Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

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COLOQUIO

CULTURAS CIENTÍFICAS Y SABERES LOCALES

Colección Ciencia, Tecnología y Cultura

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*

Roberto Pineda

Mauricio Nieto José Antonio Amaya

Pablo Kreimer Olga Restrepo Forero

Fernando Zalamea Jorge Arias de Greiff

Diana Obregón Alvaro León Casas

Cristina Barajas

*

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Diana Obregón

(Editora)

Culturas científicas y saberes locales: asimilación, hibridación, resistencia

*

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Programa Universitario de Investigación en Ciencia, Tecnología y Cultura

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© de los artículos: Los respectivos autores

© de esta edición: Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas Centro de Estudios Sociales

Programa Universitario de Investigación

en Ciencia, Tecnología y Cultura

y Facultad de Medicina

primera edición: julio del 2000

ISBN-958-8051-959

Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial

por cualquier medio sin permiso del editor.

Portada: Hugo Ávila, sobre un afiche de Nobara Hayakawa

Edición, diseño y armada electrónica: Sánchez & Jursich

Impresión y encuademación:

Litocamargo

Impreso y hecho en Colombia

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índice

7 Diana Obregón PRESENTACIÓN

21 Parte I SABERES INDÍGENAS, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA COLONIA

23 Roberto Pineda Camacho DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA EN LA NUEVA GRANADA

(SIGLOS XVI-XVII)

89 Mauricio Nieto Olarte REMEDIOS PARA EL IMPERIO:

de las creencias locales al conocimiento ilustrado en la botánica del siglo XVIII

103 José Antonio Amaya UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO

Mutis, sus colaboradores y la botánica madrileña (1791-1808)

161 Parte II CIENCIA MODERNA: CENTROS Y PERIFERIAS

163 Pablo R. Kreimer ¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?

La investigación científica, entre el universalismo y el contexto

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índice I 362

197 Olga Restrepo Forero LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

o de cómo huir de la "recepción" y salir de la "periferia"

221 Fernando Zalamea EL CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN

EN AMÉRICA LATINA: modalidades de resistencia

245 Parte III CULTURA NACIONAL EN COLOMBIA:

HIBRIDACIONES Y RESISTENCIAS

247 Jorge Arias de Greiff SABERES LOCALES DIVERSOS GLOBALIZADOS

POR UNA NECESIDAD LOCAL

258 Diana Obregón DEBATES SOBRE LA LEPRA:

Médicos y pacientes interpretan lo universal y lo local

283 Alvaro León Casas Orrego LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA

CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX

328 Cristina Barajas S. HIBRIDACIÓN CONSTANTE:

manejo de la enfermedad en una comunidad rural colombiana

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Diana Obregón

PRÓLOGO

El bioquímico e historiador británico Joseph Needham, en su em

peño por ofrecer una imagen no eurocéntrica de la historia de la cien

cia, usaba una hermosa metáfora para ilustrar la emergencia de la

llamada ciencia occidental. Decía Needham que las ciencias medie

vales de las diferentes civilizaciones del Este y del Oeste eran como

ríos que fluían en el gran océano de la ciencia moderna (Chemla,

1999: 220). Con esta imagen pretendía mostrar que no solamente

Grecia y Roma antiguas, sino también el mundo árabe, China, In

dia (y habría que añadir América precolombina) habían contribui

do de manera fluida e indistinguible a conformar una herencia de la

cual la humanidad todavía podía sentirse orgullosa. En efecto, a partir

de los años treinta del siglo XX, Needham y John D. Bernal, junto

con otros científicos británicos y europeos, compartían su preocu

pación por las relaciones demasiado estrechas de la empresa cientí

fica con regímenes antidemocráticos e intereses militares (Petitjean,

1999; Halleux, 1995). En consecuencia, estos científicos, socialis

tas unos y liberales otros, dedicaron sus vidas a luchar por una cien

cia que se mantuviera fiel a los, según ellos, ideales originales de la

ciencia como una empresa para el bienestar y la felicidad públicas.

El humanismo científico de Needham, así como el de George Sarton,

uno de los primeros historiadores que se propuso una historia de la

ciencia que incluyera a toda la humanidad, estaba marcado por la

creencia en la unidad de la naturaleza y en la unidad de la humani

dad, que se reflejaban a su vez en la unidad de las ciencias (Raina,

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8 / Diana Obregón

1999: 2). De ahí el proyecto histórico que se propuso Needham:

demostrar que la antigua civilización china había producido un cú

mulo de sofisticados conocimientos científicos y técnicos que pos

teriormente habían ido a parar en el gran océano de la ciencia occi

dental moderna.

Como se ha indicado (Elzinga, 1999: 91), el empeño de Needham

rindió ampliamente sus frutos. El que en culturas diferentes de la

europea hubiera importantes tradiciones científicas antes y después

de la llamada revolución científica del siglo XVII es, hoy en día, un

hecho familiar para muchas audiencias, particularmente para aque

llas con acceso a la televisión. Entretanto, la historiografía de la cien

cia sufrió lo que se denominó el "giro social" en los años sesenta y

setenta del siglo XX; esto es, las dimensiones sociales del crecimiento

y del cambio científicos comenzaron a ser examinadas de manera

sistemática. Muchos han querido derivar estas transformaciones de

la obra de Kuhn, pero sin duda este viraje tiene sus raíces en obras

anteriores: por ejemplo, y de manera notable, en el estudio sobre la

sífilis del médico y microbiólogo polaco Ludwik Fleck (1935-1979),

en quien Kuhn no solamente se inspiró, sino de quien tomó ideas

centrales (Obregón, 1999; Restrepo, 1995). De manera aún más ra

dical, la sociología del conocimiento científico ha examinado el ca

rácter local y socialmente contingente de todo conocimiento cientí

fico y los estudios culturales y feministas han enmarcado el análisis

de la ciencia dentro de una crítica más general de la modernidad.

La universalidad aparece entonces como construida a partir de

saberes circunscritos a laboratorios, talleres y a situaciones especí

ficas. La universalidad de la ciencia no hubiese sido posible sin la

internacionalización de las actividades científicas y ésta a su vez no

hubiese sido posible, entre otros factores, sin la estandarización de

pesos, medidas, nomenclaturas y unidades, proceso que consiguió

un considerable avance a finales del siglo XIX (Crawford, 1992: 40).

Este proceso de construir sistemas de conocimiento a través de es

trategias para crear equivalencias y conexiones que permiten que

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Prólogo I 9

saberes aislados y heterogéneos sean movidos en el tiempo y en el

espacio para ser aplicados en otros tiempos y lugares, como han in

dicado Latour (1987) y más recientemente Turnbull (1993/1994),

ha sido la estrategia fundamental de la construcción de la ciencia

contemporánea. La elaboración de teorías científicas implica la re

conciliación y la integración de puntos de vista disímiles. Cada ac

tor, grupo, lugar o laboratorio ostenta un punto de vista local, una

verdad parcial conformada por prácticas locales, creencias locales,

recursos locales, constantes locales, resultados locales que no pue

den ser completamente verificados en todos los lugares. En la agre

gación de todos estos puntos de vista radica la fuerza y el poder de

la ciencia (Turnbull, 1993/1994). De esta manera se devela el mis

terio de las grandes teorías totalizadoras, universales, patrimonio de

la ciencia occidental.

A la luz de estos análisis, el célebre dilema planteado por Need

ham, a saber, por qué la ciencia moderna no se originó en China, o

en cualquier otro lugar del planeta, resulta innecesario o incluso

carente de sentido (Elzinga, 1999: 76; Cueto, 1995: 10). La revolu

ción científica aparece como un acontecimiento histórico particu

lar, ligado a circunstancias sociales peculiares, y la idea determinista

de una humanidad caminando en una misma dirección hacia el pro

greso bajo la égida de la superioridad europeo-occidental ha sido

también datada históricamente. En nuestros tiempos, la ciencia ya

no encarna los ideales de verdad, bondad, racionalidad y libertad que

le adjudicó no solamente el credo positivista y liberal, sino también

el marxista. En estas circunstancias, proyectos como el de escribir

una gran historia general de la ciencia que incluyera a toda la hu

manidad, tal como en sus tempranos años propuso la Unesco bajo

el liderazgo de Julián Huxley y la orientación de Lucien Febvre, han

cedido el paso a análisis más localizados de la ciencia en diferentes

temporalidades y geografías.

En América Latina, a falta de un proyecto de inspiración needha-

miana que estudiara en su totalidad las grandes civilizaciones ame-

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10 / Diana Obregón

rindias, los estudiosos de estos temas hemos asumido una cómo

da división del trabajo: los antropólogos se han encargado de exa

minar las llamadas etnociencias, siendo incas y mayas los más es

tudiados, mientras que los historiadores y los sociólogos (también

las historiadoras y las sociólogas, desde luego) hemos preferido ex

plorar temas como la introducción de las ciencias modernas a partir

de la obra de los ilustrados viajeros y naturalistas del siglo XVIII y la

construcción de las ciencias nacionales vinculadas al surgimiento

de los estados nacionales en los siglos XLXyXX. Quizás por ello, los

temas han girado en torno a la asimilación de los paradigmas mo

dernos, sea linneano, newtoniano, darwiniano o relativista, con fre

cuencia escamoteando el análisis del problema del colonialismo y

del imperialismo cultural ligado a estas transferencias de conoci

miento, o de los intereses de clase nacionalistas de las burguesías

locales patrocinadoras de los proyectos nacionales de ciencia. Por

lo demás, como indican Cueto y Cañizares (1999: 49), a América

Latina no puede colocársele sin más el rótulo de "no-occidental"

sin introducir muchos matices, en lo cual se encuentra un llama

do a abordar el problema en toda su complejidad. Visiones dema

siado negativas de la historia de la ciencia en América Latina han

cedido el paso a la indagación de ejemplos históricos de "excelen

cia científica" (Cueto, 1989), que permiten no sólo a los historia

dores sino a los científicos que ejercen cargos de política científi

ca conseguir legitimidad para el ejercicio de hacer historia de la

ciencia, en un caso, y, en otro, trazar estrategias para el desarrollo

científico. La legitimidad del tema de la historia de la ciencia en

América Latina ha sido lograda, y el modelo de desarrollo (o más

bien de subdesarrollo) basado en la imitación de los países in

dustrializados y en la premisa de la importación de ciencia y tec

nología ha sido seriamente puesto en cuestión (Escobar, 1995). De

tal manera que las condiciones están dadas para que los científi

cos sociales asumamos una actitud menos cientificista a la hora de

abordar estos temas.

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Prólogo / 11

El conjunto de ensayos que conforman este libro corresponde a

una selección de las ponencias presentadas en el coloquio que con

el nombre de Culturas científicas y saberes locales: ¿asimilación, hi

bridación, resistencia? organizó el Programa Universitario de Inves

tigación en Ciencia, Tecnología y Cultura de la Universidad Nacio

nal de Colombia, en noviembre de 1997. Estos trabajos, aun siendo

bastante diversos en temporalidades, temas y puntos de vista, tra

tan el problema de las tensiones entre las culturas científicas con

sus pretensiones de universalidad y los saberes locales que por de

finición estarían limitados a circunstancias particulares de tiempo

y de lugar. Esta colección de ensayos contempla el problema de la

correlación entre la expansión europea y norteamericana y la mundia

lización de la ciencia y la tecnología para el caso de algunos países

latinoamericanos. La mayor parte los artículos se refieren a Colom

bia, pero también se incluyen algunos análisis de Argentina, Chile,

Perú y México. Asimismo, se examina aquí cómo las modalidades

que la mundialización de la ciencia ha adoptado históricamente in

fluyen en la forma y contenido de la ciencia y de las instituciones y

representaciones de la ciencia contemporánea. Los tres artículos de

la primera parte se refieren a las diversas percepciones que los eu

ropeos tenían de los saberes locales indígenas del Nuevo Reino de

Granada, así como a la imbricación entre ciencia y política en el

periodo colonial. Roberto Pineda describe el encuentro de los con

quistadores españoles con las creencias religiosas de los indígenas

a partir del siglo XVI y su interpretación de las religiones amerindias

como obra del demonio. Por tanto, los objetos indígenas eran vistos

como símbolos satánicos a los que había que destruir, y los caciques

eran percibidos como la materialización del mismo diablo. En estas

circunstancias, los colonizadores españoles no desarrollaron un in

terés coleccionista, actitud que impidió a los españoles fundar tem

pranamente una antropología moderna. A partir de la obra del pa

dre José Domingo Duquesne, de finales del siglo XVIII, la percepción

demoníaca de los objetos indígenas fue sustituida por el interés

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12 / Diana Obregón

estético o de coleccionista. Esta nueva mirada, sin embargo, no re

emplazó a la anterior sino que se sobrepuso a ella como en un pa

limpsesto. En el temprano siglo XIX, los objetos previamente sa

tanizados hicieron su tránsito hacia el Museo de Historia Natural,

donde fueron sacralizados como antigüedades y reliquias de la nue

va historia patria, sin que, de otra parte, se modificara la percepción

del indígena como salvaje y pobre a quien era preciso educar y dis

ciplinar. Del trabajo de Pineda se desprende la continuidad de la

percepción de conquistadores y colonizadores españoles de los si

glos XVI hasta comienzos del XVIII con la mirada ilustrada y racional

de los criollos de finales del siglo XVIII y del XLX. Mientras que, para

unos, los saberes religiosos locales eran demoníacos y debían ser

destruidos a toda costa, para los otros, aquéllos se convirtieron en

objeto de un culto petrificado que ha contribuido, aún hoy, a man

tener en el margen a las poblaciones indígenas.

Mauricio Nieto explora el caso de la historia natural española de

finales del siglo XVIII como una empresa central en el empeño euro

peo de conquistar el mundo, donde ciencia, política y economía fue

ron inseparables. A través del análisis de la descripción de algunas

plantas medicinales americanas por parte de Hipólito Ruiz, uno de

los naturalistas españoles a cargo de la Real Expedición al Nuevo Rei

no de Perú y Chile, Nieto explica el descubrimiento de nuevas es

pecies como un proceso de traducción de saberes locales indígenas

a la botánica ilustrada española. Los viajeros, con el nombre de des

cubridores, se hicieron portavoces de un conocimiento ya existente.

De la visión de los románticos y heroicos naturalistas en las selvas

americanas se pasa a la de los hábiles recolectores de plantas y de

saberes que, a diferencia de los habitantes de América, tienen el

interés y están en capacidad de enviar su información a Europa, de

cotejarla con una taxonomía ya establecida y de difundir los benefi

cios que de tales plantas se derivan. Todo este complejo proceso por

supuesto se adelantó sin reconocimiento alguno de quienes habían

sido los originales portadores de estos conocimientos, para cuyas

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Prólogo I 13

tradiciones estuvieron reservados los calificativos de irracionales,

salvajes y supersticiosas.

José Antonio Amaya, quien sitúa su análisis en el mismo perío

do y en el mismo tema de la historia natural, examina las complejas

relaciones de la expedición de José Celestino Mutis con la botánica

española entre 1791 y 1808, lapso rico en acontecimientos políticos

y científicos tanto en Santafé como en Madrid y Cádiz. A diferencia

de lo que muchos han afirmado, en este artículo se describe a un

Mutis sin mayor talento como maestro que, no obstante, estuvo al

tanto y estimuló las actividades políticas de su adjunto Francisco

Antonio Zea y de su sobrino Sinforoso Mutis Consuegra. Aún más,

la posterior deportación de estos jóvenes aprendices a Cádiz por ra

zones políticas le acarrearon ciertos beneficios al mismo Mutis,

apurado por la demora de su envío a Madrid de la Flora de Bogotá.

Las contrariedades de Mutis en sus difíciles relaciones con la botá

nica española del momento, le hicieron concebir la idea de una cien

cia autónoma respecto de la metrópoli, proyecto que no alcanzaría a

culminar. Lo cierto es que la expedición de la Nueva Granada, a

diferencia de aquellas enviadas al Perú, Chile y México, estuvo prác

ticamente ausente de la publicación de nuevas especies en Madrid

y de la contribución con semillas americanas a las siembras del Jar

dín Botánico del Prado. Cabría señalar, como ha indicado Amaya en

otra parte (Amaya, 1992) y como señala Olga Restrepo en este mis

mo libro, que la autonomía que deseaba Mutis para la botánica neo-

granadina lo era respecto de España, pero no lo era respecto de la

sistemática linneana, que gracias a corresponsales como Mutis se

convirtió en saber "universal".

La segunda parte de esta colección explora más de cerca el tema

insinuado en la primera parte sobre las relaciones entre centro y pe

riferia en la historia de la ciencia. A partir del análisis de tres labo

ratorios de biología molecular ubicados en Londres, París y Buenos

Aires, Pablo Kreimer propone el concepto de tradición científica que

permitiría analizar en el largo plazo generaciones de científicos que

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14 / Pablo R. Kreimer

construyen sistemas colectivos de identificación. La idea de la "ex

celencia científica en la periferia" de Cueto (1989) resulta adecuada

para examinar casos puntuales de científicos que habrían contribui

do al avance de los conceptos en un tema específico de investigación,

como en los casos de Monge en el Perú o de Bernardo Houssay en la

Argentina. En cambio, cuando se examina el nivel institucional no

puede dejar de percibirse tanto el carácter periférico de tales prácti

cas, como las rupturas generacionales que ponen en entredicho la

construcción de verdaderas tradiciones investigativas en América

Latina. En el caso de la biología molecular argentina, Kreimer seña

la dos características: se trata de una ciencia hipernormal en el sen

tido de que se circunscribe a la investigación de un fenómeno parti

cular hasta en sus más mínimos detalles, perdiendo la visión de

conjunto del problema. En segundo lugar, esta práctica científica

resulta funcional para el laboratorio inglés que investiga sobre el mis

mo tema, con quienes los argentinos mantienen estrechas relacio

nes que permiten a la ciencia central ir elaborando el mapa comple

to del problema bajo investigación.

Por el contrario, Olga Restrepo coloca el énfasis del análisis

en los contextos locales del conocimiento y rechaza las categorías

empleadas por muchos historiadores, según los cuales la ciencia de

América Latina no puede ser sino "periférica", "atrasada", "simple

reproducción" o "copia" del original. La ciencia no puede ser sino

local o, más bien, las investigaciones, antes de convertirse en cien

cia, no pueden ser sino locales, se mueven en el terreno de lo inse

guro, lo probable, lo dudoso, lo contingente. Adoptando una pers

pectiva reflexiva, Restrepo advierte que las construcciones que

hacemos los historiadores acerca de la ciencia se convierten en "ca

jas negras", en verdades que se vuelven como bumerangs contra

nosotros mismos al ser convertidas en política científica.

Algunos de los problemas planteados por Kreimer y por Restrepo

pueden ser resueltos a la luz de la pragmática peirceana como ad

vierte Fernando Zalamea. En efecto, Zalamea examina el caso de

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Prólogo I 15

Charles Sanders Peirce (1839-1914), creador del pragmatismo nor

teamericano, cuya obra fue calificada en su momento de "extrava

gante", "dispersa" y "desordenada" y fue relegada como periférica

porque contrariaba importantes intereses profesionales de los círcu

los académicos norteamericanos. Durante mucho tiempo la difusión

de la obra lógica de Peirce encontró resistencias de orden concep

tual y metodológico; en las últimas dos décadas, sin embargo, se ha

empezado a publicar y a considerar seriamente. De otra parte, Za

lamea argumenta que el realismo peirceano admite la unificación de

lo diverso, pero al mismo tiempo permite incorporar esta heteroge

neidad en un sistema coherente que recupera la universalidad. De

esta manera, con la lógica peirceana se superaría la disgregación

localista y los relativismos extremos típicos de muchos discursos

postmodernistas. En particular, la pragmática peirceana se eviden

cia como una perspectiva fértil para comprender los problemas de

las resistencias e hibridaciones de la transculturación en América

Latina.

Los cuatro artículos de la tercera parte de este volumen se refie

ren a la formación de una cultura científica nacional en Colombia.

Jorge Arias de Greiff, en un interesante trabajo, muestra (literalmen

te) cómo diversos saberes locales (inglés, alemán, belga, norteameri

cano) confluyeron en la elaboración de los sofisticados diseños de lo

comotoras para trochas de vía angosta con destino a los formidables

Andes colombianos. Arias de Greiff trastoca las concepciones al uso

acerca de centro y periferia en materias tecnológicas: el ingeniero

inglés Paul C. Dewhurst diseñaba estas locomotoras desde Colom

bia, país que se convirtió así en el centro del conocimiento tecnológi

co ferroviario de vía angosta a comienzos del siglo XX. Los diseños de

Dewhurst influenciaron aquellos de las locomotoras que se constru

yeron en la India y Suráfrica en esos años.

Los últimos tres artículos tratan de médicos, medicina, enfer

medades y salud pública. En cuanto a mi propio trabajo, a través de

una serie de debates que adelantaron los médicos colombianos y los

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16 / Diana Obregón

pacientes de lepra a finales del siglo XKy comienzos del XX, explico

cómo se formó un saber científico "universal" en torno a la lepra y

cómo los pacientes argumentaron en contra de ese saber desde sus

propias perspectivas locales. Centrándose en el mismo período del

trabajo anterior, Alvaro Casas examina el problema del abastecimien

to y evacuación de las aguas en la ciudad de Cartagena y el conflicto

entre los médicos higienistas, que monopolizaban el tema de la sa

lubridad pública y ostentaban un fuerte poder local, y los ingenie

ros sanitarios que podían argumentar la posesión de un conocimien

to más novedoso, pero eran menos poderosos en el juego local de

intereses.

Finalmente, la cuestión de la hibridación entre las culturas cien

tíficas y los saberes locales no es un problema del pasado, sino que se

presenta constantemente en las sociedades latinoamericanas. Por ello

se ha incluido en esta colección un artículo de Cristina Barajas que

describe cómo los conocimientos médicos locales se combinan con

los saberes médicos occidentales en una comunidad rural colombia

na. En una forma constante y compleja, se establecen hibridaciones

de las denominaciones, los signos, los significados y las acciones en

un intento por buscar respuestas frente a los dilemas que plantean

las enfermedades.

Por último, es preciso reconocer a las instituciones y personas

que colaboraron tanto en la organización del coloquio como en la pu

blicación de este libro. En primer lugar, a los miembros del comité

académico, José Antonio Amaya, Jorge Charum, José Granes, Olga

Restrepo y Clemencia Tejeiro, quienes en las reuniones del Semi

nario Permanente sobre Ciencia, Tecnología y Cultura concibieron

la idea de llevar a cabo este tercer coloquio, después de un primer

encuentro general sobre el tema (Restrepo y Charum, 1996) y de una

segunda reunión sobre ciencia y representación (Amaya y Restrepo,

1999), libro publicado en esta misma colección. Deseo también agra

decer en el antiguo CINDEC de la Universidad Nacional a Carmen

Alicia Cardozo de Martínez y a Afife Mrad de Osorio, quienes fue-

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Prólogo I 17

ran directora y subdirectora respectivamente, y a Diógenes Campos

y a Felipe Lanchas, quienes las reemplazaron en esos cargos; todos

ellos (y ellas, por supuesto) apoyaron decididamente la puesta en

marcha de este evento. Asimismo, agradezco al ICFES el auxilio fi

nanciero que hizo posible la presencia de Pablo Kreimer en Bogotá,

y a Mónica Brijaldo y a Nydia Cardona por su invaluable colabora

ción para superar con éxito los diversos obstáculos que suelen pre

sentarse en estos casos.

En segundo lugar, debo agradecer a Fernando Zalamea, direc

tor de la División de Investigación de la sede de Bogotá de la Uni

versidad Nacional, a Alvaro Camacho y a Rodrigo Pardo, decano y

vicedecano de la Facultad de Medicina respectivamente, a Telmo

Peña, decano de la Facultad de Ciencias Humanas, y a Jaime Arocha,

director del Centro de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias

Humanas, por su apoyo a la edición de esta colección.

Referencias

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Grenade. Histoire de la Botanique dans la vice-royauté espagnole

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18/ Diana Obregón

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Prólogo I 19

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Parte I

Saberes indígenas, ciencia y política en la Colonia

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Roberto Pineda Camacho

DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA

EN EL NUEVO REINO DE GRANADA (SIGLOS xvi-xvm)

Introducción

El descubrimiento de América hizo tambalear ideas fundamentales de la antropología europea medieval, basadas en las tradiciones aristotélica y tomista. Los conquistadores, misioneros, teólogos y otros doctores se interrogaron acerca de la naturaleza de este Nuevo Mundo y sus extraños seres y hombres. Los hombres, en particular, ¿eran gente o "monas"? ¿De dónde provenían? ¿Eran también descendientes de Adán? ¿Tenían orígenes diversos? Sus interrogantes y discusiones comprendieron otros apasionantes temas sobre el verdadero lugar del paraíso y la naturaleza de las religiones americanas y los monumentos aborígenes: ¿se encontraba el paraíso en América? ¿Las religiones americanas eran una mimesis diabólica de la cristiana?

La nueva experiencia fue, como era de esperarse, leída a partir del Génesis y de la etnología mosaica. Entonces se pensaba que Adán había sido creado por Dios, a su imagen y semejanza, en un período histórico reciente; se creía firmemente en la historicidad del Diluvio, el Arca de Noé y la dispersión de sus hijos (Cam, Sem, Jafet) por toda la tierra. Se pensaba que la diversidad lingüística era consecuencia de la caída de la Torre de Babel, y que la dispersión de lenguas fue un verdadero castigo divino por las vanas pretensiones humanas de alcanzar el Cielo, en la muy humana tendencia de competir con la Divinidad. A pesar de la unidad en torno al modelo mí-

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tico, las interpretaciones tuvieron variaciones y hubo grandes des

acuerdos acerca de los pormenores y los detalles.

A finales del siglo XV, la idea de la omnipresencia del Diablo se

apoderó de Europa y en particular de los reinos de Castilla y de

Aragón: la creencia en la presencia del Ángel Caído no era en reali

dad nueva, pero la lucha contra los infieles de Granada y Andalucía

la convirtió en una verdadera obsesión. Algunas de las mentes más

ilustres de su época se dedicaron a pensar y representar al Maligno.

La gente convivía con el Demonio, lo palpaba, lo sentía; el Mal se

ducía a hombres y a mujeres, los cuales pactaban con el diablo cier

tos beneficios. Lucifer era una verdadera peste, de la que no era fácil

escapar o al menos permanecer indiferente. La Iglesia debía estar

alerta ante su insidiosa e imprevisible influencia.

La España del siglo XVI enfrentó al Demonio y a la modernidad de

manera simultánea. Su antropología expresa esta doble tensión que

se reflejó en sus pensadores, ingenieros navales, matemáticos, cro

nistas y misioneros. Pero su obstinada lucha contra la Reforma y los

príncipes heréticos propició que su antropología se convirtiese cada

vez más en una demonología, al menos en algunos de sus reinos ame

ricanos. Sostenemos que en el siglo XVI los españoles pudieron haber

fundado la antropología moderna, y de hecho se avanzó en este senti

do pero los constreñimientos ideológicos la orientaron en otra direc

ción porque el Nuevo Mundo se percibió en el ámbito -como se men

cionó- del problema del Mal. Se desarrolló en España y en América

una "ciencia" del Mal apasionante que merece aún ser estudiada en

profundidad, porque constituye un objeto legítimo al cual consagra

ron sus fuerzas algunos de los mejores hombres.

Este ensayo se concentra en la descripción y el análisis de las

representaciones y actitudes de los españoles y criollos letrados con

relación a las religiones amerindias en la Nueva Granada, y en par

ticular respecto a los diversos objetos producidos por las culturas

indígenas, encontrados en sus templos, casas y sitios funerarios. De

manera similar a otras regiones de América, estos objetos fueron

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 25

resignificados como "ídolos del diablo", y sometidos a un discurso

y práctica que los percibió como la manifestación misma del Mal, y

en cuanto tal fueron sistemáticamente destruidos, exorcizados, fun

didos y confiscados a sus propietarios y antiguos poseedores. Aun

que algunos de ellos no dejaron de ser admirados, esta actitud difi

cultó que se formasen no sólo colecciones sino que se constituyese

en la Nueva Granada un espíritu coleccionista, lo cual, a su vez, im

pidió la conformación de un saber positivo sobre los "colonizados".

Solamente hasta finales del siglo XVIII encontraremos en los pa

sillos de la Casa Virreinal de Santafé de Bogotá algunas momias

provenientes de Ocaña, las mismas que prefiguran los Gabinetes de

Curiosidades y la existencia de un tenue espíritu coleccionista que

por entonces se apoderaba de Europa. Esta situación coincide, tam

bién, con la primera defensa del patrimonio histórico de la ciudad,

por parte del criollo Moreno y Escandón. El polémico oidor se opu

so a la demolición de la ermita del Humilladero argumentando que

se trataba de una "memoria" de la Conquista; los dominicos pre

tendían, por su parte, demolerla para construir allí su iglesia (Du

que, 1996: 43).

Los discursos y las prácticas frente a las "antigüedades" no fue

ron, sin embargo, uniformes. La antropología colonial no se reduce

a un discurso sobre el diablo, sino que se "inventaron" otras narra

ciones que simultáneamente coexistieron y circularon en los cole

gios y monasterios. En el Nuevo Reino tomó fuerza la idea de que el

Paraíso estuvo en América, en particular en nuestro territorio, y la

convicción de que gran parte de los monumentos indígenas - e in

cluso parte de sus costumbres- fueron las huellas de la peregrina

ción de santo Tomás y el fruto de sus enseñanzas. A finales del siglo

XVIII, estas ideas no habían perdido fuerza todavía, aunque se esta

ba forjando una nueva concepción de nuestros orígenes y de la iden

tidad americana.

En las postrimerías del siglo XVIII, en efecto, el padre José Do

mingo Duquesne y el sabio Caldas promovieron los primeros estu-

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dios sobre las antigüedades neogranadinas mediante la recolección y

representación de ciertos objetos indígenas. Duquesne coleccionó di

versos objetos votivos que la comunidad indígena de Gachancipá guar

daba en una cueva sagrada próxima a dicha localidad; entre ellos, se

destaca un supuesto calendario de los muiscas que fue utilizado por

Alejandro von Humboldt en sus especulaciones sobre los calendarios

americanos. Por su parte, Caldas resaltó el interés de estudiar las "rui

nas de San Agustín" y describió algunos de los monumentos incas

localizados en el Ecuador. Inmediatamente después de la Indepen

dencia, Matiz y Céspedes asumieron la tarea de describir con más

detalle los monumentos agustinianos y se albergaron diversas anti

güedades neogranadinas en el Museo Nacional.

Las tumbas y los bohíos del diablo

Corría el año de 1514, cuando las huestes de Pedrarias de Ávila se

internaron en la tierra firme de Santa Marta, antes de dirigirse a San

ta María la Antigua del Darién. Entonces, de acuerdo con Pascual

de Andagoya, los expedicionarios excavaron algunas tumbas y pro

cedieron a extraer ciertas piezas con figuras de animales:

Quiso saber el secreto de la tierra y entrando cierta capitanía

de gente dieron en cierto pueblo, desamparando los indios sus ca

sas: se les tomó algún despojo y se halló cierta cantidad de oro en

una sepultura. La gente desta tierra son casi a la manera de los de

la Dominica; son flecheros y de yerba. Aquí se hallaron ciertos pa

ños y las sillas en que se sentaba el demonio, figurado en ellas de

la manera que a ellos les parecía y hablaban con ellos, tomaban la

figura de él y la ponían en sus paños (Andagoya /l547/1986: 84).

Asimismo, desde los primeros años de la fundación de Santa Mar

ta, en 1526, su gobernador, García de Lerma, implantó un ventajoso

intercambio con los indios de la región, en particular con sus caciques:

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al visitarle le traían "mucho oro u joyas", las cuales -de acuerdo con

Juan Cueto y otros vecinos de Santa Marta, sus contradictores- "ama

saba solo para sí", sin compartir con sus huestes y vecinos.

En 1530, el gobernador ordenó que las sepulturas taironas "po

drían sólo abrirse con su permiso personal", para salvaguardar pre

suntamente los derechos del rey (Reichel-Dolmatoff, 1997: 7). Pero

García de Lerma, según la Memoria redactada por Juan de Cueto y

otros vecinos en 1537, también promovía subrepticiamente el saqueo

de las tumbas de forma desaforada "y antes que nadie supiese el aviso

de las sepulturas, él sacó secretamente muchas y las mas rricas de

todas porque truxo dos canteros de Castilla que se las sacaban con

otros muchos criados suyos que el tenya y gente que él alquilaba, y

desta manera saco mas de quinze días que lo trayan a costales" (Cueta

/1537/, en Relaciones, 1916: 47).

Con este proceder, el gobernador profanó, en pocos años, casi

todas las sepulturas "a la redonda,... porque no las avya syno a medya

legua de aquí de Santa Marta, porque heran enterramientos anti

guos, porque en toda la tierra no se ha hallado cosa semejante..."

(Cueta/1537/, enRelaciones, 1916: 47).

Unos pocos años después, al sur de Santa Marta, en los alrededo

res de Cartagena, las huestes de Heredia asaltaron y destruyeron gran

des pueblos nativos, apoderándose de sus mujeres y pertenencias. En

1534, cuando Pedro de Heredia recorrió por primera vez la región del

Sinú, hizo circular, de manera astuta, el rumor de que sus caballos

comían oro, obteniendo de esta manera que algunos caciques - teme

rosos ante la presencia de este insaciable caníbal- le entregasen

"chagualas" -o figuras orfebres- para sus animales. En las tierras del

cacique Finzenú, Heredia y sus hombres encontraron grandes tem

plos llenos de "ídolos" revestidos con oro, y descubrieron enormes

túmulos funerarios, claramente visibles en el paisaje.

[...] Al cabo de aver pasados grandes arcabucos y ciénagas

fyimos a dar en un pueblo que se dezia el Cenú, a donde se tomó

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un yndio que tenya cargo del oro del cacique, y pidiéndole que

nos diese oro mostrónos en el arcabuco dos habas de oro que

nosotros llamamos caxas, en las quelas hallamos mas de XX mil

de oro fino, sin mas de xv mil pesos que hallamos en un buhío

que ternya mas de cien pasos en largo, que eran de tres naves,

que llamaban los yndios el buhio del diablo, a donde estaba una

hamaca muy labrada, colgada de un palo que estaba atravesado,

el qual sostenía en los hombros quatro bultos de personas, dos

de hembras y dos de machos, y encima de la hamaca donde dezian

que se venya a echar el diablo, estaban las dichas havas, y en este

bohío avia sus guardas para que no entrara todos los yndios en el,

y verdaderamente hablan los yndios con el diablo, y por hay en

los pueblos buhíos para ello e yndios que se llaman piaches, para

hablar con ellos (Heredia/1533/, en Relaciones, 1916: 13-14).

Los españoles no quedaron satisfechos; interrogaron a un nati

vo sobre los lugares donde presumiblemente se encontraba el oro,

el cual "dixonos que cavásemos en un montón de tierra que era

sepoltura dellos, de las quales avía gran cantidad, y sacamos del mas

de X mil pesos de oro fino, y dezianos el yndio que cavásemos y que

sacaríamos mas" (Heredia/1533/, en Relaciones, 1916: 14).

Entonces comenzó el saqueo sistemático de las tumbas de Gran

Cenú, verdaderas, a juicio de los españoles, sepulturas del diablo,

cuya riqueza orfebre despertó aún más la codicia de los peninsula

res, enloqueció a los pobladores de Cartagena y produjo una cala

mitosa inflación en los precios de la recién fundada ciudad de

Cartagena de Indias.

Los sucesos del Sinú abrieron serias e irreparables heridas en

tre los conquistadores. Se acusó, posiblemente con fundamento, a

Heredia de apoderarse de gran parte del tesoro, mediante diversas

triquiñuelas, y de burlar los derechos del rey al no pagar los debidos

quintos del oro fundido. Desde entonces la suerte de Heredia cam

bió: fue sometido a un severo juicio de residencia y enviado a Espa-

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ña. Durante su viaje de regreso, su nave naufragó y nuestro triste

mente célebre fundador de Cartagena sucumbió en la mar. No faltó

gente que atribuyese esta desgracia a su codicia excesiva y a la pro

fanación de las sepulturas del diablo, según enseñaban la misma tra

dición cristiana y diversos doctores de la Antigüedad que condena

ban la avaricia y codicia de los ladrones y saqueadores de los difuntos.

Pero los peninsulares también advirtieron la presencia e influen

cia del diablo en las costumbres, prácticas religiosas, casas y aldeas

de los indios, e incluso en sus propios cuerpos u atuendos. Por ejem

plo, cuando las huestes penetraron en el río Cauca, encontraron nu

merosas aldeas, cuyas casas principales estaban rodeadas de cala

veras, manos y otros restos humanos.

Según Cieza de León, por ejemplo, "a la puerta de las casas de

los caciques (de la Provincia de Picara) hay plazas pequeñas, todas

cercadas de las cañas gordas, en lo alto de las cuales tienen colgadas

las cabezas de los enemigos, que es cosa temerosa de verlas según

están muchas, y fieras con sus cabellos largos, y las caras pintadas

de tal manera que parescen rostros de los demonios" (Cieza de León,

1962: 83-84). Asimismo, el cronista nos indica la presencia de bo

híos del diablo, en los cuales el demonio se revelaba a los hombres

en la figura de un gran gato.

Con relación a las sociedades de Anserma, Cieza anota:

Casa de adoración no se la habernos visto ninguna. Cuando

hablan con el demonio dicen que es a oscuras, sin lumbre, y que

uno que para ellos esté señalado habla por todos, el cual da las

respuestas (Cieza de León, 1962: 82).

De otra parte, Cieza insertó una interesante "imagen de salva

jismo" en la primera edición de su obra La crónica del Perú, la cual

acompaña el capítulo XLX titulado "De los ritos y sacrificios que es

tos indios tienen y quan grandes carniceros son de comer carne". La

ilustración representa dos posibles víctimas del canibalismo, colga-

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das, cubiertas con ropa, esperando su turno para ser "sacrificadas"

por un "carnicero" que abre su pecho con un cuchillo. A un lado,

sobre una pequeña columna, está una figura del diablo que preside

la escena. En la fe de erratas, Cieza anota que las personas que es

peraban su turno, colgadas de una cabuya, estaban en realidad des

nudas, en vez de vestidas como el pudoroso grabador las había des

crito. Al lado, en la página siguiente de la edición original, se lee:

Cuando los descubrimos, la primera vez entramos en diha

provincia con el capitán Jorge Robledo, me acuerdo yo, se vieron

indios armados de oro de los pies a cabeza; y se le quedó hasta oy

la parte donde los vimos por nobre la loma de los armados (Cieza

de León, 1985: Capítulo xvm). (Véase lámina 1).

Durante la toma de la provincia de Pozo, Robledo fue gravemente

herido, lo que lo decidió a hacer guerra cruel a sus habitantes. El

mariscal y sus huestes, aliados con otros indígenas - los indios

carrapa y picara-, asaltaron las casas de los pozos, localizadas en las

partes altas de los cerros:

Los indios amigos -refiere Cieza en Las guerras- mataron

algunos de los enemigos, a los cuales comieron aquella noche, y

nosotros nos aposentamos en las casas que estaban en la loma;

eran grandes y estaban en ellas gran cantidad de ídolos de made

ra, tan grandes como hombres, en lugar de cabezas tenían cala

veras de muerto y las caras de cera; sirvieron de leña... -comenta

tajantemente el cronista- (Cieza de León, 1985: 167).

De acuerdo con la Descripción de Tenerife (19 de mayo de 1580),

los indios de la región tenían cierto tipo de señores, llamados moanes,

aunque también había moanas, "que saben curar con yerbas que

ellos saben que tiene birtud, que quitan las calenturas y otras el dolor

de cabeza y otras los dolores que tienen. Ay otros... que curan con

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 31

soplos trayéndole la mano por los brazos y cuerpo y soplando..."

(Tovar, s.f.: 331-332). Entre los diversos moanes, se destacan aque

llos que controlaban las lluvias, a través de su contacto con el dia

blo. Asimismo, los moanes amenazaban, según la relación, a sus

gentes si aceptaban la fe cristiana:

[...] Y les dicen que no se bauticen, que se enoxa el diablo

con ellos sino que se estén como sus pasados, dánles a entender

que quando byene alguna enfermedad en los pueblos quel dia

blo está enoxado por alguna cosa quel ynbenta dediles y que para

que desenoje el diablo que agan una borrachera solene, la qual

acen en el buyo del diablo que tienen echo para él aparte en el

monte, y es más galano que nynguno porque todos los estantes y

estantillos los labran y les pintan allí sapos y culebras... y otras

sabandixas y figuras mal echas (en Tovar, s.f.: 333).

De otra parte, la discusión sobre la legitimidad de la expropiación

y del saqueo se planteó desde los primeros años de la Conquista. Des

de el punto de vista legal, se consideraba como hurto el apropiarse de

joyas, oro y otros bienes de los indios que éstos hubiesen escondido

por miedo a la presencia española o por temor a su despojo. La discu

sión era, en realidad, más compleja cuando estos tesoros se encontra

ban en bohíos y templos, cuevas, labranzas, ollas, a manera de ofren

das. Fray Bartolomé de las Casas consideraba que si dichos bienes

estuviese en posesión de indígenas a los cuales no se les pudiese de

clarar "guerra justa" o que fuesen gentiles y se convirtieren a la fe ca

tólica, era ilegítimo hacerlo porque la ofrenda no es, en palabras del

padre Simón, "hacienda derrelicta, desamparada y sin dueño, pues es

su dueño el que la ofreció"1.

1 En México y en Perú la situación no había sido tampoco muy distinta. Allá los peninsulares saquearon templos y tumbas, ídolos y momias, cuyas existencia era un buen motivo para legitimar la conquista, así fuese a sangre y fuego, argumentando su naturaleza diabólica.

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El mismo padre Simón, basado en algunos pasajes de la Biblia

(v.g., "Dijo Jacob a su suegro Labán cuando buscaba los ídolos que

le habían hurtado su hija Raquel y criados: Búscalos y si los halláis,

llévatelos pues son tuyos"), concluía: "hallándose esos santuarios y

que tengan dueños, si no son cosas de precio se deben disipar y des

truir, y si lo son, deben volver a sus dueños, declarándoles no ser

aquello a quien deben adorar" (Simón, 1991, t. V: 183).

De acuerdo con Simón, este acto era legítimo cuando hubiese

guerra justa, en cuanto que "así como las personas, vidas y demás

bienes están sujetos al vencedor, también lo estará lo ofrecido a los

ídolos" (Simón, 1991, t.V: 183); asimismo cuando fuesen indios cris

tianos y con suficiente conocimiento de Dios, ya que en este caso se

trata de un verdadera idolatría, "en castigo de su apostasía e infide

lidad".

La profanación de los sepulcros estaba sancionada en la tradi

ción cristiana y en las mismas leyes de Castilla. Por lo general se con

denaba a los saqueadores de tumbas, en cuanto se consideraba que

los bienes depositados tenían el propósito de honrar la "memoria

de los difuntos". El robo de una sepultura era una falta grave de

En México, por ejemplo, se registraron saqueos sistemáticos de las tumbas desde 1522 en la isla Sacrificios y en el río Tonalá; en 1533 se le concedió al conde de Osorio, presidente del Consejo de Indias, una licencia para excavar tumbas, con el requisito del pago del quinto real. En 1587, el virrey de la Nueva España expidió una licencia con el mismo propósito: esta política se mantuvo, según Alcina Franch, hasta 1774 (Alcina, 1995: 21).

Algo similar ocurrió en el Perú. La Huaca de Lamayahuana fue saqueada con la complicidad del cacique local, quien la señaló a los españoles con la condición de que se le participase en las ganancias "para aliviar la pobreza de su pueblo, encontrándose grandes cantidades de oro". Entre 1577 y 1578, el virrey Gutiérrez de Toledo desenterró por lo menos ocho mil kilogramos de oro (Alcina, 1995: 22). Algunas huacas, como la excavada por Gutiérrez de Toledo, produjeron oro durante más de 50 años, y se evaluó su producción "en un millón de pesos".

Anorte, enlngapirca, en el Ecuador, Juan de Salazar Vills excavó, en 1560, diversas tumbas de pozo, encontrando piezas de oro, hachas, monedas de cobre, etc. (Salomón, 1987, citado en .Alcina, 1995:22).

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 33

codicia y avaricia, o un verdadero hurto. Pero en América estas disposiciones tuvieron excepciones que por lo general se convirtieron en regla. En primer término, en muchos casos -como el del Sinú-, la presencia de ricos tesoros no podía tomarse -aseveraban- como un propósito de honrar la memoria del muerto, sino como un "acto de avaricia" para que no lo gocen o usufructúen sus parientes.

Con frecuencia, los sepulcros eran tan antiguos que aparentemente no tenían ya propietarios que pidiesen su restitución. En los otros casos, argumenta Simón, sus dueños tendrían derechos a la devolución.

Tesoros de las Indias y cámaras de maravillas

Pero los objetos de los indios no sólo fueron objeto de saqueo y des

trucción. Aunque fueron resignificados como ídolos, símbolos de la

presencia del diablo o de la existencia de una religión de idólatras,

sabemos que también fueron objeto de una relativa admiración. El

arte plumario, en particular, llamó poderosamente la atención de los

peninsulares, y algunos de sus mejores logros fueron a parar a ma

nos de las cortes europeas.

Los grandes descubridores y conquistadores enviaron parte de

sus tesoros a los reyes y magnates. El mismo Colón remitió diver

sos cemíes ("ídolos" de los tainos), bancos, guacamayos, etc., a Es

paña. También envió indios "caribes", algunos de los cuales fueron

empleados (posiblemente no sin aprehensión) como esclavos o sir

vientes. Cortés, por su parte, remitió diversos objetos plumarios,

máscaras, etc., de la corte de Moctezuma. El Tesoro de Moctezuma

"inventariado y recibido por los procuradores Montejo y Hernández

Portocarrero..." salió hacia España el 10 de julio de 1519. Fue exhi

bido, ante el asombro de sus contemporáneos, en Sevilla, Toledo y

Valladolid. Cuando Carlos I se desplazó a Bruselas, en el año de 1520,

donde fue entronizado como Sacro Emperador Romano, el tesoro

fue expuesto en la gran plaza del Ayuntamiento de la ciudad. En 1522,

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34 / Roberto Pineda Camacho

el mismo Cortés remitió 260 piezas a España (plumería, mantas,

instrumentos de cuero y jade, etc.), que aún se encuentran en los

museos europeos (Alcina, 1995: 24 y ss.).

Pizarro tampoco escapó de esta conducta. Del rescate pagado por

el infortunado Atahualpa, guardó una parte para sí (entre otros, un

gran banco de oro plano) y remitió una proporción considerable al

rey.

De acuerdo con Alcina Franch, los "regalos de las Indias" (ca

sabe, hamacas, cemíes, etc.) que recibió el cardenal Cisneros -en

los primeros lustros del siglo XVI- de manos del padre Francisco Ruiz,

fueron depositados por su "eminencia" en el Colegio de la Univer

sidad de Alcalá de Henares. (Alcina, 1995: 22); con estos objetos se

constituyó uno de los primeros museos etnográficos del mundo. En

este contexto, también a mediados del siglo XVI, el virrey De Toledo

del Perú sugirió a Felipe II organizar un museo en el palacio, reunien

do los objetos de las Indias2.

2 La idea de constituir un Gabinete de Curiosidades se remonta a Felipe V, el primero de los monarcas españoles de la Casa de los Borbones. Probablemente, siguiendo el ejemplo de los monarcas franceses, organizó —en 1712- la Biblioteca Pública, en la que se coleccionaron "libros y objetos raros y curiosos de la naturaleza".

En una real orden del 9 de enero de 1713, instruyó a los virreyes, gobernadores, corregidores y otras autoridades, eclesiásticos o seculares, "pongan con muy particular cuidado toda su aplicación, en recoger cuanto pudiesen de estas cosas singulares bien sean piedras, minerales, animales o partes de animales, plantas, frutas o de cualquier otro género, que no sea muy común, sino extraordinario o por su especie o por su tamaño o por sus propiedades..." (citado en Alcina, 1995: 74-75). En 1752, Antonio de Ulloa propuso a Fernando VI conformar un Gabinete de Historia Natural, en el marco de un proyecto mayor de crear un Estudio Universal de las Ciencias, el cual abarcaba un Gabinete de Historia Natural, de Geografía y Antigüedades (Alcina, 1995: 75). Aunque Ulloa fue nombrado primer director de este Gabinete de Historia Natural, el proyectó fracasó; en 1755, renunció de manera categórica a su cargo.

Dos años más tarde, en 1757, Mutis propuso al rey la creación de un Gabinete de Historia Natural, pero al parecer la idea tampoco logró concretarse, entre otras razones porque Mutis viajó a América como médico del nuevo virrey Mesía de la Zerda. Desde Santa Fe, el sabio reiteró a Carlos III la conveniencia de la creación del Gabinete de Historia Natural y de un Jardín Botánico (Alcina, 1995: 77).

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 35

De todos modos, los regalos de las Indias, los botines de los sa

queos, etc., conformaron, junto con plantas, piedras, animales, ar

tefactos y toda clase de bizarrerías y curiosidades de la misma Eu

ropa o del resto del mundo bárbaro, las "cámaras de maravillas",

localizadas con frecuencia en corredores y salones de los palacios y

castillos de la nobleza, para el goce de su sensibilidad, mientras que

el pueblo las admiraba en los muelles, las tabernas y quizás en sus

propias casas. Estos objetos no eran meras curiosidades, sino que

estaban revestidos de una áurea mágica. Y a no ser por la Sagrada

Inquisición y la Reforma, posiblemente la misma Europa se hubie

ra inundado de lo que podríamos llamar hoy bienes chamánicos, cuya

difusión hubiese sido paralela a la del tabaco, el cacao, la papa y otros

productos que tanto bien hicieron por mejorar la calidad de vida

europea y transformaron sus sistemas agrícolas, sus dietas y sus cos

tumbres.

En efecto, como se dijo, los habitantes de las principales ciuda

des costeras españolas se agolpaban en los muelles para escuchar

las noticias de las Indias y admirar las curiosidades que de esta nueva

y maravillosa tierra llegaban en los barcos: piedras, animales, ban

cos, plantas, "caribes", etc. Algunos de ellos decidieron su viaje a

América motivados por esas primeras exposiciones públicas que ex

hibían los tesoros de las Indias. El ya mentado Pedro Cieza de León,

por ejemplo, probablemente encontró allí su primer acicate para des

plazarse a América. Y en los años sucesivos los indianos no dejaron

de sorprender a sus familias y amigos con fantásticos regalos prove

nientes de las tierras americanas.

"Lapestilencia de las idolatrías"

Cuando Gonzalo Jiménez de Quesada invadió el país de los muiscas

-guiado por la ruta de la sal- sus hombres buscaron afanosamente

multiplicar su botín, que fue inventariado de forma detallada; des

contada la parte correspondiente al rey, el fruto del saqueo se repar-

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36 / Roberto Pineda Camacho

tió entre las huestes según su jerarquía, mérito y codicia. El balance

no fue malo, de manera que esto sirvió de estímulo para proseguir

el saqueo, pese a la reacción tardía del Adelantado, que comprendió

la quimera de El Dorado.

Quesada y sus colaboradores no dudaron en aplicarle implacables

torturas al sagipa para que confesase la localización del gran tesoro

que el zipa supuestamente había escondido de los españoles.

En los años subsiguientes, y una vez establecida la Audiencia en

Santa Fe de Bogotá, por allá en el año de 1550, el interés por los te

soros y bienes de los indios se intensificó y mantuvo. Por una parte,

los frailes franciscanos veían en las piezas orfebres, el arte plumario,

los caracoles y otras piezas votivas verdaderas idolatrías, a través de

las cuales intervenía el demonio; las consideraban serios obstácu

los para la evangelización de los indios. De otra parte, muchos con

quistadores las estimaban, sobre todo, en cuanto fuente de riqueza

y consideraban que, a toda costa, debían de ser fundidas.

En 1556, las constituciones del sínodo de Santa Fe, expedidas

por el arzobispo fray Juan de los Barrios, ordenaron que todos los

santuarios existentes en los pueblos de indios, y en particular don

de ya hubiese indígenas cristianos, fuesen "quemados y destruidos",

y suplantados por una iglesia o por lo menos una cruz; algunos años

más tarde el arzobispo Zapata de Cárdenas criticó la medida, por

que de alguna forma conservaba la memoria de los santuarios o de

las idolatrías.

El sopor de la Colonia y sus intrigas fue sacudido en 1578 cuan

do los frailes franciscanos descubrieron que los indios continuaban,

con vigor, sus demonolatrías. En Fontibón no sólo existía una ver

dadera legión de jeques, sino que los hombres en trance de morir

sostenían con una mano una cruz, pero con la otra se aferraban a

sus figuras de Bochica. Y poco valían las amenazas de cortarles el

cabello -que tanta vergüenza causaba a los indios- porque de todas

manera en las goteras de Santa Fe y Tunja aquellos proseguían con

sus "supercherías".

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 37

Como reacción, se expidió una orden perentoria para que los ca

ciques entregasen de manera compulsiva -so pena de azotes y casti

gos- todas sus idolatrías. Cerca de Tunja, los misioneros registraron

minuciosamente las "idolatrías" de los indios. Ante el estupor de los

nativos, una multitud de tunjos, plumas y guacamayos disecados, "ído

los" de madera y piedra, topos, tejuelos, tejidos y otros objetos cubier

tos con hilo de algodón, etc., fueron quemados y destruidos.

En este caso -como ha sido señalado por Vicenta Cortés- los ob

jetos fueron clasificados en dos clases: aquellos susceptibles de ser

echados al fuego y destruidos in situ y aquellos remitidos a la capital

para ser fundidos (como el oro) o para ser tasados, v.g., las esmeral

das. El oro fue avaluado en 1.724 pesos y 4 tomines; se recogieron

250 piedrecitas de esmeraldas (Cortés, 1959: 399). Las piezas orfebres,

al parecer, fueron fundidas también.

Los objetos no sólo eran satanizados, sino que sobre ellos se "im

ponía una práctica eucarística". Los "ídolos" hallados en Sogamoso,

por ejemplo, fueron quemados después de una "misa mayor" entre

los indios (Serna, 1996: 74).

A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, los españoles, enca

bezados por los oidores, acusaron a los frailes de implementar una

perversa estrategia para apoderase de las "huacas" de los indios. En

realidad, lo que más les dolía era su reducida participación en el fruto

material de la extirpación; los oidores eran particularmente sensi

bles, ya que la legislación colonial no les permitía tener negocios ni

otras granjerias, pero, de hecho, las obtenían por "otros medios".

Por la relación del padre jesuita Alonso de Medrano, escrita a fi

nales del siglo XVI, sabemos que los muiscas tenían numerosos sacer

dotes y santuarios, donde hablaban al "demonio" y en los cuales te

nían tantos "ofrecimientos" en oro que "los hombres [tienen] mañas

para sacárselo aun al demonio de las uñas" (en Lloreda, 1992: 61).

Los jesuitas, que habían entrado tardíamente (1598) al Nuevo

Reino, durante el arzobispado de Bartolomé Lobo Guerrero, se vie

ron pronto confrontados con las idolatrías. En alguna ocasión "su-

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38 / Roberto Pineda Camacho

cedió, pues, que llegase a noticia de los dichos padres de nuestra

Compañía que una yndia traya, en las manos, un ydolo abominable,

hecho de algodón, que para el mesmo demonio, cuya figura era, la

qual, dijo, averio tomado a otra yndia que lo adorava. Y, dejándolo en

sus manos, se escapó sin ser vista" (en Lloreda, 1992: 67).

En relación con este suceso, un domingo por la tarde "sacaron

los padres dicho ydolo a la placa; y, predicando contra aquel error

uno dellos, fue grande el espanto que causó, así en los yndios como

en los españoles. Y se remató el sermón con entregar el ydolo al braco

seglar de los muchachos, que lo pisaron, escupieron y echaron en el

lodo; y después lo quemaron, con espanto y no poco provecho de in

numerables yndios que avían concurrido a la doctrina y a aquel es

pectáculo" (en Lloreda, 1992: 66).

Este acontecimiento causó de nuevo un gran revuelo entre las

autoridades del Reino y seguramente entre los jeques, mohanes y

gentes del común muisca. Se resolvió que el mismo arzobispo y uno

de los oidores saliesen a "averiguar, castigar y estirpar esta tan pesti

lencial ydolatría", en el área de la jurisdicción de Santa Fe. En Fon

tibón, a las puertas de Santa Fe, encontraron otra vez que se practi

caban "idolatrías" por todas partes:

[...] los ordinarios ydolos déstos, eran de oro; apenas no huvo

casa donde no se hallasen otros ydolos. Se hallaron de plumería

de varios colores, hechos con grande artificio: sacáronse aquí más

de tres mil ydolos; los de pluma se quemaron; los de oro se deshazían,

aplicando lo que se dispone por las reales leyes al real fisco; y los

demás, empleándolo en adorno de las yglesias y altares y culto de

nuestro verdadero Dios, según la determinación de San Agustín

(en Lloreda, 1992:68).

Como en otros casos, los frailes organizaron una procesión, por

todas las ermitas y cruces levantadas en Fontibón, "llevando delan

te los penitenciados".

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 39

Después pasaron a la localidad de Bosa, donde también descu

brieron "más de diez mil ídolos de oro, fuera de otros innumerables

de pluma, madera y palo. Y aquí, por medio de un cacique, se vino a

entender que en la plumería de esta tierra, de que ay grande copia y

riqueza entre los yndios, estava gran parte de sus ydolatrías y supers

ticiones. Y así, todo este género se condenó a fuego" (en Lloreda, 1992:

71), a pesar de que algunos españoles e indígenas estaban dispuestos

a pagar hasta 4.000 escudos, y que las plumerías parecían ser un pro-

metedor negocio.

La comisión no sólo penetró en las ermitas (templos) de esta

población, destruyendo y quemando sus ídolos, sino que también

desenterró las raíces de los viejos árboles, donde habían sepultado

a algunos de sus antepasados "Cavóse por sus rayzes, y halló dos

vultos grandes, de oro maciso, hombre y mujer, sentados en sus si

llas de oro; quellos dezían ser la diosa Baque y su hijo; que no poco

espanto dio a los indios averse descubierto. Y otro ydolo semejante

a los pasados, se halló también en otro árbol. Y comenzaron a dezir

los yndios, que ya echaban de ver quienes eran sus dioses mentiro

sos, pues no se avían podido ocultar ni defender de nuestros sacer

dotes" (en Lloreda, 1992: 72).

Finalmente, los extirpadores se desplazaron a Bojacá, Caxica,

Chía, Suba y otros lugares, quemando los "ídolos" y castigando a los

"sacerdotes del demonio".

El diablo se las ingeniaba de diversas formas para engañar a los

españoles. Según Simón, un español necesitado de oro se dirigió a

un paraje -aconsejado por una mujer india-, donde localizó un bo

hío en el cual se hallaba un hombre anciano de más de cien años,

rodeado de 4 o 5 muchachos muyjóvenes, no mayores de diez años,

aprendices del oficio de jeque. El anciano les ofrece llevarlos a un

santuario donde podrían satisfacer su apetito. Después de recorrer

agrestes montañas y paisajes, el sacerdote decide rociar al viejo con

agua bendita que ha preparado con algunas plantas que ha recogido

en los alrededores:

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40 / Roberto Pineda Camacho

Quiero echarle agua bendita a este viejo para que tengan buen

corazón en darnos mucho oro [había pensado]; mojó las yerbas

en el agua bendita y rociándolo, cosa maravillosa, al punto cayó el

cuerpo del viejo en el suelo y comenzó a rodar cuesta bajo como

si fuese un madero seco. De que quedaron admirados los espa

ñoles, y volviéndolo a mirar echaron de ver había muchos años

que era muerto, según estaba seco y que lo había poseído el de

monio por instrumento en quien hablaba y hacía las demás ac

ciones del hombre que vieron y también consideraron la burla que

les había hecho el demonio (Simón /1627/, 1981, t. III: 418).

La triste historia del mercader que quiso ranchear Guatavita

La laguna de Guatavita fue el mayor santuario que llamó la atención

de la codicia de los españoles. En ella, como se sabe, los caciques

realizaban diversas ofrendas con motivo, sobre todo, de la consagra

ción del cacique; dicho cacique, montado en una balsa, revestido con

polvo de oro, se sumergía en la laguna, mientras que sus ofrendas y

las de sus coetáneos se lanzaban al agua, todo con el propósito de

"ofrendar y sacrificar al demonio que tenía por su dios y señor".

[...] En aquella laguna se hiciese una gran balsa de juncos,

aderezábanla todo lo más vistoso que podían... Desnudaban al he

redero en carnes vivas, lo untaban con una lijia pegajosa y espolvo-

riaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto

todo de este metal.

[...] Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el

oro que llevaba a los pies en medio de la laguna y esmeraldas que

llevaba en el medio de la laguna, y los demás caciques que lo acom

pañaban hacían lo propio, lo cual acabado, batían la bandera que

en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento la tenían le

vantada, y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y

fototutos con muy largos corros de baile y danzas a su modo, con

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 41

la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido

por señor y príncipe... De esta ceremonia se tomó aquel nombre

tan celebrado de el Dorado, que tantas vidas y haciendas ha cos

tado (Rodríguez Freile /1636/, 1988: 103-104).

El cacique Guatavita era famoso por sus grandes "riquezas

orfebres", las que decidió esconder cuando le llegaron noticias de los

españoles:

Dijéronle al Guatavita cómo los españoles había sacado el

santuario grande del cacique de Bogotá que tenía en su cercado

junto a la Sierra y que eran muy amigos de oro. Que andaban por

los pueblos buscándolo y lo sacaban donde lo hallaban, con lo cual

Guatavita dio orden de guardar su tesoro, llamó a su contador que

era el cacique de Pauso y diole cien indios cargados de oro con

orden que lo llevase a las últimas cordilleras de los cerros que dan

vista a los llanos... (Rodríguez Freile /1636/, 1988: 147).

El cacique cumplió la orden a cabalidad: de regreso este conta-

dory sus quinientos hombres fueron "pasados a cuchillo" para guar

dar el secreto.

Parece que este fue consejo del diablo por llevarse todos aque

llos y quitarnos el oro, que aunque algunas personas han gastado

tiempo y dinero en buscarlo, no lo han hallado (Rodríguez Freile

/1636/, 1988: 147-148).

Además, se narraba que cuando llegaron los españoles los abo

rígenes ofrendaron grandes cantidades de oro en ésta y otras lagu

nas, para protegerse de esta verdadera calamidad:

Cuando se fue divulgando que entraban unos hombres bar

budos y buscaban con cuidado el oro entre los indios, sacaron

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42 / Roberto Pineda Camacho

mucho del que tenían guardado, llevándolo y ofreciéndolo en la

laguna o rogando con aquel sacrificio que les librase la cacique

de aquellos hombres que entraban en sus tierras como las de

más les solían venir, o queriendo más tenerlo ofrecido en su san

tuario que en sus casas y a peligro que lo hubiesen a la mano los

españoles. Hicieron esto algunos en tanta cantidad de oro, que

sólo el cacique del pueblo de Simijaca echó en esta laguna cua

renta cargas que llevaron cuarenta indios desde el pueblo a la la

guna, como se verificó de ellos mismos y del cacique, sobrino y

sucesor en el cacicazgo el que lo envió [...] que cuando menos

seria cuarenta quintales de oro fino... (Simón, 1981, t. III: 329).

Éstas y otras historias motivaron, sin duda, a los españoles a in

quirir sobre la riqueza de la laguna. Según Duque Gómez, fue el

mentado Cieza de León el primero que habló de su existencia. De

otra parte, se cuenta que el capitán Gonzalo de León Venero per

suadió -quizás sea mucho decir así- a su cacique para que le indi

case la existencia de los santuarios "pues era mejor servirse del oro

que tenerlo sin provecho ofrecido al Diablo" (Simón, 1981, t. III, 329).

El indio respondió, en señal de amistad y con secreto, que si des

aguaba la laguna de Guatavita obtendría una infinita riqueza.

Al parecer, el capitán Lázaro Fonte, capitán de las huestes de

Gonzalo Jiménez de Quesada, intentó desaguar la laguna, pero no

tuvo mayor éxito; el hermano de Quesada bajó los niveles de la la

guna en tres metros y obtuvo 3.000 a 4.000 pesos de oro (Lleras,

1998). Un mercader de Santa Fe de Bogotá, Antonio de Sepúlveda,

probó también suerte: obtuvo la aprobación de su empresa median

te real cédula: por medio de ella tenía derecho a obtener todo el apoyo

de la Real Audiencia y a contar con la mano de obra de los indios3.

3 Una transcripción de la capitulación entre Antonio Sepúlveda y el rey, del año 1562, se encuentra en el Boletín de Historia y Antigüedades, Academia Colombiana de Historia, 8: 235 y ss.

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 43

Sepúlveda levantó casa alrededor de la laguna; mediante una

barca sondeaba las profundidades de la misma. Al cabo del tiem

po, y con la ayuda de ingenieros y de los nativos, "abrió una boca al

desaguadero, vaciando parcialmente las orillas de la laguna, y po

niendo al descubierto "algunas joyas de oro de mil hechuras, cha

gualas o patenas, sierpezuelas, águilas, espemalada que sacaban de

entre la lama y el cieno que iban descubriendo" (Simón, 1981, t. III,

330).

Porque a cada desagüe que se iban dando, se iban hallando

mayores y más ricas piezas de oro y esmeraldas, y tal vez saca

ron una como un huevo (una ni otra báculo de obispo) hecha

de planchas de oro, y el báculo formado de las mismas canillas

de oro y otros joyas, que fue por todo hasta la cantidad de cinco

y seis mil ducados que se iban metiendo en la caja Real, por

haber sido una de las condiciones con que se había dado la li

cencia, para que se partiesen después de todo junto lo que se

sacase por la mitad el mercader y la Caja, habiéndole pagado la

costa, de la cual no había de poner el Rey alguna (Simón, 1981,

t. m, 330).

A medida que sus obras avanzaban, en efecto, se descubrieron

otras piezas, que a su vez estimulaban la codicia del mercader. Pero

sus esfuerzos se vieron truncados con la llegada de las aguas de in

vierno, que desbarrancaron las orillas y dieron al traste con sus obras

taponando las salidas del desagüe. Sin los recursos suficientes y cada

vez más agotados, el mercader tuvo que darse por vencido: "Y así le

fue forzoso dejar la ranchería y labor e irse a morir a un hospital, sin

haberle quedado caudal para otra cosa, no haber después quién se

atreva a tomar entre manos la empresa de propósito", pese a que lo

gró extraer doce mil pesos de oro, equivalentes a 55,2 kg de oro (Lle

ras, 1998).

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44 / Roberto Pineda Camacho

Los huesos endemoniados del mohán

Los españoles encontraron, en diversas regiones, que las culturas

aborígenes practicaban la momificación —o disecación- de sus ca

ciques o principales. Los cueva del Urabá, por ejemplo, preserva

ban el cadáver de sus principales, que mantenían en sus bohíos; los

muiscas, los indígenas del Cauca y de otras regiones de Colombia

también tuvieron diversas prácticas de momificación, y sus "cadá

veres vivientes" jugaron un rol destacado en la vida social. La situa

ción, como se sabe, no era exclusiva de Colombia. Algo similar ocu

rrió entre los incas y otros pueblos andinos.

Desde un comienzo, los misioneros se ensañaron contra las mo

mias y demás restos disecados. En el Perú, por ejemplo, se destru

yeron sistemáticamente las momias de las diversas dinastías incas.

En la Nueva Granada, la relación con los restos momificados ge

neró también una gran tensión entre los peninsulares y los indios.

A este respecto es, sin duda, notable la actitud de fray Luis Beltrán

con relación a los "huesos de un mohán" que veneraban los indios

en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Fray Luis Beltrán, el santo patrono de la Nueva Granada, era real

mente un hombre excepcional. Perteneció a la orden dominica; se

encontraba como maestro de novicios en Valencia, España, cuando

llegó a sus puertas "un indio en hábitos de fraile de la misma orden,

con recados falsos, que todos entendieron fue permisión divina"

(Simón, 1981, t.V: 421). Se dice que en la conversación con este su

puesto fraile surgió en san Luis un ánimo misionero infinito, fomen

tado en gran medida por el martirologio que la vida misionera en

América deparaba a los sacerdotes; era vox populi que a "muchos

ministros del Evangelio les quitaban la vida con tormentos y se los

comían" (Simón, 1981, t.V: 421).

Beltrán pasó a América y en 1562 pisó la tierra de Cartagena; el

futuro santo poseía el don de lenguas, una capacidad profética que

aterrorizaba y un excepcional poder de sanación. Se cuenta que el

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 45

demonio lo maltrataba, lo golpeaba, lo tentaba y perseguía, "furio

so" por su labor y la destrucción de ídolos.

Al cabo del tiempo, pasó a predicar en la jurisdicción de Santa

Marta, desafiando, se dice, al diablo y a todos los peligros derivados

de la naturaleza y de los hombres.

En alguna ocasión, el fraile se enteró que los indios de la monta

ñas de la Sierra Nevada:

[...] veneraban los huesos de un mohán, antiguo sacerdote en

el mayor caney del Diablo, a quien hacían grandes fiestas en días

señalados y embriagueces, y guardaban con infatigable vigilancia

por haberles el demonio certificado que si les faltaban aquellos

huesos, se les caería el cielo encima, tuvo traza el santo de entrar

con secreto en el templo y haber a las manos los huesos y trans

portarlos dos o tres leguas de allí... (Simón, 1981, t. V: 425).

Enterados los indios, y bajo conseja de uno de sus más podero

sos mohanes, envenenaron su comida, colocándolo al borde de la

muerte. Beltrán, lejos de desesperarse, asume su muerte "con mu

cha alegría", con el consuelo de su crucifijo y rosario, al cual enco

mendaba su alma. Cuenta Simón que el poder de Dios quiso que el

santo vomitara el veneno en forma de serpiente, salvando en reali

dad su vida. Los indios intentaron, entonces, matarlo con la fuerza

de las armas, pero Beltrán -oponiéndose a las acciones de sus "guar

daespaldas" (dos grandes negros horros)- calmó a sus adversarios,

haciéndoles ver la necedad de sus creencias, fruto del engaño del

demonio.

No obstante, sus interlocutores ("gente obstinada en su infide

lidad") inquirían con insistencia o "empleaban todo su conato en

pedirle los huesos del sacerdote".

De manera desconcertante para sus contemporáneos, Beltrán

retornó los "huesos del mohán" a los indios, lo que sin duda concitó

serias reflexiones teológicas entre los religiosos y sus sucesores acer-

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46 / Roberto Pineda Camacho

ca de la legitimidad de su acción, en contravía de la política de la ex

tirpación de la demonolatría.

Simón recuerda que san Luis quedó profundamente impresio

nado por este suceso:

Quedóle al santo tan estampada en la memoria la reverencia

con que llegaba a los huesos el mohán que los llevaba cuando se

los volvió a entregar, que lo predicaba muchas veces diciendo: que

era tanto el respecto que les tenía, que arrodillándose delante de

ellos y cruzando las manos sobre el pecho, temblaba como azo

gado. Y estaba tan turbado que, preguntándole el santo si había

algún remedio para curar del todo aquel veneno de que padecía,

no le pudo responder palabra, ni quitaba los ojos de aquellos

endemoniados huesos (Simón, 1981, t. V: 426-427).

Pero el dominico Zamora interpreta - a finales del siglo XVII- de

otra manera los acontecimientos y explica que el mismo fray Luis

habría declarado en su casa en Valencia, una vez de regreso a casa,

que si hubiese estado en buenas condiciones de salud habría impe

dido que los indios se llevasen por la fuerza sus huesos:

Si yo estuviera alentado [decía] que pudiera ponerme en pié,

para defenderlos, hubiese perdido mil veces la vida, antes quien

dejarlos llevar a los idólatras (Zamora /1701/, 1980, t. II: 109).

Empero, el mismo Zamora anota inmediatamente después las

mismas acotaciones de Simón:

Muchas veces predicó este suceso porque le quedó tan es

tampado en la memoria la reverencia con que el mohán y los in

dios veneraban los huesos de aquel falso sacerdote, que arrodi

llándose ante su presencia, no apartaban de ellos los ojos. De que

se fervoriza predicando a los católicos la veneración y reverencia

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 47

en que debemos estar en la presencia de Cristo Sacramentado

(Zamora/1701/, 1980, t. II: 109).

En 1578, el arzobispo fray Luis Zapata propuso desenterrar los

cuerpos de los indios difuntos, para examinar si habían fallecido en

condición de idólatras, lo que levantó una fuerte oposición de parte

del presidente y de los oidores de la Real Audiencia: el arzobispo se

defendió, aduciendo que se trataba de "escándalo pasivo y que no

cae en consideración mayormente que a los indios en quitarles esto

no se les quita cosa suya, pues se desapoderaron de ello el día que lo

dieron y ofrecieron al demonio" (Lara, 1988: 31).

No obstante, la negativa de la Audiencia fue tajante; le prohibie

ron "desenterrase los cuerpos de los indios que están sepultados en

las iglesias y constase que habían apostatado e idolatrado después

de convertidos... porque no pareciese que esto se hacía por buscar

si tenían algún oro o joyas en las dichas sepulturas para tomárselo"

(Lara, 1988:31).

La disputa por los cadáveres continuó durante el resto de la cen

turia. En 1595, según el licenciado Egas de Guzmán, los indios de

Iguaque exhumaron los huesos de un cacique, a cuyos restos rendían

culto en una cueva. En este caso, los españoles exhumaron sus restos

y les dieron sepultura en la iglesia, mientras que los indios eran acu

sados de idolatría (Lara, 1988: 33)4.

4 En contraste con diabolización de los huesos y cuerpos de los difuntos indígenas, el cuerpo de monseñor Almanza, arzobispo del Nuevo Reino, fue venerado, por algunos años, como una verdadera reliquia. El ilustre arzobispo murió el 27 de septiembre de 1633, en Villa de Leiva, víctima de una "calentura". A pesar de que se preveía una descomposición rápida de su cadáver, éste no sólo se preservó sino que "olía a pina", a "perfume de pina". Después de diversas exhumaciones fue trasladado a Bogotá y objeto de honras fúnebres en la catedral. En el oratorio, los frailes lo trataban como si fuese un ser vivo, y luego sus despojos mortales se tuvieron en la capilla de Pedro de Valenzuela, donde también se conservaron sus restos. Éstos fueron trasladados a un convento en Madrid de las hermanas de Jesús, María y José, que reclamaban su cadáver (Groot, 1889: 290 y ss.).

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48 / Roberto Pineda Camacho

Sin embargo, a pesar de las campañas contra la "idolatría", el

culto a los antepasados y sus huesos subsistió por lo menos hasta

finales del siglo XVII. De acuerdo con Valcárcel, por ejemplo, que es

cribe en 1687, "en el pueblo de Onzaga, el año 85, halló el doctrinero

algunos indios retirados en un bosquecillo donde un viejo dogmatista

instruía en... los ritos de sus antepasados haciéndoles adorar un

hueso de un mohán antiguo, diciendo que aquél era su dios y no el

de los cristianos, que por él vivían, tenían salud y cogían frutos; te

nían un santo sacrificio debajo del hueso y hacía irisión de él" (en

Langebaek, 1995).

La omnipresencia del Ángel Caído

El encuentro con las religiones amerindias desencadenó, como se

ha comentado, diversas reacciones y consideraciones acerca de su

naturaleza y la legitimidad de las creencias religiosas amerindias. Los

primeros discursos relacionados con los incas y aztecas reconocie

ron en sus sistemas de representación y acción social verdaderos

complejos religiosos, al señalar la existencia de sacerdotes, templos,

ídolos y la práctica del sacrificio. Las Casas, en particular, enfatizó

en la legitimidad de su práctica religiosa, en función de dichas con

sideraciones, en gran parte derivadas de santo Tomás de Aquino. En

realidad, los europeos no pudieron dejar de sorprenderse con la in

tensidad de la vida religiosa amerindia y la similitud de algunos as

pectos de la misma con la religión cristiana: no sólo el sacrificio era

relativamente común, sino que en algunos casos se trataba del sa

crificio de hombres "divinos", vale decir, de "hombres dioses": con

frecuencia las religiones amerindias incluían las prácticas de ayu

nos, la confesión, etc., tan caras a la tradición cristiana.

De manera similar a la Nueva España y al Perú, los más conno

tados cronistas del Nuevo Reino reconocen en gran medida en las

prácticas religiosas muiscas los signos fundamentales del compor

tamiento religioso, marcado por la existencia del sacrificio. Gonza-

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 49

lo Jiménez de Quesada presenta, en el Epítome del Nuevo Reino de

Granada, las prácticas de sacrificio muisca de una manera escueta,

sin mayores juicios de valor, como si en alguna medida estuviese des

cribiendo una institución propia de la vida religiosa de la gente pa

gana, o similar a las prácticas de los hombres civilizados, mas no

cristianizados, de la antigüedad clásica.

Sin embargo, como se dijo, paralelamente se implemento un dis

curso que interpretó las religiones amerindias como la obra del dia

blo y, en consecuencia, se definió a sus sacerdotes como "sacerdo

tes del diablo"; los diversos acontecimientos sobre los cuales se

basaban la creencias de los nativos fueron interpretados como "mi

lagros del Maligno". En efecto, los misioneros y demás españoles

estaban firmemente convencidos de la intervención del Ángel Caí

do en la vida cotidiana de los hombres, y en particular en la de los

indígenas.

Según los misioneros franciscanos de la segunda mitad del si

glo XVI, el demonio mismo intervenía para evitar la conversión de los

aborígenes. Por ejemplo, se narra que a un indio infiel, al que un sa

cerdote en vano había intentado persuadir de bautizarse, se le apa

recía el demonio, en figura de un hombre negro, amenazándole si

prestaba atención a las demandas del hombre de la Iglesia. Éste, ad

vertido de lo sucedido en la noche anterior

[...] le dijo que pusiese, a la cabecera, un santo crucifijo, que

allí le dio y estaría seguro del demonio... El qual bolvió otra no

che; y, diziéndole que entraze, respondió, que no podía, mientras

estuviese allí aquella cruz. Aquí alumbró el spíritu Sancto al po

bre Yndio y dijo: pues tú temes a éste questá en la cruz, sigúese

ques mayor que tú; a él quiero servir. Llamando al sacerdote, le

pidió que le hiziese cristiano. Fué informado en las cosas de la

fee en quatro días que vivió; y al cabo dellos, fue bautizado: y lue

go murió con tan dichosa prenda de su predestinación (Lloreda,

1992: 72).

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50 / Roberto Pineda Camacho

Cuenta el mismo Medrano, a finales del siglo XVI, que en otra

oportunidad un indio que aparentemente era tenido por muerto, y

estaba incluso ya amortajado, se levantó y confesó

[...] aver visto tres hornos de fuego, bocas de ynfierno, en

aquel pueblo, a los quales llevavan los demonios encadenados los

yndios, por treys géneros de vizios que reynan mucho entre ellos;

en el uno entraban los ydólatras; en el segundo los incestuosos;

en el tercero, los dados a la embriagues (Lloreda, 1992: 72).

