Diana Obregon Culturas Cientificas y Saberes Locales
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COLOQUIO
CULTURAS CIENTÍFICAS Y SABERES LOCALES
Colección Ciencia, Tecnología y Cultura
*
Roberto Pineda
Mauricio Nieto José Antonio Amaya
Pablo Kreimer Olga Restrepo Forero
Fernando Zalamea Jorge Arias de Greiff
Diana Obregón Alvaro León Casas
Cristina Barajas
*
Diana Obregón
(Editora)
Culturas científicas y saberes locales: asimilación, hibridación, resistencia
*
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
Programa Universitario de Investigación en Ciencia, Tecnología y Cultura
© de los artículos: Los respectivos autores
© de esta edición: Universidad Nacional de Colombia
Facultad de Ciencias Humanas Centro de Estudios Sociales
Programa Universitario de Investigación
en Ciencia, Tecnología y Cultura
y Facultad de Medicina
primera edición: julio del 2000
ISBN-958-8051-959
Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial
por cualquier medio sin permiso del editor.
Portada: Hugo Ávila, sobre un afiche de Nobara Hayakawa
Edición, diseño y armada electrónica: Sánchez & Jursich
Impresión y encuademación:
Litocamargo
Impreso y hecho en Colombia
índice
7 Diana Obregón PRESENTACIÓN
21 Parte I SABERES INDÍGENAS, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA COLONIA
23 Roberto Pineda Camacho DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA EN LA NUEVA GRANADA
(SIGLOS XVI-XVII)
89 Mauricio Nieto Olarte REMEDIOS PARA EL IMPERIO:
de las creencias locales al conocimiento ilustrado en la botánica del siglo XVIII
103 José Antonio Amaya UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO
Mutis, sus colaboradores y la botánica madrileña (1791-1808)
161 Parte II CIENCIA MODERNA: CENTROS Y PERIFERIAS
163 Pablo R. Kreimer ¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?
La investigación científica, entre el universalismo y el contexto
índice I 362
197 Olga Restrepo Forero LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
o de cómo huir de la "recepción" y salir de la "periferia"
221 Fernando Zalamea EL CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN
EN AMÉRICA LATINA: modalidades de resistencia
245 Parte III CULTURA NACIONAL EN COLOMBIA:
HIBRIDACIONES Y RESISTENCIAS
247 Jorge Arias de Greiff SABERES LOCALES DIVERSOS GLOBALIZADOS
POR UNA NECESIDAD LOCAL
258 Diana Obregón DEBATES SOBRE LA LEPRA:
Médicos y pacientes interpretan lo universal y lo local
283 Alvaro León Casas Orrego LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA
CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX
328 Cristina Barajas S. HIBRIDACIÓN CONSTANTE:
manejo de la enfermedad en una comunidad rural colombiana
Diana Obregón
PRÓLOGO
El bioquímico e historiador británico Joseph Needham, en su em
peño por ofrecer una imagen no eurocéntrica de la historia de la cien
cia, usaba una hermosa metáfora para ilustrar la emergencia de la
llamada ciencia occidental. Decía Needham que las ciencias medie
vales de las diferentes civilizaciones del Este y del Oeste eran como
ríos que fluían en el gran océano de la ciencia moderna (Chemla,
1999: 220). Con esta imagen pretendía mostrar que no solamente
Grecia y Roma antiguas, sino también el mundo árabe, China, In
dia (y habría que añadir América precolombina) habían contribui
do de manera fluida e indistinguible a conformar una herencia de la
cual la humanidad todavía podía sentirse orgullosa. En efecto, a partir
de los años treinta del siglo XX, Needham y John D. Bernal, junto
con otros científicos británicos y europeos, compartían su preocu
pación por las relaciones demasiado estrechas de la empresa cientí
fica con regímenes antidemocráticos e intereses militares (Petitjean,
1999; Halleux, 1995). En consecuencia, estos científicos, socialis
tas unos y liberales otros, dedicaron sus vidas a luchar por una cien
cia que se mantuviera fiel a los, según ellos, ideales originales de la
ciencia como una empresa para el bienestar y la felicidad públicas.
El humanismo científico de Needham, así como el de George Sarton,
uno de los primeros historiadores que se propuso una historia de la
ciencia que incluyera a toda la humanidad, estaba marcado por la
creencia en la unidad de la naturaleza y en la unidad de la humani
dad, que se reflejaban a su vez en la unidad de las ciencias (Raina,
8 / Diana Obregón
1999: 2). De ahí el proyecto histórico que se propuso Needham:
demostrar que la antigua civilización china había producido un cú
mulo de sofisticados conocimientos científicos y técnicos que pos
teriormente habían ido a parar en el gran océano de la ciencia occi
dental moderna.
Como se ha indicado (Elzinga, 1999: 91), el empeño de Needham
rindió ampliamente sus frutos. El que en culturas diferentes de la
europea hubiera importantes tradiciones científicas antes y después
de la llamada revolución científica del siglo XVII es, hoy en día, un
hecho familiar para muchas audiencias, particularmente para aque
llas con acceso a la televisión. Entretanto, la historiografía de la cien
cia sufrió lo que se denominó el "giro social" en los años sesenta y
setenta del siglo XX; esto es, las dimensiones sociales del crecimiento
y del cambio científicos comenzaron a ser examinadas de manera
sistemática. Muchos han querido derivar estas transformaciones de
la obra de Kuhn, pero sin duda este viraje tiene sus raíces en obras
anteriores: por ejemplo, y de manera notable, en el estudio sobre la
sífilis del médico y microbiólogo polaco Ludwik Fleck (1935-1979),
en quien Kuhn no solamente se inspiró, sino de quien tomó ideas
centrales (Obregón, 1999; Restrepo, 1995). De manera aún más ra
dical, la sociología del conocimiento científico ha examinado el ca
rácter local y socialmente contingente de todo conocimiento cientí
fico y los estudios culturales y feministas han enmarcado el análisis
de la ciencia dentro de una crítica más general de la modernidad.
La universalidad aparece entonces como construida a partir de
saberes circunscritos a laboratorios, talleres y a situaciones especí
ficas. La universalidad de la ciencia no hubiese sido posible sin la
internacionalización de las actividades científicas y ésta a su vez no
hubiese sido posible, entre otros factores, sin la estandarización de
pesos, medidas, nomenclaturas y unidades, proceso que consiguió
un considerable avance a finales del siglo XIX (Crawford, 1992: 40).
Este proceso de construir sistemas de conocimiento a través de es
trategias para crear equivalencias y conexiones que permiten que
Prólogo I 9
saberes aislados y heterogéneos sean movidos en el tiempo y en el
espacio para ser aplicados en otros tiempos y lugares, como han in
dicado Latour (1987) y más recientemente Turnbull (1993/1994),
ha sido la estrategia fundamental de la construcción de la ciencia
contemporánea. La elaboración de teorías científicas implica la re
conciliación y la integración de puntos de vista disímiles. Cada ac
tor, grupo, lugar o laboratorio ostenta un punto de vista local, una
verdad parcial conformada por prácticas locales, creencias locales,
recursos locales, constantes locales, resultados locales que no pue
den ser completamente verificados en todos los lugares. En la agre
gación de todos estos puntos de vista radica la fuerza y el poder de
la ciencia (Turnbull, 1993/1994). De esta manera se devela el mis
terio de las grandes teorías totalizadoras, universales, patrimonio de
la ciencia occidental.
A la luz de estos análisis, el célebre dilema planteado por Need
ham, a saber, por qué la ciencia moderna no se originó en China, o
en cualquier otro lugar del planeta, resulta innecesario o incluso
carente de sentido (Elzinga, 1999: 76; Cueto, 1995: 10). La revolu
ción científica aparece como un acontecimiento histórico particu
lar, ligado a circunstancias sociales peculiares, y la idea determinista
de una humanidad caminando en una misma dirección hacia el pro
greso bajo la égida de la superioridad europeo-occidental ha sido
también datada históricamente. En nuestros tiempos, la ciencia ya
no encarna los ideales de verdad, bondad, racionalidad y libertad que
le adjudicó no solamente el credo positivista y liberal, sino también
el marxista. En estas circunstancias, proyectos como el de escribir
una gran historia general de la ciencia que incluyera a toda la hu
manidad, tal como en sus tempranos años propuso la Unesco bajo
el liderazgo de Julián Huxley y la orientación de Lucien Febvre, han
cedido el paso a análisis más localizados de la ciencia en diferentes
temporalidades y geografías.
En América Latina, a falta de un proyecto de inspiración needha-
miana que estudiara en su totalidad las grandes civilizaciones ame-
10 / Diana Obregón
rindias, los estudiosos de estos temas hemos asumido una cómo
da división del trabajo: los antropólogos se han encargado de exa
minar las llamadas etnociencias, siendo incas y mayas los más es
tudiados, mientras que los historiadores y los sociólogos (también
las historiadoras y las sociólogas, desde luego) hemos preferido ex
plorar temas como la introducción de las ciencias modernas a partir
de la obra de los ilustrados viajeros y naturalistas del siglo XVIII y la
construcción de las ciencias nacionales vinculadas al surgimiento
de los estados nacionales en los siglos XLXyXX. Quizás por ello, los
temas han girado en torno a la asimilación de los paradigmas mo
dernos, sea linneano, newtoniano, darwiniano o relativista, con fre
cuencia escamoteando el análisis del problema del colonialismo y
del imperialismo cultural ligado a estas transferencias de conoci
miento, o de los intereses de clase nacionalistas de las burguesías
locales patrocinadoras de los proyectos nacionales de ciencia. Por
lo demás, como indican Cueto y Cañizares (1999: 49), a América
Latina no puede colocársele sin más el rótulo de "no-occidental"
sin introducir muchos matices, en lo cual se encuentra un llama
do a abordar el problema en toda su complejidad. Visiones dema
siado negativas de la historia de la ciencia en América Latina han
cedido el paso a la indagación de ejemplos históricos de "excelen
cia científica" (Cueto, 1989), que permiten no sólo a los historia
dores sino a los científicos que ejercen cargos de política científi
ca conseguir legitimidad para el ejercicio de hacer historia de la
ciencia, en un caso, y, en otro, trazar estrategias para el desarrollo
científico. La legitimidad del tema de la historia de la ciencia en
América Latina ha sido lograda, y el modelo de desarrollo (o más
bien de subdesarrollo) basado en la imitación de los países in
dustrializados y en la premisa de la importación de ciencia y tec
nología ha sido seriamente puesto en cuestión (Escobar, 1995). De
tal manera que las condiciones están dadas para que los científi
cos sociales asumamos una actitud menos cientificista a la hora de
abordar estos temas.
Prólogo / 11
El conjunto de ensayos que conforman este libro corresponde a
una selección de las ponencias presentadas en el coloquio que con
el nombre de Culturas científicas y saberes locales: ¿asimilación, hi
bridación, resistencia? organizó el Programa Universitario de Inves
tigación en Ciencia, Tecnología y Cultura de la Universidad Nacio
nal de Colombia, en noviembre de 1997. Estos trabajos, aun siendo
bastante diversos en temporalidades, temas y puntos de vista, tra
tan el problema de las tensiones entre las culturas científicas con
sus pretensiones de universalidad y los saberes locales que por de
finición estarían limitados a circunstancias particulares de tiempo
y de lugar. Esta colección de ensayos contempla el problema de la
correlación entre la expansión europea y norteamericana y la mundia
lización de la ciencia y la tecnología para el caso de algunos países
latinoamericanos. La mayor parte los artículos se refieren a Colom
bia, pero también se incluyen algunos análisis de Argentina, Chile,
Perú y México. Asimismo, se examina aquí cómo las modalidades
que la mundialización de la ciencia ha adoptado históricamente in
fluyen en la forma y contenido de la ciencia y de las instituciones y
representaciones de la ciencia contemporánea. Los tres artículos de
la primera parte se refieren a las diversas percepciones que los eu
ropeos tenían de los saberes locales indígenas del Nuevo Reino de
Granada, así como a la imbricación entre ciencia y política en el
periodo colonial. Roberto Pineda describe el encuentro de los con
quistadores españoles con las creencias religiosas de los indígenas
a partir del siglo XVI y su interpretación de las religiones amerindias
como obra del demonio. Por tanto, los objetos indígenas eran vistos
como símbolos satánicos a los que había que destruir, y los caciques
eran percibidos como la materialización del mismo diablo. En estas
circunstancias, los colonizadores españoles no desarrollaron un in
terés coleccionista, actitud que impidió a los españoles fundar tem
pranamente una antropología moderna. A partir de la obra del pa
dre José Domingo Duquesne, de finales del siglo XVIII, la percepción
demoníaca de los objetos indígenas fue sustituida por el interés
12 / Diana Obregón
estético o de coleccionista. Esta nueva mirada, sin embargo, no re
emplazó a la anterior sino que se sobrepuso a ella como en un pa
limpsesto. En el temprano siglo XIX, los objetos previamente sa
tanizados hicieron su tránsito hacia el Museo de Historia Natural,
donde fueron sacralizados como antigüedades y reliquias de la nue
va historia patria, sin que, de otra parte, se modificara la percepción
del indígena como salvaje y pobre a quien era preciso educar y dis
ciplinar. Del trabajo de Pineda se desprende la continuidad de la
percepción de conquistadores y colonizadores españoles de los si
glos XVI hasta comienzos del XVIII con la mirada ilustrada y racional
de los criollos de finales del siglo XVIII y del XLX. Mientras que, para
unos, los saberes religiosos locales eran demoníacos y debían ser
destruidos a toda costa, para los otros, aquéllos se convirtieron en
objeto de un culto petrificado que ha contribuido, aún hoy, a man
tener en el margen a las poblaciones indígenas.
Mauricio Nieto explora el caso de la historia natural española de
finales del siglo XVIII como una empresa central en el empeño euro
peo de conquistar el mundo, donde ciencia, política y economía fue
ron inseparables. A través del análisis de la descripción de algunas
plantas medicinales americanas por parte de Hipólito Ruiz, uno de
los naturalistas españoles a cargo de la Real Expedición al Nuevo Rei
no de Perú y Chile, Nieto explica el descubrimiento de nuevas es
pecies como un proceso de traducción de saberes locales indígenas
a la botánica ilustrada española. Los viajeros, con el nombre de des
cubridores, se hicieron portavoces de un conocimiento ya existente.
De la visión de los románticos y heroicos naturalistas en las selvas
americanas se pasa a la de los hábiles recolectores de plantas y de
saberes que, a diferencia de los habitantes de América, tienen el
interés y están en capacidad de enviar su información a Europa, de
cotejarla con una taxonomía ya establecida y de difundir los benefi
cios que de tales plantas se derivan. Todo este complejo proceso por
supuesto se adelantó sin reconocimiento alguno de quienes habían
sido los originales portadores de estos conocimientos, para cuyas
Prólogo I 13
tradiciones estuvieron reservados los calificativos de irracionales,
salvajes y supersticiosas.
José Antonio Amaya, quien sitúa su análisis en el mismo perío
do y en el mismo tema de la historia natural, examina las complejas
relaciones de la expedición de José Celestino Mutis con la botánica
española entre 1791 y 1808, lapso rico en acontecimientos políticos
y científicos tanto en Santafé como en Madrid y Cádiz. A diferencia
de lo que muchos han afirmado, en este artículo se describe a un
Mutis sin mayor talento como maestro que, no obstante, estuvo al
tanto y estimuló las actividades políticas de su adjunto Francisco
Antonio Zea y de su sobrino Sinforoso Mutis Consuegra. Aún más,
la posterior deportación de estos jóvenes aprendices a Cádiz por ra
zones políticas le acarrearon ciertos beneficios al mismo Mutis,
apurado por la demora de su envío a Madrid de la Flora de Bogotá.
Las contrariedades de Mutis en sus difíciles relaciones con la botá
nica española del momento, le hicieron concebir la idea de una cien
cia autónoma respecto de la metrópoli, proyecto que no alcanzaría a
culminar. Lo cierto es que la expedición de la Nueva Granada, a
diferencia de aquellas enviadas al Perú, Chile y México, estuvo prác
ticamente ausente de la publicación de nuevas especies en Madrid
y de la contribución con semillas americanas a las siembras del Jar
dín Botánico del Prado. Cabría señalar, como ha indicado Amaya en
otra parte (Amaya, 1992) y como señala Olga Restrepo en este mis
mo libro, que la autonomía que deseaba Mutis para la botánica neo-
granadina lo era respecto de España, pero no lo era respecto de la
sistemática linneana, que gracias a corresponsales como Mutis se
convirtió en saber "universal".
La segunda parte de esta colección explora más de cerca el tema
insinuado en la primera parte sobre las relaciones entre centro y pe
riferia en la historia de la ciencia. A partir del análisis de tres labo
ratorios de biología molecular ubicados en Londres, París y Buenos
Aires, Pablo Kreimer propone el concepto de tradición científica que
permitiría analizar en el largo plazo generaciones de científicos que
14 / Pablo R. Kreimer
construyen sistemas colectivos de identificación. La idea de la "ex
celencia científica en la periferia" de Cueto (1989) resulta adecuada
para examinar casos puntuales de científicos que habrían contribui
do al avance de los conceptos en un tema específico de investigación,
como en los casos de Monge en el Perú o de Bernardo Houssay en la
Argentina. En cambio, cuando se examina el nivel institucional no
puede dejar de percibirse tanto el carácter periférico de tales prácti
cas, como las rupturas generacionales que ponen en entredicho la
construcción de verdaderas tradiciones investigativas en América
Latina. En el caso de la biología molecular argentina, Kreimer seña
la dos características: se trata de una ciencia hipernormal en el sen
tido de que se circunscribe a la investigación de un fenómeno parti
cular hasta en sus más mínimos detalles, perdiendo la visión de
conjunto del problema. En segundo lugar, esta práctica científica
resulta funcional para el laboratorio inglés que investiga sobre el mis
mo tema, con quienes los argentinos mantienen estrechas relacio
nes que permiten a la ciencia central ir elaborando el mapa comple
to del problema bajo investigación.
Por el contrario, Olga Restrepo coloca el énfasis del análisis
en los contextos locales del conocimiento y rechaza las categorías
empleadas por muchos historiadores, según los cuales la ciencia de
América Latina no puede ser sino "periférica", "atrasada", "simple
reproducción" o "copia" del original. La ciencia no puede ser sino
local o, más bien, las investigaciones, antes de convertirse en cien
cia, no pueden ser sino locales, se mueven en el terreno de lo inse
guro, lo probable, lo dudoso, lo contingente. Adoptando una pers
pectiva reflexiva, Restrepo advierte que las construcciones que
hacemos los historiadores acerca de la ciencia se convierten en "ca
jas negras", en verdades que se vuelven como bumerangs contra
nosotros mismos al ser convertidas en política científica.
Algunos de los problemas planteados por Kreimer y por Restrepo
pueden ser resueltos a la luz de la pragmática peirceana como ad
vierte Fernando Zalamea. En efecto, Zalamea examina el caso de
Prólogo I 15
Charles Sanders Peirce (1839-1914), creador del pragmatismo nor
teamericano, cuya obra fue calificada en su momento de "extrava
gante", "dispersa" y "desordenada" y fue relegada como periférica
porque contrariaba importantes intereses profesionales de los círcu
los académicos norteamericanos. Durante mucho tiempo la difusión
de la obra lógica de Peirce encontró resistencias de orden concep
tual y metodológico; en las últimas dos décadas, sin embargo, se ha
empezado a publicar y a considerar seriamente. De otra parte, Za
lamea argumenta que el realismo peirceano admite la unificación de
lo diverso, pero al mismo tiempo permite incorporar esta heteroge
neidad en un sistema coherente que recupera la universalidad. De
esta manera, con la lógica peirceana se superaría la disgregación
localista y los relativismos extremos típicos de muchos discursos
postmodernistas. En particular, la pragmática peirceana se eviden
cia como una perspectiva fértil para comprender los problemas de
las resistencias e hibridaciones de la transculturación en América
Latina.
Los cuatro artículos de la tercera parte de este volumen se refie
ren a la formación de una cultura científica nacional en Colombia.
Jorge Arias de Greiff, en un interesante trabajo, muestra (literalmen
te) cómo diversos saberes locales (inglés, alemán, belga, norteameri
cano) confluyeron en la elaboración de los sofisticados diseños de lo
comotoras para trochas de vía angosta con destino a los formidables
Andes colombianos. Arias de Greiff trastoca las concepciones al uso
acerca de centro y periferia en materias tecnológicas: el ingeniero
inglés Paul C. Dewhurst diseñaba estas locomotoras desde Colom
bia, país que se convirtió así en el centro del conocimiento tecnológi
co ferroviario de vía angosta a comienzos del siglo XX. Los diseños de
Dewhurst influenciaron aquellos de las locomotoras que se constru
yeron en la India y Suráfrica en esos años.
Los últimos tres artículos tratan de médicos, medicina, enfer
medades y salud pública. En cuanto a mi propio trabajo, a través de
una serie de debates que adelantaron los médicos colombianos y los
16 / Diana Obregón
pacientes de lepra a finales del siglo XKy comienzos del XX, explico
cómo se formó un saber científico "universal" en torno a la lepra y
cómo los pacientes argumentaron en contra de ese saber desde sus
propias perspectivas locales. Centrándose en el mismo período del
trabajo anterior, Alvaro Casas examina el problema del abastecimien
to y evacuación de las aguas en la ciudad de Cartagena y el conflicto
entre los médicos higienistas, que monopolizaban el tema de la sa
lubridad pública y ostentaban un fuerte poder local, y los ingenie
ros sanitarios que podían argumentar la posesión de un conocimien
to más novedoso, pero eran menos poderosos en el juego local de
intereses.
Finalmente, la cuestión de la hibridación entre las culturas cien
tíficas y los saberes locales no es un problema del pasado, sino que se
presenta constantemente en las sociedades latinoamericanas. Por ello
se ha incluido en esta colección un artículo de Cristina Barajas que
describe cómo los conocimientos médicos locales se combinan con
los saberes médicos occidentales en una comunidad rural colombia
na. En una forma constante y compleja, se establecen hibridaciones
de las denominaciones, los signos, los significados y las acciones en
un intento por buscar respuestas frente a los dilemas que plantean
las enfermedades.
Por último, es preciso reconocer a las instituciones y personas
que colaboraron tanto en la organización del coloquio como en la pu
blicación de este libro. En primer lugar, a los miembros del comité
académico, José Antonio Amaya, Jorge Charum, José Granes, Olga
Restrepo y Clemencia Tejeiro, quienes en las reuniones del Semi
nario Permanente sobre Ciencia, Tecnología y Cultura concibieron
la idea de llevar a cabo este tercer coloquio, después de un primer
encuentro general sobre el tema (Restrepo y Charum, 1996) y de una
segunda reunión sobre ciencia y representación (Amaya y Restrepo,
1999), libro publicado en esta misma colección. Deseo también agra
decer en el antiguo CINDEC de la Universidad Nacional a Carmen
Alicia Cardozo de Martínez y a Afife Mrad de Osorio, quienes fue-
Prólogo I 17
ran directora y subdirectora respectivamente, y a Diógenes Campos
y a Felipe Lanchas, quienes las reemplazaron en esos cargos; todos
ellos (y ellas, por supuesto) apoyaron decididamente la puesta en
marcha de este evento. Asimismo, agradezco al ICFES el auxilio fi
nanciero que hizo posible la presencia de Pablo Kreimer en Bogotá,
y a Mónica Brijaldo y a Nydia Cardona por su invaluable colabora
ción para superar con éxito los diversos obstáculos que suelen pre
sentarse en estos casos.
En segundo lugar, debo agradecer a Fernando Zalamea, direc
tor de la División de Investigación de la sede de Bogotá de la Uni
versidad Nacional, a Alvaro Camacho y a Rodrigo Pardo, decano y
vicedecano de la Facultad de Medicina respectivamente, a Telmo
Peña, decano de la Facultad de Ciencias Humanas, y a Jaime Arocha,
director del Centro de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias
Humanas, por su apoyo a la edición de esta colección.
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Parte I
Saberes indígenas, ciencia y política en la Colonia
Roberto Pineda Camacho
DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA
EN EL NUEVO REINO DE GRANADA (SIGLOS xvi-xvm)
Introducción
El descubrimiento de América hizo tambalear ideas fundamentales de la antropología europea medieval, basadas en las tradiciones aristotélica y tomista. Los conquistadores, misioneros, teólogos y otros doctores se interrogaron acerca de la naturaleza de este Nuevo Mundo y sus extraños seres y hombres. Los hombres, en particular, ¿eran gente o "monas"? ¿De dónde provenían? ¿Eran también descendientes de Adán? ¿Tenían orígenes diversos? Sus interrogantes y discusiones comprendieron otros apasionantes temas sobre el verdadero lugar del paraíso y la naturaleza de las religiones americanas y los monumentos aborígenes: ¿se encontraba el paraíso en América? ¿Las religiones americanas eran una mimesis diabólica de la cristiana?
La nueva experiencia fue, como era de esperarse, leída a partir del Génesis y de la etnología mosaica. Entonces se pensaba que Adán había sido creado por Dios, a su imagen y semejanza, en un período histórico reciente; se creía firmemente en la historicidad del Diluvio, el Arca de Noé y la dispersión de sus hijos (Cam, Sem, Jafet) por toda la tierra. Se pensaba que la diversidad lingüística era consecuencia de la caída de la Torre de Babel, y que la dispersión de lenguas fue un verdadero castigo divino por las vanas pretensiones humanas de alcanzar el Cielo, en la muy humana tendencia de competir con la Divinidad. A pesar de la unidad en torno al modelo mí-
24 / Roberto Pineda Camacho
tico, las interpretaciones tuvieron variaciones y hubo grandes des
acuerdos acerca de los pormenores y los detalles.
A finales del siglo XV, la idea de la omnipresencia del Diablo se
apoderó de Europa y en particular de los reinos de Castilla y de
Aragón: la creencia en la presencia del Ángel Caído no era en reali
dad nueva, pero la lucha contra los infieles de Granada y Andalucía
la convirtió en una verdadera obsesión. Algunas de las mentes más
ilustres de su época se dedicaron a pensar y representar al Maligno.
La gente convivía con el Demonio, lo palpaba, lo sentía; el Mal se
ducía a hombres y a mujeres, los cuales pactaban con el diablo cier
tos beneficios. Lucifer era una verdadera peste, de la que no era fácil
escapar o al menos permanecer indiferente. La Iglesia debía estar
alerta ante su insidiosa e imprevisible influencia.
La España del siglo XVI enfrentó al Demonio y a la modernidad de
manera simultánea. Su antropología expresa esta doble tensión que
se reflejó en sus pensadores, ingenieros navales, matemáticos, cro
nistas y misioneros. Pero su obstinada lucha contra la Reforma y los
príncipes heréticos propició que su antropología se convirtiese cada
vez más en una demonología, al menos en algunos de sus reinos ame
ricanos. Sostenemos que en el siglo XVI los españoles pudieron haber
fundado la antropología moderna, y de hecho se avanzó en este senti
do pero los constreñimientos ideológicos la orientaron en otra direc
ción porque el Nuevo Mundo se percibió en el ámbito -como se men
cionó- del problema del Mal. Se desarrolló en España y en América
una "ciencia" del Mal apasionante que merece aún ser estudiada en
profundidad, porque constituye un objeto legítimo al cual consagra
ron sus fuerzas algunos de los mejores hombres.
Este ensayo se concentra en la descripción y el análisis de las
representaciones y actitudes de los españoles y criollos letrados con
relación a las religiones amerindias en la Nueva Granada, y en par
ticular respecto a los diversos objetos producidos por las culturas
indígenas, encontrados en sus templos, casas y sitios funerarios. De
manera similar a otras regiones de América, estos objetos fueron
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 25
resignificados como "ídolos del diablo", y sometidos a un discurso
y práctica que los percibió como la manifestación misma del Mal, y
en cuanto tal fueron sistemáticamente destruidos, exorcizados, fun
didos y confiscados a sus propietarios y antiguos poseedores. Aun
que algunos de ellos no dejaron de ser admirados, esta actitud difi
cultó que se formasen no sólo colecciones sino que se constituyese
en la Nueva Granada un espíritu coleccionista, lo cual, a su vez, im
pidió la conformación de un saber positivo sobre los "colonizados".
Solamente hasta finales del siglo XVIII encontraremos en los pa
sillos de la Casa Virreinal de Santafé de Bogotá algunas momias
provenientes de Ocaña, las mismas que prefiguran los Gabinetes de
Curiosidades y la existencia de un tenue espíritu coleccionista que
por entonces se apoderaba de Europa. Esta situación coincide, tam
bién, con la primera defensa del patrimonio histórico de la ciudad,
por parte del criollo Moreno y Escandón. El polémico oidor se opu
so a la demolición de la ermita del Humilladero argumentando que
se trataba de una "memoria" de la Conquista; los dominicos pre
tendían, por su parte, demolerla para construir allí su iglesia (Du
que, 1996: 43).
Los discursos y las prácticas frente a las "antigüedades" no fue
ron, sin embargo, uniformes. La antropología colonial no se reduce
a un discurso sobre el diablo, sino que se "inventaron" otras narra
ciones que simultáneamente coexistieron y circularon en los cole
gios y monasterios. En el Nuevo Reino tomó fuerza la idea de que el
Paraíso estuvo en América, en particular en nuestro territorio, y la
convicción de que gran parte de los monumentos indígenas - e in
cluso parte de sus costumbres- fueron las huellas de la peregrina
ción de santo Tomás y el fruto de sus enseñanzas. A finales del siglo
XVIII, estas ideas no habían perdido fuerza todavía, aunque se esta
ba forjando una nueva concepción de nuestros orígenes y de la iden
tidad americana.
En las postrimerías del siglo XVIII, en efecto, el padre José Do
mingo Duquesne y el sabio Caldas promovieron los primeros estu-
26 / Roberto Pineda Camacho
dios sobre las antigüedades neogranadinas mediante la recolección y
representación de ciertos objetos indígenas. Duquesne coleccionó di
versos objetos votivos que la comunidad indígena de Gachancipá guar
daba en una cueva sagrada próxima a dicha localidad; entre ellos, se
destaca un supuesto calendario de los muiscas que fue utilizado por
Alejandro von Humboldt en sus especulaciones sobre los calendarios
americanos. Por su parte, Caldas resaltó el interés de estudiar las "rui
nas de San Agustín" y describió algunos de los monumentos incas
localizados en el Ecuador. Inmediatamente después de la Indepen
dencia, Matiz y Céspedes asumieron la tarea de describir con más
detalle los monumentos agustinianos y se albergaron diversas anti
güedades neogranadinas en el Museo Nacional.
Las tumbas y los bohíos del diablo
Corría el año de 1514, cuando las huestes de Pedrarias de Ávila se
internaron en la tierra firme de Santa Marta, antes de dirigirse a San
ta María la Antigua del Darién. Entonces, de acuerdo con Pascual
de Andagoya, los expedicionarios excavaron algunas tumbas y pro
cedieron a extraer ciertas piezas con figuras de animales:
Quiso saber el secreto de la tierra y entrando cierta capitanía
de gente dieron en cierto pueblo, desamparando los indios sus ca
sas: se les tomó algún despojo y se halló cierta cantidad de oro en
una sepultura. La gente desta tierra son casi a la manera de los de
la Dominica; son flecheros y de yerba. Aquí se hallaron ciertos pa
ños y las sillas en que se sentaba el demonio, figurado en ellas de
la manera que a ellos les parecía y hablaban con ellos, tomaban la
figura de él y la ponían en sus paños (Andagoya /l547/1986: 84).
Asimismo, desde los primeros años de la fundación de Santa Mar
ta, en 1526, su gobernador, García de Lerma, implantó un ventajoso
intercambio con los indios de la región, en particular con sus caciques:
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 27
al visitarle le traían "mucho oro u joyas", las cuales -de acuerdo con
Juan Cueto y otros vecinos de Santa Marta, sus contradictores- "ama
saba solo para sí", sin compartir con sus huestes y vecinos.
En 1530, el gobernador ordenó que las sepulturas taironas "po
drían sólo abrirse con su permiso personal", para salvaguardar pre
suntamente los derechos del rey (Reichel-Dolmatoff, 1997: 7). Pero
García de Lerma, según la Memoria redactada por Juan de Cueto y
otros vecinos en 1537, también promovía subrepticiamente el saqueo
de las tumbas de forma desaforada "y antes que nadie supiese el aviso
de las sepulturas, él sacó secretamente muchas y las mas rricas de
todas porque truxo dos canteros de Castilla que se las sacaban con
otros muchos criados suyos que el tenya y gente que él alquilaba, y
desta manera saco mas de quinze días que lo trayan a costales" (Cueta
/1537/, en Relaciones, 1916: 47).
Con este proceder, el gobernador profanó, en pocos años, casi
todas las sepulturas "a la redonda,... porque no las avya syno a medya
legua de aquí de Santa Marta, porque heran enterramientos anti
guos, porque en toda la tierra no se ha hallado cosa semejante..."
(Cueta/1537/, enRelaciones, 1916: 47).
Unos pocos años después, al sur de Santa Marta, en los alrededo
res de Cartagena, las huestes de Heredia asaltaron y destruyeron gran
des pueblos nativos, apoderándose de sus mujeres y pertenencias. En
1534, cuando Pedro de Heredia recorrió por primera vez la región del
Sinú, hizo circular, de manera astuta, el rumor de que sus caballos
comían oro, obteniendo de esta manera que algunos caciques - teme
rosos ante la presencia de este insaciable caníbal- le entregasen
"chagualas" -o figuras orfebres- para sus animales. En las tierras del
cacique Finzenú, Heredia y sus hombres encontraron grandes tem
plos llenos de "ídolos" revestidos con oro, y descubrieron enormes
túmulos funerarios, claramente visibles en el paisaje.
[...] Al cabo de aver pasados grandes arcabucos y ciénagas
fyimos a dar en un pueblo que se dezia el Cenú, a donde se tomó
28 / Roberto Pineda Camacho
un yndio que tenya cargo del oro del cacique, y pidiéndole que
nos diese oro mostrónos en el arcabuco dos habas de oro que
nosotros llamamos caxas, en las quelas hallamos mas de XX mil
de oro fino, sin mas de xv mil pesos que hallamos en un buhío
que ternya mas de cien pasos en largo, que eran de tres naves,
que llamaban los yndios el buhio del diablo, a donde estaba una
hamaca muy labrada, colgada de un palo que estaba atravesado,
el qual sostenía en los hombros quatro bultos de personas, dos
de hembras y dos de machos, y encima de la hamaca donde dezian
que se venya a echar el diablo, estaban las dichas havas, y en este
bohío avia sus guardas para que no entrara todos los yndios en el,
y verdaderamente hablan los yndios con el diablo, y por hay en
los pueblos buhíos para ello e yndios que se llaman piaches, para
hablar con ellos (Heredia/1533/, en Relaciones, 1916: 13-14).
Los españoles no quedaron satisfechos; interrogaron a un nati
vo sobre los lugares donde presumiblemente se encontraba el oro,
el cual "dixonos que cavásemos en un montón de tierra que era
sepoltura dellos, de las quales avía gran cantidad, y sacamos del mas
de X mil pesos de oro fino, y dezianos el yndio que cavásemos y que
sacaríamos mas" (Heredia/1533/, en Relaciones, 1916: 14).
Entonces comenzó el saqueo sistemático de las tumbas de Gran
Cenú, verdaderas, a juicio de los españoles, sepulturas del diablo,
cuya riqueza orfebre despertó aún más la codicia de los peninsula
res, enloqueció a los pobladores de Cartagena y produjo una cala
mitosa inflación en los precios de la recién fundada ciudad de
Cartagena de Indias.
Los sucesos del Sinú abrieron serias e irreparables heridas en
tre los conquistadores. Se acusó, posiblemente con fundamento, a
Heredia de apoderarse de gran parte del tesoro, mediante diversas
triquiñuelas, y de burlar los derechos del rey al no pagar los debidos
quintos del oro fundido. Desde entonces la suerte de Heredia cam
bió: fue sometido a un severo juicio de residencia y enviado a Espa-
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 29
ña. Durante su viaje de regreso, su nave naufragó y nuestro triste
mente célebre fundador de Cartagena sucumbió en la mar. No faltó
gente que atribuyese esta desgracia a su codicia excesiva y a la pro
fanación de las sepulturas del diablo, según enseñaban la misma tra
dición cristiana y diversos doctores de la Antigüedad que condena
ban la avaricia y codicia de los ladrones y saqueadores de los difuntos.
Pero los peninsulares también advirtieron la presencia e influen
cia del diablo en las costumbres, prácticas religiosas, casas y aldeas
de los indios, e incluso en sus propios cuerpos u atuendos. Por ejem
plo, cuando las huestes penetraron en el río Cauca, encontraron nu
merosas aldeas, cuyas casas principales estaban rodeadas de cala
veras, manos y otros restos humanos.
Según Cieza de León, por ejemplo, "a la puerta de las casas de
los caciques (de la Provincia de Picara) hay plazas pequeñas, todas
cercadas de las cañas gordas, en lo alto de las cuales tienen colgadas
las cabezas de los enemigos, que es cosa temerosa de verlas según
están muchas, y fieras con sus cabellos largos, y las caras pintadas
de tal manera que parescen rostros de los demonios" (Cieza de León,
1962: 83-84). Asimismo, el cronista nos indica la presencia de bo
híos del diablo, en los cuales el demonio se revelaba a los hombres
en la figura de un gran gato.
Con relación a las sociedades de Anserma, Cieza anota:
Casa de adoración no se la habernos visto ninguna. Cuando
hablan con el demonio dicen que es a oscuras, sin lumbre, y que
uno que para ellos esté señalado habla por todos, el cual da las
respuestas (Cieza de León, 1962: 82).
De otra parte, Cieza insertó una interesante "imagen de salva
jismo" en la primera edición de su obra La crónica del Perú, la cual
acompaña el capítulo XLX titulado "De los ritos y sacrificios que es
tos indios tienen y quan grandes carniceros son de comer carne". La
ilustración representa dos posibles víctimas del canibalismo, colga-
30 / Roberto Pineda Camacho
das, cubiertas con ropa, esperando su turno para ser "sacrificadas"
por un "carnicero" que abre su pecho con un cuchillo. A un lado,
sobre una pequeña columna, está una figura del diablo que preside
la escena. En la fe de erratas, Cieza anota que las personas que es
peraban su turno, colgadas de una cabuya, estaban en realidad des
nudas, en vez de vestidas como el pudoroso grabador las había des
crito. Al lado, en la página siguiente de la edición original, se lee:
Cuando los descubrimos, la primera vez entramos en diha
provincia con el capitán Jorge Robledo, me acuerdo yo, se vieron
indios armados de oro de los pies a cabeza; y se le quedó hasta oy
la parte donde los vimos por nobre la loma de los armados (Cieza
de León, 1985: Capítulo xvm). (Véase lámina 1).
Durante la toma de la provincia de Pozo, Robledo fue gravemente
herido, lo que lo decidió a hacer guerra cruel a sus habitantes. El
mariscal y sus huestes, aliados con otros indígenas - los indios
carrapa y picara-, asaltaron las casas de los pozos, localizadas en las
partes altas de los cerros:
Los indios amigos -refiere Cieza en Las guerras- mataron
algunos de los enemigos, a los cuales comieron aquella noche, y
nosotros nos aposentamos en las casas que estaban en la loma;
eran grandes y estaban en ellas gran cantidad de ídolos de made
ra, tan grandes como hombres, en lugar de cabezas tenían cala
veras de muerto y las caras de cera; sirvieron de leña... -comenta
tajantemente el cronista- (Cieza de León, 1985: 167).
De acuerdo con la Descripción de Tenerife (19 de mayo de 1580),
los indios de la región tenían cierto tipo de señores, llamados moanes,
aunque también había moanas, "que saben curar con yerbas que
ellos saben que tiene birtud, que quitan las calenturas y otras el dolor
de cabeza y otras los dolores que tienen. Ay otros... que curan con
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 31
soplos trayéndole la mano por los brazos y cuerpo y soplando..."
(Tovar, s.f.: 331-332). Entre los diversos moanes, se destacan aque
llos que controlaban las lluvias, a través de su contacto con el dia
blo. Asimismo, los moanes amenazaban, según la relación, a sus
gentes si aceptaban la fe cristiana:
[...] Y les dicen que no se bauticen, que se enoxa el diablo
con ellos sino que se estén como sus pasados, dánles a entender
que quando byene alguna enfermedad en los pueblos quel dia
blo está enoxado por alguna cosa quel ynbenta dediles y que para
que desenoje el diablo que agan una borrachera solene, la qual
acen en el buyo del diablo que tienen echo para él aparte en el
monte, y es más galano que nynguno porque todos los estantes y
estantillos los labran y les pintan allí sapos y culebras... y otras
sabandixas y figuras mal echas (en Tovar, s.f.: 333).
De otra parte, la discusión sobre la legitimidad de la expropiación
y del saqueo se planteó desde los primeros años de la Conquista. Des
de el punto de vista legal, se consideraba como hurto el apropiarse de
joyas, oro y otros bienes de los indios que éstos hubiesen escondido
por miedo a la presencia española o por temor a su despojo. La discu
sión era, en realidad, más compleja cuando estos tesoros se encontra
ban en bohíos y templos, cuevas, labranzas, ollas, a manera de ofren
das. Fray Bartolomé de las Casas consideraba que si dichos bienes
estuviese en posesión de indígenas a los cuales no se les pudiese de
clarar "guerra justa" o que fuesen gentiles y se convirtieren a la fe ca
tólica, era ilegítimo hacerlo porque la ofrenda no es, en palabras del
padre Simón, "hacienda derrelicta, desamparada y sin dueño, pues es
su dueño el que la ofreció"1.
1 En México y en Perú la situación no había sido tampoco muy distinta. Allá los peninsulares saquearon templos y tumbas, ídolos y momias, cuyas existencia era un buen motivo para legitimar la conquista, así fuese a sangre y fuego, argumentando su naturaleza diabólica.
32 / Roberto Pineda Camacho
El mismo padre Simón, basado en algunos pasajes de la Biblia
(v.g., "Dijo Jacob a su suegro Labán cuando buscaba los ídolos que
le habían hurtado su hija Raquel y criados: Búscalos y si los halláis,
llévatelos pues son tuyos"), concluía: "hallándose esos santuarios y
que tengan dueños, si no son cosas de precio se deben disipar y des
truir, y si lo son, deben volver a sus dueños, declarándoles no ser
aquello a quien deben adorar" (Simón, 1991, t. V: 183).
De acuerdo con Simón, este acto era legítimo cuando hubiese
guerra justa, en cuanto que "así como las personas, vidas y demás
bienes están sujetos al vencedor, también lo estará lo ofrecido a los
ídolos" (Simón, 1991, t.V: 183); asimismo cuando fuesen indios cris
tianos y con suficiente conocimiento de Dios, ya que en este caso se
trata de un verdadera idolatría, "en castigo de su apostasía e infide
lidad".
La profanación de los sepulcros estaba sancionada en la tradi
ción cristiana y en las mismas leyes de Castilla. Por lo general se con
denaba a los saqueadores de tumbas, en cuanto se consideraba que
los bienes depositados tenían el propósito de honrar la "memoria
de los difuntos". El robo de una sepultura era una falta grave de
En México, por ejemplo, se registraron saqueos sistemáticos de las tumbas desde 1522 en la isla Sacrificios y en el río Tonalá; en 1533 se le concedió al conde de Osorio, presidente del Consejo de Indias, una licencia para excavar tumbas, con el requisito del pago del quinto real. En 1587, el virrey de la Nueva España expidió una licencia con el mismo propósito: esta política se mantuvo, según Alcina Franch, hasta 1774 (Alcina, 1995: 21).
Algo similar ocurrió en el Perú. La Huaca de Lamayahuana fue saqueada con la complicidad del cacique local, quien la señaló a los españoles con la condición de que se le participase en las ganancias "para aliviar la pobreza de su pueblo, encontrándose grandes cantidades de oro". Entre 1577 y 1578, el virrey Gutiérrez de Toledo desenterró por lo menos ocho mil kilogramos de oro (Alcina, 1995: 22). Algunas huacas, como la excavada por Gutiérrez de Toledo, produjeron oro durante más de 50 años, y se evaluó su producción "en un millón de pesos".
Anorte, enlngapirca, en el Ecuador, Juan de Salazar Vills excavó, en 1560, diversas tumbas de pozo, encontrando piezas de oro, hachas, monedas de cobre, etc. (Salomón, 1987, citado en .Alcina, 1995:22).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 33
codicia y avaricia, o un verdadero hurto. Pero en América estas disposiciones tuvieron excepciones que por lo general se convirtieron en regla. En primer término, en muchos casos -como el del Sinú-, la presencia de ricos tesoros no podía tomarse -aseveraban- como un propósito de honrar la memoria del muerto, sino como un "acto de avaricia" para que no lo gocen o usufructúen sus parientes.
Con frecuencia, los sepulcros eran tan antiguos que aparentemente no tenían ya propietarios que pidiesen su restitución. En los otros casos, argumenta Simón, sus dueños tendrían derechos a la devolución.
Tesoros de las Indias y cámaras de maravillas
Pero los objetos de los indios no sólo fueron objeto de saqueo y des
trucción. Aunque fueron resignificados como ídolos, símbolos de la
presencia del diablo o de la existencia de una religión de idólatras,
sabemos que también fueron objeto de una relativa admiración. El
arte plumario, en particular, llamó poderosamente la atención de los
peninsulares, y algunos de sus mejores logros fueron a parar a ma
nos de las cortes europeas.
Los grandes descubridores y conquistadores enviaron parte de
sus tesoros a los reyes y magnates. El mismo Colón remitió diver
sos cemíes ("ídolos" de los tainos), bancos, guacamayos, etc., a Es
paña. También envió indios "caribes", algunos de los cuales fueron
empleados (posiblemente no sin aprehensión) como esclavos o sir
vientes. Cortés, por su parte, remitió diversos objetos plumarios,
máscaras, etc., de la corte de Moctezuma. El Tesoro de Moctezuma
"inventariado y recibido por los procuradores Montejo y Hernández
Portocarrero..." salió hacia España el 10 de julio de 1519. Fue exhi
bido, ante el asombro de sus contemporáneos, en Sevilla, Toledo y
Valladolid. Cuando Carlos I se desplazó a Bruselas, en el año de 1520,
donde fue entronizado como Sacro Emperador Romano, el tesoro
fue expuesto en la gran plaza del Ayuntamiento de la ciudad. En 1522,
34 / Roberto Pineda Camacho
el mismo Cortés remitió 260 piezas a España (plumería, mantas,
instrumentos de cuero y jade, etc.), que aún se encuentran en los
museos europeos (Alcina, 1995: 24 y ss.).
Pizarro tampoco escapó de esta conducta. Del rescate pagado por
el infortunado Atahualpa, guardó una parte para sí (entre otros, un
gran banco de oro plano) y remitió una proporción considerable al
rey.
De acuerdo con Alcina Franch, los "regalos de las Indias" (ca
sabe, hamacas, cemíes, etc.) que recibió el cardenal Cisneros -en
los primeros lustros del siglo XVI- de manos del padre Francisco Ruiz,
fueron depositados por su "eminencia" en el Colegio de la Univer
sidad de Alcalá de Henares. (Alcina, 1995: 22); con estos objetos se
constituyó uno de los primeros museos etnográficos del mundo. En
este contexto, también a mediados del siglo XVI, el virrey De Toledo
del Perú sugirió a Felipe II organizar un museo en el palacio, reunien
do los objetos de las Indias2.
2 La idea de constituir un Gabinete de Curiosidades se remonta a Felipe V, el primero de los monarcas españoles de la Casa de los Borbones. Probablemente, siguiendo el ejemplo de los monarcas franceses, organizó —en 1712- la Biblioteca Pública, en la que se coleccionaron "libros y objetos raros y curiosos de la naturaleza".
En una real orden del 9 de enero de 1713, instruyó a los virreyes, gobernadores, corregidores y otras autoridades, eclesiásticos o seculares, "pongan con muy particular cuidado toda su aplicación, en recoger cuanto pudiesen de estas cosas singulares bien sean piedras, minerales, animales o partes de animales, plantas, frutas o de cualquier otro género, que no sea muy común, sino extraordinario o por su especie o por su tamaño o por sus propiedades..." (citado en Alcina, 1995: 74-75). En 1752, Antonio de Ulloa propuso a Fernando VI conformar un Gabinete de Historia Natural, en el marco de un proyecto mayor de crear un Estudio Universal de las Ciencias, el cual abarcaba un Gabinete de Historia Natural, de Geografía y Antigüedades (Alcina, 1995: 75). Aunque Ulloa fue nombrado primer director de este Gabinete de Historia Natural, el proyectó fracasó; en 1755, renunció de manera categórica a su cargo.
Dos años más tarde, en 1757, Mutis propuso al rey la creación de un Gabinete de Historia Natural, pero al parecer la idea tampoco logró concretarse, entre otras razones porque Mutis viajó a América como médico del nuevo virrey Mesía de la Zerda. Desde Santa Fe, el sabio reiteró a Carlos III la conveniencia de la creación del Gabinete de Historia Natural y de un Jardín Botánico (Alcina, 1995: 77).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 35
De todos modos, los regalos de las Indias, los botines de los sa
queos, etc., conformaron, junto con plantas, piedras, animales, ar
tefactos y toda clase de bizarrerías y curiosidades de la misma Eu
ropa o del resto del mundo bárbaro, las "cámaras de maravillas",
localizadas con frecuencia en corredores y salones de los palacios y
castillos de la nobleza, para el goce de su sensibilidad, mientras que
el pueblo las admiraba en los muelles, las tabernas y quizás en sus
propias casas. Estos objetos no eran meras curiosidades, sino que
estaban revestidos de una áurea mágica. Y a no ser por la Sagrada
Inquisición y la Reforma, posiblemente la misma Europa se hubie
ra inundado de lo que podríamos llamar hoy bienes chamánicos, cuya
difusión hubiese sido paralela a la del tabaco, el cacao, la papa y otros
productos que tanto bien hicieron por mejorar la calidad de vida
europea y transformaron sus sistemas agrícolas, sus dietas y sus cos
tumbres.
En efecto, como se dijo, los habitantes de las principales ciuda
des costeras españolas se agolpaban en los muelles para escuchar
las noticias de las Indias y admirar las curiosidades que de esta nueva
y maravillosa tierra llegaban en los barcos: piedras, animales, ban
cos, plantas, "caribes", etc. Algunos de ellos decidieron su viaje a
América motivados por esas primeras exposiciones públicas que ex
hibían los tesoros de las Indias. El ya mentado Pedro Cieza de León,
por ejemplo, probablemente encontró allí su primer acicate para des
plazarse a América. Y en los años sucesivos los indianos no dejaron
de sorprender a sus familias y amigos con fantásticos regalos prove
nientes de las tierras americanas.
"Lapestilencia de las idolatrías"
Cuando Gonzalo Jiménez de Quesada invadió el país de los muiscas
-guiado por la ruta de la sal- sus hombres buscaron afanosamente
multiplicar su botín, que fue inventariado de forma detallada; des
contada la parte correspondiente al rey, el fruto del saqueo se repar-
36 / Roberto Pineda Camacho
tió entre las huestes según su jerarquía, mérito y codicia. El balance
no fue malo, de manera que esto sirvió de estímulo para proseguir
el saqueo, pese a la reacción tardía del Adelantado, que comprendió
la quimera de El Dorado.
Quesada y sus colaboradores no dudaron en aplicarle implacables
torturas al sagipa para que confesase la localización del gran tesoro
que el zipa supuestamente había escondido de los españoles.
En los años subsiguientes, y una vez establecida la Audiencia en
Santa Fe de Bogotá, por allá en el año de 1550, el interés por los te
soros y bienes de los indios se intensificó y mantuvo. Por una parte,
los frailes franciscanos veían en las piezas orfebres, el arte plumario,
los caracoles y otras piezas votivas verdaderas idolatrías, a través de
las cuales intervenía el demonio; las consideraban serios obstácu
los para la evangelización de los indios. De otra parte, muchos con
quistadores las estimaban, sobre todo, en cuanto fuente de riqueza
y consideraban que, a toda costa, debían de ser fundidas.
En 1556, las constituciones del sínodo de Santa Fe, expedidas
por el arzobispo fray Juan de los Barrios, ordenaron que todos los
santuarios existentes en los pueblos de indios, y en particular don
de ya hubiese indígenas cristianos, fuesen "quemados y destruidos",
y suplantados por una iglesia o por lo menos una cruz; algunos años
más tarde el arzobispo Zapata de Cárdenas criticó la medida, por
que de alguna forma conservaba la memoria de los santuarios o de
las idolatrías.
El sopor de la Colonia y sus intrigas fue sacudido en 1578 cuan
do los frailes franciscanos descubrieron que los indios continuaban,
con vigor, sus demonolatrías. En Fontibón no sólo existía una ver
dadera legión de jeques, sino que los hombres en trance de morir
sostenían con una mano una cruz, pero con la otra se aferraban a
sus figuras de Bochica. Y poco valían las amenazas de cortarles el
cabello -que tanta vergüenza causaba a los indios- porque de todas
manera en las goteras de Santa Fe y Tunja aquellos proseguían con
sus "supercherías".
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 37
Como reacción, se expidió una orden perentoria para que los ca
ciques entregasen de manera compulsiva -so pena de azotes y casti
gos- todas sus idolatrías. Cerca de Tunja, los misioneros registraron
minuciosamente las "idolatrías" de los indios. Ante el estupor de los
nativos, una multitud de tunjos, plumas y guacamayos disecados, "ído
los" de madera y piedra, topos, tejuelos, tejidos y otros objetos cubier
tos con hilo de algodón, etc., fueron quemados y destruidos.
En este caso -como ha sido señalado por Vicenta Cortés- los ob
jetos fueron clasificados en dos clases: aquellos susceptibles de ser
echados al fuego y destruidos in situ y aquellos remitidos a la capital
para ser fundidos (como el oro) o para ser tasados, v.g., las esmeral
das. El oro fue avaluado en 1.724 pesos y 4 tomines; se recogieron
250 piedrecitas de esmeraldas (Cortés, 1959: 399). Las piezas orfebres,
al parecer, fueron fundidas también.
Los objetos no sólo eran satanizados, sino que sobre ellos se "im
ponía una práctica eucarística". Los "ídolos" hallados en Sogamoso,
por ejemplo, fueron quemados después de una "misa mayor" entre
los indios (Serna, 1996: 74).
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, los españoles, enca
bezados por los oidores, acusaron a los frailes de implementar una
perversa estrategia para apoderase de las "huacas" de los indios. En
realidad, lo que más les dolía era su reducida participación en el fruto
material de la extirpación; los oidores eran particularmente sensi
bles, ya que la legislación colonial no les permitía tener negocios ni
otras granjerias, pero, de hecho, las obtenían por "otros medios".
Por la relación del padre jesuita Alonso de Medrano, escrita a fi
nales del siglo XVI, sabemos que los muiscas tenían numerosos sacer
dotes y santuarios, donde hablaban al "demonio" y en los cuales te
nían tantos "ofrecimientos" en oro que "los hombres [tienen] mañas
para sacárselo aun al demonio de las uñas" (en Lloreda, 1992: 61).
Los jesuitas, que habían entrado tardíamente (1598) al Nuevo
Reino, durante el arzobispado de Bartolomé Lobo Guerrero, se vie
ron pronto confrontados con las idolatrías. En alguna ocasión "su-
38 / Roberto Pineda Camacho
cedió, pues, que llegase a noticia de los dichos padres de nuestra
Compañía que una yndia traya, en las manos, un ydolo abominable,
hecho de algodón, que para el mesmo demonio, cuya figura era, la
qual, dijo, averio tomado a otra yndia que lo adorava. Y, dejándolo en
sus manos, se escapó sin ser vista" (en Lloreda, 1992: 67).
En relación con este suceso, un domingo por la tarde "sacaron
los padres dicho ydolo a la placa; y, predicando contra aquel error
uno dellos, fue grande el espanto que causó, así en los yndios como
en los españoles. Y se remató el sermón con entregar el ydolo al braco
seglar de los muchachos, que lo pisaron, escupieron y echaron en el
lodo; y después lo quemaron, con espanto y no poco provecho de in
numerables yndios que avían concurrido a la doctrina y a aquel es
pectáculo" (en Lloreda, 1992: 66).
Este acontecimiento causó de nuevo un gran revuelo entre las
autoridades del Reino y seguramente entre los jeques, mohanes y
gentes del común muisca. Se resolvió que el mismo arzobispo y uno
de los oidores saliesen a "averiguar, castigar y estirpar esta tan pesti
lencial ydolatría", en el área de la jurisdicción de Santa Fe. En Fon
tibón, a las puertas de Santa Fe, encontraron otra vez que se practi
caban "idolatrías" por todas partes:
[...] los ordinarios ydolos déstos, eran de oro; apenas no huvo
casa donde no se hallasen otros ydolos. Se hallaron de plumería
de varios colores, hechos con grande artificio: sacáronse aquí más
de tres mil ydolos; los de pluma se quemaron; los de oro se deshazían,
aplicando lo que se dispone por las reales leyes al real fisco; y los
demás, empleándolo en adorno de las yglesias y altares y culto de
nuestro verdadero Dios, según la determinación de San Agustín
(en Lloreda, 1992:68).
Como en otros casos, los frailes organizaron una procesión, por
todas las ermitas y cruces levantadas en Fontibón, "llevando delan
te los penitenciados".
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 39
Después pasaron a la localidad de Bosa, donde también descu
brieron "más de diez mil ídolos de oro, fuera de otros innumerables
de pluma, madera y palo. Y aquí, por medio de un cacique, se vino a
entender que en la plumería de esta tierra, de que ay grande copia y
riqueza entre los yndios, estava gran parte de sus ydolatrías y supers
ticiones. Y así, todo este género se condenó a fuego" (en Lloreda, 1992:
71), a pesar de que algunos españoles e indígenas estaban dispuestos
a pagar hasta 4.000 escudos, y que las plumerías parecían ser un pro-
metedor negocio.
