Discurso del papa a los Movimientos Populares

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ARTICIPACIÓN EN EL II ENCUENTRO MUNDIAL DE LOS MOVIMIENTOS POPULARES DISCURSO DEL SANTO PADRE Expo Feria, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) Jueves 9 de julio de 2015 Hermanas y hermanos, buenas tardes Hace algunos meses nos reunimos en Roma y tengo presente ese primer encuentro nuestro . Durante este tiempo los he llevado en mi corazón y en mis oraciones. Y me alegra verlos de nuevo aquí, debatiendo los mejores caminos para superar las graves situaciones de injusticia que sufren los excluidos en todo el mundo. Gracias, Señor Presidente Evo Morales, por acompañar tan decididamente este Encuentro. Aquella vez en Roma sentí algo muy lindo: fraternidad, garra, entrega, sed de justicia. Hoy, en Santa Cruz de la Sierra, vuelvo a sentir lo mismo. Gracias por eso. También he sabido por medio del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que preside el Cardenal Turkson, que son muchos en la Iglesia los que se sienten más cercanos a los movimientos populares. Me alegra tanto ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos ustedes, que se involucre, acompañe y logre sistematizar en cada diócesis, en cada Comisión de Justicia y Paz, una colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro. Dios permite que hoy nos veamos otra vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera yo también volver a unir mi voz a la de ustedes: las famosas “tres T”: tierra, techo y trabajo, para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la tierra.

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El papa se dirige en la clausura del II Encuentro Mundial de Movimientos Populares realizado en Santa Cruz

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  • ARTICIPACIN EN EL II ENCUENTRO MUNDIAL DE LOS MOVIMIENTOS POPULARES

    DISCURSO DEL SANTO PADRE

    Expo Feria, Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) Jueves 9 de julio de 2015

    Hermanas y hermanos, buenas tardes

    Hace algunos meses nos reunimos en Roma y tengo presente ese primer encuentro nuestro. Durante este tiempo los he llevado en mi corazn y en mis oraciones. Y me alegra verlos de nuevo aqu, debatiendo los mejores caminos para superar las graves situaciones de injusticia que sufren los excluidos en todo el mundo. Gracias, Seor Presidente Evo Morales, por acompaar tan decididamente este Encuentro.

    Aquella vez en Roma sent algo muy lindo: fraternidad, garra, entrega, sed de justicia. Hoy, en Santa Cruz de la Sierra, vuelvo a sentir lo mismo. Gracias por eso. Tambin he sabido por medio del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que preside el Cardenal Turkson, que son muchos en la Iglesia los que se sienten ms cercanos a los movimientos populares. Me alegra tanto ver la Iglesia con las puertas abiertas a todos ustedes, que se involucre, acompae y logre sistematizar en cada dicesis, en cada Comisin de Justicia y Paz, una colaboracin real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Los invito a todos, Obispos, sacerdotes y laicos, junto a las organizaciones sociales de las periferias urbanas y rurales, a profundizar ese encuentro.

    Dios permite que hoy nos veamos otra vez. La Biblia nos recuerda que Dios escucha el clamor de su pueblo y quisiera yo tambin volver a unir mi voz a la de ustedes: las famosas tres T: tierra, techo y trabajo, para todos nuestros hermanos y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena, vale la pena luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en Amrica Latina y en toda la tierra.

  • 1. Primero de todo, empecemos reconociendo que necesitamos un cambio. Quiero aclarar, para que no haya malos entendidos, que hablo de los problemas comunes de todos los latinoamericanos y, en general, tambin de toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy ningn Estado puede resolver por s mismo. Hecha esta aclaracin, propongo que nos hagamos estas preguntas:

    - Reconocemos, en serio, que las cosas no andan bien en un mundo donde hay tantos campesinos sin tierra, tantas familias sin techo, tantos trabajadores sin derechos, tantas personas heridas en su dignidad?

