Dichosos los que lavan los pies Santa Clara de Asis
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1
¡Dichosos los que lavan los pies!
1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de
Simón, el propósito de entregarle,3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que
había salido de Dios y a Dios volvía, 4se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una
toalla, se la ciñó.
5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos
con la toalla con que estaba ceñido.
Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?»
7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más
tarde.» 8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no
tienes parte conmigo.»
9 Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.»…
14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros
los pies unos a otros. 15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he
hecho con vosotros. 16 «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el
enviado más que el que le envía. 17 «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís”. (Jn 13)
“Y nadie sea llamado prior, más todos sin excepción llámense hermanos
menores. Y lávense los pies el uno al otro” (RnB VI, 3-4). Son palabras de Francisco.
“Fue de tanta humildad que lavaba los pies a las hermanas… y se los besaba” (Pro
II, 3; III,9). Son palabras que dijeron de Clara.
El pie es símbolo de la fuerza del alma, por ser el soporte de la postura
erguida característica del ser humano; por dejar huellas de las personas en los
caminos elegidos, fue objeto de ritos de purificación.
Toda deformación de los pies significaba debilidad del alma, la suciedad sus
errores, su agilidad, belleza y perfección, la fortaleza y rectitud.
Los pies calzados significan poder. Los pies descalzos vulnerabilidad. (Cf. J. Chevalier, “Pie”, en Diccionario de símbolos.)
1. “los amó hasta el extremo”
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este
mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo…(Jn 13,1)
Estamos en Jerusalén. Los discípulos y las mujeres han preparado la
celebración de la pascua. No se dice que sea la pascua de los judíos. Es la pascua de
Jesús.
“Sabiendo Jesús que había llegado su hora…”; hace notar san Juan que
Jesús es consciente de la importancia del momento. Va a dictar su testamento, va a
revelar el secreto, la clave de su venida y de su vuelta al Padre. Esa clave es la ternura
entrañable del Padre que está a punto de revelar “hasta el extremo”.
2
“…habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo.”
Amor de ternura que se entrega en la vida.
Amor que entrega la vida en la cruz.
Amor que entrega su Espíritu, resucitado.
Juan narra la escena con todo detalle:
Lavar los pies era un rito de purificación que se hacía antes de ponerse a
la mesa, nunca a media comida.
Lavar los pies era un servicio que a veces se hacía para mostrar acogida,
deferencia y hospitalidad. De ordinario corría a cargo de un esclavo no
judío.
Lavar los pies era un gesto familiar de cariño. La esposa lavaba los pies
al marido, los hijos e hijas al padre.
No se trata aquí de un servicio prestado a quien se encuentra en un apuro, un
acto de compasión exigido por la necesidad.
Es un acto libre y espontáneo. No es un acto de humildad. Es un acto creador.
Es un servicio gratuito y en cierto modo inútil. No es un acto de abnegación –
como se suele entender el hecho de servir- sino de devoción.
La misión de Jesús es manifestar la ternura del Padre, revelar su gloria.
Cuando Jesús se quita el manto, se ciñe la toalla y se arrodilla con un lebrillo en las
manos a los pies de cada apóstol, cuando se arrodilla a sus pies –a mis pies- deposita
todo el deseo de su corazón: “Con deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros
antes de subir al Padre”.
Ha llegado la hora. Pone a nuestros pies toda su disponibilidad, todo el amor
que va a desplegar en nuestro favor.
Se inclina ante cada uno… reconociéndonos como el objeto de su misión, para
hacernos dignos del perdón, del Espíritu, del abrazo del Padre.
Lo que una mujer, unos días antes había hecho con Él (cf. Jn 12,1ss),
derramar con ternura lo mejor que tenía… eso y más hace Jesús ahora con los
discípulos: va a derramar su vida como se derrama el agua, como se derrama el
perfume sobre los pies de los discípulos, sobre nuestros pies.
Judas está allí, ha medito la mano en el plato al mismo tiempo que el
Maestro… Jesús no quiebra la caña quebradiza, ni apaga la mecha que humea
débilmente. Ni siquiera le repugna arrodillarse y lavar al que le va a traicionar… Y le
lava… como borrando de antemano lo que lo cierra… y viendo en él la dignidad a la
que el Padre le llama.
“La culpa… sólo surge a la luz de la revelación cristiana, pues al mirar al
Crucificado se pone de relieve el egoísmo de lo que solemos llamar amor: en último
término, decimos un no a lo que Cristo, por amor, dijo un sí; o decimos
despreocupadamente un sí falto de amor al hecho de que él tomó sobre sí nuestros
3
pecados, limitándose a entender que es un hecho justificado por la sola razón de que
él quiso hacerlo. Precisamente esa es la causa de que Dios no pregunte al pecador
sobre su conformidad con la cruz, sino sobre su sí amoroso a lo más terrible, a la
muerte del amado.” (H. Urs von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe)
Fuerte es en verdad aceptar con responsabilidad personal, la muerte del
Hijo entregado por mí.
El acto de lavar los pies –que simbolizan la fuerza o la debilidad del alma
según estén sanos y limpios, sucios o lisiados- es como un sacramento de lo que va a
suceder en la muerte del Señor.
Jesús ya ve a los discípulos limpios, hace de ellos su ofrenda, y venera en ellos
la dignidad a la que el Padre nos llama.
