quiebra de grandesempresas fraudulentas norteamericanas; la era de vulnerabi-lidad abierta con los confusos atentados del 11 de Septiem-bre; la posterior guerra contra Afganistán y la imposibilidadde cerrarla; el estallido de hambrunas y epidemias en paísesdonde se habían desterrado eso males; el incremento de ca-tástrofes naturales o ecológicas a lo largo de todo el planeta;el agravamiento del drama de la inmigración desde los paí-

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ses empobrecidos; la crisis financiera, inmobiliaria, laboral,energética y alimentaria en la que se sumió el planeta desdefinales de 2008; la elección de Barack Obama, el primer Pre-sidente negro de la historia de los Estados Unidos, comosímbolo desesperado de la necesidad de una salida mágica.

Si algo comparten optimistas y pesimistas, es que nosencontramos en un mundo en profunda transformación. Lasdiferencias surgen a la hora de entender la dirección de esoscambios. Las preguntas obligadas en tiempo de mudanza es-tán servidas: ¿Sabemos cuál es realmente la salida? ¿Tene-mos indicios para entender hacia dónde nos encaminamos?¿Qué horizonte nos espera detrás de la última curva?

Pero las comparaciones con otras etapas de la historia del mun-do carecen de rigor científico, pues se están comparando magni-tudes que no son homogéneas, siquiera fuera porque el sustrato fí-sico, el planeta Tierra no es el mismo y las diferencias cualitativasquedan enmascaradas en los porcentajes estadísticos. En 1900 ha-bía en el mundo 1650 millones de seres humanos; en la primeradécada del siglo XXI ya son 6.600 millones. Los incrementos en lascantidades de óxidos de nitrógeno y dióxido de carbono emitidasa la atmósfera se ha disparado en los últimos treinta años. ¿Sobrequé base, pues, hacer las comparaciones? Como en otros momen-tos de la historia del capitalismo, los incrementos cuantitativosterminan operando cambios cualitativos. Atendiendo a esta limita-ción del comparativismo, podemos afirmar que la novedad de laglobalización se constata en los siguientes campos:82

1) Comunicación: transporte aéreo, telecomunicaciones, mediosde masas electrónicos (Internet), publicaciones globales;2) Mercados: productos globales, estrategias mundiales de venta;fijación global de precios; negociaciones financieras sobre pro-ducción global futura que condicionan a los mercados.3) Producción y distribución: cadenas de producción de caráctermundial, búsqueda mundial de insumos; redes mundiales de dis-tribución; normas de calidad globales.

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82 Jan Aart Scholte, Globalization. A critical introduction, Nueva York, Palgrave,2000, p. 55. He incorporado aquí nuevos rasgos y categorías.

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4) Dinero: monedas globales, tarjetas bancarias y de crédito co-nectadas a redes globales, liquidez digital. 5) Finanzas: mercados globales de intercambio, bancos globales,comercio mundial de bonos, acciones globales, mercados de deri-vados globales, negocios globales de seguros.6) Derecho: incremento de la legislación internacional; aumentode la obligatoriedad nacional de cumplir con las leyes y reglasmundiales; incremento de la capacidad de sanción global ante in-cumplimientos en la adopción de las leyes internacionales.7) Organizaciones: agencias globales de gobierno, compañías glo-bales, alianzas estratégicas corporativas globales, asociaciones ci-viles globales; redes científicas mundiales; integraciones regiona-les referidas globalmente.8) Ecología social: atmósfera global (cambio climático, agujero deozono, lluvia ácida y peligro radiactivo), bioesfera global (pérdidade diversidad biológica, deforestación), hidrosfera global (subidadel nivel del mar, contaminación marina, reducción del agua dulce),geoesfera global (desertificación, pérdida de superficie cultivable); 9) Conciencia: medios de comunicación globales; comercializaciónglobal de productos audiovisuales; concepción del mundo como unlugar único, símbolos globales, acontecimientos globales, solidaridadglobal, pensamiento particular referenciado en términos globales. 10) Amenazas y retos: construcción de un enemigo global (el te-rrorismo); alianzas militares supranacionales; invasiones militareslegitimadas por organismos supranacionales; presencia de mafiasy redes de delincuencia global. Proliferación de armamento nu-clear; emigraciones masivas motivadas por la desesperación y lapolarización económica, alentadas y posibilitadas tecnológica-mente (mayor información y mejores medios de transporte).

Esta universalización cualitativa de espacios invalida, por tanto,la afirmación según la cual la globalización no supone nada nuevo,argumento que se defiende apuntando que la internacionalización esun proceso consustancial con el sistema capitalista (el capitalismosiempre fue un sistema de vocación mundial), o comparando flujosde capital y mercancías con los de hace cien años. Si bien es ciertoque la internacionalización (podemos decir: el imperialismo) estáinscrita en el núcleo del sistema capitalista, la cantidad de los flujossociales de intercambio y la cualidad de los cambios, que afectan di-rectamente a cuestiones de soberanía y de identidad, hacen perfecta-

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mente legítimo hablar de la globalización como una fase diferentedentro del desarrollo capitalista, algo aun más obvio si se consi-dera, como hemos apuntado, la formación internacional de precioso el progresivo desgaste medioambiental del planeta.83

Tabla 7. La globalización como ilusión: teoría del capitalismomonopolista de Estado

Desde las teorías del capital monopolista, basadas en la ideade un Estado al servicio de un gran capital cada vez másconcentrado (de ahí el adjetivo monopolista), la pérdida de so-beranía en la actualidad no es sino una ilusión, un mito que dis-trae de lo importante: el incremento de la competencia entre loscentros del capitalismo mundial. Lo único real del proceso deglobalización sería: la competencia sin cuartel en la Triada –Ja-pón, Estados Unidos y Europa–; la necesaria preocupaciónnorteamericana ante el auge de China; y la agresividad esta-dounidense para mantener su hegemonía. Al respecto, afirmaJohn Bellamy: “La soberanía de las naciones-estado y el impe-rialismo de los Estados Unidos no han desaparecido, sino quesiguen existiendo en esta nueva fase de la globalización capi-talista en una mezcla explosiva”. Todo camino de una inmi-nente crisis definitiva. El problema no es que estas cosas nosean verdad, sino que, una vez más, se incurren en formas demecanicismo (como ocurrió con el marxismo althusseriano enlos años sesenta y setenta del siglo pasado). Por un lado no seconsidera la capacidad del capitalismo para poner en marchafactores compensatorios de sus contradicciones (la inminentecrisis del capitalismo ahorra muchas explicaciones).

Por otro, se ahorra igualmente un análisis más complejoque tiene que ir más allá de simplistas consideraciones de losEstados nacionales como desnudos aparatos de clase. Por úl-timo, la insistencia en la tendencia propia del capitalismo lle-va a afirmar que no hay nada nuevo en la actual globaliza-ción, más allá de generar mayores contradicciones y crisis(éstas se universalizarían).

83 Elmar Altvater y Brigitt Mahnkopf, Die Grenzen der Globalisierung, Opladen,Westliches Dampfboot, 1997.

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Las teorías del capitalismo monopolista ayudan a enten-der la condición neoimperial de la globalización y la recu-rrencia del militarismo y el racismo en esas aventuras impe-riales, si bien adolecen de cierto trazo grueso que impide verlos matices que explican la hegemonía neoliberal.84

Equiparar sin más globalización y neoliberalismo lleva a perdermucha sutileza conceptual, si bien el hecho ya apuntado de que lainternacionalización del capital financiero haya coincidido con unmomento de repliegue de la izquierda política y ciudadana mun-diales (con el momento álgido de la disolución del bloque soviéti-co) ha situado al neoliberalismo en un lugar hegemónico en elpensamiento occidental y en el proceso de dirección de la globali-zación.85

84 Pueden consultarse los trabajos de Paul Sweezy, John Bellamy Foster, PeterGozan, Henry Magdoff y Samir Amin en Neoimperialismo en la era de la globa-lización, Barcelona, Hacer editorial, 2004.85 Robert Jessop ha planteado esa novedad en términos analíticos, al señalar queestamos ante procesos multicéntricos, multiescalares, multitemporales, multifor-mes. En El futuro del Estado capitalista, cit., cap. 5.

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IX

DEFINIR LA GLOBALIZACIÓN REALMENTE EXISTENTE: NECESIDAD ECONÓMICA, VOLUNTAD POLÍTICA,

CAPACIDAD TECNOLÓGICA Y DESARROLLO NEOIMPERIALISTA

[…] una utopía, el neoliberalismo, converti-do así en programa político, una utopía quese imagina como la descripción científica delo real […] pura ficción matemática basadaen una abstracción formidable, que consisteen poner entre paréntesis las condiciones ylas estructuras económicas y sociales que sonla condición de su ejercicio.

Pierre Bourdieu, Contrafuegos.

No estamos contemplando el “fin de la histo-ria”, sino el “fin de la geografía”.

Paul Virilio, La bomba informativa.

Hablar de globalización, como venimos sosteniendo, es interrogaracerca del papel de los Estados. No se nos escapa que generalizar elanálisis político sobre la base de los Estados nacionales, y aun más,en su consideración de “Estado social y democrático de derecho” esun presupuesto con problemas. ¿Estamos ante un proyecto eurocén-trico o, al contrario, la generalización de esta forma de organizaciónpolítica lo valida como instrumento de análisis? ¿Hay espacio en esemarco para entender los proyectos políticos de todos los pueblos sinEstado? ¿Cómo dar cuenta de los espacios públicos no estatales crea-dos por los movimientos sociales? ¿No es un tipo de análisis que ter-mina por reificar –cosificar, otorgarle un rango del que carece– al Es-tado y subsumir en él toda la política? Contando con esta limitación

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y riesgo, el trabajar con el tipo ideal “Estado social y democrático dederecho” otorga un marco para interrogar acerca de las transforma-ciones de los conceptos políticos clave durante los últimos dos siglos:el propio de Estado, pero también el de poder, soberanía, fronteras,partido político, democracia, movimientos sociales, derechos huma-nos, etc. No es tiempo para pensar, como ocurrió durante práctica-mente todo el siglo XX, que política y Estado son sinónimos, pues hayun ámbito creciente de espacio político que se desarrolla en los már-genes del Estado e, incluso, contra el Estado y más allá del Estado.Pero podemos seguir afirmando que lo político, en su vertiente másinstitucional y en la más movimentista, en la más abstracta y en lamás concreta, en la más transformadora y en la más conservadora, si-gue siendo un diálogo, más o menos pacífico, con el Estado.

Llamamos globalización al proceso de transterritorialización delos flujos sociales (económicos, jurídicos, políticos y culturales) quemayoritariamente tenían lugar durante los siglos XIX y XX dentro delas fronteras del Estado nacional. Esta movilidad de los flujos socia-les ha afectado con mayor énfasis a los intercambios económicos, es-pecialmente financieros, necesitados desde finales de los años sesen-ta de mercados más amplios para garantizar la reproducción delcapital. Pero en modo alguno puede reducirse al campo económico.Aun más, en términos clarificadores deberíamos hablar de mundiali-zaciones o globalizaciones (Appadurai, Santos) pues son múltipleslos aspectos que ya no están limitados geográficamente.86 Esta trans-territorialización opera también cuando diferentes actores en diferen-tes lugares del mundo coordinan sus actividades de manera global(por ejemplo, cuando obtienen información en tiempo real o se bus-can referencias con los precios mundiales de un producto que se va avender sólo localmente con los precios mundiales o cuando se com-paran desarrollos tecnológicos o científicos locales con los de otroslugares). Esta transformación social cuantitativa y cualitativa está im-pulsada por las necesidades económicas de acumulación capitalista–estrangulada en el modelo keynesiano–, la cual ha extendido su do-minio por el resto de sistemas sociales contaminando con su lógica

86 Appadurai señala que hay cinco paisajes (scapes) globalizados: el étnico, el me-diático, el tecnológico, el financiero y el ideológico. Arjun Appadurai, La moder-nidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización, Buenos Aires,FCE, 2001, p. 46.

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las demás lógicas (incluidas las que pertenecen al mundo de la vida ya la manera subjetiva con que los individuos se reconocen a sí mis-mos). Igualmente, la transterritorialización ha sido dirigida a través dedecisiones políticas tanto en los países del Norte –impulsores– comoen los países del Sur –receptores, pero con elites globalizadas queigualmente obtenían beneficio–; y detrás de estos cambios, posibili-tándolos, existe un fuerte desarrollo tecnológico, en concreto, en lossectores de transportes y telecomunicaciones, sin los cuales su alcan-ce sería otro muy diferente. Por último, no puede entenderse este pro-ceso si no se incorpora el hecho de que ha tenido lugar en un mo-mento de hegemonía de Estados Unidos, lo que le ha permitido influirmundialmente en todo el proceso y moldear esa estatalidad supera-dora del Estado nacional en virtud a los intereses de sus elites.

Por todo esto, no puede afirmarse que la globalización sea na-tural ni inevitable, ya que siempre hay detrás decisiones políticas,objetivos económicos, nuevos discursos y maneras de entender larealidad que han transformado las realidades y sus representacio-nes.87 Su desarrollo ha afectado de forma desigual a los diferentespaíses del mundo en virtud de su capacidad de beneficiarse o dedefenderse de la porosidad de las fronteras, y también ha afectadodesigualmente a los distintos grupos de población dentro de cadapaís. En este sentido, uno de los efectos de la globalización ha sidocrear nuevas segmentaciones sociales que se habían superado conla intervención política de los mercados. Dentro de la clase domi-nante, la segmentación opera diferenciando entre una fracción declase transnacionalizada (por lo general vinculada a las finanzas oa empresas transnacionales) y otra que sigue garantizando su acu-mulación en el ámbito nacional. En relación con el conjunto de la

87 Es paradigmático el libro de Richard Sennet, La corrosión del carácter. Las con-secuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, Barcelona, Anagrama,2000. Ese trabajo es meridiano a la hora de explicar cómo los cambios en el mun-do laboral modifican la subjetividad y las cosmovisiones. En este libro compara lavida de un joven ejecutivo global, hijo de un panadero italiano emigrado en Esta-dos Unidos y sobre quien había hecho un estudio veinte años antes. Al padre, losvecinos podían construirle la biografía y él mismo sabía qué buscaba en la vida. Elhijo, con el que se encuentra el autor en un aeropuerto en uno de sus muchos via-jes como empleado global, aparenta mayor libertad pero también tiene menos cer-tezas y una cierta desazón apática. La vecindad tampoco es ya una variable real.Es el mismo retrato de perplejidad que trazan la directora Soffia Coppola y el ac-tor Bill Murray en la oscarizada película Lost in translation (2003).

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población, asentando sociedades en donde un cuarto de ésta con-centra grandes proporciones de la riqueza nacional al tiempo queuna proporción relevante de la población, que oscila entre un cuar-to y tres cuartos del total vive en situaciones de pobreza.88

Esta hegemonía del pensamiento neoliberal y de Estados Unidosen el proceso de globalización ha situado en la agenda politológica elestudio de las nuevas formas de poder global. Como plantea Gonzá-lez Casanova, en una perspectiva crecientemente refrendada, “la glo-balización es un proceso de dominación y apropiación del mundo”.La influencia norteamericana –esencial a la hora de trasladar las leyesy el modus operandi financiero estadounidense a las instancias su-pranacionales– y de las industrias culturales de ese país han llevadoincluso a muchos autores a considerar el proceso como una variantedel imperialismo clásico, en este caso de impronta estadounidense.Además, desde análisis menos críticos con el papel de ese país, se en-tiende que “la globalización significa la universalización de los valo-res norteamericanos”.89 Una matización a esta idea la encontramos enel trabajo de Negri y Hardt, Imperio, donde la globalización se pre-senta no como una forma nacional de dominio mundial ni como algocontingente, sino como

[…] una globalización irreversible e implacable de los intercambioseconómicos y culturales. Junto al mercado global y los circuitos glo-bales de producción surgieron un nuevo orden global, una lógica y unaestructura de dominio nuevas: en suma, una nueva forma de sobera-nía. El imperio es el sujeto político que efectivamente regula estos in-tercambios globales, el poder soberano que gobierna el mundo.90

88 Es importante tener claro que existen 45 millones de norteamericanos sin cobertu-ra sanitaria alguna, que más de 30 millones son sin techo, que su mortalidad infantiles el doble que la de Suecia, que su esperanza de vida es menor que la de la UniónEuropea, que 20 por 100 de su población es pobre, que el 2 por 100 de la poblaciónactiva está en la cárcel… Sin embargo, Estados Unidos con el 5 por 100 de la pobla-ción son responsables del 25 por 100 de la emisión mundial de CO2. Esos contrastes,que se expresaban como brasileñización de la economía, son ya un rasgo de las eco-nomías globalizadas. Al igual que hay un Norte en el Sur, hay un Sur en el Norte.89 Simon Reich, “What is Globalization? Four Possible Answer”, en Working Paper261, Kellogg Institute for International Studies, University of Notre Dame, 1998.90 Antonio Negri y Michael Hardt, Imperio, Paidós, Buenos Aires, 2000, p.13. Losprincipales cuestionamientos a este trabajo han venido de América Latina, dondemás se ha sentido la bota estadounidense. Atilio Borón ha criticado con pasión y

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Sin embargo, y especialmente tras las decisiones tomadas des-pués del 11 de Septiembre, muchos trabajos cuestionarían ese aná-lisis donde el papel primordial estadounidense quedaba relegado.La tesis de Negri y Hardt es congruente con su análisis de la pér-dida de sustrato territorial de la dominación capitalista, que ya notendría asiento, se planteaba, en el Estado nación. Imperio –dife-rente del imperialismo ejercido por una potencia única– es unaconstrucción donde cada país, grupo de capitalistas, organismosmultilaterales, ejércitos supranacionales, empresas que operan enlos mercados mundiales, productos energéticos que atraviesanpaíses y océanos, esto es, el conjunto de actores que operan en elcapitalismo, trazan una tupida red de relaciones cuyo resultado fi-nal es responsabilidad de todos. Pero, entonces, repárese, lo que esresponsabilidad de todos también lo es de nadie.

Es válido en el análisis de Negri y Hardt llamar la atención so-bre las responsabilidades autóctonas del capitalismo en cada país.El sistema mundo del que habla Wallerstein tiene una lógica mun-dialmente compartida y el recurso a las imputaciones exógenas exi-me de responsabilidades, pero también dificulta encontrar solucio-nes. Pero no parece que pueda sostenerse, especialmente desde unamirada latinoamericana, la ausencia de un “centro” imperial, la afir-mación de que sólo hay una mera diferencia “de grado” entre paí-ses como Brasil, India o Gran Bretaña, o que “Estados Unidos noconstituye –y, en realidad, ningún Estado nacional puede hoy cons-

dureza esta posición que diluiría, en su opinión, el imperialismo en el imperio ydebilitaría la caracterización de Estados Unidos como la mayor amenaza para lospaíses del Sur. Pero la concentración en esas críticas deja fuera de foco otros mu-chos aspectos. Hay novedades que reclaman nuevas categorías (como él mismo seve obligado a asumir en lo que se refiere a los mecanismos ideológicos del “actualimperialismo”). Entre ellos, no repara en la creación de lo que, desde la izquierdaradical, Robinson llama el “Estado transnacional” o desde la socialdemocraciaMartin Shaw define como “bloque estatal global occidental”. Incluso, declaracio-nes que reconocen la condición imperial estadounidense por parte de personajescomo Huntington o Brzezinski no serían, en mi opinión, sino una señal de que algova mal en su condición imperial única. Al final, según Borón, habría una línea quellevaría del Imperio romano al actual. Un trazo demasiado grueso que, una vezmás, vale para el necesario activismo político pero no ayuda mucho en la com-prensión profunda de los problemas. Véase Atilio Boron, Imperio&imperialismo,Buenos Aires, CLACSO, 2002. Igualmente la entrevista que le realizó GonzálezPatricio en octubre de 2003, en Enriqueta Ubieta, Por la izquierda. Veintidós tes-timonios a contracorriente, La Habana, Instituto Cubano del Libro, 2007.

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tituir– el centro de un proyecto imperialista”.91 Aunque queda sinresponder una pregunta: ¿qué necesidad hay de territorializar la do-minación cuando los patrones tecnológicos, reglas comerciales, ar-bitrios jurídicos y protocolos de comportamiento globales sonprácticamente idénticos a los de Estados Unidos convertidos, en sudesarrollo, en el modus operandi de las elites financieras de todo elmundo?

Hay un consenso sobre Washington anterior al Consenso deWashington, y se relaciona con la influencia, devenida finalmenteen consenso por parte del mundo occidental, de los parámetrosnorteamericanos –antes que los ofrecidos por los soviéticos– du-rante la segunda mitad del siglo XX. Es ahí donde se configura, fi-nalmente, un bloque occidental internacionalizado, que si bien espautado por Estados Unidos, opera con arreglos internos que noson simplemente dictados por el mencionado país.92 Dicho de otromodo, si bien las reglas provienen de las necesidades iniciales delcapitalismo norteamericano después de la Segunda Guerra Mun-dial, hay una competencia mundial en donde se dirime qué frac-ción de la elite –que estará localizada en un país, será una alianzao carecerá de referencia territorial, como ocurre de manera cre-ciente con el capital financiero– alcanza el éxito y se apunta el tan-to dentro de esas reglas compartidas. Dependiendo del lugar depoder que se ocupe, las elites tendrán una mayor o menor posibi-lidad de utilizar la palanca del Estado nacional para usarlo en sufavor eliminando o debilitando la competencia de otras elites. Lafracción capitalista dominante en Estados Unidos está totalmenteintegrada en el gobierno desde hace varias administraciones, sibien es con George W. Bush con quien más claramente se ha vis-to esta relación, hasta niveles obscenos, valga decir, como ocurreen el caso del vicepresidente de Bush, Dick Cheney, ex presiden-te de la empresa Halliburton, a la que apoyaría desde su cargo po-lítico para que fuera el principal abastecedor mundial y primer be-neficiario de la invasión a Iraq. La elección del equipo económico

91 Antonio Negri y Michael Hardt, op.cit., p. 15.92 Martin Shaw se refiere a un “conglomerado estatal global occidental” como latendencia que marca la globalización, al punto de afirmar que el poder global es,en una buena parte, poder occidental. Véase Martin Shaw, Theory of the GlobalState, Cambridge, Cambridge University Press, 2000.

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del primer gobierno de Barack Obama, compuesto por parte de losprincipales responsables de la catástrofe de Wall Street, vendría ademostrar que la fuerza del mundo financiero está por encima tan-to de las promesas electorales como de la capacidad de asombrode los electores norteamericanos.

Estas diferentes capacidades para poner el aparato estatal alservicio de intereses concretos es lo que explica las diferencias entorno al desmantelamiento del bienestar, al desarrollo de la co-rrupción, al cumplimiento del Protocolo de Kyoto, la asunción delTribunal Penal Internacional, el desarrollo de la OMC o la inter-vención en Iraq. En los países europeos, las elites globalizadas,cuyo consenso entre ellas finaliza donde termina la definición delas grandes reglas del negocio y las políticas frente al mundo deltrabajo, tienen que negociar con una sociedad con mayores anti-cuerpos frente a los intereses del capital. Por otro lado, en el mun-do de la globalización neoliberal y el paso de los Estados de Wel-fare (que proporcionan bienestar) a los de Workfare (que ponenal mundo del trabajo a los pies del capital), los gobiernos de cual-quier parte del mundo saben que frenar a sus elites económicassupone reforzar las elites de otros países. Esa lógica, inscrita en laforma en que el capitalismo se reconstituyó a partir de mediadosde los años setenta, es la que ha ayudado a desmantelar los regí-menes del bienestar, pues, por un lado, las vinculaciones de laseconomías nacionales con la economía internacional son difícil-mente rompibles y, por otro, la ausencia de una confrontación so-cial exitosa ha dejado vía libre a la imposición de los intereses delcapital. De cualquier manera –lo que ha su vez demuestra quequien hace las reglas obtiene el principal beneficio de ellas–, laconfrontación de Europa con las posiciones norteamericanas no hatenido mucho éxito en ninguno de esos ámbitos.93

La configuración de este bloque la vio con claridad SusanStrange (adelantándose a la caracterización de Hardt y Negri):

93 Este paso de un Estado de bienestar a un Estado afín a la posición competitiva delas empresas en el mercado capitalista global ha sido teorizado en forma de tiposideales como “Estado de competición” (Cerny, 1986), como “Estado schumpete-riano de trabajo” –Workfare– (Jessop, 1993), como “Estado nacional de compe-tición” (Hirsch, 1995) y, más recientemente, como “Estado de mercado” (Bobbit,2002).

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Lo que está emergiendo, por tanto, es un imperio no-territorial cuyacapital imperial está en Washington. Mientras que las capitales impe-riales acostumbraban a atraer a cortesanos de las provincias exterio-res, Washington atrae a gente al servicio de las empresas exteriores, agrupos minoritarios exteriores, y a grupos de presión organizados glo-balmente [...]. Como en Roma, la ciudadanía no se ve limitada a unaraza superior, y el imperio contiene una mezcla de ciudadanos con to-dos los derechos legales y políticos, semiciudadanos y no ciudadanos,como la población esclava de Roma. Muchos de los semiciudadanospasean por las calles de Río, Bonn, Londres o Madrid, y se cruzan conla multitud de no ciudadanos; nadie puede distinguirlos por su color,raza o vestido. Los semiciudadanos del imperio son muchos y estánpor todas partes. Viven en su mayoría en las grandes ciudades delmundo no comunista. Entre ellos hay muchos empleados de las gran-des corporaciones transnacionales que operan en la estructura de pro-ducción transnacional, y sirven, como todos ellos saben muy bien, aun mercado global. También hay que incluir a los empleados de losbancos transnacionales, y con frecuencia a miembros de las fuerzasarmadas «nacionales», los que reciben entrenamiento y armas y de-penden de las fuerzas armadas de Estados Unidos, así como a muchosprofesionales de la medicina o de las ciencias naturales y sociales,gestores y economistas, que consideran las asociaciones profesionalesy las universidades norteamericanas como el grupo de colegas ante elque tienen que brillar y hacer méritos. Está también la gente de laprensa y otros medios de comunicación, a los que la tecnología y elejemplo de Estados Unidos han mostrado el camino a seguir, alteran-do sus organizaciones e instituciones establecidas.94

Bastaba que esos sectores fueran alcanzando su propio múscu-lo económico para que entraran a formar parte, de pleno derecho,en ese entramado complejo de la globalización, atreviéndose in-cluso a dictar nuevas normas. Cuando en 1989 los estadouni-denses lanzaron el grito al cielo por la compra del RockefellerCenter por parte de la japonesa Mitshubisi, las reglas ya estaban

94 Susan Strange, “Towards a Theory of Transnational Empire”, en E. O. Czem-piel y J. Rosenau (eds.), Global Changes and Theoretical Challenges, Lexington,1989, p. 167, cit. en Leo Panitch, “El Nuevo Estado imperial”, en New Left Re-view, edición en castellano (marzo-abril, 2000).

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participadas por más actores que Estados Unidos. Hoy, este paísno está en condiciones de dictar normas económicas a China. Aunmás, la salud de Estados Unidos –que significa la salud económicadel mundo– depende ahora mismo del comportamiento del capita-lismo en países fuera del territorio norteamericano. Lo que impli-ca que, por muy lejos que se esté, en lo geográfico, lo económicoo lo ideológico, el capitalismo realmente existente está siempremás cerca de lo que uno cree.

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X

IMPERIALISMO, CAPITALISMO, NEOLIBERALISMO

Corre, dijo la tortuga, atrévete, dijo el cobarde, estoy de vuelta dijo un tipo que nunca fue a ninguna parte,sálvame, dijo el verdugo, sé que has sido tú, dijo el culpable.

Joaquín Sabina.

Siempre que ha habido organización social ha existido econo-mía, entendida como aquella parte de lo social que atiende los as-pectos de la reproducción material del grupo. Igualmente, la exis-tencia del mercado es tan antigua como la existencia de gruposhumanos que entraban en contacto y ponían en marcha intercam-bios a través del trueque. Pero el capitalismo, al igual que el mer-cado competitivo sobre el que se basa –producir mercancías conel estricto fin de incrementar el dinero invertido inicialmente, in-cluida la transformación de la mano de obra en mercancía–, no haexistido siempre.

Su origen hay que remontarlo a la Europa de finales del sigloXV, y su imposición siempre encontró resistencias sociales. El ca-pitalismo se acompañó en su viaje del proceso de construcción es-tatal, tan violento en su desarrollo como la imposición del capita-lismo. Ambos, tanto señores feudales que iban incrementando sujurisdicción sobre territorios más amplios, como capitalistas quenecesitaban mercados cada vez más vastos, encontraban resistenciasa sus deseos, tanto populares como de otros poderosos. En un jue-go de suma cero, no todos podían ganar. Por eso, la historia de losEstados nacionales es una historia signada por una extrema vio-

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lencia. El sistema mundo resultante, esa mezcla de Estados nacio-nales, modelo capitalista y manera de pensar que llamamos mo-dernidad, se iba a organizar de manera tal que necesitaba grandesgrupos de población malviviendo para que unas minorías gozaranprivilegiadamente de la vida social. Toda obra de civilización, ex-presó Walter Benjamin, es a su vez una obra de barbarie. Sobre lahomogeneidad actual de los Estados están los cadáveres de todoslos que quisieron hacer valer alguna diferencia.

Cuando, gracias al aumento de la productividad el rendimien-to del trabajo excede las necesidades del propio sustento, surge latensión por ver qué se hace con ese producto sobrante. Es ahí don-de aparece la posibilidad de que surja la división social del traba-jo, una mayor especialización, personas dedicadas a tareas dife-rentes a la mera producción material, pero también que un grupoquiera usar ese excedente para liberarse de trabajar y lograr supropio sustento. Cuando esa apropiación del excedente que reali-zaban los productores se usurpaba en forma de dinero (y no deproducto), hablamos, con Marx, de plus-valía. El capitalismo sólofunciona rutinizando ese comportamiento. Compra fuerza de tra-bajo que produce más de lo que cobra por su salario, obteniendoel capitalista del resultado, descontando gastos, un monto mayorque la inversión realizada. Para garantizar que exista suficientemano de obra, es necesario que los trabajadores estén dispuestos avender su fuerza de trabajo. Y para esto, lo único funcional es queno exista ninguna otra forma de supervivencia. Es la separación ne-cesaria en el capitalismo de los trabajadores de los medios de pro-ducción. De ahí que el capitalismo se haya generalizado al tiempoque se desmantelaba todo tipo de economía colectiva, fueran pra-dos comunales, redes de solidaridad o formas laborales de ayudamutua. Al tiempo, se criminalizaba el desempleo e, incluso, la pobre-za (era la razón de ser de las leyes de pobres). Cuando estos me-canismos no eran suficientes, se recurría a la mano de obra escla-va y a la agresión imperialista.

La necesaria homogeneidad social que garantiza la convivenciade un grupo se ha construido en el liberalismo como igualdad for-mal, ante la ley y con el mensaje “un hombre, un voto” (igualdadde sufragio). La democracia representativa ha funcionado en mu-chas ocasiones como un espejismo tras el cual se esconde la pro-funda ausencia de democracia social. Esto no implica que dé lo

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mismo la existencia de elecciones libres; quiere decir que, siendoesencial, no es suficiente. El creciente aumento de la abstención–una novedad incorporada al relativamente reciente sufragio uni-versal– va señalando el agotamiento de ese modelo de especializa-ción política. Los esfuerzos de los trabajadores por alcanzar el de-recho a voto hoy parecen olvidados. Si bien es cierto que losParlamentos nacen revolucionariamente, su desarrollo posterior lostransforma en sustitutos de la democracia. La parlamentarizaciónde los conflictos sociales, a comienzos del siglo XX, fue caminan-do en pos de lo que se llamó parlamentarismo racionalizado, esdecir, un vaciamiento de competencias del Legislativo que termi-naban en manos de los Ejecutivos. En la actual globalización, losEjecutivos echan las culpas a imponderables externos. La conclu-sión es la sensación enorme de lejanía de la población respecto delos Parlamentos y, aun más, de los partidos políticos que los inte-gran. De ser lugar de “parlamento” y discusión, las Asambleas pa-saron a ser lugares de asentimiento, de sanción de decisiones to-madas fuera de la sede parlamentaria, vocerías del “pensamientoúnico” y alternativas desdibujadas por esa carrera generalizada enpos del centro político.95

El capitalismo es un sistema económico que se define prin-cipalmente por tres rasgos:

1) Todo puede adoptar la forma de mercancía que se ofrece en elmercado (incluidos los seres humanos, la naturaleza, lo que aún noexiste o los sentimientos). En especial, la mano de obra se con-vierte en una forma de mercancía que, aunque no es creada comotal, se convierte en un objeto para ser comprado y vendido.

95 Los trabajos sobre la crisis del parlamentarismo son muchos, desde el clásico deJohannes Agnoli y Peter Brückner, Las transformaciones de la democracia, Mé-xico, Siglo XXI, 1971 (original de 1967) al más actual de Bernard Manin, Los prin-cipios del gobierno representativo, Madrid, Alianza, 1998. Por su parte, Katz yMair han establecido el concepto de “cartelización del sistema de partidos”, don-de los partidos ya no son un instrumento de la ciudadanía sino del Estado. Segúneste modelo, hay unas reglas inflexibles que quien nos las cumple queda fuera dela “democracia”, de manera que, al final, todos los partidos transigen pues ningu-no queda fuera de las prebendas del Estado. Richard Katz y Peter Mair (1995),“Changing models of Party Organization and Party Democracy. The emergence ofthe Cartel Party”, en Party Politics 1,1 (1995). (Hay versión en castellano en el nú-mero 108-109 de la revista Zona Abierta, Madrid, Ed. Pablo Iglesias.)

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2) Los precios de los bienes se definen en un mercado guiado ex-clusivamente por la maximización de la utilidad y la adscripciónde capital a donde el mercado informe que hay mayor posibilidadde ganancia. Pero la oferta y la demanda, en cuyo cruce se definenteóricamente las cantidades de producto y sus precios, nunca fun-cionan en total libertad, de manera que los mercados generanconstantemente ineficiencias, monopolios y oligopolios y amañosen los precios.3) Los principales medios de producción están en manos privadasy al servicio del beneficio inmediato de sus dueños, apoyados porla estructura legal y policial del Estado.

Estas características hacen del capitalismo un sistema muy di-námico, pero también generador de constantes víctimas. La críticaal capitalismo no se basa en que no desarrolle las fuerzas producti-vas, algo que hace de manera extraordinaria (como bien vieronMarx y Engels en El manifiesto comunista), sino el alto precio quecobra por esto. La lógica del capital, que hoy se ha trasladado almercado mundial, hace que quien no cumpla con sus duros requi-sitos es necesariamente expulsado y condenado a la exclusión. Es,como veíamos, la “destrucción creadora” de la que hablaba JosephA. Schumpeter. Lo expresó con contundencia Georges Bataille:

Una empresa capitalista crece y destruye lo que se le resiste. Necesi-ta transformar y asimilar todo lo que encuentra en su camino: tarde otemprano la totalidad de la fuerza disponible entrará a formar partede su mecanismo. La fábrica somete las fuerzas a su medida, prole-tarios, representantes, administradores, técnicos: pero ignora a loshombres todo lo posible. Ningún afecto comunicativo liga a aquellosque están presos en sus engranajes: una empresa se mueve por unacodicia sin pasión, emplea un trabajo sin entusiasmo, no reconocemás dios que su crecimiento. En las épocas de prosperidad, el traba-jo no aprovecha para nada el exceso del beneficio. Pero si el benefi-cio desciende, el empresario abandona al asalariado: a falta de finesgloriosos –exactamente, a falta de fines humanos– los hombres nopueden reconocerse solidarios, no subsiste entre los hombres más quela codicia por los bienes, que les separa. La caridad sólo es un reme-dio paródico para esta separación, no es más que una comedia de so-lidaridad.