    - Reconocemos que las cosas no andan bien cuando estallan tantas guerras sin sentido y la violencia fratricida se aduea hasta de nuestros barrios? Reconocemos que las cosas no andan bien cuando el suelo, el agua, el aire y todos los seres de la creacin estn bajo permanente amenaza?

    Entonces, si reconocemos esto, digmoslo sin miedo: necesitamos y queremos un cambio.

    Ustedes en sus cartas y en nuestros encuentros me han relatado las mltiples exclusiones e injusticias que sufren en cada actividad laboral, en cada barrio, en cada territorio. Son tantas y tan diversas como tantas y diversas sus formas de enfrentarlas. Hay, sin embargo, un hilo invisible que une cada una de las exclusiones. No estn aisladas, estn unidas por un hilo invisible. Podemos reconocerlo? Porque no se trata de esas cuestiones aisladas. Me pregunto si somos capaces de reconocer que esas realidades destructoras responden a un sistema que se ha hecho global. Reconocemos que ese sistema ha impuesto la lgica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusin social o la destruccin de la naturaleza?

    Si esto es as, insisto, digmoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana madre tierra, como deca san Francisco.

    Queremos un cambio en nuestras vidas, en nuestros barrios, en el pago chico, en nuestra realidad ms cercana; tambin un cambio

  • que toque al mundo entero porque hoy la interdependencia planetaria requiere respuestas globales a los problemas locales. La globalizacin de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir a esta globalizacin de la exclusin y de la indiferencia.

    Quisiera hoy reflexionar con ustedes sobre el cambio que queremos y necesitamos. Ustedes saben que escrib recientemente sobre los problemas del cambio climtico. Pero, esta vez, quiero hablar de un cambio en otro sentido. Un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio podramos decir redentor. Porque lo necesitamos. S que ustedes buscan un cambio y no slo ustedes: en los distintos encuentros, en los distintos viajes he comprobado que existe una espera, una fuerte bsqueda, un anhelo de cambio en todos los pueblos del mundo. Incluso dentro de esa minora cada vez ms reducida que cree beneficiarse con este sistema, reina la insatisfaccin y especialmente la tristeza. Muchos esperan un cambio que los libere de esa tristeza individualista que esclaviza.

    El tiempo, hermanos, hermanas, el tiempo parece que se estuviera agotando; no alcanz el pelearnos entre nosotros, sino que hasta nos ensaamos con nuestra casa. Hoy la comunidad cientfica acepta lo que desde hace ya mucho tiempo denuncian los humildes: se estn produciendo daos tal vez irreversibles en el ecosistema. Se est castigando a la Tierra, a los pueblos y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrs de tanto dolor, tanta muerte y destruccin, se huele el tufo de eso que Basilio de Cesarea uno de los primeros telogos de la Iglesia llamaba el estircol del diablo, la ambicin desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es el estircol del diablo. El servicio para el bien comn queda relegado. Cuando el capital se convierte en dolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconmico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa comn, la hermana y madre tierra.

    No quiero extenderme describiendo los efectos malignos de esta sutil dictadura: ustedes los conocen. Tampoco basta con sealar las causas estructurales del drama social y ambiental contemporneo. Sufrimos cierto exceso de diagnstico que a veces nos lleva a un pesimismo charlatn o a regodearnos en lo negativo. Al ver la crnica negra de cada da, creemos que no hay nada que se puede

  • hacer salvo cuidarse a uno mismo y al pequeo crculo de la familia y los afectos.

    Qu puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora frente a tantos problemas si apenas gano para comer? Qu puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista, trabajador excluido, si ni siquiera tengo derechos laborales? Qu puedo hacer yo, campesina, indgena, pescador, que apenas puedo resistir el avasallamiento de las grandes corporaciones? Qu puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola, mi poblacin, mi ranchero, cuando soy diariamente discriminado y marginado? Qu puede hacer ese estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazn lleno de sueos pero casi sin ninguna solucin para sus problemas? Pueden hacer mucho. Pueden hacer mucho. Ustedes, los ms humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad est, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la bsqueda cotidiana de las tres T. De acuerdo? Trabajo, techo y tierra. Y tambin, en su participacin protagnica en los grandes procesos de cambio, cambios nacionales, cambios regionales y cambios mundiales. No se achiquen!