La comisión no sólo penetró en las ermitas (templos) de esta
población, destruyendo y quemando sus ídolos, sino que también
desenterró las raíces de los viejos árboles, donde habían sepultado
a algunos de sus antepasados "Cavóse por sus rayzes, y halló dos
vultos grandes, de oro maciso, hombre y mujer, sentados en sus si
llas de oro; quellos dezían ser la diosa Baque y su hijo; que no poco
espanto dio a los indios averse descubierto. Y otro ydolo semejante
a los pasados, se halló también en otro árbol. Y comenzaron a dezir
los yndios, que ya echaban de ver quienes eran sus dioses mentiro
sos, pues no se avían podido ocultar ni defender de nuestros sacer
dotes" (en Lloreda, 1992: 72).
Finalmente, los extirpadores se desplazaron a Bojacá, Caxica,
Chía, Suba y otros lugares, quemando los "ídolos" y castigando a los
"sacerdotes del demonio".
El diablo se las ingeniaba de diversas formas para engañar a los
españoles. Según Simón, un español necesitado de oro se dirigió a
un paraje -aconsejado por una mujer india-, donde localizó un bo
hío en el cual se hallaba un hombre anciano de más de cien años,
rodeado de 4 o 5 muchachos muyjóvenes, no mayores de diez años,
aprendices del oficio de jeque. El anciano les ofrece llevarlos a un
santuario donde podrían satisfacer su apetito. Después de recorrer
agrestes montañas y paisajes, el sacerdote decide rociar al viejo con
agua bendita que ha preparado con algunas plantas que ha recogido
en los alrededores:
40 / Roberto Pineda Camacho
Quiero echarle agua bendita a este viejo para que tengan buen
corazón en darnos mucho oro [había pensado]; mojó las yerbas
en el agua bendita y rociándolo, cosa maravillosa, al punto cayó el
cuerpo del viejo en el suelo y comenzó a rodar cuesta bajo como
si fuese un madero seco. De que quedaron admirados los espa
ñoles, y volviéndolo a mirar echaron de ver había muchos años
que era muerto, según estaba seco y que lo había poseído el de
monio por instrumento en quien hablaba y hacía las demás ac
ciones del hombre que vieron y también consideraron la burla que
les había hecho el demonio (Simón /1627/, 1981, t. III: 418).
La triste historia del mercader que quiso ranchear Guatavita
La laguna de Guatavita fue el mayor santuario que llamó la atención
de la codicia de los españoles. En ella, como se sabe, los caciques
realizaban diversas ofrendas con motivo, sobre todo, de la consagra
ción del cacique; dicho cacique, montado en una balsa, revestido con
polvo de oro, se sumergía en la laguna, mientras que sus ofrendas y
las de sus coetáneos se lanzaban al agua, todo con el propósito de
"ofrendar y sacrificar al demonio que tenía por su dios y señor".
[...] En aquella laguna se hiciese una gran balsa de juncos,
aderezábanla todo lo más vistoso que podían... Desnudaban al he
redero en carnes vivas, lo untaban con una lijia pegajosa y espolvo-
riaban con oro en polvo y molido, de tal manera que iba cubierto
todo de este metal.
[...] Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el
oro que llevaba a los pies en medio de la laguna y esmeraldas que
llevaba en el medio de la laguna, y los demás caciques que lo acom
pañaban hacían lo propio, lo cual acabado, batían la bandera que
en todo el tiempo que gastaban en el ofrecimiento la tenían le
vantada, y partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y
fototutos con muy largos corros de baile y danzas a su modo, con
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 41
la cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido
por señor y príncipe... De esta ceremonia se tomó aquel nombre
tan celebrado de el Dorado, que tantas vidas y haciendas ha cos
tado (Rodríguez Freile /1636/, 1988: 103-104).
El cacique Guatavita era famoso por sus grandes "riquezas
orfebres", las que decidió esconder cuando le llegaron noticias de los
españoles:
Dijéronle al Guatavita cómo los españoles había sacado el
santuario grande del cacique de Bogotá que tenía en su cercado
junto a la Sierra y que eran muy amigos de oro. Que andaban por
los pueblos buscándolo y lo sacaban donde lo hallaban, con lo cual
Guatavita dio orden de guardar su tesoro, llamó a su contador que
era el cacique de Pauso y diole cien indios cargados de oro con
orden que lo llevase a las últimas cordilleras de los cerros que dan
vista a los llanos... (Rodríguez Freile /1636/, 1988: 147).
El cacique cumplió la orden a cabalidad: de regreso este conta-
dory sus quinientos hombres fueron "pasados a cuchillo" para guar
dar el secreto.
Parece que este fue consejo del diablo por llevarse todos aque
llos y quitarnos el oro, que aunque algunas personas han gastado
tiempo y dinero en buscarlo, no lo han hallado (Rodríguez Freile
/1636/, 1988: 147-148).
Además, se narraba que cuando llegaron los españoles los abo
rígenes ofrendaron grandes cantidades de oro en ésta y otras lagu
nas, para protegerse de esta verdadera calamidad:
Cuando se fue divulgando que entraban unos hombres bar
budos y buscaban con cuidado el oro entre los indios, sacaron
42 / Roberto Pineda Camacho
mucho del que tenían guardado, llevándolo y ofreciéndolo en la
laguna o rogando con aquel sacrificio que les librase la cacique
de aquellos hombres que entraban en sus tierras como las de
más les solían venir, o queriendo más tenerlo ofrecido en su san
tuario que en sus casas y a peligro que lo hubiesen a la mano los
españoles. Hicieron esto algunos en tanta cantidad de oro, que
sólo el cacique del pueblo de Simijaca echó en esta laguna cua
renta cargas que llevaron cuarenta indios desde el pueblo a la la
guna, como se verificó de ellos mismos y del cacique, sobrino y
sucesor en el cacicazgo el que lo envió [...] que cuando menos
seria cuarenta quintales de oro fino... (Simón, 1981, t. III: 329).
Éstas y otras historias motivaron, sin duda, a los españoles a in
quirir sobre la riqueza de la laguna. Según Duque Gómez, fue el
mentado Cieza de León el primero que habló de su existencia. De
otra parte, se cuenta que el capitán Gonzalo de León Venero per
suadió -quizás sea mucho decir así- a su cacique para que le indi
case la existencia de los santuarios "pues era mejor servirse del oro
que tenerlo sin provecho ofrecido al Diablo" (Simón, 1981, t. III, 329).
El indio respondió, en señal de amistad y con secreto, que si des
aguaba la laguna de Guatavita obtendría una infinita riqueza.
Al parecer, el capitán Lázaro Fonte, capitán de las huestes de
Gonzalo Jiménez de Quesada, intentó desaguar la laguna, pero no
tuvo mayor éxito; el hermano de Quesada bajó los niveles de la la
guna en tres metros y obtuvo 3.000 a 4.000 pesos de oro (Lleras,
1998). Un mercader de Santa Fe de Bogotá, Antonio de Sepúlveda,
probó también suerte: obtuvo la aprobación de su empresa median
te real cédula: por medio de ella tenía derecho a obtener todo el apoyo
de la Real Audiencia y a contar con la mano de obra de los indios3.
3 Una transcripción de la capitulación entre Antonio Sepúlveda y el rey, del año 1562, se encuentra en el Boletín de Historia y Antigüedades, Academia Colombiana de Historia, 8: 235 y ss.
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 43
Sepúlveda levantó casa alrededor de la laguna; mediante una
barca sondeaba las profundidades de la misma. Al cabo del tiem
po, y con la ayuda de ingenieros y de los nativos, "abrió una boca al
desaguadero, vaciando parcialmente las orillas de la laguna, y po
niendo al descubierto "algunas joyas de oro de mil hechuras, cha
gualas o patenas, sierpezuelas, águilas, espemalada que sacaban de
entre la lama y el cieno que iban descubriendo" (Simón, 1981, t. III,
330).
Porque a cada desagüe que se iban dando, se iban hallando
mayores y más ricas piezas de oro y esmeraldas, y tal vez saca
ron una como un huevo (una ni otra báculo de obispo) hecha
de planchas de oro, y el báculo formado de las mismas canillas
de oro y otros joyas, que fue por todo hasta la cantidad de cinco
y seis mil ducados que se iban metiendo en la caja Real, por
haber sido una de las condiciones con que se había dado la li
cencia, para que se partiesen después de todo junto lo que se
sacase por la mitad el mercader y la Caja, habiéndole pagado la
costa, de la cual no había de poner el Rey alguna (Simón, 1981,
t. m, 330).
A medida que sus obras avanzaban, en efecto, se descubrieron
otras piezas, que a su vez estimulaban la codicia del mercader. Pero
sus esfuerzos se vieron truncados con la llegada de las aguas de in
vierno, que desbarrancaron las orillas y dieron al traste con sus obras
taponando las salidas del desagüe. Sin los recursos suficientes y cada
vez más agotados, el mercader tuvo que darse por vencido: "Y así le
fue forzoso dejar la ranchería y labor e irse a morir a un hospital, sin
haberle quedado caudal para otra cosa, no haber después quién se
atreva a tomar entre manos la empresa de propósito", pese a que lo
gró extraer doce mil pesos de oro, equivalentes a 55,2 kg de oro (Lle
ras, 1998).
44 / Roberto Pineda Camacho
Los huesos endemoniados del mohán
Los españoles encontraron, en diversas regiones, que las culturas
aborígenes practicaban la momificación —o disecación- de sus ca
ciques o principales. Los cueva del Urabá, por ejemplo, preserva
ban el cadáver de sus principales, que mantenían en sus bohíos; los
muiscas, los indígenas del Cauca y de otras regiones de Colombia
también tuvieron diversas prácticas de momificación, y sus "cadá
veres vivientes" jugaron un rol destacado en la vida social. La situa
ción, como se sabe, no era exclusiva de Colombia. Algo similar ocu
rrió entre los incas y otros pueblos andinos.
Desde un comienzo, los misioneros se ensañaron contra las mo
mias y demás restos disecados. En el Perú, por ejemplo, se destru
yeron sistemáticamente las momias de las diversas dinastías incas.
En la Nueva Granada, la relación con los restos momificados ge
neró también una gran tensión entre los peninsulares y los indios.
A este respecto es, sin duda, notable la actitud de fray Luis Beltrán
con relación a los "huesos de un mohán" que veneraban los indios
en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Fray Luis Beltrán, el santo patrono de la Nueva Granada, era real
mente un hombre excepcional. Perteneció a la orden dominica; se
encontraba como maestro de novicios en Valencia, España, cuando
llegó a sus puertas "un indio en hábitos de fraile de la misma orden,
con recados falsos, que todos entendieron fue permisión divina"
(Simón, 1981, t.V: 421). Se dice que en la conversación con este su
puesto fraile surgió en san Luis un ánimo misionero infinito, fomen
tado en gran medida por el martirologio que la vida misionera en
América deparaba a los sacerdotes; era vox populi que a "muchos
ministros del Evangelio les quitaban la vida con tormentos y se los
comían" (Simón, 1981, t.V: 421).
Beltrán pasó a América y en 1562 pisó la tierra de Cartagena; el
futuro santo poseía el don de lenguas, una capacidad profética que
aterrorizaba y un excepcional poder de sanación. Se cuenta que el
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 45
demonio lo maltrataba, lo golpeaba, lo tentaba y perseguía, "furio
so" por su labor y la destrucción de ídolos.
Al cabo del tiempo, pasó a predicar en la jurisdicción de Santa
Marta, desafiando, se dice, al diablo y a todos los peligros derivados
de la naturaleza y de los hombres.
En alguna ocasión, el fraile se enteró que los indios de la monta
ñas de la Sierra Nevada:
[...] veneraban los huesos de un mohán, antiguo sacerdote en
el mayor caney del Diablo, a quien hacían grandes fiestas en días
señalados y embriagueces, y guardaban con infatigable vigilancia
por haberles el demonio certificado que si les faltaban aquellos
huesos, se les caería el cielo encima, tuvo traza el santo de entrar
con secreto en el templo y haber a las manos los huesos y trans
portarlos dos o tres leguas de allí... (Simón, 1981, t. V: 425).
Enterados los indios, y bajo conseja de uno de sus más podero
sos mohanes, envenenaron su comida, colocándolo al borde de la
muerte. Beltrán, lejos de desesperarse, asume su muerte "con mu
cha alegría", con el consuelo de su crucifijo y rosario, al cual enco
mendaba su alma. Cuenta Simón que el poder de Dios quiso que el
santo vomitara el veneno en forma de serpiente, salvando en reali
dad su vida. Los indios intentaron, entonces, matarlo con la fuerza
de las armas, pero Beltrán -oponiéndose a las acciones de sus "guar
daespaldas" (dos grandes negros horros)- calmó a sus adversarios,
haciéndoles ver la necedad de sus creencias, fruto del engaño del
demonio.
No obstante, sus interlocutores ("gente obstinada en su infide
lidad") inquirían con insistencia o "empleaban todo su conato en
pedirle los huesos del sacerdote".
De manera desconcertante para sus contemporáneos, Beltrán
retornó los "huesos del mohán" a los indios, lo que sin duda concitó
serias reflexiones teológicas entre los religiosos y sus sucesores acer-
46 / Roberto Pineda Camacho
ca de la legitimidad de su acción, en contravía de la política de la ex
tirpación de la demonolatría.
Simón recuerda que san Luis quedó profundamente impresio
nado por este suceso:
Quedóle al santo tan estampada en la memoria la reverencia
con que llegaba a los huesos el mohán que los llevaba cuando se
los volvió a entregar, que lo predicaba muchas veces diciendo: que
era tanto el respecto que les tenía, que arrodillándose delante de
ellos y cruzando las manos sobre el pecho, temblaba como azo
gado. Y estaba tan turbado que, preguntándole el santo si había
algún remedio para curar del todo aquel veneno de que padecía,
no le pudo responder palabra, ni quitaba los ojos de aquellos
endemoniados huesos (Simón, 1981, t. V: 426-427).
Pero el dominico Zamora interpreta - a finales del siglo XVII- de
otra manera los acontecimientos y explica que el mismo fray Luis
habría declarado en su casa en Valencia, una vez de regreso a casa,
que si hubiese estado en buenas condiciones de salud habría impe
dido que los indios se llevasen por la fuerza sus huesos:
Si yo estuviera alentado [decía] que pudiera ponerme en pié,
para defenderlos, hubiese perdido mil veces la vida, antes quien
dejarlos llevar a los idólatras (Zamora /1701/, 1980, t. II: 109).
Empero, el mismo Zamora anota inmediatamente después las
mismas acotaciones de Simón:
Muchas veces predicó este suceso porque le quedó tan es
tampado en la memoria la reverencia con que el mohán y los in
dios veneraban los huesos de aquel falso sacerdote, que arrodi
llándose ante su presencia, no apartaban de ellos los ojos. De que
se fervoriza predicando a los católicos la veneración y reverencia
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 47
en que debemos estar en la presencia de Cristo Sacramentado
(Zamora/1701/, 1980, t. II: 109).
En 1578, el arzobispo fray Luis Zapata propuso desenterrar los
cuerpos de los indios difuntos, para examinar si habían fallecido en
condición de idólatras, lo que levantó una fuerte oposición de parte
del presidente y de los oidores de la Real Audiencia: el arzobispo se
defendió, aduciendo que se trataba de "escándalo pasivo y que no
cae en consideración mayormente que a los indios en quitarles esto
no se les quita cosa suya, pues se desapoderaron de ello el día que lo
dieron y ofrecieron al demonio" (Lara, 1988: 31).
No obstante, la negativa de la Audiencia fue tajante; le prohibie
ron "desenterrase los cuerpos de los indios que están sepultados en
las iglesias y constase que habían apostatado e idolatrado después
de convertidos... porque no pareciese que esto se hacía por buscar
si tenían algún oro o joyas en las dichas sepulturas para tomárselo"
(Lara, 1988:31).
La disputa por los cadáveres continuó durante el resto de la cen
turia. En 1595, según el licenciado Egas de Guzmán, los indios de
Iguaque exhumaron los huesos de un cacique, a cuyos restos rendían
culto en una cueva. En este caso, los españoles exhumaron sus restos
y les dieron sepultura en la iglesia, mientras que los indios eran acu
sados de idolatría (Lara, 1988: 33)4.
4 En contraste con diabolización de los huesos y cuerpos de los difuntos indígenas, el cuerpo de monseñor Almanza, arzobispo del Nuevo Reino, fue venerado, por algunos años, como una verdadera reliquia. El ilustre arzobispo murió el 27 de septiembre de 1633, en Villa de Leiva, víctima de una "calentura". A pesar de que se preveía una descomposición rápida de su cadáver, éste no sólo se preservó sino que "olía a pina", a "perfume de pina". Después de diversas exhumaciones fue trasladado a Bogotá y objeto de honras fúnebres en la catedral. En el oratorio, los frailes lo trataban como si fuese un ser vivo, y luego sus despojos mortales se tuvieron en la capilla de Pedro de Valenzuela, donde también se conservaron sus restos. Éstos fueron trasladados a un convento en Madrid de las hermanas de Jesús, María y José, que reclamaban su cadáver (Groot, 1889: 290 y ss.).
48 / Roberto Pineda Camacho
Sin embargo, a pesar de las campañas contra la "idolatría", el
culto a los antepasados y sus huesos subsistió por lo menos hasta
finales del siglo XVII. De acuerdo con Valcárcel, por ejemplo, que es
cribe en 1687, "en el pueblo de Onzaga, el año 85, halló el doctrinero
algunos indios retirados en un bosquecillo donde un viejo dogmatista
instruía en... los ritos de sus antepasados haciéndoles adorar un
hueso de un mohán antiguo, diciendo que aquél era su dios y no el
de los cristianos, que por él vivían, tenían salud y cogían frutos; te
nían un santo sacrificio debajo del hueso y hacía irisión de él" (en
Langebaek, 1995).
La omnipresencia del Ángel Caído
El encuentro con las religiones amerindias desencadenó, como se
ha comentado, diversas reacciones y consideraciones acerca de su
naturaleza y la legitimidad de las creencias religiosas amerindias. Los
primeros discursos relacionados con los incas y aztecas reconocie
ron en sus sistemas de representación y acción social verdaderos
complejos religiosos, al señalar la existencia de sacerdotes, templos,
ídolos y la práctica del sacrificio. Las Casas, en particular, enfatizó
en la legitimidad de su práctica religiosa, en función de dichas con
sideraciones, en gran parte derivadas de santo Tomás de Aquino. En
realidad, los europeos no pudieron dejar de sorprenderse con la in
tensidad de la vida religiosa amerindia y la similitud de algunos as
pectos de la misma con la religión cristiana: no sólo el sacrificio era
relativamente común, sino que en algunos casos se trataba del sa
crificio de hombres "divinos", vale decir, de "hombres dioses": con
frecuencia las religiones amerindias incluían las prácticas de ayu
nos, la confesión, etc., tan caras a la tradición cristiana.
De manera similar a la Nueva España y al Perú, los más conno
tados cronistas del Nuevo Reino reconocen en gran medida en las
prácticas religiosas muiscas los signos fundamentales del compor
tamiento religioso, marcado por la existencia del sacrificio. Gonza-
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 49
lo Jiménez de Quesada presenta, en el Epítome del Nuevo Reino de
Granada, las prácticas de sacrificio muisca de una manera escueta,
sin mayores juicios de valor, como si en alguna medida estuviese des
cribiendo una institución propia de la vida religiosa de la gente pa
gana, o similar a las prácticas de los hombres civilizados, mas no
cristianizados, de la antigüedad clásica.
Sin embargo, como se dijo, paralelamente se implemento un dis
curso que interpretó las religiones amerindias como la obra del dia
blo y, en consecuencia, se definió a sus sacerdotes como "sacerdo
tes del diablo"; los diversos acontecimientos sobre los cuales se
basaban la creencias de los nativos fueron interpretados como "mi
lagros del Maligno". En efecto, los misioneros y demás españoles
estaban firmemente convencidos de la intervención del Ángel Caí
do en la vida cotidiana de los hombres, y en particular en la de los
indígenas.
Según los misioneros franciscanos de la segunda mitad del si
glo XVI, el demonio mismo intervenía para evitar la conversión de los
aborígenes. Por ejemplo, se narra que a un indio infiel, al que un sa
cerdote en vano había intentado persuadir de bautizarse, se le apa
recía el demonio, en figura de un hombre negro, amenazándole si
prestaba atención a las demandas del hombre de la Iglesia. Éste, ad
vertido de lo sucedido en la noche anterior
[...] le dijo que pusiese, a la cabecera, un santo crucifijo, que
allí le dio y estaría seguro del demonio... El qual bolvió otra no
che; y, diziéndole que entraze, respondió, que no podía, mientras
estuviese allí aquella cruz. Aquí alumbró el spíritu Sancto al po
bre Yndio y dijo: pues tú temes a éste questá en la cruz, sigúese
ques mayor que tú; a él quiero servir. Llamando al sacerdote, le
pidió que le hiziese cristiano. Fué informado en las cosas de la
fee en quatro días que vivió; y al cabo dellos, fue bautizado: y lue
go murió con tan dichosa prenda de su predestinación (Lloreda,
1992: 72).
50 / Roberto Pineda Camacho
Cuenta el mismo Medrano, a finales del siglo XVI, que en otra
oportunidad un indio que aparentemente era tenido por muerto, y
estaba incluso ya amortajado, se levantó y confesó
[...] aver visto tres hornos de fuego, bocas de ynfierno, en
aquel pueblo, a los quales llevavan los demonios encadenados los
yndios, por treys géneros de vizios que reynan mucho entre ellos;
en el uno entraban los ydólatras; en el segundo los incestuosos;
en el tercero, los dados a la embriagues (Lloreda, 1992: 72).
Esta experiencia no sólo enmendó al supuesto difunto sino que
influyó de forma ostensible en el comportamiento de los indios de Bosa.
Durante el siglo XVII, la presencia del diablo se multiplicó e in
cluso algunos caciques fueron percibidos como la misma materiali
zación del Malo. De acuerdo con Simón, los tres gobernadores de
las provincias del Senú eran, asimismo, demonios; Goranchacha, uno
de los últimos grandes caciques muiscas (a quien se le atribuía una
naturaleza divina pues era hijo del mismo Sol), tenía también esa
misma condición, de igual forma que su pregonero ya que ambos
poseían una cola posiblemente de felino. Poco años antes de llegar
los españoles profetizó la llegada de los extranjeros:
[...] hizo un día juntar toda su gente y por su pregonero, a
quien ponían muchas mantas en rollo dejando en medio, hubo
donde entrase la cola que tenía, que era como de león, y se sen
tase. Les hizo una larga plática en que les adivinó había de venir
una gente fuerte y feroz... y despidiéndose que se iba por no ver
los padecer que después de muchos años volvería a verlos, que
los había de maltratar y afligir con sujeciones e trabajos, se entró
en su cercado y nunca más lo vieron. El pregonero, por desenga
ñar más del todo y dar más claras muestras de quién era, delante
de todos dio un estallido y se convirtió en humo hediondo, que
fue la última despedida (Simón, 1981, t. ni: 422).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 51
A medida que avanzaba la colonización de los pueblos nativos,
los misioneros se obsesionaron por la extirpación de toda clase de
idolatrías, vigilando y castigando celosamente no sólo a los mesti
zos sino también a los mismos españoles pertenecientes a los sec
tores populares.
Los catecismos, en particular, expresaron esta preocupación. El
primer catecismo de Santa Fe de Bogotá, escrito por fray Luis Zapata
de Cárdenas, segundo arzobispo del Reino de Granada, contiene ins
trucciones precisas en el capítulo 14, relativo al "Remedio contra la
idolatría", para que los santuarios sean destruidos y se borre toda
memoria de ellos; en cuanto a los objetos de oro y de valor se plantea
que se "distribuyan en utilidad de la iglesia do el tal santuario se hallare
y lo mismo sea de lo que se hallare en las sepulturas por aviso del sa
cerdote, y lo que sobrara, distribuido en las Iglesias, se gaste en la en
fermería y en obras pías tocantes al mismo pueblo". El capítulo 18,
relativo a los materiales de los sacrificios y sahumerios, ordena que se
queme el moque -con que momificaban sus muertos-y otros objetos
que vendan en los mercados que puedan ser asimilados a idolatrías.
No hay que olvidar que, durante casi un siglo, los indios, aunque bau
tizados, tuvieron una condición de catecúmenos. Solamente hasta 1634
los jesuitas se decidieron a darles la primera comunión, lo que de he
cho implicaba que antes de esta fecha los indios debían salir del recin
to de la capilla doctrinera cuando se iba a celebrar la santa eucaristía.
La llegada de los esclavos africanos incrementó la preocupación
por la propagación de falsas religiones y supercherías. La Inquisi
ción se encargaría de extirpar el dominio del diablo y de la brujería
de los negros y españoles.
En este contexto, no nos debe extrañar que prácticamente no
hubiese ninguna inquietud entre los hombres de esa época por con
servar las que serían llamadas después reliquias de los indios. De
acuerdo con Duque Gómez, la única excepción fue la del licenciado
Juan Vásquez, gran aficionado a la conservación de las antigüeda
des de los indios (Duque, 1965: 88).
52 / Roberto Pineda Camacho
Los ídolos en Roma
A finales del siglo XVII, el misionero franciscano Romero pisó por
primera vez la Sierra Nevada de Santa Marta, aunque conocía ya parte
del territorio de la Nueva Granada. Según Giraldo Jaramillo, era una
sacerdote agustino, nacido en Lima, Perú. Había sido ordenado des
de muy joven; trabajó en la evangelización de los indios tamas, en el
alto Magdalena, y luego se trasladó, ante las dificultades para la evan
gelización de este pueblo del alto Amazonas, desplazado a las inme
diaciones de Timaná mediante prácticas de rescate y esclavitud, al
Valle de Upar, en el norte de Colombia. Su experiencia está conden-
sada en un bello libro titulado Llanto sagrado de la América meri
dional, publicado en Milán en 1693, cuya parte correspondiente a la
Sierra Nevada y Valledupar ha sido analizada de manera interesante
por nuestro colega Carlos Uribe, sobre la base, además, de un do
cumento hasta ahora inédito, redactado por el licenciado Melchor
de Espinosa, párroco de Río Hacha, que fuera comisionado como
notario de la expedición de Romero a la Sierra (este documento, en
contrado por Cari Langebaek en Sevilla, aún inédito, relata también
su experiencia entre los arhuacos de la Sierra, dándonos una ver
sión complementaria del libro).
Romero penetró también a sendos templos de los indios de la
Sierra Nevada y combatió con el fervor de sus antecesores lo que él
considera eran verdaderas idolatrías y "obras del demonio". Pero la
novedad de su discurso no descansa, como veremos, en la condena
ción de las supersticiones de los indios y la destrucción de sus "ído
los", sino en la recolección de algunas máscaras que después de tres
siglos fueron redescubiertas por el arqueólogo alemán H. Bischof
en el mismo Museo del Vaticano, en Roma (1972).
Las piezas fueron traídas por el sacerdote peruano en su viaje
de regreso a Europa en 1692: posiblemente las entregó al Colegio
de Propaganda Fide en Roma, con ocasión de su visita a esa ciudad,
en búsqueda de apoyo para su labor misional entre los tamas. El
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 53
mismo sacerdote cedió su manuscrito a los editores de Milán, y presumiblemente contribuyó también a la descripción visual de las cansamarías que ilustran el texto. En efecto, la primera edición de su obra está acompañada de una serie de ilustraciones que describen el templo y sus actores y registran las mentadas máscaras del diablo, como si su visión fuese en alguna medida neutralizada, ya sea por la imprenta o, al menos, como si la fuerza en las creencias de la brujería se hubiese debilitado.
El padre Romero se define, con razón, como un extirpador de idolatrías. De hecho, la leyenda que acompaña la lámina reza: "La idolatría de los Indios de la Nación Aruacos, que habitan en la Sierra de S. Martha; destruida, por un religioso Del orden de S.Agustín de la Provincia de Lima, el año de 1691, con diez templos, en que daban abominables cultos al Demonio".
La ilustración representa la casa sagrada coronada por un templo griego: a diferencia de laya mencionada lámina de Cieza, no aparece la figura de Satanás, y sus personajes tienen un fisonomía europea; uno, en particular, se encuentra arrodillado, como si estuviese adorando a sus dioses (véase lámina II).
Tenemos, como dijimos, dos versiones del texto. La primera, la relación del sacerdote incluida en Llanto sagrado de la América meridional; la segunda, el documento encontrado por Langebaek en Sevilla, que se refiere a esta experiencia, y estudiado parcialmente por Carlos Uribe (1996).
En el primero, Romero relata que el visitador general del obispado había percibido que en lo encumbrado de la montaña existía un templo de la nación aruaca, donde los indios sacrificaban víctimas al demonio; como resultado de esta convicción, escribe un auto a fray Francisco Romero, en el cual le encomienda la destrucción y aniquilación de dichas "iglesias" (sic), donde los indios no solamente practicaban idolatrías, sino también tenían "ásperas penitencias y ayunos". Pero el auto no sólo le solicita amorosamente que estirpe las idolatrías, sino que también traiga los ídolos ante su presencia y
54 / Roberto Pineda Camacho
dé testimonio de todos los actos y acontecimientos que en dicho
tránsito le sucedieren (Romero /1693/ 1955: 80).
En este marco, entonces, los aruacos son calificados como idóla
tras; sus templos son denominados "cansamarías, los cuales están
dedicados al demonio", y en ellos, se dice, realizaban diversos "sacri
ficios de piedras labradas, de ropas y de alhajas y de horribles morti
ficaciones, como era ayunar quince días, sin otro mantenimiento que
un grano de maíz deshecho de agua fría, y no comer sal"... Asimismo
"sabía que entre los detestables ídolos que tenían sus templos, vene
raban por principales dioses tres abominables cuyos nombres era
Cabisurí, Dunuma y Moatama..." (Romero/l693/ 1955: 82-83). De
otra parte, Romero poseía por arma un crucifijo para vencer los ído
los paganos.
Entre los objetos encontrados se destacan, sobre todo, "figuras
incógnitas", flautas, etc.; en efecto, recoge una gran cantidad de ob
jetos, mientras que quema -como en los primeros años de la Con
quista- otros a la vista de los indios. Los que guarda tienen como
objeto "aclarar más en ambas curias la gran necesidad de operarios
en algunas partes principales de la América".
El segundo documento denomina a los templos "cansamarías";
sostiene que el demonio les habla a los indígenas a través de los ídolos
y que éstos representan la figura del diablo. En algunos templos en
contraron tres ídolos de madera que se componían de dos figuras
de formas no conocidas y una cara horripilante, con diversos bone
tes llenos de plumas, y otros instrumentos de idolatrías como flau
tas y chirimías. En otros cuatro templos halla ídolos y otros instru
mentos de idolatrías, como plumas, flautas y macanas esculpidas.
Las idolatrías recibidas por el padre Cuadrado, en Valledupar,
fueron quemadas en la plaza pública el 3 de agosto de 1691, con ex
cepción de las ya mencionadas llevadas por Romero. Como ha sido
señalado por Carlos Uribe, en un auto final expedido por el mismo
Cuadrado, se ordenaba detener a uno de los mamas encontrados por
Romero, "el mayor idólatra", para que fuese condenado a cadena
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 55
perpetua. En cumplimiento de lo dispuesto en el sínodo organiza
do por el arzobispo Bartolomé Guerrero en 1606, debía darse cárcel
perpetua a los zeques y maestros comprometidos en la idolatría o
que se "hallaren comprendidos en perjudicial enseñanza" (Uribe,
1996: 32).
Es probable que los ecos de un nuevo pensamiento religioso, fun
dado en la crítica del racionalismo europeo del siglo XVTI, y la consi
guiente secularización del discurso respecto a la religión, ya estu
viese calando en la mente de este limeño, de manera que los antiguos
bohíos del Diablo cedieron su paso a los templos o cansamarías, y a
una nueva percepción del ídolo como fetiche.
Historia del diablo y de la América paradisíaca
Desde los primeros años del descubrimiento de América, Colón,
Vespucciy otros hombres tuvieron una compleja y contradictoria idea
respecto a las tierras del nuevo mundo. La idea de sentirse en una
tierra paradisíaca no dejó de rondar en sus mentes de una forma u
otra, aunque a menudo quedaba sepultada por interpretaciones com
pletamente opuestas. Vespucci, por ejemplo, quedó profundamen
te impresionado por los bosques del Brasil, su exuberante flora y fau
na, que lo hace "sentirse en el Paraíso terrenal" (Pereira, 1994: 51).
[...] y vimos tantos animales, que creo que dificultosamente
tantas especies entrasen en el arca de Noé y animales domésti
cos no vimos ninguno (Pereira, 1994: 51).
Como se ha mencionado, en la segunda mitad del siglo XVI exis
tía una fuerte tradición que pensó lo americano -y en particular su
vida religiosa- como consecuencia de la acción del diablo. En 1590,
el padre jesuita José Acosta, considerado como uno de los fundado
res de la antropología moderna, resaltó en su Historia Natural y
Moral de las Indias la similitud entre la religión cristiana y las reli-
56 / Roberto Pineda Camacho
giones amerindias. Acosta señaló la presencia de templos, de mo
nasterios, de la comunión, de dioses hechos hombres sacrificados,
e incluso de la confesión como un fenómeno muy extendido en
América. Pero, a diferencia de Las Casas, calificaba esta situación
como una perversa actuación del demonio; según su concepto, la
conquista fue "un acto de liberación mediante el cual los naturales
del Nuevo Mundo quedaron libres del dominio de Satanás y de los
tiranos humanos, y se les ofrecieron los medios de salvación (Bra-
ding, 1993:218). Los indios, en general, eran considerados víctimas
o "hijos de Satanás" irrevocablemente sentenciados a la condena
ción eterna (Brading, 1993: 219).
En ese sentido, las sociedades americanas estaban profundamente
"corrompidas hasta el meollo por el dominio del demonio" (Brading,
1993) y la conquista española era un acto providencial que permitiría
su salvación. No obstante, el mismo Acosta se preguntó de forma casi
heterodoxa sobre el origen del hombre americano, y llegó incluso a
sugerir que era más antiguo que el Diluvio o incluso que el mismo
Adán.
Amediados del sigloXVIH, el jesuitaAntonio Julián, cuya actividad
intelectual es sobre todo recordada por su famoso trabajo sobre la
Nueva Granada titulado La perla de América, Provincia de Santa
Marta (1787), retomó esta temática en el recientemente publicado
libro Monarquía del Diablo. En la gentilidad del Nuevo Mundo ame
ricano. Su tesis general es que América había sido el escenario de la
acción del demonio y que éste se había confabulado aquí para imitar
el Reino de Cristo. Es realmente -como ha sugerido monseñor Ro
mero- una verdadera Historia del Diablo, cuya idea le vino -al pare
cer- de la lectura de Acosta. El objeto del libro es demostrar que
América estuvo cautiva por el Demonio y que, gracias a la acción de la
Iglesia y de España, el Nuevo Mundo se pudo liberar de sus dominios.
Pero el mismo Julián escribió un texto, aún perdido, titulado E l
paraíso terrestre en la América meridional y Nuevo Reino de Gra
nada. Según Ezequiel Uricochea, el último que tuvo el manuscrito,
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 57
Julián intentó demostrar que el Paraíso estuvo localizado en Améri
ca, en particular en Colombia, y que Adán y los primeros hombres
salieron de nuestro territorio. De hecho, Julián argumenta en \aMo-
narquía del Diablo que Cristo evangelizó a los indios americanos,
durante los cuarenta días antes de su resurrección.
La idea no era, como se sabe, totalmente nueva. Desde los pri
meros años de la Conquista la condición paradisíaca de América ha
bía rondado ya -como vimos- a varios autores. En 1650, el ilustre León
de Pinelo sostuvo algo semejante, en un fascinante tratado sobre el
Paraíso, al cual localizaba en el río Amazonas: "la existencia de los
cuatro grandes ríos, el Amazonas, el Orinoco, el Cauca o el Magdale
na y el río de la Plata", que regaban el corazón del continente demos
traban la verdad de esta tesis. Era una región que gozaba de "eterno
verano y perpetua primavera". Si también se encontraban gran nú
mero de cactos, espinas y serpientes que se criaban en los lodazales,
todo esto no era más que un recordatorio de la expulsión de Adán,
argumento confirmado por la presencia de una cadena de volcanes que
rodeaban la región, como las bíblicas espadas de fuego que expulsa
ron del paraíso al primer hombre (Brading, 1993: 226).
Según León de Pinelo, el río Magdalena se identifica con el Tigris
bíblico: los volcanes y montañas propios de los Andes son símbolos
del Ángel guardián que con una tea encendida impedía el regreso
de Adán o de sus descendientes al paraíso; en América habrían vivi
do los primeros hombres hasta el diluvio, cuando Noé se embarcó y
al cabo del tiempo llegó a Armedina. Los grandes monumentos del
Perú y de la Nueva España fueron construidos por esos primeros ha
bitantes descendientes de Adán (Brading, 1993: 227).
El autor "peruano" considera que la granadilla fue el fruto del
pecado, el árbol de la culpa; su capacidad de seducción no sólo se
fundaba en su olor, color y sabor, sino que exhibía en sí misma los
signos de La Pasión de Cristo: lanza, esponja, escalera, cruz y coro
na de espinas, como si Dios hubiese en la misma "fruta del pecado
ofrecido los signos del perdón".
58 / Roberto Pineda Camacho
La obra de Pinelo es sin duda un texto extraordinario que bien valdría la pena analizar en detalle. Por ella, por ejemplo, sabemos exactamente cuánto medía el Arca: 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de largo; era capaz de contener 350 bueyes y llevó, en una gran carga de heno, 600 ovejas para sustentar a los carnívoros y una cisterna llena de peces".
Pinelo se oponía a la tesis del dominico Gregorio García, quien, en su famoso libro Origen de los indios del Nuevo Mundo (1607), sostenía que los indios descendían de las diez tribus perdidas de Israel y consideraba que, en realidad, América -que denomina Ibérica- había sufrido la maldición de Dios desde la época del Diluvio hasta la encarnación de Cristo, con el resultado de que los indios únicamente había resurgido en los primeros siglos de la era cristiana (Brading, 1993: 227).
La lluvia de venados-
De acuerdo con Bernard y Gruzinski (1992), durante el siglo XVIII
el discurso de las idolatrías en América cedió su paso a una visión
moderna de la religión y de los indios. Lo que antes se percibía como
un síntoma de la acción del diablo o del demonio, ahora era conce
bido, sobre todo, como una consecuencia de la ignorancia y de la falta
de educación. Aquellos que eran definidos anteriormente como "idó
latras" comenzaron, paulatinamente, a ser vistos como "pobres". El
ídolo cedió su campo al "fetiche". No obstante, el rompimiento con la percepción de los siglos an
teriores no fue tajante ni absoluto. Sobre todo en el territorio de lo que es hoy Colombia, en el cual los libros circulaban con gran dificultad y la imprenta no llegaría sino hasta 1737, casi dos siglos después de su instalación en México o el Perú.
En la Nueva Granada la convicción de la actividad del diablo no sólo estaba, todavía a mediados del siglo XVIII, en la mente de los teólogos, sino que el mismo padre Julián expone diversos ca-
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 59
sos de brujería motivados por pactos diabólicos, y las autoridades
eclesiásticas intervenían en ciertas regiones en el control de la mis
ma. En efecto, la brujería era una práctica presente en diversas co
munidades. El 14 de noviembre de 1764, por ejemplo, en el pueblo
de Silos, en la provincia de Pamplona, las autoridades indígenas
aplicaron la pena de muerte, en la horca, a tres mujeres acusadas
de hechicería. Se les acusaba de haber dado muerte a distintas per
sonas, usando yerbas, bebidas, contras, polvos. Las tres mujeres
confesaron ser "moanas públicas y haber dado venenos" (Tovar, s.f.:
83):
[...] Juana Mogotocoro le puso veneno al cura para que se mu
riera "desansiéndose", a otros yndios para que murieran "secos",
o estropeados por vacas. Su maestra Juana Rimualdo tenía pode
res como para hacer que le creciera una culebra en la barriga a
"Dominga Curtidora" o a Lauriana, y para que una lluvia de ve
nados espantara el caballo a Juan Villamizar y lo matara. Pero Juana
Canuta no era menos imaginativa, ya que ella era capaz de dar
veneno para que alguien muriera de puses o invocar espíritus que
formaran "una nube para tempestade". Eufemia Delgado del co
mité de hechiceras de Silos dejó siete enfermas con ratones, tába
nos, cangrejos, lagartos metidos en sus cuerpos" (Tovar, s.f.: 83).
Porque creían en la realidad de la brujería, los indígenas actuaban
de esta forma tan severa.
Pero, como advierte Tovar, la actitud de la autoridad española fue
contraria a la actuación de los indígenas, en cuanto consideró que
carecían de autoridad para azotar o imponer la pena de muerte a las
moanas. El teniente y sus alcaldes fueron condenados a pagar una
severa pena, "a ración y sin sueldo", en las fábricas del Castillo de
San Carlos, en Maracaibo, durante un año, al cabo de los cuales se
rían enviados en calidad de tributarios a otros pueblos de la juris
dicción de Pamplona (Tovar, s.f.: 85).
60 / Roberto Pineda Camacho
Unos años antes, también se habían presentado diversos juicios y actos de ajusticiamiento por brujería. Por ejemplo, en 1747, una mujer fue azotada hasta morir en Tabio, acusada por este mismo delito; en 1755, en la misma localidad, otras tres mujeres fueron muertas por esta misma razón.
En el territorio de la Nueva Granada no sólo las antiguas religiones se habían transformado, sino que la evangelización había fomentado nuevos cultos religiosos y promovido nuevas reliquias. Algunos sacerdotes sospechaban de la presencia de los antiguos cultos tras la fachada de las nuevas reliquias y santos cristianos.
Cuando las momias se exhiben en palacio
Durante el siglo XVIII prosiguió el saqueo de las antiguas tumbas de los indios. En la costa caribe, por ejemplo, los habitantes de Santa Marta continuaron excavando las "huacas" con cierto temor a la posible intervención del Diablo. Pero algunas de las creencias en torno a los " santuarios", como ahora se les denominaba en gran parte de la Nueva Granada, habían, al parecer, cambiado entre los saqueadores y la gente en general.
El padre Julián describe, en La perla de América, con algo de incredulidad, las aseveraciones sobre existencia de "ruidos extraordinarios" o luces como indicio de la presencia de un santuario. Piensa no sólo que ello puede ser un engaño, sino que posiblemente se deba a una "exhalación" u otra causa natural. Y aunque advierte que siempre ha tenido por fábula la idea de la intervención del diablo, no la descarta del todo. Ya sea por razones de la Divina Providencia o por la acción del diablo, o porque no se profundiza en la excavación, lo cierto -advierte- es que con frecuencia los excavadores encuentran ciertos indicios del tesoro, pero no lo encuentran.
Pero lo que más admiración le produce es la calidad de ciertas figuras orfebres -tairona-, generalmente representaciones de animales, y los retos tecnológicos que debieron enfrentar sus ejecutores
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 61
para fraguarlas: "basta decir que eran [refiriéndose a unos leoncillos
y pequeñas columnas propias de un sagrario] unas y otras piezas dig
nas de un Museo, por su antigüedad, por su belleza, y primor"
(Julián, 1980: 66); el citado sacerdote piensa que los indios de la
provincia de Santa Marta poseían una hierba para fundir el oro, lo
que corrobora con algunos sucesos similares en Italia.
En el capítulo XXI de su obra, titulado "De los muertos incorruptos
que se hallan en los montes de la provincia de Santa Marta", Julián
describe la existencia, en los alrededores de Ocaña, de
[...] ciertas cavernas donde se halla indios muertos sin co
rrupción alguna. A más de los cuerpos, se hallan mantas y con
chas de cama, aptas todavía al servicio, como pudo constatar en
una casa de Ocaña, a las que considera como antigüedades (Julián,
1980: 224).
Según su testimonio, el virrey Messia de la Zerda ordenó traer
uno de esos cadáveres incorruptos
[...] y lo mostraba á las personas de su cariño, como también
mostraba una punta de oro del valor, á lo que me parece, de qui
nientos escudos, hallada en río Negro, y un pedruscon hermosísi
mo de las minas de esmeraldas de Muzo, con los almendrones de
esmeraldas enteras que tenía: alhajas que guardaba su majestad,
no por interés, sino por el gusto de poderlas presentar a su mo
narca por cosa raraypreciosa de sus Reales dominios (Julián, 1980:
225)5.
5 Las aficiones del virrey no nos deben sorprender. En primer lugar, porque Carlos III, entonces rey de España, había sido el patrocinador de las primeras excavaciones propiamente arqueológicas, en Pompeyay Herculano, como anterior rey de Ñapóles; el mismo rey, fundó el "llamado Gabinete de Antigüedades de Portici... 'el primer museo de sitio' que se
62 / Roberto Pineda Camacho
Julián caracteriza la "momia", a la que los médicos del virrey lla
maban "carne de momia", por una contextura "lenificada"; dice que
se hallaba en cuclillas y tenía al parecer una mortal herida en el cue
llo provocada por una espada o sable. Consideró que su naturaleza
"lenificada" se debía a la influencia del frío, como ocurría en otras
regiones de los Andes y de Europa.
Sin duda, la mirada sobre los cadáveres y los objetos de los indios
se había desplazado. El carácter satánico del ídolo o del cadáver fue
sustituido por una percepción estética o de coleccionista. El ídolo ce
dió su paso -como en toda América y en España- a la curiosidad.
Sin embargo, esta tendencia tuvo sus matices y excepciones. Fray
Juan de Santa Gertrudis, por ejemplo, fue testigo de la actividad lleva
da a cabo por un clérigo y seis mestizos popayanejos en San Agustín,
quienes -armados con buenos instrumentos para "cavar guacas", se
gún su propia expresión- "buscaban extraer el oro de las tumbas",
y encontrado apenas "un zarcillo muy chico, y los demás tiestos, mu
ñecos y chucherías de indios antiguos" (Santa Gertrudis, t. II: 97).
El mismo clérigo advierte a Santa Gertrudis la existencia de otros mo
numentos, esta vez de piedra, vale decir, las estatuas de San Agustín.
halla creado nunca, al tiempo que Pompeya y Herculano son las primeras grandes excavaciones de ciudades exhumadas enteramente" (Alcina, 1995: 68).
"El Museo, obra de Carlos vil, nunca fue considerado por éste como propiedad privada; por eso y aunque con ciertas limitaciones se abrió al público y era posible visitarlo mediante un billete del ministro, muy fácil de conseguir. Solamente quedaba reservado para visitas más limitadas el grupo del sátiro y la cabra, considerado obsceno" (Represa, en Alcina, 1995: 68-69).
En realidad en la segunda mitad del siglo xvm, los museos o Gabinetes de Curiosidades se habían puesto de moda en Europa. Un ciudadano guayaquileño, don Pedro Francisco Dávila, hizo entre 1740 y 1771 un verdadero gabinete conformado por piedras, plantas y objetos, como bronces, figuras de barro, medallas, miniaturas. En 1767 le propuso a Carlos II su venta, acompañada de un catálogo. En 1771, Carlos III compró la colección y nombró al mismo Dávila como su primer director. En 1776 el Real Gabinete abre sus puertas; ese mismo año, el director redactó una Instrucción dirigida a las diversas autoridades españolas y coloniales, solicitándoles que provean de objetos y otras "curiosidades" al museo.
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 63
El fraile interpreta las tres primeras estatuas que encuentra como
representaciones de obispos y halla otras cinco que presume que son
imágenes de frailes franciscanos observantes {Ibid, 99-100). Anota
que el conocimiento de su existencia data desde la conquista de
Timaná, pero expresa que está persuadido de que
[...] el demonio los fabricaría, y me fundo en que en la India
los indios no tenían fierro, y por consiguientes tampoco instru
mentos para poderlos fabricar. Ellos tenían noticias por oráculos
e ídolos que habían de venir los hijos del Sol, esto es del Oriente,
y habían de conquistar aquella tierra ; y asi creo que el demonio
les fabricaría aquellas estatuas y les diría: Hombres como éstos,
o de este traje, serán los que gobernarán esta tierra. Y esto me
parece que es lo más verosímil {Ibid, 100-101).
La tradición de los Santos Apóstoles
La convicción de que América había sido visitada por emisarios de
Cristo con anterioridad a la conquista española es relativamente tem
prana. Por ejemplo, en la Crónica del Reino de Chile, de Jerónimo
de Vivar, terminada en 1558 pero publicada por primera vez en 1966,
se sostiene que los apóstoles visitaron la zona comprendida entre el
Atacama y la Costa de Chile, "... y que ellos (los indios) por ser tan
malos no quisieron entender aquello que les decían" (Vivar, 1558,
en Pereira, 1994: 128).
Con la presencia de la Compañía de Jesús se reafirmó un dis
curso que percibió en las religiones amerindias (en lo que respecta
a sus semejanzas con la cristiana) las huellas de una antigua pre
sencia del hombre blanco en América, anterior a Colón, y sobre todo
el signo de la actividad del antiguo apóstol santo Tomás, quien -se
decía- había evangelizado a los gentiles (véase lámina III).
Desde Norteamérica hasta el sur del continente la historia de santo
Tomás se repite de varias formas; se le atribuye la presencia del sím-
64 / Roberto Pineda Camacho
bolo de la Cruz y las huellas de la "civilización" entre los indios; se
asevera que el apóstol santo Tomás anunció la venida de Colón y de
los misioneros a América, razón por la cual muchos pueblos recibie
ron con un verdadero interés la llegada de los europeos; las huellas de
su predicación se evidenciaban en diversos indicios: estatuas de pie
dra, marcas en las rocas, caminos abiertos, cuevas, cruces, etc.
Los principales cronistas del Nuevo Reino asumieron este dis
curso, llamando la atención sobre la posible identidad de Bochica,
el dios civilizador chibcha, con santo Tomás.
En el Nuevo Reino corría la tradición de que el virtuoso Nemque-
teba, de la tradición muisca, era en realidad el apóstol santo Tomás
o san Bartolomé, cuyas huellas de los pies se habían grabado en di
versas piedras y rocas.
A finales del siglo XVI, en efecto, el ya citado jesuita Alonso de
Medrano sostenía:
Bolbiendo a lo de dentro de el Nuevo que vino a esta su tie
rra, de la parte del oriente, un hombre sancto, blanco, con vesti
do blanco y cabello rubio, hasta los hombros; el qual les predicó
y enseñó el camino de su salvación. Éste caminava en un camello
que trujo consigo, que no se a visto otro por acá; y ellos le pintan
por señas; y les enseñó a baptizar los niños, en naciendo. Y de
aquí les quedó la costumbre, que oy tienen de llevar las criatu
ras, rezien nacidas a lavar al ryo. Este hombre sancto, fue tenido
en grande veneración entre ellos. Y, quando yva a predicar de unos
pueblos a otros, dizen que se le abrían los caminos y se allanavan
las sierras... (en Lloreda, 1992: 60).
Puede ser que esta historia sea patraña, como otras que cuen
tan los yndios; pero si fue verdad, se puede creer, como algunos
historiadores quieren, que viniesen a estas partes algunos de los
apóstoles, o de los del apóstol Santiago, como se refiere de los
yndios del Cuzco, en el Pyrú, que tienen otra semejante tradi
ción (en Lloreda, 1992: 61).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada / 65
Muerto el sobredicio sancto varón, refieren los yndios viejos,
por traddición de mano en mano, de sus mayores, que luego vino
deste Reyno uno dizen que fue demonio, y en figura de muger
anciana, a quienes ellos llaman la diosa Baque, madre de todos
sus dioses, como otra Juno. Les entró predicando contra la doc
trina de sobredicho sancto varón, procurando deshacer y borrar
de su ánimos, lo quél les avía enseñado... Y de aquí se fueron
estendiendo a adorar a sus caciques y señores muertos, con tan
tas ceremonias y supersticiones, ques cosa de espanto (en Lloreda,
1992: 61).
En el siglo XVII, Simón retoma dicha tradición en su conocida
crónica del Nuevo Reino; según su conocimiento, Bochica penetra
por el Oriente:
Desde allí vino al pueblo de Bosa, donde se le murió un ca
mello que traía, cuyos huesos procuraron conservar los natura
les, pues aún hallaron algunos los españoles en aquel pueblo
cuando entraron, entre los cuales dice que fue la costilla que
adoraba en la lagunilla llamada Baracio los indios de Bosa y Soacha
(Simón /l625/1981, t. ni: 374).
Enseñóles a hacer cruces y usar de ellas en las pinturas de
las mantas con que se cubrían y por ventura, declarándoles sus
misterios y los de la encarnación y muerte de Cristo, les diría al
guna vez las palabras que él mismo dijo a Nicodemus tratando
de la correspondencia que tuvo la Cruz con la serpiente de metal
que levantó Moisés en el desierto, con cuya visa sanaban los
mordidos de serpientes. De donde pudo ser la costumbre que
hemos dicho de poner las cruces sobre los sepulcros de los que
morían picados de serpientes. También les enseñó la resurrec
ción de la carne, el dar limosna y otras muy buenas cosas, como
lo era también su vida (Simón /l625/ 1981, t. ni: 375).
66 / Roberto Pineda Camacho
De otra parte, en algunos símbolos reconocía el misterio de la
Trinidad:
Los indios pijamas y algunos del distrito de Tuna, han teni
do figuras en sus santuarios con tres cabezas humanas o con tres
rostros en un solo cuerpo, que dicen ser tres personas en un sólo
corazón (Simón /l625/1981, t. ni: 374).
Empero, el misionero franciscano se muestra particularmente
cauto sobre la veracidad o verosimilitud de la identidad de Bochica:
"La cual tradición ni apruebo ni repruebo, solo la refiero como la he
hallado admitida como cosa común entre los hombres graves y doc
tos de este Reino" (Simón /l625/ 1981, t. III: 375).
Simón tenía la certidumbre de que la luz del evangelio había
penetrado por algún camino ya que, según su opinión, los indígenas
creían en la ocurrencia de un juicio universal, la inmortalidad del
alma y la resurrección de los muertos.
A lo largo del siglo XVII esta creencia se perpetuó en el Nuevo Reino
de Granada. El padre Zamora, cronista de la orden de los predicado
res, asevera, en su conocida crónica de la orden de San Antonio:
Con que de este sagrado apóstol se verificarán las señales que
se halla en todo este Nuevo Reino de Granada. En la provincia de
Cartagena hallaron los españoles algunos ídolos con mitras y bá
culos. En el cerro de Itoco de los muzos, se halla una losa y en
ella impresas huellas de pie humano. En la de Guane, en los in
dios de tocaregua está una losa de dos varas y media de alto y dos
de ancho, algo encajada en la tierra en que están tres figuras
humanas de hombres de medio relieve con un mismo género de
vestidos, como indios o apóstoles. El que está en medio tiene
barba, sandalias y un libro y a los pies cinco renglones que no se
entienden por ser letras no conocidas. A estas noticias verdade
ras que dieron al padre presentado fray Gregorio García (que las
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 67
refiere) los religiosos fundadores de esta provincia, solo faltó la
que una quebrada de aguas saludables que pasa por donde está
la losa, se llama la quebrada de los Santos.
En el valle de Ubaque. De jurisdicción de esta ciudad de San
ta Fe, cerca a una quebrada llamada Zaname se halla en una pie
dra estampado un pie humano. Y cuando la tradición de los na
turales no asegurara ser vestigio del pie del apóstol que predicó
en este Reino, lo acreditaran los continuos milagros que dicen a
obrado los polvos de aquellas piedra que los indios dan a beber a
los enfermos (Zamora/1701/, 1.1: 195, 274).
Y, más adelante, agrega:
Entre los sagrados Apóstoles se halla que Santo Tomás dejaba
estampadas en las piedras señales de su cuerpo y gloriosas plan
tas... Y habiendo determinado la Iglesia que predicó a las Indias
orientales en que se han hallado estas señales, hallándose en estas
occidentales del Nuevo Reino las de las plantas de pie humano de
este glorioso apóstol, se puede asegurar que fue el sol resplande
ciente, que derramó los primeros rayos del Evangelio en este Nuevo
Reino... Como un abismo llama a otro abismo... solo tocaba a este
abismo de la predicación llamar á los misterios del Evangelio a este
abismo del Nuevo Mundo (Zamora /1701/, s.f., 1.1: 276).
A finales del siglo XVII, asimismo, Lucas Fernández de Piedrahita,
obispo de Santa Marta, y calificador del Santo Oficio de la Inquisi
ción, consideraba también irrefutable la presencia de san Bartolomé
en el Nuevo Reino, como lo ponían de presente sus huellas encon
tradas en diversos parajes. Siguiendo un documento manuscrito de
Quesada, Fernández de Piedrahita anota:
Esperan el juizio universal, y creían la resurrección de los
muertos, pero añadían, que en resucitando avían de bolver a vi-
68 / Roberto Pineda Camacho
vir, y gozar de aquellas mismas tierras en que estavan antes de
morir, porque se avían de conservar en el mismo ser, y hermosu
ra, que tenían entonces. Tenían alguna noticia del diluvio, y de la
creación del mundo, pero con tanta adición de disparates, que
fuera indecencia reducirlos a pluma (Fernández de Piedrahita, /
1668/1987: 17).
[...] y siendo tan corriente en los Autores modernos (a que
dieron luz los antiguos) que entre las demás partes que predicó
el bienaventurado Apóstol S. Bartolomé, fue una de ellas estas
Yndias Occidentales: es muy verosímil, que el Bochica, de quien
hazen esta relación, fuese este glorioso Apóstol... (Fernández de
Piedrahita,/l 668/1987: 19).
Entre las pruebas de su naturaleza apostólica se encontraban su
túnica, manta y cabello similares al Nazareno, el haber recibido el
mismo nombre (Zuhe) con que los chibchas designaron a los espa
ñoles y, sobre todo, sus enseñanzas; además de las mencionadas evi
dencias, se destaca "la veneración a la Santísima Cruz poniéndola...
sobre algunos sepulcros".