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Una sociedad industrial es una muchedumbre compuesta de existen-cias aisladas. El aspecto mismo de la vida cambia completamente: envez de ciudades orgullosas, que reflejan el cielo y la tierra en su for-ma, tenemos ciudades anodinas sepultadas en barrios de una tristezaque parte el corazón. La prosperidad deprimente y la violencia de lapobreza coinciden.96

Por eso el capitalismo, inauditamente ágil y flexible, siempre rea-liza constantes ajustes en busca de esos beneficios que, de maneranecesaria, tienen que ser crecientes (o se encarecerá relativamenteel precio final del producto que ofrecen y quedarán fuera de juego).El ajuste, como se ha repetido, tiene lugar en el eslabón más débilde la cadena, es decir, allí donde no se oigan quejas o éstas puedanser acalladas: trabajadores desorganizados, mujeres, niños, medioambiente, otros pueblos con menor capacidad militar o económicade protegerse; mercados alejados donde es posible desarrollar for-mas que la lucha de clases ha imposibilitado en los países del Nor-te; poblaciones sometidas a fuertes disciplinas militares; etc. O bien,creando un marco de interpretación donde la población asuma elcoste del ajuste económico como una necesidad incuestionable. Hasido la tarea encomendada a lo que se ha llamado “pensamiento úni-co” y a la ridiculización de las alternativas. La diferencia entre el cí-nico y el irónico es que el cínico saca provecho de su cinismo. Laconstrucción intelectual de la senda única y necesaria de la econo-mía, legitimada principalmente por la socialdemocracia, ha sido unatarea de cínicos.

Como han expresado audaces economistas, el capitalismo es unsistema necesariamente miope, atento sólo al corto plazo y a laspresiones de los otros capitalistas, organizado jerárquicamente so-bre la reproducción de la explotación y sujeto a crisis recurrentesque sólo se solventan lanzando al vacío a un número creciente deseres humanos.97 Las condiciones económicas a que obliga el ca-pitalismo presuponen una antropología peculiar, una condiciónhumana adaptada a sus necesidades:

96 Georges Bataille, El límite de lo útil, Madrid, Losada, 2006, p. 50.97 John Kenneth Galbraith, La cultura de la satisfacción, Barcelona, Ariel, 2000.Más recientemente, del mismo autor, La economía del fraude inocente. La ver-dad de nuestro tiempo, Madrid, Ariel, 2008.

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1) El tipo ideal de capitalismo propone individuos que se guíanpor la maximización de su interés privado. Su método de análisissiempre parte de seres particulares por encima de los cuales nohay alguna lógica superior moralmente.2) Exalta el egoísmo, al que pretende transformar en una virtud –lamano invisible de Adam Smith que organiza el fragmentado mer-cado; los “vicios privados que se convierten en virtudes públicas”en la fábula de Mandeville; el espíritu comercial que Kant atribuíaal ser humano–, y denigra la solidaridad –uno de los lugares cen-trales de la crítica de Hayek al socialismo–. El capitalista, cuantomás se desarrolla más necesita, en tanto se entiende al capitalcomo relación social referenciada a otros capitales, sin importarque ese desarrollo impida a otros cubrir las necesidades básicas.La llamada reproducción ampliada del capital, verdadero motordel sistema, lleva a dedicar parte de la plusvalía a reinvertirla,mientras que la reproducción simple sólo sería utilizada comoconsumo por quien se apropia de ellas.3) Conduce a la destrucción de la naturaleza, producto de la vorá-gine de su obligada ambición, de la misma manera que la guerraes su horizonte necesario debido a la necesidad estructural de cre-cimiento. Mientras que el ciclo de la naturaleza es largo, el consu-mo capitalista es inmediato. Solamente las poblaciones que hanvivido de cerca el ciclo de la tierra pueden entender estas cons-tricciones (los siglos de creación del petróleo frente a los deceniospara su consumo; el descanso de la tierra frente al uso de fertili-zantes; las necesidades vitales de agua frente a su encubrimiento através de su suministro público en las grandes urbes).

En los años setenta el capitalismo entró en una de sus regularescrisis. En esta ocasión, la crisis estaba relacionada, como vimos,con una pluralidad de factores: las dificultades de mantener la pro-ductividad al multiplicarse la oferta de bienes; la subida de losprecios del petróleo motivada por la guerra del Yom Kippur y lanueva estrategia de la OPEP; la guerra de Vietnam (gasto militarexorbitado para los Estados Unidos); el crecimiento de la econo-mía europea y japonesa, situación que les permitió emplazar a Es-tados Unidos y cuestionar la hegemonía del dólar; la crisis del mo-delo financiero y monetario de Bretton Woods que había fijado lasmonedas con precio estable a la moneda norteamericana, única

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fuente real de divisa durante tres decenios; fuertes presiones po-pulares exigiendo subidas salariales, cogestión obrera y el fin delimperialismo; las dificultades del keynesianismo para frenar la es-tanflación; la apertura de las economías, los problemas de sobre-producción y subempleo, etcétera.98

Tabla 8. El régimen económico y político de Bretton Woods

El modelo de Bretton Woods nace cuando aún no había ter-minado la Segunda Guerra Mundial, en 1944. A través del impul-so de Estados Unidos y Gran Bretaña, se convocó en ese bal-neario de New Hampshire (EEUU) a 44 países para analizar lascausas de la guerra y pensar económicamente la posguerra.Aunque el grueso de lo que después se firmaría había sidoacordado previamente por los Estados Unidos, Gran Bretaña yCanadá –como potencias industriales en situación de domi-nio–, la puesta en escena era importante para disciplinar el mal-trecho orden económico internacional. El modelo debía inten-tar superar la anarquía del periodo de entreguerras, invitando atodos los países integrantes a cumplir una serie de preceptos, altiempo que supeditaban parte de su comportamiento a unasnuevas instituciones financieras: el Banco Internacional para laReconstrucción y el Fomento –futuro Banco Mundial–, el Fon-do Monetario Internacional (ambas creadas en 1944), y elAcuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio –elGATT, nacido en 1947 y que se convertiría a partir de 1994 enla Organización Mundial del Comercio–.

Con motivo de la Primera Guerra Mundial, los países habí-an suspendido el patrón oro –Gran Bretaña lo hizo en 1931– yla convertibilidad de la moneda –que exigía referencias fijas–,guiados por una creciente separación entre la economía mun-dial y la nacional. Como forma de salir de la crisis, se impri-mió mucho papel moneda, que al no estar acompañado de uncrecimiento de riqueza, se tradujo en inflación y desempleo.El crash de 1929 terminó de rematar las economías liberales.

98 Que la globalización neoliberal es consecuencia más que causa del modo de re-gulación keynesiano vinculado al Estado de bienestar se ha analizado en el capí-tulo II.

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Además, el crecimiento que experimentaba la Unión Soviéti-ca gracias a sus éxitos industrializadores y su economía plani-ficada, suponía un ejemplo para los trabajadores que amena-zaba a las frágiles democracias europeas. El capitalismo encrisis acentuó el proteccionismo nacional en diferentes for-mas, que fueron desde depreciaciones competitivas de la mo-neda hasta la creación de regímenes fascistas.

Todas estas amenazas invitaron a una colaboración eco-nómica, impulsada inicialmente por los banqueros que con-trolaban los bancos centrales de manera independiente. LaSegunda Guerra Mundial vino a solventar buena parte de losproblemas de las economías capitalistas al otorgar al Estadouna tarea de dirección, importada desde su papel como ges-tor de la guerra, que se trasladó a la política. Pero si el Esta-do había sido el conductor de la guerra, ahora se trataba detodo lo contrario: crear una red institucional que evitara, gra-cias al comercio, nuevas confrontaciones bélicas. Sin em-bargo, lejos de la teoría, la desigualdad política y económicade la posguerra iba a convertir al comercio internacional en unaherramienta al servicio de los Estados más poderosos, en es-pecial, de los Estados Unidos, determinado a hacer de GranBretaña un “satélite financiero”. Al poseer el 75 por 100 detodo el oro moneda del mundo, su primacía estaba servida,pues le correspondía al preciado metal ser el referente parala estabilización monetaria. De hecho, la creación del FondoInternacional de Estabilización (primera denominación delFMI), buscaba, además de organizar el capitalismo, llevar elcentro financiero desde Londres a Wall Street.

La clave de poder dentro del FMI estaba en las cuotas quecada país iba a poseer, ya que de estas participaciones deri-vaba el poder de voto (bien lejos del principio democrático“un país, un voto”). Estas fueron decididas políticamente –noeconómicamente– por los EEUU, de manera que se convirtióen la potencia financiera hegemónica. Pese al desacuerdo en-tre el representante del tesoro norteamericano, Harry Dexter,y el responsable de finanzas británico, John Maynard Keynes,el poder real estadounidense zanjó cualquier discusión. Co-rrespondía a los Estados Unidos un tercio de las cuotas, de

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manera que tenía capacidad de veto. Esto, añadido a la fun-ción de policía monetaria otorgada al FMI, hizo que la UniónSoviética no firmara el acuerdo.

Los principios del modelo, sobre la base de la recupera-ción de la referencia de las monedas nacionales respecto deloro y del dólar –clave para la hegemonía estadounidense–,fueron los siguientes: (1) control internacional de los tiposde cambio nacionales a través de un sistema de paridad fle-xible, con variaciones de no más del 1 por 100 de la paridadacordada inicialmente respecto del oro; (2) suscripción detodos los países de un fondo en oro y monedas para usar encaso de dificultades con la balanza de pagos (base de la ca-pacidad de voto); (3) tras un periodo de transición de cincoaños, todos los países permitirían la libre convertibilidad delas monedas a los tipos de cambio oficiales; (4) en caso desuperávit, el FMI podía declarar la escasez de una moneda yexigir al país, entre otras medidas, su venta a cambio de oro;(5) creación de una institución permanente para promover lacooperación monetaria internacional (con una cuota del 27,9por 100 para EEUU), encargada finalmente de valorar elcomportamiento de los países para calificarlos como benefi-ciarios de un préstamo del Fondo (en otras palabras, paraejercer una labor de supervisión de las políticas económicasde los países, así como a establecer una capacidad sanciona-dora). En definitiva: “Fue principalmente una invención deEstados Unidos, con la colaboración de Gran Bretaña, desti-nada de manera intencionada para promover una determina-da visión de las relaciones económicas mundiales”.99

Se planteó entonces, la “competencia mundializada” de los pro-ductores, en la que aquellos países que poseían un desarrollo alta-mente tecnificado y una amplia capacidad productiva en la relacióninternacional, iban a tener una situación favorable, pues podrían,gracias a su gran capacidad, invadir cualquier mercado. Si esto nobastara, los Estados nacionales de las casas matrices seguían te-niendo recursos para presionar directamente o a través de los me-

99 Véase Richard Peet, La maldita trinidad. El FMI, el BM y la OMC, Navarra,Laetoli, 2004.

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canismos bajo su control en el Estado transnacional, dando porsentado que las ventajas para las empresas transnacionales se con-vertirían, de alguna manera en ventajas para los propios países.Una presunción que aún está por estudiar.100 Son bien conocidaslas palabras de Thomas Friedmann, el asesor de la secretaría deEstado norteamericana Madelaine Albraight:

[…] la mano invisible del mercado no funcionará jamás sin un puño in-visible. McDonald’s no puede extenderse sin McDonnell Douglas, elfabricante del F-15. El puño invisible que garantiza la seguridad mun-dial de las tecnologías de Silicon Valley es el ejército, la fuerza aérea,la fuerza naval y el cuerpo de marines de los Estados Unidos.101

Mientras, los empresarios pequeños quedan en una posición deminoría, la cual los impulsará a integrarse a ese gran mercado ho-mogeneizado por los grandes productores internacionales, es de-cir, por las grandes potencias. En consecuencia, los países del malllamado “tercer mundo”, con un sector productivo poco competiti-vo, quedan a merced de las grandes trasnacionales –donde hay queincluir de manera creciente a China, en joint venture con transna-cionales norteamericanas– que invaden el mercado nacional con“productos baratos”. Irremediablemente, los sectores productivosnacionales se ven forzados por el corto plazo a cerrar operacionesde suministro financiero, de bienes y de servicios, con la conse-cuente pérdida de soberanía nacional. Los ciclos electorales, paracerrar el círculo, no permiten planes cuyos resultados no se obser-ven en el lapso de cuatro o cinco años.

Como resultado de esto se sentaron las bases del actual paisa-je: los capitales internacionales dominaron las políticas monetariasnacionales, forzando a los Estados a diseñar una arquitectura fi-nanciera flexible que permitiera los flujos financieros; la presiónde la ganancia empujó los salarios a la baja y las jornadas laboralesa la alta; se desreguló el comercio interno, especialmente los ho-

100 El trabajo de Hans Peter Martin y Harald Schumann, La trampa de la glo-balización, Madrid, Taurus, 1998, demostraba cómo incluso en Alemania –unpaís con una enorme disciplina fiscal– las grandes empresas transnacionales dematriz alemana habían dejado de pagar impuestos escudadas en contabilidades“imaginativas” intra-empresas y el recurso a paraísos fiscales.101 Véase The Lexus and the Olive Tree, Nueva York, Anchor Books, 1999.

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rarios, golpeando al pequeño comercio y primando las grandes su-perficies, más capaces de rotar los turnos; la protección social co-menzó a entenderse como palanca para aumentar la flexibilidaddel mercado de trabajo y no como un derecho o como parte de lademanda interna; el sistema educativo se reordenó para ponerlo alservicio de la competitividad de las empresas; se abría paso a laimportación desde el Norte de trabajadores cualificados que va-ciaban de cerebros a los países que los habían formado; el Estadovendió su patrimonio en condiciones muy ventajosas a particula-res; se desmantelaron las garantías laborales; con la caída de lossalarios reales, se incrementó el endeudamiento de las familias,aumentando la vinculación de amplios sectores sociales, inclusode los estratos bajos, a las redes financieras, con frecuencia soste-nida ficticiamente con un patrimonio inmobiliario familiar sobre-valuado, que terminaría por desplomarse; y se propugnó una aper-tura de fronteras que dejaba vía libre a los países poderosos, altiempo que condenaba a aquéllos económicamente débiles a serpiezas subordinadas a las estrategias de los países impulsores delneoliberalismo.

Tabla 9. Orígenes y fundamentos del neoliberalismo

El modelo neoliberal es un nuevo contrato social, amplia-mente generalizado desde la década de los ochenta del sigloXX, y que se nutre esencialmente de la falta de alternativasque él mismo construye (lo que explica que, pese a su faltade coherencia y sus repetidas diferentes varas de medir, nopierda su lugar privilegiado). De ahí que su principal éxitosea el discursivo. Su práctica ha dependido de los mimbreseconómicos, sociales, políticos e incluso militares existentespara frenar sistemas alternativos. La política neoliberal salióde estación en los momentos finales de la Segunda GuerraMundial como forma de oposición al keynesianismo laboris-ta inglés. Aunque el primer gran referente sea von Mises, crí-tico de la planificación que desarrolló su trabajo en la Es-cuela de Austria, su principal teórico fue el también austriacoFriedrich Hayek. Este discípulo de von Mises publicaba en1944 Camino de servidumbre, donde ponía en el mismo pla-

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102 Mark Blyth, Great Transformations: Economic Ideas and Institutional Changein the Twentieth Century, Cambridge, Cambridge University Press, 2002.

tillo de la balanza económica y política al fascismo hitleria-no y a lo que se presentaba como liberticidio laborista per-petrado desde un Estado intervencionista. Sin embargo, nosería hasta 1973 que encontraría una versión práctica tras elgolpe de Estado en Chile contra Salvador Allende dirigidopor Augusto Pinochet y auspiciado por los Estados Unidos.En mitad de la crisis estanflacionaria, Hayek recibiría elPremio Nobel de Economía (1974), dejando claro que el es-tablishment apostaba por las nuevas recetas. Posteriormente,el neoliberalismo sería exportado al mundo desde la expe-riencia thatcheriana a partir de 1979, apoyado en grandestanques de pensamiento que a través de becas, fundaciones,revistas, artículos, centros de investigación, promoción dejueces, profesores, periodistas, políticos, la creación de ins-tituciones empresariales, el control de las instancias finan-cieras mundiales, etc., hicieron un gasto descomunal con laintención de construir una nueva hegemonía basada en lasospecha hacia el Estado y cualquier participación social querebajase la autonomía del mercado.

El neoliberalismo es, en términos teóricos, la conjunciónde cuatro paradigmas: (1) el análisis monetarista de la infla-ción desarrollado por Milton Friedman (que postula la auto-rregulación de los mercados y los efectos perversos que ten-dría la intervención estatal); (2) la teoría de las expectativasracionales (donde los actores individuales son los que mejoroptimizarían y racionalizarían las decisiones al margen delas autoridades estatales); (3) la teoría económica de la ofer-ta de Say (según la cual, la oferta crea su propia demanda,presupuesto radicalizado por Arthur Laffer al plantear quelas rebajas fiscales a los ricos se financiarían con el aumen-to de la producción que generaría, algo que resultó falso enla práctica); (4) la teoría de la elección pública (desarrollada,entre otros, por Anthony Downs), donde los políticos soncomo empresas que buscan maximizar su voto en el merca-do electoral, de manera que son tendentes a alimentar proce-sos inflacionarios).102

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En términos concretos, el programa neoliberal buscabaprincipalmente cinco objetivos: equilibrar las cifras macroe-conómicas, especialmente a través del control de los precios(una vez señaladas las variables monetarias como las realmen-te relevantes); aumentar las ganancias empresariales –bajo elpresupuesto de que la “tarta” debía primero crecer para des-pués poder repartirse–; incrementar inicialmente el desem-pleo –con el fin de lograr una “tasa natural” de paro que de-bilitase a los sindicatos y forzase a la baja a los salarios–;crear una estructura social desigual que incentivase el esfuer-zo y el aumento de la productividad; integrar a las fraccionesde clase globales en el modelo mundial de acumulación, uti-lizando para ello, cuando fuera menester, la guerra o los pre-parativos para la misma. Las propuestas del llamado Con-senso de Washington –privatizaciones, liberalización fiscal,apertura de fronteras, reducción del gasto social, desregula-ción laboral y garantías de la propiedad privada– precisabande una mutación del Estado que dejase todo el espacio libreposible tanto a un mercado crecientemente inmanejable comoa las empresas. Esta transformación estatal es lo que en oca-siones se ha identificado como crisis del Estado nación –amenudo naturalizada como devenir necesario por el desarro-llo tecnológico propio de la globalización– pero que, en rea-lidad, es más correcto entenderlo como la rearticulación delsistema de dominación a la nueva forma global de acumula-ción. Ésta iba a asentarse en la especulación financiera y noen la inversión productiva (en declive desde los años noven-ta). Mientras que el Estado mantenía la responsabilidad degarantizar la propiedad privada y el orden social nacionales,crecía un complejo Estado transnacional que respondía a lasnecesidades de una economía que ya no expresaba los patro-nes propios de los siglos anteriores. Los cambios en el pa-trón de acumulación explican que los resultados, lejos de losinicialmente planteados –salvo en el caso de la hiperinfla-ción–, no fueran sino el aumento tanto de la pobreza como delas desigualdades sociales y la consiguiente fragmentacióne incremento de la violencia social. Esto no quita que estaspolíticas generaran respuestas que, por caminos indirectos,

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pueden parecer virtuosas. Por ejemplo, las remesas que losinmigrantes de América Latina envían a sus países de origen–datos de la cepal de 2005– asciende a 43.000 millones dedólares (eran tan solo 855 millones en 1980). Esta cantidadtriplica la inversión extranjera directa y solventa los proble-mas de 20 millones de familias latinoamericanas. Ahorabien, detrás de esto están los cerca de 30 millones de emi-grantes que ha perdido el continente, así como la falta deoportunidades que genera en sus países el cóctel explosivode pago de la deuda –con la consiguiente deuda social–, fal-ta de eficiencia institucional y la retirada de la inversión pro-ductiva de estos países, más rentable en la especulación fi-nanciera.

El neoliberalismo, como hoy ya es evidente, es la utopía del ca-pitalismo dejado a su libre articulación.103 Su desarrollo sin trabas,necesariamente, se conforma como una internacionalización queimplica tal grado de coacción que le conviene entenderla comouna forma peculiar de imperialismo. En ese sueño de los capitalestransnacionales se crea un mercado mundial no obligado por algúnprincipio de responsabilidad social, que devuelve al Estado rasgosde esa condición de consejo de administración de los intereses con-juntos de la burguesía. Especialmente en los países pobres. Cuan-do la OMC prohíbe en Nigeria la existencia de una Oficina Ve-terinaria Nacional –porque compite con empresas transnacionalesdedicadas a esos menesteres– está condenando a la muerte a lospastores que ya no podrán acceder a las vacunas para sus rebaños.Insistimos: el neoliberalismo no se comporta igual en cualquier si-tio. Esto confunde su categorización. El Sur necesita sus propiosanálisis. El sueño neoliberal, cuando acontece, se convierte en lapesadilla de los pueblos con menos defensas. Su ofensiva es tanbrutal que termina, parafraseando a Marx, con la victoria total deuno de los dos bandos o la destrucción de todos los contendientes.Generaciones enteras en África, Asia y América forman parte delos devastados. La imposibilidad de extender esa lógica a otros lu-

103 Pedro de Vega, “Mundialización y derecho constitucional: la crisis del princi-pio democrático en el constitucionalismo actual”, en Revista de Estudios políti-cos 100 (1998).

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gares con mayor capacidad de resistencia ha exigido encontrar unarearticulación del modo de regulación social.104

Para comprender los postulados del neoliberalismo, convieneinsistir en algunas de las principales políticas que acompañan aesta ideología:

1) Poca o ninguna intervención del Estado desde una perspectiva re-distributiva. Es decir, libertad absoluta de mercados bajo la metafí-sica economicista del equilibrio general autorregulado. El Estadono fija precios ni limita la competencia, de la misma manera que noestablece control de cambios ni limitaciones al libre mercado. Peromás allá de esa retórica, interviene en virtud de los intereses del gru-po o grupos con capacidad de vincular al Estado en ese momento(así sea para defender los intereses de los capitales transnacionalesen el exterior, para promover proteccionismo, para fomentar al sec-tor energético, para apoyar al sector militar-industrial, para subven-cionar a la agroindustria, para poner en marcha un rescate bancario,etc.).105 Es lo que Panitch y Konings han llamado “regulaciones be-neficiosas”. Si bien los Estados siempre han beneficiado a gruposparticulares, el acuerdo neoliberal exacerbó esos comportamientos.Como hitos, estos autores señalan una secuencia que parte de laCommodity Futures Trading Comission, creada en 1974, pasa porlas desregulaciones de Clinton entre 1993 y 2001, eximiendo a losmercados de derivados de ser investigados y legislados por la ad-ministración, se refuerzan en la era Bush bajo la batuta de Greens-pan (que dejan la financiación y el riesgo de los derivados y crédi-tos tóxicos particulares al Estado) y que pretendió ser solventadopor el Gobierno de Obama en 2009, en una suerte de “prematura ar-monización de las contradicciones sociales” –en expresión de Ernst

104 Es difícil encontrar en los liberales clásicos como Adam Smith o David Ri-cardo una desconsideración de los lazos sociales como la que se defiende hoy ensu nombre por parte de los paladines neoliberales (FMI, BM). El liberalismo clá-sico siempre fue más cauto y sosegado en su defensa de las ventajas del librecambio, y nunca se le olvidó que o bien las ventajas económicas se compartían ola sociedad se disolvía.105 Es muy expresivo el título de un artículo de Stiglitz publicado en 2003 y quetuvo impacto mundial: “Hagan lo que nosotros hicimos, no lo que nosotros deci-mos”, donde recomendaba a los países del Sur políticas proteccionistas de susmercados. Puede consultarse en [http://www.project-syndicate.org/commen-tary/1241/2], bajado en julio de 2008.

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Bloch , a través de discursos que criticaban a los “buitres” de WallStreet al tiempo que se financiaba con dinero público el aventure-rismo de los magos de la bolsa (con transferencias directas a los so-cios de empresas, como los 183.000 millones de dólares regaladosa AIG) y se dejaban invariables los paraísos fiscales y los sueldos yprimas de los gerentes de las empresas rescatadas.106

2) Mínima inversión social del Estado, es decir, bajas tasas de gas-to público en salud, educación, pensiones, empleo, deporte, cultura,etc. El Estado orienta el gasto hacia la competitividad de las em-presas y, por tanto, no invierte en políticas que estimulen la deman-da ni en escuelas, hospitales, canchas de deporte, casas de la cultu-ra, misiones sociales, etc. Al contrario, mercantiliza estos sectores olos devuelve al espacio de las familias.3) Autorización para mercantilizar espacios naturales. Abandonode criterios de sustentabilidad ecológica a favor de criterios de ren-tabilidad. El destino de las generaciones futuras se fía a desarrollostecnológicos futuros. Se prioriza la propiedad privada ligada a laextracción de riquezas del subsuelo, se asume el riesgo de la de-sertización producida por la agroindustria y la minería o el calen-tamiento del planeta a través de la emisión de dióxido de carbono.4) Privatización y/o liquidación de los servicios o monopolios esta-tales. Es decir, la venta a sectores particulares de las empresas ener-géticas, las empresas básicas, los hospitales, las escuelas, las carre-teras, las empresas de electricidad, el suministro de agua, etc.5) Congelación de salarios en general (incluido el salario mínimo)bajo el argumento de busca de la competitividad internacional. Fo-mento de la producción bajo el modelo de maquila y, en conso-nancia, deslocalización industrial a la búsqueda del ahorro en cos-tes salariales.6) Aumento de los impuestos indirectos, principalmente sobre elconsumo (IVA) y disminución de los directos, así como de los por-centajes impositivos sobre los ingresos altos y las grandes fortu-nas. En consecuencia, encarecimiento de alimentos, vivienda, me-dicinas y productos básicos, aumentando la pobreza.7) Promoción del comercio orientado hacia las exportaciones (la pro-ducción se concentra para competir en el mercado global). Es decir,

106 Véase Leo Panitch y Martijn Konings, “Mitos de la desregulación neoliberal”,en New Left Review 57 (julio/agosto 2009).

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dependencia del exterior (economía de puerto) y abandono de la pro-ducción orientada a la satisfacción de las necesidades nacionales.8) Promoción de políticas fiscales atractivas para el capital finan-ciero internacional especulativo. Es decir, reducción o exacción deimpuestos para las trasnacionales, junto a ayudas y concesionesfiscales y materiales para atraer inversiones extranjeras. Desregu-lación que permita inversiones arriesgadas y rescate con dineropúblico de los resultados negativos de las aventuras financieras.9) Intervención sobre las variables macroeconómicas desde el ladoexclusivo de la oferta, con el fin de evitar el déficit presupuestarioy comercial. Esto es, altas reservas internacionales colocadas en losbancos de referencia, altas tasas de interés, bajos sueldos para dis-minuir la inflación, etcétera.10) Descalificación ideológica del Estado social. Es decir, atribu-ción al Estado de toda la responsabilidad frente a los fenómenosde corrupción e ineficiencia. Apología sobre la transparencia y efi-ciencia del mercado y de las empresas privadas. Por el contrario,refuerzo de las tareas represivas y militaristas del Estado.11) Manipulación y fomento de un imaginario consumista, indi-vidualista y fragmentado de la población a través de los medios decomunicación. En estos, el mercado y el neoliberalismo recibenun tratamiento acrítico, al tiempo que se descalifican las protestasasociándolas a formas más o menos suaves de terrorismo. El con-cepto de gobernabilidad (donde la responsabilidad es de los queprotestan) se usa para evitar el uso del concepto de legitimidad(donde los cuestionados son los gobiernos).12) Descalificación y ocultamiento de todo pensamiento alternativo,alcanzando la desautorización incluso a sectores capitalistas noneoliberales (por ejemplo, el pensamiento económico poskeynesia-no). Paradójicamente, ocultación de la información bajo montañasde información. Descalificación de las propuestas de un mundo di-ferente (presentándolas, además de como imposibles, arriesgadasy contraproducentes, como utópicas, desfasadas, anacrónicas, ar-caicas).13) Construcción elaborada del fragmento desde los aparatos públi-cos. Es decir, negación a los sectores bajos de la población de la po-sibilidad real de organización para superar su situación. Cooptaciónde los partidos políticos y los sindicatos cartelizados (aquéllos quecumplen con las reglas de juego) y descalificación de las asociacio-

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nes críticas, a las que se presenta como enemigas del desarrollo yfrenos a la competitividad y la modernización.14) Articulación intelectual de un sentimiento de derrotismo entrelos grupos de izquierda y la población en general. Es decir, pro-clamación del fin de las ideologías y ensalzamiento del pensa-miento único (pragmatismo neoliberal y descalificación de las al-ternativas). Auge de las ideologías centristas, caracterizadas porsu renuncia al conflicto (cuanto menor es la reivindicación y la di-fuminación de los conflictos, mayor es la condición de centrista dequien opera de esa manera).15) Construcción de paraísos artificiales y promoción del consu-mo directo y virtual. Es decir, a través de la televisión o Internet–como los principales medios de comunicación– se crean falsasnecesidades que requieren ser subsanadas por medio de comprascompulsivas a satisfacer en grandes centros comerciales o por me-dio de compras electrónicas.107

En definitiva, se trata de un modelo construido para la recu-peración de la tasa de ganancia en un marco de regulación socialfuncional para la lógica capitalista. Pero que ha tenido la capaci-dad de incorporar a ese modelo generador de desigualdades a lasmasas, haciéndolas partícipes, a través del endeudamiento, de lapublicidad y de la ensoñación del efecto riqueza del incrementodel patrimonio inmobiliario, de la lógica del sistema. Los aires decambio que antaño representaban el anhelo igualitario de la revo-lución son sustituidos por el cambio fugaz en la subjetividad queproduce el consumo. Y finalmente, y ante la ausencia de consumo,el sistema mantiene su solidez, sostenido simplemente por la fuer-za disciplinadora del deseo de consumo.

107 Haiman El Troudi y Juan Carlos Monedero, Empresas de producción social.Instrumento para el socialismo del siglo XXI, Caracas, Centro Internacional Mi-randa, 2007.

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XI

EL CAMINO HACIA EL CONSENSO DE WASHINGTON: LA CONDICIÓN IDEOLÓGICA

DE LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL

No. No hay verdades únicas ni luchas finales,pero aún es posible orientarnos mediante lasverdades posibles contra las no verdades evi-dentes y luchar contra ellas. Se puede ver par-te de la verdad y no reconocerla. Pero es im-posible contemplar el mal y no reconocerlo. ElBien no existe, pero el Mal me parece, o metemo, que sí.

Manuel Vázquez Montalbán, Panfleto des-de el planeta de los simios.

Como se ha adelantado, han sido los propios Estados naciona-les, impulsados por fracciones de las elites que entendían y asu-mían la nueva lógica transnacional, los que han entregado partesimportantes de la razón nacional a la nueva razón global, perdiendoasí la estatalidad nacional, ajena a esos grupos, soberanía y capa-cidad de maniobra. De hecho, los lobbies forman parte de la articu-lación política cotidiana de los Estados desarrollados, moviéndo-se con inaudita agilidad en los espacios donde se concentra el poder(los casos emblemáticos son la Cámara de Representantes de Es-tados Unidos y Bruselas, sede de la Unión Europea).

Cada vez que las autoridades de un país asumían compromisoscon organismos internacionales estaban despojándose de una so-beranía sometida en cada país al circuito electoral, al tiempo quese debilitaban como aparatos ejecutivos para dar respuesta a polí-ticas sociales que implicaran un freno a la actividad de los capita-les internacionales (fueran políticas de redistribución de renta,acuerdos corporativos entre el capital y el trabajo nacionales, ase-

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guramiento de un sector nacional estratégico, etc.). Con cada asun-ción de instancias jurídicas supranacionales, acuerdos comercia-les, decisiones de la OMC, el FMI o el Banco Mundial, de obli-gaciones señaladas por mecanismos internacionales de resoluciónde conflictos, derechos de propiedad validados internacionalmente,normas de calidad de validez global, el mantenimiento de una pa-ridad económica, el derecho sobre las patentes, las calificacionesriesgo-país, la orientación comercial exterior, etc., los Estados na-cionales estaban perdiendo estatalidad que iba a parar a Estadosextranjeros o a manos privadas.

Conforme el capitalismo se hacía más global –siguiendo su ló-gica propia tras el paréntesis de capitalismo domesticado de losdecenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial– se iban crean-do las instancias supranacionales que dirigían esa nueva fase delcapitalismo. De hecho, todo el entramado de lo que, como veía-mos, William Robinson llama el embrión de Estado transnacio-nal, no es sino la adecuación institucional a las necesidades deacumulación de un capitalismo que ya no podía sobrevivir exclu-sivamente en la jaula de los Estados nacionales, corsé para esoscapitales de altos vuelos que necesitaban superar la fase desarro-llista o keynesiana. El creciente Estado transnacional implica unaarquitectura institucional férrea, desarrollada y generalizada, acom-pañada incluso por ejércitos supranacionales dispuestos a intervenircuando las funciones represivas de los Estados nacionales fraca-sen. Una estructura que se acompaña de un imaginario de inevita-bilidad que parece que siempre existió y que, sobre todo, hace di-fícil imaginar su alternativa o su simple ausencia.108

Desde un punto de vista normativo político, la globalización esla culminación de un proceso de vaciamiento de la democracia en-tendida como participación popular y gobierno del pueblo, por el

108 Repárese que más que de un Estado transnacional (que nos llevaría a pensar quecumple las funciones que ha cumplido el Estado nacional), conviene hablar de unEstado embrionario o incluso de un paraestado (como lo es en algunas zonas deItalia la mafia, o la guerrilla, los paramilitares o el narcotráfico en zonas de Co-lombia), es decir, de una estructura que sustituye en algunos aspectos o comple-menta a los Estados nacionales, a quienes, de cualquier forma, siempre les com-peterán funciones generales de acumulación y garantía de la propiedad privada(represión), de aseguramiento de la confianza social y de búsqueda de legitimación(sin las cuales, se derribaría todo el sistema por la inestabilidad que generaría).

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(1) Democracia participativa (medieval)

(2) Democracia liberal-representativa

(3) Democracia globalizada

Poder de la monarquía(Ámbito del poder político)

Manda a

(Ámbito de la comunidad) nombran a (nexo entre sociedad y Estado)

Representados Representantes

Trasladan la voluntad popular a

Poder estatal (que coincide con los representantes)

Nombran a

Representados(desaparece la relación

dialéctica poder/representantes, de manera que el poder no se cuestiona)

Instancias globales

Poder estatal nacional/representantes

Comunidad

RECLAMANOBEDIENCIA

INFORMAN

(se cortocircuita la relacióncomunidad-instancias globalesmientras las nacionales con relacióna lo global son asimétricas)

(desaparece la relación dialécticapoder/representantes)

La sociedad ha perdido la relación dialéctica con el poder (convertido en represen-tantes) y éstos descargan la responsabilidad en instancias globales a las que no sepuede controlar y mucho menos influir al margen de los lobbies especializados.

Tabla 10. El vaciamiento de la democracia

Reclaman obediencia a

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pueblo y para el pueblo. Las presiones elitistas, interesadas en creardemocracias de baja intensidad que no frenaran la rearticulacióncapitalista, encontraron en los procesos globalizadores razonespara sacar legalmente fuera del proceso electoral facetas ampliasde la vida pública (por ejemplo, gran parte de la política moneta-ria). Como se ve en el siguiente cuadro, la capacidad de influen-cia popular en el poder político ha ido disminuyendo a lo largo delas diferentes fases de construcción de la democrática.