    2. Segundo. Ustedes son sembradores de cambio. Aqu en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: proceso de cambio. El cambio concebido no como algo que un da llegar porque se impuso tal o cual opcin poltica o porque se instaur tal o cual estructura social. Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompaado de una sincera conversin de las actitudes y del corazn termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazn. Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasin por sembrar, por regar serenamente lo que otros vern florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opcin es por generar procesos y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros no es ms que parte de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por una significacin, por un destino, por vivir con dignidad, por vivir bien, dignamente, en ese sentido.

    Ustedes, desde los movimientos populares, asumen las labores de siempre motivados por el amor fraterno que se revela contra la

  • injusticia social. Cuando miramos el rostro de los que sufren, el rostro del campesino amenazado, del trabajador excluido, del indgena oprimido, de la familia sin techo, del migrante perseguido, del joven desocupado, del nio explotado, de la madre que perdi a su hijo en un tiroteo porque el barrio fue copado por el narcotrfico, del padre que perdi a su hija porque fue sometida a la esclavitud; cuando recordamos esos rostros y esos nombres, se nos estremecen las entraas frente a tanto dolor y nos conmovemos, todos nos conmovemos Porque hemos visto y odo no la fra estadstica sino las heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, nuestra carne. Eso es muy distinto a la teorizacin abstracta o la indignacin elegante. Eso nos conmueve, nos mueve y buscamos al otro para movernos juntos. Esa emocin hecha accin comunitaria no se comprende nicamente con la razn: tiene un plus de sentido que slo los pueblos entienden y que da su mstica particular a los verdaderos movimientos populares.

    Ustedes viven cada da empapados en el nudo de la tormenta humana. Me han hablado de sus causas, me han hecho parte de sus luchas, ya desde Buenos Aires, y yo se lo agradezco. Ustedes, queridos hermanos, trabajan muchas veces en lo pequeo, en lo cercano, en la realidad injusta que se les impuso y a la que no se resignan, oponiendo una resistencia activa al sistema idoltrico que excluye, degrada y mata. Los he visto trabajar incansablemente por la tierra y la agricultura campesina, por sus territorios y comunidades, por la dignificacin de la economa popular, por la integracin urbana de sus villas y asentamientos, por la autoconstruccin de viviendas y el desarrollo de infraestructura barrial, y en tantas actividades comunitarias que tienden a la reafirmacin de algo tan elemental e innegablemente necesario como el derecho a las tres T: tierra, techo y trabajo.

    Ese arraigo al barrio, a la tierra, al oficio, al gremio, ese reconocerse en el rostro del otro, esa proximidad del da a da, con sus miserias, porque las hay, las tenemos, y sus herosmos cotidianos, es lo que permite ejercer el mandato del amor, no a partir de ideas o conceptos sino a partir del encuentro genuino entre personas. Necesitamos instaurar esta cultura del encuentro, porque ni los conceptos ni las ideas se aman. Nadie ama un concepto, nadie ama una idea; se aman las personas. La entrega, la verdadera entrega surge del amor a hombres y mujeres, nios y ancianos, pueblos y comunidades rostros, rostros y nombres que llenan el corazn. De esas semillas de esperanza sembradas pacientemente en las

  • periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusin, crecern rboles grandes, surgirn bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo.

    Veo con alegra que ustedes trabajan en lo cercano, cuidando los brotes; pero, a la vez, con una perspectiva ms amplia, protegiendo la arboleda. Trabajan en una perspectiva que no slo aborda la realidad sectorial que cada uno de ustedes representa y a la que felizmente est arraigado, sino que tambin buscan resolver de raz los problemas generales de pobreza, desigualdad y exclusin.