De otra parte, la prueba material de su existencia "se halla es
tampada en una piedra de la provincia de Ubaque, fue señal del pie
del Apóstol, que dejó para prueba de su predicación, y tránsito por
aquellas partes, como por las de Quito, donde se halla otra en la
misma forma" (Fernández de Piedrahita, /1668/ 1987: 19).
La tradición se proyecta aún en el siglo XVIII de diversas formas.
El sacerdote José Domingo Duquesne no duda, en 1790, de la pre
sencia del apóstol santo Tomás en los primeros tiempos.
No obstante, como hemos mencionado, una nueva mirada ge
neral sobre la naturaleza de la religión penetró lentamente en la se
gunda mitad del siglo XVIII. En efecto, a través de Feijoó y otros au
tores españoles, los estudiantes de teología y de derecho pudieron
forjar una nueva sensibilidad frente a la vida religiosa, que se reflejó
en la comprensión de las "idolatrías" y en su transformación en
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 69
antigüedades. Pero estas nuevas ideas no sustituyeron las anterio
res ideologías, sino que se superpusieron como un verdadero pa
limpsesto.
Un almanaque sagrado
El mérito de José Domingo Duquesne, en la tradición de los estu
dios sobre las antigüedades en Colombia, es doble. Por una parte,
Duquesne respeta las creencias religiosas de los muiscas y, por otra,
recopila y efectúa sus propias interpretaciones sobre el simbolismo
de diversas piezas votivas que conservaban los indios de Gachancipá,
con singular sigilo, en un cueva. Duquesne era párroco de dicho pue
blo y fue llevado por las autoridades aborígenes a visitar este sitio
sagrado. Este sacerdote, nacido en Bogotá en 1748, transitó y obtu
vo todos los honores académicos disponibles en la Santa Fe de en
tonces, y fue uno de nuestros primeros hombres formados en gran
medida bajo el espíritu de la Ilustración. Desempeñó un papel des
tacado en diversos sucesos durante los años turbulentos de la Inde
pendencia, y elaboró una gramática muisca, lamentablemente aún
perdida.
Entre los diversos escritos de Duquesne sobresalen su Diserta
ción sobre el calendario de los muyscas. Indios naturales de este
Nuevo Reino de Granada, y su no menos interesante Sacrificio de
los moscas y significado o alusiones de los nombres de sus víctimas
(1795).
Como su nombre lo indica, la Disertación sobre el calendario tie
ne como objeto demostrar, con base en diversos elementos votivos,
que los muiscas poseían un complejo calendario, equiparable al que
por entonces también se había descubierto en México. Duquesne
define los objetos votivos como antigüedades y precisa, además, su
naturaleza de imágenes o figuras sagradas. Asimismo destaca la re
levancia del número veinte en la cosmología muisca y la estrecha re
lación del calendario con el sacrificio; encontró una gran similitud
70 / Roberto Pineda Camacho
entre la astronomía egipcia y la indígena, y destacó la complejidad
de su "zodíaco" (véase lámina IV).
Se ve también una gran conformidad entre los signos de los
Egipcios y los símbolos de los Indios. No pretendemos de que
los caracteres que hoy usamos en la astronomía sean los mismos
originales que inventaron los antiguos pero todos conocen que
retienen alguna semejanza de los elementos sobre que se forma
ron. Como también que los Egipcios no fueron sus primeros in
ventores, habiéndose propagado desde el valle de Senaar, junto
con los primeros conocimientos astronómicos. Pero los Egipcios
y los Indios que son descendientes de Can en la más probable
opinión, como aquellos, cultivaron la escritura simbólica, con más
aplicación que otras naciones, hasta hacerla propia (Duquesne,
1795:414).
Según Duquesne, el "portentoso" Tomagata, "fuego que hier
ve", se transformó en un famoso cometa. Aquél fue uno de sus más
notorios zaques: tenía un solo ojo, cuatro orejas y una gran cola si
milar a la de un tigre, o león, que arrastraba por el suelo. Pero po
seía ciertos poderes extraordinarios y una gran capacidad de trans
formación en otros seres, que se representaban con ocasión de
ciertos rituales.
El barón Alejandro von Humboldt obtuvo, a través del sabio Mu
tis, copia del manuscrito del calendario de Duquesne. Acogiéndose a
su interpretación, comparó el calendario y su sistema de numeración
con el mexicano y los de otras regiones del mundo. Humboldt no
dudaba de que la piedra "adornada con símbolos" representaba un
calendario lunar, con sus respectivas estaciones o períodos.
Más allá de si se trata o no de un calendario, el aspecto aquí re
levante es la manera como ambos leyeron la pieza. Para Duquesne y
Humboldt los signos tienen una significado propio, cuya interpre
tación debe hacerse en gran parte en el mismo marco de su cultura
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 71
y sociedad, casi como lo haría cualquier arqueólogo moderno. Estos
objetos no son ni ídolos ni fetiches, sino antigüedades; la mirada ar
queológica de Duquesne es, en realidad, más profunda. Se trata de
hieroglifos, de símbolos sagrados, cuyo sentido profundo se alcan
za solamente a través de la conciencia religiosa. Su ensayo sobre el
sacrificio, basado en el análisis etimológico de ciertos vocablos
muiscas, refleja una nueva dimensión de su pensamiento, en la que
el sacerdote se dedica a tratar de comprender el sentido de la des
trucción de la víctima sacrificial y su relación con la casa sagrada y
otras dimensiones de la cosmología aborigen.
Duquesne es, sin duda, el verdadero padre de la antropología
moderna en Colombia, por su actitud tolerante frente a otros pen
samientos y por su espíritu crítico y comparativo.
Guacas que arden y bienes sagrados de la Patria
Con relación a las prácticas religiosas y sus objetos se tejieron -como
se advirtió en la introducción y se expuso a lo largo de este ensayo-
diversos discursos hegemónicos. Los ídolos fueron percibidos como
símbolos de la acción del diablo y en cuanto tales fueron considera
dos fuentes del Mal. Esta satanización del pasado les confirió po
der, y seguramente las comunidades indígenas, mestizas y españo
las los consideraron focos de maleficios, brujería o magia.
Las imágenes mágicas afectaban de una forma u otra la vida de
los hombres. El discurso religioso cristiano relegó a los "infieles",
sus espíritus y bienes, y en particular sus restos funerarios, al "tiem
po del paganismo"; los "antiguos", o sea los infieles o paganos de
los tiempos prehispánicos o sus "dioses", se convirtieron -en vir
tud de la misma ideología católica, como bien lo ha advertido Taussig
refiriéndose a la situación de Sibundoy, al sur de Colombia-, en ver
daderos Anticristos (Taussig, 1988: 373). En este contexto, sus ído
los, instrumentos, etc., fueron "imágenes del diablo" y mecanismos
mnemotécnicos de su historia (Taussig, 1988: 375).
72 / Roberto Pineda Camacho
Simultáneamente, las comunidades indígenas coetáneas fueron
representadas bajo epítetos como "caribes", "antropófagos", "sal
vajes "idólatras", que mediatizaban ideas y poderes similares. Los
infieles del pasado y los salvajes del presente se convirtieron en las
fuentes de grandes males o de grandes bienes, según la situación y
el contexto. Las brujas de Silos o las visiones de los letrados como
el padre Julián o santa Gertrudis ponen de presente que en el siglo
XVIII seguían con fuerza gran parte de las mismas ideas que anima
ron la mentalidad medieval y los grandes procesos de brujería lleva
dos a cabo en España y también en los países reformistas durante
los siglos XVI y XVII.
Esto no nos debe extrañar, máxime cuando en la misma época,
en la Europa ilustrada, se adelantaban juicios de brujerías, por par
te de la Inquisición, incluso contra ciertos animales (cerdos, perros,
gallinas, etc.) acusados y juzgados formalmente como demoníacos.
La convicción de que los territorios indios se identificaban con
los dominios del diablo se proyectó, en efecto, a lo largo de toda la
Colonia. Por ejemplo, santa Gertrudis asevera que el pueblito de Po
tosí, en Nariño, estaba controlado por el diablo, hasta que fue insta
lado en sus inmediaciones el Santuario de la Virgen de las Lajas: sus
habitantes "eran gentiles y gentiles se conservan, y el demonio los
tenía ilusos con sus idolatrías que tenían; y cauteloso de conservar
y perpetuar allí su culto y adoración, y que nunca entrase allí la luz
del evangelio, arbitró la traza de aparecerse en una forma horrorosa
a todos los que querían acercarse a bajar al Guáitara, y si iban a ca
ballo, se les ponía sentado en la grupa. Era esto de manera, que ate
morizaba la gente no había quien se atreviese a ir al dicho paraje"
(santa Gertrudis, 1970, t. III: 82).
De manera simultánea, las "memorias de las figuras de salva
jismo", para utilizar la expresión de Taussig, también fueron ad
quiriendo otro sentido desde finales del siglo XVII, pero sobre todo
en las postrimerías del siglo XVIII: con un Duquesne, un Caldas, o
un Humboldt, iniciaron su tránsito hacia su transformación en an-
Demonología y antropología en el Nuevo Remo de Granada I 73
tigüedades, o sea en piezas de museo. De hecho, el lenguaje utili
zado en la descripción de una guaca efectuada por Santa Gertrudis,
a mediados del siglo XVIII, ya ponía de presente un cambio en este
sentido:
Este pueblo [de Pedregal] fue muy rico antes de la Conquis
ta, y lo advierto que los indios entonces enterraban todo cuanto
tenían. Y estos entierros o sepulcros llaman guacas: y cuando
moría algún cacique, todos los del pueblo le tributaban oro, ya
labrado o sin labrar, y lo echaban en la guaca; y como había in
dios ricos y pobres, de aquí es que hay guacas ricas donde se ha
lla mucho oro, y guacas pobres donde no se hallan sino juguetes,
como son platillos, ollitas, jarras, muñequitos y varios pájaros de
animales. Pero todo de un barro muy fino y la figura con una total
perfección. El día que fui en La Plata al trapiche de doña Manuela
Flórez, ahí junto al trapiche había cavado una guaca. Era una
concavidad hecha de propósito en una peña, por una boca por
donde la fabricaron y después se cavó. Y la vi, y según lo grande y
primorosa que está, hubo de ser guaca de algún cacique. Así lla
maban a los que gobernaban los pueblos, o de algún indio de gran
nombre. La guaca se descubrió por las llamas que echaba de
noche. La cavaron y no hallaron sino tiestos y muñecos. Lo que
digo que arden las guacas es cosa cierta, especialmente y los vier
nes y los cuartos de luna. Y por estas llamas se han descubierto
muchísimas (Santa Gertrudis, 1970, t. II, Cap. 5).
Como bien lo ha advertido Serna (1996), el proceso se invirtió:
los objetos satanizados se transformaron de manera lenta y sinuosa
en "bienes sagrados", consagrados en el Museo Nacional, ese ver
dadero, al decir de muchos de sus visitantes, "altar de la patria", sin
que desaparezcan los seculares discursos sobre el salvajismo ni tam
poco las visiones sobre los hombres de Antigua y sus memorias
materiales entre la élite, los viajeros y el pueblo.
74 / Roberto Pineda Camacho
Este proceso de "santificación" alcanzó una primera expresión pú
blica con la apertura del Museo de Historia Natural en 1824, en Bo
gotá, que exhibía, además de muestras de piedras y otros minerales,
un meteorito, un momia muisca, huesos de animales antediluvianos
de Soacha, el manto de la mujer de Atahualpa y, luego, la corona que
Bolívar recibió de la comunidad del Cuzco en reconocimiento a su
labor libertaria6.
Uno de sus directores, el coronel Joaquín Acosta, publicó pos
teriormente una de las primeras Historias de la Conquista y coloni
zación de la Nueva Granada, que dedica parte de su atención a la
6 De acuerdo con Boussignault, en la Capuchina, un monasterio de Bogotá, los frailes conservaban ciertas reliquias humanas. El científico francés visitó el monasterio, en los años veinte del siglo pasado: los frailes habían sido expulsados, con excepción de uno que montaba guardia.
"Por fuera, la Capuchina es un bonito monasterio y al golpear vino a abrir una pesada puerta, como de fortaleza, un fraile bien encapuchado... Lo que me llamó especialmente la atención fue una colección de reliquias artísticamente arregladas, con sus respectivas etiquetas, guardadas en armarios, vitrinas, cuyas llaves pedí. Mi cicerone, quien conocía muy bien las preciosas reliquias, me explicó su origen y su poder: se veían dientes, maxilares, tibias y omoplatos de una gran cantidad de santos y el cura me los presentaba, pidiéndome que los mirara muy de cerca: me parecía estar en un museo paleontológico en presencia de osamenta de fósiles...
"Al día siguiente recibí la visita del señor cura cicerone: "—Y bien, qué piensa de las reliquias? "-Nada, usted sabe muy bien, mi querido cura, que yo no creo en porquerías. "-Porquerías, porquerías, de acuerdo, pero valen mucha plata: i no se ha dado usted cuen
ta que esas santas osamentas tienen un aspecto muy diferentes de las que no son santificadas?"
Según Boussignault, el fraile le propuso falsificar las osamentas, por medio de procedimientos químicos, con lo cual harían un pingüe negocio:
"Podríamos hacer dinero; yo le traería osamentas y Ud. la santificaría por medio de la química. En cuanto a venderlos, no se preocupe, se venderían más de los que Ud. pudiera santificar".
El científico francés, indignado, rechaza la supuesta oscura oferta del fraile, ya que la asimila a una proposición de robo:
"-Así que no hay negocio? "-No y salga de aquí" (Boussignault /1892/ 1994; 375-376).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 75
historia indígena prehispánica. Asimismo, en su obra transformó las
representaciones del padre Romero sobre el templo de los "idólatras
aruacos" -que visitó a finales del siglo XVII- y algunas ilustraciones
de los objetos muiscas recogidos por Duquesne (véase lámina V).
De ahí en adelante el Museo Nacional albergará, con múltiples
altibajos, los nuevos objetos sagrados, entre los cuales se mezclan
minerales, las antigüedades de los indios, memorias de la Colonia,
retratos de los héroes de la Independencia, espadas, pinturas, etc. A
finales del siglo XIX, por ejemplo, allí estaban depositados, entre otros
objetos, según el testimonio de Rosa Carnegie-Williams, "la calavera
del virrey Solís, un taburete de fusilamiento, huesos de un mastodonte,
terneros de dos cabezas conservados en alcohol, algunos tigres dise
cados, una viejo baúl, raros minerales, una reliquia de las pirámides
de Egipto, muestras de flora y fauna, un reloj solar, retratos de Hum
boldt y Caldas, y... también estaban expuestas lanzas, espadas y otras
armas pertenecientes a los antiguos indígenas..."; frente a la cama de
Bolívar en la noche septembrina, "había un cofre que contenía ídolos
indígenas de piedra, así como un así llamado almanaque, muy curio
so, labrado en piedra y cubierto con símbolos y ranas, el cual era uti
lizado por los indios muiscas" (citado en Serna, 1996: 105).
Las momias, el calendario muisca, la cama de Bolívar, los retra
tos de virreyes y de Felipe II, de monjes y sacerdotes, grandes cua
dros de escenas religiosas {Magdalena moribunda, La resurrección
de Lázaro, El apedreamiento de Esteban, entre otros), estaban to
dos reunidos en un mismo albergue, en un gran montaje que debía
ser leído de forma múltiple por sus visitantes. Mientras tanto, se ur
día una nueva historia sobre el pasado aborigen y la nación, cons
truida, en gran medida, como bien lo advierte Serna, en los esfuer
zos intelectuales, en las prácticas de extirpación de idolatrías, en las
formas de apropiación del pasado por los sectores populares, etc.,
de los hombres de Antigua, de la Colonia.
Pero la santificación fue parcial, y los tesoros de los indios fue
ron también objeto de la codicia de la élite criolla y de los guaqueros,
76 / Roberto Pineda Camacho
con un fin exclusivo de lucro. A los pocos años de la conformación
de la República de Colombia, algunos de los hombres más prestantes
de Bogotá -entre ellos, el general Santander- conformaron una ver
dadera sociedad para desaguar -otra vez- la laguna de Guatavita, el
lugar por excelencia de El Dorado. De acuerdo con el propio testi
monio del viajero inglés Stuart Cochrane, el desagüe de Guatavita
era una tema corriente de conversación en aquella época, y él mis
mo ofreció al señor "Pepe" París, director del proyecto de desagüe,
sus conocimientos técnicos con este propósito. Con motivo de una
fiesta que el inglés ofreció a lo más selecto de la sociedad bogotana,
aquel instaló "en el jardín de la casa un gran sifón, a través del cual
el agua era llevada de una alberca a otra ubicada a considerable dis
tancia, para mostrarles a los colombianos que, aun cuando fracasa
ra el actual desagüe de la laguna, éste sería posible con la ayuda de
un sifón. Al mismo tiempo repartí un grabado en cobre de la laguna
y una hoja con los cálculos de costos para desaguarlo y el tiempo ne
cesario para lograrlo. Cuando me di cuenta de que mi ayudante rea
lizó mal el experimento, me dispuse yo mismo a la tarea y, por fin, el
experimento resultó exitoso".
No obstante los esfuerzos y análisis técnicos del viajero inglés,
el proyecto fracasó, y fue retomado con relativo éxito a principios del
siglo XX por una compañía inglesa'. Una década después, en 1933,
el gobierno expidió una ley que legalizó el saqueo de los "tesoros de
los indios", reconociéndoles el derecho de propiedad a los guaqueros
y excavadores de tumbas. Bajo este amparo legal, la República im-
' En 1911 la empresa inglesa Contractors Ltd. de Londres desecó casi completamente la laguna. La piezas se remataron por parte de la Casa Sotheby's. La Casa mencionada elaboró un catálogo de las piezas, que contiene las primeras descripciones y fotografías de las piezas halladas en la laguna. Se estima que de la laguna se extrajo multitud de piezas de oro durante los diversos intentos de desagüe, con un jieso total de por lo menos 100 kg. Lleras menciona, a manera de comparación, cómo 800 piezas actuales del Museo del Oro, en Bogotá, pesan 9 kilogramos, de manera que de esta forma podemos presumir la gran diversidad y variedad de piezas de allí extraídas y representadas en los 100 kg. (Lleras, 1998).
Demonología y antropología en el Nuevo Reino de Granada I 77
pulsó también la profanación de las huacas de los indios, cuyos ob
jetos y piezas orfebres serían fundidos en las Casas de Oro, o ini
ciarían un tortuoso tránsito, junto con otros objetos arqueológicos y
etnográficos, hacia los museos locales o extranjeros.
ANEXO
Lámina I
Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 79
i ^ j ^ > J g y V ^ s a ^ 2 g f S a g ^ g ^ ^ ^ S ^ g 3 g
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Lámina II
80 / Robería Pineda Camacho
Lámina III
Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 81
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Lámina TV
82 / Roberto Pineda Camacho
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Lámina V
Demonología y antropología en el Suevo Reino de Granada I 83
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Mauricio Nieto Otarte
REMEDIOS PARA EL IMPERIO:
de las creencias locales a l conocimiento ilustrado en la botánica del siglo XVIII
Toda ciencia es necesariamente local; el conocimiento, en cualquiera
de sus expresiones, tiene su origen y adquiere credibilidad dentro de
grupos sociales, lugares geográficos y momentos históricos específi
cos. La historia y la sociología de la ciencia deben dar cuenta de los
procesos que hicieron posible que ciertas formas de conocimiento
perdieran su localidad y adquirieran la categoría de universales. La
idea de "ciencia moderna", que con tanto entusiasmo se convirtió en
la bandera de la Ilustración europea, tiene un carácter global y uno de
sus más destacados atributos es el de no pertenecer a ningún lugar
en particular, lo cual le dio al conocimiento un sentido político sin pre
cedentes en la historia de Occidente. La Ilustración es un período en
el cual los europeos viven un creciente sentimiento de poder sobre la
naturaleza y sobre otros seres humanos. El éxito de la física newtoniana
se convierte en una convincente muestra del triunfo de la razón so
bre la naturaleza, que parecía dejar claros los criterios de demarca
ción entre conocimiento y creencia.
La historia natural y los sistemas de clasificación del siglo XVIII,
como es el caso de la taxonomía linneana, pretenden ser la expre
sión del único orden posible en la naturaleza y, por lo tanto, se con
vierten en la expresión de una empresa política de control global.
La historia natural durante el siglo XVIII fue una empresa políti
ca con la cual los europeos buscaron apropiarse del mundo entero.
El propósito de los viajeros naturalistas durante la Ilustración era
entonces el de poder reconocer, nombrar, clasificar y, en la medida
90 / Mauricio Nieto Otarte
de lo posible, transportar a Europa cada uno de los objetos natura
les sobre el planeta. La historia natural es un conjunto de prácticas
cuyo fin es hacer familiar, domesticar y estar en control de todo lo
que parece extraño y ajeno.
Las expediciones científicas de la Ilustración europea fueron, a
su vez, parte de un proyecto económico en el que los imperios euro
peos competían por el monopolio de la comercialización de plantas
útiles. Carlos III y sus ministros parecían coincidir en que la solución
a los problemas económicos de España estaba en una explotación más
eficiente de los recursos naturales de América, pero ya no solamente
del oro y la plata, sino de la riqueza vegetal del Nuevo Mundo. Su mayor
interés estaba en las virtudes medicinales que parecían tener nume
rosas plantas americanas1.
Hipólito Ruiz fue uno de los viajeros españoles a cargo de la Real
Expedición al Nuevo Reino del Perú y Chile. Fue uno de los pocos
españoles que logró publicar sus trabajos sobre plantas medicina
les, los cuales nos servirán de guía para examinar la relación entre
los saberes locales y la ciencia ilustrada.
Como lo veremos con algunos ejemplos, las investigaciones de
los naturalistas españoles tenían como prioridad aquellas plantas que
podían substituir productos que llegaban a Europa del Oriente y que
España se veía obligada a comprar. El interés español por las espe
cies americanas es el reflejo de una política económica de substitu
ción de productos importados, los cuales, eventualmente, España
estaría en capacidad de exportar. Algunos ejemplos importantes son
los estudios sobre la canela, el té, el bejuco de la estrella, la raíz china
u otras plantas que se suponía podrían cultivarse en América para
acabar con el monopolio de ingleses y holandeses sobre éstos y otros
productos importados de colonias orientales.
1 Mauricio Nieto, "Políticas imperiales en la Ilustración europea: historia natural y la apropiación del Nuevo Mundo", en Historia Crítica, N° 11, 1995, pp. 39- 51.
Remedios para el Imperio I 91
El papel central que tiene la medicina dentro de las empresas
científicas españolas durante el reinado de Carlos III debe ser en
tendido como parte de un proyecto político que pretende recobrar
la salud del imperio.
Mostraremos aquí cómo el "descubrimiento" de nuevas espe
cies o de plantas medicinales debe ser explicado como un proceso
de traducción de saberes locales propios de los habitantes de Amé
rica a la ciencia de la Ilustración europea. Para entender este proce
so de traducción por medio del cual los viajeros se hacen portavo
ces y se proclaman descubridores y dueños de la naturaleza, de las
plantas y sus virtudes medicinales, debemos abandonar la románti
ca idea del explorador que en medio de la selva encuentra, "descu
bre", una nueva medicina por primera vez. Los logros de los natu
ralistas serán explicados en términos de un proceso de traducción
de conocimientos locales y testimonios populares a un lenguaje que
pretende perder su localidad y ser presentado como universal. La
taxonomía linneana y la medicina de la Ilustración europea son cla
ros ejemplos de dicho proceso. Como es obvio, los exploradores no
estaban en capacidad de probar las virtudes medicinales, culinarias
o industriales de cada una de las especies americanas, y su primera
fuente de información no era, como repetidamente se afirma, la
observación directa de la naturaleza. El conocimiento de las virtu
des medicinales de las plantas americanas generalmente depende
de tradiciones locales.
El gobierno español había promovido la incorporación de reme
dios americanos mucho antes del siglo XVIII. Desde 1570, cuando
Felipe II nombró los Protomédicos para las Indias, éstos tenían como
una de sus principales funciones recopilar información sobre la
medicina local y el conocimiento de hierbateros en América, y to
mar nota de cada hierba, árbol, raíz o semilla que pudiera tener al
guna utilidad médica. Una cédula real firmada por Felipe II en 1570
muestra el interés del Estado en las plantas medicinales de Améri
ca: "... todas las hierbas, árboles, plantas o semillas que puedan ha-
92 / Mauricio Nieto Olaríe
liarse en aquellos lugares y que tengan alguna utilidad médica de
ben ser enviadas a este reino..."2.
Cuatro años más tarde aparecería otra cédula real en la cual se
ordena la recolección y traducción de todos los reportes sobre las
prácticas medicinales de los nativos. Buena parte de éstos se publi
caron en 1577 bajo el título Instrucciones y memorias de la descrip
ción de las Indias que su majestad manda hazer pa ra el buen
govierno y para el enoblecimiento de ellas.
Además de estos reportes, antes del siglo XVIII aparecerían otras
publicaciones sobre plantas medicinales que alimentaron las expec
tativas sobre el poder curativo de las plantas americanas. Tenemos
por ejemplo el trabajo de Nicolás Bautista Monardes, Dos libros, el
uno que trata de todas las cosas que traen de nuestras Indias Occi
dentales que sirven al uso de la medicina... traducido y publicado
en varios idiomas en 1572; la Historia natural de las Indias... del pa
dre José de Acosta, publicada en 1590; los escritos de Garcilaso de
la Vega y Bernardo Cobo; el trabajo del francés Louis Feuille, Histo
ria de las plantas medicinales mas usadas en los reinos del Perú y
Chile en la América meridional... de 1714.
Todos estos autores coinciden en suponer que América es un
enorme jardín de plantas medicinales y que muchas de ellas han sido
usadas con éxito por los nativos americanos. Sin embargo, las cul
turas americanas y sus conocimientos son descritos como salvajes,
irracionales y supersticiosos. El sacerdote jesuita Bernardo Cobo
escribe:
[...] los tratamientos médicos de estos indios del Perú están
acompañados de magia y superstición... son bárbaros con poco
conocimiento... y su ignorancia es tal que ninguno de ellos sabe
2 Francés María del Carmen Causape, "Estudio de la especialidad farmacéutica en España", enBoletín de la Sociedad Española de Parmacia, 94 (1973), p. 49.
Remedios para el Imperio I 93
cómo informar a un doctor sobre sus dolencias ni cual podría ser
la causa de éstas. Sin embargo... poseen numerosas hierbas para
curar sus enfermedades y entre ellos encontramos hierbateros,
de ellos nosotros hemos aprendido sobre el poder curativo de
muchas de las hierbas usadas hoy en la medicina3...
Se resalta también la falta de conocimiento entre los nativos de
los principios básicos de una medicina racional, como es la teoría
hipocrática de los cuatro humores.
Las fuentes que existen para investigar las prácticas médicas de
los nativos americanos son escasas y en su mayoría se limitan a tes
timonios de cronistas europeos, quienes coinciden en suponer que
hay mucho que aprender de los indígenas, pero que sus conocimien
tos no tienen ninguna justificación racional y, por lo tanto, es nece
sario que estas plantas sean incorporadas a los sistemas de clasifi
cación europeos y que sus virtudes terapéuticas sean interpretadas
a la luz de las doctrinas de la medicina tradicional europea.
Los diarios, correspondencia y reportes de los exploradores es
pañoles en América contienen cientos de referencias sobre plantas
medicinales que llamaron la atención de los viajeros por sus simili
tudes botánicas con otras plantas útiles ya conocidas o porque eran
utilizadas por los nativos. En la Relación histórica del viaje a los rei
nos del Perú y Chile, de Hipólito Ruiz, se presenta un índice de nom
bres populares y científicos de 170 plantas. La gran mayoría de és
tas son remedios para enfermedades venéreas o tienen propiedades
febrífugas, las enfermedades con mayor impacto sobre la población
del Imperio español.
Dentro de los programas para el fortalecimiento de la Corona y
centralización del gobierno, los ministros de Carlos III buscaron un
3 Bernardo Cobo, Inca Religión and Customs, trad. Ronald Hamilton, Austin: University
of Texas Press, 1979, pp. 220-222.
94 / Mauricio Sieto Olarte
control más efectivo sobre la farmacia y la medicina a través del
protomedicato. Uno de los resultados de estas políticas se puede ver
en las publicaciones de las distintas ediciones de \aPharmacopeia,
que se publican en España entre 1739 y 1860. La Pharmacopeia no
son más que listas de drogas que tienen un reconocimiento legal y
que pueden ser comercializadas con el permiso y el control de la
Corona española. Desde su primera edición ya aparecen remedios
extraídos de plantas americanas como la quina, pero uno de los pro
pósitos de las Reales Expediciones Botánicas del siglo XVIII, tal y
como lo expresa su principal organizador, Casimiro Gómez Ortega,
era el fortalecimiento de la industria farmacéutica española, que se
haría conocer en Europa a través de dichas publicaciones4.
De creencias nativas a conocimiento científico
Parece obvio suponer que las civilizaciones del Nuevo Mundo depen
dieron en buena medida del conocimiento, cultivo y recolección de
plantas útiles, y como lo podemos corroborar en múltiples casos, las
prácticas de los nativos se convirtieron en la principal fuente del co
nocimiento médico y botánico de los europeos ilustrados. Sin embar
go, los diarios de los viajeros europeos dejan ver una pobre opinión
de las culturas y creencias de los nativos americanos. Es común en
contrar referencias sobre los nativos americanos como gente "pere
zosa", "malvada", "rateros", "belicosos", "supersticiosos" y "decla
rados enemigos de los europeos".
Debemos tener claro que los exploradores científicos no pudie
ron haber descubierto una nueva droga en las selvas americanas. Las
tareas de los expedicionarios son parte de un proceso de traducción
y apropiación de las prácticas locales a una ciencia ilustrada. Su fun-
4 Casimiro Gómez Ortega, Instrucción sobre el método más seguro y económico de transportar plantas vivas, Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española, pp. 1-12.
Remedios para el Imperio I 95
ción consistió en desplazar objetos naturales y hacer públicos sus
usos medicinales y su valor comercial, pero pensar en los viajeros
naturalistas como autores de descubrimientos específicos, por ejem
plo, decir que Mutis descubrió la Cinchona officinalis, o que Ruiz
descubrió las propiedades curativas de la raíz de yallhoy contribuye
a crear una visión incorrecta de los viajes de exploración científica.
Todos los casos que discutiremos enseguida presentan patro
nes similares, y todos ellos nos permiten reconocer la importancia
de los saberes nativos y muestran la función que tiene la taxonomía
como un mecanismo de traducción y apropiación de plantas medi
cinales, al igual que nos permiten ver que el estudio de la naturale
za es inseparable del comercio y de la política.
La planta americana de mayor importancia para los científicos
viajeros del siglo XVIII es el árbol de la quina, cuya historia está llena
de leyendas sobre su descubrimiento y sobre los diferentes usos que
les daban los indígenas americanos3.
Calaguala
haPharmacopeia Matritensis de 1762, mucho antes de que Hipólito
Ruiz partiera para América en 1777, incluía la calaguala como des
coagulante y sudorífico. Aparece también en la Instrucción sobre el
modo más seguro y económico de transportar plantas vivas, de Casi
miro Gómez Ortega, como una de las plantas para ser estudiada por
los naturalistas españoles.
En 1796 Ruiz publica su Memoria sobre la legítima calaguala y
otras raíces que con el mismo nombre nos vienen de la América me
ridional. Éste, como muchos otros de los escritos sobre plantas de
los viajeros españoles, era un intento por establecer las diferencias
5 Ver por ejemplo Jaime Jaramillo Arango, "A Critical Review of The Basic Facts in The History of Cinchona", en: Journal ofthe Linnaean Society, N° 53, 1949, pp. 272-311.
96 / Mauricio Sieto Otarte
y reconocer una única y genuina especie dentro de un grupo de plan
tas que se vendían bajo el mismo nombre.
Entre los traficantes, droguistas y profesores de la medicina
se conocen baxo el mismo nombre de Calaguala las tres espe
cies de raíces que nos vienen del Perú, pero los indios y natura
les de aquel reyno distinguen estas tres especies con nombres
muy diferentes derivados con bastante propiedad de las mismas
plantas. A la primera y legítima Calaguala la llaman Ccallahuala,
a la segunda Puntu-puntu y a la tercera Huacsaro6.
De manera similar, Mutis, en su trabajo sobre quinas, presenta
cuatro especies distintas, las cuales corresponden a criterios de los
recolectores americanos.
Ruiz es enfático en que el propósito de su escrito es hacer clari
dad para el reconocimiento de la especie genuina. Pero, ¿cuáles son
los criterios y fundamentos de sus conclusiones? La especie genui
na es la originalmente usada por los indios, la cual, según él, era co
nocida por los habitantes de estas regiones mucho antes de la llega
da de los europeos. En cuanto a los usos de la planta, también busca
respaldo en la experiencia de los nativos:
Los indios y demás naturales del Perú creen que las virtudes
descoagulante, anti-reumática, sudorífica, antivenérea y febrífuga
de esta raíz son reales y verdaderas, y disputárselo parecería te
meridad cuando la experiencia de tantos años se las tiene com
probados'.
6 Hipólito Ruiz, Disertaciones sobre la raíz de la ratánhia, de la calaguala y de la china y acerca de la yerba llamada cachalagua, Biblioteca de Clásicos de la Farmacia Española, pp. 20-21. ' Hipólito Ruiz, Ibid., p. 31.
Remedios para el Imperio I 97
Ruiz explica las diferencias taxonómicas linneanas de las tres
plantas que pertenecen al género Polipodium, y que son en su con
cepto tres especies distintas. También se incluye, como es común
para cualquier descripción botánica, un dibujo de la planta que per
mita apreciar sus caracteres específicos para una clasificación acorde
con el sistema linneano.
A pesar de que el argumento principal que nos presenta Ruiz a
favor de las virtudes de la calaguala, al igual que para el adecuado
reconocimiento de la especie, se basa en las costumbres y tradicio
nes locales, que son presentadas como antiguas y confiables, éste
parece presentarse más tarde como mera anécdota. La legitimidad
de sus descubrimientos no podía sustentarse sobre las creencias de
salvajes que suelen ser vistos como supersticiosos e inútiles.
Los nativos americanos no compartían con los europeos del siglo
XVIII categorías linneanas como género o especie, ni tampoco concep
tos propios de la medicina europea, como antirreumático, sudorífico,
descoagulante, antivenérea o febrífuga.
Se requiere entonces un proceso de traducción en el cual el ex
pedicionario español, como botánico y médico de la Ilustración euro
pea, sea el verdadero portavoz y autor de dichos descubrimientos.
Un principio importante, que se repite en los escritos sobre plan
tas medicinales, es la idea de que especies emparentadas taxonómi
camente deberían presentar virtudes similares, de manera que se
proclaman descubrimientos de especies nuevas que por su familia
ridad podrían reemplazar a otras plantas con un comercio ya esta
blecido. Ruiz señala las múltiples propiedades medicinales de otras
plantas de la familia de los heléchos, citadas por Linneo en su Ma
teria médica, los cuales además crecen en condiciones similares a
las de la calaguala.
La traducción de costumbres y creencias populares a un conoci
miento ilustrado requiere de una serie de acciones: referirse a la planta
con un nombre en latín, lo que le da a ésta un lugar en el sistema de
clasificación linneano; elaborar una representación gráfica adecuada,
98 / Mauricio Nieto Otarte
en la cual se hagan visibles los caracteres necesarios para su recono
cimiento botánico; explicar sus efectos curativos en términos de en
fermedades europeas e indicar formas de preparación de los reme
dios utilizando métodos familiares en la farmacia del siglo XVIII.
Ratánhia
En su memoria sobre la ratánhia, Ruiz explica:
En todos los tiempos el hombre para el alivio de sus enfer
medades ha procurado indagar los usos y virtudes, tanto de las
plantas y de sus partes, como las de las demás producciones na
turales. Las naciones bárbaras y las gentes menos cultas, como
dice Brunn, han sido seguramente las que han dado mayor au
mento en esta parte de la medicina. Los chimicos y físicos han
puesto su mayor atención y conato en realizar y adelantar los
descubrimientos, hechos por aquellas naciones y gentes poco o
nada civilizadas... Son muy pocos los profesores de medicina que
se han dedicado al descubrimiento de las virtudes de algún pro
ducto natural; pero muchos los que se han ocupado de propagar
los... Las primeras virtudes y usos de las raíz de la ratánhia de
ben también contarse entre los descubrimientos hechos por
naciones bárbaras y gentes poco cultas, pues que los indios del
Perú usaban desde tiempo inmemorial de esta raíz como un re
medio y un específico poderoso para afirmar la dentadura...8.
La raíz de la ratánhia fue uno de los pocos remedios que se in
corporaron en la Pharmacopea hispánica como resultado de las in
vestigaciones de las Reales Expediciones Botánicas. Fue incluida en
la cuarta edición de 1817 como astringente.
Hipólito Ruiz, ibid., pp. 9-10.
Remedios para el Imperio I 99
En 1799 Ruiz publica en Madrid su trabajo Disertación de la
ratánhia, específico singular contra losfluxos de sangre... Ruiz ex
plica que él no tenía conocimiento de las propiedades de esta raíz
hasta no haber visto a una mujer cepillándose los dientes con un tro
zo de la raíz de la misma ratánhia, Krameria triandra, que él había
descubierto en 1780. Ruiz cuenta cómo el sabor ácido y austero de
la raíz lo hizo suponer que, al igual que otras substancias de similar
sabor, podría tener propiedades astringentes. Ruiz se refiere a al
gunos incidentes en los cuales la medicina fue utilizada con éxito
como antihemorrágico: la hemorragia nasal de un herrero, la mens
truación prolongada de una esclava y otros episodios en que él había
sido testigo o había escuchado de su eficacia.
Yallhoy
Otra de las publicaciones de Hipólito Ruiz sobre plantas medicina
les es su Memoria sobre las virtudes y usos de la raíz de la planta
llamada "Yallhoy" en Perú..., donde una vez más se cuenta cómo el
primer indicio que tienen los doctores españoles de sus virtudes
proviene de costumbres de los nativos americanos. Ruiz nos cuenta
cómo en la provincia de Huanuco los doctores lograron controlar una
epidemia de disentería gracias a un remedio preparado con la cor
teza de la raíz de una planta llamada yallhoy, la cual era usada entre
los nativos para limpiarse los intestinos cuando sufrían de diarrea.
Todos los escritos de Ruiz sobre plantas medicinales están acom
pañados por una detallada descripción botánica que incorpora la
planta dentro del sistema linneano de clasificación, determinando los
nombres latinos de su clase, género y especie: Octandria, Monnina
polystachya. De igual manera, no puede faltar una elaborada ilus
tración.
En ocasiones, se hacen referencias a análisis químicos y a rece
tas con cantidades específicas para preparar los remedios, infusiones,
pildoras, polvos o lavados.
100 / Mauricio Nieto Otarte
Podríamos extendernos con muchos otros ejemplos similares,
como es el caso de la planta conocida como bejuco de la estrella,
sobre la cual Ruiz afirma que el gran aprecio del que goza dicha plan
ta entre los indios despertó en él interés por conocerla, planta que
más tarde será considerada por Ruiz como una poderosa droga con
tra la disentería, las fiebres inflamatorias, los resfriados, los dolores
reumáticos y varias enfermedades causadas por la fatiga.
Conclusiones
Las publicaciones, manuscritos y diarios de los viajeros españoles
que durante el siglo XVín viajaron a América en busca de plantas útiles
sugieren patrones comunes en la introducción y certificación de los
nuevos remedios.
En primer lugar, es evidente que los botánicos españoles desa
rrollan sus investigaciones dentro de un proyecto de fortalecimien
to económico y político del imperio. Con algunas excepciones, to
das las plantas que llamaron la atención de los naturalistas ibéricos
eran, o se asumía que podrían ser, especies que podrían remplazar
medicamentos ya conocidos. Los botánicos asumían que especies
emparentadas taxonómicamente deberían tener propiedades simi
lares, de manera que la taxonomía y en particular el sistema linneano
de clasificación se convirtieron en una herramienta fundamental de
legitimación.
También es evidente que las prácticas médicas y el uso de plan
tas medicinales entre los nativos americanos tuvieron un impacto
importante sobre las investigaciones de los expedicionarios españo
les. El conocimiento médico de los americanos nunca fue reconoci
do como tal, y fue, por el contrario, visto como una serie de creen
cias irracionales y, sin embargo, podemos ver que dichas creencias
eran reinterpretadas y traducidas a un lenguaje y a un estilo más
acorde con los intereses y las creencias de la Ilustración europea. Se
trata de un proceso de traducción en el cual no sólo los viajeros to-
Remedios para el Imperio / 10)
man parte: en Europa, farmaceutas, químicos y médicos cumplen
con la suya.
Para la percepción del europeo las creencias de los nativos pare
cen ser útiles, pero no tienen ninguna credibilidad; la credibilidad está
en la forma como se presentan estas creencias, no en su contenido.
El lenguaje utilizado para describir las virtudes de las plantas,
términos como "astringente", "diurético", "febrífugo", o la referen
cia a órganos específicos en la anatomía humana, hacen de los doc
tores europeos portavoces y les dan control sobre los nuevos reme
dios que ya parecen logros y propiedad de la medicina ilustrada.
Traducir es desplazar, transferir, remover de una persona, lugar
o condición a otro; es también expresar en nuestra propia lengua,
en nuestros propios términos, lo que otro dice o hace. El resultado
de este proceso, diría Callón, es una situación en la cual unas per
sonas adquieren control sobre otras9.
Hay un desplazamiento de los bosques americanos a los labora
torios del Palacio Real en Madrid. En el Real Jardín Botánico de Ma
drid, en el gabinete de historia natural o en los laboratorios de la Real
Botica es donde los europeos ganan total control sobre la vegetación
americana. Es dentro de las paredes de estos edificios en el centro
de Madrid donde la complejidad, variedad y exotismo del mundo
natural de América es domesticado.
Para resumir, podríamos identificar tres fases en el proceso de
traducción. Una primera en la cual los viajeros reportan conocimien
tos de tradiciones locales, y en la cual se recrean historias de descu
brimiento. Con esto no sólo se despierta el interés y la curiosidad
de la comunidad científica, los comerciantes y el público en gene
ral, sino que se le da cierta credibilidad a los hallazgos de los expe-
9 Michael Callón, "Some Eleraents of a Sociology of Translation: Domestication of The Scallops and Fishermen of St. Brieuc Bay", en Johon Law (ed.), Power Action and Belief, London: Routledge and Kegan Paul, 1986, pp. 196-233.
102 / Mauricio Síeto Otarte
dicionarios. En una segunda fase los botánicos elaboran una identi
ficación taxonómica dentro de un orden ya familiar a los europeos,
el cual, en el caso de plantas medicinales, es una práctica indispen
sable para la certificación de una especie genuina. Finalmente, po
demos ver una tercera etapa en la cual las plantas no solamente son
incorporadas en un sistema de clasificación, sino que reciben un
nombre binario y en latín que denota el género y la especie, son di
bujadas y disecadas y en ocasiones reducidas y analizadas en sus
componentes químicos.
El resultado de las prácticas descritas es que el conocimiento
médico, las drogas y su comercialización se convierten en propie
dad exclusiva de una comunidad cuyos intereses están centraliza
dos en Europa.
Los intereses comerciales y científicos de la Corona española
estaban a su vez atrapados en una red de poder político, económico
y científico sobre la cual España no tenía control. El conocimiento y
el comercio parecían estar, cada vez más, bajo el control de otras na
ciones y los remedios americanos no curaron los males del Imperio
español.
J o s é Antonio A m a y a
UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO
Mutis, sus colaboradores y la botánica madri leña (179I-1808)1
Nuevos planes para la Expedición
El 11 de noviembre de 1791 el virrey José de Ezpeleta (1742-1823)
accedía a la petición elevada por el director de la Expedición Botá
nica, José Celestino Mutis (1732-1808), en el sentido de vincular a
aquel centro en calidad de adjuntos científicos a Francisco Antonio
Zea (1766-1822), a los hermanos José (1772-18 ? ?) y Sinforoso Mu
tis Consuegra (1773-1822) y a Juan Bautista Aguiar2. Casimiro
Gómez Ortega (1741-1818), director del Real Jardín Botánico del
Prado, jefe inmediato de Mutis, había objetado, ya desde 1783, no
poder aprobársele a éste nuevos adjuntos sin que mediara el envío a
Madrid de avances de su obra3. No se sabe si el virrey Ezpeleta se
hallaba enterado de esta objeción, lo cierto es que optó por acatar la
voluntad de Carlos IV, que había dispuesto deber franqueársele a
1 Este artículo forma parte de un trabajo en preparación que podría titularse Mutis, su expedición y la historia natural española (1749-1816). Las dos primeras entregas del mismo aparecieron en Amaya (1992a y 1994), y tratan de los períodos 1749-1760 y 1760-1765; el estudio correspondiente a los años 1766-1790 se halla inédito. Lo que ahora se presenta es un avance relativo al lapso 1791-1808, de carácter preliminar, en razón del espacio que se le ha ofrecido generosamente al autor, y de que la investigación se halla en proceso de realización.
2 La solicitud de Mutis fue fechada en Santafé el 27 de octubre de 1791; las respuestas del virrey Ezpeleta, en la misma ciudad, el 27 de octubre y el 11 de noviembre del mismo año. Todos estos documentos se hallan publicados en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 65-70 y tomo 3: 266-269.
3 Al respecto J. C. Mutis le comentaba en carta a A. J. Cavanilles, director del Jardín Botánico del Prado: "No podrán ocultarse los perjuicios irreparables que se me han seguido.
104 / José Antonio Amaya
Mutis todos los auxilios necesarios para dar impulso a sus obras,
según real orden de 27 de enero de 1790 reiterada en 25 de enero de
17914.
Mutis había justificado su petición aduciendo varias razones. In
vocó en primer lugar la necesidad de depositar sus conocimientos en
jóvenes capaces de sucederlo. Frisaba los sesenta años y sus acha
ques de salud, que habían hecho temer lo peor en 17875, tendían a
complicarse. La vinculación de nuevos auxiliares no prometía resul
tados inmediatos en lo referente a montaje de herbarios, clasifica
ción de plantas o preparación de memorias. Había que comenzar por
impartirles la enseñanza del abecé de la botánica. Esta formación
únicamente podía ofrecerla el propio Mutis, habida cuenta de que
en los centros universitarios neogranadinos de entonces, como se
sabe, todavía no se ofrecían cátedras de Historia Natural.
Instalado en la capital desde 1791, Mutis no veía la hora de re
cogerse en su gabinete y entregarse al aprontamiento de la edición
de la Flora de Bogotá. Los materiales de esta obra consistían, para
entonces, en un herbario, el primero que había sido formado en el
[Casimiro Gómez Ortega] cometió la maldad de extender a su arbitrio la real orden [del Io-XI-1783] en que se aprobó esta Expedición dejándome sin los tres adjuntos de que ahora me hace cargo [ca. 1792], y con la precisa condición de no entrar ya al goce del miserable sueldo hasta que hubiese remitido todos mis manuscritos y dibujos... (Santafé, 19-VII-1802, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 184-185). Mutis se refiere, sin duda, a los adjuntos que había propuesto para su Expedición en 1783, es decir, a los botánicos discípulos suyos, Bruno Landete y Eloy Valenzuela, así como al geógrafo José Camblor. Únicamente se le aprobó el nombramiento de Valenzuela. Ver oficio del virrey A. Caballero y Góngora a J. de Gálvez, Santafé, 31-111-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 120.
4 Oficio del virrey J. de Ezpeleta aj. C. Mutis, Santafé, 1 l-XI-1791, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 268. 5 Fue en 1787 cuando el virrey Caballero y Góngora, en razón del "estado deplorable" de
la salud de Mutis, le ordenó "abstenerse absolutamente de todo género de trabajo" y "retirarse por seis meses o más al lugar que acomode mejor a sus pensamientos, y tenga todas las proporciones para el restablecimiento de [...] su salud [...] por lo mucho que la necesitan el Rey y el Estado" (Cartagena, -IV- 1787, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 71-72).
Una flora para el Suevo Reino /IOS
virreinato, más de seiscientas láminas y otros tantos diseños6, y un
conjunto de más de quinientas descripciones, unas trescientas se
senta y cuatro de ellas en latín y unas ciento cincuenta en español,
sin contar una serie de observaciones cuyo número se aproximaba a
ciento diez y ocho7.
Las descripciones se referían a la flora de unas contadas locali
dades y sus contornos más o menos inmediatos: Cartagena e itine
rario de Cartagena a Santafé, La Montuosa (Cácota de Suratá, Girón,
Pamplona), Sapo y Mariquita (Bocaneme, Guaduas, Honda, Mesa
de Juan Díaz). Lejos de constituir una Flora del Nuevo Reyno de
Granada (aproximadamente la Colombia actual), este trabajo era el
resultado de incursiones en floras microrregionales. De hecho, Mutis
nunca había dirigido una expedición itinerante propiamente dicha
a lo largo y a lo ancho de espacios considerables, ni tampoco había
recibido de forma sistemática plantas de las diversas provincias del
virreinato.
Se trataba de un trabajo comenzado desde su llegada al Nuevo
Reyno en 1760, de carácter muy irregular, con alternativos períodos
de producción y largos ciclos de interrupción. Es indudable que su
proyecto hacía gala de una cierta continuidad, pero también es evi
dente que no se había desarrollado en un eje determinado sobre una
estructura perfectamente clara. Puede asegurarse que sus Apunta
mientos diarios se habían interrumpido definitivamente hacia 1786
(Amaya, 1992: 41), y su última descripción botánica conocida había
sido fechada en Mariquita el 5 de octubre de este mismo año {Ibidem:
431). La totalidad de sus descripciones estaba lejos de ser un con-
6 Se refiere quizá a las anatomías de flores y frutos que se dibujaban en tiras de papel separadas para ser incluidas luego en el dibujo de la planta (oficio de Mutis al virrey J. de Ezpeleta, Mariquita, 2S-VHI-1790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 48).
7 Todos estos materiales se hallan catalogados en Amaya, 1992, Apéndice N° 1: Catalogue des descriptions et observations pour la "Flore de Bogotá" [...] conservées au Jardin Botanique de Madrid, pp. 378-477.
106 / José Antonio Amaya
junto publicable, aunque revelaba un esfuerzo significativo en ma
teria de recolección y observación de las plantas vivas.
Podría pensarse que a partir de 1783 Mutis habría avanzado en la
edición de sus trabajos anteriores, conforme a lo dispuesto en la real
cédula de creación de la Expedición (ver infra), lo que no fue así.
La penuria en materia bibliográfica que había tenido que pade
cer durante cerca de un cuarto de siglo (1760-1783), y la imposibi
lidad de consultar otros herbarios explican, en parte, el carácter
prolijo de sus descripciones, cuya debilidad más notoria radica en
la falta casi completa de clasificación. La mayor parte de ellas no
presenta determinación de rango específico y con frecuencia falta
incluso el rango genérico; se echa de menos en ellas ei aporte del
botánico propiamente dicho, quien frente a una planta debe saber
si ésta es conocida o no por la ciencia. Para las plantas conocidas,
basta con indicar su nombre, mientras que para las otras es preciso
describirlas como nuevas para la ciencia y proceder a determinar
las. Ayer como hoy, la satisfacción de estas exigencias requiere del
esfuerzo sostenido por mantenerse al día en materia de bibliogra
fía, además de una consumada facultad de discernimiento para des
envolverse con éxito en medio de una profusión de informaciones.
Mutis había llegado al Nuevo Reyno con una colección restrin
gida y un tanto anacrónica de libros de historia natural8. Con moti
vo de la creación de la Expedición Botánica había emprendido la for
mación de una biblioteca de historia natural, cuyos pedidos más
importantes fueron solicitados a partir de 1783. La posibilidad de
consultar con provecho la Real Biblioteca Pública era nula por decir
lo menos. Este depósito, abierto al público en 1777, se hallaba abas
tecido con un fondo de cerca de trece mil ochocientos volúmenes
expropiados a los jesuitas en 1767, ninguno de los cuales trataba te-
8 Amaya (1992: 232-238) describe ia biblioteca botánica de Mutis para el período 1760-1783.
Una flora para el Suevo Reino I 107
mas relacionados con la botánica sistemática9. Para 1791 Mutis ha
bía logrado formar, con sus propios recursos, una importante colec
ción de libros que le permitía plantearse el dilema de clasificar sus
manuscritos o concebir una obra enteramente nueva10. La consulta
de las mejores obras del momento pudo contribuir a mitigar su
entusiasmo, haciéndole tomar conciencia del retardo de sus cono
cimientos y de las dificultades que tendría que afrontar para editar
una flora según las exigencias del Siglo de las Luces. En este senti
do le manifestaba al virrey Ezpeleta en 1790:
Habiéndome entregado [...] a la inmoderada lección de las
obras botánicas [...], descubrí el dilatado campo que me faltaba
recorrer para ordenar la multitud de notas que había ya recogi
do, sin las cuales no podían manifestarse mil equivocaciones de
los predecesores y viajeros coetáneos11.
Sus palabras no ocultaban la sensación de escepticismo que co
menzaba a embargarlo: todavía no me aflige poco la incertidumbre
de poder concluir con toda la proyectada extensión la Flora de Bo
gotá {Ibidem). Es indudable que para un ojo ilustrado los manus
critos de Mutis podían aparecer como un trabajo preliminar. Sin
embargo, dado que pertenecían a una obra emprendida y en proce
so de realización en la Nueva Granada de la época, expresaban una
voluntad y un espíritu de independencia muy novedosos.
Mutis esperaba delegar en sus colaboradores las salidas de cam
po destinadas a colectar material fresco para el dibujo y alternar con
9 Ver índice General de los Libros que tiene esta Real Biblioteca Pública de la Ciudad de Santafé, establecida en el año 1776 (sic)..., Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Curiosos, manuscrito 308. 111 Ver nuestro trabajo en preparación La colección de libros de Historia Sutural de J. C. Mutis. 11 Oficio fechado en Mariquita el 2S-VIIM 790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo
110/ José Antonio Amaya
A raíz del fallecimiento de su hermano Manuel, ocurrido el 24
de octubre de 1786, Mutis hubo de asumir la responsabilidad de
cabeza de familia de sus sobrinos, los Mutis Consuegra, integra
dos por cuatro mujeres: Dominga, Micaela, Justa y Bonifacia, y tres
varones: José, Sinforoso y Facundo. Su responsabilidad consistía en
contribuir, en compañía de su cuñada María Ignacia Consuegra, a
su educación, colocación y casamiento.
Nacido en Cádiz en 1745, Manuel había muerto repentina y pre
maturamente en Mompós, en un viaje de negocios. Llegado al Nuevo
Reyno en 1760, pasó en estas tierras una gran parte de su edad tute
lar, que prolongaba entonces hasta los veinticinco años, bajo la pro
tección cuasipaternal de su hermano Celestino. Nunca fue a la uni
versidad. Ocupó la alcaldía de Bucaramanga en 1769, sin haber
cumplido la mayoría de edad, gracias a los buenos oficios de su her
mano, médico a la sazón del virrey Pedro Messía de la Cerda (1700-
1783); luego se dedicó a los negocios; murió sin dejar a ninguno de
sus hijos encarrilado en la universidad.
El tío debía contribuir a la educación de los huérfanos porque la
herencia paterna no alcanzaba para completar sus estudios^. La
ayuda económica de Mutis a sus sobrinos varones debió ser muy con
siderable. Baste señalar que durante los treinta y cuatro meses que
corrieron desde el Io de marzo de 1789 hasta finales de 1791, su apoyo
alcanzó la cifra nada despreciable de dos mil cuarenta pesos16, can
tidad equivalente a 36% del sueldo devengado durante este mismo
período por Mutis, cuyos emolumentos en el real servicio ascendían
a la cifra de dos mil pesos anuales; sin contar sus desvelos en pro de
la colocación de algunas de sus sobrinas en los conventos de la ca
pital.
15 Carta de J. C. Mutis a Ignacia Consuegra, Santafé de Bogotá, 6-X-1793, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 2: 94. 111 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo II: 81.
Una flora para el Suevo Reino I 107
mas relacionados con la botánica sistemática9. Para 1791 Mutis ha
bía logrado formar, con sus propios recursos, una importante colec
ción de libros que le permitía plantearse el dilema de clasificar sus
manuscritos o concebir una obra enteramente nueva10. La consulta
de las mejores obras del momento pudo contribuir a mitigar su
entusiasmo, haciéndole tomar conciencia del retardo de sus cono
cimientos y de las dificultades que tendría que afrontar para editar
una flora según las exigencias del Siglo de las Luces. En este senti
do le manifestaba al virrey Ezpeleta en 1790:
Habiéndome entregado [...] a la inmoderada lección de las
obras botánicas [...], descubrí el dilatado campo que me faltaba
recorrer para ordenar la multitud de notas que había ya recogi
do, sin las cuales no podían manifestarse mil equivocaciones de
los predecesores y viajeros coetáneos11.
Sus palabras no ocultaban la sensación de escepticismo que co
menzaba a embargarlo: todavía no me aflige poco la incertidumbre
de poder concluir con toda la proyectada extensión la Flora de Bo
gotá {Ibidem). Es indudable que para un ojo ilustrado los manus
critos de Mutis podían aparecer como un trabajo preliminar. Sin
embargo, dado que pertenecían a una obra emprendida y en proce
so de realización en la Nueva Granada de la época, expresaban una
voluntad y un espíritu de independencia muy novedosos.