Primero, al borrarse la diferencia entre el poder y los repre-sentantes se invisibiliza el poder y se olvida su fiscalización al serel poder político el propio representante del pueblo. Con la globa-lización, ese poder invisibilizado además se aleja. La capacidad deinfluir en las instancias globales queda reservada para las elitesglobalizadas (o sus equipos de lobby). De ahí que a las instanciasglobales les resulte más sencillo atender a los intereses empresa-riales o de competitividad nacional o regional que a los interesessociales particulares, tales como el empleo, la sanidad, la educa-ción o las pensiones públicas. Si planteábamos que el Estado, ensu desarrollo histórico, ha alcanzado una selectividad estratégicaque, en ausencia de conflicto, le hace más fácil atender a unos in-tereses que a otros (lo que llamábamos la memoria del Estado), lasinstancias internacionales tienen también una selectividad estraté-gica, con el añadido de que es muy difícil identificar la Bastilladelante de la cual manifestar la protesta.

La colaboración de los Estados nacionales en la construcciónde una lógica transnacional hace que hoy se cuente con la pre-sencia de otros muchos actores en el ámbito político mundial. Al-gunos de estos actores han irrumpido con fuerza inusitada. En nopocos casos, tienen más capacidad financiera, militar, coactiva ysimbólica que varios de los Estados que forman parte de NacionesUnidas. Los ejércitos de mercenarios, contratados por empresas deextracción de diamantes en África o por hacendados en Brasil oColombia; la capacidad tecnológica de mafias y narcotraficantes;la capacidad educativa de las empresas de medios de comunica-ción; el poder simbólico de Hollywood; o las redes desagregadasde terrorismo de cualquier tipo superan con diferencia las posibi-lidades de muchos Estados, incluidos los desarrollados, para po-ner freno a esos grupos que actúan con lógica global y cuestionanla capacidad de los Estados para definir en qué modelo de socie-

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dad quieren vivir sus ciudadanos. La influencia de los grandesconsorcios mediáticos es capaz, además, de poner contra las cuer-das a cualquier gobierno, al igual que existen empresas que, por suvolumen de negocio en comparación con el PIB del país en el queoperan, pueden dictar casi cualquier condición que tenga lógicaeconómica.

La lista de nuevos actores que acompañan a los Estados nacio-nales en la marcha de la globalización incluiría necesariamente alos siguientes: empresas transnacionales; ciudades globales; rear-ticulaciones regionales orientadas a la exportación y que afectan adiferentes Estados; centros financieros desterritorializados (paraí-sos fiscales); organismos internacionales omnipresentes (ONU,FMI, BM, OMC); renovadas reclamaciones nacionales/culturalessilenciadas durante decenios (naciones sin Estado); nuevas orga-nizaciones internacionales sui generis (Foro Social Mundial, redesciudadanas internacionales, partidos transnacionales); derechos depropiedad validados globalmente (patentes); identidades globalesdesligadas del tiempo y el espacio (ejecutivos, comunidades vir-tuales alrededor de Internet, circuitos audiovisuales); redes mun-diales de delincuencia; terrorismo sin base estatal; redes mundia-les de apoyo médico, solidaridad y ayuda; formadores regionaleso mundiales de opinión pública (CNN, Al Yazira, Telesur, empre-sas de demoscopia). Como se ve, nada fácilmente encuadrable enuna simplista categorización de buenos y malos. Los términos deglobalización hegemónica y globalización contrahegemónica sonmás útiles tanto en términos interpretativos como en la clarifica-ción ideológica.

El paisaje solamente es homogéneo visto desde lejos. Conformeuno se acerca, las disparidades se hacen evidentes. La diferencia-ción establecida por Wallerstein entre centro, periferia y semiperi-feria (ya adelantada por Gramsci) no solamente sigue siendo válida,sino que es obligatoria para no constreñir las globalizaciones en untipo único de globalización que ignora sus diferencias según sea elpaís, el momento, la correlación social de fuerzas, la pertenencia aun área de influencia, la fuerza de la fracción de clase globalizada,la penetración de nuevos actores globales, etc. Si bien la tendenciaes general y responde a las necesidades del capitalismo desde losaños setenta, la forma en que se asienta ese modelo en cada país es,como venimos analizando, un capítulo abierto. No puede ser igual

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la cesión de soberanía en países donde la sociedad civil ha creado alEstado que en países donde el Estado ha creado la sociedad civil; endonde se han construido modelos más o menos pluralistas tras dos-cientos años de exitosas luchas obreras, donde el Estado no es sim-plemente un instrumento de las clases dominantes (aunque sí estéfungiendo como el garante último del capitalismo), que en otros lu-gares donde la posición subordinada en la división internacional deltrabajo, la existencia de dictaduras, la falta histórica de institucio-nalidad o una férrea represión debida a la propia debilidad de la bur-guesía nacional no ha permitido contar con un aparato estatal legi-timado que pudiera pensarse como palanca para la creación deintereses generales.

Ya se ha apuntado que el modelo hegemónico en el mundo es elque ha construido durante los últimos cinco siglos el trabajo en pa-ralelo del pensamiento Moderno (el que sustituyó al pensamientometafísico medieval y puso a la razón y a la ciencia en el centro dela vida), el modo de producción capitalista y el modelo de Estadonacional. La lógica de ese modelo es la misma en cualquier rincóndel globo bajo influencia occidental –es la que explica y justifica laacumulación legitimada de capital bajo una lógica lineal de pro-greso en sitios tan distantes–, pero su concreción, como venimosinsistiendo, es particular. Esa lógica va a intentar en todos lados,con un comportamiento orientado de una misma manera, garanti-zar su tasa de beneficio, y para esto buscará ajustarse y obtener elbeneficio donde le resulte más sencillo, es decir, por las partes másdébiles: trabajadores, medio ambiente, otros países o generacionesfuturas (aquí en forma de endeudamiento). Igualmente intentaráconstruir hegemonía para garantizar el dominio y hacerlo más es-table –es con esta responsabilidad donde aparece la transformaciónde los medios de comunicación como estrechos aliados del neoli-beralismo–. Y buscará llevar al Estado hacia la lógica transnacio-nal, utilizando para tal fin explicaciones históricas con algún fun-damento –por ejemplo, el fracaso del keynesianismo en la crisis delos setenta–, con interpretaciones antropológicas –el ser humanoque no recibe castigo es débil y fomenta un mal comportamientogenético– y en otras ocasiones con meras falacias ideológicas milveces repetidas: bajar los salarios para crecer y luego repartir; abrirlas fronteras para mejorar la competitividad; privatizar sanidad,educación y pensiones, para ser más eficientes y superar la pobre-

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za; dedicar recursos públicos a salvar bancos privados para recu-perar la salud de la economía; etc. Todo esto intentando siempre,como llave última de su éxito, deslegitimar las alternativas.

El no hay alternativa thatcheriano es, a fin de cuentas, el granlegitimador del nuevo modelo de acumulación capitalista. Es poresto por lo que esa lógica unitaria pone gran énfasis en acabar conotros modelos que sirvan de ejemplo contrario a esa lógica homo-génea. La libertad, como señaló Tocqueville, es un virus altamen-te contagioso. Basta un país que se presente al mundo como sobe-rano para que el efecto dominó comience. Es ahí donde hay queentender la virulencia contra Cuba ayer, la virulencia hoy contrala República Bolivariana de Venezuela, contra la Bolivia de EvoMorales, el Brasil de Lula, el Ecuador de Correa o contra organi-zaciones como el Foro Social Mundial y los movimientos alter-mundistas que puedan demostrar, en la práctica, que otro mundoes posible. Y no es muy diferente de la demonización del islamis-mo, equiparando a grupos como Hamás con organizaciones terro-ristas como Al Qaeda o invalidando la legitimidad de los resulta-dos electorales cuando los candidatos triunfadores no son losrecomendados por el Departamento de Estado.

Allí donde en los últimos decenios la acumulación económicase organizó en Estados nacionales más o menos proteccionistas,hoy muestra un impulso global que toma en unos países forma dedesmantelamiento del Estado del bienestar –con los consiguientesrecortes en los derechos civiles y políticos para acallar las protes-tas– y en otros, directamente, forma de ajuste estructural.109 Para-lelamente a esta desarticulación nacional está la señalada articula-ción transnacional, la construcción de una red institucional globalque garantiza esa nueva forma de acumulación frenada, como vi-

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109 Es importante diferenciar entre las políticas asistenciales de lo que se llama elEstado social, del presupuesto de transformación del modelo económico y socialque implicaría la fórmula Estado del bienestar. Mientras el primero funciona demanera paliativa y se desempeñó como una primera etapa, el segundo tenía comoobjetivo crear mayor igualdad social y mayor libertad, en una fusión que superaríael conflicto entre justicia y libertad propio de los siglos XIX y XX. La derecha siem-pre ha insistido en ese componente paliativo del libre mercado, mientras la social-democracia, antes de asumir las tesis liberales, operaba desde el presupuesto de latransformación social a través del cambio de las relaciones de clase. De ahí que suprincipal herramienta fuera el pleno empleo, que a su vez garantizaba sindicatosfuertes y una clase obrera menos sujeta a procesos de disciplina laboral o social.

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mos, por la necesidad de legitimarse que tienen los Estados nacio-nales en su forma de Estados sociales y democráticos de derecho.

Fracasado durante casi tres décadas el freno a ese impulso, laglobalización neoliberal fue imponiéndose como la forma de glo-balización hegemónica. Es por esto que John Williamson bautizó afinales de los años ochenta al pensamiento único con la eufemísti-ca expresión Consenso de Washington, trasunto en la economía delfin de la historia que propugnó Francis Fukuyama para la políti-ca.110 Y es también por todo esto que la concreción de alternativasse está convirtiendo en un riesgo creciente para el modelo liberal,quien ha abierto una nueva Guerra Fría que, en no pocas ocasio-nes, se calienta con fragores de guerra sin adjetivos. La nueva al-ternativa, tras tres décadas de hegemonía neoliberal, se expresa endiferentes perfiles:

1) En forma de gobiernos con un discurso abiertamente antineo-liberal.2) En integraciones regionales que cuestionan los principios básicosde la competencia neoliberal (es el caso emblemático del ALBA).3) En articulaciones políticas globales contrahegemónicas (comose ha apuntado, los diferentes capítulos del Foro Social Mundial olas redes altermundistas).4) A través de la creación de una opinión pública mundial opuestaal modelo globalizador hegemónico (movimientos contra la guerra,medios de comunicación alternativos, foros académicos, documen-tales y películas críticas, movimientos sociales interconectados).5) Por esa amenaza con urgencias catastróficas que es el calen-tamiento global, y que se ha convertido en un riesgo creciente parael modelo neoliberal.6) En los crecientes problemas por los que pasa el sistema en cadanueva crisis (lo que no quiere decir que la próxima sea la última,sino que las dificultades para salir son cada vez mayores, a un cos-to más alto y reduciendo más las posibilidades para la siguiente).

Se entenderá, por tanto, por qué el discurso sobre la globali-zación se ha convertido crecientemente en un campo de batalla.Más allá del incontrovertible hecho del incremento de los flujos

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110 Véase más adelante la Tabla 11.

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sociales, del aumento cuantitativo de las transferencias antaño fi-jadas territorialmente, el resto va a formar parte de la discusiónacerca del futuro nuevo orden mundial. Su resultado, una vez más,dependerá de los conflictos sociales. La última guerra civil euro-pea (la Segunda Guerra Mundial) se zanjó con la victoria de la iz-quierda sobre la derecha. Es lo que produjo la gran transformaciónde la que habló Polanyi, esto es, la asunción por parte de un Esta-do social del rumbo de la economía. La ausencia de conflicto so-cial ha revertido ese resultado. Si, como decía Shakespeare, lavenganza es un plato que se sirve frío, medio siglo después la ven-ganza ha sido ejecutada.

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XII

OTRA “GRAN TRANSFORMACIÓN”: LA VENGANZA DE LA “ECONOMÍA”

[…] los orígenes del cataclismo, que conociósu cenit en la Segunda Guerra Mundial, resi-den en el proyecto utópico del liberalismo eco-nómico consistente en crear un sistema demercado autorregulador. Esta tesis permite, ami juicio, delimitar y comprender ese sistemade poderes casi míticos que supone, ni más nimenos, el equilibrio entre las potencias, el pa-trón oro y el Estado liberal; en suma, esos pi-lares fundamentales de la civilización del sigloXIX, se erigían todos sobre el mismo basamen-to, adoptaban, en definitiva, la forma que lesproporcionaba una única matriz común: elmercado autorregulador.

Karl Polanyi, La gran transformación (1944).

La ofensiva ideológica del neoliberalismo, al menos desde el in-fluyente trabajo de Huntington, Crozier y Watanuki, La crisis de lademocracia. Informe a la Comisión Trilateral (1975), concentrósus baterías contra un Estado al que se definía como sobrecargadodebido a un exceso de democracia. Esta sobrecarga estaba, a suvez, motivada por lo que se entendía como demasiada participa-ción ciudadana. Para mayor confusión, esa persecución del Estadomínimo se hacía en nombre de la democracia. Una vez más, la aca-demia se prestó para encontrar razones a esa propuesta. Como ocu-rre con todas las peticiones que provienen de espacios con gran ca-pacidad financiera, las respuestas siempre se multiplican. Estoexplica por qué hay ámbitos sobreteorizados mientras otros están

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subteorizados. Dicha sobreteorización lleva, además, a confundirel grano con la paja. La justificación de la puesta en marcha de pla-nes de ajuste en los años ochenta nunca se presentó como una for-ma indirecta de garantizar las exportaciones de Estados Unidos,sino como el necesario saneamiento macroeconómico que iba apermitir la inserción internacional de los países en desarrollo. De lamisma manera, la reforma del Estado, propuesta en los años no-venta, callaba el interés principal de liberar capitales –por ejemplo,a través de las privatizaciones– que permitieran a los países del Surpagar la deuda contraída con el Norte en décadas anteriores. La re-volución verde nunca se presentó como la desertización y proleta-rización del campo o como la fidelización de los campesinos delSur a las grandes empresas del agrobussines, usando como vehí-culo para esto el uso de semillas transgénicas por las cuales habíaque pagar cada año o fertilizantes encadenados a esas semillas yque, a su vez, invalidaban los métodos tradicionales de agricultura.Era ni más ni menos una revolución que iba a acabar con el ham-bre en el mundo. El informe La crisis de la democracia presentó almundo la Trilateral (el primer gobierno en la sombra de la globali-zación), al tiempo que reclamaba una nueva regulación social y po-lítica autoritaria que frenase las protestas que abrió la crisis delkeynesianismo a mediados de los años setenta.

Tabla 11. El programa de máximos del neoliberalismo: el Consenso de Washington

El Consenso de Washington es el nombre que el economis-ta norteamericano John Williamson dio en 1989 al conjuntode requisitos económicos donde coincidían académicos, elGobierno norteamericano y las instituciones con sede en esaciudad ( FMI, BM, OMC), y que parecían ser compartidospor los principales think tank, por los gobiernos de buenaparte del mundo (incluidos los del tercer mundo) y por lasinstituciones financieras. Era el consenso sobre una forma dediagnóstico y terapia de la economía que no admitía críticaque no fuera descalificada con dureza (sin contar la globali-zación previa de la represión que fue el Plan Cóndor). Tuvoefectos positivos en la lucha contra la inflación y en el sanea-

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miento, en algunos casos, de las variables macroeconómicas,pero efectos devastadores en buena parte de los pueblos delSur, siendo responsable, en buena medida, tanto de los incre-mentos de la desigualdad como del empobrecimiento general.Este consenso, que se denominaría críticamente como pensa-miento único por la vehemencia de su implantación, implica-ba los siguientes asuntos:1) equilibrio del presupuesto público reduciendo el déficitfiscal;2) reconducción del gasto público primando la selección delmercado;3) reformas fiscales que redujeran los impuestos directos yaumentaran los indirectos;4) establecimiento de tipos de interés positivos que atrajerancapitales y fomentasen el ahorro interno;5) tipos de cambio que permitieran orientar la economía ha-cia el exterior de manera competitiva;6) liberalización comercial con plena apertura de fronteras;7) recepción de inversión extranjera directa;8) privatizaciones del sector público;9) desregulación en lo referente al mercado laboral, a los con-troles a las empresas y a los capitales y desaparición de las ba-rreras legales a los movimientos económicos (salvo de mano deobra);10) garantías a los derechos de propiedad. Este consenso, ysu puesta en práctica, lo que da pie para hablar de cambiosradicales en la política económica occidental.

El debilitamiento de un Estado, que en esos momentos era de-sarrollista o social, en nombre de mayores garantías democráticasimplicaba dejar al mercado la solución de todos los ajustes socia-les. Las tres funciones por excelencia del Estado moderno –ga-rantizar la reproducción material del sistema, facilitar la confianzaentre los ciudadanos y suministrar legitimidad al aparato políti-co–, se debían abandonar como caducas, sin que se propusieranalternativas políticas que sustituyeran de manera clara la labor es-tatal y garantizasen sus mismos fines (los consolidados como de-rechos de ciudadanía). El rearticulador social ni siquiera iba a serel mercado nacional, sino que le correspondería esa tarea al mer-

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cado globalizado. Ahora bien, en ese viaje, la legitimidad estataly, con ella, todo el sistema, se ponía en peligro:

[…] la conversión de hombres en ciudadanos del mundo, sin el esta-blecimiento de los marcos políticos en los que efectivamente pudieranejercitar y hacer valer esa ciudadanía, para lo único que sirve es paraproclamar procaz y falsamente la aparición de una sociedad civil uni-versal sin Estado, como sustitutivo y compensación histórica al alar-mante fenómeno de un Estado que se está quedando sin sociedad ci-vil. Lo que significa que nuestra obligada conversión en ciudadanosdel mundo a la que, por necesidad, mandato y exigencia del mercadonos vemos sometidos, sólo puede producirse a costa de la renunciacada vez más pavorosa de nuestra condición de ciudadanos en la ór-bita política del Estado, dentro del la cual el hombre es, ante todo, por-tador de unos derechos (rights holder) que en todo momento puedehacer valer frente al poder. Difuminada la ciudadanía en una organi-zación planetaria, difícilmente podrá nadie alegar derechos y esgrimirlibertades (que es a la postre donde radica la esencia de la ciudadanía),ante unos poderes que sigilosamente ocultan su presencia.111

En otras palabras, la globalización dificulta la posibilidad deser ciudadanos en Liliput –en los medianos o pequeños y más omenos afianzados Estados nacionales–, y condena a no serlo enBrobdingnag, en el país de los gigantes, en la cosmópolis comple-ta del planeta. Se pierde la condición de ciudadanos en nombre defuerzas imponderables o se lesionan los derechos civiles, políticosy sociales en los Estados nacionales realmente existentes, mientrasque la inexistencia de esa esfera pública mundial, convierte, si-guiendo la raíz griega del término idion –que designaba la caren-cia de la perspectiva de la polis–, en necesarios idiotas, personasalejadas de asuntos públicos que están demasiado lejos de cual-quier posibilidad de entender y controlar. Recordemos que en elmundo antiguo imperaba una idea de totalidad asentada en unmodo de producción esclavista que permitía una identidad ciuda-dana entre lo público y lo privado. La politeia griega estaba liga-

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111 Pedro de Vega, “Mundialización y derecho constitucional: la crisis del princi-pio democrático en el constitucionalismo actual”, Revista de Estudios Políticos100 (1998), p. 17.

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da a un discurso horizontal, que posteriormente sería traducido enel mundo latino como res publica y en el anglosajón con la ideade la commonwealth, es decir, relacionado con lo que entendemoscomo “bien público” o “interés general”. De ahí que el desentendi-miento de la cosa pública cargara con la connotación negativa deidion que se ha mantenido en la evolución de la palabra idiota. Elespacio físico del planeta desborda la capacidad cotidiana de laciudadanía y, al igual que ocurre con la sobreabundancia de infor-mación, el resultado final es una potencial reclusión en ámbitosreducidos, en la atomización social, en el sacrificio de la sociabi-lidad orgánica y cálida. La regulación mundial quedaría, en tantono se defina con claridad quién sustituye a la esfera internacional,en manos de un mercado autorregulado o, en su defecto, de comi-tés de técnicos encargados de ofrecer el argumentario mecanicistay necesario del funcionamiento del mercado no intervenido. La re-ferencia a Karl Polanyi es de nuevo inevitable: “la idea de un mer-cado que se regula a sí mismo era una idea puramente utópica.Una institución como ésta no podía existir de forma duradera sinaniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, sindestruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto”.112

El surgimiento de nuevos actores que compiten con el actor po-lítico por excelencia, esto es, el Estado nacional, nos sitúa ante unaencrucijada. La sociedad red (Castells) plantea la existencia de unentramado reticular que carecería de centro y que, en su lugar, ten-dría diferentes nódulos. Si bien es real la incorporación de la des-centralización en la capacidad de decisión política (lo que incor-pora el concepto de gobernaza), la idea de red no hace justicia alpapel todavía predominante del Estado nacional y a sus responsa-bilidades, incluso en aquellos lugares que gozan de mayor inte-gración social, como puede ser en la Unión Europea. Además deque lo que podía ser el resultado final de una recuperación ciuda-dana del poder político, con el debilitamiento de los Estados y elejercicio del desarrollo y control de las decisiones públicas reali-zados por ciudadanos organizados en redes y que asumen el con-trol de sus medios políticos y económicos, aquí es resultado de de-cisiones copulares orientadas por los meros intereses del sistemacapitalista. En síntesis, la oferta de un comunismo capitalista que

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112 Karl Polanyi, La gran transformación, Madrid, La Piqueta, [1944] 1989, p. 26.

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habría que añadir al baúl de oximorones con los que se abunda enla confusión de la época.

Pero no deja de ser cierto que determinados grupos subestatalestales como asociaciones de vecinos, movimientos sociales, gruposde expertos, grupos de afectados, movimientos internacionalescon acción local, empresas locales, etc., y grupos supranacionales,como por ejemplo la UE, Mercosur, la ONU y Organizaciones noGubernamentales como Amnistía Internacional o Greenpeace, lasempresas transnacionales, entre otros, son actores, nuevos o no,que tienen un papel renovado en la discusión y ejecución de polí-ticas públicas. Este conjunto de cambios trastoca, al menos poten-cialmente, los fundamentos del orden de los sistemas políticos oc-cidentales, articulados sobre la idea de representación y legitimidad.Esto es así ya que, por un lado, rompen el principio igualitaristaque encerraba la fórmula de Estado social y democrático de dere-cho; y por otro, deshacen la teoría de la representación, que ope-raba sobre el principio de la accountability (sólo los Estados na-cionales están sujetos a rendición política de cuentas). La necesariateoría del Estado en la globalización tiene, como uno de sus pila-res, una reconsideración de la representación y la participaciónque acomode lo público a sus nuevos espacios.113

Tabla 12. La trampa de la gobernanza114

En los años setenta empezó a ser hegemónica una tesis críti-ca con el capitalismo que hablaba de una “crisis de legitimi-dad” del sistema (y no en el sistema). Frente a esta tesis, lostanques de pensamiento conservadores elaboraron una antí-tesis pro capitalista: la crisis no era de legitimidad sino de

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113 La crisis de la democracia representativa, surgida de sus promesas incum-plidas, del incremento de la complejidad social y de la ruptura espacial de la glo-balización, ha dejado camino abierto a la democracia participativa. Ahora bien,esa participación no afecta a los fundamentos del sistema. Incluso en los ámbitosmás desarrollados, como en los presupuestos participativos, las decisiones popu-lares propuestas apenas afectan a una pequeña parte del gasto público. Un realempoderamiento popular situaría a la sociedad en la fase de transición al socia-lismo, al menos en lo político, lo que no está considerado en las propuestas par-ticipativas hasta ahora recogidas.114 Juan Carlos Monedero, El gobierno de las palabras. Política para tiempos deconfusión, México, FCE, 2009.

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gobernabilidad, descargando la responsabilidad no en los fa-llos del mercado sino en la sobrecarga del Estado y en el “ex-ceso” de participación ciudadana que excedía los límites dela institucionalidad de la democracia representativa. En losaños noventa la gobernanza se presenta como una falsa sín-tesis superadora de esa discusión. Falsa superación y más unregreso al pasado, toda vez que no cuestiona en modo algu-no el modelo capitalista colapsado y que fue el que generó laprotesta. La gobernanza es una “matriz” funcional a la crisisdel neoliberalismo cuya principal virtud es que silencia elconflicto propio del discurso de la legitimidad. Una vez fra-casado el momento álgido del neoliberalismo, donde la con-signa era el desmantelamiento del Estado social y su conversiónen un aparato al servicio de la acumulación capitalista, setrataba ahora de asumir la tesis de la “reforma del Estado”compensando las exageraciones creadas por la arrogancia deesa fase anterior (que en la América Latina del ajuste y lasterapias de choque crearon, junto a un lumpen-Estado, ma-fias, pobreza y desarticulación social). La condición de falsasíntesis de la gobernanza se identifica en la sustitución deconceptos que problematizan el orden social por otros queno son sino conceptos trampa cuya principal característicaes que ocultan a los sujetos de la transformación: “resoluciónde problemas” en vez de “transformaciones sociales”; “parti-cipación de los interesados” en vez de “participación popular”;“auto-regulación” en vez de contrato social; “juego de sumapositiva” y “políticas compensatorias” en vez de “justicia so-cial”; en vez de “relaciones de poder”, “coordinación”. En de-finitiva, “cohesión social y estabilidad” donde ayer se prima-ba la idea de “conflicto social”.115

La gobernabilidad se tornará gobernanza en el discurso dela ciencia social cuando los efectos negativos de aquellas po-líticas, caracterizadas precisamente por la llamada ausenciade lo político (en realidad, hegemonía del mercado y ausen-cia de lineamientos colectivos participados por la ciudadaníadirectamente o a través del Estado nacional), exigieron una

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115 Boaventura de Sousa Santos, A gramatica do tempo, Porto, Afrontamento,2006, p. 377.

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reconceptualización que evitara la vinculación negativa queimplicaba la palabra gobernabilidad y abriera la vía paranuevas regulaciones sociales. Demasiados estragos no sola-mente habían gastado el concepto, sino que reclamaban nue-vas maneras de operar para garantizar el éxito (algo similarocurriría posteriormente con la responsabilidad social em-presarial, un intento de recuperar la confianza en las empre-sas, perdida en las décadas depredadoras).

Su adjetivación posterior como “buena” gobernanza o go-bernanza “democrática” sugiere dos reflexiones: la connota-ción negativa que el sustantivo gobernanza traía consigo(necesitado de refuerzo con un adjetivo amable), y el carác-ter impositivo que implicaban los conceptos (quien no cum-pliera con los protocolos del mismo, se alejaría de esas bue-nas prácticas). En el Informe al Club de Roma de 1993, querecibía el título de La capacidad de gobernar se recogía estaidea al afirmarse: Se suele hablar equivocadamente de “in-gobernabilidad” cuando lo que habría que hacer es afrontarel problema real: la incapacidad de gobernar. El uso del tér-mino “ingobernabilidad” es con frecuencia incorrecto y tam-bién peligroso. Es incorrecto porque lo que se entiende poringobernabilidad de la sociedad, suele ser el resultado delfracaso de los gobiernos para ajustarse a las cambiantes con-diciones. Y es peligroso porque proporciona una coartadapara las torpezas del gobierno, que a su vez echará la culpaa la sociedad […]. Es verdad que hay sociedades muy difíci-les de gobernar, por excelente que sea su gobierno. Pero te-niendo en cuenta las serias flaquezas de todos los gobiernoscontemporáneos, habría que concentrar los esfuerzos endesarrollar la capacidad de gobernar y no en inculpar a lassociedades tachándolas de “ingobernables”.116

La gobernanza como concepto de las ciencias sociales na-ció en el ámbito de la economía neoclásica y hacía referen-cia a la eficacia y rentabilidad dentro de las empresas comolugares donde se ahorraban costes. Esa circulación interna

116 Yehezkel Dror, La capacidad de gobernar. Informe al Club de Roma, Madrid,Galaxia Gutemberg/ Círculo de lectores, 1994, p. 39.

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implicaba que no hacía falta adquirirlos en el mercado puesse suministraban desde dentro de la organización. Un artículode Ronald Coase de 1937 marcaría la pauta, generalizándo-se el concepto a partir de los años setenta a través de la obrade Oliver Williamson (no confundir con John Williamson, elconceptualizador del Consenso de Washington).117

Pronto pasaría al vocabulario de las relaciones internaciona-les, participando del mismo error, esto es, negar la posibili-dad de construir los intereses colectivos desde las instanciasestatales nacionales. Como apuntó Susan Strange, la gober-nanza mundial pretende la existencia de “una especie de al-ternativa al sistema de estados”, sin que esto suponga realmenteun gobierno mundial.118 Es ese caso, las labores de armoni-zación global se habrían trasladado a organismos internacio-nales eminentemente financieros o comerciales (FMI, BM,OMC). La idea de gobernanza da carta de naturaleza a latransformación política que sustituye la soberanía popularpor formas no estatales y jerárquicas de gobierno acompaña-das de instancias intermedias que justifican la participaciónperdida de la sociedad civil.

En la misma dirección apunta Carlo Donolo en su análi-sis sobre formas de gobierno que se adapten a lo que deno-mina sociedad posmoderna:

[…] en la época posmoderna […] a las instituciones del gobierno,políticas o no, sólo les quedan la posibilidad de un gobierno débildel cambio social, es decir, la vía de la governance. Toda fórmulade gobierno fuerte (o sea, directo, soberano, de arriba hacia abajo,del centro hacia las periferias) es pretencioso y poco realista.119

Sin embargo, los más escrupulosos analistas son cons-cientes de que la solución aportada por la gobernanza traetambién consigo otros problemas. En expresión de Renate

117 John Brown, “De la gobernanza o la constitución política del neoliberalismo”,en [www.iubelgica.org/textos/Gobernanza.doc, 2001].118 Susan Strange, La retirada del Estado, Barcelona, Icaria, 2001.119 Carlo Donolo ¿Cómo gobernar mañana?, Barcelona, Círculo de Lectores, 1999,p. 139.

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Mayntz, mientras que “por definición, la gobernanza trata dela solución de problemas colectivos y del logro del bienestarpúblico”, no deja de recordar que “allí donde se desarrollanredes de políticas, el gobierno deja de ser el centro directorde la sociedad”. La falta de centro de la red no se entiendeaquí de manera simplista como una ventaja. Es un ejemploclaro de la lucha abierta acerca del significado del conceptogobernanza, donde, por un lado, se quiere dar a entender laconveniencia de la desaparición del gobierno nacido de lasoberanía popular, y con él la voluntad de construcción de unorden social equitativo, y por otro, las dificultades de re-construcción de una justicia social colectiva, de manera quele correspondería esa tarea a la única instancia armonizado-ra que resta: el mercado. Al igual que el retroceso en el cam-po laboral ha supuesto recortes en la negociación colectiva,siendo sustituida por desequilibradas formas bilaterales “em-presario-trabajador”, la gobernanza nivela horizontalmente atodos los actores y hurta el papel predominante del Estadoreformista de posguerra.120

Pero lo realmente relevante es que la gobernanza deja enun segundo plano el que hemos señalado como el gran logrociudadano tras la derrota del fascismo en la Segunda GuerraMundial: el Estado social y democrático de derecho. Por elcontrario, pasa principalmente a ocuparse de formas de go-bierno que den mayor prioridad al mercado, a los organis-mos internacionales, a algunos Estados hegemónicos y a par-tes de la sociedad civil organizada a las que se les atribuyeuna representación que no pueden ejercer.121 La “lucha poreste concepto” se libra en la delimitación de si su uso supo-ne la transformación del Estado hacia formas de democraciaparticipativa, la asunción de funciones diferentes (por ejem-plo, como empresario, como guerrero o mero supervisor delos contratos privados), su desaparición (algo sólo enuncia-

120 Renate Mayntz, “El Estado y la sociedad civil en la gobernanza moderna”, Re-vista del CLAD 21, Caracas, 2001.121 El ejercicio de crítica y autocrítica de las ONG ya ha empezado, si bien cabeesperar un ahondamiento del mismo en los próximos años conforme se vaya es-tudiando el papel a veces cosmético, a veces directamente activo de las ONG en laimplantación de ese modelo.

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ble conceptualmente pero irrealizable en los próximos dece-nios) o la complejización que implica a su vez la irrupciónde nuevos actores y problemas.

Pero no puede olvidarse que la idea de buen gobierno, degobernanza y de gobernanza global, tienen en su génesis losembates neoliberales contra el contrato social de posguerra.Y, por tanto, no puede ignorarse el cuestionamiento que in-corpora la idea de gobernanza respecto de la construcciónpolítica institucional vinculada al Estado de bienestar. De locontrario, el riesgo de justificar lo que no es sino una opciónideológica se incorpora necesariamente con su uso. La hege-liana astucia de la razón (el peso de la época sobre la condi-ción social) obligaría precisamente a los movimientos socialesa ser los portadores, cada vez que usaran este concepto, de supropia negación como tales movimientos sociales transfor-madores. El concepto de gobernanza, como el de gobernabi-lidad, como el de mundo libre, el de globalización, el de Es-tado canalla, el de modernización surgen para defender unmodelo social, político y económico concreto. Darles la vuel-ta es un buen ejercicio de reversión. Pero sin olvidar que losconceptos, a diferencia de lo que ocurría con la poesía en Elcartero de Neruda, la novela de Antonio Skármeta, sirven aquien los inventa y no a quien los necesita.

Cuando la Unión Europea hace suya la idea de Gobernanzaeuropea, definiéndola como “las normas, procesos y compor-tamientos que influyen en el ejercicio de los poderes a niveleuropeo, especialmente desde el punto de vista de la apertura,la responsabilidad, la eficacia y la coherencia”; cuando se creala Comisión de la Gobernanza Global en 1995; cuando el Co-mité de las regiones incorpora el concepto de gobernanza; enel momento en que el Banco Mundial le da carta de naturale-za al concepto denominándolo “el modo como se ejerce el po-der en la gestión económica de un territorio y de los recursospara su desarrollo”; en definitiva, cada vez que la academiasanciona esta palabra, se está implícitamente autorizando unaaventura ideológica que ha logrado sustituir un concepto detransformación –el de legitimidad– por otro nacido para disci-plinar a la ciudadanía crítica –el de gobernanza–. Por mucho

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que ésta se adjetive como buena, pretendiéndole una bondadque originariamente no tenía.

En la misma línea, apunta Aguilera que la gobernanzaotorga a la gobernabilidad la “arista del matiz democrático”que necesitan las sociedades neoliberales para no encontrarun oposición frontal.122 En el descrédito general de lo políti-co que acompaña a la hegemonía del mercado, la gobernanzapuede ser un sucedáneo funcional que, como le correspondíaal bufón en las monarquías absolutas, sirva de coartada, de-sarme la crítica transformadora y evite que cuajen las alter-nativas. En ese viaje, van a acompañarle, como en otras in-cursiones, propagandistas y académicos. Y también no pocosmovimientos sociales asimilados, coro silencioso que refuer-za funcionalmente esa aventura ideológica. En una recientepublicación de Intermón-Oxfam puede leerse:

La gobernanza moderna, que por definición tiene que ver con laresolución colectiva de problemas, requiere que instituciones esta-tales y no estatales, actores públicos y privados, participen y coo-peren en la formulación y aplicación de políticas tanto a escala na-cional como a escala mundial. Ello no menoscaba el protagonismoe influencia de los Estados soberanos, en los que formalmente sesigue dividiendo el mundo, pero sí que afecta a su poder absolutoy transforma su manera de actuar.123

¿Es gratuito quitarle esa autoridad a los Estados naciona-les y hacerla compartida? ¿Se generan acaso riesgos ligadosa la nueva hegemonía neoliberal? ¿Es un aumento de demo-cracia o un subterfugio para debilitarla? ¿En qué condicionesun concepto nacido para debilitar la transformación puedeconvertirse en palanca de la transformación? ¿Es posibledesbordar el concepto para convertirlo en una palanca de de-mocratización y emancipación social? La capacidad comu-

122 Luis Aguilera García, “Gobernabilidad y gobernanza: cinco tesis a la luz del ca-pitalismo neoliberal del siglo XXI”, en [http://www.nodo50.org/cubasigloxxi/poli-tica/aguilera1_310802.htm].123 Milá Gascó Hernández, El gobierno de un mundo global. Hacia un nuevo or-den internacional, Intermón Oxfam, Barcelona, 2004, p. 72.