    Los felicito por eso. Es imprescindible que, junto a la reivindicacin de sus legtimos derechos, los pueblos y organizaciones sociales construyan una alternativa humana a la globalizacin excluyente. Ustedes son sembradores del cambio. Que Dios les d coraje, les d alegra, les d perseverancia y pasin para seguir sembrando. Tengan la certeza que tarde o temprano vamos a ver los frutos. A los dirigentes les pido: sean creativos y nunca pierdan el arraigo a lo cercano, porque el padre de la mentira sabe usurpar palabras nobles, promover modas intelectuales y adoptar poses ideolgicas, pero, si ustedes construyen sobre bases slidas, sobre las necesidades reales y la experiencia viva de sus hermanos, de los campesinos e indgenas, de los trabajadores excluidos y las familias marginadas, seguramente no se van a equivocar.

    La Iglesia no puede ni debe estar ajena a este proceso en el anuncio del Evangelio. Muchos sacerdotes y agentes pastorales cumplen una enorme tarea acompaando y promoviendo a los excluidos de todo el mundo, junto a cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo viviendas, trabajando abnegadamente en los campos de salud, el deporte y la educacin. Estoy convencido que la colaboracin respetuosa con los movimientos populares puede potenciar estos esfuerzos y fortalecer los procesos de cambio.

    Y tengamos siempre en el corazn a la Virgen Mara, una humilde muchacha de un pequeo pueblo perdido en la periferia de un gran imperio, una madre sin techo que supo transformar una cueva de animales en la casa de Jess con unos paales y una montaa de ternura. Mara es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Yo rezo a la Virgen Mara, tan venerada por el pueblo boliviano para que permita que este Encuentro nuestro sea fermento de cambio.

  • 3. Tercero. Por ltimo quisiera que pensemos juntos algunas tareas importantes para este momento histrico, porque queremos un cambio positivo para el bien de todos nuestros hermanos y hermanas. Eso lo sabemos. Queremos un cambio que se enriquezca con el trabajo mancomunado de los gobiernos, los movimientos populares y otras fuerzas sociales. Eso tambin lo sabemos. Pero no es tan fcil definir el contenido del cambio podra decirse, el programa social que refleje este proyecto de fraternidad y justicia que esperamos; no es fcil de definirlo. En ese sentido, no esperen de este Papa una receta. Ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio de la interpretacin de la realidad social ni la propuesta de soluciones a problemas contemporneos. Me atrevera a decir que no existe una receta. La historia la construyen las generaciones que se suceden en el marco de pueblos que marchan buscando su propio camino y respetando los valores que Dios puso en el corazn.

    Quisiera, sin embargo, proponer tres grandes tareas que requieren el decisivo aporte del conjunto de los movimientos populares.

    3.1. La primera tarea es poner la economa al servicio de los pueblos: Los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos NO a una economa de exclusin e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economa mata. Esa economa excluye. Esa economa destruye la madre tierra.

    La economa no debera ser un mecanismo de acumulacin sino la adecuada administracin de la casa comn. Eso implica cuidar celosamente la casa y distribuir adecuadamente los bienes entre todos. Su objeto no es nicamente asegurar la comida o un decoroso sustento. Ni siquiera, aunque ya sera un gran paso, garantizar el acceso a las tres T por las que ustedes luchan. Una economa verdaderamente comunitaria, podra decir, una economa de inspiracin cristiana, debe garantizar a los pueblos dignidad, prosperidad sin exceptuar bien alguno (Juan XXIII, Enc. Mater et Magistra [15 mayo 1961], 3: AAS 53 [1961], 402). Esta ltima frase la dijo el Papa Juan XXIII hace cincuenta aos. Jess dice en el Evangelio que, aquel que le d espontneamente un vaso de agua al que tiene sed, le ser tenido en cuenta en el Reino de los cielos. Esto implica las tres T, pero tambin acceso a la educacin, la salud, la innovacin, las manifestaciones artsticas y culturales, la comunicacin, el deporte y la recreacin. Una economa justa debe

  • crear las condiciones para que cada persona pueda gozar de una infancia sin carencias, desarrollar sus talentos durante la juventud, trabajar con plenos derechos durante los aos de actividad y acceder a una digna jubilacin en la ancianidad. Es una economa donde el ser humano, en armona con la naturaleza, estructura todo el sistema de produccin y distribucin para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social. Ustedes, y tambin otros pueblos, resumen este anhelo de una manera simple y bella: vivir bien, que no es lo mismo que pasarla bien.