Mutis esperaba delegar en sus colaboradores las salidas de cam
po destinadas a colectar material fresco para el dibujo y alternar con
9 Ver índice General de los Libros que tiene esta Real Biblioteca Pública de la Ciudad de Santafé, establecida en el año 1776 (sic)..., Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Curiosos, manuscrito 308. 10 Ver nuestro trabajo en preparación La colección de libros de Historia Natural de J. C
Mutis. 1' Oficio fechado en Mariquita el 2S-VIII-1790, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2:47.
108/ José Antonio Amaya
ellos la dirección de los pintores. No manifestó voluntad alguna de
conformar un equipo encargado de ordenar y clasificar sus consa
bidas descripciones. A mediano plazo proponía enviar un par de estos
adjuntos a la Corte madrileña para que asistieran allí al grabado e
impresión de su Flora.
La idea de Mutis de editar en América la Flora de Bogotá no era
nueva. Ya en 1783, al momento de proyectar la Expedición Botánica,
en cierto modo se había comprometido a preparar la edición de su obra
en el Nuevo Reyno y a enviarla lista para su publicación en Madrid.
Ello suponía que era aquí en América donde se iba a realizar la totali
dad del trabajo científico, es decir, la recolección y la preparación de
los materiales, su descripción, dibujo y clasificación. En este esque
ma se le reservaban de forma tácita a la metrópoli funciones puramen
te técnicas relacionadas con el grabado, la iluminación, la impresión,
la encuademación y quizá la distribución. Era Mutis quien adelanta
ría la edición científica propiamente dicha; el director del Prado asu
miría el papel de coordinador de la publicación.
En 1783 Mutis había asegurado a la Corona ser inminente la pu
blicación de su obra. El virrey Antonio Caballero y Góngora (1723-
1796) había rubricado este compromiso garantizándole al ministro
de Gracia y Justicia, José de Gálvez, que los manuscritos de la His
toria Natural del Nuevo Reyno estaban prácticamente listos para ser
publicados12. Bajo este supuesto la Corona le acordó su auspicio a
Mutis. Hay que recordar que durante los últimos diez años, en Es
paña nada se había publicado en materia de botánica, en un momento
en que las ediciones de historia natural conocían una edad de oro
en toda Europa. Es cierto que en la real cédula de creación de la Ex
pedición (Io -XI- 1783) se dispuso que antes de salir de viaje, es ne
cesario que Mutis concluya y perfeccione sus trabajos para enviar
los al ministerio de Gracia y Justicia. Pero al momento de promulgarse,
12 Oficio del virrey A Caballero y Góngora a J. de Gálvez, Santafé, 31-III-l 783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 119 y 120.
Una flora para el Nuevo Reino / 109
este despacho ya había sido desobedecido. De hecho, Mutis había em
prendido su Expedición seis meses antes, el 29 de abril. Aun así, Ca
ballero y Góngora no se tomó el trabajo de exhortarlo para que re
gresara a Santafé a cumplir con lo dispuesto por Carlos III. Unos años
más tarde, en 1787, Mutis se había comprometido ante el ministro
Gálvez a entregar, en el curso de aquel año, tres volúmenes de su
Flora13, promesa que tampoco pudo cumplir.
Nótese que en los nuevos planes de 1791 se ignoraba por com
pleto a Gómez Ortega; era a los adjuntos a quienes se les asignaba
la coordinación de la publicación. Otro aspecto novedoso de estos
planes era la reducción de la obra a la parte botánica. En el proyecto
de 1783 se pretendía investigar todos los ramos de la historia natu
ral, incluidas, aparte de la botánica, la zoología y la mineralogía.
También Mutis se había obligado, sin que nadie se lo hubiese pedi
do, a levantar un mapa del virreinato, e incluso una historia comple
ta en lo geográfico, civil y político, acompañada de todas las obser
vaciones físicas correspondientes de la América septentrional14.
Los adjuntos
¿Por qué Mutis había permanecido sin colaborador científico algu
no, durante más de siete años, desde el retiro de Juan Eloy Valenzuela
(1756-1834), subdirector de la Expedición durante el breve lapso de
trece meses, desde abril de 1783 hasta mayo de 1784? Quizá este
retraimiento se explique por el hecho de que ninguno de los sobri
nos varones del director de la Botánica se hallaba en edad de ser vin
culado a la Expedición, al menos entre 1786 y 1791.
13 Oficio del virrey A. Caballeroy Góngora a Mutis, Cartagena, 3-III-1787, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 70. 14 Oficio de J. C. Mutis al virrey A Caballero y Góngora, Santafé, 27-111-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 114.
110/ José Antonio Amaya
A raíz del fallecimiento de su hermano Manuel, ocurrido el 24
de octubre de 1786, Mutis hubo de asumir la responsabilidad de
cabeza de familia de sus sobrinos, los Mutis Consuegra, integra
dos por cuatro mujeres: Dominga, Micaela, Justa y Bonifacia, y tres
varones: José, Sinforoso y Facundo. Su responsabilidad consistía en
contribuir, en compañía de su cuñada María Ignacia Consuegra, a
su educación, colocación y casamiento.
Nacido en Cádiz en 1745, Manuel había muerto repentina y pre
maturamente en Mompós, en un viaje de negocios. Llegado al Nuevo
Reyno en 1760, pasó en estas tierras una gran parte de su edad tute
lar, que prolongaba entonces hasta los veinticinco años, bajo la pro
tección cuasipaternal de su hermano Celestino. Nunca fue a la uni
versidad. Ocupó la alcaldía de Bucaramanga en 1769, sin haber
cumplido la mayoría de edad, gracias a los buenos oficios de su her
mano, médico a la sazón del virrey Pedro Messía de la Cerda (1700-
1783); luego se dedicó a los negocios; murió sin dejar a ninguno de
sus hijos encarrilado en la universidad.
El tío debía contribuir a la educación de los huérfanos porque la
herencia paterna no alcanzaba para completar sus estudios1^. La
ayuda económica de Mutis a sus sobrinos varones debió ser muy con
siderable. Baste señalar que durante los treinta y cuatro meses que
corrieron desde el Io de marzo de 1789 hasta finales de 1791, su apoyo
alcanzó la cifra nada despreciable de dos mil cuarenta pesos16, can
tidad equivalente a 36% del sueldo devengado durante este mismo
período por Mutis, cuyos emolumentos en el real servicio ascendían
a la cifra de dos mil pesos anuales; sin contar sus desvelos en pro de
la colocación de algunas de sus sobrinas en los conventos de la ca
pital.
15 Carta de J. C. Mutis a Ignacia Consuegra, Santafé de Bogotá, 6-X-1793, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 2: 94. !6 Carta dej. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo n: 81.
Una flora para el Nuevo Reino / 111
Se dispuso que los sobrinos estudiarían derecho en el Colegio
Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Santafé. Simultánea o su
cesivamente Mutis se propuso impartirles o seguirles impartiendo
una formación privada en botánica, medicina y astronomía. Por lo
tocante a la mineralogía, deseaba confiar la educación de uno de ellos
al mineralogista vasco Juan José D'Elhuyar (1754-1796), quien ha
bía seguido la química en París con Rouelle (1772-1777), la meta
lurgia y la geología en Freiberg, con Abraham Werner (1778), pasando
luego a la Universidad de Upsala, donde estudió bajo la dirección
de Tobern Bergman (1781-1782). Al llegar al Nuevo Reyno en 1784
con el cargo de administrador de las Minas de Santa Ana (hoy mu
nicipio de Falan, Tolima), localidad ubicada cerca de Mariquita
(Glick, 1983, vol. 1: 297-299), sede de la Expedición Botánica (1783-
1791), D'Elhuyar trabó una gran amistad con Mutis, quien hubo de
renunciar a sus planes para uno de sus sobrinos, en razón de su tras
lado definitivo a Santafé en 1791.
El contacto de los sobrinos con el tío no había sido particular
mente cercano, al menos geográficamente. Los niños habían naci
do y crecido en la provincia de Pamplona, mientras el tío llevaba la
vida itinerante de un minero y de un expedicionario, en Santafé
(1770-1776), en El Sapo (1777-1782) y en Mariquita (1783-1790).
Pese a ello y al menos para el caso de Sinforoso, puede entreverse
una precoz iniciación a la botánica bajo la dirección del tío. La pri
mera descripción botánica conocida de Sinforoso data del 8 de agosto
de 1785 (¿vacaciones escolares?) y corresponde a una supuesta es
pecie del género Pterocarpus; fue preparada probablemente en
Honda, como lo deja suponer el hecho de que su segunda descrip
ción identificada, referida a un "Espino de Cruz", hubiese sido ela
borada en esta localidad dos días después, el 10 de agosto (Amaya,
1992: 432). Resulta interesante constatar que para agosto de 1785
Sinforoso contaba sólo 12 años de edad, y que su tío José Celestino
se hallaba en esta villa el 18 de agosto de aquel año (Hernández de
Alba, 1983, tomo 2: 661).
112 I José Antonio Amaya
La primera vez que el director de la Botánica insinuó oficialmen
te su deseo de ver colocados a sus sobrinos en el real servicio se pro
dujo el 3 de enero de 1789, en una comunicación al virrey Caballero
y Góngora:
Si alguna esperanza me queda, si sobrevivo al feliz éxito de
mis principales comisiones, la tengo reducida a traer a mi lado
tres sobrinos míos, que a mis expensas se están educando y a
quienes podré manejar con los derechos que sobre ellos me ha
dado la naturaleza, para depositar en ellos por herencia mis tales
cuales conocimientos en Historia Natural, Medicina y Astrono
mía; y por mi pasión al importante ramo de minería dedicar al
guno de ellos a esta ciencia al lado del sabio director don Juan
José D'Elhuyar17.
La temprana influencia del tío sobre Sinforoso aparece confir
mada cuando se consulta otra descripción de este último, referida a
una especie de Cestrum, conocida popularmente con el nombre de
"Ubillo", fechada en Santafé el 12 de agosto de 1789: justo por es
tos días Mutis se hallaba en la capital18.
La determinación de Mutis de colocar a su parentela en la Ex
pedición estaba relacionada, según decía, con la frustración que le
había ocasionado su intento de ganar talentos para la historia natu
ral en el Colegio del Rosario. Hay que tener en cuenta, sin embargo,
que durante su penúltima residencia en la capital (1770-1776) sólo
había dictado un curso de matemáticas en las aulas rosaristas {ca.
1774). Por lo demás, a partir de 1777 y hasta 1791 había vivido lejos
de la capital. El hecho es que para este último año no estaba en ca-
17 Oficio de J. C. Mutis al virrey A. Caballero y Góngora, Santafé, 3-1-1789, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 1: 438. 18 Esta permanencia de Mutis en la capital se prolongó al menos desde el 15 de junio hasta el 27 de agosto de 1789 (ver Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo l:487y495).
Una flora para el Nuevo Reino I 113
pacidad de recoger fruto alguno de su magisterio. En 1789 apoyaba
la colocación de sus sobrinos con el argumento de
[...] no haber tenido por conveniente pedir al Rey otros ad
juntos. Nadie podrá entrar ya en mi empeñadísimo modo de pen
sar; ni yo puedo acomodarme ya al modo de pensar aun de los
jóvenes más aplicados, que mirarían siempre por premio de su
elección y talento para disfrutarla con algún descanso, y no por
carrera, la dotación de su destino.
En esta temprana declaración de intenciones no se incluía en la
plantilla de personal de la Expedición a ningún extraño al linaje del
director. Los sobrinos del Primer Botánico y Astrónomo de Su Ma
jestad Católica debían brillar sin sombra en el panorama de las cien
cias de la Nueva Granada. El plan consistía en dejaren carrera a los
herederos no forzosos. La cuestión se reducía a aguardar la ocasión
para concertar la mudanza de los sobrinos de Santafé a Mariquita.
Al ser trasladado a Santafé en 1791, presionado por el virrey
Ezpeleta para entregar su obra19, Mutis sintió que había llegado el
momento de comenzar a encarrilar a sus sobrinos en el real servicio.
19 En 1789 Sebastián José López Ruiz (n. 1741) se había trasladado de Santafé a Madrid con el fin de insistir en sus litigios a los pies de la Corona sobre su envejecida pretensión de ser el descubridor de las quinas de Santafé. En esta ocasión no halló mejor arbitrio que alertar al Consejo de Indias acerca de la dilación de Mutis en el envío de avances de la Flora de Bogotá. El Consejo previno al virrey Ezpeleta para que le tomara cuentas a Mutis. Aquél cometió un abuso de poder conminando al director de la Botánica a que se trasladase a la capital con todo su equipo a título definitivo, con el fin de poder controlar mejor el avance de la Flora. Aunque hizo creer lo contrario, a don José le produjo no poco alborozo la mudanza de la infeliz Mariquita: "Estoy ciertamente complacido con mi resolución (sic) de haber salido finalmente de aquellos países cálidos, que tanto han desmedrado mi anterior robusta salud. No son aquellas tierras al propósito para entregarse a la escritura y a los libros [...] Aquí [en Santafé] lo paso mejor, pero siempre achacoso, y sujeto a una severísima vida, con el disgusto de no poder atarearme cuanto quisiera y cuanto podía prometerme de mi antigua robustez y buen régimen" (carta de Mutis a I. Consuegra, Santafé, 14-X-1791, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo III: 63).
114/ José Antonio Amaya
José había nacido en 1772, Sinforoso en 1773 y Facundo en 1775, de
modo que para 1791 frisaban respectivamente los 19, los 18 y los 16
años de sus edades. José y Sinforoso se habían trasladado de su natal
provincia de Pamplona a Santafé en 1787, año en el que vistieron la beca
del Colegio del Rosario (Guillen, 1994, tomo 2: 521). Facundo había
ingresado poco tiempo antes al claustro rosarista en 1790 {Ibidem: 547).
En estas condiciones Mutis se limitó a proponer a Ezpeleta la
designación de José y de Sinforoso al lado de Francisco Antonio Zea;
también solicitó la ratificación del nombramiento del cirujano ro
mancista Juan Bautista Aguiar, vinculado informalmente a la Expe
dición20 hacia mayo de 1791. Por lo que toca a las asignaciones, a Zea
se le fijó un sueldo anual de quinientos pesos. Aguiar y los sobrinos
ingresaron como agregados meritorios, es decir, sin más gratificación
que la enseñanza [de la botánica]21. Se suponía que una vez apren
dieran los principios de esta ciencia la administración les asignaría
un sueldo según su aplicación y desempeño.
Resultaría anacrónico censurar a Mutis de nepotismo. Como se
vio más arriba, éste comunicó sin reserva alguna, tanto al virrey Caba
llero como al virrey Ezpeleta, sus designios con sus consanguíneos.
Las pretensiones de Mutis no eran nuevas, al menos en el ámbito
de la botánica europea. Baste recordar las aspiraciones de Gómez
Ortega a la dirección del madrileño Jardín de Migas Calientes, fun
dadas parcialmente en el parentesco que lo unía con su tío carnal
José Hortega¿2 (1703-1761), alma de la fundación de aquel centro, y
quien había educado al sobrino con esta mira. Joseph Quer (1695-
1764), por su parte, también intentó, sin éxito, colocar a su hijo pu
tativo, Dionisio Androver, en la dirección de Migas Calientes, funda-
20 Oficio de J. C. Mutis al virrey J. de Ezpeleta, Santafé, 27-X-1791, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 66, 21 Ibidem, tomo cit., p. cit. 22 Nótese que de una generación a otra hubo un cambio en la grafía del apellido Hortega, que con Casimiro pierde la H. En relación con el uso dado por Casimiro Gómez al apellido Ortega, ver Puerto, 1992: 29.
Una flora para el Suevo Reino I 115
mentándose en la preparación botánica de éste a su lado durante veinte
años, en sus méritos como auxiliar de cirujano en las campañas ita
lianas, en la asistencia durante ellas a las universidades de aquel país
y en la necesidad de obtener alguna ayuda para poder concluir la Flo
ra española (Puerto, 1992:41). En Suecia, Linneo (1707-1778) le legó
a su hijo la dirección del Jardín Botánico de Upsala; para no hablar de
la familia de los Jussieu que dominó la escena botánica francesa des
de finales del siglo XVII hasta mediados del siglo XDC
Lo que resulta claro es que durante la segunda mitad del siglo
XVIII el honor de la familia prevalecía sobre el mérito personal y las
simpatías individuales, sobre todo tratándose de una progenie como
la de los Mutis Consuegra, primera generación criolla por el lado
paterno. Bien conocido es que entre Mutis y Sinforoso no media
ban afectos profundos, ni siquiera una mediana afinidad. Mutis le
reprochaba a su sobrino su indisciplina y su negligencia para estu
diar las matemáticas23; Sinforoso, por su parte, debía considerar al
tío como un viejo perfeccionista y gruñón. El hecho fue que a su
muerte, Mutis le transmitió a su sobrino la dirección de la parte bo
tánica, la más importante de la Expedición. Como veremos, Sinforoso
hubo de desplegar mucho celo y no poca maña para salvar el honor
de su tío, comprometido por la falta de edición de la Flora de Bogotá.
La solución alcanzada con el nombramiento de los agregados re
sultaba poco onerosa para el real erario. En medio de repetidas di
laciones para entregar su obra, Mutis no podía permitirse solicitar
la aprobación de una plantilla de auxiliares con asignaciones que en
conjunto podían equivaler a la de su propio sueldo anual. Además,
en la medida en que el equipo de adjuntos se hallaba integrado úni
camente por neogranadinos en Santafé desaparecían los sueldos
elevados y los costos de desplazamiento desde la metrópoli.
23 "[Sinforoso] sabe tanto de matemáticas como su hermano [¿José?] porque ambos no hicieron más que perder el tiempo y pensar en divertirse". Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 6-X-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 93.
116/ José Antonio Amaya
Oriundo de Medellín, Francisco Antonio Zea (1766-1822) era
egresado del Real Colegio Seminario de San Francisco de Asís en
Popayán, donde había tomado el conocido curso de filosofía que allí
impartía José Félix de Restrepo (1760-1832). El programa de este
curso seguía los derroteros fijados por Mutis en su cátedra de Ma
temáticas y Filosofía Newtoniana inaugurada en el Rosario en 1762.
Figuraban en el contenido del curso, al lado de la dialéctica racio
nal, la aritmética, la astronomía, la mecánica, la hidráulica, la estéti
ca y la óptica. En cierto modo Mutis recogía el fruto de su acción,
puesto que Restrepo había aprendido la filosofía newtoniana de uno
de los discípulos del propio Mutis. Restrepo también habría inicia
do a Zea en el estudio de la botánica24.
¿Por qué un hombre como Zea, que aspiraba a ser abogado, se
mostraba tan atraído por la ciencia en general y por la historia natu
ral en particular? Haciéndose eco de los nuevos tiempos, Mutis sos
tenía el criterio de incluir el estudio de las matemáticas y la física
en la formactón rlp todo orofesional En el caso neogranadino la
universidad se ocupaba casi exclusivamente de la preparación de
sacerdotes y abogados. Los criollos de avanzada se acantonaban en
las facultades de derecho, pues en el país prácticamente no existie
ron durante la época colonial estudios modernos de medicina dota
dos de cátedras de botánica, zoología o mineralogía.
En 1786 Zea marchó a Santafé, donde inició sus estudios univer
sitarios en el Colegio de San Bartolomé. Sin haber concluido su for
mación en leyes, se lo invitó a regentar la Cátedra de Humanidades
24 "Don Félix de Restrepo, mi maestro de Filosofía, que la había aprendido de un discípulo de Mutis, tiene el mérito de haber ido a propagarla en Popayán y es el primero que en aquellas partes atrajo la juventud al estudio de la Naturaleza. Mutis lo consideraba digno de una estatua [...], habiendo sido este estudio el que más promovió, aunque no logró le permitiesen introducir en la física sino lo concerniente a vegetación, nutrición, etc." (Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 26 de abril de 1799. Original en el Real Jardín Botánico de Madrid (RJBM), Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC), Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta Na 4.
Una flora para el Suevo Reino I 117
de su alma máter, cátedra que regentaba todavía hacia 1792. El pro
pio virrey Ezpeleta no tardó en nombrarlo preceptor de sus hijos.
Pocos meses antes de su nombramiento, en abril de 1791, Zea
comenzó a publicar en el Papel Periódico de la Ciudad de Santafé
de Bogotá (1791-1797), el único que circulaba cada semana en el
virreinato, una serie de artículos titulada "Avisos de Hebéphilo";
ocultó su nombre tras el pseudónimo de Hebéphilo, que significa
"amante de la juventud". Con estilo más bien incendiario, sostuvo
que los sabios (intelectuales se diría hoy en día) son en las repúbli
cas lo que el alma en el hombre. Ellos son los que animan y ponen en
movimiento este vasto cuerpo de mil brazos [¿la nación?] que ejecu
ta cuanto le sugieren, pero que no sabe obrar por sí mismo, ni salir
un punto de los planes que le trazan. Sostenía que la función pri
mordial de los sabios consistía en llevar las luces filosóficas, es de
cir, los principios de la economía, de la agricultura, de la industria,
de la política, etc., a l taller, al campo, a la oficina ([Zea], 1791: 61).
Esta nueva función asignada a los intelectuales se hallaba asociada
con el descubrimiento de la noción de patria y de naturaleza ame
ricanas por parte de los criollos. El novísimo concepto de ciudada
nía, calidad que Zea se adjudicaba, no podía definirse sin el ingre
diente de la educación en la nueva filosofía, basado en el ejercicio
de la razón y en la observación de la naturaleza, la educación del gusto
y el culto de la lengua española25. En este esquema de pensamiento
se le asignaba a la monarquía la tarea de garantizar a sus subditos
una universidad pública acorde con los nuevos tiempos. Aseguraba
que sin la reforma de la educación no podía concebirse una explo
tación racional de la naturaleza ni el aumento de la riqueza. Adver
tía el fracaso de Francisco Antonio Moreno y Escandón y de J. C.
25 A partir de su nombramiento como director de la Expedición Botánica (1783), Mutis abandonó el latín y adoptó el español en la redacción de sus descripciones botánicas; sus colaboradores, E. Valenzuela, J. B. Aguiar, S. Mutis yj. T Lozano, utilizaron sistemáticamente el castellano en sus descripciones y en sus trabajos para la Expedición.
118/ José Antonio Amaya
Mutis en sus intentos de reformar la educación superior en la déca
da de los 1770, y puntualizaba que la existencia de criollos cultos en
el Nuevo Reyno no era en modo alguno producto de una política
oficial en materia de educación:
Los filósofos y naturalistas criollos se han formado por sí mis
mos [aludía a casos como el de Restrepo y el de Valenzuela] en
su retiro y en sus libros. Y esto, que a ellos les hace tanto honor,
es lo que más desacredita la enseñanza pública. Ésta se debe re
formar porque sólo está reservado a los genios sublimes mudar
de doctrina y formarse en los autores. El resto de los hombres
sigue constantemente el camino que les enseñaron ([Zea], 1791:
59).
El amor de Zea por la naturaleza americana y la curiosidad por
su estudio, que no parecen haber sido fruto del contacto directo con
Mutis, se revelan en sus palabras:
Este Reyno que veis sumergido en la última barbarie y a pe
sar de su vasta extensión habitado solamente de millón y medio
de hombres miserables, sin ciencias ni artes, agricultura ni co
mercio, en medio de su miseria es el favorito de la naturaleza. Aquí
es en donde ella se muestra en toda su magnificencia. Aquí puso
su jardín y su gabinete. Aquí ha expuesto a los ojos más indife
rentes y menos reflexivos el brillante espectáculo de sus maravi
llas. ¡Que no tenga yo tiempo de recorrer con vosotros nuestras
fértiles provincias para iros mostrando por todas partes las más
bellas producciones de la tierra, las más abundantes riquezas,
tantos primores que a lo menos merecen una mirada reflexiva!
Los bosques están llenos de plantas aromáticas y medicinales, a
cada paso se encuentran bálsamos, gomas y aceites exquisitos
([Zea], 1791:68).
Una flora para el Suevo Reino I 119
Como se ha dicho, el artículo apareció bajo pseudónimo. Pero no
hay que olvidar que el editor del Papel Periódico, Manuel del Socorro
Rodríguez, era persona muy cercana de la Expedición, en particular
de su director, a quien llegó a componerle una Oda a la Flora de Bo
gotá. Zea era perfectamente consciente de que su discurso podía ser
interpretado como el intento defomentar una sedición literaria {[Zea],
1791: 63). Y no se equivocaba, pues ante la queja de algunos sujetos
encargados de la enseñanza pública, el editor Rodríguez se vio obli
gado a intentar, sin éxito, retirar de la imprenta el segundo Aviso, y a
renunciar a seguir publicando el resto del manuscrito en razón de su
mucho amor a la p a z y buena armonía con todos los hombres
(Rodríguez, 1791: 1). Quizá el silencio al que Zea fue sometido deba
ser interpretado como el inicio en el Nuevo Reyno de la ofensiva con
tra la expansión de la influencia de la Revolución Francesa.
Así, al momento de su nombramiento, Zea era conocido, al me
nos en la capital, como el líder de la lucha contra el ergotismo y la
escolástica. Se le veía constantemente paseándose por los claustros,
estudiando siempre. Su desgreño y su gusto por lucir abrigos viejos
y raídos eran un síntoma de rebeldía antes que de pobreza. El esta
blecimiento de Mutis en la capital, hacia mayo de 179126, coincidió
con el desencadenamiento de la polémica. La selección de Zea re
vela una complicidad del director de la Botánica con el contenido de
los Avisos, y también un intento de reparar el silencio al que el joven
Francisco Antonio había sido sometido.
¿En qué circunstancias conoció Mutis a Zea? La iniciativa del
nombramiento parece que provino de Mutis, quien se habría dirigi
do al Colegio de San Bartolomé a conquistarlo para la botánica1''. Al
26 Es seguro que Mutis se hallaba de nuevo establecido en Santafé en mayo de 1791, como lo demuestra la primera descripción conocida de J, B. Aguiar para la Expedición Botánica, fechada en Santafé el 10 de mayo de 1791 (Amaya, 1992: 443). 27 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz 20-VI-1798. Original en RJBM, A\JC, Correspondencia Científica, Cartas de F A. Zea, Legajo 24, Carpeta N2 4.
120 / José Antonio Amaya
ingresar a la Expedición, Zea estaba muy próximo a alcanzar la mayo
ría de edad, puesto que había sido bautizado el 23 de noviembre de
1766 (Botero, 1969, tomo 1: 25). Venía a reemplazar a Eloy Valenzuela
en la subdirección de aquélla y, conforme a las razones que Mutis adujo
ante el gobierno, sería Zea quien habría de sucederlo en la dirección
de la Expedición.
Se le acordó sueldo teniendo en cuenta su sobresaliente instruc
ción. El reducido monto del mismo (quinientos pesos al año, como
se ha dicho), que equivalía a la partida autorizada por la administra
ción para el pago de un pintor calificado, hizo temer que Zea desis
tiera, tanto más cuanto que se hallaba obligado a trabajar tiempo
completo al servicio de la Expedición, como todos y cada uno de los
demás adjuntos.
Como se ha dicho, J u a n Baut is ta Aguiar se vinculó a la Expe
dición de modo informal pocas semanas después del establecimiento
de Mutis en Santafé. Para finales de 1792 tenia estudiada y entendi
da la Philosophia Botánica1*, texto con el cual Mutis iniciaba a sus
discípulos, sin que se sepa si la edición utilizada fue el original lati
no publicado en primera edición en Estocolmo en 1751 o la traduc
ción española, Explicación de la filosofía y fundamentos botánicos
de Linneo, preparada por Antonio Palau y Verdera (1734-1793) en
Madrid en 1778.
Aguiar formó un herbario cuyas muestras no han sido identifi
cadas y que seguramente fue integrado al Herbario de la Expedición
Botánica, que hoy por hoy se conserva en el Jardín Botánico de Ma
drid29. Preparó no menos de treinta y tres descripciones botánicas
2!í Carta de J. B. Aguiar a J. C. Mutis [¿Fusagasugá, 1792-1793?], en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 3. 29 Carta de J. B. Aguiar a J. C. Mutis, [¿Fusagasugá?], 22-1-1793. Original en RJBM, Fondo Documental de José Celestino Mutis (FDJCM), Correspondencia aj . C. Mutis, III, 1, 1, 2. M. P. De San Pío (1995) coordinó la preparación del FDJCM.
Una flora para el Suevo Reino / 121
que se conservan en el Archivo de aquel centro30 y en el Instituto de
Francia (l)31 . Todas ellas fueron elaboradas a partir de plantas co
lectadas en Santafé (29), en Fusagasugá (3) y en la Parroquia de San
Antonio (1); no presentan correcciones ni comentarios de J. C. Mu
tis, aunque sí anotaciones de su sobrino Sinforoso, inscritas después
de 1808. Del análisis de las fechas límite de estos manuscritos -mayo
de 1791 y junio de 1793- puede inferirse que Aguiar trabajó en la
Expedición aproximadamente dos años. Su nombre ya no figura en
la plantilla de personal de la Expedición correspondiente a 1794. A
partir del análisis de las localidades de las descripciones y de su
correspondencia con Mutis, se puede observar que realizó un viaje a
Fusagasugá entre finales de 1792 y principios de 1793, quizá entre
noviembre y enero (ver Amaya, 1992:445), en búsqueda de Cinchonas,
Melastomas y Passifloras.
Nada indica que Aguiar ni sus compañeros Zea y S. Mutis hu
biesen trabajado y ni siquiera conocido los manuscritos mutisianos
para la Flora de Bogotá, que permanecieron para ellos como un ar
cano. Además, Aguiar y Zea se desempeñaron independientemente
el uno del otro, de modo que no hubo trabajo en equipo, ni entre los
adjuntos ni, como se ha dicho, en relación con la obra manuscrita
del director. Francisco José de Caldas (1768-1816) y Sinforoso Mu
tis accedieron a estos manuscritos sólo después de la muerte de
Mutis en 1808, y quedaron perplejos ante el desorden y la pobreza
de los mismos32. Lo que resulta claro es que para 1791 Mutis había
30 Los originales de las descripciones botánicas de J. B. Aguiar se conservan en el RJBM, FJCM, 4. Botánica, 4. 11. Escritos, III, 4, 11, 73. La descripción de estos materiales con relación a nombre científico, vernáculo, localidad y fecha puede consultarse en Amaya, 1992: 443-445 y 459. 1' Biblioteca del Instituto de Francia, Fondo Joseph Decaisne. Aparece publicada en Amaya, 1992. 32 AI respecto, Caldas le informaba a José Ramón de Leyva, secretario del virreinato y juez comisionado para los asuntos de la Expedición Botánica de Santafé: "Ahora he penetrado las lagunas y los vacíos que encierra la Plora de Bogotá, ahora he visto que no existen dos o tres
122 / José Antonio Amaya
abandonado la elaboración de descripciones y la continuación de sus
Apuntamientos diarios. A partir de esta fecha delegó en sus adjun
tos la parte descriptiva, aunque el trabajo de éstos resultó ser de corta
duración, irregular y precario.
Se ignora la fecha y el porqué del retiro de Aguiar de la Expedi
ción, pero se sabe que para 1804 se hallaba enredado en litigios con
Mutis, quien le inició un juicio que condujo al embargo de su caja
de cirujano, de su biblioteca y de algunos de sus enseres33. Se sabe
que colaboró con materiales para la preparación de la Historia de los
árboles de la quina, de Sinforoso Mutis (ver De San Pío, 1995, en
trada 3315).
Pese a su nombramiento, es probable quejóse Mutis Consuegra
nunca trabajase efectivamente para la Expedición. José necesita ha
cer todos los esfuerzos para manifestar aplicación, sermoneaba el tío34.
Justo en 1791 desapareció la posibilidad de verlo hecho abogado. Aban
donó el Colegio, luego de haber cursado la gramática (1787-1790) e
iniciado la filosofía (1791), sin alcanzar a recibirse de bachiller. Para
1793 José y Facundo habían regresado a su provincia de Pamplona, cuya
capital, Bucaramanga, contaba para entonces con una población de
escasos ciento cincuenta habitantes (Alcedo, 1967, tomo I: 179). Allí
tomaron la carrera del comercio, perpetuando la tradición del padre,
del abuelo Julián Mutis y del bisabuelo materno, Damián Bosio, li
breros estos dos últimos en Cádiz. Pese a todo, el tío no perdía las
palmas, que la criptogamia casi está en blanco enteramente [...]; que los manuscritos se hallan en la mayor confusión; que no son otra cosa que borrones; que cuarenta y ocho cuadernillos hacen el fondo de la Flora de Bogotá; que las demás obrillas que [Mutis] ha emprendido durante su vida no son sino apuntamientos; que el tratado de la quina no está concluido sino en la parte médica; que las descripciones de estas plantas importantes se hallan en borradores miserables..." (Santafé de Bogotá, 30-IX-l 808, en Lniversidad Nacional de Colombia (ed.), 1966: 353). La reacción de S. Mutis puede consultarse en Amaya, 1992: 35-36. 33 RJBM, FJCM, Correspondencia a Salvador Rizo, III, 1, 3, 2-6. 34 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 81.
Una flora para el Suevo Reino / 123
esperanzas de educar a José en el espíritu de las ciencias y acaricia
ba la idea de ponerlo bajo la guía de E. Valenzuela, a la sazón cura de
Bucaramanga3,>.
Quedó únicamente Sinforoso Mutis Consuegra a la sombra
del tío. Desde 1790 había comenzado sus estudios de bachillerato
en filosofía luego de cursar el latín y la gramática (1787-1790)
(Guillen, 1994, tomo 2: 521-522). Se esperaba verlo litigando en 1798,
al completar la mayoría de edad, una vez hubiese concluido sus estu
dios de derecho, con escolaridad de cuatro años seguidos de una pa
santía al lado de un abogado titulado, que duraba otros cuatro años.
Entre la ciencia y la política
Zea y Sinforoso tenían un pie en la Expedición y otro en la tertulia
de Antonio Nariño (1765-1824), elArcano de la Filantropía. Como
se ha visto, el pie de Sinforoso en la Expedición era más formal que
real. El líder estudiantil y su seguidor estaban perpetrando un ma
ridaje entre política y ciencia. En política encarnaban los ideales de
Independencia que los Estados Unidos habían alcanzado en 1776 y
los de la Revolución Francesa de 1789: algo inédito para los terrícolas
de la Nueva Granada.
Las reuniones del Arcano se habían iniciado justo en 1789 y te
nían lugar en la residencia de Nariño, siguiendo la moda de los sa
lones de París. Zea figuraba entre los miembros fundadores. Poseía
Nariño una espléndida biblioteca familiar y personal provista con las
últimas novedades políticas (Montesquieu, Voltaire, Rousseau, etc.)
y se hallaba suscrito a los mejores periódicos del momento. Entre
sus proyectos se contaba el de mandar construir un salón de reunio
nes adornado con frescos representando, entre otros, a Linneo y a
Buffon. Conspiraban contra el absolutismo y por las formas repu-
35 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 12-1-1793, en Hernández de Alba, 1968 <
1975, tomo 2: 81.
124 / José Antonio Amaya
blicanas, la división tripartita del poder y la representación popular.
Pregonaban que ya era tiempo de sacudir el yugo del despotismo y
fundar una República Independiente a ejemplo de la de Filadelfia.
Sinforoso Mutis, por ejemplo, protestaba diciendo que de buena
gana tiraría el manto [de colegial del Rosario] y tomaría el fusil.
Figuraban entre los habituales de aquel cenáculo, periodistas,
profesores, comentaristas, viajeros, hombres de ciencia y estudio y
hasta un cura. Puede citarse al médico francés Louis de Rieux, gra
duado en Montpellier, de confesión masónica, en quien las autori
dades identificaron, con razón, a un agente al servicio del gobierno
revolucionario francés. Su misión en estas tierras consistía en pro
palar los Derechos del hombre y del ciudadano. Pedro Fermín de
Vargas, Zea, Sinforoso Mutis, José María Cabal y Enrique Umaña,
entre otros, se contaban entre los incondicionales de Nariño.
Conocidas son las relaciones de Mutis con Pedro Fermín de
Vargas. El señor director fue durante un tiempo su protector, le con
siguió su primer puesto en el real servicio, como administrador del
estanco de la quina. Le abrió su corazón y los detalles de su vida. Ya
en el exilio, Pedro Fermín publicaría en Londres, hacia 1805, una
biografía muy informada y laudatoria del Primer Botánico y Astró
nomo de su Majestad (ver Kónig & Sims, 1805). Produce perpleji
dad la lectura de esta biografía, cuando se piensa que fue escrita por
uno de los conspiradores más temidos y buscados por las embaja
das españolas en el mundo.
Nariño, hombre rico, culto y de familia distinguida, era propie
tario de la Imprenta Patriótica, ubicada en la Plaza de San Carlos,
frente al Colegio de San Bartolomé, el sitio de reunión de la pobla
ción estudiantil. A mediados de 1794 se dio a la tarea de traducir clan
destinamente del francés la Declaración de los derechos del hombre
y del ciudadano. Le ordenó a su impresor, Bruno Espinosa de los
Monteros, tirar ochenta copias. La maquinación incluía la fijación
de pasquines sediciosos, un plan de toma del Batallón Auxiliar de
Santafé, y el posterior derrocamiento del gobierno. Entre las acusa-
Una flora para el Nuevo Reino I 125
ciones que pesaban contra Sinforoso Mutis figuraba la de mante
ner correspondencia con P. F. de Vargas, revolucionario prófugo de
la justicia a la sazón en Filadelfia, y que habría ofrecido entrar por
los Llanos con un ejército de diez y ocho mil hombres. Las autori
dades descubrieron la conspiración antes de que la edición de los
Derechos saliera de los límites de la tertulia. Destruyeron todas y cada
una de las copias, al punto de no dejar ni un ejemplar para uno de
nuestros museos actuales. Mutis se hallaba puntualmente informado
de lo que acontecía detrás de las puertas de la casa de Nariño y de
las personas que frecuentaban el círculo de éste. Cuando sintió que
la tensión llegaba a un momento culminante, le ordenó a Zea tras
ladarse a Fusagasugá.
Los desvelos de Sinforoso en pro de la ciencia amable de las plan
tas no parecen haber sido particularmente sostenidos, al menos para
esta primera época, que se extiende desde el 11 de noviembre de
1791, fecha de su nombramiento, hasta agosto de 1794, cuando fue
aprehendido por las autoridades. Tío y sobrino vivían entre regaños
y contestaciones. No le sale la inclinación del amor a las letras, ase
guraba el tío36. Hay que precisar que Sinforoso vivió bajo el mismo
techo con su tío en la santafereña sede de la Expedición únicamen
te veinte meses, desde el consabido 11 de noviembre de 1791 hasta
el día de San Juan (24 de junio) de 1793, cuando decidió internarse
en el Colegio del Rosario, desertando de las clases informales que
el tío le prodigaba. Nada indica que Mutis informara a las autorida
des acerca del abandono del puesto por Sinforoso.
Zea permaneció veintidós meses en la santafereña sede de la Ex
pedición instruyéndose en la botánica31, desde noviembre de 1791,
fecha de su nombramiento, hasta agosto de 1793, cuando, como se
36 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 6-X-1793, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 93. 37 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 20 de junio de 1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N" 4.
126 / José Antonio Amaya
ha dicho, Mutis determinó enviarlo a Fusagasugá38. Las razones del
alejamiento no fueron científicas. La finalidad era liberarlo de la
quema, es decir, de la persecución de las autoridades39. Ha de notarse
que el hecho ocurrió un año antes de que Zea fuese privado de la
libertad, lo que sugiere hasta qué punto Mutis se hallaba puntual
mente informado acerca de las actividades y de los peligros deMr-
cano de la Filantropía.
En el Fondo Mutis del Jardín Botánico de Madrid no se conser
va ningún vestigio del trabajo de Zea en materia de recolecciones ni
de descripciones para el período comprendido entre 1791 y 1794,
aunque es seguro que Zea recolectó y preparó descripciones desti
nadas a la Flora de Mutis.
Veinte son las descripciones fechadas que se conservan de puño
y letra de Sinforoso Mutis en el Botánico de Madrid y que fueron
preparadas durante su desempeño como adjunto de la Expedición;
la mayor parte de éstas fueron elaboradas en Santafé entre el 10 de
mayo de 1792 y el 5 de junio de 179340.
A mediados de 1794, en Santafé se armó la de san Quintín. Nariño,
Zea y Sinforoso, entre otros, fueron acusados de alta traición a la Co
rona. Hechos prisioneros, fueron deportados a España en 1795. Lle
garon a Cádiz el 18 de marzo de 1796 y allí permanecieron confina
dos hasta finales de agosto de 1799.
38 Sobre el trabajo de Zea en Fusagasugá, puede consultarse la biografía de Enrique Umaña Barragán que actualmente prepara el autor de este trabajo para la obra de Mauricio Umaña Blanche, intitulada Los Umaña. 39 Carta de J. C. Mutis a I. Consuegra, Santafé, 21-IV-1794, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 2: 100. 40 También se conserva en el Archivo del RJBM una descripción de Sinforoso Mutis elaborada en La Habana, seguramente entre 1803 y 1808. Otras catorce descripciones suyas corresponden al período durante el cual tuvo bajo su dirección la Parte Botánica de la Expedición (1808-1816); las fechas límite de estas últimas son 13-111-1809 y 28-VI-1815 y se refieren a plantas de tierra fría y de tierra caliente en la Nueva Granada. Ciento tres descripciones suplementarias carecen de fecha y no siempre presentan determinación de localidad (ver Amaya, 1992: 432-443 y 459).
Una flora para el Nuevo Reino I Vil
Con el destierro de los adjuntos se pusieron a la orden del día,
una vez más, los asuntos del adelantamiento de la Flora de Bogotá y
de la sucesión de Mutis. La solución lograda en 1791, más mala que
buena, se vino abajo en 1794. Mutis se hallaba rodeado de un verda
dero enjambre de pintores y de aprendices de este oficio que cum
plían sus obligaciones puntualísimamente, pero seguía careciendo
de colaboradores científicos. Los cartapacios de láminas botánicas
y los pliegos de herbario se abultaban día tras día haciendo cada vez
más acuciantes los problemas de la adquisición y consulta biblio
gráficas, de la clasificación científica y de la publicación.
El trabajo de Mutis relacionado con la descripción y la clasifica
ción botánicas no fue prolífico en absoluto durante su quinta y últi
ma residencia en Santafé que, como se sabe, se prolongó desde mayo
de 1791 hasta su muerte en septiembre de 1808. Puede asegurarse
que con posterioridad a 1794 las actividades se concentraron en la
ilustración botánica y en el acrecentamiento de la biblioteca.
El exilio en Cádiz
Aparentemente Mutis volvió a quedar solo en la santafereña sede de la
Expedición con su confidente y mayordomo Salvador Rizo Blanco
(1762-1816) y con los pintores. Aparentemente, porque el Primer Bo
tánico de Su Majestad continuó comunicándose regularmente con
Zea41 y con Sinforoso -acusados de alta traición, como se sabe-, y se
guardó de solicitar a la Corona nuevos adjuntos. Por lo demás, ni ésta
ni el gobierno virreinal volvieron a ocuparse del asunto de la publica
ción de la Flora de Bogotá, ni de la sucesión de Mutis. Todo parece
indicar que éste se hallaba determinado a continuar formalmente con
sus adjuntos, guardándoles sus posiciones en la Expedición, mientras
41 En sus cartas a Cavanilles, las alusiones de Zea a su correspondencia con Mutis son frecuentes, y ello a través de toda la relación epistolar Zea-Cavanilles, que se prolongó desde el 20 de junio de 1798 al menos hasta el 14 de junio de 1802.
128 / José Antonio Amaya
se producía el fallo de los tribunales. Lo que sugiere que el presidio
de Zea y de Sinforoso no alteraba en lo sustancial los planes de 1791.
Nariño fue separado de sus cómplices, mientras que Zea, Sinfo
roso, José María Cabal (1769-1816) y Enrique Umaña (1772-1854)
compartieron la cárcel en Santafé, el viaje de destierro y la prisión
en Cádiz. Se mantenía viva una parte del "cogollito" que había lo
grado germinar en casa de Nariño.
Mutis practicaba una estrategia múltiple. Por una parte se que
jaba con acritud de las andanzas políticas de Sinforoso, ante su cu
ñada, Ignacia Consuegra. Por la otra, se aprestó a recomendar a éste
y a Zea ante Antonio José Cavanilles (1745-1804), reputado botánico
residente en Madrid, con entradas en la corte, muy favorable a Mu
tis. Le exponía lo ocurrido en Santafé en los siguientes términos:
La inconsiderada precipitación de estos ministros [¿del vi
rrey Ezpeleta?, ¿de la Real Audiencia?], que nos hicieron creer
alborotos intestinos de la mayor consideración, y últimamente nos
hemos desengañado de la falsedad de aquel concepto. Quisiera
dilatarme algo sobre este punto, porque por allá [en la Corte de
Madrid] habrá sonado demasiado este acontecimiento y sería
razón desengañar con mi acostumbrada sinceridad las personas
de alto carácter con quienes tenga vuesamerced alguna amistad
[...] Más debemos temer en las actuales circunstancias de todo
el mundo revuelto [por la Revolución Francesa y sus consecuen
cias] de los imprudentísimos procedimientos de estos deslum
hrados ministros, por su notoria pasión contra los patricios [es
decir los criollos sindicados] que de la sospechada infidencia
americana [...] A la verdad que la buena política del día pide que
las provindencias de la Corte satisfagan completamente el honor
vulnerado de los patricios [la nobleza criolla]42.
42 Carta de J. C. Mutis a A. J. Cavanilles, Santafé, 19 de enero de 1795, en Hernández de
Alba, 1968& 1975, tomo 2: 112-113.
Una flora para el Nuevo Reino I 129
El ideario revolucionario que en Santafé era juzgado como delito
de lesa majestad, en Cádiz hacía el rigor de la moda. La Revolución
Francesa había ganado el alma de aquel pueblo eminentemente cos
mopolita, comercial y liberal. Los sindicados fueron tratados con be
nevolencia. Pronto se les mejoró su situación, permitiéndoseles cir
cular por la ciudad sin custodia alguna, cultivar relaciones de amistad
y, hasta cierto punto, utilizar el tiempo a su arbitrio.
Es en Europa donde nuestros jurisconsultos en ciernes reafir
man unos, descubren otros, su inclinación por la historia natural.
Advirtiendo la importancia creciente de la ciencia en la administra
ción del Estado, van trocando su deportación en viaje de estudios,
con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metropo
litanas. Las ciencias les abrían un camino seguro para la continua
ción y para la promoción de sus carreras. ¿Más política que ciencia
en Santafé y más ciencia que política en Cádiz? El hecho es que el
viaje a Europa se concretó sin la intermediación familiar, muy im
probable por lo demás en el caso de Zea, dados los recursos limita
dos de sus progenitores. En los casos de Umaña y Cabal, vastagos
de poderosas familias en Santafé y en Buga, no se sabe que éstas hu
biesen previsto, con anterioridad a 1794, viajes de estudio para sus
hijos. Sea como fuere, los costos de los cinco años de presidio ha
brían sido cubiertos en alguna medida por las familias de los sin
dicados.
Zea y Sinforoso, al lado de Cabal, asistieron a los cursos de bo
tánica que impartía por aquellos días Francisco de Paula Arjona en
Cádiz. Se sabe que Zea tomó el curso en el Hospital de la Marina,
probablemente durante el primer semestre de 179843. Cabal habría
seguido, además, sendos cursos de anatomía y de diseño botánico
(Tascón, 1930: 31).
43 Carta de F. A, Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 30-VII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
130/ José Antonio Amaya
Arjona había sido discípulo de Cavanilles en Madrid hacia 179444
y su cátedra se hallaba integrada al plan de estudios médico-quirúrgicos del Colegio de Cirugía de Cádiz, en el cual Mutis había cursado su carrera cuarenta años atrás (1749-¿1757?). Tomó posesión de la gaditana cátedra de Botánica en 1797 que regentó hasta 1799, cuando fue trasladado al Colegio de Medicina y Cirugía de Burgos. Murió en Cádiz en 180045. Con razón o sin ella, Zea se permitió calificar el curso de Arjona de demasiado elemental^, lo que podría indicar la calidad de su formación botánica adquirida al lado de Mutis. Por lo que toca a la afición de Cabal y de Umaña por las ciencias naturales, hoy por hoy ésta no ha sido documentada como un hecho surgido en Santafé.
Cabal y Sinforoso se aplicaron a la tarea de montar sus herbarios respectivos. En relación con el herbario de Sinforoso, cuyo Catálogo"'1 se conserva en el Fondo Documental J. C. Mutis del Jardín Botánico de Madrid, se trata de un huerto seco formado [¿en Madrid?] en 1801 por un principiante. Variopinto, con especies bastante comunes, europeas en su mayoría o susceptibles de cultivarse en Eu-
44 Cavanilles (1797, tomo 4: 57, plancha 383) celebró a don Francisco de Paula consagrándole el género Arjona que apareció publicado con la dedicatoria: "In honorem Domini Francisci Arjona, qui Gadibus Botanicem summa cum laude publice docet". ["En honor de Don Francisco Arjona quien regenta en Cádiz la Cátedra Pública de Botánica de la manera más laudable"], 45 Ver Galán, 1988: 244, 328, 330, 399, 400, 401, 403, 405. 46 Al respecto Zea le comentaba por carta a Cavanilles, a cuya protección aspiraba: "Cuando he asistido, como discípulo, al curso que acaba de darse en el Hospital y estudiado los principios más triviales, como si no tuviera algún conocimiento botánico, juzgue vuestra merced del anhelo que tendré por las lecciones de un Sabio, que miro como el único que en España puede dirigirme en esta carrera, en que veo extraviados y perdidos a todos los demás" (Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta No 4). 47 Catálogo de las Plantas que existen en el Herbario de Don Sinforoso Mutis Consuegra-Año de 1801. Pinto (1989) publicó un artículo en el que figura un estudio de las Gramíneas incluidas en este Catálogo.
Una flora para el Nuevo Reino / 131
ropa, muchas de ellas no precisamente de Cádiz48. Lo que sugiere
que fue en Europa donde Sinforoso se formó botánico propiamente
dicho pues, como se sabe, su permanencia al lado del tío, breve, in
termitente y obstaculizada por motivos familiares, personales y po
líticos, fue más bien precaria en contenido científico.
La formación histórico-natural se hallaba en Cádiz inscrita en
el programa de un centro universitario con una tradición de casi me
dio siglo en la enseñanza de la medicina y de la cirugía, dotado de
una biblioteca y de un jardín botánicos. Además, los estudiantes rea
lizaban sus prácticas en el Hospital de la Marina de Cádiz49. Este
hecho colocaba a nuestros criollos en una situación bien distinta de
aquella que habían tenido que observar en Santafé, donde la botá
nica era todavía objeto de enseñanza privada, con un alto ingredien
te autodidacta y dirigida a abogados en trance de formación.
Todos estos datos conducen a restringir el papel de Mutis como
maestro y a descubrir una nueva dimensión de su personalidad como
alguien más apto para integrar talentos a su Expedición que para for
marlos. El exilio exponía a los neogranadinos a una influencia cul
tural imprevista por Mutis, pero que éste trataría de reforzar y apro
vechar con el tiempo.
En 1798 Zea tomó la iniciativa de escribirle a Cavanilles, cuyo
nombre había llegado a oídos suyos por intermedio de Mutis, co
rresponsal del naturalista valenciano desde 1786. Las biografías de
Mutis y de Cavanilles presentan afinidades notables. Compartían la
sotana de sacerdotes seculares. Defendían las ideas de Newton (1642-
1727), Christian Wolff (1679-1754) y Pieter van Musschenbroeck
(1692-1771). Sus formaciones botánicas nada tenían que ver con
48 A solicitud del autor, Félix Muñoz Garmendia, investigador del Jardín Botánico de Madrid, se pronunció en estos términos sobre el Herbario de S. Mutis (comunicación personal, 1989). 49 Sobre la historia del Colegio de Cirugía de Cádiz, ver los documentados trabajos de Ferrer, 1963 y Galán, 1988.
132 / José Antonio Amaya
Migas Calientes ni con el Prado. La vocación de naturalista de Cava
nilles, un tanto tardía, se había despertado en París en 1777, a la edad
de 32 años. Vivió en la capital francesa durante los doce años siguien
tes, desempeñan dose como ayo de los hijos del duque del Infantado.
En París había sido discípulo de Antoine-Laurent de Jussieu (1748-
1836), justo por los años en que éste maduraba el sistema natural
de clasificación que terminaría sustituyendo al de Linneo, a partir
de 1789, con la publicación del Genera plantarum.
Cavanilles mereció la amistad de su maestroy de la familia de éste;
en todos ellos dejó un recuerdo entrañable que perduró en una nutri
da correspondencia que ambos supieron cultivar después del regreso
de Cavanilles a Madrid50. Cavanilles había consolidado su prestigio
en París como propietario de un rico herbario, como botánico de ga
binete y como reformador del sistema de Linneo. Se propuso adelan
tar una obra con marcado carácter universal y acumulativo, que se
proyectó con rasgos en extremo novedosos en la tradición botánica
española51.
Fue Cavanilles quien tomó la iniciativa de escribirle a Mutis en
Mariquita, desde París, en mayo de 1786. Para entonces el nombre
de Mutis circulaba en París, como lo demuestra la honrosa alusión
que Cavanilles había hecho del Mutis naturalista en sus Observa
ciones sobre el artículo España de la Nueva Encyclopedia (1784).
En 1786 le solicitaba materiales para su ohraMonadelphia, en la cual
acometió una revisión y actualización de la Clase XVI del Sistema de
Linneo.
Nadie puede contribuir como vuesamerced -le aseguraba-,
que se halla en el centro de la vida; aquí son los herbarios los que
50 La formación botánica de Mutis se halla documentada en Amaya, 1992: "Mutis amateur de botanique, son approche de Linné á Cadix puis á Madrid", pp. 170-186. 51 Para un estudio bibliográfico de A. J. Cavanilles, ver López & López, 1983: 51-80.
Una flora para el Nuevo Reino / 133
debo consultar con frecuencia, pero vuesamerced lee en el gran
libro de la naturaleza que se manifiesta sin sombras ni equivoca-
Desde París le envió al menos dos cartas. Ya en Madrid y sin lo
grar satisfacer su deseo de recibir colecciones de Santafé, retomó la
correspondencia con Mutis en 1794 y la continuó hasta 1803, el año
anterior a su muerte, enviándole un total de siete cartas. Mutis por
su parte le remitió a Cavanilles un total de unas cinco cartas desde
Santafé (1794-1803)53.
Zea optó por omitir la mediación de Mutis para entrar en co
municación con Cavanilles. Se presentó como discípulo del gaditano,
solicitando de Cavanilles sus luces y consejos para adelantar mis co
nocimientos botánicos5 \ La correspondencia de Zea con Cavanilles
llegó a ser más frecuente que la de Mutis con este último, como lo
demuestran las treinta y una cartas conocidas de Zea a Cavanilles
escritas entre el 20 de junio de 1798 y el 14 de junio de 1802. Ofre
cía para un futuro cercano sus servicios como recolector en Nueva
Granada, propuesta que no podía sino despertar vivamente el inte
rés de Cavanilles. Al momento de recibir la misiva de Zea, Cavanilles
carecía de corresponsal en América, si se exceptúa a Mutis, quien
se había mostrado más que parco en el envío de plantas neogranadinas
para el valenciano.
Zea no tardó en recibir respuesta de Madrid. Por aquellos días
Cavanilles se hallaba empeñado en adelantar su obra botánica no
menos que en arruinar la carrera del director del Prado, Casimiro
52 Carta de A. J. Cavanilles a Mutis, París, P-V-1786, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 200. 33 La totalidad de estas cartas puede consultarse en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomos 2 y 3. 54 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 30 -vil- 1798. Original en el RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Legajo 24, Carpeta N" 4.
134/ José Antonio Amaya
Gómez Ortega. Para 1798 la obra de Cavanilles alcanzaba cerca de
una docena de títulos de botánica, los últimos de los cuales habían
salido de la Imprenta Real (ver López & López, 1983). La República
de las Letras (comunidad de científicos se diría hoy por hoy) asistía
al hecho paradójico de que los costos de impresión de los recientes
fascículos publicados por el director del Jardín Real, contestación de
factura modesta, hubiesen debido ser cubiertos por el propio autor55.
La Corona y la comunidad científica internacional mostraban un
creciente descontento con la gestión de Gómez Ortega al frente del
Prado. Gómez Ortega padecía de una gordura desfigurante que lo
inhabilitada día tras día. Varios viajeros europeos que visitaron el Pra
do a finales del siglo dejaron testimonios incontrovertibles acerca del
estado de abandono de las siembras, de la pobreza de los herbarios,
del ausentismo de las directivas y de los profesores. Uno de aquellos
testimonios pertenece al propio Zea, quien tuvo ocasión de conocer
el Prado en 1800, en vísperas de la caída de Gómez Ortega. No vaciló
en calificarlo desde París, en 1801, de ridículo56. Comparada con su
institución de tutela, la Expedición de Santafé resultaba ser un cen
tro modelo en miras científicas, organización y disciplina.
A medida que la correspondencia entre Zea y Cavanilles fue ha
ciéndose más frecuente y personal comenzó a perfilarse un reorde
namiento de las alianzas en el horizonte de la botánica española. Por
un lado estaba el bloque dirigido por Gómez Ortega y conformado
por los expedicionarios al Perú y Chile, Hipólito Ruiz López (1752-
1816) y José Antonio Pavón Jiménez (1754-1840), sin olvidar al ma
logrado Sebastián José López Ruiz en Santafé. Este grupo había
venido orientando los destinos de la botánica oficial española desde
1770, año en que Gómez Ortega accedió a la dirección del Real Jardín
55 Puerto (1992) es autor del mejor estudio biográfico que existe en la actualidad sobre C. Gómez Ortega. 56 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Ibiza, -vil- 1801. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
Una flora para el Nuevo Reino / 135
de Madrid. Por otro lado, se perfilaba con creciente nitidez el grupo
dirigido por Cavanilles y conformado por Mutis y Zea; Salvador Rizo
también llegó a cartearse con Cavanilles.