Cuando Jesús lava y besa nuestros pies nos deifica: “Si alguien quisiera
comprar el amor merecería desprecio” (Cant 8,7)
“Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?»
Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más
tarde.» Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te
lavo, no tienes parte conmigo.»”
Pedro no quiere aceptar este servicio. Sabemos que quien defiende el rango del
otro está defendiendo el suyo; pero ¿quién sabe?: Pedro amaba y conocía al Maestro,
es posible que intuyera otra cosa…
«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.»
«No me lavarás los pies jamás.»
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo.»
Si es condición para tener parte con Él, Pedro quiere que Jesús le lave más que
a ninguno.
NO es un rito nuevo, se trata de “tener parte”. Se trata de dar el SÍ aceptando
que Jesús muera por mí. Porque mientras yo no acepto, no me puede lavar y presentar
al Padre.
A nosotros, como a Pedro, nos es fácil decir: “Mi vida daré por ti”, que para
aceptar que sea él quien muere por mí.
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo.»
Si no aceptas que Yo tire la vida a tus pies como el agua que se derrama, para
llevarse el polvo de sus errores, de tus caminos, para dejarte limpio…
Si no aceptas que toda la ternura de mi alma hacia el Padre se derrame sobre
tus pies como el perfume, para ungirte…
Si no aceptas que yo muera para presentarte como ¡hijo! al Padre que me ha
enviado, No serás mi hermano.
No sabrás orar diciendo Abba con piedad de hijo
No sabrás confiarte a sus brazos cuando llegue tu hora del amor
hasta el extremo.
4
Si no aceptas que yo sea para ti como el que sirve con el gozo de
inclinarse a lavar, enjugar y besar tus pies, no comprenderás nunca mis sentimientos
de entrega hasta la muerte para darte vida.
“Os he dado ejemplo”
Queda claro que no es un rito nuevo. Es un acto de amor derramando la vida a
nuestros pies, un acto de devoción hacia el Padre, devolviéndonos a él…
“Os he dado ejemplo”, Jesús revela su actitud interior hacia el Padre y hacia
los suyos. Ahora ya puede dejar su testamento -el mandamiento nuevo-: “Ámense
unos a otros como yo los he amado.”
2. Clara lava los pies
Cuando Clara lavaba los pies a las enfermas podía ser un gesto de compasión.
Cuando los lavaba a las hermanas que regresaban de recoger la limosna era un gesto
de ternura… Cuando venían de hacer la compra o de entregar el trabajo era un gesto
de devoción. Por algo le gustaba hacerlo en jueves (cf. Pro III,9).
Cuando Clara lava los pies es siempre un acto de devoción. No lo hace para
comprar el amor, sino para entregarse ella misma a los pies de todas, para expresar su
disponibilidad a dar la vida: en lo cotidiano y en lo extraordinario si llegase.
“Fue de tanta humildad que lavaba los pies a las hermanas… y se los besaba”
(Pro II, 3; III,9).
En el gesto está el anhelo del alma: asimilarse a los sentimientos de Jesús. De ahí
se entiende el hecho de perdonar inmediatamente, orar, amar, servir los que nos aman
y a los que nos ofenden, como el Señor lavó los pies del que le iba a entregar.
El que es injuriado, lave con su perdón al hermano que le injurió y preséntelo con
devoción al Padre que está en los cielos:
“Si sucede, lo que Dios no permita, que entre hermana y hermana se da en alguna ocasión motivo
de perturbación o escándalo, de palabra o por señas, la que ha sido causa de la turbación, de inmediato y
antes de que presente la ofrenda de su oración al Señor, no sólo se prosterne con humildad a los pies de la
otra pidiéndole perdón, sino que también ha de rogarle con la misma humildad que pida por ella al Señor
para que la perdone. Y la ofendida, acordándose de aquellas palabras del Señor: si no perdonaran de
corazón, tampoco su Padre celestial los perdonará (Mt 6,15; 18,35), perdone con generosidad a su
hermana toda injuria.” (RCL IX, 6-10)
Y el que es envidiado que lave con su silencio paciente los pies del que le pisa
para alzarse.
Y el que sea difamado que lave con su humildad los pies del que le ensució y robó
la túnica de su lealtad.
Y el que sea golpeado y echado fuera a la nieve fría, que lave los pies del enemigo
y salte de júbilo.
5
Clara ponía a los pies de sus hermanas la disponibilidad a dar la vida por ellas,
por el bien de sus vidas, y hasta por sus necesidades y sus miedos –el hecho frente a
la amenaza de los Sarracenos pone esto de manifiesto-.
3. “Aprendan de mí que soy manso
y humilde de corazón y encontrarán la paz”
Ser manso a ejemplo del Señor es ser amorosamente, conscientemente,
voluntariamente vulnerable. Clara se vistió de estos sentimientos hacía toda criatura:
hacia los que besan con amo y los que besan con traición; los que ofenden y los que
consuelan, los que hieren y los que curan.
Clara, como Francisco, había contemplado a Cristo dándole nombres de
humildad extrema, como: mendigo, peregrino. Ellos lo dedujeron de aquello que
Jesús mismo dice: “el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Habían
hecho experiencia de pobreza, itinerancia, del desprecio del mundo y sabían qué duro
es ser mendigo; donde sólo el Señor viene de noche, cuando nadie te espera y tardan
en abrir…
Ser abrazado por la humanidad de Jesús significará para Clara identificación de
sentimientos, la compasión, haciéndote como Él vulnerable.