Esta experiencia no sólo enmendó al supuesto difunto sino que

influyó de forma ostensible en el comportamiento de los indios de Bosa.

Durante el siglo XVII, la presencia del diablo se multiplicó e in

cluso algunos caciques fueron percibidos como la misma materiali

zación del Malo. De acuerdo con Simón, los tres gobernadores de

las provincias del Senú eran, asimismo, demonios; Goranchacha, uno

de los últimos grandes caciques muiscas (a quien se le atribuía una

naturaleza divina pues era hijo del mismo Sol), tenía también esa

misma condición, de igual forma que su pregonero ya que ambos

poseían una cola posiblemente de felino. Poco años antes de llegar

los españoles profetizó la llegada de los extranjeros:

[...] hizo un día juntar toda su gente y por su pregonero, a

quien ponían muchas mantas en rollo dejando en medio, hubo

donde entrase la cola que tenía, que era como de león, y se sen

tase. Les hizo una larga plática en que les adivinó había de venir

una gente fuerte y feroz... y despidiéndose que se iba por no ver

los padecer que después de muchos años volvería a verlos, que

los había de maltratar y afligir con sujeciones e trabajos, se entró

en su cercado y nunca más lo vieron. El pregonero, por desenga

ñar más del todo y dar más claras muestras de quién era, delante

de todos dio un estallido y se convirtió en humo hediondo, que

fue la última despedida (Simón, 1981, t. ni: 422).

Page 53: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 51

A medida que avanzaba la colonización de los pueblos nativos,

los misioneros se obsesionaron por la extirpación de toda clase de

idolatrías, vigilando y castigando celosamente no sólo a los mesti

zos sino también a los mismos españoles pertenecientes a los sec

tores populares.

Los catecismos, en particular, expresaron esta preocupación. El

primer catecismo de Santa Fe de Bogotá, escrito por fray Luis Zapata

de Cárdenas, segundo arzobispo del Reino de Granada, contiene ins

trucciones precisas en el capítulo 14, relativo al "Remedio contra la

idolatría", para que los santuarios sean destruidos y se borre toda

memoria de ellos; en cuanto a los objetos de oro y de valor se plantea

que se "distribuyan en utilidad de la iglesia do el tal santuario se hallare

y lo mismo sea de lo que se hallare en las sepulturas por aviso del sa

cerdote, y lo que sobrara, distribuido en las Iglesias, se gaste en la en

fermería y en obras pías tocantes al mismo pueblo". El capítulo 18,

relativo a los materiales de los sacrificios y sahumerios, ordena que se

queme el moque -con que momificaban sus muertos-y otros objetos

que vendan en los mercados que puedan ser asimilados a idolatrías.

No hay que olvidar que, durante casi un siglo, los indios, aunque bau

tizados, tuvieron una condición de catecúmenos. Solamente hasta 1634

los jesuitas se decidieron a darles la primera comunión, lo que de he

cho implicaba que antes de esta fecha los indios debían salir del recin

to de la capilla doctrinera cuando se iba a celebrar la santa eucaristía.

La llegada de los esclavos africanos incrementó la preocupación

por la propagación de falsas religiones y supercherías. La Inquisi

ción se encargaría de extirpar el dominio del diablo y de la brujería

de los negros y españoles.

En este contexto, no nos debe extrañar que prácticamente no

hubiese ninguna inquietud entre los hombres de esa época por con

servar las que serían llamadas después reliquias de los indios. De

acuerdo con Duque Gómez, la única excepción fue la del licenciado

Juan Vásquez, gran aficionado a la conservación de las antigüeda

des de los indios (Duque, 1965: 88).

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52 / Roberto Pineda Camacho

Los ídolos en Roma

A finales del siglo XVII, el misionero franciscano Romero pisó por

primera vez la Sierra Nevada de Santa Marta, aunque conocía ya parte

del territorio de la Nueva Granada. Según Giraldo Jaramillo, era una

sacerdote agustino, nacido en Lima, Perú. Había sido ordenado des

de muy joven; trabajó en la evangelización de los indios tamas, en el

alto Magdalena, y luego se trasladó, ante las dificultades para la evan

gelización de este pueblo del alto Amazonas, desplazado a las inme

diaciones de Timaná mediante prácticas de rescate y esclavitud, al

Valle de Upar, en el norte de Colombia. Su experiencia está conden-

sada en un bello libro titulado Llanto sagrado de la América meri

dional, publicado en Milán en 1693, cuya parte correspondiente a la

Sierra Nevada y Valledupar ha sido analizada de manera interesante

por nuestro colega Carlos Uribe, sobre la base, además, de un do

cumento hasta ahora inédito, redactado por el licenciado Melchor

de Espinosa, párroco de Río Hacha, que fuera comisionado como

notario de la expedición de Romero a la Sierra (este documento, en

contrado por Cari Langebaek en Sevilla, aún inédito, relata también

su experiencia entre los arhuacos de la Sierra, dándonos una ver

sión complementaria del libro).

Romero penetró también a sendos templos de los indios de la

Sierra Nevada y combatió con el fervor de sus antecesores lo que él

considera eran verdaderas idolatrías y "obras del demonio". Pero la

novedad de su discurso no descansa, como veremos, en la condena

ción de las supersticiones de los indios y la destrucción de sus "ído

los", sino en la recolección de algunas máscaras que después de tres

siglos fueron redescubiertas por el arqueólogo alemán H. Bischof

en el mismo Museo del Vaticano, en Roma (1972).

Las piezas fueron traídas por el sacerdote peruano en su viaje

de regreso a Europa en 1692: posiblemente las entregó al Colegio

de Propaganda Fide en Roma, con ocasión de su visita a esa ciudad,

en búsqueda de apoyo para su labor misional entre los tamas. El

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 53

mismo sacerdote cedió su manuscrito a los editores de Milán, y presumiblemente contribuyó también a la descripción visual de las cansamarías que ilustran el texto. En efecto, la primera edición de su obra está acompañada de una serie de ilustraciones que describen el templo y sus actores y registran las mentadas máscaras del diablo, como si su visión fuese en alguna medida neutralizada, ya sea por la imprenta o, al menos, como si la fuerza en las creencias de la brujería se hubiese debilitado.

El padre Romero se define, con razón, como un extirpador de idolatrías. De hecho, la leyenda que acompaña la lámina reza: "La idolatría de los Indios de la Nación Aruacos, que habitan en la Sierra de S. Martha; destruida, por un religioso Del orden de S.Agustín de la Provincia de Lima, el año de 1691, con diez templos, en que daban abominables cultos al Demonio".

La ilustración representa la casa sagrada coronada por un templo griego: a diferencia de laya mencionada lámina de Cieza, no aparece la figura de Satanás, y sus personajes tienen un fisonomía europea; uno, en particular, se encuentra arrodillado, como si estuviese adorando a sus dioses (véase lámina II).

Tenemos, como dijimos, dos versiones del texto. La primera, la relación del sacerdote incluida en Llanto sagrado de la América meridional; la segunda, el documento encontrado por Langebaek en Sevilla, que se refiere a esta experiencia, y estudiado parcialmente por Carlos Uribe (1996).

En el primero, Romero relata que el visitador general del obispado había percibido que en lo encumbrado de la montaña existía un templo de la nación aruaca, donde los indios sacrificaban víctimas al demonio; como resultado de esta convicción, escribe un auto a fray Francisco Romero, en el cual le encomienda la destrucción y aniquilación de dichas "iglesias" (sic), donde los indios no solamente practicaban idolatrías, sino también tenían "ásperas penitencias y ayunos". Pero el auto no sólo le solicita amorosamente que estirpe las idolatrías, sino que también traiga los ídolos ante su presencia y

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54 / Roberto Pineda Camacho

dé testimonio de todos los actos y acontecimientos que en dicho

tránsito le sucedieren (Romero /1693/ 1955: 80).

En este marco, entonces, los aruacos son calificados como idóla

tras; sus templos son denominados "cansamarías, los cuales están

dedicados al demonio", y en ellos, se dice, realizaban diversos "sacri

ficios de piedras labradas, de ropas y de alhajas y de horribles morti

ficaciones, como era ayunar quince días, sin otro mantenimiento que

un grano de maíz deshecho de agua fría, y no comer sal"... Asimismo

"sabía que entre los detestables ídolos que tenían sus templos, vene

raban por principales dioses tres abominables cuyos nombres era

Cabisurí, Dunuma y Moatama..." (Romero/l693/ 1955: 82-83). De

otra parte, Romero poseía por arma un crucifijo para vencer los ído

los paganos.

Entre los objetos encontrados se destacan, sobre todo, "figuras

incógnitas", flautas, etc.; en efecto, recoge una gran cantidad de ob

jetos, mientras que quema -como en los primeros años de la Con

quista- otros a la vista de los indios. Los que guarda tienen como

objeto "aclarar más en ambas curias la gran necesidad de operarios

en algunas partes principales de la América".

El segundo documento denomina a los templos "cansamarías";

sostiene que el demonio les habla a los indígenas a través de los ídolos

y que éstos representan la figura del diablo. En algunos templos en

contraron tres ídolos de madera que se componían de dos figuras

de formas no conocidas y una cara horripilante, con diversos bone

tes llenos de plumas, y otros instrumentos de idolatrías como flau

tas y chirimías. En otros cuatro templos halla ídolos y otros instru

mentos de idolatrías, como plumas, flautas y macanas esculpidas.

Las idolatrías recibidas por el padre Cuadrado, en Valledupar,

fueron quemadas en la plaza pública el 3 de agosto de 1691, con ex

cepción de las ya mencionadas llevadas por Romero. Como ha sido

señalado por Carlos Uribe, en un auto final expedido por el mismo

Cuadrado, se ordenaba detener a uno de los mamas encontrados por

Romero, "el mayor idólatra", para que fuese condenado a cadena

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 55

perpetua. En cumplimiento de lo dispuesto en el sínodo organiza

do por el arzobispo Bartolomé Guerrero en 1606, debía darse cárcel

perpetua a los zeques y maestros comprometidos en la idolatría o

que se "hallaren comprendidos en perjudicial enseñanza" (Uribe,

1996: 32).

Es probable que los ecos de un nuevo pensamiento religioso, fun

dado en la crítica del racionalismo europeo del siglo XVTI, y la consi

guiente secularización del discurso respecto a la religión, ya estu

viese calando en la mente de este limeño, de manera que los antiguos

bohíos del Diablo cedieron su paso a los templos o cansamarías, y a

una nueva percepción del ídolo como fetiche.

Historia del diablo y de la América paradisíaca

Desde los primeros años del descubrimiento de América, Colón,

Vespucciy otros hombres tuvieron una compleja y contradictoria idea

respecto a las tierras del nuevo mundo. La idea de sentirse en una

tierra paradisíaca no dejó de rondar en sus mentes de una forma u

otra, aunque a menudo quedaba sepultada por interpretaciones com

pletamente opuestas. Vespucci, por ejemplo, quedó profundamen

te impresionado por los bosques del Brasil, su exuberante flora y fau

na, que lo hace "sentirse en el Paraíso terrenal" (Pereira, 1994: 51).

[...] y vimos tantos animales, que creo que dificultosamente

tantas especies entrasen en el arca de Noé y animales domésti

cos no vimos ninguno (Pereira, 1994: 51).

Como se ha mencionado, en la segunda mitad del siglo XVI exis

tía una fuerte tradición que pensó lo americano -y en particular su

vida religiosa- como consecuencia de la acción del diablo. En 1590,

el padre jesuita José Acosta, considerado como uno de los fundado

res de la antropología moderna, resaltó en su Historia Natural y

Moral de las Indias la similitud entre la religión cristiana y las reli-

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56 / Roberto Pineda Camacho

giones amerindias. Acosta señaló la presencia de templos, de mo

nasterios, de la comunión, de dioses hechos hombres sacrificados,

e incluso de la confesión como un fenómeno muy extendido en

América. Pero, a diferencia de Las Casas, calificaba esta situación

como una perversa actuación del demonio; según su concepto, la

conquista fue "un acto de liberación mediante el cual los naturales

del Nuevo Mundo quedaron libres del dominio de Satanás y de los

tiranos humanos, y se les ofrecieron los medios de salvación (Bra-

ding, 1993:218). Los indios, en general, eran considerados víctimas

o "hijos de Satanás" irrevocablemente sentenciados a la condena

ción eterna (Brading, 1993: 219).

En ese sentido, las sociedades americanas estaban profundamente

"corrompidas hasta el meollo por el dominio del demonio" (Brading,

1993) y la conquista española era un acto providencial que permitiría

su salvación. No obstante, el mismo Acosta se preguntó de forma casi

heterodoxa sobre el origen del hombre americano, y llegó incluso a

sugerir que era más antiguo que el Diluvio o incluso que el mismo

Adán.

Amediados del sigloXVIH, el jesuitaAntonio Julián, cuya actividad

intelectual es sobre todo recordada por su famoso trabajo sobre la

Nueva Granada titulado La perla de América, Provincia de Santa

Marta (1787), retomó esta temática en el recientemente publicado

libro Monarquía del Diablo. En la gentilidad del Nuevo Mundo ame

ricano. Su tesis general es que América había sido el escenario de la

acción del demonio y que éste se había confabulado aquí para imitar

el Reino de Cristo. Es realmente -como ha sugerido monseñor Ro

mero- una verdadera Historia del Diablo, cuya idea le vino -al pare

cer- de la lectura de Acosta. El objeto del libro es demostrar que

América estuvo cautiva por el Demonio y que, gracias a la acción de la

Iglesia y de España, el Nuevo Mundo se pudo liberar de sus dominios.

Pero el mismo Julián escribió un texto, aún perdido, titulado E l

paraíso terrestre en la América meridional y Nuevo Reino de Gra

nada. Según Ezequiel Uricochea, el último que tuvo el manuscrito,

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 57

Julián intentó demostrar que el Paraíso estuvo localizado en Améri

ca, en particular en Colombia, y que Adán y los primeros hombres

salieron de nuestro territorio. De hecho, Julián argumenta en \aMo-

narquía del Diablo que Cristo evangelizó a los indios americanos,

durante los cuarenta días antes de su resurrección.

La idea no era, como se sabe, totalmente nueva. Desde los pri

meros años de la Conquista la condición paradisíaca de América ha

bía rondado ya -como vimos- a varios autores. En 1650, el ilustre León

de Pinelo sostuvo algo semejante, en un fascinante tratado sobre el

Paraíso, al cual localizaba en el río Amazonas: "la existencia de los

cuatro grandes ríos, el Amazonas, el Orinoco, el Cauca o el Magdale

na y el río de la Plata", que regaban el corazón del continente demos

traban la verdad de esta tesis. Era una región que gozaba de "eterno

verano y perpetua primavera". Si también se encontraban gran nú

mero de cactos, espinas y serpientes que se criaban en los lodazales,

todo esto no era más que un recordatorio de la expulsión de Adán,

argumento confirmado por la presencia de una cadena de volcanes que

rodeaban la región, como las bíblicas espadas de fuego que expulsa

ron del paraíso al primer hombre (Brading, 1993: 226).

Según León de Pinelo, el río Magdalena se identifica con el Tigris

bíblico: los volcanes y montañas propios de los Andes son símbolos

del Ángel guardián que con una tea encendida impedía el regreso

de Adán o de sus descendientes al paraíso; en América habrían vivi

do los primeros hombres hasta el diluvio, cuando Noé se embarcó y

al cabo del tiempo llegó a Armedina. Los grandes monumentos del

Perú y de la Nueva España fueron construidos por esos primeros ha

bitantes descendientes de Adán (Brading, 1993: 227).

El autor "peruano" considera que la granadilla fue el fruto del

pecado, el árbol de la culpa; su capacidad de seducción no sólo se

fundaba en su olor, color y sabor, sino que exhibía en sí misma los

signos de La Pasión de Cristo: lanza, esponja, escalera, cruz y coro

na de espinas, como si Dios hubiese en la misma "fruta del pecado

ofrecido los signos del perdón".

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58 / Roberto Pineda Camacho

La obra de Pinelo es sin duda un texto extraordinario que bien valdría la pena analizar en detalle. Por ella, por ejemplo, sabemos exactamente cuánto medía el Arca: 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de largo; era capaz de contener 350 bueyes y llevó, en una gran carga de heno, 600 ovejas para sustentar a los carnívoros y una cisterna llena de peces".

Pinelo se oponía a la tesis del dominico Gregorio García, quien, en su famoso libro Origen de los indios del Nuevo Mundo (1607), sostenía que los indios descendían de las diez tribus perdidas de Israel y consideraba que, en realidad, América -que denomina Ibérica- había sufrido la maldición de Dios desde la época del Diluvio hasta la encarnación de Cristo, con el resultado de que los indios únicamente había resurgido en los primeros siglos de la era cristiana (Brading, 1993: 227).

La lluvia de venados-

De acuerdo con Bernard y Gruzinski (1992), durante el siglo XVIII

el discurso de las idolatrías en América cedió su paso a una visión

moderna de la religión y de los indios. Lo que antes se percibía como

un síntoma de la acción del diablo o del demonio, ahora era conce

bido, sobre todo, como una consecuencia de la ignorancia y de la falta

de educación. Aquellos que eran definidos anteriormente como "idó

latras" comenzaron, paulatinamente, a ser vistos como "pobres". El

ídolo cedió su campo al "fetiche". No obstante, el rompimiento con la percepción de los siglos an

teriores no fue tajante ni absoluto. Sobre todo en el territorio de lo que es hoy Colombia, en el cual los libros circulaban con gran dificultad y la imprenta no llegaría sino hasta 1737, casi dos siglos después de su instalación en México o el Perú.

En la Nueva Granada la convicción de la actividad del diablo no sólo estaba, todavía a mediados del siglo XVIII, en la mente de los teólogos, sino que el mismo padre Julián expone diversos ca-

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 59

sos de brujería motivados por pactos diabólicos, y las autoridades

eclesiásticas intervenían en ciertas regiones en el control de la mis

ma. En efecto, la brujería era una práctica presente en diversas co

munidades. El 14 de noviembre de 1764, por ejemplo, en el pueblo

de Silos, en la provincia de Pamplona, las autoridades indígenas

aplicaron la pena de muerte, en la horca, a tres mujeres acusadas

de hechicería. Se les acusaba de haber dado muerte a distintas per

sonas, usando yerbas, bebidas, contras, polvos. Las tres mujeres

confesaron ser "moanas públicas y haber dado venenos" (Tovar, s.f.:

83):

[...] Juana Mogotocoro le puso veneno al cura para que se mu

riera "desansiéndose", a otros yndios para que murieran "secos",

o estropeados por vacas. Su maestra Juana Rimualdo tenía pode

res como para hacer que le creciera una culebra en la barriga a

"Dominga Curtidora" o a Lauriana, y para que una lluvia de ve

nados espantara el caballo a Juan Villamizar y lo matara. Pero Juana

Canuta no era menos imaginativa, ya que ella era capaz de dar

veneno para que alguien muriera de puses o invocar espíritus que

formaran "una nube para tempestade". Eufemia Delgado del co

mité de hechiceras de Silos dejó siete enfermas con ratones, tába

nos, cangrejos, lagartos metidos en sus cuerpos" (Tovar, s.f.: 83).

Porque creían en la realidad de la brujería, los indígenas actuaban

de esta forma tan severa.

Pero, como advierte Tovar, la actitud de la autoridad española fue

contraria a la actuación de los indígenas, en cuanto consideró que

carecían de autoridad para azotar o imponer la pena de muerte a las

moanas. El teniente y sus alcaldes fueron condenados a pagar una

severa pena, "a ración y sin sueldo", en las fábricas del Castillo de

San Carlos, en Maracaibo, durante un año, al cabo de los cuales se

rían enviados en calidad de tributarios a otros pueblos de la juris

dicción de Pamplona (Tovar, s.f.: 85).

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60 / Roberto Pineda Camacho

Unos años antes, también se habían presentado diversos juicios y actos de ajusticiamiento por brujería. Por ejemplo, en 1747, una mujer fue azotada hasta morir en Tabio, acusada por este mismo delito; en 1755, en la misma localidad, otras tres mujeres fueron muertas por esta misma razón.

En el territorio de la Nueva Granada no sólo las antiguas religiones se habían transformado, sino que la evangelización había fomentado nuevos cultos religiosos y promovido nuevas reliquias. Algunos sacerdotes sospechaban de la presencia de los antiguos cultos tras la fachada de las nuevas reliquias y santos cristianos.

Cuando las momias se exhiben en palacio

Durante el siglo XVIII prosiguió el saqueo de las antiguas tumbas de los indios. En la costa caribe, por ejemplo, los habitantes de Santa Marta continuaron excavando las "huacas" con cierto temor a la posible intervención del Diablo. Pero algunas de las creencias en torno a los " santuarios", como ahora se les denominaba en gran parte de la Nueva Granada, habían, al parecer, cambiado entre los saqueadores y la gente en general.

El padre Julián describe, en La perla de América, con algo de incredulidad, las aseveraciones sobre existencia de "ruidos extraordinarios" o luces como indicio de la presencia de un santuario. Piensa no sólo que ello puede ser un engaño, sino que posiblemente se deba a una "exhalación" u otra causa natural. Y aunque advierte que siempre ha tenido por fábula la idea de la intervención del diablo, no la descarta del todo. Ya sea por razones de la Divina Providencia o por la acción del diablo, o porque no se profundiza en la excavación, lo cierto -advierte- es que con frecuencia los excavadores encuentran ciertos indicios del tesoro, pero no lo encuentran.

Pero lo que más admiración le produce es la calidad de ciertas figuras orfebres -tairona-, generalmente representaciones de animales, y los retos tecnológicos que debieron enfrentar sus ejecutores

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 61

para fraguarlas: "basta decir que eran [refiriéndose a unos leoncillos

y pequeñas columnas propias de un sagrario] unas y otras piezas dig

nas de un Museo, por su antigüedad, por su belleza, y primor"

(Julián, 1980: 66); el citado sacerdote piensa que los indios de la

provincia de Santa Marta poseían una hierba para fundir el oro, lo

que corrobora con algunos sucesos similares en Italia.

En el capítulo XXI de su obra, titulado "De los muertos incorruptos

que se hallan en los montes de la provincia de Santa Marta", Julián

describe la existencia, en los alrededores de Ocaña, de

[...] ciertas cavernas donde se halla indios muertos sin co

rrupción alguna. A más de los cuerpos, se hallan mantas y con

chas de cama, aptas todavía al servicio, como pudo constatar en

una casa de Ocaña, a las que considera como antigüedades (Julián,

1980: 224).

Según su testimonio, el virrey Messia de la Zerda ordenó traer

uno de esos cadáveres incorruptos

[...] y lo mostraba á las personas de su cariño, como también

mostraba una punta de oro del valor, á lo que me parece, de qui

nientos escudos, hallada en río Negro, y un pedruscon hermosísi

mo de las minas de esmeraldas de Muzo, con los almendrones de

esmeraldas enteras que tenía: alhajas que guardaba su majestad,

no por interés, sino por el gusto de poderlas presentar a su mo

narca por cosa raraypreciosa de sus Reales dominios (Julián, 1980:

225)5.

5 Las aficiones del virrey no nos deben sorprender. En primer lugar, porque Carlos III, entonces rey de España, había sido el patrocinador de las primeras excavaciones propiamente arqueológicas, en Pompeyay Herculano, como anterior rey de Ñapóles; el mismo rey, fundó el "llamado Gabinete de Antigüedades de Portici... 'el primer museo de sitio' que se

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62 / Roberto Pineda Camacho

Julián caracteriza la "momia", a la que los médicos del virrey lla

maban "carne de momia", por una contextura "lenificada"; dice que

se hallaba en cuclillas y tenía al parecer una mortal herida en el cue

llo provocada por una espada o sable. Consideró que su naturaleza

"lenificada" se debía a la influencia del frío, como ocurría en otras

regiones de los Andes y de Europa.

Sin duda, la mirada sobre los cadáveres y los objetos de los indios

se había desplazado. El carácter satánico del ídolo o del cadáver fue

sustituido por una percepción estética o de coleccionista. El ídolo ce

dió su paso -como en toda América y en España- a la curiosidad.

Sin embargo, esta tendencia tuvo sus matices y excepciones. Fray

Juan de Santa Gertrudis, por ejemplo, fue testigo de la actividad lleva

da a cabo por un clérigo y seis mestizos popayanejos en San Agustín,

quienes -armados con buenos instrumentos para "cavar guacas", se

gún su propia expresión- "buscaban extraer el oro de las tumbas",

y encontrado apenas "un zarcillo muy chico, y los demás tiestos, mu

ñecos y chucherías de indios antiguos" (Santa Gertrudis, t. II: 97).

El mismo clérigo advierte a Santa Gertrudis la existencia de otros mo

numentos, esta vez de piedra, vale decir, las estatuas de San Agustín.

halla creado nunca, al tiempo que Pompeya y Herculano son las primeras grandes excavaciones de ciudades exhumadas enteramente" (Alcina, 1995: 68).

"El Museo, obra de Carlos vil, nunca fue considerado por éste como propiedad privada; por eso y aunque con ciertas limitaciones se abrió al público y era posible visitarlo mediante un billete del ministro, muy fácil de conseguir. Solamente quedaba reservado para visitas más limitadas el grupo del sátiro y la cabra, considerado obsceno" (Represa, en Alcina, 1995: 68-69).

En realidad en la segunda mitad del siglo xvm, los museos o Gabinetes de Curiosidades se habían puesto de moda en Europa. Un ciudadano guayaquileño, don Pedro Francisco Dávila, hizo entre 1740 y 1771 un verdadero gabinete conformado por piedras, plantas y objetos, como bronces, figuras de barro, medallas, miniaturas. En 1767 le propuso a Carlos II su venta, acompañada de un catálogo. En 1771, Carlos III compró la colección y nombró al mismo Dávila como su primer director. En 1776 el Real Gabinete abre sus puertas; ese mismo año, el director redactó una Instrucción dirigida a las diversas autoridades españolas y coloniales, solicitándoles que provean de objetos y otras "curiosidades" al museo.

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 63

El fraile interpreta las tres primeras estatuas que encuentra como

representaciones de obispos y halla otras cinco que presume que son

imágenes de frailes franciscanos observantes {Ibid, 99-100). Anota

que el conocimiento de su existencia data desde la conquista de

Timaná, pero expresa que está persuadido de que

[...] el demonio los fabricaría, y me fundo en que en la India

los indios no tenían fierro, y por consiguientes tampoco instru

mentos para poderlos fabricar. Ellos tenían noticias por oráculos

e ídolos que habían de venir los hijos del Sol, esto es del Oriente,

y habían de conquistar aquella tierra ; y asi creo que el demonio

les fabricaría aquellas estatuas y les diría: Hombres como éstos,

o de este traje, serán los que gobernarán esta tierra. Y esto me

parece que es lo más verosímil {Ibid, 100-101).

La tradición de los Santos Apóstoles

La convicción de que América había sido visitada por emisarios de

Cristo con anterioridad a la conquista española es relativamente tem

prana. Por ejemplo, en la Crónica del Reino de Chile, de Jerónimo

de Vivar, terminada en 1558 pero publicada por primera vez en 1966,

se sostiene que los apóstoles visitaron la zona comprendida entre el

Atacama y la Costa de Chile, "... y que ellos (los indios) por ser tan

malos no quisieron entender aquello que les decían" (Vivar, 1558,

en Pereira, 1994: 128).

Con la presencia de la Compañía de Jesús se reafirmó un dis

curso que percibió en las religiones amerindias (en lo que respecta

a sus semejanzas con la cristiana) las huellas de una antigua pre

sencia del hombre blanco en América, anterior a Colón, y sobre todo

el signo de la actividad del antiguo apóstol santo Tomás, quien -se

decía- había evangelizado a los gentiles (véase lámina III).

Desde Norteamérica hasta el sur del continente la historia de santo

Tomás se repite de varias formas; se le atribuye la presencia del sím-

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64 / Roberto Pineda Camacho

bolo de la Cruz y las huellas de la "civilización" entre los indios; se

asevera que el apóstol santo Tomás anunció la venida de Colón y de

los misioneros a América, razón por la cual muchos pueblos recibie

ron con un verdadero interés la llegada de los europeos; las huellas de

su predicación se evidenciaban en diversos indicios: estatuas de pie

dra, marcas en las rocas, caminos abiertos, cuevas, cruces, etc.

Los principales cronistas del Nuevo Reino asumieron este dis

curso, llamando la atención sobre la posible identidad de Bochica,

el dios civilizador chibcha, con santo Tomás.

En el Nuevo Reino corría la tradición de que el virtuoso Nemque-

teba, de la tradición muisca, era en realidad el apóstol santo Tomás

o san Bartolomé, cuyas huellas de los pies se habían grabado en di

versas piedras y rocas.

A finales del siglo XVI, en efecto, el ya citado jesuita Alonso de

Medrano sostenía:

Bolbiendo a lo de dentro de el Nuevo que vino a esta su tie

rra, de la parte del oriente, un hombre sancto, blanco, con vesti

do blanco y cabello rubio, hasta los hombros; el qual les predicó

y enseñó el camino de su salvación. Éste caminava en un camello

que trujo consigo, que no se a visto otro por acá; y ellos le pintan

por señas; y les enseñó a baptizar los niños, en naciendo. Y de

aquí les quedó la costumbre, que oy tienen de llevar las criatu

ras, rezien nacidas a lavar al ryo. Este hombre sancto, fue tenido

en grande veneración entre ellos. Y, quando yva a predicar de unos

pueblos a otros, dizen que se le abrían los caminos y se allanavan

las sierras... (en Lloreda, 1992: 60).

Puede ser que esta historia sea patraña, como otras que cuen

tan los yndios; pero si fue verdad, se puede creer, como algunos

historiadores quieren, que viniesen a estas partes algunos de los

apóstoles, o de los del apóstol Santiago, como se refiere de los

yndios del Cuzco, en el Pyrú, que tienen otra semejante tradi

ción (en Lloreda, 1992: 61).

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 65

Muerto el sobredicio sancto varón, refieren los yndios viejos,

por traddición de mano en mano, de sus mayores, que luego vino

deste Reyno uno dizen que fue demonio, y en figura de muger

anciana, a quienes ellos llaman la diosa Baque, madre de todos

sus dioses, como otra Juno. Les entró predicando contra la doc

trina de sobredicho sancto varón, procurando deshacer y borrar

de su ánimos, lo quél les avía enseñado... Y de aquí se fueron

estendiendo a adorar a sus caciques y señores muertos, con tan

tas ceremonias y supersticiones, ques cosa de espanto (en Lloreda,

1992: 61).

En el siglo XVII, Simón retoma dicha tradición en su conocida

crónica del Nuevo Reino; según su conocimiento, Bochica penetra

por el Oriente:

Desde allí vino al pueblo de Bosa, donde se le murió un ca

mello que traía, cuyos huesos procuraron conservar los natura

les, pues aún hallaron algunos los españoles en aquel pueblo

cuando entraron, entre los cuales dice que fue la costilla que

adoraba en la lagunilla llamada Baracio los indios de Bosa y Soacha

(Simón /l625/1981, t. ni: 374).

Enseñóles a hacer cruces y usar de ellas en las pinturas de

las mantas con que se cubrían y por ventura, declarándoles sus

misterios y los de la encarnación y muerte de Cristo, les diría al

guna vez las palabras que él mismo dijo a Nicodemus tratando

de la correspondencia que tuvo la Cruz con la serpiente de metal

que levantó Moisés en el desierto, con cuya visa sanaban los

mordidos de serpientes. De donde pudo ser la costumbre que

hemos dicho de poner las cruces sobre los sepulcros de los que

morían picados de serpientes. También les enseñó la resurrec

ción de la carne, el dar limosna y otras muy buenas cosas, como

lo era también su vida (Simón /l625/ 1981, t. ni: 375).

Page 68: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

66 / Roberto Pineda Camacho

De otra parte, en algunos símbolos reconocía el misterio de la

Trinidad:

Los indios pijamas y algunos del distrito de Tuna, han teni

do figuras en sus santuarios con tres cabezas humanas o con tres

rostros en un solo cuerpo, que dicen ser tres personas en un sólo

corazón (Simón /l625/1981, t. ni: 374).

Empero, el misionero franciscano se muestra particularmente

cauto sobre la veracidad o verosimilitud de la identidad de Bochica:

"La cual tradición ni apruebo ni repruebo, solo la refiero como la he

hallado admitida como cosa común entre los hombres graves y doc

tos de este Reino" (Simón /l625/ 1981, t. III: 375).

Simón tenía la certidumbre de que la luz del evangelio había

penetrado por algún camino ya que, según su opinión, los indígenas

creían en la ocurrencia de un juicio universal, la inmortalidad del

alma y la resurrección de los muertos.

A lo largo del siglo XVII esta creencia se perpetuó en el Nuevo Reino

de Granada. El padre Zamora, cronista de la orden de los predicado

res, asevera, en su conocida crónica de la orden de San Antonio:

Con que de este sagrado apóstol se verificarán las señales que

se halla en todo este Nuevo Reino de Granada. En la provincia de

Cartagena hallaron los españoles algunos ídolos con mitras y bá

culos. En el cerro de Itoco de los muzos, se halla una losa y en

ella impresas huellas de pie humano. En la de Guane, en los in

dios de tocaregua está una losa de dos varas y media de alto y dos

de ancho, algo encajada en la tierra en que están tres figuras

humanas de hombres de medio relieve con un mismo género de

vestidos, como indios o apóstoles. El que está en medio tiene

barba, sandalias y un libro y a los pies cinco renglones que no se

entienden por ser letras no conocidas. A estas noticias verdade

ras que dieron al padre presentado fray Gregorio García (que las

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 67

refiere) los religiosos fundadores de esta provincia, solo faltó la

que una quebrada de aguas saludables que pasa por donde está

la losa, se llama la quebrada de los Santos.

En el valle de Ubaque. De jurisdicción de esta ciudad de San

ta Fe, cerca a una quebrada llamada Zaname se halla en una pie

dra estampado un pie humano. Y cuando la tradición de los na

turales no asegurara ser vestigio del pie del apóstol que predicó

en este Reino, lo acreditaran los continuos milagros que dicen a

obrado los polvos de aquellas piedra que los indios dan a beber a

los enfermos (Zamora/1701/, 1.1: 195, 274).

Y, más adelante, agrega:

Entre los sagrados Apóstoles se halla que Santo Tomás dejaba

estampadas en las piedras señales de su cuerpo y gloriosas plan

tas... Y habiendo determinado la Iglesia que predicó a las Indias

orientales en que se han hallado estas señales, hallándose en estas

occidentales del Nuevo Reino las de las plantas de pie humano de

este glorioso apóstol, se puede asegurar que fue el sol resplande

ciente, que derramó los primeros rayos del Evangelio en este Nuevo

Reino... Como un abismo llama a otro abismo... solo tocaba a este

abismo de la predicación llamar á los misterios del Evangelio a este

abismo del Nuevo Mundo (Zamora /1701/, s.f., 1.1: 276).

A finales del siglo XVII, asimismo, Lucas Fernández de Piedrahita,

obispo de Santa Marta, y calificador del Santo Oficio de la Inquisi

ción, consideraba también irrefutable la presencia de san Bartolomé

en el Nuevo Reino, como lo ponían de presente sus huellas encon

tradas en diversos parajes. Siguiendo un documento manuscrito de

Quesada, Fernández de Piedrahita anota:

Esperan el juizio universal, y creían la resurrección de los

muertos, pero añadían, que en resucitando avían de bolver a vi-

Page 70: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

68 / Roberto Pineda Camacho

vir, y gozar de aquellas mismas tierras en que estavan antes de

morir, porque se avían de conservar en el mismo ser, y hermosu

ra, que tenían entonces. Tenían alguna noticia del diluvio, y de la

creación del mundo, pero con tanta adición de disparates, que

fuera indecencia reducirlos a pluma (Fernández de Piedrahita, /

1668/1987: 17).

[...] y siendo tan corriente en los Autores modernos (a que

dieron luz los antiguos) que entre las demás partes que predicó

el bienaventurado Apóstol S. Bartolomé, fue una de ellas estas

Yndias Occidentales: es muy verosímil, que el Bochica, de quien

hazen esta relación, fuese este glorioso Apóstol... (Fernández de

Piedrahita,/l 668/1987: 19).

Entre las pruebas de su naturaleza apostólica se encontraban su

túnica, manta y cabello similares al Nazareno, el haber recibido el

mismo nombre (Zuhe) con que los chibchas designaron a los espa

ñoles y, sobre todo, sus enseñanzas; además de las mencionadas evi

dencias, se destaca "la veneración a la Santísima Cruz poniéndola...

sobre algunos sepulcros".

De otra parte, la prueba material de su existencia "se halla es

tampada en una piedra de la provincia de Ubaque, fue señal del pie

del Apóstol, que dejó para prueba de su predicación, y tránsito por

aquellas partes, como por las de Quito, donde se halla otra en la

misma forma" (Fernández de Piedrahita, /1668/ 1987: 19).

La tradición se proyecta aún en el siglo XVIII de diversas formas.

El sacerdote José Domingo Duquesne no duda, en 1790, de la pre

sencia del apóstol santo Tomás en los primeros tiempos.

No obstante, como hemos mencionado, una nueva mirada ge

neral sobre la naturaleza de la religión penetró lentamente en la se

gunda mitad del siglo XVIII. En efecto, a través de Feijoó y otros au

tores españoles, los estudiantes de teología y de derecho pudieron

forjar una nueva sensibilidad frente a la vida religiosa, que se reflejó

en la comprensión de las "idolatrías" y en su transformación en

Page 71: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 69

antigüedades. Pero estas nuevas ideas no sustituyeron las anterio

res ideologías, sino que se superpusieron como un verdadero pa

limpsesto.

Un almanaque sagrado

El mérito de José Domingo Duquesne, en la tradición de los estu

dios sobre las antigüedades en Colombia, es doble. Por una parte,

Duquesne respeta las creencias religiosas de los muiscas y, por otra,

recopila y efectúa sus propias interpretaciones sobre el simbolismo

de diversas piezas votivas que conservaban los indios de Gachancipá,

con singular sigilo, en un cueva. Duquesne era párroco de dicho pue

blo y fue llevado por las autoridades aborígenes a visitar este sitio

sagrado. Este sacerdote, nacido en Bogotá en 1748, transitó y obtu

vo todos los honores académicos disponibles en la Santa Fe de en

tonces, y fue uno de nuestros primeros hombres formados en gran

medida bajo el espíritu de la Ilustración. Desempeñó un papel des

tacado en diversos sucesos durante los años turbulentos de la Inde

pendencia, y elaboró una gramática muisca, lamentablemente aún

perdida.

Entre los diversos escritos de Duquesne sobresalen su Diserta

ción sobre el calendario de los muyscas. Indios naturales de este

Nuevo Reino de Granada, y su no menos interesante Sacrificio de

los moscas y significado o alusiones de los nombres de sus víctimas

(1795).

Como su nombre lo indica, la Disertación sobre el calendario tie

ne como objeto demostrar, con base en diversos elementos votivos,

que los muiscas poseían un complejo calendario, equiparable al que

por entonces también se había descubierto en México. Duquesne

define los objetos votivos como antigüedades y precisa, además, su

naturaleza de imágenes o figuras sagradas. Asimismo destaca la re

levancia del número veinte en la cosmología muisca y la estrecha re

lación del calendario con el sacrificio; encontró una gran similitud

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70 / Roberto Pineda Camacho

entre la astronomía egipcia y la indígena, y destacó la complejidad

de su "zodíaco" (véase lámina IV).

Se ve también una gran conformidad entre los signos de los

Egipcios y los símbolos de los Indios. No pretendemos de que

los caracteres que hoy usamos en la astronomía sean los mismos

originales que inventaron los antiguos pero todos conocen que

retienen alguna semejanza de los elementos sobre que se forma

ron. Como también que los Egipcios no fueron sus primeros in

ventores, habiéndose propagado desde el valle de Senaar, junto

con los primeros conocimientos astronómicos. Pero los Egipcios

y los Indios que son descendientes de Can en la más probable

opinión, como aquellos, cultivaron la escritura simbólica, con más

aplicación que otras naciones, hasta hacerla propia (Duquesne,

1795:414).

Según Duquesne, el "portentoso" Tomagata, "fuego que hier

ve", se transformó en un famoso cometa. Aquél fue uno de sus más

notorios zaques: tenía un solo ojo, cuatro orejas y una gran cola si

milar a la de un tigre, o león, que arrastraba por el suelo. Pero po

seía ciertos poderes extraordinarios y una gran capacidad de trans

formación en otros seres, que se representaban con ocasión de

ciertos rituales.

El barón Alejandro von Humboldt obtuvo, a través del sabio Mu

tis, copia del manuscrito del calendario de Duquesne. Acogiéndose a

su interpretación, comparó el calendario y su sistema de numeración

con el mexicano y los de otras regiones del mundo. Humboldt no

dudaba de que la piedra "adornada con símbolos" representaba un

calendario lunar, con sus respectivas estaciones o períodos.

Más allá de si se trata o no de un calendario, el aspecto aquí re

levante es la manera como ambos leyeron la pieza. Para Duquesne y

Humboldt los signos tienen una significado propio, cuya interpre

tación debe hacerse en gran parte en el mismo marco de su cultura

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 71

y sociedad, casi como lo haría cualquier arqueólogo moderno. Estos

objetos no son ni ídolos ni fetiches, sino antigüedades; la mirada ar

queológica de Duquesne es, en realidad, más profunda. Se trata de

hieroglifos, de símbolos sagrados, cuyo sentido profundo se alcan

za solamente a través de la conciencia religiosa. Su ensayo sobre el

sacrificio, basado en el análisis etimológico de ciertos vocablos

muiscas, refleja una nueva dimensión de su pensamiento, en la que

el sacerdote se dedica a tratar de comprender el sentido de la des

trucción de la víctima sacrificial y su relación con la casa sagrada y

otras dimensiones de la cosmología aborigen.

Duquesne es, sin duda, el verdadero padre de la antropología

moderna en Colombia, por su actitud tolerante frente a otros pen

samientos y por su espíritu crítico y comparativo.

Guacas que arden y bienes sagrados de la Patria

Con relación a las prácticas religiosas y sus objetos se tejieron -como

se advirtió en la introducción y se expuso a lo largo de este ensayo-

diversos discursos hegemónicos. Los ídolos fueron percibidos como

símbolos de la acción del diablo y en cuanto tales fueron considera

dos fuentes del Mal. Esta satanización del pasado les confirió po

der, y seguramente las comunidades indígenas, mestizas y españo

las los consideraron focos de maleficios, brujería o magia.

Las imágenes mágicas afectaban de una forma u otra la vida de

los hombres. El discurso religioso cristiano relegó a los "infieles",

sus espíritus y bienes, y en particular sus restos funerarios, al "tiem

po del paganismo"; los "antiguos", o sea los infieles o paganos de

los tiempos prehispánicos o sus "dioses", se convirtieron -en vir

tud de la misma ideología católica, como bien lo ha advertido Taussig

refiriéndose a la situación de Sibundoy, al sur de Colombia-, en ver

daderos Anticristos (Taussig, 1988: 373). En este contexto, sus ído

los, instrumentos, etc., fueron "imágenes del diablo" y mecanismos

mnemotécnicos de su historia (Taussig, 1988: 375).

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72 / Roberto Pineda Camacho

Simultáneamente, las comunidades indígenas coetáneas fueron

representadas bajo epítetos como "caribes", "antropófagos", "sal

vajes "idólatras", que mediatizaban ideas y poderes similares. Los

infieles del pasado y los salvajes del presente se convirtieron en las

fuentes de grandes males o de grandes bienes, según la situación y

el contexto. Las brujas de Silos o las visiones de los letrados como

el padre Julián o santa Gertrudis ponen de presente que en el siglo

XVIII seguían con fuerza gran parte de las mismas ideas que anima

ron la mentalidad medieval y los grandes procesos de brujería lleva

dos a cabo en España y también en los países reformistas durante

los siglos XVI y XVII.

Esto no nos debe extrañar, máxime cuando en la misma época,

en la Europa ilustrada, se adelantaban juicios de brujerías, por par

te de la Inquisición, incluso contra ciertos animales (cerdos, perros,

gallinas, etc.) acusados y juzgados formalmente como demoníacos.

La convicción de que los territorios indios se identificaban con

los dominios del diablo se proyectó, en efecto, a lo largo de toda la

Colonia. Por ejemplo, santa Gertrudis asevera que el pueblito de Po

tosí, en Nariño, estaba controlado por el diablo, hasta que fue insta

lado en sus inmediaciones el Santuario de la Virgen de las Lajas: sus

habitantes "eran gentiles y gentiles se conservan, y el demonio los

tenía ilusos con sus idolatrías que tenían; y cauteloso de conservar

y perpetuar allí su culto y adoración, y que nunca entrase allí la luz

del evangelio, arbitró la traza de aparecerse en una forma horrorosa

a todos los que querían acercarse a bajar al Guáitara, y si iban a ca

ballo, se les ponía sentado en la grupa. Era esto de manera, que ate

morizaba la gente no había quien se atreviese a ir al dicho paraje"

(santa Gertrudis, 1970, t. III: 82).

De manera simultánea, las "memorias de las figuras de salva

jismo", para utilizar la expresión de Taussig, también fueron ad

quiriendo otro sentido desde finales del siglo XVII, pero sobre todo

en las postrimerías del siglo XVIII: con un Duquesne, un Caldas, o

un Humboldt, iniciaron su tránsito hacia su transformación en an-

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Demonología y antropología en el Nuevo Remo de Granada I 73

tigüedades, o sea en piezas de museo. De hecho, el lenguaje utili

zado en la descripción de una guaca efectuada por Santa Gertrudis,

a mediados del siglo XVIII, ya ponía de presente un cambio en este

sentido:

Este pueblo [de Pedregal] fue muy rico antes de la Conquis

ta, y lo advierto que los indios entonces enterraban todo cuanto

tenían. Y estos entierros o sepulcros llaman guacas: y cuando

moría algún cacique, todos los del pueblo le tributaban oro, ya

labrado o sin labrar, y lo echaban en la guaca; y como había in

dios ricos y pobres, de aquí es que hay guacas ricas donde se ha

lla mucho oro, y guacas pobres donde no se hallan sino juguetes,

como son platillos, ollitas, jarras, muñequitos y varios pájaros de

animales. Pero todo de un barro muy fino y la figura con una total

perfección. El día que fui en La Plata al trapiche de doña Manuela

Flórez, ahí junto al trapiche había cavado una guaca. Era una

concavidad hecha de propósito en una peña, por una boca por

donde la fabricaron y después se cavó. Y la vi, y según lo grande y

primorosa que está, hubo de ser guaca de algún cacique. Así lla

maban a los que gobernaban los pueblos, o de algún indio de gran

nombre. La guaca se descubrió por las llamas que echaba de

noche. La cavaron y no hallaron sino tiestos y muñecos. Lo que

digo que arden las guacas es cosa cierta, especialmente y los vier

nes y los cuartos de luna. Y por estas llamas se han descubierto

muchísimas (Santa Gertrudis, 1970, t. II, Cap. 5).

Como bien lo ha advertido Serna (1996), el proceso se invirtió:

los objetos satanizados se transformaron de manera lenta y sinuosa

en "bienes sagrados", consagrados en el Museo Nacional, ese ver

dadero, al decir de muchos de sus visitantes, "altar de la patria", sin

que desaparezcan los seculares discursos sobre el salvajismo ni tam

poco las visiones sobre los hombres de Antigua y sus memorias

materiales entre la élite, los viajeros y el pueblo.

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74 / Roberto Pineda Camacho

Este proceso de "santificación" alcanzó una primera expresión pú

blica con la apertura del Museo de Historia Natural en 1824, en Bo

gotá, que exhibía, además de muestras de piedras y otros minerales,

un meteorito, un momia muisca, huesos de animales antediluvianos

de Soacha, el manto de la mujer de Atahualpa y, luego, la corona que

Bolívar recibió de la comunidad del Cuzco en reconocimiento a su

labor libertaria6.

Uno de sus directores, el coronel Joaquín Acosta, publicó pos

teriormente una de las primeras Historias de la Conquista y coloni

zación de la Nueva Granada, que dedica parte de su atención a la

6 De acuerdo con Boussignault, en la Capuchina, un monasterio de Bogotá, los frailes conservaban ciertas reliquias humanas. El científico francés visitó el monasterio, en los años veinte del siglo pasado: los frailes habían sido expulsados, con excepción de uno que montaba guardia.

"Por fuera, la Capuchina es un bonito monasterio y al golpear vino a abrir una pesada puerta, como de fortaleza, un fraile bien encapuchado... Lo que me llamó especialmente la atención fue una colección de reliquias artísticamente arregladas, con sus respectivas etiquetas, guardadas en armarios, vitrinas, cuyas llaves pedí. Mi cicerone, quien conocía muy bien las preciosas reliquias, me explicó su origen y su poder: se veían dientes, maxilares, tibias y omoplatos de una gran cantidad de santos y el cura me los presentaba, pidiéndome que los mirara muy de cerca: me parecía estar en un museo paleontológico en presencia de osamenta de fósiles...

"Al día siguiente recibí la visita del señor cura cicerone: "—Y bien, qué piensa de las reliquias? "-Nada, usted sabe muy bien, mi querido cura, que yo no creo en porquerías. "-Porquerías, porquerías, de acuerdo, pero valen mucha plata: i no se ha dado usted cuen

ta que esas santas osamentas tienen un aspecto muy diferentes de las que no son santificadas?"

Según Boussignault, el fraile le propuso falsificar las osamentas, por medio de procedimientos químicos, con lo cual harían un pingüe negocio:

"Podríamos hacer dinero; yo le traería osamentas y Ud. la santificaría por medio de la química. En cuanto a venderlos, no se preocupe, se venderían más de los que Ud. pudiera santificar".

El científico francés, indignado, rechaza la supuesta oscura oferta del fraile, ya que la asimila a una proposición de robo:

"-Así que no hay negocio? "-No y salga de aquí" (Boussignault /1892/ 1994; 375-376).

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 75

historia indígena prehispánica. Asimismo, en su obra transformó las

representaciones del padre Romero sobre el templo de los "idólatras

aruacos" -que visitó a finales del siglo XVII- y algunas ilustraciones

de los objetos muiscas recogidos por Duquesne (véase lámina V).

De ahí en adelante el Museo Nacional albergará, con múltiples

altibajos, los nuevos objetos sagrados, entre los cuales se mezclan

minerales, las antigüedades de los indios, memorias de la Colonia,

retratos de los héroes de la Independencia, espadas, pinturas, etc. A

finales del siglo XIX, por ejemplo, allí estaban depositados, entre otros

objetos, según el testimonio de Rosa Carnegie-Williams, "la calavera

del virrey Solís, un taburete de fusilamiento, huesos de un mastodonte,

terneros de dos cabezas conservados en alcohol, algunos tigres dise

cados, una viejo baúl, raros minerales, una reliquia de las pirámides

de Egipto, muestras de flora y fauna, un reloj solar, retratos de Hum

boldt y Caldas, y... también estaban expuestas lanzas, espadas y otras

armas pertenecientes a los antiguos indígenas..."; frente a la cama de

Bolívar en la noche septembrina, "había un cofre que contenía ídolos

indígenas de piedra, así como un así llamado almanaque, muy curio

so, labrado en piedra y cubierto con símbolos y ranas, el cual era uti

lizado por los indios muiscas" (citado en Serna, 1996: 105).

Las momias, el calendario muisca, la cama de Bolívar, los retra

tos de virreyes y de Felipe II, de monjes y sacerdotes, grandes cua

dros de escenas religiosas {Magdalena moribunda, La resurrección

de Lázaro, El apedreamiento de Esteban, entre otros), estaban to

dos reunidos en un mismo albergue, en un gran montaje que debía

ser leído de forma múltiple por sus visitantes. Mientras tanto, se ur

día una nueva historia sobre el pasado aborigen y la nación, cons

truida, en gran medida, como bien lo advierte Serna, en los esfuer

zos intelectuales, en las prácticas de extirpación de idolatrías, en las

formas de apropiación del pasado por los sectores populares, etc.,

de los hombres de Antigua, de la Colonia.

Pero la santificación fue parcial, y los tesoros de los indios fue

ron también objeto de la codicia de la élite criolla y de los guaqueros,

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76 / Roberto Pineda Camacho

con un fin exclusivo de lucro. A los pocos años de la conformación

de la República de Colombia, algunos de los hombres más prestantes

de Bogotá -entre ellos, el general Santander- conformaron una ver

dadera sociedad para desaguar -otra vez- la laguna de Guatavita, el

lugar por excelencia de El Dorado. De acuerdo con el propio testi

monio del viajero inglés Stuart Cochrane, el desagüe de Guatavita

era una tema corriente de conversación en aquella época, y él mis

mo ofreció al señor "Pepe" París, director del proyecto de desagüe,

sus conocimientos técnicos con este propósito. Con motivo de una

fiesta que el inglés ofreció a lo más selecto de la sociedad bogotana,

aquel instaló "en el jardín de la casa un gran sifón, a través del cual

el agua era llevada de una alberca a otra ubicada a considerable dis

tancia, para mostrarles a los colombianos que, aun cuando fracasa

ra el actual desagüe de la laguna, éste sería posible con la ayuda de

un sifón. Al mismo tiempo repartí un grabado en cobre de la laguna

y una hoja con los cálculos de costos para desaguarlo y el tiempo ne

cesario para lograrlo. Cuando me di cuenta de que mi ayudante rea

lizó mal el experimento, me dispuse yo mismo a la tarea y, por fin, el

experimento resultó exitoso".

No obstante los esfuerzos y análisis técnicos del viajero inglés,

el proyecto fracasó, y fue retomado con relativo éxito a principios del

siglo XX por una compañía inglesa'. Una década después, en 1933,

el gobierno expidió una ley que legalizó el saqueo de los "tesoros de

los indios", reconociéndoles el derecho de propiedad a los guaqueros

y excavadores de tumbas. Bajo este amparo legal, la República im-

' En 1911 la empresa inglesa Contractors Ltd. de Londres desecó casi completamente la laguna. La piezas se remataron por parte de la Casa Sotheby's. La Casa mencionada elaboró un catálogo de las piezas, que contiene las primeras descripciones y fotografías de las piezas halladas en la laguna. Se estima que de la laguna se extrajo multitud de piezas de oro durante los diversos intentos de desagüe, con un jieso total de por lo menos 100 kg. Lleras menciona, a manera de comparación, cómo 800 piezas actuales del Museo del Oro, en Bogotá, pesan 9 kilogramos, de manera que de esta forma podemos presumir la gran diversidad y variedad de piezas de allí extraídas y representadas en los 100 kg. (Lleras, 1998).

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Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 77

pulsó también la profanación de las huacas de los indios, cuyos ob

jetos y piezas orfebres serían fundidos en las Casas de Oro, o ini

ciarían un tortuoso tránsito, junto con otros objetos arqueológicos y

etnográficos, hacia los museos locales o extranjeros.

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ANEXO

Lámina I

Page 81: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 79

i ^ j ^ > J g y V ^ s a ^ 2 g f S a g ^ g ^ ^ ^ S ^ g 3 g

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Lámina II

Page 82: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

80 / Robería Pineda Camacho

Lámina III

Page 83: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 81

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82 / Roberto Pineda Camacho

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Lámina V

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Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 83

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Mauricio Nieto Otarte

REMEDIOS PARA EL IMPERIO:

de las creencias locales a l conocimiento ilustrado en la botánica del siglo XVIII

Toda ciencia es necesariamente local; el conocimiento, en cualquiera

de sus expresiones, tiene su origen y adquiere credibilidad dentro de

grupos sociales, lugares geográficos y momentos históricos específi

cos. La historia y la sociología de la ciencia deben dar cuenta de los

procesos que hicieron posible que ciertas formas de conocimiento

perdieran su localidad y adquirieran la categoría de universales. La

idea de "ciencia moderna", que con tanto entusiasmo se convirtió en

la bandera de la Ilustración europea, tiene un carácter global y uno de

sus más destacados atributos es el de no pertenecer a ningún lugar

en particular, lo cual le dio al conocimiento un sentido político sin pre

cedentes en la historia de Occidente. La Ilustración es un período en

el cual los europeos viven un creciente sentimiento de poder sobre la

naturaleza y sobre otros seres humanos. El éxito de la física newtoniana

se convierte en una convincente muestra del triunfo de la razón so

bre la naturaleza, que parecía dejar claros los criterios de demarca

ción entre conocimiento y creencia.

La historia natural y los sistemas de clasificación del siglo XVIII,

como es el caso de la taxonomía linneana, pretenden ser la expre

sión del único orden posible en la naturaleza y, por lo tanto, se con

vierten en la expresión de una empresa política de control global.

La historia natural durante el siglo XVIII fue una empresa políti

ca con la cual los europeos buscaron apropiarse del mundo entero.

El propósito de los viajeros naturalistas durante la Ilustración era

entonces el de poder reconocer, nombrar, clasificar y, en la medida

Page 92: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

90 / Mauricio Nieto Otarte

de lo posible, transportar a Europa cada uno de los objetos natura

les sobre el planeta. La historia natural es un conjunto de prácticas

cuyo fin es hacer familiar, domesticar y estar en control de todo lo

que parece extraño y ajeno.

Las expediciones científicas de la Ilustración europea fueron, a

su vez, parte de un proyecto económico en el que los imperios euro

peos competían por el monopolio de la comercialización de plantas

útiles. Carlos III y sus ministros parecían coincidir en que la solución

a los problemas económicos de España estaba en una explotación más

eficiente de los recursos naturales de América, pero ya no solamente

del oro y la plata, sino de la riqueza vegetal del Nuevo Mundo. Su mayor

interés estaba en las virtudes medicinales que parecían tener nume

rosas plantas americanas1.

Hipólito Ruiz fue uno de los viajeros españoles a cargo de la Real

Expedición al Nuevo Reino del Perú y Chile. Fue uno de los pocos

españoles que logró publicar sus trabajos sobre plantas medicina

les, los cuales nos servirán de guía para examinar la relación entre

los saberes locales y la ciencia ilustrada.

Como lo veremos con algunos ejemplos, las investigaciones de

los naturalistas españoles tenían como prioridad aquellas plantas que

podían substituir productos que llegaban a Europa del Oriente y que

España se veía obligada a comprar. El interés español por las espe

cies americanas es el reflejo de una política económica de substitu

ción de productos importados, los cuales, eventualmente, España

estaría en capacidad de exportar. Algunos ejemplos importantes son

los estudios sobre la canela, el té, el bejuco de la estrella, la raíz china

u otras plantas que se suponía podrían cultivarse en América para

acabar con el monopolio de ingleses y holandeses sobre éstos y otros

productos importados de colonias orientales.

1 Mauricio Nieto, "Políticas imperiales en la Ilustración europea: historia natural y la apropiación del Nuevo Mundo", en Historia Crítica, N° 11, 1995, pp. 39- 51.

Page 93: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Remedios para el Imperio I 91

El papel central que tiene la medicina dentro de las empresas

científicas españolas durante el reinado de Carlos III debe ser en

tendido como parte de un proyecto político que pretende recobrar

la salud del imperio.

Mostraremos aquí cómo el "descubrimiento" de nuevas espe

cies o de plantas medicinales debe ser explicado como un proceso

de traducción de saberes locales propios de los habitantes de Amé

rica a la ciencia de la Ilustración europea. Para entender este proce

so de traducción por medio del cual los viajeros se hacen portavo

ces y se proclaman descubridores y dueños de la naturaleza, de las

plantas y sus virtudes medicinales, debemos abandonar la románti

ca idea del explorador que en medio de la selva encuentra, "descu

bre", una nueva medicina por primera vez. Los logros de los natu

ralistas serán explicados en términos de un proceso de traducción

de conocimientos locales y testimonios populares a un lenguaje que

pretende perder su localidad y ser presentado como universal. La

taxonomía linneana y la medicina de la Ilustración europea son cla

ros ejemplos de dicho proceso. Como es obvio, los exploradores no

estaban en capacidad de probar las virtudes medicinales, culinarias

o industriales de cada una de las especies americanas, y su primera

fuente de información no era, como repetidamente se afirma, la

observación directa de la naturaleza. El conocimiento de las virtu

des medicinales de las plantas americanas generalmente depende

de tradiciones locales.

El gobierno español había promovido la incorporación de reme

dios americanos mucho antes del siglo XVIII. Desde 1570, cuando

Felipe II nombró los Protomédicos para las Indias, éstos tenían como

una de sus principales funciones recopilar información sobre la

medicina local y el conocimiento de hierbateros en América, y to

mar nota de cada hierba, árbol, raíz o semilla que pudiera tener al

guna utilidad médica. Una cédula real firmada por Felipe II en 1570

muestra el interés del Estado en las plantas medicinales de Améri

ca: "... todas las hierbas, árboles, plantas o semillas que puedan ha-

Page 94: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

92 / Mauricio Nieto Olaríe

liarse en aquellos lugares y que tengan alguna utilidad médica de

ben ser enviadas a este reino..."2.

Cuatro años más tarde aparecería otra cédula real en la cual se

ordena la recolección y traducción de todos los reportes sobre las

prácticas medicinales de los nativos. Buena parte de éstos se publi

caron en 1577 bajo el título Instrucciones y memorias de la descrip

ción de las Indias que su majestad manda hazer pa ra el buen

govierno y para el enoblecimiento de ellas.

Además de estos reportes, antes del siglo XVIII aparecerían otras

publicaciones sobre plantas medicinales que alimentaron las expec

tativas sobre el poder curativo de las plantas americanas. Tenemos

por ejemplo el trabajo de Nicolás Bautista Monardes, Dos libros, el

uno que trata de todas las cosas que traen de nuestras Indias Occi

dentales que sirven al uso de la medicina... traducido y publicado

en varios idiomas en 1572; la Historia natural de las Indias... del pa

dre José de Acosta, publicada en 1590; los escritos de Garcilaso de

la Vega y Bernardo Cobo; el trabajo del francés Louis Feuille, Histo

ria de las plantas medicinales mas usadas en los reinos del Perú y

Chile en la América meridional... de 1714.

Todos estos autores coinciden en suponer que América es un

enorme jardín de plantas medicinales y que muchas de ellas han sido

usadas con éxito por los nativos americanos. Sin embargo, las cul

turas americanas y sus conocimientos son descritos como salvajes,

irracionales y supersticiosos. El sacerdote jesuita Bernardo Cobo

escribe:

[...] los tratamientos médicos de estos indios del Perú están

acompañados de magia y superstición... son bárbaros con poco

conocimiento... y su ignorancia es tal que ninguno de ellos sabe

2 Francés María del Carmen Causape, "Estudio de la especialidad farmacéutica en España", enBoletín de la Sociedad Española de Parmacia, 94 (1973), p. 49.

Page 95: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Remedios para el Imperio I 93

cómo informar a un doctor sobre sus dolencias ni cual podría ser

la causa de éstas. Sin embargo... poseen numerosas hierbas para

curar sus enfermedades y entre ellos encontramos hierbateros,

de ellos nosotros hemos aprendido sobre el poder curativo de

muchas de las hierbas usadas hoy en la medicina3...

Se resalta también la falta de conocimiento entre los nativos de

los principios básicos de una medicina racional, como es la teoría

hipocrática de los cuatro humores.

Las fuentes que existen para investigar las prácticas médicas de

los nativos americanos son escasas y en su mayoría se limitan a tes

timonios de cronistas europeos, quienes coinciden en suponer que

hay mucho que aprender de los indígenas, pero que sus conocimien

tos no tienen ninguna justificación racional y, por lo tanto, es nece

sario que estas plantas sean incorporadas a los sistemas de clasifi

cación europeos y que sus virtudes terapéuticas sean interpretadas

a la luz de las doctrinas de la medicina tradicional europea.

Los diarios, correspondencia y reportes de los exploradores es

pañoles en América contienen cientos de referencias sobre plantas

medicinales que llamaron la atención de los viajeros por sus simili

tudes botánicas con otras plantas útiles ya conocidas o porque eran

utilizadas por los nativos. En la Relación histórica del viaje a los rei

nos del Perú y Chile, de Hipólito Ruiz, se presenta un índice de nom

bres populares y científicos de 170 plantas. La gran mayoría de és

tas son remedios para enfermedades venéreas o tienen propiedades

febrífugas, las enfermedades con mayor impacto sobre la población

del Imperio español.

Dentro de los programas para el fortalecimiento de la Corona y

centralización del gobierno, los ministros de Carlos III buscaron un

3 Bernardo Cobo, Inca Religión and Customs, trad. Ronald Hamilton, Austin: University

of Texas Press, 1979, pp. 220-222.

Page 96: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

94 / Mauricio Sieto Olarte

control más efectivo sobre la farmacia y la medicina a través del

protomedicato. Uno de los resultados de estas políticas se puede ver

en las publicaciones de las distintas ediciones de \aPharmacopeia,

que se publican en España entre 1739 y 1860. La Pharmacopeia no

son más que listas de drogas que tienen un reconocimiento legal y

que pueden ser comercializadas con el permiso y el control de la

Corona española. Desde su primera edición ya aparecen remedios

extraídos de plantas americanas como la quina, pero uno de los pro

pósitos de las Reales Expediciones Botánicas del siglo XVIII, tal y

como lo expresa su principal organizador, Casimiro Gómez Ortega,

era el fortalecimiento de la industria farmacéutica española, que se

haría conocer en Europa a través de dichas publicaciones4.

De creencias nativas a conocimiento científico

Parece obvio suponer que las civilizaciones del Nuevo Mundo depen

dieron en buena medida del conocimiento, cultivo y recolección de

plantas útiles, y como lo podemos corroborar en múltiples casos, las

prácticas de los nativos se convirtieron en la principal fuente del co

nocimiento médico y botánico de los europeos ilustrados. Sin embar

go, los diarios de los viajeros europeos dejan ver una pobre opinión

de las culturas y creencias de los nativos americanos. Es común en

contrar referencias sobre los nativos americanos como gente "pere

zosa", "malvada", "rateros", "belicosos", "supersticiosos" y "decla

rados enemigos de los europeos".

Debemos tener claro que los exploradores científicos no pudie

ron haber descubierto una nueva droga en las selvas americanas. Las

tareas de los expedicionarios son parte de un proceso de traducción

y apropiación de las prácticas locales a una ciencia ilustrada. Su fun-

4 Casimiro Gómez Ortega, Instrucción sobre el método más seguro y económico de transportar plantas vivas, Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española, pp. 1-12.

Page 97: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Remedios para el Imperio I 95

ción consistió en desplazar objetos naturales y hacer públicos sus

usos medicinales y su valor comercial, pero pensar en los viajeros

naturalistas como autores de descubrimientos específicos, por ejem

plo, decir que Mutis descubrió la Cinchona officinalis, o que Ruiz

descubrió las propiedades curativas de la raíz de yallhoy contribuye

a crear una visión incorrecta de los viajes de exploración científica.

Todos los casos que discutiremos enseguida presentan patro

nes similares, y todos ellos nos permiten reconocer la importancia

de los saberes nativos y muestran la función que tiene la taxonomía

como un mecanismo de traducción y apropiación de plantas medi

cinales, al igual que nos permiten ver que el estudio de la naturale

za es inseparable del comercio y de la política.

La planta americana de mayor importancia para los científicos

viajeros del siglo XVIII es el árbol de la quina, cuya historia está llena

de leyendas sobre su descubrimiento y sobre los diferentes usos que

les daban los indígenas americanos3.

Calaguala

haPharmacopeia Matritensis de 1762, mucho antes de que Hipólito

Ruiz partiera para América en 1777, incluía la calaguala como des

coagulante y sudorífico. Aparece también en la Instrucción sobre el

modo más seguro y económico de transportar plantas vivas, de Casi

miro Gómez Ortega, como una de las plantas para ser estudiada por

los naturalistas españoles.

En 1796 Ruiz publica su Memoria sobre la legítima calaguala y

otras raíces que con el mismo nombre nos vienen de la América me

ridional. Éste, como muchos otros de los escritos sobre plantas de

los viajeros españoles, era un intento por establecer las diferencias

5 Ver por ejemplo Jaime Jaramillo Arango, "A Critical Review of The Basic Facts in The History of Cinchona", en: Journal ofthe Linnaean Society, N° 53, 1949, pp. 272-311.

Page 98: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

96 / Mauricio Sieto Otarte

y reconocer una única y genuina especie dentro de un grupo de plan

tas que se vendían bajo el mismo nombre.

Entre los traficantes, droguistas y profesores de la medicina

se conocen baxo el mismo nombre de Calaguala las tres espe

cies de raíces que nos vienen del Perú, pero los indios y natura

les de aquel reyno distinguen estas tres especies con nombres

muy diferentes derivados con bastante propiedad de las mismas

plantas. A la primera y legítima Calaguala la llaman Ccallahuala,

a la segunda Puntu-puntu y a la tercera Huacsaro6.

De manera similar, Mutis, en su trabajo sobre quinas, presenta

cuatro especies distintas, las cuales corresponden a criterios de los

recolectores americanos.

Ruiz es enfático en que el propósito de su escrito es hacer clari

dad para el reconocimiento de la especie genuina. Pero, ¿cuáles son

los criterios y fundamentos de sus conclusiones? La especie genui

na es la originalmente usada por los indios, la cual, según él, era co

nocida por los habitantes de estas regiones mucho antes de la llega

da de los europeos. En cuanto a los usos de la planta, también busca

respaldo en la experiencia de los nativos:

Los indios y demás naturales del Perú creen que las virtudes

descoagulante, anti-reumática, sudorífica, antivenérea y febrífuga

de esta raíz son reales y verdaderas, y disputárselo parecería te

meridad cuando la experiencia de tantos años se las tiene com

probados'.

6 Hipólito Ruiz, Disertaciones sobre la raíz de la ratánhia, de la calaguala y de la china y acerca de la yerba llamada cachalagua, Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española, pp. 20-21. ' Hipólito Ruiz, Ibid., p. 31.

Page 99: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Remedios para el Imperio I 97

Ruiz explica las diferencias taxonómicas linneanas de las tres

plantas que pertenecen al género Polipodium, y que son en su con

cepto tres especies distintas. También se incluye, como es común

para cualquier descripción botánica, un dibujo de la planta que per

mita apreciar sus caracteres específicos para una clasificación acorde

con el sistema linneano.

A pesar de que el argumento principal que nos presenta Ruiz a

favor de las virtudes de la calaguala, al igual que para el adecuado

reconocimiento de la especie, se basa en las costumbres y tradicio

nes locales, que son presentadas como antiguas y confiables, éste

parece presentarse más tarde como mera anécdota. La legitimidad

de sus descubrimientos no podía sustentarse sobre las creencias de

salvajes que suelen ser vistos como supersticiosos e inútiles.

Los nativos americanos no compartían con los europeos del siglo

XVIII categorías linneanas como género o especie, ni tampoco concep

tos propios de la medicina europea, como antirreumático, sudorífico,

descoagulante, antivenérea o febrífuga.

Se requiere entonces un proceso de traducción en el cual el ex

pedicionario español, como botánico y médico de la Ilustración euro

pea, sea el verdadero portavoz y autor de dichos descubrimientos.

Un principio importante, que se repite en los escritos sobre plan

tas medicinales, es la idea de que especies emparentadas taxonómi

camente deberían presentar virtudes similares, de manera que se

proclaman descubrimientos de especies nuevas que por su familia

ridad podrían reemplazar a otras plantas con un comercio ya esta

blecido. Ruiz señala las múltiples propiedades medicinales de otras

plantas de la familia de los heléchos, citadas por Linneo en su Ma

teria médica, los cuales además crecen en condiciones similares a

las de la calaguala.

La traducción de costumbres y creencias populares a un conoci

miento ilustrado requiere de una serie de acciones: referirse a la planta

con un nombre en latín, lo que le da a ésta un lugar en el sistema de

clasificación linneano; elaborar una representación gráfica adecuada,

Page 100: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

98 / Mauricio Nieto Otarte

en la cual se hagan visibles los caracteres necesarios para su recono

cimiento botánico; explicar sus efectos curativos en términos de en

fermedades europeas e indicar formas de preparación de los reme

dios utilizando métodos familiares en la farmacia del siglo XVIII.

Ratánhia

En su memoria sobre la ratánhia, Ruiz explica:

En todos los tiempos el hombre para el alivio de sus enfer

medades ha procurado indagar los usos y virtudes, tanto de las

plantas y de sus partes, como las de las demás producciones na

turales. Las naciones bárbaras y las gentes menos cultas, como

dice Brunn, han sido seguramente las que han dado mayor au

mento en esta parte de la medicina. Los chimicos y físicos han

puesto su mayor atención y conato en realizar y adelantar los

descubrimientos, hechos por aquellas naciones y gentes poco o

nada civilizadas... Son muy pocos los profesores de medicina que

se han dedicado al descubrimiento de las virtudes de algún pro

ducto natural; pero muchos los que se han ocupado de propagar

los... Las primeras virtudes y usos de las raíz de la ratánhia de

ben también contarse entre los descubrimientos hechos por

naciones bárbaras y gentes poco cultas, pues que los indios del

Perú usaban desde tiempo inmemorial de esta raíz como un re

medio y un específico poderoso para afirmar la dentadura...8.

La raíz de la ratánhia fue uno de los pocos remedios que se in

corporaron en la Pharmacopea hispánica como resultado de las in

vestigaciones de las Reales Expediciones Botánicas. Fue incluida en

la cuarta edición de 1817 como astringente.

Hipólito Ruiz, ibid., pp. 9-10.

Page 101: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Remedios para el Imperio I 99

En 1799 Ruiz publica en Madrid su trabajo Disertación de la

ratánhia, específico singular contra losfluxos de sangre... Ruiz ex

plica que él no tenía conocimiento de las propiedades de esta raíz

hasta no haber visto a una mujer cepillándose los dientes con un tro

zo de la raíz de la misma ratánhia, Krameria triandra, que él había

descubierto en 1780. Ruiz cuenta cómo el sabor ácido y austero de

la raíz lo hizo suponer que, al igual que otras substancias de similar

sabor, podría tener propiedades astringentes. Ruiz se refiere a al

gunos incidentes en los cuales la medicina fue utilizada con éxito

como antihemorrágico: la hemorragia nasal de un herrero, la mens

truación prolongada de una esclava y otros episodios en que él había

sido testigo o había escuchado de su eficacia.

Yallhoy

Otra de las publicaciones de Hipólito Ruiz sobre plantas medicina

les es su Memoria sobre las virtudes y usos de la raíz de la planta

llamada "Yallhoy" en Perú..., donde una vez más se cuenta cómo el

primer indicio que tienen los doctores españoles de sus virtudes

proviene de costumbres de los nativos americanos. Ruiz nos cuenta

cómo en la provincia de Huanuco los doctores lograron controlar una

epidemia de disentería gracias a un remedio preparado con la cor

teza de la raíz de una planta llamada yallhoy, la cual era usada entre

los nativos para limpiarse los intestinos cuando sufrían de diarrea.

Todos los escritos de Ruiz sobre plantas medicinales están acom

pañados por una detallada descripción botánica que incorpora la

planta dentro del sistema linneano de clasificación, determinando los

nombres latinos de su clase, género y especie: Octandria, Monnina

polystachya. De igual manera, no puede faltar una elaborada ilus

tración.

En ocasiones, se hacen referencias a análisis químicos y a rece

tas con cantidades específicas para preparar los remedios, infusiones,

pildoras, polvos o lavados.

Page 102: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

100 / Mauricio Nieto Otarte

Podríamos extendernos con muchos otros ejemplos similares,

como es el caso de la planta conocida como bejuco de la estrella,

sobre la cual Ruiz afirma que el gran aprecio del que goza dicha plan

ta entre los indios despertó en él interés por conocerla, planta que

más tarde será considerada por Ruiz como una poderosa droga con

tra la disentería, las fiebres inflamatorias, los resfriados, los dolores

reumáticos y varias enfermedades causadas por la fatiga.

Conclusiones

Las publicaciones, manuscritos y diarios de los viajeros españoles

que durante el siglo XVín viajaron a América en busca de plantas útiles

sugieren patrones comunes en la introducción y certificación de los

nuevos remedios.

En primer lugar, es evidente que los botánicos españoles desa

rrollan sus investigaciones dentro de un proyecto de fortalecimien

to económico y político del imperio. Con algunas excepciones, to

das las plantas que llamaron la atención de los naturalistas ibéricos

eran, o se asumía que podrían ser, especies que podrían remplazar

medicamentos ya conocidos. Los botánicos asumían que especies

emparentadas taxonómicamente deberían tener propiedades simi

lares, de manera que la taxonomía y en particular el sistema linneano

de clasificación se convirtieron en una herramienta fundamental de

legitimación.

También es evidente que las prácticas médicas y el uso de plan

tas medicinales entre los nativos americanos tuvieron un impacto

importante sobre las investigaciones de los expedicionarios españo

les. El conocimiento médico de los americanos nunca fue reconoci

do como tal, y fue, por el contrario, visto como una serie de creen

cias irracionales y, sin embargo, podemos ver que dichas creencias

eran reinterpretadas y traducidas a un lenguaje y a un estilo más

acorde con los intereses y las creencias de la Ilustración europea. Se

trata de un proceso de traducción en el cual no sólo los viajeros to-

Page 103: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Remedios para el Imperio / 10)

man parte: en Europa, farmaceutas, químicos y médicos cumplen

con la suya.

Para la percepción del europeo las creencias de los nativos pare

cen ser útiles, pero no tienen ninguna credibilidad; la credibilidad está

en la forma como se presentan estas creencias, no en su contenido.

El lenguaje utilizado para describir las virtudes de las plantas,

términos como "astringente", "diurético", "febrífugo", o la referen

cia a órganos específicos en la anatomía humana, hacen de los doc

tores europeos portavoces y les dan control sobre los nuevos reme

dios que ya parecen logros y propiedad de la medicina ilustrada.

Traducir es desplazar, transferir, remover de una persona, lugar

o condición a otro; es también expresar en nuestra propia lengua,

en nuestros propios términos, lo que otro dice o hace. El resultado

de este proceso, diría Callón, es una situación en la cual unas per

sonas adquieren control sobre otras9.

Hay un desplazamiento de los bosques americanos a los labora

torios del Palacio Real en Madrid. En el Real Jardín Botánico de Ma

drid, en el gabinete de historia natural o en los laboratorios de la Real

Botica es donde los europeos ganan total control sobre la vegetación

americana. Es dentro de las paredes de estos edificios en el centro

de Madrid donde la complejidad, variedad y exotismo del mundo

natural de América es domesticado.

Para resumir, podríamos identificar tres fases en el proceso de

traducción. Una primera en la cual los viajeros reportan conocimien

tos de tradiciones locales, y en la cual se recrean historias de descu

brimiento. Con esto no sólo se despierta el interés y la curiosidad

de la comunidad científica, los comerciantes y el público en gene

ral, sino que se le da cierta credibilidad a los hallazgos de los expe-

9 Michael Callón, "Some Eleraents of a Sociology of Translation: Domestication of The Scallops and Fishermen of St. Brieuc Bay", en Johon Law (ed.), Power Action and Belief, London: Routledge and Kegan Paul, 1986, pp. 196-233.