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nicativa de quienes buscan una gobernanza compatible conel modelo neoliberal no parece dejar mucho espacio para eloptimismo.

Esto no quiere decir, como venía siendo en el caso en las críti-cas marxistas, que la enésima crisis del sistema esté al caer (en losaños noventa se pudo entender que los países realmente aquejadosde serios problemas de legitimidad eran los del bloque soviético),pero sí permite alumbrar la ruptura tendencial de los elementosque han otorgado legitimidad a los sistemas políticos occidentales.En especial, la quiebra del principio redistributivo vuelve a situaren el centro de la escena la contradicción clásica de las sociedadesde clase: mientras que la riqueza se genera socialmente, se repar-te de manera individual. La tensión entre las funciones de legiti-mación y las de acumulación apuntadas en los años sesenta pue-den regresar a un primer plano (la crisis argentina en 2002 o laboliviana en 2003 y 2004 fueron claras advertencia en esa direc-ción). Pero la labor de los nuevos medios de socialización, espe-cialmente audiovisuales, abren un territorio incierto sobre el quefalta todavía evidencia empírica aunque no evidencia lógica. Así,aun agravándose las desigualdades y debilitándose las bases usua-les de la obediencia, no puede afirmarse que traigan consigo trans-formaciones que cumplan siquiera los criterios procedimentalesde justicia social. Elementos extremos de politización, como unanueva Guerra Fría, esta vez contra un enemigo interno (el terroris-mo internacional), cumplirían esa misión disuasoria. La penúltimagran crisis del capitalismo, insistimos, no trajo al mundo el socia-lismo sino el fascismo.

El segundo tercio del siglo XX será recordado como el del “ce-nit del Estado” (Therborn), el momento en el que esta forma de or-ganización política alcanzó su más alta sofisticación, encaminadaa una gran actividad de control, regulación, planificación y unifi-cación nacional desconocida hasta la fecha. La interpretación quese extrajo de las consecuencias de un siglo de hegemonía liberal,cuyo suceso más luctuoso fue la Segunda Guerra Mundial y labarbarie fascista, operó un gran cambio en las ideas y en las prác-ticas políticas que duraría hasta la crisis de los años setenta y el re-nacer de los planteamientos en favor del mercado capitalista, aho-ra conceptualizados como neoliberalismo.

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La relectura del trabajo clásico de Karl Polanyi La gran trans-formación, publicado originariamente en 1944, nos sirve como la-boratorio del pasado en donde rastrear preguntas absolutamentepertinentes. Al igual que en el periodo de entreguerras (con las sal-vedades que vimos sobre las comparaciones con el pasado), denuevo nos encontramos con que en nombre de intereses económi-cos desprovistos de su condición humana, se sacrifica la preser-vación de la sociabilidad. Organizaciones humanas donde se optapor el progreso económico al precio de la dislocación social.

En ese trabajo, este judío vienés de origen húngaro dio cuenta delos cambios que experimentó el mundo hegemónico occidental en elprimer tercio del siglo XX, cuando las cuatro instituciones sobre lasque se asentaba dieron sus últimos estertores y se terminaron los cienaños de paz comprendidos entre 1815 y 1914 (nótese, en cualquiercaso, el sesgo eurocéntrico del análisis de Polanyi: para otros luga-res, como el continente latinoamericano, el signo del siglo es todo locontrario). Los años treinta serían los de “la transformación radicalde una civilización”, donde al fracaso de la autorregulación se le con-trapuso la necesidad de organizar el capitalismo mundial y nacionalmás allá de la ilusión malintencionada o utópica de un mercadoautorregulado al servicio exclusivo de la ganancia privada. Fue laépoca de la clausura política del liberalismo, que se encarna en losplanes quinquenales soviéticos, el New Deal norteamericano, los fas-cismos en Italia y Alemania, los inicios del Estado social en la Espa-ña pre republicana o, en el continente latinoamericano, la preparacióndel proceso de industrialización sustitutiva de importaciones.

Las cuatro instituciones que habían garantizado la marcha pa-cífica del mundo (en comparación con otras épocas) fueron: unsistema de equilibrio entre las grandes potencias; la organizaciónde la economía mundial sobre la base del patrón oro; el funciona-miento de un mercado autorregulado; y la existencia de Estadosnacionales liberales. Las transformaciones fueron de carácter pla-netario, y pese a que su resultado más terrible y visible fueron lasguerras, la chispa que conduciría a la Segunda Guerra Mundial–tras el amargo trago de los fascismos–, fue el desplome del pa-trón oro, razón de ser de las otras tres instituciones y estabilizadorde la economía mundial. Sin embargo, Polanyi recuerda que la“fuente y matriz” de ese sistema era un mercado autorregulador,de manera que los demás elementos giraban a su alrededor:

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[el patrón oro era] pura y simplemente una tentativa para extender alámbito internacional el sistema del mercado interior; el sistema deequilibrio entre las potencias fue a su vez una superestructura edifi-cada sobre el patrón oro que funcionaba, en parte, gracias a él; y elEstado liberal fue, por su parte, una creación del mercado autorregu-lador. La clave del sistema institucional del siglo XIX se encuentra,pues, en las leyes que gobiernan la economía de mercado.124

Llama la atención que lo que para Polanyi era, como antropó-logo, algo obvio haya sido olvidado por las sociedades de finalesdel XX y comienzos del XXI en una reedición de la ideología liberalque tan funestas consecuencias causara apenas hace medio siglo.La subordinación de la política a la economía capitalista satisfacíalas necesidades de ambas, reposando en el interés económico ge-neral el interés por salvaguardar el equilibrio político. La ausenciade concertación política internacional en el siglo XIX fue sustitui-da por la labor de la haute finance. Estas altas finanzas, cuyo mó-vil era la ganancia, fueron las constructoras del equilibrio entre losEstados y los mercados tanto en su vertiente nacional como inter-nacional. El partido de la paz europea era el partido de los gran-des financieros (el sistema monetario internacional exigía la pazpara su funcionamiento). La nueva economía rearticuló el equili-brio entre las potencias y evitó guerras devastadoras. La grasa delmecanismo estaba en la obligación de respetar los requerimientosdel patrón oro (mantener la paridad de la moneda con el oro, demanera que se obtuviera estabilidad monetaria interna, una refe-rencia real de valor respecto de las otras monedas y credibilidadexterna, clave para los intercambios comerciales). De ahí que losgobiernos representativos, responsables ante la población, eranquienes mejor podían garantizar ese comportamiento monetariovirtuoso. En definitiva,

[...] la organización de la paz descansaba fundamentalmente en la or-ganización económica […]. Presupuestos y armamentos, comercioexterior y aprovisionamiento de materias primas, independencia y so-beranía nacionales se encontraban ahora subordinadas a la moneda yal crédito […]. Solo un insensato podría poner en duda el hecho de

124 Karl Polanyi, op cit., p. 257.

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que el sistema económico internacional constituía el eje de la exis-tencia material del género humano […]. Eliminado este sistema, de-saparecería la causa que suscitaba semejante interés y la posibilidadmisma de salvaguardar la paz.125

Todos los teóricos clásicos del Estado a partir de Jellinek–quien a su vez tiene una base hegeliana fuerte– enseñan que laorganización política es una intercambio donde ciudadanos y go-bernantes entran en una relación de reciprocidad que no puede serocultada simplemente con ideologías (que terminan por consumirel cemento social). “El protego ergo obligo –escribe Carl Schmitt–es el cogito ergo sum del Estado” (la obligación que genera la pro-tección es el “pienso luego existo” del Estado moderno, es decir,su punto de partida). Incluso en sus casos más extremos –bajoriesgo de guerra o en un conflicto abierto–, el Estado debe garan-tizar la seguridad integral a los ciudadanos. En periodo de paz, laciudadanía incrementa sus exigencias y si no son satisfechas ex-presará su malestar o su protesta (algo que pretende canalizar elproceso electoral). La legitimidad del Estado está ligada a su jus-tificación, y las justificaciones se ligan a la satisfacción de las ex-pectativas. La legitimidad de un sistema de organización política–que siempre es un sistema de dominación– depende del cumpli-miento de lo que en ese momento sean las demandas ciudadanas.Como se ha dicho, sólo durante un lapso puede enmascararse ladesvirtuación de la búsqueda de lo que se tiene como intereses co-lectivos. Es lo que ocurre en zonas cada vez más amplias de lasperiferias de los países ricos; es lo que lleva mucho tiempo ocu-rriendo en partes amplias en los países pobres. Marginalidad, vio-lencia, desestructuración social coinciden allí donde no existe Es-tado o se pretende reducir éste a su función represora. La sociedadsiempre se rebela frente a lo que considera es una lesión de sus in-tereses. La respuesta en los años treinta es conocida:

Inevitablemente la sociedad adoptó medidas para protegerse, pero to-das ellas comprometían la autorregulación del mercado, desorganiza-ban la vida industrial y exponían así a la sociedad a otros peligros.Justamente este dilema obligó al sistema de mercado a seguir en su

125 Ibid., pp. 46-47.

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desarrollo un determinado rumbo y acabó por romper la organizaciónsocial que estaba basada en él.126

La necesaria descomposición de la sociedad internacional, sos-tenida sobre la idea de un mercado autorregulado, no devino enninguna reordenación inteligente de la sociedad. Muy al contrario,desembocó trágicamente en una especie de ley del péndulo. Si laseparación de lo político y lo económico habría significado, comosostiene Polanyi, una exaltación de la libertad a costa de la justi-cia y la seguridad –con el añadido, mientras duró, de la paz–, larespuesta del fascismo se fue al extremo contrario a la negación li-beral de la regulación estatal. El choque terminaría solventándose,en el bando capitalista, en la guerra. La paradoja, terrible, es quelos instrumentos que los liberales denunciaban como enemigos dela libertad (la planificación, la regulación, la intervención admi-nistrativa) terminaron dando credibilidad a aquellos que utiliza-rían esos instrumentos para acabar realmente, bajo el fascismo yel estalinismo, con todo vestigio de libertad. El uso inteligente ydemocrático de lo político (la definición y articulación de metascolectivas obligatorias dentro de una sociedad) fue expulsado deldebate. La dicotomía establecida por la cerrazón liberal frente a lopolítico situó al mundo en un dilema de conocidas consecuenciasque sólo sería roto, después del desastre de la Segunda GuerraMundial, con la incorporación de las ideas de reciprocidad y re-distribución en los Estados sociales:

La privación total de libertad en el fascismo es, hablando con pro-piedad, el resultado fatal de la filosofía liberal que pretende que el po-der y la coacción constituyen el mal, y la libertad exige que no ten-gan cabida en la comunidad humana. Pero esto no es posible, comose pone claramente de manifiesto en una sociedad compleja. Aparen-temente sólo existen dos posibilidades: continuar siendo fieles a unaidea ilusoria de libertad y negar la realidad de la sociedad, o bienaceptar esta realidad y rechazar la idea de libertad. La primera solu-ción es la de los defensores del liberalismo económico; la segunda ladel fascismo.127

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126 Ibid., p. 26.127 Ibid., p. 401.

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Sin embargo, la globalización y la desregulación no significanque desaparezca el orden y la previsibilidad en el gobierno de lasrelaciones económicas internacionales. Una vez más es la teoríadel Estado quien nos recuerda que la construcción de los Estadosde derecho está íntimamente vinculada a las necesidades de ga-rantizar la propiedad privada y los contratos, aspectos ambos quesiguen reclamando su privilegiado lugar en el ámbito internacio-nal. Recordemos que es aquí donde aparece ese potencial Estadotransnacional que se atribuye la estatalidad abandonada por el Es-tado nacional. Lo llamativo es que esas funciones de control se ar-ticulan, principalmente, como formas de arbitrio de conflictos en-tre Estados que operan como empresas y empresas con estrictocarácter privado (considérese el caso de las agencias de califica-ción de riesgo-país, de las principales auditorías de implantaciónmundial o de las instancias de arbitraje internacional).

Son, en conclusión, progresivamente hurtadas al control demo-crático nacional alejándose, por tanto, de la exigencia de que esténal servicio del cuidado de los intereses generales. Se transforman,por tanto, en agencias privadas de justicia, de lo que Rosenau ha lla-mado “gobernación sin gobierno”.128 En enero de 2002 en EstadosUnidos estallaba el caso Enron, la quiebra fraudulenta de la principalcompañía eléctrica norteamericana, que salpicaba a la Casa Blancaal haber sido la principal suministradora de fondos para la campañaelectoral de George W. Bush. La auditora encargada de evaluarla empresa, Arthur Andersen, destruyó gran parte de los documen-tos tres días después de darse a conocer que Enron era investigadapor el gobierno. Su disolución posterior no vino acompañada de res-ponsabilidad política alguna. Aun más, en noviembre de ese mismoaño el Partido Republicano, rompiendo un comportamiento recu-rrente (quien gobierna pierde las elecciones intermedias) ganó lamayoría absoluta en el Congreso. George W. Bush volvería a ganarlas elecciones en 2004. Sólo en las elecciones de noviembre de2008, con la crisis económica ya desatada, la guerra de Iraq perdi-da, América Latina alejada de Washington como en ningún otro mo-mento de la historia, algunos socios europeos con las relaciones per-

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128 James Rosenau y Ernst-Otto Czempiel (eds.), Governance without Government:Order and Change in World Politics, Cambridge, Cambridge University Press,1992.

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sonales rotas, y la opinión pública internacional en contra –espe-cialmente en el mundo árabe, pero no sólo–, la llegada de BarackObama apareció como una solución posible teñida de cuento deWalt Disney.

Los riesgos no son pequeños y el avance exponencial de éstosen los últimos veinte años va otorgando mayor plausibilidad a laapuesta por los frenos de emergencia que a los análisis optimistasdonde no quedan claros ni los actores del futuro ni las estructuraspolíticas, económicas, culturales y normativas que sostengan la so-ciedad. El escenario del primer siglo XXI se asienta sobre una, aun-que golpeada, hegemonía neoliberal, alimentada aún por la des-aparición de la referencia política alternativa del Este de Europa yuna escasa conflictividad social. La participación y el conflicto sepresentan como los rearticuladores posibles de la política nacionaly mundial, cuando se constata un alejamiento progresivo de la ideaparticipativa real en la arena política institucional.

Tabla 13. Globalización y mundo del trabajo

El traslado de la responsabilidad de la calidad y creación deempleo a los mercados internacionales es algo que, pese a noser siempre cierto, ha influido en los imaginarios socialesbajo la fórmula de “amenaza de deslocalización”. La posibi-lidad efectiva de trasladar la producción a países con están-dares salariales más bajos –donde se pagan sueldos menores,las jornadas son más amplias, se tolera el trabajo de meno-res, hay una ausencia general de derechos laborales, no exis-ten sindicatos con capacidad de influir, etc.– ha actuadocomo un disciplinador de los trabajadores. El deterioro delmundo del trabajo hay que completarlo con otros factores,tales como: el ahorro de mano de obra que generan los nue-vos procesos productivos altamente tecnologizados; el augede la economía del conocimiento y el uso de las tecnologíasde la información –lo que segmenta a la clase obrera entretrabajadores cualificados y no cualificados–; la emigraciónselectiva con vistas a generar mano de obra semiesclava; laretirada ideológica de la izquierda; y la debilidad sindicalmotivada por el desempleo.

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De ahí que la globalización venga acompañada de unincremento de la economía informal, de la economía sumer-gida, la subcontratatación, múltiples escalas salariales parael mismo trabajo, violencia laboral, precarización, acoso se-xual e incremento de accidentes y muertos en el desempeñodel trabajo. En la otra cara, cuando operan estándares altosde defensa de los trabajadores y de respeto medioambiental,gracias a una legislación social y a la presencia de sindicatosy partidos de izquierda, la respuesta de los mercados es el in-cremento de las tasas de desempleo. La pérdida de controlnacional de las variables económicas tiene, como principalesdamnificados, los trabajadores, bien como desempleados,bien como pobretariado, destacando un incremento crecien-te de la feminización de la pobreza. No hay que olvidar tam-poco que la globalización ha generado la posibilidad legal, através de contabilidades creativas o paraísos fiscales, de quelas empresas globalizadas no paguen impuestos, con lo quelas arcas del Estado se debilitan y los seguros de desempleoy pensiones, pilares de los Estados sociales, caen bajo la pre-sión del discurso de su quiebra.

Las apuestas alternativas apuntan a un incremento de loscontroles globales –eficaces, vía consumidores, para evitar,por ejemplo, el trabajo infantil–, a una renacionalización dela economía –lo que no hay que confundir con alguna formade autarquía, sino de recuperación de la soberanía económi-ca respetando las condiciones reales del mundo actual–; y aun incremento de la educación y la investigación, que creenamplias capas de trabajadores con capacidad de trabajar connuevas tecnologías y adaptarse a sus innovaciones.

La regionalización, como respuesta obligatoria desde unaglobalización alternativa, también tiene sentido desde elmundo del trabajo. Estos nuevos procesos de regionalizaciónoscilan entre tres grandes opciones: el proyecto desmantela-dor de los Estados de bienestar signado por la ConstituciónEuropea (donde el “derecho al trabajo” era sustituido por el“derecho a buscar trabajo”), que busca una adaptación euro-pea del modelo estadounidense; el norteamericano, que pre-tende solventar sus problemas internos a través de Tratados

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de Libre Comercio claramente ventajosos para la acumula-ción interna (pero que no impide la marginalización de sec-tores amplios de su propia población); y uno alternativo, aúnen ciernes, que no quiere cargar ni sobre los trabajadores nisobre otros pueblos el precio del desarrollo (se trata del quequiere inventar el ALBA impulsado por Venezuela). En cual-quier caso, las propuestas que incorporan algunas variacio-nes, sea la del ALBA o la europea –en crisis tras el fracasodel referéndum constitucional en Francia y Holanda en 2005–se construyen acompañadas del respeto medioambiental, unaprotección social pública y un apoyo experimental del Esta-do a fórmulas laborales nacidas desde abajo que puedan ser-vir de apoyo durante la fase de reacomodo a la nueva situa-ción alternativa.129

En definitiva, se trata de constatar que frente a elites cre-cientemente globales hay masas de población condenadas auna versión degradada de lo local, así como saber que elmundo sin fronteras opera para bienes, servicios y capitales,aunque no para los trabajadores, salvo cuando éstos se ponenal servicio de formas de empleo igualmente precarizadas.

La globalización existe y frente a sus consecuencias no deseadascorresponde encontrar la nueva escala humana. Liliput –los Esta-dos nacionales– ya no sirve sin más para construir el orden social ypolítico del siglo XXI; Brobdingnag –un mercado sin fronterasdebe dejar de amenazar con sus fauces inquietantes. Devolver elmáximo poder posible a los niveles más desagregados y construiralianzas regionales que reinventen una forma política supranacional

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129 Garton Ash señaló seis posibles diferencias entre el ámbito europeo y el nortea-mericano, que nos pueden orientar acerca de dos posibles direcciones: separaciónde la política y la religión; la creación de un Estado con capacidad y responsabili-dad para corregir los fallos del mercado; comprensión de las instancias intermedias,especialmente los partidos políticos y los sindicatos, como moldeadores del impul-so emancipador de la Ilustración; diferente sensibilidad ante las desigualdades so-ciales; apoyo u oposición a la pena de muerte; comprensiones alternativas de la re-lación Estado y sociedad civil tanto nacional como internacional. Estas diferenciasa la interna –nótese que no hay diferencias en lo que se refiere a la esfera interna-cional–, más que a la realidad remiten a dos modelos diferentes de organización so-cial que están ahora mismo en liza. Véase Timothy Garton Ash, Mundo libre. Eu-ropa y Estados Unidos ante la crisis de Occidente, Madrid, Tusquets, 2005.

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que recupera la democracia son los dos principales retos en una glo-balización alternativa. La imagen del planeta azul, fotografiada des-de el espacio, es un recordatorio de que la nave Tierra es una y surearticulación política implica una responsabilidad que es global. Setrata, pues, de reinventar políticas que pongan el ingenio al serviciode nuevos lugares de encuentro entre las diferentes formas de go-bierno y las poblaciones. Desde lo municipal y regional a lo global,pasando por lo estatal nacional, y donde las poblaciones aprendan,paso a paso, la idea de una ciudadanía transnacional. La relaciónentre los diferentes niveles políticos debiera articularse desde elprincipio de subsidiariedad, bajo la regla de que toda la actividadsocial se ejecute desde el nivel más desagregado que la garantice(repetimos: que la garantice). Pensar local y actual global, pero tam-bién pensar global y actuar local. Seguir pensando que algún ordenmetafísico va a ordenar una sociedad global guiada por los princi-pios de un capitalismo que ha colonizado la política y el pensa-miento es ingenuo o perverso:

[...] antes de que la humanidad se ahogue (o se deleite) en las maz-morras (o en el paraíso) de un imperio-mundo postcapitalista o en unasociedad de mercado postcapitalista mundial, puede muy bien abra-sarse en los horrores (o las glorias) de la intensificación de la violen-cia que ha acompañado la liquidación del orden mundial de la GuerraFría. En este caso, la historia capitalista concluirá instalándose per-manentemente en el caos sistémico en el que se originó hace seiscien-tos años y que se ha reproducido a una escala cada vez mayor en cadauna de sus transiciones. Resulta impredecible decir si esto significaríaúnicamente el fin del capitalismo o el de toda la humanidad.130

Se trata de entender un escenario que no quiere alumbrar me-sianismos milenaristas que paralizan con su declaración de horro-res venideros, pero que reclama con urgencia, como piedra de bó-veda para la construcción de los nuevos escenarios políticos delsiglo que se inicia, una comunicación democrática horizontal queha permanecido hurtada a los ciudadanos en nombre de la impa-rable lógica de un mercado para el que los seres humanos, de nue-

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130 Giovanni Arrighi, El largo siglo XX. Dinero y poder en los orígenes de nues-tra época, Madrid, Akal, 1999, p. 429.

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vo, han pasado a tener la consideración de obstáculos. Una comu-nicación que permita alumbrar formas de ciudadanía global, na-cional y local en una síntesis cooperativa y realista que respete ladiversidad y que garantice los derechos que pretende profundizar.Una comunicación que sitúe en una lógica social y democrática(lo que implica un compromiso también con las generaciones fu-turas) la satisfacción de necesidades, la sostenibilidad medioam-biental (que implica decrecimiento), las relaciones de conviven-cia. Y que cuide de los mecanismos internacionales como últimaratio para la solución pacífica y duradera de conflictos. En suma,una comunicación que alce su voz, articule redes ciudadanas concapacidad de expresar el conflicto y revierta la situación denun-ciada por García Canclini en donde unos pocos ejercían de “con-sumidores del siglo XXI” y la mayoría del planeta de “ciudadanosdel siglo XIX”.

Tabla 14. Sobre el Estado, lo colectivo y la responsabilidadciudadana: idiotas en el país de los gigantes131

El Estado referencia lo colectivo y, por definición, tiene unarelación dialéctica con el individuo. La contraposición “Es-tado-sociedad” es mentirosa. En cambio, la contraposicióncolectivo-individuo tiene mucha más entidad. En esa direc-ción, cabe preguntar: ¿existen los derechos colectivos?

Pese a una insistencia liberal en negarlos, planteándoseque no se trata sino de ensoñaciones metafísicas construidassobre la agregación de los individuos –que sería lo único re-almente existente–, lo colectivo es parte integrante, consus-tancial e indivisible de los individuos. ¿Acaso el lenguaje

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131 En la Grecia clásica, en nombre de la isonomía todos tenían los mismos dere-chos (nomos) en la polis, y en nombre de la isegoría todos tenían el mismo dere-cho a defender sus posiciones en el ágora. La libertad del individuo sólo se con-cebía en la plaza pública (en el ágora), a diferencia de la libertad moderna(burguesa) que se refugia en los asuntos privados. En el mundo de la polis, el idio-tes era el enfermo de idion, esto es, aquella persona desinteresada por la cosa pú-blica. De ahí deriva el actual idiota que, en consonancia, sería aquel inmerso enel desentendimiento de los asuntos colectivos, algo prácticamente obligatorio enla cosmópolis, en el planeta entero convertido en un enorme mercado sin fronte-ras que imagina la globalización neoliberal.

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que nos constituye y nos permite pensarnos como individuosno es una construcción colectiva? Cuando Juan Ramón Ji-ménez usa la jota como grafía sustitutiva de la “ge” está in-tentando individualizarse al tiempo que asume la referenciacomún del uso del castellano (diferenciar entre la g y la jota),pues de lo contrario su gesto no tendría ningún significado.El personaje de la Trilogía de Nueva York de Paul Auster,que pretende inventarse un idioma propio, enloquece (si aca-so no lo estaba ya cuando empezó la descabellada aventuraque lo obligaba a meterse más y más dentro del idioma conel que pensaba la posibilidad de otro idioma). Al igual quecon el lenguaje viene una gramática y con la justicia un có-digo, el Estado viene con una razón de Estado (que como enuna dieta impuesta, se convierte en una ración obligada deEstado). No hay grandes soluciones a esta relación y la dia-léctica será eterna hasta que desaparezca la política, es decir,hasta que desaparezca el conflicto, es decir, cuando los sereshumanos sean ángeles (o mujeres y hombres nuevos).

Mientras, deberemos prestar más atención a lo colectivo,para evitar que su abandono, enmascarado en supuestas res-ponsabilidades individuales, deje de entender lógicas estructu-rales que van más allá de las decisiones que toman las perso-nas que encarnan la máxima autoridad en cuestión (hablamosde un Estado, pero también del FMI, del Banco Mundial, de laOMC, de la Unión Europea o del Mercosur; hablamos de lasreglas no escritas de las finanzas internacionales, pero tambiéndel Holocausto o del asesinato de un árabe por el Estado de Is-rael como represalia por un acto cometido por otros árabescontra judíos (en ambos casos se castiga a individuos en nom-bre de pueblos). Es un hecho que un plan de ajuste del FMIobliga a todos los miembros de un país, que una represaliahace “objetivos de guerra” a los miembros de una raza, que lainvasión a un pueblo o el robo de sus riquezas beneficia a losciudadanos del pueblo invasor igual que perjudica al puebloinvadido, o que un bloqueo perjudica a todos los ciudadanosde un país, o que quienes tienen las cuentas bancarias en de-terminadas firmas están colaborando al beneficio o castigo delos movimientos especulativos (por mucho que no quieran sa-

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ber cómo mueven su dinero). Quienes toman las decisiones, lohacen en nombre de los colectivos y con efectos para el co-lectivo (de ahí la enorme diferencia a la hora de imputar res-ponsabilidades en una dictadura o en una democracia). Si haydificultades para entender la responsabilidad colectiva –a quiénse le imputa el hecho– de resultados como el hambre en elmundo o la devastación medioambiental, quizá resulte mássencillo entender que hay una profunda irresponsabilidadcolectiva. Tan evidente es que no se puede responsabilizar acada persona concreta de lo que pasa en un país –por ejem-plo, de la conducta imperial norteamericana o de la aproba-ción de la Directiva de retorno por parte de la Unión Euro-pea– como de que todos los miembros de un país tienenresponsabilidad de lo que pasa –sea la invasión de Iraq o elmaltrato a los inmigrantes–. En definitiva, creemos que haysujetos colectivos (con una razón colectiva y una voluntadcolectiva) y que, por tanto, hay responsabilidades colecti-vas.132 No es gratuito que hasta la Revolución Francesa to-das las utopías fueran estatistas, mientras que a partir de lamisma –con toda su carga– las utopías pasaran a ser anties-tatistas (algo comprensible visto el poder alcanzado por losEstados y su capacidad de destrucción).133 Si los individuostienen razón y voluntad pero el colectivo no responde a esa

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132 Para la responsabilidad colectiva seguimos a Nicolás López Calera, Los nue-vos Leviatanes. Teoría de los sujetos colectivos, Madrid, Marcial Pons, 2007, es-pecialmente pp. 112-130.133 Reinhard explica esta evolución: “Al comienzo, el gobernante tenía única-mente servidores y seguidores personales y no contaba con profesionales paraejecutar su voluntad; al final, una gran parte de la población se ha convertido enfuncionarios profesionales del Estado […]. En el comienzo, el Estado no poseíael mando exclusivo de los hombres armados; al final, los estado sostienen gigan-tescas fuerzas armadas ante la eventualidad de una guerra y son capaces de mo-vilizar a sus poblaciones completas. Al comienzo, un príncipe tenía que vivir y fi-nanciar sus actividades ‘con sus propios recursos’, es decir, con su heredad; alfinal, el estado dispone de la parte del león del producto nacional […]. Al co-mienzo, un súbdito no esperaba mucho de su gobernante, para bien o para mal; alfinal, el aniquilamiento administrativo del súbdito por el estado ha llegado a serno ya una posibilidad, sino una realidad”. Wolfgang Reinhard, “Introducción: Lasélites del poder, los funcionarios del Estado, las clases gobernantes y el creci-miento del poder del Estado”, en Wolfgang Reinhard (coord.), Las élites del po-der y la construcción del Estado, México, FCE, 1997, pp. 15-16.

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suma de razón y voluntad implica que algo se ha roto en laagregación social de la razón y la voluntad. De ahí el nece-sario control del Estado por parte de una ciudadanía que noolvide que todas las decisiones colectivas le obligan. Cuandomenos, es necesaria la posibilidad de, ante una medida co-lectiva, salvar el voto, es decir, poner en marcha alguna for-ma de desobediencia civil (que no niega el marco total sinouna decisión concreta, que no usa la violencia y que asumelas responsabilidades de la desobediencia), sin pretender he-roísmos trágicos, pero haciendo de la disidencia una herra-mienta esencial de la democracia. No hay que olvidar, comoinsistió Foucault, que el poder tiene como misión principal,domesticar. El fin siempre son los individuos, esto es, todoslos individuos. No cabe ni esconderse ni ser sacrificado.

¿Significa esa asunción de responsabilidad colectiva re-gresar a la Edad Media cuando la Iglesia podía excomulgara una ciudad entera?, ¿o significa una llamada de atenciónbasada en que ignorar no es un derecho? ¿Es volver al tiem-po de las tribus el reconocer responsabilidades colectivas oes asumir un ámbito descuidado por el auge del derecho li-beral? ¿No hay detrás del olvido de la corresponsabilidad in-dividual en los resultados de la vida colectiva una asunciónimplícita y ni siquiera reflexionada del principio liberal de li-mitar la responsabilidad individual al cumplimiento de lasleyes y el pago de impuestos, para “dejar la política a los po-líticos” (es decir, a los representantes elegidos a través de lospartidos)? Pero por otro lado, si la presión del grupo es ma-yor que la posibilidad del individuo de autodeterminarse, desalirse de esa norma colectiva, ¿cómo imputarle responsa-bilidad? ¿Qué hacemos con la responsabilidad de los alemanesen el nazismo, si la posibilidad de disentir era prácticamenteinexistente? Intuitivamente vemos que hay escalas en todoesto. Precisamente, las escalas que construyen la relación dia-léctica entre el individuo y el colectivo (siendo la expresiónmáxima del colectivo la humanidad). Hay responsabilidadesindividuales y también colectivas. Huir de una o de otra o su-perponerlas implica abandonar al individuo a su suerte o a suegoísmo (por tanto, limitar al ser humano) o cercenar el ám-

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bito de su libertad personal y, por tanto, frenar su desarrollocomo persona concreta (que es donde reposa la dignidad hu-mana al entender que cada uno de nosotros y nosotras somosirrepetibles e irremplazables). Una vez más, corresponde aun diálogo sostenido por principios de igualdad reales –esdecir, donde siempre las minorías tengan espacio para con-vertirse en mayorías– donde se asentarán las reglas del com-portamiento individual y colectivo. Nada de lo humano pue-de sernos ajeno (como recordó Nietzsche) o, contradiciendoal Antiguo Testamento, todos somos guardianes de nuestroshermanos. El Estado tiene una profunda responsabilidad, peroel Estado no es sino una relación social cristalizada en insti-tuciones y protocolos de comportamiento y con capacidad demovilizar recursos materiales para efectuar los fines que lasociedad marca o consiente. Esa relación social debe incor-porar un procedimiento que haga posible una articulación delas voluntades individuales que permita la imputación deresponsabilidades colectivas íntimamente ligadas a las vo-luntades individuales. Es decir, en expresión de Boaventurade Sousa Santos, un Estado que se comporte como un “noví-simo movimiento social”. Un Estado que represente a un co-lectivo que se expresa a través del diálogo y la participacióny que, por tanto, no es suplantado ni por elecciones donde elresultado depende invariablemente de los recursos que seusan para ganarlas (no significa que con más recursos Hi-llary Clinton perdiera frente a Barack Obama, sino que nin-guno hubiera tenido la mínima oportunidad sin contar coningentes cantidades de dinero), y tampoco por ese conceptoabstracto de la opinión pública que no es sino la representa-ción construida por empresas de demoscopia y, sobre todo,empresas de medios de comunicación.

No en vano, Marx pensaba que la sociedad socialista, unaforma de organización más humana, era aquélla en donde lalibertad de cada uno era la condición de la libertad de todos.

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XIII

EL ESTADO COMO PODER DESTITUYENTE:EL CANSANCIO DEMOCRÁTICO DEL LEVIATÁN

A menudo uno enferma gravemente paraconvertirse en otra persona, y, decepcionado,sana.

Elias Canetti, El suplicio de las moscas.

Las perspectivas hiperglobalizadoras (en expresión de Giddens)son aquellas que ponen en la globalización cosas que no están, demanera que la presentan desde un optimismo mágico.134 Con laglobalización, sostienen, vendría el incremento de las oportunidades,un desarrollo tecnológico exponencial, la incorporación al “primermundo” de zonas del mundo tradicionalmente retrasadas, una re-ducción de la proporción mundial de pobres y analfabetos, el findel hambre y la enfermedad o el crecimiento del número de paísesformalmente democráticos. Sin embargo, esos enfoques no permi-ten alzar mucho la voz cuando, como se ha hecho anteriormente,se repasa la situación actual del mundo en su zona de sombra y setraen noticias del frente de batalla: despolitización, monopoliza-ción del conocimiento, crecimiento de las desigualdades, hambru-nas, encarecimiento de alimentos por especulación o su uso paracarburantes, pandemias, desplazamientos, guerras por los recursos,terrorismo (de Estado y particular), narcotráfico, generalización deasociaciones mafiosas, paro, precarización laboral, cambio climá-

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134 Held y McGrew diferencian entre los globalistas, quienes creen que el procesode globalización es pura novedad y, además, bondadosa, y los escépticos que es-tablecen que sólo en la repetición del proceso de desarrollo capitalista arrancadoen 1870 y que insiste en causar similares problemas. David Held y Anthony Mc-Grew (eds.), The Global Transformations Reader: an Introduction to the Globa-lization Debate, Malden, Polity Press, 2000.