    Esta economa no es slo deseable y necesaria sino tambin es posible. No es una utopa ni una fantasa. Es una perspectiva extremadamente realista. Podemos lograrlo. Los recursos disponibles en el mundo, fruto del trabajo intergeneracional de los pueblos y los dones de la creacin, son ms que suficientes para el desarrollo integral de todos los hombres y de todo el hombre (Pablo VI, Enc. Popolorum progressio [26 marzo 1967], 14: AAS 59 [1967], 264). El problema, en cambio, es otro. Existe un sistema con otros objetivos. Un sistema que adems de acelerar irresponsablemente los ritmos de la produccin, adems de implementar mtodos en la industria y la agricultura que daan a la madre tierra en aras de la productividad, sigue negndoles a miles de millones de hermanos los ms elementales derechos econmicos, sociales y culturales. Ese sistema atenta contra el proyecto de Jess, contra la Buena Noticia que trajo Jess.

    La distribucin justa de los frutos de la tierra y el trabajo humano no es mera filantropa. Es un deber moral. Para los cristianos, la carga es an ms fuerte: es un mandamiento. Se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece. El destino universal de los bienes no es un adorno discursivo de la doctrina social de la Iglesia. Es una realidad anterior a la propiedad privada. La propiedad, muy en especial cuando afecta los recursos naturales, debe estar siempre en funcin de las necesidades de los pueblos. Y estas necesidades no se limitan al consumo. No basta con dejar caer algunas gotas cuando los pobres agitan esa copa que nunca derrama por s sola. Los planes asistenciales que atienden ciertas urgencias slo deberan pensarse como respuestas pasajeras, coyunturales. Nunca podran sustituir la verdadera inclusin: esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario.

  • Y, en este camino, los movimientos populares tienen un rol esencial, no slo exigiendo y reclamando, sino fundamentalmente creando. Ustedes son poetas sociales: creadores de trabajo, constructores de viviendas, productores de alimentos, sobre todo para los descartados por el mercado mundial.

    He conocido de cerca distintas experiencias donde los trabajadores unidos en cooperativas y otras formas de organizacin comunitaria lograron crear trabajo donde slo haba sobras de la economa idoltrica. Y vi que algunos estn aqu. Las empresas recuperadas, las ferias francas y las cooperativas de cartoneros son ejemplos de esa economa popular que surge de la exclusin y, de a poquito, con esfuerzo y paciencia, adopta formas solidarias que la dignifican. Y, qu distinto es eso a que los descartados por el mercado formal sean explotados como esclavos!

    Los gobiernos que asumen como propia la tarea de poner la economa al servicio de los pueblos deben promover el fortalecimiento, mejoramiento, coordinacin y expansin de estas formas de economa popular y produccin comunitaria. Esto implica mejorar los procesos de trabajo, proveer infraestructura adecuada y garantizar plenos derechos a los trabajadores de este sector alternativo. Cuando Estado y organizaciones sociales asumen juntos la misin de las tres T, se activan los principios de solidaridad y subsidiariedad que permiten edificar el bien comn en una democracia plena y participativa.

    3.2. La segunda tarea es unir nuestros pueblos en el camino de la paz y la justicia.

    Los pueblos del mundo quieren ser artfices de su propio destino. Quieren transitar en paz su marcha hacia la justicia. No quieren tutelajes ni injerencias donde el ms fuerte subordina al ms dbil. Quieren que su cultura, su idioma, sus procesos sociales y tradiciones religiosas sean respetados. Ningn poder fctico o constituido tiene derecho a privar a los pases pobres del pleno ejercicio de su soberana y, cuando lo hacen, vemos nuevas formas de colonialismo que afectan seriamente las posibilidades de paz y de justicia, porque la paz se funda no slo en el respeto de los derechos del hombre, sino tambin en los derechos de los pueblos particularmente el derecho a la independencia(Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 157).