Page 104: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

102 / Mauricio Síeto Otarte

dicionarios. En una segunda fase los botánicos elaboran una identi

ficación taxonómica dentro de un orden ya familiar a los europeos,

el cual, en el caso de plantas medicinales, es una práctica indispen

sable para la certificación de una especie genuina. Finalmente, po

demos ver una tercera etapa en la cual las plantas no solamente son

incorporadas en un sistema de clasificación, sino que reciben un

nombre binario y en latín que denota el género y la especie, son di

bujadas y disecadas y en ocasiones reducidas y analizadas en sus

componentes químicos.

El resultado de las prácticas descritas es que el conocimiento

médico, las drogas y su comercialización se convierten en propie

dad exclusiva de una comunidad cuyos intereses están centraliza

dos en Europa.

Los intereses comerciales y científicos de la Corona española

estaban a su vez atrapados en una red de poder político, económico

y científico sobre la cual España no tenía control. El conocimiento y

el comercio parecían estar, cada vez más, bajo el control de otras na

ciones y los remedios americanos no curaron los males del Imperio

español.

Page 105: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

J o s é Antonio A m a y a

UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO

Mutis, sus colaboradores y la botánica madri leña (179I-1808)1

Nuevos planes para la Expedición

El 11 de noviembre de 1791 el virrey José de Ezpeleta (1742-1823)

accedía a la petición elevada por el director de la Expedición Botá

nica, José Celestino Mutis (1732-1808), en el sentido de vincular a

aquel centro en calidad de adjuntos científicos a Francisco Antonio

Zea (1766-1822), a los hermanos José (1772-18 ? ?) y Sinforoso Mu

tis Consuegra (1773-1822) y a Juan Bautista Aguiar2. Casimiro

Gómez Ortega (1741-1818), director del Real Jardín Botánico del

Prado, jefe inmediato de Mutis, había objetado, ya desde 1783, no

poder aprobársele a éste nuevos adjuntos sin que mediara el envío a

Madrid de avances de su obra3. No se sabe si el virrey Ezpeleta se

hallaba enterado de esta objeción, lo cierto es que optó por acatar la

voluntad de Carlos IV, que había dispuesto deber franqueársele a

1 Este artículo forma parte de un trabajo en preparación que podría titularse Mutis, su expedición y la historia natural española (1749-1816). Las dos primeras entregas del mismo aparecieron en Amaya (1992a y 1994), y tratan de los períodos 1749-1760 y 1760-1765; el estudio correspondiente a los años 1766-1790 se halla inédito. Lo que ahora se presenta es un avance relativo al lapso 1791-1808, de carácter preliminar, en razón del espacio que se le ha ofrecido generosamente al autor, y de que la investigación se halla en proceso de realización.

2 La solicitud de Mutis fue fechada en Santafé el 27 de octubre de 1791; las respuestas del virrey Ezpeleta, en la misma ciudad, el 27 de octubre y el 11 de noviembre del mismo año. Todos estos documentos se hallan publicados en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 65-70 y tomo 3: 266-269.

3 Al respecto J. C. Mutis le comentaba en carta a A. J. Cavanilles, director del Jardín Botánico del Prado: "No podrán ocultarse los perjuicios irreparables que se me han seguido.

Page 106: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

104 / José Antonio Amaya

Mutis todos los auxilios necesarios para dar impulso a sus obras,

según real orden de 27 de enero de 1790 reiterada en 25 de enero de

17914.

Mutis había justificado su petición aduciendo varias razones. In

vocó en primer lugar la necesidad de depositar sus conocimientos en

jóvenes capaces de sucederlo. Frisaba los sesenta años y sus acha

ques de salud, que habían hecho temer lo peor en 17875, tendían a

complicarse. La vinculación de nuevos auxiliares no prometía resul

tados inmediatos en lo referente a montaje de herbarios, clasifica

ción de plantas o preparación de memorias. Había que comenzar por

impartirles la enseñanza del abecé de la botánica. Esta formación

únicamente podía ofrecerla el propio Mutis, habida cuenta de que

en los centros universitarios neogranadinos de entonces, como se

sabe, todavía no se ofrecían cátedras de Historia Natural.

Instalado en la capital desde 1791, Mutis no veía la hora de re

cogerse en su gabinete y entregarse al aprontamiento de la edición

de la Flora de Bogotá. Los materiales de esta obra consistían, para

entonces, en un herbario, el primero que había sido formado en el

[Casimiro Gómez Ortega] cometió la maldad de extender a su arbitrio la real orden [del Io-XI-1783] en que se aprobó esta Expedición dejándome sin los tres adjuntos de que ahora me hace cargo [ca. 1792], y con la precisa condición de no entrar ya al goce del miserable sueldo hasta que hubiese remitido todos mis manuscritos y dibujos... (Santafé, 19-VII-1802, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 184-185). Mutis se refiere, sin duda, a los adjuntos que había propuesto para su Expedición en 1783, es decir, a los botánicos discípulos suyos, Bruno Landete y Eloy Valenzuela, así como al geógrafo José Camblor. Únicamente se le aprobó el nombramiento de Valenzuela. Ver oficio del virrey A. Caballero y Góngora a J. de Gálvez, Santafé, 31-111-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 120.

4 Oficio del virrey J. de Ezpeleta aj. C. Mutis, Santafé, 1 l-XI-1791, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 268. 5 Fue en 1787 cuando el virrey Caballero y Góngora, en razón del "estado deplorable" de

la salud de Mutis, le ordenó "abstenerse absolutamente de todo género de trabajo" y "retirarse por seis meses o más al lugar que acomode mejor a sus pensamientos, y tenga todas las proporciones para el restablecimiento de [...] su salud [...] por lo mucho que la necesitan el Rey y el Estado" (Cartagena, -IV- 1787, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 71-72).

Page 107: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Suevo Reino /IOS

virreinato, más de seiscientas láminas y otros tantos diseños6, y un

conjunto de más de quinientas descripciones, unas trescientas se

senta y cuatro de ellas en latín y unas ciento cincuenta en español,

sin contar una serie de observaciones cuyo número se aproximaba a

ciento diez y ocho7.

Las descripciones se referían a la flora de unas contadas locali

dades y sus contornos más o menos inmediatos: Cartagena e itine

rario de Cartagena a Santafé, La Montuosa (Cácota de Suratá, Girón,

Pamplona), Sapo y Mariquita (Bocaneme, Guaduas, Honda, Mesa

de Juan Díaz). Lejos de constituir una Flora del Nuevo Reyno de

Granada (aproximadamente la Colombia actual), este trabajo era el

resultado de incursiones en floras microrregionales. De hecho, Mutis

nunca había dirigido una expedición itinerante propiamente dicha

a lo largo y a lo ancho de espacios considerables, ni tampoco había

recibido de forma sistemática plantas de las diversas provincias del

virreinato.

Se trataba de un trabajo comenzado desde su llegada al Nuevo

Reyno en 1760, de carácter muy irregular, con alternativos períodos

de producción y largos ciclos de interrupción. Es indudable que su

proyecto hacía gala de una cierta continuidad, pero también es evi

dente que no se había desarrollado en un eje determinado sobre una

estructura perfectamente clara. Puede asegurarse que sus Apunta

mientos diarios se habían interrumpido definitivamente hacia 1786

(Amaya, 1992: 41), y su última descripción botánica conocida había

sido fechada en Mariquita el 5 de octubre de este mismo año {Ibidem:

431). La totalidad de sus descripciones estaba lejos de ser un con-

6 Se refiere quizá a las anatomías de flores y frutos que se dibujaban en tiras de papel separadas para ser incluidas luego en el dibujo de la planta (oficio de Mutis al virrey J. de Ezpeleta, Mariquita, 2S-VHI-1790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 48).

7 Todos estos materiales se hallan catalogados en Amaya, 1992, Apéndice N° 1: Catalogue des descriptions et observations pour la "Flore de Bogotá" [...] conservées au Jardin Botanique de Madrid, pp. 378-477.

Page 108: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

106 / José Antonio Amaya

junto publicable, aunque revelaba un esfuerzo significativo en ma

teria de recolección y observación de las plantas vivas.

Podría pensarse que a partir de 1783 Mutis habría avanzado en la

edición de sus trabajos anteriores, conforme a lo dispuesto en la real

cédula de creación de la Expedición (ver infra), lo que no fue así.

La penuria en materia bibliográfica que había tenido que pade

cer durante cerca de un cuarto de siglo (1760-1783), y la imposibi

lidad de consultar otros herbarios explican, en parte, el carácter

prolijo de sus descripciones, cuya debilidad más notoria radica en

la falta casi completa de clasificación. La mayor parte de ellas no

presenta determinación de rango específico y con frecuencia falta

incluso el rango genérico; se echa de menos en ellas ei aporte del

botánico propiamente dicho, quien frente a una planta debe saber

si ésta es conocida o no por la ciencia. Para las plantas conocidas,

basta con indicar su nombre, mientras que para las otras es preciso

describirlas como nuevas para la ciencia y proceder a determinar

las. Ayer como hoy, la satisfacción de estas exigencias requiere del

esfuerzo sostenido por mantenerse al día en materia de bibliogra

fía, además de una consumada facultad de discernimiento para des

envolverse con éxito en medio de una profusión de informaciones.

Mutis había llegado al Nuevo Reyno con una colección restrin

gida y un tanto anacrónica de libros de historia natural8. Con moti

vo de la creación de la Expedición Botánica había emprendido la for

mación de una biblioteca de historia natural, cuyos pedidos más

importantes fueron solicitados a partir de 1783. La posibilidad de

consultar con provecho la Real Biblioteca Pública era nula por decir

lo menos. Este depósito, abierto al público en 1777, se hallaba abas

tecido con un fondo de cerca de trece mil ochocientos volúmenes

expropiados a los jesuitas en 1767, ninguno de los cuales trataba te-

8 Amaya (1992: 232-238) describe ia biblioteca botánica de Mutis para el período 1760-1783.

Page 109: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Suevo Reino I 107

mas relacionados con la botánica sistemática9. Para 1791 Mutis ha

bía logrado formar, con sus propios recursos, una importante colec

ción de libros que le permitía plantearse el dilema de clasificar sus

manuscritos o concebir una obra enteramente nueva10. La consulta

de las mejores obras del momento pudo contribuir a mitigar su

entusiasmo, haciéndole tomar conciencia del retardo de sus cono

cimientos y de las dificultades que tendría que afrontar para editar

una flora según las exigencias del Siglo de las Luces. En este senti

do le manifestaba al virrey Ezpeleta en 1790:

Habiéndome entregado [...] a la inmoderada lección de las

obras botánicas [...], descubrí el dilatado campo que me faltaba

recorrer para ordenar la multitud de notas que había ya recogi

do, sin las cuales no podían manifestarse mil equivocaciones de

los predecesores y viajeros coetáneos11.

Sus palabras no ocultaban la sensación de escepticismo que co

menzaba a embargarlo: todavía no me aflige poco la incertidumbre

de poder concluir con toda la proyectada extensión la Flora de Bo

gotá {Ibidem). Es indudable que para un ojo ilustrado los manus

critos de Mutis podían aparecer como un trabajo preliminar. Sin

embargo, dado que pertenecían a una obra emprendida y en proce

so de realización en la Nueva Granada de la época, expresaban una

voluntad y un espíritu de independencia muy novedosos.

Mutis esperaba delegar en sus colaboradores las salidas de cam

po destinadas a colectar material fresco para el dibujo y alternar con

9 Ver índice General de los Libros que tiene esta Real Biblioteca Pública de la Ciudad de Santafé, establecida en el año 1776 (sic)..., Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Curiosos, manuscrito 308. 111 Ver nuestro trabajo en preparación La colección de libros de Historia Sutural de J. C. Mutis. 11 Oficio fechado en Mariquita el 2S-VIIM 790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo

Page 110: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

110/ José Antonio Amaya

A raíz del fallecimiento de su hermano Manuel, ocurrido el 24

de octubre de 1786, Mutis hubo de asumir la responsabilidad de

cabeza de familia de sus sobrinos, los Mutis Consuegra, integra

dos por cuatro mujeres: Dominga, Micaela, Justa y Bonifacia, y tres

varones: José, Sinforoso y Facundo. Su responsabilidad consistía en

contribuir, en compañía de su cuñada María Ignacia Consuegra, a

su educación, colocación y casamiento.

Nacido en Cádiz en 1745, Manuel había muerto repentina y pre

maturamente en Mompós, en un viaje de negocios. Llegado al Nuevo

Reyno en 1760, pasó en estas tierras una gran parte de su edad tute

lar, que prolongaba entonces hasta los veinticinco años, bajo la pro

tección cuasipaternal de su hermano Celestino. Nunca fue a la uni

versidad. Ocupó la alcaldía de Bucaramanga en 1769, sin haber

cumplido la mayoría de edad, gracias a los buenos oficios de su her

mano, médico a la sazón del virrey Pedro Messía de la Cerda (1700-

1783); luego se dedicó a los negocios; murió sin dejar a ninguno de

sus hijos encarrilado en la universidad.

El tío debía contribuir a la educación de los huérfanos porque la

herencia paterna no alcanzaba para completar sus estudios^. La

ayuda económica de Mutis a sus sobrinos varones debió ser muy con

siderable. Baste señalar que durante los treinta y cuatro meses que

corrieron desde el Io de marzo de 1789 hasta finales de 1791, su apoyo

alcanzó la cifra nada despreciable de dos mil cuarenta pesos16, can

tidad equivalente a 36% del sueldo devengado durante este mismo

período por Mutis, cuyos emolumentos en el real servicio ascendían

a la cifra de dos mil pesos anuales; sin contar sus desvelos en pro de

la colocación de algunas de sus sobrinas en los conventos de la ca

pital.

15 Carta de J. C. Mutis a Ignacia Consuegra, Santafé de Bogotá, 6-X-1793, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 2: 94. 111 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo II: 81.

Page 111: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Suevo Reino I 107

mas relacionados con la botánica sistemática9. Para 1791 Mutis ha

bía logrado formar, con sus propios recursos, una importante colec

ción de libros que le permitía plantearse el dilema de clasificar sus

manuscritos o concebir una obra enteramente nueva10. La consulta

de las mejores obras del momento pudo contribuir a mitigar su

entusiasmo, haciéndole tomar conciencia del retardo de sus cono

cimientos y de las dificultades que tendría que afrontar para editar

una flora según las exigencias del Siglo de las Luces. En este senti

do le manifestaba al virrey Ezpeleta en 1790:

Habiéndome entregado [...] a la inmoderada lección de las

obras botánicas [...], descubrí el dilatado campo que me faltaba

recorrer para ordenar la multitud de notas que había ya recogi

do, sin las cuales no podían manifestarse mil equivocaciones de

los predecesores y viajeros coetáneos11.

Sus palabras no ocultaban la sensación de escepticismo que co

menzaba a embargarlo: todavía no me aflige poco la incertidumbre

de poder concluir con toda la proyectada extensión la Flora de Bo

gotá {Ibidem). Es indudable que para un ojo ilustrado los manus

critos de Mutis podían aparecer como un trabajo preliminar. Sin

embargo, dado que pertenecían a una obra emprendida y en proce

so de realización en la Nueva Granada de la época, expresaban una

voluntad y un espíritu de independencia muy novedosos.

Mutis esperaba delegar en sus colaboradores las salidas de cam

po destinadas a colectar material fresco para el dibujo y alternar con

9 Ver índice General de los Libros que tiene esta Real Biblioteca Pública de la Ciudad de Santafé, establecida en el año 1776 (sic)..., Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Curiosos, manuscrito 308. 10 Ver nuestro trabajo en preparación La colección de libros de Historia Natural de J. C

Mutis. 1' Oficio fechado en Mariquita el 2S-VIII-1790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2:47.

Page 112: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

108/ José Antonio Amaya

ellos la dirección de los pintores. No manifestó voluntad alguna de

conformar un equipo encargado de ordenar y clasificar sus consa

bidas descripciones. A mediano plazo proponía enviar un par de estos

adjuntos a la Corte madrileña para que asistieran allí al grabado e

impresión de su Flora.

La idea de Mutis de editar en América la Flora de Bogotá no era

nueva. Ya en 1783, al momento de proyectar la Expedición Botánica,

en cierto modo se había comprometido a preparar la edición de su obra

en el Nuevo Reyno y a enviarla lista para su publicación en Madrid.

Ello suponía que era aquí en América donde se iba a realizar la totali

dad del trabajo científico, es decir, la recolección y la preparación de

los materiales, su descripción, dibujo y clasificación. En este esque

ma se le reservaban de forma tácita a la metrópoli funciones puramen

te técnicas relacionadas con el grabado, la iluminación, la impresión,

la encuademación y quizá la distribución. Era Mutis quien adelanta

ría la edición científica propiamente dicha; el director del Prado asu

miría el papel de coordinador de la publicación.

En 1783 Mutis había asegurado a la Corona ser inminente la pu

blicación de su obra. El virrey Antonio Caballero y Góngora (1723-

1796) había rubricado este compromiso garantizándole al ministro

de Gracia y Justicia, José de Gálvez, que los manuscritos de la His

toria Natural del Nuevo Reyno estaban prácticamente listos para ser

publicados12. Bajo este supuesto la Corona le acordó su auspicio a

Mutis. Hay que recordar que durante los últimos diez años, en Es

paña nada se había publicado en materia de botánica, en un momento

en que las ediciones de historia natural conocían una edad de oro

en toda Europa. Es cierto que en la real cédula de creación de la Ex

pedición (Io -XI- 1783) se dispuso que antes de salir de viaje, es ne

cesario que Mutis concluya y perfeccione sus trabajos para enviar

los al ministerio de Gracia y Justicia. Pero al momento de promulgarse,

12 Oficio del virrey A Caballero y Góngora a J. de Gálvez, Santafé, 31-III-l 783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 119 y 120.

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Una flora para el Nuevo Reino / 109

este despacho ya había sido desobedecido. De hecho, Mutis había em

prendido su Expedición seis meses antes, el 29 de abril. Aun así, Ca

ballero y Góngora no se tomó el trabajo de exhortarlo para que re

gresara a Santafé a cumplir con lo dispuesto por Carlos III. Unos años

más tarde, en 1787, Mutis se había comprometido ante el ministro

Gálvez a entregar, en el curso de aquel año, tres volúmenes de su

Flora13, promesa que tampoco pudo cumplir.

Nótese que en los nuevos planes de 1791 se ignoraba por com

pleto a Gómez Ortega; era a los adjuntos a quienes se les asignaba

la coordinación de la publicación. Otro aspecto novedoso de estos

planes era la reducción de la obra a la parte botánica. En el proyecto

de 1783 se pretendía investigar todos los ramos de la historia natu

ral, incluidas, aparte de la botánica, la zoología y la mineralogía.

También Mutis se había obligado, sin que nadie se lo hubiese pedi

do, a levantar un mapa del virreinato, e incluso una historia comple

ta en lo geográfico, civil y político, acompañada de todas las obser

vaciones físicas correspondientes de la América septentrional14.

Los adjuntos

¿Por qué Mutis había permanecido sin colaborador científico algu

no, durante más de siete años, desde el retiro de Juan Eloy Valenzuela

(1756-1834), subdirector de la Expedición durante el breve lapso de

trece meses, desde abril de 1783 hasta mayo de 1784? Quizá este

retraimiento se explique por el hecho de que ninguno de los sobri

nos varones del director de la Botánica se hallaba en edad de ser vin

culado a la Expedición, al menos entre 1786 y 1791.

13 Oficio del virrey A. Caballeroy Góngora a Mutis, Cartagena, 3-III-1787, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 70. 14 Oficio de J. C. Mutis al virrey A Caballero y Góngora, Santafé, 27-111-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 114.

Page 114: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

110/ José Antonio Amaya

A raíz del fallecimiento de su hermano Manuel, ocurrido el 24

de octubre de 1786, Mutis hubo de asumir la responsabilidad de

cabeza de familia de sus sobrinos, los Mutis Consuegra, integra

dos por cuatro mujeres: Dominga, Micaela, Justa y Bonifacia, y tres

varones: José, Sinforoso y Facundo. Su responsabilidad consistía en

contribuir, en compañía de su cuñada María Ignacia Consuegra, a

su educación, colocación y casamiento.

Nacido en Cádiz en 1745, Manuel había muerto repentina y pre

maturamente en Mompós, en un viaje de negocios. Llegado al Nuevo

Reyno en 1760, pasó en estas tierras una gran parte de su edad tute

lar, que prolongaba entonces hasta los veinticinco años, bajo la pro

tección cuasipaternal de su hermano Celestino. Nunca fue a la uni

versidad. Ocupó la alcaldía de Bucaramanga en 1769, sin haber

cumplido la mayoría de edad, gracias a los buenos oficios de su her

mano, médico a la sazón del virrey Pedro Messía de la Cerda (1700-

1783); luego se dedicó a los negocios; murió sin dejar a ninguno de

sus hijos encarrilado en la universidad.

El tío debía contribuir a la educación de los huérfanos porque la

herencia paterna no alcanzaba para completar sus estudios1^. La

ayuda económica de Mutis a sus sobrinos varones debió ser muy con

siderable. Baste señalar que durante los treinta y cuatro meses que

corrieron desde el Io de marzo de 1789 hasta finales de 1791, su apoyo

alcanzó la cifra nada despreciable de dos mil cuarenta pesos16, can

tidad equivalente a 36% del sueldo devengado durante este mismo

período por Mutis, cuyos emolumentos en el real servicio ascendían

a la cifra de dos mil pesos anuales; sin contar sus desvelos en pro de

la colocación de algunas de sus sobrinas en los conventos de la ca

pital.

15 Carta de J. C. Mutis a Ignacia Consuegra, Santafé de Bogotá, 6-X-1793, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 2: 94. !6 Carta dej. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo n: 81.

Page 115: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Nuevo Reino / 111

Se dispuso que los sobrinos estudiarían derecho en el Colegio

Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Santafé. Simultánea o su

cesivamente Mutis se propuso impartirles o seguirles impartiendo

una formación privada en botánica, medicina y astronomía. Por lo

tocante a la mineralogía, deseaba confiar la educación de uno de ellos

al mineralogista vasco Juan José D'Elhuyar (1754-1796), quien ha

bía seguido la química en París con Rouelle (1772-1777), la meta

lurgia y la geología en Freiberg, con Abraham Werner (1778), pasando

luego a la Universidad de Upsala, donde estudió bajo la dirección

de Tobern Bergman (1781-1782). Al llegar al Nuevo Reyno en 1784

con el cargo de administrador de las Minas de Santa Ana (hoy mu

nicipio de Falan, Tolima), localidad ubicada cerca de Mariquita

(Glick, 1983, vol. 1: 297-299), sede de la Expedición Botánica (1783-

1791), D'Elhuyar trabó una gran amistad con Mutis, quien hubo de

renunciar a sus planes para uno de sus sobrinos, en razón de su tras

lado definitivo a Santafé en 1791.

El contacto de los sobrinos con el tío no había sido particular

mente cercano, al menos geográficamente. Los niños habían naci

do y crecido en la provincia de Pamplona, mientras el tío llevaba la

vida itinerante de un minero y de un expedicionario, en Santafé

(1770-1776), en El Sapo (1777-1782) y en Mariquita (1783-1790).

Pese a ello y al menos para el caso de Sinforoso, puede entreverse

una precoz iniciación a la botánica bajo la dirección del tío. La pri

mera descripción botánica conocida de Sinforoso data del 8 de agosto

de 1785 (¿vacaciones escolares?) y corresponde a una supuesta es

pecie del género Pterocarpus; fue preparada probablemente en

Honda, como lo deja suponer el hecho de que su segunda descrip

ción identificada, referida a un "Espino de Cruz", hubiese sido ela

borada en esta localidad dos días después, el 10 de agosto (Amaya,

1992: 432). Resulta interesante constatar que para agosto de 1785

Sinforoso contaba sólo 12 años de edad, y que su tío José Celestino

se hallaba en esta villa el 18 de agosto de aquel año (Hernández de

Alba, 1983, tomo 2: 661).

Page 116: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

112 I José Antonio Amaya

La primera vez que el director de la Botánica insinuó oficialmen

te su deseo de ver colocados a sus sobrinos en el real servicio se pro

dujo el 3 de enero de 1789, en una comunicación al virrey Caballero

y Góngora:

Si alguna esperanza me queda, si sobrevivo al feliz éxito de

mis principales comisiones, la tengo reducida a traer a mi lado

tres sobrinos míos, que a mis expensas se están educando y a

quienes podré manejar con los derechos que sobre ellos me ha

dado la naturaleza, para depositar en ellos por herencia mis tales

cuales conocimientos en Historia Natural, Medicina y Astrono

mía; y por mi pasión al importante ramo de minería dedicar al

guno de ellos a esta ciencia al lado del sabio director don Juan

José D'Elhuyar17.

La temprana influencia del tío sobre Sinforoso aparece confir

mada cuando se consulta otra descripción de este último, referida a

una especie de Cestrum, conocida popularmente con el nombre de

"Ubillo", fechada en Santafé el 12 de agosto de 1789: justo por es

tos días Mutis se hallaba en la capital18.

La determinación de Mutis de colocar a su parentela en la Ex

pedición estaba relacionada, según decía, con la frustración que le

había ocasionado su intento de ganar talentos para la historia natu

ral en el Colegio del Rosario. Hay que tener en cuenta, sin embargo,

que durante su penúltima residencia en la capital (1770-1776) sólo

había dictado un curso de matemáticas en las aulas rosaristas {ca.

1774). Por lo demás, a partir de 1777 y hasta 1791 había vivido lejos

de la capital. El hecho es que para este último año no estaba en ca-

17 Oficio de J. C. Mutis al virrey A. Caballero y Góngora, Santafé, 3-1-1789, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 1: 438. 18 Esta permanencia de Mutis en la capital se prolongó al menos desde el 15 de junio hasta el 27 de agosto de 1789 (ver Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo l:487y495).

Page 117: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Nuevo Reino I 113

pacidad de recoger fruto alguno de su magisterio. En 1789 apoyaba

la colocación de sus sobrinos con el argumento de

[...] no haber tenido por conveniente pedir al Rey otros ad

juntos. Nadie podrá entrar ya en mi empeñadísimo modo de pen

sar; ni yo puedo acomodarme ya al modo de pensar aun de los

jóvenes más aplicados, que mirarían siempre por premio de su

elección y talento para disfrutarla con algún descanso, y no por

carrera, la dotación de su destino.

En esta temprana declaración de intenciones no se incluía en la

plantilla de personal de la Expedición a ningún extraño al linaje del

director. Los sobrinos del Primer Botánico y Astrónomo de Su Ma

jestad Católica debían brillar sin sombra en el panorama de las cien

cias de la Nueva Granada. El plan consistía en dejaren carrera a los

herederos no forzosos. La cuestión se reducía a aguardar la ocasión

para concertar la mudanza de los sobrinos de Santafé a Mariquita.

Al ser trasladado a Santafé en 1791, presionado por el virrey

Ezpeleta para entregar su obra19, Mutis sintió que había llegado el

momento de comenzar a encarrilar a sus sobrinos en el real servicio.

19 En 1789 Sebastián José López Ruiz (n. 1741) se había trasladado de Santafé a Madrid con el fin de insistir en sus litigios a los pies de la Corona sobre su envejecida pretensión de ser el descubridor de las quinas de Santafé. En esta ocasión no halló mejor arbitrio que alertar al Consejo de Indias acerca de la dilación de Mutis en el envío de avances de la Flora de Bogotá. El Consejo previno al virrey Ezpeleta para que le tomara cuentas a Mutis. Aquél cometió un abuso de poder conminando al director de la Botánica a que se trasladase a la capital con todo su equipo a título definitivo, con el fin de poder controlar mejor el avance de la Flora. Aunque hizo creer lo contrario, a don José le produjo no poco alborozo la mudanza de la infeliz Mariquita: "Estoy ciertamente complacido con mi resolución (sic) de haber salido finalmente de aquellos países cálidos, que tanto han desmedrado mi anterior robusta salud. No son aquellas tierras al propósito para entregarse a la escritura y a los libros [...] Aquí [en Santafé] lo paso mejor, pero siempre achacoso, y sujeto a una severísima vida, con el disgusto de no poder atarearme cuanto quisiera y cuanto podía prometerme de mi antigua robustez y buen régimen" (carta de Mutis a I. Consuegra, Santafé, 14-X-1791, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo III: 63).

Page 118: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

114/ José Antonio Amaya

José había nacido en 1772, Sinforoso en 1773 y Facundo en 1775, de

modo que para 1791 frisaban respectivamente los 19, los 18 y los 16

años de sus edades. José y Sinforoso se habían trasladado de su natal

provincia de Pamplona a Santafé en 1787, año en el que vistieron la beca

del Colegio del Rosario (Guillen, 1994, tomo 2: 521). Facundo había

ingresado poco tiempo antes al claustro rosarista en 1790 {Ibidem: 547).

En estas condiciones Mutis se limitó a proponer a Ezpeleta la

designación de José y de Sinforoso al lado de Francisco Antonio Zea;

también solicitó la ratificación del nombramiento del cirujano ro

mancista Juan Bautista Aguiar, vinculado informalmente a la Expe

dición20 hacia mayo de 1791. Por lo que toca a las asignaciones, a Zea

se le fijó un sueldo anual de quinientos pesos. Aguiar y los sobrinos

ingresaron como agregados meritorios, es decir, sin más gratificación

que la enseñanza [de la botánica]21. Se suponía que una vez apren

dieran los principios de esta ciencia la administración les asignaría

un sueldo según su aplicación y desempeño.

Resultaría anacrónico censurar a Mutis de nepotismo. Como se

vio más arriba, éste comunicó sin reserva alguna, tanto al virrey Caba

llero como al virrey Ezpeleta, sus designios con sus consanguíneos.

Las pretensiones de Mutis no eran nuevas, al menos en el ámbito

de la botánica europea. Baste recordar las aspiraciones de Gómez

Ortega a la dirección del madrileño Jardín de Migas Calientes, fun

dadas parcialmente en el parentesco que lo unía con su tío carnal

José Hortega¿2 (1703-1761), alma de la fundación de aquel centro, y

quien había educado al sobrino con esta mira. Joseph Quer (1695-

1764), por su parte, también intentó, sin éxito, colocar a su hijo pu

tativo, Dionisio Androver, en la dirección de Migas Calientes, funda-

20 Oficio de J. C. Mutis al virrey J. de Ezpeleta, Santafé, 27-X-1791, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 66, 21 Ibidem, tomo cit., p. cit. 22 Nótese que de una generación a otra hubo un cambio en la grafía del apellido Hortega, que con Casimiro pierde la H. En relación con el uso dado por Casimiro Gómez al apellido Ortega, ver Puerto, 1992: 29.

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Una flora para el Suevo Reino I 115

mentándose en la preparación botánica de éste a su lado durante veinte

años, en sus méritos como auxiliar de cirujano en las campañas ita

lianas, en la asistencia durante ellas a las universidades de aquel país

y en la necesidad de obtener alguna ayuda para poder concluir la Flo

ra española (Puerto, 1992:41). En Suecia, Linneo (1707-1778) le legó

a su hijo la dirección del Jardín Botánico de Upsala; para no hablar de

la familia de los Jussieu que dominó la escena botánica francesa des

de finales del siglo XVII hasta mediados del siglo XDC

Lo que resulta claro es que durante la segunda mitad del siglo

XVIII el honor de la familia prevalecía sobre el mérito personal y las

simpatías individuales, sobre todo tratándose de una progenie como

la de los Mutis Consuegra, primera generación criolla por el lado

paterno. Bien conocido es que entre Mutis y Sinforoso no media

ban afectos profundos, ni siquiera una mediana afinidad. Mutis le

reprochaba a su sobrino su indisciplina y su negligencia para estu

diar las matemáticas23; Sinforoso, por su parte, debía considerar al

tío como un viejo perfeccionista y gruñón. El hecho fue que a su

muerte, Mutis le transmitió a su sobrino la dirección de la parte bo

tánica, la más importante de la Expedición. Como veremos, Sinforoso

hubo de desplegar mucho celo y no poca maña para salvar el honor

de su tío, comprometido por la falta de edición de la Flora de Bogotá.

La solución alcanzada con el nombramiento de los agregados re

sultaba poco onerosa para el real erario. En medio de repetidas di

laciones para entregar su obra, Mutis no podía permitirse solicitar

la aprobación de una plantilla de auxiliares con asignaciones que en

conjunto podían equivaler a la de su propio sueldo anual. Además,

en la medida en que el equipo de adjuntos se hallaba integrado úni

camente por neogranadinos en Santafé desaparecían los sueldos

elevados y los costos de desplazamiento desde la metrópoli.

23 "[Sinforoso] sabe tanto de matemáticas como su hermano [¿José?] porque ambos no hicieron más que perder el tiempo y pensar en divertirse". Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 6-X-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 93.

Page 120: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

116/ José Antonio Amaya

Oriundo de Medellín, Francisco Antonio Zea (1766-1822) era

egresado del Real Colegio Seminario de San Francisco de Asís en

Popayán, donde había tomado el conocido curso de filosofía que allí

impartía José Félix de Restrepo (1760-1832). El programa de este

curso seguía los derroteros fijados por Mutis en su cátedra de Ma

temáticas y Filosofía Newtoniana inaugurada en el Rosario en 1762.

Figuraban en el contenido del curso, al lado de la dialéctica racio

nal, la aritmética, la astronomía, la mecánica, la hidráulica, la estéti

ca y la óptica. En cierto modo Mutis recogía el fruto de su acción,

puesto que Restrepo había aprendido la filosofía newtoniana de uno

de los discípulos del propio Mutis. Restrepo también habría inicia

do a Zea en el estudio de la botánica24.

¿Por qué un hombre como Zea, que aspiraba a ser abogado, se

mostraba tan atraído por la ciencia en general y por la historia natu

ral en particular? Haciéndose eco de los nuevos tiempos, Mutis sos

tenía el criterio de incluir el estudio de las matemáticas y la física

en la formactón rlp todo orofesional En el caso neogranadino la

universidad se ocupaba casi exclusivamente de la preparación de

sacerdotes y abogados. Los criollos de avanzada se acantonaban en

las facultades de derecho, pues en el país prácticamente no existie

ron durante la época colonial estudios modernos de medicina dota

dos de cátedras de botánica, zoología o mineralogía.

En 1786 Zea marchó a Santafé, donde inició sus estudios univer

sitarios en el Colegio de San Bartolomé. Sin haber concluido su for

mación en leyes, se lo invitó a regentar la Cátedra de Humanidades

24 "Don Félix de Restrepo, mi maestro de Filosofía, que la había aprendido de un discípulo de Mutis, tiene el mérito de haber ido a propagarla en Popayán y es el primero que en aquellas partes atrajo la juventud al estudio de la Naturaleza. Mutis lo consideraba digno de una estatua [...], habiendo sido este estudio el que más promovió, aunque no logró le permitiesen introducir en la física sino lo concerniente a vegetación, nutrición, etc." (Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 26 de abril de 1799. Original en el Real Jardín Botánico de Madrid (RJBM), Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC), Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta Na 4.

Page 121: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Suevo Reino I 117

de su alma máter, cátedra que regentaba todavía hacia 1792. El pro

pio virrey Ezpeleta no tardó en nombrarlo preceptor de sus hijos.

Pocos meses antes de su nombramiento, en abril de 1791, Zea

comenzó a publicar en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé

de Bogotá (1791-1797), el único que circulaba cada semana en el

virreinato, una serie de artículos titulada "Avisos de Hebéphilo";

ocultó su nombre tras el pseudónimo de Hebéphilo, que significa

"amante de la juventud". Con estilo más bien incendiario, sostuvo

que los sabios (intelectuales se diría hoy en día) son en las repúbli

cas lo que el alma en el hombre. Ellos son los que animan y ponen en

movimiento este vasto cuerpo de mil brazos [¿la nación?] que ejecu

ta cuanto le sugieren, pero que no sabe obrar por sí mismo, ni salir

un punto de los planes que le trazan. Sostenía que la función pri

mordial de los sabios consistía en llevar las luces filosóficas, es de

cir, los principios de la economía, de la agricultura, de la industria,

de la política, etc., a l taller, al campo, a la oficina ([Zea], 1791: 61).

Esta nueva función asignada a los intelectuales se hallaba asociada

con el descubrimiento de la noción de patria y de naturaleza ame

ricanas por parte de los criollos. El novísimo concepto de ciudada

nía, calidad que Zea se adjudicaba, no podía definirse sin el ingre

diente de la educación en la nueva filosofía, basado en el ejercicio

de la razón y en la observación de la naturaleza, la educación del gusto

y el culto de la lengua española25. En este esquema de pensamiento

se le asignaba a la monarquía la tarea de garantizar a sus subditos

una universidad pública acorde con los nuevos tiempos. Aseguraba

que sin la reforma de la educación no podía concebirse una explo

tación racional de la naturaleza ni el aumento de la riqueza. Adver

tía el fracaso de Francisco Antonio Moreno y Escandón y de J. C.

25 A partir de su nombramiento como director de la Expedición Botánica (1783), Mutis abandonó el latín y adoptó el español en la redacción de sus descripciones botánicas; sus colaboradores, E. Valenzuela, J. B. Aguiar, S. Mutis yj. T Lozano, utilizaron sistemáticamente el castellano en sus descripciones y en sus trabajos para la Expedición.

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118/ José Antonio Amaya

Mutis en sus intentos de reformar la educación superior en la déca

da de los 1770, y puntualizaba que la existencia de criollos cultos en

el Nuevo Reyno no era en modo alguno producto de una política

oficial en materia de educación:

Los filósofos y naturalistas criollos se han formado por sí mis

mos [aludía a casos como el de Restrepo y el de Valenzuela] en

su retiro y en sus libros. Y esto, que a ellos les hace tanto honor,

es lo que más desacredita la enseñanza pública. Ésta se debe re

formar porque sólo está reservado a los genios sublimes mudar

de doctrina y formarse en los autores. El resto de los hombres

sigue constantemente el camino que les enseñaron ([Zea], 1791:

59).

El amor de Zea por la naturaleza americana y la curiosidad por

su estudio, que no parecen haber sido fruto del contacto directo con

Mutis, se revelan en sus palabras:

Este Reyno que veis sumergido en la última barbarie y a pe

sar de su vasta extensión habitado solamente de millón y medio

de hombres miserables, sin ciencias ni artes, agricultura ni co

mercio, en medio de su miseria es el favorito de la naturaleza. Aquí

es en donde ella se muestra en toda su magnificencia. Aquí puso

su jardín y su gabinete. Aquí ha expuesto a los ojos más indife

rentes y menos reflexivos el brillante espectáculo de sus maravi

llas. ¡Que no tenga yo tiempo de recorrer con vosotros nuestras

fértiles provincias para iros mostrando por todas partes las más

bellas producciones de la tierra, las más abundantes riquezas,

tantos primores que a lo menos merecen una mirada reflexiva!

Los bosques están llenos de plantas aromáticas y medicinales, a

cada paso se encuentran bálsamos, gomas y aceites exquisitos

([Zea], 1791:68).

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Una flora para el Suevo Reino I 119

Como se ha dicho, el artículo apareció bajo pseudónimo. Pero no

hay que olvidar que el editor del Papel Periódico, Manuel del Socorro

Rodríguez, era persona muy cercana de la Expedición, en particular

de su director, a quien llegó a componerle una Oda a la Flora de Bo

gotá. Zea era perfectamente consciente de que su discurso podía ser

interpretado como el intento defomentar una sedición literaria {[Zea],

1791: 63). Y no se equivocaba, pues ante la queja de algunos sujetos

encargados de la enseñanza pública, el editor Rodríguez se vio obli

gado a intentar, sin éxito, retirar de la imprenta el segundo Aviso, y a

renunciar a seguir publicando el resto del manuscrito en razón de su

mucho amor a la p a z y buena armonía con todos los hombres

(Rodríguez, 1791: 1). Quizá el silencio al que Zea fue sometido deba

ser interpretado como el inicio en el Nuevo Reyno de la ofensiva con

tra la expansión de la influencia de la Revolución Francesa.

Así, al momento de su nombramiento, Zea era conocido, al me

nos en la capital, como el líder de la lucha contra el ergotismo y la

escolástica. Se le veía constantemente paseándose por los claustros,

estudiando siempre. Su desgreño y su gusto por lucir abrigos viejos

y raídos eran un síntoma de rebeldía antes que de pobreza. El esta

blecimiento de Mutis en la capital, hacia mayo de 179126, coincidió

con el desencadenamiento de la polémica. La selección de Zea re

vela una complicidad del director de la Botánica con el contenido de

los Avisos, y también un intento de reparar el silencio al que el joven

Francisco Antonio había sido sometido.

¿En qué circunstancias conoció Mutis a Zea? La iniciativa del

nombramiento parece que provino de Mutis, quien se habría dirigi

do al Colegio de San Bartolomé a conquistarlo para la botánica1''. Al

26 Es seguro que Mutis se hallaba de nuevo establecido en Santafé en mayo de 1791, como lo demuestra la primera descripción conocida de J, B. Aguiar para la Expedición Botánica, fechada en Santafé el 10 de mayo de 1791 (Amaya, 1992: 443). 27 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz 20-VI-1798. Original en RJBM, A\JC, Correspondencia Científica, Cartas de F A. Zea, Legajo 24, Carpeta N2 4.

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120 / José Antonio Amaya

ingresar a la Expedición, Zea estaba muy próximo a alcanzar la mayo

ría de edad, puesto que había sido bautizado el 23 de noviembre de

1766 (Botero, 1969, tomo 1: 25). Venía a reemplazar a Eloy Valenzuela

en la subdirección de aquélla y, conforme a las razones que Mutis adujo

ante el gobierno, sería Zea quien habría de sucederlo en la dirección

de la Expedición.

Se le acordó sueldo teniendo en cuenta su sobresaliente instruc

ción. El reducido monto del mismo (quinientos pesos al año, como

se ha dicho), que equivalía a la partida autorizada por la administra

ción para el pago de un pintor calificado, hizo temer que Zea desis

tiera, tanto más cuanto que se hallaba obligado a trabajar tiempo

completo al servicio de la Expedición, como todos y cada uno de los

demás adjuntos.

Como se ha dicho, J u a n Baut is ta Aguiar se vinculó a la Expe

dición de modo informal pocas semanas después del establecimiento

de Mutis en Santafé. Para finales de 1792 tenia estudiada y entendi

da la Philosophia Botánica1*, texto con el cual Mutis iniciaba a sus

discípulos, sin que se sepa si la edición utilizada fue el original lati

no publicado en primera edición en Estocolmo en 1751 o la traduc

ción española, Explicación de la filosofía y fundamentos botánicos

de Linneo, preparada por Antonio Palau y Verdera (1734-1793) en

Madrid en 1778.

Aguiar formó un herbario cuyas muestras no han sido identifi

cadas y que seguramente fue integrado al Herbario de la Expedición

Botánica, que hoy por hoy se conserva en el Jardín Botánico de Ma

drid29. Preparó no menos de treinta y tres descripciones botánicas

2!í Carta de J. B. Aguiar a J. C. Mutis [¿Fusagasugá, 1792-1793?], en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 3. 29 Carta de J. B. Aguiar a J. C. Mutis, [¿Fusagasugá?], 22-1-1793. Original en RJBM, Fondo Documental de José Celestino Mutis (FDJCM), Correspondencia aj . C. Mutis, III, 1, 1, 2. M. P. De San Pío (1995) coordinó la preparación del FDJCM.

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Una flora para el Suevo Reino / 121

que se conservan en el Archivo de aquel centro30 y en el Instituto de

Francia (l)31 . Todas ellas fueron elaboradas a partir de plantas co

lectadas en Santafé (29), en Fusagasugá (3) y en la Parroquia de San

Antonio (1); no presentan correcciones ni comentarios de J. C. Mu

tis, aunque sí anotaciones de su sobrino Sinforoso, inscritas después

de 1808. Del análisis de las fechas límite de estos manuscritos -mayo

de 1791 y junio de 1793- puede inferirse que Aguiar trabajó en la

Expedición aproximadamente dos años. Su nombre ya no figura en

la plantilla de personal de la Expedición correspondiente a 1794. A

partir del análisis de las localidades de las descripciones y de su

correspondencia con Mutis, se puede observar que realizó un viaje a

Fusagasugá entre finales de 1792 y principios de 1793, quizá entre

noviembre y enero (ver Amaya, 1992:445), en búsqueda de Cinchonas,

Melastomas y Passifloras.

Nada indica que Aguiar ni sus compañeros Zea y S. Mutis hu

biesen trabajado y ni siquiera conocido los manuscritos mutisianos

para la Flora de Bogotá, que permanecieron para ellos como un ar

cano. Además, Aguiar y Zea se desempeñaron independientemente

el uno del otro, de modo que no hubo trabajo en equipo, ni entre los

adjuntos ni, como se ha dicho, en relación con la obra manuscrita

del director. Francisco José de Caldas (1768-1816) y Sinforoso Mu

tis accedieron a estos manuscritos sólo después de la muerte de

Mutis en 1808, y quedaron perplejos ante el desorden y la pobreza

de los mismos32. Lo que resulta claro es que para 1791 Mutis había

30 Los originales de las descripciones botánicas de J. B. Aguiar se conservan en el RJBM, FJCM, 4. Botánica, 4. 11. Escritos, III, 4, 11, 73. La descripción de estos materiales con relación a nombre científico, vernáculo, localidad y fecha puede consultarse en Amaya, 1992: 443-445 y 459. 1' Biblioteca del Instituto de Francia, Fondo Joseph Decaisne. Aparece publicada en Amaya, 1992. 32 AI respecto, Caldas le informaba a José Ramón de Leyva, secretario del virreinato y juez comisionado para los asuntos de la Expedición Botánica de Santafé: "Ahora he penetrado las lagunas y los vacíos que encierra la Plora de Bogotá, ahora he visto que no existen dos o tres

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122 / José Antonio Amaya

abandonado la elaboración de descripciones y la continuación de sus

Apuntamientos diarios. A partir de esta fecha delegó en sus adjun

tos la parte descriptiva, aunque el trabajo de éstos resultó ser de corta

duración, irregular y precario.

Se ignora la fecha y el porqué del retiro de Aguiar de la Expedi

ción, pero se sabe que para 1804 se hallaba enredado en litigios con

Mutis, quien le inició un juicio que condujo al embargo de su caja

de cirujano, de su biblioteca y de algunos de sus enseres33. Se sabe

que colaboró con materiales para la preparación de la Historia de los

árboles de la quina, de Sinforoso Mutis (ver De San Pío, 1995, en

trada 3315).

Pese a su nombramiento, es probable quejóse Mutis Consuegra

nunca trabajase efectivamente para la Expedición. José necesita ha

cer todos los esfuerzos para manifestar aplicación, sermoneaba el tío34.

Justo en 1791 desapareció la posibilidad de verlo hecho abogado. Aban

donó el Colegio, luego de haber cursado la gramática (1787-1790) e

iniciado la filosofía (1791), sin alcanzar a recibirse de bachiller. Para

1793 José y Facundo habían regresado a su provincia de Pamplona, cuya

capital, Bucaramanga, contaba para entonces con una población de

escasos ciento cincuenta habitantes (Alcedo, 1967, tomo I: 179). Allí

tomaron la carrera del comercio, perpetuando la tradición del padre,

del abuelo Julián Mutis y del bisabuelo materno, Damián Bosio, li

breros estos dos últimos en Cádiz. Pese a todo, el tío no perdía las

palmas, que la criptogamia casi está en blanco enteramente [...]; que los manuscritos se hallan en la mayor confusión; que no son otra cosa que borrones; que cuarenta y ocho cuadernillos hacen el fondo de la Flora de Bogotá; que las demás obrillas que [Mutis] ha emprendido durante su vida no son sino apuntamientos; que el tratado de la quina no está concluido sino en la parte médica; que las descripciones de estas plantas importantes se hallan en borradores miserables..." (Santafé de Bogotá, 30-IX-l 808, en Lniversidad Nacional de Colombia (ed.), 1966: 353). La reacción de S. Mutis puede consultarse en Amaya, 1992: 35-36. 33 RJBM, FJCM, Correspondencia a Salvador Rizo, III, 1, 3, 2-6. 34 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 81.

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Una flora para el Suevo Reino / 123

esperanzas de educar a José en el espíritu de las ciencias y acaricia

ba la idea de ponerlo bajo la guía de E. Valenzuela, a la sazón cura de

Bucaramanga3,>.

Quedó únicamente Sinforoso Mutis Consuegra a la sombra

del tío. Desde 1790 había comenzado sus estudios de bachillerato

en filosofía luego de cursar el latín y la gramática (1787-1790)

(Guillen, 1994, tomo 2: 521-522). Se esperaba verlo litigando en 1798,

al completar la mayoría de edad, una vez hubiese concluido sus estu

dios de derecho, con escolaridad de cuatro años seguidos de una pa

santía al lado de un abogado titulado, que duraba otros cuatro años.

Entre la ciencia y la política

Zea y Sinforoso tenían un pie en la Expedición y otro en la tertulia

de Antonio Nariño (1765-1824), elArcano de la Filantropía. Como

se ha visto, el pie de Sinforoso en la Expedición era más formal que

real. El líder estudiantil y su seguidor estaban perpetrando un ma

ridaje entre política y ciencia. En política encarnaban los ideales de

Independencia que los Estados Unidos habían alcanzado en 1776 y

los de la Revolución Francesa de 1789: algo inédito para los terrícolas

de la Nueva Granada.

Las reuniones del Arcano se habían iniciado justo en 1789 y te

nían lugar en la residencia de Nariño, siguiendo la moda de los sa

lones de París. Zea figuraba entre los miembros fundadores. Poseía

Nariño una espléndida biblioteca familiar y personal provista con las

últimas novedades políticas (Montesquieu, Voltaire, Rousseau, etc.)

y se hallaba suscrito a los mejores periódicos del momento. Entre

sus proyectos se contaba el de mandar construir un salón de reunio

nes adornado con frescos representando, entre otros, a Linneo y a

Buffon. Conspiraban contra el absolutismo y por las formas repu-

35 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 <

1975, tomo 2: 81.

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124 / José Antonio Amaya

blicanas, la división tripartita del poder y la representación popular.

Pregonaban que ya era tiempo de sacudir el yugo del despotismo y

fundar una República Independiente a ejemplo de la de Filadelfia.

Sinforoso Mutis, por ejemplo, protestaba diciendo que de buena

gana tiraría el manto [de colegial del Rosario] y tomaría el fusil.

Figuraban entre los habituales de aquel cenáculo, periodistas,

profesores, comentaristas, viajeros, hombres de ciencia y estudio y

hasta un cura. Puede citarse al médico francés Louis de Rieux, gra

duado en Montpellier, de confesión masónica, en quien las autori

dades identificaron, con razón, a un agente al servicio del gobierno

revolucionario francés. Su misión en estas tierras consistía en pro

palar los Derechos del hombre y del ciudadano. Pedro Fermín de

Vargas, Zea, Sinforoso Mutis, José María Cabal y Enrique Umaña,

entre otros, se contaban entre los incondicionales de Nariño.

Conocidas son las relaciones de Mutis con Pedro Fermín de

Vargas. El señor director fue durante un tiempo su protector, le con

siguió su primer puesto en el real servicio, como administrador del

estanco de la quina. Le abrió su corazón y los detalles de su vida. Ya

en el exilio, Pedro Fermín publicaría en Londres, hacia 1805, una

biografía muy informada y laudatoria del Primer Botánico y Astró

nomo de su Majestad (ver Kónig & Sims, 1805). Produce perpleji

dad la lectura de esta biografía, cuando se piensa que fue escrita por

uno de los conspiradores más temidos y buscados por las embaja

das españolas en el mundo.

Nariño, hombre rico, culto y de familia distinguida, era propie

tario de la Imprenta Patriótica, ubicada en la Plaza de San Carlos,

frente al Colegio de San Bartolomé, el sitio de reunión de la pobla

ción estudiantil. A mediados de 1794 se dio a la tarea de traducir clan

destinamente del francés la Declaración de los derechos del hombre

y del ciudadano. Le ordenó a su impresor, Bruno Espinosa de los

Monteros, tirar ochenta copias. La maquinación incluía la fijación

de pasquines sediciosos, un plan de toma del Batallón Auxiliar de

Santafé, y el posterior derrocamiento del gobierno. Entre las acusa-

Page 129: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Nuevo Reino I 125

ciones que pesaban contra Sinforoso Mutis figuraba la de mante

ner correspondencia con P. F. de Vargas, revolucionario prófugo de

la justicia a la sazón en Filadelfia, y que habría ofrecido entrar por

los Llanos con un ejército de diez y ocho mil hombres. Las autori

dades descubrieron la conspiración antes de que la edición de los

Derechos saliera de los límites de la tertulia. Destruyeron todas y cada

una de las copias, al punto de no dejar ni un ejemplar para uno de

nuestros museos actuales. Mutis se hallaba puntualmente informado

de lo que acontecía detrás de las puertas de la casa de Nariño y de

las personas que frecuentaban el círculo de éste. Cuando sintió que

la tensión llegaba a un momento culminante, le ordenó a Zea tras

ladarse a Fusagasugá.

Los desvelos de Sinforoso en pro de la ciencia amable de las plan

tas no parecen haber sido particularmente sostenidos, al menos para

esta primera época, que se extiende desde el 11 de noviembre de

1791, fecha de su nombramiento, hasta agosto de 1794, cuando fue

aprehendido por las autoridades. Tío y sobrino vivían entre regaños

y contestaciones. No le sale la inclinación del amor a las letras, ase

guraba el tío36. Hay que precisar que Sinforoso vivió bajo el mismo

techo con su tío en la santafereña sede de la Expedición únicamen

te veinte meses, desde el consabido 11 de noviembre de 1791 hasta

el día de San Juan (24 de junio) de 1793, cuando decidió internarse

en el Colegio del Rosario, desertando de las clases informales que

el tío le prodigaba. Nada indica que Mutis informara a las autorida

des acerca del abandono del puesto por Sinforoso.

Zea permaneció veintidós meses en la santafereña sede de la Ex

pedición instruyéndose en la botánica31, desde noviembre de 1791,

fecha de su nombramiento, hasta agosto de 1793, cuando, como se

36 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 6-X-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 93. 37 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 20 de junio de 1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N" 4.

Page 130: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

126 / José Antonio Amaya

ha dicho, Mutis determinó enviarlo a Fusagasugá38. Las razones del

alejamiento no fueron científicas. La finalidad era liberarlo de la

quema, es decir, de la persecución de las autoridades39. Ha de notarse

que el hecho ocurrió un año antes de que Zea fuese privado de la

libertad, lo que sugiere hasta qué punto Mutis se hallaba puntual

mente informado acerca de las actividades y de los peligros deMr-

cano de la Filantropía.

En el Fondo Mutis del Jardín Botánico de Madrid no se conser

va ningún vestigio del trabajo de Zea en materia de recolecciones ni

de descripciones para el período comprendido entre 1791 y 1794,

aunque es seguro que Zea recolectó y preparó descripciones desti

nadas a la Flora de Mutis.

Veinte son las descripciones fechadas que se conservan de puño

y letra de Sinforoso Mutis en el Botánico de Madrid y que fueron

preparadas durante su desempeño como adjunto de la Expedición;

la mayor parte de éstas fueron elaboradas en Santafé entre el 10 de

mayo de 1792 y el 5 de junio de 179340.

A mediados de 1794, en Santafé se armó la de san Quintín. Nariño,

Zea y Sinforoso, entre otros, fueron acusados de alta traición a la Co

rona. Hechos prisioneros, fueron deportados a España en 1795. Lle

garon a Cádiz el 18 de marzo de 1796 y allí permanecieron confina

dos hasta finales de agosto de 1799.

38 Sobre el trabajo de Zea en Fusagasugá, puede consultarse la biografía de Enrique Umaña Barragán que actualmente prepara el autor de este trabajo para la obra de Mauricio Umaña Blanche, intitulada Los Umaña. 39 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 21-IV-1794, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 100. 40 También se conserva en el Archivo del RJBM una descripción de Sinforoso Mutis elaborada en La Habana, seguramente entre 1803 y 1808. Otras catorce descripciones suyas corresponden al período durante el cual tuvo bajo su dirección la Parte Botánica de la Expedición (1808-1816); las fechas límite de estas últimas son 13-111-1809 y 28-VI-1815 y se refieren a plantas de tierra fría y de tierra caliente en la Nueva Granada. Ciento tres descripciones suplementarias carecen de fecha y no siempre presentan determinación de localidad (ver Amaya, 1992: 432-443 y 459).

Page 131: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Nuevo Reino I Vil

Con el destierro de los adjuntos se pusieron a la orden del día,

una vez más, los asuntos del adelantamiento de la Flora de Bogotá y

de la sucesión de Mutis. La solución lograda en 1791, más mala que

buena, se vino abajo en 1794. Mutis se hallaba rodeado de un verda

dero enjambre de pintores y de aprendices de este oficio que cum

plían sus obligaciones puntualísimamente, pero seguía careciendo

de colaboradores científicos. Los cartapacios de láminas botánicas

y los pliegos de herbario se abultaban día tras día haciendo cada vez

más acuciantes los problemas de la adquisición y consulta biblio

gráficas, de la clasificación científica y de la publicación.

El trabajo de Mutis relacionado con la descripción y la clasifica

ción botánicas no fue prolífico en absoluto durante su quinta y últi

ma residencia en Santafé que, como se sabe, se prolongó desde mayo

de 1791 hasta su muerte en septiembre de 1808. Puede asegurarse

que con posterioridad a 1794 las actividades se concentraron en la

ilustración botánica y en el acrecentamiento de la biblioteca.

El exilio en Cádiz

Aparentemente Mutis volvió a quedar solo en la santafereña sede de la

Expedición con su confidente y mayordomo Salvador Rizo Blanco

(1762-1816) y con los pintores. Aparentemente, porque el Primer Bo

tánico de Su Majestad continuó comunicándose regularmente con

Zea41 y con Sinforoso -acusados de alta traición, como se sabe-, y se

guardó de solicitar a la Corona nuevos adjuntos. Por lo demás, ni ésta

ni el gobierno virreinal volvieron a ocuparse del asunto de la publica

ción de la Flora de Bogotá, ni de la sucesión de Mutis. Todo parece

indicar que éste se hallaba determinado a continuar formalmente con

sus adjuntos, guardándoles sus posiciones en la Expedición, mientras

41 En sus cartas a Cavanilles, las alusiones de Zea a su correspondencia con Mutis son frecuentes, y ello a través de toda la relación epistolar Zea-Cavanilles, que se prolongó desde el 20 de junio de 1798 al menos hasta el 14 de junio de 1802.

Page 132: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

128 / José Antonio Amaya

se producía el fallo de los tribunales. Lo que sugiere que el presidio

de Zea y de Sinforoso no alteraba en lo sustancial los planes de 1791.

Nariño fue separado de sus cómplices, mientras que Zea, Sinfo

roso, José María Cabal (1769-1816) y Enrique Umaña (1772-1854)

compartieron la cárcel en Santafé, el viaje de destierro y la prisión

en Cádiz. Se mantenía viva una parte del "cogollito" que había lo

grado germinar en casa de Nariño.

Mutis practicaba una estrategia múltiple. Por una parte se que

jaba con acritud de las andanzas políticas de Sinforoso, ante su cu

ñada, Ignacia Consuegra. Por la otra, se aprestó a recomendar a éste

y a Zea ante Antonio José Cavanilles (1745-1804), reputado botánico

residente en Madrid, con entradas en la corte, muy favorable a Mu

tis. Le exponía lo ocurrido en Santafé en los siguientes términos:

La inconsiderada precipitación de estos ministros [¿del vi

rrey Ezpeleta?, ¿de la Real Audiencia?], que nos hicieron creer

alborotos intestinos de la mayor consideración, y últimamente nos

hemos desengañado de la falsedad de aquel concepto. Quisiera

dilatarme algo sobre este punto, porque por allá [en la Corte de

Madrid] habrá sonado demasiado este acontecimiento y sería

razón desengañar con mi acostumbrada sinceridad las personas

de alto carácter con quienes tenga vuesamerced alguna amistad

[...] Más debemos temer en las actuales circunstancias de todo

el mundo revuelto [por la Revolución Francesa y sus consecuen

cias] de los imprudentísimos procedimientos de estos deslum

hrados ministros, por su notoria pasión contra los patricios [es

decir los criollos sindicados] que de la sospechada infidencia

americana [...] A la verdad que la buena política del día pide que

las provindencias de la Corte satisfagan completamente el honor

vulnerado de los patricios [la nobleza criolla]42.

42 Carta de J. C. Mutis a A. J. Cavanilles, Santafé, 19 de enero de 1795, en Hernández de

Alba, 1968& 1975, tomo 2: 112-113.

Page 133: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Nuevo Reino I 129

El ideario revolucionario que en Santafé era juzgado como delito

de lesa majestad, en Cádiz hacía el rigor de la moda. La Revolución

Francesa había ganado el alma de aquel pueblo eminentemente cos

mopolita, comercial y liberal. Los sindicados fueron tratados con be

nevolencia. Pronto se les mejoró su situación, permitiéndoseles cir

cular por la ciudad sin custodia alguna, cultivar relaciones de amistad

y, hasta cierto punto, utilizar el tiempo a su arbitrio.

Es en Europa donde nuestros jurisconsultos en ciernes reafir

man unos, descubren otros, su inclinación por la historia natural.

Advirtiendo la importancia creciente de la ciencia en la administra

ción del Estado, van trocando su deportación en viaje de estudios,

con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metropo

litanas. Las ciencias les abrían un camino seguro para la continua

ción y para la promoción de sus carreras. ¿Más política que ciencia

en Santafé y más ciencia que política en Cádiz? El hecho es que el

viaje a Europa se concretó sin la intermediación familiar, muy im

probable por lo demás en el caso de Zea, dados los recursos limita

dos de sus progenitores. En los casos de Umaña y Cabal, vastagos

de poderosas familias en Santafé y en Buga, no se sabe que éstas hu

biesen previsto, con anterioridad a 1794, viajes de estudio para sus

hijos. Sea como fuere, los costos de los cinco años de presidio ha

brían sido cubiertos en alguna medida por las familias de los sin

dicados.

Zea y Sinforoso, al lado de Cabal, asistieron a los cursos de bo

tánica que impartía por aquellos días Francisco de Paula Arjona en

Cádiz. Se sabe que Zea tomó el curso en el Hospital de la Marina,

probablemente durante el primer semestre de 179843. Cabal habría

seguido, además, sendos cursos de anatomía y de diseño botánico

(Tascón, 1930: 31).

43 Carta de F. A, Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 30-VII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.

Page 134: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

130/ José Antonio Amaya

Arjona había sido discípulo de Cavanilles en Madrid hacia 179444

y su cátedra se hallaba integrada al plan de estudios médico-quirúrgicos del Colegio de Cirugía de Cádiz, en el cual Mutis había cursado su carrera cuarenta años atrás (1749-¿1757?). Tomó posesión de la gaditana cátedra de Botánica en 1797 que regentó hasta 1799, cuando fue trasladado al Colegio de Medicina y Cirugía de Burgos. Murió en Cádiz en 180045. Con razón o sin ella, Zea se permitió calificar el curso de Arjona de demasiado elemental^, lo que podría indicar la calidad de su formación botánica adquirida al lado de Mutis. Por lo que toca a la afición de Cabal y de Umaña por las ciencias naturales, hoy por hoy ésta no ha sido documentada como un hecho surgido en Santafé.

Cabal y Sinforoso se aplicaron a la tarea de montar sus herbarios respectivos. En relación con el herbario de Sinforoso, cuyo Catálogo"'1 se conserva en el Fondo Documental J. C. Mutis del Jardín Botánico de Madrid, se trata de un huerto seco formado [¿en Madrid?] en 1801 por un principiante. Variopinto, con especies bastante comunes, europeas en su mayoría o susceptibles de cultivarse en Eu-

44 Cavanilles (1797, tomo 4: 57, plancha 383) celebró a don Francisco de Paula consagrándole el género Arjona que apareció publicado con la dedicatoria: "In honorem Domini Francisci Arjona, qui Gadibus Botanicem summa cum laude publice docet". ["En honor de Don Francisco Arjona quien regenta en Cádiz la Cátedra Pública de Botánica de la manera más laudable"], 45 Ver Galán, 1988: 244, 328, 330, 399, 400, 401, 403, 405. 46 Al respecto Zea le comentaba por carta a Cavanilles, a cuya protección aspiraba: "Cuando he asistido, como discípulo, al curso que acaba de darse en el Hospital y estudiado los principios más triviales, como si no tuviera algún conocimiento botánico, juzgue vuestra merced del anhelo que tendré por las lecciones de un Sabio, que miro como el único que en España puede dirigirme en esta carrera, en que veo extraviados y perdidos a todos los demás" (Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta No 4). 47 Catálogo de las Plantas que existen en el Herbario de Don Sinforoso Mutis Consuegra-Año de 1801. Pinto (1989) publicó un artículo en el que figura un estudio de las Gramíneas incluidas en este Catálogo.

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Una flora para el Nuevo Reino / 131

ropa, muchas de ellas no precisamente de Cádiz48. Lo que sugiere

que fue en Europa donde Sinforoso se formó botánico propiamente

dicho pues, como se sabe, su permanencia al lado del tío, breve, in

termitente y obstaculizada por motivos familiares, personales y po

líticos, fue más bien precaria en contenido científico.

La formación histórico-natural se hallaba en Cádiz inscrita en

el programa de un centro universitario con una tradición de casi me

dio siglo en la enseñanza de la medicina y de la cirugía, dotado de

una biblioteca y de un jardín botánicos. Además, los estudiantes rea

lizaban sus prácticas en el Hospital de la Marina de Cádiz49. Este

hecho colocaba a nuestros criollos en una situación bien distinta de

aquella que habían tenido que observar en Santafé, donde la botá

nica era todavía objeto de enseñanza privada, con un alto ingredien

te autodidacta y dirigida a abogados en trance de formación.

Todos estos datos conducen a restringir el papel de Mutis como

maestro y a descubrir una nueva dimensión de su personalidad como

alguien más apto para integrar talentos a su Expedición que para for

marlos. El exilio exponía a los neogranadinos a una influencia cul

tural imprevista por Mutis, pero que éste trataría de reforzar y apro

vechar con el tiempo.

En 1798 Zea tomó la iniciativa de escribirle a Cavanilles, cuyo

nombre había llegado a oídos suyos por intermedio de Mutis, co

rresponsal del naturalista valenciano desde 1786. Las biografías de

Mutis y de Cavanilles presentan afinidades notables. Compartían la

sotana de sacerdotes seculares. Defendían las ideas de Newton (1642-

1727), Christian Wolff (1679-1754) y Pieter van Musschenbroeck

(1692-1771). Sus formaciones botánicas nada tenían que ver con

48 A solicitud del autor, Félix Muñoz Garmendia, investigador del Jardín Botánico de Madrid, se pronunció en estos términos sobre el Herbario de S. Mutis (comunicación personal, 1989). 49 Sobre la historia del Colegio de Cirugía de Cádiz, ver los documentados trabajos de Ferrer, 1963 y Galán, 1988.

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132 / José Antonio Amaya

Migas Calientes ni con el Prado. La vocación de naturalista de Cava

nilles, un tanto tardía, se había despertado en París en 1777, a la edad

de 32 años. Vivió en la capital francesa durante los doce años siguien

tes, desempeñan dose como ayo de los hijos del duque del Infantado.

En París había sido discípulo de Antoine-Laurent de Jussieu (1748-

1836), justo por los años en que éste maduraba el sistema natural

de clasificación que terminaría sustituyendo al de Linneo, a partir

de 1789, con la publicación del Genera plantarum.

Cavanilles mereció la amistad de su maestroy de la familia de éste;

en todos ellos dejó un recuerdo entrañable que perduró en una nutri

da correspondencia que ambos supieron cultivar después del regreso

de Cavanilles a Madrid50. Cavanilles había consolidado su prestigio

en París como propietario de un rico herbario, como botánico de ga

binete y como reformador del sistema de Linneo. Se propuso adelan

tar una obra con marcado carácter universal y acumulativo, que se

proyectó con rasgos en extremo novedosos en la tradición botánica

española51.

Fue Cavanilles quien tomó la iniciativa de escribirle a Mutis en

Mariquita, desde París, en mayo de 1786. Para entonces el nombre

de Mutis circulaba en París, como lo demuestra la honrosa alusión

que Cavanilles había hecho del Mutis naturalista en sus Observa

ciones sobre el artículo España de la Nueva Encyclopedia (1784).

En 1786 le solicitaba materiales para su ohraMonadelphia, en la cual

acometió una revisión y actualización de la Clase XVI del Sistema de

Linneo.

Nadie puede contribuir como vuesamerced -le aseguraba-,

que se halla en el centro de la vida; aquí son los herbarios los que

50 La formación botánica de Mutis se halla documentada en Amaya, 1992: "Mutis amateur de botanique, son approche de Linné á Cadix puis á Madrid", pp. 170-186. 51 Para un estudio bibliográfico de A. J. Cavanilles, ver López & López, 1983: 51-80.

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Una flora para el Nuevo Reino / 133

debo consultar con frecuencia, pero vuesamerced lee en el gran

libro de la naturaleza que se manifiesta sin sombras ni equivoca-

Desde París le envió al menos dos cartas. Ya en Madrid y sin lo

grar satisfacer su deseo de recibir colecciones de Santafé, retomó la

correspondencia con Mutis en 1794 y la continuó hasta 1803, el año

anterior a su muerte, enviándole un total de siete cartas. Mutis por

su parte le remitió a Cavanilles un total de unas cinco cartas desde

Santafé (1794-1803)53.

Zea optó por omitir la mediación de Mutis para entrar en co

municación con Cavanilles. Se presentó como discípulo del gaditano,

solicitando de Cavanilles sus luces y consejos para adelantar mis co

nocimientos botánicos5 \ La correspondencia de Zea con Cavanilles

llegó a ser más frecuente que la de Mutis con este último, como lo

demuestran las treinta y una cartas conocidas de Zea a Cavanilles

escritas entre el 20 de junio de 1798 y el 14 de junio de 1802. Ofre

cía para un futuro cercano sus servicios como recolector en Nueva

Granada, propuesta que no podía sino despertar vivamente el inte

rés de Cavanilles. Al momento de recibir la misiva de Zea, Cavanilles

carecía de corresponsal en América, si se exceptúa a Mutis, quien

se había mostrado más que parco en el envío de plantas neogranadinas

para el valenciano.

Zea no tardó en recibir respuesta de Madrid. Por aquellos días

Cavanilles se hallaba empeñado en adelantar su obra botánica no

menos que en arruinar la carrera del director del Prado, Casimiro

52 Carta de A. J. Cavanilles a Mutis, París, P-V-1786, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 200. 33 La totalidad de estas cartas puede consultarse en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomos 2 y 3. 54 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 30 -vil- 1798. Original en el RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Legajo 24, Carpeta N" 4.

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134/ José Antonio Amaya

Gómez Ortega. Para 1798 la obra de Cavanilles alcanzaba cerca de

una docena de títulos de botánica, los últimos de los cuales habían

salido de la Imprenta Real (ver López & López, 1983). La República

de las Letras (comunidad de científicos se diría hoy por hoy) asistía

al hecho paradójico de que los costos de impresión de los recientes

fascículos publicados por el director del Jardín Real, contestación de

factura modesta, hubiesen debido ser cubiertos por el propio autor55.

La Corona y la comunidad científica internacional mostraban un

creciente descontento con la gestión de Gómez Ortega al frente del

Prado. Gómez Ortega padecía de una gordura desfigurante que lo

inhabilitada día tras día. Varios viajeros europeos que visitaron el Pra

do a finales del siglo dejaron testimonios incontrovertibles acerca del

estado de abandono de las siembras, de la pobreza de los herbarios,

del ausentismo de las directivas y de los profesores. Uno de aquellos

testimonios pertenece al propio Zea, quien tuvo ocasión de conocer

el Prado en 1800, en vísperas de la caída de Gómez Ortega. No vaciló

en calificarlo desde París, en 1801, de ridículo56. Comparada con su

institución de tutela, la Expedición de Santafé resultaba ser un cen

tro modelo en miras científicas, organización y disciplina.

A medida que la correspondencia entre Zea y Cavanilles fue ha

ciéndose más frecuente y personal comenzó a perfilarse un reorde

namiento de las alianzas en el horizonte de la botánica española. Por

un lado estaba el bloque dirigido por Gómez Ortega y conformado

por los expedicionarios al Perú y Chile, Hipólito Ruiz López (1752-

1816) y José Antonio Pavón Jiménez (1754-1840), sin olvidar al ma

logrado Sebastián José López Ruiz en Santafé. Este grupo había

venido orientando los destinos de la botánica oficial española desde

1770, año en que Gómez Ortega accedió a la dirección del Real Jardín

55 Puerto (1992) es autor del mejor estudio biográfico que existe en la actualidad sobre C. Gómez Ortega. 56 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Ibiza, -vil- 1801. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.

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Una flora para el Nuevo Reino / 135

de Madrid. Por otro lado, se perfilaba con creciente nitidez el grupo

dirigido por Cavanilles y conformado por Mutis y Zea; Salvador Rizo

también llegó a cartearse con Cavanilles.

La situación de los deportados comenzó a aclararse. España se

mostraba cada día más solidaria con la política exterior y los hom

bres de la Revolución Francesa. El tratado de Basilea, firmado en

1795, había establecido la paz entre las dos naciones. Dos años más

tarde, en 1797, Carlos IV aliado con Francia le declaraba la guerra a

Inglaterra. El embajador de Francia en la Corte de Madrid no tardó

en aprovechar la coyuntura para intervenir en favor de su conciuda

dano Louis de Rieux, cuya liberación apuró la de los neogranadinos.

En 1799 el Consejo de Indias declaró concluida la causa de Zea,

de Sinforoso Mutis, de Cabal y de Umaña, entre otros. Ordenó su

libertad completa y la restitución de sus bienes, como si no se hu

biera procedido en modo alguno contra ellos. A Sinforoso se lo rein

tegró a la Expedición Botánica de Santafé el 23 de octubre de 1799.

A éste y a Zea se les indemnizó por brazos caídos y se les brindó la

posibilidad de continuar en sus empleos y profesiones. Sinforoso

supo arreglárselas para justificar un cargo que había abandonado y

un salario de quinientos pesos anuales que nunca se le había asig

nado. Todas estas providencias favorecían a los excarcelados, cuya

situación profesional era, como se sabe, por lo menos incierta.

Concluido el juicio, Zea, Sinforoso y Cabal expresaron su inten

ción de regresar cuanto antes al Nuevo Reyno, no sin antes pasar a

conocer la Corte y en ella a la persona de Carlos IV y, claro está, a

Cavanilles. Zea no tardó en manifestar su deseo de despedirse de la

Expedición de Santafé y tratar de manejarse por sí mismo. Si no lo

gro algunas ventajas más, no me contento con el empleo que tenía51,

le revelaba a Cavanilles. Se decía dispuesto a organizar una expedi-

57 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, [i?] -vm- 1799, Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.

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136/ José Antonio Amaya

ción por su natal Provincia de Antioquia, una idea que había sido con

cebida en realidad por Mutis, por los días en que Zea fue encarcela

do; en los planes originales se entreveía incluso la posibilidad de asig

narle un par de pintores a Zea.

Mutis, quien desde 1794 se había mantenido fiel a sus discípu

los, no estuvo de acuerdo con el regreso inmediato de éstos. Movido

por el afán de contar con colaboradores idóneos para editar los cen

tenares de láminas y plantas secas que seguían acumulándose sin

cesar en su gabinete, les sugirió permanecer dos años en Madrid

perfeccionando su formación botánica al lado de Cavanilles. Se

mostró incluso dispuesto a asumir los costos de la estada, con la

condición, claro está, de que Sinforoso fuese aceptado por Cavanilles.

Como se sabe, el compromiso adquirido por Mutis con la Coro

na en 1783 consistía en preparar el manuscrito de la Flora de Bogo

tá en Santafé y, una vez editado, enviarlo para su publicación en

Madrid. Ahora, en las postrimerías del siglo, parecía determinado a

realizar las dos operaciones en América. Con el fin de asumir el reto

de la publicación habría negociado una imprenta en 179858, y se ha

llaba empeñado en la conversión de algunos dibujantes suyos en gra

badores (Humboldt, 1846). La envergadura del desafío no era de

poca monta y ello en cualquier país de América. En el Nuevo Reyno

este reto resultaba inédito por completo. Zea y Sinforoso eran pie

zas claves en esta estrategia. El tiempo empezaba a mostrar que el

destierro de los adjuntos había terminado por beneficiar a la Expedi

ción. Podía esperarse que en un futuro cercano este centro contaría

con colaboradores de excelencia. La cooperación de Zea y Sinforoso

era lo único que podía sacarlo de la situación bochornosa en que se

hallaba al seguir dando largas a la entrega de su obra. Mutis había

18 Al respecto F. A. Zea le comentaba A. J. Cavanilles: "Dentro de un año comenzará a publicarse la Plora de Bogotá. Ya estaba la imprenta cerca de Santafé" (carta fechada en Cádiz el 4-XII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4).

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Una flora para el Nuevo Reino / 137

venido aprovechando el destierro de sus discípulos para acopiar un

verdadero arsenal bibliográfico al tiempo que concentraba el traba

jo de la Expedición en una iconografía botánica, zoológica y antro

pológica única en el mundo por su calidad y cantidad59. Se trataba

de preparar sin apuros pero sin tregua los recursos humanos y ma

teriales para la ansiada síntesis científica. Hay que puntualizar,

sin embargo, que el resultado logrado con la formación de Zea y

Sinforoso no era únicamente el producto de una política trazada

desde Santafé.

En Madrid, Cavanilles les abrió sin reservas las puertas de su ga

binete, herbario y biblioteca. Es muy probable que los neogranadinos

se beneficiaran no sólo de sus lecciones privadas, que ganaban fama

en toda Europa, sino de sus orientaciones científicas, no menos que

de su atrayente personalidad. Cabal, en particular, llegó a ser discí

pulo suyo, muy aventajado. ¡Qué mozo tan sobresaliente! ¡Qué talento

tan despejado y apto pa ra las ciencias naturales!, le comentaba

Cavanilles a Mutis en carta de 18 de agosto de 1801 (publicada por

Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 210).

El plan de Mutis enderezado a que sus agregados culminaran

su formación botánica al lado de Cavanilles no tuvo éxito. Lo que

sucedió fue que Cavanilles optó por apoyar en 1800 a Zea, Sinforoso

y Cabal para que éstos se trasladaran a París a conocer mundo y a

completar allí sus estudios de ciencias naturales. Respaldo similar

le había acordado, por ejemplo, al botánico peninsular discípulo suyo

Simón de Rojas Clemente (1777-1827). Las miras de Cavanilles

parecían puestas en la formación de una escuela metropolitana con

proyección en las colonias. Les extendió cartas de recomendación

para Rene Louiche Desfontaines (1750-1830), A-L. de Jussieu, Nicolás

•l9 Para un estudio de la iconografía mutisiana, ver Amaya (1986), y el trabajo en preparación de J. A. Amaya y de Beatriz González, "Diccionario de pintores, aprendices y alumnos de la Expedición Botánica", con un capítulo introductorio titulado "Los pintores de la Expedición Botánica bajo el poder del número".