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tico, deforestación, reducción de la biodiversidad, agotamiento delagua, privatización de medios tradicionales de vida, apropiaciónempresarial de saberes tradicionales, soledad, depresión, suici-dios, violencia urbana… Como ocurre siempre con las teorías nor-mativas (y el liberalismo lo es), no explican la realidad, sino queproponen cómo debe ser. Por eso, con igual frecuencia, el modeloteórico nunca coincide con lo que sucede en el mundo real.

Pero, paradójicamente, los que se detienen en la crítica del mo-delo insisten en las zonas de luz que ha creado la devastación ne-oliberal. Con Hölderlin, recuerdan que “allí donde está el peligrocrece también la salvación”. Por eso, afirman, nunca como ahorahubo un cuerpo social crítico tan abigarrado como el que muestrael movimiento de “justicia global”. Susan George, vicepresidentade ATTAC, comparó incluso la articulación de la actual protestade ese movimiento (mal llamado movimiento antiglobalización)con un nuevo Mayo del 68 que tendría capacidad de variar el rum-bo del barco mundial. Quizá fue una afirmación exagerada y, vis-to desde hoy, el movimiento muestra un gran reflujo. La nube demosquitos de la que hablaba Naomi Klein sirve para molestar e,incluso, para tumbar gobiernos impopulares, pero no basta pararearticular nuevas formas políticas. Pero no es menos importantesaber que sin la conciencia que han generado esos movimientos nosería posible pensar en ningún acceso al poder útil para la eman-cipación popular. No son épocas de despotismos ilustrados (todopara el pueblo sin el pueblo). Muy al contrario, la certeza política,social y teórica apunta a que las nuevas formas de gobierno debe-rán caer en formas compartidas donde se reelabore la relación“Estado, mercado, comunidad” a favor de esta última. El accesopaulatino de gobiernos de nueva izquierda en América Latina enla primera década del siglo XXI puede verse como otro rasgo deeste cambio que está otorgando una visión renovada acerca deluso alternativo de los Estados en esta fase global neoliberal.135

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135 Llama la atención el despertar del “sueño dogmático” antiestatista del teóricoy activista político Álvaro García Linera, vicepresidente Boliviano con Evo Mo-rales. Con cierta autocrítica reflexionó desde el Gobierno acerca de su particularrecuperación del Estado como un instrumento eficaz en el que no había podidopensar desde fuera del mismo, cuando apostaba por posiciones autonomistas ra-dicalmente desconfiadas de cualquier potencia positiva del aparato estatal. Igual-mente, son repetidas las veces en que el presidente Hugo Chávez refiere el papel

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Más allá de alientos y pesares en cualquier dirección, es indu-dable que una mirada serena al panorama político que ha heredadoel nuevo milenio no permite un balance complaciente (alerta queincorporan incluso los globalistas optimistas). Como alguien plan-teó con más consternación que ironía, la puerta por la que hemossalido del siglo XX era giratoria, de manera que estamos desandan-do parte del camino avanzado durante el medio siglo pasado. Conel agravante de que nunca se puede regresar al pasado. Se regresaen verdad a un presente deteriorado. El carácter democrático de losEstados construidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial,referenciados por la idea de derechos humanos defendida por Na-ciones Unidas, ha mostrado, como señalamos, síntomas claros decansancio. El esfuerzo por hacer del Leviatán un Estado de dere-cho, un Estado social, un Estado democrático y un Estado dondequepan diferentes identidades perdió en buena parte del planeta suvoluntad en algún momento de los años setenta, agotado por losproblemas de crecimiento, la crisis energética, las presiones obre-ras, la ofensiva intelectual del neoliberalismo, la falta de rendi-miento del capital financiero, las guerras coloniales, la revuelta delas clases medias, las protestas sociales, las dificultades de los par-tidos políticos, etc., sin olvidar el dato esencial de que existían gru-pos y países que necesitaban superar el marco del Estado nacionalproteccionista para garantizar la acumulación económica de susgrupos de poder.136

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central del Estado en el empoderamiento popular y la creación de las condicionespara el tránsito al socialismo. Véase la entrevista a Álvaro García Linera en Osal,CLACSO 22 (2007). Disponible en [http://maristellasvampa.net/blog/?p=59].Para el papel del Estado en la República Bolivariana de Venezuela, Proyecto Na-cional Simón Bolívar. Desarrollo económico y social de la nación, 2007-2013,Ministerio del Poder Popular para la Planificación y Desarrollo, 2007.136 Nicolás López Calera apunta que la conversión de Estados Unidos en un gen-darme mundial, en un legibus solutus, haría más conveniente referir, en vez de uncansancio del Leviatán, un renacimiento del Leviatán, en este caso, un “Leviatánuniversal”. Nicolás López Calera, Los nuevos Leviatanes. Teoría de los sujetoscolectivos, Madrid, Marcial Pons, 2007, p. 22. La pérdida de democracia queacompaña la reestructuración de los Estados occidentales y la recomposición delos procesos de acumulación que privilegian la economía por encima de cuales-quiera otros aspectos, obligan a insistir en que el cansancio quiere hacer referen-cia a su músculo democrático, al debilitamiento de los logros alcanzados tras dossiglos de conflicto colectivo, principalmente obrero, en las sociedades occidenta-les. De ahí que convengamos en que el monstruo bíblico de la metáfora de Hob-

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Los Estados nacionales, venidos del concurso histórico de lacoerción y del capital, tardarían entre tres y cuatro siglos en llegara adjetivarse como sociales y democráticos de derecho, siglosatravesados de múltiples conflictos sociales, que irían, en el ámbi-to occidental, de la Revolución inglesa a la derrota del fascismo enla Segunda Guerra Mundial, pasando, sin ánimo exhaustivo, por laRevolución norteamericana, la francesa, las guerras de independen-cia latinoamericanas, las Revoluciones de 1830 y 1848, la Comu-na de París, el colonialismo, la Revolución mexicana, la PrimeraGuerra Mundial –o Primera Guerra Interimperialista–, la Revolu-ción rusa, la Descolonización y el Mayo del 68. Sin embargo, esemodelo de bienestar cobró a su vez un enorme precio por la como-didad que construyó dentro de sus fronteras. Éste fue el de la ex-plotación del Sur, la esquilmación de la naturaleza, la hipoteca a lasgeneraciones futuras, la exclusión de las mujeres, el paternalismo,la homogeneización cultural y el entronizamiento de una cienciaentendida como pura mercancía, por citar sólo algunas de las másanalizadas. Esta contradicción entre los beneficiarios del modeloestatal nacional y sus condenados necesariamente acompañará a ladiscusión política en el siglo XXI. Es por eso que la solución a losproblemas que crea la mundialización no podrá ser sin más unamera vuelta hacia atrás. No hay arrepentimiento sin resarcimiento,no hay cierre de heridas sin compensación.

Aunque el primer país del mundo que constitucionalizó los de-rechos sociales fue el México de la Revolución de 1910 (ex-presados en la Constitución de Querétaro de 1917), la Europa oc-cidental fue su cuna debido a la creciente organización de lanumerosa clase obrera en los países industrializados. Pese a esto,aún hoy muestra grandes desigualdades. Los países centrales y delNorte fueron los primeros en llegar al bienestar debido al éxito delas luchas de los trabajadores y a los procesos históricos que lopermitieron (entre ellos, el saqueo colonial y la posición neocolo-nial posterior). La acumulación histórica no es algo a desdeñar.Los países que se incorporaron a la democracia y el bienestar en

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bes, liberado de sus ataduras democratizadoras, está recuperando hoy a pasos agi-gantados su aspecto amenazante en el mundo europeo y atlántico (cabe dejarabierto qué ocurrirá con los procesos abiertos en América Latina y sus intentos dereinventar un Estado diferente).

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los años setenta y ochenta del siglo XX todavía no han podido al-canzar esos niveles. Al tiempo que se pretendían generalizar esosderechos se hacía hegemónica la ideología neoliberal, que actua-ba como freno cuando aún no existían bases sólidas para la redis-tribución de la renta. La incorporación tardía de Grecia, Portugalo España a la Europa comunitaria da buena cuenta de las diferen-tes garantías sociales en estos países, algo que se agrava con lasposteriores incorporaciones de los países del Este y que explica elalejamiento que existe en Europa respecto de una integración im-pulsada por criterios de inserción económica en la globalización ycada vez menos en principios políticos que construyan una estata-lidad democrática en el ámbito supranacional.

Algo similar es lo que ha ocurrido en América Latina. Este con-tinente nunca pudo poner realmente en marcha los derechos inte-grales de ciudadanía (civiles, políticos, sociales y culturales). Suprincipal deuda social es la falta de inclusión, las inmensas mayo-rías que no tienen derechos de ciudadanía reales (y a menudo tam-poco formales, pues la invisibilidad se traducía incluso en falta decedulación). Recordemos que el siglo XX estuvo marcado, desde elRío Bravo hasta Tierra de Fuego, por golpes militares alentados ysostenidos, en su gran mayoría, por Estados Unidos, en alianza conlas elites del Sur, encargados de frenar cualquier cambio estructu-ral que hiciera real la democracia. Los países que a finales del si-glo XX intentaron incluir al grueso de la población a los derechosde ciudadanía –principalmente en la asignatura pendiente de losderechos sociales– encontraron que ese proceso ya iba de reflujo,hasta el punto que aun hoy, cuando las acusaciones de populismono parecen suficientes, se pueden oír imputaciones que tachan decomunistizantes a aquellas políticas públicas inclusivas. Buenaparte de la malditización de las alternativas por parte del establish-ment económico e ideológico mundial cargan sus baterías contra laAmérica Latina en transformación. Venezuela, un pequeño país pe-trolero, famoso en el mundo solamente por las mises, las telenove-las y el dispendio de sus elites, ha pasado a ocupar un lugar des-proporcionado en el concierto mundial, motivado por el peligro decontagio que, como se ha visto posteriormente, tenía la puesta enmarcha de una política estatal diferente al servicio de las mayorías(en realidad, y pese al discurso socialista, en verdad se trataba de uncapitalismo de Estado con un fuerte compromiso redistribuidor, deu-

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dor todavía de la mentalidad rentista del país y del lastre produci-do por la ausencia histórica de un Estado construido desde la so-ciedad civil. En cualquier caso, la Venezuela bolivariana utilizóparte de la renta petrolera para aumentar el bienestar de las mino-rías que nunca habían recibido por parte de la administración otraatención que la represora). Esa diferente voluntad política de HugoChávez (multiplicada por su regreso tras el golpe de Estado graciasal apoyo popular) ha significado que hoy Venezuela es conocida enel mundo por haber devuelto el socialismo al debate (bajo la eti-queta abierta de socialismo del siglo XXI), ha enseñado a otros paí-ses el camino de la insumisión frente a Estados Unidos, desatandouna irreverencia insólita hacia el gendarme americano en el conti-nente (con la salvedad de Cuba), ha propiciado un efecto dominóque ha llevado a cambiar el signo político de la mayoría de los paí-ses sudamericanos, y ha desatado un impulso integracionista alter-nativo que ha devuelto el ánimo a un continente que desde los añosochenta había perdido la autoestima.

El análisis del Estado que hemos desarrollado afecta princi-palmente al ámbito occidental. De cualquier manera, detengámonosa trazar un par de rápidas pinceladas sobre otros espacios geográfi-cos. En el continente africano, donde las fronteras de los Estadosfueron trazadas desde una arrogancia genocida (líneas rectas quepretendían separar políticamente a pueblos que llevaban siglos per-teneciéndose), la construcción política siguió una senda particular,condenada por el colonialismo y neocolonialismo occidentales, asícomo un desarraigo que multiplica por tres los cien años de soledadlatinoamericana. África es el continente desechado por la globaliza-ción. China ha emprendido una carrera peculiar que tiene el riesgode aunar lo peor del capitalismo –la explotación, la alienación, lasdesigualdades sociales y la devastación de la naturaleza– y lo peordel comunismo del siglo XX –la falta de libertad y la represión–.Como decía con cinismo Deng Xiao Pin, China es un lugar dondesi practicas bien el capitalismo te enriqueces, pero si lo elogias te fu-silan. Más allá de que no es sencillo organizar un país de casi 1.400millones de habitantes que apenas hace un siglo vivían en el feuda-lismo, la vía China será una vía particular, pero donde el papel delEstado (como en prácticamente todos los dragones asiáticos) esesencial para su inserción en el mundo global. India, el otro gran gi-gante, es igualmente él solo un continente, con 1.100 millones de

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habitantes. Destacan las experiencias de intervención estatal exito-sas –como las de la región de Kerala o el esfuerzo público en nue-vas tecnologías–, capaces de superar el fuerte colonialismo y neo-colonialismo heredado y lograr hacer de la India un país puntero endesarrollo de software o en mantener una referencia cultural propia(como la industria cinematográfica de Bombay: Bollywood).137

Tabla 15. ¿A quién escucha el Estado? Una definición para incidir en la globalización

Como se ha visto, cuando Maquiavelo usó el novedoso con-cepto Stato en El Príncipe (1513) estaba innovando en la teo-ría (aunque no en la práctica, pues simplemente estaba reco-giendo una expresión de uso común ya en la Florencia definales del siglo XV). Necesitaba un nombre nuevo para defi-nir una forma igualmente novedosa de organización política.De lo contrario, hubiera seguido usando el concepto de respublica o, incluso, de polis para referirse a la organizaciónpolítica que se empezaba a vislumbrar en la Europa de suépoca.

Tres rasgos apuntaban a esa idea de novedad: la mayor es-pecialización del poder, la mayor concentración del mismo yla voluntad explícita de permanencia en un marco de recono-cimiento internacional. El poder se especializaba en la medi-da en que la gestión de los asuntos comunes se hacía máscompleja (pensemos en los diferentes tipos de policía que hoyexisten o en los diferentes departamentos ministeriales dedi-cados a muy concretos asuntos). La concentración de poderestaba directamente vinculada (que no determinada, pues la

137 Conviene recordar las palabras de Cecil Rhodes en 1877 sobre el papel colo-nial de Inglaterra: “Yo afirmo que somos la primera raza del mundo, y que cuan-tas más grandes partes del mundo habitemos, mayor es el beneficio para la hu-manidad […]. Puesto que Dios ha formado evidentemente la raza de lenguainglesa como su instrumento elegido, mediante el que quiere instaurar un Estadode la sociedad basado en la justicia, la libertad y la paz, debe también ajustarse aSu deseo que yo haga cuanto esté en mi poder para proporcionar a esta raza tan-to espacio y poder como sea posible. Si hay un Dios, pienso, quiere que yo hagaalgo: pintar del rojo británico tanto del mapa británico como me sea posible”, cit.en Hagen Schulze, Estado y nación en Europa, Barcelona, Crítica, 2003, p. 214.

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realidad social es más compleja) a la identidad entre el na-ciente Estado nacional moderno y el naciente mercado nacio-nal, de manera que sólo con la defensa de ese mercado se ga-rantizaba la independencia política. No olvidemos que es elEstado quien inventa a la nación (y no al revés, como puedepensar una interpretación romántica basada en la importanciaalcanzada por la dimensión lingüística de la identidad). Cuan-do el mercado se hizo imperial (con una sociedad que se bene-ficiaba de ese imperialismo), el Estado amplió su alcance, de lamisma manera que se replegó cuando se reforzó la condiciónnacional de la acumulación en el keynesianismo (para lo cualfue determinante la derrota del nazismo en la Segunda GuerraMundial, con la consiguiente hegemonía norteamericana quepermeó todo el planeta con mayor o menor intensidad). Lo mis-mo que explica su regreso a una lógica transnacional con laglobalización neoliberal. La estabilidad era igualmente una ga-rantía de orden válida para rebajar incertidumbre (una constan-te de la vida humana) y para permitir el desarrollo económicoimpulsado por la burguesía en ascenso (tanto para garantizarla propiedad privada y la reproducción de la fuerza de trabajo,como para compensar los fallos del mercado que, de lo contra-rio, terminarían por disolver la sociedad y con ella la economía).

Como su nombre indica, el Estado es algo que está, que tie-ne lógica de permanencia. No se trata de una organización po-lítica fugaz sino que, al contrario, ha establecido o busca esta-blecer protocolos con pretensión de validez en el tiempo (laraíz “st” de Estado es la misma que la de estar, institución, es-tabilidad, estatua o estructura). Para esto, y como requisitopara su existencia tiene que garantizar la paz interna y exter-na, poniendo fin a la guerra civil y defendiendo las fronteras.Al tiempo –garantía de esa paz interna– debe construir un or-den de dominación que cumpla los requisitos económicos, po-líticos, normativos y culturales que espera esa colectividad, esdecir, que sean el decantado asentado de las siempre conflicti-vas relaciones sociales. Éstas no son eternas y ahistóricas, sinoque terminarán variando según se vea afectado ese decantadoy se sustituya por otro, movido por los desajustes sociales per-manentes y el impulso de emulación que caracteriza a los se-

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res humanos. Ese decantado, sujeto a la perseverancia de loque ya existe, toma cuerpo en las instituciones, que ejercenuna fuerte impronta en el corto plazo. El Estado es movimien-to histórico congelado en estructuras.

El Estado que quiera tener éxito, por tanto, necesita, en-contrar obediencia a sus mandatos, por lo que tiene que estardotado de algún tipo de legitimidad asumida por los indivi-duos (como insistió Max Weber). Ahora bien, en su desarrollohistórico, esta forma de organización ha servido como instru-mento de dominación al servicio del desarrollo hegemónicocapitalista, opción triunfadora, urbi et orbe, en los últimos si-glos, en conflictos que sólo pueden explicarse hasta hoy entérminos de intereses sociales no individuales sino principal-mente de clase (como insistió Marx). El Estado podía habersido otra cosa, pero ha sido lo que es. Entender que podía ha-ber tenido otros desarrollos nos permite entender que puedeser hoy un instrumento para la emancipación. Entender que seha desarrollado de la manera que lo ha hecho y no de otra, nospermite entender que la memoria que trae consigo es una me-moria de clase metida en los tuétanos de sus engranajes.

El Estado es tan relevante porque es la máquina más per-fecta de conseguir obediencia. Y la pregunta más relevantede la ciencia política es: ¿Por qué obedecemos? Es el pro-blema clásico de la obediencia política, ya planteado por Pla-tón con su diálogo con el torpe Trasimaco quien pensaba quebasta la mera fuerza, la violencia, para conseguir obediencia.

La respuesta a las razones de la obediencia política serelaciona con cuatro elementos: 1) La coacción (la amenaza del recurso a la violencia físicao simbólica).2) La creencia en la legitimidad del poder (legitimidad que,vista en tipos ideales, puede ser tradicional –referida a un or-den que viene del pasado–, carismática –referida a una cua-lidad extra ordinaria que se atribuye a quien manda– o legal-racional –que exige a los gobernantes cumplir con losprocedimientos para poder mandar.3) Por sentirse parte de la inclusión y acceder a las ventajasde la vida social –tener derechos civiles, políticos, sociales y

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de identidad–, al tiempo que se acepta la forma en que estosbienes públicos se reparten entre los diferentes miembros dela sociedad (puede estar uno incluido pero desobedecer por-que otros no lo están).4) Por mera rutina.

Una sociedad ordenada sobre estos principios opera con loque Gramsci llamó un bloque histórico, la suma de reproduc-ción económica, superestructura jurídica, simbólica y estatal,liderazgo político y una conciencia compartida.

Por todo esto, y más allá de debates superados, no puedereducirse el Estado a su cuerpo administrativo, pero tampocopuede ignorarse su condición institucional capaz de estructu-rar y administrar vastos territorios. De la misma forma, nohay que dejar de lado su condición de organización dirigidapor personas, que se articula en una sociedad concreta con laque interactúa de manera constante y se influye mutuamente.Diferenciamos para entender, pero la realidad está muy tra-bada como para hacer reales las diferenciaciones de la teoría.En el ámbito del Estado tenemos que considerar a la nación–como discurso cultural colectivo, vinculado a la tierra y queporta la historia compartida y otorga la idea de continuidad ytrascendencia o permanencia–; los parlamentos; la burocra-cia; el gobierno; los jueces; los militares. Y todas las relacio-nes que estos espacios, personas, lógicas tienen con la socie-dad en la que actúan.

Esa multiplicidad de estructuras, lógicas, instituciones yobjetivos que llamamos Estado está constantemente escu-chando para tomar decisiones. Para no caer en mecanicismosque paralizan o confunden, conviene hacer un fugaz repaso,sin orden de importancia y con múltiples variaciones y rela-ciones entre sí, a las siguientes lógicas y actores que influyenen las decisiones que afectan al Estado. No hay que olvidarque es al gobierno a quien le corresponde dirigir en cada tiem-po la capacidad coactiva del Estado, del mismo modo que elEstado con frecuencia no deja espacio para que el gobiernotome determinadas decisiones (al contrario, encadena a éste).El gobierno de Hitler fue capaz de cambiar al Estado alemán,

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de la misma manera, aunque en otra dirección, que el gobier-no laborista de Lloyd George cambió al Estado británico. Perotambién vemos que cualquier Estado actual obliga al gobiernocorrespondiente a pagar la nómina de los funcionarios públi-cos, principal partida presupuestaria que consume buena par-te de la capacidad de gasto (a los militares no les gusta que noles paguen la nómina y, a diferencia de otros funcionarios, tie-nen armas). Al mismo tiempo que un gobierno puede aprobarel rescate bancario con dinero público y endurecer los requisi-tos para acceder a una pensión, otro puede cambiar las leyespara aumentar las ayudas públicas en vivienda o educación. Aligual que un gobierno puede cambiar una Constitución paraeliminar la autorización judicial de las escuchas telefónicas,endurecer los requisitos para obtener la nacionalidad y elimi-nar derechos sociales, otro puede impulsar políticas públicasredistributivas participadas popularmente, vincular al Estado aunas formas u otras de integración regional o renacionalizarservicios públicos antaño privatizados también por un gobier-no. Separar al Estado de la sociedad, autonomizándolo, sólosirve para someterse con impotencia a los mandatos de quie-nes deciden sus movimientos; ignorar que el Estado tiene suselección estratégica, su memoria vinculada a su trayectoria,sus intereses propios, sólo sirve para caer en la confusión depensar que basta alcanzar el gobierno para controlar el poder.

Vistas estas complejidades, veamos a quién escucha el Es-tado (insistiendo en su compleja condición de relación socialy sin presuponer un orden de importancia que dependerá decada coyuntura):

1) A los que tienen la capacidad de declarar, en expresión deCarl Schmitt, el Estado de excepción, es decir, a los poderesfácticos que tienen capacidad de emplear de manera genera-lizada la violencia física no necesariamente legítima (ejérci-to nacional o extranjero, banqueros y sector financiero, pa-tronal, líderes carismáticos con capacidad de movilización,entramados mediáticos, mafias, paramilitares…).2) A la Constitución y las leyes vigentes; a las leyes interna-cionales.

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3) A las estructuras administrativas con sus reglamentos, prác-ticas habituales, instancias, etc. (que tienen la fuerza añadida dela costumbre y la tradición y que, incluso después de una re-volución, siguen estando ahí).4) A los intereses particulares organizados o con capacidadde ejercer presión, con especial relevancia a la fusión de in-tereses económicos y mediáticos, que unen a su propia capa-cidad la de influir en la ciudadanía (no se trata de su capaci-dad de forzar una situación sino de impedir que se organicenintereses contrarios).5) A las presiones regionales o locales.6) A la ciudadanía organizada que reclama cuestiones de in-terés general (donde las voces cobran fuerza si se repitencomo un eco multiplicado).7) A la opinión pública, expresada bien a través de formas di-rectas (huelgas, manifestaciones, formas propias de comuni-cación) o indirectas (encuestas, medios de comunicación).8) A referentes morales asentados (iglesias, asociaciones, perso-nalidades de prestigio, intelectuales), a los paradigmas científi-cos y a los discursos hegemónicos que pretenden reconciliar elEstado con el bienestar colectivo (esto es, que presuponen al Es-tado un papel de conciliación ética de la sociedad).9) A la propia subsistencia del aparato estatal, esto es, de laspersonas que lo integran y que tienen en la administración sumodus vivendi –lo que no implica una reificación/cosificacióndel Estado como si éste fuera un ente abstracto con existenciapor sí mismo y al que está adscrito simbólicamente el interésgeneral–. Este aparato estatal funciona con una lógica sistémi-ca referenciada teóricamente con la imparcialidad y el interéscolectivo, pues necesariamente tiene que pensar, para perma-necer en el tiempo, en garantizar el orden sostenido en el sis-tema de dominación. Esto hace que el Estado juegue siempremás allá del corto plazo (la no inmediatez de la administraciónde justicia es ejemplo claro de esto) y le preocupe asegurar lalegitimidad del orden (obviamente con variaciones en cadapaís según sea la construcción histórica del Estado).10) A los partidos políticos, especialmente a los que sostie-nen el gobierno.

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11) A los sindicatos cuando tienen capacidad de huelga.12) A las presiones internacionales, bien de otros gobiernos,bien de las instancias supranacionales.13) A las necesidades inmediatas de financiación y, de ahí, alos mercados internacionales, tanto de bienes y servicioscomo de capitales.14) A las peculiariedades de las elites que lo dirigen en susdiferentes ámbitos (que pueden estar formadas fuertementeen alguna ideología, tener firmes convicciones religiosas opuede tomar decisiones consultando a astrólogos, videnteso quiromantes, como ocurre con frecuencia).

En definitiva, en el centro de toda la reflexión aparece lapolítica, esto es, la definición y articulación –por uno, varioso todos–, de los comportamientos colectivos de obligado cum-plimiento en una comunidad. No es sólo la economía –por su-puesto, de radical relevancia–, ni los valores –que están detrástambién de muchos comportamientos–, ni los presupuestos ju-rídicos –igualmente esenciales–. Se trata de la política, comoarte de la polis, a quien le corresponde la obligación de inte-grar todos los elementos a la búsqueda de una síntesis funcio-nal para la marcha de la sociedad.

El Estado siempre es reflejo de un proceso histórico. Comorealidad empírica, concreta, su funcionamiento responderá alos intereses de los que hayan ganado en el conflicto social, alos que mejor se hayan situado en ese momento (sean unos po-cos o sea el conjunto de la sociedad) y a la memoria que por-te y la influencia que ejerza esa memoria sobre el comporta-miento estatal. Eso permite pensar, al menos en el corto plazo,en la posibilidad de enfrentarnos en el ámbito occidental conEstados capitalistas, Estados despóticos y también en Estadossocialistas.

Es importante entender que el Estado real, el concreto decada país, es selectivo en sus políticas, tiene predisposición ainclinarse, por esa herencia anclada en sus estructuras, a de-fender lo que ya existe, a escuchar más unos intereses queotros, a reproducir más una lógica que otra (selectividad es-tratégica, la denomina Jessop; selectividad estructural, Claus

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Offe). Históricamente, los intereses más escuchados no hansido los de las masas sino los de las clases minoritarias que,sin embargo, lograron hacerse con la hegemonía social y ha-cer valer sus intereses particulares con los intereses generales(lograron construir la obediencia con una mezcla de los cuatroelementos señalados). Pero no está escrito que eso no puedavariar. Lo que haga el Estado dependerá siempre del resultadode los conflictos sociales y de la capacidad de estos conflictosde hacer del instrumento estatal una herramienta para la orga-nización social. Si bien es verdad, como venimos insistiendo,que hay predisposición en el Estado, no existe, por el contra-rio, ninguna predeterminación “necesaria” para que se com-porte en una dirección u otra. El Estado no es una persona quepueda hacer lo que quiera. Tiene una autonomía marcada portodos los sectores a los que escucha y, en especial, a las luchassociales pasadas y presentes. Esa autonomía le permite traba-jar para aquellos que consigan hacerse hegemónicos en unasociedad. Cuando la sociedad se relaja, la estructura estatal,como cualquier estructura, puede dedicar más tiempo y recur-sos a su propia reproducción. Pero eso sólo será señal de esarelajación social. No es posible, como plantea el liberalismo,que sean los representantes los que se encarguen de la cosa pú-blica sin que se vean lesionados, tarde o temprano, los intere-ses de la mayoría. Votar cada cuatro o cinco años no es sufi-ciente. Un Estado independizado del control de la sociedadtermina, como estructura que es, teniendo comportamientosprivados. Algo que se agrava cuando el Estado, como ocurreen la globalización, atiende a aspectos cuya complejidad y os-curidad –muchas veces intencionada– reclama un conoci-miento que no es de fácil acceso. Al final, funciona el aserto“vota y no te metas en política”, de manera que en el repartode papeles los políticos se encargan de la cosa pública y la ciu-dadanía se dedica al consumo y al entretenimiento, al pan y alcirco (aunque con cantidades decrecientes de pan y un circo deínfima calidad).

Los cambios que se reflejan en los nuevos Estados congobiernos de izquierda en América Latina son un claro ejem-plo al respecto. El cambio radical que está viviendo la Re-

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pública Bolivariana de Venezuela, Bolivia o Ecuador (comolos más emblemáticos) ha seguido la progresión:

Descontento social activismo popular en la calle cam-bio en las ideas hegemónicas conquista del Estado re-fuerzo del empoderamiento popular desde el Estado.

En conclusión, siguiendo la senda de Weber, incorporandouna perspectiva relacional, y situando el conflicto social apun-tado por Marx como el elemento esencial, podemos definir alEstado como una forma de organización política, dotada deun orden jurídico y administrativo estable, propio de una co-munidad identificada con un territorio determinado, que secaracteriza por la reclamación con éxito por parte del cuerpoadministrativo –a través de premios y castigos materiales osimbólicos–, de la obediencia ciudadana, en tanto en cuantosatisfaga su compromiso con lo que los conflictos y consensossociales han establecido que son los intereses comunes.

El cansancio democrático del Leviatán (que algunos han con-fundido con la desaparición de los Estados nacionales) ha provoca-do la devolución al mercado de muchos de los servicios que habíaasumido como derechos colectivos. La utopía neoliberal no se ocu-pa sólo de plantear el funcionamiento de un mercado libre de todarestricción, sino de generalizar la transformación en mercancías detodos los bienes y servicios. Es por eso que conforme se debilita lamano izquierda del Estado, la mano femenina, y se abandona a lasfuerzas del mercado la tarea de cuidar, alimentar, enseñar y confor-tar, necesariamente tiene que reforzarse la mano derecha del Esta-do, la mano masculina que guerrea, amenaza, encarcela, juzga ycastiga en una pelea competitiva descarnada.138

Susan Strange ha resumido los cambios que ha experimentadoel Estado nacional con la globalización neoliberal, señalando cómolas diez principales responsabilidades tradicionales del Estado na-cional se han visto transformadas. Pero transformadas no implica,insistimos, asumir ningún tipo de determinismo que imposibilite lapuesta en marcha de alternativas. El discurso hiperglobalista reco-

138 Pierre Bourdieu, Contrafuegos, Barcelona, Anagrama, 1999.

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noce a la globalización neoliberal victorias que aún no son tales.Esas diez transformaciones (sujetas a la dirección que marquen losconflictos sociales) se verían en los siguientes ámbitos:

1) El derecho a sacrificar las vidas de los ciudadanos. Morir y ma-tar por la defensa del territorio ha perdido relevancia al no vincu-larse ya territorio y prosperidad, algo que está más vinculado a lacuota de mercado que se posea. Las diferencias son claras depen-diendo de los países. Mientras que en Estados Unidos el ejércitolo conforma crecientemente gente sin recursos y mercenarios sub-contratados, otros pueblos siguen estando dispuestos a defender suterritorio (basta observador lo ocurrido en el Iraq ocupado).2) Dificultades para el mantenimiento del valor de la moneda, a loque habría que sumar que la inflación y su mecanismo de redistri-bución regresiva de la riqueza también se importan.3) En la elección de la forma apropiada de desarrollo capitalista, ni-velando la intervención del Estado según el propio interés (con gran-des dificultades en lo que respecta a una política monetaria soberana).4) Para el establecimiento de políticas públicas anticíclicas (difi-cultado también por la necesidad de mantener las cifras macroe-conómicas equilibradas para evitar el castigo de los mercados y delos organismos financieros internacionales).5) La provisión de una red de seguridad para los más necesitados(abandonado con el recorte del Estado social y las insuficienciaspresupuestarias).6) La menguante recaudación de impuestos (que comparte conotras organizaciones, como la mafia, además de que existen para-ísos fiscales que atentan contra esta capacidad).7) El control sobre el comercio exterior, especialmente sobre lasimportaciones (determinado, especialmente para los países máspequeños, por la OMC).8) El carácter inclusivo de las fronteras territoriales, que marcan la ju-risdicción (transformado por la mayor movilidad de las personas o porla incapacidad de ejercer la soberanía ante realidades globales talescomo las ondas radioeléctricas, satélites, pandemias o migraciones).9) La defensa de la competitividad en el mercado mundial (limitadopor las exigencias internacionales de defensa de la competencia, unode los principales bastiones neoliberales insertados en el corazón delos procesos –y que afecta poderosamente, en el caso de la Unión Eu-

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ropea, pero también con los TLC o en el Mercosur para la puesta enmarcha de políticas económicas alternativas–).10) La reclamación del monopolio fáctico de la violencia legítima(replanteado tanto por el crecimiento de la seguridad privada comopor la existencia de parcelas de ineficacia del Estado, tanto dentrodel territorio como en la defensa de sus fronteras, lo que le difi-culta para cumplir su parte del contrato social).139

Vemos que estas debilidades que plantea Strange se ven rela-tivizadas o agravadas en virtud del Estado en cuestión al que se apli-quen. Es cierto que forman parte del papel que el neoliberalismo le haasignado a los Estados nacionales (no simplemente como una cons-piración para que así sea, sino porque su propia lógica de acumula-ción y el desarrollo de los conflictos sociales lo ha situado en ese lu-gar). Pero en cada uno de esos aspectos hay una voluntad política paraque así sea o para que, en nombre de una soberanía nacional (o másfácilmente regional) se revierta el proceso y se recuperen esos espa-cios de lo público que se han perdido a favor de particulares.

Karl Polanyi alertó acerca de los cambios profundos en las es-tructuras de lo social, recordándonos que sólo la ceguera econo-micista era capaz de poner velos a la visión de estos aspectos:

La causa de la degradación no es, pues, como muchas veces se supone,la explotación económica, sino la desintegración del entorno cultural delas víctimas. El proceso económico puede, por supuesto, servir de vehí-culo a la destrucción y, casi siempre, la inferioridad económica hará ce-der al más débil, pero la causa directa de su derrota no es tanto de natu-raleza económica cuanto causada por una herida mortal infligida a lasinstituciones en las que se encarna su existencia social. El resultado essiempre el mismo, ya se trate de un pueblo o de una clase, se pierde todoel amor propio y se destruyen los criterios morales hasta que el procesodesemboca en lo que se denomina “conflicto cultural” o el cambio deposición de una clase en el seno de una sociedad determinada.140

Con la expresión cansancio democrático del Leviatán se quiereseñalar la ruptura de un modelo de Estado comprometido política-

139 Susan Strange, La retirada del Estado, Barcelona, Icaria, 2002.140 Karl Polanyi, op.cit. p. 257.

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mente con la democratización social, política y económica. Esto nosignifica que el periodo llamado fordista, keynesiano o socialdemó-crata fuera una experiencia absoluta positiva, ni siquiera en los paí-ses que se beneficiaron de su puesta en marcha. Ni mucho menos.La explotación, la alienación, el machismo, el autoritarismo, el co-lonialismo, la depredación ecológica, la relajación moral son todosaspectos mil veces criticados de ese modelo. Pero su pretensión dejusticia social estaba recogida en todos las Constituciones, formabaparte de los discursos políticos y orientó las prácticas, dependiendolos resultados del éxito en el conflicto que obtengan de los diferen-tes sectores sociales. Hoy, el pacto de posguerra está derribandoaquellos contornos, sin que la pérdida creciente de derechos hayaservido para generar un movimiento social que cuestione el mode-lo. Los cambios, cuando no operan en la conciencia o no son efica-ces, carecen de permanencia. Por eso volvamos a la pregunta:¿Quién define hoy los nuevos perfiles de lo social? Una parte im-portante de la realidad es representativa.141 Todo lo que no es nece-sidad biológica –e incluso también buena parte de ella– es cultura,consenso verbal entre los grupos sociales. De ahí que el monopoliodel pensamiento, curiosamente en el momento de la historia en don-de más canales de comunicación han existido, deja abierta la posi-bilidad de que los nombres que definan lo que existe paralice elcambio social por un tiempo indeterminado. Ya vimos que cada cri-sis del capitalismo estrecha más su margen de respuesta. La réplicaa la crisis de los años treinta fue la intervención del Estado, la pro-ducción masiva y estandarizada basada en la cadena de montaje, laconversión del salario en un componente del consumo. De cualquiermanera, se levantó sobre los escombros de la Segunda Guerra Mun-dial. La crisis que desemboca en los años setenta (y en la que aúnestamos enredados) recuperó la tasa de acumulación extremando laexplotación del Sur, endureciendo las condiciones laborales y reba-jando las prestaciones sociales en el Norte, devastando la naturale-za y exportando el problema al futuro (endeudamiento y financia-riazación). El nuevo estrangulamiento no permite pensar en nuevas

141 Los nombres crean realidad. Por esto una gran parte de la misma es repre-sentativa. Si afirmamos que la Tierra es plana se convierte en plana para el hechode la navegación. Lo que la gente tiene por real se convierte en real en sus im-plicaciones sociales.