  • Los pueblos de Latinoamrica parieron dolorosamente su independencia poltica y, desde entonces, llevan casi dos siglos de una historia dramtica y llena de contradicciones intentando conquistar una independencia plena.

    En estos ltimos aos, despus de tantos desencuentros, muchos pases latinoamericanos han visto crecer la fraternidad entre sus pueblos. Los gobiernos de la Regin aunaron esfuerzos para hacer respetar su soberana, la de cada pas, la del conjunto regional, que tan bellamente, como nuestros padres de antao, llaman la Patria Grande. Les pido a ustedes, hermanos y hermanas de los movimientos populares, que cuiden y acrecienten esta unidad. Mantener la unidad frente a todo intento de divisin es necesario para que la regin crezca en paz y justicia.

    A pesar de estos avances, todava subsisten factores que atentan contra este desarrollo humano equitativo y coartan la soberana de los pases de la Patria Grande y otras latitudes del planeta. El nuevo colonialismo adopta diversas fachadas. A veces, es el poder annimo del dolo dinero: corporaciones, prestamistas, algunos tratados denominados de libre comercio y la imposicin de medidas de austeridad que siempre ajustan el cinturn de los trabajadores y los pobres. Los obispos latinoamericanos lo denunciamos con total claridad en el documento de Aparecida cuando se afirma que las instituciones financieras y las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economas locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez ms impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus poblaciones(V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano [2007], Documento Conclusivo, Aparecida, 66). En otras ocasiones, bajo el noble ropaje de la lucha contra la corrupcin, el narcotrfico o el terrorismo graves males de nuestros tiempos que requieren una accin internacional coordinada, vemos que se impone a los Estados medidas que poco tienen que ver con la resolucin de esas problemticas y muchas veces empeoran las cosas.

    Del mismo modo, la concentracin monoplica de los medios de comunicacin social, que pretende imponer pautas alienantes de consumo y cierta uniformidad cultural, es otra de las formas que adopta el nuevo colonialismo. Es el colonialismo ideolgico. Como dijeron los Obispos de frica en el primer Snodo continental africano, muchas veces se pretende convertir a los pases pobres

  • en piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in Africa [14 septiembre 1995], 52: AAS 88 [1996], 32-33; Id., Enc. Sollicitudo rei socialis [30 diciembre 1987], 22: AAS 80 [1988], 539).

    Hay que reconocer que ninguno de los graves problemas de la humanidad se puede resolver sin interaccin entre los Estados y los pueblos a nivel internacional. Todo acto de envergadura realizado en una parte del planeta repercute en todo en trminos econmicos, ecolgicos, sociales y culturales. Hasta el crimen y la violencia se han globalizado. Por ello, ningn gobierno puede actuar al margen de una responsabilidad comn. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia, es decir, nuestra sana interdependencia. Pero interaccin no es sinnimo de imposicin, no es subordinacin de unos en funcin de los intereses de otros. El colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los pases pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas y todos los males que vienen de la mano precisamente porque, al poner la periferia en funcin del centro, les niega el derecho a un desarrollo integral. Y eso, hermanos, es inequidad y la inequidad genera violencia, que no habr recursos policiales, militares o de inteligencia capaces de detener.

    Digamos NO, entonces, a las viejas y nuevas formas de colonialismo. Digamos S al encuentro entre pueblos y culturas. Felices los que trabajan por la paz.