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138/ José Antonio Amaya

Louis Vauquelin (1763-1829), Etienne-Pierre Ventenat (1757-1808)

y otros connotados naturalistas franceses. Influyó para que la Coro

na española le concediera a Zea una beca que le permitió prolongar

su permanencia en París hasta 1802.

La aprobación del viaje de estudios de Zea tuvo que tener un tras-

fondo político, como lo sugiere el hecho de que las autoridades le

negaran el permiso que solicitó, en 20 de mayo de 1800, para incor

porarse a la Expedición de Santafé. La Corona favorecía y hasta ob

sequiaba a quienes habían conspirado contra ella, pero se mostraba

remisa a permitir el regreso de Zea. Más tarde Cavanilles logró que

Cabal fuera becado por el gobierno español durante tres años em

pleados en París en el estudio de la química.

Zea estuvo a punto de no poder cumplir con el objetivo de llegar

a París al ser obligado a guardar cuarentena en la frontera francesa,

con motivo de una epidemia de fiebre amarilla que azotaba por en

tonces a España. Por esta razón Sinforoso no alcanzó a remontar los

Pirineos y aprovechó la oportunidad para regresar de inmediato a

Santafé.

Es de lamentar el regreso de Sinforoso, pues era probablemente

quien más precisaba de la experiencia parisina. En repetidas ocasio

nes, como se sabe, Mutis se había quejado de la desaplicación e in

disciplina de su sobrino; Zea nunca dio por verdadera la vocación por

la botánica de su antiguo contertulio; Cavanilles, por su parte, no

manifestó particular entusiasmo por el talento del criollo, al menos

no el mismo entusiasmo que le produjeron Zea y sobre todo Cabal60.

Llegado a París, Zea se apresuró a comunicarle a Cavanilles que

[...] los profesores a quienes vuestra merced tuvo la bondad

de recomendarme, me han recibido con todo el aprecio que Vd.

60 Carta de A. J. Cavanilles a J. C. Mutis, Madrid, 18 -VIII- 1801, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 210.

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Una flora para el Nuevo Reino / 139

sabe inspirar a los que le tratan, adelantándose a mis deseos me

han proporcionado cuantos medios puedo desear para desempe

ñar con gloria el encargo que traigo61.

El encargo tenía varios aspectos por lo que se refiere a la Expe

dición de Santafé. En primer lugar, como se ha dicho más arriba,

Zea debía enriquecer su formación con miras a asumir las funcio

nes de editor de la Flora de Mutis. El apoyo y las consideraciones

de que fue objeto en la capital francesa se hallan asociados con su

condición de recomendado de Cavanilles y, ante todo, con su cali

dad de discípulo de Mutis y de agregado de la Expedición de Nueva

Granada, calidad con la que el naturalista de Medellín solía presen

tarse oficialmente. Detrás del encargo se movía la mano de Cava

nilles, en quien Zea identificaba a su amado favorecedor. Otro as

pecto de la misión de Zea consistía en adquirir la bibliografía más

reciente para la preparación de la Flora de Bogotá. En este sentido

supo asesorarse de Ventenat, curador a la sazón de la Biblioteca de

Santa Genoveva, muy al corriente de todo lo relacionado con el co

mercio del libro. Zea había venido colaborándole a Mutis en la con

secución de libros de historia natural desde sus días de presidio en

Cádiz, y en este desempeño había merecido la invaluable asesoría

de Cavanilles. Operaba no como un intermediario cualquiera, sino

que se beneficiaba con la lectura de los libros antes de remitirlos a

Santafé. Como agente librero de la Expedición de Santafé llegó a

reemplazar al diplomático sueco Hans Jacob Gahn (n. en 1748),

muerto en Cádiz en 1800, víctima de la epidemia de la consabida

fiebre amarilla, en desempeño del cargo de cónsul de Suecia. Nada

indica que se haya puesto en contacto con los neogranadinos en

aquella ciudad durante el presidio de los mismos. Zea también ope

raba como agente en la venta de quinas de Santafé, negocio que re-

61 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, París, -XII- 1800. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.

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Una flora para el Nuevo Reino / 139

sabe inspirar a los que le tratan, adelantándose a mis deseos me

han proporcionado cuantos medios puedo desear para desempe

ñar con gloria el encargo que traigo61.

El encargo tenía varios aspectos por lo que se refiere a la Expe

dición de Santafé. En primer lugar, como se ha dicho más arriba,

Zea debía enriquecer su formación con miras a asumir las funcio

nes de editor de la Flora de Mutis. El apoyo y las consideraciones

de que fue objeto en la capital francesa se hallan asociados con su

condición de recomendado de Cavanilles y, ante todo, con su cali

dad de discípulo de Mutis y de agregado de la Expedición de Nueva

Granada, calidad con la que el naturalista de Medellín solía presen

tarse oficialmente. Detrás del encargo se movía la mano de Cava

nilles, en quien Zea identificaba a su amado favorecedor. Otro as

pecto de la misión de Zea consistía en adquirir la bibliografía más

reciente para la preparación de la Flora de Bogotá. En este sentido

supo asesorarse de Ventenat, curador a la sazón de la Biblioteca de

Santa Genoveva, muy al corriente de todo lo relacionado con el co

mercio del libro. Zea había venido colaborándole a Mutis en la con

secución de libros de historia natural desde sus días de presidio en

Cádiz, y en este desempeño había merecido la invaluable asesoría

de Cavanilles. Operaba no como un intermediario cualquiera, sino

que se beneficiaba con la lectura de los libros antes de remitirlos a

Santafé. Como agente librero de la Expedición de Santafé llegó a

reemplazar al diplomático sueco Hans Jacob Gahn (n. en 1748),

muerto en Cádiz en 1800, víctima de la epidemia de la consabida

fiebre amarilla, en desempeño del cargo de cónsul de Suecia. Nada

indica que se haya puesto en contacto con los neogranadinos en

aquella ciudad durante el presidio de los mismos. Zea también ope

raba como agente en la venta de quinas de Santafé, negocio que re-

61 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, París, -XII- 1800. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.

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140 / José Antonio Amaya

portaba jugosas ganancias que permitían comprar libros y hasta un

laboratorio de química que Mutis pedía con insistencia. El asunto

de las quinas conforma todo un capítulo de la Expedición Botánica

del cual no nos ocuparemos en esta ocasión.

El 17 de junio de 1801, Cavanilles fue nombrado para gobernar

y dirigir el Real Jardín Botánico, en reemplazo de Gómez Ortega, a

quien la Corona determinó jubilar de modo fulminante. En Europa

hasta los rusos se alegraron de la reforma, según le comunicaba Zea

a Cavanilles en carta del 10 de julio62.

El ministro Pedro Cevallos se aprestó a enviar una instrucción el

17 de junio de 1801, justo en la fecha de la nominación de Cavanilles,

definiendo la vocación centralista del Real Establecimiento de Botá

nica de Madrid, en relación con sus satélites en el imperio:

Es la voluntad de Su Majestad que el Real Establecimiento

de Botánica en Madrid sea el centro de los demás de la Penínsu

la y de los que existan [...] en todos sus dominios [...] Para el

mutuo fomento en bien todos, cada año [deberán presentar] un

estado circunstanciado de las plantas vivas que tengan, herbarios,

bibliotecas, enseñanza y discípulos; otro de los fondos y gastos; y

una noticia de los descubrimientos que hayan hecho y de las obras

que quieran imprimir; para que vistas y aprobadas por el profe-

62 " [...] había suspendido dar a vuestra merced el parabién de su nuevo destino [de director del madrileño Jardín del Prado] y participar la satisfacción que ha causado a los amigos. Aun los que no son, se han alegrado por amor de la ciencia y del bien público. Yo no sé cómo habían acertado los ex profesores a dar en toda Europa tan malas ideas de su manejo como de su enseñanza. Aquí hay millares de extranjeros y hasta los rusos tienen el mismo concepto, se alegran de la reforma y se prometen mil felicidades. Considero a vuestra merced muy ocupado no sólo en la enseñanza, sino tirando ya sus líneas para engrandecer nuestro ridículo Jardín y hacerlo como debe ser, el primero de la Europa. Ahora se puede con gusto concurrir a su adelantamiento y la ciencia se propagar entre la gente civilizada" (la carta fue fechada en Ibiza. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4).

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Una flora para el Suevo Reino / 141

sor de Madrid, se den al público para hacer constar en honor de

la nación los adelantamientos de la botánica63.

Mutis recibió el instructivo y tampoco en este caso dio señales

de cumplir con las obligaciones que allí se le fijaban.

Para entonces Zea se hallaba en París ocupado en la preparación

de un proyecto de reforma de la Expedición neogranadina. Que el

gobierno español debía hacer efectiva la sucesión de Mutis. Que la

Expedición de Santafé debía articular su acción con aspectos prác

ticos relacionados con la agricultura del país y abandonar su carác

ter prioritariamente botánico (taxonomía) o más bien pictórico. Que

la Expedición debía diversificarse integrando a sus investigaciones

de botánica, la agricultura, estudios de zoología, mineralogía y quí

mica. Que la acción científica en Santafé debía estar vinculada de

modo orgánico con la política científica de la metrópoli. Que Cabal

debía ocuparse de una proyectada sección de química, mientras que

a Umaña se le confiaría la de mineralogía (el proyecto fue publicado

en Zea, [1802]).

La curiosidad que experimentaba Cavanilles por la Flora de Bo

gotá no conocía límites. Y es que la obra tuvo en vilo a toda la comu

nidad científica europea a lo largo de la segunda mitad del siglo

XVIII64. Cavanilles supo aprovechar la correspondencia de Zea para

explorar e inquirir al criollo sobre el asunto. El testimonio de Zea

era invaluable, en la medida en que éste había trabajado cerca de dos

años en el santuario (nombre con el que se designaba el gabinete

de Mutis) donde se guardaban los materiales de la obra. Zea res

pondió a Cavanilles en los siguientes términos:

63 Oficio de Pedro Cevallos a J. C. Mutis remitido por intermedio de A. J. Cavanilles, jefe y único profesor del Real Establecimiento de Botánica de Madrid, Madrid, 17 de junio de 1801. La carta de Cavanilles tiene por fecha el 18 de agosto de 1801. Uno y otra fueron publicados por Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 209. 64 Sobre las expectativas que generó la Plora de Bogotá en Europa, ver Amaya, 1992: 16-25.

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142 / José Antonio Amaya

Diré a vuestra merced todo lo que sé de las obras del señor Mu

tis. De hFlora de Bogotá, que está para publicarse, hay sobre 3.000

láminas en colores y otras tantas en negro [...] A la descripción de

las plantas acreditadas en el Nuevo Reyno precede la historia de su

descubrimiento y aplicaciones, despreciando unas, adaptando otras,

que Mutis ha comprobado e indicando algunas nuevas que pudie

ran hacerse. Muchas maderas preciosas, muchísimas resinas y

anices, varios tintes, la manteca y cera de palmas, cortezas aromá

ticas, multitud de plantas medicinales, una especie de cacao en cuya

lámina apuró Rizo todos los primores del arte, una especie de Clusia

que da incienso comparable al de Arabia, otras muchas drogas, unas

nuevas y otras conocidas, pero cuyas plantas están mal determina

das o se ignoran, harán esta flora útilísima a nuestras artes y co

mercio así como preciosa y singular en la botánica. Tiene también

multitud de flores hermosísimas que encantarán a los aficionados.

Los botánicos encontrarán en ellas fructificaciones singulares y aún

partes desconocidas en las plantas a que ha sido preciso dar nue

vos nombres. Sus prolijas observaciones sobre el sueño y poliga

mia de las plantas, sobre sus fructificaciones y otras partes, sobre

las fecundaciones recíprocas y las especies híbridas o mestizas, le

darán a la ciencia luces inesperadas. Me olvidaba de advertir que

la obra en mi tiempo pasaba de 30 volúmenes de a 100 láminas; pero

hoy en día creo llegue a 40, porque se han añadido muchas lámi

nas, cuyo total no bajar de 4.000. Es de notar que con todos los co

lores con que están dibujadas son tomados de las mismas plantas.

El negro que parece tinta de china es el jugo de las bayas de la

Ubilla, especie de Cestrum, que acaso debe reducirse a Lisium.

Esta misma planta da otros dos o tres colores descubiertos por Rizo

sobre las ideas del señor Mutis [...]6S.

65 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 27-XII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4. Cavanilles utilizó estas informaciones en su trabajo publicado en 1800.

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Una flora para el Suevo Reino I 143

Nótese que Zea no se refiere en su detallada comunicación al

texto de la Flora de Bogotá, del que no parecía tener mucho conoci

miento, pues su jefe había mantenido en la más absoluta reserva este

aspecto de su obra, como ocurrió con Caldas, e incluso con el propio

Sinforoso. Cuando Mutis murió en 1808, ninguno de sus discípulos

conocía los manuscritos de la Flora de Bogotá.

La descripción por Zea de la obra de Mutis no podía sino aguzar

aún más el interés de Cavanilles, como autor y como editor. Y es que

el campo de estudio de Cavanilles abarcaba la extensión del Imperio

español, sin distinción de fronteras provinciales. Tenía acumulada

experiencia en el tratamiento de plantas americanas, particularmente

gracias a las colecciones que le había transmitido Louis Neé, viaje

ro francés al servicio de la Corona española66. Desde finales del si

glo XVIII, venía publicando sus Icones, obra en la que figuran géne

ros y especies de múltiples latitudes de las posesiones españolas. La

autoría de esta serie de amplio espectro geográfico contribuía a que

Cavanilles fuese reconocido como el Linneo español. Justo en aquella

obra apareció la única planta de Mutis publicada en España metro

politana: el Caryocar amigdaliferum (Cavanilles, 1797, tomo 4: 37,

grabados 361 & 362). ¿Acaso no fue el interés por la Flora de Bogo

tá lo que movió a Cavanilles a acordarle protección a Zea? Sea como

fuere, es preciso puntualizar que la relación de Cavanilles con el

equipo de Mutis no le significó al naturalista valenciano ninguna

ventaja para el adelantamiento de su obra botánica.

Resulta improbable que Mutis, condecorado con el título de Pri

mer Botánico del Rey y honrado con el cargo de director de una Ex

pedición Botánica, para no hablar de su condición de veterano de

los naturalistas españoles, estuviese dispuesto a aparecer ante los

ojos de la República de las Letras como colector de su colega Cavani-

66 Los trabajos en los que Cavanilles utiliza o menciona la recolecciones de Neé aparecen descritos por Muñoz, 1989: 64-68.

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144 / José Antonio Amaya

lies. Sobre todo cuando se tiene en cuenta su arraigo e identifica

ción con la tierra neogranadina, que le hacía preferir la práctica de

una ciencia autónoma con respecto a la metrópoli.

La calidad de Cavanilles de cofundador y coeditor de los Anales

de Historia Natural (editados en facsímil por Fernández, 1993), ma

drileña revista que comenzó a aparecer en 1799, revela otra dimen

sión de su interés por la Flora de Bogotá. Cavanilles invitó e incluso

requirió las contribuciones de Mutis. El ofrecimiento de publicar

en la metrópoli iba asociado con la ventaja de poder incluir ilustra

ciones que serían grabadas por los más destacados artistas de la

Península. La revista incluía, entre otros, artículos de botánica, de

mineralogía, de geología, entre otras. Aparecía regularmente y per

mitía ir publicando memorias y artículos de corta extensión, sin las

exigencias de un libro. Brindaba una oportunidad excelente para ase

gurar la prioridad de los géneros y especies descubiertos en Nueva

Granada. A Mutis y a su equipo les faltó diligencia para aprovechar

esta oportunidad que sencillamente nunca existió durante la direc

ción (1771-1801) de Gómez Ortega y su equipo.

Ha de recordarse que durante su desempeño como profesor del

Real Jardín de Madrid, Gómez Ortega se cruzó con Mutis una car

ta; de la correspondiente respuesta de Mutis (1784), sólo se conoce

el borrador incompleto (que aparece en Hernández de Alba, 1968 &

1975, tomo 1: 179-185). Probablemente no hubo más intercambio

epistolar. En realidad la Expedición neogranadina perdió poco de esta

falta de relación. La asistencia que el Prado podía ofrecer era men

guada cuando no improbable. Reducidísimo era el número de estu

diantes que asistían a las lecciones de botánica que allí se impartían

y, por lo demás, ninguno de éstos fue propuesto para ser enviado a

colaborar con Mutis. Seguían el Curso de Botánica publicado por

Gómez Ortega en 1785. Este manual, impreso bajo los auspicios de

la Corona y utilizado como texto oficial de la botánica metropolita

na, no conoció éxito alguno en la Nueva Granada. Mutis lo habría

tildado de monumento de vergüenza (carta de Zea a Cavanilles,

Page 151: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Nuevo Reino I 145

Cádiz, 14-K-1798) para la botánica española; Zea lo encontraba

desatinado en el plan y erróneo en el método {Ibidem); Caldas lo

calificaba de miserable en el arte. Todo apunta a que los naturalistas

en el Nuevo Reyno prefirieron aprender la botánica en las fuentes

de laPhilosophia botánica de Linneo (1751). Por otra parte, el Jar

dín botánico metropolitano estuvo lejos de ofrecerle a Mutis la po

sibilidad de clasificar y publicar sus colecciones. Éste siempre per

cibió con aprehensión la posibilidad de enviar los materiales de su

obra a Madrid, alimentando sus recelos con el ingrediente de algu

nos comentarios de Cavanilles:

[Gómez Ortega] prometía y vendía favores, como si tuviese

a los ministros en la mano; pero si alguno cayó en el lazo y se des

prendía de sus obras, podía darse por olvidado. Aparentando celo,

instaba continuamente a los oficiales para que forzasen los auto

res a enviar sus trabajos. Vuesamerced era uno de los destinados

al sacrificio [...]67.

Mutis se guardó de solicitar cualquier tipo de asistencia científi

ca del Prado de Madrid, en lo relacionado con el personal de natura

listas y el pedido de libros. Y se mantuvo inconmovible en esta deter

minación, hasta 1801, cuando Gómez Ortega fue jubilado. Se limitó a

requerir dos dibujantes de la Real Academia de San Fernando, centro

independiente de Migas Calientes. Gómez Ortega, por su parte, tam

poco ofreció ningún tipo de apoyo y dictaminó dejar al arbitrio de Mutis

todo lo correspondiente a su expedición6*3. La creación y existencia de

la Expedición neogranadina poco y nada significó para salvar las dis

tancias entre Madrid y Santafé. Baste evocar sólo un aspecto. Está

67 Carta de A.J. Cavanilles aj . C. Mutis, Madrid, 28-IV-1795, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 204. 68 Carta de J. C. Mutis a E. Valenzuela, Santafé, 31-XII-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 150.

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146 I José Antonio Amaya

documentado que los expedicionarios del Perú y Chile, junto con los de México, contribuyeron activamente con semillas americanas a las siembras en el Jardín del Prado. En este sentido la Expedición de Nueva Granada brilló por su ausencia, a pesar del título de asociado correspondiente del Real Jardín Botánico que se le extendiera a Mutis en 1784, condición que obligaba al gaditano a mantener correspondencia e intercambio de plantas y semillas con Madrid.

Ha de saberse que la Expedición neogranadina cerró sus puertas sin que ninguno de sus miembros publicara una sola planta en Madrid. La oferta de Cavanilles incluía, claro está, la edición del trabajo, como lo habían hecho en sus días Linneo y sus discípulos con las colecciones remitidas por Mutis69. Todas estas realizaciones nos indican que la crisis española de finales del siglo XVIII y principios del siglo XK era de carácter político y económico, pero no científico, al menos en el campo de la botánica.

Todo indicaba que una vez finalizada la estadía de Zea en París, éste regresaría sin tardanza a ocupar la subdirección de la Expedición neogranadina. La suposición se mantuvo hasta que el criollo, camino de Santafé, fue notificado de su nombramiento, el 13 de enero de 1803, como segundo profesor, pero del Jardín Botánico del Prado, y de segundo redactor de los periódicos madrileños la Gaceta y él Mercurio. El gobierno le asignó una renta anual de veinticuatro mil reales por el ejercicio de estos cargos (Arias, 1973). La monarquía se mantenía inconmovible en la decisión de impedir el retorno de Zea al Nuevo Reyno.

La nominación revestía un inocultable carácter político, pues a pesar de sus merecimientos Zea se hallaba lejos de ser reconocido como figura descollante en el campo de la botánica. Se trataba de un arma de doble filo para el elegido; éste no despertaba las simpatías de los discípulos de Cavanilles, quienes le declararon una oposi-

69 El conjunto de las colecciones de Historia Natural que J. C. Mutis envió a Suecia fue catalogado por Amaya, 1992, Apéndice N° 2, pp. 478-683.

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Una flora para el Nuevo Reino / 147

ción formidable mientras permaneció en el equipo de dirección del

Prado. Ha de saberse que Cavanilles no apoyó la candidatura del

antioqueño, a pesar o en razón de los lazos de amistad que a él lo unían

desde 1798. Por otra parte, la aceptación del cargo por Zea compro

metió el futuro del vínculo de éste con Mutis y con la Expedición Bo

tánica. Como subdirector, Zea podía aspirar a la dirección del Prado,

en modo alguno a la subdirección, ni siquiera a la dirección de la Ex

pedición neogranadina. Ascender era posible, y bajar de cargo, inde

coroso, y esto fue lo que comprendió y utilizó el gobierno español.

La noticia de que Zea no regresaría a Santafé puso al anciano

Mutis a punto de romper con aquél70. A partir de ahora el gaditano

quedaba bajo la subdirección de su antiguo discípulo, a quien se le

acordó, como se sabe, una asignación anual ampliamente superior

a la del maestro. Mutis y Zea nunca volvieron a cartearse. El nom

bramiento de Zea contribuyó más que otra cosa a alejar a la Expedi

ción neogranadina de su institución de tutela, el Prado de Madrid.

El gobierno español hacía gala de astucia política y, al mismo tiem

po, de una irritante cortedad de miras en lo relativo a política cultu

ral y científica. De un plumazo se echaron por la borda ocho años de

espera e inversión en dinero de Mutis, a quien no se le pidió con

cepto sobre el nombramiento.

La muerte repentina de Cavanilles en 1804, a la edad de 59 años,

determinó el nombramiento de Zea como director del Prado, el 25

de mayo de aquel año (Arias, 1973: 211), cargo en el que permane

ció hasta 1807, cuando abandonó Madrid para fugarse con las tropas

napoleónicas de las que era seguidor y agente.

70 J. I. de Pombo le comunicaba a J. C. Mutis la noticia del nombramiento de Zea como subdirector del Prado en los siguientes términos: "Me han asegurado que a Zea lo han destinado con un sueldo regular en el Jardín Botánico de Madrid [...], y por consiguiente ya no vendrá a este reino. Lo siento, pues además de la falta que hará a vuesamerced actualmente, ésta ser mayor después de sus días" (Cartagena, 10-VI-1810, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 4: 108-109).

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148 / José Antonio Amaya

El regreso de Sinforoso Mutis a Santafé se produjo en 1803. La

expectativa era que ahora sí el sobrino se consagraría a la edición de

la Flora de Bogotá. Pero no fue así, lo que vino a multiplicar los efec

tos catastróficos de los nombramientos de Zea. A Sinforoso se le

ocurrió un negocio más o menos confuso con las quinas del rey al

macenadas en Honda y puestas bajo la responsabilidad del tío71.

Mutis accedió, pues la propuesta se produjo en medio de los cre

cientes apuros económicos generados por la construcción del Ob

servatorio Astronómico en los jardines de la Expedición Botánica.

Ante la administración virreinal, Mutis encubrió la finalidad comer

cial del desplazamiento de Sinforoso con el ropaje de una expedi

ción científica a Cuba, en donde Sinforoso permaneció durante el

nada despreciable lapso de cinco años (1803-1808). Regresó en vís

peras de la muerte del tío, quien al permitir el desplazamiento del

sobrino dio muestras de una enorme incoherencia en materia de

política científica.

Conclusiones

Cuando se observa la preparación de la Flora de Bogotá durante el

cuarto de siglo que transcurre entre el establecimiento de la Expe

dición Botánica (1783) y la muerte de Mutis (1808), puede percibirse

el cambio de papel que se les asignó y que adoptaron efectivamente

las instancias colonial y metropolitana en la elaboración de esta obra.

La erección de la Expedición puso en evidencia un período de cre

ciente protagonismo virreinal, que corrió parejas con el desdibu-

jamiento y la casi desaparición del desempeño de la metrópoli, y que

se prolongó hasta la jubilación de Gómez Ortega en 1801. La pro

pensión autonomista de la Expedición fue estimulada desde Madrid,

71 Sobre las circunstancias del viaje de S. Mutis a Cuba véase el oficio de S. Rizo fechado en Santafé, 16-111-1810, en Hernández de Alba, 1986: 157-160.

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Una flora para el Nuevo Reino / 149

a través de Gómez Ortega, quien dejó a Mutis en libertad para lle

var adelante su empresa. Luego se produjo un breve y fallido inten

to de centralización, promovido por Cavanilles desde la dirección del

Jardín Botánico del Prado (1801-1804), y uno de cuyos objetivos

consistió en integrar efectivamente la Expedición a la órbita de la

botánica madrileña. Finalmente se observa, de nuevo, una autono

mía casi absoluta de la colonia con respecto a su metrópoli, durante

el período que se extiende desde la muerte de Cavanilles en 1804

hasta la de Mutis.

Conforme a los planes del director de la Expedición, expresa

dos en 1783, serían las instancias madrileñas las que se encargarían

de coordinar la publicación de la Historia Natural del Nuevo Reyno.

Poco tiempo después se mostraba decidido a trabajar la parte cien

tífica de esta obra en la Nueva Granada, dejando los detalles técni

cos para ser ejecutados en España. En 1791 aseguraba que, incluso

estos detalles, serían adelantados por sus adjuntos, quienes viaja

rían a Madrid a ocuparse del grabado e impresión de la obra, mien

tras él en Santafé se ocuparía de la edición científica, no ya de una

Historia Natural que abrazase los reinos mineral, vegetal y animal,

sino únicamente de la Flora de Bogotá. En este nuevo esquema se

ignoraba por completo al Prado de Madrid.

De regreso a la capital en 1791, Mutis obtiene del virrey el nom

bramiento de cuatro colaboradores; desde 1784 había venido traba

jado sin adjunto científico. Quizá no se consultaron los nombramien

tos con las instancias científicas metropolitanas. Sea como fuere, a

través de la administración virreinal, la Corona continuaba auxiliando

a Mutis, a pesar de su tardanza en entregar la Flora de Bogotá, pro

metida para mediados del decenio de 1780. Como puede verse, la

autonomía de la Expedición también era tolerada y estimulada por

la autoridad política del virreinato.

Integraban el nuevo equipo jóvenes estudiantes universitarios

(abogados en ciernes en su mayoría), pertenecientes a la nobleza

criolla, y un cirujano de origen modesto, todos de condición civil.

Page 156: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

150 / José Antonio Amaya

Mutis logró colocar a dos de sus sobrinos, aunque sólo uno perduró

en la Expedición, lo que puso en evidencia el fracaso relativo de su

estrategia enderezada a ubicar a sus tres sobrinos en los puestos

científicos más importantes del Nuevo Reyno. Se optó por no soli

citar asistencia científica de Madrid, a pesar de que todos los agre

gados necesitaban aprender el abecé de la botánica. El costo del nue

vo equipo se reducía a quinientos pesos anuales, cuando una plantilla

de cuatro naturalistas importados de la Península hubiera costado

no menos de cuatro mil pesos anuales.

Zea, el adjunto más cualificado, era el líder de los estudiantes.

En un artículo suyo aparecido en el periódico del virreinato evocó

las obligaciones de la monarquía con la educación de la nobleza

americana, y definió el compromiso de la intelectualidad criolla fren

te a la educación popular. Postulaba que la formación en la Nueva

Filosofía era la condición básica del novísimo concepto de ciudada

nía, además de ser un factor de incremento de la productividad en

la explotación de la naturaleza americana y en la producción de ri

queza para la patria neogranadina. ¿No fue acaso el nombramiento

de Zea un intento de desagravio frente al silenciamiento de que éste

fue víctima por sus opiniones políticas ? No hay que olvidar que el

criollo figuraba entre los fundadores del Arcano de la Filantropía

(1789) ni que, hacia 1791, era, con Sinforoso Mutis, uno de los ha

bituales de aquel círculo. Uno y otro encarnaban los ideales de la

Independencia de los Estados Unidos y los principios de la Revolu

ción Francesa.

La vida del equipo en Santafé fue breve, intermitente y obsta

culizada por motivos políticos y personales. Los logros botánicos al

canzados durante los años 1791-1794 fueron más bien modestos. No

podía ser de otra manera teniendo en cuenta la condición de ama

teur éclairé de su mentor. Los agregados trabajaron cada uno por

su cuenta y no se implicaron orgánicamente los unos con los otros,

ni con la preparación de la Flora de Bogotá, cuyos manuscritos pre

paratorios no les fue dado conocer en toda la vida de Mutis. El equi-

Page 157: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Nuevo Reino / 151

po no pudo consolidarse en Santafé. Aguiar quedó por fuera de la

Expedición antes de 1794, y motivos políticos condujeron a la prisión

de Zea y de Sinforoso, en Santafé y en Cádiz, desde 1794 hasta 1799.

Las acusaciones de alta traición a la Corona que pesaban sobre

Zea y sobre Sinforoso no fueron ápice para que el Primer Botánico

del Rey continuara en correspondencia y activa colaboración con

aquéllos. Esta colaboración se materializó en la compra de biblio

grafía, adquirida con la asesoría de naturalistas europeos. Zea pasó

a ser el principal proveedor de libros de la Expedición, durante los

años que corren entre 1796 y 1802, lo que significó una mayor auto

nomía para Mutis, quien dejó de depender de extranjeros en este

aspecto estratégico.

Zea y Sinforoso fueron trocando su deportación en viaje de estu

dios, con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metro

politanas, logrando ganar para la causa científica a Cabal y a Umaña.

La formación gaditana que adquirieron en historia natural se hallaba

inscrita en el programa del Colegio de Cirugía, centro universitario

con tradición de casi medio siglo, y que hacía contraste con aquella

impartida en Santafé, de carácter privado, con un alto ingrediente de

autodidaxia y dirigida a abogados en trance de formación. La deuda

de Sinforoso Mutis con España, en lo relativo a formación botánica,

es sin duda mayor que aquella que contrajo con su tío.

La presencia del equipo de Mutis en España, sin olvidar la de

Cabal y la de Umaña, apasionados de la Expedición de Santafé, vino

a reforzar la oposición del grupo de Cavanilles contra el de Gómez

Ortega. Zea adhiere a Cavanilles en 1798 en un momento en que la

controversia se aproximaba a su desenlace. La correspondencia de

Zea con Cavanilles llegó a ser más frecuente y copiosa que la de Mutis

con Cavanilles. Ha de notarse, sin embargo, que Zea se cuidó de

hacer público su rechazo a Gómez Ortega, mientras éste se sostuvo

en la dirección del Prado.

Zea y Sinforoso, junto con Cabal y Umaña, son liberados en 1799;

a los dos primeros se los restituye en sus empleos en la Expedición.

Page 158: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

154/ José Antonio Amaya

hallaba fundado en un análisis realista de las condiciones científi

cas del virreinato, comparadas con las reinantes para entonces en la

península. Semejante argumento tampoco justificaba la negligen

cia para cultivar correspondencia e intercambio con la metrópoli,

desaprovechando posibilidades de edición y publicación inéditas

hasta entonces. Quizá el decano de los botánicos españoles no de

seaba aparecer como colector de su colega Cavanilles.

El interés de Mutis por sistematizar la Flora, aunque sincero,

no era parte esencial de su política científica. De hecho no supo apro

vechar el regreso de Sinforoso, optando por consentirle un viaje de

negocios de quina camuflado en una prolongada expedición cientí

fica a Cuba (1803-1808); así se perdieron cinco años preciosos para

el adelantamiento de la edición de la obra. Como se verá en la con

tinuación de este trabajo, la instrucción adquirida por Sinforoso en

España será un elemento básico en su desempeño como continua

dor de la Flora de Bogotá (1808-1816). Lo que resulta incompren

sible es que Mutis le hubiese dado prelación al beneficio económi

co sobre la producción científica.

Referencias

Archivos y colecciones

Biblioteca Nacional de Colombia (Santa Fe de Bogotá).

. Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Cu

riosos, manuscritos.

Real Jardín Botánico de Madrid

. Fondo Documental de José Celestino Mutis y de la Real Ex

pedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada.

.Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC),

Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Car

peta n§ 4.

Page 159: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Suevo Reino / 151

po no pudo consolidarse en Santafé. Aguiar quedó por fuera de la

Expedición antes de 1794, y motivos políticos condujeron a la prisión

de Zeay de Sinforoso, en Santafé y en Cádiz, desde 1794 hasta 1799.

Las acusaciones de alta traición a la Corona que pesaban sobre

Zea y sobre Sinforoso no fueron ápice para que el Primer Botánico

del Rey continuara en correspondencia y activa colaboración con

aquéllos. Esta colaboración se materializó en la compra de biblio

grafía, adquirida con la asesoría de naturalistas europeos. Zea pasó

a ser el principal proveedor de libros de la Expedición, durante los

años que corren entre 1796 y 1802, lo que significó una mayor auto

nomía para Mutis, quien dejó de depender de extranjeros en este

aspecto estratégico.

Zea y Sinforoso fueron trocando su deportación en viaje de estu

dios, con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metro

politanas, logrando ganar para la causa científica a Cabal y a Umaña.

La formación gaditana que adquirieron en historia natural se hallaba

inscrita en el programa del Colegio de Cirugía, centro universitario

con tradición de casi medio siglo, y que hacía contraste con aquella

impartida en Santafé, de carácter privado, con un alto ingrediente de

autodidaxia y dirigida a abogados en trance de formación. La deuda

de Sinforoso Mutis con España, en lo relativo a formación botánica,

es sin duda mayor que aquella que contrajo con su tío.

La presencia del equipo de Mutis en España, sin olvidar la de

Cabal y la de Umaña, apasionados de la Expedición de Santafé, vino

a reforzar la oposición del grupo de Cavanilles contra el de Gómez

Ortega. Zea adhiere a Cavanilles en 1798 en un momento en que la

controversia se aproximaba a su desenlace. La correspondencia de

Zea con Cavanilles llegó a ser más frecuente y copiosa que la de Mutis

con Cavanilles. Ha de notarse, sin embargo, que Zea se cuidó de

hacer público su rechazo a Gómez Ortega, mientras éste se sostuvo

en la dirección del Prado.

Zea y Sinforoso, junto con Cabal y Umaña, son liberados en 1799;

a los dos primeros se los restituye en sus empleos en la Expedición.

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152/ José Antonio Amaya

Movido por el afán de contar con colaboradores idóneos para editar

los centenares de láminas y de plantas secas que seguían acumu

lándose en su gabinete, Mutis les sugiere a Zea y a Sinforoso per

manecer dos años en Madrid perfeccionando su formación botáni

ca al lado de Cavanilles. Después de una breve asesoría en Madrid,

Cavanilles opta, en 1800, por apoyar a Zea y a Cabal para que viajen

a París, con recomendaciones suyas para los naturalistas franceses,

y mediante el apoyo financiero del gobierno español; Umaña tam

bién se traslada a París. Cavanilles se inclinaba por la formación de

una escuela metropolitana con proyección en las colonias. Zea per

manece en París hasta 1802, perfeccionando su formación al lado de

A.-L. de Jussieu, con el fin de regresar a Santafé a ocuparse de la

edición de la Flora de Bogotá. En París, también actúa como agente

de Mutis en el comercio de las quinas de Santafé, realizando varias

operaciones cuyo monto no ha sido calculado con exactitud.

El nombramiento de Cavanilles como sucesor de Gómez Orte

ga hizo prever el inicio de una nueva época en las relaciones de la

Expedición Mutis con la botánica oficial metropolitana. Cavanilles

y el ministro Pedro Ceballos diseñaron una política centralista de

dimensiones imperiales para el establecimiento botánico madrile

ño. Durante los últimos treinta años, Mutis había venido operando

como un satélite suelto en la órbita botánica española. Sin el con

curso científico de Madrid, había logrado concebir y adelantar uno

de los proyectos botánicos más ambiciosos de su tiempo, dotando a

la Expedición con una biblioteca de historia natural que mereció ser

comparada con la de Joseph Banks, la mejor reputada del mundo de

entonces; con uno de los herbarios más ricos del mundo (20.000

ejemplares) y con una escuela de iconografía que había logrado pro

ducir la colección más importante de Occidente en la materia.

A principios del siglo XTX, Mutis tenía puesta la atención en va

rios frentes. Se empeñaba en continuar favoreciendo el incremento

de la iconografía, en particular la botánica, mientras estimulaba la

formación de criollos en Europa, con el fin de asegurar la sistema-

Page 161: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Una flora para el Suevo Reino I 153

tización de su Flora, tarea que él no podía asumir en razón de los

vacíos de su formación como naturalista y de los achaques de su edad.

Para encarar el desafío de la publicación, negoció una imprenta y se

aplicó a la conversión de algunos pintores en grabadores.

Estos eran precisamente los recursos que Cavanilles tenía al

alcance de la mano. La situación científica de la metrópoli se había

transformado radicalmente, con respecto a la coyuntura que había

presidido Gómez Ortega. Su formación y experiencia le permitían

a Cavanilles sistematizar en poco tiempo y con un éxito previsible

una obra como la Flora de Bogotá. Desde un punto de vista prácti

co, los artistas grabadores que trabajaban para los Anales de Histo

ria Natural podían asegurar la publicación de la obra, fuese por en

tregas en aquella revista o fuese de modo independiente. La crisis

española de finales del siglo XVIII y principios del XIX era de carácter

político y económico, en modo alguno de naturaleza científica, al

menos por lo que toca a la botánica. En pocas palabras, Cavanilles

reunía todas las condiciones para practicar con éxito una política

imperial. En su Proyecto de Reforma de la Expedición Botánica (Pa

rís, 1802), Zea se mostraba incondicional de los planes de Cavanilles,

aunque no pudo convertirse en agente de ellos en Santafé, en razón

de sus nombramientos como subdirector y luego como director del

Prado. Estos nombramientos pusieron en evidencia la incoherencia

de la Corona en materia de política científica con Santafé -recuér

dese que desde 1794 el gobierno se había desentendido por com

pleto del control sobre los avances de la Flora de Mutis. No era ima

ginable que la presencia de Zea frente al Prado coadyuvase al

mejoramiento de las relaciones entre Madrid y Santafé. Con estos

nombramientos, las autoridades políticas echaron por la borda al

menos ocho años de espera e inversión de Mutis, para no hablar de

los esfuerzos realizados por la propia Corona.

Mutis se resistió a integrarse a la política de Cavanilles, con la

convicción de que la Flora de Bogotá era una obra que debía editar

se y publicarse enteramente en el Nuevo Reyno. Este criterio no se

Page 162: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

154 / José Antonio Amaya

hallaba fundado en un análisis realista de las condiciones científi

cas del virreinato, comparadas con las reinantes para entonces en la

península. Semejante argumento tampoco justificaba la negligen

cia para cultivar correspondencia e intercambio con la metrópoli,

desaprovechando posibilidades de edición y publicación inéditas

hasta entonces. Quizá el decano de los botánicos españoles no de

seaba aparecer como colector de su colega Cavanilles.

El interés de Mutis por sistematizar la Flora, aunque sincero,

no era parte esencial de su política científica. De hecho no supo apro

vechar el regreso de Sinforoso, optando por consentirle un viaje de

negocios de quina camuflado en una prolongada expedición cientí

fica a Cuba (1803-1808); así se perdieron cinco años preciosos para

el adelantamiento de la edición de la obra. Como se verá en la con

tinuación de este trabajo, la instrucción adquirida por Sinforoso en

España será un elemento básico en su desempeño como continua

dor de la Flora de Bogotá (1808-1816). Lo que resulta incompren

sible es que Mutis le hubiese dado prelación al beneficio económi

co sobre la producción científica.

Referencias

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. Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Cu

riosos, manuscritos.

Real Jardín Botánico de Madrid

. Fondo Documental de José Celestino Mutis y de la Real Ex

pedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada.

.Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC),

Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta n§ 4.

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Hautes Etudes en Sciences Sociales (54 Bd. Raspad, 75006 Pa

rís) el 10 de abril de 1992, ante un jurado integrado por los pro

fesores Jean-Pierre Berthe (presidente), Guy Chaussinand-

Nogaret, Jean-Pierre Clément, Bernard Vincent, Claude Sastre

y Jeanne Chenu. 805 p. ilus. Esta tesis presenta tres apéndices:

Apéndice N° 1: "Catalogue des descriptions et observations pour

la 'Flore de Bogotá' de don José Celestino Mutis, conservées au

Jardin Botanique de Madrid", pp. 376-477. Apéndice N° 2: "Ca

talogue General des Collections d'Histoire Naturelle envoyées

par don José Celestino Mutis en Suéde", pp. 478-683. Apéndice

N° 3: "Inédits divers", pp. 684-805. En prensa, RevistaFontque-

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Contribución al catálogo y a la exposición que sobre Mutis y la

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Encuentro de Dos Mundos. Madrid, octubre-diciembre. Edita

Ma E de San Pío Aladren. Madrid, Villegas Editores/ Lunwerg

Editores, vol. 1, pp. 90-119. Existe traducción al inglés: "Mutis

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Page 164: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

156/ José Antonio Amaya

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9 de julio de 1994). Apareció publicada en los OccasionalPapers

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Una flora para el Nuevo Reino / 159

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Page 168: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales
Page 169: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Parte II

Ciencia moderna: centros y periferias

Page 170: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales
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Pablo R. Kreimer

¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?

La investigación científica, entre el universalismo y el contexto

Estudiar la ciencia: los pioneros

El estudio de la ciencia desde las perspectivas de las ciencias sociales,

si bien es relativamente reciente (si se lo compara con otros objetos

de estudio de las ciencias sociales), tiene ya varias décadas de desa

rrollo. En efecto, el campo de los estudios sociales de la ciencia reco

noce dos antecedentes fundamentales, ambos en la misma época: por

un lado, los trabajos de inspiración funcionalista y normativa formu

lados originalmente por Merton, en Estados Unidos, a partir de los años

cuarenta y cincuenta -algunos años más tarde de lo que había sido su

primera incursión en la temática: la publicación de su tesis doctoral, a

finales de los años treinta, y que tuvo el doble mérito de poner por pri

mera vez en relación los términos "ciencia, tecnología y sociedad", en

su caso, en el análisis de estas relaciones en la Inglaterra del siglo XVII.

La otra vertiente que problematizó tempranamente estos temas

fue la que surgió del planteo de los "grandes problemas" señalados

en la relación ciencia-sociedad y sobre todo en la relación ciencia-po

lítica, por el cristalógrafo, historiador y militante marxista John Bernal

en Inglaterra, curiosamente en los mismos años en que Merton co

menzaba sus trabajos en Estados Unidos. En 1939, Bernal publica La

función social de la ciencia, en donde analiza polémicamente lo que

hoy llamaríamos la apropiación diferenciada (bajo el imperio de la

sociedad capitalista) del conocimiento científico producido por inves

tigadores y técnicos.

Page 172: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

164 / Pablo R. Kreimer

Tanto Merton como Bernal aportaron una preocupación funda

mental para las ciencias sociales: comprender la ciencia como un

producto de las sociedades modernas, consecuencia de interacciones

sociales; productora y transformadora, a su vez, de las sociedades

en las cuales la investigación científica se despliega. Si bien los ho

rizontes teóricos que inspiraron los trabajos de uno y otro diferían

notablemente, y cada uno de ellos centraba su preocupación sobre

diferentes aspectos del problema, resulta interesante notar que

ambos autores tenían una percepción similar de la racionalidad que

gobernaba al conjunto de la comunidad científica. Así, mientras

Merton dirigió su esfuerzo a la descripción y al análisis de las nor

mas que rigen las relaciones entre los científicos, y que componen

lo que él llamó el ethos de la ciencia, Bernal se interesó por los efec

tos de la ciencia como conjunto (como producto, como medio de

producción) sobre la sociedad que se la apropia. El problema, para

Bernal, no se halla en los procesos de producción de conocimientos

ni en las relaciones entre los científicos, ya que este espacio repre

senta para él un conjunto de relaciones en las cuales es la racionali

dad lo que predomina; es en la apropiación que hacen de esos tra

bajos las clases sociales dominantes donde se encuentra el problema.

En ambos esquemas de pensamiento, por lo tanto, el proceso

"real" de producción de conocimientos aparecía como un tema que

no era, en sí mismo, problemático. Se aceptaba que dicho proceso

es necesariamente "social", en la medida en que se desarrolla en el

marco de instituciones sociales, pero en el interior de los espacios

reales de producción de conocimientos -los laboratorios, los obser

vatorios, el terreno mismo- las relaciones que gobiernan están des

pojadas de los intereses (soberanía de la irracionalidad), y los suje

tos parecen limitarse a la correcta aplicación del "método" científico.

De hecho, es con estas palabras que Merton establece la divisoria

de aguas: "se trata de incursionar en la sociología, y no en la meto

dología", puesto que esta última (la producción de conocimiento

como producto de la correcta aplicación de un método) debe ser

Page 173: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

¿Lna modernidad periférica? / 165

estudiada por otras disciplinas, como la epistemología o la historia

-internalista- de la ciencia.

De este modo, y mientras estos dos modelos teóricos fundado

res mantuvieron su dominio, se fue construyendo lo que un núme

ro creciente de investigadores denominó la caja negra de la cien

cia, es decir, todo aquello que ocurre desde que se administran (y

se otorgan) recursos que se emplean para la investigación científi

ca hasta que se publican resultados (verdaderos, cabe aclarar). En

este esquema blackboxista, según la célebre definición de Richard

Whitley1, son dejados de lado todos aquellos aspectos que se refie

ren a los procesos que ocurren "intramuros" y que dan cuenta de

cómo el conocimiento es producido y validado. Quedan fuera del

análisis, además, todos aquellos procesos cuya conclusión no da

como resultado la obtención de conocimiento "certificado", pues

to que lo que se imponía era un análisis ex-post de las prácticas cien

tíficas2.

Las nuevas corrientes

Desde los años setenta, estos estudios conocieron una transforma

ción fundamental: como consecuencia de las lecturas sociológicas

de la obra de Kuhn3, los investigadores en ciencias sociales (soció

logos, antropólogos, historiadores) comenzaron a centrar su pers

pectiva en los aspectos de las prácticas reales de los científicos en

sus lugares de trabajo.

1 Ver Whitley (1972). 2 Latour (1989) muestra a la ciencia "hecha" como contraparte de la ciencia "haciéndo

se": ambas son las dos caras de Jano, anciana la primera, joven la segunda. 1 Es necesario remarcar, para evitar posibles malos entendidos, que me refiero a la lectu

ra de la obra de Kuhn y no necesariamente a sus formulaciones stricto sensu. En efecto, el concepto de paradigma fundamenta parte de su riqueza en su polisemia, lo cual ha permitido que diversos grupos de lectores encuentren allí las justificaciones que mejor se adecúan a sus propósitos cognitivos.

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166 / Pablo R. Kreimer

Se produjo así un doble viraje: del análisis de los aspectos norma

tivos, e incluso morales o políticos de los científicos, se pasó al estu

dio de las relaciones sociales concretas. Postular que la ciencia es, fun

damentalmente, relaciones sociales, puede hoy parecer banal, pero no

lo era en la época dominada por los modelos de análisis que descri

bíamos más arriba. Así, de los estudios acerca de la "ciencia hecha"

se postuló que debía formularse una crítica de la ciencia "mientras

se hace". Y, por otra parte, de los procesos relativos a la ciencia anali

zados en el nivel macro se pasó a un nivel micro mucho más acotado:

luego de que algunos investigadores (entre los que sobresale Harry

Collins) se dedicaran al estudio de las controversias, como aquel

momento privilegiado para observar la formación (sociocognitiva) de

consensos, se llegó al estudio de las unidades más pequeñas en las

cuales el conocimiento era producido, en particular, el nivel de los

laboratorios e institutos de investigación. Es el proceso que se cono

ce como la emergencia de una nueva sociología del conocimiento cien

tífico (en contraposición con un mero estudio de los científicos), o

del giro cognitivista en los estudios sociales de la ciencia.

El paso fundamental que las lecturas sociológicas de la obra de

Kuhn permitieron dar se organiza alrededor de varias claves, una de

las cuales es, sin dudas, el concepto de paradigma. El punto funda

mental que permitió la emergencia de nuevas perspectivas se centró

en la interpretación (polisémica) del paradigma como aquello que es

establecido y legitimado a través de dispositivos que son, a la vez e

indisociablemente, sociales y cognitivos. La comunidad científica

sería, así, el colectivo de actores sociales que legitiman el conocimiento

que será aceptado como consecuencia del imperio de los consensos a

los que se ha llegado en un momento histórico determinado. Dos de

los autores más representativos de las nuevas corrientes, Bruno Latour

y Michel Callón, lo señalan en un pasaje que vale la pena citar entero,

y cuyo título -por demás elocuente- es "Al fin llegó Thomas Kuhn":

Hay obras que tienen la virtud de juntar, en algunos concep

tos bien elegidos, modos de análisis y problemáticas que todo

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¿Una modernidad periférica? / 167

parecía tornar incompatibles. Es el tour de forcé del libro de

Thomas Kuhn [...] que propone una síntesis que parecía impro

bable y que se sostiene en un término mágico, portador de todas

las ambigüedades, el de paradigma.

Primera síntesis lograda por Kuhn, aquella que vuelve com

patibles la explicación por las estructuras de pensamiento y la ex

plicación por las estructuras sociales, que reunifica las dos tras

cendencias. Esta unificación parecía tan difícil como la aparición,

en un Torneo de Grand Slam, de un jugador capaz de jugar desde

el fondo de la cancha y de subir a la red, de estar tan cómodo so

bre el césped de Wimbledon como sobre el polvo de ladrillo de

Roland Garros. Cuando uno lee La estructura de las revoluciones

científicas, uno se pregunta qué prejuicio había podido volver esas

tesis antagónicas. Para hacerlas compatibles, basta decidir que

todo grupo tiene una doble existencia: social y cognitiva. La ma

gia un poco molesta de la palabra "paradigma" se sostiene en esta

doble significación: designa una cierta manera de concebir y de

percibir el mundo, arbitraria, coherente e irreductible a toda otra

manera, pero también una organización social con sus reglas, sus

formas de solidaridad propias. ¿Por qué haber separado durante

tanto tiempo lo social y lo cognitivo? Los dos son indisociables, y

el grupo no podría definirse si no es a través de las concepciones

del mundo que sus miembros comparten y que estructuran los

conocimientos que aquél produce; a cambio, sin los mecanismos

sociales de integración, de aprendizaje, de transmisión de la ma

triz cultural, ésta desaparecería y no tendría ninguna consisten

cia. Con esta solución, todo se vuelve inextricablemente sociocog-

nitivo: los argumentos, las pruebas, los problemas de investigación

no pueden ser separados del juego social del cual son parte sus

tantiva. No sirve de nada distinguir las dos dimensiones. La cien

cia es heterogénea4.

M. Callón y B. Latour (1991), pp. 17-18.

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168 / Pablo R. Kreimer

Las lecturas que los sociólogos e historiadores hicieron de la obra

de Kuhn operó como una verdadera "llave" para abrir la puerta que

permitió investigar, sistemáticamente, la producción de conocimien

to científico, tomando en cuenta los contenidos implicados en dicha

producción y, especialmente, en su lugar específico de producción,

los laboratorios.

Es como consecuencia de este cambio radical de enfoque que, a

partir de los años setenta^, se comienza a postular un "nuevo pro

grama" para la sociología del conocimiento. El primero en formu

larlo fue David Bloor, quien en su libro Knowledge and Social Ima-

gery, de 1976, postula los hoy famosos cuatro principios del programa

fuerte {Strong Program): causalidad, simetría, imparcialidad y re

flexividad.

A decir verdad, los trabajos posteriores al programa fuerte no

siguieron al pie de la letra los cuatro postulados, sino que fueron en-

fatizando, en particular, en algunos de los principios y dejando de

lado los otros. Así, el "programa empírico del relativismo", postula

do por Harry Collins (de la Universidad de Bath), hace hincapié en

el problema de la imparcialidad en el análisis sociológico de las con

troversias científicas, en particular acerca de la ruptura y de la pos

terior reconstrucción de consensos en ámbitos particulares de la

investigación científica. Barry Barnes (quien, como Bloor, trabaja en

Edimburgo) se preocupa en particular por el principio de causalidad,

y desarrolla su explicación de la producción del conocimiento en don

de predomina la noción de intereses, naturalmente contrapuesta a

la de racionalidad. Steve Woolgar, por su parte, desarrolla la mayor

parte de su trabajo intentando poner en práctica el principio de refle-

5 Como punto de referencia se pueden tomar algunos textos "fundacionales": King (1971) y Whitley (1972), quienes avanzan en la superación del paradigma mertoniano imperante y sobre todo en la apertura de la "caja negra" del conocimiento científico. Por otro lado, un artículo de Bloor de 1973 y, particularmente su libro de 1976, sientan las bases de un nuevo programa de investigación.

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¿Una modernidad periférica? / 169

xividad en los estudios de la ciencia. Y los trabajos posteriores de

Bruno Latour y de Michel Callón trabajan sobre una extensión ra

dical de la idea de simetría, en donde, según estos autores, no se trata

ya sólo de establecer una explicación simétrica entre factores "so

ciales" y factores "del mundo natural" en la producción de conoci

miento (tal como había sido originalmente formulado por Bloor),

sino que se pretende abolir la distinción misma entre lo natural y lo

social en toda explicación acerca del conocimiento científico, pues

to que consideran que todos los objetos son -y deben ser conside

rados— híbridos de naturaleza y de cultura.

De un modo paralelo con esta producción teórica, estas corrien

tes han desarrollado -y este aspecto constituye tal vez la mayor fuente

de interés- una gran cantidad de investigaciones empíricas acerca

de los procesos de producción de conocimiento. Este conjunto de

trabajos, en donde los investigadores en ciencias sociales lograron

franquear las barreras de los laboratorios y otros terrenos en los

cuales la investigación científica se desarrolla (observatorios, hos

pitales, empresas, redes, etc.), tienen la ventaja de haber construi

do una nueva "biblioteca" en dónde buscar fragmentos de procesos

y relaciones sociales que se nos presentaban como espacios vírge

nes e inexplorados unos años atrás.

Las críticas y las nuevas propuestas

Son numerosas las críticas que la nueva sociología de la ciencia ha

venido recibiendo en los últimos años y, gracias a los cuestionamien

tos y a una nueva dinámica, los estudios han ido avanzando y diversi

ficándose, tanto en la formulación teórica como en la indagación

empírica. Sin embargo, numerosos problemas se nos presentan hoy

a quienes pretendemos avanzar en una mejor comprensión de los

procesos sociales de producción de conocimiento científico. En efec

to (y podríamos agregar, afortunadamente), nuevos desafíos pare

cen plantearse para los estudios sociales de la ciencia a casi cincuenta

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170 / Pablo R. Kreimer

años de sus primeros trabajos pioneros. A modo de resumen de las

críticas que se les pueden dirigir a estas corrientes querría avanzar

que, desde mi perspectiva, la mayor parte de los autores inscritos

en ellas han desarrollado un conjunto de herramientas conceptua

les de gran interés para la comprensión del objeto. Sin embargo, en

ese mismo movimiento, fueron dejando de lado categorías de análi

sis que podríamos considerar como "clásicas" en las ciencias sociales

y que, lejos de presentarse como agotadas, podrían ser hoy recupe

radas y fortalecidas a la luz de los numerosos estudios empíricos que

ampliaron nuestro conocimiento sobre el problema6. Intento presen

tar brevemente algunos de los problemas actuales en la investiga

ción social de la ciencia, para presentar luego algunas estrategias

posibles para su abordaje.

Se nos presenta hoy, en la comprensión social de la ciencia, un

primer problema que, stricto sensu, no es privilegio de este tipo de

estudios, sino que puede extenderse como una antigua pretensión

del conjunto de las ciencias sociales: ¿cómo dar cuenta, al mismo

tiempo, de los macroprocesos y de las prácticas observables a nivel

micro, de modo que ambos niveles no aparezcan desvinculados en

tre sí? Y, por otro lado, ¿cómo vincular, desde una perspectiva histó

rica, el largo -o mediano- plazo y el acontecimiento?

Segundo problema que surgió con la "nueva ola" de estudios

empíricos desarrollados desde los años setenta: desde un universa

lismo postulado como "dogma central" de la ciencia, tanto desde el

discurso de los propios científicos como desde los modelos norma

tivos antes aludidos, se postuló la causación social de la producción

de conocimiento. En este sentido, ya no se pensaba que la ciencia

6 Diversos estudios se han publicado en los últimos años para el mundo hispanoamericano. Para una exposición de la "nueva sociología del conocimiento", se pueden consultar Vessuri (1994), Prego (1992) y el completo trabajo de Lamo de Espinosa y Cristóbal Torres (1995). Un análisis en profundidad de las críticas a los nuevos modelos interpretativos se puede leer en Kreimer (1997a).

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¿Una modernidad periférica? / 171

era una actividad que podía desarrollarse en cualquier contexto so

cial, sino que su ocurrencia no es independiente del conjunto de re

laciones (internas y externas) del marco socioinstitucional en el cual

se produce. De modo que llegamos al segundo nudo conceptual para

el estudio de las prácticas científicas: ¿cuál es el peso particular de

los determinantes generales que implican a la ciencia como una ac

tividad universalizada? Y, recíprocamente, ¿cuál es el peso que tie

nen las determinaciones de un contexto social, político, institucional,

económico, cultural, particular?

En tercer lugar, ¿cómo relacionar ambos niveles del análisis?, es

decir, ¿cómo estudiar los aspectos micro y los aspectos macro de las

prácticas de la investigación científica, de sus productos -el cono

cimiento-y de las relaciones con una sociedad en particular, tanto en

los aspectos universales como contextúales? Éste es el desafío que se

le plantea hoy a los estudios sociales de la ciencia y, bien mirado, no

es completamente diferente de problemas similares que otros inves

tigadores sociales pueden encontrar en la construcción y el aborda

je de sus propios objetos.

Para hacer más complejo este marco analítico, agregaré que la

ciencia puede ser (y ha sido) entendida además como un sistema

de creencias, en el doble sentido que le da De Ipola en un libro re

ciente7: la creencia como confianza acordada, y la creencia como sis

tema de ideas (como ideología), las dos dimensiones que surgen de

la expresión "creer en". Ambas están, naturalmente, presentes en

el universo de la ciencia y de las prácticas científicas.

Resumiré brevemente la propuesta que quisiera formular en

estas líneas y que, en su mayor parte, es consecuencia de un estu

dio sociológico comparativo, realizado en tres laboratorios de biolo

gía molecular ubicados respectivamente en Inglaterra, Francia y

Argentina.

De Ipola (1997). Ver, en particular, el estudio introductorio.

Page 180: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

172 / Pablo R. Kreimer

1. En primer lugar, propongo como un articulador de buena parte

de los problemas reseñados antes el concepto de tradición científi

ca. Renuncio de antemano a la idea de ofrecer una definición unívoca

del concepto de tradición, puesto que éste, como el de cultura (del

cual es naturalmente deudor), acepta tantas definiciones como

abordajes y problemas puedan postularse. Diré, por el contrario, que

en su polisemia (y en este sentido podría trazarse un paralelo con el

concepto de paradigma) reside buena parte de su fuerza explicati

va. Naturalmente, la idea de trabajar sobre las tradiciones científi

cas no es nueva. En un excelente artículo pionero publicado en 1970

(y que fue luego injustamente olvidado), M. D. King hacía referen

cia, en una particular lectura de Kuhn, a que éste dejaba entrever

que la ciencia está gobernada por tradiciones concretas de investi

gación, por "leyes de vida", más que por reglas, valores o esencias

abstractos. Aunque muchas veces se ha opuesto "tradición" a "ra

cionalidad", en una lectura crítica podemos afirmar que, finalmente,

más que racionalidad, lo que la ciencia instituye son " racionalidades",

lógicas apropiadas a determinados contextos y, si avanzamos en esta

dirección, podemos suponer con razón que estas racionalidades son,

finalmente, un componente más de las tradiciones, de esas "leyes

de vida".

2. La definición que propongo de las tradiciones científicas es,

por el contrario, aquella que remite a las dimensiones que compone

cada una de ellas, y que habrán de ser consideradas para su estudio:

se trata de identificar cada una de ellas e intentar comprenderlas y

explicarlas.

3. El concepto de tradición científica es aquello que se pone en

juego en las relaciones interpersonales entre las diferentes genera

ciones de científicos. En este sentido, las relaciones entre maestros

y discípulos ocupan el centro de la escena. Así, el estudio de las tra

diciones, entendidas de esta manera, nos remite a largo plazo a la

construcción de sistemas colectivos de identificación que trascien

den el alcance de una simple cohorte de investigadores.

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¿Una modernidad periférica? / 173

4. Hay una característica particular de la investigación científica:

sus prácticas se producen en dos niveles que, aunque diferentes para

la comprensión analítica, son indisociables en la práctica: el nivel de

lo social, de las relaciones sociales, y el nivel de lo cognitivo, de la pro

ducción de conocimiento. Por lo tanto, entendemos a las tradiciones

científicas como la construcción de aquellos espacios de producción

simbólica y material en los cuales se ponen en juego, se construyen y

reconstruyen los procesos cognitivos y los procesos sociales.

Expondré brevemente algunas de las dimensiones que consti

tuyen el "nudo" de las tradiciones científicas:

a) En primer lugar, como ya señalamos, un conjunto de identi

ficaciones culturales. En este sentido, el proceso de formación de

investigadores resulta crucial: aquellos laboratorios en los cuales los

investigadores han dado sus primeros pasos en el campo de la in

vestigación científica operan como verdaderas "marcas de fábrica"

en lo que respecta a la concepción que se tiene de la práctica cien

tífica, y remiten, en cierto modo, a lo que Polanyi (1966) ha denomi

nado como el "conocimiento tácito".

b) En segundo lugar, este concepto nos permite recuperar un con

junto de categorías de análisis de las ciencias sociales que están pre

sentes en los procesos de investigación científica: formas de organi

zación, jerarquías, relaciones de poder, posicionamiento respecto del

resto de la comunidad científica, red de relaciones internacionales,

preocupaciones temáticas, posicionamiento político, relaciones con

contextos institucionales, la concepción del uso de lo técnico en la

investigación científica, relaciones entre científicos y técnicos. Cada

una de estas dimensiones de la tradición (que son, strícto sensu, va

riables que explican las prácticas científicas) se va construyendo, ade

más, en espacios de interrelaciones sociales que exceden el marco

estricto de las paredes de los laboratorios, aunque uno pueda leer allí

{intra muros) todo este sistema de relaciones y de representaciones.

c) Algunos ejemplos: en un laboratorio inglés, John Bernal (que

además de ser un historiador de la ciencia era, sobre todo, un desta-

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174 / Pablo R. Kreimer

cado cristalógrafo, formador de una generación entera de brillantes

discípulos) hacia los años cuarenta había incorporado el uso de cier

tos aparatos de cálculo por computadora, que eran revolucionarios para

la época, no sólo porque los investigadores no estaban habituados a

su uso, sino porque estos aparatos eran vistos como "excéntricos" para

la investigación en biología, en particular en la determinación de las

estructuras de las proteínas. Dos décadas más tarde, su discípula

Dorothy Hodgkin utilizó las grandes computadoras que había aban

donado la armada inglesa luego de la Segunda Guerra Mundial para

hacer cálculos de estructuras tridimensionales de proteínas que hu

bieran llevado varias décadas si hubieran sido realizados en forma

manual. Fue gracias a esas investigaciones que recibió el premio Nobel

años más tarde. Su discípulo y actual sucesor al frente del laboratorio

ha construido hoy un laboratorio "virtual", en donde los modelos de

estructuras de las proteínas no se obtienen en los laboratorios me

diante la difracción a través de rayos X, sino que se modelan a través

de complejos programas de computación, interconectados en red entre

todos los investigadores del laboratorio. Además, producen y venden

software a laboratorios públicos y a instituciones privadas. Se pueden

rastrear allí los elementos articuladores de una tradición que no se

limita a ello (a un particular uso de lo técnico), sino que se remonta al

conjunto de identificaciones interculturales entre las tres generacio

nes analizadas8.

d) Un ejemplo latinoamericano: en el laboratorio argentino se

"construyó", desde los años setenta, una cierta tradición en biolo

gía molecular. Uno podría pensar que esto implica, de hecho, un

quiebre con la tradición biomédica en Argentina, a la cual se adscri

be en forma emblemática el director del laboratorio, fundada en gran

medida por Houssay y la fisiología, y continuada por Leloir. Éste, a

su vez, en otra ruptura, desarrolló la investigación bioquímica en el

país, tradición particular en la cual se reconoce el laboratorio al cual

Ver Kreimer (1997a), cap. 6.

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¿Una modernidad periférica? /175

me refiero. Sin embargo, el estudio del desarrollo de la biología

molecular resulta indisociable de dicha tradición: un componente

central de ella ha sido el compromiso, largamente expresado por los

diferentes exponentes de ella, con el desarrollo de una ciencia "de

excelencia", pero localizada en Argentina. Esta expresión, que po

dría parecer banal, no lo es. Veamos la primer parte de ella: hacer

ciencia de excelencia significa hacer ciencia (producir conocimien

tos) de un modo particular, es decir, del modo sancionado por los

parámetros de excelencia establecidos por la comunidad científica

internacional. En segundo lugar, elegir temas de investigación (y éste

es un tema central) que sean evaluados como relevantes por esa mis

ma comunidad internacional. Dejamos para la segunda parte el aná

lisis de las profundas implicaciones que tienen estas afirmaciones

en un contexto de lo que se puede llamar ciencia periférica o, como

lo ha denominado un historiador peruano, la excelencia científica en

la periferia. Pero pasemos al segundo término del problema: hacer

ciencia en Argentina. Y esto implica una toma de posición particu

lar, no necesariamente alineada con la primera, porque el hacer cien

cia en Argentina, más allá de la declaración patriótica que esta afir

mación puede acarrear, podría tener (según como se interpretara)

consecuencias importantes desde el punto de vista de la elección de

los temas de investigación, de la organización del laboratorio, del uso

de los recursos disponibles y, last but not least, del uso que Argenti

na puede hacer de los conocimientos allí producidos.

En consecuencia, hemos pretendido mostrar cómo, a través del

despliegue de las diferentes dimensiones que conforman una tra

dición científica, es posible recuperar algunas categorías de análisis

de las ciencias sociales, que ninguna razón válida podría haber he

cho descartar, puesto que los problemas a los cuales dichas catego

rías aludían siguen hoy tan presentes como varias décadas atrás.

Agregaremos, para finalizar esta parte, un problema al cual no po

demos pretender escapar. Me refiero a la propia ciencia como aquel

objeto particular del conocimiento social, diferente de todo otro

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176 / Pablo R. Kreimer

objeto de las ciencias sociales. En la medida en que uno suponga

que las actividades de los científicos pueden resumirse en la "bús

queda de la verdad", entonces no existiría ningún punto de contac

to entre los estudios de la ciencia y los de otros grupos de la socie

dad. Sin embargo, en la medida en que uno considere (siguiendo,

por ejemplo, a De Ipola) que la ciencia, como toda otra práctica so

cial, se basa en la institución de un sistema de creencias, entonces

las categorías del análisis social serán pertinentes para el estudio de

las prácticas científicas.

Podría argüirse con razón que el hecho de considerar las dife

rentes dimensiones de las creencias que fundamentan las prácticas

científicas nada dice acerca del estatus de dichas creencias. Es allí,

precisamente, donde pretendemos distinguirnos de los estudios de

sarrollados bajo los principios (o alguno de ellos) del programa fuer

te, puesto que si bien es cierto que las prácticas de producción de

conocimientos pueden ser estudiadas como cualquier otra práctica

social, ello no invalida nuestra capacidad para reconocer los aspec

tos específicos del conocimiento, entendido como elproducto de los

procesos sociales involucrados en la investigación científica. Yes ne

cesario establecer allí un límite significativo en lo que respecta a los

contenidos de dicho conocimiento, puesto que los procesos por los

cuales aquél se construye implican, en última instancia, un "núcleo

duro" de alto contenido técnico, cuya explicación nos remitiría al es

tablecimiento de relaciones causales altamente riesgosas o, en el

peor de los casos, directamente impertinentes. De hecho, las com

petencias de las ciencias sociales han sido desarrolladas para la com

prensión de los actores (individuales y colectivos) y las relaciones

que ellos establecen, así como los productos de dichas relaciones.

Pero pretender inferir de allí explicaciones acerca del contenido

"duro" del producto de dichas interacciones, cuando se desconoce

el alto contenido técnico que aquél implica, puede llevar a (por lo

menos) exageraciones difíciles de sostener.

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¿Una modernidad periférica? / 177

La dimensión periférica

¿Cómo medir, cómo estudiar, los elementos presentes en las prác

ticas científicas que nos permiten hablar de una "ciencia periférica" ?

Más allá de los condicionantes de tipo general expuestos en la pri

mera parte de este artículo, numerosos aspectos de la investigación

científica que dan cuenta de esta condición pueden -y deben- ser

investigados a partir del estudio de las prácticas concretas de los

científicos y técnicos en sus lugares de trabajo. Por ello, buena par

te de las reflexiones que comporta esta sección son el producto del

trabajo de campo que mencionamos, realizado en tres laboratorios

de biología molecular, ubicados en Londres, París y Buenos Aires9.

Hemos dicho que la ciencia, según es entendida tanto por cier

ta epistemología "clásica" como por la sociología de la ciencia de ins

piración mertoniana, se define, entre otros aspectos, por la univer

salidad de sus prácticas, de sus objetos, de sus métodos y por la

aplicabilidad universal de los conocimientos por ella producidos.

Desde el punto de vista de los autores más lúcidos que sostienen

esta perspectiva10, el contexto social en el cual se desarrollan dichas

prácticas ejerce, por cierto, una influencia sobre las prácticas cien

tíficas. Pero difícilmente se puede reconocer que el contexto social,

es decir, el conjunto de variables socioinstitucionales en las cuales

el conocimiento es producido, así como la organización propia de la

actividad científica, ejercen una influencia decisiva sobre el conte

nido de los conocimientos producidos11.

9 Kreimer (1997a), en particular, capítulos V al VIII. 10 Entre los cuales cabe mencionar a Merton mismo (1973) o aBenDavid (1969) entre los más representativos de las corrientes sociológicas, y a un autor como Polanyi (1966) desde el punto de vista epistemológico. Naturalmente, otro autor que comparte este enfoque, aunque con matices muy particulares, ha sido Kuhn (1970, 1977). 11 El siempre controvertido Mario Bunge (1993) hace un análisis simplista del problema, resumiendo sus componentes centrales según se postule un relativismo moderado (que acepta que existe cierta influencia de los factores sociocontextuales en la producción de

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178/ Pablo R. Kreimer

Como hemos señalado, desde las corrientes que se han desarro

llado de un modo más reciente, en especial aquellas que surgen lue

go de que David Bloor enunciara los "cuatro principios" del progra

ma fuerte11, la determinación social del contenido del conocimiento13

ha sido un eje fundamental de la investigación. En este sentido, pare

ce evidente que diferentes orígenes sociales, en cuanto al contexto par

ticular en el cual se desarrollan las prácticas científicas, habrán de

determinar ciertos y determinados productos de conocimiento. Esto

se explica con mucha mayor razón como consecuencia de que han sido

precisamente estos autores quienes han pretendido penetrar en la

"caja negra"14 del conocimiento científico, a través de un importante

conjunto de investigaciones empíricas en los lugares en los cuales el

conocimiento era producido. Probablemente, el estudio más conoci

do sea el de Bruno Latour, publicado junto con Steve Woolgar, con el

título La vida de laboratorio.

Sin embargo, en ninguno de estos casos se consideraron espa

cios de producción de conocimiento que pertenecieran a contextos

alejados de lo que comúnmente se denomina mainstream science, o

"ciencia central", producida mayormente en los laboratorios de Eu

ropa occidental y de Estados Unidos. En efecto, la casi totalidad de

los llamados estudios de laboratorio han sido desarrollados no sólo

en países con tradiciones centrales en cuanto a sus sistemas de in

vestigación, sino también que los laboratorios mismos que han sido

conocimiento) y un relativismo radical, que supone que dicho contexto resulta fundamental para la determinación del contenido del conocimiento producido. 12 Ver, en especial, Bloor (1973 y, sobre todo, 1976). 13 Ver, por ejemplo, el conocido "enfoque de los intereses" desarrollado por Barry Barnes (1974). 14 Se trata de un concepto propuesto, para su uso en la sociología de la ciencia, originalmente por Richard Whitley (1972), y que ha sido luego utilizado por la mayor parte de las corrientes "postkuhnianas" en esta disciplina. Alude, en líneas generales, al carácter "oscuro" o "misterioso" del contenido mismo de la producción del conocimiento científico o, en otras palabras, a las especificidades técnicas propias del conocimiento científico que escapaban, hasta entonces, a la comprensión del sociólogo.

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¿Una modernidad periférica? / 179

objeto de estudio pertenecen a los grupos más relevantes en dichos

contextos15. En el trabajo empírico que citamos más arriba, resulta

particularmente interesante notar que la dimensión periférica sur

gió, en el caso del estudio del laboratorio argentino, luego de que el

autor hubiera realizado investigaciones paralelas en Francia y en In

glaterra.

Una discusión, sin embargo, parecería abrirse cuando Marcos

Cueto -posiblemente el autor que, junto con Hebe Vessuri, más ha

trabajado las dimensiones de la ciencia en un contexto periférico,

en referencia a América Latina- establece la distinción entre "cien

cia periférica" y "ciencia en la periferia". La segunda de las acep

ciones parece hacer más bien referencia al contexto nacional en el

cual tienen lugar las prácticas científicas y, sobre todo,

[...] resaltar que no toda la ciencia de los países atrasados es

marginal al acervo del conocimiento y que el trabajo científico

tiene en estos países sus propias reglas que deben ser entendi

das no como síntomas de atraso o de modernidad, sino como parte

de su propia cultura y de las interacciones con la ciencia interna

cional16.

Cueto enfatiza, en esta definición, en el hecho de que la distin

ción es útil para la historia de la ciencia, "porque es necesario re

cordar que la presente distancia que existe entre la ciencia de los

países desarrollados y la de algunos países subdesarrollados, no fue

tan amplia en el pasado, y que más bien esta separación ha tendido

a crecer en los últimos cuarenta años"17.

15 Sólo como ejemplo, se puede mencionar que los estudios de Latour (1979), Lynch (1985) y Karin Knorr-Cetina (1982), han sido elaborados a partir de la observación en sendos laboratorios "de excelencia" situados en California. 16 M. Cueto (1989), p.28. 17 Ibid.,p.29.

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180/ Pablo R. Kreimer

La toma de posición de Cueto está, sin dudas, bien fundamen

tada. En especial, como él mismo lo admite, desde el punto de vista

de la historia de la ciencia. Sin embargo, en la medida en que uno

comienza a organizar esa misma historia a través de la construcción

de verdaderas tradiciones que se establecen y transmiten como un

conjunto de representaciones culturales -al mismo tiempo e indiso-

ciablemente sociales y cognitivas-, es posible argumentar que, aun

lo que Cueto denomina excelencia científica en la periferia, es decir,

aquellas prácticas científicas que han dado lugar a productos que

obtuvieron un importante reconocimiento de parte de la comuni

dad científica internacional, aun en aquellos casos, decimos, es po

sible rastrear las particulares condiciones de periferialidad presen

tes en dichas prácticas. Si podemos demostrar que esto es así, la

distinción aludida carecería de sustento, al menos para la indaga

ción sociológica acerca de las condiciones y particularidades socia

les y político-institucionales y la producción de determinados pro

ductos del conocimiento.

Analicemos brevemente las dimensiones presentes, entonces, en

la construcción de una ciencia periférica. Vessuri (1983), quien se

apoya en Papón (1978), distingue tres niveles de análisis en los cua

les se manifiesta la condición periférica: el nivel de los conceptos

científicos, el nivel de los temas de investigación y el nivel de las ins

tituciones. Respecto del primero de ellos, afirma Vessuri que

El desarrollo conceptual tiene menos posibilidad de ocurrir

en América Latina, por los riesgos que supone la creación de co

nocimiento verdaderamente nuevo, tanto en términos de su cos

to económico como intelectual. Las comunidades científicas de

la periferia son más conservadoras que en los centros, trabajan

casi exclusivamente dentro de los parámetros de la ciencia "nor

mal", en la resolución de rompecabezas cuya concepción funda

mental se da en otras partes. (Vessuri, 1983, p. 17).

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¿Una modernidad periférica? / 181

En el nivel de los temas de investigación, Vessuri comenta que,

en las disciplinas fundamentales, el aporte que están en condicio

nes de hacer los científicos de la periferia, especialmente en disci

plinas "maduras", está más en la aplicación, orientada por necesi

dades sociales, que en una verdadera "ciencia pura", percibida como

"más científica".

El nivel de las instituciones científicas parecería, desde la pers

pectiva que hemos ido desarrollando, el que podría ser percibido de

un modo más evidente, en la medida en que se ponen en juego las

relaciones de poder y, según Papón, "son la expresión concreta de

las estructuras y las mentalidades sociales que en gran medida dan

forma al modo de producción de los conocimientos científicos".

Investigación científica en Argentina: ¿una modernidad periférica?

Con respecto al primero de los niveles, cuando uno pretende anali

zar tradiciones que, como en el caso de Argentina, han conocido un

desarrollo relativamente importante en algunas disciplinas par

ticulares18, debe resolver el problema que plantea el hecho de con

siderar como periféricas tradiciones que han obtenido, por sus

"aportes" a la comunidad científica internacional, diversos niveles

de reconocimiento. En el caso particular de Argentina, dicho reco

nocimiento podría estar claramente representado por la obtención

de dos premios Nobel, uno en Medicina (Bernardo Houssay), otro

en Química (Luis F. Leloir).

En este sentido, si nos formulamos la pregunta acerca de la "cen

tralidad" o "periferialidad" de las contribuciones de Houssay en el

18 Entre las sociedades que exhiben esta característica, podemos citar los casos típicos de India y Brasil, en donde el desarrollo de ciertas disciplinas ha alcanzado un grado considerable, y la dinámica y la complejidad de sus comunidades científicas los distinguen claramente de otros países periféricos. Ver, para el caso de India, Raj (1988), pp. 317-339, y Krishna (1992). Para el caso de Brasil, ver Botelho, A. J. (1990), pp. 473-502, y Botelho, A. J. (1992),

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182 / Pablo R. Kreimer

nivel de los conceptos (en especial sus trabajos acerca de la función

de las glándulas suprarrenales), resulta evidente que constituían, en

su época, una preocupación que no sólo ocupaba un espacio impor

tante en el repertorio de los temas de investigación (nivel II), sino que,

sobre todo, representaba una innovación sustantiva en el orden de los

conceptos (nivel I). No cabe duda de que si consideramos el proble

ma desde este punto de vista, la definición acordada por Cueto -ex

celencia científica en la periferia- parece adecuarse perfectamente.