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formas de regulación que recuperen la tasa de beneficio capitalistaque no causen muchas víctimas. De cada nuevo intento se multipli-can los cadáveres (el capitalismo popular de las punto.com, el boominmobiliario, la explotación in situ de los trabajadores del Sur inmi-grados, la invasión de Iraq). La búsqueda de soluciones dentro delmodelo repite escenarios terribles de los años treinta.

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XIV

SECUELAS PERMANENTES DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001: LA MILITARIZACIÓN

DEL NEOLIBERALISMO

¿Acaso, hoy casi como ayer, no se está utili-zando el cansancio democrático, la náuseaante la nada, el desconcierto ante el desordencomo aval de una nueva situación históricade excepción que requiere un nuevo autorita-rismo persuasivo, unificador de la ciudadaníaen clientes y consumidores de un sistema, unmercado, una represión centralizada?

Manuel Vázquez Montalbán, Panfleto des-de el planeta de los simios.

Una de las críticas que peor encajó el presidente Obama al co-mienzo de su mandato fue la pregunta de un periodista del TheNew York Times pidiéndole que aclarara “si era socialista”. Ade-más de no contestar, el presidente llamaría más tarde al periódicoenfadado por una pregunta que no habían considerado “seria” yquería aclarar. Ese pánico a ser tachado de socialista está a la mis-ma altura que ser considerado un mal patriota o no hacer caso allobby judío (Obama aceptaría el veto de este grupo al ex embaja-dor Chas Freeman como presidente del Consejo Nacional de In-teligencia). Hay lógicas de Estado que exceden el nombre de quienesté sentado en la Casa Blanca. La radicalización de esa lógicapartió de Ronald Reagan, para quien la administración Carter ha-bía llevado a Estados Unidos al momento de mayor debilidad desu historia. La radicalización, si aún cabía, aterrizaría con el 11de Septiembre y los aviones entrando en las Torres Gemelas.

La globalización llegó con un nuevo Contrato Social que de-volvió al estado de naturaleza amplias zonas de las sociedades oc-

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cidentales, efecto comprensible al limitar las obligaciones demo-cráticas del Estado. La existencia de potestas sin auctoritas (fuer-za bruta que renuncia a la legitimación asentada en valores discu-tidos y consensuados) genera desestructuración social. De ahí queel orden que se disuelve se intente suplir con la mera fuerza (gue-rras exteriores o refuerzo de la represión interna, crecimiento de la-bores de vigilancia, encarcelamiento y represión y, como ratio úl-tima, la disolución de las garantías jurídicas mínimas que expresanejemplos como la cárcel de Guantánamo, la autorización de la tor-tura como método de obtención legal de información o la relaja-ción de los derechos civiles en nombre de la lucha antiterrorista–vigilancia sin autorización judicial, presunción de la sospecha yno de la inocencia, restricción de movimientos, etcétera.142

Son los mismos Estados nacionales que argumentan dificul-tades para poner en marcha políticas de seguridad social, pero queno encuentran problemas para poner a sus países en pie de guerray dirigir costosísimas operaciones de incierto beneficio general (elNobel de economía Stiglitz calculaba el costo de la guerra de Iraqen 6 billones de dólares, repartidos al 50 por 100 entre EstadosUnidos y el resto del mundo –treinta veces el PIB de un país comoVenezuela–).143 Son los mismos Estados quienes tienen a la mitadde su población bajo los niveles de pobreza pero dedican ingentesrecursos públicos a costear los errores particulares de los bancos.Son los mismos Estados los que usan los préstamos externos parael enriquecimiento particular y la represión popular y los que car-gan a los pueblos la devolución del dinero prestado. Son los mis-mos Estados quienes no plantean severas objeciones para pagar ladeuda externa, beneficiar a las grandes empresas energéticas trans-nacionales, reflotar el sistema bancario privado, incrementar el gas-to militar o reducir los impuestos a los sectores más acaudalados,los que recitan su impotencia a la hora de legislar condiciones dig-

142 Estos aspectos se comparten tanto por Estados Unidos como por sus aliadosde Europa –que ha legalizado algunos de ellos en su territorio–, América o Asia,que no han establecido ninguna presión diplomática para frenar esa involución.143 Joseph Stiglitz, “La guerra de los tres billones de dólares”, disponible en[http://www.elpais.com/articulo/opinion/guerra/billones/dolares/elpepuo-pi/20080313elpepiopi_4/Tes], bajado en julio de 2008. Posteriormente salió pu-blicado el libro: Joseph Stiglitz y Linda G. Bilmes, La guerra de los tres billonesde dólares, Madrid, Taurus, 2008.

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nas de trabajo, incrementar el gasto social, salvar a empresas pú-blicas o dedicar ayudas a sectores desfavorecidos.144

Los confusos atentados terroristas del 11 de Septiembre contrael World Trade Center y el Ministerio de Defensa (Pentágono),muy al contrario de ser un punto de inflexión en el proceso de glo-balización supusieron una aceleración del aspecto central de esteproceso y del que se derivan el grueso de los cambios que obser-vamos: la desarticulación, ahora justificada, de la forma de organi-zación política Estado social y democrático de derecho que haacompañado al modelo de desarrollo capitalista occidental desde ladécada de los cincuenta. Como vimos, esta transformación ha sidoposibilitada por los desarrollos tecnológicos, el incremento de ladiferenciación o complejización social, así como por la voluntadpolítica de invalidar las fronteras para permitir el proceso de acu-mulación que exige el sistema capitalista en esta nueva fase. El pa-pel hegemónico estadounidense hace que su modelo político pre-sione con fuerza para hacerse igualmente hegemónico, al menos enlas formas. Después de los atentados contra las Torres Gemelas yel Pentágono, esa tendencia se radicalizó, definiéndose un modelode guerra permanente global con las siguientes características:

1) Se puso en marcha un programa de compras de guerra que no ha-bía podido articularse con el inicial proyecto de “escudo de las ga-laxias”, dejándose claro que el mismo Estado que había tenido difi-cultades para financiar los programas sanitarios durante el mandatode Clinton no encontraba ahora problemas para iniciar una guerraque costaba un millón de dólares diarios (en diciembre de 2002, elnuevo escudo de las galaxias obtendría la luz verde inicialmente ne-

144 Valga como ejemplo extremo la veintena de medidas aprobadas en noviembrede 2002 en Estados Unidos. Aprovechando la mayoría recientemente conseguidaen la Cámara de Representantes, y con la consternación social tras el 11-S, el pre-sidente Bush legislaba en beneficio de las aseguradoras (haciéndose cargo el go-bierno de una parte importante de los daños causados por el terrorismo, pese a quelas aseguradoras registraban en el primer semestre del año un incremento del be-neficio del 66,4 por 100) y de las empresas químicas (entre otras cosas, impi-diendo, con carácter retroactivo, demandas contra ellas). Se trataba del mismoGeorg W. Bush que no dispuso de recursos para los damnificados del Katrina en2005. Del mismo modo, están las medidas de salvamento de bancos en las crisislatinoamericanas de los años noventa (adelanto de la que se pondría en marcha en2009 en EEUU y Europa con menos oposición popular).

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gada). En este programa, los grandes beneficiados se correspondíancon las fracciones empresariales ligadas al gobierno de Bush.2) Se replanteó el lugar que le va a corresponder a Asia central enel nuevo orden geoestratégico mundial, reubicando el papel de Ru-sia y China en la economía globalizada, y reestructurando el domi-nio sobre las reservas petroleras (lo que explica el apoyo estadouni-dense al intento de golpe de Estado en Venezuela en abril de 2002).3) Se lanzaba una seria advertencia a los movimientos antigloba-lización que en Génova, en 2002, habían presionado al G8 hastael punto de obligarles a buscar lugares de reunión inaccesiblespara la protesta (Qatar).4) Se encontraba una línea argumental para limitar derechos ciu-dadanos básicos, tales como el habeas corpus, la inviolabilidad delas comunicaciones o la autorización judicial de las escuchas tele-fónicas, sin olvidar las oleadas de despidos que se ejecutaron alcalor de la conmoción por el espectacular ataque a las Torres Ge-melas. Al tiempo, Estados Unidos encontraba justificación a suvoluntad de no suscribir o rescindir determinados tratados inter-nacionales (ABM, Kyoto, Tribunal Penal Internacional, minas an-tipersonales, racismo y responsabilidad histórica occidental, para-ísos fiscales, etc.) y, finalmente, legalizar incluso la tortura.5) Se encontraba un foro globalizado con una fuerza mayor que losorganismos de Naciones Unidas, en forma de alianza antiterroris-ta, que dejaba clara la preeminencia estadounidense en el nuevo or-den internacional. Pensemos que la superación de las fronteras su-pera igualmente un principio de identificación de la dominaciónpolítica.6) Se respaldaban políticas de corte claramente ilegal, como lasrealizadas por Ariel Sharon en Israel o el posterior genocidio enGaza.

Tabla 16. El miedo global

Los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo.Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo.Quien no tiene miedo al hambre, tiene miedo a la comida.Los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienenmiedo de ser atropellados.

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La democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje miedo de decir.Los civiles tienen miedo a los militares, los militares tienen miedoa la falta de armas, las armas tienen miedo a la falta de guerras.Es el tiempo del miedo.Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombrea la mujer sin miedo.Miedo a los ladrones, miedo a la policía.Miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sintelevisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y miedo al díasin pastillas para despertar.Miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a lo que fue y a loque puede ser, miedo de morir, miedo de vivir...

Eduardo Galeano, Patas arriba. La escuela del mundo al revés

En definitiva, a partir del 11 de Septiembre, Estados Unidos, conun presidente que solventaba con la guerra los problemas de legiti-midad con los que había iniciado su mandato, debido a los proble-mas del escrutinio en Florida (donde otra decisión judicial podríahaber entregado la Presidencia al candidato demócrata Al Gore), re-conducía la marcha del mundo en un escenario de recesión econó-mica, con una nueva ronda de la Organización Mundial del Comer-cio que incorporaba a China y sus más de mil trescientos millonesde consumidores a la economía global, y en un impulso de rearticu-lación global roto por la unilateralidad de determinadas decisionesestadounidenses tomadas antes del 11 de Septiembre (los señaladosprotocolos internacionales no suscritos). La nueva situación mun-dial, con la necesidad de rearticular alianzas para enfrentar la gue-rra contra Iraq y otros países, y el discurso ideológico que hablabade la necesidad de una nueva Guerra Fría, ahora contra el terroris-mo, trazaban renovadas alianzas, que ahondaron en la disolución defronteras que implica el proceso de globalización.

Recordando una apreciación sutil de Guillermo O’Donnell, po-demos afirmar que la lucha contra el terrorismo internacional harecuperado la “gigantesca paranoia antisubversiva” de los años se-tenta que “petrifica a la sociedad” y crea “las condiciones políticaspara que los “técnicos” de la economía –quienes nada creen tenerque ver con esto porque se limitan a aplicar una universal raciona-

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lidad económica– manejen su bisturí; así la pasión del antisubver-sivo regala al tecnócrata su autoimagen aséptica”.145

El proceso de desmantelamiento del Estado social y demo-crático de derecho no hizo sino ahondarse desde el fatídico y am-biguo atentado contra el símbolo del comercio mundial, las Torresdel World Trade Center, inspirado por el antiguo colaborador de laCIA durante la guerra contra la invasión soviética de Afganistán,Ossama Bin Laden.146 El 20 de septiembre de 2002, a un año delos atentados en Nueva York y Washington, George W. Bush dabaa conocer el documento titulado La estrategia de seguridad na-cional de los Estados Unidos, donde se planteaba un principio queno tenía explicitación teórica oficial (aunque sí desarrollo prácti-co) desde los fascismos de los años treinta: la doctrina de la “gue-rra preventiva” (preventive War).

La relevancia estadounidense en el proceso de mundializaciónneoliberal continúa la relevancia adquirida a finales de la SegundaGuerra Mundial. Como apuntamos, el elemento central de la reorga-nización del capitalismo en Bretton Woods, en 1944, no fue la crea-ción del FMI y el Banco Mundial (entonces BIRD), sino la consoli-dación del dólar, y por tanto de Estados Unidos, como gestor de lapolítica económica mundial. La fijación del oro como reserva inter-nacional, la necesidad de que cada moneda estuviera referenciada enoro y la obligación de convertibilidad de las monedas en el metal pre-cioso, hacían de Estados Unidos, que controlaba dos tercios de las re-

145 Guillermo O’Donnell, Contrapuntos, cit., p. 109. En la misma dirección, MartinShaw se refería a la guerra contra el terrorismo como una “guerra imaginaria” que,al igual que había ocurrido con la Guerra Fría, servía como coartada ideológica paraextender los intereses norteamericanos. Ahora bien, dos grandes diferencias hacíana esta “guerra imaginaria” algo bien real. Por un lado, la disciplina a la que obligala actual guerra va más allá al afectar a “todos” los países, movimientos y pueblos(incluidos los de la antigua órbita soviética y los No Alineados). Por otro lado, laguerra no es fría, sino caliente y real, como demuestra Afganistán, Iraq, Palestina yla creciente presión sobre Irán. Martin Shaw, “Theory of the Global State. Intro-duction to the Italian edition”, en [www.martinshaw.org].146 Decimos “ambiguo” porque la cantidad de interrogantes sobre su autoría cre-cen día a día, señalándose algunas responsabilidades de la administración Bushque, de aplicarse el adagio latino a quién beneficia, servirían para completar lasacusaciones de acción interna que se están lanzando desde muchos espacios y quellevaron en 2006 a una cincuentena de científicos norteamericanos a exigir prue-bas de lo que para ellos es hoy “improbable”, esto es, el hundimiento de las To-rres debido a la acción de los aviones.

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servas mundiales de oro, el dueño de la única moneda con capacidadde circulación internacional. A partir de ese momento, le correspondíala gestión y expansión de la liquidez internacional, base a su vez delcomercio mundial. Eso generó incompatibilidad entre la función deldólar como moneda global y, al tiempo, el compromiso de acumularreservas de oro en la misma cantidad de la emisión de moneda.

El asunto se solventó renunciando Estados Unidos a acumular eloro que se correspondía con la moneda emitida. Esto le confirió unpoder omnímodo –en definitiva, cambiaba en el mundo papeles decolor verde por bienes–. En 1970 se juntó el cansancio europeo, es-pecialmente francés, de seguir financiando la aventura militar esta-dounidense en Vietnam con presiones de capitales que empezaban aestar transnacionalizados y aprovecharon el déficit comercial esta-dounidense para iniciar un ataque especulativo. El resultado fue laruptura de los acuerdos de Bretton Woods y el inicio de la globalizaciónfinanciera, al tiempo que Estados Unidos recuperaba su capacidadexportadora. Los capitales financieros, quizá el rasgo más relevante,tenían vía libre para generar el esquema de la deuda externa, que seiba a convertir en uno de los principales negocios del siglo XX.147

El mundo globalizado presenta a Estados Unidos, incuestionableúnica potencia mundial pese a la pérdida de poder experimentado enla primera década del siglo XXI (su gasto militar es la mitad del to-tal), sumido en una tensión incómoda. Por un lado, observa cómolos capitales de otros países tienen la capacidad de doblar en oca-siones su brazo, obligado a respetar las reglas generales de ese Es-tado transnacional encargado de hacer valer las normas de la eco-nomía global. Por otro lado, su condición imperial lo lleva a asumirdecisiones unilaterales que lo alejan del resto de países: el estable-cimiento unilateral de aranceles a las importaciones de acero; elproteccionismo agrícola; la negativa a suscribir, mantener o avanzaren acuerdos internacionales sobre medio ambiente y desarme; lasmanifestaciones de desprecio respecto de la ONU; las presiones paraconseguir inmunidad para los soldados y funcionarios estadouni-denses en el Tribunal Penal Internacional; la autorización de sobornosa periodistas extranjeros; la legalización del asesinato de ciudadanosextranjeros fuera de Estados Unidos; la abolición del derecho de ha-beas corpus; la autorización de las torturas para obtener información;

147 Véase Jacques Adda, Globalización de la economía, Madrid, Sequitur, 1999.

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la decisión de poner en marcha una guerra contra otro país al margende Naciones Unidas; el veto a otros países para vender armas o mate-rial militar a quien ellos decidan (caso de España con Venezuela). Esen ese escenario de cuerda en exceso tensada donde hay que enten-der el nuevo papel que le corresponde al presidente Barack Obama.

Es muy revelador escuchar a Samuel Huntington, quien fue unode los principales orientadores de la política exterior norteamericanadesde los años setenta:

En los últimos años Estados Unidos ha intentado (o ha dado la impresiónde intentar) más o menos unilateralmente, entre otras cosas, las siguien-tes: ejercer presión para que otros países adoptaran los criterios y lasprácticas norteamericanas con respecto a los derechos humanos y la de-mocracia; impedir que otros países adquirieran recursos militares que pu-dieran contrarrestar la superioridad convencional de Estados Unidos;aplicar extraterritorialmente en otras sociedades la ley estadounidense;clasificar a los demás países según su adhesión a las normas norteameri-canas sobre derechos humanos, drogas, terrorismo, proliferación nucle-ar, proliferación de misiles, y ahora también libertad religiosa; aplicarsanciones contra países que no satisfacen las normas estadounidenses so-bre esas cuestiones; promover los intereses de las corporaciones nortea-mericanas amparándose en la defensa del libre comercio y los mercadosabiertos; configurar la política del Banco Mundial y del Fondo Moneta-rio Internacional, de forma que sirviera a esos mismos intereses; interve-nir en conflictos locales en los que tenía intereses directos relativamentemenores; intimidar a otros países para que adoptaran políticas económi-cas y sociales que beneficiaran a los intereses económicos estadouniden-ses; fomentar la venta de armas norteamericanas en el extranjero, al tiem-po que procuraba impedir ventas similares de otros países; forzar larenuncia de un secretario general de la ONU y dictar el nombramientode su sucesor; expandir la OTAN incluyendo en ella a Polonia, Hungríay la República Checa, y no a otros países aspirantes; emprender accionesmilitares contra Iraq y mantener después duras sanciones económicascontra su régimen; y clasificar a ciertos países como “Estados indesea-bles”, excluyéndolos de las instituciones globales porque se niegan a hu-millarse ante los deseos estadounidenses.148

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148 Samuel Huntington, “The Lonely Superpower”, Foreign Affairs 78, 2 (1999),p. 48, cit. en Leo Panitch, El nuevo Estado imperial, cit.

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Mientras Estados Unidos preparaba el ataque contra Iraq, quecoincidía en el tiempo con la desestabilización política de Vene-zuela y con el incremento de la represión israelí sobre los palesti-nos, algunos autores, con distancia irónica, señalaban la cercaníade la nueva estrategia norteamericana con el “principio de legiti-mación imperial”, vinculado en su día al papado y negado desdeel siglo XVII en nombre de la soberanía nacional, instaurado por lapaz de Westfalia. Ese principio había sido por segunda vez conde-nado como crimen de guerra en los juicios de Nüremberg, una vezderrotado el nazismo. Pese a la evidencia del enorme paso atrásque dicho principio creaba, la nueva doctrina estratégica se impu-so, poniendo en cuestión la frágil legalidad internacional y vol-viendo a “inyectar la anarquía a las relaciones internacionales yestratégicas” El siglo XXI venía, pues, cargado de desmemoria.149

En una sociedad mediática, la disputa en torno a los nombres te-nía que afectar de plano a la globalización. La referencia a la ciuda-danía crítica, calificándola como globalofóbica o antiglobalizadora,no pretende sino insistir en su condena previa, rechazando una ense-ñanza politológica esencial: sin polemos, sin conflicto, no hay pro-fundización en la democracia. La idea de resistencia civil, un concep-to politológico esencial en los años setenta, hoy está estigmatizadocomo si fuera partícipe de la violencia con que se señala a la disi-dencia. De ahí que, sólo contestando a las acusaciones, sólo enfren-tado las estrategias de demonización será posible la rearticulaciónpolítica que reclama el desordenado mundo señalado. De qué ladocaiga finalmente la acusación de terrorismo –si de los Estados agre-sores o de los pueblos a la defensiva– zanjará desde el campo prác-tico esta discusión. La globalización, como venimos defendiendo, esun concepto en lucha.

149 John Saxe-Fernández, “Estados Unidos: autodefensa anticipatoria”, en La Jor-nada, 17 de octubre de 2002. Hasta 2007 no se iba a saber que Estados Unidos notenía la capacidad de mantener más de una guerra al tiempo. El empantanamientoen Iraq es lo que explica que el cambio de signo político que ha experimentadoAmérica Latina no haya supuesto alguna respuesta bélica (descontando los ingen-tes esfuerzos desplegados contra la Venezuela bolivariana). De hecho, una de lasquejas imputadas a Bush desde filas republicanas y demócratas fue la de sacrificarel patio trasero por una guerra lejana que, pese a tener detrás el control del petró-leo, ha alejado a Estados Unidos de sus intereses geoestratégicos más cercanos.

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XV

REGLOBALIZACIÓN O BARBARIE: LARESPUESTA CONTRAHEGEMÓNICA DEL SUR

Aun así, solo podemos confesar nuestra con-fusión y nuestra impotencia, nuestra ira ynuestras opiniones, con palabras. Con palabrasnombramos aun nuestras pérdidas y nuestraresistencia porque no tenemos otro recurso,porque los hombres están indefectiblementeabiertos a la palabra y porque poco a poco sonellas las que moldean nuestro juicio. Nuestrojuicio, temido a menudo por quienes detentanel poder, se moldea lentamente, como el caucede un río, por medio de corrientes de palabras.Pero las palabras solo producen corrientescuando resultan profundamente creíbles.

John Berger, Cada vez que decimos adiós.

Dicen en las montañas de este país los hom-bres más viejos y las mujeres, que es necesarioque la noche termine, que hay que destrenzarel pelo, que hay que hurgar en las arrugas yque hay que hablar ahora del buen sueño, quees necesario ya que acabe la noche del engañoque nos vendieron y que vuelva a amanecer yque el día esté cabal, despierto cuando le tocay dormido cuando le toca.Dicen que si esto no ocurre la larga nocheserá definitiva y no habrá más tierra que po-seer, tierra que cuidar ni tierra que querer. Di-cen que si no despertamos de la pesadilla del

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engaño que nos vendieron, no habrá ya porqué luchar.

Subcomandante Marcos, La caja del sueño.

Las propuestas que el presidente Obama llevó a la Cumbre de lasAméricas de Trinidad en abril de 2009 contrastaban necesariamentecon la propuesta que el presidente de Bolivia, Evo Morales, hizo a losmáximos responsables de la Comunidad Suramericana de Nacionesen noviembre de 2006. La propuesta norteamericana conjugaba la tra-dicional receta demócrata del palo y la zanahoria: medidas parcialesde buena voluntad sobre Cuba; amenazas veladas a los países dísco-los; gestos cariñosos con los países ungidos para tener una special re-lationship; ofertas de TLCs bilaterales; y, sobre todo, diferenciaciónentre una izquierda buena y una izquierda mala, a la búsqueda deromper el proceso de unidad latinoamericana iniciado por Hugo Chá-vez a partir de 1999 y que había conseguido un nuevo lugar para laintegración del continente sobre la base de un claro antiimperialismo.

La propuesta del presidente Evo Morales recogía, basada en losdiferentes llamamientos realizados desde el Foro Social Mundial alos movimientos sociales del mundo, los principales elementos parala reconstrucción de una globalización alternativa. Participación po-pular real, respeto a la diversidad social y cultural, preservación delmedio ambiente, fórmulas institucionales nuevas, superación de lasasimetrías, lucha contra la inequidad social y complementariedadeconómica constituyen los pilares de esa propuesta. Una propuestaque, necesariamente, tiene que superar los marcos del capitalismo(depredador), del estatismo (autoritario y castrador) y de la Moder-nidad (lineal, colonialista, patriarcal, productivista), sustituyendo es-tas grandes vías por nuevos caminos que desborden sus lógicasexcluyentes. La globalización contrahegemónica, esa necesaria re-mundialización que asume que el mundo está y va a estar interco-nectado pero que necesita hacerlo de otra manera, es otra forma deentender ese nuevo socialismo que puede alumbrar en el siglo XXI.150

Una de las más importantes conclusiones del siglo XX es que lasimplificación no puede ser la respuesta a la complejidad. En LaCenicienta de los hermanos Grimm, para que encaje el deseado y

150 En el anexo se puede consultar la propuesta del Presidente boliviano.

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pequeño zapato de cristal en los pies de las odiosas hermanastras,una decide cortarse el talón y otra el dedo gordo. La sangre asus-tará al príncipe y rechazará a las candidatas mentirosas. El merca-do capitalista autoregulado, orientado por la búsqueda liberada yalentada de la mayor rentabilidad inmediata, es una respuesta sim-plificadora a las exigencias ciudadanas de cumplimiento de los de-rechos humanos, donde el primero y más importante es el derechode toda persona a alimentarse. Pero ese comportamiento es, preci-samente, el metabolismo propio del capitalismo. El escorpión, tar-de o temprano, tiene que picar a la rana que lo transporta. El cuer-po social, sometido a la bota del mercado capitalista, se ve forzadoy sangra por la violencia del cometido. La respuesta emancipado-ra a la complejidad en una sociedad democrática consiste en com-plejizar (esto es, multiplicar democráticamente las respuestas), noes simplificar. El mercado capitalista construye una enorme sim-plificación disfrazada de la supuesta libertad de los contratos y dela igual libertad que cualquiera tiene para dormir en la calle o nocomer. Una simplificación tan grande que necesita con frecuenciarecurrir a la violencia para complejizar su imposición.

El ex asesor de Margaret Thatcher, John Gray, escribió un librotras caerse del caballo liberal sobre el que había trotado. En suspáginas pretendió conjurar lo que significaba la utopía liberal:

[…] el libre mercado operó como una tenaza que apretó a las clases me-dias, enriqueció a una pequeña minoría y aumentó el tamaño de las sub-clases de excluidos, infligió serios daños a los vehículos políticos a tra-vés de los cuales fue aplicado, usó los poderes del Estado sin escrúpulos,pero corrompió y en alguna manera deslegitimó las instituciones estata-les, disolvió o destruyó la coalición política que inicialmente le dio apo-yo, dividió a las sociedades y sus secuelas marcaron los términos dentrode los cuales los partidos de la oposición fueron obligados a operar.151

La nueva gran transformación, operada por el neoliberalismo enel último cuarto del siglo XX, tapó las grietas del quebrado ordenkeynesiano, pero al tiempo desencadenó los fantasmas que habíaencadenado el acuerdo social de posguerra. “El casino se ha vueltoloco”, expresaba Susan Strange a finales de los noventa, mostrando

151 John Gray, Las dos caras del liberalismo, Barcelona, Paidós, 2001, p. 73.

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su perplejidad ante un mundo sin horizontes claros. La “era de lavulnerabilidad”, como ha definido Luis Enrique Alonso el ocaso delmodo de regulación posfordista,152 genera obligatoriamente respues-tas políticas ciudadanas, pues sólo desde una concepción restrictivade los seres humanos puede imaginarse que la dominación sea asu-mida acríticamente por los colectivos sociales. No otra cosa es lo que,en forma de dominó, primero en soledad, y luego, crecientemente,como proyecto compartido, empezó a atravesar a los gobiernos deAmérica Latina, siendo elegidos, por los ciudadanos y ciudadanas,nuevos políticos caracterizados por la necesidad de redefinir desdelos propios países objetivos que hasta la fecha se marcaban desde lospaíses más ricos, especialmente Estados Unidos.

Esa perspectiva de recuperación de soberanía es la que lleva aentender la necesidad de establecer fronteras conscientes de la glo-balización, pues, de lo contrario, surgirán límites –toda sociedad lospresupone– aunque no definidos desde los intereses colectivos. Laidea de regulación con vistas a mantener un proyecto de ciudadaníaigualitario se convierte en una exigencia, si bien esto no implica queexista una receta de validez general para todos los países. Por esoson necesarias nuevas fórmulas institucionales (desde los niveles lo-cales a la Organización de Naciones Unidas, desde procesos de em-poderamiento popular a nuevas actividades supervisadas por el Esta-do donde la administración sea un acompañante maternal, no paternal,de las iniciativas sociales). No es igualmente casualidad que el Nobelde economía, Joseph Stiglitz, lanzara, para asombro de la comunidadeconómica oficial, una voz crítica sobre la marcha de la globaliza-ción. Como le ocurriera al Keynes de 1936, vio que el capitalismo sedevora a sí mismo cuando deja de estar tutelado. E igualmente no escasualidad que el propio Stiglitz haya prologado la nueva edición encastellano del clásico de Karl Polanyi de 1944, aparecida en 2003.

152 El posfordismo hace referencia a la superación de las sociedades fordistas,esto es, sociedades de pleno empleo, con regulación social y laboral, niveles deconsumo generalizados, acuerdos corporativos e intervención estatal, tanto en elmodo de producción como en el modo de regulación social que lo acompaña. Unmodelo, como hemos explicado en estas páginas, que implosionó desde dentro, loque implica, pese a la nostalgia propia de las épocas de pérdida, que no sería po-sible el regreso a las virtudes sin la compañía nefasta de los vicios (sin olvidar losagotamientos estructurales de lo que ayer fueron formas asumidas de financiacióndel bienestar en el Norte y que hoy ya no están disponibles).

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La reflexión de Karl Polanyi, acerca de la utopía destructiva delmercado autorregulado que condujo a las guerras mundiales, rea-parece en la discusión sobre la globalización. Cuando Polanyi pu-blicó en vísperas del fin de la Segunda Guerra Mundial se marcóluchar contra dos enemigos: “Aparentemente sólo existen dos po-sibilidades: continuar siendo fieles a una idea ilusoria de libertad ynegar la realidad de la sociedad, o bien aceptar esta realidad y re-chazar la idea de libertad. La primera solución es la de los defen-sores del liberalismo económico; la segunda la del fascismo”.

Un capitalismo institucionalizado, como el que en esos mo-mentos se estaba cuajando en Bretton Woods, debiera evitar, comoasí fue, ese incómodo lecho de terribles resultados. Pero el capita-lismo con rostro amable apenas retrasa los problemas. No se trata,como hemos planteado, de dificultades en el modelo, que se puedenresolver con una gestión diferente, sino de un problema del mode-lo. Bastó que regresaran los problemas cíclicos de acumulación paraque la fase neoliberal del capitalismo volviera a mostrar con todacrudeza el rostro amenazante del capitalismo. Igual que el “conser-vadurismo compasivo” de la campaña electoral de George W. Bushera en verdad conservadurismo y nada compasivo, el capitalismopopular demostró ser capitalismo y nada popular. Muy al contrario,la recuperación de la tasa de beneficio se plantea, una y otra vez, so-bre los hombros de los trabajadores.

“Sólo de lo negado canta el hombre/ sólo de lo perdido”, recorda-ba el poema de Agustín García Calvo. Desde la pérdida, cualquier pa-sado parece más hermoso. El medio siglo que va entre el fin de laSegunda Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín no fue, especial-mente para los países que quedaban fuera del arreglo keynesiano, unpanglossiano mundo excelente que, como repetía el preceptor de Cán-dido en la novela de Voltaire, fuera “el mejor de los mundos posibles”.Pero sí debe asumirse que fue capaz de incorporar la experiencia delprimer tercio de siglo, poniendo en marcha algunos mecanismos deacuerdo internacional que evitaron las aventuras bélicas globales o lasinvoluciones fascistas (aun al precio también señalado de exportarlas guerras a las periferias, ahondar las diferencias entre el Norte y elSur, acelerar el deterioro ecológico o crear franjas de exclusión).153

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153 Robin Williamson es contundente al afirmar que detrás de la globalización ca-pitalista hay también una guerra mundial soterrada, librada por las fracciones de

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El fin del sistema de Bretton Woods y su régimen de acumulacióntrae de nuevo a escena la idea de un capitalismo desorganizado queahonda en la condena al ser humano al peor de sus castigos: el de-sarraigo. De ahí esa tendencia a querer volver a ese pasado maqui-llado. Pero el muerto es real, y no es el neoliberalismo como ideo-logía, sino el neoliberalismo como el último intento de alcanzar unacuerdo global sobre el funcionamiento del capitalismo. En su es-quela mortuoria dice que fue sepultado por un variado séquito deenterradores donde estaban, en primer lugar, las exigencias econó-micas estadounidenses; también la necesidad del sistema de acu-mulación –que afectaba a todos los países sometidos a ese régimende acumulación– de superar el cuello de botella de la regulaciónkeynesiana; igualmente la voluntad política de una época, dondelos sectores populares, satisfechos y poco conscientes, perdieron sucapacidad de incidencia política; y siempre acompañados por undesarrollo tecnológico exponencial que permitía atrever muchascosas. Llama la atención que en 1998, en el 150 aniversario delManifiesto Comunista, se expresara una actualidad de ese texto queno tenía cincuenta años atrás cuando el sistema capitalista estabaembridado. La quiebra o abandono del modo keynesiano de regu-lación y la justificación del desmantelamiento del Estado social, in-cluso en países que habían sido vanguardia del mismo, explican lahegemonía de la explicación económica en el análisis de la globa-lización. Los argumentos que pretendían dar cuenta de la reducciónde las políticas sociales insistían en imponderables de la economíainternacional, y si bien la voluntad política reclamaba también sucuota de explicación, el arsenal formal económico operaba comonueva forma de brujería y brindaba, forzando el análisis, el gruesode la explicación del proceso.

¿Es factible la reconstrucción de un orden mundial estable?¿Pueden los Estados nacionales recuperar y, desde ahí, ir más alláde su condición de Estados sociales y democráticos de derecho,

clase globalizadas de los países del Norte y que terminaron captando a los paísesdel Sur. Una guerra no menos cruel que las anteriores y que, incluso, compara con“las depredaciones coloniales de siglos pasados”. No en vano, entre 1945 y 1990 seregistraron 160 guerras –sólo tres interestatales– en el mundo. Véase William I.Robinson, “Nueve tesis sobre nuestra época”, en la Revista Latinoamericana deTeología 163 (1996). Disponible también en [http://www.servicioskoinonia.org/re-lat/163.htm].