La situación de los deportados comenzó a aclararse. España se
mostraba cada día más solidaria con la política exterior y los hom
bres de la Revolución Francesa. El tratado de Basilea, firmado en
1795, había establecido la paz entre las dos naciones. Dos años más
tarde, en 1797, Carlos IV aliado con Francia le declaraba la guerra a
Inglaterra. El embajador de Francia en la Corte de Madrid no tardó
en aprovechar la coyuntura para intervenir en favor de su conciuda
dano Louis de Rieux, cuya liberación apuró la de los neogranadinos.
En 1799 el Consejo de Indias declaró concluida la causa de Zea,
de Sinforoso Mutis, de Cabal y de Umaña, entre otros. Ordenó su
libertad completa y la restitución de sus bienes, como si no se hu
biera procedido en modo alguno contra ellos. A Sinforoso se lo rein
tegró a la Expedición Botánica de Santafé el 23 de octubre de 1799.
A éste y a Zea se les indemnizó por brazos caídos y se les brindó la
posibilidad de continuar en sus empleos y profesiones. Sinforoso
supo arreglárselas para justificar un cargo que había abandonado y
un salario de quinientos pesos anuales que nunca se le había asig
nado. Todas estas providencias favorecían a los excarcelados, cuya
situación profesional era, como se sabe, por lo menos incierta.
Concluido el juicio, Zea, Sinforoso y Cabal expresaron su inten
ción de regresar cuanto antes al Nuevo Reyno, no sin antes pasar a
conocer la Corte y en ella a la persona de Carlos IV y, claro está, a
Cavanilles. Zea no tardó en manifestar su deseo de despedirse de la
Expedición de Santafé y tratar de manejarse por sí mismo. Si no lo
gro algunas ventajas más, no me contento con el empleo que tenía51,
le revelaba a Cavanilles. Se decía dispuesto a organizar una expedi-
57 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, [i?] -vm- 1799, Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
136/ José Antonio Amaya
ción por su natal Provincia de Antioquia, una idea que había sido con
cebida en realidad por Mutis, por los días en que Zea fue encarcela
do; en los planes originales se entreveía incluso la posibilidad de asig
narle un par de pintores a Zea.
Mutis, quien desde 1794 se había mantenido fiel a sus discípu
los, no estuvo de acuerdo con el regreso inmediato de éstos. Movido
por el afán de contar con colaboradores idóneos para editar los cen
tenares de láminas y plantas secas que seguían acumulándose sin
cesar en su gabinete, les sugirió permanecer dos años en Madrid
perfeccionando su formación botánica al lado de Cavanilles. Se
mostró incluso dispuesto a asumir los costos de la estada, con la
condición, claro está, de que Sinforoso fuese aceptado por Cavanilles.
Como se sabe, el compromiso adquirido por Mutis con la Coro
na en 1783 consistía en preparar el manuscrito de la Flora de Bogo
tá en Santafé y, una vez editado, enviarlo para su publicación en
Madrid. Ahora, en las postrimerías del siglo, parecía determinado a
realizar las dos operaciones en América. Con el fin de asumir el reto
de la publicación habría negociado una imprenta en 179858, y se ha
llaba empeñado en la conversión de algunos dibujantes suyos en gra
badores (Humboldt, 1846). La envergadura del desafío no era de
poca monta y ello en cualquier país de América. En el Nuevo Reyno
este reto resultaba inédito por completo. Zea y Sinforoso eran pie
zas claves en esta estrategia. El tiempo empezaba a mostrar que el
destierro de los adjuntos había terminado por beneficiar a la Expedi
ción. Podía esperarse que en un futuro cercano este centro contaría
con colaboradores de excelencia. La cooperación de Zea y Sinforoso
era lo único que podía sacarlo de la situación bochornosa en que se
hallaba al seguir dando largas a la entrega de su obra. Mutis había
18 Al respecto F. A. Zea le comentaba A. J. Cavanilles: "Dentro de un año comenzará a publicarse la Plora de Bogotá. Ya estaba la imprenta cerca de Santafé" (carta fechada en Cádiz el 4-XII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4).
Una flora para el Nuevo Reino / 137
venido aprovechando el destierro de sus discípulos para acopiar un
verdadero arsenal bibliográfico al tiempo que concentraba el traba
jo de la Expedición en una iconografía botánica, zoológica y antro
pológica única en el mundo por su calidad y cantidad59. Se trataba
de preparar sin apuros pero sin tregua los recursos humanos y ma
teriales para la ansiada síntesis científica. Hay que puntualizar,
sin embargo, que el resultado logrado con la formación de Zea y
Sinforoso no era únicamente el producto de una política trazada
desde Santafé.
En Madrid, Cavanilles les abrió sin reservas las puertas de su ga
binete, herbario y biblioteca. Es muy probable que los neogranadinos
se beneficiaran no sólo de sus lecciones privadas, que ganaban fama
en toda Europa, sino de sus orientaciones científicas, no menos que
de su atrayente personalidad. Cabal, en particular, llegó a ser discí
pulo suyo, muy aventajado. ¡Qué mozo tan sobresaliente! ¡Qué talento
tan despejado y apto pa ra las ciencias naturales!, le comentaba
Cavanilles a Mutis en carta de 18 de agosto de 1801 (publicada por
Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 210).
El plan de Mutis enderezado a que sus agregados culminaran
su formación botánica al lado de Cavanilles no tuvo éxito. Lo que
sucedió fue que Cavanilles optó por apoyar en 1800 a Zea, Sinforoso
y Cabal para que éstos se trasladaran a París a conocer mundo y a
completar allí sus estudios de ciencias naturales. Respaldo similar
le había acordado, por ejemplo, al botánico peninsular discípulo suyo
Simón de Rojas Clemente (1777-1827). Las miras de Cavanilles
parecían puestas en la formación de una escuela metropolitana con
proyección en las colonias. Les extendió cartas de recomendación
para Rene Louiche Desfontaines (1750-1830), A-L. de Jussieu, Nicolás
•l9 Para un estudio de la iconografía mutisiana, ver Amaya (1986), y el trabajo en preparación de J. A. Amaya y de Beatriz González, "Diccionario de pintores, aprendices y alumnos de la Expedición Botánica", con un capítulo introductorio titulado "Los pintores de la Expedición Botánica bajo el poder del número".
138/ José Antonio Amaya
Louis Vauquelin (1763-1829), Etienne-Pierre Ventenat (1757-1808)
y otros connotados naturalistas franceses. Influyó para que la Coro
na española le concediera a Zea una beca que le permitió prolongar
su permanencia en París hasta 1802.
La aprobación del viaje de estudios de Zea tuvo que tener un tras-
fondo político, como lo sugiere el hecho de que las autoridades le
negaran el permiso que solicitó, en 20 de mayo de 1800, para incor
porarse a la Expedición de Santafé. La Corona favorecía y hasta ob
sequiaba a quienes habían conspirado contra ella, pero se mostraba
remisa a permitir el regreso de Zea. Más tarde Cavanilles logró que
Cabal fuera becado por el gobierno español durante tres años em
pleados en París en el estudio de la química.
Zea estuvo a punto de no poder cumplir con el objetivo de llegar
a París al ser obligado a guardar cuarentena en la frontera francesa,
con motivo de una epidemia de fiebre amarilla que azotaba por en
tonces a España. Por esta razón Sinforoso no alcanzó a remontar los
Pirineos y aprovechó la oportunidad para regresar de inmediato a
Santafé.
Es de lamentar el regreso de Sinforoso, pues era probablemente
quien más precisaba de la experiencia parisina. En repetidas ocasio
nes, como se sabe, Mutis se había quejado de la desaplicación e in
disciplina de su sobrino; Zea nunca dio por verdadera la vocación por
la botánica de su antiguo contertulio; Cavanilles, por su parte, no
manifestó particular entusiasmo por el talento del criollo, al menos
no el mismo entusiasmo que le produjeron Zea y sobre todo Cabal60.
Llegado a París, Zea se apresuró a comunicarle a Cavanilles que
[...] los profesores a quienes vuestra merced tuvo la bondad
de recomendarme, me han recibido con todo el aprecio que Vd.
60 Carta de A. J. Cavanilles a J. C. Mutis, Madrid, 18 -VIII- 1801, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 210.
Una flora para el Nuevo Reino / 139
sabe inspirar a los que le tratan, adelantándose a mis deseos me
han proporcionado cuantos medios puedo desear para desempe
ñar con gloria el encargo que traigo61.
El encargo tenía varios aspectos por lo que se refiere a la Expe
dición de Santafé. En primer lugar, como se ha dicho más arriba,
Zea debía enriquecer su formación con miras a asumir las funcio
nes de editor de la Flora de Mutis. El apoyo y las consideraciones
de que fue objeto en la capital francesa se hallan asociados con su
condición de recomendado de Cavanilles y, ante todo, con su cali
dad de discípulo de Mutis y de agregado de la Expedición de Nueva
Granada, calidad con la que el naturalista de Medellín solía presen
tarse oficialmente. Detrás del encargo se movía la mano de Cava
nilles, en quien Zea identificaba a su amado favorecedor. Otro as
pecto de la misión de Zea consistía en adquirir la bibliografía más
reciente para la preparación de la Flora de Bogotá. En este sentido
supo asesorarse de Ventenat, curador a la sazón de la Biblioteca de
Santa Genoveva, muy al corriente de todo lo relacionado con el co
mercio del libro. Zea había venido colaborándole a Mutis en la con
secución de libros de historia natural desde sus días de presidio en
Cádiz, y en este desempeño había merecido la invaluable asesoría
de Cavanilles. Operaba no como un intermediario cualquiera, sino
que se beneficiaba con la lectura de los libros antes de remitirlos a
Santafé. Como agente librero de la Expedición de Santafé llegó a
reemplazar al diplomático sueco Hans Jacob Gahn (n. en 1748),
muerto en Cádiz en 1800, víctima de la epidemia de la consabida
fiebre amarilla, en desempeño del cargo de cónsul de Suecia. Nada
indica que se haya puesto en contacto con los neogranadinos en
aquella ciudad durante el presidio de los mismos. Zea también ope
raba como agente en la venta de quinas de Santafé, negocio que re-
61 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, París, -XII- 1800. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
Una flora para el Nuevo Reino / 139
sabe inspirar a los que le tratan, adelantándose a mis deseos me
han proporcionado cuantos medios puedo desear para desempe
ñar con gloria el encargo que traigo61.
El encargo tenía varios aspectos por lo que se refiere a la Expe
dición de Santafé. En primer lugar, como se ha dicho más arriba,
Zea debía enriquecer su formación con miras a asumir las funcio
nes de editor de la Flora de Mutis. El apoyo y las consideraciones
de que fue objeto en la capital francesa se hallan asociados con su
condición de recomendado de Cavanilles y, ante todo, con su cali
dad de discípulo de Mutis y de agregado de la Expedición de Nueva
Granada, calidad con la que el naturalista de Medellín solía presen
tarse oficialmente. Detrás del encargo se movía la mano de Cava
nilles, en quien Zea identificaba a su amado favorecedor. Otro as
pecto de la misión de Zea consistía en adquirir la bibliografía más
reciente para la preparación de la Flora de Bogotá. En este sentido
supo asesorarse de Ventenat, curador a la sazón de la Biblioteca de
Santa Genoveva, muy al corriente de todo lo relacionado con el co
mercio del libro. Zea había venido colaborándole a Mutis en la con
secución de libros de historia natural desde sus días de presidio en
Cádiz, y en este desempeño había merecido la invaluable asesoría
de Cavanilles. Operaba no como un intermediario cualquiera, sino
que se beneficiaba con la lectura de los libros antes de remitirlos a
Santafé. Como agente librero de la Expedición de Santafé llegó a
reemplazar al diplomático sueco Hans Jacob Gahn (n. en 1748),
muerto en Cádiz en 1800, víctima de la epidemia de la consabida
fiebre amarilla, en desempeño del cargo de cónsul de Suecia. Nada
indica que se haya puesto en contacto con los neogranadinos en
aquella ciudad durante el presidio de los mismos. Zea también ope
raba como agente en la venta de quinas de Santafé, negocio que re-
61 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, París, -XII- 1800. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4.
140 / José Antonio Amaya
portaba jugosas ganancias que permitían comprar libros y hasta un
laboratorio de química que Mutis pedía con insistencia. El asunto
de las quinas conforma todo un capítulo de la Expedición Botánica
del cual no nos ocuparemos en esta ocasión.
El 17 de junio de 1801, Cavanilles fue nombrado para gobernar
y dirigir el Real Jardín Botánico, en reemplazo de Gómez Ortega, a
quien la Corona determinó jubilar de modo fulminante. En Europa
hasta los rusos se alegraron de la reforma, según le comunicaba Zea
a Cavanilles en carta del 10 de julio62.
El ministro Pedro Cevallos se aprestó a enviar una instrucción el
17 de junio de 1801, justo en la fecha de la nominación de Cavanilles,
definiendo la vocación centralista del Real Establecimiento de Botá
nica de Madrid, en relación con sus satélites en el imperio:
Es la voluntad de Su Majestad que el Real Establecimiento
de Botánica en Madrid sea el centro de los demás de la Penínsu
la y de los que existan [...] en todos sus dominios [...] Para el
mutuo fomento en bien todos, cada año [deberán presentar] un
estado circunstanciado de las plantas vivas que tengan, herbarios,
bibliotecas, enseñanza y discípulos; otro de los fondos y gastos; y
una noticia de los descubrimientos que hayan hecho y de las obras
que quieran imprimir; para que vistas y aprobadas por el profe-
62 " [...] había suspendido dar a vuestra merced el parabién de su nuevo destino [de director del madrileño Jardín del Prado] y participar la satisfacción que ha causado a los amigos. Aun los que no son, se han alegrado por amor de la ciencia y del bien público. Yo no sé cómo habían acertado los ex profesores a dar en toda Europa tan malas ideas de su manejo como de su enseñanza. Aquí hay millares de extranjeros y hasta los rusos tienen el mismo concepto, se alegran de la reforma y se prometen mil felicidades. Considero a vuestra merced muy ocupado no sólo en la enseñanza, sino tirando ya sus líneas para engrandecer nuestro ridículo Jardín y hacerlo como debe ser, el primero de la Europa. Ahora se puede con gusto concurrir a su adelantamiento y la ciencia se propagar entre la gente civilizada" (la carta fue fechada en Ibiza. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4).
Una flora para el Suevo Reino / 141
sor de Madrid, se den al público para hacer constar en honor de
la nación los adelantamientos de la botánica63.
Mutis recibió el instructivo y tampoco en este caso dio señales
de cumplir con las obligaciones que allí se le fijaban.
Para entonces Zea se hallaba en París ocupado en la preparación
de un proyecto de reforma de la Expedición neogranadina. Que el
gobierno español debía hacer efectiva la sucesión de Mutis. Que la
Expedición de Santafé debía articular su acción con aspectos prác
ticos relacionados con la agricultura del país y abandonar su carác
ter prioritariamente botánico (taxonomía) o más bien pictórico. Que
la Expedición debía diversificarse integrando a sus investigaciones
de botánica, la agricultura, estudios de zoología, mineralogía y quí
mica. Que la acción científica en Santafé debía estar vinculada de
modo orgánico con la política científica de la metrópoli. Que Cabal
debía ocuparse de una proyectada sección de química, mientras que
a Umaña se le confiaría la de mineralogía (el proyecto fue publicado
en Zea, [1802]).
La curiosidad que experimentaba Cavanilles por la Flora de Bo
gotá no conocía límites. Y es que la obra tuvo en vilo a toda la comu
nidad científica europea a lo largo de la segunda mitad del siglo
XVIII64. Cavanilles supo aprovechar la correspondencia de Zea para
explorar e inquirir al criollo sobre el asunto. El testimonio de Zea
era invaluable, en la medida en que éste había trabajado cerca de dos
años en el santuario (nombre con el que se designaba el gabinete
de Mutis) donde se guardaban los materiales de la obra. Zea res
pondió a Cavanilles en los siguientes términos:
63 Oficio de Pedro Cevallos a J. C. Mutis remitido por intermedio de A. J. Cavanilles, jefe y único profesor del Real Establecimiento de Botánica de Madrid, Madrid, 17 de junio de 1801. La carta de Cavanilles tiene por fecha el 18 de agosto de 1801. Uno y otra fueron publicados por Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 209. 64 Sobre las expectativas que generó la Plora de Bogotá en Europa, ver Amaya, 1992: 16-25.
142 / José Antonio Amaya
Diré a vuestra merced todo lo que sé de las obras del señor Mu
tis. De hFlora de Bogotá, que está para publicarse, hay sobre 3.000
láminas en colores y otras tantas en negro [...] A la descripción de
las plantas acreditadas en el Nuevo Reyno precede la historia de su
descubrimiento y aplicaciones, despreciando unas, adaptando otras,
que Mutis ha comprobado e indicando algunas nuevas que pudie
ran hacerse. Muchas maderas preciosas, muchísimas resinas y
anices, varios tintes, la manteca y cera de palmas, cortezas aromá
ticas, multitud de plantas medicinales, una especie de cacao en cuya
lámina apuró Rizo todos los primores del arte, una especie de Clusia
que da incienso comparable al de Arabia, otras muchas drogas, unas
nuevas y otras conocidas, pero cuyas plantas están mal determina
das o se ignoran, harán esta flora útilísima a nuestras artes y co
mercio así como preciosa y singular en la botánica. Tiene también
multitud de flores hermosísimas que encantarán a los aficionados.
Los botánicos encontrarán en ellas fructificaciones singulares y aún
partes desconocidas en las plantas a que ha sido preciso dar nue
vos nombres. Sus prolijas observaciones sobre el sueño y poliga
mia de las plantas, sobre sus fructificaciones y otras partes, sobre
las fecundaciones recíprocas y las especies híbridas o mestizas, le
darán a la ciencia luces inesperadas. Me olvidaba de advertir que
la obra en mi tiempo pasaba de 30 volúmenes de a 100 láminas; pero
hoy en día creo llegue a 40, porque se han añadido muchas lámi
nas, cuyo total no bajar de 4.000. Es de notar que con todos los co
lores con que están dibujadas son tomados de las mismas plantas.
El negro que parece tinta de china es el jugo de las bayas de la
Ubilla, especie de Cestrum, que acaso debe reducirse a Lisium.
Esta misma planta da otros dos o tres colores descubiertos por Rizo
sobre las ideas del señor Mutis [...]6S.
65 Carta de F. A. Zea a A. J. Cavanilles, Cádiz, 27-XII-1798. Original en RJBM, AAJC, Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Carpeta N° 4. Cavanilles utilizó estas informaciones en su trabajo publicado en 1800.
Una flora para el Suevo Reino I 143
Nótese que Zea no se refiere en su detallada comunicación al
texto de la Flora de Bogotá, del que no parecía tener mucho conoci
miento, pues su jefe había mantenido en la más absoluta reserva este
aspecto de su obra, como ocurrió con Caldas, e incluso con el propio
Sinforoso. Cuando Mutis murió en 1808, ninguno de sus discípulos
conocía los manuscritos de la Flora de Bogotá.
La descripción por Zea de la obra de Mutis no podía sino aguzar
aún más el interés de Cavanilles, como autor y como editor. Y es que
el campo de estudio de Cavanilles abarcaba la extensión del Imperio
español, sin distinción de fronteras provinciales. Tenía acumulada
experiencia en el tratamiento de plantas americanas, particularmente
gracias a las colecciones que le había transmitido Louis Neé, viaje
ro francés al servicio de la Corona española66. Desde finales del si
glo XVIII, venía publicando sus Icones, obra en la que figuran géne
ros y especies de múltiples latitudes de las posesiones españolas. La
autoría de esta serie de amplio espectro geográfico contribuía a que
Cavanilles fuese reconocido como el Linneo español. Justo en aquella
obra apareció la única planta de Mutis publicada en España metro
politana: el Caryocar amigdaliferum (Cavanilles, 1797, tomo 4: 37,
grabados 361 & 362). ¿Acaso no fue el interés por la Flora de Bogo
tá lo que movió a Cavanilles a acordarle protección a Zea? Sea como
fuere, es preciso puntualizar que la relación de Cavanilles con el
equipo de Mutis no le significó al naturalista valenciano ninguna
ventaja para el adelantamiento de su obra botánica.
Resulta improbable que Mutis, condecorado con el título de Pri
mer Botánico del Rey y honrado con el cargo de director de una Ex
pedición Botánica, para no hablar de su condición de veterano de
los naturalistas españoles, estuviese dispuesto a aparecer ante los
ojos de la República de las Letras como colector de su colega Cavani-
66 Los trabajos en los que Cavanilles utiliza o menciona la recolecciones de Neé aparecen descritos por Muñoz, 1989: 64-68.
144 / José Antonio Amaya
lies. Sobre todo cuando se tiene en cuenta su arraigo e identifica
ción con la tierra neogranadina, que le hacía preferir la práctica de
una ciencia autónoma con respecto a la metrópoli.
La calidad de Cavanilles de cofundador y coeditor de los Anales
de Historia Natural (editados en facsímil por Fernández, 1993), ma
drileña revista que comenzó a aparecer en 1799, revela otra dimen
sión de su interés por la Flora de Bogotá. Cavanilles invitó e incluso
requirió las contribuciones de Mutis. El ofrecimiento de publicar
en la metrópoli iba asociado con la ventaja de poder incluir ilustra
ciones que serían grabadas por los más destacados artistas de la
Península. La revista incluía, entre otros, artículos de botánica, de
mineralogía, de geología, entre otras. Aparecía regularmente y per
mitía ir publicando memorias y artículos de corta extensión, sin las
exigencias de un libro. Brindaba una oportunidad excelente para ase
gurar la prioridad de los géneros y especies descubiertos en Nueva
Granada. A Mutis y a su equipo les faltó diligencia para aprovechar
esta oportunidad que sencillamente nunca existió durante la direc
ción (1771-1801) de Gómez Ortega y su equipo.
Ha de recordarse que durante su desempeño como profesor del
Real Jardín de Madrid, Gómez Ortega se cruzó con Mutis una car
ta; de la correspondiente respuesta de Mutis (1784), sólo se conoce
el borrador incompleto (que aparece en Hernández de Alba, 1968 &
1975, tomo 1: 179-185). Probablemente no hubo más intercambio
epistolar. En realidad la Expedición neogranadina perdió poco de esta
falta de relación. La asistencia que el Prado podía ofrecer era men
guada cuando no improbable. Reducidísimo era el número de estu
diantes que asistían a las lecciones de botánica que allí se impartían
y, por lo demás, ninguno de éstos fue propuesto para ser enviado a
colaborar con Mutis. Seguían el Curso de Botánica publicado por
Gómez Ortega en 1785. Este manual, impreso bajo los auspicios de
la Corona y utilizado como texto oficial de la botánica metropolita
na, no conoció éxito alguno en la Nueva Granada. Mutis lo habría
tildado de monumento de vergüenza (carta de Zea a Cavanilles,
Una flora para el Nuevo Reino I 145
Cádiz, 14-K-1798) para la botánica española; Zea lo encontraba
desatinado en el plan y erróneo en el método {Ibidem); Caldas lo
calificaba de miserable en el arte. Todo apunta a que los naturalistas
en el Nuevo Reyno prefirieron aprender la botánica en las fuentes
de laPhilosophia botánica de Linneo (1751). Por otra parte, el Jar
dín botánico metropolitano estuvo lejos de ofrecerle a Mutis la po
sibilidad de clasificar y publicar sus colecciones. Éste siempre per
cibió con aprehensión la posibilidad de enviar los materiales de su
obra a Madrid, alimentando sus recelos con el ingrediente de algu
nos comentarios de Cavanilles:
[Gómez Ortega] prometía y vendía favores, como si tuviese
a los ministros en la mano; pero si alguno cayó en el lazo y se des
prendía de sus obras, podía darse por olvidado. Aparentando celo,
instaba continuamente a los oficiales para que forzasen los auto
res a enviar sus trabajos. Vuesamerced era uno de los destinados
al sacrificio [...]67.
Mutis se guardó de solicitar cualquier tipo de asistencia científi
ca del Prado de Madrid, en lo relacionado con el personal de natura
listas y el pedido de libros. Y se mantuvo inconmovible en esta deter
minación, hasta 1801, cuando Gómez Ortega fue jubilado. Se limitó a
requerir dos dibujantes de la Real Academia de San Fernando, centro
independiente de Migas Calientes. Gómez Ortega, por su parte, tam
poco ofreció ningún tipo de apoyo y dictaminó dejar al arbitrio de Mutis
todo lo correspondiente a su expedición6*3. La creación y existencia de
la Expedición neogranadina poco y nada significó para salvar las dis
tancias entre Madrid y Santafé. Baste evocar sólo un aspecto. Está
67 Carta de A.J. Cavanilles aj . C. Mutis, Madrid, 28-IV-1795, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 3: 204. 68 Carta de J. C. Mutis a E. Valenzuela, Santafé, 31-XII-1783, en Hernández de Alba, 1968 & 1975, tomo 1: 150.
146 I José Antonio Amaya
documentado que los expedicionarios del Perú y Chile, junto con los de México, contribuyeron activamente con semillas americanas a las siembras en el Jardín del Prado. En este sentido la Expedición de Nueva Granada brilló por su ausencia, a pesar del título de asociado correspondiente del Real Jardín Botánico que se le extendiera a Mutis en 1784, condición que obligaba al gaditano a mantener correspondencia e intercambio de plantas y semillas con Madrid.
Ha de saberse que la Expedición neogranadina cerró sus puertas sin que ninguno de sus miembros publicara una sola planta en Madrid. La oferta de Cavanilles incluía, claro está, la edición del trabajo, como lo habían hecho en sus días Linneo y sus discípulos con las colecciones remitidas por Mutis69. Todas estas realizaciones nos indican que la crisis española de finales del siglo XVIII y principios del siglo XK era de carácter político y económico, pero no científico, al menos en el campo de la botánica.
Todo indicaba que una vez finalizada la estadía de Zea en París, éste regresaría sin tardanza a ocupar la subdirección de la Expedición neogranadina. La suposición se mantuvo hasta que el criollo, camino de Santafé, fue notificado de su nombramiento, el 13 de enero de 1803, como segundo profesor, pero del Jardín Botánico del Prado, y de segundo redactor de los periódicos madrileños la Gaceta y él Mercurio. El gobierno le asignó una renta anual de veinticuatro mil reales por el ejercicio de estos cargos (Arias, 1973). La monarquía se mantenía inconmovible en la decisión de impedir el retorno de Zea al Nuevo Reyno.
La nominación revestía un inocultable carácter político, pues a pesar de sus merecimientos Zea se hallaba lejos de ser reconocido como figura descollante en el campo de la botánica. Se trataba de un arma de doble filo para el elegido; éste no despertaba las simpatías de los discípulos de Cavanilles, quienes le declararon una oposi-
69 El conjunto de las colecciones de Historia Natural que J. C. Mutis envió a Suecia fue catalogado por Amaya, 1992, Apéndice N° 2, pp. 478-683.
Una flora para el Nuevo Reino / 147
ción formidable mientras permaneció en el equipo de dirección del
Prado. Ha de saberse que Cavanilles no apoyó la candidatura del
antioqueño, a pesar o en razón de los lazos de amistad que a él lo unían
desde 1798. Por otra parte, la aceptación del cargo por Zea compro
metió el futuro del vínculo de éste con Mutis y con la Expedición Bo
tánica. Como subdirector, Zea podía aspirar a la dirección del Prado,
en modo alguno a la subdirección, ni siquiera a la dirección de la Ex
pedición neogranadina. Ascender era posible, y bajar de cargo, inde
coroso, y esto fue lo que comprendió y utilizó el gobierno español.
La noticia de que Zea no regresaría a Santafé puso al anciano
Mutis a punto de romper con aquél70. A partir de ahora el gaditano
quedaba bajo la subdirección de su antiguo discípulo, a quien se le
acordó, como se sabe, una asignación anual ampliamente superior
a la del maestro. Mutis y Zea nunca volvieron a cartearse. El nom
bramiento de Zea contribuyó más que otra cosa a alejar a la Expedi
ción neogranadina de su institución de tutela, el Prado de Madrid.
El gobierno español hacía gala de astucia política y, al mismo tiem
po, de una irritante cortedad de miras en lo relativo a política cultu
ral y científica. De un plumazo se echaron por la borda ocho años de
espera e inversión en dinero de Mutis, a quien no se le pidió con
cepto sobre el nombramiento.
La muerte repentina de Cavanilles en 1804, a la edad de 59 años,
determinó el nombramiento de Zea como director del Prado, el 25
de mayo de aquel año (Arias, 1973: 211), cargo en el que permane
ció hasta 1807, cuando abandonó Madrid para fugarse con las tropas
napoleónicas de las que era seguidor y agente.
70 J. I. de Pombo le comunicaba a J. C. Mutis la noticia del nombramiento de Zea como subdirector del Prado en los siguientes términos: "Me han asegurado que a Zea lo han destinado con un sueldo regular en el Jardín Botánico de Madrid [...], y por consiguiente ya no vendrá a este reino. Lo siento, pues además de la falta que hará a vuesamerced actualmente, ésta ser mayor después de sus días" (Cartagena, 10-VI-1810, en Hernández de Aba, 1968 & 1975, tomo 4: 108-109).
148 / José Antonio Amaya
El regreso de Sinforoso Mutis a Santafé se produjo en 1803. La
expectativa era que ahora sí el sobrino se consagraría a la edición de
la Flora de Bogotá. Pero no fue así, lo que vino a multiplicar los efec
tos catastróficos de los nombramientos de Zea. A Sinforoso se le
ocurrió un negocio más o menos confuso con las quinas del rey al
macenadas en Honda y puestas bajo la responsabilidad del tío71.
Mutis accedió, pues la propuesta se produjo en medio de los cre
cientes apuros económicos generados por la construcción del Ob
servatorio Astronómico en los jardines de la Expedición Botánica.
Ante la administración virreinal, Mutis encubrió la finalidad comer
cial del desplazamiento de Sinforoso con el ropaje de una expedi
ción científica a Cuba, en donde Sinforoso permaneció durante el
nada despreciable lapso de cinco años (1803-1808). Regresó en vís
peras de la muerte del tío, quien al permitir el desplazamiento del
sobrino dio muestras de una enorme incoherencia en materia de
política científica.
Conclusiones
Cuando se observa la preparación de la Flora de Bogotá durante el
cuarto de siglo que transcurre entre el establecimiento de la Expe
dición Botánica (1783) y la muerte de Mutis (1808), puede percibirse
el cambio de papel que se les asignó y que adoptaron efectivamente
las instancias colonial y metropolitana en la elaboración de esta obra.
La erección de la Expedición puso en evidencia un período de cre
ciente protagonismo virreinal, que corrió parejas con el desdibu-
jamiento y la casi desaparición del desempeño de la metrópoli, y que
se prolongó hasta la jubilación de Gómez Ortega en 1801. La pro
pensión autonomista de la Expedición fue estimulada desde Madrid,
71 Sobre las circunstancias del viaje de S. Mutis a Cuba véase el oficio de S. Rizo fechado en Santafé, 16-111-1810, en Hernández de Alba, 1986: 157-160.
Una flora para el Nuevo Reino / 149
a través de Gómez Ortega, quien dejó a Mutis en libertad para lle
var adelante su empresa. Luego se produjo un breve y fallido inten
to de centralización, promovido por Cavanilles desde la dirección del
Jardín Botánico del Prado (1801-1804), y uno de cuyos objetivos
consistió en integrar efectivamente la Expedición a la órbita de la
botánica madrileña. Finalmente se observa, de nuevo, una autono
mía casi absoluta de la colonia con respecto a su metrópoli, durante
el período que se extiende desde la muerte de Cavanilles en 1804
hasta la de Mutis.
Conforme a los planes del director de la Expedición, expresa
dos en 1783, serían las instancias madrileñas las que se encargarían
de coordinar la publicación de la Historia Natural del Nuevo Reyno.
Poco tiempo después se mostraba decidido a trabajar la parte cien
tífica de esta obra en la Nueva Granada, dejando los detalles técni
cos para ser ejecutados en España. En 1791 aseguraba que, incluso
estos detalles, serían adelantados por sus adjuntos, quienes viaja
rían a Madrid a ocuparse del grabado e impresión de la obra, mien
tras él en Santafé se ocuparía de la edición científica, no ya de una
Historia Natural que abrazase los reinos mineral, vegetal y animal,
sino únicamente de la Flora de Bogotá. En este nuevo esquema se
ignoraba por completo al Prado de Madrid.
De regreso a la capital en 1791, Mutis obtiene del virrey el nom
bramiento de cuatro colaboradores; desde 1784 había venido traba
jado sin adjunto científico. Quizá no se consultaron los nombramien
tos con las instancias científicas metropolitanas. Sea como fuere, a
través de la administración virreinal, la Corona continuaba auxiliando
a Mutis, a pesar de su tardanza en entregar la Flora de Bogotá, pro
metida para mediados del decenio de 1780. Como puede verse, la
autonomía de la Expedición también era tolerada y estimulada por
la autoridad política del virreinato.
Integraban el nuevo equipo jóvenes estudiantes universitarios
(abogados en ciernes en su mayoría), pertenecientes a la nobleza
criolla, y un cirujano de origen modesto, todos de condición civil.
150 / José Antonio Amaya
Mutis logró colocar a dos de sus sobrinos, aunque sólo uno perduró
en la Expedición, lo que puso en evidencia el fracaso relativo de su
estrategia enderezada a ubicar a sus tres sobrinos en los puestos
científicos más importantes del Nuevo Reyno. Se optó por no soli
citar asistencia científica de Madrid, a pesar de que todos los agre
gados necesitaban aprender el abecé de la botánica. El costo del nue
vo equipo se reducía a quinientos pesos anuales, cuando una plantilla
de cuatro naturalistas importados de la Península hubiera costado
no menos de cuatro mil pesos anuales.
Zea, el adjunto más cualificado, era el líder de los estudiantes.
En un artículo suyo aparecido en el periódico del virreinato evocó
las obligaciones de la monarquía con la educación de la nobleza
americana, y definió el compromiso de la intelectualidad criolla fren
te a la educación popular. Postulaba que la formación en la Nueva
Filosofía era la condición básica del novísimo concepto de ciudada
nía, además de ser un factor de incremento de la productividad en
la explotación de la naturaleza americana y en la producción de ri
queza para la patria neogranadina. ¿No fue acaso el nombramiento
de Zea un intento de desagravio frente al silenciamiento de que éste
fue víctima por sus opiniones políticas ? No hay que olvidar que el
criollo figuraba entre los fundadores del Arcano de la Filantropía
(1789) ni que, hacia 1791, era, con Sinforoso Mutis, uno de los ha
bituales de aquel círculo. Uno y otro encarnaban los ideales de la
Independencia de los Estados Unidos y los principios de la Revolu
ción Francesa.
La vida del equipo en Santafé fue breve, intermitente y obsta
culizada por motivos políticos y personales. Los logros botánicos al
canzados durante los años 1791-1794 fueron más bien modestos. No
podía ser de otra manera teniendo en cuenta la condición de ama
teur éclairé de su mentor. Los agregados trabajaron cada uno por
su cuenta y no se implicaron orgánicamente los unos con los otros,
ni con la preparación de la Flora de Bogotá, cuyos manuscritos pre
paratorios no les fue dado conocer en toda la vida de Mutis. El equi-
Una flora para el Nuevo Reino / 151
po no pudo consolidarse en Santafé. Aguiar quedó por fuera de la
Expedición antes de 1794, y motivos políticos condujeron a la prisión
de Zea y de Sinforoso, en Santafé y en Cádiz, desde 1794 hasta 1799.
Las acusaciones de alta traición a la Corona que pesaban sobre
Zea y sobre Sinforoso no fueron ápice para que el Primer Botánico
del Rey continuara en correspondencia y activa colaboración con
aquéllos. Esta colaboración se materializó en la compra de biblio
grafía, adquirida con la asesoría de naturalistas europeos. Zea pasó
a ser el principal proveedor de libros de la Expedición, durante los
años que corren entre 1796 y 1802, lo que significó una mayor auto
nomía para Mutis, quien dejó de depender de extranjeros en este
aspecto estratégico.
Zea y Sinforoso fueron trocando su deportación en viaje de estu
dios, con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metro
politanas, logrando ganar para la causa científica a Cabal y a Umaña.
La formación gaditana que adquirieron en historia natural se hallaba
inscrita en el programa del Colegio de Cirugía, centro universitario
con tradición de casi medio siglo, y que hacía contraste con aquella
impartida en Santafé, de carácter privado, con un alto ingrediente de
autodidaxia y dirigida a abogados en trance de formación. La deuda
de Sinforoso Mutis con España, en lo relativo a formación botánica,
es sin duda mayor que aquella que contrajo con su tío.
La presencia del equipo de Mutis en España, sin olvidar la de
Cabal y la de Umaña, apasionados de la Expedición de Santafé, vino
a reforzar la oposición del grupo de Cavanilles contra el de Gómez
Ortega. Zea adhiere a Cavanilles en 1798 en un momento en que la
controversia se aproximaba a su desenlace. La correspondencia de
Zea con Cavanilles llegó a ser más frecuente y copiosa que la de Mutis
con Cavanilles. Ha de notarse, sin embargo, que Zea se cuidó de
hacer público su rechazo a Gómez Ortega, mientras éste se sostuvo
en la dirección del Prado.
Zea y Sinforoso, junto con Cabal y Umaña, son liberados en 1799;
a los dos primeros se los restituye en sus empleos en la Expedición.
154/ José Antonio Amaya
hallaba fundado en un análisis realista de las condiciones científi
cas del virreinato, comparadas con las reinantes para entonces en la
península. Semejante argumento tampoco justificaba la negligen
cia para cultivar correspondencia e intercambio con la metrópoli,
desaprovechando posibilidades de edición y publicación inéditas
hasta entonces. Quizá el decano de los botánicos españoles no de
seaba aparecer como colector de su colega Cavanilles.
El interés de Mutis por sistematizar la Flora, aunque sincero,
no era parte esencial de su política científica. De hecho no supo apro
vechar el regreso de Sinforoso, optando por consentirle un viaje de
negocios de quina camuflado en una prolongada expedición cientí
fica a Cuba (1803-1808); así se perdieron cinco años preciosos para
el adelantamiento de la edición de la obra. Como se verá en la con
tinuación de este trabajo, la instrucción adquirida por Sinforoso en
España será un elemento básico en su desempeño como continua
dor de la Flora de Bogotá (1808-1816). Lo que resulta incompren
sible es que Mutis le hubiese dado prelación al beneficio económi
co sobre la producción científica.
Referencias
Archivos y colecciones
Biblioteca Nacional de Colombia (Santa Fe de Bogotá).
. Biblioteca Nacional de Colombia, Sala de Libros Raros y Cu
riosos, manuscritos.
Real Jardín Botánico de Madrid
. Fondo Documental de José Celestino Mutis y de la Real Ex
pedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada.
.Archivo del Iltmo. Sr. Dn. Antonio Joseph Cavanilles (AAJC),
Correspondencia Científica, Cartas de F. A. Zea, Legajo 24, Car
peta n§ 4.
Una flora para el Suevo Reino / 151
po no pudo consolidarse en Santafé. Aguiar quedó por fuera de la
Expedición antes de 1794, y motivos políticos condujeron a la prisión
de Zeay de Sinforoso, en Santafé y en Cádiz, desde 1794 hasta 1799.
Las acusaciones de alta traición a la Corona que pesaban sobre
Zea y sobre Sinforoso no fueron ápice para que el Primer Botánico
del Rey continuara en correspondencia y activa colaboración con
aquéllos. Esta colaboración se materializó en la compra de biblio
grafía, adquirida con la asesoría de naturalistas europeos. Zea pasó
a ser el principal proveedor de libros de la Expedición, durante los
años que corren entre 1796 y 1802, lo que significó una mayor auto
nomía para Mutis, quien dejó de depender de extranjeros en este
aspecto estratégico.
Zea y Sinforoso fueron trocando su deportación en viaje de estu
dios, con el apoyo de Mutis, de Cavanilles y de las autoridades metro
politanas, logrando ganar para la causa científica a Cabal y a Umaña.
La formación gaditana que adquirieron en historia natural se hallaba
inscrita en el programa del Colegio de Cirugía, centro universitario
con tradición de casi medio siglo, y que hacía contraste con aquella
impartida en Santafé, de carácter privado, con un alto ingrediente de
autodidaxia y dirigida a abogados en trance de formación. La deuda
de Sinforoso Mutis con España, en lo relativo a formación botánica,
es sin duda mayor que aquella que contrajo con su tío.
La presencia del equipo de Mutis en España, sin olvidar la de
Cabal y la de Umaña, apasionados de la Expedición de Santafé, vino
a reforzar la oposición del grupo de Cavanilles contra el de Gómez
Ortega. Zea adhiere a Cavanilles en 1798 en un momento en que la
controversia se aproximaba a su desenlace. La correspondencia de
Zea con Cavanilles llegó a ser más frecuente y copiosa que la de Mutis
con Cavanilles. Ha de notarse, sin embargo, que Zea se cuidó de
hacer público su rechazo a Gómez Ortega, mientras éste se sostuvo
en la dirección del Prado.
Zea y Sinforoso, junto con Cabal y Umaña, son liberados en 1799;
a los dos primeros se los restituye en sus empleos en la Expedición.
152/ José Antonio Amaya
Movido por el afán de contar con colaboradores idóneos para editar
los centenares de láminas y de plantas secas que seguían acumu
lándose en su gabinete, Mutis les sugiere a Zea y a Sinforoso per
manecer dos años en Madrid perfeccionando su formación botáni
ca al lado de Cavanilles. Después de una breve asesoría en Madrid,
Cavanilles opta, en 1800, por apoyar a Zea y a Cabal para que viajen
a París, con recomendaciones suyas para los naturalistas franceses,
y mediante el apoyo financiero del gobierno español; Umaña tam
bién se traslada a París. Cavanilles se inclinaba por la formación de
una escuela metropolitana con proyección en las colonias. Zea per
manece en París hasta 1802, perfeccionando su formación al lado de
A.-L. de Jussieu, con el fin de regresar a Santafé a ocuparse de la
edición de la Flora de Bogotá. En París, también actúa como agente
de Mutis en el comercio de las quinas de Santafé, realizando varias
operaciones cuyo monto no ha sido calculado con exactitud.
El nombramiento de Cavanilles como sucesor de Gómez Orte
ga hizo prever el inicio de una nueva época en las relaciones de la
Expedición Mutis con la botánica oficial metropolitana. Cavanilles
y el ministro Pedro Ceballos diseñaron una política centralista de
dimensiones imperiales para el establecimiento botánico madrile
ño. Durante los últimos treinta años, Mutis había venido operando
como un satélite suelto en la órbita botánica española. Sin el con
curso científico de Madrid, había logrado concebir y adelantar uno
de los proyectos botánicos más ambiciosos de su tiempo, dotando a
la Expedición con una biblioteca de historia natural que mereció ser
comparada con la de Joseph Banks, la mejor reputada del mundo de
entonces; con uno de los herbarios más ricos del mundo (20.000
ejemplares) y con una escuela de iconografía que había logrado pro
ducir la colección más importante de Occidente en la materia.
A principios del siglo XTX, Mutis tenía puesta la atención en va
rios frentes. Se empeñaba en continuar favoreciendo el incremento
de la iconografía, en particular la botánica, mientras estimulaba la
formación de criollos en Europa, con el fin de asegurar la sistema-
Una flora para el Suevo Reino I 153
tización de su Flora, tarea que él no podía asumir en razón de los
vacíos de su formación como naturalista y de los achaques de su edad.
Para encarar el desafío de la publicación, negoció una imprenta y se
aplicó a la conversión de algunos pintores en grabadores.
Estos eran precisamente los recursos que Cavanilles tenía al
alcance de la mano. La situación científica de la metrópoli se había
transformado radicalmente, con respecto a la coyuntura que había
presidido Gómez Ortega. Su formación y experiencia le permitían
a Cavanilles sistematizar en poco tiempo y con un éxito previsible
una obra como la Flora de Bogotá. Desde un punto de vista prácti
co, los artistas grabadores que trabajaban para los Anales de Histo
ria Natural podían asegurar la publicación de la obra, fuese por en
tregas en aquella revista o fuese de modo independiente. La crisis
española de finales del siglo XVIII y principios del XIX era de carácter
político y económico, en modo alguno de naturaleza científica, al
menos por lo que toca a la botánica. En pocas palabras, Cavanilles
reunía todas las condiciones para practicar con éxito una política
imperial. En su Proyecto de Reforma de la Expedición Botánica (Pa
rís, 1802), Zea se mostraba incondicional de los planes de Cavanilles,
aunque no pudo convertirse en agente de ellos en Santafé, en razón
de sus nombramientos como subdirector y luego como director del
Prado. Estos nombramientos pusieron en evidencia la incoherencia
de la Corona en materia de política científica con Santafé -recuér
dese que desde 1794 el gobierno se había desentendido por com
pleto del control sobre los avances de la Flora de Mutis. No era ima
ginable que la presencia de Zea frente al Prado coadyuvase al
mejoramiento de las relaciones entre Madrid y Santafé. Con estos
nombramientos, las autoridades políticas echaron por la borda al
menos ocho años de espera e inversión de Mutis, para no hablar de
los esfuerzos realizados por la propia Corona.
Mutis se resistió a integrarse a la política de Cavanilles, con la
convicción de que la Flora de Bogotá era una obra que debía editar
se y publicarse enteramente en el Nuevo Reyno. Este criterio no se
154 / José Antonio Amaya
hallaba fundado en un análisis realista de las condiciones científi
cas del virreinato, comparadas con las reinantes para entonces en la
península. Semejante argumento tampoco justificaba la negligen
cia para cultivar correspondencia e intercambio con la metrópoli,
desaprovechando posibilidades de edición y publicación inéditas
hasta entonces. Quizá el decano de los botánicos españoles no de
seaba aparecer como colector de su colega Cavanilles.
El interés de Mutis por sistematizar la Flora, aunque sincero,
no era parte esencial de su política científica. De hecho no supo apro
vechar el regreso de Sinforoso, optando por consentirle un viaje de
negocios de quina camuflado en una prolongada expedición cientí
fica a Cuba (1803-1808); así se perdieron cinco años preciosos para
el adelantamiento de la edición de la obra. Como se verá en la con
tinuación de este trabajo, la instrucción adquirida por Sinforoso en
España será un elemento básico en su desempeño como continua
dor de la Flora de Bogotá (1808-1816). Lo que resulta incompren
sible es que Mutis le hubiese dado prelación al beneficio económi
co sobre la producción científica.
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Nogaret, Jean-Pierre Clément, Bernard Vincent, Claude Sastre
y Jeanne Chenu. 805 p. ilus. Esta tesis presenta tres apéndices:
Apéndice N° 1: "Catalogue des descriptions et observations pour
la 'Flore de Bogotá' de don José Celestino Mutis, conservées au
Jardin Botanique de Madrid", pp. 376-477. Apéndice N° 2: "Ca
talogue General des Collections d'Histoire Naturelle envoyées
par don José Celestino Mutis en Suéde", pp. 478-683. Apéndice
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Parte II
Ciencia moderna: centros y periferias
Pablo R. Kreimer
¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?
La investigación científica, entre el universalismo y el contexto
Estudiar la ciencia: los pioneros
El estudio de la ciencia desde las perspectivas de las ciencias sociales,
si bien es relativamente reciente (si se lo compara con otros objetos
de estudio de las ciencias sociales), tiene ya varias décadas de desa
rrollo. En efecto, el campo de los estudios sociales de la ciencia reco
noce dos antecedentes fundamentales, ambos en la misma época: por
un lado, los trabajos de inspiración funcionalista y normativa formu
lados originalmente por Merton, en Estados Unidos, a partir de los años
cuarenta y cincuenta -algunos años más tarde de lo que había sido su
primera incursión en la temática: la publicación de su tesis doctoral, a
finales de los años treinta, y que tuvo el doble mérito de poner por pri
mera vez en relación los términos "ciencia, tecnología y sociedad", en
su caso, en el análisis de estas relaciones en la Inglaterra del siglo XVII.
La otra vertiente que problematizó tempranamente estos temas
fue la que surgió del planteo de los "grandes problemas" señalados
en la relación ciencia-sociedad y sobre todo en la relación ciencia-po
lítica, por el cristalógrafo, historiador y militante marxista John Bernal
en Inglaterra, curiosamente en los mismos años en que Merton co
menzaba sus trabajos en Estados Unidos. En 1939, Bernal publica La
función social de la ciencia, en donde analiza polémicamente lo que
hoy llamaríamos la apropiación diferenciada (bajo el imperio de la
sociedad capitalista) del conocimiento científico producido por inves
tigadores y técnicos.
164 / Pablo R. Kreimer
Tanto Merton como Bernal aportaron una preocupación funda
mental para las ciencias sociales: comprender la ciencia como un
producto de las sociedades modernas, consecuencia de interacciones
sociales; productora y transformadora, a su vez, de las sociedades
en las cuales la investigación científica se despliega. Si bien los ho
rizontes teóricos que inspiraron los trabajos de uno y otro diferían
notablemente, y cada uno de ellos centraba su preocupación sobre
diferentes aspectos del problema, resulta interesante notar que
ambos autores tenían una percepción similar de la racionalidad que
gobernaba al conjunto de la comunidad científica. Así, mientras
Merton dirigió su esfuerzo a la descripción y al análisis de las nor
mas que rigen las relaciones entre los científicos, y que componen
lo que él llamó el ethos de la ciencia, Bernal se interesó por los efec
tos de la ciencia como conjunto (como producto, como medio de
producción) sobre la sociedad que se la apropia. El problema, para
Bernal, no se halla en los procesos de producción de conocimientos
ni en las relaciones entre los científicos, ya que este espacio repre
senta para él un conjunto de relaciones en las cuales es la racionali
dad lo que predomina; es en la apropiación que hacen de esos tra
bajos las clases sociales dominantes donde se encuentra el problema.
En ambos esquemas de pensamiento, por lo tanto, el proceso
"real" de producción de conocimientos aparecía como un tema que
no era, en sí mismo, problemático. Se aceptaba que dicho proceso
es necesariamente "social", en la medida en que se desarrolla en el
marco de instituciones sociales, pero en el interior de los espacios
reales de producción de conocimientos -los laboratorios, los obser
vatorios, el terreno mismo- las relaciones que gobiernan están des
pojadas de los intereses (soberanía de la irracionalidad), y los suje
tos parecen limitarse a la correcta aplicación del "método" científico.
De hecho, es con estas palabras que Merton establece la divisoria
de aguas: "se trata de incursionar en la sociología, y no en la meto
dología", puesto que esta última (la producción de conocimiento
como producto de la correcta aplicación de un método) debe ser
¿Lna modernidad periférica? / 165
estudiada por otras disciplinas, como la epistemología o la historia
-internalista- de la ciencia.
De este modo, y mientras estos dos modelos teóricos fundado
res mantuvieron su dominio, se fue construyendo lo que un núme
ro creciente de investigadores denominó la caja negra de la cien
cia, es decir, todo aquello que ocurre desde que se administran (y
se otorgan) recursos que se emplean para la investigación científi
ca hasta que se publican resultados (verdaderos, cabe aclarar). En
este esquema blackboxista, según la célebre definición de Richard
Whitley1, son dejados de lado todos aquellos aspectos que se refie
ren a los procesos que ocurren "intramuros" y que dan cuenta de
cómo el conocimiento es producido y validado. Quedan fuera del
análisis, además, todos aquellos procesos cuya conclusión no da
como resultado la obtención de conocimiento "certificado", pues
to que lo que se imponía era un análisis ex-post de las prácticas cien
tíficas2.
Las nuevas corrientes
Desde los años setenta, estos estudios conocieron una transforma
ción fundamental: como consecuencia de las lecturas sociológicas
de la obra de Kuhn3, los investigadores en ciencias sociales (soció
logos, antropólogos, historiadores) comenzaron a centrar su pers
pectiva en los aspectos de las prácticas reales de los científicos en
sus lugares de trabajo.
1 Ver Whitley (1972). 2 Latour (1989) muestra a la ciencia "hecha" como contraparte de la ciencia "haciéndo
se": ambas son las dos caras de Jano, anciana la primera, joven la segunda. 1 Es necesario remarcar, para evitar posibles malos entendidos, que me refiero a la lectu
ra de la obra de Kuhn y no necesariamente a sus formulaciones stricto sensu. En efecto, el concepto de paradigma fundamenta parte de su riqueza en su polisemia, lo cual ha permitido que diversos grupos de lectores encuentren allí las justificaciones que mejor se adecúan a sus propósitos cognitivos.
166 / Pablo R. Kreimer
Se produjo así un doble viraje: del análisis de los aspectos norma
tivos, e incluso morales o políticos de los científicos, se pasó al estu
dio de las relaciones sociales concretas. Postular que la ciencia es, fun
damentalmente, relaciones sociales, puede hoy parecer banal, pero no
lo era en la época dominada por los modelos de análisis que descri
bíamos más arriba. Así, de los estudios acerca de la "ciencia hecha"
se postuló que debía formularse una crítica de la ciencia "mientras
se hace". Y, por otra parte, de los procesos relativos a la ciencia anali
zados en el nivel macro se pasó a un nivel micro mucho más acotado:
luego de que algunos investigadores (entre los que sobresale Harry
Collins) se dedicaran al estudio de las controversias, como aquel
momento privilegiado para observar la formación (sociocognitiva) de
consensos, se llegó al estudio de las unidades más pequeñas en las
cuales el conocimiento era producido, en particular, el nivel de los
laboratorios e institutos de investigación. Es el proceso que se cono
ce como la emergencia de una nueva sociología del conocimiento cien
tífico (en contraposición con un mero estudio de los científicos), o
del giro cognitivista en los estudios sociales de la ciencia.
El paso fundamental que las lecturas sociológicas de la obra de
Kuhn permitieron dar se organiza alrededor de varias claves, una de
las cuales es, sin dudas, el concepto de paradigma. El punto funda
mental que permitió la emergencia de nuevas perspectivas se centró
en la interpretación (polisémica) del paradigma como aquello que es
establecido y legitimado a través de dispositivos que son, a la vez e
indisociablemente, sociales y cognitivos. La comunidad científica
sería, así, el colectivo de actores sociales que legitiman el conocimiento
que será aceptado como consecuencia del imperio de los consensos a
los que se ha llegado en un momento histórico determinado. Dos de
los autores más representativos de las nuevas corrientes, Bruno Latour
y Michel Callón, lo señalan en un pasaje que vale la pena citar entero,
y cuyo título -por demás elocuente- es "Al fin llegó Thomas Kuhn":
Hay obras que tienen la virtud de juntar, en algunos concep
tos bien elegidos, modos de análisis y problemáticas que todo
¿Una modernidad periférica? / 167
parecía tornar incompatibles. Es el tour de forcé del libro de
Thomas Kuhn [...] que propone una síntesis que parecía impro
bable y que se sostiene en un término mágico, portador de todas
las ambigüedades, el de paradigma.
Primera síntesis lograda por Kuhn, aquella que vuelve com
patibles la explicación por las estructuras de pensamiento y la ex
plicación por las estructuras sociales, que reunifica las dos tras
cendencias. Esta unificación parecía tan difícil como la aparición,
en un Torneo de Grand Slam, de un jugador capaz de jugar desde
el fondo de la cancha y de subir a la red, de estar tan cómodo so
bre el césped de Wimbledon como sobre el polvo de ladrillo de
Roland Garros. Cuando uno lee La estructura de las revoluciones
científicas, uno se pregunta qué prejuicio había podido volver esas
tesis antagónicas. Para hacerlas compatibles, basta decidir que
todo grupo tiene una doble existencia: social y cognitiva. La ma
gia un poco molesta de la palabra "paradigma" se sostiene en esta
doble significación: designa una cierta manera de concebir y de
percibir el mundo, arbitraria, coherente e irreductible a toda otra
manera, pero también una organización social con sus reglas, sus
formas de solidaridad propias. ¿Por qué haber separado durante
tanto tiempo lo social y lo cognitivo? Los dos son indisociables, y
el grupo no podría definirse si no es a través de las concepciones
del mundo que sus miembros comparten y que estructuran los
conocimientos que aquél produce; a cambio, sin los mecanismos
sociales de integración, de aprendizaje, de transmisión de la ma
triz cultural, ésta desaparecería y no tendría ninguna consisten
cia. Con esta solución, todo se vuelve inextricablemente sociocog-
nitivo: los argumentos, las pruebas, los problemas de investigación
no pueden ser separados del juego social del cual son parte sus
tantiva. No sirve de nada distinguir las dos dimensiones. La cien
cia es heterogénea4.
M. Callón y B. Latour (1991), pp. 17-18.
168 / Pablo R. Kreimer
Las lecturas que los sociólogos e historiadores hicieron de la obra
de Kuhn operó como una verdadera "llave" para abrir la puerta que
permitió investigar, sistemáticamente, la producción de conocimien
to científico, tomando en cuenta los contenidos implicados en dicha
producción y, especialmente, en su lugar específico de producción,
los laboratorios.
Es como consecuencia de este cambio radical de enfoque que, a
partir de los años setenta^, se comienza a postular un "nuevo pro
grama" para la sociología del conocimiento. El primero en formu
larlo fue David Bloor, quien en su libro Knowledge and Social Ima-
gery, de 1976, postula los hoy famosos cuatro principios del programa
fuerte {Strong Program): causalidad, simetría, imparcialidad y re
flexividad.