La escena parece transformarse, sin embargo, cuando exami

namos el tercer -y fundamental- nivel socioinstitucional. Uno no

puede dejar de representarse, por ejemplo, la imagen de un Houssay

que es dejado cesante de su puesto en la Universidad de Buenos

Aires por motivos estrictamente políticos, en un contexto de ruptu

ra que, contrariamente a lo que pueda suponerse, no es ajeno al

contexto periférico en el cual se desarrolla la investigación, sino que

es absolutamente central: lo que está en cuestión es una determi

nada articulación de las relaciones ciencia-Estado-sociedad que, a

diferencia de lo que ocurre por esos años en las sociedades "centra

les" -estamos entonces en la época de la segunda postguerra-, se

halla plenamente en desarrollo la idea de una valoración altamente

positiva de las prácticas científicas y de sus utilizaciones por parte

de diferentes actores sociales. Por otro lado, ha comenzado ya una

transformación de las prácticas científicas mismas, el paso de la

"pequeña ciencia" a la "gran ciencia" {little science, big science, para

citar el título del célebre libro de Solía Price) y las empresas de tipo

individual se van haciendo cada vez más dificultosas para investiga

dores que no cuentan con los medios disponibles. Volveremos so

bre este punto.

Agreguemos a lo anterior que la continuidad de lo que se ha lla

mado "estructuras de filiación" en la investigación -y que hace re

ferencia al modo como se despliegan, fundamentalmente, las rela

ciones intergeneracionales- es un factor fundamental para la

construcción de tradiciones científicas "exitosas". Lo que podría pa-

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¿Una modernidad periférica? / 183

recer una verdad de Perogrullo adquiere, sin embargo, un valor esen

cial si consideramos que este tipo de rupturas generacionales han

sido, en la mayor parte de los países de América Latina, tan frecuen

tes como para poner en cuestión la construcción misma de dichas

tradiciones. Unos años más tarde del alejamiento forzado de Houssay

de su puesto en la Universidad, en 1966, él mismo (gran defensor

de la autonomía de la ciencia frente a cualquier irrupción "exter

na") habrá de adoptar una actitud por lo menos ambigua frente a

una nueva irrupción del poder político en el ámbito de la investiga

ción universitaria.

Como un modo de reforzar la afirmación anterior, es necesario

insistir en la importancia del proceso de formación de científicos, en

la medida en que a través de ese verdadero proceso de socialización

se van conformando las estructuras de filiación, pilar fundamental de

las tradiciones científicas. Y este proceso comporta dos niveles de

análisis: por un lado, los aspectos formales, desde los mecanismos de

reclutamiento de jóvenes investigadores hasta los dispositivos de tipo

institucional para el financiamiento de la formación de nuevos cien

tíficos (sistemas de becas internas y externas, oferta de financiamiento

de proyectos de investigación), junto con el carácter "abierto" o ce

rrado" en la incorporación de científicos al mundo de las prácticas de

la ciencia. En efecto, resulta difícil la conformación de tradiciones

científicas cuando la modalidad de incorporación de jóvenes investi

gadores se encuentra "bloqueada" (por diversas causas) por las ge

neraciones mayores, y sin posibilidades de ampliar el espectro del

ingreso a verdaderas "carreras" científicas, proceso que nos remite

por completo al carácter "periférico" de las instituciones.

Pero la conformación de estas tradiciones comporta también

aspectos informales, que nos remiten a las interacciones sociales en

el interior de los laboratorios de investigación científica, a la matriz

cultural en el interior que se va actualizando en las prácticas coti

dianas de la investigación científica. Un componente central de es

tas relaciones es el hecho de que buena parte de los investigadores

Page 192: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

184 / Pablo R. Kreimer

sénior han realizado sus estudios de especialización en centros más

o menos prestigiosos del extranjero, generando, de este modo, un

espacio de encuentro de diversas culturas científicas, en lo que res

pecta tanto a los dos primeros niveles de periferialidad (de los con

ceptos y de los temas de investigación) como a las relaciones entre

los investigadores, entre éstos y los técnicos, y del conjunto de ellos

con otros actores significativos del contexto en el cual el laboratorio

se encuentra inserto.

Karin Knorr-Cetina (1981 y 1982) ha propuesto un concepto que

ha sido elaborado como consecuencia de un estudio desarrollado en

un laboratorio de California, el de "relaciones de recursos", como

modo de dar cuenta de lo que esta autora denomina las arenas

transepistémicas de investigación. Estas arenas, como su nombre lo

indica, exceden el espacio particular de lo puramente epistémico

para incorporar diferentes niveles de relación. Es así que las rela

ciones de recursos son propuestas como aquellas que los científi

cos establecen para la movilización de los recursos de diferente or

den que son necesarios para el desarrollo de las investigaciones, pero

que al mismo tiempo van generando un marco que inflexiona, que

produce interacciones complejas en el espacio más restringido del

laboratorio. En consecuencia, la idea de analizar las relaciones de

recursos desplegadas por los científicos nos parece una herramien

ta de gran utilidad para intentar comprender la dinámica de la pro

ducción de conocimientos en contextos periféricos, en la medida en

que nos permite integrar, precisamente, los diferentes niveles del

análisis, tanto las determinaciones de orden institucional como las

que remiten en mayor medida a los contenidos de los conocimien

tos producidos.

Cuando uno se propone estudiar la conformación de tradicio

nes ajenas al mainstream de la ciencia internacional, adquiere es

pecial relevancia el análisis del grado de madurez de las disciplinas

consideradas, tanto en sus países de origen, como en el comienzo

de las investigaciones en la periferia. Es allí en donde se puede ha-

Page 193: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

¿Una modernidad periférica? / 185

blar de recepción de una disciplina o de un campo particular de co

nocimientos. Cuando el desarrollo de dicha disciplina se produce,

como en el caso de Houssay y la fisiología, con un escaso tiempo

relativo de retraso respecto de las tradiciones centrales, entonces es

posible que los aportes realizados desde un contexto periférico lo

gren una mayor inserción en el corazón de la ciencia central.

La idea de la recepción, sin embargo, es necesario complemen

tarla con la observación acerca de la época particular en la cual aqué

lla tiene lugar, puesto que el conjunto de determinaciones contextúales

han variado a lo largo del tiempo, y no de una manera lineal. Dicho de

otro modo, parece difícil de aceptar que un grupo de investigadores

que han recibido dos premios Nobel puedan ser pensados como prac

ticantes de una ciencia "periférica". Sin embargo, es necesario con

siderar que la práctica científica a principios de siglo, en las épocas

en que Houssay comienza sus trabajos, tenía características sustan

tivamente diferentes del desarrollo que iban a adquirir las investiga

ciones en las décadas posteriores. Nos referimos, naturalmente, a

conocidas transformaciones que no podemos aquí más que enunciar,

como la enorme ampliación en la cantidad de investigadores, los cam

bios de escala y de costos de la investigación en la mayor parte de las

disciplinas, y al desarrollo, en especial en los países centrales, de gran

des laboratorios privados de investigación y, naturalmente, al "salto

cualitativo" que se habrá de producir luego de la Segunda Guerra

Mundial. La segunda consideración la debemos hacer en el sentido

de que la Argentina de las primeras décadas de este siglo formaba

todavía parte de un conjunto de países relativamente ricos, y contaba

con una élite cultural y política con lazos muy estrechos con sus se

mejantes, en especial en los países de Europa occidental. No se nos

escapa, como ya lo hemos señalado, que quienes se dedicaban a la

ciencia en Argentina eran aquellos hijos de familias acomodadas que

no tenían necesidad de trabajar para su propia subsistencia.

Leloir, discípulo de Houssay, había desarrollado buena parte

de sus investigaciones sobre los azúcares en condiciones de una

Page 194: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

186 / Pablo R. Kreimer

gran precariedad. Así, por ejemplo, el laboratorio en el cual comienza

sus investigaciones la luego célebre Fundación Campomar, se instaló

hacia fines de los años cuarenta en una vieja casa llena de goteras (en

donde había que utilizar cacerolas para recoger el agua los días de llu

via), y la primera cámara refrigerada la construyeron los colaborado

res de Leloir con viejas cubiertas de autos llenas de cubos de hielo.

Estábamos, todavía, en la época del "científico bricoleur", puesto que

la industria de producción de instrumentos para la investigación cien

tífica apenas se estaba desarrollando: buena parte de los investigado

res se veían obligados a fabricar sus propios instrumentos, en la me

dida en que sus investigaciones así lo requerían.

Cuando el actual director del laboratorio comienza sus investi

gaciones en biología molecular a finales de los años setenta, dife

renciándose de la "rama bioquímica" desplegada por Leloir hasta

entonces, los tiempos, sin duda, ya han cambiado. Varios premios

Nobel han sido otorgados a varios científicos por las investigacio

nes en biología molecular, entre ellos los propios Watson y Crick, o

el equipo de Lwoff, Monod y Jacob en el Instituto Pasteur. Esto nos

habla de una disciplina que conocía ya un grado considerable de

desarrollo, o en todo caso nos dice que su desarrollo había sido legi

timado por las más altas instancias de la comunidad científica in

ternacional. Para el director actual del laboratorio ya no resulta po

sible fabricarse sus propios instrumentos: es necesario recurrir a los

proveedores instalados en un verdadero mercado internacional de

producción de equipamiento para la investigación. Por otra parte, la

cantidad de grupos de investigación se ha ampliado en unos pocos

años, en particular en Estados Unidos (en buena medida, como con

secuencia de lo atractivo que se presentaba el campo luego del des

cubrimiento de la estructura doblemente helicoidal del ADN, y de

las posibles aplicaciones, en particular, referidas a la manipulación

genética), y los temas de investigación se van haciendo más especí

ficos, más especializados, por lo cual se van haciendo cada vez más

difíciles las "barreras de entrada".

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¿Una modernidad periférica? / 187

Sin embargo, aun cuando esas barreras de entrada logran ser atravesadas, la participación cualitativa de los científicos, en lo que Collins (1981b) llamaría el core-set de los especialistas del campo, no es equivalente para los investigadores de diferentes latitudes. En los casos de excelencia científica en la periferia, se produce, efectivamente, una integración en el seno de dicho core-set, es decir, los investigadores de países periféricos pueden, y de hecho lo hacen, participar activamente en las investigaciones más avanzadas que se desarrollan en el seno de la élite de una disciplina. En una primera mirada, no parece haber grandes diferencias entre investigadores de distinto origen. Sin embargo, es necesario detenerse en una investigación con mayor detalle para observar que los modos de integración de los científicos de la periferia suelen ser, en la mayor parte de los casos, diferentes. Para ilustrar este problema puede ser útil mostrar el desarrollo de un tema de investigación que constituye en la actualidad la línea más importante del laboratorio que hemos estudiado en Buenos Aires.

La modernidad periférica: un ejemplo de integración hipernormal

En los comienzos de los años ochenta, el director de uno de los grupos del laboratorio que estudiamos se encontraba en la Universidad de Oxford, Inglaterra, como parte de sus trabajos de posdoc19. Había llegado allí un tiempo antes, por recomendación de un antiguo profesor suyo, que había tenido que exiliarse como consecuencia del golpe militar que se instaló en Argentina en 1976. Mientras trabajaba en dicho laboratorio, este investigador argentino tuvo una importante participación en el descubrimiento delgen de lafibronec-tina. Este gen resultaba especialmente interesante, porque mostra-

19 He intentado mostrar en otra parte cómo las migraciones científicas constituyen un aspecto fundamental para la introducción de nuevos temas y de nuevas líneas de trabajo en contextos periféricos. Ver Kreimer (1997b).

Page 196: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

188 / Pablo R. Kreimer

ba un fenómeno desconocido hasta entonces: se trataba de lo que se

conoce como alternative splicing, que es la expresión de dicho gen en

más de una proteína. La importancia fundamental que dicho proceso

adquiere estriba en el hecho de que este descubrimiento contradecía

(y de hecho así fue luego demostrado) el dogma central de la biología

molecular, enunciado por primera vez por Francis Crick. Este dogma

establecía que había un flujo unidireccional de la información, al mis

mo tiempo que se produce una colinealidad entre ADN y proteínas:

"En los sistemas biológicos, la información genética transita siempre

de los genes hacia los ácidos ribonucleicos mensajeros, y de estos ARN

hacia las proteínas. Esto tomó rápidamente la forma de un esquema

ADN+ ARN -I- proteínas, en donde, por el principio de colinealidad,

a un gen particular le correspondía siempre una proteína particular"20.

Sin embargo, en las investigaciones desarrolladas en Oxford, se

descubrió que el gen de la fibronectina se expresaba en más de una

proteína, de modo que los artículos que el grupo inglés publicó en

esos años -con la participación del investigador argentino- tuvieron

una gran r epercusión y fueron inmediatamente citados por una gran

cantidad de artículos escritos por otros investigadores pertenecien

tes al core-set de la disciplina, en particular aquellos que se dedica

ban al estudio de la expresión de la regulación genética.

Cuando, a mediados de los años ochenta, el investigador en cues

tión retorna al país y se incorpora al laboratorio que nosotros estu

diamos, organiza un equipo de trabajo con jóvenes investigadores y

estudiantes de doctorado para continuar investigando las distintas

particularidades del gen de la fibronectina. Pero, mientras tanto, en

el laboratorio inglés ya se ha descubierto un puñado de genes que

responden a las mismas características de expresión en más de una

proteína. De este modo, los investigadores de dicho laboratorio pue

den ir juntando una enorme cantidad de información acerca de las

20 Ver la excelente historia escrita por Francois Gros (1986), así como el libro de Morange (1994).

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¿Una modernidad periférica? / 189

diferentes modalidades que adquiere el fenómeno en cada uno de

los genes estudiados, constituyendo una base de datos que les per

mite hacer indagaciones sustantivas acerca del problema conceptual

fundamental, el "splicing alternativo".

Mientras tanto, en el laboratorio de Buenos Aires, las investiga

ciones se dirigen cada más a profundizar el conocimiento de un gen

particular, perdiendo de vista todo el fenómeno conceptual en su

conjunto. Se trata de un proceso que Lemaine (1980) ha denomi

nado como "ciencia hipernormal", es decir, el hecho de indagar hasta

los más mínimos detalles de un fenómeno particular, sin poder rea

lizar un aporte sustantivo, pero haciendo realidad la proposición de

Kuhn acerca de penetrar en cada uno de los intersticios que va de

jando abiertos el imperio de un paradigma. Lemaine, que ha inves

tigado esta actitud en países centrales, le atribuye el carácter de una

estrategia de tipo conservador por parte de los propios investigado

res. Habría que hacer las correcciones necesarias, puesto que este

mismo fenómeno en un contexto periférico puede resultar más bien

una estrategia de avance sustantivo de los conocimientos, puesto que

la alternativa estratégica que Lemaine supondría más riesgosa re

sulta simplemente imposible de practicar, como consecuencia de la

falta de equipamiento, de investigadores suficientemente formados,

de una tradición que socialice una cantidad suficiente de jóvenes

investigadores para la reproducción del propio modelo, de incenti

vos institucionales más vigorosos y, en la mayor parte de los casos,

de una casi total indiferencia del sector privado de producción de

bienes y servicios (sobre todo en la medida en que las investigacio

nes en cuestión no evidencien una aplicación inmediata al sistema

productivo).

Una de las consecuencias de lo que venimos afirmando es que

el grupo de investigación de Buenos Aires continúa ligado a los otros

grupos internacionales que trabajan sobre la misma temática (en

particular el equipo inglés), brindando la información sobre sus

avances en la "hiperespecificación" de su línea de investigación. Y esto

Page 198: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

190 / Fabio R. Kreimer

es así porque, para los otros grupos, dicha especificación resulta fun

damental para ir completando el "tablero de a bordo" del conjunto

del problema teórico involucrado, y para hacer avanzar sus propias

investigaciones. De hecho, un equipo italiano desempeña, respecto

del laboratorio de Oxford, un papel parecido al del equipo argentino.

Otra consecuencia se hace visible para el estudio de la ciencia

periférica. Así como la relación del equipo argentino con sus pares

ingleses podría ser pensada en términos de una "integración subor

dinada", al mismo tiempo debemos resaltar el fenómeno mismo de

la integración, puesto que, gracias a él, el científico argentino cuen

ta con un alto grado de información y discute permanentemente

acerca de la marcha del conjunto de las investigaciones en dicha

temática. Lo cual nos señala, al mismo tiempo, una línea de dife

renciación respecto de otros grupos (la mayor parte) en el país que,

al no contar con esos mecanismos de integración, se encuentran

aislados o, en el mejor de los casos, reproducen las relaciones de in

tegración subordinada, pero esta vez en el interior del país.

Así, como consecuencia del último aspecto que señalamos, pue

de argumentarse con razón que una marca particular de la ciencia en

la periferia resulta ser el hecho de que sus comunidades científicas

se encuentran, por lo general, profundamente segmentadas entre

aquellos grupos que tienen la capacidad de integrarse al core-set de

un campo disciplinario particular (aunque las más de las veces esta

integración se produzca de un modo subordinado) y aquellos más

reconcentrados en la comunidad científica local. Es por lo menos fre

cuente que la comunicación entre ambos tipos de grupos sea menos

fluida que aquella que los grupos más integrados suelen establecer

con sus partenaires de la comunidad científica internacional.

Debemos agregar que el tipo de estrategia a la cual hemos de

nominado "integración subordinada" posibilita, sin embargo, que

grupos como el estudiado tengan la posibilidad de acceder a finan-

ciamientos de origen internacional a los cuales de otro modo difí

cilmente podrían acceder. Desde el punto de vista de los investiga-

Page 199: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

¿Una modernidad periférica? / 191

dores que componen el grupo de investigación argentino (y este

punto de vista parece ser un denominador común en este modo de

integración), la práctica cotidiana es percibida casi como una acti

vidad "heroica" que se esfuerza por producir conocimiento en un

nivel de excelencia, pese a las condiciones adversas producidas por

un contexto local que es percibido como hostil o, por lo menos, como

indiferente a los esfuerzos que ellos creen estar realizando. En este

sentido, la tradición fundada por los antecesores ilustres, Houssay

y Leloir, que reivindicaban la idea de una excelencia científica, pero

desarrollada en Argentina, en América Latina, parece funcionar con

plenitud, más allá de que las condiciones se vayan modificando cada

día de un modo más evidente.

Para finalizar, creo que estoy en la obligación de explicar el títu

lo del artículo. En efecto, el mismo ha sido tomado de un libro de la

analista y crítica cultural Beatriz Sarlo (1988), en donde la autora

analiza la conformación de una cultura urbana en la Buenos Aires

de los años veinte y treinta, en muchos casos con un ojo en la propia

ciudad y con el otro en las otras ciudades diferentes que expresaban

el ideal de modernidad, y que casi siempre era París. Sería fácil para

mí retomar la inspiración de aquellas décadas, puesto que aquéllos

son los mismos años en que Houssay daba nuevo ímpetu a sus in

vestigaciones, al tiempo que Jorge Luis Borges, Roberto Artl, Raúl

González Tuñón y otros intelectuales argentinos modelaban aque

lla modernidad periférica.

Me interesa, sin embargo, internarme en un aspecto del título

que seguramente Sarlo intuyó, pero no ha desarrollado, esto es, el

doble par de oposiciones que la propia enunciación trae consigo en

forma implícita: moderno-arcaico; central-periférico. Este doble

juego es interesante, en la medida en que es, precisamente, en la

correspondencia no esperable (central-moderno; arcaico-periféri-

co) donde se encuentran, precisamente, la riqueza, los matices y los

intersticios en donde nuestra investigación tiene lugar. Si toda la

ciencia periférica fuera arcaica y atrasada (tal como ha sido bien

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192 / Pablo R. Kreimer

discutido por Cueto), el orden de las cosas parecería imponérsenos

de un modo natural. Es precisamente por ello que encontramos una

riqueza particular en la indagación de la conformación de tradicio

nes científicas en la periferia, partiendo del supuesto implícito de

que su carácter periférico resultaba sólo una puerta de entrada a

nuestra investigación, pero cuyo estudio debía mostrarnos el punto

de intersección de un tercer par de oposiciones sin el cual el estu

dio de nuestra modernidad periférica se vería debilitado en su fuer

za explicativa: el carácter universal de la ciencia versus el peso de

los contextos locales.

En este sentido, querría, para finalizar, hacer mía la diferencia

ción extremadamente útil que ha propuesto Terry Shinn (1983), sin

duda uno de los investigadores que mejor ha sintetizado una pro

puesta de investigación desprovista de los prejuicios muchas veces

dominantes, en cuanto a distinguir una universalidad radical (o glo

bal), como la que ha sido propuesta, por ejemplo, por la escuela

mertoniana, de una universalidad restringida. Según Shinn:

Si el discurso y las prácticas científicas privilegian generalmen

te una categoría de saber basada en las características geoglobales

de las entidades y en las condiciones de las interacciones, indepen

dientemente de las variaciones especiales y temporales, esta ex

presión de la universalidad no es la única forma de saber que existe.

Otra universalidad (igualmente comprensible, coherente y riguro

sa) se dirige en cambio a las manifestaciones locales de los fenó

menos; reflejando las dimensiones locales de acontecimientos

globales, pone el acento no sobre una representación idealizada,

sino sobre los detalles, los particularismos y las anomalías de los

objetos y de las acciones. Esta clase de universalidad, la universa

lidad restringida, tiende a prevalecer en la comunidad de los expe

rimentadores, en donde el objeto de la investigación engendra cier

tas restricciones cognitivas y sociales.

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¿Una modernidad periférica? / 193

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196 / Pablo R. Kreimer

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Whitley, Richard (1972), "Black Boxism and the Sociology of Science: A Discussion of the Major Developments in the Field". In: Hal-mos, Paul (ed.) (1972), The Sociological Review Monograph N° 18: The Sociology ofSci ence. Keele University.

Woolgar, Steve (ed.) (1988), Knowledge andReflexivity. New Fron-tiers in the Sociology of Knowledge. Londres, Sage.

Page 205: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Olga Restrepo Forero

LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

o de cómo h u i r de la " recepción"y sa l i r de la "periferia"

Debo comenzar por hacer una aclaración que acaso sirva para des

ilusionar a unos y congraciarme con otros. Por supuesto, en un evento

de estos no puedo dejar de hacerle unos cuantos guiños a mis ami

gos y colegas más cercanos, si bien quiero igualmente establecer una

comunicación más amplia. Los primeros deben saber que el título

de mi ponencia no anuncia una suerte de receta o pócima mágica

que apropiadamente preparada y suministrada produzca un cambio

en los modos de vida, las prácticas, las creencias y las acciones de

los científicos colombianos y la política de ciencia y tecnología que

se hace en nuestro país. Ellos, mis amigos y colegas, saben que le

jos de mí, pobre y singular socióloga, intentar tamaña empresa. Creo

que más allá de su amistad, los ha reunido aquí la expectativa de

escuchar un comentario crítico sobre una manera de afrontar el

estudio social de la ciencia en Colombia, una mirada ampliamente

extendida también en los enfoques tradicionales sobre la ciencia en

muchos otros países de América Latina. A estas alturas debería, pues,

para evitar equívocos, cambiar el subtítulo de este texto y acompa

ñarlo de signos de interrogación. Así nadie tendría razón para sen

tirse defraudado. Sin embargo, poco se adelantaría con ello, porque

la pregunta misma entonces presupondría una respuesta. En fin,

baste por el momento con aclarar que más que recetas vamos a tra

tar aquí de explorar de manera mínimamente reflexiva ciertos inte

rrogantes y problemas que seguramente nos inquietan a muchos de

quienes hacemos sociología de la ciencia en Colombia.

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198 / Olga Restrepo Forero

Pero no se trata sólo de la actitud narcisista que se les atribuye a

quienes defienden una sociología del conocimiento reflexiva. Se tra

ta, más allá de ello, de recordar que nuestras maneras de investigar

y describir los procesos de desarrollo, desenvolvimiento, evolución

(o involución) de la ciencia en nuestro país producen efectos reales

sobre las políticas públicas, que eventualmente se apoyan sobre

nuestras formas de representar la ciencia. Una crítica de nuestra ma

nera de concebir la ciencia y el conocimiento científico en nuestro

país, por supuesto, no se hace sin una visión política. Quiero hacer

explícitas una y otra, porque el problema del conocimiento y parti

cularmente de las clasificaciones que aplicamos al mundo social son

un problema político. Somos actores involucrados activamente en

un espacio de producción y consumo de clasificaciones, de repre

sentaciones que después se ponen en juego cristalizadas, endure

cidas, en los espacios sociales que transitamos. Aquí voy a examinar

algunas de estas clasificaciones que no son neutras, por más que lo

parezcan, por más que se empleen de manera ordinaria y aparente

mente ingenua expresiones como "ciencia periférica", "recepción

de la teoría X, Y o Z", "consumo pasivo", "simple reproducción". Cla

ro que podemos decir que estas maneras de hablar simplemente re

velan algo que está en "la naturaleza de las cosas"; al fin y al cabo no

somos "productores" sino "receptores" de conocimiento, y no es

tamos en el "centro" de la producción científica sino en la "perife

ria"; así como no somos "modernos" sino "premodernos" (este úl

timo término es quizás uno de los peores ejemplos de la pobreza de

una categoría residual que además lleva implícita una lógica del de

sarrollo) o "modernos periféricos", es decir, sólo a medias moder

nos, o "híbridos". Todas éstas son clasificaciones que nosotros con

tribuimos a construir, clasificaciones que después se vuelven parte

de nosotros y nos abruman, puesto que adquieren la dureza de los

hechos, la consistencia de las cosas.

Bastante sabemos cómo, en historia natural, los europeos se afa

naron por encontrar sistemas para clasificar los seres vivos hallados

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La sociología del conocimiento científico / 199

en América con el conocido "truco" de la analogía con lo conocido

en el Viejo Mundo. No importa cuántas veces esa extraordinaria di

versidad de la naturaleza se escapara por entre los múltiples vacíos

de esos rudimentarios sistemas de clasificación construidos para dar

cuenta de otra naturaleza, de otros mundos, no sé si más estrechos

o menos diversos, pero al fin y al cabo completamente distintos. Ocu

rrió lo mismo con la descripción de los hombres y las sociedades,

un problema más sensible, pues al fin y al cabo la distancia emocio

nal parecía menor, frente a otro hablante, que frente a una planta,

un árbol o un puma (Pagden, 1988: 29-34). Aunque en la descrip

ción de las cosas se ponía en evidencia la distancia emocional con

los seres humanos, como también hace mucho tiempo Víctor Ma

nuel Patino nos enseñó cómo, en ese proceso de nominación y cla

sificación de los seres y las cosas que formó parte de la "invención

de América", una sorda batalla se libró en torno al significado, cul

tivo, uso, preparación, formas de consumo y denominación de la

"vegetación natural" (al menos la que había a la llegada de los euro

peos) y las plantas introducidas en América con posterioridad a la

Conquista. En ese proceso parecía como si la calidad de inferior que

se le quería aplicar a los pueblos "bárbaros" también se proyectara

en ocasiones sobre las cosas. Así ocurrió, de acuerdo con la minu

ciosa indagación de Patino, en general con las frutas, que parecían

insulsas al paladar de los europeos: "ni tienen sabor ni olor ni efec

to de bondad", según el dictamen final de algún viajero. Un enfren

tamiento que en no pocas ocasiones, según describe Patino siguiendo

a los cronistas, llevó a los indígenas a destruir sus cosechas como

medio para oponerse a la dominación española o, siguiendo la misma

lógica, a los españoles a arrasar con los cultivos de maíz como medio

para someter a los pueblos indígenas. (Patino, 1977).

En el siglo XVIII, problemas similares continúan presentándose.

La naturaleza americana debe ser aprisionada en el corsé (esa pren

da de la cual pronto las mujeres comenzarían a liberarse) del sistema

de Linneo, y la sociedad en los moldes de los discursos ilustrados. El

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200 / Olga Restrepo Forero

"hombre" americano debe ser comprendido como degradado, al igual que los animales, débil, enfermizo y poco capaz de desarrollar el intelecto, las ciencias o las artes. Éste es el discurso de muchos enciclopedistas y de autores como De Paw, Buffon, Robertson y tantos otros que participan en las clasificaciones europeas sobre América, frente a las cuales se pronuncian, es cierto que de manera débil, nuestros científicos, en la llamada polémica del nuevo mundo (Gerbi, 1982). Y la disputa fue débil porque nuestros criollos sólo querían defenderse de las que sentían como increpaciones de los sabios europeos, pero defenderse mostrándose tan europeos como sus detractores y, en consecuencia, tan capaces como ellos de entrar por el camino de la civilización y el progreso. A un lado quedaban los nativos de América y todos aquellos que tenían rostros claros, es decir, rasgos físicos visibles, de poseer "sangre de la tierra". Éstos, se daba por descontado, no poseían las aptitudes para el trabajo intelectual, ni la ciencia, y lejos estaba a comienzos del siglo XIX cualquier idea de sus posibilidades de participación como ciudadanos. Con el correr del siglo la imagen del mestizo, a pesar de lo avanzado del proceso de mestizaje, se degrada, al punto que a comienzos del presente, en la nueva polémica sobre el progreso de Colombia, la degeneración de la raza se presenta como un problema que debe ser examinado y combatido por medio del recurso a la inmigración masiva (Jiménez López, 1920). Una vez más, las clasificaciones sociales señalan las causas de los límites que en punto de civilización y progreso material y cultural se observan en la comparación del país, ya no sólo con Europa sino, cada vez con mayor frecuencia, con Estados Unidos.

Precisamente, quienes se afanaban en los años veinte del presente siglo por mostrar indicadores de la decadencia de la raza procuraban señalar la menguada "producción intelectual de verdadero valor" y la tendencia nacional a seguir "corrientes venidas de fuera", que se explicaba por una aptitud para "seguir y un poco para asimilar la gran labor universal" sin colaborar "en ella de manera sensible y eficiente". "El balance de nuestro esfuerzo científico in-

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La sociología del conocimiento científico / 201

dustrial y artístico en el último siglo transcurrido", anotaba en 1920

el médico y educador Miguel Jiménez López, "da resultados prácti

camente negativos para la civilización universal y de muy restringida

significación para nosotros mismos". Y añadía, citando en su auxilio

los conceptos emitidos por el astrónomo Julio Garavito Armero:

Para este eminente maestro hay una especie de deformación

en los jóvenes cerebros, operada por el estudio esencialmente teó

rico y verbalista de los primeros años. El individuo a quien se le

enseña tan solo por el dictado y por el libro va perdiendo gradual

mente su poder intuitivo; acostumbrado a recibir todo conoci

miento científico en lo que otros han descubierto y escrito, llega

a ser incapaz de observar la naturaleza y de anotar nada por sí

mismo (Jiménez López, 1920: 26-27).

Tal era la situación de los jóvenes universitarios y de las cien

cias en el país, limitados como estaban a la simple condición de re

ceptores de ideas producidas en otras latitudes. Lo que aquí se tra

taba como síntoma y causa a la vez de la degeneración de la raza, en

momentos de mayor optimismo político se vería como seguro ca

mino hacia el progreso. Abrir paso a las nuevas ideas, recibir con

prontitud las teorías científicas constituirían los seguros indicios del

camino de la civilización.

Alo largo del siglo XIX, como he mostrado en otro lugar (Restrepo

Forero, 1998), los intelectuales colombianos debatieron fuertemente

en torno al problema de establecer si en el país había habido activi

dad científica y cómo debía caracterizarse ésta, en una lucha de ver

siones sobre el pasado que de algún modo contribuye a la constitu

ción de un orden social o de una "interpretación pública de la realidad"

sobre lo que es hacer ciencia en un país como Colombia, y quiénes la

han desarrollado y pueden contribuir en la empresa científica de

modo legítimo. En relación con el origen de la ciencia, de manera

unánime se señala que ésta proviene de Europa, en el período co-

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202 / Olga Restrepo Forero

nocido como de la "Ilustración"; el momento culminante coincide

con la enseñanza de José Celestino Mutis de las teorías de Copérnico

y de Newton. Hay aquí versiones diferentes, acentos y matices se

gún se quiera destacar la figura benemérita del médico y sacerdote

gaditano al servicio de la Corona y, en consecuencia, el origen espa

ñol y colonial de la ciencia en Colombia (esta versión tiene una va

riante entre quienes le atribuyen la hazaña copernicana a los jesui

tas como educadores más legítimos en todos los tiempos), o se quiera

presentar la imagen laica y nacionalista de los criollos que se ilus

traron "de contrabando", gracias a la lectura de libros entrados ile-

galmente al Nuevo Reino de Granada (la variante de esta versión

muestra el papel de Mutis como educador de esta juventud y la ac

titud progresista de algunos virreyes ilustrados, no representativos

de la "España negra", quienes abrieron el paso a nuevas ideas que a

la postre significaron el alumbramiento de una nueva era).

En cualquiera de las dos versiones o sus variantes, que enfren

taron a historiadores e intelectuales durante el siglo pasado y que

todavía nos ocupan a unos cuantos en el presente, una cuestión está

clara: el origen de la ciencia en nuestro país, que se presenta como

una "feliz revolución" (y la expresión es del propio Mutis), debe

rastrearse hasta los años finales de la Colonia. El panorama no cam

bia sustancialmente si el actor principal en este drama es el propio

Mutis o si se definen fechas más tempranas u otros actores. Es un

hecho para los científicos del siglo XIX como del XX, tanto como para

los historiadores, que la ciencia en Colombia tiene un origen exter

no que se puede precisar en el tiempo, un evento que puede tener

una fecha, sea ésta la del arribo de Mutis, su cátedra inaugural en el

Colegio del Rosario, la fundación de la Expedición Botánica, la posi

ble enseñanza de los jesuitas, las polémicas con los dominicos, la lle

gada de libros que ingresan de contrabando, las reformas educativas

impulsadas desde la metrópoli, una u otra acción de los virreyes ilus

trados o una decisión política borbónica de control y dominio de sus

posesiones de ultramar. Con interpretaciones más personalistas o más

Page 211: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

La sociología del conocimiento científico I 203

institucionales, el hecho se mantiene incólume. En el Nuevo Reino

la sombra se disipa cuando se "recibe" un tipo de saber producido

en la metrópoli o en otros países de Europa, una forma de conoci

miento superior que es "científica" y se impone a los espíritus de

manera natural.

Se opera con ello una doble exclusión: se niega todo interés al es

tudio del período de la Colonia, que con posterioridad a la Indepen

dencia -o a la "revuelta de patricios", para usar la clasificación de mi

amigo Jorge Arias de Greiff— empieza a ser considerada por los ven

cedores como la "noche oscura", en todo opuesta al período que lle

gará a ser conocido como el de la Ilustración. Pero también se niega o

se expropia, y de manera bastante clara, la condición de conocimien

to con carácter de verdad a los llamados "saberes locales" de los indí

genas y los sectores populares. Con Mutis y sus discípulos estos

saberes son asimilados a "supercherías" y "supersticiones" que po

nen en peligro cualquier "entendimiento bien alumbrado", según las

palabras que usara el propio Mutis, o "saberes" que pueden contener

algún fondo de verdad, siempre y cuando los criollos realicen experi

mentos y eventualmente "validen" algunas formas de conocimiento

alcanzadas por los naturales del país, gracias al "azar" y a una dilata

da "práctica". Ya señalé atrás cómo en este juego de representacio

nes y polémicas con los europeos a propósito del Nuevo Mundo, los

criollos novan precisamente a romper sus lanzas por las capacidades

intelectuales de los indígenas.

Quien se refiere al origen externo de la ciencia no se limita a

aceptar la momentánea superioridad de la ciencia europea que des

pués de un primer momento de recolección echa por fin raíces y,

una vez producida la " revolución copernicana", sigue su propio cami

no "nacional" o "independiente", como si se ajustara al camino "nor

mal" de la secuencia de la ciencia recolectora, colonial y nacional anun

ciado en el clásico modelo de expansión-difusión de Basalla (1967).

Los escritos de historia de la ciencia abundan en descripciones de

sucesivos procesos de modificación y renovación de ideas, progra-

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206 / Olga Restrepo Forero

situación menos desamparada, menos pasiva, menos irracional, es

preciso sacudir esa mirada que concibe a la ciencia como una forma

de conocimiento universal, por excelencia, y a los científicos como

individuos cosmopolitas que deben escapar de cualquier contexto

local para producir conocimiento.

Para ello quiero pensar que es preciso contrastar los enfoques

de la sociología de la ciencia y la sociología del conocimiento cientí

fico a la luz de lo que estos programas adaptados de diversas mane

ras a las circunstancias locales han significado y pueden llegar a sig

nificar desde el punto de vista de nuestra manera de entender cómo

se desarrollan, practican y elaboran la ciencia y el conocimiento cien

tífico en Colombia y cómo evaluamos el tipo de ciencia que se prac

tica en nuestro país y qué alternativas podemos proponer.

Con la perspectiva de la sociología mertoniana de la ciencia, den

tro de la cual se inscribe perfectamente el modelo difusionista de

Basalla, la investigación sobre la ciencia en países como el nuestro

debe examinar los nexos entre la ciencia y la sociedad en cuanto se

relaciona con los procesos de institucionalización que incluyen la

valoración social de la actividad científica, la formación y la sociali

zación en los valores y prácticas de la ciencia, la creación de institu

ciones para la actividad científica (institutos, universidades, asocia

ciones, premios, publicaciones). También es posible estudiar los

cambios en los focos o temas de interés para los científicos, cam

bios que pueden tener directa relación con los valores y las deman

das sociales, y que a su vez inciden sobre el ritmo y la dirección que

toma la actividad científica en un determinado país o época1. Por últi-

1 Al respecto, en su clásico ensayo "Paradigma para una sociología del conocimiento", apuntaba Merton que ya se estaba "disipando todo vestigio de la tendencia a considerar el desarrollo de la ciencia y la tecnología como totalmente autónomo y como progresando indejiendien-temente de la estructura social". Lo cual no era en verdad, a la altura de 1945, adelantar mucho. Y añadía que el caso alemán era una "virtual prueba experimental de la estrecha dependencia de la dirección y el alcance de la labor científica con respecto a la estructura de poder prevaleciente y a la visión cultural asociada con ella". (Merton, 1977: 85).

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La sociología del conocimiento científico I 203

institucionales, el hecho se mantiene incólume. En el Nuevo Reino

la sombra se disipa cuando se "recibe" un tipo de saber producido

en la metrópoli o en otros países de Europa, una forma de conoci

miento superior que es "científica" y se impone a los espíritus de

manera natural.

Se opera con ello una doble exclusión: se niega todo interés al es

tudio del período de la Colonia, que con posterioridad a la Indepen

dencia -o a la "revuelta de patricios", para usar la clasificación de mi

amigo Jorge Arias de Greiff- empieza a ser considerada por los ven

cedores como la "noche oscura", en todo opuesta al período que lle

gará a ser conocido como el de la Ilustración. Pero también se niega o

se expropia, y de manera bastante clara, la condición de conocimien

to con carácter de verdad a los llamados "saberes locales" de los indí

genas y los sectores populares. Con Mutis y sus discípulos estos

saberes son asimilados a "supercherías" y "supersticiones" que po

nen en peligro cualquier "entendimiento bien alumbrado", según las

palabras que usara el propio Mutis, o "saberes" que pueden contener

algún fondo de verdad, siempre y cuando los criollos realicen experi

mentos y eventualmente "validen" algunas formas de conocimiento

alcanzadas por los naturales del país, gracias al "azar" y a una dilata

da "práctica". Ya señalé atrás cómo en este juego de representacio

nes y polémicas con los europeos a propósito del Nuevo Mundo, los

criollos no van precisamente a romper sus lanzas por las capacidades

intelectuales de los indígenas.

Quien se refiere al origen externo de la ciencia no se limita a

aceptar la momentánea superioridad de la ciencia europea que des

pués de un primer momento de recolección echa por fin raíces y,

una vez producida la "revolución copernicana", sigue su propio cami

no "nacional" o "independiente", como si se ajustara al camino "nor

mal" de la secuencia de la ciencia recolectora, colonial y nacional anun

ciado en el clásico modelo de expansión-difusión de Basalla (1967).

Los escritos de historia de la ciencia abundan en descripciones de

sucesivos procesos de modificación y renovación de ideas, progra-

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204 / Olga Restrepo Forero

mas y paradigmas científicos que siguen más o menos desfasados

en el tiempo, más o menos fieles en el contenido, los movimientos

de ideas que tienen siempre un origen externo. Así que no es sólo

del exterior el primer impulso, el primer motor de la actividad cien

tífica en el país; también provienen de fuera los procesos de cam

bio, los ciclos de renovación.

Si el origen de las ideas, de las teorías o los paradigmas es exter

no, ése es también el epicentro de las recompensas simbólicas, de todo

reconocimiento. No importa qué tan asimétrica sea la relación con los

sabios del "Primer Mundo", todo vínculo personal genera un efecto

de imposición de manos, un "toque mágico" que le confiere al autor

local una mayor legitimidad frente al conocimiento. Quien esté más

cerca de la fuente de la eterna juventud será considerado más fiel in

térprete de las ideas que transmite y, en consecuencia, más autoriza

do para enunciarlas. Las comparaciones, elogios y críticas se harán

con la métrica universal de la "ciencia-mundo". Los ejemplos abun

dan en el pasado y en el presente. Reputaciones científicas se cons

truyen sobre la base de tener una carta, aunque sea una postal, escri

ta de puño y letra del científico X, haber sido alumno o alumna de Y,

tener una foto con Z: la cercanía social convertida en sinónimo de igual

dad científica es el rasgo distintivo de ese "toque mágico" o acto su

premo de asimilación, que borra las penosas asimetrías porque sim

plemente se resiste a verlas y concebirlas como problema. Veamos

cómo, por ejemplo, los historiadores del siglo pasado y del presente

aluden a la correspondencia entre Mutis y Linneo siempre en los

mismos términos, como confirmación de la importancia de Mutis que

se expresa en su contacto personal con el naturalista sueco. A través

de los escritos de estos historiadores casi se escuchan los ecos de las

voces de los contemporáneos de Mutis cuando comentan, admirados,

cómo "nuestro" médico, don José Celestino, sostiene corresponden

cia "nada menos que con Linneo, el príncipe de la botánica", una re

lación que con un enfoque completamente distinto podría verse como

un medio que le sirve al botánico de Upsala para construir y validar

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La sociología del conocimiento científico I 205

su sistema de la naturaleza y extender sus redes hacia territorios que

le son directamente inaccesibles. En una versión, que tanto se parece

a las notas de la página social, Linneo "honra" a Mutis al establecer

correspondencia con él; en la otra, Mutis sería uno de tantos corres

ponsales-informantes necesarios para una red que se mundializa. (No

hace falta meditar mucho para encontrar ejemplos más recientes). En

esta versión, Mutis resulta ser uno de tantos actores en una compleja

red que colabora en el proceso de convertir en universal una forma de

clasificación como la sistemática de Linneo, elaborada localmente (en

Suecia) y que gracias a él, entre muchos otros, deviene ciencia uni

versal. En esta versión más compleja, Mutis es a la vez agente en la

validación de una caja negra, la sistemática linneana, y simultánea

mente su incompetente "usuario". Convertida en caja negra, la siste

mática linneana llenará de dudas al mismo Mutis, que en adelante ya

no sabrá cómo hacer para que la naturaleza tropical encaje en aquel

sistema. Y, por supuesto, conocemos el drama personal que lleva a

Mutis por el camino de dibujar, claro está que de modo selectivo y

constructivo, las especies linneanas que él mismo fabrica en el pro

ceso, precisamente porque no se atreve a cuestionar el sistema que

también él contribuye a solidificar. Como científico individual no tie

ne más remedio que sentir su impotencia y convertirse en "recolector

de datos" que debe interpretar frecuentemente como excepciones en

el sistema o, peor aún, como índices de su incapacidad como botáni

co sistemático, igual que ocurre con naturalistas situados en lugares

tan remotos como Australia, donde las leyes de la naturaleza parecen

"estar invertidas", según lo ha documentado ampliamente Roy

MacLeod (1987).

En este orden del discurso sobre el desenvolvimiento de la cien

cia en Colombia, la clasificación de qué actividades merecen ser con

sideradas científicas y cuáles no, cuándo y cómo aparece en el país

la ciencia y quiénes son sus portadores legítimos, hay demasiados

supuestos que no han sido cuestionados. En esta lucha por cuestio

nar las clasificaciones, y ojalá proponer unas que nos ubiquen en una

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206 / Olga Restrepo Forero

situación menos desamparada, menos pasiva, menos irracional, es

preciso sacudir esa mirada que concibe a la ciencia como una forma

de conocimiento universal, por excelencia, y a los científicos como

individuos cosmopolitas que deben escapar de cualquier contexto

local para producir conocimiento.

Para ello quiero pensar que es preciso contrastar los enfoques

de la sociología de la ciencia y la sociología del conocimiento cientí

fico a la luz de lo que estos programas adaptados de diversas mane

ras a las circunstancias locales han significado y pueden llegar a sig

nificar desde el punto de vista de nuestra manera de entender cómo

se desarrollan, practican y elaboran la ciencia y el conocimiento cien

tífico en Colombia y cómo evaluamos el tipo de ciencia que se prac

tica en nuestro país y qué alternativas podemos proponer.

Con la perspectiva de la sociología mertoniana de la ciencia, den

tro de la cual se inscribe perfectamente el modelo difusionista de

Basalla, la investigación sobre la ciencia en países como el nuestro

debe examinar los nexos entre la ciencia y la sociedad en cuanto se

relaciona con los procesos de institucionalización que incluyen la

valoración social de la actividad científica, la formación y la sociali

zación en los valores y prácticas de la ciencia, la creación de institu

ciones para la actividad científica (institutos, universidades, asocia

ciones, premios, publicaciones). También es posible estudiar los

cambios en los focos o temas de interés para los científicos, cam

bios que pueden tener directa relación con los valores y las deman

das sociales, y que a su vez inciden sobre el ritmo y la dirección que

toma la actividad científica en un determinado país o época1. Por últi-

1 Al respecto, en su clásico ensayo "Paradigma para una sociología del conocimiento", apuntaba Merton que ya se estaba "disipando todo vestigio de la tendencia a considerar el desarrollo de la ciencia y la tecnología como totalmente autónomo y como progresando independientemente de la estructura social". Lo cual no era en verdad, a la altura de 1945, adelantar mucho. Y añadía que el caso alemán era una "virtual prueba experimental de la estrecha dependencia de la dirección y el alcance de la labor científica con respecto a la estructura de poder prevaleciente y a la visión cultural asociada con ella". (Merton, 1977: 85).

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La sociología del conocimiento científico I 207

mo, la sociología de la ciencia a la Merton examina qué tipos de or

ganización social y de sistema político resultan más favorables al de

sarrollo de la ciencia (y sobre todo señala la compatibilidad funda

mental entre los valores de las sociedades "modernas" con sistemas

políticos democráticos y los que integran el ethos del científico, com

puesto de las normas de universalismo, comunalidad, humildad, es

cepticismo organizado, originalidad y desinterés), lo cual implica

analizar, igualmente, los obstáculos que a ella se oponen, que en

ocasiones inciden para que determinadas teorías científicas sean

aceptadas y rechazadas otras, algunas ideas reciban un rápido im

pulso (aun tratándose de ideas falsas o fraudulentas) y otras se vean

relegadas e incluso prohibidas. Para nosotros la tarea de investiga

ción del desenvolvimiento de las ciencias en el país se convierte en

la resolución de una serie de acertijos, entre los cuales está recono

cer todos los obstáculos locales que se oponen al progreso de las

ciencias y eventualmente indagar por las situaciones felices en que

ha sido posible en el contexto local desarrollar trabajos de excelen

cia científica, es decir, trabajos que escapan a las contingencias lo

cales, trabajos que por sus mismas pretensiones "universales" sólo

pueden ser desarrollados por científicos cosmopolitas o extrañados

de su sociedad.

Para esta versión de la sociología de la ciencia -que algunos han

preferido llamar sociología de los científicos, puesto que se ocupa

más de sus interacciones que de sus productos y desvincula unas

de otros, o aun sociología del error, como que sólo se aviene a exa

minar contenidos conceptuales cuando trata de explicar por qué

ideas erróneas o fraudulentas han llegado a ser admitidas en deter

minados momentos y contextos sociales-, la ciencia es una forma

de conocimiento superior y acumulativa, y los descubrimientos, aun

que hijos de un determinado tiempo social y cultural, son inevita

bles, en lo que constituye un argumento fuerte a favor de la objeti

vidad y verdad de éstos. Si de hecho no todos los descubrimientos

son múltiples, ello se debe a que los mecanismos de publicación y

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208 / Olga Restrepo Forero

difusión impiden que otros lleguen a la fase final de un trabajo que

(al parecer de modo inevitable) conduciría al mismo punto, a esta

blecer los mismos hechos, idénticas leyes, iguales resultados. He

chos, leyes y resultados que esperan pacientemente al investigador,

que aguardan su tiempo, en un camino que conduce gradualmente

al progreso del conocimiento.

Los científicos más productivos, dice Merton, se caracterizan

por ser menos locales y más cosmopolitas; esto es, "viven y trabajan

en medios sociales culturales más vastos que sus milieux locales".

Por este camino no se descarta, pero sí se minimiza cualquier inda

gación que se centre en los procesos de producción del conocimiento

en tanto están fuertemente articulados con las "relaciones locales

interpersonales y la organización formal de sus lugares de trabajo".

Si alguna utilidad tiene, en criterio de Merton, el concepto de "co

munidad de los científicos" es precisamente este acento sobre el ca

rácter disperso de este grupo (1977:481-482). Yes también gracias

a esta imagen que se refuerza la idea de que sus productos típicos

son ideas y teorías científicas independientes de las situaciones lo

cales de su producción. Y del mismo modo son juzgadas y evalua

das de acuerdo con criterios impersonales de validez "la consonan

cia con la observación y el conocimiento anteriormente confirmado"

(1977: 359). Así, pues, que si la verificabilidad o la falsación son po

sibles en esta versión neopositivista de la ciencia, se encuentra fácil

establecer una coincidencia entre un canon metodológico y una

norma moral socialmente sustentada que impone juzgar con crite

rio universal toda contribución individual.

Por los mismos años en que Merton comenzaba la carrera que

habría de convertirlo en el "padre fundador de la sociología de la cien

cia", como ha sido unánimemente llamado en esos eventos canóni

cos tan comunes en la autocelebración de las disciplinas científicas,

Ludwik Fleck, un médico polaco-judío, escribía una obra sobre la

producción de hechos científicos, situado tan en la "periferia" -¿de

qué?: ¿de la filosofía de la ciencia?, ¿de las preocupaciones del Cír-

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La sociología del conocimiento científico I 209

culo de Viena?, ¿de las respuestas de los neokantianos?, y en cual

quier caso, sería mejor decir, en la "frontera" o el "borde"- como

para tener la capacidad de dar respuestas originales a problemas que

parcialmente interesaban a psicólogos, filósofos, antropólogos, so

ciólogos e historiadores. Este médico escribía en 1935 una extraor

dinaria obra sobre la producción de hechos, que hoy en día es un

clásico de la sociología del conocimiento científico, en la cual se

señala de manera contundente cómo las condiciones sociales no son

el obstáculo que hay que romper en el proceso de conocimiento

puesto que, como él escribía, en una muy temprana propuesta de

epistemología social y genético-evolutiva,

El conocer representa la actividad más condicionada social

mente de la persona y el conocimiento es la creación social por

excelencia [...] sin la condicionalidad social, no es posible nin

gún conocer en absoluto, ya que la palabra "conocer" sólo tiene

significado en relación con un colectivo de pensamiento (Fleck,

1986:89-90).

Y, para redundar en la cita, en una expresión que preocuparía a

quienes definen el contexto, la localidad, la especificidad como el

obstáculo, la barrera que se opone al "progreso", al conceptualizar

la ciencia como cultura y como práctica se pierde toda ilusión de una

ciencia "libre de contexto": "En la ciencia como en el arte y en la

vida, sólo aquello que es realidad para la cultura, es realidad para la

naturaleza" (Fleck, 1986: 81). Y no se trata sólo de que los descu

brimientos sean "hijos del tiempo" en una sucesiva aproximación a

la verdad y a la correcta interpretación o descripción de la "naturale

za" o de la "sociedad". Más bien resulta que aquello que sea conside

rado como la "naturaleza", la "sociedad", es un producto de nuestros

procesos de construcción de conocimiento. Si se acepta esta prima

cía de la cultura desaparece, en estricto sentido, esa diferenciación

entre ciencias naturales y ciencias sociales, como era concebida

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210 / Olga Restrepo Forero

cuando fue categorizada por los pensadores clásicos. Las ciencias

naturales hablan (al menos) tanto de nosotros como de la "natura

leza". Se expresa en ellas nuestra construcción de sentidos, nues

tra producción (fabricación la llaman algunos autores para poner el

acento tanto en la creación de algo no natural, como en la forma es

pecífica de organización contemporánea del trabajo), de hechos,

nuestro proceso de sintonizar sin saber de antemano cuál es la se

ñal (una vez más, distinguir "ruido" y "señal" no es un proceso na

tural, sino uno de creación de sentido).

En cualquiera de las opciones hoy corrientes de estudio social

de la ciencia, a partir de algunos problemas formulados primeramen

te por Fleck y después retomados por Kuhn en su famosa obra de

1971, se puede encontrar un campo de consensos que define una

agenda de investigación común a muchos programas de investiga

ción: cómo se genera nuevo conocimiento, en primer lugar, sobre el

estado de los conocimientos previamente validados por una comu

nidad; cómo se producen hechos científicos y descubrimientos, que

no están ahí fuera, listos para ser recogidos, sino que constituyen

productos sociales y resultados de determinadas maneras de ver que

se integran en estilos de pensamiento o paradigmas; cómo avanza

la ciencia no merced a la lenta acumulación de hechos, cada vez más

cercana a la verdad, sino por la sustitución de paradigmas o estilos

de pensamiento inconmensurables; cómo no es posible decidir ob

jetivamente, con base en la evidencia empírica, entre dos paradigmas

rivales; en fin, de qué forma los criterios de validación y significa

ción, y la interpretación de valores como simplicidad, coherencia y

precisión, cambian también históricamente.

Y una vez caracterizados los estilos de pensamiento al modo de

Fleck, "por los rasgos comunes de los problemas que interesan al

colectivo de pensamiento, por los juicios que el pensamiento colec

tivo considera evidentes y por los métodos que emplea como medio

de conocimiento" (1986: 145), no parece apropiado hablar de "re

cepción de paradigmas" o estilos de pensamiento como de actos pa-

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La sociología del conocimiento científico I 211

sivos, que consisten en elegir libremente una serie de ideas, no ma

neras de ver el mundo, sistemas de conceptos o teorías. Redefinidos

los paradigmas, o pensados como "estilos de pensamiento" o como

culturas científicas, la indagación se hace más problemática, ya que

no parece posible que los individuos perciban por fuera de un estilo o

que cambien o seleccionen un estilo a voluntad. Sin embargo, antes

que proceder normativamente, sería preciso plantearse como proble

ma éste de la traducción o adaptación de ideas y teorías y, más aún, el

de concebir y comprender la ciencia como práctica y los problemas

que implica concebirla como cultura.

Si la ciencia es una forma de conocimiento "local", situada en

un contexto y un tiempo que una mirada sociológica exige especifi

car claramente, se puede invertir la pregunta para indagar más bien

cómo una actividad, una práctica y una cultura como ésta parece des

prenderse de todo el ámbito de su producción local para atravesar

no sólo el tiempo, en la metáfora de la ciencia como edificio en per

manente construcción al cual se le van sumando paulatinamente,

ladrillo tras ladrillo, nuevos pisos, nuevas estructuras, sino también

el espacio, esto es, cómo amplían esos colectivos de pensamiento sus

redes, de suerte que una vez extendido un estilo de pensamiento no

hay forma de ver por fuera de él. La "trampa" o, digamos más bien,

la seducción, consiste precisamente en que, al extender sus redes,

estos estilos de pensamiento y las cajas negras que ellos construyen

justifican el proceso como la "natural" difusión de ideas, teorías o

datos que poseen una validez intrínseca y una superioridad que tras

ciende y explica el hecho mismo de su expansión. La situación es

precisamente la inversa: lo que las valida es el proceso mismo de

ampliar la red, así adquieren esa apariencia de consistencia y soli

dez que después les reconocemos como cualidad intrínseca (Latour,

1992). En los contextos locales la producción de conocimiento es,

por definición, una práctica, la de la investigación, adaptada a las

circunstancias, a los problemas que hay que resolver, a los interro

gantes del momento, a las condiciones del laboratorio, del trabajo

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212/ Olga Restrepo Forero

en el campo. Aquí las interpretaciones fluyen, se fabrican "hechos",

se fijan las imágenes, se crean las evidencias que antes de ser ciencia

(caja negra) carecen del aura de superioridad de esas teorías que dan

la impresión de viajar desprendidas del mundo, gracias a tantas obras

de historia y filosofía, y sobre todo a tantos manuales, textos y escritos

de divulgación que las presentan como obras puras, teorías, produc

tos sin referencia a lo local. Cuál sea la dinámica de relación entre la

investigación y la ciencia (como caja negra), y particularmente cómo

se convierte una en otra, es una cuestión "abierta al debate"2.

Un asunto importante es saber cómo se configura el balance que

hay en diferentes sociedades entre investigación y ciencia. Y, por su

puesto, otra cuestión aún más central para nosotros es la de indagar

cómo se llega a creer que en unas sociedades hay ciencia e investi

gación, mientras que en otras, si mucho, hay ciencia (cajas negras)

importada. Una pista para abordar el asunto tiene que ver con el

proceso de definición de lo local como secundario, fuente de datos,

lugar de recolección, medición y "aplicación" de esta manera de ver

el mundo que es independiente de todo tiempo y lugar. En esta pers

pectiva los científicos en nuestros países sólo se limitarían a exten

der el campo de lo conocido, por medio de la "aplicación", y está claro

que el nombre del juego no es el de contrastar o falsar teorías o de

hallar sus inconsistencias; el proceso de "asimilación" más bien

consiste aparentemente en seguir unas reglas3. Precisamente con la

definición misma de "aplicar", en estrecha relación con el carácter

2 Bruno Latour -que en reciente entrevista expresa esta línea divisoria entre ciencia e investigación, una cuestión que ya había expuesto claramente en La ciencia en acción- plantea que no hay ninguna conexión entre una y otra actividad, que la ciencia es una "cosa totalmente política", pero una política que es la de "deshacerse de la consulta política". (Boczkowski, 1997: 147). 3 La situación se asemeja a la relación social maestro-alumno y al proceso de transmisión

de ideas y reglas que se supone le es propio, según el análisis de Wittgenstein. Cuando el alumno hace lo que el profesor espera de él se dice que entendió y siguió "la regla". Cada vez que se aparta de la respuesta esperada la situación es descrita como de "no compren-

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La sociología del conocimiento científico I 213

"universal" de la ciencia, se define que un fallo no invalida la teo

ría, sino simplemente muestra la incompetencia del investigador

(local)4. Su trabajo simplemente se presenta, por tanto, como sub

sidiario, un trabajo rutinario de escaso valor. Sólo si esta investiga

ción llega a convertirse en ciencia (caja negra), adquiere importan

cia; de no ser así no existe, forma tan sólo la cola del cometa del

paradigma bajo el cual se inscribe. Así se devalúa todo proceso de

investigación que no conduce a la "prioridad", la recompensa acor

dada después de un largo proceso de lucha, miradas retrospectivas,

negociación y reconstrucción para los "autores" de las cajas negras.

Si no hay prioridad que reclamar, hay poco que valga la pena recor

dar. Así se invisibilizan los trabajos de investigación que se produ

cen ordinariamente en nuestros países y que, a pesar de la impor

tancia que pueden tener desde la perspectiva del conocimiento local,

dejan de ser significativos si se juzgan con la pretensión de evaluar

"nuestras contribuciones a la ciencia universal". Empiezan a ser con

siderados trabajo "prácticos", "empíricos", de "corto vuelo", nada

que valga la pena destacar, precisamente porque los degradamos al

autodefinirlos como insignificantes "aplicaciones". En una crítica

de corte etnometodológico seríamos algo así como la versión periférica

de los "idiotas-culturales-normativos-seguidores-de-reglas" que no

existen ni aquí ni en ninguna otra parte.

Casi completamente descartadas las prioridades del tipo de las

cajas negras, queda la prioridad de estar cerca del cometa, de ob

servar su paso radiante por el horizonte local. De ahí que haya tan

tos trabajos sobre la "difusión" de paradigmas y la enseñanza tor

sión". Así, el papel activo resulta ser el del maestro, y el alumno es un simple recipiente que capta o no, acepta o no unas fórmulas atemporales, "las reglas" que parecen estar situadas por encimay aparte de la situación social, de los "modos de vida", de las prácticas. (Wittgenstein, 1988: § 185). 4 De un modo análogo al caso del investigador que procura resolver los enigmas ordina

rios de la ciencia "normal", al que alude en su obra Kuhn (1971).

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214 / Olga Restrepo Forero

mal de las ciencias, y comparativamente menos sobre los procesos

de investigación locales, esos que comúnmente se llaman de "apli

cación". Las primeras hablan de la ciencia, de la "recepción" de las

últimas teorías, y de este modo se introducen en los circuitos inter

nacionales de la "investigación sobre las ciencias"; las segundas

hablan o deberían hablar de los pequeños trabajos de "rutina" que

sólo interesan (si es que llegan a interesar) en el contexto, a menos

que se construya un "modelo" (situacional) para comprender la di

námica de lo local. (Aquí el giro reflexivo me obliga a señalar que

escribo con conocimiento de causa, ocupada como estoy en estu

diar el proceso de "recepción" del darwinismo en Colombia).

En este modelo de la ciencia como conocimiento local que se ex

tiende y se valida simultáneamente es preciso que pongamos en cues

tión la caracterización no problemática de los "centros" y las "perife

rias" de la ciencia, no sólo porque ahora sabemos que aquellos

llamados centros son móviles en el tiempo, y porque estas dicotomías

dejan de lado las relaciones horizontales, "descentradas", sino por

que esta forma de entender la ciencia hace a un lado la interrelación

que necesariamente existe entre el contexto local (por ejemplo, del

occidente de Europa durante el siglo XIX) y la producción, la valida

ción y la circulación del conocimiento científico. En la perspectiva de

caracterizar lo "local" no como el lastre o el obstáculo que hay que

romper, se propone un enfoque simétrico que supere las anteriores

connotaciones evaluativas de centro-periferia, que tanto recuerdan a

los modelos de culturas/>recientíficas (y aun prelógicas) y culturas

científicas (Chambers, 1990: 616).

Así como se puede problematizar el papel de los contextos loca

les en esta nueva tríada analítica -que no representa una concep

ción de los tres procesos de invención, validación, aculturación, como

necesariamente independientes-, otro tema de investigación tam

bién deben ser las representaciones del "centro" y la "periferia" en

las imágenes que tienen los científicos mismos sobre su papel so

cial, como en los imaginarios que circulan sobre los procesos de in-

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La sociología del conocimiento científico I US

vestigación y conocimiento en nuestro país. Así, convertidas en cues

tiones para ser investigadas, deberán quedar atrás como recursos ana

líticos, como categorías para comprender nuestros procesos, es de

cir, no pueden ni deben ser naturalizados, convertidos en "así son las

cosas", "así es como funcionan", sin someterlos a una inspección ri

gurosa sobre las jerarquías que se ponen enjuego. De otra parte, este

giro hacia lo local es necesario porque permite contrarrestar la ten

dencia a concebirlo como un lastre en el proceso de investigación cien

tífica, idea que permea, por lo demás, toda la política científica que se

hace en países como el nuestro. Sería muy difícil entender el surgi

miento del darwinismo sin tener en cuenta el contexto cultural, so

cial y económico de la Inglaterra del siglo XIX Hacer a un lado lo local

o concebirlo como obstáculo en el desarrollo de la ciencia sólo con

tribuye a confundir aquello que se quiere entender (Anderson y Buck,

1989). Una política científica construida sobre tales cimientos pare

ce estar condenada a elegir entre producir, si sólo dependiera de su

gestión, científicos "alienados" o "periféricos".

Y las jerarquías que se cristalizan en tales discursos están bien

claras. Hay aquí una marcada asimetría en el tratamiento de la cien

cia3 que es necesario comprender. En la historia de la ciencia, a los

actores locales sólo se les construyen aquellos intereses que los con

ducen a negar las teorías científicas. Cuando las ideas son rápida

mente aceptadas en el espacio universitario se produce una "feliz

revolución" que aparentemente se explica por sí misma, por la cali

dad científica de las ideas que se defienden. El caso es igual si se

habla de Copérnico y Newton que si se trata de la acogida que tu

vieron en el mundo universitario las obras de Pasteur, Darwin o en

el siglo presente Freud o Einstein. Si las ideas expresan leyes uni

versales, la resistencia se equipara con el error y éste debe ser ex-

5 Asimetrías asociadas al modelo difusionista han sido examinadas por Latour (1992: 128-139) y por Chambers (1993: 610-611).

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216/ Olga Restrepo Forero

plicado. Es natural, entonces, que se examinen las causas sociales o psicológicas del rechazo, pero se entienda que la aceptación sólo muestra la cientificidad, racionalidad o la modernidad de los "receptores". Valdría la pena encaminar nuestros esfuerzos a construir visiones históricas y sociológicas más simétricas y más caritativas con el trabajo de los distintos actores en el escenario científico.

La simetría está de moda, ciertamente, en los estudios sociales de la ciencia. Basta consultar algunos números recientes de los Social Studies of Science, para encontrar largas discusiones al respecto. Una de ellas, e interesante por cierto, se refiere al problema de la neutralidad que algunos consideran va asociada a este principio metodológico. Yo creo, por el contrario, que podemos aplicar cierta simetría en la indagación sobre los procesos de la ciencia en nuestro país, sin por ello pretender cualquier "defensa" a ultranza de nuestros científicos o intelectuales simplemente porque son nuestros, en un chauvinismo de nuevo cuño, aunque sin recurrir por ello a la imparcialidad que no parece ser otra cosa sino un nuevo nombre para la tan criticada "neutralidad valorativa"6. Podemos ser simétricos cuando, si esa es nuestra opción teórica, construimos (creo que nuestro colega José Antonio Amaya preferiría decir "descubrimos") intereses sociales para el rechazo tanto como para la adaptación o traducción local de los estilos de investigación científica. Esto no significa que tengamos que ser imparciales o neutrales con respecto a los actores locales. Por ejemplo, cuando Caldas se opone débilmente a las clasificaciones de los europeos en la polémica del Nuevo Mundo a la que antes aludí, lo hace en defensa de las élites a las cuales pertenece, como criollo que es y como se define conscientemente a sí mismo. La simetría en el análisis no significa necesa-

6 Al respecto véanse, por ejemplo, como parte de la interesante polémica que se compiló en un número monográfico de la revista arriba mencionada, Ashmore, 1996: Collins, 1996: Pels, 1996.

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La sociología del conocimiento científico I 217

riamente nuestra defensa o nuestro silencio en relación con su posición de interés, salvo que hablemos efectivamente como criollos o como defensores a ultranza del cientificismo como expresión máxima de la racionalidad y la modernidad. (Y, dicho sea de paso, a esta tarea se ha dedicado una buena parte de la nueva historia de la ciencia en América Latina, en abierta contradicción con los principios teóricos y metodológicos que propone.) Por supuesto, si la comparación la hacemos con los aún más racistas discursos europeos de finales del siglo XVIII, puede que la imagen de Caldas, situado en esta esquina del mundo, se presente con una luz un poco más favorable. Sin embargo, esto ocurrirá si se hacen a un lado las condiciones de la traducción y extensión de esos discursos en el contexto histórico, condiciones que no están determinadas de antemano, ni se pueden predecir o anticipar por un cuidadoso análisis del contenido de los propios discursos. Podemos mostrar a Caldas como un ejemplo típico de la ciencia nacional, a condición de que entendamos la nación como empezaban a entenderla los criollos7, una nación inventada por una pequeña burocracia viajera y un grupo de letrados, periodistas y comerciantes (Anderson, 1993), o podemos plantearnos el problema del significado social que en su contexto local y no en un pretendido sentido universal tenían sus discursos. Aunque no seamos "neutrales", con esa simetría habremos ganado mucho si adoptamos el principio de la caridad interpretativa, tan estimado por los antropólogos, según el cual podemos hacer más o menos racional, más o menos coherente el comportamiento y los sistemas de creencias de los actores que investigamos. En el ejemplo que consideramos esto implicaría estudiar cuidadosamente las condiciones locales que Caldas expresaba en su discurso, un discurso legitimador de una nueva dominación, antes de proceder a calificar su in-

7 En mi criterio éste es el programa propuesto y efectivamente seguido, por ejemplo, en Saldaña (1992).

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218/ Olga Restrepo Forero

competencia o su "mala lectura"8 de las fuentes ilustradas que cita

en sus textos. Me parece que habremos ganado mucho en compren

sión si ocurre que, en este conflicto o lucha por las clasificaciones

(y debe tratarse, en efecto, de una "lucha por las clasificaciones"),

nuestros sujetos (los científicos del presente y del pasado y sus pú

blicos) no resultan sistemáticamente calificados de irracionales e

incoherentes,/>relógicos o/)remodernos. Pero aun habríamos avan

zado más si al prestar cuidado a los contextos locales estuviéramos

también atentos a examinar con mayor detenimiento la medida en

que los sujetos que estudiamos, y también nosotros como investi

gadores o (¿hay que recordarlo?) investigadoras, contribuimos a

profundizar tendencias sociales de dominación y subordinación en

el marco de las cuales cada día producimos nuevos sentidos.

8 Éste es otro tema que resuena aquí y allá. ¿Cuáles cuentan como buenas lecturas y cuáles como malas? ¿Una lectura obediente es una buena lectura? Quienes se autodefinieron como darwmistas en América Latina, por ejemplo, ¿leyeron bien o mal a Darwin? El historiador o, para el caso, la historiadora, ¿debería hoy medir con un mejor rasero, el de la "correcta lectura" (¿pero, cuál escoger, para citar sólo un ejemplo, entre la de los biólogos de hoy o la de los biólogos del siglo XIX?), a los actores del pasado para definir retrospectivamente cuáles, en efecto, califican para el cielo reservado a los darwinistas y cuáles caen en el abismo de los malos lectores, los defensores del creacionismo, los que confundieron a Darwin con Lamarck o a Darwin con Haeckel o a Darwin con Spencer? ¿Quién tiene el poder para cerrar las múltiples interpretaciones? ¿En nombre de qué o de quién se ejerce ese poder?

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La sociología del conocimiento científico I 219

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Page 231: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Fernando Zalamea

EL CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN

EN AMÉRICA LATINA: MODALIDADES DE RESISTENCIA

El lugar de Peirce

Charles Sanders Peirce (1839-1914) es uno de los últimos espíritus

genuinamente universales de la modernidad. Peirce produjo contri

buciones importantes en física, geodesia, economía, matemáticas,

historia de la ciencia, psicología, lógica, filosofía, semiótica1; en es

tos tres últimos campos, sus aportes renovaron completamente las

disciplinas. La singularidad de Peirce puede verse reflejada en el

1 Acerca de las contribuciones de Peirce en estos diversos campos, véanse, respectivamente, las siguientes introducciones: Demetra Sfendoni-Mentzou, "The Role of Potentiality in Peirce's Tychism and in Contemporary Discussions in Quantum Mechanics and Micro-physics". En: E. C. Moore (ed.), Charles S. Peirce and the Philosophy of Science, Tuscaloosa, The University of Alabama Press, 1993, pp. 246-261; Victor F. Lenzen, "Charles S. Peirce as Mathematical Geodesist", Transactions ofthe Charles S. Peirce Society VIII (1972), pp. 90-105; Carolyn Bisele, "Econometrics". En: C. S. Peirce, The Seta Elements of Mathematics (ed. Eisele), The Hague, Mouton, 1976, vol. III/1, pp. xxra-xxvil; Carolyn Eisele, Studies in the Scientific and Mathematical Philosophy of Charles S. Peirce, The Hague, Mouton, 1979; Joseph Dauben: "Peirce and History of Science". En: K L. Ketner (ed.), Peirce and Contemporary Thought, New York, Fordham University Press, 1995; Clyde Hendrick, "The Relevance of Peirce for Psychology". En: E. C. Moore (ed.), Charles S. Peirce and the Philosophy of Science, Tuscaloosa, The University of Alabama Press, 1993, pp. 333-349; Nathan Houser (ed.), Studies in the Logic of Charles S. Peirce, Bloomington, Indiana University Press, 1997; Christopher Hookway, Peirce, London, Routledge, 1985; James Jakób Liszka, A General Introduction to the Semeiotic of Charles Sanders Peirce, Bloomington, Indiana University Press, 1996.

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222 / Fernando Zalamea

tamaño descomunal de su obra: 100.000 (!) páginas manuscritas2,

de las cuales 12.000 fueron publicadas en vida3. Sin embargo, a pe

sar de la riqueza conceptual y material de su obra, la figura de Peirce

es aún poco conocida por la comunidad científica.

En buena medida, esto se debe a varios clichés que quedaron

asociados con Peirce, y a una edición muy fragmentada de su obra.

El carácter iconoclasta de Peirce, su agudeza crítica y su soberbia

produjeron muchos rencores en la aún incipiente y frágil comuni

dad científica norteamericana; ésta no le perdonó sus modos de vida

divergentes (divorcio, concubinato, drogas) y lo separó de los cen

tros investigativos y docentes en los que Peirce pudo haber influido

(Harvard, Johns Hopkins)4. Peirce vivió asidos décadas muy produc

tivas de su vida (1890-1910) en la periferia de la academia, recluido

en Arisbe, su casa de campo en Pensilvania.

Peirce fue reconocido por su brillantez, pero tildado de "extrava

gante", "disperso", "desordenado", "desperdiciado". Estos prejuicios

fueron repetidos y reforzados en el primer intento de edición de par

te de sus obras, realizado por dos inexpertos estudiantes de docto

rado (Hartshorne/Weiss), en Harvard, en los años treinta. La obra

2 C. S. Peirce, The Charles S. Peirce Papers, microfilm edition, Cambridge, Harvard University Library, Photographic Service, 1966 (edición microfilmada de las 100.000 páginas, aproximadamente, de manuscritos peirceanos; la edición fue acompañada de un catálogo razonado: Richard S. Robin, Annotated Catalogue ofthe Papers of Charles S. Peirce, Amherst, The University of Massachusetts Press, 1967; la identificación cronológica de los manuscritos, comenzada por Max Fisch, ha sido ya terminada en el Peirce Edition Project, que se realiza desde los años setenta en la Universidad de Indiana).

1 C. S. Peirce, The Puhlished Works of Charles Sanders Peirce, microfiche edition, Bowling Green, Philosophy Documentation Center, 1986 (edición microfilmada de las 12.000 páginas, aproximadamente, publicadas por Peirce en vida; la edición va acompañada de un catálogo razonado: K L. Ketner,/! Comprehensive Bibliography ofthe Published Works of Charles Sanders Peirce with a Bibliography of Secondary Studies, Bowling Green, Philosophy Documentation Center, 1986, second edition revised).

4 Max Fisch, Peirce, Semeiotic and Pragmatism, Bloomington, Indiana University Press, 1986; Joseph Brent, Charles S. Peirce: A Life, Bloomington, Indiana University Press, 1993.

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El caso Peirce: modalidades de resistencia / 223

de Peirce fue desmembrada, recortada y repartida arbitrariamente;

quedaron las ruinas de "un castillo en el aire"5. Harvard produjo,

entre 1930 y 1950, seis volúmenes de los CollectedPapers de Peirce

(2.500 páginas), que fueron complementados y enmendados en 1958

con dos volúmenes adicionales (ed. Burks)6. Aunque la edición de

Harvard hizo conocer más ampliamente a Peirce, ésta incorporó

graves deficiencias y arbitrariedades que, a la larga, redundarían en

detrimento del legado peirceano.

Dada esta situación, desde 1980 se está realizando una ingente

labor para recuperar justa y plenamente el lugar de Peirce. Una edi

ción cronológica y meticulosa de sus escritos más importantes se

encuentra en curso (5 volúmenes publicados, edición proyectada en

30 volúmenes)7,y se realizan numerosas monografías -basadas en

los manuscritos originales peirceanos- que estudian en detalle los

más variados aspectos de su obra. Aunque el volumen de estudios

dedicados a Peirce es ya bastante notable8, la recuperación del lugar

de Peirce ha tenido que ir en contra de muchos intereses creados,

como lo precisamos a continuación.

5 Murray G. Murphey, The Development of Peirce's Philosophy, Cambridge: Harvard University Press, 1961, p. 407.

6 C. S. Peirce, Collected Papers, 8 vols. (Eds. Hartshorne, Weiss, Burks), Cambridge: Harvard University Press, 1931-1958. Edición electrónica en CD-ROM, Intelex Corporation, 1992.

' C. S. Peirce, Writings (A ChronologicalEdition), 5 volúmenes hasta la fecha, Bloomington, Indiana University Press, 1982-1993. El sitio de la edición (PEP: Peirce Edition Project) puede visitarse vía Internet: http://www.iupui.edu/~peirce.

8 Otros dos útiles instrumentarios para los estudiosos de Peirce son las Transactions of the Charles S. Peirce Society, revista que se publica trimestralmente desde 1964, y el sitio "Arisbe", sede central de conexiones sobre Peirce en Internet, sitio coordinado por Joseph Ransdell, en Texas Tech University (http://www.door.net/arisbe/). También en Texas Tech se encuentra el Institute for Studies in Pragmaticism, que dirige K L. Ketner, y que provee amplias facilidades de trabajo para los estudios peirceanos.