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lesionada bajo la noche de la globalización? ¿Es factible una re-construcción de un patrón político democrático capaz de regularlos intercambios económicos internacionales? ¿Hay espacio paraaplicar las medidas de urgencia que el cambio climático recuerdaya cada semana? Parece que la globalización nos obliga a mover-nos entre la señalada ciudadanía de Liliput, atada a los Estados na-cionales, y la idiotez descomprometida de la cosmópolis de Brob-dingnag, el amenazador país de los gigantes. ¿Podemos encontraruna nueva síntesis donde la condición ciudadana en un barrio decualquier ciudad del mundo esté referenciada por la ciudadaníauniversal a la que obliga un mundo interconectado y que discurreen la misma nave Tierra?

Hoy sabemos –e ignorarlo es suicida– que hay un aspecto queobliga a activar los frenos de emergencia de los que habló WalterBenjamin: el espectáculo dantesco que está prometiendo la crisisecológica. Los estudios de la huella ecológica ya demuestran quehemos superado la capacidad de recuperación del planeta en 40 por100. El cambio climático, una realidad contrastada, descansa en laactividad humana de los últimos decenios. Y aún hay grandes zo-nas del planeta, como China e India, que no se han incorporado alnivel de consumo occidental. Se trata de proyecciones acerca delderretimiento de los casquetes polares, del calentamiento de la Tie-rra, del crecimiento inmediato de los mares, del cambio de las co-rrientes submarinas, del trastorno climático con lluvias, tifones yhuracanes, de la desertización, de enormes desplazamientos vincu-lados a los trastornos de la Tierra… De continuos desastres reales,en preparación y ya sucedidos que son una clara señal de un mun-do al que la Modernidad, el capitalismo y la política estatocéntricahan llevado a las puertas de la catástrofe. Se trata de incorporarnuevos indicadores (sociales, ecológicos, de género, culturales ymulticulturales, pacifistas…) que demuestren la irracionalidad deuna organización económica vinculada estrictamente al beneficiomaterial de algunos sectores cada vez más pequeños.

La puerta abierta por la globalización neoliberal da al vacío. Loque hay detrás de cada catástrofe climática refleja la posición polí-tica de la globalización neoliberal: opacidad empresarial y rapiñareforzada por el desarraigo; falta de regulación del comercio inter-nacional; impunidad de las empresas energéticas transnacionales;desmantelamiento de los recursos políticos estatales e incapacidad

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administrativa para enfrentar los problemas medioambientales; vin-culaciones entre la política institucional y el mundo empresarial;abandono por parte del ejército de las tareas de protección civil; fal-ta de reflejos de la administración; sustitución de las obligacionesestatales por la tarea de voluntarios y donaciones de los particula-res. Es decir, retirada del Estado y entrega al mercado de la repara-ción de lo que él mismo ha roto. La zorra al cuidado del gallinero.

Con motivo de la Cumbre sobre Mediombiente en el verano de2002, el lobby petrolero escribía a George Bush:

[…] la Cumbre de Johannesburgo proporcionará ante los medios de co-municación una plataforma mundial para los agentes más irresponsa-ble y destructivos involucrados en aspectos vitales de la economía y elmedio ambiente internacionales. Tu presencia sólo ayudaría a dar máspublicidad y hacer más creíbles las agendas de sus diversas agendascontra la libertad, antipopulares, antiglobalización y antioccidentales[…]. Apoyamos enérgicamente tu negativa a firmar nuevos tratados in-ternacionales sobre el medio ambiente o a crear nuevas organizacionesinternacionales medioambientales […]. El tema medioambiental mun-dial menos importante es el potencial cambio climático, y esperamosque tus negociadores en Johannesburgo puedan dejarlo fuera de laatención de la opinión pública y de la mesa de discusión.

La agresión contra Afganistán, preparación de la posterior in-vasión de Iraq, el refuerzo de la política genocida de Israel o laconstante agresión a Venezuela, también tuvieron detrás las razo-nes del petróleo, dentro de un modelo de desarrollo que necesitaprecios bajos del combustible. Y el agotamiento de los recursosfósiles, con el incremento escalado de su precio, situará de nuevoa la energía nuclear en el centro del debate, con los factores aña-didos de su uso militar. Tan sólo transcurrida una década del sigloXXI, China e India empezaron a plantearse su responsabilidad enel cambio climático. La urgencia de medidas que solamente pue-de ser globales es máxima. Pero no hay actor global, fuera de esaestatalidad funcional a la acumulación capitalista, que realmentelo sea, y tampoco perspectivas inmediatas de que pueda construir-se esa referencia. Las articulaciones regionales, estatales pero tam-bién ciudadanas, parecen el paso intermedio más plausible para rein-ventar el orden mundial.

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Después de una etapa de construcción teórica del fragmento, esmomento de teorizar los comportamientos globales. Va siendo tiem-po de volver a construir explicaciones que tendrán que funcionarcomo grandes mosaicos de pequeños relatos donde puedan trenzar-se, a la búsqueda de un sentido que permita orientarnos, las microcausalidades múltiples que expliquen el mundo complejo en que vi-vimos. No una gran teoría que ahogue las otras, sino un esfuerzo in-telectual que permita tejer la red del mundo y entender la trama de lavida. Mientras ese esfuerzo intelectual toma cuerpo, queda el deseociudadano de que cada error creado por un sistema inhumano (catás-trofes ecológicas, violencia estatal, guerras, terrorismo, hambrunas,desarraigo, miseria y enfermedades) se traduzca en peldaños en eledificio de la razón. El proceso de transterritorialización ha permea-do muchos ámbitos de lo social. No se trata, por tanto, de dar marchaatrás (ejercicio vano), sino de entender que estamos en un nuevo pro-ceso de bifurcación del desarrollo emancipador. Una bifurcación quesabemos está en marcha, aunque no pertenece a la ciencia social pre-decir su resultado. Será una tarea para la ciudadanía comprometida.

Tabla 17. Una nota sobre el Estado socialista

Desde la Revolución Francesa las utopías dejaron de ser es-tatistas para pasar a ser antiestatistas. El aparato del Estado,lejos de servir a la emancipación, se convirtió en una granamenaza belicista y que actuaba como el principal garante dela desigualdad social en sociedades divididas en clases. Peromientras haya conflicto habrá política. El Estado es la con-densación de la política en cada momento histórico. El Esta-do moderno es esa condensación de un proceso que se iniciaa finales del siglo XV. En la balanza de resultados, los pueblosno parecen haber resultado muy beneficiados. Basta con queel libro negro de los últimos quinientos años, que coincide conel libro negro del capitalismo, sume la conquista de Américay África, la depauperización de los campesinos despoja-dos por los cercamientos de tierras, el colonialismo militar yel neocolonialismo económico, y las guerras mundiales paradejar claros los números. A cada acción, siempre le llegó unareacción. Toda Revolución trajo su Termidor.

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Con su clarividencia, sería Tocqueville quien, en La demo-cracia en América (1835), viera en el Estado el freno necesa-rio a la marea revolucionaria. Marx, superando el análisisabstracto y ahistórico del Estado de Hegel se posicionó con-tra el Estado, afirmando que “El poder estatal moderno no esmás que una junta que administra los negocios comunes detoda la clase burguesa” (si bien más tarde le reconocería unaautonomía relativa respecto de las clases sociales). Aunqueno hay una teoría del Estado en Marx, queda claro en su obraque Estado moderno burgués y el capitalismo eran dos brazosde un mismo esquema de sujeción. El Estado, como aparato dedominación, no dejaba huecos para la “libre asociación” de in-dividuos no mediados en su desarrollo por ningún poder eco-nómico ni político. El Estado siempre obliga. Está en su lógi-ca, aunque se haya enmascarado durante su desarrollo bajo elcapitalismo. Siempre ha existido razón de Estado (someter alas partes al interés –real o supuesto– del todo). Bajo el capi-talismo, la razón de Estado coincide con la valoración del ca-pital, con la reproducción de la tasa de beneficio. La razón deEstado se confunde con el imperativo mercantil. En términosabsolutos, Estado y democracia son incompatibles. Pero vivi-mos en mundos reales, no en absolutos teóricos. Pueden me-dirse grados de democracia en la relación con el Estado. Amenor control social del Estado, menor democracia. No olvi-demos que el Estado es una relación social. En el esquema ca-pitalista, donde la lógica es la del capital, Estado y democra-cia son incompatibles, ahora no en términos teóricos, sino entérminos reales. Unas veces será más evidente –como ahoracon el neoliberalismo–, otras menos –como bajo el modo deregulación fordista o keynesiano–, pero la incompatibilidad esestructural.

Pero como se vio en la Unión Soviética o ahora en China,la razón de Estado comunista no fue menos dañina, aun confines diferentes y con la presunción de que la explotación ha-bía terminado. Siempre que hay conflicto hay política. Al serel Estado política condensada, su mera existencia demuestraque aún hay conflicto. En su crítica de la filosofía del derechode Hegel, Marx planteó que la república democrática sería “la

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verdadera democracia donde el Estado político desaparece”.En otras palabras, la Comuna de hombres y mujeres libres.

Pero la práctica, como ha demostrado la historia, es infini-tamente más compleja que una teoría demasiado cargada deidealismo. Si en las sociedades capitalistas realmente exis-tentes, el Estado es el garante último de su reproducción¿qué significa que el Estado sería el garante último de unasociedad socialista? En términos teóricos clásicos, como he-mos visto, eso no sería posible; pero sí en términos prácticos.El trabajo de Lenin fue un constante actualizar la teoría conlas nuevas prácticas. Una sociedad global reclama una esta-talidad global. Le correspondería a un Estado socialista serel garante último del socialismo, es decir, de un sistema don-de la propia sociedad se autoorganizaría al margen de cual-quier sistema de dominación. La única garantía estatal deque eso fuera así sería desapareciendo, utilizando su propiafuerza para devolverle todo el poder a una sociedad que, se-guramente, si fuera en verdad socialista, ya lo habría recla-mado. El Estado socialista sólo puede ser un Estado que estésentando las bases para la transición al socialismo, esto es,para devolver a la ciudadanía el control de todos los mediosde su existencia. ¿Factible?

El Estado, en su realidad histórica, no pertenece a la socie-dad socialista. Pero el Socialismo (con mayúsculas) es un fin,una meta. Lo relevante es el proceso, los socialismos que vaconstruyendo en el camino. De lo contrario, al socialismo leocurriría como a Dios: sería una causa demasiado grande paraun resultado tan mediocre. La realidad devuelve al análisis elproblema práctico de la transición al socialismo. Ahí se veque los plazos son más lentos que los que consideró la teoríarevolucionaria clásica. Y así se evita la falsa discusión de siya se está en el socialismo o si negociar con los límites de larealidad es una traición a la emancipación. Cuando lo queorienta es un horizonte que siempre está igual de lejos (de locontrario, la sociedad se volvería complaciente), el nivel dediscusión es otro. Al igual que renunciar a la revolución y ala rebeldía ahogan la transformación social democrática, re-nunciar a espacios de reformismo –de negociación con el lu-

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gar del que se parte– conduce al fracaso, pues comete el mis-mo error que creer que los unicornios existen porque existencaballos y cuernos. Reformismo es usar al Estado para poneren marcha procesos de seguridad social en el marco de socie-dades capitalistas. Reformismo es fomentar el cooperativis-mo, sacar del mercado la educación, la sanidad, las pensio-nes, financiándolo con dinero proveniente de los impuestos.Reformista es el capitalismo de Estado que vende bienes enel mercado y usa los fondos para el mejoramiento de la vidade la ciudadanía. Revolucionaria es la propiedad pública delos medios de producción cogestionada con los trabajadoresy guiada por el valor de uso y no por el valor de cambio. Re-volucionaria es la reforma agraria que entrega a los campesi-nos el uso de una tierra recuperada para la nación y que,igualmente, permite alimentar a la población sobre la base derelaciones no mercantiles. Revolucionario es el control esta-tal de los sectores centrales de la economía y su puesta al ser-vicio de la provisión de bienes públicos. Rebelde es la creaciónde comunas autogestionadas que se relacionan flexiblementecon el mercado, con el Estado y con otras comunidades. Re-belde es la creación de relaciones de intercambio no guiadaspor relaciones sociales desiguales. Rebelde es la creación denuevas dimensiones de leer la realidad para utilizar el propioimpulso del capitalismo, del Estatismo y de la Modernidadpara desbordarlos de manera imaginativa, sin violencia y alservicio de un nuevo sentido común.

Es evidente que el Estado socialista, aun como tipo ideal,debe ser otra cosa. Para entender esto hay que hacer una pre-gunta previa no respondida: ¿es la sociedad socialista la queconstruye el Estado socialista o es el Estado el que impulsa elsocialismo en la sociedad? La evidencia histórica nos diceque, salvo lo ocurrido en pequeños espacios locales, siempreha sido el aparato estatal, ocupado por personas con ideas so-cialistas, el que ha intentado construir el socialismo. Con es-caso éxito, habría que añadir. Hoy sabemos, por la experien-cia soviética, que lo que es válido para la teoría, luego puedefácilmente torcerse en la práctica. Pensar que el Estado puedecrear el socialismo en una sociedad que no es socialista es in-

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genuo. Es esencial, por tanto, entender los tiempos de las trans-formaciones. Es más fácil que una vanguardia concienciada sehaga con el poder del Estado –a través de vías revolucionariaso por el agotamiento político de las elites tradicionales– queuna sociedad cambie los valores y los interiorice antes de unageneración. Esa tarea le corresponde a la propia sociedad, aun-que ayudada por las estructuras estatales que deben empezarde inmediato la fase de transición al socialismo. Por eso cree-mos en la convivencia de comportamientos reformistas, revo-lucionarios y rebeldes dentro de un mismo impulso de trans-formación social. Uno marca lo posible, otro lo urgente, otrolo diferente.

La fase de transición, claramente subteorizada, deberá avan-zar con ciertas dosis de ensayo y error, subsanando la principalevidencia del fracaso del socialismo realmente existente: la fal-ta de confianza en la población. Pero incluso en ese escenariode transición socialista, la administración colectiva de losintereses conjuntos va a reclamar, al menos en el corto y me-diano plazo, estructuras estatales que caerán más cerca de lasformas tradicionales que de las socialistas. De ahí que sea deestricta relevancia que la sociedad vaya construyendo un Esta-do que, a su vez, propicie formas de organización políticasexperimentales que vayan alcanzando eficiencia y eficaciadentro de los nuevos parámetros de emancipación, logrando asídesbordar las formas estatales tradicionales. Antes de decretar-se la disolución del Estado debieran existir formas políticas or-ganizativas que demuestren que otra gestión de los asuntos pú-blicos no sólo es posible sino que es claramente superior paralos fines de la emancipación (incluyéndose aquí la satisfacciónde las necesidades colectivas).

Volvemos de nuevo a la propuesta de desbordar las tres gran-des autopistas que nos han traído a este mundo poco amable.1) Desbordar el capitalismo satisfaciendo las necesidades so-ciales de manera que se demuestre que el modo de produccióncapitalista es comparativamente ineficiente –con la ayuda denuevos indicadores– respecto del sistema socialista. Pero usan-do la enseñanza que nos brinda el desarrollo de las fuerzasproductivas que ha alcanzado este modo de producción.

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2) Desbordar la Modernidad, demostrando su carga de dolorpor su arrogancia lineal, productivista, machista y colonial.Pero usando la enseñanza que nos brinda el uso de la razóncomo una forma de pensamiento y un método de razonar su-perior a la superstición o el irracionalismo.3) Desbordar el Estado, logrando formas de organización quedemuestren que es posible alcanzar un orden político menoscastrador, autoritario, empequeñecedor, paternalista, terribley angustiante. Pero usando la enseñanza que nos brindan lasventajas de la centralización y la planificación de los asuntoscolectivos.

Todo esto nos lleva, necesariamente, a una definición dequé debe entenderse por socialismo. El socialismo es un sis-tema de organización social, política, normativa, económicay cultural que busca la libertad y la justicia, armonizandopara esto los recursos materiales, institucionales e intelec-tuales de la sociedad, con el objetivo de conseguir la igual-dad de capacidades personales, la libertad de individuos ycolectivos, la solidaridad entre los miembros de la comuni-dad, el respeto medioambiental, la paz entre las naciones y ladefensa de la identidad de los pueblos.

Hablamos de “igualdad de capacidades” entendiéndola co-mo una fórmula superior a la igualdad de oportunidades –queno garantiza el resultado– o a la igualdad de resultados –que, obien es una entelequia, pues no es realizable o supondría unahomogeneización que robaría la libertad individual y no con-templaría la necesaria corresponsabilidad de las personas en sudestino–. La igualdad de capacidades es una fórmula superioral “a cada cual según sus necesidades y de cada cuál según susposibilidades” por, al menos, dos razones. En primer lugar, esmenos autoritaria –de cada cual según sus posibilidades impli-ca una exigencia, un hecho de fuerza al margen de la voluntadde los individuos–; por otro lado, el “a cada cual según sus ne-cesidades” desrresponsabiliza y, con esto, roba dignidad a laspersonas.

Estamos ante una definición de socialismo que reclamapara su existencia un cambio profundo de conciencia. Si el

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hombre nuevo no es sino el hombre viejo en nuevas circuns-tancias, le corresponde al Estado socialista permitir esas nue-vas circunstancias. Aquí la imaginación que se reclama es in-finita. No basta dar un subsidio o entregar una vivienda a unapersona sin recursos para crear conciencia socialista. Al con-trario, es posible que se cree una conciencia de propietarioceloso de su nueva riqueza, que pretende cerrar la puerta trasde sí. El socialismo sólo puede ser participado, pues de locontrario se convierte en un marco clientelar que, en caso dealguna dificultad, será abandonado por aquellos que se be-neficiaron del esfuerzo colectivo (como demuestra la expe-riencia europea). El socialismo no va a evitar la necesidad detrabajar, las envidias, los celos, la angustia ante la muerte. Setrata de que siente las bases para otra relación con una natu-raleza humana que no es ni ángel ni demonio.

En esa siembra estatal de las nuevas circunstancias, hay unrasgo muy importante: el suministro colectivo de bienestardebe generar una conciencia de lo público. Es en la cola de unhospital público –o de un colegio, un auditorio, un Ministerio–donde se construye conciencia de lo que pertenece al conjun-to. Por el contrario, en el mercado, la lucha de todos contra to-dos, el triunfo del más exitoso a la hora de conseguir dinero,espacio, bienes o cargos, genera una conciencia privatista. Setrata de que en el suministro de lo público no se pierda la co-rresponsabilidad. Es la conciencia que hay en el metro en Ale-mania, donde el usuario se encarga de sacar su propio boletosin que nadie lo fiscalice. Basta saber que si todos dejan de pa-gar el Metro no podría sostenerse. Es la conciencia de los co-operativistas que al jubilarse o abandonar la cooperativa no sellevan ninguna acción con ellos –obviamente, sí los derechosadquiridos–, pues entienden que la cooperativa no es una pro-piedad particular, sino un espacio de trabajo que pertenece alos que la trabajan. Es la conciencia que acompaña al trabajovoluntario que armó las misiones en Venezuela o que sostuvola amenazada Revolución cubana con el ejemplo de honesti-dad de Ernesto Che Guevara.

Una mirada atenta a la construcción del socialismo que nose detenga en la teoría, entenderá que nunca se parte de una

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situación homogénea, de manera que es importante atenderlas expectativas de todos los sectores que conforman la so-ciedad. El socialismo no puede ser solamente para las clasesbajas, si bien el máximo esfuerzo debe ir dirigido hacia ellas.Castigar a los sectores medios fue un error repetido duranteel siglo XX que en muy poco ayudó a los más necesitados.Además de que convierte en enemigos a los que son un re-ferente ¿O acaso no busca el socialismo ir elevando el nivelde vida de la ciudadanía? Esa manera de pensar es la que lle-va a que cualquier avance en la escala social haga mirar a losrecién llegados con suspicacia hacia su situación anterior(fueron las clases medias creadas por la socialdemocracia lasque votaron por la derecha en los años ochenta). No tienesentido que el socialismo mejore la vida de la gente para lue-go criticar a los que han mejorado, logrando el efecto per-verso de que esos sectores se alejen del socialismo y despre-cien el lugar de donde vienen. Igual es absurdo exigir a laciudadanía sacrificios que convierten cada día en una aven-tura ardua. El socialismo debe mejorar el día a día de la ciu-dadanía, no estropeárselo con un presente gris en nombre deun futuro luminoso. Los que piden a los pueblos que comansocialismo, revolución, coraje y compromiso, por lo generalpertenecen a sectores pudientes que hace mucho que no sepreocupan por si hay comida en la despensa. Esos discursoshan hecho y hacen mucho daño al socialismo. Hace falta unpoco más de imaginación y amabilidad para inventar laemancipación.

El Estado socialista se la juega en la creación de concien-cia socialista. El nuevo marco normativo, social, cultural, la-boral, tecnológico, económico, internacional, que faciliteuna manera diferente de entender el mundo y la vida, debeconvertirse en un nuevo sentido común, de manera que la so-lidaridad y la fraternidad sean tan evidentes como ayudar aun niño caído.

Como demuestra el desarrollo de los derechos de ciudadanía, sólocon el conflicto social vino el reconocimiento del derecho a “com-partir la herencia social, lo que, a su vez, significa exigir un puestocomo miembros de pleno derecho de la sociedad, es decir, como ciu-

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dadanos”.154 Pero la emancipación social ya no está en exclusiva enlos que fueron los recipientes por excelencia de antiguas bifurcacio-nes, los partidos políticos y los sindicatos, en su viaje de construcciónde los derechos civiles, políticos y sociales. En el campo de las trans-formaciones sociales tendrán que coincidir los tres alientos de laemancipación, escindidos a lo largo del siglo pasado y que ahora re-claman una nueva relación dialéctica. Esa transformación social be-berá, necesariamente, de las fuentes del reformismo (que gestionenlos logros alcanzados), de la revolución (que radicalicen los logrosaún pendientes) y de la rebeldía (que se atrevan a inventar logros queno están en la agenda), no vislumbrándose ahora mismo la posibili-dad de que ninguna de ellas se oriente por actitudes violentas.

Detrás de esta posición disponemos de una propuesta de acciónclave, orientada por el funcionamiento del Foro Social Mundial. Nose trata simplemente del momento de la protesta, de negar las tres ló-gicas apuntadas que han conducido a la globalización (el pensamien-to moderno, el desarrollo del capitalismo y la construcción estatal),sino de ejercer la propuesta para desbordarlas, para superarlas no des-de la negación sino poniendo en su lugar sustitutos que sean superio-res desde la ética de la emancipación. Es decir, que satisfagan los re-quisitos sociales de la reproducción pero que lo hagan desde unángulo que prime el retorno social de la vida en común. Se trata, des-de la perspectiva de la filosofía política, de aunar los tres principalesfundamentos de la convivencia: la base moral igualitaria del cristia-nismo, que asienta la posibilidad de cambios en una transformación dela conciencia (rebeldía); los aportes del liberalismo igualitario, que en-tiende que la emancipación es obra de instituciones virtuosas (Rawls)y del pensamiento marxista clásico, que sabe que sólo a través de losconflictos sociales –de la lucha de clases– será posible el advenimien-to de la sociedad democrática, es decir, de la sociedad socialista.155

La actitud reformista gestiona los avances alcanzados en mo-mentos de transformación anteriores. Basta recordar que el votofue una conquista revolucionaria que después hubo que gestionar.El reformismo defiende los cambios que no cuestionan el modelo

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154 Thomas H. Marshall (1998), Ciudadanía y clase social, Madrid, Alianza,[1949] 1998, p. 20.155 Gerald Cohen, Si eres igualitarista ¿cómo es que eres tan rico?, Barcelona,Paidós, 2001.

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en su desarrollo cotidiano, y si bien está amenazado por la rutinay el conservadurismo, es la garantía de un funcionamiento real delas sociedades complejas que entienden que es imposible romperde manera total y tajante con el pasado. El reformismo es el diá-logo mínimo con lo que existe, cuya desaparición no se logra condecretarla. La actitud revolucionaria actual, por el contrario, plan-tea el “todo y ahora” de las reclamaciones tradicionales del mun-do del trabajo. Cuestiona la explotación, confía en la gestión delaparato estatal –por tanto, también de los partidos– y otorga unfaro (una estrategia) a la gestión de lo existente. La revolución tie-ne su referencia en la promesa incumplida de igualdad que hizo laIlustración. La actitud rebelde, por su parte, es reversiva, novedo-sa, espontánea, ajena a jerarquías, plantea nuevas formas y nuevoshorizontes asumiendo el cambio de paradigma social en el que es-tamos incursos. Tiene más relación con la libertad y la fraternidad,y su contenido libertario le ha hecho desconfiar históricamente delreformismo y de la disciplina jerárquica de toda revolución.

Pero ninguna de ellas se basta en exclusiva. La postura reformistaque carezca del programa de máximos que marca el corpus revolu-cionario corre el riesgo de cristalizarse y perder su condición pro-gresista. La revolucionaria que no entienda que el reformismogestiona conflictos sociales anteriores e, incluso, el resultado de re-voluciones anteriores, cae en una incoherencia de fondo, además deque está condenada a no ser nunca hegemónica por no poder arras-trar detrás de sí a personas que tienen algo más que perder que suscadenas. La rebelde, que no entiende que el mundo del que proveni-mos no pertenece todavía –¡ni mucho menos!– al pasado, y corre elriesgo de creer que las transformaciones sociales sólo están referen-ciadas en aquellos aspectos de los que se preocupa. Es cierto que elcuerpo rebelde (marcado por el zapatismo, por los nuevos movi-mientos sociales, por los barrios organizados, y también por la aper-tura de nuevas formas de organizar el Estado que discuten no sólocon los partidos sino también con la sociedad organizada) tiene lasventajas –y los inconvenientes– de lo que marca la nueva tendencia.Pero una brecha en la pared no hace de la pared entera brecha. Re-beldía tiene que entender que la ausencia de estructuras es más fun-cional en la protesta que en la protesta y, hasta ahora, no ha encon-trado formas de respuesta a la complejidad. Por su parte, si elreformismo o la revolución no entienden esa novedosa mirada –la

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brecha–, la amenaza de continuar la senda del desentendimiento po-lítico se ahondará, especialmente con las nuevas generaciones.

Como se ha planteado desde el principio, estamos inmersos enun momento de replanteamiento de las miradas. De ahí que sea tannecesaria la reflexión politológica que recupere los grandes temas.Rescribiendo el lema de Hölderlin, podríamos decir que “allí don-de crece el peligro, puede ayudarse a nacer la esperanza”. Lo ex-presa con otras palabras Boaventura de Sousa Santos (1998: 424):

[…] después de siglos de modernidad, el vacío del futuro no puedeser llenado ni por el pasado ni por el presente. El vacío del futuro estan sólo un futuro vacío.

Pienso pues que frente a esto sólo hay una salida: reinventar el fu-turo, abrir un nuevo horizonte de posibilidades cartografiado por al-ternativas radicales. Con esto se asume que estamos entrando en unafase de crisis paradigmática y por lo tanto, de transición entre para-digmas epistemológicos, sociales, políticos y culturales. Se asumetambién que no basta continuar criticando el paradigma aún domi-nante, lo que, por lo demás se ha hecho ya hasta la saciedad. Es ne-cesario, además, definir el paradigma emergente […]. ¿Cómo proce-der frente a esto? Pienso que sólo hay una solución: la utopía.156

Hemos visto que las soluciones a los desórdenes del mundo nopueden darse con las armas melladas del viejo paradigma. Nos he-mos topado con las enormes dificultades para enfrentar una nuevamirada, con el miedo socialmente enraizado ante la posibilidad decerrar una puerta desvencijada y de bisagras oxidadadas para abriruna ventana a un mar que es puro horizonte. Las dificultades quetiene el pensamiento crítico están muy vinculadas a su incapaci-dad de volver a pensar el pensamiento, con el callejón sin salidadel pensamiento moderno que lo lleva por rodeos para no enten-der que se está pensando mal. Cuando un sentido común se ha ex-tendido tal y como lo ha hecho el neoliberalismo, haciendo de susvalores un marco de comprensión del mundo, es más fácil que serechace la realidad antes que tirar por la borda la estructura depensamiento con la que se enmarca la realidad. De ahí la urgencia

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156 Boaventura de Sousa Santos, De la mano de Alicia. Lo social y lo político enla posmodernidad, Santa Fe de Bogotá, Ediciones Uniandes, 1995, p. 424.

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de despensar los nombres de la realidad y retejer una nueva gra-mática democrática en un diálogo coral, permanente y audaz.

El Estado no desaparece porque no lo pensemos ni se comportavirtuosamente porque no lo molestemos. Al contrario, el Leviatánse alimenta del miedo que despierta. Al Estado sólo puede vencér-sele desde el Estado, de la misma manera que a un ejército se levence desde otro ejército. “Otro” ejército. A veces, esa alternativaserá una réplica de lo que se combate, otras, una guerrilla espontá-nea, también, una desobediencia que mine la capacidad de mando.El reto está en saber cuáles son los rasgos de esa refundación delEstado que supere los desmanes de la anterior “reforma” del Esta-do, los descalabros de la ocupación neoliberal de éste y la aun másrancia falta histórica de Estado. No hay sendas prefiguradas ni ca-minos necesarios para armar la organización estatal. Si no se pue-de modelizar una sociedad sin condenarla a muerte, no puedentampoco exportarse formas de Estado que han funcionado en unossitios y en otros momentos históricos pretendiendo que sus efectosvan a ser iguales. Repensar un Estado que termine con la oposiciónentre sociedad civil y sociedad política, haciendo de la participa-ción no un discurso sino una práctica guiada por el principio dereciprocidad; reinventar un Estado que no funcione con un sentidocomún basado en la aceptación resignada de la suerte de cada cualen el mercado, sino que se asiente en el principio de subsidiariedadque deja crecer pero no deja caer; refundar un Estado donde nin-gún ser humano tenga la posibilidad de ver mermada su dignidadpor la actividad de ningún otro ser humano, donde la división téc-nica del trabajo no devenga en división social del trabajo, donde eldisfrute colectivo de los bienes públicos siente las bases de una so-ciedad democrática. Repensar un Estado que muestre siempre alLeviatán desnudo, sin disfraces, para que nadie se olvide de quejunto a sus capacidades están siempre también sus peligros.

Desde el optimismo de la voluntad y tras el pesimismo de la in-teligencia un viejo lema unificador se renueva. Nos alerta de lospeligros en los que está sumida una democracia que no ha incor-porado las nuevas bifurcaciones de libertad existentes (la rebeldía)pero que está perdiendo logros de bifurcaciones anteriores (las re-formistas y las revolucionarias). Un lema añejo pero no rancio queinvita, renovado desde el análisis que pretenden estas páginas, aun imperativo que remoza el escenario social y político, que tiene

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la voluntad de hacerse hegemónico, especialmente en un momen-to donde la lógica guerrera presente y la previsible futura, tan vin-culada al modelo de globalización neoliberal aún vigente en su co-rriente profunda, amenaza con desordenar radicalmente lasrelaciones políticas en cada rincón del planeta. Una consigna queorienta la única salida humanizadora a la enésima crisis del capi-talismo que vive el mundo. Un lema que incorpora los tres cuer-pos de la emancipación y que, en definitiva, pide, como alternativa,que no puede ignorarse, a riesgo de pagarse un alto precio, reglo-balización o barbarie. Precisamente, lo que están proponiendo lospueblos de Suramérica en la nueva fase abierta tras las victoriaselectorales y ciudadanas que han teñido de esperanza una políticaque se daba por perdida y que ahora ha regresado con la fuerzaacumulada de tantos decenios de silencio. Ejemplo también parala vieja y cansada Europa, no para repetir esas soluciones, cayen-do en estériles confusiones de tiempo y lugar, sino para recordarque en lo más hermoso de su pasado siempre anidó un impulso deemancipación social, una voluntad que se agotó en el mayo del 68y todavía no ha regresado. Pero que, por respeto a nuestra propiahistoria, aún se la espera.

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ANEXO

CONSTRUYAMOS CON NUESTROS PUEBLOS UNA VERDADERA COMUNIDAD

SUDAMERICANA DE NACIONES PARA“VIVIR BIEN”

La Paz, 2 de octubre de 2006

HERMANOS PRESIDENTES Y PUEBLOS DE SUDAMÉRICA

En diciembre del 2004, en Cuzco, los presidentes de Sudaméri-ca asumieron el compromiso de “desarrollar un espacio sudameri-cano integrado en lo político, social, económico, ambiental y de in-fraestructura” y afirmaron que “la integración sudamericana es ydebe ser una integración de los pueblos”. En la Declaración de Aya-cucho destacaron que los principios de libertad, igualdad, solidari-dad, justicia social, tolerancia, respeto al medio ambiente son los pi-lares fundamentales para que esta Comunidad logre un desarrollosostenible económico y social “que tome en cuenta las urgentes ne-cesidades de los más pobres, así como los especiales requerimien-tos de las economías pequeñas y vulnerables de América del Sur”.

En septiembre del 2005, durante la Primera Reunión de Jefes deEstado de la Comunidad Sudamericana de Naciones realizada enBrasil, se aprobó una Agenda Prioritaria que incluye, entre otros,los temas del diálogo político, las asimetrías, la integración física,el medio ambiente, la integración energética, los mecanismos fi-nancieros, la convergencia económico comercial y la promoción dela integración social y la justicia social.

En diciembre de ese mismo año, en una Reunión Extraordina-ria realizada en Montevideo, se conformó la Comisión Estratégicade Reflexión sobre el Proceso de Integración Sudamericano paraque elabore “propuestas destinadas a impulsar el proceso de inte-gración sudamericano, en todos sus aspectos (político, económico,comercial social, cultural, energía e infraestructura, entre otros)”.

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Ahora en la II Cumbre de Jefes de Estado debemos profundizareste proceso de integración desde arriba y desde abajo. Con nuestrospueblos, con nuestros movimientos sociales, con nuestros empresa-rios productivos, con nuestros ministros, técnicos y representantes.Por eso, en la próxima Cumbre de Presidentes a realizarse en di-ciembre en Bolivia estamos también impulsando una Cumbre Socialpara dialogar y construir de manera mancomunada una verdadera in-tegración con participación social de nuestros pueblos. Después deaños de haber sido víctimas de las políticas del mal llamado “desa-rrollo” hoy nuestros pueblos deben ser los actores de las solucionesa los graves problemas de salud, educación, empleo, distribución in-equitativa de los recursos, discriminación, migración, ejercicio de lademocracia, preservación del medio ambiente y respeto a la diversi-dad cultural.

Estoy convencido que en nuestra próxima cita en Bolivia hayque pasar de las declaraciones a los hechos. Creo que debemosavanzar hacia un tratado que haga de la Comunidad Sudamericanade Naciones un verdadero bloque sudamericano a nivel político,económico, social y cultural. Estoy seguro que nuestros pueblosestán más próximos que nuestras diplomacias. Creo, con todo res-peto, que nosotros los presidentes debemos dar un sacudón a nues-tras Cancillerías para que se desempolven de la rutina y enfrente-mos este gran desafío.

Soy consciente de que las naciones en Sudamérica tienen dife-rentes procesos y ritmos. Por eso propongo un proceso de integra-ción de diferentes velocidades. Que nos tracemos una hoja de rutaambiciosa pero flexible. Que permita a todos ser parte, posibilitandoque cada país vaya asumiendo los compromisos que puede asumiry permitiendo que aquellos que desean acelerar el paso lo hagan ha-cia la conformación de un verdadero bloque político, económico,social y cultural. Así se han desarrollado otros procesos de integra-ción en el mundo y el camino más adecuado es avanzar en la adop-ción de instrumentos de supranacionalidad respetando los tiemposy la soberanía de cada país.