A decir verdad, los trabajos posteriores al programa fuerte no
siguieron al pie de la letra los cuatro postulados, sino que fueron en-
fatizando, en particular, en algunos de los principios y dejando de
lado los otros. Así, el "programa empírico del relativismo", postula
do por Harry Collins (de la Universidad de Bath), hace hincapié en
el problema de la imparcialidad en el análisis sociológico de las con
troversias científicas, en particular acerca de la ruptura y de la pos
terior reconstrucción de consensos en ámbitos particulares de la
investigación científica. Barry Barnes (quien, como Bloor, trabaja en
Edimburgo) se preocupa en particular por el principio de causalidad,
y desarrolla su explicación de la producción del conocimiento en don
de predomina la noción de intereses, naturalmente contrapuesta a
la de racionalidad. Steve Woolgar, por su parte, desarrolla la mayor
parte de su trabajo intentando poner en práctica el principio de refle-
5 Como punto de referencia se pueden tomar algunos textos "fundacionales": King (1971) y Whitley (1972), quienes avanzan en la superación del paradigma mertoniano imperante y sobre todo en la apertura de la "caja negra" del conocimiento científico. Por otro lado, un artículo de Bloor de 1973 y, particularmente su libro de 1976, sientan las bases de un nuevo programa de investigación.
¿Una modernidad periférica? / 169
xividad en los estudios de la ciencia. Y los trabajos posteriores de
Bruno Latour y de Michel Callón trabajan sobre una extensión ra
dical de la idea de simetría, en donde, según estos autores, no se trata
ya sólo de establecer una explicación simétrica entre factores "so
ciales" y factores "del mundo natural" en la producción de conoci
miento (tal como había sido originalmente formulado por Bloor),
sino que se pretende abolir la distinción misma entre lo natural y lo
social en toda explicación acerca del conocimiento científico, pues
to que consideran que todos los objetos son -y deben ser conside
rados— híbridos de naturaleza y de cultura.
De un modo paralelo con esta producción teórica, estas corrien
tes han desarrollado -y este aspecto constituye tal vez la mayor fuente
de interés- una gran cantidad de investigaciones empíricas acerca
de los procesos de producción de conocimiento. Este conjunto de
trabajos, en donde los investigadores en ciencias sociales lograron
franquear las barreras de los laboratorios y otros terrenos en los
cuales la investigación científica se desarrolla (observatorios, hos
pitales, empresas, redes, etc.), tienen la ventaja de haber construi
do una nueva "biblioteca" en dónde buscar fragmentos de procesos
y relaciones sociales que se nos presentaban como espacios vírge
nes e inexplorados unos años atrás.
Las críticas y las nuevas propuestas
Son numerosas las críticas que la nueva sociología de la ciencia ha
venido recibiendo en los últimos años y, gracias a los cuestionamien
tos y a una nueva dinámica, los estudios han ido avanzando y diversi
ficándose, tanto en la formulación teórica como en la indagación
empírica. Sin embargo, numerosos problemas se nos presentan hoy
a quienes pretendemos avanzar en una mejor comprensión de los
procesos sociales de producción de conocimiento científico. En efec
to (y podríamos agregar, afortunadamente), nuevos desafíos pare
cen plantearse para los estudios sociales de la ciencia a casi cincuenta
170 / Pablo R. Kreimer
años de sus primeros trabajos pioneros. A modo de resumen de las
críticas que se les pueden dirigir a estas corrientes querría avanzar
que, desde mi perspectiva, la mayor parte de los autores inscritos
en ellas han desarrollado un conjunto de herramientas conceptua
les de gran interés para la comprensión del objeto. Sin embargo, en
ese mismo movimiento, fueron dejando de lado categorías de análi
sis que podríamos considerar como "clásicas" en las ciencias sociales
y que, lejos de presentarse como agotadas, podrían ser hoy recupe
radas y fortalecidas a la luz de los numerosos estudios empíricos que
ampliaron nuestro conocimiento sobre el problema6. Intento presen
tar brevemente algunos de los problemas actuales en la investiga
ción social de la ciencia, para presentar luego algunas estrategias
posibles para su abordaje.
Se nos presenta hoy, en la comprensión social de la ciencia, un
primer problema que, stricto sensu, no es privilegio de este tipo de
estudios, sino que puede extenderse como una antigua pretensión
del conjunto de las ciencias sociales: ¿cómo dar cuenta, al mismo
tiempo, de los macroprocesos y de las prácticas observables a nivel
micro, de modo que ambos niveles no aparezcan desvinculados en
tre sí? Y, por otro lado, ¿cómo vincular, desde una perspectiva histó
rica, el largo -o mediano- plazo y el acontecimiento?
Segundo problema que surgió con la "nueva ola" de estudios
empíricos desarrollados desde los años setenta: desde un universa
lismo postulado como "dogma central" de la ciencia, tanto desde el
discurso de los propios científicos como desde los modelos norma
tivos antes aludidos, se postuló la causación social de la producción
de conocimiento. En este sentido, ya no se pensaba que la ciencia
6 Diversos estudios se han publicado en los últimos años para el mundo hispanoamericano. Para una exposición de la "nueva sociología del conocimiento", se pueden consultar Vessuri (1994), Prego (1992) y el completo trabajo de Lamo de Espinosa y Cristóbal Torres (1995). Un análisis en profundidad de las críticas a los nuevos modelos interpretativos se puede leer en Kreimer (1997a).
¿Una modernidad periférica? / 171
era una actividad que podía desarrollarse en cualquier contexto so
cial, sino que su ocurrencia no es independiente del conjunto de re
laciones (internas y externas) del marco socioinstitucional en el cual
se produce. De modo que llegamos al segundo nudo conceptual para
el estudio de las prácticas científicas: ¿cuál es el peso particular de
los determinantes generales que implican a la ciencia como una ac
tividad universalizada? Y, recíprocamente, ¿cuál es el peso que tie
nen las determinaciones de un contexto social, político, institucional,
económico, cultural, particular?
En tercer lugar, ¿cómo relacionar ambos niveles del análisis?, es
decir, ¿cómo estudiar los aspectos micro y los aspectos macro de las
prácticas de la investigación científica, de sus productos -el cono
cimiento-y de las relaciones con una sociedad en particular, tanto en
los aspectos universales como contextúales? Éste es el desafío que se
le plantea hoy a los estudios sociales de la ciencia y, bien mirado, no
es completamente diferente de problemas similares que otros inves
tigadores sociales pueden encontrar en la construcción y el aborda
je de sus propios objetos.
Para hacer más complejo este marco analítico, agregaré que la
ciencia puede ser (y ha sido) entendida además como un sistema
de creencias, en el doble sentido que le da De Ipola en un libro re
ciente7: la creencia como confianza acordada, y la creencia como sis
tema de ideas (como ideología), las dos dimensiones que surgen de
la expresión "creer en". Ambas están, naturalmente, presentes en
el universo de la ciencia y de las prácticas científicas.
Resumiré brevemente la propuesta que quisiera formular en
estas líneas y que, en su mayor parte, es consecuencia de un estu
dio sociológico comparativo, realizado en tres laboratorios de biolo
gía molecular ubicados respectivamente en Inglaterra, Francia y
Argentina.
De Ipola (1997). Ver, en particular, el estudio introductorio.
172 / Pablo R. Kreimer
1. En primer lugar, propongo como un articulador de buena parte
de los problemas reseñados antes el concepto de tradición científi
ca. Renuncio de antemano a la idea de ofrecer una definición unívoca
del concepto de tradición, puesto que éste, como el de cultura (del
cual es naturalmente deudor), acepta tantas definiciones como
abordajes y problemas puedan postularse. Diré, por el contrario, que
en su polisemia (y en este sentido podría trazarse un paralelo con el
concepto de paradigma) reside buena parte de su fuerza explicati
va. Naturalmente, la idea de trabajar sobre las tradiciones científi
cas no es nueva. En un excelente artículo pionero publicado en 1970
(y que fue luego injustamente olvidado), M. D. King hacía referen
cia, en una particular lectura de Kuhn, a que éste dejaba entrever
que la ciencia está gobernada por tradiciones concretas de investi
gación, por "leyes de vida", más que por reglas, valores o esencias
abstractos. Aunque muchas veces se ha opuesto "tradición" a "ra
cionalidad", en una lectura crítica podemos afirmar que, finalmente,
más que racionalidad, lo que la ciencia instituye son " racionalidades",
lógicas apropiadas a determinados contextos y, si avanzamos en esta
dirección, podemos suponer con razón que estas racionalidades son,
finalmente, un componente más de las tradiciones, de esas "leyes
de vida".
2. La definición que propongo de las tradiciones científicas es,
por el contrario, aquella que remite a las dimensiones que compone
cada una de ellas, y que habrán de ser consideradas para su estudio:
se trata de identificar cada una de ellas e intentar comprenderlas y
explicarlas.
3. El concepto de tradición científica es aquello que se pone en
juego en las relaciones interpersonales entre las diferentes genera
ciones de científicos. En este sentido, las relaciones entre maestros
y discípulos ocupan el centro de la escena. Así, el estudio de las tra
diciones, entendidas de esta manera, nos remite a largo plazo a la
construcción de sistemas colectivos de identificación que trascien
den el alcance de una simple cohorte de investigadores.
¿Una modernidad periférica? / 173
4. Hay una característica particular de la investigación científica:
sus prácticas se producen en dos niveles que, aunque diferentes para
la comprensión analítica, son indisociables en la práctica: el nivel de
lo social, de las relaciones sociales, y el nivel de lo cognitivo, de la pro
ducción de conocimiento. Por lo tanto, entendemos a las tradiciones
científicas como la construcción de aquellos espacios de producción
simbólica y material en los cuales se ponen en juego, se construyen y
reconstruyen los procesos cognitivos y los procesos sociales.
Expondré brevemente algunas de las dimensiones que consti
tuyen el "nudo" de las tradiciones científicas:
a) En primer lugar, como ya señalamos, un conjunto de identi
ficaciones culturales. En este sentido, el proceso de formación de
investigadores resulta crucial: aquellos laboratorios en los cuales los
investigadores han dado sus primeros pasos en el campo de la in
vestigación científica operan como verdaderas "marcas de fábrica"
en lo que respecta a la concepción que se tiene de la práctica cien
tífica, y remiten, en cierto modo, a lo que Polanyi (1966) ha denomi
nado como el "conocimiento tácito".
b) En segundo lugar, este concepto nos permite recuperar un con
junto de categorías de análisis de las ciencias sociales que están pre
sentes en los procesos de investigación científica: formas de organi
zación, jerarquías, relaciones de poder, posicionamiento respecto del
resto de la comunidad científica, red de relaciones internacionales,
preocupaciones temáticas, posicionamiento político, relaciones con
contextos institucionales, la concepción del uso de lo técnico en la
investigación científica, relaciones entre científicos y técnicos. Cada
una de estas dimensiones de la tradición (que son, strícto sensu, va
riables que explican las prácticas científicas) se va construyendo, ade
más, en espacios de interrelaciones sociales que exceden el marco
estricto de las paredes de los laboratorios, aunque uno pueda leer allí
{intra muros) todo este sistema de relaciones y de representaciones.
c) Algunos ejemplos: en un laboratorio inglés, John Bernal (que
además de ser un historiador de la ciencia era, sobre todo, un desta-
174 / Pablo R. Kreimer
cado cristalógrafo, formador de una generación entera de brillantes
discípulos) hacia los años cuarenta había incorporado el uso de cier
tos aparatos de cálculo por computadora, que eran revolucionarios para
la época, no sólo porque los investigadores no estaban habituados a
su uso, sino porque estos aparatos eran vistos como "excéntricos" para
la investigación en biología, en particular en la determinación de las
estructuras de las proteínas. Dos décadas más tarde, su discípula
Dorothy Hodgkin utilizó las grandes computadoras que había aban
donado la armada inglesa luego de la Segunda Guerra Mundial para
hacer cálculos de estructuras tridimensionales de proteínas que hu
bieran llevado varias décadas si hubieran sido realizados en forma
manual. Fue gracias a esas investigaciones que recibió el premio Nobel
años más tarde. Su discípulo y actual sucesor al frente del laboratorio
ha construido hoy un laboratorio "virtual", en donde los modelos de
estructuras de las proteínas no se obtienen en los laboratorios me
diante la difracción a través de rayos X, sino que se modelan a través
de complejos programas de computación, interconectados en red entre
todos los investigadores del laboratorio. Además, producen y venden
software a laboratorios públicos y a instituciones privadas. Se pueden
rastrear allí los elementos articuladores de una tradición que no se
limita a ello (a un particular uso de lo técnico), sino que se remonta al
conjunto de identificaciones interculturales entre las tres generacio
nes analizadas8.
d) Un ejemplo latinoamericano: en el laboratorio argentino se
"construyó", desde los años setenta, una cierta tradición en biolo
gía molecular. Uno podría pensar que esto implica, de hecho, un
quiebre con la tradición biomédica en Argentina, a la cual se adscri
be en forma emblemática el director del laboratorio, fundada en gran
medida por Houssay y la fisiología, y continuada por Leloir. Éste, a
su vez, en otra ruptura, desarrolló la investigación bioquímica en el
país, tradición particular en la cual se reconoce el laboratorio al cual
Ver Kreimer (1997a), cap. 6.
¿Una modernidad periférica? /175
me refiero. Sin embargo, el estudio del desarrollo de la biología
molecular resulta indisociable de dicha tradición: un componente
central de ella ha sido el compromiso, largamente expresado por los
diferentes exponentes de ella, con el desarrollo de una ciencia "de
excelencia", pero localizada en Argentina. Esta expresión, que po
dría parecer banal, no lo es. Veamos la primer parte de ella: hacer
ciencia de excelencia significa hacer ciencia (producir conocimien
tos) de un modo particular, es decir, del modo sancionado por los
parámetros de excelencia establecidos por la comunidad científica
internacional. En segundo lugar, elegir temas de investigación (y éste
es un tema central) que sean evaluados como relevantes por esa mis
ma comunidad internacional. Dejamos para la segunda parte el aná
lisis de las profundas implicaciones que tienen estas afirmaciones
en un contexto de lo que se puede llamar ciencia periférica o, como
lo ha denominado un historiador peruano, la excelencia científica en
la periferia. Pero pasemos al segundo término del problema: hacer
ciencia en Argentina. Y esto implica una toma de posición particu
lar, no necesariamente alineada con la primera, porque el hacer cien
cia en Argentina, más allá de la declaración patriótica que esta afir
mación puede acarrear, podría tener (según como se interpretara)
consecuencias importantes desde el punto de vista de la elección de
los temas de investigación, de la organización del laboratorio, del uso
de los recursos disponibles y, last but not least, del uso que Argenti
na puede hacer de los conocimientos allí producidos.
En consecuencia, hemos pretendido mostrar cómo, a través del
despliegue de las diferentes dimensiones que conforman una tra
dición científica, es posible recuperar algunas categorías de análisis
de las ciencias sociales, que ninguna razón válida podría haber he
cho descartar, puesto que los problemas a los cuales dichas catego
rías aludían siguen hoy tan presentes como varias décadas atrás.
Agregaremos, para finalizar esta parte, un problema al cual no po
demos pretender escapar. Me refiero a la propia ciencia como aquel
objeto particular del conocimiento social, diferente de todo otro
176 / Pablo R. Kreimer
objeto de las ciencias sociales. En la medida en que uno suponga
que las actividades de los científicos pueden resumirse en la "bús
queda de la verdad", entonces no existiría ningún punto de contac
to entre los estudios de la ciencia y los de otros grupos de la socie
dad. Sin embargo, en la medida en que uno considere (siguiendo,
por ejemplo, a De Ipola) que la ciencia, como toda otra práctica so
cial, se basa en la institución de un sistema de creencias, entonces
las categorías del análisis social serán pertinentes para el estudio de
las prácticas científicas.
Podría argüirse con razón que el hecho de considerar las dife
rentes dimensiones de las creencias que fundamentan las prácticas
científicas nada dice acerca del estatus de dichas creencias. Es allí,
precisamente, donde pretendemos distinguirnos de los estudios de
sarrollados bajo los principios (o alguno de ellos) del programa fuer
te, puesto que si bien es cierto que las prácticas de producción de
conocimientos pueden ser estudiadas como cualquier otra práctica
social, ello no invalida nuestra capacidad para reconocer los aspec
tos específicos del conocimiento, entendido como elproducto de los
procesos sociales involucrados en la investigación científica. Yes ne
cesario establecer allí un límite significativo en lo que respecta a los
contenidos de dicho conocimiento, puesto que los procesos por los
cuales aquél se construye implican, en última instancia, un "núcleo
duro" de alto contenido técnico, cuya explicación nos remitiría al es
tablecimiento de relaciones causales altamente riesgosas o, en el
peor de los casos, directamente impertinentes. De hecho, las com
petencias de las ciencias sociales han sido desarrolladas para la com
prensión de los actores (individuales y colectivos) y las relaciones
que ellos establecen, así como los productos de dichas relaciones.
Pero pretender inferir de allí explicaciones acerca del contenido
"duro" del producto de dichas interacciones, cuando se desconoce
el alto contenido técnico que aquél implica, puede llevar a (por lo
menos) exageraciones difíciles de sostener.
¿Una modernidad periférica? / 177
La dimensión periférica
¿Cómo medir, cómo estudiar, los elementos presentes en las prác
ticas científicas que nos permiten hablar de una "ciencia periférica" ?
Más allá de los condicionantes de tipo general expuestos en la pri
mera parte de este artículo, numerosos aspectos de la investigación
científica que dan cuenta de esta condición pueden -y deben- ser
investigados a partir del estudio de las prácticas concretas de los
científicos y técnicos en sus lugares de trabajo. Por ello, buena par
te de las reflexiones que comporta esta sección son el producto del
trabajo de campo que mencionamos, realizado en tres laboratorios
de biología molecular, ubicados en Londres, París y Buenos Aires9.
Hemos dicho que la ciencia, según es entendida tanto por cier
ta epistemología "clásica" como por la sociología de la ciencia de ins
piración mertoniana, se define, entre otros aspectos, por la univer
salidad de sus prácticas, de sus objetos, de sus métodos y por la
aplicabilidad universal de los conocimientos por ella producidos.
Desde el punto de vista de los autores más lúcidos que sostienen
esta perspectiva10, el contexto social en el cual se desarrollan dichas
prácticas ejerce, por cierto, una influencia sobre las prácticas cien
tíficas. Pero difícilmente se puede reconocer que el contexto social,
es decir, el conjunto de variables socioinstitucionales en las cuales
el conocimiento es producido, así como la organización propia de la
actividad científica, ejercen una influencia decisiva sobre el conte
nido de los conocimientos producidos11.
9 Kreimer (1997a), en particular, capítulos V al VIII. 10 Entre los cuales cabe mencionar a Merton mismo (1973) o aBenDavid (1969) entre los más representativos de las corrientes sociológicas, y a un autor como Polanyi (1966) desde el punto de vista epistemológico. Naturalmente, otro autor que comparte este enfoque, aunque con matices muy particulares, ha sido Kuhn (1970, 1977). 11 El siempre controvertido Mario Bunge (1993) hace un análisis simplista del problema, resumiendo sus componentes centrales según se postule un relativismo moderado (que acepta que existe cierta influencia de los factores sociocontextuales en la producción de
178/ Pablo R. Kreimer
Como hemos señalado, desde las corrientes que se han desarro
llado de un modo más reciente, en especial aquellas que surgen lue
go de que David Bloor enunciara los "cuatro principios" del progra
ma fuerte11, la determinación social del contenido del conocimiento13
ha sido un eje fundamental de la investigación. En este sentido, pare
ce evidente que diferentes orígenes sociales, en cuanto al contexto par
ticular en el cual se desarrollan las prácticas científicas, habrán de
determinar ciertos y determinados productos de conocimiento. Esto
se explica con mucha mayor razón como consecuencia de que han sido
precisamente estos autores quienes han pretendido penetrar en la
"caja negra"14 del conocimiento científico, a través de un importante
conjunto de investigaciones empíricas en los lugares en los cuales el
conocimiento era producido. Probablemente, el estudio más conoci
do sea el de Bruno Latour, publicado junto con Steve Woolgar, con el
título La vida de laboratorio.
Sin embargo, en ninguno de estos casos se consideraron espa
cios de producción de conocimiento que pertenecieran a contextos
alejados de lo que comúnmente se denomina mainstream science, o
"ciencia central", producida mayormente en los laboratorios de Eu
ropa occidental y de Estados Unidos. En efecto, la casi totalidad de
los llamados estudios de laboratorio han sido desarrollados no sólo
en países con tradiciones centrales en cuanto a sus sistemas de in
vestigación, sino también que los laboratorios mismos que han sido
conocimiento) y un relativismo radical, que supone que dicho contexto resulta fundamental para la determinación del contenido del conocimiento producido. 12 Ver, en especial, Bloor (1973 y, sobre todo, 1976). 13 Ver, por ejemplo, el conocido "enfoque de los intereses" desarrollado por Barry Barnes (1974). 14 Se trata de un concepto propuesto, para su uso en la sociología de la ciencia, originalmente por Richard Whitley (1972), y que ha sido luego utilizado por la mayor parte de las corrientes "postkuhnianas" en esta disciplina. Alude, en líneas generales, al carácter "oscuro" o "misterioso" del contenido mismo de la producción del conocimiento científico o, en otras palabras, a las especificidades técnicas propias del conocimiento científico que escapaban, hasta entonces, a la comprensión del sociólogo.
¿Una modernidad periférica? / 179
objeto de estudio pertenecen a los grupos más relevantes en dichos
contextos15. En el trabajo empírico que citamos más arriba, resulta
particularmente interesante notar que la dimensión periférica sur
gió, en el caso del estudio del laboratorio argentino, luego de que el
autor hubiera realizado investigaciones paralelas en Francia y en In
glaterra.
Una discusión, sin embargo, parecería abrirse cuando Marcos
Cueto -posiblemente el autor que, junto con Hebe Vessuri, más ha
trabajado las dimensiones de la ciencia en un contexto periférico,
en referencia a América Latina- establece la distinción entre "cien
cia periférica" y "ciencia en la periferia". La segunda de las acep
ciones parece hacer más bien referencia al contexto nacional en el
cual tienen lugar las prácticas científicas y, sobre todo,
[...] resaltar que no toda la ciencia de los países atrasados es
marginal al acervo del conocimiento y que el trabajo científico
tiene en estos países sus propias reglas que deben ser entendi
das no como síntomas de atraso o de modernidad, sino como parte
de su propia cultura y de las interacciones con la ciencia interna
cional16.
Cueto enfatiza, en esta definición, en el hecho de que la distin
ción es útil para la historia de la ciencia, "porque es necesario re
cordar que la presente distancia que existe entre la ciencia de los
países desarrollados y la de algunos países subdesarrollados, no fue
tan amplia en el pasado, y que más bien esta separación ha tendido
a crecer en los últimos cuarenta años"17.
15 Sólo como ejemplo, se puede mencionar que los estudios de Latour (1979), Lynch (1985) y Karin Knorr-Cetina (1982), han sido elaborados a partir de la observación en sendos laboratorios "de excelencia" situados en California. 16 M. Cueto (1989), p.28. 17 Ibid.,p.29.
180/ Pablo R. Kreimer
La toma de posición de Cueto está, sin dudas, bien fundamen
tada. En especial, como él mismo lo admite, desde el punto de vista
de la historia de la ciencia. Sin embargo, en la medida en que uno
comienza a organizar esa misma historia a través de la construcción
de verdaderas tradiciones que se establecen y transmiten como un
conjunto de representaciones culturales -al mismo tiempo e indiso-
ciablemente sociales y cognitivas-, es posible argumentar que, aun
lo que Cueto denomina excelencia científica en la periferia, es decir,
aquellas prácticas científicas que han dado lugar a productos que
obtuvieron un importante reconocimiento de parte de la comuni
dad científica internacional, aun en aquellos casos, decimos, es po
sible rastrear las particulares condiciones de periferialidad presen
tes en dichas prácticas. Si podemos demostrar que esto es así, la
distinción aludida carecería de sustento, al menos para la indaga
ción sociológica acerca de las condiciones y particularidades socia
les y político-institucionales y la producción de determinados pro
ductos del conocimiento.
Analicemos brevemente las dimensiones presentes, entonces, en
la construcción de una ciencia periférica. Vessuri (1983), quien se
apoya en Papón (1978), distingue tres niveles de análisis en los cua
les se manifiesta la condición periférica: el nivel de los conceptos
científicos, el nivel de los temas de investigación y el nivel de las ins
tituciones. Respecto del primero de ellos, afirma Vessuri que
El desarrollo conceptual tiene menos posibilidad de ocurrir
en América Latina, por los riesgos que supone la creación de co
nocimiento verdaderamente nuevo, tanto en términos de su cos
to económico como intelectual. Las comunidades científicas de
la periferia son más conservadoras que en los centros, trabajan
casi exclusivamente dentro de los parámetros de la ciencia "nor
mal", en la resolución de rompecabezas cuya concepción funda
mental se da en otras partes. (Vessuri, 1983, p. 17).
¿Una modernidad periférica? / 181
En el nivel de los temas de investigación, Vessuri comenta que,
en las disciplinas fundamentales, el aporte que están en condicio
nes de hacer los científicos de la periferia, especialmente en disci
plinas "maduras", está más en la aplicación, orientada por necesi
dades sociales, que en una verdadera "ciencia pura", percibida como
"más científica".
El nivel de las instituciones científicas parecería, desde la pers
pectiva que hemos ido desarrollando, el que podría ser percibido de
un modo más evidente, en la medida en que se ponen en juego las
relaciones de poder y, según Papón, "son la expresión concreta de
las estructuras y las mentalidades sociales que en gran medida dan
forma al modo de producción de los conocimientos científicos".
Investigación científica en Argentina: ¿una modernidad periférica?
Con respecto al primero de los niveles, cuando uno pretende anali
zar tradiciones que, como en el caso de Argentina, han conocido un
desarrollo relativamente importante en algunas disciplinas par
ticulares18, debe resolver el problema que plantea el hecho de con
siderar como periféricas tradiciones que han obtenido, por sus
"aportes" a la comunidad científica internacional, diversos niveles
de reconocimiento. En el caso particular de Argentina, dicho reco
nocimiento podría estar claramente representado por la obtención
de dos premios Nobel, uno en Medicina (Bernardo Houssay), otro
en Química (Luis F. Leloir).
En este sentido, si nos formulamos la pregunta acerca de la "cen
tralidad" o "periferialidad" de las contribuciones de Houssay en el
18 Entre las sociedades que exhiben esta característica, podemos citar los casos típicos de India y Brasil, en donde el desarrollo de ciertas disciplinas ha alcanzado un grado considerable, y la dinámica y la complejidad de sus comunidades científicas los distinguen claramente de otros países periféricos. Ver, para el caso de India, Raj (1988), pp. 317-339, y Krishna (1992). Para el caso de Brasil, ver Botelho, A. J. (1990), pp. 473-502, y Botelho, A. J. (1992),
182 / Pablo R. Kreimer
nivel de los conceptos (en especial sus trabajos acerca de la función
de las glándulas suprarrenales), resulta evidente que constituían, en
su época, una preocupación que no sólo ocupaba un espacio impor
tante en el repertorio de los temas de investigación (nivel II), sino que,
sobre todo, representaba una innovación sustantiva en el orden de los
conceptos (nivel I). No cabe duda de que si consideramos el proble
ma desde este punto de vista, la definición acordada por Cueto -ex
celencia científica en la periferia- parece adecuarse perfectamente.
La escena parece transformarse, sin embargo, cuando exami
namos el tercer -y fundamental- nivel socioinstitucional. Uno no
puede dejar de representarse, por ejemplo, la imagen de un Houssay
que es dejado cesante de su puesto en la Universidad de Buenos
Aires por motivos estrictamente políticos, en un contexto de ruptu
ra que, contrariamente a lo que pueda suponerse, no es ajeno al
contexto periférico en el cual se desarrolla la investigación, sino que
es absolutamente central: lo que está en cuestión es una determi
nada articulación de las relaciones ciencia-Estado-sociedad que, a
diferencia de lo que ocurre por esos años en las sociedades "centra
les" -estamos entonces en la época de la segunda postguerra-, se
halla plenamente en desarrollo la idea de una valoración altamente
positiva de las prácticas científicas y de sus utilizaciones por parte
de diferentes actores sociales. Por otro lado, ha comenzado ya una
transformación de las prácticas científicas mismas, el paso de la
"pequeña ciencia" a la "gran ciencia" {little science, big science, para
citar el título del célebre libro de Solía Price) y las empresas de tipo
individual se van haciendo cada vez más dificultosas para investiga
dores que no cuentan con los medios disponibles. Volveremos so
bre este punto.
Agreguemos a lo anterior que la continuidad de lo que se ha lla
mado "estructuras de filiación" en la investigación -y que hace re
ferencia al modo como se despliegan, fundamentalmente, las rela
ciones intergeneracionales- es un factor fundamental para la
construcción de tradiciones científicas "exitosas". Lo que podría pa-
¿Una modernidad periférica? / 183
recer una verdad de Perogrullo adquiere, sin embargo, un valor esen
cial si consideramos que este tipo de rupturas generacionales han
sido, en la mayor parte de los países de América Latina, tan frecuen
tes como para poner en cuestión la construcción misma de dichas
tradiciones. Unos años más tarde del alejamiento forzado de Houssay
de su puesto en la Universidad, en 1966, él mismo (gran defensor
de la autonomía de la ciencia frente a cualquier irrupción "exter
na") habrá de adoptar una actitud por lo menos ambigua frente a
una nueva irrupción del poder político en el ámbito de la investiga
ción universitaria.
Como un modo de reforzar la afirmación anterior, es necesario
insistir en la importancia del proceso de formación de científicos, en
la medida en que a través de ese verdadero proceso de socialización
se van conformando las estructuras de filiación, pilar fundamental de
las tradiciones científicas. Y este proceso comporta dos niveles de
análisis: por un lado, los aspectos formales, desde los mecanismos de
reclutamiento de jóvenes investigadores hasta los dispositivos de tipo
institucional para el financiamiento de la formación de nuevos cien
tíficos (sistemas de becas internas y externas, oferta de financiamiento
de proyectos de investigación), junto con el carácter "abierto" o ce
rrado" en la incorporación de científicos al mundo de las prácticas de
la ciencia. En efecto, resulta difícil la conformación de tradiciones
científicas cuando la modalidad de incorporación de jóvenes investi
gadores se encuentra "bloqueada" (por diversas causas) por las ge
neraciones mayores, y sin posibilidades de ampliar el espectro del
ingreso a verdaderas "carreras" científicas, proceso que nos remite
por completo al carácter "periférico" de las instituciones.
Pero la conformación de estas tradiciones comporta también
aspectos informales, que nos remiten a las interacciones sociales en
el interior de los laboratorios de investigación científica, a la matriz
cultural en el interior que se va actualizando en las prácticas coti
dianas de la investigación científica. Un componente central de es
tas relaciones es el hecho de que buena parte de los investigadores
184 / Pablo R. Kreimer
sénior han realizado sus estudios de especialización en centros más
o menos prestigiosos del extranjero, generando, de este modo, un
espacio de encuentro de diversas culturas científicas, en lo que res
pecta tanto a los dos primeros niveles de periferialidad (de los con
ceptos y de los temas de investigación) como a las relaciones entre
los investigadores, entre éstos y los técnicos, y del conjunto de ellos
con otros actores significativos del contexto en el cual el laboratorio
se encuentra inserto.
Karin Knorr-Cetina (1981 y 1982) ha propuesto un concepto que
ha sido elaborado como consecuencia de un estudio desarrollado en
un laboratorio de California, el de "relaciones de recursos", como
modo de dar cuenta de lo que esta autora denomina las arenas
transepistémicas de investigación. Estas arenas, como su nombre lo
indica, exceden el espacio particular de lo puramente epistémico
para incorporar diferentes niveles de relación. Es así que las rela
ciones de recursos son propuestas como aquellas que los científi
cos establecen para la movilización de los recursos de diferente or
den que son necesarios para el desarrollo de las investigaciones, pero
que al mismo tiempo van generando un marco que inflexiona, que
produce interacciones complejas en el espacio más restringido del
laboratorio. En consecuencia, la idea de analizar las relaciones de
recursos desplegadas por los científicos nos parece una herramien
ta de gran utilidad para intentar comprender la dinámica de la pro
ducción de conocimientos en contextos periféricos, en la medida en
que nos permite integrar, precisamente, los diferentes niveles del
análisis, tanto las determinaciones de orden institucional como las
que remiten en mayor medida a los contenidos de los conocimien
tos producidos.
Cuando uno se propone estudiar la conformación de tradicio
nes ajenas al mainstream de la ciencia internacional, adquiere es
pecial relevancia el análisis del grado de madurez de las disciplinas
consideradas, tanto en sus países de origen, como en el comienzo
de las investigaciones en la periferia. Es allí en donde se puede ha-
¿Una modernidad periférica? / 185
blar de recepción de una disciplina o de un campo particular de co
nocimientos. Cuando el desarrollo de dicha disciplina se produce,
como en el caso de Houssay y la fisiología, con un escaso tiempo
relativo de retraso respecto de las tradiciones centrales, entonces es
posible que los aportes realizados desde un contexto periférico lo
gren una mayor inserción en el corazón de la ciencia central.
La idea de la recepción, sin embargo, es necesario complemen
tarla con la observación acerca de la época particular en la cual aqué
lla tiene lugar, puesto que el conjunto de determinaciones contextúales
han variado a lo largo del tiempo, y no de una manera lineal. Dicho de
otro modo, parece difícil de aceptar que un grupo de investigadores
que han recibido dos premios Nobel puedan ser pensados como prac
ticantes de una ciencia "periférica". Sin embargo, es necesario con
siderar que la práctica científica a principios de siglo, en las épocas
en que Houssay comienza sus trabajos, tenía características sustan
tivamente diferentes del desarrollo que iban a adquirir las investiga
ciones en las décadas posteriores. Nos referimos, naturalmente, a
conocidas transformaciones que no podemos aquí más que enunciar,
como la enorme ampliación en la cantidad de investigadores, los cam
bios de escala y de costos de la investigación en la mayor parte de las
disciplinas, y al desarrollo, en especial en los países centrales, de gran
des laboratorios privados de investigación y, naturalmente, al "salto
cualitativo" que se habrá de producir luego de la Segunda Guerra
Mundial. La segunda consideración la debemos hacer en el sentido
de que la Argentina de las primeras décadas de este siglo formaba
todavía parte de un conjunto de países relativamente ricos, y contaba
con una élite cultural y política con lazos muy estrechos con sus se
mejantes, en especial en los países de Europa occidental. No se nos
escapa, como ya lo hemos señalado, que quienes se dedicaban a la
ciencia en Argentina eran aquellos hijos de familias acomodadas que
no tenían necesidad de trabajar para su propia subsistencia.
Leloir, discípulo de Houssay, había desarrollado buena parte
de sus investigaciones sobre los azúcares en condiciones de una
186 / Pablo R. Kreimer
gran precariedad. Así, por ejemplo, el laboratorio en el cual comienza
sus investigaciones la luego célebre Fundación Campomar, se instaló
hacia fines de los años cuarenta en una vieja casa llena de goteras (en
donde había que utilizar cacerolas para recoger el agua los días de llu
via), y la primera cámara refrigerada la construyeron los colaborado
res de Leloir con viejas cubiertas de autos llenas de cubos de hielo.
Estábamos, todavía, en la época del "científico bricoleur", puesto que
la industria de producción de instrumentos para la investigación cien
tífica apenas se estaba desarrollando: buena parte de los investigado
res se veían obligados a fabricar sus propios instrumentos, en la me
dida en que sus investigaciones así lo requerían.
Cuando el actual director del laboratorio comienza sus investi
gaciones en biología molecular a finales de los años setenta, dife
renciándose de la "rama bioquímica" desplegada por Leloir hasta
entonces, los tiempos, sin duda, ya han cambiado. Varios premios
Nobel han sido otorgados a varios científicos por las investigacio
nes en biología molecular, entre ellos los propios Watson y Crick, o
el equipo de Lwoff, Monod y Jacob en el Instituto Pasteur. Esto nos
habla de una disciplina que conocía ya un grado considerable de
desarrollo, o en todo caso nos dice que su desarrollo había sido legi
timado por las más altas instancias de la comunidad científica in
ternacional. Para el director actual del laboratorio ya no resulta po
sible fabricarse sus propios instrumentos: es necesario recurrir a los
proveedores instalados en un verdadero mercado internacional de
producción de equipamiento para la investigación. Por otra parte, la
cantidad de grupos de investigación se ha ampliado en unos pocos
años, en particular en Estados Unidos (en buena medida, como con
secuencia de lo atractivo que se presentaba el campo luego del des
cubrimiento de la estructura doblemente helicoidal del ADN, y de
las posibles aplicaciones, en particular, referidas a la manipulación
genética), y los temas de investigación se van haciendo más especí
ficos, más especializados, por lo cual se van haciendo cada vez más
difíciles las "barreras de entrada".
¿Una modernidad periférica? / 187
Sin embargo, aun cuando esas barreras de entrada logran ser atravesadas, la participación cualitativa de los científicos, en lo que Collins (1981b) llamaría el core-set de los especialistas del campo, no es equivalente para los investigadores de diferentes latitudes. En los casos de excelencia científica en la periferia, se produce, efectivamente, una integración en el seno de dicho core-set, es decir, los investigadores de países periféricos pueden, y de hecho lo hacen, participar activamente en las investigaciones más avanzadas que se desarrollan en el seno de la élite de una disciplina. En una primera mirada, no parece haber grandes diferencias entre investigadores de distinto origen. Sin embargo, es necesario detenerse en una investigación con mayor detalle para observar que los modos de integración de los científicos de la periferia suelen ser, en la mayor parte de los casos, diferentes. Para ilustrar este problema puede ser útil mostrar el desarrollo de un tema de investigación que constituye en la actualidad la línea más importante del laboratorio que hemos estudiado en Buenos Aires.
La modernidad periférica: un ejemplo de integración hipernormal
En los comienzos de los años ochenta, el director de uno de los grupos del laboratorio que estudiamos se encontraba en la Universidad de Oxford, Inglaterra, como parte de sus trabajos de posdoc19. Había llegado allí un tiempo antes, por recomendación de un antiguo profesor suyo, que había tenido que exiliarse como consecuencia del golpe militar que se instaló en Argentina en 1976. Mientras trabajaba en dicho laboratorio, este investigador argentino tuvo una importante participación en el descubrimiento delgen de lafibronec-tina. Este gen resultaba especialmente interesante, porque mostra-
19 He intentado mostrar en otra parte cómo las migraciones científicas constituyen un aspecto fundamental para la introducción de nuevos temas y de nuevas líneas de trabajo en contextos periféricos. Ver Kreimer (1997b).
188 / Pablo R. Kreimer
ba un fenómeno desconocido hasta entonces: se trataba de lo que se
conoce como alternative splicing, que es la expresión de dicho gen en
más de una proteína. La importancia fundamental que dicho proceso
adquiere estriba en el hecho de que este descubrimiento contradecía
(y de hecho así fue luego demostrado) el dogma central de la biología
molecular, enunciado por primera vez por Francis Crick. Este dogma
establecía que había un flujo unidireccional de la información, al mis
mo tiempo que se produce una colinealidad entre ADN y proteínas:
"En los sistemas biológicos, la información genética transita siempre
de los genes hacia los ácidos ribonucleicos mensajeros, y de estos ARN
hacia las proteínas. Esto tomó rápidamente la forma de un esquema
ADN+ ARN -I- proteínas, en donde, por el principio de colinealidad,
a un gen particular le correspondía siempre una proteína particular"20.
Sin embargo, en las investigaciones desarrolladas en Oxford, se
descubrió que el gen de la fibronectina se expresaba en más de una
proteína, de modo que los artículos que el grupo inglés publicó en
esos años -con la participación del investigador argentino- tuvieron
una gran r epercusión y fueron inmediatamente citados por una gran
cantidad de artículos escritos por otros investigadores pertenecien
tes al core-set de la disciplina, en particular aquellos que se dedica
ban al estudio de la expresión de la regulación genética.
Cuando, a mediados de los años ochenta, el investigador en cues
tión retorna al país y se incorpora al laboratorio que nosotros estu
diamos, organiza un equipo de trabajo con jóvenes investigadores y
estudiantes de doctorado para continuar investigando las distintas
particularidades del gen de la fibronectina. Pero, mientras tanto, en
el laboratorio inglés ya se ha descubierto un puñado de genes que
responden a las mismas características de expresión en más de una
proteína. De este modo, los investigadores de dicho laboratorio pue
den ir juntando una enorme cantidad de información acerca de las
20 Ver la excelente historia escrita por Francois Gros (1986), así como el libro de Morange (1994).
¿Una modernidad periférica? / 189
diferentes modalidades que adquiere el fenómeno en cada uno de
los genes estudiados, constituyendo una base de datos que les per
mite hacer indagaciones sustantivas acerca del problema conceptual
fundamental, el "splicing alternativo".
Mientras tanto, en el laboratorio de Buenos Aires, las investiga
ciones se dirigen cada más a profundizar el conocimiento de un gen
particular, perdiendo de vista todo el fenómeno conceptual en su
conjunto. Se trata de un proceso que Lemaine (1980) ha denomi
nado como "ciencia hipernormal", es decir, el hecho de indagar hasta
los más mínimos detalles de un fenómeno particular, sin poder rea
lizar un aporte sustantivo, pero haciendo realidad la proposición de
Kuhn acerca de penetrar en cada uno de los intersticios que va de
jando abiertos el imperio de un paradigma. Lemaine, que ha inves
tigado esta actitud en países centrales, le atribuye el carácter de una
estrategia de tipo conservador por parte de los propios investigado
res. Habría que hacer las correcciones necesarias, puesto que este
mismo fenómeno en un contexto periférico puede resultar más bien
una estrategia de avance sustantivo de los conocimientos, puesto que
la alternativa estratégica que Lemaine supondría más riesgosa re
sulta simplemente imposible de practicar, como consecuencia de la
falta de equipamiento, de investigadores suficientemente formados,
de una tradición que socialice una cantidad suficiente de jóvenes
investigadores para la reproducción del propio modelo, de incenti
vos institucionales más vigorosos y, en la mayor parte de los casos,
de una casi total indiferencia del sector privado de producción de
bienes y servicios (sobre todo en la medida en que las investigacio
nes en cuestión no evidencien una aplicación inmediata al sistema
productivo).
Una de las consecuencias de lo que venimos afirmando es que
el grupo de investigación de Buenos Aires continúa ligado a los otros
grupos internacionales que trabajan sobre la misma temática (en
particular el equipo inglés), brindando la información sobre sus
avances en la "hiperespecificación" de su línea de investigación. Y esto
190 / Fabio R. Kreimer
es así porque, para los otros grupos, dicha especificación resulta fun
damental para ir completando el "tablero de a bordo" del conjunto
del problema teórico involucrado, y para hacer avanzar sus propias
investigaciones. De hecho, un equipo italiano desempeña, respecto
del laboratorio de Oxford, un papel parecido al del equipo argentino.
Otra consecuencia se hace visible para el estudio de la ciencia
periférica. Así como la relación del equipo argentino con sus pares
ingleses podría ser pensada en términos de una "integración subor
dinada", al mismo tiempo debemos resaltar el fenómeno mismo de
la integración, puesto que, gracias a él, el científico argentino cuen
ta con un alto grado de información y discute permanentemente
acerca de la marcha del conjunto de las investigaciones en dicha
temática. Lo cual nos señala, al mismo tiempo, una línea de dife
renciación respecto de otros grupos (la mayor parte) en el país que,
al no contar con esos mecanismos de integración, se encuentran
aislados o, en el mejor de los casos, reproducen las relaciones de in
tegración subordinada, pero esta vez en el interior del país.
Así, como consecuencia del último aspecto que señalamos, pue
de argumentarse con razón que una marca particular de la ciencia en
la periferia resulta ser el hecho de que sus comunidades científicas
se encuentran, por lo general, profundamente segmentadas entre
aquellos grupos que tienen la capacidad de integrarse al core-set de
un campo disciplinario particular (aunque las más de las veces esta
integración se produzca de un modo subordinado) y aquellos más
reconcentrados en la comunidad científica local. Es por lo menos fre
cuente que la comunicación entre ambos tipos de grupos sea menos
fluida que aquella que los grupos más integrados suelen establecer
con sus partenaires de la comunidad científica internacional.
Debemos agregar que el tipo de estrategia a la cual hemos de
nominado "integración subordinada" posibilita, sin embargo, que
grupos como el estudiado tengan la posibilidad de acceder a finan-
ciamientos de origen internacional a los cuales de otro modo difí
cilmente podrían acceder. Desde el punto de vista de los investiga-
¿Una modernidad periférica? / 191
dores que componen el grupo de investigación argentino (y este
punto de vista parece ser un denominador común en este modo de
integración), la práctica cotidiana es percibida casi como una acti
vidad "heroica" que se esfuerza por producir conocimiento en un
nivel de excelencia, pese a las condiciones adversas producidas por
un contexto local que es percibido como hostil o, por lo menos, como
indiferente a los esfuerzos que ellos creen estar realizando. En este
sentido, la tradición fundada por los antecesores ilustres, Houssay
y Leloir, que reivindicaban la idea de una excelencia científica, pero
desarrollada en Argentina, en América Latina, parece funcionar con
plenitud, más allá de que las condiciones se vayan modificando cada
día de un modo más evidente.
Para finalizar, creo que estoy en la obligación de explicar el títu
lo del artículo. En efecto, el mismo ha sido tomado de un libro de la
analista y crítica cultural Beatriz Sarlo (1988), en donde la autora
analiza la conformación de una cultura urbana en la Buenos Aires
de los años veinte y treinta, en muchos casos con un ojo en la propia
ciudad y con el otro en las otras ciudades diferentes que expresaban
el ideal de modernidad, y que casi siempre era París. Sería fácil para
mí retomar la inspiración de aquellas décadas, puesto que aquéllos
son los mismos años en que Houssay daba nuevo ímpetu a sus in
vestigaciones, al tiempo que Jorge Luis Borges, Roberto Artl, Raúl
González Tuñón y otros intelectuales argentinos modelaban aque
lla modernidad periférica.
Me interesa, sin embargo, internarme en un aspecto del título
que seguramente Sarlo intuyó, pero no ha desarrollado, esto es, el
doble par de oposiciones que la propia enunciación trae consigo en
forma implícita: moderno-arcaico; central-periférico. Este doble
juego es interesante, en la medida en que es, precisamente, en la
correspondencia no esperable (central-moderno; arcaico-periféri-
co) donde se encuentran, precisamente, la riqueza, los matices y los
intersticios en donde nuestra investigación tiene lugar. Si toda la
ciencia periférica fuera arcaica y atrasada (tal como ha sido bien
192 / Pablo R. Kreimer
discutido por Cueto), el orden de las cosas parecería imponérsenos
de un modo natural. Es precisamente por ello que encontramos una
riqueza particular en la indagación de la conformación de tradicio
nes científicas en la periferia, partiendo del supuesto implícito de
que su carácter periférico resultaba sólo una puerta de entrada a
nuestra investigación, pero cuyo estudio debía mostrarnos el punto
de intersección de un tercer par de oposiciones sin el cual el estu
dio de nuestra modernidad periférica se vería debilitado en su fuer
za explicativa: el carácter universal de la ciencia versus el peso de
los contextos locales.
En este sentido, querría, para finalizar, hacer mía la diferencia
ción extremadamente útil que ha propuesto Terry Shinn (1983), sin
duda uno de los investigadores que mejor ha sintetizado una pro
puesta de investigación desprovista de los prejuicios muchas veces
dominantes, en cuanto a distinguir una universalidad radical (o glo
bal), como la que ha sido propuesta, por ejemplo, por la escuela
mertoniana, de una universalidad restringida. Según Shinn:
Si el discurso y las prácticas científicas privilegian generalmen
te una categoría de saber basada en las características geoglobales
de las entidades y en las condiciones de las interacciones, indepen
dientemente de las variaciones especiales y temporales, esta ex
presión de la universalidad no es la única forma de saber que existe.
Otra universalidad (igualmente comprensible, coherente y riguro
sa) se dirige en cambio a las manifestaciones locales de los fenó
menos; reflejando las dimensiones locales de acontecimientos
globales, pone el acento no sobre una representación idealizada,
sino sobre los detalles, los particularismos y las anomalías de los
objetos y de las acciones. Esta clase de universalidad, la universa
lidad restringida, tiende a prevalecer en la comunidad de los expe
rimentadores, en donde el objeto de la investigación engendra cier
tas restricciones cognitivas y sociales.
¿Una modernidad periférica? / 193
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Olga Restrepo Forero
LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
o de cómo h u i r de la " recepción"y sa l i r de la "periferia"
Debo comenzar por hacer una aclaración que acaso sirva para des
ilusionar a unos y congraciarme con otros. Por supuesto, en un evento
de estos no puedo dejar de hacerle unos cuantos guiños a mis ami
gos y colegas más cercanos, si bien quiero igualmente establecer una
comunicación más amplia. Los primeros deben saber que el título
de mi ponencia no anuncia una suerte de receta o pócima mágica
que apropiadamente preparada y suministrada produzca un cambio
en los modos de vida, las prácticas, las creencias y las acciones de
los científicos colombianos y la política de ciencia y tecnología que
se hace en nuestro país. Ellos, mis amigos y colegas, saben que le
jos de mí, pobre y singular socióloga, intentar tamaña empresa. Creo
que más allá de su amistad, los ha reunido aquí la expectativa de
escuchar un comentario crítico sobre una manera de afrontar el
estudio social de la ciencia en Colombia, una mirada ampliamente
extendida también en los enfoques tradicionales sobre la ciencia en
muchos otros países de América Latina. A estas alturas debería, pues,
para evitar equívocos, cambiar el subtítulo de este texto y acompa
ñarlo de signos de interrogación. Así nadie tendría razón para sen
tirse defraudado. Sin embargo, poco se adelantaría con ello, porque
la pregunta misma entonces presupondría una respuesta. En fin,
baste por el momento con aclarar que más que recetas vamos a tra
tar aquí de explorar de manera mínimamente reflexiva ciertos inte
rrogantes y problemas que seguramente nos inquietan a muchos de
quienes hacemos sociología de la ciencia en Colombia.
198 / Olga Restrepo Forero
Pero no se trata sólo de la actitud narcisista que se les atribuye a
quienes defienden una sociología del conocimiento reflexiva. Se tra
ta, más allá de ello, de recordar que nuestras maneras de investigar
y describir los procesos de desarrollo, desenvolvimiento, evolución
(o involución) de la ciencia en nuestro país producen efectos reales
sobre las políticas públicas, que eventualmente se apoyan sobre
nuestras formas de representar la ciencia. Una crítica de nuestra ma
nera de concebir la ciencia y el conocimiento científico en nuestro
país, por supuesto, no se hace sin una visión política. Quiero hacer
explícitas una y otra, porque el problema del conocimiento y parti
cularmente de las clasificaciones que aplicamos al mundo social son
un problema político. Somos actores involucrados activamente en
un espacio de producción y consumo de clasificaciones, de repre
sentaciones que después se ponen en juego cristalizadas, endure
cidas, en los espacios sociales que transitamos. Aquí voy a examinar
algunas de estas clasificaciones que no son neutras, por más que lo
parezcan, por más que se empleen de manera ordinaria y aparente
mente ingenua expresiones como "ciencia periférica", "recepción
de la teoría X, Y o Z", "consumo pasivo", "simple reproducción". Cla
ro que podemos decir que estas maneras de hablar simplemente re
velan algo que está en "la naturaleza de las cosas"; al fin y al cabo no
somos "productores" sino "receptores" de conocimiento, y no es
tamos en el "centro" de la producción científica sino en la "perife
ria"; así como no somos "modernos" sino "premodernos" (este úl
timo término es quizás uno de los peores ejemplos de la pobreza de
una categoría residual que además lleva implícita una lógica del de
sarrollo) o "modernos periféricos", es decir, sólo a medias moder
nos, o "híbridos". Todas éstas son clasificaciones que nosotros con
tribuimos a construir, clasificaciones que después se vuelven parte
de nosotros y nos abruman, puesto que adquieren la dureza de los
hechos, la consistencia de las cosas.
Bastante sabemos cómo, en historia natural, los europeos se afa
naron por encontrar sistemas para clasificar los seres vivos hallados
La sociología del conocimiento científico / 199
en América con el conocido "truco" de la analogía con lo conocido
en el Viejo Mundo. No importa cuántas veces esa extraordinaria di
versidad de la naturaleza se escapara por entre los múltiples vacíos
de esos rudimentarios sistemas de clasificación construidos para dar
cuenta de otra naturaleza, de otros mundos, no sé si más estrechos
o menos diversos, pero al fin y al cabo completamente distintos. Ocu
rrió lo mismo con la descripción de los hombres y las sociedades,
un problema más sensible, pues al fin y al cabo la distancia emocio
nal parecía menor, frente a otro hablante, que frente a una planta,
un árbol o un puma (Pagden, 1988: 29-34). Aunque en la descrip
ción de las cosas se ponía en evidencia la distancia emocional con
los seres humanos, como también hace mucho tiempo Víctor Ma
nuel Patino nos enseñó cómo, en ese proceso de nominación y cla
sificación de los seres y las cosas que formó parte de la "invención
de América", una sorda batalla se libró en torno al significado, cul
tivo, uso, preparación, formas de consumo y denominación de la
"vegetación natural" (al menos la que había a la llegada de los euro
peos) y las plantas introducidas en América con posterioridad a la
Conquista. En ese proceso parecía como si la calidad de inferior que
se le quería aplicar a los pueblos "bárbaros" también se proyectara
en ocasiones sobre las cosas. Así ocurrió, de acuerdo con la minu
ciosa indagación de Patino, en general con las frutas, que parecían
insulsas al paladar de los europeos: "ni tienen sabor ni olor ni efec
to de bondad", según el dictamen final de algún viajero. Un enfren
tamiento que en no pocas ocasiones, según describe Patino siguiendo
a los cronistas, llevó a los indígenas a destruir sus cosechas como
medio para oponerse a la dominación española o, siguiendo la misma
lógica, a los españoles a arrasar con los cultivos de maíz como medio
para someter a los pueblos indígenas. (Patino, 1977).
En el siglo XVIII, problemas similares continúan presentándose.
La naturaleza americana debe ser aprisionada en el corsé (esa pren
da de la cual pronto las mujeres comenzarían a liberarse) del sistema
de Linneo, y la sociedad en los moldes de los discursos ilustrados. El
200 / Olga Restrepo Forero
"hombre" americano debe ser comprendido como degradado, al igual que los animales, débil, enfermizo y poco capaz de desarrollar el intelecto, las ciencias o las artes. Éste es el discurso de muchos enciclopedistas y de autores como De Paw, Buffon, Robertson y tantos otros que participan en las clasificaciones europeas sobre América, frente a las cuales se pronuncian, es cierto que de manera débil, nuestros científicos, en la llamada polémica del nuevo mundo (Gerbi, 1982). Y la disputa fue débil porque nuestros criollos sólo querían defenderse de las que sentían como increpaciones de los sabios europeos, pero defenderse mostrándose tan europeos como sus detractores y, en consecuencia, tan capaces como ellos de entrar por el camino de la civilización y el progreso. A un lado quedaban los nativos de América y todos aquellos que tenían rostros claros, es decir, rasgos físicos visibles, de poseer "sangre de la tierra". Éstos, se daba por descontado, no poseían las aptitudes para el trabajo intelectual, ni la ciencia, y lejos estaba a comienzos del siglo XIX cualquier idea de sus posibilidades de participación como ciudadanos. Con el correr del siglo la imagen del mestizo, a pesar de lo avanzado del proceso de mestizaje, se degrada, al punto que a comienzos del presente, en la nueva polémica sobre el progreso de Colombia, la degeneración de la raza se presenta como un problema que debe ser examinado y combatido por medio del recurso a la inmigración masiva (Jiménez López, 1920). Una vez más, las clasificaciones sociales señalan las causas de los límites que en punto de civilización y progreso material y cultural se observan en la comparación del país, ya no sólo con Europa sino, cada vez con mayor frecuencia, con Estados Unidos.
Precisamente, quienes se afanaban en los años veinte del presente siglo por mostrar indicadores de la decadencia de la raza procuraban señalar la menguada "producción intelectual de verdadero valor" y la tendencia nacional a seguir "corrientes venidas de fuera", que se explicaba por una aptitud para "seguir y un poco para asimilar la gran labor universal" sin colaborar "en ella de manera sensible y eficiente". "El balance de nuestro esfuerzo científico in-
La sociología del conocimiento científico / 201
dustrial y artístico en el último siglo transcurrido", anotaba en 1920
el médico y educador Miguel Jiménez López, "da resultados prácti
camente negativos para la civilización universal y de muy restringida
significación para nosotros mismos". Y añadía, citando en su auxilio
los conceptos emitidos por el astrónomo Julio Garavito Armero:
Para este eminente maestro hay una especie de deformación
en los jóvenes cerebros, operada por el estudio esencialmente teó
rico y verbalista de los primeros años. El individuo a quien se le
enseña tan solo por el dictado y por el libro va perdiendo gradual
mente su poder intuitivo; acostumbrado a recibir todo conoci
miento científico en lo que otros han descubierto y escrito, llega
a ser incapaz de observar la naturaleza y de anotar nada por sí
mismo (Jiménez López, 1920: 26-27).
Tal era la situación de los jóvenes universitarios y de las cien
cias en el país, limitados como estaban a la simple condición de re
ceptores de ideas producidas en otras latitudes. Lo que aquí se tra
taba como síntoma y causa a la vez de la degeneración de la raza, en
momentos de mayor optimismo político se vería como seguro ca
mino hacia el progreso. Abrir paso a las nuevas ideas, recibir con
prontitud las teorías científicas constituirían los seguros indicios del
camino de la civilización.