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224 / Fernando Zalamea

Las resistencias a Peirce

La mala comprensión de la obra de Peirce se debe a una conjugación

de factores circunstanciales y materiales, por un lado, y metodológicos

y conceptuales, por otro lado. El primer bloqueo importante se debe

al rechazo con que la sociedad puritana de New England sentenció

las circunstancias personales de Peirce. Al separarse de su primera

esposa, y vivir luego en concubinato con su segunda mujer, Peirce

contravino públicamente los esquemas sociales de la buena sociedad

puritana, y ésta no tardó en cobrarle cuentas9: fue alejado, en circuns

tancias dudosas, de la cátedra de lógica que había ganado en Johns

Hopkins y que ya empezaba a rendir notables frutos10. Si a este dudo

so rechazo moral se le añade el repudio que originó, en algunos

casos1 ,1a intransigencia y la severidad crítica del mismo Peirce, se

explica por qué algunos administradores académicos de poca altura

hicieron lo posible por cerrarle a Peirce las puertas de la Universidad

(ya fuera Harvard o Johns Hopkins). Con el apoyo de su padre, sin

duda el más importante matemático norteamericano del siglo XIX y

muy influyente científico en su época, Peirce pudo trabajar muchos

9 Véanse los textos de Brent y Fisch ya citados, en los que se estudian en detalle el ambiente puritano de la época y los odios personales a los que Peirce dio lugar. 10 El volumen Studies in Logic by the Members of the Johns Hopkins University (1883), que incluye contribuciones de Peirce y sus alumnos, fue reeditado un siglo después (Amsterdam, John Benjamins, 1983) como primer volumen de la prestigiosa colección "Foundations of Semiotics" (Benjamins). Los Studies se constituyen en el primer texto moderno de lógica editado en el continente americano. 11 El caso más patético es el de Simón Newcomb, científico de estatus en la época -hoy olvidado-, a quien Peirce acudió constantemente, solicitándole cartas de apoyo para sus grandes proyectos en lógica. Peirce confió equivocadamente en la supuesta amistad de Newcomb. Los detallados estudios de archivo de Fisch y Brent han demostrado posteriormente que Newcomb detestaba a Peirce; sus influyentes opiniones cerraron el camino de Peirce en Johns Hopkins y en la Carnegie Institution. Es un hecho documentado que el rencor y la envidia de engranajes menores en el establishment académico impidieron el adecuado reconocimiento del más incisivo genio que ha surgido en los Estados Unidos.

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El caso Peirce: modalidades de resistencia I 225

años en el United States Coast Survey, donde realizó gran cantidad

de mediciones geodésicas y gravimétricas. Sin embargo, Peirce fue

finalmente echado del Survey y debió vivir los últimos veinte años

de su vida -tal vez los más originales y productivos- recluido en su

casa de campo, en condiciones económicas asfixiantes.

Luego de haberse bloqueado un justo reconocimiento de Peirce

envida, hubiese sido fundamental reconocer la excelencia de su obra.

Al morir Peirce, su viuda legó la biblioteca de Peirce y las cien mil

páginas de manuscritos peirceanos al Departamento de Filosofía de

Harvard; entre 1914 y 1930, los manuscritos fueron apilados, orde

nados y desordenados varias veces, hasta quedar en un caos difícil

mente asimilable12. Harvard estuvo a punto de contratar a Bertrand

Russell para que organizara los manuscritos peirceanos; por circuns

tancias políticas (a Russell se le negó la visa), su estancia en Harvard

no pudo llevarse a cabo, perdiéndose así una espléndida oportuni

dad de encauzar adecuadamente el legado peirceano. Entre 1931 y

1935, el Departamento de Filosofía de Harvard contrató a Charles

Hartshorne (reciente postdoctorado) ya Paul Weiss (estudiante del

doctorado) para que editaran parte de los manuscritos. La edición

Hartshorne/Weiss fue temática; los temas centrales escogidos (cos

mología, lógica, filosofía) dieron a conocer la originalidad y profun

didad del pensamiento peirceano. Sin embargo, la edición en sí fue

sencillamente desastrosa; los editores recortaron y pegaron (literal

mente) pedazos de los manuscritos, y los reordenaron según sus

criterios (apropiados o defectuosos, no eran en todo caso los de

Peirce). Con la edición Hartshorne/Weiss surgió entonces un Peirce

12 Las vicisitudes de los manuscritos peirceanos han sido recordadas en varios artículos: Víctor F. Lenzen, "Reminiscences of a Mission to Milford, Pennsylvania", Transactions of the Charles S. Peirce Society I (1965), pp. 3-11; W. F. Kernan, "The Peirce Manuscripts and Josiah Royce -A Memoir: Harvard 1915-1916", Transactions ofthe Charles S. Peirce Society I (1965), pp. 90-95; E. C. Moore, A. Burks, "Three Notes on the Editing of the Works of Charles S. Peirce", Transactions ofthe Charles S. Peirce Society, xxvill (1992), pp. 83-106.

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226 / Fernando Zalamea

brillante, extremadamente original, pero a menudo incoherente y

oscuro13. A los bloqueos sociales en vida, se le sumó un bloqueo más

pernicioso al legado peirceano.

En los años cuarenta, la figura de Peirce quedaba catalogada así

como la de un excéntrico, individuo difícil, que había producido una

obra genial, pero llena de oscuridades y contradicciones. Peirce, ple

namente ex centrado, quedaba asociado con preocupaciones perifé

ricas que, supuestamente, no deberían tener incidencia en los pro

blemas centrales de la cultura.

Más allá de las circunstancias personales y editoriales que blo

quearon un mejor acceso a Peirce, existieron (y aún existen) resis

tencias metodológicas y conceptuales de fondo que han limitado la

influencia de la obra peirceana. Peirce fue reconocido por sus pa

res, y siguió siendo reconocido, como el creador del pragmatismo

norteamericano14, tal vez la única escuela filosófica de talla que ha

producido hasta ahora el continente. Sin embargo, las variedades del

pragmatismo, desde sus mismos comienzos, fueron muy diversas y

poco congruentes entre sí. Algunos aspectos fundamentales de las

formulaciones peirceanas no fueron en su momento comprendidos

y, luego, sencillamente olvidados, y se impuso una variedad de

pragmatismo conductista (William James, John Dewey), que Peirce

rechazó constantemente en las últimas décadas de su vida. Algunos

enunciados de la máxima pragmática peirceana son los siguientes:

13 Ha llegado a pensarse seriamente que existieron intereses personales en el Departamento de Filosofía de Harvard, entre 1920 y 1940, para que la obra de Peirce se olvidara o resultara oscura y secundaria. Sencillamente, algunos profesores de filosofía habrían "recuperado" ideas de los manuscritos peirceanos (los manuscritos son fuente inagotable de ideas originales) y hubieran preferido que éstos no se hicieran públicos. El debate, muy subterráneo, está aún por darse y demostrarse. Se pueden encontrar indicaciones en los archivos electrónicos de la lista de discusión "peirce-1" coordinada por Ransdell en Texas Tech University (http://www.door.net/arisbe/). 14 Acerca de los orígenes del pragmatismo, véanse los artículos de Max Fisch, reunidos en M. Fisch, Peirce, Semeiotic andPragmatism, Bloomington, Indiana University Press, 1986.

Page 237: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

El caso Peirce: modalidades de , stencia I 227

[ 1878]: Consider what effects which might conceivably have

practical bearings we conceive the object of our conception to

have. Then, our conception of these effects is the whole of our

conception of the object.

[1898]: Pragmatism is the principie that every theoretical

judgement expressible in a sentence in the indicative mood is a

confused form of thought whose only meaning, if it has any, lies

in its tendency to enforce a corresponding practical maxim

expressible as a conditional sentence having its apodosis in the

imperative mood.

[1905]: The entire intellectual purport of any symbol consists

in the total of all general modes of rational conduct which,

conditionally upon all the possible different circumstances, would

ensue upon the acceptance of the symbol.

Representación Contexto i

Actual (Posible)

Contexto j

Contexto k

Dimensión pragmática

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228 / Fernando Zalamea

Según el pragmatismo peirceano, el conocimiento debe ser con-

textual, relacional, modal, sintético. Se conoce mediante signos,

contextualizados adecuadamente; la interrelación sintética de signos

y contextos da lugar al conocimiento. La máxima pragmática peirceana

enfatiza una diversidad de contextos y una múltiple experimentación.

El pragmatismo es, así, esencialmente dinámico; rompe con un ab

soluto fijo y con la creencia en representaciones privilegiadas.

Debe distinguirse aquí el pragmatismo peirceano del pragmatismo

"vulgar" de sus sucesores (James, Dewey, Rorty), quienes redujeron la

multiplicidad peirceana de contextos a contextos utilitarios o psicoló

gicos, y quienes redujeron los ámbitos de posibilidad no determinista

peirceanos a ámbitos de actualidad determinista. Para distinguirse de

esos usos restringidos del pragmatismo, Peirce trató (sin éxito) de de

nominar "pragmaticismo" a su filosofía más amplia.

Así, por derroteros conceptuales muy diferentes de coyunturas

biográficas y editoriales, Peirce fue una vez más ex centrado y situa

do en la periferia. La influencia pasada de James y Dewey, y la in

fluencia actual de Rorty (social, institucional, política) relegaron a

un lado, inconscientemente al comienzo, consciente y encarnizada

mente al final15, las modalidades pragmaticistas de Peirce. La recu

peración del lugar de Peirce va en contra de muy fuertes intereses

creados en la cultura norteamericana. Mientras Rorty, en su varie

dad del pragmatismo, enfatiza aspectos retóricos, psicológicos y so

ciales, tendientes a modificar la actualidad, Peirce enfatiza aspec

tos lógicos, científicos y metafísicos, tendientes a comprender los

ámbitos de lo posible. El choque no puede ser más fuerte. Es difícil

que dentro de un mismo vocablo ("pragmatismo") quepan dos vi

siones del mundo tan distintas. Rorty ha optado sencillamente por

eliminar a Peirce. Por supuesto, la situación es injusta y equívoca: el

15 Acerca de la incomprensión de Peirce por Rorty, y acerca de lo que podría llamarse su "mala fe" en la interpretación peirceana, véanse los archivos electrónicos en la lista de discusión "peirce-1".

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El caso Peirce: modalidades de resistencia I 229

pragmatismo peirceano es mucho más general y amplio que las va

riedades delimitadas de James (énfasis psicológico), Dewey (énfasis

institucional-educacional) y Rorty (énfasis político-sofista), que no son

más que casos particulares de la máxima general peirceana.

Más allá de las circunstancias biográficas, editoriales y autoritarias

que han limitado un adecuado reconocimiento de Peirce, existen otras

razones de fondo que explican por qué Peirce fue necesariamente de

jado de lado por los cauces normales de la cultura (en el sentido

kuhniano) en el siglo XX, Por un lado, opuestas a la construcción

peirceana de un sistema arquitectónico global, en el que se conjugan e

interactúan naturalmente lógica, metafísica y experimentación cientí

fica, se encuentran las prácticas metodológicas del siglo XX, que sepa

ran cada una de estas empresas del conocimiento, enfatizando a ultranza

las especializaciones. Por otro lado, opuesto al realismo peirceano, que

busca y encuentra realidades generales en ámbitos conceptuales y ex

perimentales, luchando aún por conseguir una unidad global en el co

nocimiento, se encuentra un nominalismo difuso en los modelos con

temporáneos del conocimiento, que acentúa juegos particulares de

lenguaje y delimita sus expectativas a relativismos locales.

Los primeros trabajos de Peirce estuvieron muy fuertemente

influenciados por intensas lecturas de Kant. Peirce dedicó los pri

meros veinte años de su vida intelectual (entre una multitud de ac

tividades que desarrollaba paralelamente) a una profunda revisión

de las categorías kantianas. En las dos últimas décadas de su vida

(paralelamente con el refinamiento de la máxima pragmática y con

la creación de sus gráficos existenciales -sistemas lógicos que in

corporarían, entre otros aportes, una lógica precisa de las modali

dades-), Peirce sistematizó sus tres categorías generales, que reco

rren todos los ámbitos de la experiencia y del conocimiento. La

descripción de las categorías es, necesariamente, vaga, general; se

gún la máxima pragmática, las categorías se van precisando poste

riormente. Las categorías peirceanas se describen con palabras clave

y conceptos fundamentales, de la manera siguiente:

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230 / Fernando Zalamea

(1) PRIMERIDAD ("Firstness"): inmediatez, impresión primera,

frescura, sensación, predicado unitario, azar, posibilidad.

(2) SECUNDIDAD ("Secondness"): otredad, reacción, efecto,

resistencia, relación binaria, hecho, actualidad.

(3) TERCERIDAD ("Thirdness"): continuidad, mediación, orden,

conocimiento, relación ternaria, ley, generalidad, necesidad.

Las tres categorías peirceanas se imbrican constantemente. El

conocimiento y una (progresiva) precisión se van generando al ir

definiendo contextos y enfatizando en ellos una determinada cate

goría peirceana.

El método produce novedades. Por ejemplo, Peirce propuso una

muy interesante clasificación de las ciencias, en la que las matemá

ticas son la base ideal del edificio. Después de más de 100 (!) inten

tos esquemáticos de clasificación producidos a lo largo de su vida,

en 1903 Peirce propuso una clasificación triádica y modal (clasifica

ción "perenne"), cuyo comienzo se indica a continuación16:

1. MATEMÁTICAS

2. FILOSOFÍA

2.1 FENOMENOLOGÍA

2.2 CIENCIAS NORMATIVAS

2.2.1 ESTÉTICA

2.2.2 ÉTICA

2.2.3 LÓGICA

2.3 METAFÍSICA

3. CIENCIAS ESPECIALES

16 Para un detallado estudio de las clasificaciones de las ciencias según Peirce, véase Beverley Kent, Logic and the Classification of Sciences, Montreal: McGill-Queen's University Press, 1987.

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El caso Peirce: modalidades de resistencia / 231

Las matemáticas (1) estudian los ámbitos de posibilidad abstrac

tos (primeridad), sin restricciones o contrastaciones en los ámbitos de

lo imaginario. La filosofía (2) estudia los fenómenos comunes en los

ámbitos generales de la experiencia (acción-reacción: secundidad). Las

ciencias normativas (2.2) estudian los fenómenos comunes en los ám

bitos generales de la experiencia, enfatizando la acción (secundidad)

de los fenómenos sobre nosotros y la acción de nosotros sobre los fenó

menos. La lógica (2.2.3) estudia el ámbito general de las representa

ciones (manejo general [terceridad] de la acción semiótica). La máxi

ma pragmática se encuentra en el lugar 2.2.3.3 de la clasificación, un

punto de equilibrio muy interesante: soporta los haceres generales de

las ciencias que quedan por encima de ella, y se vale de las observacio

nes particulares de las ciencias específicas que quedan por debajo.

Las tres categorías peirceanas se encuentran sumergidas en una

tríada básica del conocimiento:

Intérprete (3)

A (1) Signo Objeto (2)

La contribución peirceana fundamental consiste en asegurar que

sólo conocemos mediante signos y en enfatizar la dimensión del in

térprete en los manejos del conocimiento17. Se integran así, de ma-

1 ' En realidad, en el diagrama mencionado, la noción fundamental es la de "interpretante" (signo dentro del intérprete). La semiótica peirceana es mucho más sofisticada de lo que, vagamente, se indica aquí. Para una buena introducción a la semiótica de Peirce, véase James Jakób Liszka,^4 General Introduction to the Semeiotic of Charles Sanders Peirce, Bloomington: Indiana University Press, 1996. Para un estudio a fondo, véase Robert Marty, L'algébre des signes, Amsterdam, Benjamins, 1990. Vale la pena resaltar que fueron algunos semiólogos (Jakobson, Eco, etc.) quienes, entre los años cuarenta y sesenta, insistieron primero en la extraordinaria originalidad de la obra peirceana.

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232 / Fernando Zalamea

ñera natural, las tres dimensiones básicas de la lógica: sintaxis (va

riaciones de lo signos), semántica (variaciones de los objetos), prag

mática (variaciones de los intérpretes). El uso permanente de las cla

sificaciones triádicas es recursivo: puede aplicarse sucesivamente

en varios estratos o contextos. La recursividad del método lo vuelve

particularmente fecundo.

Dentro de una arquitectónica y una metodología que tratan de

propender por la unificación de lo diverso, una incorporación de

problemáticas de vaivén controladas lógicamente entre lo local y lo

global, lo particular y lo universal, lo actual reactivo y lo real general,

va explícitamente en contra de muchos intereses de poder en la

cultura contemporánea. Los énfasis nominalistas, sicologistas, po

líticos, retóricos, localistas, relativistas a ultranza, presentes en

muchos enfoques influyentes en las ciencias humanas y, más exten

samente, en muchos de los haceres culturales actuales, explican que

una empresa como la de Peirce haya sido relegada a la periferia. La

isotopía actual de los valores culturales (todo tiende a ser igualmente

válido) va en contra de una ordenación jerárquica del conocimiento

como la propuesta por Peirce (en la cual habría verdades generales

más fecundas que las particulares). La ruptura, pretendidamente

"postmoderna", de las cosmovisiones del mundo va en contra de la

arquitectónica general peirceana.

Sin embargo, curiosamente, muchos de los énfasis "postmo

dernos" (fronteras vs. centro, conjunción vs. disyunción, otro vs. yo,

problemas vs. dilemas, singularidades vs. regularidades, etc.) coin

ciden con extensas elaboraciones en la obra de Peirce. La diferencia

esencial consiste en que las elaboraciones locales peirceanas son lue

go incorporadas en un sistema coherente global, que recupera la uni

versalidad, mientras que el "postmodernismo" tiende, intrínsecamen

te, a la disgregación de sus propias elaboraciones. A continuación

elaboraremos el diseño de un retículo peirceano de fuerzas cultura

les -basado en la máxima pragmática, las modalidades y las catego

rías peirceanas-, en el cual caben adecuadamente resistencias e

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El caso Peirce: modalidades de resistencia I 233

hibridaciones, sin que se pierdan fundamentales valores universales.

Tendremos en cuenta, de manera específica, el problema de la

"transculturación" en América Latina (independencia / originalidad

/ representatividad; regionalismo / modernización).

Un retículo peirceano de resistencias e hibridaciones culturales

De la creencia clásica en valores de verdad fijos, únicos, eternos, se

pasa con la contemporaneidad a un relativismo extremo, donde la

multiplicidad de valores se disgrega en un caos aparente. De la creencia

en modelos naturales, estables, se pasa al manejo de múltiples mo

delos a d hoc, evolutivos. De un centro omniabarcador se pasa a

descentramientos y periferias. De lo universal, global, regular, se pasa

a lo particular, local, singular. Todos estos énfasis (que pueden leerse

muy claramente, por ejemplo, en Broch, Musil o Bajtin, sin necesi

dad de acudir a dudosos y estériles "postmodernos") abren grandes

campos de visión y de conocimiento, que son los propios del siglo XX

Sin embargo, la honda apertura de la visión hace que ésta haya tendi

do a dispersarse y, a menudo, a perderse en sus nuevos dominios. El

incisivo carácter parcial de la visión contemporánea ha incentivado el

auge a ultranza de las especializaciones -donde un pedazo de la mi

rada, en su ámbito restringido, puede dar la ilusión de totalidad- y ha

dejado de lado, por utópicas e irrealizables, las ambiciones de univer

salidad propias de los grandes sistemas arquitectónicos en filosofía.

La multiplicidad, y aparente incoherencia, de lo local y lo particular

rechaza la posibilidad de lo global y lo universal.

Uno de los aspectos de profundo interés que puede tener el

pragmaticismo peirceano, en las circunstancias actuales, consiste -en

cambio- en permitir y fomentar la especificidad de lo local, ligándolo

estrechamente con principios universales. La máxima pragmática

peirceana indica explícitamente que, en un determinado proceso de

conocimiento, se deben estudiar las acciones-reacciones de ese

proceso, en todos los ámbitos concebibles. Cada ámbito es contextual,

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234 / Fernando Zalamea

local, regional, determinado, horizontal; pero es sólo una lectura ver

tical, pragmaticista, que compara constructivamente los diversos

ámbitos locales, la que permitirá detectar de manera más fiel ese pro

ceso del conocimiento. En la máxima pragmática peirceana se entre

lazan las modalidades fundamentales con las cuales se aprehende el

conocimiento: comprendemos lo que es (actual), a través de sus re

presentaciones en una amplia gama de contextos (posibilidad), ob

servando en cada contexto cómo reaccionan experimentalmente esas

representaciones (necesidad). La máxima pragmática incorpora in

mediatamente la parcialidadefectiva del conocimiento (nunca podre

mos abarcar en la práctica todos los contextos de posibilidad) y, sin

embargo, permite su universalidad ideal (en teoría, podemos discu

rrir acerca de todos los contextos posibles, aunque jamás seamos ca

paces de actualizarlos). Intrínsecamente, el pragmaticismo peirceano

involucra una metodología lógica que liga lo local con lo universal,

permitiendo la especificidad de lo local y, a su vez, reconstruyendo lo

universal como un "pegamiento untorial" de lo local18.

Según Peirce,

Philosophy should heed the multitude and variety of its

arguments, not the conclusiveness of any one. Its reasoning

should not form a chain which is no stronger than its weakest link,

but a cable whose fibers may be even so slender, provided they

are sufficiently numerous and intimately connected19 (1868).

18 La modelización matemática fundamental detrás de estas ideas consiste en la teoría matemática de categorías (no confundir con las tres categorías peirceanas). A partir de conceptos sintéticos y relaciónales (versus analíticos y descriptivos), la teoría permite redescribir, en cada ámbito local de la experiencia matemática, construcciones aparentemente muy diversas que, en realidad, obedecen a un mismo patrón universal. Aún no se han establecido conexiones explícitas y cuidadosas entre los conceptos globales que subyacen tras la máxima pragmática peirceana y tras la teoría matemática de categorías, aunque algunos de mis trabajos apuntan a esa dirección. Por otra parte, el trabajo de Robert Marty ya citado utiliza la teoría matemática de categorías para presentar sistemáticamente la semiótica de Peirce. 19 C. S. Peirce, Collected Papers, 5.265.

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El caso Peirce: modalidades de resistencia I 235

Las tres categorías peirceanas permiten explicitar las íntimas

conexiones de la realidad y aseguran la solidez de las fibras con que

se construye el cable de la razón. La multiplicidad de las fibras es

de nuevo fundamental, así como el entrelazamiento unitario de ellas.

Las tres categorías peirceanas permean todos los ámbitos de la ex

periencia; los énfasis y las modalidades de cada categoría en cada

contexto difieren, y resulta necesario poder traducir e interpretar sus

procesos de osmosis; de allí surge la importancia fundamental de la

semiótica en el sistema peirceano.

La combinación de la máxima pragmática peirceana (como haz

metodológico que engloba particularidad, universalidad y modali

dades lógicas) y de las tres categorías peirceanas (como haz recursivo

fenomenológico que incorpora multiplicidad, unidad y modos de la

experiencia) nos proporciona un útil instrumentario para examinar

las aparentes incoherencias del mundo contemporáneo. Cien años

después de la muerte de Peirce, su obra empieza apenas a rescatarse.

Aunque aún no tengamos la perspectiva suficiente, no es difícil in

tuir que esa recuperación no es sólo casual: el comienzo del siglo

XXI parece necesitar a Peirce.

Supóngase que un cierto proceso a del conocimiento (llámese

obra artística, producción científica, intuición mística, etc.) ha sido

elaborado en un contexto dado C (histórico, geográfico, cultural,

etc.). Según la máxima pragmática, el sentido de a no está restrin

gido a C sino que también incorpora sus traslados a', a" a diversos

contextos C , C"...20. En cada uno de esos traslados, la traducción

20 Así, por ejemplo, la comprensión de una pintura española del siglo XVII no sólo debería apoyarse en una lectura de sus características internas, sino que debería rastrear los modelos (a menudo flamencos) que la originaron, e involucrar también sus posteriores deformaciones realizadas en la colonia hispánica. La obra no sería tanto una colección de trazos y colores en sí, sino más bien un índice dentro de un proceso de deformaciones artísticas. La ruptura con las valoraciones usuales de original y copia es aquí evidente y corresponde también a rupturas importantes del arte contemporáneo.

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236 / Fernando Zalamea

originará resistencias, hibridaciones o mimesis dentro de su medio

ambiente. Entonces, una deshilvanación de cada una de esas accio

nes-reacciones por medio de un análisis recursivo categórico peir

ceano (lecturas de tipo 1, 2, 3, 1.1, 1.2, 1.3, 2.1, 2.2, 2.3, 3.1, 3.2, 3.3,

1.1.1,1.1.2,..., cuando sea el caso de aplicar útilmente una tal decons

trucción) permitirá distinguir los niveles de resistencia de la traduc

ción.

Obtenemos así un retículo peirceano de fuerzas, desequilibra

do en un principio (I), al haber escogido un punto de partida (C(a))

de las osmosis semióticas, equilibrado y polivalente al final (II), al

permitir una circularidad ideal11 de la acción cultural:

(I)

1.1 1.21.3 2.12.2 2.3 3.13.2 3.3 / \

21 Por supuesto, en general, el retículo es desequilibrado, pues los procesos efectivos de transmisión distan mucho de ser circulares [o han distado mucho hasta el momento; posiblemente, el rápido acceso isotrópico a la información en que se encuentra embarcado este final de siglo -vía redes como Internet- nos acercará en el futuro a un retículo del tipo (II) ]. La historia de la ciencia estudia en buena medida la formación de esos desequilibrados.

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El caso Peirce: modalidades de resistencia I 237

(II)

Siempre existirán resistencias (históricas, geográficas, cultura

les) a la plena consumación de osmosis del tipo (II). Entre los datos

factuales [de tipo (i)] y la tendencia a subsumirlos en modelos

explicativos [aproximándose a un tipo (II)], varias distinciones

contextúales y categoriales pueden ser útiles22. El resultado neto así

obtenido acentúa, por supuesto, una visión estructural y compara

tiva de la cultura, que corresponde a las mismas enseñanzas, por

ejemplo, que las que impulsaron en la primera mitad del siglo un

22 En un estudio posterior, que refine estas indicaciones someras, habría que incorporar el instrumentario de los gráficos existenciales de Peirce, que consiste, explícitamente, en un cálculo de marcas, resistencias y traslados sobre una hoja de aserción. Los gráficos existenciales de Peirce incorporan, con todo rigor técnico, axiomatizaciones alternativas (completas) del cálculo proposicional clásico, de la lógica clásica de primer orden (puramente relacional, con igualdad) y de algunos cálculos modales. Los gráficos existenciales deben verse como un instrumentario analítico, local, reflejo de las preocupaciones sintéticas, globales, presentes en la máxima pragmática. Acerca de los gráficos existenciales de Peirce pueden consultarse Don Roberts, The Existential Graphs of Charles S. Peirce, The Hague, Mouton, 1973, Pierre Thibaud, La lógica de Charles Sanders Peirce, Madrid, Paraninfo, 1982, o Fernando Zalamea, Lógica topológica: una introducción a los gráficos existenciales de Peirce, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1997.

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238 / Fernando Zalamea

Marc Bloch, un Aby Warburg o un Walter Pagel23. Sin embargo, el

énfasis obtenido con la metodología peirceana proporciona además

un útil instrumentario de control.

En la historia de las ciencias en América Latina, la recuperación

de problemáticas intermedias ligadas a los cauces de transmisión

del conocimiento científico ha dado lugar a varios aportes compa

rativos y analíticos, que acentúan particularmente un externalismo

sociológico y/o económico, y que rompen con tradiciones meramente

hagiográficas, descriptivas o miméticas24. La historia de las ciencias

en América Latina ha impulsado así un estudio de diversas resis

tencias e hibridaciones sociales en las que se han insertado aportes

originales, copias y reflejos de los haceres científicos. Para llegar a

ello, fue necesario superar muchas décadas previas de despiste cul

tural; la valoración excesiva de las tradiciones centralistas (desde

rígidos manejos políticos de poder hasta autoritarias implantaciones

de sistemas filosóficos caducos) dificultó enormemente el encuen

tro de un lugar natural para situar la producción latinoamericana y

la domiciliación de los aportes europeos. Creo estar convencido de

que si el pragmaticismo peirceano hubiese sido comprendido y ex

plotado a fondo dentro de nuestro continente, en las primeras dé

cadas del siglo XX25, entonces ese lugar de enlaces16, brillos y refle-

23 Un extenso estudio acerca del interés de estos autores por cauces estructurales de la cultura puede encontrarse en Fernando Zalamea, Estructura y dinámica: una lectura interdisciplinaria de aspectos del pensamiento europeo de entreguerras (Cassirer, Panofsky, Pagel; Braudel, Francastel, Lautman; Bajtin), Bogotá, Mención de Honor, Concurso Nacional de Ensayo, Colcultura, 1992 [aceptado para publicación (1995) en Editorial Anthropos, Barcelona, España]. 24 Véase, a este propósito, la reciente recopilación Historia social de las ciencias en América Latina (Juan José Saldaña, coordinador), México, UNAM / Porrúa, 1996. 25 Como una obra aislada que trató de afianzar el pragmatismo, vale la pena mencionar la cátedra del uruguayo Carlos Vaz Ferrei ra, ahora recopilada en Lógica viva, Moral para intelectuales, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979. Vaz fue maestro del extraordinario cuentista Felisberto Hernández. La asombrosa originalidad y frescura de Felisberto ganan mucho al ser situadas en la primeridad peirceana. 26 El término, en otro contexto, se debe a Pierre Francastel.

Page 249: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

El caso Peirce: modalidades de resistencia I 239

jos en que se ha constituido América Latina, habría sido reconoci

do y apreciado, en su justa dimensión, con mucha anterioridad.

En 1940, el cubano Fernando Ortiz proponía resolver parcial

mente el problema de la identidad latinoamericana por medio del

concepto acuñado de transculturación:

Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor

las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra,

porque éste no consiste solamente en adquirir una cultura, que

es lo que en rigor indica la voz anglo-americana de aculturación,

sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida

o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse

una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente

creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denomi

narse neoculturación1''.

En el vaivén de asimilación, rechazo y apropiación de las cultu

ras europea y norteamericana se construye el lugar de enlaces lati

noamericano. Muchos de los largos debates que se dieron en Amé

rica Latina acerca de las bondades y defectos del regionalismo o el

internacionalismo, del tradicionalismo o el vanguardismo, debates

dualistas y, a menudo, absolutistas, pueden aprovecharse mejor des

de una perspectiva que involucre el retículo peirceano de fuerzas.

El retículo peirceano, desde su misma concepción, abre la po

sibilidad de apreciar obras marcadamente locales que, sin embar

go, alcanzan también extraordinarios visos de universalidad (como

la obra de Juan Rulfo, que conjuga vivencias muy particulares y deter-

27 Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, p. 86. Citado en Ángel Rama, Transculturación narrativa en América Latina, México, Siglo XXI Editores, 1982, pp. 32-33. La obra de Ángel Rama estudia meticulosamente las problemáticas de la transculturación, ejemplificándolas con discusiones de sociología del conocimiento e impecables análisis de crítica literaria.

Page 250: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

240 / Fernando Zalamea

minadas, con un laconismo sintáctico extremo y con traslapes y

transmutaciones generales de sentido), así como permite señalar tam

bién la incrustación de obras que no alcanzan a superar sus propios

límites residuales (como la obra de Guayasamín, donde un estático

indigenismo nunca logra ir más allá de anecdotarios políticos de poca

monta)28. Metodológicamente, al desaparecer los dualismos en el re

tículo peirceano, surge la importancia de aquellas obras en la fronte

ra que se empeñan en precisar aspectos de la transculturación. La

osmosis, la re-creación, la transmisión, son fundamentales. América

Latina busca, y encuentra, parte de su identidad en esas mediaciones

entre lo local y lo universal. El gran problema abierto consiste en tra

tar de caracterizar alo latinoamericano, en sus rasgos generales, como

una adecuada variedad de lo tercero peirceano, y en tratar de descri

bir a lo latinoamericano, en sus rasgos particulares específicos, como

subvariedades híbridas de ese tercero general.

Lógica y terceridad en Alonso de la Veracruz

Varios aspectos de terceridad genuina y terceridades degenera

das29 pueden encontrarse en la obra de fray Alonso de la Veracruz

(Toledo, 1504-México, 1584). Desde su obra evangelizadora (esen

cialmente tercera, mediadora, incorporando apartes de la filosofía

28 En efecto, dentro del retículo peirceano, se observa inmediatamente que la obra de Rulfo se colorea de muy diversas maneras en diversos contextos interpretativos e involucra, siempre, una gran multiplicidad de lecturas. En contraste con el dinamismo semiótico de la obra de Rulfo (obra plenamente simbólica -en el sentido peirceano, tercero, de símbolo-), los iconos estáticos de Guayasamín son intraducibies más allá de su rígida connotación fácilmente protestataria y folclórica. 29 Peirce distinguía terceridades "genuinas" (relaciones ternarias irreducibles a combinaciones de predicados y relaciones binarias) de terceridades "degeneradas" (relaciones ternarias reconstruibles a partir de primeridades y secundidades). Por ejemplo, "1 está entre Oy 2" es una terceridad degenerada (se reduce a la conjunción de "1 es mayor que 0" y "1 es menor que 2"), mientras que "1 + 2 = 3" es una terceridad genuina (la suma es una relación ternaria irreducible).

Page 251: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

El caso Peirce: modalidades de resistencia I 241

jurídica de su maestro Vitoria, sensible a buscar modos de defensa

para los indígenas) hasta su obra lógica (de la cual nos ocupamos en

lo que sigue), pasando por su obra fundadora (creador de las prime

ras cátedras y bibliotecas novohispanas, y autor de las primeras obras

filosóficas editadas en el Nuevo Mundo (1555-1557)30, la labor de

Veracruz puede verse como paradigmática de esa terceridad, media

dora, con la que se iría construyendo América Latina.

El transplante de la cátedra escolástica a las tierras americanas ha

sido a menudo considerado como uno de los factores que influirían

en el retraso posterior de la ciencia colonial. Aunque esta valoración

parece ser correcta en lo que concierne a las ciencias experimentales,

resulta ser muy discutible si nos atenemos al desarrollo de la lógica.

Con la perspectiva que nos ofrece el siglo XX, se ha reconocido ade

cuadamente la importancia de los lógicos escolásticos medievales,

sobre todo en lo que se refiere a aspectos semióticos, cuantificacionales

y modales31. Sólo a fines del siglo XIX se proporcionaría (con Frege y

Peirce) un cálculo de cuantificadores; sin embargo, las bases se en

contraban sentadas en la escolástica medieval. Los trabajos de

30 Acerca de Veracruz pueden consultarse el excelente resumen de Mauricio Beuchot, Historia de la filosofía en el México colonial, Barcelona, Herder, 1996, pp. 124-135, o las contribuciones detalladas de Beuchot, Walter Redmond y Bernabé Navarro, en M. Beuchot, B. Navarro (compiladores), Dos homenajes: Alonso de la Veracruz y Francisco Xavier Clavígero, México, UNAM, 1993, pp. 13-68. Sobre los datos extraídos de estos autores propongo mi análisis interpretativo, pues la consulta directa de la obra de Veracruz es bastante más difícil. 31 Véanse, por ejemplo, Ernest A Moody, Studies in Medieval Philosophy, Science and Logic, Berkeley, University of California Press, 1975, Simón Knuuttila, Modalities in Medieval Philosophy, London, Routledge, 1993, o Mauricio Beuchot, Signo y lenguaje en la filosofía medieval, México, UNAM, 1993. Vale la pena observar que Peirce, a fines de! siglo pasado, realizó extensos estudios de los lógicos medievales. Dos siglos antes, la influencia de los lógicos medievales sobre Leibniz había sido también considerable. Dado que la explosión de la lógica en el siglo XX puede verse como la realización parcial de los sueños de Leibniz (característica universal) y de Peirce (teoría general de las representaciones), puede intuirse cómo muy ricos filones lógicos medievales se encuentran incrustados en muchos de los haceres de la lógica contemporánea.

Page 252: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

242 / Fernando Zalamea

Veracruz exhiben esas bases y las extienden, a la manera tercera de

un tema con variaciones; puede decirse, en ese momento, que Veracruz

precede, por varios siglos, preocupaciones fundamentales de la lógi

ca. Su valor es el de una obra que, catalogada como periférica en la

Ilustración, resulta ser central en las preocupaciones de nuestro si

glo. El lugar de Veracruz cambia de contexto en contexto. Una visión

pragmaticista, peirceana, de la cultura permite detectar la originali

dad de Veracruz, donde otro enfoque dualista sólo detectaría (como

sucedió en América Latina entre 1750 y 1950) repetición y estanca

miento.

Dos de los tres ámbitos en los que se mueve la lógica de Veracruz

se denominan "lógica menor" y "lógica mayor". El primero trata de

aspectos técnicos, precisos, de la lógica (que hoy entrarían en el

campo de la lógica matemática); el segundo se ocupa de la compren

sión categorial de la realidad (hoy más propio de los departamentos

de filosofía). Dentro de la lógica menor, Veracruz realizó importan

tes contribuciones a la teoría de la "suposición" medieval: una teo

ría de lo que actualmente llamaríamos sentido y referencia, teoría

esencialmente tercera que involucra la tríada básica de la semiótica

peirceana (objeto, signo, interpretante). Por ejemplo, Veracruz se

pregunta acerca de si "un término de primera intención es un tér

mino de primera intención"32: según Veracruz, lo sería si recurrimos

al principio de identidad, pero no lo sería si recalcamos que el tér

mino "término de primera intención" es de segunda intención (es

decir, metalingüístico). Esto lo resuelve el mismo Veracruz por me

dio de una precisión metalingüística, que corresponde a un uso cate

gorial peirceano: la frase es correcta cuando "tanto el sujeto como el

predicado se toman en suposición personal" (es decir, como signos,

se identifican en la categoría 2), y es incorrecta cuando "el sujeto se

32 W. Redmond, "Lógica y existencia en Alonso de la Veracruz" en M. Beuchot, B. Navarro (compiladores), Dos homenajes: Alonso de la Veracruz y Francisco Xavier Clavígero, México, UNAM, 1993, p. 42.

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El caso Peirce: modalidades de resistencia I 243

toma en una suposición material y el predicado en una suposición

personal" (el sujeto es un interpretante -signo del signo-, en la ca

tegoría 3, mientras que el predicado es un signo en la categoría 2;

en este caso, el salto de categorías puede representarse por una adi

ción de comillas ("): la frase "un 'término de primera intención' es

un término de primera intención" resulta ser falsa).

Ligados con los manejos de referencia y sentido, se encuentran

otros tres aspectos fundamentales de la teoría de la suposición, que

Veracruz enfatiza y que serían recuperados con creces en la lógica

moderna: la introducción de cuantificadores, los manejos relaciónales

y la semántica modal. Veracruz, siguiendo a los nominalistas medie

vales, introdujo signos de cuantificación. Por otro lado, analizó rela

ciones lógicas, sintáctica, semántica y ontológicamente. Finalmente,

indicó que un término T tenía una suposición (un sentido) si T era

modelable (realizable) en algún mundo posible. Aunque la cuantifi

cación nominalista puede verse como una terceridad degenerada, los

manejos relaciónales y las realizaciones modales son esencialmente

terceros, ya que involucran de manera fundamental mediación y con

tinuidad.

En la lógica mayor, los aportes de Veracruz se encuentran tam

bién muy específicamente ligados a la terceridad. Veracruz intenta

ajustar la tabla de categorías aristotélica. La tabla aristotélica,

involucrando diez subcategorías ad-hoc, resultaba ser muy artificial.

Como sabemos, la labor de ajuste resultaría ser extremadamente

difícil (dando lugar, por ejemplo, al sistema kantiano y a sus múlti

ples revisiones posteriores). Veracruz intenta sistemáticamente si

tuarse en una posición intermedia (tercera), entre los platónicos (que

abogaban por una realidad categorializada de por sí) y los nominalistas

(que insistían en la arbitrariedad de todas las categorializaciones).

En América Latina, la resistencia al andamiaje cultural escolás

tico hará que los estudios de lógica se estanquen y desaparezcan

(hasta resurgir a mediados de este siglo, por otros cauces técnicos

completamente diferentes). La terceridad, mediatizadora, relacional,

Page 254: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

244 / Fernando Zalamea

típica de los estudios lógicos, será mal comprendida como "copia" o

"repetición", dejando así de lado un importante campo de estudio,

donde tenues traslados de significación habrían podido dar lugar a

aportes significativos. Con la imposición de los modelos activos-

reactivos (esencialmente segundos) de las ciencias experimentales,

muchos derroteros del pensamiento latinoamericano, marcados por

el positivismo, anularán el interés de lo intermedio, dificultándose así

una conformación posible de nuestra identidad cultural.

Page 255: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Parte III

Cultura nacional en Colombia: hibridaciones y resistencias

Page 256: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales
Page 257: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Jorge Arias de Greiff

SABERES LOCALES DIVERSOS

GLOBALIZADOS POR UNA NECESIDAD LOCAL

1. No nos queda duda de que estamos en Berlín, en 1927, para

más señas, treinta años después del Congreso sobre la Lepra que se

mencionó hace unos minutos1, dieciocho años antes de que este dis

trito industrial quedara arrasado por el cañoneo del mariscal Zuchow.

La locomotora está en el patio de la fábrica BMG (Wildau), lista para

tomarle las fotografías de rigor. Es la primera de un lote de cuatro que

sale de la sala de montaje. Alguien con buen conocimiento locomotivo,

que acompaña al fotógrafo, exclama: "Espectacular".

1 Se hace referencia a la ponencia: "Debate sobre la lepra: Médicos y pacientes interpre

tan lo universal y lo local", presentada por la profesora Diana Obregón y publicado en este

mismo libro.

Page 258: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

248 / Jorge Arias de Greiff

2. La ve por el otro costado: "¡Qué máquina más extraña! Esa ca

silla tan aireada... no parece un saber local europeo. Tiene un solo

domo y los areneros en los pasillos... esto es un saber local inglés".

3. Se acerca más a la locomotora: nota

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barras: "Eso no suele

fabricarse en Europa;

ése es un saber local

norteamericano ".

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4. "¡Es una loco

motora de vía angos

ta con tres cilindros!

Nunca había visto

nada parecido".

Page 259: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Sabeies locales diversos globalizados por una necesidad local I 249

5. Pasa ahora a mirarla de frente: "La caja de humos no tiene nada de Europa... la tapa de la caja es saber local americano... ¡la chimenea es saber local inglés!".

6. "El compresor... Westing-

house... otra vez saber local de

los Estados Unidos de Norte

américa".

7. "¡Pero la suspensión pendular del vastago de la válvula que reemplaza las guías es un saber local alemán!".

Page 260: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

250 I Jorge Arias de Greiff

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jg 8."Y este puente en acero fundido para soportar el sector y de

más piezas del mecanismo de reversa ¡es saber local alemán!". En

ese momento se le acerca un empleado de la fábrica que ha visto la

persistente perplejidad del acompañante del fotógrafo, y le dice:

"Ésta no es la primera locomotora de vía angosta y tres cilindros que

se fabrica: es la tercera... las dos primeras las fabricamos, una aquí

y la otra en Bélgica por Haine St. Pierre, hace como dos años, tam

bién para el Ferrocarril del Pacífico, también para Colombia: ésas sí

fueron en el mundo las primeras, y son también las primeras loco

motoras con cilindros externos e internos y bastidores exteriores,

para cualquier trocha. Y en cuanto a los bastidores externos, ellos

dan mayor estabilidad dinámica a la masa sobre resortes pudiéndo

se diseñar una máquina grande y poderosa en una vía angosta, con

centro de gravedad más alto. El material rodante colombiano que

resulta de esta optimización al máximo es de los más poderosos que

existen en vías angostas en el mundo. Y los tubos de fuego se solda

ban a la placa del lado del fuego, para evitar fugas de la caldera al

recorrer vías especialmente difíciles, entre las más difíciles del

mundo, como la Girardot, que someten a la locomotora a sobrees-

fuerzos". Esta práctica, que fue objetada por los colegas del

diseñador, en la "periferia" inglesa, a comienzos de 1930, acabó por

ser practicada por ellos hacia mediados del siglo.

Page 261: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local I 251

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9. "Y mire cómo se toma el movimiento de la válvula del cilin

dro central, por una manivela excéntrica en el último eje motriz, ésa

es otra novedad tecnológica". Ese sistema, especificado... "He no

tado también su perplejidad ante la caja de humos: la caja es bási

camente un saber local americano, pero las proporciones son dife

rentes para albergar un tamiz para cenizas proporcionalmente mayor,

para adecuarlo a los carbones locales de Colombia. La chimenea

tiene un aro de bronce, saber local inglés, que el diseñador incluye

para dejar su marca personal. Eso le da a la locomotora el Colom

bian Look, que así se designa en la literatura el aire de familia de las

máquinas que se están diseñando en Colombia"2.

2 Para detalles sobre estos diseños de material rodante adecuado a la necesidades de la realidad concreta local, véase J. Arias-de Greiff, 1989, "Un momento estelar de la ingeniería mecánica en Colombia: los diseños de locomotoras de R C. Dewhuist". En Boletín Cultural y Bibliográfico N° 21 (Bogotá).

Page 262: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

272 / Diana Obregón

Leprólogos que trabajaban en lugares tan disímiles como Colom

bia, Noruega, Hawai, India, Alemania y Sudáfrica habían intentado

durante dos decenios cultivar el bacilo de Hansen y así ofrecer la prue

ba de que este microrganismo era el agente causal de la lepra33. Todos

esos intentos se consideraban fallidos: los investigadores no conse

guían replicar los cultivos que otros anunciaban como exitosos. El

bacilo de Hansen se resistía a cumplir los famosos postulados de

Henle-Koch (aislamiento, cultivo, inoculación y producción en ani

males de experimentación de una enfermedad cuyos síntomas de

bían ser idénticos a aquellos de la enfermedad inicial). El congreso

de Berlín fue el escenario en el cual fueron examinados en conjunto

los experimentos de solitarios investigadores y de médicos de las po

sesiones coloniales europeas. Este fue un momento de acumulación

en cuanto al conocimiento de la lepra y Berlín se convirtió en un

centro científico en el cual se unificarían los diversos puntos de vis

ta sobre la etiología de la lepra34. Hasta allí trasladó Carrasquilla la

información acerca de sus cultivos y de sus experimentos de se-

roterapia33. Otros como él, también lo hicieron. Pero como la bacte

riología, en sentido estricto, no podía proporcionar la prueba de que

la lepra era una enfermedad microbiana, la epidemiología vino en

su ayuda. Médicos coloniales de India, Hawai y las Guayanas, entre

otros, habían acumulado durante años evidencia de la naturaleza con

tagiosa de la lepra. Pero sobre todo, el caso de las islas Sandwich (Ha

wai), cuyo descenso poblacional desde el arribo de los europeos en el

siglo XVIII por la introducción de microorganismos para los cuales la

población nativa no tenía defensas, fue considerado paradigmático.

La población hawaiana fue devastada por la lepra a mediados del si-

33 Sobre el tema del cultivo del bacilo de Hansen, véase McKinleyy Verder, 1933. 31 Véase el análisis de Bruno Latour (1987: 215-257) sobre los centros de cálculo, donde se concentra y se acumula el conocimiento para luego volver a las llamadas periferias. 35 Juan de Dios Carrasquilla, "Memoria sobre la Lepra Griega en Colombia", en.Mittheilungen und Verhandlungen der internationalen toissenschaftlichen Lepra-Conferenz zu Berlin im October 1897, vol. 1 (Berlin, Verlag von August Hirschwald, 1897), pp. 81-124.

Page 263: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local / 251

9. "Y mire cómo se toma el movimiento de la válvula del cilin

dro central, por una manivela excéntrica en el último eje motriz, ésa

es otra novedad tecnológica". Ese sistema, especificado... "He no

tado también su perplejidad ante la caja de humos: la caja es bási

camente un saber local americano, pero las proporciones son dife

rentes para albergar un tamiz para cenizas proporcionalmente mayor,

para adecuarlo a los carbones locales de Colombia. La chimenea

tiene un aro de bronce, saber local inglés, que el diseñador incluye

para dejar su marca personal. Eso le da a la locomotora el Colom

bian Look, que así se designa en la literatura el aire de familia de las

máquinas que se están diseñando en Colombia"2.

2 Para detalles sobre estos diseños de material rodante adecuado a la necesidades de la realidad concreta local, véase J. Arias-de Greiff, 1989, "Un momento estelar de la ingeniería mecánica en Colombia: los diseños de locomotoras de E C. Dewhuist". En Boletín Cultural y Bibliográfico N° 21 (Bogotá).

Page 264: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

252 / Jo?ge Arias de Greiff

10. La locomotora

estándar colombiana:

una doce ruedas clase

norte, fabricada por

BMG, de Berlín.

11. La locomoto

ra estándar colombia

na: una doce ruedas

de la clase Tolima, fa

bricada por Skoda, de

Pisen, Checoslovaquia.

12. La locomotora están

dar colombiana: una doce

ruedas de tipo Pacífico, fa

bricada por Leslie-Hawthor-

ne, de Newcastle, en Inglate

rra, para el ferrocarril de La

Dorada.

Page 265: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Saberes locales diversos globalizados por una necesidad loca! / 253

13. Una Kitson 260+062, fa

bricada por Kitson, de Leeds,

Inglaterra, para el ferrocarril de

Girardot.

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14. La locomotora estándar colombiana: una doce ruedas del tipo Tolima, fabricada por Baldwin de Filadelfia.

15. Locomotora de tren cilindros Pacific, fabricada por BMG

(Schwartzskopft) de Berlín, para el ferrocarril del Pacífico, servicio

de pasajeros.

Page 266: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

254 I Jorge Arias de Greiff

16. "La cabina lo desconcertó... ciertamente no es un saber lo

cal europeo, ni muy americano... aquí en la frialdad de Berlín se ve

desapacible... nosotros somos sólo una desapacible periferia de fa

bricantes de locomotoras, que realizamos los diseños que nos im

ponen desde el centro, que me dicen que queda en un antiguo

convento dominico, en el Ministerio de Obras Públicas... allá un in

geniero inglés con vastísima experiencia en ferrocarriles surame-

ricanos y del Caribe, diseña el material rodante para ese país en una

escalada racional de los ferrocarriles de Colombia. Por ese antiguo

convento pasa hoy la frontera del conocimiento tecnológico ferro

viario de vía angosta. Pasa por ese lugar porque allá con esos dise

ños se resuelven los problemas tecnológicos que genera una reali

dad concreta: el saber local potencial que encierra una realidad

concreta se pone de manifiesto al trabajar esa realidad... quien la

trabaja es entonces la autoridad mundial en la materia, en este caso

en la tecnología de ferrocarriles de vía angosta. Ya en una ocasión le

hicimos aquí en Berlín trampa a esos diseños, con la complicidad

de nuestros representantes, la comercializadora Hugo Stinnes de

Cali, y desde luego de las directivas del Ferrocarril del Pacífico, pero

el presidente de ese momento en esa república nos amenazó con de

jarnos a un lado en las contrataciones. Amenos que respetemos esos

diseños. Aprendimos a respetar a P. C. Dewhurst como la autoridad

del momento en ferrocarriles de vía angosta. Por ello, y naturalmente

Page 267: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local i 255

por la excelencia de nuestro trabajo local, aquí en Berlín, nos encar

garon de la construcción de estas Montañas de tres cilindros, las que

lo impresionaron tanto hace algunos minutos".

17. "Ahora vea la cabina en el cálido y colorido contexto de su

'centro': así la veían pasar desde los portales de las quintas veranie

gas, al pie de la carrilera, del otro lado de la estación de San Javier".

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18. Si por allá pasó la frontera del conocimiento ferroviario de

vía angosta, miremos ahora lo que alcanzó a irradiar. La 2-6-0 + 0-

6-2 Kitson de Girardot: Éste fue otro famoso diseño que incorporó

muchas de las características de los diseños colombianos3.

3Las especificaciones técnicas de las locomotoras de vapor utilizadas en Colombia, que desde

luego incluyen las que diseñó P. C. Dewhurst, se encuentran en Gustavo Arias-de Greiff,

1986, La muía de hierro. Bogotá.

Page 268: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

256 / Jorge Arias de Greiff

19. La Kitson de la India. Unas locomotoras para el ferrocarril de Kulka, en la India, manifiestan la influencia del diseño de las Kitson para Girardot.

20. Un desarrollo monumental para el Southern Pacific de 1930.

Otra derivación del diseño para Girardot, que no pasó del papel por

la crisis mundial de 19294.

4 Diseño preparado por American Locomotive Company para Southern Pacific. Véase D. Binns, 1981. Kitson Meyer ArticulatedLocomotives, Blackpool, p. 127.

Page 269: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local I 257

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21. Y durante la crisis del petróleo: Sudáfrica. Otro diseño, esta

vez propuesto para los ferrocarriles del África del Sur: una respues

ta al alza del petróleo que refleja de nuevo la escalada de las Kitson

colombianas5.

22. Paul C. Dewhurst, nuestro héroe, en comida de ingenieros,

1925. Sentados, de izquierda a derecha: Alvarez Lleras, Félix Salazar,

gerente del Banco de la República, Pedro Nel Ospina Vásquez, pre

sidente de la República, Laureano Gómez Castro, y Darío Botero Da

za. De pie: Dewhurst, primero a la izquierda; Jorge Triana, tercero.

5 Diseño presentado en 1981 por A. E. Durrand para los ferrocarriles sudafricanos durante la crisis del petróleo. D. Binns, op. cit., p. 128.

Page 270: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

D i a n a Obregón

DEBATES SOBRE LA LEPRA:

médicos y pacientes interpretan lo un ive r sa l y lo local

Desde hace por lo menos una década, los historiadores de la ciencia

en países no europeos, en particular en los latinoamericanos, argu

mentan en contra de las teorías difusionistas sobre la ciencia, espe

cialmente en la versión del artículo "The Spread of Western Science"

publicado por George Basalla en 1967 (Basalla, 1967 y 1993). En

consecuencia, se cita a este autor en forma casi ritual para asumir

una postura teórica que parta de lo "local", definido con frecuencia

como lo "nacional". Esta literatura hace énfasis en los actores loca

les y examina los contextos sociales, culturales y políticos en los

cuales se desarrollaron las teorías y las prácticas científicas1. Sin

embargo, aunque estos trabajos suponen una posición crítica fren

te a la noción de la recepción pasiva del conocimiento científico, no

siempre adoptan una posición crítica frente a la ciencia misma. Se

asume que el nacionalismo ha sido favorable al desarrollo de la cien

cia, afirmación con frecuencia válida, pero se elude el análisis de los

grupos sociales impulsores tanto del nacionalismo como de la cien

cia2. Asimismo, se acepta sin mayor crítica la idea de la universali-

1 Existe una abundante literatura latinoamericana de crítica a la idea de la difusión del conocimiento científico desde el centro hacia la periferia. Quizás algunos de los trabajos más significativos son: Stepan, 1981 y 1992; Vessuri, 1987y 1993;LafuenteySala, 1989;Cueto, 1989 y 1994; Saldaña, 1992 y Chambers, 1993. 2 Ésta es, por ejemplo, la posición de Saldaña (1992).

Page 271: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Debates sobre la lepra I 259

dad de la ciencia3. Al hacer énfasis en los actores locales que hicie

ron posible la institucionalización de la práctica científica en Amé

rica Latina, sin examinar los contenidos de tales ciencias ni sus re

laciones con intereses sociales, se corre el riesgo de escamotear el

análisis de la ciencia como dominación. Por lo demás, la historia de

la ciencia nacional se convierte fácilmente en justificación de polí

ticas científicas contemporáneas y en validación de proyectos nacio

nales o nacionalistas. En éste como en otros casos, la descripción

corre el riesgo de tornarse en prescripción.

A través del examen de algunos debates sobre la lepra que pro

tagonizaron médicos y pacientes a finales del siglo XTXy comienzos

del siglo XX en Colombia, me propongo mostrar que el carácter "uni

versal" del conocimiento científico ha sido históricamente construi

do por comunidades científicas organizadas, y cómo se formó una

cultura científica con pretensiones de universalidad en torno a un

problema particular definido como médico. Asimismo, resulta per

tinente destacar que históricamente los actores mismos han inter

pretado los componentes universales y locales del conocimiento

científico, y que no siempre la ciencia "nacional" ha proporcionado

una respuesta positiva a demandas sentidas de la población.

La etiología de la lepra: ¿herencia o contagio?

La lepra apareció como problema para la sociedad neogranadina por

lo menos desde la época de los informes que sobre la población

enviaban funcionarios virreinales e ilustrados a la Corona española

a finales del siglo XVIII. Pero fue en las postrimerías del siglo XTX, al

organizarse los médicos colombianos como profesión, cuando la le

pra comenzó a concebirse como una seria amenaza para la integra-

3 Importantes excepciones son: Vessuri, 1987 y 1993; Stepan, 1992; Chambers, 1993 y

Cueto, 1994.

Page 272: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

260 / Diana Obregón

ción de Colombia al mundo de la civilización y del progreso. Los mé

dicos, agrupados en la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales

de Bogotá, y posteriormente en la Academia Nacional de Medicina,

condujeron una serie de debates acerca del origen de la enferme

dad. En otra parte he mostrado cómo estos debates y la exageración

del número de leprosos en Colombia fueron motivados por la nece

sidad de medicalizar la enfermedad que había estado tradicional

mente en manos de instituciones filantrópicas (Obregón, 1996a,

1996b, 1996c y 1998). En este artículo me ocuparé, más bien, de

algunos aspectos del contenido de esos debates, que giraron sobre

todo en torno al problema de si la lepra era una enfermedad heredi

taria, como afirmaban desde 1847 las primeras autoridades en el

tema, los médicos noruegos Daniel Danielssen y Cari Boeck, o con

tagiosa, como sostenían desde 1873 el noruego Gerhard A. Hansen

y el alemán Albert Neisser.

Durante el siglo XIX en Colombia los estudios de medicina se

encontraban dispersos y el cuerpo médico desorganizado. El oficio

de médico no era una profesión en el sentido moderno. Una alusión

rápida a dos hechos permite mostrar algunas características de la

práctica médica antes de su etapa de profesionalización. El primer

acontecimiento es el siguiente: en 1847, el doctor Esteban Pardey

de Barranquilla exhibió frente al entonces presidente de la Repú

blica, general Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849), dos pa

cientes de lepra supuestamente curados por él. Quizás, este médi

co esperaba la sanción presidencial que legitimaría sus métodos

curativos frente a posibles clientes. El segundo hecho es la apari

ción en la Nueva Granada en 1858 de un manuscrito anónimo titu

lado Régimen que debe observar todo enfermo atacado de elefancía

o lepra, en cualquier estado de la enfermedad. Una nota al final del

texto anunciaba que el doctor Ricardo de la Parra, probablemente el

autor del manuscrito, preparaba y vendía los remedios descritos.

Aunque eran pocos, 174 médicos acreditados por la Facultad de

Medicina de Bogotá para atender 1'200.000 habitantes, la demanda

Page 273: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Debates sobre la lepra / 261

por servicios médicos profesionales también era escasa. Por lo tanto,

las carreras de los médicos, graduados o no, dependían de los pacien

tes y no de un grupo de colegas. Quizás por ello, la mayoría de trata

dos sobre la elefantiasis anunciaban el descubrimiento de curas in

falibles contra la enfermedad. Los médicos necesitaban asegurar una

clientela para sus remedios específicos y buscaban legitimidad para

sus acciones terapéuticas, no en un cuerpo científico-médico orga

nizado, sino en la autoridad política.

Al fundarse en 1867 la Universidad Nacional de los Estados

Unidos de Colombia, a la cual se incorporó la escuela privada de

medicina del doctor Antonio Vargas Reyes, se inició un proceso de

profesionalización de la medicina en Colombia. En ese mismo año

de 1867, el estudiante José María Ruiz presentó, para la revalida

ción de su grado en medicina de la Universidad Nacional, una te

sis sobre la elefantiasis de los griegos, nombre antiguo de la lepra.

Ruiz indicaba la razón por la cual decidió estudiar el problema de

la lepra:

La plena convicción que tenemos de que nuestra misión

como médicos es la de procurar la curación o el alivio de las do

lencias de nuestros semejantes, nos ha obligado a emprender el

estudio de una de las enfermedades más temibles que afligen a

la especie humana: la elefantiasis de los griegos [...] que desgra

ciadamente es una de las reinantes en nuestro país4.

Por razones comparativas con estudios posteriores, resulta in

teresante destacar los motivos que impulsaban a Ruiz a asumir el

estudio de la lepra: no solamente porque era una de las enfermeda

des que más afectaban a la población, como lo habían señalando

4 José María Ruiz, "De la elefantiasis de los griegos", Tesis para la revalidación del grado, 1867, Biblioteca Nacional, Fondo Pineda, Nfl 399.

Page 274: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

262 / Diana Obregón

diversos autores, sino porque su deber como médico era curar los

padecimientos humanos.

Ruiz se ubicaba en el horizonte de la teoría miasmática sobre

las enfermedades y establecía un complejo cuadro de causas predis

ponentes y determinantes de la lepra. Entre las predisponentes dis

tinguía cósmicas como el clima, los alimentos, la atmósfera y la cons

titución del suelo, e individuales como la herencia, la constitución,

el sexo y la edad. Las causas determinantes se dividían en propia

mente dichas y ocasionales, entre las cuales estaban las emociones

vivas, las vigilias prolongadas y la ingestión excesiva de alimentos; a

su vez, las propiamente dichas se dividían en comunes y específi

cas, entre las cuales estaba el contagio. Entre las comunes estaban

la ingestión de bebidas frías estando el cuerpo en transpiración y la

transición brusca de temperatura. Como se ve, las causas de la le

pra podían ser de muy diversos tipos, casi cualquier actividad, pa

sión o alimento podía producir la enfermedad.

En cuanto al contagio, Ruiz indicaba que médicos antiguos como

Areteo y Galeno, y médicos posteriores como Darwin y Pinel creían

en el contagio de la lepra. En cambio, según él, los modernos creían

que la lepra no era contagiosa, o bien, que había dejado de serlo

después del siglo XVI. Al examinar el caso colombiano, concluía que

"la elefantiasis ha sido y es una enfermedad contagiosa, pero que no

se transmite de esa manera sino mediante ciertas condiciones de

naturaleza no conocida"5. Su trabajo incluye referencias a Danielssen

y a Boeck, autores de la primera descripción anatomopatológica de

la lepra y considerados por el patólogo alemán Rudolf Virchowcomo

los iniciadores del conocimiento científico de esta enfermedad6.

5 Ibidem. 6 Daniel C. Danielssen and Cari W Boeck, Traite de la Spedalsked ou Eléphantiasis des

Grecs, Monograph (Paris, J. B. Balliére, 1848); también:/irte de la LépreparD. C Danielssen et C W. Boeck, Bergen en Sorvéege, ¡847, Edition commemorative du centenaire. Ed. by Héraclídes-Cesar de Souza-Araujo (Rio de Janeiro, 1946).

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Debates sobre la lepra / 263

Ruiz, además de presentar sus propias observaciones en pacientes de

lepra, también debatía con los autores colombianos que habían trata

do el tema, como Ricardo de la Parra e Ignacio Pereira, entre otros7.

Siete años más tarde, las ideas centrales sobre la enfermedad no

habían cambiado, pero en cambio se habían producido algunos vira

jes institucionales que serían significativos para el desarrollo de la vida

intelectual del país. En 1874, el periódico institucional de la Univer

sidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, los Anales de la

Universidad, publicó la tesis para el doctorado en medicina y cirugía

de Samuel Duran con el nombre de "Elefantiasis de los griegos".

Duran, al igual que Ruiz, indicaba las razones por las cuales había

escogido la lepra como tema de tesis. A diferencia de Ruiz, la cura

ción de la dolencia no aparece como primera motivación de su tra

bajo, pues no se trata de "preconizar un método curativo infalible".

Más bien su elección respondía al "deseo de contribuir en algo al

establecimiento del edificio científico en nuestra patria"8. Al no es

tar interesado en asegurarse las ganancias de un "específico", Duran

pretendía diferenciarse de los charlatanes. Mientras que para Ruiz

lo importante era ofrecer alguna esperanza de curación a los enfer

mos, para Duran una posible solución del problema pasaba por la

construcción del "edificio científico de la patria". De esta manera,

Duran reflejaba el clima cultural de la Universidad Nacional, bas

tión político-científico de los liberales radicales en la organización

de la nación y de la ciencia. Para entonces, la escuela de medicina

de la Universidad Nacional ya había graduado a por lo menos seis

promociones de médicos y la profesión comenzaba a organizarse en

' Ricardo de la Parra, Ensayo sobre el Zaarah de Moisés o espécimen de una obra seria sobre la elefantiasis de los griegos (París, Imprenta de Bonaventure I Ducessois, 1864) y del mismo autor, La elefantiasis de los griegos (Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1868); Ignacio Pereira, Elefantiasis de los griegos (Bogotá, Imprenta de Poción Mantilla, 1866).

8 "Elefantiasis de los griegos", tesis para el doctorado en medicina y cirugía, presentada a la Universidad de los Estados Unidos de Colombia por Samuel Duran, enAnales de la Universidad, 1874, 8 (67-72), 455-501, p. 478.

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264 / Diana Obregón

la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales fundada en Bogotá

en 1873. El público al cual se dirigían los trabajos científicos eran

los futuros colegas, profesores de la Universidad y miembros de la

Sociedad. A tono con las exigencias de construir una medicina na

cional, Duran subrayaba que había decidido "escribir lo que mi pro

pia observación me enseñara, prescindiendo de todo lo que han

podido escribir los sabios de más allá del mar", puesto que la ele

fantiasis existía en la mayor parte de las regiones del globo, pero en

cada una de ellas presentaba características particulares; el cuadro

de la elefantiasis india, afirmaba, no era aplicable en Turquía o en

Noruega. De esta manera, para Duran existía un imperativo:

[...] escribamos para nuestra patria, que la vida y el tiempo,

quiera Dios, nos permitan hacerlo para la humanidad en general

[...] pongamos enjuego nuestros sentidos y aprovechémonos del

resultado de nuestro criterio para deducir con verdad; describa

mos la elefancía de nuestra patria, establezcamos su diagnósti

co, su cuadro sintomático [...] su marcha, su terminación [...]9.

Es decir, Duran abogaba por el estudio de la situación local, con

vencido de que las enfermedades eran el producto de condiciones

particulares de tiempo y de lugar. Se trataba de construir saberes

locales para situaciones locales. En este caso, lo local respondía a lo

nacional.

Para Duran, la buena observación y el uso de los sentidos eran

garantía de cientificidad. De ahí que su tesis incluyera la observa

ción de varios casos clínicos. No obstante, Duran no podía olvidar del

todo lo que "los sabios de más allá del mar" habían escrito y por ello,

al realizar la descripción de la anatomía patológica de la enferme

dad, citaba a las autoridades en la materia: Danielssen, Boeck y otros.

Ibid., pp. 478-479.

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Debates sobre la lepra I 265

En cuanto a la etiología, indicaba las causas que predisponían al

organismo a contraer la lepra, que dividía en causas orgánicas -que

dependían de la constitución del individuo-y causas cósmicas. En

tre éstas se encontraban el aire, el agua, los vientos, la humedad, la

temperatura, la topografía y la constitución geológica del terreno.

El aspecto físico de las comarcas, así como su clima, tiene con

las habitaciones de los hombres, con sus costumbres, su manera

de vestirse, con su régimen alimenticio, con la construcción de

sus hogares y con su régimen alimenticio en general, mil varia

das influencias sobre el desarrollo de la enfermedad10.

Así como en el caso anterior, Duran también postulaba la existen

cia de una multitud de causas como productoras de enfermedad.

Duran descartaba "el bárbaro principio del contagio, atroz inventi

va, hija de la brutal maledicencia y del terror con que miraban esta

enfermedad ..."n .

Por lo demás, la principal causa predisponente individual de la

lepra era, para Duran, la herencia. Argumentaba que en los casos

estudiados por él, en el lazareto de Agua de Dios, el contagio no

existía y que por el contrario la mayoría de los casos de elefancía

ocurrían por herencia. Según Duran, si el contagio fuese causa de

la elefancía, toda la población de Tocaima ya sería elefancíaca por

causa de los enfermos que desde hace más de 300 años se refugian

allí12. Añadía que el pueblo de Agua de Dios, en donde vivían desde

hacía cuatro años de 300 a 400 personas sanas "en roce íntimo" con

150 o 200 elefancíacos, constituía otro ejemplo de que el contagio

no era causa de la propagación de la elefancía13.

10 Ibid., p. 468. El subrayado es mío. 11 Ibid.,pA60. 12 / te/ . , p. 470-1. 13 Ibid., p. 472.

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266 / Diana Obregón

Las ideas de Duran correspondían a una concepción neo-

hipocrática según la cual cada enfermedad correspondía a un tiem

po, lugar y paciente específico, y que consideraba el clima y en ge

neral los factores atmosféricos como causas de epidemias y de

enfermedades14. Ahora bien, el año de publicación de la tesis no

contagionista de Duran, 1874, fue justamente el año en que otro mé

dico noruego, Gerhard Armauer Hansen (1841-1912), en su infor

me anual a la Sociedad Médica de Christiania, mencionaba por pri

mera vez sus observaciones de un bacilo que sospechaba era la causa

específica de la lepra15. La idea de seres vivos microscópicos que pro

ducían enfermedades circulaba entre algunos médicos y veterina

rios, pero aún no se había iniciado la que con posterioridad sería con

siderada la "revolución bacteriológica"16. En Colombia, por ejemplo,

el médico homeópata Ignacio Pereira planteaba, por lo menos des

de 1866, la idea de que la lepra, así como la tuberculosis y la sífilis,

era una enfermedad transmisible, producida por parásitos. Para

Pereira, la homeopatía ofrecía tratamientos más eficaces para los

elefancíacos que las terapias alopáticas; sin embargo, sus ideas no

tuvieron mayor resonancia17. En ese momento en Colombia la me

dicina homeopática empezaba a ser convertida en marginal, debido

al empuje de la medicina alopática organizada18.

Mientras que las complicadas teorías neohipocráticas y miasmá

ticas postulaban una multitud de causas responsables de las enfer-

14 Sobre este tema ver DeLacy, 1993. 15 Gerhard Armauer Hansen, "Undersogelser angaaende Spedalskhedens Aarsager", en Sorsk Magazín for Laegevidenskaben, 1874, 9:1-88, reimpreso en 1955 como "Causes of Leprosy", en International Journal ofLeprosy 23 (3): 307-309. 16 Sobre este tema véase el estudio clásico de Bulloch, 1938/1979; véase también Cunningham y Williams, 1992. 17 Ignacio Pereira, Elefantiasis de los griegos: carta dirigida al señor Ricardo de la Parra (Bogotá: Imprenta de Foción Mantilla, 1866). 18 Sobre la medicina homeopática y sus conflictos con la medicina alopática, que ya se perfilaba como la medicina oficial, véase Guzmán Urrea, 1995.

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Debates sobre la lepra / 267

medades infecciosas, la teoría bacteriológica resultaba relativamente

sencilla: un agente específico producía una enfermedad específica.

Gabriel J. Castañeda fue uno de los primeros adeptos a las teorías

"pastorianas" en Colombia. Su posición es un ejemplo de hibridación

de teorías científicas de las más variadas procedencias. A la par que

aseguraba, citando a Pasteur, que la lepra era una enfermedad "para

sitaria", creía resolver de una manera muy sencilla el problema de la

transmisión de lo que él llamaba "el parásito". Para Castañeda, los

cambios súbitos de temperatura del calor al frío daban lugar a que los

parásitos existentes en la atmósfera se introdujeran por los poros abier

tos y, en consecuencia, se produjera la infección19. Castañeda mez

claba teorías de origen miasmático con ideas de corte bacteriológico.

En cuanto al debate entre herencia o contagio, Castañeda afirmaba

con ligereza que la herencia no era "más que un modo o una forma

del contagio". Esta afirmación provocó una contundente arremetida

del médico Juan de Dios Carrasquilla, el representante más lúcido del

punto de vista microbiológico para explicar la etiología de la lepra.

Carrasquilla dejó sin argumentos a Castañeda y a cualquiera que es

tuviera dispuesto a creer que las enfermedades se transmitían por

herencia20.

En un trabajo que publicó en 1889 el órgano oficial de la Socie

dad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá, la Revista Médica,

Carrasquilla argumentaba en contra de quienes habían afirmado en

reuniones anteriores de la Sociedad de Medicina que la herencia, así

como la inoculación o la infección, era un modo de transmisión de la

lepra21. Basándose en su propia experiencia como innovador científi

co de las técnicas agrícolas en Colombia, Carrasquilla afirmaba:

19 Gabriel J. Castañeda, Causa y tratamiento racional de la lepra de los giiegos hallados por inducción. (Bogotá, Imprenta de Echeverría Hnos., 1882), especialmente pp. 38-41. 20 Juan de Dios Carrasquilla, "Disertación sobre la etiología y el contagio de la lepra", en Revista Médica, 1889, 13 (137) pp. 441-484. 21 Ibid, p . m .

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268 / Diana Obregón

Biológicamente es inconcebible la transmisibilidad de las en

fermedades por heredad, y los hechos experimentales han demos

trado que, ni las mutilaciones accidentales o intencionales ni nada

de lo que se agregue al individuo reproductor puede transmitirse

hereditariamente. [...] No hay pues, enfermedades hereditarias,

fisiológicamente hablando, por la razón de que no puede haberlas;

y no puede haberlas porque a ello se oponen las leyes de física,

de química y de biología [...]2Z.

Mostrando su conocimiento del estado de la cuestión, Carrasquilla

citaba al biólogo alemán August Weismann, cuyas ideas formuladas

por esta época desafiaban la teoría, relacionada con el biólogo francés

Lamarck, de la herencia de los caracteres adquiridos23. Así continua

ba Carrasquilla:

Con los recientes experimentos de morfología se demuestra [...]

que las enfermedades no pueden transmitirse hereditariamente y,

por tanto, lo que se ha dicho hasta ahora de influencias hereditarias

tiene tanto valor como lo que en la antigüedad se dijo del influjo pla-

En su comunicación, Carrasquilla continuaba analizando las

enfermedades para las cuales se había propuesto con mayor fuerza

la teoría hereditaria: la sífilis, la tisis pulmonar y el cáncer. Consi

deraba que "ya no se discute la existencia del bacilo de la tuberculo

sis, ni la naturaleza infecciosa de la sífilis" y que "todo tiende a con

firmar la naturaleza parasitaria o microbiana del cáncer". Carrasquilla

era un hombre de su tiempo: como muchos otros bacteriólogos de esta

22 / te/. , p. 448. 3 Sobre las teorías evolucionistas en Colombia, véase: Restrepo Forero y Becerra Ardila,

1995a y 1995b. 24 Carrasquilla, "Disertación", p. 451.

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Debates sobre la lepra I 269

época creyó que el cáncer era producido por un microorganismo. La

heredad no era pues "más que una de tantas palabras inventadas para

ocultar la ignorancia de la verdadera causa de la lepra"25. Tomaba una

cita de la Revue Scientifique de diciembre de 1888 que, según

Carrasquilla, señalaba

[...] las vías de nuestra ciencia, la cual fue primero nosológica

y sólo anotaba los síntomas, después anatomopatológica y bus

caba lesiones, y hoy se ha vuelto resueltamente etiológica y halla

en la experimentación una serie de causas patógenas26.

La referencia a la experimentación no era casual, puesto que

Carrasquilla fue uno de los pocos, entre sus contemporáneos, que

asumió los riesgos de la experimentación científica27. La discusión

de Carrasquilla era no solamente contra los partidarios de la heren

cia, sino también contra teorías, como la de los influjos planetarios,

que él atribuía a la antigüedad, pero que en realidad habían tenido

vigencia en la cultura médica colombiana hasta hacía muy poco.

Saberes locales: el punto de vista de los pacientes

Más allá de la discusión sobre su origen, los médicos estaban de

acuerdo en que la lepra era un problema serio, puesto que se estaba

extendiendo rápidamente entre la población colombiana28. Fuese

contagiosa o hereditaria, para los médicos sólo había una respuesta

para el problema de la lepra: aislamiento. La expansión de la enfer-

25 /te/., p. 457. 26 Ibid.,p. 458 (nota). 27 En otro trabajo (Obregón, 1998) me he referido ampliamente a la seroterapia Carrasquilla, que él concibió como una terapia específica para la lepra, aplicando los principios de lo que entonces se llamaba la "inmunidad". 28 'Actas de las sesiones de los días 24y 31 de agosto de 1886"',Revista Médica, 1886,10 (107): 241-243; y Gabriel J. Castañeda, en "La lepra en el estado de Antioquia", Ibid., 258-259.

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270 / Diana Obregón

medad se detendría por la segregación, que impediría el contagio, o

por la separación de sexos, que impediría la herencia.

Los pacientes de lepra aborrecían las medidas de aislamiento

obligatorio, por tanto, eran decididos adversarios de las teorías del

contagio y de la herencia. El escritor Adriano Páez, quien aparente

mente había descubierto que estaba enfermo de lepra siendo cón

sul de Colombia en Francia, escribió en 1878 una serie de cartas al

abogado Ramón Gómez, presidente de la Junta de Beneficencia,

institución encargada de los lazaretos. Gómez creía que la enferme

dad era heredada. En consecuencia, afirmaba que una absoluta se

paración de sexos debía ser impuesta entre leprosos y que el matri

monio entre ellos debía ser prohibido. Páez se oponía a estas teorías

en nombre de los derechos individuales que garantizaba la consti

tución liberal radical de 1863, pero, ante todo, Páez confiaba en la

ciencia29. En sus memorias, publicadas después de su muerte por

Carrasquilla, Páez clamaba por el estudio científico de la cuestión

de la lepra por médicos colombianos, puesto que las conclusiones

de investigaciones realizadas en otros países no eran adecuadas para

Colombia. Solamente a través de la experimentación científica se

ría posible decidir si la lepra en el país era o no contagiosa30.

Luis Carlos Pradilla, otro escritor enfermo de lepra, argumen

taba en 1878 contra la teoría del contagio. Pradilla explicaba que la

variedad de elefancía común en Colombia era endémica, puesto que

era producida por condiciones telúricas particulares. En otras pala

bras, la lepra era peculiar a ciertas regiones debido a circunstancias

geográficas y climáticas específicas. Para Pradilla, la política de se

gregación practicada en la Europa medieval había causado la extin

ción de la enfermedad en ese continente debido a que este tipo de

29 Véanse las cartas de Páez en Antonio Gutiérrez Pérez, Apuntamientos para la historia de Agua de Dios (Bogotá, Imprenta Nacional, 1925), pp. 161-165. 30 Adriano Páez, "Viaje al país del dolor" (fragmentos) en Gutiérrez, Ibid., pp. 270-295, pp.293-295.

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Debates sobre la lepra I 271

lepra era "importada" de Asia; la lepra europea había sido contagio

sa antes que endémica. Pero la lepra colombiana era endémica; por

lo tanto, el aislamiento de enfermos de lepra, de acuerdo con Pradilla,

era completamente inútil31.

Estos ilustrados pacientes enfatizaban en la necesidad del es

tudio de las condiciones locales de la enfermedad. Sin embargo, la

mentablemente para ellos, argumentaban desde un punto de vista

que muy pronto se convertiría en anticuado. La teoría de la influen

cia de las numerosas condiciones climáticas, atmosféricas y geográ

ficas como causas de enfermedad se consideraba superada por par

te de la medicina científica. En su reemplazo, se erigía el modelo

simple de la bacteriología: a cada agente etiológico correspondía una

enfermedad específica. De esta manera, el saber de los pacientes,

por ilustrados que fuesen, se convirtió en "saber local".

De cómo se construye una cultura científica

Evidentemente, los enfermos perdieron la batalla contra el aisla

miento y contra la idea de que la lepra era una enfermedad conta

giosa. Hacia finales del siglo, la noción de que la lepra era produci

da por un microorganismo y se transmitía de individuos enfermos a

sanos se convirtió en lugar común entre la comunidad médica y entre

el público que tenía acceso a esta información. El Primer Congreso

Internacional de la Lepra que se celebró en Berlín en 1897, al cual

asistió Carrasquilla, aceptó oficialmente que la lepra era producida

por el bacilo de Hansen, aunque todavía faltaba la prueba experimen

tal del cultivo e inoculación del microorganismo, y determinó que

el aislamiento obligatorio de los enfermos era la única manera de

evitar la propagación del contagio32.