Nuestra integración es y debe ser una integración de y para lospueblos. El comercio, la integración energética, la infraestructura, yel financiamiento deben estar en función de resolver los más grandesproblemas de la pobreza y la destrucción de la naturaleza en nuestraregión. No podemos reducir la Comunidad Sudamericana a una aso-

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ciación para hacer proyectos de autopistas o créditos que acaban fa-voreciendo esencialmente a los sectores vinculados al mercado mun-dial. Nuestra meta debe ser forjar una verdadera integración para “vi-vir bien”.

Decimos “vivir bien” porque no aspiramos a vivir mejor que losotros. Nosotros no creemos en la línea del progreso y el desarrolloilimitado a costa del otro y la naturaleza. Tenemos que comple-mentarnos y no competir. Debemos compartir y no aprovecharnosdel vecino. “Vivir bien” es pensar no sólo en términos de ingresoper cápita sino de identidad cultural, de comunidad, de armonía en-tre nosotros y con nuestra madre tierra.

Para avanzar por este camino propongo:

A nivel social y cultural:

1. Liberemos Sudamérica del analfabetismo, la desnutrición, el pa-ludismo y otros flagelos de la extrema pobreza. Establezcamos me-tas claras y un mecanismo de seguimiento, apoyo y cumplimientode estos objetivos que son el piso mínimo para empezar a construiruna integración al servicio del ser humano.2. Construyamos un sistema público y social sudamericano paragarantizar el acceso de toda la población a los servicios de educa-ción, salud y agua potable. Uniendo nuestros recursos, capacida-des y experiencias estaremos en mejores condiciones de garanti-zar estos derechos humanos fundamentales.3. Más empleo en Sudamérica y menos migración. Lo más valio-so que tenemos es nuestra gente y la estamos perdiendo por faltade empleo en nuestros países. La flexibilización laboral y el achi-camiento del estado no han traído más empleo como prometieronhace dos décadas. Los gobiernos tenemos que intervenir coordi-nadamente con políticas públicas para generar empleos sosteni-bles y productivos.4. Mecanismos para disminuir la desigualdad y la inequidad so-cial. Respetando la soberanía de todos los países tenemos quecomprometernos a adoptar medidas y proyectos que reduzcan labrecha entre ricos y pobres. La riqueza tiene y debe ser distri-buida de manera más equitativa en la región. Para ello debemosaplicar diversos mecanismos de tipo fiscal, regulatorio y redis-tributivo.

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5. Lucha continental contra la corrupción y las mafias. Uno de losmás grandes males que enfrentan nuestras sociedades es la co-rrupción y el establecimiento de mafias que van perforando el Es-tado y destruyendo el tejido social de nuestras comunidades. Cre-emos un mecanismo de transparencia a nivel sudamericano y unaComisión de lucha contra la corrupción y la impunidad que, sinvulnerar la soberanía jurisdiccional de las naciones, haga un se-guimiento a casos graves de corrupción y enriquecimiento ilícito.6. Coordinación sudamericana con participación social para de-rrotar al narcotráfico. Desarrollemos un sistema sudamericano conparticipación de nuestros Estados y nuestras sociedades civilespara apoyarnos, articular y desterrar al narcotráfico de nuestra re-gión. La única forma de vencer a este cáncer es con la participaciónde nuestros pueblos y con la adopción de medidas transparentes ycoordinadas entre nuestros países para enfrentar la distribución dedrogas, el lavado de dinero, el tráfico de precursores, la fabrica-ción y la producción de cultivos que se desvían para estos fines.Este sistema debe certificar el avance en nuestra lucha con narco-tráfico superando los exámenes y “recomendaciones” de quieneshan fracasado hasta ahora en la lucha contra las drogas.7. Defensa e impulso a la diversidad cultural. La más grande rique-za de la humanidad es su diversidad cultural. La uniformización ymercantilización con fines de lucro o de dominación es un atentadoa la humanidad. A nivel de la educación, la comunicación, la admi-nistración de justicia, el ejercicio de la democracia, el ordenamien-to territorial y la gestión de los recursos naturales debemos preser-var y promocionar esa diversidad cultural de nuestros pueblosindígenas, mestizos y todas las poblaciones que migraron a nuestrocontinente. Así mismo debemos respetar y promover la diversidadeconómica que comprende formas de propiedad privada, pública ysocial-colectiva.8. Despenalización de la hoja de coca y su industrialización en Su-damérica. Así como el combate al alcoholismo no nos puede lle-var a penalizar la cebada, ni la lucha contra los estupefacientes nosdebe conducir a destruir el amazonas en busca de plantas psico-trópicas, tenemos que acabar con la persecución a la hoja de cocaque es un componente esencial de la cultura de los pueblos indí-genas andinos, y promover su industrialización con fines bené-ficos.

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9. Avancemos hacia una ciudadanía sudamericana. Aceleremos lasmedidas que facilitan la migración entre nuestros países, garanti-zando la plena vigencia de los derechos humanos y laborales y en-frentando a los traficantes de todo tipo, hasta lograr el estableci-miento de una ciudadanía sudamericana.

A nivel económico:

10. Complementariedad y no competencia desleal entre nuestraseconomías. Lejos de seguir por el camino de la privatización de-bemos apoyarnos y complementarnos para desarrollar y potenciarnuestras empresas estatales. Juntos podemos forjar una aerolíneaestatal sudamericana, un servicio público de telecomunicaciones,una red estatal de electricidad, una industria sudamericana de me-dicamentos genéricos, un complejo minero metalúrgico en síntesisun aparato productivo que sea capaz de satisfacer las necesidadesfundamentales de nuestra población y fortalecer nuestra posiciónen la economía mundial.11. Comercio justo al servicio de los pueblos de Sudamérica. Alinterior de la Comunidad Sudamericana debe primar el comerciojusto en beneficio de todos los sectores y en particular de las pe-queñas empresas, las comunidades, los artesanos, las organizacio-nes económicas campesinas y las asociaciones de productores. Te-nemos que ir hacia una convergencia de la can y el Mercosur bajonuevos principios de solidaridad y complementariedad que supe-ren los preceptos de liberalismo comercial que han beneficiadofundamentalmente a las transnacionales y a algunos sectores ex-portadores.12. Medidas efectivas para superar las asimetrías entre países. EnSudamérica tenemos en un extremo países con un Producto Inter-no Bruto por habitante de 4.000 a 7.000 dólares por año y en elotro extremo países que apenas alcanzan los 1.000 dólares por ha-bitante. Para encarar este grave problema tenemos que cumplirefectivamente todas las disposiciones ya aprobadas en la can y elMercosur a favor de los países de menor desarrollo y, asumir unconjunto de nuevas medidas que promuevan procesos de indus-trialización en estos países, incentiven la exportación con valoragregado y mejoren los términos de intercambio y precios a favorde las economías más pequeñas.

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13. Un Banco del Sur para el cambio. Si en la Comunidad Suda-mericana creamos un Banco de Desarrollo en base al 10 por 100 delas reservas internacionales de los países de Sudamérica estaríamospartiendo de un fondo de 16.000 millones de dólares que nos per-mitiría efectivamente atender proyectos de desarrollo productivo eintegración bajo criterios de recuperación financiera y con conteni-do social. Así mismo este Banco del Sur se podría fortalecer con unmecanismo de garantía basado en el valor actualizado de las mate-rias primas que tenemos en nuestros países. Nuestro “Banco delSur” tiene que superar los problemas de otros Bancos de “fomen-to” que cobran tasas de intereses comerciales, que financian pro-yectos esencialmente “rentables”, que condicionan el acceso a loscréditos a una serie de indicadores macroeconómicos o a la con-tratación de determinadas empresas proveedoras y ejecutoras.14. Un fondo de compensación para la deuda social y las asime-trías. Debemos asumir mecanismos innovadores de financiamien-to como la creación de impuestos sobre los pasajes de avión, lasventas de tabaco, el comercio de armas, las transacciones finan-cieras de las grandes transnacionales que operan en Sudaméricapara crear un fondo de compensación que nos permita resolver losgraves problemas de la región.15. Integración Física para nuestros pueblos y no sólo para expor-tar. Tenemos que desarrollar la infraestructura vial, las hidrovías, ycorredores, no solo ni tanto, para exportar más al mundo, sino sobretodo para comunicarnos entre los pueblos de Sudamérica respetan-do el medioambiente y reduciendo las asimetrías. En este marco de-bemos revisar la Iniciativa de Integración Regional Sudamericana(IIRSA), para tomar en cuenta las preocupaciones de la gente quequiere ver carreteras en el marco de polos de desarrollo y no autopis-tas por las que pasan contenedores para la exportación en medio decorredores de miseria y un incremento del endeudamiento externo.16. Integración Energética entre consumidores y productores de laregión. Conformemos una Comisión Energética de Sudaméricapara: (a) Garantizar el abastecimiento a cada uno de los países pri-vilegiando el consumo de los recursos existentes en la región; (b)asegurar, a través del financiamiento común, el desarrollo de lasinfraestructuras necesarias para que los recursos energéticos de lospaíses productores lleguen a toda Sudamérica; (c) definir preciosjustos que combinen los parámetros de precios internacionales con

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criterios solidarios hacia la región de Sudamérica y de redistribu-ción a favor de las economías menos desarrolladas; (d) Certificarnuestras reservas y dejar de depender de las manipulaciones de lastransnacionales; (e) fortalecer la integración y complementariedadentre nuestras empresas estatales de gas e hidrocarburos.

A nivel del medio ambiente y la naturaleza:

17. Políticas públicas con participación social para preservar el me-dio ambiente. Somos una de las regiones más privilegiadas en elmundo a nivel del medio ambiente, el agua y la biodiversidad. Estonos obliga a ser extremadamente responsables con estos recursosnaturales que no pueden ser tratados como una mercancía más ol-vidándonos que de ella depende la vida y la propia existencia delplaneta. Estamos en la obligación de concebir un manejo alternati-vo y sostenible de los recursos naturales recuperando las prácticasarmónicas de convivencia con la naturaleza de nuestros pueblos in-dígenas y garantizando la participación social de las comunidades.18. Junta Sudamericana del Medioambiente para elaborar normas es-trictas e imponer sanciones a las grandes empresas que no respetan di-chas reglas. Los intereses políticos, locales y coyunturales no puedenanteponerse a la necesidad de garantizar el respeto a la naturaleza poreso propongo la creación de una instancia supranacional que tenga lacapacidad de dictar y hacer cumplir la normativa ambiental.19. Convención Sudamericana por el derecho humano y el accesode todos los seres vivientes al Agua. Como región favorecida conun 27 por 100 del agua dulce en el mundo tenemos que discutir yaprobar una Convención Sudamericana del Agua que garantice elacceso de todo ser viviente a este recurso vital. Debemos preser-var al agua, en sus diferentes usos, de los procesos de privatiza-ción y de la lógica mercantil que imponen los acuerdos comercia-les. Estoy convencido que este tratado sudamericano del Aguaserá un paso decisivo hacia una Convención Mundial del Agua.20. Protección de nuestra biodiversidad. No podemos permitir elpatentamiento de las plantas, animales y la materia viva. En la Co-munidad Sudamericana tenemos que aplicar un sistema de protec-ción que por un lado evite la piratería de nuestra biodiversidad ypor otro lado garantice el dominio de nuestros países sobre estosrecursos genéticos y los conocimientos colectivos tradicionales.

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A nivel político institucional:

21. Profundicemos nuestras democracias con mayor participaciónsocial. Sólo una mayor apertura, transparencia y participación denuestros pueblos en la toma de decisiones puede garantizar quenuestra Comunidad Sudamericana de Naciones avance y progresepor el buen camino.22. Fortalezcamos nuestra soberanía y nuestra voz común. La Co-munidad Sudamericana de Naciones puede ser una gran palancapara defender y afirmar nuestra soberanía en un mundo globaliza-do y unipolar. Individualmente como países aislados algunos pue-den ser más fácilmente susceptibles de presiones y condiciona-mientos externos. Juntos tenemos más posibilidades de desarrollarnuestras propias opciones en diferentes escenarios internacionales.23. Una Comisión de Convergencia Permanente para elaborar eltratado de la CSN y garantizar la implementación de los acuerdos.Necesitamos una institucionalidad ágil, transparente, no burocrá-tica, con participación social y que tome en cuenta las asimetríasexistentes. Para avanzar efectivamente debemos crear una Comi-sión de Convergencia Permanente compuesta por representantesde los 12 países para que, hasta la III Cumbre de Jefes de Estado,elaboren el proyecto de tratado de la Comunidad Sudamericana deNaciones tomando en cuenta las particularidades y ritmos de lasdistintas naciones. Así mismo, esta Comisión de ConvergenciaPermanente, a través de grupos y comisiones, debería coordinar ytrabajar conjuntamente con la can, el Mercosur, la ALADI, OTCAy diferentes iniciativas subregionales para evitar duplicar esfuer-zos, y garantizar la aplicación de los compromisos que asumamos.

Esperando que esta carta fortalezca la reflexión y la construc-ción de propuestas para una efectiva y positiva II Cumbre de Jefesde Estado de la Comunidad Sudamericana de Naciones, me despi-do reiterándoles mi invitación para nuestra cita el 8 y 9 de Diciem-bre en Cochabamba, Bolivia.

Atentamente,

Evo Morales AymaPresidente de la República de Bolivia

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ÍNDICE

Prólogo. Crisis y castigo, o por qué la revolución ni ha legado ni se la espera ............................................................................................ 5

Introducción. “Mire vuesa merced que en verdad son gigantes y nomolinos de viento…” ........................................................................ 37

I. LA MEMORIA DE LOS PUEBLOS CONTRA LA MEMORIA DEL ESTADO . 53

II. GLOBALIZACIONES PARA UN MUNDO EN TRANSICIÓN ....................... 67

III. MENSAJES POCO AMABLES DESDE EL FRENTE DE BATALLA ............. 77

IV. LA IMPACIENCIA DE UN CONCEPTO................................................. 99

V. SIN ESPACIO ENTRE LAS RUEDAS DENTADAS… LA FALACIA

TECNOLÓGICA DE LA GLOBALIZACIÓN ............................................. 107

VI. SENTARNOS A DIALOGAR… EL ACUERDO MÍNIMO SOBRE LA

GLOBALIZACIÓN............................................................................. 115

VII. VAIVENES DEL ESTADO ENTRE LA COMPLEJIDAD Y

LA GLOBALIZACIÓN........................................................................ 125

VIII. NOVEDAD Y RECURRENCIA DE LOS PROCESOS DE GLOBALIZACIÓN... 135

IX. DEFINIR LA GLOBALIZACIÓN REALMENTE EXISTENTE: NECESIDAD

ECONÓMICA, VOLUNTAD POLÍTICA, CAPACIDAD TECNOLÓGICA Y

DESARROLLO NEOIMPERIALISTA......................................................... 145

X. IMPERIALISMO, CAPITALISMO, NEOLIBERALISMO............................. 155

XI. EL CAMINO HACIA EL CONSENSO DE WASHINGTON: LA CONDICIÓN

IDEOLÓGICA DE LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL ........................... 173

XII. OTRA “GRAN TRANSFORMACIÓN”: LA VENGANZA DE LA “ECONOMÍA” 183

XIII. EL ESTADO COMO PODER DESTITUYENTE: EL CANSANCIO

DEMOCRÁTICO DEL LEVIATÁN ........................................................ 211

XIV. SECUELAS PERMANENTES DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001: LA

MILITARIZACIÓN DEL NEOLIBERALISMO .......................................... 231

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XV. REGLOBALIZACIÓN O BARBARIE: LA RESPUESTA

CONTRAHEGEMÓNICA DEL SUR ...................................................... 241

Anexo. Construyamos con nuestros pueblos una verdadera comunidad sudamericana de naciones para “vivir bien” .................................. 263

Bibliografía ............................................................................................ 271

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TÍTULOS PUBLICADOS

AKAL/UNIVERSITARIA

1 Saussure, Ferdinand de. Curso de lingüística general.2 Clark, Grahame. Arqueología y sociedad.5 Marazzi, Massimiliano. La sociedad micénica.7 Klima, Josef. Sociedad y cultura en la antigua Mesopotamia.8 Finley, Moses I. Estudios sobre Historia Antigua.9 Weber, Max / et alii. La transición del esclavismo al feudalismo.

10 AA.VV. Estudios sobre la Revolución francesa y el final del AntiguoRégimen.

11 Bianchi Bandinelli, Ranuccio. Del Helenismo a la Edad Media.12 García-Posada, Miguel. Lorca: interpretación de Poeta en Nueva York.15 Tomachevski, Boris. Teoría de la literatura.16 Samarkin, V. V. Geografía histórica de Europa occidental en la Edad

Media.17 Zeigarnik, B. V. Psicopatología.18 Rozet, I. M. Psicología de la fantasía.19 Weber, Max. Historia agraria romana.25 Mossé, Claude. Historia de una democracia: Atenas. Desde sus oríge-

nes a la conquista de Macedonia.26 Fernández Ubiña, José. La crisis del siglo III y el fin del mundo antiguo.28 García Valdés, Alberto. Historia y presente de la homosexualidad.29 Sanmartín Arce, Ricardo. La Albufera y sus hombres.31 Perroy, Édouard. La Guerra de los Cien Años.33 Cabrera Bazán, José. Contrato de trabajo y ordenamiento jurídico.34 Contreras, Jaime. El Santo Oficio de la Inquisición de Galicia. Poder,

sociedad y cultura.37 Durkheim, Émile. El suicidio.38 Durkheim, Émile. Las formas elementales de la vida religiosa.39 Durkheim, Émile. La división del trabajo social.45 Bianchi Bandinelli, Ranuccio. Introducción a la arqueología.46 Detienne, Marcel. Los jardines de Adonis.

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52 Huetz de Lemps, Alain. La vegetación de la tierra.55 Ostrogorsky, G. Historia del Estado Bizantino.56 Oliva, Pavel. Esparta y sus problemas sociales.57 Gimeno Sacristán, José (coord.). La enseñanza: su teoría y su práctica.58 Lerena, Carlos. Reprimir y liberar. Crítica sociológica de la educación

y de la cultura contemporáneas.60 Alcaide, M. Las nuevas formas de organización del trabajo.61 Sahlins, Marshall. Economía de la Edad de Piedra.62 AA.VV. Manual de Radio-Higiene.64 Simon, Bennett. Razón y locura en la antigua Grecia. Las raíces clási-

cas de la psiquiatría moderna.66 Soly, Hugo / Lis, Catharina. Pobreza y capitalismo en la Europa prein-

dustrial (1350-1850).67 Saintyves, Pierre. Las madres vírgenes y los embarazos milagrosos.68 Lienhardt, Gotfrey. Divinidad y experiencia.70 Ackerknecht, Erwin H. Medicina y antropología social.71 Goody, Jack. La domesticación del pensamiento salvaje.75 Moral, José Antonio / Raymond, Henry. La acumulación de capital y su

crisis.76 Pope-Hennessy, John. El retrato en el Renacimiento.77 Fernández, Mariano. Trabajo, escuela e ideología.79 Fernández, Mariano. Marxismo y sociología de la educación.80 Marrou, Henry-Irenee. Historia de la educación en la Antigüedad.81 Bourdieu, Pierre. ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios

lingüísticos.85 Bermejo Barrera, José Carlos. Mitología y mitos de la Hispania prerro-

mana II.86 Durkheim, Émile. Las reglas del método sociológico.87 Utchenko, L. Cicerón y su tiempo.88 AA.VV. Hacia una nueva Historia.89 Bardin, Laurence. Análisis de contenido.90 Godelier, Maurice. La producción de los grandes hombres. Poder y do-

minación masculina entre los Baruya de Nueva Guinea.91 Álvarez Méndez, Juan Manuel (ed.). Teoría lingüística y enseñanza de

la lengua. Textos fundamentales de orientación interdisciplinar.92 Luria, Alexander Romanovich. Desarrollo histórico de los procesos

cognitivos.96 AA.VV. El modo de producción esclavista.97 Avdiev, V. I. Historia económica y social del Antiguo Oriente I. El Egip-

to faraónico.98 Avdiev, V. I. Historia económica y social del Antiguo Oriente II. Reinos

y Estados del II y I milenios.99 Palazuelos, Enrique (coord.). Las economías capitalistas durante el pe-

riodo de expansión (1945-1970).100 Gschnitzer, Fritz. Historia Social de Grecia. Desde el periodo Micéni-

co hasta el final de la época Clásica.101 Apple, Michael W. Ideología y currículo.

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102 Roux, Georges. Mesopotamia. Historia política, económica y cultural.103 Kappler, Claude. Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad

Media.104 Pomeroy, Sara B. Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres en la

Antigüedad clásica.105 Cumont, Franz. Las religiones orientales y el paganismo romano.107 Bachofen, Johann Jakob. El matriarcado. Una investigación sobre la gi-

necocracia en el mundo antiguo según su naturaleza religiosa y jurídi-ca.

111 Rodríguez, Juan Carlos / Salvador, Álvaro. Introducción al estudio de laliteratura hispanoamericana.

114 Schlosser, Julius von. Las cámaras artísticas y maravillosas del Rena-cimiento tardío.

115 Bloch, Marc. La sociedad feudal.116 Álvarez Méndez, Juan Manuel. Didáctica de la lengua materna. Un en-

foque desde la lingüística.118 Willis, Paul. Aprendiendo a trabajar.120 Humbert, Henri. Los celtas y la civilización céltica.121 Manfred, Albert. Napoleón Bonaparte.122 Vial, Jean. Juego y educación. Las ludotecas.123 Forrest, W. G. Los orígenes de la democracia griega. El carácter de la

política griega entre el 800 y el 400 a.C.124 Bernstein, Basil. Clases, códigos y control I. Estudios teóricos para una

sociología del lenguaje.125 Bernstein, Basil. Clases, códigos y control II. Hacia una teoría de las

transmisiones educativas.126 Collins, Randall. La sociedad credencialista. Sociología histórica de la

educación y la estratificación.130 Châtelet, François / Mairet, Gérard (eds.). Historia de las ideologías. De

los faraones a Mao.132 Gaudefroy-Demombynes, Maurice. Mahoma.133 Bodelón, Serafín. Literatura latina de la Edad Media en España.134 Alcina Franch, José (ed.). Arqueología antropológica.137 Santos Guerra, Miguel Ángel (coord.). Hacer visible lo cotidiano. Teo-

ría y práctica de la evaluación cualitativa de los centros escolares.138 Viñaofrago, Antonio. Innovación pedagógica y racionalidad científica.

La escuela graduada pública en España (1898-1936).139 Llinares, María del Mar. Mouros, ánimas, demonios. El imaginario po-

pular gallego.140 Lisón Tolosana, Carmelo. Demonios y exorcismos en los Siglos de Oro.

La España mental I.141 Lisón Tolosana, Carmelo. Endemoniados en Galicia hoy. La España

mental II.142 Contreras Domingo, José. Enseñanza, currículum y profesorado.143 Rodríguez, Juan Carlos. Teoría e historia de la producción ideológica.145 Canfora, Luciano. Ideología de los estudios clásicos.146 Halphen, Louis. Carlomagno y el Imperio carolingio.

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148 Palazuelos, Enrique (coord.). Estructura económica capitalista interna-cional. El modelo de acumulación de posguerra.

149 Maíllo Salgado, Felipe. Crónica anónima de los Reyes de Taifas.150 Reig Tapia, Alberto. Violencia y terror.151 Cantarella, Eva. Según natura. La bisexualidad en el mundo antiguo.152 Bermejo Barrera, José Carlos. Fundamentación lógica de la Historia.153 Bourdé, Guy / Martin, Hervé. Las escuelas históricas.155 Vidal-Naquet, Pierre. La democracia griega, una nueva visión. Ensayos

de historiografía antigua y moderna.156 Sánchez Ortega, M.ª Helena. La mujer y la sexualidad en el Antiguo Ré-

gimen. La perspectiva inquisitorial.158 Lisón Tolosana, Carmelo. Individuo, estructura y creatividad. Etopeyas

desde la antropología cultural.159 Lockhart, James / Schwartz, Stuart B. América Latina en la Edad Moderna.160 Barja de Quiroga, Gustavo. Fisiología animal y evolución.161 Febvre, Lucien. El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La reli-

gión de Rabelais.162 Eisenstein, Elizabeth. La revolución de la imprenta en la Edad Moder-

na europea.163 Bermejo Barrera, José Carlos. Mitología y mitos de la Hispania prerro-

mana I.164 Munck, Thomas. La Europa del siglo XVII. 1598-1700.171 Sartre, Maurice. El Oriente romano. Provincias y sociedades provinciales

del Mediterráneo oriental, de Augusto a los Severos (31 a.C.-235 d.C.).172 Sainero, Ramón. La literatura angloirlandesa y sus orígenes.173 Rodríguez, Juan Carlos. Lorca y el sentido.174 Bermejo Barrera, José Carlos. Entre historia y filosofía.175 García Rivera, Gloria. Didáctica de la literatura para la Enseñanza Pri-

maria-Secundaria.176 Monleón, José B. (ed.). Del franquismo a la posmodernidad. Cultura

española 1975-1990.177 Cantarella, Eva. Los suplicios capitales en Grecia y Roma. Orígenes y

funciones de la pena de muerte en la Antigüedad clásica.178 Mackenney, R. La Europa del siglo XVI. Expansión y conflicto.179 Bermejo Barrera, José Carlos / Reboredo, Susana / González García,

Francisco Javier. Los orígenes de la mitología griega.180 Chaline, Jean. Del simio al hombre.181 Maíllo Salgado, Felipe. Vocabulario de historia árabe e islámica.182 Robins, Gay. Las mujeres en el Antiguo Egipto.183 Reiss, Katharina / Vermeer, Hans J. Fundamentos para una teoría fun-

cional de la traducción.184 Grimal, Nicolas. Historia del Antiguo Egipto.185 Black, Jeremy. La Europa del siglo XVIII. 1700-1789.187 Waldmann, Peter. Radicalismo étnico. Análisis comparado de las cau-

sas y efectos en conflictos étnicos violentos.188 Duque, Félix. La estrella errante. Estudios sobre la apoteosis románti-

ca de la historia.

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285

189 Martos, Eloy / Mendoza, Antonio / López, Amando. Didáctica de lalengua para la Enseñanza Primaria.

190 Moreno, Andrés / Vázquez García, Francisco. Sexo y Razón. Una genea-logía de la moral sexual en España (siglos XVI-XX).

191 Alcántara Sáez, Manuel / Abreu Fernández, Víctor / Cazorla Pérez, José/ Fernández-Llebrez, Fernando / García Giráldez, Teresa / HernándezBravo de Laguna, Juan / Montabes Pereira, Juan / Román Marugán, Pa-loma / Vilas Nogueira, José / Mella Márquez, Manuel. Curso de parti-dos políticos.

192 Alpert, Michael. Aguas peligrosas. Nueva historia internacional de laGuerra Civil española, 1936-1939.

193 Lamela Viera, M.ª del Carmen. La cultura de lo cotidiano. Estudio so-ciocultural de la ciudad de Lugo.

194 Lowenthal, David. El pasado es un país extraño.195 Bethencourt, Francisco. La Inquisición en la época moderna.196 Richet, Denis. La Francia moderna. El espíritu de las instituciones.197 Lisón Tolosana, Carmelo. La Santa Compaña. Antropología cultural de

Galicia IV.198 García Quintela, Marco. Mitología y mitos de la Hispania prerromana III.199 Bouza, Fernando. Cartas de Felipe II a sus hijas.200 Bouza, Fernando. Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural

del reinado de Felipe II.201 Bermejo Barrera, José Carlos. Genealogía de la Historia. Ensayos de

historia teórica.202 Thomson, Garry. Introducción a Brecht.203 Al-Andalusı, S

¯a‘id. Libro de las categorías de las naciones. Kitab T.abaqat

al-Umam.204 Bloch, Marc. Historia e historiadores.205 Canales, Esteban. La Inglaterra victoriana.206 Dickinson, Oliver. La Edad de Bronce Egea.207 Alcina Franch, José (ed.). Evolución social.208 Tsuru, Shigeto. El capitalismo japonés. Algo más que una derrota crea-

tiva.209 Fernández Vega, Pedro Ángel. La casa romana.210 Collins, Roger. La Europa de la Alta Edad Media.211 Gómez Espelosín, Francisco Javier. El descubrimiento del mundo. Geo-

grafía y viajeros en la Antigua Grecia.212 Palazuelos, Enrique. Contenido y método de la economía. El análisis de

la economía mundial.213 Blanco, Rogelio. La ciudad ausente. Utopía y utopismo en el pensa-

miento occidental.214 Alcina Franch, José / Calés Bourdet, Marisa (eds.). Hacia una ideolo-

gía para el siglo XXI. Ante la crisis civilizatoria de nuestro tiempo.215 Hinrichs, Ernst. Introducción a la historia de la Edad Moderna.216 Núñez Seixas, Xosé-Manoel. Entre Ginebra y Berlín. La cuestión de las

minorías nacionales y la política internacional en Europa (1914-1939).217 Foucault, Michel. Los anormales.

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218 AA.VV. Política de la nueva Europa. Del Atlántico a los Urales.219 Campillo, Antonio. Variaciones de la vida humana. Una teoría de la

historia.220 Detienne, Marcel. Apolo con el cuchillo en la mano. Una aproximación

experimental al politeísmo griego.221 Little, Lester K. / Rosenwein, Barbara H. (eds.). La Edad Media a de-

bate.222 Yun Casalilla, Bartolomé. La gestión del poder. Corona y economías

aristocráticas en Castilla (siglos XVI-XVIII).223 Calame, Claude. Eros en la Antigua Grecia.224 Schmitt-Pantel, Pauline / Bruit Zaidman, Louise. La religión griega en

la polis de la época clásica.225 Le Goff, Jacques (ed.). San Francisco de Asís.226 Iriarte Goñi, Ana. De amazonas a ciudadanos. Pretexto ginecocrático y

patriarcado en la Grecia Antigua.227 Díez, Fátima / Bermejo Barrera, José Carlos. Lecturas del mito griego.228 Gállego, Julián (ed.). El mundo rural en la Grecia Antigua.229 Foucault, Michel. Hay que defender la sociedad.230 Vigotsky, Lev Semenovich. Teoría de las emociones. Estudio histórico-

psicológico.231 Dosse, François. Historia del estructuralismo (2 volúmenes).233 Bermejo Barrera, José Carlos. ¿Qué es la historia teórica?.234 Hernández Sandoica, Elena. Tendencias historiográficas actuales. Es-

cribir historia hoy.235 Signes Codoñer, Juan. Escritura y literatura en la Grecia arcaica.236 Piedras Monroy, Pedro. Max Weber y la crisis de las Ciencias Sociales.237 Foucault, Michel. La hermenéutica del sujeto.238 Mckenzie, D. F. Bibliografía y sociología de los textos.239 AA.VV. Nostalgia de una patria imposible.240 Carlier, Pierre. Homero.241 Serna, Justo / Pons, Anaclet. La historia cultural. Autores, obras, lugares242 Núñez Ruiz, Gabriel / Campos Fernández-Fígares, Mar. Cómo nos en-

señaron a leer.243 Lisón Tolosana, Carmelo. La fascinación de la diferencia. La adapta-

ción de los jesuitas al Japón de los samuráis, 1549-1592.244 Mudrovcic, María Inés. Historia, narración y memoria. Debates actua-

les en filosofía de la historia.245 Foucault, Michel. El poder psiquiátrico.246 Roldán, Concha. Entre Casandra y Clío. Una historia de la filosofía de

la historia.247 Salinas de Frías, Manuel. Los pueblos prerromanos de la península Ibé-

rica.248 Castillo Gómez, Antonio. Entre la pluma y la pared. Una historia social

de la cultura escrita en los Siglos de Oro.249 Vidal-Naquet, Pierre. La Atlántida. Pequeña historia de un mito platónico.250 Assmann, Jan. La distinción mosaica o el precio del monoteísmo.251 Burke, Peter. Lenguas y comunidades en la Europa moderna.

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287

252 González García (coord.), Francisco Javier. Los pueblos de la Galiciacéltica.

253 Leveque, Pierre. Tras los pasos de los dioses griegos.254 Pérez Largacha, Antonio. Historia antigua de Egipto y del Próximo

Oriente.255 López, Aurora / Pociña, Andrés. Comedia romana.256 Bermejo Barrera, José Carlos. Moscas en una botella. Cómo dominar a

la gente con palabras.257 Steigmann-Gall, Richard. El Reich sagrado. Concepciones nazis sobre

el cristianismo, 1919-1945.258 Nieto Soria, José Manuel. Medievo constitucional. Historia y mito polí-

tico en los orígenes de la España contemporánea (ca. 1750-1814).259 Anderson, Allan. El pentecostalismo. El cristianismo carismático mun-

dial.260 Detienne, Marcel. Los griegos y nosotros. Antropología comparada de

la Grecia antigua.261 Agacinski, Sylviane. Metafísica de los sexos. Masculino/femenino en

las fuentes del cristianismo.262 Waines, David. El islam.263 Lisón Tolosana, Carmelo (ed.). Introducción a la antropología social y

cultural. Teoría, método, práctica.264 Sanmartín Barros, Israel. Entre dos siglos. Globalización y pensamien-

to único.265 Foucault, Michel. Seguridad, territorio, población. Curso del Collège

de France (1977-1978).266 Wulff Alonso, Fernando. Grecia de la India. El repertorio griego del

Mahabharata.267 Anderson, Perry. Spectrum. De la derecha a la izquierda en el mundo

de las ideas.268 Bettini, Mauricio / Guidorizzi, Giulio. El mito de Edipo. Imágenes y re-

latos de Grecia a nuestros días.269 Hualde Pascual, Pilar / Sanz Morales, Manuel (eds.). La literatura grie-

ga y su tradición.270 Stewart, Pamela J. / Strathern, Andrew. Brujería, hechicería, rumores y

habladurías.271 Loraux, Nicole. La guerra civil en Atenas. La política entre la sombra

y la utopía.272 Bauzá, Hugo Francisco. Virgilio y su tiempo.273 Lepeines, Wolf. La seducción de la cultura en la historia alemana.274 Anderson, Benedict. Bajo tres banderas. Anarquismo e imaginación an-

ticolonial.275 Martín Serrano, Manuel. La mediación social. Edición conmemorativa

del 30 aniversario.276 Bettini, Maurizio / Brillante, Carlo. El mito de Helena. Imágenes y re-

latos de Grecia a nuestros días.277 Lisón Tolosana, Carmelo. De la estación del amor al diálogo con la

muerte (en la Galicia profunda).

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288

278 Renfrew, Colin / Bahn, Paul. Arqueología. Conceptos clave.279 Flood, Gavin. El hinduismo.281 Bernabé (ed.), Alberto / Casades’s (ed.), Francesc. Orfeo y la tradición

órfica. Un reencuentro.282 Bourdieu, Pierre. ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios

lingüísticos.283 Foucault, Michel. Nacimiento de la biopolítica. Curso del Collëge de

France (1978-1979).284 Sugirtharajah, R. S. La Biblia y el Imperio. Exploraciones poscoloniales.285 Palazuelos, Enrique. El petróleo y el gas en la geoestrategia mundial.286 Vázquez García, Francisco. La invención del racismo. Nacimiento de la

biopolítica en España.287 Norris, Pippa. Derecha Radical. Votantes y partidos políticos en el mer-

cado electoral.288 Morris, Brian. Religión y antropología. Una introducción crítica.289 Viroli, Maurizio. De la política a la razón de Estado. La adquisición y

transformación del lenguaje político (1250-1600).290 Rodríguez-Velasco, Jesús D. Ciudadanía, soberanía monárquica y ca-

ballería. Poética del orden de caballería.291 Veyne, Paul. El imperio grecorromano.292 Chic, Genaro. El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad.293 Kleinschmidt, Harald. Comprender la Edad Media. La transformación

de ideas y actitudes en el mundo medieval.