Alo largo del siglo XIX, como he mostrado en otro lugar (Restrepo
Forero, 1998), los intelectuales colombianos debatieron fuertemente
en torno al problema de establecer si en el país había habido activi
dad científica y cómo debía caracterizarse ésta, en una lucha de ver
siones sobre el pasado que de algún modo contribuye a la constitu
ción de un orden social o de una "interpretación pública de la realidad"
sobre lo que es hacer ciencia en un país como Colombia, y quiénes la
han desarrollado y pueden contribuir en la empresa científica de
modo legítimo. En relación con el origen de la ciencia, de manera
unánime se señala que ésta proviene de Europa, en el período co-
202 / Olga Restrepo Forero
nocido como de la "Ilustración"; el momento culminante coincide
con la enseñanza de José Celestino Mutis de las teorías de Copérnico
y de Newton. Hay aquí versiones diferentes, acentos y matices se
gún se quiera destacar la figura benemérita del médico y sacerdote
gaditano al servicio de la Corona y, en consecuencia, el origen espa
ñol y colonial de la ciencia en Colombia (esta versión tiene una va
riante entre quienes le atribuyen la hazaña copernicana a los jesui
tas como educadores más legítimos en todos los tiempos), o se quiera
presentar la imagen laica y nacionalista de los criollos que se ilus
traron "de contrabando", gracias a la lectura de libros entrados ile-
galmente al Nuevo Reino de Granada (la variante de esta versión
muestra el papel de Mutis como educador de esta juventud y la ac
titud progresista de algunos virreyes ilustrados, no representativos
de la "España negra", quienes abrieron el paso a nuevas ideas que a
la postre significaron el alumbramiento de una nueva era).
En cualquiera de las dos versiones o sus variantes, que enfren
taron a historiadores e intelectuales durante el siglo pasado y que
todavía nos ocupan a unos cuantos en el presente, una cuestión está
clara: el origen de la ciencia en nuestro país, que se presenta como
una "feliz revolución" (y la expresión es del propio Mutis), debe
rastrearse hasta los años finales de la Colonia. El panorama no cam
bia sustancialmente si el actor principal en este drama es el propio
Mutis o si se definen fechas más tempranas u otros actores. Es un
hecho para los científicos del siglo XIX como del XX, tanto como para
los historiadores, que la ciencia en Colombia tiene un origen exter
no que se puede precisar en el tiempo, un evento que puede tener
una fecha, sea ésta la del arribo de Mutis, su cátedra inaugural en el
Colegio del Rosario, la fundación de la Expedición Botánica, la posi
ble enseñanza de los jesuitas, las polémicas con los dominicos, la lle
gada de libros que ingresan de contrabando, las reformas educativas
impulsadas desde la metrópoli, una u otra acción de los virreyes ilus
trados o una decisión política borbónica de control y dominio de sus
posesiones de ultramar. Con interpretaciones más personalistas o más
La sociología del conocimiento científico I 203
institucionales, el hecho se mantiene incólume. En el Nuevo Reino
la sombra se disipa cuando se "recibe" un tipo de saber producido
en la metrópoli o en otros países de Europa, una forma de conoci
miento superior que es "científica" y se impone a los espíritus de
manera natural.
Se opera con ello una doble exclusión: se niega todo interés al es
tudio del período de la Colonia, que con posterioridad a la Indepen
dencia -o a la "revuelta de patricios", para usar la clasificación de mi
amigo Jorge Arias de Greiff— empieza a ser considerada por los ven
cedores como la "noche oscura", en todo opuesta al período que lle
gará a ser conocido como el de la Ilustración. Pero también se niega o
se expropia, y de manera bastante clara, la condición de conocimien
to con carácter de verdad a los llamados "saberes locales" de los indí
genas y los sectores populares. Con Mutis y sus discípulos estos
saberes son asimilados a "supercherías" y "supersticiones" que po
nen en peligro cualquier "entendimiento bien alumbrado", según las
palabras que usara el propio Mutis, o "saberes" que pueden contener
algún fondo de verdad, siempre y cuando los criollos realicen experi
mentos y eventualmente "validen" algunas formas de conocimiento
alcanzadas por los naturales del país, gracias al "azar" y a una dilata
da "práctica". Ya señalé atrás cómo en este juego de representacio
nes y polémicas con los europeos a propósito del Nuevo Mundo, los
criollos novan precisamente a romper sus lanzas por las capacidades
intelectuales de los indígenas.
Quien se refiere al origen externo de la ciencia no se limita a
aceptar la momentánea superioridad de la ciencia europea que des
pués de un primer momento de recolección echa por fin raíces y,
una vez producida la " revolución copernicana", sigue su propio cami
no "nacional" o "independiente", como si se ajustara al camino "nor
mal" de la secuencia de la ciencia recolectora, colonial y nacional anun
ciado en el clásico modelo de expansión-difusión de Basalla (1967).
Los escritos de historia de la ciencia abundan en descripciones de
sucesivos procesos de modificación y renovación de ideas, progra-
206 / Olga Restrepo Forero
situación menos desamparada, menos pasiva, menos irracional, es
preciso sacudir esa mirada que concibe a la ciencia como una forma
de conocimiento universal, por excelencia, y a los científicos como
individuos cosmopolitas que deben escapar de cualquier contexto
local para producir conocimiento.
Para ello quiero pensar que es preciso contrastar los enfoques
de la sociología de la ciencia y la sociología del conocimiento cientí
fico a la luz de lo que estos programas adaptados de diversas mane
ras a las circunstancias locales han significado y pueden llegar a sig
nificar desde el punto de vista de nuestra manera de entender cómo
se desarrollan, practican y elaboran la ciencia y el conocimiento cien
tífico en Colombia y cómo evaluamos el tipo de ciencia que se prac
tica en nuestro país y qué alternativas podemos proponer.
Con la perspectiva de la sociología mertoniana de la ciencia, den
tro de la cual se inscribe perfectamente el modelo difusionista de
Basalla, la investigación sobre la ciencia en países como el nuestro
debe examinar los nexos entre la ciencia y la sociedad en cuanto se
relaciona con los procesos de institucionalización que incluyen la
valoración social de la actividad científica, la formación y la sociali
zación en los valores y prácticas de la ciencia, la creación de institu
ciones para la actividad científica (institutos, universidades, asocia
ciones, premios, publicaciones). También es posible estudiar los
cambios en los focos o temas de interés para los científicos, cam
bios que pueden tener directa relación con los valores y las deman
das sociales, y que a su vez inciden sobre el ritmo y la dirección que
toma la actividad científica en un determinado país o época1. Por últi-
1 Al respecto, en su clásico ensayo "Paradigma para una sociología del conocimiento", apuntaba Merton que ya se estaba "disipando todo vestigio de la tendencia a considerar el desarrollo de la ciencia y la tecnología como totalmente autónomo y como progresando indejiendien-temente de la estructura social". Lo cual no era en verdad, a la altura de 1945, adelantar mucho. Y añadía que el caso alemán era una "virtual prueba experimental de la estrecha dependencia de la dirección y el alcance de la labor científica con respecto a la estructura de poder prevaleciente y a la visión cultural asociada con ella". (Merton, 1977: 85).
La sociología del conocimiento científico I 203
institucionales, el hecho se mantiene incólume. En el Nuevo Reino
la sombra se disipa cuando se "recibe" un tipo de saber producido
en la metrópoli o en otros países de Europa, una forma de conoci
miento superior que es "científica" y se impone a los espíritus de
manera natural.
Se opera con ello una doble exclusión: se niega todo interés al es
tudio del período de la Colonia, que con posterioridad a la Indepen
dencia -o a la "revuelta de patricios", para usar la clasificación de mi
amigo Jorge Arias de Greiff- empieza a ser considerada por los ven
cedores como la "noche oscura", en todo opuesta al período que lle
gará a ser conocido como el de la Ilustración. Pero también se niega o
se expropia, y de manera bastante clara, la condición de conocimien
to con carácter de verdad a los llamados "saberes locales" de los indí
genas y los sectores populares. Con Mutis y sus discípulos estos
saberes son asimilados a "supercherías" y "supersticiones" que po
nen en peligro cualquier "entendimiento bien alumbrado", según las
palabras que usara el propio Mutis, o "saberes" que pueden contener
algún fondo de verdad, siempre y cuando los criollos realicen experi
mentos y eventualmente "validen" algunas formas de conocimiento
alcanzadas por los naturales del país, gracias al "azar" y a una dilata
da "práctica". Ya señalé atrás cómo en este juego de representacio
nes y polémicas con los europeos a propósito del Nuevo Mundo, los
criollos no van precisamente a romper sus lanzas por las capacidades
intelectuales de los indígenas.
Quien se refiere al origen externo de la ciencia no se limita a
aceptar la momentánea superioridad de la ciencia europea que des
pués de un primer momento de recolección echa por fin raíces y,
una vez producida la "revolución copernicana", sigue su propio cami
no "nacional" o "independiente", como si se ajustara al camino "nor
mal" de la secuencia de la ciencia recolectora, colonial y nacional anun
ciado en el clásico modelo de expansión-difusión de Basalla (1967).
Los escritos de historia de la ciencia abundan en descripciones de
sucesivos procesos de modificación y renovación de ideas, progra-
204 / Olga Restrepo Forero
mas y paradigmas científicos que siguen más o menos desfasados
en el tiempo, más o menos fieles en el contenido, los movimientos
de ideas que tienen siempre un origen externo. Así que no es sólo
del exterior el primer impulso, el primer motor de la actividad cien
tífica en el país; también provienen de fuera los procesos de cam
bio, los ciclos de renovación.
Si el origen de las ideas, de las teorías o los paradigmas es exter
no, ése es también el epicentro de las recompensas simbólicas, de todo
reconocimiento. No importa qué tan asimétrica sea la relación con los
sabios del "Primer Mundo", todo vínculo personal genera un efecto
de imposición de manos, un "toque mágico" que le confiere al autor
local una mayor legitimidad frente al conocimiento. Quien esté más
cerca de la fuente de la eterna juventud será considerado más fiel in
térprete de las ideas que transmite y, en consecuencia, más autoriza
do para enunciarlas. Las comparaciones, elogios y críticas se harán
con la métrica universal de la "ciencia-mundo". Los ejemplos abun
dan en el pasado y en el presente. Reputaciones científicas se cons
truyen sobre la base de tener una carta, aunque sea una postal, escri
ta de puño y letra del científico X, haber sido alumno o alumna de Y,
tener una foto con Z: la cercanía social convertida en sinónimo de igual
dad científica es el rasgo distintivo de ese "toque mágico" o acto su
premo de asimilación, que borra las penosas asimetrías porque sim
plemente se resiste a verlas y concebirlas como problema. Veamos
cómo, por ejemplo, los historiadores del siglo pasado y del presente
aluden a la correspondencia entre Mutis y Linneo siempre en los
mismos términos, como confirmación de la importancia de Mutis que
se expresa en su contacto personal con el naturalista sueco. A través
de los escritos de estos historiadores casi se escuchan los ecos de las
voces de los contemporáneos de Mutis cuando comentan, admirados,
cómo "nuestro" médico, don José Celestino, sostiene corresponden
cia "nada menos que con Linneo, el príncipe de la botánica", una re
lación que con un enfoque completamente distinto podría verse como
un medio que le sirve al botánico de Upsala para construir y validar
La sociología del conocimiento científico I 205
su sistema de la naturaleza y extender sus redes hacia territorios que
le son directamente inaccesibles. En una versión, que tanto se parece
a las notas de la página social, Linneo "honra" a Mutis al establecer
correspondencia con él; en la otra, Mutis sería uno de tantos corres
ponsales-informantes necesarios para una red que se mundializa. (No
hace falta meditar mucho para encontrar ejemplos más recientes). En
esta versión, Mutis resulta ser uno de tantos actores en una compleja
red que colabora en el proceso de convertir en universal una forma de
clasificación como la sistemática de Linneo, elaborada localmente (en
Suecia) y que gracias a él, entre muchos otros, deviene ciencia uni
versal. En esta versión más compleja, Mutis es a la vez agente en la
validación de una caja negra, la sistemática linneana, y simultánea
mente su incompetente "usuario". Convertida en caja negra, la siste
mática linneana llenará de dudas al mismo Mutis, que en adelante ya
no sabrá cómo hacer para que la naturaleza tropical encaje en aquel
sistema. Y, por supuesto, conocemos el drama personal que lleva a
Mutis por el camino de dibujar, claro está que de modo selectivo y
constructivo, las especies linneanas que él mismo fabrica en el pro
ceso, precisamente porque no se atreve a cuestionar el sistema que
también él contribuye a solidificar. Como científico individual no tie
ne más remedio que sentir su impotencia y convertirse en "recolector
de datos" que debe interpretar frecuentemente como excepciones en
el sistema o, peor aún, como índices de su incapacidad como botáni
co sistemático, igual que ocurre con naturalistas situados en lugares
tan remotos como Australia, donde las leyes de la naturaleza parecen
"estar invertidas", según lo ha documentado ampliamente Roy
MacLeod (1987).
En este orden del discurso sobre el desenvolvimiento de la cien
cia en Colombia, la clasificación de qué actividades merecen ser con
sideradas científicas y cuáles no, cuándo y cómo aparece en el país
la ciencia y quiénes son sus portadores legítimos, hay demasiados
supuestos que no han sido cuestionados. En esta lucha por cuestio
nar las clasificaciones, y ojalá proponer unas que nos ubiquen en una
206 / Olga Restrepo Forero
situación menos desamparada, menos pasiva, menos irracional, es
preciso sacudir esa mirada que concibe a la ciencia como una forma
de conocimiento universal, por excelencia, y a los científicos como
individuos cosmopolitas que deben escapar de cualquier contexto
local para producir conocimiento.
Para ello quiero pensar que es preciso contrastar los enfoques
de la sociología de la ciencia y la sociología del conocimiento cientí
fico a la luz de lo que estos programas adaptados de diversas mane
ras a las circunstancias locales han significado y pueden llegar a sig
nificar desde el punto de vista de nuestra manera de entender cómo
se desarrollan, practican y elaboran la ciencia y el conocimiento cien
tífico en Colombia y cómo evaluamos el tipo de ciencia que se prac
tica en nuestro país y qué alternativas podemos proponer.
Con la perspectiva de la sociología mertoniana de la ciencia, den
tro de la cual se inscribe perfectamente el modelo difusionista de
Basalla, la investigación sobre la ciencia en países como el nuestro
debe examinar los nexos entre la ciencia y la sociedad en cuanto se
relaciona con los procesos de institucionalización que incluyen la
valoración social de la actividad científica, la formación y la sociali
zación en los valores y prácticas de la ciencia, la creación de institu
ciones para la actividad científica (institutos, universidades, asocia
ciones, premios, publicaciones). También es posible estudiar los
cambios en los focos o temas de interés para los científicos, cam
bios que pueden tener directa relación con los valores y las deman
das sociales, y que a su vez inciden sobre el ritmo y la dirección que
toma la actividad científica en un determinado país o época1. Por últi-
1 Al respecto, en su clásico ensayo "Paradigma para una sociología del conocimiento", apuntaba Merton que ya se estaba "disipando todo vestigio de la tendencia a considerar el desarrollo de la ciencia y la tecnología como totalmente autónomo y como progresando independientemente de la estructura social". Lo cual no era en verdad, a la altura de 1945, adelantar mucho. Y añadía que el caso alemán era una "virtual prueba experimental de la estrecha dependencia de la dirección y el alcance de la labor científica con respecto a la estructura de poder prevaleciente y a la visión cultural asociada con ella". (Merton, 1977: 85).
La sociología del conocimiento científico I 207
mo, la sociología de la ciencia a la Merton examina qué tipos de or
ganización social y de sistema político resultan más favorables al de
sarrollo de la ciencia (y sobre todo señala la compatibilidad funda
mental entre los valores de las sociedades "modernas" con sistemas
políticos democráticos y los que integran el ethos del científico, com
puesto de las normas de universalismo, comunalidad, humildad, es
cepticismo organizado, originalidad y desinterés), lo cual implica
analizar, igualmente, los obstáculos que a ella se oponen, que en
ocasiones inciden para que determinadas teorías científicas sean
aceptadas y rechazadas otras, algunas ideas reciban un rápido im
pulso (aun tratándose de ideas falsas o fraudulentas) y otras se vean
relegadas e incluso prohibidas. Para nosotros la tarea de investiga
ción del desenvolvimiento de las ciencias en el país se convierte en
la resolución de una serie de acertijos, entre los cuales está recono
cer todos los obstáculos locales que se oponen al progreso de las
ciencias y eventualmente indagar por las situaciones felices en que
ha sido posible en el contexto local desarrollar trabajos de excelen
cia científica, es decir, trabajos que escapan a las contingencias lo
cales, trabajos que por sus mismas pretensiones "universales" sólo
pueden ser desarrollados por científicos cosmopolitas o extrañados
de su sociedad.
Para esta versión de la sociología de la ciencia -que algunos han
preferido llamar sociología de los científicos, puesto que se ocupa
más de sus interacciones que de sus productos y desvincula unas
de otros, o aun sociología del error, como que sólo se aviene a exa
minar contenidos conceptuales cuando trata de explicar por qué
ideas erróneas o fraudulentas han llegado a ser admitidas en deter
minados momentos y contextos sociales-, la ciencia es una forma
de conocimiento superior y acumulativa, y los descubrimientos, aun
que hijos de un determinado tiempo social y cultural, son inevita
bles, en lo que constituye un argumento fuerte a favor de la objeti
vidad y verdad de éstos. Si de hecho no todos los descubrimientos
son múltiples, ello se debe a que los mecanismos de publicación y
208 / Olga Restrepo Forero
difusión impiden que otros lleguen a la fase final de un trabajo que
(al parecer de modo inevitable) conduciría al mismo punto, a esta
blecer los mismos hechos, idénticas leyes, iguales resultados. He
chos, leyes y resultados que esperan pacientemente al investigador,
que aguardan su tiempo, en un camino que conduce gradualmente
al progreso del conocimiento.
Los científicos más productivos, dice Merton, se caracterizan
por ser menos locales y más cosmopolitas; esto es, "viven y trabajan
en medios sociales culturales más vastos que sus milieux locales".
Por este camino no se descarta, pero sí se minimiza cualquier inda
gación que se centre en los procesos de producción del conocimiento
en tanto están fuertemente articulados con las "relaciones locales
interpersonales y la organización formal de sus lugares de trabajo".
Si alguna utilidad tiene, en criterio de Merton, el concepto de "co
munidad de los científicos" es precisamente este acento sobre el ca
rácter disperso de este grupo (1977:481-482). Yes también gracias
a esta imagen que se refuerza la idea de que sus productos típicos
son ideas y teorías científicas independientes de las situaciones lo
cales de su producción. Y del mismo modo son juzgadas y evalua
das de acuerdo con criterios impersonales de validez "la consonan
cia con la observación y el conocimiento anteriormente confirmado"
(1977: 359). Así, pues, que si la verificabilidad o la falsación son po
sibles en esta versión neopositivista de la ciencia, se encuentra fácil
establecer una coincidencia entre un canon metodológico y una
norma moral socialmente sustentada que impone juzgar con crite
rio universal toda contribución individual.
Por los mismos años en que Merton comenzaba la carrera que
habría de convertirlo en el "padre fundador de la sociología de la cien
cia", como ha sido unánimemente llamado en esos eventos canóni
cos tan comunes en la autocelebración de las disciplinas científicas,
Ludwik Fleck, un médico polaco-judío, escribía una obra sobre la
producción de hechos científicos, situado tan en la "periferia" -¿de
qué?: ¿de la filosofía de la ciencia?, ¿de las preocupaciones del Cír-
La sociología del conocimiento científico I 209
culo de Viena?, ¿de las respuestas de los neokantianos?, y en cual
quier caso, sería mejor decir, en la "frontera" o el "borde"- como
para tener la capacidad de dar respuestas originales a problemas que
parcialmente interesaban a psicólogos, filósofos, antropólogos, so
ciólogos e historiadores. Este médico escribía en 1935 una extraor
dinaria obra sobre la producción de hechos, que hoy en día es un
clásico de la sociología del conocimiento científico, en la cual se
señala de manera contundente cómo las condiciones sociales no son
el obstáculo que hay que romper en el proceso de conocimiento
puesto que, como él escribía, en una muy temprana propuesta de
epistemología social y genético-evolutiva,
El conocer representa la actividad más condicionada social
mente de la persona y el conocimiento es la creación social por
excelencia [...] sin la condicionalidad social, no es posible nin
gún conocer en absoluto, ya que la palabra "conocer" sólo tiene
significado en relación con un colectivo de pensamiento (Fleck,
1986:89-90).
Y, para redundar en la cita, en una expresión que preocuparía a
quienes definen el contexto, la localidad, la especificidad como el
obstáculo, la barrera que se opone al "progreso", al conceptualizar
la ciencia como cultura y como práctica se pierde toda ilusión de una
ciencia "libre de contexto": "En la ciencia como en el arte y en la
vida, sólo aquello que es realidad para la cultura, es realidad para la
naturaleza" (Fleck, 1986: 81). Y no se trata sólo de que los descu
brimientos sean "hijos del tiempo" en una sucesiva aproximación a
la verdad y a la correcta interpretación o descripción de la "naturale
za" o de la "sociedad". Más bien resulta que aquello que sea conside
rado como la "naturaleza", la "sociedad", es un producto de nuestros
procesos de construcción de conocimiento. Si se acepta esta prima
cía de la cultura desaparece, en estricto sentido, esa diferenciación
entre ciencias naturales y ciencias sociales, como era concebida
210 / Olga Restrepo Forero
cuando fue categorizada por los pensadores clásicos. Las ciencias
naturales hablan (al menos) tanto de nosotros como de la "natura
leza". Se expresa en ellas nuestra construcción de sentidos, nues
tra producción (fabricación la llaman algunos autores para poner el
acento tanto en la creación de algo no natural, como en la forma es
pecífica de organización contemporánea del trabajo), de hechos,
nuestro proceso de sintonizar sin saber de antemano cuál es la se
ñal (una vez más, distinguir "ruido" y "señal" no es un proceso na
tural, sino uno de creación de sentido).
En cualquiera de las opciones hoy corrientes de estudio social
de la ciencia, a partir de algunos problemas formulados primeramen
te por Fleck y después retomados por Kuhn en su famosa obra de
1971, se puede encontrar un campo de consensos que define una
agenda de investigación común a muchos programas de investiga
ción: cómo se genera nuevo conocimiento, en primer lugar, sobre el
estado de los conocimientos previamente validados por una comu
nidad; cómo se producen hechos científicos y descubrimientos, que
no están ahí fuera, listos para ser recogidos, sino que constituyen
productos sociales y resultados de determinadas maneras de ver que
se integran en estilos de pensamiento o paradigmas; cómo avanza
la ciencia no merced a la lenta acumulación de hechos, cada vez más
cercana a la verdad, sino por la sustitución de paradigmas o estilos
de pensamiento inconmensurables; cómo no es posible decidir ob
jetivamente, con base en la evidencia empírica, entre dos paradigmas
rivales; en fin, de qué forma los criterios de validación y significa
ción, y la interpretación de valores como simplicidad, coherencia y
precisión, cambian también históricamente.
Y una vez caracterizados los estilos de pensamiento al modo de
Fleck, "por los rasgos comunes de los problemas que interesan al
colectivo de pensamiento, por los juicios que el pensamiento colec
tivo considera evidentes y por los métodos que emplea como medio
de conocimiento" (1986: 145), no parece apropiado hablar de "re
cepción de paradigmas" o estilos de pensamiento como de actos pa-
La sociología del conocimiento científico I 211
sivos, que consisten en elegir libremente una serie de ideas, no ma
neras de ver el mundo, sistemas de conceptos o teorías. Redefinidos
los paradigmas, o pensados como "estilos de pensamiento" o como
culturas científicas, la indagación se hace más problemática, ya que
no parece posible que los individuos perciban por fuera de un estilo o
que cambien o seleccionen un estilo a voluntad. Sin embargo, antes
que proceder normativamente, sería preciso plantearse como proble
ma éste de la traducción o adaptación de ideas y teorías y, más aún, el
de concebir y comprender la ciencia como práctica y los problemas
que implica concebirla como cultura.
Si la ciencia es una forma de conocimiento "local", situada en
un contexto y un tiempo que una mirada sociológica exige especifi
car claramente, se puede invertir la pregunta para indagar más bien
cómo una actividad, una práctica y una cultura como ésta parece des
prenderse de todo el ámbito de su producción local para atravesar
no sólo el tiempo, en la metáfora de la ciencia como edificio en per
manente construcción al cual se le van sumando paulatinamente,
ladrillo tras ladrillo, nuevos pisos, nuevas estructuras, sino también
el espacio, esto es, cómo amplían esos colectivos de pensamiento sus
redes, de suerte que una vez extendido un estilo de pensamiento no
hay forma de ver por fuera de él. La "trampa" o, digamos más bien,
la seducción, consiste precisamente en que, al extender sus redes,
estos estilos de pensamiento y las cajas negras que ellos construyen
justifican el proceso como la "natural" difusión de ideas, teorías o
datos que poseen una validez intrínseca y una superioridad que tras
ciende y explica el hecho mismo de su expansión. La situación es
precisamente la inversa: lo que las valida es el proceso mismo de
ampliar la red, así adquieren esa apariencia de consistencia y soli
dez que después les reconocemos como cualidad intrínseca (Latour,
1992). En los contextos locales la producción de conocimiento es,
por definición, una práctica, la de la investigación, adaptada a las
circunstancias, a los problemas que hay que resolver, a los interro
gantes del momento, a las condiciones del laboratorio, del trabajo
212/ Olga Restrepo Forero
en el campo. Aquí las interpretaciones fluyen, se fabrican "hechos",
se fijan las imágenes, se crean las evidencias que antes de ser ciencia
(caja negra) carecen del aura de superioridad de esas teorías que dan
la impresión de viajar desprendidas del mundo, gracias a tantas obras
de historia y filosofía, y sobre todo a tantos manuales, textos y escritos
de divulgación que las presentan como obras puras, teorías, produc
tos sin referencia a lo local. Cuál sea la dinámica de relación entre la
investigación y la ciencia (como caja negra), y particularmente cómo
se convierte una en otra, es una cuestión "abierta al debate"2.
Un asunto importante es saber cómo se configura el balance que
hay en diferentes sociedades entre investigación y ciencia. Y, por su
puesto, otra cuestión aún más central para nosotros es la de indagar
cómo se llega a creer que en unas sociedades hay ciencia e investi
gación, mientras que en otras, si mucho, hay ciencia (cajas negras)
importada. Una pista para abordar el asunto tiene que ver con el
proceso de definición de lo local como secundario, fuente de datos,
lugar de recolección, medición y "aplicación" de esta manera de ver
el mundo que es independiente de todo tiempo y lugar. En esta pers
pectiva los científicos en nuestros países sólo se limitarían a exten
der el campo de lo conocido, por medio de la "aplicación", y está claro
que el nombre del juego no es el de contrastar o falsar teorías o de
hallar sus inconsistencias; el proceso de "asimilación" más bien
consiste aparentemente en seguir unas reglas3. Precisamente con la
definición misma de "aplicar", en estrecha relación con el carácter
2 Bruno Latour -que en reciente entrevista expresa esta línea divisoria entre ciencia e investigación, una cuestión que ya había expuesto claramente en La ciencia en acción- plantea que no hay ninguna conexión entre una y otra actividad, que la ciencia es una "cosa totalmente política", pero una política que es la de "deshacerse de la consulta política". (Boczkowski, 1997: 147). 3 La situación se asemeja a la relación social maestro-alumno y al proceso de transmisión
de ideas y reglas que se supone le es propio, según el análisis de Wittgenstein. Cuando el alumno hace lo que el profesor espera de él se dice que entendió y siguió "la regla". Cada vez que se aparta de la respuesta esperada la situación es descrita como de "no compren-
La sociología del conocimiento científico I 213
"universal" de la ciencia, se define que un fallo no invalida la teo
ría, sino simplemente muestra la incompetencia del investigador
(local)4. Su trabajo simplemente se presenta, por tanto, como sub
sidiario, un trabajo rutinario de escaso valor. Sólo si esta investiga
ción llega a convertirse en ciencia (caja negra), adquiere importan
cia; de no ser así no existe, forma tan sólo la cola del cometa del
paradigma bajo el cual se inscribe. Así se devalúa todo proceso de
investigación que no conduce a la "prioridad", la recompensa acor
dada después de un largo proceso de lucha, miradas retrospectivas,
negociación y reconstrucción para los "autores" de las cajas negras.
Si no hay prioridad que reclamar, hay poco que valga la pena recor
dar. Así se invisibilizan los trabajos de investigación que se produ
cen ordinariamente en nuestros países y que, a pesar de la impor
tancia que pueden tener desde la perspectiva del conocimiento local,
dejan de ser significativos si se juzgan con la pretensión de evaluar
"nuestras contribuciones a la ciencia universal". Empiezan a ser con
siderados trabajo "prácticos", "empíricos", de "corto vuelo", nada
que valga la pena destacar, precisamente porque los degradamos al
autodefinirlos como insignificantes "aplicaciones". En una crítica
de corte etnometodológico seríamos algo así como la versión periférica
de los "idiotas-culturales-normativos-seguidores-de-reglas" que no
existen ni aquí ni en ninguna otra parte.
Casi completamente descartadas las prioridades del tipo de las
cajas negras, queda la prioridad de estar cerca del cometa, de ob
servar su paso radiante por el horizonte local. De ahí que haya tan
tos trabajos sobre la "difusión" de paradigmas y la enseñanza tor
sión". Así, el papel activo resulta ser el del maestro, y el alumno es un simple recipiente que capta o no, acepta o no unas fórmulas atemporales, "las reglas" que parecen estar situadas por encimay aparte de la situación social, de los "modos de vida", de las prácticas. (Wittgenstein, 1988: § 185). 4 De un modo análogo al caso del investigador que procura resolver los enigmas ordina
rios de la ciencia "normal", al que alude en su obra Kuhn (1971).
214 / Olga Restrepo Forero
mal de las ciencias, y comparativamente menos sobre los procesos
de investigación locales, esos que comúnmente se llaman de "apli
cación". Las primeras hablan de la ciencia, de la "recepción" de las
últimas teorías, y de este modo se introducen en los circuitos inter
nacionales de la "investigación sobre las ciencias"; las segundas
hablan o deberían hablar de los pequeños trabajos de "rutina" que
sólo interesan (si es que llegan a interesar) en el contexto, a menos
que se construya un "modelo" (situacional) para comprender la di
námica de lo local. (Aquí el giro reflexivo me obliga a señalar que
escribo con conocimiento de causa, ocupada como estoy en estu
diar el proceso de "recepción" del darwinismo en Colombia).
En este modelo de la ciencia como conocimiento local que se ex
tiende y se valida simultáneamente es preciso que pongamos en cues
tión la caracterización no problemática de los "centros" y las "perife
rias" de la ciencia, no sólo porque ahora sabemos que aquellos
llamados centros son móviles en el tiempo, y porque estas dicotomías
dejan de lado las relaciones horizontales, "descentradas", sino por
que esta forma de entender la ciencia hace a un lado la interrelación
que necesariamente existe entre el contexto local (por ejemplo, del
occidente de Europa durante el siglo XIX) y la producción, la valida
ción y la circulación del conocimiento científico. En la perspectiva de
caracterizar lo "local" no como el lastre o el obstáculo que hay que
romper, se propone un enfoque simétrico que supere las anteriores
connotaciones evaluativas de centro-periferia, que tanto recuerdan a
los modelos de culturas/>recientíficas (y aun prelógicas) y culturas
científicas (Chambers, 1990: 616).
Así como se puede problematizar el papel de los contextos loca
les en esta nueva tríada analítica -que no representa una concep
ción de los tres procesos de invención, validación, aculturación, como
necesariamente independientes-, otro tema de investigación tam
bién deben ser las representaciones del "centro" y la "periferia" en
las imágenes que tienen los científicos mismos sobre su papel so
cial, como en los imaginarios que circulan sobre los procesos de in-
La sociología del conocimiento científico I US
vestigación y conocimiento en nuestro país. Así, convertidas en cues
tiones para ser investigadas, deberán quedar atrás como recursos ana
líticos, como categorías para comprender nuestros procesos, es de
cir, no pueden ni deben ser naturalizados, convertidos en "así son las
cosas", "así es como funcionan", sin someterlos a una inspección ri
gurosa sobre las jerarquías que se ponen enjuego. De otra parte, este
giro hacia lo local es necesario porque permite contrarrestar la ten
dencia a concebirlo como un lastre en el proceso de investigación cien
tífica, idea que permea, por lo demás, toda la política científica que se
hace en países como el nuestro. Sería muy difícil entender el surgi
miento del darwinismo sin tener en cuenta el contexto cultural, so
cial y económico de la Inglaterra del siglo XIX Hacer a un lado lo local
o concebirlo como obstáculo en el desarrollo de la ciencia sólo con
tribuye a confundir aquello que se quiere entender (Anderson y Buck,
1989). Una política científica construida sobre tales cimientos pare
ce estar condenada a elegir entre producir, si sólo dependiera de su
gestión, científicos "alienados" o "periféricos".
Y las jerarquías que se cristalizan en tales discursos están bien
claras. Hay aquí una marcada asimetría en el tratamiento de la cien
cia3 que es necesario comprender. En la historia de la ciencia, a los
actores locales sólo se les construyen aquellos intereses que los con
ducen a negar las teorías científicas. Cuando las ideas son rápida
mente aceptadas en el espacio universitario se produce una "feliz
revolución" que aparentemente se explica por sí misma, por la cali
dad científica de las ideas que se defienden. El caso es igual si se
habla de Copérnico y Newton que si se trata de la acogida que tu
vieron en el mundo universitario las obras de Pasteur, Darwin o en
el siglo presente Freud o Einstein. Si las ideas expresan leyes uni
versales, la resistencia se equipara con el error y éste debe ser ex-
5 Asimetrías asociadas al modelo difusionista han sido examinadas por Latour (1992: 128-139) y por Chambers (1993: 610-611).
216/ Olga Restrepo Forero
plicado. Es natural, entonces, que se examinen las causas sociales o psicológicas del rechazo, pero se entienda que la aceptación sólo muestra la cientificidad, racionalidad o la modernidad de los "receptores". Valdría la pena encaminar nuestros esfuerzos a construir visiones históricas y sociológicas más simétricas y más caritativas con el trabajo de los distintos actores en el escenario científico.
La simetría está de moda, ciertamente, en los estudios sociales de la ciencia. Basta consultar algunos números recientes de los Social Studies of Science, para encontrar largas discusiones al respecto. Una de ellas, e interesante por cierto, se refiere al problema de la neutralidad que algunos consideran va asociada a este principio metodológico. Yo creo, por el contrario, que podemos aplicar cierta simetría en la indagación sobre los procesos de la ciencia en nuestro país, sin por ello pretender cualquier "defensa" a ultranza de nuestros científicos o intelectuales simplemente porque son nuestros, en un chauvinismo de nuevo cuño, aunque sin recurrir por ello a la imparcialidad que no parece ser otra cosa sino un nuevo nombre para la tan criticada "neutralidad valorativa"6. Podemos ser simétricos cuando, si esa es nuestra opción teórica, construimos (creo que nuestro colega José Antonio Amaya preferiría decir "descubrimos") intereses sociales para el rechazo tanto como para la adaptación o traducción local de los estilos de investigación científica. Esto no significa que tengamos que ser imparciales o neutrales con respecto a los actores locales. Por ejemplo, cuando Caldas se opone débilmente a las clasificaciones de los europeos en la polémica del Nuevo Mundo a la que antes aludí, lo hace en defensa de las élites a las cuales pertenece, como criollo que es y como se define conscientemente a sí mismo. La simetría en el análisis no significa necesa-
6 Al respecto véanse, por ejemplo, como parte de la interesante polémica que se compiló en un número monográfico de la revista arriba mencionada, Ashmore, 1996: Collins, 1996: Pels, 1996.
La sociología del conocimiento científico I 217
riamente nuestra defensa o nuestro silencio en relación con su posición de interés, salvo que hablemos efectivamente como criollos o como defensores a ultranza del cientificismo como expresión máxima de la racionalidad y la modernidad. (Y, dicho sea de paso, a esta tarea se ha dedicado una buena parte de la nueva historia de la ciencia en América Latina, en abierta contradicción con los principios teóricos y metodológicos que propone.) Por supuesto, si la comparación la hacemos con los aún más racistas discursos europeos de finales del siglo XVIII, puede que la imagen de Caldas, situado en esta esquina del mundo, se presente con una luz un poco más favorable. Sin embargo, esto ocurrirá si se hacen a un lado las condiciones de la traducción y extensión de esos discursos en el contexto histórico, condiciones que no están determinadas de antemano, ni se pueden predecir o anticipar por un cuidadoso análisis del contenido de los propios discursos. Podemos mostrar a Caldas como un ejemplo típico de la ciencia nacional, a condición de que entendamos la nación como empezaban a entenderla los criollos7, una nación inventada por una pequeña burocracia viajera y un grupo de letrados, periodistas y comerciantes (Anderson, 1993), o podemos plantearnos el problema del significado social que en su contexto local y no en un pretendido sentido universal tenían sus discursos. Aunque no seamos "neutrales", con esa simetría habremos ganado mucho si adoptamos el principio de la caridad interpretativa, tan estimado por los antropólogos, según el cual podemos hacer más o menos racional, más o menos coherente el comportamiento y los sistemas de creencias de los actores que investigamos. En el ejemplo que consideramos esto implicaría estudiar cuidadosamente las condiciones locales que Caldas expresaba en su discurso, un discurso legitimador de una nueva dominación, antes de proceder a calificar su in-
7 En mi criterio éste es el programa propuesto y efectivamente seguido, por ejemplo, en Saldaña (1992).
218/ Olga Restrepo Forero
competencia o su "mala lectura"8 de las fuentes ilustradas que cita
en sus textos. Me parece que habremos ganado mucho en compren
sión si ocurre que, en este conflicto o lucha por las clasificaciones
(y debe tratarse, en efecto, de una "lucha por las clasificaciones"),
nuestros sujetos (los científicos del presente y del pasado y sus pú
blicos) no resultan sistemáticamente calificados de irracionales e
incoherentes,/>relógicos o/)remodernos. Pero aun habríamos avan
zado más si al prestar cuidado a los contextos locales estuviéramos
también atentos a examinar con mayor detenimiento la medida en
que los sujetos que estudiamos, y también nosotros como investi
gadores o (¿hay que recordarlo?) investigadoras, contribuimos a
profundizar tendencias sociales de dominación y subordinación en
el marco de las cuales cada día producimos nuevos sentidos.
8 Éste es otro tema que resuena aquí y allá. ¿Cuáles cuentan como buenas lecturas y cuáles como malas? ¿Una lectura obediente es una buena lectura? Quienes se autodefinieron como darwmistas en América Latina, por ejemplo, ¿leyeron bien o mal a Darwin? El historiador o, para el caso, la historiadora, ¿debería hoy medir con un mejor rasero, el de la "correcta lectura" (¿pero, cuál escoger, para citar sólo un ejemplo, entre la de los biólogos de hoy o la de los biólogos del siglo XIX?), a los actores del pasado para definir retrospectivamente cuáles, en efecto, califican para el cielo reservado a los darwinistas y cuáles caen en el abismo de los malos lectores, los defensores del creacionismo, los que confundieron a Darwin con Lamarck o a Darwin con Haeckel o a Darwin con Spencer? ¿Quién tiene el poder para cerrar las múltiples interpretaciones? ¿En nombre de qué o de quién se ejerce ese poder?
La sociología del conocimiento científico I 219
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Fernando Zalamea
EL CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN
EN AMÉRICA LATINA: MODALIDADES DE RESISTENCIA
El lugar de Peirce
Charles Sanders Peirce (1839-1914) es uno de los últimos espíritus
genuinamente universales de la modernidad. Peirce produjo contri
buciones importantes en física, geodesia, economía, matemáticas,
historia de la ciencia, psicología, lógica, filosofía, semiótica1; en es
tos tres últimos campos, sus aportes renovaron completamente las
disciplinas. La singularidad de Peirce puede verse reflejada en el
1 Acerca de las contribuciones de Peirce en estos diversos campos, véanse, respectivamente, las siguientes introducciones: Demetra Sfendoni-Mentzou, "The Role of Potentiality in Peirce's Tychism and in Contemporary Discussions in Quantum Mechanics and Micro-physics". En: E. C. Moore (ed.), Charles S. Peirce and the Philosophy of Science, Tuscaloosa, The University of Alabama Press, 1993, pp. 246-261; Victor F. Lenzen, "Charles S. Peirce as Mathematical Geodesist", Transactions ofthe Charles S. Peirce Society VIII (1972), pp. 90-105; Carolyn Bisele, "Econometrics". En: C. S. Peirce, The Seta Elements of Mathematics (ed. Eisele), The Hague, Mouton, 1976, vol. III/1, pp. xxra-xxvil; Carolyn Eisele, Studies in the Scientific and Mathematical Philosophy of Charles S. Peirce, The Hague, Mouton, 1979; Joseph Dauben: "Peirce and History of Science". En: K L. Ketner (ed.), Peirce and Contemporary Thought, New York, Fordham University Press, 1995; Clyde Hendrick, "The Relevance of Peirce for Psychology". En: E. C. Moore (ed.), Charles S. Peirce and the Philosophy of Science, Tuscaloosa, The University of Alabama Press, 1993, pp. 333-349; Nathan Houser (ed.), Studies in the Logic of Charles S. Peirce, Bloomington, Indiana University Press, 1997; Christopher Hookway, Peirce, London, Routledge, 1985; James Jakób Liszka, A General Introduction to the Semeiotic of Charles Sanders Peirce, Bloomington, Indiana University Press, 1996.
222 / Fernando Zalamea
tamaño descomunal de su obra: 100.000 (!) páginas manuscritas2,
de las cuales 12.000 fueron publicadas en vida3. Sin embargo, a pe
sar de la riqueza conceptual y material de su obra, la figura de Peirce
es aún poco conocida por la comunidad científica.
En buena medida, esto se debe a varios clichés que quedaron
asociados con Peirce, y a una edición muy fragmentada de su obra.
El carácter iconoclasta de Peirce, su agudeza crítica y su soberbia
produjeron muchos rencores en la aún incipiente y frágil comuni
dad científica norteamericana; ésta no le perdonó sus modos de vida
divergentes (divorcio, concubinato, drogas) y lo separó de los cen
tros investigativos y docentes en los que Peirce pudo haber influido
(Harvard, Johns Hopkins)4. Peirce vivió asidos décadas muy produc
tivas de su vida (1890-1910) en la periferia de la academia, recluido
en Arisbe, su casa de campo en Pensilvania.
Peirce fue reconocido por su brillantez, pero tildado de "extrava
gante", "disperso", "desordenado", "desperdiciado". Estos prejuicios
fueron repetidos y reforzados en el primer intento de edición de par
te de sus obras, realizado por dos inexpertos estudiantes de docto
rado (Hartshorne/Weiss), en Harvard, en los años treinta. La obra
2 C. S. Peirce, The Charles S. Peirce Papers, microfilm edition, Cambridge, Harvard University Library, Photographic Service, 1966 (edición microfilmada de las 100.000 páginas, aproximadamente, de manuscritos peirceanos; la edición fue acompañada de un catálogo razonado: Richard S. Robin, Annotated Catalogue ofthe Papers of Charles S. Peirce, Amherst, The University of Massachusetts Press, 1967; la identificación cronológica de los manuscritos, comenzada por Max Fisch, ha sido ya terminada en el Peirce Edition Project, que se realiza desde los años setenta en la Universidad de Indiana).
1 C. S. Peirce, The Puhlished Works of Charles Sanders Peirce, microfiche edition, Bowling Green, Philosophy Documentation Center, 1986 (edición microfilmada de las 12.000 páginas, aproximadamente, publicadas por Peirce en vida; la edición va acompañada de un catálogo razonado: K L. Ketner,/! Comprehensive Bibliography ofthe Published Works of Charles Sanders Peirce with a Bibliography of Secondary Studies, Bowling Green, Philosophy Documentation Center, 1986, second edition revised).
4 Max Fisch, Peirce, Semeiotic and Pragmatism, Bloomington, Indiana University Press, 1986; Joseph Brent, Charles S. Peirce: A Life, Bloomington, Indiana University Press, 1993.
El caso Peirce: modalidades de resistencia / 223
de Peirce fue desmembrada, recortada y repartida arbitrariamente;
quedaron las ruinas de "un castillo en el aire"5. Harvard produjo,
entre 1930 y 1950, seis volúmenes de los CollectedPapers de Peirce
(2.500 páginas), que fueron complementados y enmendados en 1958
con dos volúmenes adicionales (ed. Burks)6. Aunque la edición de
Harvard hizo conocer más ampliamente a Peirce, ésta incorporó
graves deficiencias y arbitrariedades que, a la larga, redundarían en
detrimento del legado peirceano.
Dada esta situación, desde 1980 se está realizando una ingente
labor para recuperar justa y plenamente el lugar de Peirce. Una edi
ción cronológica y meticulosa de sus escritos más importantes se
encuentra en curso (5 volúmenes publicados, edición proyectada en
30 volúmenes)7,y se realizan numerosas monografías -basadas en
los manuscritos originales peirceanos- que estudian en detalle los
más variados aspectos de su obra. Aunque el volumen de estudios
dedicados a Peirce es ya bastante notable8, la recuperación del lugar
de Peirce ha tenido que ir en contra de muchos intereses creados,
como lo precisamos a continuación.
5 Murray G. Murphey, The Development of Peirce's Philosophy, Cambridge: Harvard University Press, 1961, p. 407.
6 C. S. Peirce, Collected Papers, 8 vols. (Eds. Hartshorne, Weiss, Burks), Cambridge: Harvard University Press, 1931-1958. Edición electrónica en CD-ROM, Intelex Corporation, 1992.
' C. S. Peirce, Writings (A ChronologicalEdition), 5 volúmenes hasta la fecha, Bloomington, Indiana University Press, 1982-1993. El sitio de la edición (PEP: Peirce Edition Project) puede visitarse vía Internet: http://www.iupui.edu/~peirce.
8 Otros dos útiles instrumentarios para los estudiosos de Peirce son las Transactions of the Charles S. Peirce Society, revista que se publica trimestralmente desde 1964, y el sitio "Arisbe", sede central de conexiones sobre Peirce en Internet, sitio coordinado por Joseph Ransdell, en Texas Tech University (http://www.door.net/arisbe/). También en Texas Tech se encuentra el Institute for Studies in Pragmaticism, que dirige K L. Ketner, y que provee amplias facilidades de trabajo para los estudios peirceanos.
224 / Fernando Zalamea
Las resistencias a Peirce
La mala comprensión de la obra de Peirce se debe a una conjugación
de factores circunstanciales y materiales, por un lado, y metodológicos
y conceptuales, por otro lado. El primer bloqueo importante se debe
al rechazo con que la sociedad puritana de New England sentenció
las circunstancias personales de Peirce. Al separarse de su primera
esposa, y vivir luego en concubinato con su segunda mujer, Peirce
contravino públicamente los esquemas sociales de la buena sociedad
puritana, y ésta no tardó en cobrarle cuentas9: fue alejado, en circuns
tancias dudosas, de la cátedra de lógica que había ganado en Johns
Hopkins y que ya empezaba a rendir notables frutos10. Si a este dudo
so rechazo moral se le añade el repudio que originó, en algunos
casos1 ,1a intransigencia y la severidad crítica del mismo Peirce, se
explica por qué algunos administradores académicos de poca altura
hicieron lo posible por cerrarle a Peirce las puertas de la Universidad
(ya fuera Harvard o Johns Hopkins). Con el apoyo de su padre, sin
duda el más importante matemático norteamericano del siglo XIX y
muy influyente científico en su época, Peirce pudo trabajar muchos
9 Véanse los textos de Brent y Fisch ya citados, en los que se estudian en detalle el ambiente puritano de la época y los odios personales a los que Peirce dio lugar. 10 El volumen Studies in Logic by the Members of the Johns Hopkins University (1883), que incluye contribuciones de Peirce y sus alumnos, fue reeditado un siglo después (Amsterdam, John Benjamins, 1983) como primer volumen de la prestigiosa colección "Foundations of Semiotics" (Benjamins). Los Studies se constituyen en el primer texto moderno de lógica editado en el continente americano. 11 El caso más patético es el de Simón Newcomb, científico de estatus en la época -hoy olvidado-, a quien Peirce acudió constantemente, solicitándole cartas de apoyo para sus grandes proyectos en lógica. Peirce confió equivocadamente en la supuesta amistad de Newcomb. Los detallados estudios de archivo de Fisch y Brent han demostrado posteriormente que Newcomb detestaba a Peirce; sus influyentes opiniones cerraron el camino de Peirce en Johns Hopkins y en la Carnegie Institution. Es un hecho documentado que el rencor y la envidia de engranajes menores en el establishment académico impidieron el adecuado reconocimiento del más incisivo genio que ha surgido en los Estados Unidos.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 225
años en el United States Coast Survey, donde realizó gran cantidad
de mediciones geodésicas y gravimétricas. Sin embargo, Peirce fue
finalmente echado del Survey y debió vivir los últimos veinte años
de su vida -tal vez los más originales y productivos- recluido en su
casa de campo, en condiciones económicas asfixiantes.
Luego de haberse bloqueado un justo reconocimiento de Peirce
envida, hubiese sido fundamental reconocer la excelencia de su obra.
Al morir Peirce, su viuda legó la biblioteca de Peirce y las cien mil
páginas de manuscritos peirceanos al Departamento de Filosofía de
Harvard; entre 1914 y 1930, los manuscritos fueron apilados, orde
nados y desordenados varias veces, hasta quedar en un caos difícil
mente asimilable12. Harvard estuvo a punto de contratar a Bertrand
Russell para que organizara los manuscritos peirceanos; por circuns
tancias políticas (a Russell se le negó la visa), su estancia en Harvard
no pudo llevarse a cabo, perdiéndose así una espléndida oportuni
dad de encauzar adecuadamente el legado peirceano. Entre 1931 y
1935, el Departamento de Filosofía de Harvard contrató a Charles
Hartshorne (reciente postdoctorado) ya Paul Weiss (estudiante del
doctorado) para que editaran parte de los manuscritos. La edición
Hartshorne/Weiss fue temática; los temas centrales escogidos (cos
mología, lógica, filosofía) dieron a conocer la originalidad y profun
didad del pensamiento peirceano. Sin embargo, la edición en sí fue
sencillamente desastrosa; los editores recortaron y pegaron (literal
mente) pedazos de los manuscritos, y los reordenaron según sus
criterios (apropiados o defectuosos, no eran en todo caso los de
Peirce). Con la edición Hartshorne/Weiss surgió entonces un Peirce
12 Las vicisitudes de los manuscritos peirceanos han sido recordadas en varios artículos: Víctor F. Lenzen, "Reminiscences of a Mission to Milford, Pennsylvania", Transactions of the Charles S. Peirce Society I (1965), pp. 3-11; W. F. Kernan, "The Peirce Manuscripts and Josiah Royce -A Memoir: Harvard 1915-1916", Transactions ofthe Charles S. Peirce Society I (1965), pp. 90-95; E. C. Moore, A. Burks, "Three Notes on the Editing of the Works of Charles S. Peirce", Transactions ofthe Charles S. Peirce Society, xxvill (1992), pp. 83-106.
226 / Fernando Zalamea
brillante, extremadamente original, pero a menudo incoherente y
oscuro13. A los bloqueos sociales en vida, se le sumó un bloqueo más
pernicioso al legado peirceano.
En los años cuarenta, la figura de Peirce quedaba catalogada así
como la de un excéntrico, individuo difícil, que había producido una
obra genial, pero llena de oscuridades y contradicciones. Peirce, ple
namente ex centrado, quedaba asociado con preocupaciones perifé
ricas que, supuestamente, no deberían tener incidencia en los pro
blemas centrales de la cultura.
Más allá de las circunstancias personales y editoriales que blo
quearon un mejor acceso a Peirce, existieron (y aún existen) resis
tencias metodológicas y conceptuales de fondo que han limitado la
influencia de la obra peirceana. Peirce fue reconocido por sus pa
res, y siguió siendo reconocido, como el creador del pragmatismo
norteamericano14, tal vez la única escuela filosófica de talla que ha
producido hasta ahora el continente. Sin embargo, las variedades del
pragmatismo, desde sus mismos comienzos, fueron muy diversas y
poco congruentes entre sí. Algunos aspectos fundamentales de las
formulaciones peirceanas no fueron en su momento comprendidos
y, luego, sencillamente olvidados, y se impuso una variedad de
pragmatismo conductista (William James, John Dewey), que Peirce
rechazó constantemente en las últimas décadas de su vida. Algunos
enunciados de la máxima pragmática peirceana son los siguientes:
13 Ha llegado a pensarse seriamente que existieron intereses personales en el Departamento de Filosofía de Harvard, entre 1920 y 1940, para que la obra de Peirce se olvidara o resultara oscura y secundaria. Sencillamente, algunos profesores de filosofía habrían "recuperado" ideas de los manuscritos peirceanos (los manuscritos son fuente inagotable de ideas originales) y hubieran preferido que éstos no se hicieran públicos. El debate, muy subterráneo, está aún por darse y demostrarse. Se pueden encontrar indicaciones en los archivos electrónicos de la lista de discusión "peirce-1" coordinada por Ransdell en Texas Tech University (http://www.door.net/arisbe/). 14 Acerca de los orígenes del pragmatismo, véanse los artículos de Max Fisch, reunidos en M. Fisch, Peirce, Semeiotic andPragmatism, Bloomington, Indiana University Press, 1986.
El caso Peirce: modalidades de , stencia I 227
[ 1878]: Consider what effects which might conceivably have
practical bearings we conceive the object of our conception to
have. Then, our conception of these effects is the whole of our
conception of the object.
[1898]: Pragmatism is the principie that every theoretical
judgement expressible in a sentence in the indicative mood is a
confused form of thought whose only meaning, if it has any, lies
in its tendency to enforce a corresponding practical maxim
expressible as a conditional sentence having its apodosis in the
imperative mood.
[1905]: The entire intellectual purport of any symbol consists
in the total of all general modes of rational conduct which,
conditionally upon all the possible different circumstances, would
ensue upon the acceptance of the symbol.
Representación Contexto i
Actual (Posible)
Contexto j
Contexto k
Dimensión pragmática
228 / Fernando Zalamea
Según el pragmatismo peirceano, el conocimiento debe ser con-
textual, relacional, modal, sintético. Se conoce mediante signos,
contextualizados adecuadamente; la interrelación sintética de signos
y contextos da lugar al conocimiento. La máxima pragmática peirceana
enfatiza una diversidad de contextos y una múltiple experimentación.
El pragmatismo es, así, esencialmente dinámico; rompe con un ab
soluto fijo y con la creencia en representaciones privilegiadas.
Debe distinguirse aquí el pragmatismo peirceano del pragmatismo
"vulgar" de sus sucesores (James, Dewey, Rorty), quienes redujeron la
multiplicidad peirceana de contextos a contextos utilitarios o psicoló
gicos, y quienes redujeron los ámbitos de posibilidad no determinista
peirceanos a ámbitos de actualidad determinista. Para distinguirse de
esos usos restringidos del pragmatismo, Peirce trató (sin éxito) de de
nominar "pragmaticismo" a su filosofía más amplia.
Así, por derroteros conceptuales muy diferentes de coyunturas
biográficas y editoriales, Peirce fue una vez más ex centrado y situa
do en la periferia. La influencia pasada de James y Dewey, y la in
fluencia actual de Rorty (social, institucional, política) relegaron a
un lado, inconscientemente al comienzo, consciente y encarnizada
mente al final15, las modalidades pragmaticistas de Peirce. La recu
peración del lugar de Peirce va en contra de muy fuertes intereses
creados en la cultura norteamericana. Mientras Rorty, en su varie
dad del pragmatismo, enfatiza aspectos retóricos, psicológicos y so
ciales, tendientes a modificar la actualidad, Peirce enfatiza aspec
tos lógicos, científicos y metafísicos, tendientes a comprender los
ámbitos de lo posible. El choque no puede ser más fuerte. Es difícil
que dentro de un mismo vocablo ("pragmatismo") quepan dos vi
siones del mundo tan distintas. Rorty ha optado sencillamente por
eliminar a Peirce. Por supuesto, la situación es injusta y equívoca: el
15 Acerca de la incomprensión de Peirce por Rorty, y acerca de lo que podría llamarse su "mala fe" en la interpretación peirceana, véanse los archivos electrónicos en la lista de discusión "peirce-1".
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 229
pragmatismo peirceano es mucho más general y amplio que las va
riedades delimitadas de James (énfasis psicológico), Dewey (énfasis
institucional-educacional) y Rorty (énfasis político-sofista), que no son
más que casos particulares de la máxima general peirceana.
Más allá de las circunstancias biográficas, editoriales y autoritarias
que han limitado un adecuado reconocimiento de Peirce, existen otras
razones de fondo que explican por qué Peirce fue necesariamente de
jado de lado por los cauces normales de la cultura (en el sentido
kuhniano) en el siglo XX, Por un lado, opuestas a la construcción
peirceana de un sistema arquitectónico global, en el que se conjugan e
interactúan naturalmente lógica, metafísica y experimentación cientí
fica, se encuentran las prácticas metodológicas del siglo XX, que sepa
ran cada una de estas empresas del conocimiento, enfatizando a ultranza
las especializaciones. Por otro lado, opuesto al realismo peirceano, que
busca y encuentra realidades generales en ámbitos conceptuales y ex
perimentales, luchando aún por conseguir una unidad global en el co
nocimiento, se encuentra un nominalismo difuso en los modelos con
temporáneos del conocimiento, que acentúa juegos particulares de
lenguaje y delimita sus expectativas a relativismos locales.
Los primeros trabajos de Peirce estuvieron muy fuertemente
influenciados por intensas lecturas de Kant. Peirce dedicó los pri
meros veinte años de su vida intelectual (entre una multitud de ac
tividades que desarrollaba paralelamente) a una profunda revisión
de las categorías kantianas. En las dos últimas décadas de su vida
(paralelamente con el refinamiento de la máxima pragmática y con
la creación de sus gráficos existenciales -sistemas lógicos que in
corporarían, entre otros aportes, una lógica precisa de las modali
dades-), Peirce sistematizó sus tres categorías generales, que reco
rren todos los ámbitos de la experiencia y del conocimiento. La
descripción de las categorías es, necesariamente, vaga, general; se
gún la máxima pragmática, las categorías se van precisando poste
riormente. Las categorías peirceanas se describen con palabras clave
y conceptos fundamentales, de la manera siguiente:
230 / Fernando Zalamea
(1) PRIMERIDAD ("Firstness"): inmediatez, impresión primera,
frescura, sensación, predicado unitario, azar, posibilidad.