31 Montoya, Contribución, pp. 86-88. 32 Donald H. Currie, "Resolutions Adopted by the Berlin Conference of 1897", en Public Health Reports, 1909, 24 (38): 1361.

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272 / Diana Obregón

Leprólogos que trabajaban en lugares tan disímiles como Colom

bia, Noruega, Hawai, India, Alemania y Sudáfrica habían intentado

durante dos decenios cultivar el bacilo de Hansen y así ofrecer la prue

ba de que este microrganismo era el agente causal de la lepra33. Todos

esos intentos se consideraban fallidos: los investigadores no conse

guían replicar los cultivos que otros anunciaban como exitosos. El

bacilo de Hansen se resistía a cumplir los famosos postulados de

Henle-Koch (aislamiento, cultivo, inoculación y producción en ani

males de experimentación de una enfermedad cuyos síntomas de

bían ser idénticos a aquellos de la enfermedad inicial). El congreso

de Berlín fue el escenario en el cual fueron examinados en conjunto

los experimentos de solitarios investigadores y de médicos de las po

sesiones coloniales europeas. Este fue un momento de acumulación

en cuanto al conocimiento de la lepra y Berlín se convirtió en un

centro científico en el cual se unificarían los diversos puntos de vis

ta sobre la etiología de la lepra34. Hasta allí trasladó Carrasquilla la

información acerca de sus cultivos y de sus experimentos de se-

roterapia35. Otros como él, también lo hicieron. Pero como la bacte

riología, en sentido estricto, no podía proporcionar la prueba de que

la lepra era una enfermedad microbiana, la epidemiología vino en

su ayuda. Médicos coloniales de India, Hawai y las Guayanas, entre

otros, habían acumulado durante años evidencia de la naturaleza con

tagiosa de la lepra. Pero sobre todo, el caso de las islas Sandwich (Ha

wai), cuyo descenso poblacional desde el arribo de los europeos en el

siglo XVIII por la introducción de microorganismos para los cuales la

población nativa no tenía defensas, fue considerado paradigmático.

La población hawaiana fue devastada por la lepra a mediados del si-

33 Sobre el tema del cultivo del bacilo de Hansen, véase McKinley y Verder, 1933. 34 Véase el análisis de Bruno Latour (1987: 215-257) sobre los centros de cálculo, donde se concentra y se acumula el conocimiento para luego volver a las llamadas periferias. 35 Juan de Dios Carrasquilla, "Memoria sobre la Lepra Griega en Colombia", enMittheilungen und Verhandlungen der internationalen wissenschaftlichen Lepra-Conferenz zu Berlin im October 1897, vol. 1 (Berlin, Verlag von August Hirschwald, 1897), pp. 81-124.

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Debates sobre la lepra I 273

glo XIX y se convirtió así para los médicos coloniales en la prueba

epidemiológica viviente del carácter contagioso de la enfermedad. Los

médicos europeos, en cambio, creían, con Danielsen y Boeck, que la

lepra era una discrasia (alteración de la sangre) de origen heredita

rio. Los científicos reunidos en Berlín, encabezados por Hansen (y a

pesar de la oposición del patólogo e higienista alemán Rudolf Virchow,

que exigía la prueba experimental), acordaron que el bacilo era el

agente etiológico de la lepra. En las conclusiones de este congreso

se lee: "una parte considerable de la discusión ha estado relaciona

da con el Bacillus leprae, que la conferencia acepta como el virus de

la lepra". Y también: "la teoría de la herencia de la lepra ha mostrado

en mayor grado haber perdido fundamento en comparación con la

ahora generalmente aceptada teoría de su contagiosidad"36.

De esta manera se comenzó a construir un conocimiento cien

tífico "universal" sobre la lepra, unido a la conformación de una co

munidad científico-médica que se hacía cada vez más "internacio

nal". A la formación de esta comunidad contribuyeron de manera

importante las academias y sociedades científicas, las revistas cien

tíficas y los congresos científicos internacionales, una invención de

finales del siglo XK37. La profesión médica colombiana, con el res

paldo de esa comunidad internacional, propaga en Colombia los

saberes científicos oficiales y por definición excluye otros saberes.

Médicos y pacientes se rebelan

Ahora bien, tanto en Berlín como en otros foros nacionales e inter

nacionales, Carrasquilla se opuso a las medidas gubernamentales

que imponían el aislamiento obligatorio para los leprosos. En el

Tercer Congreso Científico Latinoamericano llevado a cabo en Rio

36 Donald H. Currie, "Resolutions Adopted by the Berlin Conference of 1897", en Public Health Reports, 1909, 24 (38); 1361. 37 Sobre este tema, véase Crawford, 1992 especialmente, pp. 14 y 38-43.

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274 / Diana Obregón

de Janeiro en 1905, Carrasquilla dio un interesante giro respecto de

su posición de 1889 sobre la etiología de la lepra. En 1889 había afir

mado, citando a Robert Koch, que

[...] las enfermedades infecciosas no provienen, como se creía

antes, de cuerpos fluidos, es decir, gaseosos, de miasmas, sino

de cuerpos sólidos, de polvos [...] Las enfermedades infecciosas

no son jamás producidas por el desaseo, por la viciación del aire

que proviene de la aglomeración de hombres, por el hambre, la

pobreza, las privaciones, ni por la suma de todos estos factores,

que es lo que se ha llamado miseria social, ni por las influencias

climatéricas. Sus.gérmenes específicos son los únicos que pueden

producirlos (sic)38.

En 1905, en cambio, Carrasquilla afirmaba que la propagación

de la lepra se producía por circunstancias sociales, como la pobre

za, y no por condiciones climáticas o telúricas; y que la lepra era una

enfermedad de evolución lenta, apenas ligeramente contagiosa. En

más de dieciséis años de estudio continuo de la cuestión, este cien

tífico había hecho las asociaciones pertinentes. Carrasquilla se opo

nía a la segregación de los enfermos en colonias remotas como pro

ponía la mayoría de los médicos colombianos y abogaba por la

creación de hospitales que debían estar localizados en las ciudades

donde hubiese médicos, asistentes y medicamentos, y donde la le

pra fuese tratada como cualquier otra enfermedad. El propósito de

los hospitales para los pacientes de lepra era buscar su cura a través

de la higiene, estudiar la enfermedad e investigar sobre tratamientos

científicos, como se había hecho en Noruega39. Además, Carrasquilla

38 Juan de Dios Carrasquilla, "Disertación sobre la etiología y el contagio de la lepra", en Revista Médica, 1889, 13 (137): 441-484, en p. 465. 39 Juan de Dios Carrasquilla, "Los sanatorios y la lepra", en Revista Médica, 1905,26 (306): 65-71.

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Debates sobre la lepra I 275

sugería adoptar el modelo de los sanatorios para la tuberculosis, cuyo

tratamiento higiénico y racional se puso de moda en Europa y en los

Estados Unidos a principios del siglo XX40.

Por esta misma época, el departamento del Cauca comisionó al

leprólogo francés, Dom Sauton, para que estudiara el problema.

Sauton, al igual que Carrasquilla, propuso el establecimiento de

hospitales municipales, de acuerdo con el ejemplo de Noruega. Sin

embargo, estas propuestas se encontraron con la formidable oposi

ción de la comunidad médica. Por ejemplo, Juan Bautista Montoya

y Flórez, médico graduado de la Facultad de Medicina de París y

quien sería uno de los más importantes leprólogos colombianos de

la primera mitad del siglo XX, consideraba que este sistema era de

masiado costoso para el presupuesto colombiano y manifestó su re

chazo a los expertos extranjeros y a la imitación de modelos impor

tados41. Teniendo en cuenta que la mayoría de los pacientes eran

campesinos, el gobierno decidió mantener los lazaretos ya existen

tes, adoptando lo que entonces se llamaba un sistema mixto de co

lonias agrícolas con hospitales42.

La lepra debía ser erradicada, pero debido a que el modo de

transmisión del bacilo de Hansen era desconocido, la mayoría de los

médicos justificaba casi cualquier medio para controlar la expansión

de la enfermedad. Éste era uno de los argumentos de Montoya, quien

invocaba la autoridad del Segundo Congreso Internacional sobre la

Lepra, celebrado en Bergen (Noruega) en 1909 y presidido por el

propio Hansen. De hecho, este congreso ratificó las decisiones to

madas en la reunión de Berlín de 1897: notificación obligatoria de

40 Sobre los sanatorios para la tuberculosis, ver el estudio clásico de Dubos, 1952. Véase también: Bryder, 1988, y Rothman, 1994. 41 Montoya, Contribución, pp. 356-357. 42 Pablo García Medina, "Profilaxia de la lepra en Colombia", Repertorio de Medicina y Cirugía, 1909, 1-1 (1): 52-59, pp. 55-56.

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276 / Diana Obregón

la enfermedad y estricto aislamiento de los pacientes43. Otras dolen

cias "tropicales" habían sido controladas atacando a los agentes de

la enfermedad. Pero en el caso de la lepra, la aplicación de este mé

todo degeneró en ataque a los leprosos mismos, ya que éstos eran

los únicos vectores de infección conocidos.

Montoya, por lo demás, proclamaba que las masas colombianas

no estaban preparadas para una política de segregación moderada

como había sido practicada en Noruega. Justificando su oposición

al establecimiento de hospitales municipales para los pacientes de

lepra y explicando la razón por la cual el gobierno colombiano había

eliminado el aislamiento a domicilio en 1907, Montoya sostenía:

[...] se comprende que en Noruega se puedan vigilar por los

médicos oficiales unos pocos enfermos blancos y educados, pero

¿quién vigila a un indio en Fúquene o a una negra de Lloró?... y

aun suponiendo que nuestra raza fuera toda blanca, no hay que

hacerse ilusiones, pues en Bogotá mismo se vio que gentes dis

tinguidas, a quienes se les permitió aislarse en sus casas, por

negligencia y desidia no cumplían con lo ordenado, y seguían su

vida de siempre, infectando la población... Para europeizarnos,

como lo está haciendo Argentina, necesitaríamos una fuerte in

migración de razas del Norte, que contrarreste nuestros elemen

tos étnicos inferiores y los eduque, pues, como todos saben, aquí

predominan las gentes de color o los mestizos de las razas blan

ca, indígena y negra, y son precisamente estos mestizos los que

presentan más casos de elefancía'''''.

Es interesante notar que, según Montoya, los leprosos, aunque

fuesen de clases "distinguidas", de inmediato por el hecho de ser le-

43 Juan Bautista Montoya y Flórez, "Profilaxis de la lepra en Colombia (Segundo Congreso Médico Nacional)" en Revista Médica, 1913, 31 (375): 321-331, p. 327. 44 Montoya, Contribución, pp. 336-337.

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Debates sobre la lepra I 277

prosos se igualaban a las "razas inferiores". Otros médicos también

compartían esta mirada racista hacia los enfermos de lepra que, por

lo demás, era usual en algunos países europeos y en los Estados

Unidos en esta época.

Todavía a comienzos del siglo XX, los pacientes insistían en que

la lepra no era contagiosa; sin embargo, sabían que las teorías conta-

gionistas estaban en boga. Los médicos, por otra parte, eran cons

cientes de estas creencias, y en sus cruzadas contra la propagación

de la enfermedad, consideraban estas opiniones como obstáculos

que debían ser removidos. Los enfermos seguían escribiendo so

bre la lepra. Poco antes de imponerse una estricta política de segre

gación en los lazaretos colombianos, el paciente José F. Correal es

cribió varias cartas al ministro de Gobierno argumentando contra

las teorías del contagio y de la herencia como causa de la lepra. Co

rreal protestaba en contra del aislamiento obligatorio de las víctimas

de lepra afirmando que la única razón para la discriminación de que

eran víctimas era su aspecto feo y repugnante43. Correal resumía las

opiniones de autores europeos que consideraban la lepra sólo lige

ramente contagiosa, incluidas citas de La Presse Medícale. Para

demostrar la escasa contagiosidad de la lepra, Correal expuso argu

mentos tomados de médicos leprosos que como pacientes habían

vivido en Agua de Dios y ejercido allí la medicina. Además, Correal

presentaba numerosos testimonios autenticados de pacientes de

Agua de Dios que narraban diversas circunstancias con el fin de

probar que el contagio o la herencia no habían desempeñado un pa

pel importante en su condición y que tampoco habían infectado a

nadie durante el curso de sus vidas. Correal, quien era miembro de

la sociedad homeopática Hahnemann de Colombia, también publi

có algunos folletos sobre este tema, pero la comunidad médica, desde

45 José F. Correal, "Carta al Ministro de Gobierno", Mayo 15, 1909, en Gutiérrez, Apuntamientos, pp. 325-326, p. 326.

Page 290: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

278 / Diana Obregón

luego, los ignoró46. Correal no era sino un "leproso". Como una prue

ba de que los leprosos habían perdido no sólo sus derechos civiles,

sino también su libertad de sentir y de pensar, el paciente Antonio

Gutiérrez observó con cierta ironía:

[...] nuestro gran leprólogo colombiano, el doctor Juan B.

Montoya y Flórez, dice con franqueza, y quizá interpretando el

sentimiento unánime de nuestros compatriotas, que tales escri

tos no tienen ningún valor por ser procedentes de enfermos (!!)47.

No sólo los médicos, sino también los funcionarios gubernamen

tales menospreciaban las experiencias e ideas de los pacientes. Por

ejemplo, Adolfo León-Gómez, prestigioso periodista, abogado y ex

consejero del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, que

había llegado a Agua de Dios como paciente de lepra en 1919, pu

blicó numerosos artículos en la prensa colombiana sobre las condi

ciones del lazareto, incluidas sugerencias sobre cómo mejorar la

institución para el beneficio de los pacientes. Sin embargo, las au

toridades los ignoraron por completo. El ministro del ramo admitió

una vez haber leído uno de los artículos escritos por León-Gómez

por pura coincidencia mientras viajaba en un tren48.

La medicalización de la lepra significó represión para los pacien

tes sin la compensación de un tratamiento efectivo. Como una ins

tancia más de la afirmación de su autoridad cultural, los médicos

rechazaron el conocimiento y la experiencia de los pacientes. Los

pacientes de lepra y sus familiares sabían que la enfermedad no era

altamente contagiosa, como lo sabía también Carrasquilla, pero el

gobierno, actuando con base en la opinión dominante de la comu

nidad médica, convertida en conocimiento científico universal, im

José F. Correal, "El contagio de la lepra" en Ibid., pp. 325-348. Ibid., p. 54. Léon-Gómez, La ciudad del dolor, p. 284.

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Debates sobre la lepra I 279

puso una política de aislamiento estricto, que significó abierta opre

sión y persecución para los leprosos.

Conclusión

En este artículo he mostrado el papel activo que desempeñaron cien

tíficos tanto europeos como no europeos en la producción de cono

cimiento científico universal sobre la lepra. La comunicación a tra

vés de revistas científicas y de foros internacionales hizo posible la

unificación de criterios en torno al problema de la etiología de esta

enfermedad. Desde el momento en que se adoptó el punto de vista

de Hansen en cuanto a que la lepra era transmitida por contagio y

no por herencia, cualquier idea contraria a ésta fue tenida como no

científica. En consecuencia, se despreciaron las posibles contribu

ciones de los más interesados en que se resolvieran las incógnitas

en torno a esta enfermedad: los pacientes mismos. Por definición,

la experiencia de los pacientes con su enfermedad fue convertida en

"saber local". De esta manera se formó una comunidad médica que

podría en adelante "opinar" en forma legítima sobre la lepra puesto

que poseía una cultura científica universal.

Ahora bien, en los debates tempranos sobre la lepra, antes de

imponerse la teoría contagionista, los médicos tenían en cuenta las

condiciones locales. Las enfermedades correspondían a lugares y a

condiciones climáticas y topográficas específicas. Una enfermedad

podría tener una causa en un lugar, y una diferente en otro lugar. El

paradigma bacteriológico, con su especificidad, borró las causas

predisponentes e inmediatas, con lo cual hizo desaparecer las con

diciones locales de la producción de enfermedades. La idea de que

cada enfermedad parasitaria es producida por un microorganismo y

cada microorganismo produce una enfermedad específica se con

virtió en un credo único en la comunidad médica. No solamente el

conocimiento bacteriológico pasó a ser universal, sino que las en

fermedades se convirtieron también en entes universales.

Page 292: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

280 / Diana Obregón

En cuanto al problema de la relación entre ciencia y nacionalis

mo, es claro que los médicos colombianos de este período se encon

traban construyendo una ciencia nacional. Sin embargo, en el caso

de las investigaciones sobre la lepra, esta ciencia nacional no siem

pre estuvo atenta a los intereses de los pacientes. Los médicos en

frentaron el problema de la lepra desde el punto de vista de sus in

tereses sociales y profesionales. El discurso nacionalista, que fue

esgrimido en varias ocasiones en relación con la discusión sobre las

estrategias para combatir la expansión de la enfermedad, sirvió

mayoritariamente para justificar medidas represivas en contra de los

pacientes.

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Page 295: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Alvaro León Casas Orrego

LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA

CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX

Introducción

La falta de un acueducto suficiente y de buena calidad para el abaste

cimiento doméstico e industrial de la ciudad de Cartagena, y la ca

rencia de un sistema de evacuación de aguas usadas, fueron dos de

los más importantes obstáculos para el progreso material de la ciu

dad en el penúltimo cambio de siglo. En pleno comienzo de la mo

dernización de las estructuras urbanas de las principales ciudades de

Colombia y en un momento en el que Cartagena enfrentaba retos como

el del aumento de población y el crecimiento de su perímetro urbano,

la ciudad tenía la enorme desventaja de no contar con agua suficiente

para ofrecer mínimas condiciones de salubridad para sus habitantes

y visitantes, y las aguas usadas contaminaban calles y espacios públi

cos, estancándose junto con las basuras en pestilentes muladares. Esta

situación, que se mantuvo durante casi cuarenta años (1890-1930),

provocó un sinnúmero de discursos, discusiones y proyectos formu

lados desde distintas instancias científicas, técnicas y políticas, que

traemos a consideración para ayudar a la comprensión de problemas

viejos que son aún hoy motivo de preocupación, como el de las condi

ciones medioambientales y su grave deterioro.

Antecedentes

Desde 1533, Pedro de Heredia lo había advertido al elegir el lugar

para la fundación de la ciudad y verificar que no había agua en la isla

Page 296: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

284 / Alvaro León Casas Orrego

de Calamarí; en consecuencia, los habitantes de Cartagena debie

ron abastecerse todo el tiempo, hasta comienzos del siglo XX, de

aguas lluvias colectadas en aljibes y jagüeyes.

El almacenamiento de aguas lluvias en aljibes y un sistema de

evacuación "natural" que dependía de las épocas de lluvia eran los

dos componentes del "sistema de aguas" ideado por los primeros

pobladores. En las dos últimas décadas del siglo XK, se ve aparecer

una nueva conciencia entre las autoridades civiles y los médicos

higienistas de Cartagena; el sistema de aguas de Cartagena se ha

bía vuelto caduco y peligroso, ya no llenaba las necesidades de una

ciudad que día a día ampliaba sus términos por fuera de la ciudade-

la amurallada. Médicos y autoridades comenzarán diálogos y discu

siones en la búsqueda de soluciones al estado de constante insalubri

dad de la ciudad: aguas estancadas, permeabilidad de las conducciones

construidas en cal y ladrillo, filtrajes de suciedades desde las cañe

rías porosas que conducían aguas usadas hacia los depósitos subte

rráneos de agua potable son algunos de los problemas que empiezan

a ser denunciados por médicos y periodistas, en plena época del auge

de la higiene pasteriana.

Un primer intento de buscar una solución con recursos locales

se expresa en la comunicación del gobernador José Manuel Goenaga

G. al empresario Ramón B. Jimeno, en 18881. Según él, la solución

no podía ser individual y dejarse en manos de los particulares, "que

no tienen recursos suficientes para la construcción de cisternas

como las que abastecían las necesidades de los pocos pobladores en

1 Ramón B. Jimeno había establecido en 1886 una compañía privada de abastecimiento de agua para la ciudad de Bogotá y Chapinero, reemplazando el sistema de acequias por el de tubería de hierro. (Vargas, J. y Zambrano, F. 1988: 11-94). No se tiene evidencias de la participación del señor Jimeno en alguna propuesta para la construcción del acueducto en Cartagena, pero sí sabemos, por las memorias de Eusebio Grau, que este empresario natural de Ciénaga (Magdalena) había iniciado el primer acueducto moderno establecido en la ciudad de Barranquilla, aproximadamente en 1875 (Grau, 1896: 47); una pequeña nota biográfica sobre Jimeno, en Conde (1995: 92-93).

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Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena I 285

tiempos de la colonia". Además, reconocía que ese sistema de cister

nas presentaba dos serios inconvenientes: primero, su dependencia

de la estación de lluvias; y segundo -lo que el gobernador considera

ba más grave-, que podía constituirse en origen de algunas de las en

fermedades endémicas que azotaban la ciudad, toda vez que se trata

ba de aguas estancadas en depósitos subterráneos de cal y ladrillo2.

El propósito del gobernador Goenaga de interesar a Jimeno en

la solución del problema del agua en Cartagena no tuvo los resulta

dos esperados. En consecuencia, al no encontrar las autoridades ci

viles soluciones con recursos colombianos, la historia del sistema

de distribución de agua potable domiciliaria de la ciudad estuvo mar

cada por la intervención técnico-financiera de empresas extranje

ras. En general, en las primeras cuatro décadas del siglo XX, el pro

ceso de construcción, administración y usufructo del equipamiento

de servicios públicos de la ciudad fue responsabilidad de compa

ñías foráneas, al principio inglesas y luego norteamericanas.

E l acueducto de Russell: entre la modernidad y el fraude

En la ciudad de Cartagena, luego del acueducto de canal propuesto

por los primeros españoles y al que los comerciantes y encomenderos

llamaron irónicamente el canal fantasma (Gómez, 1996: 287), no

hubo otra propuesta de acueducto hasta 1892, cuando la goberna

ción de Bolívar contrató a una compañía inglesa, representada por

Arturo J. Russell, para la construcción de un acueducto que sumi

nistrara "agua potable a la ciudad", con una proyección futura para

30.000 habitantes3. A partir de esta fecha, se presenta en Cartagena

2 AHC, Registro de Bolívar, Cartagena, 12 de marzo de 1888, p. 78. 3 El texto completo del contrato con el señor Russell había sido aprobado en el Concejo

por el acuerdo número 8 de 12 de agosto de 1892, y se publicó en una compilación de Contratos, Ordenanzas y Resoluciones Expedidos por la Asamblea de Bolívar ¡892-1894, Cartagena, Tipografía Araújo, 1894, p. 78.

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286 / Alvaro León Casas Orrego

una serie de compañías extranjeras interesadas en establecer y/o explotar en la ciudad, sus barrios y cercanías4 un acueducto moderno en tubería de hierro. La contratación de las firmas europeas o norteamericanas implicaba la incorporación de nuevas técnicas y la utilización de ingenieros extranjeros.

El acueducto Russell, de acuerdo con el contrato firmado en 1892 entre este empresario y el gobernador del departamento, debía suministrar agua potable a la ciudad de Cartagena, sus barrios y sus agregaciones5. La conducción del agua debía efectuarse a través de tubos de hierro fundido con un diámetro suficiente para proveer a toda la población con una cantidad de quince galones diarios por cabeza, y todo el sistema enterrado a una profundidad de uno y medio a dos pies. Una verdadera maquinaria hidráulica se instalaría debajo de la ciudad. En la superficie, la gobernación ponía a disposición del empresario, previo permiso del gobierno nacional, la parte necesaria del Fuerte de San Felipe, conocido entonces con el nombre de "El Cerro", para el establecimiento de un tanque con suficiente capacidad para mantener las reservas de agua que garantizaran la regulación del servicio. Como fuentes, señalaba los arroyos de Turbaco, Matute, Colón o Torrecilla.

Todo estaba aparentemente muy calculado para ofrecer una solución "moderna" a las carencias de agua de consumo doméstico e industrial de la ciudad. Sin embargo, en el contrato Russell de 1892 no se menciona la necesidad de construir simultáneamente un sistema de cañerías subterráneas para la evacuación de aguas usadas. ¿Se

4 En estos contratos, se ve aparecer una transformación del concepto tradicional de ciudad en la administración oficial: dado el crecimiento de finales del siglo XK, la ciudad de Cartagena ya comprende también sus barrios extramuros y los nuevos espacios urbanos llamados por los cronistas de la época "cercanías". Sobre la expansión de la ciudad de Cartagena, ver Casas, 1994: 39-68.

5 Contratos, Ordenanzas y Resoluciones expedidos por la Asamblea de Bolívar 1892-1894. Cartagena, Tipografía de Antonio Araújo, 1894, p. 288-296.

Page 299: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Car tagena I 287

trataba acaso de una particular idea de la higiene urbana que com

partían las autoridades civiles de la ciudad, los médicos higienistas

y los contratistas extranjeros? ¿Era por falta de recursos? ¿Había ne

gligencia de las autoridades? o ¿hubo segundas intenciones por parte

de los contratistas ingleses?

El transporte y alejamiento de las inmundicias, según lo in

dica la "ciencia sanitaria", debe hacerse mediante el sistema de

alcantarillado o de cloacas, consistente en la construcción de al

cantarillas o tubos por donde pasan las aguas que llevan en solu

ción o suspensión las excretas (Chivas, 1905: 309).

A finales del siglo XK, estos sistemas de evacuación de las aguas

sucias que arrastran inmundicias se conocían y aplicaban bastante bien

en Europa y los Estados Unidos. Inglaterra había acumulado una ex

periencia de casi un siglo en la construcción de redes de acueducto y

alcantarillado, lo que la convertía para ese momento, junto con los Es

tados Unidos, en los países vanguardia de estas tecnologías6. En ese

momento, un empresario inglés como Arturo J. Russell debía saber

que para lograr el saneamiento de una urbe era necesario un circuito

de tuberías de hierro que abasteciera de agua las viviendas, estableci

mientos fabriles, comerciales y fuentes públicas, pero además debía

saber también que ese circuito de agua potable tenía que ser articu

lado con un sistema de evacuación rápida e invisible, para evitar acu

mulaciones que pusieran en peligro la salud de los habitantes7.

6 El sistema se utilizaba en Inglaterra en su forma combinada (aguas lluvias y aguas sucias) desde 1838, y en los Estados Unidos, en la ciudad de Memphis, se había propuesto, por primera vez, desde 1880, un sistema de evacuación que separaba las aguas lluvias de las cloacas, haciéndolas correr por otros conductos o por las cunetas de las calles (Chivas, 1905); (Vigarelo, 1991: 225).

7 Según el sistema de aguas inglés de comienzos del siglo XTX, éstas riegan las casas antes de volver a los circuitos subterráneos.

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288 / Alvaro León Casas Orrego

En 1890 no existía en la ciudad de Cartagena un "sistema" sub

terráneo de evacuación de aguas residuales. Todavía a finales del si

glo XIX las evacuaciones en la parte amurallada de la ciudad se rea

lizaban mediante dos técnicas establecidas por los españoles durante

el periodo de la Colonia, aprovechando las aguas torrenciales que

corrían por las pendientes de las calles y salían por los "husillos" de

las murallas que servían como conductos de evacuación de los "de

sechos líquidos", arrastrándolos hacia el mar. Igualmente, el caño

de San Anastasio, que se consideraba desde el siglo XVII como la

"alcantarilla natural" de la ciudad, dependía también de las lluvias

para ser eficiente en su función. A finales del siglo XIX, este canal se

había convertido en uno de los peores "focos de infección" y en un

obstáculo para la expansión urbana de la ciudad.

Un sistema de evacuaciones que dependía de la temporada de llu

vias no garantizaba la higiene de la ciudad. En el verano, el polvo y la

escasez de agua afectaban considerablemente la salud de sus habi

tantes, pues el consumo de las pocas aguas de aljibe era causa de

disenterías, y las basuras que se acumulaban, verdaderos focos de

contaminación. En el invierno, por su parte, las primeras lluvias en

contraban casi siempre obstruidos los desagües y, en consecuencia,

los desechos líquidos se acumulaban en las cunetas de las calles y se

formaban charcas que se constituían en criaderos de mosquitos.

Con la reactivación de las actividades comerciales y el despegue

de los primeros ensayos industriales a finales del siglo XK8, las condi

ciones sanitarias de Cartagena se deterioraban día a día, en la medida

en que su población aumentaba y se incrementaban las demandas de

servicios utilizando las viejas estructuras del equipamiento urbano.

En estas condiciones, el acueducto de Russell, además de no solucio

nar el abastecimiento de agua, se había convertido en un atentado a la

higiene de la ciudad.

8 Sobre diferentes aspectos del desarrollo económico y empresarial de Cartagena, ver

Bossa, 1967, y Restrepo y Rodríguez, 1986.

Page 301: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena I 289

Otros acueductos

En estas circunstancias, en 1905 el gobernador de Bolívar, Henrique

Luis Román, firmó otro contrato con el ingeniero y empresario

jamaiquino James T Ford9, para el establecimiento en la ciudad de

un acueducto, utilizando las mismas fuentes de agua que anterior

mente se habían indicado para el contrato Russell. El acueducto en

tró en funcionamiento a comienzos de 1907 y en menos de un mes

el señor Ford transfiere los derechos de explotación a la compañía

inglesa denominada Cartagena (Colombia) Water Works Ltda., que

ofreció 20% de sus acciones a empresarios cartageneros, asumien

do todas las responsabilidades y privilegios adquiridos por J. T Ford.

Pero esta vez, la falta de una alternativa diferente con respecto a

las fuentes de agua, que tuviese en cuenta las nuevas dimensiones

de la población a comienzos del siglo XX, trajo consigo problemas

de insuficiencia del líquido y generó situaciones conflictivas con los

hacendados de Matute y Turbaco, quienes se quejaban de perder

agua para sus ganados10.

9 James T. Ford (1864-1907) llegó a Cartagena como ingeniero y empresario para encargarse de la construcción del acueducto, en la que sería su última actividad empresarial. Este ingeniero caribeño, nacido en Jamaica, tenía a sus 43 años de edad una reconocida experiencia empresarial y profesional en varios países del Caribe: había participado en las obras de irrigación de Guantánamo en Cuba, fue ingeniero consultor del gobierno de Colombia en lo relacionado con la empresa del canal de Panamá, tuvo a su cargo las empresas de ferrocarriles de Cartagena, Girardot y Antioquia y fue socio de la empresa de vapores Cartagena-Magdalena Steamboat Company. El Porvenir, Cartagena, mayo 10 de 1907, citado en el inédito de Ripoll, M. T. (1992: 5). 10 Los propietarios de tierras en Turbaco: Toribio Marrugo, Juan Carrillo, Eliodoro Chico, Eloy Castellón y Antonio Araújo, beneficiarios de la fuente de Coloncito, promovieron un pleito ante el fiscal del Tribunal para obligar a la empresa del acueducto de Cartagena a proveer de agua a sus predios, el cual se resolvió favorablemente para los propietarios en 1912, gracias a la intervención de la gobernación, que contrató con el ingeniero Dickin la construcción de albercas en dichos predios. Memoria que presenta el Secretario de Gobierno al Señor Gobernador de Bolívar (1913: 101).

Page 302: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

290 / Alvaro León Casas Orrego

Luego del litigio de las aguas de Turbaco entre la empresa del

acueducto y los dueños de las tierras, y con la intervención directa del

ministro de Obras Públicas, Aurelio Rueda, el ingeniero inglés William

Eduard Hughes Dickin adquiere en 1916 los derechos de propiedad

del Acueducto de Cartagena11. En esta ocasión, el propósito es pro

longar la tubería existente hasta un punto adecuado del río Magdale

na, con el fin de conducir al tanque de reserva de Matute, por medio

de bombas y filtros, una cantidad de agua suficiente para abastecer a

una población hasta de 80.000 habitantes, y suministrar además las

cantidades necesarias para riego de calles y fuentes públicas.

Crisis del acueducto

Sin embargo, la falta de agua potable seguía constituyendo uno de los

más grandes problemas que tenía la ciudad de Cartagena, y que dete

nía su crecimiento a principios del siglo XX. Desde finales de la déca

da de 1910, el acueducto que tomaba agua de Matute se había hecho

insuficiente e ineficiente. La población había aumentado considera

blemente y, lo más grave, la carencia de un tratamiento complemen

tario para eliminar el alto tenor de calcio que poseía, provocó grandes

incrustaciones en su tubería, con la consiguiente reducción del diá

metro de ésta, y de su capacidad de transporte (Lemaitre, 1983: 580).

En consecuencia, el agua no llegaba a las "cercanías" de Cartagena.

"Barrios excéntricos como el de Manga" -según ElPorvenir1 2-

"que en un principio tuvieron un desarrollo a saltos asombrosos, han

quedado paralizados desde que se hizo difícil, casi imposible, la con

secución del agua a los pobladores de escasos recursos". Los barrios

de los extramuros, agregaba el artículo, eran abandonados en un mo

vimiento de retorno a los barrios centrales de La Catedral y San

11 Mensajes e Informes del Gobierno Departamental de Bolívar, 1916 (1916:28-38). 12 AHC, El Porvenir, Cartagena, abril 18 de 1916, p. 2.

Page 303: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 291

Diego. Las aglomeraciones seguían constituyendo un serio peligro

para la higiene pública. El cálculo de una ciudad con 80.000 habi

tantes dependía directamente de las posibilidades de un crecimiento

urbano que garantizara un buen abastecimiento de agua.

Todavía en 1920, en el marco de la Sexta Conferencia Sanitaria

Internacional Panamericana celebrada en Montevideo en el mes de

diciembre, el director nacional de Higiene, delegado de la Repúbli

ca de Colombia, Pablo García Medina, insistía en señalar con mu

cha puntualidad que las dos más urgentes necesidades del puerto

de Cartagena eran la provisión de agua y la lucha contra el mosqui

to. Al identificarse con las memorias presentadas por otras delega

ciones panamericanas, García Medina reconoció que una vez aten

dido el problema del abasto de agua, "se resolverán fácilmente los

problemas de letrinas y alcantarillados que de ella dependen" (Gar

cía, 1922: 64-80).

El interés del director nacional de Higiene en el saneamiento de

la ciudad de Cartagena estaba ligado directamente con la preocupa

ción por la sanidad de los puertos. Desde 1914, cuando estaba próxi

mo el servicio de navegación interoceánica a través del canal de Pana

má, el mismo Pablo García Medina, entonces presidente del Consejo

Superior de Sanidad, advertía ante el Senado de la República que, en

cumplimiento de las convenciones sanitarias internacionales, a las

autoridades sanitarias de la Oficina Central de Washington no les

bastaba

[...] para considerar saneado un puerto... el que no haya en

él enfermedad alguna de las llamadas pestilenciales (peste, fie

bre amarilla y cólera) u otras infecciones, como tifo, fiebre tifoi

dea, etc. Ellas exigen, y con razón desde el punto de vista de la

higiene, que los puertos y las poblaciones que estén en rápida y

constante comunicación con éstos, tengan agua potable, debida

mente vigilada, acueducto bien construido, excusados higiénicos

y alcantarillas (García, 1914: 289-293).

Page 304: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

292 / Alvaro León Casas Orrego

El 29 julio de 1916, el general norteamericano William Crawford

Gorgas, jefe de la oficina sanitaria del canal de Panamá, al mando

de una expedición sanitaria norteamericana, compuesta de 27 per

sonas, con destino a varios puertos de Suramérica, fondeo la bahía

de Cartagena en el vapor "Zapara". Según su itinerario, debía per

manecer varios días en esta ciudad, pero tuvo la precaución, antes

de saltar, de pedir datos sobre los hoteles y otras cosas. En respues

ta, fue informado de que "en los principales hoteles de la ciudad no

se conseguía agua suficiente para el aseo de inodoros, etc.". Con esta

información, el importante higienista resolvió no quedarse, siguien

do viaje en el mismo buque para Puerto Colombia. De inmediato,

E l Porvenir, principal exponente de la prensa local, muy interesado

en conservar la buena imagen de la ciudad y el puerto, máxime cuan

do se trataba de una persona de cuyos informes podía depender el

levantamiento de las cuarentenas, propuso que los jefes de sanidad

tomaran cartas en el asunto de los hoteles y casas de asistencia y se

cerciorasen si efectivamente tenían agua suficiente para la limpieza

y demás servicios de este tipo de establecimientos. Se encargó tam

bién este periódico de hacer aparecer el hecho como desinformación

malintencionada de "alguien empeñado en presentar nuestro puerto

y ciudad como inadaptados de la vida moderna y desprovistos de las

más elementales cosas necesarias13. La verdad era que el general

Gorgas había padecido la escasez de agua cuando en junio de 1904 se

organizaba el Hospital de Ancón como una de las medidas sanitarias

para el saneamiento de la zona del canal de Panamá (Gorgas, 1918:

229), y la realidad de Cartagena en aquella época era que no tenía ni

agua limpia suficiente ni un sistema de cloacas.

La posición del doctor García Medina se hallaba en abierta con

tradicción con la memoria sobre las condiciones higiénicas de Car

tagena que en 1918 había presentado el doctor Manuel Pájaro

13 AHC, El Porvenir, Cartagena, 31 de julio de 1916, p. 2.

Page 305: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 293

H.14ante los delegados al Tercer Congreso Médico Nacional. García

Medina insistía en que Cartagena sufría de manera creciente las con

secuencias de una deficiente provisión de aguas "siempre defectuosa

por su calidad". Denunciaba en la Conferencia Panamericana que

en Cartagena

Una parte del agua se obtiene de dos quebradas que distan

más o menos cinco millas de la población, y que, conducida por

tubería metálica, se distribuye a los habitantes acomodados de la

ciudad; la mayor parte de la población hace uso de agua llovediza

recogida en cisternas construidas en general dentro de las anti

guas murallas, sujeta por consiguiente a una segura contamina

ción; o bien recogida en aljibes que se encuentran en los solares

y en otros lugares de la ciudad, sujetos también a contaminacio

nes provenientes de las basuras o de las muy defectuosas letri

nas. La calidad del agua que suministra el acueducto deja mu

cho que desear: son aguas que tienen un sabor salado y dureza

marcada; por otra parte, se proveen en cantidad relativamente

escasa. Las aguas de aljibe y cisterna son escasas, porque las llu

vias han disminuido considerablemente en los últimos años. Si a

esto se agrega el aumento visible de la población y el desarrollo

de las industrias fabriles, se verá la urgencia de cambiar esta si

tuación, que coloca a Cartagena en la categoría de los puertos

peligrosos, porque es terreno favorable para las infecciones que

como la disentería, la fiebre tifoidea, el paludismo, nacen fácil

mente en semejantes condiciones (García, 1922:76).

De otro lado, si bien la idea del ingeniero W. E. Hughes Dickin

de utilizar como fuente del acueducto las aguas del río Magdalena

14 Manuel Pájaro (1855-1943). Médico de la ciudad de Cartagena, además de muy activo en política, fue miembro de las directivas locales del Partido Nacional, y concejal y diputado

5 oportunidades (Restrepo, 1989: 25-39). en varias i

Page 306: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

294 / Alvaro León Casas Orrego

carecía de un estudio técnico preliminar, contó con el respaldo del mi

nistro de Obras Públicas Aurelio Rueda, muy interesado en la mejora

del acueducto para Cartagena, y quien al parecer había atendido a la

gestión de Pablo García Medina ante el gobierno nacional para que se

lograse la aprobación del nuevo contrato de acueducto15. El ministro

Aurelio Rueda consideró que los estudios necesarios para el estable

cimiento de un acueducto con agua del río Magdalena estaban ya con

tenidos en los trabajos que la empresa Pearson & Son16 había elabo

rado en 1915 para el saneamiento del puerto de Cartagena. Realmente,

esta firma londinense había limitado sus estudios al diseño de diver

sos planos urbanos -como lo había hecho para Bogotá-y a unas cuan

tas recomendaciones para el más ágil e higiénico funcionamiento de

la navegación en el puerto de la Bahía17. Sin embargo, la que parecía

ser la única alternativa confiable para una fuente de agua con la que

se pudiese abastecer las necesidades higiénicas de la ciudad no con

tó con el concepto favorable del doctor Pablo García Medina, quien

proponía para remediar la escasez de agua en la ciudad de Cartagena

que se prolongase el acueducto hasta el canal del Dique o hasta el río

Magdalena.

El primero de estos proyectos sería el menos costoso, pero ten

dría varios inconvenientes, entre los cuales resalta la inferioridad de

15 En 1915, el obstáculo más grave para mejorar las condiciones de salubridad de Cartagena seguía siendo la falta de agua potable. En este sentido, el 7 de junio de 1915, el Dr. Pablo García Medina, presidente de la junta central de Higiene, dirigió una comunicación a la dirección departamental de Higiene de Bolívar, en la que ofrecía su gestión ante el gobierno nacional para lograr la aprobación de un nuevo contrato de construcción de acueducto. AHC. El Porvenir, 9 de junio de 1915. 16 El Informe presentado por la Pearson & Son para la ciudad de Cartagena fue publicado en Memorias del ministro de Obras Públicas al Congreso de 1916, Bogotá, Imprenta Nacional, 1916. Sobre la Pearson & Son véase también \&Memoria del ministro de Obras Públicas al Congreso de 1915, Bogotá, Imprenta Nacional, 1915, p. 23. 17 Antes de ser contratada para Cartagena por el Ministerio de Obras Públicas, la casa Pearson & Son realizó estudios de saneamiento urbano para Bogotá en 1907 (Puyo, 1992: 214).

Page 307: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 295

la calidad de esta agua respecto a la del Magdalena y el temor fun

dado de que en épocas de gran sequía no pudiese suministrar el canal

del Dique la cantidad necesaria. El segundo proyecto no presentaba

estos inconvenientes, pero resultaba mucho más costoso. En este

sentido, en su calidad de representante de Colombia a la Conferen

cia Sanitaria Panamericana, García Medina hizo un llamado urgen

te al gobierno nacional y al gobierno departamental para que apoya

ran eficazmente al municipio de Cartagena en la solución de su

problema de agua, toda vez que se trataba del "puerto marítimo más

importante" del país (García, 1922: 76).

Médicos e ingenieros: ¿diálogo científico?

En Colombia, a finales del siglo XIX, se oficializó el papel regulador

de la medicina en materia de ordenamiento urbano, sobre todo en el

momento de la constitución de sociedades científico-médicas como

cuerpos consultivos de los gobiernos. A partir de esta alianza entre

medicina y autoridades, en las principales ciudades comienza un pro

ceso de medicalización de la función de distribución del agua y se la

convierte en un problema que involucra el saber de la higiene.

En las diversas sociedades médicas que se formaron en las prin

cipales ciudades colombianas a finales del siglo XK (Bogotá, Mede

llín, Cali, Cartagena, Bucaramanga, Barranquilla), es muy notoria

la preocupación por la higiene urbana, y en sus respectivas revistas

se publicaron artículos sobre el tema. Se trata de discursos en los

que la higiene ya no es un adjetivo (del griego hygeinos, lo que es

sano), sino un saber definido como el conjunto de los dispositivos y

de los conocimientos que favorecen el mantenimiento de la salud;

se trata también de un nuevo campo abierto como materia del saber

médico (Vigarello, 1991: 210). La aparición de la figura del médico-

higienista en Colombia tiene que ver con la de estas sociedades, pues

ellas serían los cuerpos consultivos del Estado para los asuntos de

higiene y salubridad. Ser médico higienista era desempeñar una fun-

Page 308: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

296 / Alvaro León Casas Orrego

ción social nueva dentro de una institución que era el "cuerpo mé

dico de la ciudad" (Obregón, 1992: 6318). Es la higiene pública, como

rama de la medicina, el lugar en el que los médicos colombianos de

finales del siglo XIX y comienzos del XX van a reclamar su compe

tencia científica como autoridades reguladoras del orden urbano, y

lo harán ya con fuerte convencimiento y optimismo inéditos, pues

consideran que a partir de los descubrimientos pasterianos la me

dicina ha dejado de ser ciega y ha comenzado por primera vez a curar

y prevenir las enfermedades colectivas.

Este auge del higienismo médico en las dos últimas décadas del

siglo XK, contemporáneo del primer intento de organización de una

política sanitaria nacional19, no llegó a ser en esa época una solución

a los problemas de insalubridad que afectaron a las poblaciones co

lombianas y, por supuesto, tampoco a los que padecieron las ciuda

des de la costa atlántica. Todavía en 1913, en el marco de los traba

jos del Segundo Congreso Médico de Colombia, el ingeniero civil

Lucio Zuleta (1917: 7-22) señalaba que en materia de saneamiento

urbano "Colombia está apenas en sus principios"20.

La mala calidad de las aguas, y su denuncia como causa de en

fermedades frecuentes en la época del verano, era tema común en

los discursos de los médicos higienistas y de la prensa comercial de

18 También fueron tareas de estas sociedades científico-médicas la reglamentación legal del ejercicio profesional de la medicina, la vigilancia de la conducta de los médicos y su unificación en un gremio que defendiera sus intereses. 19 Ley 30 de 1886 (20 de octubre) que crea las juntas de higiene en la capital de la República y en las de los departamentos o ciudades principales, Repertorio oficial, Medellín, Año I, N°47, 10 Ene., 1887, p. 371. 20 "En Bogotá, con una Oficina de Higiene bien establecida, algunas alcantarillas, bastantes calles pavimentadas con asfalto y un servicio bastante bueno de aseo en las calles" el acueducto constituía un verdadero "foco de infección". "Cali hasta ahora se ha venido a preocupar por el asunto y actualmente hay ingenieros elaborando un proyecto de saneamiento de la población, que piensan llevar a efecto antes de la llegada del ferrocarril. En Cartagena, con ocasión del centenario, se hicieron algunas obras, y de resto en las demás ciudades nada se ha hecho".

Page 309: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene u rbana en Car tagena I 297

Cartagena. La disentería y la fiebre disentérica eran asociadas en ellos

a la ausencia completa de las lluvias. En un interesante "trabajo ori

ginal" sobre el estado sanitario de Cartagena en 1897, el doctor Ra

fael Pérez C. (1897, 330-33821) admite como causa de la disentería la

mala calidad de las aguas, reconociendo también para las fiebres

disentéricas, además del problema del agua, al paludismo como

endemia constante de la ciudad22. Sobre el consumo de aguas, anota

en el mismo trabajo la manera como casi todos los habitantes de la

ciudad hacen uso del agua de aljibes, en los que

[...] en ocasiones nos ha sorprendido observar, por la prolon

gación del verano, cierta coloración anormal del agua y la presen

cia de vegetales en descomposición que le comunican aveces un

olor y un sabor más o menos desagradables.

De lo anterior concluye el doctor Pérez que "fácilmente se com

prende la participación considerable que esta agua así alterada podría

tomar en la génesis de ciertas perturbaciones de las vías digestivas".

Por otra parte, la creencia de que el agua obraba como causa efi

ciente en la producción de enfermedades como la elefantiasis árabe,

el hidrocele y los vermes intestinales mantenía divididas las opinio

nes de los médicos de Cartagena: mientras unos eran partidarios del

papel del agua en la producción de dichas enfermedades, otros pre-

21 El Dr. Rafael Pérez, miembro de la Academia de Medicina de Medellín, realizó estudios de medicina en la Universidad Nacional de Bogotá, para luego completarlos en París, donde obtuvo el título de doctor en medicina y cirugía. Allí conoció al Dr. Lascario Barboza, miembro activo de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar, con quien sostuvo una corta pero fecunda amistad hasta el día en que murió Pérez. De esta relación científica quedaron varios escritos, de los cuales dos fueron publicados en la revista de la misma Sociedad (Barboza, 1897: 298-299). 22 Vieja noción de las fiebres palúdicas como condición climatérica de los lugares, Cartagena era considerada como lugar palúdico o malario (de malos aires).

Page 310: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

298 / Alvaro León Casas Orrego

ferian asignar a estos estados patológicos causas diferentes. Como

miembro de la Academia de Medicina de Medellín, el Dr. Pérez pre

firió adoptar una posición prudente: "Nosotros, sin adherirnos a nin

guno de los dos bandos, aguardamos a que el tiempo y, sobre todo,

la experimentación, nos indiquen claramente de qué lado está la ver

dad" (Pérez, 1897:330-338).

Pero cualquiera que fuese la posición de los médicos con res

pecto a la incidencia del agua en aquellas enfermedades, lo que más

llama la atención en la postura del Dr. Pérez, así como en la de otros

higienistas de su tiempo, es la ausencia del tema de las evacuacio

nes de detritus. Al tratar del saneamiento de las poblaciones, su pre

ocupación no va más allá de garantizar el abastecimiento de agua,

con la convicción de que las evacuaciones se producen gracias a un

sistema "natural" determinado por el régimen de lluvias. Se eviden

cia aquí un discurso higienista que caracteriza la manera médica

como, a finales del siglo XK en Colombia, se enfrenta el tema del

agua para consumo humano, tratándolo sin tocar para nada el asun

to de la evacuación de aguas usadas. Es una insólita manera "mo

derna" de concebir la higiene de las ciudades, visible también en el

"trabajo original" del médico Manuel Prados (1894: 145-154) sobre

las condiciones higiénicas de Sincelejo.

Con la única diferencia de un punto en el que trata el tema del

Hospital de Cartagena, el artículo de Pérez (1897) parece seguir en

todo el esquema adoptado por Prados (1894). Los dos artículos des

criben la "ciudad" y la "población" "desde el punto de vista higiéni

co". El modelo usado en ambos llena los siguientes apartados: ubi

cación geográfica, clima, cementerio, abastecimiento de agua,

alimentación e "índole de sus habitantes", mercado público y ma

tadero, nosología de la región y su relación con los cambios atmosfé

ricos, demografía (nacimientos y defunciones) y condiciones de vida

de los pobladores. En los dos, el apartado del agua queda incomple

to; su preocupación por el agua limpia deja en el olvido el problema

de las aguas sucias que deben evacuarse como factor indispensable

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Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Car tagena / 299

para la conservación de la salubridad urbana23. Opuestos a una for

ma de limpieza que arroja las inmundicias a la calle, los discursos

higienistas de finales del siglo XKy comienzos del XXparecen acep

tar el sistema natural de las evacuaciones por medio de la lluvia, y

en todas las viviendas, la construcción de letrinas: esos depósitos se

cos en los que se pueden arrojar "las aguas sucias procedentes de la

limpieza de ropas, vajillas y el lavado corporal"24.

La necesidad de dar solución a los problemas de insalubridad, que

se agravaban con el crecimiento paulatino de la población —hacinada

dentro de la ciudad amurallada- y con la construcción de un acue

ducto moderno que no se complementaba con un adecuado siste

ma de alcantarillado, constituyó la circunstancia que definió la par

ticipación de la "ciencia sanitaria" como saber técnico-científico en

las instancias reguladoras del orden urbano. Al lado de médicos como

Rafael Calvo, Manuel Pájaro, Manuel R. Pareja, Rafael Pérez, Miguel

A. Lengua, Camilo S. Delgado, etc., la ciudad de Cartagena, en el

cambio de siglo, contó con la presencia e influencia de ingenieros

civiles y sanitarios como J. M. Tobías, Ricardo Arango, Eduardo

Chivas, Pearson, Geo Bunker y Umberto Bozzi, que en distintos

momentos y circunstancias propusieron nuevos puntos de vista,

diferentes a los de los médicos-higienistas.

23 Sólo en 1918 aparece una tímida alusión al asunto en el Tercer Congreso Médico Nacional, que se reunió en Cartagena y consignó en sus Resoluciones y votos la necesidad de organizar el estudio de las aguas minerales en Colombia, pedir al gobierno nacional el cumplimiento de las leyes referentes al saneamiento de los puertos marítimos y fluviales, especialmente la ejecución de las obras de sanidad en los puertos de Cartagena, Barranquilla y Buenaventura, como por ejemplo la construcción de una estación sanitaria en Cartagena, la pavimentación de calles, el establecimiento de alcantarillas y la fundación de laboratorios para los tres puertos; se solicitaba también hacer las gestiones diplomáticas necesarias para obtener la supresión de la cuarentena a que estaban sometidos los buques que atracaban en los puertos colombianos del Atlántico y del Pacífico (Buenaventura y Tumaco). (Tercer Congreso Médico Nacional de Colombia. 1918, pp. 42-43). 24 Un ejemplo de esta concepción sobre la higiene urbana se contiene en la reseña bibliográfica de Santero (1886: 67-73).

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300 I Alvaro León Casas Orrego

El proceso de construcción del equipamiento urbano moderno

a comienzos del siglo XX requirió la presencia de otro saber, más téc

nico pero no por eso menos científico, que planteaba una solución

integral a la insalubridad urbana, garantizando circuitos de agua con

suficiente abastecimiento y eficiente evacuación. En el último cam

bio de siglo, el médico ya no es la única autoridad en los asuntos de

regulación de la vida urbana, y las obras que exigen al ingeniero y lo

involucran en la salubridad pública producen una clara distinción

entre la "higiene" y la "ciencia sanitaria". De esta manera, el médi

co halla nuevos interlocutores, pero al mismo tiempo su autoridad

científica, en materia del abastecimiento de agua potable, se ve des

plazada por la del ingeniero, quien se ocupará en adelante de la cons

trucción de los acueductos y particularmente de los alcantarillados.

La entrada en escena de este nuevo personaje sugiere la compren

sión de la necesidad de las evacuaciones, como complemento im

prescindible de los circuitos urbanos del agua. La gran novedad de

los circuitos del agua, en la Cartagena de comienzos del siglo XX, con

sistió pues en involucrar un nuevo saber que se agregaba a las re

flexiones médicas sobre el agua de finales del siglo XKy su relación

con la higiene de las ciudades: el saber del ingeniero.

El ingeniero y la ciencia sanitaria

En un texto del ingeniero civil Ricardo M. Arango (1903: 189-193),

redactado en Panamá en 1903, aparecen las medidas que deberían

adoptarse "para el mejoramiento del estado sanitario de la ciudad".

Su publicación oficial en Cartagena constituyó la difusión por pri

mera vez de un nuevo tipo de saber científico-técnico, aplicable al

saneamiento urbano. Dice el ingeniero Arango:

La higiene es la conservación de la salud individual confor

me a las indicaciones del médico. La ciencia sanitaria, más am

plia que aquélla, tiene por objeto primordial la preservación y

Page 313: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena I 301

protección de la salud de la comunidad, mediante la acción com

binada del médico, del ingeniero y de las autoridades civiles [...].

Comprende además "todos los principios y todos los métodos

que tienden al mejoramiento de la salud de los asociados y a contra

rrestar el desarrollo de gérmenes genitores de enfermedades"25.

Desde el punto de vista del ingeniero sanitario, la higiene es domi

nio del médico y es sólo una parte de la ciencia sanitaria. En la com

petencia de saberes, es aquí el ingeniero quien reclama para sí la au

toridad científica en la higienización de la ciudad.

No hay gran dificultad en evidenciar los motivos de la publica

ción oficial del informe de Arango en la ciudad de Cartagena: sus

recomendaciones para Panamá podían aplicarse casi todas en esta

otra ciudad, pues ninguna de las dos poseía en ese momento "siste

ma de distribución de aguas"; además, en 1903, Cartagena sufría una

terrible escasez de agua, aumentada por la presencia de tropas na

cionales y por la especulación comercial con el costoso líquido. A raíz

de la grave situación, el gobernador del departamento de Bolívar

expidió un decreto26 en el que se restringía el uso del agua de "los

aljibes pertenecientes al Gobierno" o "aljibes públicos", para "con

sumo de las tropas acantonadas en esta ciudad y para las personas

enteramente pobres"; creaba el empleo de "celador de aljibes pú

blicos", entre cuyas funciones se contaban la de asearlos por dentro y

en sus canales, procurarles puertas y vigilar que se mantuvieran ce

rradas. El uso del agua limpia era un privilegio en la Cartagena de fi-

25 El informe del ingeniero Ricardo M. Arango, presentado en cumplimiento de un decreto gubernamental expedido por el jefe civil y militar del departamento de Panamá, comprende tres amplios capítulos: el primero, dedicado a los abastecimientos municipales de agua; el segundo, destinado a tratar el problema de la colección y disposición de los desperdicios, y el tercero, al tema de la protección de la salud (1903: 189). 26 Gobernación del departamento de Bolívar, Decreto N° 523 del 24 de julio de 1903, Registro de Bolívar, N° 2161, Cartagena, 30 de julio, 1903, p. 257.

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302 / Alvaro León Casas Orrego

nales del siglo XKy comienzos del siglo XX, pues había que comprarla

y los aljibes públicos, por su mal estado, constituían un verdadero pe

ligro para la salud. La salud era, pues, otro privilegio de las gentes pu

dientes. Nada diferente de la situación del puerto colombiano en el

Pacífico, donde el dinamismo comercial y las obras de construcción

del canal interoceánico hacían aún más grave la falta de agua.

Otro rasgo común entre las ciudades de Cartagena y Panamá era

la carencia de los elementos más necesarios y sobre todo del con

trol de los mismos para garantizar la salud de la comunidad. "Agua

abundante y de buena calidad, factor indispensable para mejorar la

salubridad pública" constituía la divisa del ingeniero civil Ricardo

M. Arango (1903:189).

También llama la atención en Arango la clasificación de las aguas

aptas para consumo humano (aguas lluvias, aguas subterráneas, po

zos y fuentes) y los medios pasterianos de purificación, considerados

por el autor como el más importante objetivo de todo sistema de lim

pieza del agua, debido al peligro que las bacterias representan en la

transmisión de enfermedades infecciosas. Hay aquí un cambio res

pecto a la higiene del siglo XK que atacaba los depósitos de aguas

estancadas, sin tener en cuenta este nuevo peligro de lo invisible,

puesto en evidencia por el químico Louis Pasteur y sus seguidores

médicos.

Con Arango, estamos ante el caso de un ingeniero pasteriano por

la doctrina y por la técnica: entre los sistemas de filtros domésticos

que recomienda, se cuenta el inventado por Chamberland27, el exi

toso alumno de Pasteur que ideó filtros para el agua y para el labora

torio y aparatos de esterilización como el autoclave.

La importancia del informe del ingeniero Arango consiste en que

va más allá de las preocupaciones, que en cierto modo compartía con

27 Entre los diferentes filtros destinados al uso doméstico, Arango recomienda el conocido con el nombre de "Pasteur Chamberland y Berkefeld" para contribuir a la purificación de las aguas (Arango, 1903:190).

Page 315: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 303

los higienistas, sobre los abastecimientos municipales y la higiene del

agua. Para la ciencia sanitaria, la "colección y disposición de desper

dicios" constituyen también factores indispensables de la sanidad

urbana, que distingue entre desechos sólidos y líquidos, y la "protec

ción de la salud" en la vida colectiva de las ciudades, saber que se ocupa

de la "reglamentación de las construcciones de edificios, las desin

fecciones, las vacunas, los baños públicos, las lavanderías y los lava

deros" (Arango, 1903: 191).

Arango advierte que "los desperdicios humanos son perjudicia

les para la salud" y distingue dos clases entre los desperdicios lí

quidos: las llamadas "aguas de albañal", que son las "infectadas por

el jabón, por materias vegetales y animales, orines y materias feca

les", y los "residuos de cocina". Desde el punto de vista de la cien

cia sanitaria, el ingeniero deja establecido que

[...] cualquier sistema que se adopte para la remoción y dis

posición de estos desperdicios deberá obedecer a las reglas sani

tarias que exigen: Io) que las aguas de albañal sean conducidas

de la manera más rápida al punto escogido para su tratamiento

final, y 2°) que su disposición sea tal que queden incapacitadas

para hacer daño al hombre. Sin duda alguna el sistema que me

jor llena estas condiciones es el conocido con el nombre de cloa

cas. Es esencial al funcionamiento regular de éste, una red de

cañería y una abundante cantidad de agua que por gravedad con

duzcan con toda rapidez las aguas de albañal (y los residuos de

cocina) al lugar donde deben recibir el tratamiento final. Sin agua

no debe existir un sistema de cloacas, desde luego que la base

sobre que descansa es agua y agua en abundancia. Toda separa

ción de este principio es un error que trae graves consecuencias

para la comunidad, porque las cloacas quedan convertidas así en

focos inmundos de infección peligrosa para la salud pública, y las

autoridades municipales, sin dicho elemento, carecen de medios

de control indispensables sobre las aguas de los amáñales que en

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306 I Alvaro León Casas Orrego

Nacional en Cartagena, el Dr. Manuel Pájaro28 sostuvo que Cartagena

podía ser considerada como una ciudad y un puerto higiénicos, pues

tenía desde la época colonial una distribución suficiente de aguas para

consumo y una evacuación eficiente de las aguas usadas, que se man

tuvo hasta la segunda mitad del siglo XK, época en que, debido al

aumento de la población y a la expansión urbana, se comenzó la des

trucción de parte de las murallas y de las obras de evacuación que

habían sido construidas por los españoles:

Construyeron los colonizadores grandes cisternas públicas en

las murallas y castillos de la histórica ciudad para el servicio espe

cial del ejército. En gran número de casas existen también aljibes

más o menos capaces, que recogen las aguas de lluvia que se con

servan más o menos bien aireadas y bajo la influencia depuradora

del calor solar directo o reflejo. Hay además en cada casa, grande o

pequeña, uno, dos o tres pozos de agua procedente de excavaciones

y filtraciones. Todo esto según un antiguo sistema español, que ha

prestado y presta a la población incalculables beneficios en el ramo

de aguas. Las de aljibe se han considerado potables, y en este con-

2S El doctor Manuel H. Pájaro (1855-1943) fue un afamado médico cartagenero. Cuando inició los estudios profesionales de medicina en 1875 tuvo como sus profesores a los médicos Rafael Calvo, José Manuel Vega y Manuel D. Montenegro. Luego de recibir su diploma en Medicina y Cirugía, es nombrado como profesor en ia Escuela de Medicina de Cartagena. Fue miembro fundador de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar y de la Academia de Historia. Ocupó una curul en el Concejo de Cartagena y presidió el mismo desde 1888 hasta 1891. También fue diputado a la Asamblea del estado soberano de Bolívar desde 1884, y le correspondió presidir la misma corporación cuando ésta tenía carácter departamental en 1903. En 1904 fue elegido representante primer suplente del Congreso de la República. En 1910 el ejecutivo nacional lo nombró director general de Instrucción Pública del departamento de Bolívar, desde donde, entre otras iniciativas, ideó la de dar el nombre permanente de Universidad de Cartagena al antiguo Colegio del Estado. Ocupó la presidencia honoraria del Tercer Congreso Médico Nacional celebrado en Cartagena en 1918, evento en el que se destacó por su intervención en la defensa de las condiciones sanitarias del puerto, evidenciando una postura más política que científica. El Porvenir, N° 6.063, Cartagena, agosto 14 de 1918, p. 2.

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Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 303

los higienistas, sobre los abastecimientos municipales y la higiene del

agua. Para la ciencia sanitaria, la "colección y disposición de desper

dicios" constituyen también factores indispensables de la sanidad

urbana, que distingue entre desechos sólidos y líquidos, y la "protec

ción de la salud" en la vida colectiva de las ciudades, saber que se ocupa

de la "reglamentación de las construcciones de edificios, las desin

fecciones, las vacunas, los baños públicos, las lavanderías y los lava

deros" (Arango, 1903: 191).

Arango advierte que "los desperdicios humanos son perjudicia

les para la salud" y distingue dos clases entre los desperdicios lí

quidos: las llamadas "aguas de albañal", que son las "infectadas por

el jabón, por materias vegetales y animales, orines y materias feca

les", y los "residuos de cocina". Desde el punto de vista de la cien

cia sanitaria, el ingeniero deja establecido que

[...] cualquier sistema que se adopte para la remoción y dis

posición de estos desperdicios deberá obedecer a las reglas sani

tarias que exigen: Io) que las aguas de albañal sean conducidas

de la manera más rápida al punto escogido para su tratamiento

final, y 2°) que su disposición sea tal que queden incapacitadas

para hacer daño al hombre. Sin duda alguna el sistema que me

jor llena estas condiciones es el conocido con el nombre de cloa

cas. Es esencial al funcionamiento regular de éste, una red de

cañería y una abundante cantidad de agua que por gravedad con

duzcan con toda rapidez las aguas de albañal (y los residuos de

cocina) al lugar donde deben recibir el tratamiento final. Sin agua

no debe existir un sistema de cloacas, desde luego que la base

sobre que descansa es agua y agua en abundancia. Toda separa

ción de este principio es un error que trae graves consecuencias

para la comunidad, porque las cloacas quedan convertidas así en

focos inmundos de infección peligrosa para la salud pública, y las

autoridades municipales, sin dicho elemento, carecen de medios

de control indispensables sobre las aguas de los albañales que en

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304 / Alvaro León Casas Orrego

estado pútrido contaminan el suelo, las aguas subterráneas y el

aire (Arango, 1903: 192).

Sin embargo el ingeniero Arango, al reconocer las dificultades

que algunas ciudades tienen para lograr un abundante y constante

abastecimiento de agua, proponía un "sistema de disposición de des

perdicios domésticos" que consistía en "dotar a la población de

cubos de metal de convenientes dimensiones para la facilidad de su

remoción periódica". Los desperdicios se depositarían sobre una ba

se de arcilla pulverizada en el interior de los recipientes y una ca

rreta del municipio los recogería cada dos o tres días, "en atención

a nuestras condiciones climatológicas", remplazándolos por otros

limpios (Arango, 1903: 192). En 1903 éste era un sistema adaptable

a ciudades sin agua como Panamá y Cartagena.

Ésta era la primera vez que se daba a conocer en Cartagena un

discurso teórico coherente con exposición de los conceptos de la

"ciencia sanitaria" aplicables a ciudades puerto con graves proble

mas de insalubridad y falta de agua. Con la publicación del informe

del ingeniero Ricardo Arango en el Registro de Bolívar en 1903, el

conocimiento sobre la necesidad de las alcantarillas como comple

mento para cerrar los circuitos del agua quedaba constituido públi

camente en Cartagena.

Dos años más tarde, en mayo de 1905, la Revista Médica de Bo

gotá, bastante conocida por los médicos de Cartagena, publicó un

artículo del ingeniero civil cubano Eduardo J. Chivas, quien, recor

dando un precepto hipocrático -"la vida saludable exige al hombre

aire puro para respirar, agua pura para beber y suelo puro donde vi

vir"-, explicaba la necesidad de

[...] evitar que se vicie la atmósfera y establecer una buena

ventilación en las habitaciones;... impedir que se infecten los arro

yos o los depósitos de donde tomamos el agua, y... establecer un

buen sistema de drenaje en los lugares húmedos y evitar que se

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Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 305

formen pozos de aguas estancadas donde las materias orgánicas

que contengan puedan entrar en estado de putrefacción e infec

tar la atmósfera y el suelo (Chivas, 1905: 307-308).

La ciencia sanitaria había hecho su presentación en sociedad, y

para ello utilizaba justamente los eventos y publicaciones médicas

o las publicaciones oficiales, y sin embargo, en una ciudad como

Cartagena, cuyo saneamiento interesaba a toda la nación, por tra

tarse de uno de sus más importantes puertos marítimos, el discur

so de los ingenieros apenas si tendrá algún eco a mediados de la dé

cada de 1920.

Se supone que, por lo menos desde esta fecha, las autoridades

civiles de Cartagena, el Ministerio de Obras Públicas y el cuerpo

médico de la ciudad debían comprender que era imposible el sanea

miento de las poblaciones sin tener en cuenta los tres factores ex

puestos por el ingeniero Arango: garantía de un abastecimiento con

tinuo de agua limpia, construcción de una red de cloacas para las

evacuaciones y reglamentación de la higiene pública para protección

de la salud de los habitantes o, en su defecto, obligarse a la utiliza

ción de ese "sistema de disposición de desperdicios domésticos".

Sin embargo, en Cartagena no existió un proyecto específico para

dotar a la ciudad de un sistema de cloacas o cualquiera otra alterna

tiva para la colección y disposición de las excretas. Durante todo el

periodo de nuestro estudio (1880-1930), observamos una ciudad con

estancamientos de agua, amontonamientos pútridos, basuras, pol

vo, lodo y mosquitos, factores insalubres todos éstos, causantes de

permanentes endemias que azotaban la ciudad.

E l médico, el político

En 1918, en una intervención tendiente a desvirtuar la imagen insa

lubre de Cartagena ante las naciones con las que Colombia sostenía

relaciones comerciales, en el marco del Tercer Congreso Médico

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306 ¡Alvaro León Casas Orrego

Nacional en Cartagena, el Dr. Manuel Pájaro28 sostuvo que Cartagena

podía ser considerada como una ciudad y un puerto higiénicos, pues

tenía desde la época colonial una distribución suficiente de aguas para

consumo y una evacuación eficiente de las aguas usadas, que se man

tuvo hasta la segunda mitad del siglo XK, época en que, debido al

aumento de la población y a la expansión urbana, se comenzó la des

trucción de parte de las murallas y de las obras de evacuación que

habían sido construidas por los españoles:

Construyeron los colonizadores grandes cisternas públicas en

las murallas y castillos de la histórica ciudad para el servicio espe

cial del ejército. En gran número de casas existen también aljibes

más o menos capaces, que recogen las aguas de lluvia que se con

servan más o menos bien aireadas y bajo la influencia depuradora

del calor solar directo o reflejo. Hay además en cada casa, grande o

pequeña, uno, dos o tres pozos de agua procedente de excavaciones

y filtraciones. Todo esto según un antiguo sistema español, que ha

prestado y presta a la población incalculables beneficios en el ramo

de aguas. Las de aljibe se han considerado potables, y en este con-

28 El doctor Manuel H. Pájaro (1855-1943) fue un afamado médico cartagenero. Cuando inició los estudios profesionales de medicina en 1875 tuvo como sus profesores a los médicos Rafael Calvo, José Manuel Vega y Manuel D. Montenegro. Luego de recibir su diploma en Medicina y Cirugía, es nombrado como profesor en la Escuela de Medicina de Cartagena. Fue miembro fundador de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar y de la Academia de Historia. Ocupó una curul en el Concejo de Cartagena y presidió el mismo desde 1888 hasta 1891. También fue diputado a la Asamblea del estado soberano de Bolívar desde 1884, y le correspondió presidir la misma corporación cuando ésta tenía carácter departamental en 1903. En 1904 fue elegido representante primer suplente del Congreso de la República. En 1910 el ejecutivo nacional lo nombró director general de Instrucción Pública del departamento de Bolívar, desde donde, entre otras iniciativas, ideó la de dar el nombre permanente de Universidad de Cartagena al antiguo Colegio del Estado. Ocupó la presidencia honoraria del Tercer Congreso Médico Nacional celebrado en Cartagena en 1918, evento en el que se destacó por su intervención en la defensa de las condiciones sanitarias del puerto, evidenciando una postura más política que científica. El Porvenir, N° 6.063, Cartagena, agosto 14 de 1918, p. 2.

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Los circuitos del agua y la higiene u rbana en Car tagena I 307

n cepto se las ha venido usando sin graves reparos de la higiene y

n sin daño apreciable para la salubridad pública (Pájaro, 1919: 170).

a

c Era evidente que el doctor Pájaro no diferenciaba entre las solucio-

d nes que los países europeos daban a los problemas de higiene urba-

s na en sus colonias y los proyectos para sus propias ciudades. Gra-

c cias a un reciente estudio sobre el agua en el siglo XVIII (Calatrava,

li 1995: 193-196), conocemos una muy interesante reflexión sobre la

estrecha relación histórica de las ciudades con el agua como un "pro-

í blema urbanístico en su triple vertiente del abastecimiento, el sa-

lizad neamiento y el ornato", en el que se puede apreciar que la preocu-

las d pación en la España de Carlos III por el ordenamiento de las ciudades

la de produjo iniciativas para la construcción de acueductos y sistemas de

tagei evacuación que se copiaban de Francia29 y que superaban en tecno-

dad ( logia y eficiencia a los sistemas de aguas y evacuación construidos

COS.J en los puertos americanos en aquella centuria.

de Vi Para este año de 1918, no sería extraño encontrar un diálogo en-

ro el tre dos maneras diferentes de plantear soluciones a la higiene pú-

Cau blica, la del médico y la del ingeniero. Sin embargo, en el Tercer

aire Congreso Médico Nacional, Manuel Pájaro exalta las ventajas de las

25). ciudades construidas a la orilla del mar, afirmando que, por tanto,

pueden utilizar una abundante provisión de agua de mar, que es "an-

E l d tiséptica poderosa", como complementaria del agua lluvia recogida

en cisternas. Ni las cisternas ni esa expresión sobre el agua de mar

Si s<

forn

míe

pre<

tild;

civil 29 Uno de los más conocidos proyectos realizados en España durante el reinado de Carlos J i III fue la "nueva traída de aguas a Pamplona mediante la realización del acueducto de Noaín".

A esta obra se le dio tanta importancia que en ella intervinieron sucesivamente los dos ar-" ' quitectos más importantes del siglo XVIII en España, Juan de Villanueva en 1776 y Ventura el ir Rodríguez en 1782. En materia de evacuaciones, concretamente en Madrid, desde 1761 se

dictaron normas para el empedrado de las calles, y el arquitecto Francisco Sabatini "dictó una serie de instrucciones bastante detalladas que preveían la construcción de conductos para evacuar, separadamente, las aguas pluviales, las de cocina 'y otras menores de limpieza' y las fecales" (Calatrava, 1995: 194).

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310 I Alvaro León Casas Orrego

donde no había acueducto ni sistema de purificación de aguas, pre

cisamente por falta de recursos. Según el ingeniero Arango, desde

el punto de vista pasteriano, las aguas lluvias, por su composición

de polvos, carbón y materias orgánicas acompañadas de bacterias,

no son "dignas de desconfianza". Esta advertencia la hace con el pro

pósito de que se tomen precauciones en los sistemas de abasteci

miento de la ciudad, para evitar los peligros de una contaminación

que sería vehículo de un sinnúmero de enfermedades. El predomi

nio de una opción política en un médico higienista como el doctor

Manuel Pájaro lo colocaba en 1918 en la posición de defender el

ineficaz y peligroso sistema de aguas de Cartagena, para mostrar,

ante las naciones del Caribe y los Estados Unidos, la imagen de un

puerto sano, ignorando así el detallado estudio del ingeniero Arango,

quien había denunciado en 1903 las condiciones de insalubridad de

las ciudades que debían abastecerse de las sospechosas aguas llu

vias y de pozo. El seguimiento del sistema de recolección de las aguas

lluvias hecho por Arango (1903: 189) describe con detalle los facto

res de la contaminación31.

Por otra parte, la débil presencia de los ingenieros en la toma de

decisiones de la administración de la ciudad se debía a que las au

toridades civiles (los gobiernos departamental y municipal), ante la

poderosa presencia de un cuerpo médico organizado en la Sociedad

de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar, no los tenían en cuen

ta como cuerpo consultivo en la búsqueda de una solución sanitaria

urbana. Por esta razón, todos los trabajos de construcción del acue-

31 "... los techos de las casas que forman el área de recolección de las aguas que van a estanques y aljibes... recogen gran cantidad de polvo que el viento levanta de las calles, y es bien sabido que el polvo es uno de los mejores conductores de infinidades de bacterias patogénicas; además... nuestros techos son rendez vous de los gallinazos, que el alimento principal de estos animales constituyen cuerpos en putrefacción; que los instintos glotones de estas aves los llevan a repletarse de modo tal que les provocan contracciones de regurgitación y entonces riegan los techos con ese alimento que no pueden contener en el estómago;... las aguas arrastran luego estas inmundicias lo mismo que los excrementos de

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Los circuitos del agua y la higiene u rbana en Cartagena / 311

ducto para Cartagena se hicieron sin que las compañías de ingenie

ros extranjeros que tuvieron presencia en la ciudad se comprome

tieran a realizarlo con todas las especificaciones modernas.

Condiciones higiénicas de Cartagena: aguas estancadas y mosquitos

El sistema de aguas de Cartagena a comienzos del siglo XX conti

nuó siendo mayoritariamente el de aguas estancadas en aljibes o

pozos, que con el crecimiento de la población se hacía cada vez más

insuficiente, pero además constituía un verdadero peligro para la

salud pública por la gran cantidad de mosquitos que en ellos se de

sarrollaban.

La atención de las autoridades sanitarias se orientó, en este sen

tido, hacia la vigilancia del agua. Con este objetivo, la junta departa

mental de higiene ordenó en 1908 cerrar con tela de alambre los al

jibes, los tanques y demás depósitos de agua, porque estando al

descubierto se convertían en "criaderos de mosquitos". La policía

sanitaria fue encargada de recorrer todas las calles de la ciudad im

pidiendo que las personas derramaran agua, formando charcos que

favorecían la reproducción de dichos mosquitos. El gobierno nacio

nal comenzó a estudiar el problema de la pavimentación y alcantari

llado de la ciudad para evitar la gravedad de los males provenientes

de la multiplicación de los insectos. Esa vigilancia de las aguas es

tancadas es una nueva práctica de higiene que, aunada a la de la des

trucción de los reservorios de dichos animales, constituía la nueva

prescripción profiláctica predicada por los médicos especializados

en los estudios de patología tropical. La medicina tropical y la

entomología médica habían cambiado el panorama de la higiene

como práctica y como saber, pues las investigaciones y las medidas

aquellas aves y de otros animales, para depositarlos en los estanques donde el agua impropiamente aireada se convierte en caldo de cultivo para el microbio de un sinnúmero de enfermedades como la tifoidea, la malaria, etc.".

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312 ¡Alvaro León Casas Orrego

sanitarias se habían enfocado desde 1899 en el mundo hacia la perse

cución de los llamados vectores de las enfermedades tropicales, tan

to las endémicas como las epidémicas. Y este movimiento revolucio

nario de la medicina a nivel mundial no era extraño en una ciudad

como Cartagena, donde desde 1911 el doctor Miguel Antonio Len

gua había propuesto la idea de anexar a la Escuela de Medicina una

de "Medicina Tropical"32, inspirada en modelos suramericanos, pro

bablemente el de la Escuela Tropicalista Bahiana de Medicina que

funcionó entre 1869 y 1890; y las demandas sanitarias de los países

colonialistas europeos (Peard, 1996: 31-52), alentadas desde el Insti

tuto de Medicina Colonial de París y la Escuela Londinense de Hi

giene y Medicina Tropical33.

Sin embargo, la lucha contra el mosquito aparece tímidamente

en la Cartagena de comienzos de siglo como iniciativa de las autori

dades locales y nacionales. Sanear la ciudad consistirá ahora tam

bién en evitar que los mosquitos tengan criaderos en las aguas es

tancadas. Esto convierte a los aljibes privados y públicos en los

lugares más sospechosos y, por ende, los más perseguidos. Esta per

secución creó conflictos entre los particulares y los agentes de la

policía sanitaria, que eran acusados de atacar la propiedad privada e

intentar, a la fuerza, dejar sin agua al pueblo.