    Y aqu quiero detenerme en un tema importante. Porque alguno podr decir, con derecho, que, cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia. Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de Amrica en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano, y tambin quiero decirlo. Al igual que san Juan Pablo II, pido que la Iglesia y cito lo que dijo l se postre ante Dios e implore perdn por los pecados pasados y presentes de sus hijos (Juan Pablo II, Bula Incarnationis mysterium, 11). Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdn, no slo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crmenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de Amrica. Y junto a este pedido de perdn y para ser justos, tambin quiero que recordemos

  • a millares de sacerdotes, obispos, que se opusieron fuertemente a la lgica de la espada con la fuerza de la cruz. Hubo pecado, hubo pecado y abundante, pero no pedimos perdn, y por eso pedimos perdn, y pido perdn, pero all tambin, donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado, sobreabund la gracia a travs de esos hombres que defendieron la justicia de los pueblos originarios.

    Les pido tambin a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos obispos, sacerdotes y laicos que predicaron y predican la Buena Noticia de Jess con coraje y mansedumbre, respeto y en paz dije obispos, sacerdotes, y laicos, no me quiero olvidar de las monjitas que annimamente patean nuestros barrios pobres llevando un mensaje de paz y de bien, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras obras de promocin humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indgenas o acompaando a los propios movimientos populares incluso hasta el martirio. La Iglesia, sus hijos e hijas, son una parte de la identidad de los pueblos en latinoamericana. Identidad que, tanto aqu como en otros pases, algunos poderes se empean en borrar, tal vez porque nuestra fe es revolucionaria, porque nuestra fe desafa la tirana del dolo dinero. Hoy vemos con espanto cmo en Medio Oriente y otros lugares del mundo se persigue, se tortura, se asesina a muchos hermanos nuestros por su fe en Jess. Eso tambin debemos denunciarlo: dentro de esta tercera guerra mundial en cuotas que vivimos, hay una especie fuerzo la palabra de genocidio en marcha que debe cesar.

    A los hermanos y hermanas del movimiento indgena latinoamericano, djenme trasmitirles mi ms hondo cario y felicitarlos por buscar la conjuncin de sus pueblos y culturas, eso conjuncin de pueblos y culturas, eso que a m me gusta llamar poliedro, una forma de convivencia donde las partes conservan su identidad construyendo juntas una pluralidad que no atenta, sino que fortalece la unidad. Su bsqueda de esa interculturalidad que combina la reafirmacin de los derechos de los pueblos originarios con el respeto a la integridad territorial de los Estados nos enriquece y nos fortalece a todos.

    3.3. Y la tercera tarea, tal vez la ms importante que debemos asumir hoy, es defender la madre tierra.

    La casa comn de todos nosotros est siendo saqueada, devastada, vejada impunemente. La cobarda en su defensa es un pecado grave. Vemos con decepcin creciente cmo se suceden

  • una tras otras las cumbres internacionales sin ningn resultado importante. Existe un claro, definitivo e impostergable imperativo tico de actuar que no se est cumpliendo. No se puede permitir que ciertos intereses que son globales pero no universales se impongan, sometan a los Estados y organismos internacionales, y continen destruyendo la creacin. Los pueblos y sus movimientos estn llamados a clamar a movilizarse, a exigir pacfica pero tenazmente la adopcin urgente de medidas apropiadas. Yo les pido, en nombre de Dios, que defiendan a la madre tierra. Sobre ste tema me he expresado debidamente en la Carta Encclica Laudato si, que creo que les ser dada al finalizar.

    4. Para finalizar, quisiera decirles nuevamente: el futuro de la humanidad no est nicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Est fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y tambin en sus manos que riegan con humildad y conviccin este proceso de cambio. Los acompao. Y cada uno, repitmonos desde el corazn: ninguna familia sin vivienda, ningn campesino sin tierra, ningn trabajador sin derechos, ningn pueblo sin soberana, ninguna persona sin dignidad, ningn nio sin infancia, ningn joven sin posibilidades, ningn anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la madre tierra. Cranme y soy sincero, de corazn les digo: rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompae y los bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dndoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie, esa fuerza es la esperanza. Y una cosa importante: la esperanza no defrauda. Y, por favor, les pido que recen por m. Y si alguno de ustedes no puede rezar, con todo respeto le pido que me piense bien y me mande buena onda. Gracias.