Mientras eso sucedía entre las instancias encargadas de velar por

los intereses públicos -según las críticas publicadas en la prensa lo

cal-, la compañía del acueducto, la Cartagena Water Works, "sin re

comendarse a nadie, abre llaves de agua públicas y privadas". En

efecto, "de manera intempestiva, y cuando menos se espera, se lle-

32 AHC El Porvenir, N° 3.893, Cartagena 9 de marzo de 1911. Sobre la Escuela de Medicina Tropical, A. Casas y J. Márquez, "Medicina regional, medicina nacional y medicina tropical en Cartagena en el cambio de siglo". XCongreso de Historia de Colombia, Medellín, agosto de 1997. 33 Sobre médicos colombianos que se especializaron en Europa en patología tropical, cf. Abel, 1996: 39-40.

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Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Car tagena / 313

nan las calles de agua", actuando abiertamente en contra de las ele

mentales medidas profilácticas, mostrando un "menosprecio noto

rio por la salubridad, por la higiene, por las leyes y por las ciencias".

Como consecuencia de esto, los charcos y los mosquitos se convir

tieron en una constante causa de enfermedad, incluso en los meses

de verano. "La presión del agua del acueducto era tan fuerte", se

gún dice Daniel Lemaitre en sus "Corralitos de Piedra", "que las

tuberías se reventaban, y la compañía administradora del acueduc

to aconsejaba dejar las plumas abiertas por la noche donde fuera

posible, por cuyo servicio nada se cobraba..." (Lemaitre, 1983: 470).

En estas circunstancias, el saneamiento de la ciudad -decía un co-

lumnista de E l Porvenir- "resulta tela de Penélope en que el Go

bierno teje y la Compañía del Acueducto deshace el fruto de la la

bor". Los casos de fiebres palustres aumentaron considerablemente

por aquellos años, y crecieron los temores por la epidemia de fiebre

amarilla34.

En 1909, el director de sanidad municipal, doctor Antonio Mer-

lano, considerando que "es verdad científica indiscutible que los

mosquitos son agentes vectores de varias enfermedades, como el pa

ludismo, la fiebre amarilla, etc." y

[...] que en esta ciudad existen muchos pozos y depósitos de

agua estancada que son criaderos de mosquitos, que el agua de

pozos no es potable, y por lo tanto es a todas luces inconveniente

para la salud, pues están en directa comunicación con los excusa-

34 En 1908, en El Porvenir se ventilaba que uno de los problemas más sentidos de la ciudad de Cartagena era la extirpación de los mosquitos, que se identificaban como el medio con que la ciencia reconocía la transmisión de algunas enfermedades como "la malaria, la fiebre amarilla y quién sabe cuántas más". En el mismo año, un columnista de ese mismo periódico se pronuncia sobre la Compañía del Acueducto: " i Por qué se permite a la compañía [...] que encharque las calles? [...] ¿Qué ha hecho la policía a este respecto? [...] ¿Por qué no cumplen estas compañías los reglamentos de sanidad?", AHC, El Porvenir, Cartagena, junio 4, 1908.

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314 I Alvaro León Casas Orrego

dos y reciben infiltraciones subterráneas, define como la tarea fun

damental de la salubridad pública, la lucha contra el mosquito33.

En este sentido, el Io de septiembre de ese mismo año, el go

bernador José María de la Vega expidió una resolución mediante la

cual se dispuso que la dirección de sanidad procediera al cierre de

los pozos públicos y privados, y a desecar por los métodos conoci

dos (rellenos, etc.) los lugares de la ciudad donde existieran aguas

estancadas. Se aprobaba el "petrolaje de las aguas", o la utilización

de cualquier otra sustancia que hiciese posible la asfixia de las ba

suras donde la medida del cierre no fuera aplicable. La medida obli

gaba a los individuos poseedores de aljibe o tanque a mantenerlo ce

rrado, cuando no se estuviera haciendo de ellos uso inmediato, por

una puerta de alambre de cobre, labor que sería inspeccionada di

rectamente por la dirección de sanidad, que quedaba autorizada para

imponer multas de $5 a $50 pesos oro, en caso de oposición o in

cumplimiento36.

Pero estos intentos de la dirección de sanidad para cegar los po

zos de la ciudad no pudieron ejecutarse, pues con las deficiencias

del acueducto de Matute, en 1909, los pozos y aljibes representaban

la única fuente para la mayoría de los pobladores de bajos recursos.

La resistencia justificada de la población no permitió clausurar po

zos, cisternas o aljibes y además la gente no tenía recursos para ga

rantizar rejillas antimosquitos en sus fuentes de agua. En este sen

tido, fueron notorias las gestiones hechas por el general D. Eloy Porto

para mantener el servicio de agua tradicional de la ciudad hasta que

se garantizara el eficiente funcionamiento del acueducto.

Sin embargo, la defensa de los pozos era apenas una parte del

saneamiento que debía realizarse en la ciudad. La dirección de sa

nidad procedió a la desinfección de las alcantarillas y a adoptar otras

AHC, El Porvenir, Cartagena, septiembre 4, 1909. Ibid.

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Los circuitos de l agua y la higiene u r b a n a en Car tagena I 315

medidas que contribuyeran a erradicar aquellos "terribles focos de

infección"37.

Otras medidas complementarias de gran importancia se adopta

ron por parte de la dirección de sanidad. El doctor Merlano anunció a

través de la prensa que los expendedores de agua estaban bajo vigi

lancia de la sanidad y que se hallaban obligados a lavar semanalmente

los depósitos de agua, interior y exteriormente, en presencia de un

empleado de esa oficina. Se prohibió vender "agua impotable" como

la de los pozos, y sólo era permitido su uso para el lavado de ropa. Tam

bién fueron reglamentados los excusados: éstos debían construirse

por el sistema de pozos sépticos, de conformidad con el diseño, pla

no y dimensiones que determinara el ingeniero municipal38.

El agua urbana, entre la caridad y el privilegio

La precariedad del abastecimiento de agua en la ciudad de Cartagena

constituyó no sólo un factor de insalubridad urbana, sino que ade

más fue un elemento de diferenciación social. Entre finales del si

glo XKy las primeras décadas del XX, las tres empresas que se com

prometieron a suministrar agua potable a la creciente población

cumplieron sólo parcialmente con su deber, pues como se eviden

cia en toda la documentación científica y comercial revisada, ade

más de que no incluían en los contratos la construcción simultánea

de un sistema de alcantarillado, que garantizara cerrar los circuitos

del agua, no superaron las dificultades que presentaban las fuentes

y por consiguiente el acueducto llegaba solamente a los domicilios

de las familias que podían pagarlo. En este sentido, se entiende que

el sistema de aguas en Cartagena no constituyó en esa época un "servi

cio público", sino un privilegio de los ricos. Los pobres de la ciudad,

por su parte, dependían del agua de aljibe que se vendía en las calles o

37 AHC, El Porvenir, Cartagena, septiembre 11, 1909. 38 AHC, Acuerdos, Acuerdo 20 de 28 de marzo, 1919.

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316 I Alvaro León Casas Orrego

de las fuentes públicas que se dejaban abiertas en ciertos lugares. En

las épocas de crisis, calmar su sed dependía de la caridad de los miem

bros de la élite y de los empresarios que regalaban el líquido a los po

bres de solemnidad.

El año 1915 presenta una particular preocupación de las autori

dades civiles, las autoridades sanitarias, médicos e ingenieros, por

solucionar los graves problemas que en materia de salubridad man

tenían azotada a la población con permanentes epidemias y fuertes

endemias. No en vano, la alarma sobre la epidemia de "peste bubónica"

que se había presentado durante los años anteriores de 1913 y 1914,

y que en el mejor de los casos se admitía como una fuerte afección

neumónica, o "peste neumónica", había servido de advertencia a

todos sobre los peligros y consecuencias de que se presentara real

mente una epidemia que impidiera la apertura del puerto y la libe

ración de las cuarentenas. Tal vez por eso, en 1915 se comienza a

reconocer como el problema fundamental en la higiene de la ciu

dad, además de la falta de agua potable, la falta de un sistema de

cloacas. Los acueductos que se habían contratado y construido en

1892 con la compañía de Russell y en 1905 con Ford -la misma que

en 1915 "administraba" la Cartagena (Colombia) Water Work-no

habían alcanzado a superar la falta de fuentes de agua para el acue

ducto de la ciudad. Ya en ese año se discutía la solución de traer agua

desde el río Magdalena o desde el canal del Dique, mediante unos

canales que empataran con las aguas de Turbaco. Es en este mo

mento cuando comienzan a tener presencia las observaciones de los

ingenieros que se contrataban para que emitieran conceptos sobre

la viabilidad de las propuestas. Sin embargo, el problema del abas

tecimiento de agua potable domiciliaria en Cartagena debió espe

rar hasta más allá de la década de 1930 para consolidar lo que serían

la empresas públicas de Cartagena.

Aunque en 1915 el acueducto que construyera James Ford fun

cionaba administrado por la compañía inglesa, éste no constituía un

servicio público, sino que se había convertido en un privilegio para

Page 329: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 317

las pocas personas adineradas que podían pagarlo, y en instrumen

to de poder con el que se ejercía la caridad pública organizada por

la comisión sanitaria municipal como un acto de beneficencia que

debía agradecerse públicamente.

La cadena de distribución de las fichas que daban derecho a los

pobres a tomar las cantidades de agua asignadas funcionaba de modo

paralelo a otras formas de asistencia alimentaria como la de la leche

y, desde luego, se hacía de ello un acto digno de toda la publicidad

que resaltara las virtudes cristianas de los miembros particulares de

la junta sanitaria municipal. El 28 de mayo de 1915, por ejemplo, la

dirección de sanidad anunciaba enElPorvenir que, en todos los lu

gares donde se repartía gratis la leche a los pobres, se habían depo

sitado las fichas que daban derecho a los necesitados a sacar gratui

tamente el agua del gran tanque de la Estación del Ferrocarril.

Para el 5 de junio, la campaña "filantrópica" había dado muy

buenos resultados. En las páginas de El Porvenir de ese día, se pre

sentaba el siguiente reporte:

Distinguidísimas damas de refinada cultura no han esquiva

do ir de puerta en puerta solicitando una limosna destinada al so

corro de los desvalidos; el comercio ha concurrido con su óbolo al

mismo caritativo fin, la Compañía del Ferrocarril se ofreció para

traer agua del Magdalena para regalar a los necesitados; la empresa

del acueducto regala a los mismos dos mil quinientos galones

diarios, los médicos contribuyen con sus conocimientos a hacer

menos dura la suerte de los infelices, y todas aquellas personas a

quienes de uno u otro modo se les ha pedido su concurso, lo han

prestado voluntaria y decididamente. Esto habla muy en alto de

los magnánimos sentimientos de la sociedad Cartagena y es un

timbre de orgullo más para esta ciudad por mil títulos notable.

En el proceso de transformación urbana, el acceso a un sistema

de agua y alcantarillado u otro sistema de evacuación de los detritus

Page 330: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

318 I Alvaro León Casas Orrego

era limitado para la mayoría de la población, que vivía en medio de

la más absoluta falta de condiciones higiénicas. Las descripciones

de las viviendas de pobres son buen testimonio del acceso a la hi

giene como privilegio de las clases acomodadas. En la habitación de

la clase pobre,

[...] combatida por la miseria fisiológica [...], habitaciones que

apenas merecen el nombre de tales, [...] verdaderas zahúrdas en

donde a veces ni siquiera existen letrinas, ni hay desagües, ni pi

sos, ni ventilación, ni nada [...] lugares donde hasta las enferme

dades más benignas se agravan39.

Lo que los médicos e ingenieros recomendaban como "vivien

das higiénicas" con letrinas y desagües, en una ciudad carente de

sistema de alcantarillado, resultaba prácticamente imposible para

la clase pobre, tal como lo parece ahora.

La solución propuesta en las páginas de E l Porvenir consistía

en una intervención directa de las autoridades de la ciudad, para que

los propietarios de las viviendas las acondicionen, mejorando su hi

giene, aunque los costos de la inversión al final los paguen los in

quilinos. El aumento de los alquileres de vivienda se compensaría

con el mejoramiento de la salud de los habitantes.

La ciudad sin agua

La preocupación de las autoridades civiles por resolver con la ac

ción caritativa la sed de los pobres de la ciudad dejaba al descubier

to las deficiencias del sistema de aguas que desde la Colonia tenía

Cartagena y que no habían sido superadas por ninguna de las pro

puestas de acueducto contratadas con las compañías extranjeras.

AHC, El Porvenir, Cartagena, 22 de mayo, 1915, p. 2. "Transformación urbana"

Page 331: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena / 319

Todavía en 1921, algunos miembros de la élite cartagenera -que pro

yectaban una ciudad nueva, sin la estrechez de sus calles coloniales y

el encierro de las murallas, tan "contrarias al progreso" y que se im

ponían como un rígido obstáculo, incómodo y perjudicial para la acti

vidad comercial de la ciudad y el puerto40- reclamaban la solución del

abastecimiento de agua como una necesidad imperiosa.

La Cartagena (Colombia) Water Works Ltd. continuaba, aún en

la década de 1920, intentando soluciones diferentes a la propuesta con

tenida en el contrato del ingeniero Dickin (conectar el área del reser-

vorio a un punto en el río Magdalena). La empresa buscaba aumen

tar la cantidad de agua, sin atender a su calidad, e insistía en utilizar

las aguas del arroyo de Aguas Vivas.

El agua de Aguas Vivas presentaba un serio peligro para la conta

minación del acueducto, y en esto hasta el doctor Pájaro, apologista

del servicio de agua de Cartagena, estaba de acuerdo en que el agua

del acueducto procedente del arroyo de Matute no sólo era insuficiente

para la población,

[...] sino que no es del todo potable, mayormente en la época

en que no llueve, y que por lo mismo se reduce su volumen y se

precipitan en mayor cantidad los elementos calcáreos insolubles

en que abundan dichas aguas (Pájaro, 1919: 172).

Con esta consideración, Pájaro propone la filtración41; aunque,

frente a la propuesta de cambio de fuente, insiste en señalar las bon

dades del agua lluvia recogida y conservada en tanques de hierro como

el agua ideal para el consumo doméstico en Cartagena y otros pue-

40 AHC, El Porvenir, Cartagena, enero 10, 1921. 41 Muy apegado a lo tradicional, el doctor Pájaro señala las desventajas del agua de Matute para resaltar las buenas cualidades del agua de cisterna: "Ua filtración de estas aguas [de Matute] se impone pues de un modo imperioso, si han de emplearse esas aguas para bebida, como la usa la clase pobre, pues la acomodada sigue usando sin inconveniente, antes

Page 332: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

320 ¡Alvaro León Casas Orrego

blos del departamento de Bolívar. En este sentido, resulta pertinente

e interesante la siguiente observación de higiene pública:

[...] es de notar que la población vecina de Turbaco, en donde

quince años atrás se bebía exclusivamente agua de los arroyos próxi

mos, agua calcárea y casi impotable, esa risueña población era azo

tada sin intermisión por la disentería. Hoy se consume allí agua de

cisternas o de tanques de hierro, y es palpable que la enfermedad

disentérica que la diezmaba ha perdido desde entonces su anti

gua frecuencia y gravedad mortífera (Pájaro: 1918, 172).

Finalmente, el médico aceptará como acertado el proyecto de pro

longar el acueducto hasta el Dique o el Magdalena, siempre y cuando

esta agua "sea bien filtrada y se la someta a la purificación necesaria

para evitar futuros peligros a la población" (Pájaro: 1918, 173).

Años más tarde, el ingeniero sanitario norteamericano Geo C.

Bunker reportaba en el estudio que presentó ante la empresa -pu

blicado en El Porvenir en enero de 1924- que el problema no resi

día solamente en encontrar una fuente de agua abundante para la

ciudad, sino que era preciso procurar la buena calidad de la misma.

En este sentido, el análisis científico de las aguas de la corriente del

arroyo Aguas Vivas fue el primero de ese orden en la ciudad, y ponía

a disposición de las autoridades urbanas el conocimiento necesario

para adoptar las medidas más convenientes en materia de la higie

ne de las aguas (Casas, 1996: 87).

El resultado de los análisis del ingeniero Bunker (Cartagena,

1924) coincide con los del ingeniero Arango (Panamá, 1903) en el

sentido de que las aguas arrastran gran cantidad de inmundicias, las

cuales, depositadas en los estanques, se convertían en el principal

factor de contaminación. En la inspección del área de recolecta del

bien con placer, el agua de cisternas, por ser delgada y agradable y reunir muchas de las condiciones del agua verdaderamente potable" (Pájaro, 1919: 172)".

Page 333: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene u rbana en Cartagena I 321

reservorio proyectado en el arroyo de Aguas Vivas y en los estudios

sobre varios datos relativos a ella, Bunker proscribió esta agua como

no conveniente para la Cartagena (Colombia) Water Works Ltd. y

por eso habría que represar las aguas lluvias en esta área por medio

de la construcción de una represa en el nombrado arroyo42.

La gran dificultad para la higienización del puerto y de la ciudad

de Cartagena, tal como lo había expresado Pablo García Medina en

su informe de Montevideo en 1920, consistía en la ausencia de una

fuente propicia para el abasto. Cartagena, ciudad sin agua, se con

vertía así en espacio de los análisis de médicos e ingenieros, que con

espíritu cívico o contratados procuraban una solución duradera.

Circuitos abiertos: la constante insalubridad

Mientras los funcionarios de la junta sanitaria se ocupaban de la ca

ridad pública, en Cartagena se seguían viviendo los rigores de la falta

de saneamiento.

Durante la década de 1920, los circuitos del agua seguían sien

do abiertos o, mejor, cerrándose en presencia de los habitantes, tal

y como se habían conocido desde la Colonia y en el siglo XK Tanto

en E l Porvenir, como en el Diario de la Costa, los dos más impor

tantes periódicos de la ciudad, se multiplicaron constantes y nume

rosas denuncias sobre focos de insalubridad. Las críticas y deman

das a las autoridades sanitarias fueron igualmente frecuentes.

El problema de los desagües de Cartagena constituyó en la pri

mera mitad del siglo XX un problema permanente y estructural. Aún

en 1925, E l Porvenir muestra en una nota publicada el 21 de enero

que este problema sigue sin solución:

En la época de invierno, es explicable y hasta tolerable que

en las calles se formen lodazales por la constante lluvia, pero que

AHC, El Porvenir, Cartagena, 2 de enero de 1924.

Page 334: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

322 / Alvaro León Casas Orrego

en pleno verano existan en algunas calles aguas estancadas, no

hay motivo alguno que lo justifique y las autoridades encargadas

de la sanidad, deben proceder a impedirlo. En la Plaza de los

Mártires hay una corriente permanente que pasa por la Calle

Larga y desagua en el mar.

La topografía del espacio urbano, con depresiones por debajo del

nivel del mar, permitía, y permite aún, la acumulación de aguas que

permanecen incluso en épocas de prolongado verano. Hoy lo sufri

mos, y hasta nos acostumbramos a vivir con ello, pero se trata de un

problema estructural, crónico y de muy vieja data, origen de numero

sas endemias y epidemias. En las primeras décadas del siglo XX este

problema era denunciado por muchas voces interesadas en mostrar

le al mundo un puerto y una ciudad sanas; por otra parte, en ese mo

mento, el interés del Estado se centra como nunca antes en tener una

población apta para el trabajo, fuera nativa o inmigrante; esto explica

en parte el nuevo auge de la higiene urbana y la argumentación médi

ca oficial en favor de inversiones en saneamiento y salud.

La documentación y la realidad de los servicios públicos de

Cartagena de todo el siglo XX dejan ver una lentitud característica

en el proceso de saneamiento de la ciudad. El juego de circunstan

cias y procesos históricos paralelos se repite en el transcurso del

tiempo. Cuando se termina de ejecutar una obra proyectada para

cierto crecimiento de la ciudad y de la población, aparece insuficiente

y pareciera como si hubiera que comenzar de nuevo. Ha sido el eter

no retorno de los mismos problemas e insuficiencias que aparecen

en momentos distintos. En 1929 se autorizó al alcalde del distrito,

Enrique Grau, para que adelantara las gestiones necesarias para la

pavimentación general de las calles de Cartagena, Getsemaní y otras

avenidas extramuros43. Y, paradójicamente, las disposiciones ten-

AHC, Acuerdos, Acuerdo 6 de 23 de enero de 1929.

Page 335: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 323

dientes a la construcción del alcantarillado de toda la ciudad apare

cen sólo al año siguiente cuando, por acuerdo del Concejo, se esta

bleció una junta compuesta de tres ciudadanos y el personero mu

nicipal para realizar los estudios pertinentes en colaboración con el

ingeniero municipal u otro profesional especializado, teniendo en

cuenta "la topografía y necesidades de Cartagena".

Al cerrar el siglo XX-aunque Cartagena se perfila como una de

las ciudades más importantes, como sede de eventos internaciona

les y como "capital alterna de Colombia"-, la problemática urbana

de los circuitos del agua continúa. No solamente es insuficiente el

abasto, sino que las aguas sucias se derraman o simplemente bro

tan de las alcantarillas, formando charcos con malos olores y focos

de contaminación y de enfermedades endémicas que afectan a to

dos los barrios de la ciudad, incluso a los más elegantes o dedicados

al turismo. Esta visión histórica del problema debe llevar a una re

flexión más profunda sobre el futuro de la ciudad y el desarrollo de

una planificación urbana que, sin desconocer los intereses particu

lares, haga efectiva la interlocución entre médicos, ingenieros y au

toridades civiles.

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Page 340: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Cristina Barajas S.

HIBRIDACIÓN CONSTANTE:

manejo de la enfermedad en una comunidad rural colombiana

Cada vez que hay un encuentro entre la sabiduría tradicional local

de atención a la salud y los conocimientos científicos facultativos,

hay un encuentro cultural. Cada parte aporta a ese encuentro un uni

verso simbólico susceptible de cambio. Tal contacto es una ocasión

enriquecedora pues genera intercambios de los que resultan adop

ciones de creencias, técnicas e interpretaciones que en mayor o me

nor grado transforman las concepciones y acciones que se tengan

de los eventos de enfermedad.

Desde esta perspectiva, en este documento se analizan los pro

cesos de hibridación en el manejo de la enfermedad en la vereda El

Carreño del municipio de Sotaquirá, altiplano de Boyacá, en los An

des colombianos, a la luz de la interacción de las influencias autóc

tonas locales y del saber médico formal.

El análisis muestra la existencia de una hibridación constante

entre conocimientos transferidos de forma parcial desde la institu

ción médica, de una parte, y la adopción también parcial de algunos

términos clasificatorios, de estrategias curativas y de cuadros clíni

cos por parte de los campesinos. En última instancia, lo que se pre

senta es una mezcla, una hibridación.

Este trabajo forma parte de uno más amplio que indaga sobre la

significación social y cultural de enfermarse para los habitantes de

dicha localidad. Para su desarrollo se utilizó como metodología la et

nografía1.

1 El acercamiento etnográfico permite buscar la estructura de las relaciones detrás del hecho observable. Es un acercamiento en el que las estructuras no son cosas del mundo

Page 341: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante I T>7A

1. Algunos aportes de la antropología médica

En Colombia, la mayoría de los trabajos de antropología médica que

hablan de sociedades campesinas se pueden agrupar bajo dos es

quemas: los que manejan la dicotomía entre lo tradicional y lo mo

derno y los que buscan, con una perspectiva histórica, las raíces, los

legados étnicos o sus persistencias para explicar la formación de los

sistemas médicos vigentes en la actualidad.

Dentro del primer grupo se encuentran etnografías y estudios

dispersos en trabajos de grado de estudiantes del área de la salud y

de ciencias sociales (Herrera y Loboguerrero, 1982) y otros que re

copilan prácticas y conocimientos médicos y etnobotánicos popula

res de diversas zonas rurales del país (Zuluaga, 1994 y 1992).

Muchos de estos estudios están basados en la conceptualización

que Foster (1964) expone en Las culturas tradicionales y los cambios

técnicos, en donde la polaridad de lo campesino como tradicional o

popular, con lo urbano como lo moderno, es el eje del análisis, y don

de éstos se consideran como estadios consecutivos.

Para Foster los rasgos culturales y la tradición campesina cons

tituyen un obstáculo para el desarrollo en términos generales, es

pecialmente en medicina, y para que los campesinos adopten for

mas médicas más eficaces.

La posibilidad de la transformación de lo tradicional en moder

no radica en el proceso de desarrollo, "creando oportunidades eco

nómicas y de otro tipo que estimulen al campesino a abandonar su

tradicional y progresiva orientación cognoscitiva irreal, en favor de

una nueva que refleje las realidades del mundo moderno" (Foster,

1964).

Los trabajos con perspectiva histórica, como los de Virginia Gu

tiérrez de Pineda, manejan además de esa polaridad tradicional mo-

físico, sino productos sociales, cuyo conocimiento es el fruto de interacciones, del diálogo entre el conocedor y el objeto conocido.

Page 342: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

330 / Cristina Bara ja s

derna, el esquema de sistemas médicos con base en el legado de las

tres etnias, india, negra y española, que se consideran generadoras

del patrimonio cultural colombiano, haciendo énfasis en los apor

tes de cada una de ellas en la formación de los sistemas médicos po

pulares que persisten en la actualidad (Gutiérrez de P, 1985).

Para otros autores, es la búsqueda de la continuidad de las raí

ces indígenas lo que le da cuerpo a los análisis del comportamiento

médico de algunos grupos campesinos. Faust, por ejemplo, afirma

la existencia de un sistema cognitivo que presenta continuidad en

tre lo indio y lo campesino y que puede ser entendido como una for

ma de pensamiento altamente estructurado (Faust, 1990).

Pinzón y Suárez, y Urrea, quienes reconocen las persistencias de

algunos rasgos en el manejo de la salud y la enfermedad, se pregun

tan por esa continuidad en el tiempo y la interpretan como una forma

de resistencia cultural ante el poder hegemónico que ejerce la medi

cina occidental institucionalizada sobre las formas médicas de otras

culturas (Pinzón y Suárez, 1992; Urrea, 1992; Taussig, 1987)2.

La preocupación de la descripción etnográfica se ha dirigido en

tonces, en términos generales, a dos frentes: las prácticas curativas

y la génesis histórica de las mismas, identificando sus fuentes o se

ñalando sus mezclas y permanencias culturales.

Considero que es necesario un enfoque nuevo para entender

ahora el papel que desempeña el manejo de la enfermedad y su cu

ración en las culturas campesinas. En este trabajo considero la po

sibilidad de hablar más bien de una adaptación dinámica. Haremos

un esbozo de sus principios teóricos más adelante en este mismo

capítulo.

2 Los análisis de Taussig, si bien se inscriben dentro de los estudios sobre chamanismo, permiten una visión mas amplia del fenómeno de la mezcla y la permanencia de formas médicas, bajo la óptica de! colonialismo y la resistencia que éste puede producir en los grupos colonizados y oprimidos (Taussig, 1987).

Page 343: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante / 331

Otro planteamiento frecuente en los trabajos sobre formas mé

dicas populares y/o campesinas ha sido el de sistema.

Se ha planteado el sistema médico de la sociedad campesina

como un sistema abierto, que permite la inclusión de elementos de

todo tipo. A diferencia de otros sistemas médicos, como el biofísico

o científico, el campesino entendido como popular o folclórico no

se basa en un solo paradigma y está abierto a otras posibilidades. Es

un sistema adaptativo, que responde a cambios (Press, 1978).

Este mismo esquema es utilizado para otros muchos estudios

(Gutiérrez de E, 1985; Foster y Anderson, 1978; Young, 1976), y aun

que ese modelo ha sido de gran utilidad como herramienta teórica,

parece insuficiente, pues se considera que ese sistema una vez es

tablecido se transmite a las generaciones siguientes, de manera que

se permite su permanencia.

De acuerdo con lo visto en el terreno, considero que, lejos de per

manecer, cambia de manera tan rápida y constante que no da tiem

po a que se sedimente como estructura consistente. Incluso cabe el

interrogante acerca de si hay un sistema como tal en las sociedades

campesinas. A continuación haremos el acercamiento conceptual a

esta temática.

2. Sistemas médicos o rasgos estructurantes

Por medio del conjunto de significaciones socialmente construidas,

el ser humano trata de explicarse lo que le rodea. Los elementos que

utiliza para ese fin son de muy diversa índole, de acuerdo con la di

námica constante que acompaña a su actividad en todos los frentes.

Entre otros, el concepto de sistema ha sido el utilizado por la

ciencia occidental en los últimos tiempos como una forma de darle

orden a su mundo objetivado. Ello no significa que sea el único, ni

que otras sociedades expliquen su mundo teniendo en cuenta ese

mismo esquema, ni que pueda ser universalmente aplicado a las

formas como ordenan el mundo otras culturas. Existen otras mu-

Page 344: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

332 / Cristina Barajas

chas posibilidades. Sin embargo, aquí lo analizaremos por ser la

forma usual de análisis para los fenómenos de salud.

Se considera al sistema como un conjunto de elementos en

interrelación. Para que su interacción sea posible, es necesario que

cumpla con una serie de requisitos adicionales, como la existencia

de un orden en los elementos y en la forma de relacionarse, una fun

ción específica de cada uno de ellos, una finalidad común, casi que

entendida como un propósito, la posibilidad de un funcionamiento

armónico y, en últimas, que el conjunto forme una unidad (Bertalanffy,

1986).

Así esbozado, el sistema permite analizar tanto la estructura como

la función, que en últimas corresponden al orden en las partes y al

orden en los procesos, respectivamente.

Este ordenamiento del mundo se analiza según dos posibilida

des: el nexo con el entorno, a través del intercambio de materia y/o

energía, lo que se analiza como sistema abierto, o la inexistencia de

ese intercambio (en los sistemas cerrados).

En las ciencias sociales el concepto ha sido de gran utilidad para

el desarrollo de algunas temáticas, como las relacionadas con enfo

ques cognoscitivos y simbólicos. La aplicación de este modelo a las

formas de salud y enfermedad es lo que se ha denominado sistema

médico. Éste comprende entonces el conjunto de conceptos, conoci

mientos, habilidades y acciones para el manejo de la salud y la enfer

medad producidos por un grupo humano específico. Aunque el con

cepto ha sido introducido desde hace mucho tiempo, por Clark en

1959, ha tenido variaciones según diferentes autores, que han hecho

diferentes énfasis. Por ejemplo, para Foster y Andersen, ante todo es

una construcción intelectual, un cuerpo teórico, constitutivo de la

orientación cognoscitiva de los miembros del grupo (Gutiérrez de E,

1985). Para Kleiman, quien le da más importancia a sus componen

tes, el sistema médico está formado por un sistema de cultura local,

integrado por tres partes sobrepuestas: el popular, el profesional y los

sectores folclóricos (Gutiérrez de R, 1985).

Page 345: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante I 333

Para el caso colombiano, el mayor aporte al analizar los sistemas

médicos quizás sea el de Virginia Gutiérrez de Pineda, para quien

lo fundamental radica en el triple legado étnico, que se plasma pro

duciendo dos sistemas, el facultativo y el tradicional; este último pre

senta dos componentes, el mágico-religioso y el curanderismo (Gu

tiérrez de Pineda, 1985).

Bibeau y Pedersen, en un acercamiento más reciente al tema (Bi-

beau, 1993; Pedersen, 1993), entienden como componentes del sis

tema tres subsistemas: uno de signos, que identifica y clasifica el

evento de enfermedad; otro compuesto por significados, y un tercero

definido por las acciones.

Uno de los interrogantes que nos planteamos en el desarrollo

de esta investigación surge de la base misma de esta concepción de

sistema y de su aplicación al caso del manejo de la enfermedad en

sociedades campesinas. Por encontrar inconvenientes en su aplica

ción, utilizaremos más bien algunos de los elementos que caracte

rizan a los sistemas complejos.

El modelo de los sistemas complejos o caóticos es más pertinen

te para los fines de la presente investigación, puesto que tiene en

cuenta la dinámica y continua transformación de los elementos y de

sus relaciones. Algunas de sus características son (Hayles, 1993):

a. Los sistemas complejos no obedecen a una linealidad: la re

lación causa-efecto es incongruente; una causa pequeña, un cam

bio, por ejemplo, puede producir un efecto de diferente magnitud.

b. Son sensibles a las condiciones iniciales; son al mismo tiem

po deterministas e impredecibles.

c. Poseen mecanismos de realimentación que crean circuitos en

los que la salida revierte hacia el sistema como entrada.

d. Poseen alta diversidad en fuentes y flujos de información; cada

nueva información pone severos límites a la predictibilidad, pero ase

gura la constante variedad y riqueza de la estructura.

e. En los sistemas complejos el orden y el caos se relacionan de

dos formas: sea porque del caos emerjan estructuras organizadas o

Page 346: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

334 / Cristina Barajas

porque exista un orden oculto dentro del sistema, que contiene es

tructuras profundamente codificadas. Éstas se caracterizan por com

binar azar y orden; se constituyen en tendencias organizadoras en

el interior del sistema.

Aquí denominaremos rasgos estructurantes a esas tendencias

organizadoras en el interior de un sistema y hablaremos de estruc

tura profundamente codificada sólo cuando esos rasgos son tan fuer

tes y tan arraigados que persisten a lo largo del tiempo con modifica

ciones pequeñas, hasta el punto de constituir una forma generalizada

de pensamiento.

3. Lo evidente: el manejo de la enfermedad y la curación

En los cuadros 1, 2, 3 y 4 se recogen los datos de lo que en primera

instancia se podría llamar el sistema médico. Aparecen enfermeda

des o dolencias padecidas por los diferentes miembros de las fami

lias con las que se trabajó en terreno, y además algunas referidas por

ellos, pero que fueron padecidas por otras personas de la región.

Para facilitar el análisis consideramos que el sistema está for

mado por tres subsistemas, a saber:

• Sistema de signos: formado por los síntomas que se manifies

tan en el cuerpo como cambios que producen el paso desde un esta

do de salud hacia el de enfermedad, como un continuum. General

mente, dentro de este sistema se agrupan descripciones del fenómeno

que da inicio a la enfermedad y su ubicación en el cuerpo.

• Sistema de significados: el cuadro recoge los caracteres bási

cos de interpretación de los síntomas. Generalmente, a lo que se hace

alusión es a las causas o motivaciones que permiten la presencia de

la discontinuidad en la salud.

• Sistema de acciones: aquí se reseñan tanto los agentes médi

cos a los que se acude, como el tratamiento utilizado. Algunas veces

también las formas de prevención, aunque éstas se analizarán en con

junto con los otros sistemas.

Page 347: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante I 335

Cuadro 1

Denominaciones locales: generalmente describen síntomas Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los

campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.

Denominación

Susto (en niños)

Embuche (en niños)

Dureza de estómago

Lastimadura o descuaje (en niños)

Enteco o tocado de difunto (en niños)

Fiebre (en niños)

Hemorragia por ¡a boca

Parto pasmado

Tos

Romaíís

Coger frío

Ceguera

Sacido o vejigón

Tercedura

Matriz caída

Signos (Síntomas)

Piel brotada, no engorda, se paraliza.

Dolor de estómago, vómito, diarrea, desaliento, inapetencia.

No poder defecar.

Dolor en el vientre.

Palidez, inapetencia, raquitismo.

Calor.

Cólicos fuertes.

Contracciones irregulares, no sale el niño.

Tos.

Dolor en articulaciones, gordura.

Picadas o dolores.

No ver.

Inflamación, dolor en el sitio.

Contracción muscular sostenida.

Desaliento y dolor de estómago, suspensión de menstruación.

Significados (Interpretaciones)

El miedo o susto que sentía la mamá cuando cl niño era pequeño.

Por comer en exceso.

Depende de los alimentos consumidos (guayaba, papayuela).

Se escurre el intestino por algún sacudón o caída.

Le entró frío de difunto por ir a un funeral o por estar en el sitio donde estuvo un muerto.

Diversas causas.

Por bañarse cuando le llegó la monarquía, la sangre salió por arriba y nn por abajo.

Por la presencia de alguien indeseado, generalmente un hombre; o por angustia, preocupación.

Por transición de cálido a frío; por acostarse en pasto ; por recibir frío.

Por tomar mucho licor, por comer mucho.

Entra el frío al cuerpo,

Por el humo, por transición de cálido a frío, por un "mal viento".

Algo entra bajo la piel; cuando sale en las nalgas se debe a sentarse en piedras calientes.

Por bañarse con agua fría estando acalorado, o por transición de cálido a frío.

Por hacer oficio cuando se levantó del parto. Por alzar al bebe después del parlo.

Acciones (Acción preventiva)

" Ir a un médico llanero. • Baños con hierbas.

• Masaje en el vientre. • Agua de hierbabuena.

* lomar agua de malva, jugo de calabaza.

• Ir al sobandero, éste soba y pone venda

• Ir a comadrona. • Baños con suero de leche. • Meterlo desnudo en vientre de vaca recién muerta

• Baños con aguas de hierbas aromáticas no cálidas.

• Ir a hospital (no sobar porque se detiene el flujo sanguíneo).

• Masajes. " Presión en vientre. " Tomar agua de manzanilla o agua de ramo santo.

* Tomar infusiones de hierbas cálidas y aromáticas.

• Bañarse con barro de los pozos termales de Paipa. • Agua de bretónica. " Ir a médico.

• Poner hojas de arbolnco en la zona, producir calor.

• Colocar panela rallada v cebolla larga, para que "llame" la materia (pus). • Amarrar lana roja, delimitando zona para (¡uc no se extienda.

• Aplicar compresas calientes en la zona afectada. • Evitar transiciones.

" Ir a sobandera, que soba y suministra un compuesto de hierbas y vitaminas.

Page 348: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

336 / Cristina Barajas

Cuadro 2

Denominaciones locales que aluden al órgano enfermo Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los

campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.

Denominación

Mal del hígado (niños v adultos).

Mal de ojo (niños).

Mal del corazón

Mal del riñon

Signos (síntomas)

Rebote, mareos, ojos amarillos, palmas de manos quebradas y ajadas.

Fiebres altas, vómito, convulsiones.

Inflamación de cabeza y pies. "Vistas" afectadas.

Dificultad al orinar, dolor en la parte baja de la espalda, fiebre.

Significados (interpretaciones)

Por consumir grasas en exceso.

Envidia por belleza del niño, mirada fuerte de un adulto.

Exceso de calor.

Frío en los ríñones (por andar descalzo o sentarse en sitios fríos).

Acciones (acción preventiva)

* Tomar aguas de hierbas amargas.

• Ir a la comadrona.

• Ir al hospital • Infusión de upacón.

' Agua de parielaria. • Colocarse "cuero de fara" en ¡a zona del dolor.

Cuadro 3

Denominaciones tomadas de la medicina institucional Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los

campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.

Denominación

Hepatitis (niños y adultos).

Pielitis (mujer embarazada) .

Gangrena

Apenaicitis

Trombosis

Cáncer de boca

Cáncer (?)

Glicemia o leucemia

Fiebre reumática

Signos (síntomas)

Ojos amarillos.

Calor c inflamación en la pierna.

Inflamación en la pierna después del golpe.

Dolor al lado derecho.

Dolor de cabeza y "picada" en la coronilla.

Infección en la boca.

Tos y ahogadera al comer "de sal".

Fiebres altas, vómito, convulsiones, sangrado por e! oído y el ojo.

Significados (interpretaciones)

Por "aguantar hambre" o por comer muchos huevos.

Inicialmente, como "orines de araña".

Pensaron que era materia (pus) acumulada.

El dolor se despertó al "hacer una mala fuerza".

Se le subió la sangre a la cabeza.

Por sacarse una muela con alicates oxidados.

Enfermedad que "le seca la sangre a uno".

Inicialmente se pensó en "mal de ojo", excepto por el sangrado.

Acciones (acción preventiva)

• Ir al hospital o a la droguería.

• Ir al hospital.

• Poner cuajada. • Delimitar la zona amarrando lana roja. " Fue al hospital, murió por ampicilina.

• Por ser muy fuerte el dolor, fue al hospital. Allí ¡o operaron.

• Operado en el hospital, murió.

• Ir a hospital, le pusieron sonda. Murió.

' Ir al hospital, la sonda no le sirvió, murió "de pura hambre" en el hospital.

• Murió en el hospital en Bogotá.

• Ir al médico.

Page 349: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante / 337

Cuadro 4

Transformación de. algunas denominaciones locales Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los

campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.

Denominación

Rebote de bilis (niños y adultos).

Mal de hígado.

Hepatitis

Romatís

Artritis

Signos (síntomas)

Vómito amarillo y agrieras.

Rebote, mareos, ojos amarillos, palmas de las manos quebradas, ajadas.

Ojos amarillos.

Dolor en articulaciones, Gordura.

Dolor en articulaciones, Gordura.

Significados (interpretaciones)

Por tomar tres sorbos de guarapo.

Por consumir grasas en exceso.

Por "aguantar hambre" o por comer muchos huevos.

Por tomar mucho licor, por comer mucho.

Por tomar mucho licor, por comer mucho.

Acciones (acción preventiva)

• Alka-Seltzer, Sal de frutas, y si no sirven, aguas de hierbas amargas.

• Tomar aguas de hierbas amargas.

• Ir al hospital o a la droguería.

•Bañarse con barro de los pozos termales de Paipa. Agua de bretónica. Ir al médico.

• Bañarse con barro de los pozos termales de Paipa. Agua de bretónica. Ir al médico.

Inicialmente haremos un análisis vertical del cuadro, luego una lec

tura horizontal tratando de relacionar unos elementos con otros, y

buscando los puntos que le den coherencia. A éstos les denomina

remos núcleos de causalidad.

En cuanto a las denominaciones, se nota la presencia de nombres

autóctonos que describen directamente parte de la sintomatología que

les caracteriza (Ver cuadro 1). Por ejemplo, el embuche, la dureza de

estómago, coger frío, parto pasmado, etc.

Por otra parte, son frecuentes las denominaciones muy genera

les, como por ejemplo "mal de... (tal órgano)" (Ver cuadro 2). A dife

rencia de otras formas médicas que dividen el cuerpo en órganos y

éstos a su vez en otras unidades menores (biomédica), aquí se consi

dera la dolencia del órgano en general, sin considerar la posibilidad

de que esté integrado por otras subunidades. Así, también se actúa

para restablecer su función normal, sin mayores especificidades.

En el cuadro 3, si comparamos la columna del nombre de la en

fermedad con la del conjunto de acciones, es interesante ver cómo las

Page 350: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

338 / Cristina Barajas

denominaciones menos autóctonas son las de las dolencias ante las

cuales el individuo ha asistido al centro hospitalario, como si esa de

nominación fuera utilizada a partir de la experiencia de ir al hospital.

Posiblemente, en él se adquiere el conocimiento de un nuevo nom

bre. Ejemplos de este fenómeno son trombosis, pielitis, apendicitis,

gangrena, cáncer.

En el caso de los problemas hepáticos recogidos en el cuadro 4

aparecen tres denominaciones diferentes con síntomas semejantes,

pero sólo se toma el nombre hepatitis cuando se ha dado el recono

cimiento de la enfermedad en el hospital.

La lectura vertical de los cuadros nos da una visión muy super

ficial. Es necesario cruzar esa lectura con la horizontal, a manera de

matriz, para tener un acercamiento más integral al sistema médico.

A pesar de que se haga, las relaciones entre uno y otro no aparecen

completamente claras, pues la dinámica, los procesos de cambio, son

difíciles de aprehender en este tipo de esquema.

A continuación analizaremos algunas conclusiones acerca de lo

evidente en ese manejo del enfermarse.

3.1 Opciones de atención en salud

Las opciones de atención en salud con que cuentan los habitantes

de la vereda son muy variadas.

• En las tiendas de la vereda se venden algunos fármacos que

son utilizados con las recomendaciones de quienes las expenden.

En esta modalidad es importante la labor e influencia de una de las

maestras de la escuela, que tiene su tienda cerca de la misma, y que

aconseja qué tomar en caso de enfermedad; además, siempre pre

gunta si la persona está en "tratamiento", es decir, si ya está toman

do alguna droga formulada por otra persona, y recomienda "no to

mar guarapo".

El tipo de fármacos que se venden son principalmente para con

trarrestar los síntomas de gripa (Dristan, Dristán caliente), los do-

Page 351: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante I 339

lores (Aspirina, Mejoral, Mejoralito, Novalgina, Neurosán, Conmel)

y las indigestiones (Alka-Seltzer, Sal de Frutas Lúa).

• En el mercado de Paipa se encuentra un vendedor reconocido

en la vereda por su sabiduría. Según Mireya,

[...] él sí sabe, porque por ejemplo para sacar lombrices es

muy bueno, aveces las muestra en un frasco.

Ante esa evidencia, la credibilidad en sus métodos parece au

mentar.

Este vendedor es llamado El Califa. Tiene su puesto en la plaza

los miércoles, día de mercado, y cada día de la semana está en un

mercado diferente, en pueblos cercanos: Samacá, Villa de Leiva,

Ramiriquí, Duitama, Sogamoso. Su toldo cubre muy diferentes artí

culos, además de los remedios: jarabes, linimentos (negro o Caribe,

que "es muy bueno para todo", y que es el único que lo trae), pildoras

del Dr. Witt's (para el sistema urinario), hojas de boldo y otras hier

bas secas, pomadas y cremas para diferentes dolencias, junto con ta

chuelas, condimentos, tijeras, cáñamo, repuestos para olla a presión.

Al mismo tiempo, y en el mismo toldo, vende venenos para ra

tas, cucarachas y otros animales. El Califa aconseja a las personas

acerca de la clase de remedio y su forma de aplicación.

• Hay otro recurso de reciente aparición en la vereda, consis

tente en un carro que con un altavoz va anunciando la clase de re

medios que puede vender. El vendedor es un personaje como el que

comúnmente se ha llamado "culebrero", y que hasta el momento se

ha encontrado en las plazas de mercado, pero que ahora se desplaza

a las veredas buscando la clientela.

La primera vez que se presentó fue en diciembre de 1994. Al in

dagar entre los habitantes, parece que no tuvo mucha acogida, por

lo menos en su primera incursión.

• También en Paipa, se encuentran varias droguerías, en las que

sin necesidad de poseer un título de farmaceuta se atiende y se

Page 352: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

340 / Cristina Barajas

"aconseja" ante la enfermedad. No todas las drogas necesitan de fór

mula médica para ser vendidas, de manera que es posible adquirir

las fácilmente, obteniendo además instrucciones de su uso por parte

de quien las expende.

• Los agentes médicos, que se podrían llamar curanderos, es

tán presentes enveredas o pueblos cercanos, no en El Carreño espe

cíficamente.

El llamado Kamay viene desde Bogotá, a atender dos días a la

semana en Paipa. Inicialmente atendía en Duitama. Parece que puede

curar, pero también enfermar. Daniel y Carmen lo llaman El profe

sor, y una de ellas narra su forma de diagnosticar de la siguiente

manera:

Él le pone a uno a escoger un tabaco, lo prende, y sin que uno

le cuente qué le ha pasado, él le va diciendo a uno exactamente.

Ayo me dijo todo, y me dijo quién me había hecho el mal. El pro

fesor cobra $7.000 la consulta, y la droga es por aparte, uno pue

de negociar con él, por el tratamiento completo; él da plazo para

pagarle, no pone problema, pero si uno no le paga, le vuelve a

mandar la enfermedad.

El Cucho de Metalúrgica es otro personaje que vive en cerca

nías de la empresa siderúrgica de Boyacá. Es quien atendió el parto

de Esther inicialmente, pues luego, como se le "pasmó", hubo que

llevarla al Hospital de Duitama.

• Otro agente de la salud se relaciona con lo religioso. Se consi

dera que cuando un niño sin bautizo está enfermo, es el sacramen

to lo que lo sana. Lo mismo sucede con los santos óleos, pues mejo

ran al moribundo. El cura párroco reafirma en este sentido lo dicho

por sus feligreses; según él ha observado, es cierta tal mejoría.

Es posible también que objetos que han sido santificados cum

plan la función de mejorar la salud; por ejemplo, el "ramo" que se

bendice el Domingo de Ramos, en Semana Santa, "agiliza" el parto.

Page 353: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante I 341

• La última opción en caso de enfermedad es acudir al hospital.

Preferiblemente que no sea al de Paipa, porque es muy generalizada

la opinión de que es muy malo, y de que "dejan morir a la gente".

Para una de las familias analizadas, la mejor opción es la de acudir

al Seguro Social, pues les cubre el gasto de hospitalización y de dro

ga. En este caso, la institución más utilizada es "la clínica de Dui

tama, y ésa sí es buena".

La diferenciación que se ha establecido aquí no es hecha por la

gente de la vereda de igual manera. Para ellos cualquiera de los perso

najes enunciados es denominado médico, no exclusiva o necesaria

mente los del hospital. Alguno de ellos habla del médico cirujano, para

referirse a quien atiende en el hospital, y del médico para el de la dro

guería o el de metalúrgica, o para el profesor Kamay, indistintamente.

Esther dice:

[...] para cuando estoy enferma prefiero los médicos que no

son del hospital porque me dan más confianza [...].

Aveces también se refiere al "médico particular", queriendo re

ferirse a quien la atiende en metalúrgica, que no es graduado ni per

tenece a ninguna institución (curandero tradicional).

3.2 La institución en tela de juicio

Si analizamos los casos de decesos narrados por los campesinos de

la vereda y reseñados en el cuadro, vemos una relación muy directa

entre asistencia al centro hospitalario y muerte. Así perciben el fe

nómeno los campesinos. En el hospital se muere.

Una posibilidad para entender el fenómeno es saber cuándo y

por qué se va al hospital. Las respuestas ante tal interrogante son:

• "cuando ya no se aguanta más".

• "cuando se está bien malo".

• "cuando uno se ve enfermo de verdad".

Page 354: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

342 / Cristina Barajas

Esto parece explicar por qué el ir al hospital es la última opción,

y se hace cuando ya no hay otra solución al problema. Seguramente,

cuando ya nada se puede hacer.

Pero además se cree que en ese sitio "lo dejan morir a uno" o

incluso "lo matan", como sucedió a la comadre Carmen; no es sólo

el descuido, hay intencionalidad en el hecho: "Los médicos la mata

ron aprovechando que fue a que le operaran una hernia, porque ella

era competencia para ellos. Ella sabía mucho".

Marta, al referirse al problema de su hija, comentó:

Los doctores dicen que hay que operarla, que abrirle la cabe

za, pero aquí la gente me dice que eso no la deje porque me la ma

tan o me la dejan loca; yo prefiero dejarla así, después de todo ahí

anda... lo malo es la plata que hay que pagar para los controles [...].

No sólo se habla mal del hospital, también se dice que las en

fermeras regañan e incluso "golpean" a los enfermos. Esther cuen

ta, con respecto al único parto que le han atendido en el hospital:

[...] ayo me habían dicho que allá a uno le pegaban si gritaba

o lloraba con los dolores del parto; pero a mí nadie me pegó, sólo

que la enfermera se me sentó encima para que el niño saliera li

gero.

En ese aspecto coincide con Mireya; según ella, el sentarse en

el vientre de la parturienta es una de las formas de acelerar el parto,

y es práctica frecuente en el hospital.

3.3 Algunas etiologías locales

Como vimos en el cuadro 1, dentro de las entidades que producen

enfermedades están algunas relacionadas con el entorno, básicamen

te relacionadas con el estado "frío" y/o su opuesto, lo "cálido". Es-

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Hibridación constante I 343

tos términos no denotan un grado de temperatura, sino cualidades

inherentes a las cosas y a su efecto en los seres vivos.

Una de las entidades que pueden enfermar en asocio con esta

dos fríos o cálidos es la lluvia. Según Esther:

[...] al caer a la tierra y producir vapor que sube cuando hace

sol, produce enfermedades; ese vapor es muy malo.

Según otros, es la humedad la productora de la enfermedad o

aun el quedarse mojado después de la lluvia. En términos genera

les, eso es "lloviznarse", y en general se asimila a coger frío.

• El sereno, que comienza a caer desde las 7 p. m. y que es muy

fuerte en la madrugada, también es dañoso. Para algunos hay dife

rencia entre sereno, nocturno y la "aurora", que se siente a la ma

drugada y que enferma también. Sin embargo, hay un aire benéfico,

el que se puede respirar entre las 5 y las 6 de la mañana, "es puro y

saludable", por lo que se recomienda.

• El exceso de sol, que produce "picadura de sol", por ejemplo,

por no usar sombrero.

• El agua empozada: afecta la piel, produciendo brotes o erup

ciones.

• El barro: produce ulceraciones en los pies, cuando no se usan

zapatos.

• Cambios bruscos de temperatura, como el baño del cuerpo

después de haber comido, o pasar de un ambiente cálido a uno frío.

• Las piedras frías o húmedas, o las que han recogido calor so

lar, también pueden ser causa de enfermedad, si alguien se sienta

en ellas.

3.4 Herbología, terapia local

Es muy frecuente el uso de hierbas en El Carreño, y en general en

Sotaquirá. Existe una serie de conocimientos muy generalizados

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344 / Cristina Barajas

dentro de la población, acerca de las propiedades de los vegetales.

Estos saberes son poseídos tanto por hombres como por mujeres.

Parece haber básicamente tres tipos de hierbas: las aromáticas,

las calientes y las amargas, según Mireya (esta recolección y clasifi

cación no es en ningún momento completa, y consideramos que es

sólo una aproximación que merecería más estudio y análisis):

• las hierbas aromáticas, como el poleo, el cidrón, la albahaca,

la verbena, el toronjil o la menta parecen estar asociadas a "lo frío".

Son utilizadas para estados febriles y, en general, estados cálidos de

las enfermedades, ya sea en infusiones o en baños del cuerpo.

• las hierbas calientes, como el eucalipto, el arrayán, el pino, son

utilizadas para las gripas o estados producidos por frío.

• las amargas: manzanilla amarga o matricaria, ajenjo, marrubio,

que poseen ese sabor amargo y que son específicas para problemas

hepáticos o digestivos en general.

3.5 E l uso humano de droga veterinaria

Dentro de las posibilidades de acción ante la enfermedad, además

de la asistencia de un agente de salud informal o institucional, los

campesinos de la vereda utilizan remedios que podrían considerar

se de uso veterinario. Ellos creen que:

[...] si son buenos para el animalito, ¿por qué no para los hu

manos? (Pablo).

El "linimento Caribe o linimento Negro", que es reconocido por

su eficacia entre las familias de la vereda, sirve para muchas dolen

cias: olerlo para desinfectar las narices en caso de gripas, aplicarlo

sobre la picadura de abejas u otros insectos, colocar una gota de él

en heridas de animales o contra los gusanos en ovejas y terneros.

[...] sirve para la peste de todos los animales (Pedro).

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Hibridación constante I 345

En su etiqueta se advierte que el uso puede ser tanto para hu

manos como para animales.

Esto no sucede solamente con este producto; es frecuente que

se utilicen otros de igual manera. Es el caso del sulfato de magne

sia, que se usa para restablecer la digestión de las vacas después del

parto y que, en algunos casos, también se recomienda para proble

mas de estreñimiento en el postparto de las mujeres.

En el caso de problemas de dolor muscular, es posible aplicar

alguna "pomada caliente" que haya sido recetada a animales, como

la Mamitolina o el Bálsamo de terebene.

También existe la posibilidad de "comer pólvora, para volverse

más bravo", práctica frecuente con los perros para que cuiden me

jor la casa.

Pero el uso de este tipo de sustancias no se refiere solamente a

las ingeridas por animales como remedios; también existe la posi

bilidad de utilizar sustancias tóxicas, como insecticidas, para pre

servar por más tiempo el maíz seco en el granero. Eso hace don Pedro

con el Nuván, que es un garrapaticida para fumigar al ganado; él lo

diluye bien y lo aplica al maíz, para que no le caiga gorgojo. Al mes

de haberlo aplicado, se puede comer sin peligro, según él.

3.6 La prevención en salud

Las normas de prevención son numerosas y se repiten, sobre todo

con las enfermedades que se originan en la polaridad frío-cálido. Para

este caso, la norma básica es evitar las transiciones de lo cálido a lo

frío, o su equivalente, evitar los cambios bruscos de temperatura.

El agua, en su calidad de fría, es tratada con mayor cuidado y más

aún si se trata de la procedente de la lluvia.

Para el caso de algunos estados como gravidez, menstruación o

postparto en las mujeres, los cuidados se extreman, pues parecen

ser más susceptibles. En el caso de los hombres, el estado de em

briaguez es el que requiere de más cuidados.

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Hibridación constante I 345

En su etiqueta se advierte que el uso puede ser tanto para hu

manos como para animales.

Esto no sucede solamente con este producto; es frecuente que

se utilicen otros de igual manera. Es el caso del sulfato de magne

sia, que se usa para restablecer la digestión de las vacas después del

parto y que, en algunos casos, también se recomienda para proble

mas de estreñimiento en el postparto de las mujeres.

En el caso de problemas de dolor muscular, es posible aplicar

alguna "pomada caliente" que haya sido recetada a animales, como

la Mamitolina o el Bálsamo de terebene.

También existe la posibilidad de "comer pólvora, para volverse

más bravo", práctica frecuente con los perros para que cuiden me

jor la casa.

Pero el uso de este tipo de sustancias no se refiere solamente a

las ingeridas por animales como remedios; también existe la posi

bilidad de utilizar sustancias tóxicas, como insecticidas, para pre

servar por más tiempo el maíz seco en el granero. Eso hace don Pedro

con el Nuván, que es un garrapaticida para fumigar al ganado; él lo

diluye bien y lo aplica al maíz, para que no le caiga gorgojo. Al mes

de haberlo aplicado, se puede comer sin peligro, según él.

3.6 La prevención en salud

Las normas de prevención son numerosas y se repiten, sobre todo

con las enfermedades que se originan en la polaridad frío-cálido. Para

este caso, la norma básica es evitar las transiciones de lo cálido a lo

frío, o su equivalente, evitar los cambios bruscos de temperatura.

El agua, en su calidad de fría, es tratada con mayor cuidado y más

aún si se trata de la procedente de la lluvia.

Para el caso de algunos estados como gravidez, menstruación o

postparto en las mujeres, los cuidados se extreman, pues parecen

ser más susceptibles. En el caso de los hombres, el estado de em

briaguez es el que requiere de más cuidados.

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346 / Cristina Barajas

Para los problemas digestivos las prescripciones tienen que ver

con evitar algunos alimentos por sus características o por la hora de

consumo; por eso se habla de algunos alimentos como "pesados",

si su ingestión se hace a altas horas de la tarde o de la noche.

La otra forma de prevención corresponde a los contras o dijes

de diferentes materiales, que sirven para evitar algunas enfermeda

des como el mal de ojo. Por su parte, los escapularios con imágenes

religiosas también protegen.

3.7 La brujería

[...] es que hay brujas, dicen que no, pero que las hay las hay...

por la noche se convierten y vuelan y chillan. Son como quien ve

un pisco, así saraviadas; vuelan, y si uno las ve y les echa pepas de

mostaza, ahí las encuentra al día siguiente estiradas por comerse

las pepas, las muy sinvergüenzas... Hacen fiestas las tres o cuatro...

si uno las ve, no le hacen nada, pero uno no puede ni decir palabra

porque el miedo lo deja mudo, con la lengua paralizada [...].

Pero no se queda sólo en el susto, se asegura que además pue

den matar con sus hechizos, y se habla de alguien en la vereda

[...] que tiene más de un muerto a su cargo, entre otros los hi

jastros, a los que trataba como perros, los ponía a comer en platones

en el suelo... por eso está tan enfermo el esposo, por alcagüete [...].

Sin embargo, la brujería pasa de ser un concepto o una creencia

a tener una identidad propia. En efecto, se señala como bruja a una

mujer a quien le gusta conversar, y de cuya madre se decía que tam

bién lo era.

Las siguientes acusaciones vienen de hombres y fueron adver

tencias que ellos le hicieron a otra mujer, temerosa de tener esa ca

lidad de vecina:

Page 361: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante I 347

• X es una auténtica bruja, que ya ha pasado a más de uno a

mejor vida.

• Es bruja por pura raza, porque la mamá era así.

• X sabe mañas feas.

• Delante del marido se va con otros, seguramente le da algo a él.

• Un vecino tuvo problemas con ella, le gritó bruja y ella se

quedó callada.

Es tan generalizada la creencia en la brujería, que hasta una

enfermera del hospital de Sotaquirá habló de cómo fue afectada por

la brujería de una mujer celosa, y cómo la única forma de curarse

fue por la intervención de otra más poderosa, habiendo agotado cuan

to recurso de salud le fue posible por parte del hospital, sin efecto

positivo.

Otro testimonio recogido en la vereda alude a la enfermedad pro

ducida por una ex novia del entrevistado, la cual los embrujó a él y a

su esposa, a través de frutas que envió de regalo a su casa. Los efec

tos fueron tan amplios que no sólo les enfermó, sino que además

les produjo malestar en las relaciones intrafamiliares, hasta el pun

to de producir agresión física de uno de los hijos a su padre, de tal

gravedad, que casi le produce la muerte.

Veremos ahora lo que subyace tras estas prácticas y conocimientos.

4. E l orden oculto

Si es considerado el sistema como un conjunto de elementos que

interactúan y si esta interacción necesita un orden expreso, especí

fico y estable, no es eso lo que se da en la forma como un grupo con

creto -en este caso el de la vereda El Carreño- actúa frente a la en

fermedad.

En efecto, no hay una premisa única, básica y constante que le dé

coherencia a las prácticas de salud y que estructuren lo que se pudie-

Page 362: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

348 / Cristina Bara ja s

ra llamar un sistema médico, con los caracteres de interrelación,

linealidad y unidad que caracterizan la visión clásica de sistema apli

cada en antropología médica. Aparentemente no existe tal coheren

cia, ni siquiera para actuar frente a una misma enfermedad.

Es como si la dinámica fuera tan fuerte, los cambios tan acelera

dos, las influencias de agentes institucionales tan eficaces, que no

se alcanza a estructurar un sistema como tal, cuando ya el cambio

llega. No se logra ni una homogeneidad en criterios y acciones, ni una

relación directa lineal entre síntomas, interpretaciones y acciones.

Los significados de los síntomas que pueda presentar el inicio

de una enfermedad son tan rápidamente cambiados, tan móviles,

que no se da tiempo a que se sedimenten formando un cuerpo com

pleto con todos los caracteres que implica esa noción de sistema

médico.

La estructura del manejo de la salud y la enfermedad que se da

entre los habitantes de El Carreño obedece a un orden de otra na

turaleza, a un sistema complejo. Veamos sus caracteres.

5. Diversidad en flujos y fuentes de información

Para los habitantes de la vereda de El Carreño son tantas y tan diver

sas las formas de información, atención y/o ayuda médica, que tienen

la posibilidad de jugar con todas a la vez o sucesivamente, según cir

cunstancias muy particulares, sin un esquema prefijado, más bien

casi que aleatorio, en donde juegan muchas otras formas decisorias.

Así, por ejemplo, dentro de lo que podemos llamar agentes de

salud institucionalizados, formal o informalmente3, existen los

farmaceutas y/o vendedores de las droguerías de las poblaciones cer-

3 Consideramos aquí lo institucional como lo aceptado socialmente y sometido a control social. Será formal si tiene la aceptación y control de manera explícita mediante un título legal, por ejemplo, médicos, enfermeros. Será informal cuando es aceptado socialmente, sin que necesariamente sea aprobado oficialmente por instancias diferentes de las de la comunidad inmediata.

Page 363: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante I 349

canas, los médicos y enfermeras que atienden las consultas exter

nas de los hospitales y centros de salud, los tenderos de la zona que

no sólo venden, sino que también aconsejan para qué usar las dro

gas, los vendedores ambulantes del mercado del pueblo, y los que

van a las veredas, la maestra de la escuela, el cura, los curanderos, la

partera, el "profesor" que adivina y cura.

Además, las mujeres y hombres adultos o jóvenes que tienen

conocimientos sobre salud, y que hablan de ella y aconsejan a fami

liares y amigos. Es este el caso de los que tienen un nexo mayor con

la ciudad, nexo que les permite conocer posibilidades diferentes para

manejar la salud y que, debido al contacto con el ámbito rural, pue

den transmitir esos conocimientos a sus moradores.

Se da el caso de que, al interior de un mismo grupo familiar, ante

enfermedades similares, cada individuo actúe de diversa forma, se

gún criterios particulares que no siempre son compartidos por los

demás miembros del grupo familiar. Estos comportamientos ocu

rren cuando el conocimiento personal, individual, es más tenido en

cuenta que el colectivo, porque se ha enriquecido de muy diferen

tes fuentes. La constante introducción de nueva información pone

fuertes límites a la predecibilidad, pero asegura la constante varie

dad y riqueza de las experiencias.

5.1 Rasgos estructurantes o estructuras profundamente codificadas

como núcleos de causalidad

Lo señalado en el anterior numeral no significa, sin embargo, que

no haya un sustrato que ordene o dé forma a la manera como se ha

de actuar ante la enfermedad. Significa que no es un ordenamiento

como el que exige la conceptualización tradicional de sistema, y que,

en cambio, se puede hablar de rasgos estructurantes que permiten

que en torno a ellos se organice el conjunto de significados que pue

dan regir la forma de interpretar y, por consiguiente, de actuar fren

te al evento de la enfermedad.

Page 364: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

350 / Cristina Bara ja s

Estaremos hablando entonces de un sistema complejo, no lineal,

dinámico (en los términos usados por Hayles, 1993), que cuenta con

la existencia de unos criterios mínimos o básicos que permiten al

grupo estructurar su forma de entender y de conocer lo que sucede

en sus cuerpos cuando los órganos rompen el silencio que caracte

riza la salud, cuando aparece la no salud, la enfermedad.

Según lo visto en la vereda El Carreño, esos rasgos se eviden

cian en torno a las causas de la enfermedad, conformando lo que

denominamos "núcleos de causalidad" o estructuras profundamente

codificadas, que son básicamente tres:

• La disfunción del órgano: Obedece a criterios muy semejan

tes a los utilizados por la medicina biomédica o facultativa. El órga

no es el enfermo, y sobre él se actúa para aliviarlo.

En este tipo de disfunción es en donde más fácilmente se en

cuentran denominaciones semejantes o tomadas de la medicina

biomédica: hepatitis, pielitis, artritis, gangrena, cáncer, apendicitis,

trombosis, glicemia o leucemia.

• La polaridad frío-cálido: Estas "calidades" o entidades no son

observables directamente, pero se relacionan con el manejo del en

torno natural en gran medida, y cubren criterios más extensos que

los aplicados a la salud y la enfermedad.

Algunos ejemplos de enfermedades causadas por este tipo de agen

tes son la ceguera, la tos, el mal del riñon, terceduras, los nacidos.

• La alteración de las relaciones sociales y/o la acción o moviliza

ción de entidades no corpóreas o físicas: para este tipo de etiología

aparecen aún más inexactas las condiciones, pues tanto los móviles

como las formas de curación obedecen a conocimientos particulares

de las redes de poderes que se mueven en el orden de lo social.

4 Aquí nos referimos a estructura como un modelo cognitivo. Este acercamiento teórico se hace con base en los estudios de Faust, quien ha demostrado que tanto la polaridad frío-cálido, como la presencia de entidades no corpóreas en el pensamiento nativo americano, son elementos bien estructurados y profundamente codificados, hasta el punto de persistir arraigados colectivamente mucho tiempo (Faust, 1990a).

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Hibridación constante I 351

La acusación de brujería, por ejemplo, pesa sobre alguien como

forma de control social y a la vez se relaciona con la envidia.

Otros ejemplos de este tipo pueden ser: el "pasmo de parto",

que se produce frente a algunas personas ante las que la parturien

ta es "recelosa" (la suegra o la presencia de un hombre, en el mo

mento del parto); el mal de ojo producido por algunas personas de

"mirada fuerte" o a quienes les da envidia la belleza o los atributos

físicos de los demás; la codicia que alguien sienta por cualquier ser

u objeto también es peligrosa, pues puede hacer daño a lo deseado,

en caso de no poderlo obtener.

Dada la especificidad de este tipo de alteraciones, se debe acu

dir a personas especializadas para manejar ese tipo de problemas.

6. La hibridación: un mestizaje conceptual

en constante construcción

Los cuadros 1, 2, 3 y 4 nos dan una visión sincrónica de los procesos

de manejo de la enfermedad; esto significa que sólo nos muestran un

momento de tal proceso, como si hiciéramos un corte en el tiempo.

En estos cuadros se evidencia que no siempre hay coherencia

entre los elementos de un subsistema y los de otros frente a una mis

ma enfermedad. De modo que el nexo entre signos, significados y

acciones no es constante, sino que, por el contrario, permite mezclas

entre los diversos rasgos estructurantes. Es posible entonces que las

denominaciones no siempre coincidan con las interpretaciones ni con

las acciones de una misma categoría. En ese sentido, hablamos de que

no hay linealidad. Por ejemplo, las denominaciones adquiridas por el

contacto con el sistema de salud formal (instituciones médicas) son

incorporadas sin que las acompañe necesariamente todo el conjunto

de conocimientos de origen que implican.

Es el caso del denominado "romatís" (cuadro 4) por las perso

nas de mayor edad, llamado ahora "artritis", por otros, a la cual se le

atribuye, además del dolor de articulaciones, la gordura, y se inter-

Page 366: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

352 / Cristina Barajas

preta como asociada a tomar o comer en exceso. Ante ella se actúa

ingiriendo agua de bretónica (planta labiada), bañándose con barro

de los pozos termales de Paipa, e ingiriendo droga recetada por el

médico, indistintamente.

En este ejemplo se ve fácilmente cómo, desde la denominación

misma, se mezclan criterios de la medicina biomédica con los de la

que se ha llamado tradicional. La interpretación, que aún tiene mu

chos rasgos no biomédicos, también maneja un grado alto de mez

cla, lo mismo que las acciones. No se ha mantenido un solo criterio,

sino que se encuentran combinados los dos.

Pueden existir también varias denominaciones para lo que des

de la perspectiva biomédica puede ser un mismo problema, la he

patitis. Entre la mayoría de las familias de la vereda, es denominada

sencillamente "mal del hígado", haciendo alusión a la disfunción del

órgano como totalidad, y también "rebote de bilis".

El término hepatitis se encontró relacionado con la asistencia al

hospital, en donde fue denominada así la enfermedad e incorpora

da al léxico de la familia. Aparece, en este caso, claridad con respec

to al modo como se incorpora conocimiento en la familia campesi

na, a partir de su contacto con la institución hospitalaria, pero un

conocimiento parcial, pues en este caso se hablaba de hepatitis, cuya

causa era aguantar hambre, o comer muchos huevos, causas éstas

que no corresponden a las determinadas por la medicina biomédica.

Como se ve en los ejemplos anteriores, la transferencia de co

nocimientos y de técnicas para el cuidado de la salud no pasan sin

modificaciones al grupo receptor. Al contrario, éste los une a los co

nocimientos y prácticas que ya maneja, y produce una nueva forma,

que a su vez cambia rápidamente. Parece más pertinente entonces

el modelo de sistema complejo o no lineal para entender el manejo

de la enfermedad en esta sociedad campesina.

Con una apariencia caótica en la forma como se actúa ante la en

fermedad, existe de todas maneras un orden oculto, no evidente, en

torno a unos núcleos de causalidad muy generales, provenientes de

Page 367: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Hibridación constante I 353

muy diversos ámbitos a los que llamamos rasgos estructurantes. Es

un modelo que permite la entrada de mucha información de diver

sas fuentes, como lo hemos visto, ante cuya heterogeneidad no hay

posibilidad de predicción. El azar también juega en él. Esto lo hace

complejo, y de una gran riqueza y dinamismo.

7. A manera de conclusión

En el manejo que los habitantes de la vereda El Carreño hacen de

las enfermedades, se producen lo que podemos llamar cruces so

cioculturales, en los que lo tradicional y lo moderno se mezclan; en

ese proceso se dan tanto persistencias como cambios.

Localmente, se mezclan todas las posibilidades de acción tera

péutica, no se reemplazan completamente, se combinan. Por ejem

plo, se usan recursos de las institucionales formales (Instituto de

Seguros Sociales, clínicas, hospitales) y al mismo tiempo recursos

informales (redes de parentela, vecinaje, compadrazgo). En ese sen

tido, el enfermarse sirve socialmente para construir y reafirmar re

laciones solidarias y de reciprocidad.

En el encuentro cultural de la institución médica con el pacien

te campesino, se produce una transferencia parcial de conocimien

tos, y una adopción también parcial de ellos. En El Carreño se han

adoptado términos clasificatorios médicos, algunas estrategias cu

rativas, pero también nuevos cuadros clínicos, nuevas formas de in

terpretar las enfermedades.

Falta ahora analizar hasta qué punto la medicina instituciona

lizada ha aceptado la influencia de los conocimientos médicos loca

les (hierbas medicinales, formas médicas denominadas alternativas,

que tienen su raíz en conocimientos informales tradicionales).

¿Se habrá dado un diálogo de saberes?

Page 368: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

354 / Cristina Barajas

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Page 371: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Colaboradores

José Antonio Amaya, sociólogo de la Universidad Nacional y Doctor

en Historia de la École des Hautes Études en Sciences Sociales. En

la actualidad se desempeña como profesor del Departamento de

Historia de la Universidad Nacional de Colombia, ocupando el car

go de director de Programas Curriculares. Tiene en prensa su tesis

doctoral "Mutis, Apotre de Linné en Nouvelle-Grenade. Histoire de

la Botanique dans la vice-royauté espagnole de la Nouvelle-Grenade

1760-1783", que será publicada por la Revista Fontqueria de Madrid.

Cristina Barajas es antropóloga de la Universidad Nacional, licen

ciada en Biología y MA en Desarrollo Rural de la Universidad Jave

riana. Se ha desempeñado como docente en la Universidad Nacio

nal y en la Universidad Javeriana, en donde trabaja en la actualidad.

Su campo de estudios abarca los procesos sociales y culturales de

las sociedades campesinas de los Andes colombianos.

Alvaro León Casas es magister en Historia de Colombia. Actualmen

te se desempeña como director del Programa de Historia de la Uni

versidad de Cartagena. El trabajo publicado en este libro es resulta

do de la investigación financiada por Colciencias "Prácticas y

discursos de medicalización e higiene en la formación de la salud

pública en las ciudades del Caribe colombiano, 1880-1930". El au

tor quiere agradecer a las estudiantes del Programa de Historia de

la Universidad de Cartagena Indita Vergara, Estela Simancas y Elsy

Sierra por su colaboración en la investigación y, muy especialmen

te, al historiador Jorge Márquez Valderrama por su valiosa ayuda en

la redacción definitiva del texto.

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358 / Colaboradores

Jorge Arias de Greiff es profesor honorario en la Facultad de Cien

cias de la Universidad Nacional de Colombia. Entre otros textos, ha

publicado el libro La muía de hierro (1986).

Pablo Kreimer es doctor en Ciencia, Tecnología y Sociedad del CNAM

de París. Hoy en día trabaja como profesor e investigador del Insti

tuto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología de la Univer

sidad Nacional de Quilmes, Argentina.

Mauricio Nieto es profesor en el Departamento de Historia de la

Universidad de Los Andes. En la fecha prepara un amplio estudio

sobre historia de la malaria.

Diana Obregón es profesora asociada en el Departamento de His

toria de la Universidad Nacional de Colombia. En 1992 el Banco de

la República editó su libro Las sociedades científicas en Colombia.

Roberto Pineda Camacho es profesor asociado en los Departamen

tos de Antropología de la Universidad Nacional y la Universidad de

los Andes. El autor quiere expresar un especial reconocimiento a An

drés Barragán, cuyo interés y paciente labor contribuyó de forma os

tensible al mejoramiento del texto. De igual modo, extiende sus agra

decimientos a Germán Ferro, quien gentilmente le llamó la atención

sobre las observaciones del fraile Santa Gertrudis en relación con

la supuesta actividad del diablo entre algunos pueblos del altiplano

nariñense, a Cari Langebaek por sus sugerencias sobre textos per

tinentes al tema y a Carlos Uribe por sus comentarios al texto.

Olga Restrepo Forero, graduada como socióloga, con un Máster en

Historia, se desempeña como profesora del Departamento de So

ciología de la Universidad Nacional de Colombia. Investiga sobre la

historia del conocimiento científico y el desarrollo de la ciencia ins

titucional en Colombia, específicamente sobre la constitución del

Page 373: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Colaboradores I 359

campo de investigaciones de la Historia Natural, desde la Expedi

ción Botánica hasta su institucionalización en el presente siglo; el

surgimiento de un pensamiento geográfico y la elaboración de una

geografía y cartografía del país durante el siglo XTX; el desarrollo de

las ideas evolucionistas y del darwinismo en Colombia; las asocia

ciones científicas y la conformación de una comunidad científica

alrededor de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas

y Naturales.

Eduardo Zalamea es físico de la Universidad Nacional de Colombia

y Máster en Enseñanza de la Física de la Universidad Pedagógica

Nacional. Fue profesor de física en las universidades Javeriana,

Distrital y Nacional de Colombia. Su interés por los problemas re

lativos a la docencia de la física, a nivel universitario y de bachillera

to, lo ha motivado a participar en grupos de investigación, como el

Programa Re-Creo y el Proyecto Universitario de Investigación en

la Enseñanza de las Ciencias, que tienen por objetivo la capacita

ción de maestros. De allí sus numerosos libros escolares de física,

publicados por Educar Editores y Editorial McGraw-Hill.

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índice

7 Diana Obregón PRESENTACIÓN

21 Parte I SABERES INDÍGENAS, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA COLONIA

23 Roberto Pineda Camacho DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA EN LA NUEVA GRANADA

(SIGLOS XVI-XVII)

89 Mauricio Nieto Olarte REMEDIOS PARA EL IMPERIO:

de las creencias locales al conocimiento ilustrado en la botánica del siglo XVIII

103 José Antonio Amaya UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO

Mutis, sus colaboradores y la botánica madrileña (1791-1808)

161 Parte II CIENCIA MODERNA: CENTROS Y PERIFERIAS

163 Pablo R. Kreimer ¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?

La investigación científica, entre el universalismo y el contexto

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índice I 362

197 Olga Restrepo Forero LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO

o de cómo huir de la "recepción" y salir de la "periferia"

221 Fernando Zalamea EL CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN

EN AMÉRICA LATINA: modalidades de resistencia

245 Parte III CULTURA NACIONAL EN COLOMBIA:

HIBRIDACIONES Y RESISTENCIAS

247 Jorge Arias de Greiff SABERES LOCALES DIVERSOS GLOBALIZADOS

POR UNA NECESIDAD LOCAL

258 Diana Obregón DEBATES SOBRE LA LEPRA:

Médicos y pacientes interpretan lo universal y lo local

283 Alvaro León Casas Orrego LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA

CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX

328 Cristina Barajas S. HIBRIDACIÓN CONSTANTE:

manejo de la enfermedad en una comunidad rural colombiana

Page 377: Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales

Este libro,

que recoge algunas de las ponencias del coloquio

CULTURAS CIENTÍFICAS Y SABERES LOCALES,

realizado en Santafé de Bogotá,

se terminó de imprimir

en el mes de julio del 2000,

compuesto en caracteres Dutch 766.

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