(2) SECUNDIDAD ("Secondness"): otredad, reacción, efecto,
resistencia, relación binaria, hecho, actualidad.
(3) TERCERIDAD ("Thirdness"): continuidad, mediación, orden,
conocimiento, relación ternaria, ley, generalidad, necesidad.
Las tres categorías peirceanas se imbrican constantemente. El
conocimiento y una (progresiva) precisión se van generando al ir
definiendo contextos y enfatizando en ellos una determinada cate
goría peirceana.
El método produce novedades. Por ejemplo, Peirce propuso una
muy interesante clasificación de las ciencias, en la que las matemá
ticas son la base ideal del edificio. Después de más de 100 (!) inten
tos esquemáticos de clasificación producidos a lo largo de su vida,
en 1903 Peirce propuso una clasificación triádica y modal (clasifica
ción "perenne"), cuyo comienzo se indica a continuación16:
1. MATEMÁTICAS
2. FILOSOFÍA
2.1 FENOMENOLOGÍA
2.2 CIENCIAS NORMATIVAS
2.2.1 ESTÉTICA
2.2.2 ÉTICA
2.2.3 LÓGICA
2.3 METAFÍSICA
3. CIENCIAS ESPECIALES
16 Para un detallado estudio de las clasificaciones de las ciencias según Peirce, véase Beverley Kent, Logic and the Classification of Sciences, Montreal: McGill-Queen's University Press, 1987.
El caso Peirce: modalidades de resistencia / 231
Las matemáticas (1) estudian los ámbitos de posibilidad abstrac
tos (primeridad), sin restricciones o contrastaciones en los ámbitos de
lo imaginario. La filosofía (2) estudia los fenómenos comunes en los
ámbitos generales de la experiencia (acción-reacción: secundidad). Las
ciencias normativas (2.2) estudian los fenómenos comunes en los ám
bitos generales de la experiencia, enfatizando la acción (secundidad)
de los fenómenos sobre nosotros y la acción de nosotros sobre los fenó
menos. La lógica (2.2.3) estudia el ámbito general de las representa
ciones (manejo general [terceridad] de la acción semiótica). La máxi
ma pragmática se encuentra en el lugar 2.2.3.3 de la clasificación, un
punto de equilibrio muy interesante: soporta los haceres generales de
las ciencias que quedan por encima de ella, y se vale de las observacio
nes particulares de las ciencias específicas que quedan por debajo.
Las tres categorías peirceanas se encuentran sumergidas en una
tríada básica del conocimiento:
Intérprete (3)
A (1) Signo Objeto (2)
La contribución peirceana fundamental consiste en asegurar que
sólo conocemos mediante signos y en enfatizar la dimensión del in
térprete en los manejos del conocimiento17. Se integran así, de ma-
1 ' En realidad, en el diagrama mencionado, la noción fundamental es la de "interpretante" (signo dentro del intérprete). La semiótica peirceana es mucho más sofisticada de lo que, vagamente, se indica aquí. Para una buena introducción a la semiótica de Peirce, véase James Jakób Liszka,^4 General Introduction to the Semeiotic of Charles Sanders Peirce, Bloomington: Indiana University Press, 1996. Para un estudio a fondo, véase Robert Marty, L'algébre des signes, Amsterdam, Benjamins, 1990. Vale la pena resaltar que fueron algunos semiólogos (Jakobson, Eco, etc.) quienes, entre los años cuarenta y sesenta, insistieron primero en la extraordinaria originalidad de la obra peirceana.
232 / Fernando Zalamea
ñera natural, las tres dimensiones básicas de la lógica: sintaxis (va
riaciones de lo signos), semántica (variaciones de los objetos), prag
mática (variaciones de los intérpretes). El uso permanente de las cla
sificaciones triádicas es recursivo: puede aplicarse sucesivamente
en varios estratos o contextos. La recursividad del método lo vuelve
particularmente fecundo.
Dentro de una arquitectónica y una metodología que tratan de
propender por la unificación de lo diverso, una incorporación de
problemáticas de vaivén controladas lógicamente entre lo local y lo
global, lo particular y lo universal, lo actual reactivo y lo real general,
va explícitamente en contra de muchos intereses de poder en la
cultura contemporánea. Los énfasis nominalistas, sicologistas, po
líticos, retóricos, localistas, relativistas a ultranza, presentes en
muchos enfoques influyentes en las ciencias humanas y, más exten
samente, en muchos de los haceres culturales actuales, explican que
una empresa como la de Peirce haya sido relegada a la periferia. La
isotopía actual de los valores culturales (todo tiende a ser igualmente
válido) va en contra de una ordenación jerárquica del conocimiento
como la propuesta por Peirce (en la cual habría verdades generales
más fecundas que las particulares). La ruptura, pretendidamente
"postmoderna", de las cosmovisiones del mundo va en contra de la
arquitectónica general peirceana.
Sin embargo, curiosamente, muchos de los énfasis "postmo
dernos" (fronteras vs. centro, conjunción vs. disyunción, otro vs. yo,
problemas vs. dilemas, singularidades vs. regularidades, etc.) coin
ciden con extensas elaboraciones en la obra de Peirce. La diferencia
esencial consiste en que las elaboraciones locales peirceanas son lue
go incorporadas en un sistema coherente global, que recupera la uni
versalidad, mientras que el "postmodernismo" tiende, intrínsecamen
te, a la disgregación de sus propias elaboraciones. A continuación
elaboraremos el diseño de un retículo peirceano de fuerzas cultura
les -basado en la máxima pragmática, las modalidades y las catego
rías peirceanas-, en el cual caben adecuadamente resistencias e
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 233
hibridaciones, sin que se pierdan fundamentales valores universales.
Tendremos en cuenta, de manera específica, el problema de la
"transculturación" en América Latina (independencia / originalidad
/ representatividad; regionalismo / modernización).
Un retículo peirceano de resistencias e hibridaciones culturales
De la creencia clásica en valores de verdad fijos, únicos, eternos, se
pasa con la contemporaneidad a un relativismo extremo, donde la
multiplicidad de valores se disgrega en un caos aparente. De la creencia
en modelos naturales, estables, se pasa al manejo de múltiples mo
delos a d hoc, evolutivos. De un centro omniabarcador se pasa a
descentramientos y periferias. De lo universal, global, regular, se pasa
a lo particular, local, singular. Todos estos énfasis (que pueden leerse
muy claramente, por ejemplo, en Broch, Musil o Bajtin, sin necesi
dad de acudir a dudosos y estériles "postmodernos") abren grandes
campos de visión y de conocimiento, que son los propios del siglo XX
Sin embargo, la honda apertura de la visión hace que ésta haya tendi
do a dispersarse y, a menudo, a perderse en sus nuevos dominios. El
incisivo carácter parcial de la visión contemporánea ha incentivado el
auge a ultranza de las especializaciones -donde un pedazo de la mi
rada, en su ámbito restringido, puede dar la ilusión de totalidad- y ha
dejado de lado, por utópicas e irrealizables, las ambiciones de univer
salidad propias de los grandes sistemas arquitectónicos en filosofía.
La multiplicidad, y aparente incoherencia, de lo local y lo particular
rechaza la posibilidad de lo global y lo universal.
Uno de los aspectos de profundo interés que puede tener el
pragmaticismo peirceano, en las circunstancias actuales, consiste -en
cambio- en permitir y fomentar la especificidad de lo local, ligándolo
estrechamente con principios universales. La máxima pragmática
peirceana indica explícitamente que, en un determinado proceso de
conocimiento, se deben estudiar las acciones-reacciones de ese
proceso, en todos los ámbitos concebibles. Cada ámbito es contextual,
234 / Fernando Zalamea
local, regional, determinado, horizontal; pero es sólo una lectura ver
tical, pragmaticista, que compara constructivamente los diversos
ámbitos locales, la que permitirá detectar de manera más fiel ese pro
ceso del conocimiento. En la máxima pragmática peirceana se entre
lazan las modalidades fundamentales con las cuales se aprehende el
conocimiento: comprendemos lo que es (actual), a través de sus re
presentaciones en una amplia gama de contextos (posibilidad), ob
servando en cada contexto cómo reaccionan experimentalmente esas
representaciones (necesidad). La máxima pragmática incorpora in
mediatamente la parcialidadefectiva del conocimiento (nunca podre
mos abarcar en la práctica todos los contextos de posibilidad) y, sin
embargo, permite su universalidad ideal (en teoría, podemos discu
rrir acerca de todos los contextos posibles, aunque jamás seamos ca
paces de actualizarlos). Intrínsecamente, el pragmaticismo peirceano
involucra una metodología lógica que liga lo local con lo universal,
permitiendo la especificidad de lo local y, a su vez, reconstruyendo lo
universal como un "pegamiento untorial" de lo local18.
Según Peirce,
Philosophy should heed the multitude and variety of its
arguments, not the conclusiveness of any one. Its reasoning
should not form a chain which is no stronger than its weakest link,
but a cable whose fibers may be even so slender, provided they
are sufficiently numerous and intimately connected19 (1868).
18 La modelización matemática fundamental detrás de estas ideas consiste en la teoría matemática de categorías (no confundir con las tres categorías peirceanas). A partir de conceptos sintéticos y relaciónales (versus analíticos y descriptivos), la teoría permite redescribir, en cada ámbito local de la experiencia matemática, construcciones aparentemente muy diversas que, en realidad, obedecen a un mismo patrón universal. Aún no se han establecido conexiones explícitas y cuidadosas entre los conceptos globales que subyacen tras la máxima pragmática peirceana y tras la teoría matemática de categorías, aunque algunos de mis trabajos apuntan a esa dirección. Por otra parte, el trabajo de Robert Marty ya citado utiliza la teoría matemática de categorías para presentar sistemáticamente la semiótica de Peirce. 19 C. S. Peirce, Collected Papers, 5.265.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 235
Las tres categorías peirceanas permiten explicitar las íntimas
conexiones de la realidad y aseguran la solidez de las fibras con que
se construye el cable de la razón. La multiplicidad de las fibras es
de nuevo fundamental, así como el entrelazamiento unitario de ellas.
Las tres categorías peirceanas permean todos los ámbitos de la ex
periencia; los énfasis y las modalidades de cada categoría en cada
contexto difieren, y resulta necesario poder traducir e interpretar sus
procesos de osmosis; de allí surge la importancia fundamental de la
semiótica en el sistema peirceano.
La combinación de la máxima pragmática peirceana (como haz
metodológico que engloba particularidad, universalidad y modali
dades lógicas) y de las tres categorías peirceanas (como haz recursivo
fenomenológico que incorpora multiplicidad, unidad y modos de la
experiencia) nos proporciona un útil instrumentario para examinar
las aparentes incoherencias del mundo contemporáneo. Cien años
después de la muerte de Peirce, su obra empieza apenas a rescatarse.
Aunque aún no tengamos la perspectiva suficiente, no es difícil in
tuir que esa recuperación no es sólo casual: el comienzo del siglo
XXI parece necesitar a Peirce.
Supóngase que un cierto proceso a del conocimiento (llámese
obra artística, producción científica, intuición mística, etc.) ha sido
elaborado en un contexto dado C (histórico, geográfico, cultural,
etc.). Según la máxima pragmática, el sentido de a no está restrin
gido a C sino que también incorpora sus traslados a', a" a diversos
contextos C , C"...20. En cada uno de esos traslados, la traducción
20 Así, por ejemplo, la comprensión de una pintura española del siglo XVII no sólo debería apoyarse en una lectura de sus características internas, sino que debería rastrear los modelos (a menudo flamencos) que la originaron, e involucrar también sus posteriores deformaciones realizadas en la colonia hispánica. La obra no sería tanto una colección de trazos y colores en sí, sino más bien un índice dentro de un proceso de deformaciones artísticas. La ruptura con las valoraciones usuales de original y copia es aquí evidente y corresponde también a rupturas importantes del arte contemporáneo.
236 / Fernando Zalamea
originará resistencias, hibridaciones o mimesis dentro de su medio
ambiente. Entonces, una deshilvanación de cada una de esas accio
nes-reacciones por medio de un análisis recursivo categórico peir
ceano (lecturas de tipo 1, 2, 3, 1.1, 1.2, 1.3, 2.1, 2.2, 2.3, 3.1, 3.2, 3.3,
1.1.1,1.1.2,..., cuando sea el caso de aplicar útilmente una tal decons
trucción) permitirá distinguir los niveles de resistencia de la traduc
ción.
Obtenemos así un retículo peirceano de fuerzas, desequilibra
do en un principio (I), al haber escogido un punto de partida (C(a))
de las osmosis semióticas, equilibrado y polivalente al final (II), al
permitir una circularidad ideal11 de la acción cultural:
(I)
1.1 1.21.3 2.12.2 2.3 3.13.2 3.3 / \
21 Por supuesto, en general, el retículo es desequilibrado, pues los procesos efectivos de transmisión distan mucho de ser circulares [o han distado mucho hasta el momento; posiblemente, el rápido acceso isotrópico a la información en que se encuentra embarcado este final de siglo -vía redes como Internet- nos acercará en el futuro a un retículo del tipo (II) ]. La historia de la ciencia estudia en buena medida la formación de esos desequilibrados.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 237
(II)
Siempre existirán resistencias (históricas, geográficas, cultura
les) a la plena consumación de osmosis del tipo (II). Entre los datos
factuales [de tipo (i)] y la tendencia a subsumirlos en modelos
explicativos [aproximándose a un tipo (II)], varias distinciones
contextúales y categoriales pueden ser útiles22. El resultado neto así
obtenido acentúa, por supuesto, una visión estructural y compara
tiva de la cultura, que corresponde a las mismas enseñanzas, por
ejemplo, que las que impulsaron en la primera mitad del siglo un
22 En un estudio posterior, que refine estas indicaciones someras, habría que incorporar el instrumentario de los gráficos existenciales de Peirce, que consiste, explícitamente, en un cálculo de marcas, resistencias y traslados sobre una hoja de aserción. Los gráficos existenciales de Peirce incorporan, con todo rigor técnico, axiomatizaciones alternativas (completas) del cálculo proposicional clásico, de la lógica clásica de primer orden (puramente relacional, con igualdad) y de algunos cálculos modales. Los gráficos existenciales deben verse como un instrumentario analítico, local, reflejo de las preocupaciones sintéticas, globales, presentes en la máxima pragmática. Acerca de los gráficos existenciales de Peirce pueden consultarse Don Roberts, The Existential Graphs of Charles S. Peirce, The Hague, Mouton, 1973, Pierre Thibaud, La lógica de Charles Sanders Peirce, Madrid, Paraninfo, 1982, o Fernando Zalamea, Lógica topológica: una introducción a los gráficos existenciales de Peirce, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1997.
238 / Fernando Zalamea
Marc Bloch, un Aby Warburg o un Walter Pagel23. Sin embargo, el
énfasis obtenido con la metodología peirceana proporciona además
un útil instrumentario de control.
En la historia de las ciencias en América Latina, la recuperación
de problemáticas intermedias ligadas a los cauces de transmisión
del conocimiento científico ha dado lugar a varios aportes compa
rativos y analíticos, que acentúan particularmente un externalismo
sociológico y/o económico, y que rompen con tradiciones meramente
hagiográficas, descriptivas o miméticas24. La historia de las ciencias
en América Latina ha impulsado así un estudio de diversas resis
tencias e hibridaciones sociales en las que se han insertado aportes
originales, copias y reflejos de los haceres científicos. Para llegar a
ello, fue necesario superar muchas décadas previas de despiste cul
tural; la valoración excesiva de las tradiciones centralistas (desde
rígidos manejos políticos de poder hasta autoritarias implantaciones
de sistemas filosóficos caducos) dificultó enormemente el encuen
tro de un lugar natural para situar la producción latinoamericana y
la domiciliación de los aportes europeos. Creo estar convencido de
que si el pragmaticismo peirceano hubiese sido comprendido y ex
plotado a fondo dentro de nuestro continente, en las primeras dé
cadas del siglo XX25, entonces ese lugar de enlaces16, brillos y refle-
23 Un extenso estudio acerca del interés de estos autores por cauces estructurales de la cultura puede encontrarse en Fernando Zalamea, Estructura y dinámica: una lectura interdisciplinaria de aspectos del pensamiento europeo de entreguerras (Cassirer, Panofsky, Pagel; Braudel, Francastel, Lautman; Bajtin), Bogotá, Mención de Honor, Concurso Nacional de Ensayo, Colcultura, 1992 [aceptado para publicación (1995) en Editorial Anthropos, Barcelona, España]. 24 Véase, a este propósito, la reciente recopilación Historia social de las ciencias en América Latina (Juan José Saldaña, coordinador), México, UNAM / Porrúa, 1996. 25 Como una obra aislada que trató de afianzar el pragmatismo, vale la pena mencionar la cátedra del uruguayo Carlos Vaz Ferrei ra, ahora recopilada en Lógica viva, Moral para intelectuales, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979. Vaz fue maestro del extraordinario cuentista Felisberto Hernández. La asombrosa originalidad y frescura de Felisberto ganan mucho al ser situadas en la primeridad peirceana. 26 El término, en otro contexto, se debe a Pierre Francastel.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 239
jos en que se ha constituido América Latina, habría sido reconoci
do y apreciado, en su justa dimensión, con mucha anterioridad.
En 1940, el cubano Fernando Ortiz proponía resolver parcial
mente el problema de la identidad latinoamericana por medio del
concepto acuñado de transculturación:
Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor
las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra,
porque éste no consiste solamente en adquirir una cultura, que
es lo que en rigor indica la voz anglo-americana de aculturación,
sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida
o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse
una parcial desculturación, y, además, significa la consiguiente
creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denomi
narse neoculturación1''.
En el vaivén de asimilación, rechazo y apropiación de las cultu
ras europea y norteamericana se construye el lugar de enlaces lati
noamericano. Muchos de los largos debates que se dieron en Amé
rica Latina acerca de las bondades y defectos del regionalismo o el
internacionalismo, del tradicionalismo o el vanguardismo, debates
dualistas y, a menudo, absolutistas, pueden aprovecharse mejor des
de una perspectiva que involucre el retículo peirceano de fuerzas.
El retículo peirceano, desde su misma concepción, abre la po
sibilidad de apreciar obras marcadamente locales que, sin embar
go, alcanzan también extraordinarios visos de universalidad (como
la obra de Juan Rulfo, que conjuga vivencias muy particulares y deter-
27 Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, p. 86. Citado en Ángel Rama, Transculturación narrativa en América Latina, México, Siglo XXI Editores, 1982, pp. 32-33. La obra de Ángel Rama estudia meticulosamente las problemáticas de la transculturación, ejemplificándolas con discusiones de sociología del conocimiento e impecables análisis de crítica literaria.
240 / Fernando Zalamea
minadas, con un laconismo sintáctico extremo y con traslapes y
transmutaciones generales de sentido), así como permite señalar tam
bién la incrustación de obras que no alcanzan a superar sus propios
límites residuales (como la obra de Guayasamín, donde un estático
indigenismo nunca logra ir más allá de anecdotarios políticos de poca
monta)28. Metodológicamente, al desaparecer los dualismos en el re
tículo peirceano, surge la importancia de aquellas obras en la fronte
ra que se empeñan en precisar aspectos de la transculturación. La
osmosis, la re-creación, la transmisión, son fundamentales. América
Latina busca, y encuentra, parte de su identidad en esas mediaciones
entre lo local y lo universal. El gran problema abierto consiste en tra
tar de caracterizar alo latinoamericano, en sus rasgos generales, como
una adecuada variedad de lo tercero peirceano, y en tratar de descri
bir a lo latinoamericano, en sus rasgos particulares específicos, como
subvariedades híbridas de ese tercero general.
Lógica y terceridad en Alonso de la Veracruz
Varios aspectos de terceridad genuina y terceridades degenera
das29 pueden encontrarse en la obra de fray Alonso de la Veracruz
(Toledo, 1504-México, 1584). Desde su obra evangelizadora (esen
cialmente tercera, mediadora, incorporando apartes de la filosofía
28 En efecto, dentro del retículo peirceano, se observa inmediatamente que la obra de Rulfo se colorea de muy diversas maneras en diversos contextos interpretativos e involucra, siempre, una gran multiplicidad de lecturas. En contraste con el dinamismo semiótico de la obra de Rulfo (obra plenamente simbólica -en el sentido peirceano, tercero, de símbolo-), los iconos estáticos de Guayasamín son intraducibies más allá de su rígida connotación fácilmente protestataria y folclórica. 29 Peirce distinguía terceridades "genuinas" (relaciones ternarias irreducibles a combinaciones de predicados y relaciones binarias) de terceridades "degeneradas" (relaciones ternarias reconstruibles a partir de primeridades y secundidades). Por ejemplo, "1 está entre Oy 2" es una terceridad degenerada (se reduce a la conjunción de "1 es mayor que 0" y "1 es menor que 2"), mientras que "1 + 2 = 3" es una terceridad genuina (la suma es una relación ternaria irreducible).
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 241
jurídica de su maestro Vitoria, sensible a buscar modos de defensa
para los indígenas) hasta su obra lógica (de la cual nos ocupamos en
lo que sigue), pasando por su obra fundadora (creador de las prime
ras cátedras y bibliotecas novohispanas, y autor de las primeras obras
filosóficas editadas en el Nuevo Mundo (1555-1557)30, la labor de
Veracruz puede verse como paradigmática de esa terceridad, media
dora, con la que se iría construyendo América Latina.
El transplante de la cátedra escolástica a las tierras americanas ha
sido a menudo considerado como uno de los factores que influirían
en el retraso posterior de la ciencia colonial. Aunque esta valoración
parece ser correcta en lo que concierne a las ciencias experimentales,
resulta ser muy discutible si nos atenemos al desarrollo de la lógica.
Con la perspectiva que nos ofrece el siglo XX, se ha reconocido ade
cuadamente la importancia de los lógicos escolásticos medievales,
sobre todo en lo que se refiere a aspectos semióticos, cuantificacionales
y modales31. Sólo a fines del siglo XIX se proporcionaría (con Frege y
Peirce) un cálculo de cuantificadores; sin embargo, las bases se en
contraban sentadas en la escolástica medieval. Los trabajos de
30 Acerca de Veracruz pueden consultarse el excelente resumen de Mauricio Beuchot, Historia de la filosofía en el México colonial, Barcelona, Herder, 1996, pp. 124-135, o las contribuciones detalladas de Beuchot, Walter Redmond y Bernabé Navarro, en M. Beuchot, B. Navarro (compiladores), Dos homenajes: Alonso de la Veracruz y Francisco Xavier Clavígero, México, UNAM, 1993, pp. 13-68. Sobre los datos extraídos de estos autores propongo mi análisis interpretativo, pues la consulta directa de la obra de Veracruz es bastante más difícil. 31 Véanse, por ejemplo, Ernest A Moody, Studies in Medieval Philosophy, Science and Logic, Berkeley, University of California Press, 1975, Simón Knuuttila, Modalities in Medieval Philosophy, London, Routledge, 1993, o Mauricio Beuchot, Signo y lenguaje en la filosofía medieval, México, UNAM, 1993. Vale la pena observar que Peirce, a fines de! siglo pasado, realizó extensos estudios de los lógicos medievales. Dos siglos antes, la influencia de los lógicos medievales sobre Leibniz había sido también considerable. Dado que la explosión de la lógica en el siglo XX puede verse como la realización parcial de los sueños de Leibniz (característica universal) y de Peirce (teoría general de las representaciones), puede intuirse cómo muy ricos filones lógicos medievales se encuentran incrustados en muchos de los haceres de la lógica contemporánea.
242 / Fernando Zalamea
Veracruz exhiben esas bases y las extienden, a la manera tercera de
un tema con variaciones; puede decirse, en ese momento, que Veracruz
precede, por varios siglos, preocupaciones fundamentales de la lógi
ca. Su valor es el de una obra que, catalogada como periférica en la
Ilustración, resulta ser central en las preocupaciones de nuestro si
glo. El lugar de Veracruz cambia de contexto en contexto. Una visión
pragmaticista, peirceana, de la cultura permite detectar la originali
dad de Veracruz, donde otro enfoque dualista sólo detectaría (como
sucedió en América Latina entre 1750 y 1950) repetición y estanca
miento.
Dos de los tres ámbitos en los que se mueve la lógica de Veracruz
se denominan "lógica menor" y "lógica mayor". El primero trata de
aspectos técnicos, precisos, de la lógica (que hoy entrarían en el
campo de la lógica matemática); el segundo se ocupa de la compren
sión categorial de la realidad (hoy más propio de los departamentos
de filosofía). Dentro de la lógica menor, Veracruz realizó importan
tes contribuciones a la teoría de la "suposición" medieval: una teo
ría de lo que actualmente llamaríamos sentido y referencia, teoría
esencialmente tercera que involucra la tríada básica de la semiótica
peirceana (objeto, signo, interpretante). Por ejemplo, Veracruz se
pregunta acerca de si "un término de primera intención es un tér
mino de primera intención"32: según Veracruz, lo sería si recurrimos
al principio de identidad, pero no lo sería si recalcamos que el tér
mino "término de primera intención" es de segunda intención (es
decir, metalingüístico). Esto lo resuelve el mismo Veracruz por me
dio de una precisión metalingüística, que corresponde a un uso cate
gorial peirceano: la frase es correcta cuando "tanto el sujeto como el
predicado se toman en suposición personal" (es decir, como signos,
se identifican en la categoría 2), y es incorrecta cuando "el sujeto se
32 W. Redmond, "Lógica y existencia en Alonso de la Veracruz" en M. Beuchot, B. Navarro (compiladores), Dos homenajes: Alonso de la Veracruz y Francisco Xavier Clavígero, México, UNAM, 1993, p. 42.
El caso Peirce: modalidades de resistencia I 243
toma en una suposición material y el predicado en una suposición
personal" (el sujeto es un interpretante -signo del signo-, en la ca
tegoría 3, mientras que el predicado es un signo en la categoría 2;
en este caso, el salto de categorías puede representarse por una adi
ción de comillas ("): la frase "un 'término de primera intención' es
un término de primera intención" resulta ser falsa).
Ligados con los manejos de referencia y sentido, se encuentran
otros tres aspectos fundamentales de la teoría de la suposición, que
Veracruz enfatiza y que serían recuperados con creces en la lógica
moderna: la introducción de cuantificadores, los manejos relaciónales
y la semántica modal. Veracruz, siguiendo a los nominalistas medie
vales, introdujo signos de cuantificación. Por otro lado, analizó rela
ciones lógicas, sintáctica, semántica y ontológicamente. Finalmente,
indicó que un término T tenía una suposición (un sentido) si T era
modelable (realizable) en algún mundo posible. Aunque la cuantifi
cación nominalista puede verse como una terceridad degenerada, los
manejos relaciónales y las realizaciones modales son esencialmente
terceros, ya que involucran de manera fundamental mediación y con
tinuidad.
En la lógica mayor, los aportes de Veracruz se encuentran tam
bién muy específicamente ligados a la terceridad. Veracruz intenta
ajustar la tabla de categorías aristotélica. La tabla aristotélica,
involucrando diez subcategorías ad-hoc, resultaba ser muy artificial.
Como sabemos, la labor de ajuste resultaría ser extremadamente
difícil (dando lugar, por ejemplo, al sistema kantiano y a sus múlti
ples revisiones posteriores). Veracruz intenta sistemáticamente si
tuarse en una posición intermedia (tercera), entre los platónicos (que
abogaban por una realidad categorializada de por sí) y los nominalistas
(que insistían en la arbitrariedad de todas las categorializaciones).
En América Latina, la resistencia al andamiaje cultural escolás
tico hará que los estudios de lógica se estanquen y desaparezcan
(hasta resurgir a mediados de este siglo, por otros cauces técnicos
completamente diferentes). La terceridad, mediatizadora, relacional,
244 / Fernando Zalamea
típica de los estudios lógicos, será mal comprendida como "copia" o
"repetición", dejando así de lado un importante campo de estudio,
donde tenues traslados de significación habrían podido dar lugar a
aportes significativos. Con la imposición de los modelos activos-
reactivos (esencialmente segundos) de las ciencias experimentales,
muchos derroteros del pensamiento latinoamericano, marcados por
el positivismo, anularán el interés de lo intermedio, dificultándose así
una conformación posible de nuestra identidad cultural.
Parte III
Cultura nacional en Colombia: hibridaciones y resistencias
Jorge Arias de Greiff
SABERES LOCALES DIVERSOS
GLOBALIZADOS POR UNA NECESIDAD LOCAL
1. No nos queda duda de que estamos en Berlín, en 1927, para
más señas, treinta años después del Congreso sobre la Lepra que se
mencionó hace unos minutos1, dieciocho años antes de que este dis
trito industrial quedara arrasado por el cañoneo del mariscal Zuchow.
La locomotora está en el patio de la fábrica BMG (Wildau), lista para
tomarle las fotografías de rigor. Es la primera de un lote de cuatro que
sale de la sala de montaje. Alguien con buen conocimiento locomotivo,
que acompaña al fotógrafo, exclama: "Espectacular".
1 Se hace referencia a la ponencia: "Debate sobre la lepra: Médicos y pacientes interpre
tan lo universal y lo local", presentada por la profesora Diana Obregón y publicado en este
mismo libro.
248 / Jorge Arias de Greiff
2. La ve por el otro costado: "¡Qué máquina más extraña! Esa ca
silla tan aireada... no parece un saber local europeo. Tiene un solo
domo y los areneros en los pasillos... esto es un saber local inglés".
3. Se acerca más a la locomotora: nota
CJUV^ LlCl lC jJtlDtiCiO-L U C
barras: "Eso no suele
fabricarse en Europa;
ése es un saber local
norteamericano ".
^ 7 T .
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4. "¡Es una loco
motora de vía angos
ta con tres cilindros!
Nunca había visto
nada parecido".
Sabeies locales diversos globalizados por una necesidad local I 249
5. Pasa ahora a mirarla de frente: "La caja de humos no tiene nada de Europa... la tapa de la caja es saber local americano... ¡la chimenea es saber local inglés!".
6. "El compresor... Westing-
house... otra vez saber local de
los Estados Unidos de Norte
américa".
7. "¡Pero la suspensión pendular del vastago de la válvula que reemplaza las guías es un saber local alemán!".
250 I Jorge Arias de Greiff
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jg 8."Y este puente en acero fundido para soportar el sector y de
más piezas del mecanismo de reversa ¡es saber local alemán!". En
ese momento se le acerca un empleado de la fábrica que ha visto la
persistente perplejidad del acompañante del fotógrafo, y le dice:
"Ésta no es la primera locomotora de vía angosta y tres cilindros que
se fabrica: es la tercera... las dos primeras las fabricamos, una aquí
y la otra en Bélgica por Haine St. Pierre, hace como dos años, tam
bién para el Ferrocarril del Pacífico, también para Colombia: ésas sí
fueron en el mundo las primeras, y son también las primeras loco
motoras con cilindros externos e internos y bastidores exteriores,
para cualquier trocha. Y en cuanto a los bastidores externos, ellos
dan mayor estabilidad dinámica a la masa sobre resortes pudiéndo
se diseñar una máquina grande y poderosa en una vía angosta, con
centro de gravedad más alto. El material rodante colombiano que
resulta de esta optimización al máximo es de los más poderosos que
existen en vías angostas en el mundo. Y los tubos de fuego se solda
ban a la placa del lado del fuego, para evitar fugas de la caldera al
recorrer vías especialmente difíciles, entre las más difíciles del
mundo, como la Girardot, que someten a la locomotora a sobrees-
fuerzos". Esta práctica, que fue objetada por los colegas del
diseñador, en la "periferia" inglesa, a comienzos de 1930, acabó por
ser practicada por ellos hacia mediados del siglo.
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local I 251
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9. "Y mire cómo se toma el movimiento de la válvula del cilin
dro central, por una manivela excéntrica en el último eje motriz, ésa
es otra novedad tecnológica". Ese sistema, especificado... "He no
tado también su perplejidad ante la caja de humos: la caja es bási
camente un saber local americano, pero las proporciones son dife
rentes para albergar un tamiz para cenizas proporcionalmente mayor,
para adecuarlo a los carbones locales de Colombia. La chimenea
tiene un aro de bronce, saber local inglés, que el diseñador incluye
para dejar su marca personal. Eso le da a la locomotora el Colom
bian Look, que así se designa en la literatura el aire de familia de las
máquinas que se están diseñando en Colombia"2.
2 Para detalles sobre estos diseños de material rodante adecuado a la necesidades de la realidad concreta local, véase J. Arias-de Greiff, 1989, "Un momento estelar de la ingeniería mecánica en Colombia: los diseños de locomotoras de R C. Dewhuist". En Boletín Cultural y Bibliográfico N° 21 (Bogotá).
272 / Diana Obregón
Leprólogos que trabajaban en lugares tan disímiles como Colom
bia, Noruega, Hawai, India, Alemania y Sudáfrica habían intentado
durante dos decenios cultivar el bacilo de Hansen y así ofrecer la prue
ba de que este microrganismo era el agente causal de la lepra33. Todos
esos intentos se consideraban fallidos: los investigadores no conse
guían replicar los cultivos que otros anunciaban como exitosos. El
bacilo de Hansen se resistía a cumplir los famosos postulados de
Henle-Koch (aislamiento, cultivo, inoculación y producción en ani
males de experimentación de una enfermedad cuyos síntomas de
bían ser idénticos a aquellos de la enfermedad inicial). El congreso
de Berlín fue el escenario en el cual fueron examinados en conjunto
los experimentos de solitarios investigadores y de médicos de las po
sesiones coloniales europeas. Este fue un momento de acumulación
en cuanto al conocimiento de la lepra y Berlín se convirtió en un
centro científico en el cual se unificarían los diversos puntos de vis
ta sobre la etiología de la lepra34. Hasta allí trasladó Carrasquilla la
información acerca de sus cultivos y de sus experimentos de se-
roterapia33. Otros como él, también lo hicieron. Pero como la bacte
riología, en sentido estricto, no podía proporcionar la prueba de que
la lepra era una enfermedad microbiana, la epidemiología vino en
su ayuda. Médicos coloniales de India, Hawai y las Guayanas, entre
otros, habían acumulado durante años evidencia de la naturaleza con
tagiosa de la lepra. Pero sobre todo, el caso de las islas Sandwich (Ha
wai), cuyo descenso poblacional desde el arribo de los europeos en el
siglo XVIII por la introducción de microorganismos para los cuales la
población nativa no tenía defensas, fue considerado paradigmático.
La población hawaiana fue devastada por la lepra a mediados del si-
33 Sobre el tema del cultivo del bacilo de Hansen, véase McKinleyy Verder, 1933. 31 Véase el análisis de Bruno Latour (1987: 215-257) sobre los centros de cálculo, donde se concentra y se acumula el conocimiento para luego volver a las llamadas periferias. 35 Juan de Dios Carrasquilla, "Memoria sobre la Lepra Griega en Colombia", en.Mittheilungen und Verhandlungen der internationalen toissenschaftlichen Lepra-Conferenz zu Berlin im October 1897, vol. 1 (Berlin, Verlag von August Hirschwald, 1897), pp. 81-124.
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local / 251
9. "Y mire cómo se toma el movimiento de la válvula del cilin
dro central, por una manivela excéntrica en el último eje motriz, ésa
es otra novedad tecnológica". Ese sistema, especificado... "He no
tado también su perplejidad ante la caja de humos: la caja es bási
camente un saber local americano, pero las proporciones son dife
rentes para albergar un tamiz para cenizas proporcionalmente mayor,
para adecuarlo a los carbones locales de Colombia. La chimenea
tiene un aro de bronce, saber local inglés, que el diseñador incluye
para dejar su marca personal. Eso le da a la locomotora el Colom
bian Look, que así se designa en la literatura el aire de familia de las
máquinas que se están diseñando en Colombia"2.
2 Para detalles sobre estos diseños de material rodante adecuado a la necesidades de la realidad concreta local, véase J. Arias-de Greiff, 1989, "Un momento estelar de la ingeniería mecánica en Colombia: los diseños de locomotoras de E C. Dewhuist". En Boletín Cultural y Bibliográfico N° 21 (Bogotá).
252 / Jo?ge Arias de Greiff
10. La locomotora
estándar colombiana:
una doce ruedas clase
norte, fabricada por
BMG, de Berlín.
11. La locomoto
ra estándar colombia
na: una doce ruedas
de la clase Tolima, fa
bricada por Skoda, de
Pisen, Checoslovaquia.
12. La locomotora están
dar colombiana: una doce
ruedas de tipo Pacífico, fa
bricada por Leslie-Hawthor-
ne, de Newcastle, en Inglate
rra, para el ferrocarril de La
Dorada.
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad loca! / 253
13. Una Kitson 260+062, fa
bricada por Kitson, de Leeds,
Inglaterra, para el ferrocarril de
Girardot.
wíM3i w - • m m
14. La locomotora estándar colombiana: una doce ruedas del tipo Tolima, fabricada por Baldwin de Filadelfia.
15. Locomotora de tren cilindros Pacific, fabricada por BMG
(Schwartzskopft) de Berlín, para el ferrocarril del Pacífico, servicio
de pasajeros.
254 I Jorge Arias de Greiff
16. "La cabina lo desconcertó... ciertamente no es un saber lo
cal europeo, ni muy americano... aquí en la frialdad de Berlín se ve
desapacible... nosotros somos sólo una desapacible periferia de fa
bricantes de locomotoras, que realizamos los diseños que nos im
ponen desde el centro, que me dicen que queda en un antiguo
convento dominico, en el Ministerio de Obras Públicas... allá un in
geniero inglés con vastísima experiencia en ferrocarriles surame-
ricanos y del Caribe, diseña el material rodante para ese país en una
escalada racional de los ferrocarriles de Colombia. Por ese antiguo
convento pasa hoy la frontera del conocimiento tecnológico ferro
viario de vía angosta. Pasa por ese lugar porque allá con esos dise
ños se resuelven los problemas tecnológicos que genera una reali
dad concreta: el saber local potencial que encierra una realidad
concreta se pone de manifiesto al trabajar esa realidad... quien la
trabaja es entonces la autoridad mundial en la materia, en este caso
en la tecnología de ferrocarriles de vía angosta. Ya en una ocasión le
hicimos aquí en Berlín trampa a esos diseños, con la complicidad
de nuestros representantes, la comercializadora Hugo Stinnes de
Cali, y desde luego de las directivas del Ferrocarril del Pacífico, pero
el presidente de ese momento en esa república nos amenazó con de
jarnos a un lado en las contrataciones. Amenos que respetemos esos
diseños. Aprendimos a respetar a P. C. Dewhurst como la autoridad
del momento en ferrocarriles de vía angosta. Por ello, y naturalmente
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local i 255
por la excelencia de nuestro trabajo local, aquí en Berlín, nos encar
garon de la construcción de estas Montañas de tres cilindros, las que
lo impresionaron tanto hace algunos minutos".
17. "Ahora vea la cabina en el cálido y colorido contexto de su
'centro': así la veían pasar desde los portales de las quintas veranie
gas, al pie de la carrilera, del otro lado de la estación de San Javier".
.. :,.^BBo^^f¿^;s=¿í: '¿JL
¿»H 'a" i« r-y-1"-T"1-1 '" — — —
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18. Si por allá pasó la frontera del conocimiento ferroviario de
vía angosta, miremos ahora lo que alcanzó a irradiar. La 2-6-0 + 0-
6-2 Kitson de Girardot: Éste fue otro famoso diseño que incorporó
muchas de las características de los diseños colombianos3.
3Las especificaciones técnicas de las locomotoras de vapor utilizadas en Colombia, que desde
luego incluyen las que diseñó P. C. Dewhurst, se encuentran en Gustavo Arias-de Greiff,
1986, La muía de hierro. Bogotá.
256 / Jorge Arias de Greiff
19. La Kitson de la India. Unas locomotoras para el ferrocarril de Kulka, en la India, manifiestan la influencia del diseño de las Kitson para Girardot.
20. Un desarrollo monumental para el Southern Pacific de 1930.
Otra derivación del diseño para Girardot, que no pasó del papel por
la crisis mundial de 19294.
4 Diseño preparado por American Locomotive Company para Southern Pacific. Véase D. Binns, 1981. Kitson Meyer ArticulatedLocomotives, Blackpool, p. 127.
Saberes locales diversos globalizados por una necesidad local I 257
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21. Y durante la crisis del petróleo: Sudáfrica. Otro diseño, esta
vez propuesto para los ferrocarriles del África del Sur: una respues
ta al alza del petróleo que refleja de nuevo la escalada de las Kitson
colombianas5.
22. Paul C. Dewhurst, nuestro héroe, en comida de ingenieros,
1925. Sentados, de izquierda a derecha: Alvarez Lleras, Félix Salazar,
gerente del Banco de la República, Pedro Nel Ospina Vásquez, pre
sidente de la República, Laureano Gómez Castro, y Darío Botero Da
za. De pie: Dewhurst, primero a la izquierda; Jorge Triana, tercero.
5 Diseño presentado en 1981 por A. E. Durrand para los ferrocarriles sudafricanos durante la crisis del petróleo. D. Binns, op. cit., p. 128.
D i a n a Obregón
DEBATES SOBRE LA LEPRA:
médicos y pacientes interpretan lo un ive r sa l y lo local
Desde hace por lo menos una década, los historiadores de la ciencia
en países no europeos, en particular en los latinoamericanos, argu
mentan en contra de las teorías difusionistas sobre la ciencia, espe
cialmente en la versión del artículo "The Spread of Western Science"
publicado por George Basalla en 1967 (Basalla, 1967 y 1993). En
consecuencia, se cita a este autor en forma casi ritual para asumir
una postura teórica que parta de lo "local", definido con frecuencia
como lo "nacional". Esta literatura hace énfasis en los actores loca
les y examina los contextos sociales, culturales y políticos en los
cuales se desarrollaron las teorías y las prácticas científicas1. Sin
embargo, aunque estos trabajos suponen una posición crítica fren
te a la noción de la recepción pasiva del conocimiento científico, no
siempre adoptan una posición crítica frente a la ciencia misma. Se
asume que el nacionalismo ha sido favorable al desarrollo de la cien
cia, afirmación con frecuencia válida, pero se elude el análisis de los
grupos sociales impulsores tanto del nacionalismo como de la cien
cia2. Asimismo, se acepta sin mayor crítica la idea de la universali-
1 Existe una abundante literatura latinoamericana de crítica a la idea de la difusión del conocimiento científico desde el centro hacia la periferia. Quizás algunos de los trabajos más significativos son: Stepan, 1981 y 1992; Vessuri, 1987y 1993;LafuenteySala, 1989;Cueto, 1989 y 1994; Saldaña, 1992 y Chambers, 1993. 2 Ésta es, por ejemplo, la posición de Saldaña (1992).
Debates sobre la lepra I 259
dad de la ciencia3. Al hacer énfasis en los actores locales que hicie
ron posible la institucionalización de la práctica científica en Amé
rica Latina, sin examinar los contenidos de tales ciencias ni sus re
laciones con intereses sociales, se corre el riesgo de escamotear el
análisis de la ciencia como dominación. Por lo demás, la historia de
la ciencia nacional se convierte fácilmente en justificación de polí
ticas científicas contemporáneas y en validación de proyectos nacio
nales o nacionalistas. En éste como en otros casos, la descripción
corre el riesgo de tornarse en prescripción.
A través del examen de algunos debates sobre la lepra que pro
tagonizaron médicos y pacientes a finales del siglo XTXy comienzos
del siglo XX en Colombia, me propongo mostrar que el carácter "uni
versal" del conocimiento científico ha sido históricamente construi
do por comunidades científicas organizadas, y cómo se formó una
cultura científica con pretensiones de universalidad en torno a un
problema particular definido como médico. Asimismo, resulta per
tinente destacar que históricamente los actores mismos han inter
pretado los componentes universales y locales del conocimiento
científico, y que no siempre la ciencia "nacional" ha proporcionado
una respuesta positiva a demandas sentidas de la población.
La etiología de la lepra: ¿herencia o contagio?
La lepra apareció como problema para la sociedad neogranadina por
lo menos desde la época de los informes que sobre la población
enviaban funcionarios virreinales e ilustrados a la Corona española
a finales del siglo XVIII. Pero fue en las postrimerías del siglo XTX, al
organizarse los médicos colombianos como profesión, cuando la le
pra comenzó a concebirse como una seria amenaza para la integra-
3 Importantes excepciones son: Vessuri, 1987 y 1993; Stepan, 1992; Chambers, 1993 y
Cueto, 1994.
260 / Diana Obregón
ción de Colombia al mundo de la civilización y del progreso. Los mé
dicos, agrupados en la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales
de Bogotá, y posteriormente en la Academia Nacional de Medicina,
condujeron una serie de debates acerca del origen de la enferme
dad. En otra parte he mostrado cómo estos debates y la exageración
del número de leprosos en Colombia fueron motivados por la nece
sidad de medicalizar la enfermedad que había estado tradicional
mente en manos de instituciones filantrópicas (Obregón, 1996a,
1996b, 1996c y 1998). En este artículo me ocuparé, más bien, de
algunos aspectos del contenido de esos debates, que giraron sobre
todo en torno al problema de si la lepra era una enfermedad heredi
taria, como afirmaban desde 1847 las primeras autoridades en el
tema, los médicos noruegos Daniel Danielssen y Cari Boeck, o con
tagiosa, como sostenían desde 1873 el noruego Gerhard A. Hansen
y el alemán Albert Neisser.
Durante el siglo XIX en Colombia los estudios de medicina se
encontraban dispersos y el cuerpo médico desorganizado. El oficio
de médico no era una profesión en el sentido moderno. Una alusión
rápida a dos hechos permite mostrar algunas características de la
práctica médica antes de su etapa de profesionalización. El primer
acontecimiento es el siguiente: en 1847, el doctor Esteban Pardey
de Barranquilla exhibió frente al entonces presidente de la Repú
blica, general Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849), dos pa
cientes de lepra supuestamente curados por él. Quizás, este médi
co esperaba la sanción presidencial que legitimaría sus métodos
curativos frente a posibles clientes. El segundo hecho es la apari
ción en la Nueva Granada en 1858 de un manuscrito anónimo titu
lado Régimen que debe observar todo enfermo atacado de elefancía
o lepra, en cualquier estado de la enfermedad. Una nota al final del
texto anunciaba que el doctor Ricardo de la Parra, probablemente el
autor del manuscrito, preparaba y vendía los remedios descritos.
Aunque eran pocos, 174 médicos acreditados por la Facultad de
Medicina de Bogotá para atender 1'200.000 habitantes, la demanda
Debates sobre la lepra / 261
por servicios médicos profesionales también era escasa. Por lo tanto,
las carreras de los médicos, graduados o no, dependían de los pacien
tes y no de un grupo de colegas. Quizás por ello, la mayoría de trata
dos sobre la elefantiasis anunciaban el descubrimiento de curas in
falibles contra la enfermedad. Los médicos necesitaban asegurar una
clientela para sus remedios específicos y buscaban legitimidad para
sus acciones terapéuticas, no en un cuerpo científico-médico orga
nizado, sino en la autoridad política.
Al fundarse en 1867 la Universidad Nacional de los Estados
Unidos de Colombia, a la cual se incorporó la escuela privada de
medicina del doctor Antonio Vargas Reyes, se inició un proceso de
profesionalización de la medicina en Colombia. En ese mismo año
de 1867, el estudiante José María Ruiz presentó, para la revalida
ción de su grado en medicina de la Universidad Nacional, una te
sis sobre la elefantiasis de los griegos, nombre antiguo de la lepra.
Ruiz indicaba la razón por la cual decidió estudiar el problema de
la lepra:
La plena convicción que tenemos de que nuestra misión
como médicos es la de procurar la curación o el alivio de las do
lencias de nuestros semejantes, nos ha obligado a emprender el
estudio de una de las enfermedades más temibles que afligen a
la especie humana: la elefantiasis de los griegos [...] que desgra
ciadamente es una de las reinantes en nuestro país4.
Por razones comparativas con estudios posteriores, resulta in
teresante destacar los motivos que impulsaban a Ruiz a asumir el
estudio de la lepra: no solamente porque era una de las enfermeda
des que más afectaban a la población, como lo habían señalando
4 José María Ruiz, "De la elefantiasis de los griegos", Tesis para la revalidación del grado, 1867, Biblioteca Nacional, Fondo Pineda, Nfl 399.
262 / Diana Obregón
diversos autores, sino porque su deber como médico era curar los
padecimientos humanos.
Ruiz se ubicaba en el horizonte de la teoría miasmática sobre
las enfermedades y establecía un complejo cuadro de causas predis
ponentes y determinantes de la lepra. Entre las predisponentes dis
tinguía cósmicas como el clima, los alimentos, la atmósfera y la cons
titución del suelo, e individuales como la herencia, la constitución,
el sexo y la edad. Las causas determinantes se dividían en propia
mente dichas y ocasionales, entre las cuales estaban las emociones
vivas, las vigilias prolongadas y la ingestión excesiva de alimentos; a
su vez, las propiamente dichas se dividían en comunes y específi
cas, entre las cuales estaba el contagio. Entre las comunes estaban
la ingestión de bebidas frías estando el cuerpo en transpiración y la
transición brusca de temperatura. Como se ve, las causas de la le
pra podían ser de muy diversos tipos, casi cualquier actividad, pa
sión o alimento podía producir la enfermedad.
En cuanto al contagio, Ruiz indicaba que médicos antiguos como
Areteo y Galeno, y médicos posteriores como Darwin y Pinel creían
en el contagio de la lepra. En cambio, según él, los modernos creían
que la lepra no era contagiosa, o bien, que había dejado de serlo
después del siglo XVI. Al examinar el caso colombiano, concluía que
"la elefantiasis ha sido y es una enfermedad contagiosa, pero que no
se transmite de esa manera sino mediante ciertas condiciones de
naturaleza no conocida"5. Su trabajo incluye referencias a Danielssen
y a Boeck, autores de la primera descripción anatomopatológica de
la lepra y considerados por el patólogo alemán Rudolf Virchowcomo
los iniciadores del conocimiento científico de esta enfermedad6.
5 Ibidem. 6 Daniel C. Danielssen and Cari W Boeck, Traite de la Spedalsked ou Eléphantiasis des
Grecs, Monograph (Paris, J. B. Balliére, 1848); también:/irte de la LépreparD. C Danielssen et C W. Boeck, Bergen en Sorvéege, ¡847, Edition commemorative du centenaire. Ed. by Héraclídes-Cesar de Souza-Araujo (Rio de Janeiro, 1946).
Debates sobre la lepra / 263
Ruiz, además de presentar sus propias observaciones en pacientes de
lepra, también debatía con los autores colombianos que habían trata
do el tema, como Ricardo de la Parra e Ignacio Pereira, entre otros7.
Siete años más tarde, las ideas centrales sobre la enfermedad no
habían cambiado, pero en cambio se habían producido algunos vira
jes institucionales que serían significativos para el desarrollo de la vida
intelectual del país. En 1874, el periódico institucional de la Univer
sidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, los Anales de la
Universidad, publicó la tesis para el doctorado en medicina y cirugía
de Samuel Duran con el nombre de "Elefantiasis de los griegos".
Duran, al igual que Ruiz, indicaba las razones por las cuales había
escogido la lepra como tema de tesis. A diferencia de Ruiz, la cura
ción de la dolencia no aparece como primera motivación de su tra
bajo, pues no se trata de "preconizar un método curativo infalible".
Más bien su elección respondía al "deseo de contribuir en algo al
establecimiento del edificio científico en nuestra patria"8. Al no es
tar interesado en asegurarse las ganancias de un "específico", Duran
pretendía diferenciarse de los charlatanes. Mientras que para Ruiz
lo importante era ofrecer alguna esperanza de curación a los enfer
mos, para Duran una posible solución del problema pasaba por la
construcción del "edificio científico de la patria". De esta manera,
Duran reflejaba el clima cultural de la Universidad Nacional, bas
tión político-científico de los liberales radicales en la organización
de la nación y de la ciencia. Para entonces, la escuela de medicina
de la Universidad Nacional ya había graduado a por lo menos seis
promociones de médicos y la profesión comenzaba a organizarse en
' Ricardo de la Parra, Ensayo sobre el Zaarah de Moisés o espécimen de una obra seria sobre la elefantiasis de los griegos (París, Imprenta de Bonaventure I Ducessois, 1864) y del mismo autor, La elefantiasis de los griegos (Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1868); Ignacio Pereira, Elefantiasis de los griegos (Bogotá, Imprenta de Poción Mantilla, 1866).
8 "Elefantiasis de los griegos", tesis para el doctorado en medicina y cirugía, presentada a la Universidad de los Estados Unidos de Colombia por Samuel Duran, enAnales de la Universidad, 1874, 8 (67-72), 455-501, p. 478.
264 / Diana Obregón
la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales fundada en Bogotá
en 1873. El público al cual se dirigían los trabajos científicos eran
los futuros colegas, profesores de la Universidad y miembros de la
Sociedad. A tono con las exigencias de construir una medicina na
cional, Duran subrayaba que había decidido "escribir lo que mi pro
pia observación me enseñara, prescindiendo de todo lo que han
podido escribir los sabios de más allá del mar", puesto que la ele
fantiasis existía en la mayor parte de las regiones del globo, pero en
cada una de ellas presentaba características particulares; el cuadro
de la elefantiasis india, afirmaba, no era aplicable en Turquía o en
Noruega. De esta manera, para Duran existía un imperativo:
[...] escribamos para nuestra patria, que la vida y el tiempo,
quiera Dios, nos permitan hacerlo para la humanidad en general
[...] pongamos enjuego nuestros sentidos y aprovechémonos del
resultado de nuestro criterio para deducir con verdad; describa
mos la elefancía de nuestra patria, establezcamos su diagnósti
co, su cuadro sintomático [...] su marcha, su terminación [...]9.
Es decir, Duran abogaba por el estudio de la situación local, con
vencido de que las enfermedades eran el producto de condiciones
particulares de tiempo y de lugar. Se trataba de construir saberes
locales para situaciones locales. En este caso, lo local respondía a lo
nacional.
Para Duran, la buena observación y el uso de los sentidos eran
garantía de cientificidad. De ahí que su tesis incluyera la observa
ción de varios casos clínicos. No obstante, Duran no podía olvidar del
todo lo que "los sabios de más allá del mar" habían escrito y por ello,
al realizar la descripción de la anatomía patológica de la enferme
dad, citaba a las autoridades en la materia: Danielssen, Boeck y otros.
Ibid., pp. 478-479.
Debates sobre la lepra I 265
En cuanto a la etiología, indicaba las causas que predisponían al
organismo a contraer la lepra, que dividía en causas orgánicas -que
dependían de la constitución del individuo-y causas cósmicas. En
tre éstas se encontraban el aire, el agua, los vientos, la humedad, la
temperatura, la topografía y la constitución geológica del terreno.
El aspecto físico de las comarcas, así como su clima, tiene con
las habitaciones de los hombres, con sus costumbres, su manera
de vestirse, con su régimen alimenticio, con la construcción de
sus hogares y con su régimen alimenticio en general, mil varia
das influencias sobre el desarrollo de la enfermedad10.
Así como en el caso anterior, Duran también postulaba la existen
cia de una multitud de causas como productoras de enfermedad.
Duran descartaba "el bárbaro principio del contagio, atroz inventi
va, hija de la brutal maledicencia y del terror con que miraban esta
enfermedad ..."n .
Por lo demás, la principal causa predisponente individual de la
lepra era, para Duran, la herencia. Argumentaba que en los casos
estudiados por él, en el lazareto de Agua de Dios, el contagio no
existía y que por el contrario la mayoría de los casos de elefancía
ocurrían por herencia. Según Duran, si el contagio fuese causa de
la elefancía, toda la población de Tocaima ya sería elefancíaca por
causa de los enfermos que desde hace más de 300 años se refugian
allí12. Añadía que el pueblo de Agua de Dios, en donde vivían desde
hacía cuatro años de 300 a 400 personas sanas "en roce íntimo" con
150 o 200 elefancíacos, constituía otro ejemplo de que el contagio
no era causa de la propagación de la elefancía13.
10 Ibid., p. 468. El subrayado es mío. 11 Ibid.,pA60. 12 / te/ . , p. 470-1. 13 Ibid., p. 472.
266 / Diana Obregón
Las ideas de Duran correspondían a una concepción neo-
hipocrática según la cual cada enfermedad correspondía a un tiem
po, lugar y paciente específico, y que consideraba el clima y en ge
neral los factores atmosféricos como causas de epidemias y de
enfermedades14. Ahora bien, el año de publicación de la tesis no
contagionista de Duran, 1874, fue justamente el año en que otro mé
dico noruego, Gerhard Armauer Hansen (1841-1912), en su infor
me anual a la Sociedad Médica de Christiania, mencionaba por pri
mera vez sus observaciones de un bacilo que sospechaba era la causa
específica de la lepra15. La idea de seres vivos microscópicos que pro
ducían enfermedades circulaba entre algunos médicos y veterina
rios, pero aún no se había iniciado la que con posterioridad sería con
siderada la "revolución bacteriológica"16. En Colombia, por ejemplo,
el médico homeópata Ignacio Pereira planteaba, por lo menos des
de 1866, la idea de que la lepra, así como la tuberculosis y la sífilis,
era una enfermedad transmisible, producida por parásitos. Para
Pereira, la homeopatía ofrecía tratamientos más eficaces para los
elefancíacos que las terapias alopáticas; sin embargo, sus ideas no
tuvieron mayor resonancia17. En ese momento en Colombia la me
dicina homeopática empezaba a ser convertida en marginal, debido
al empuje de la medicina alopática organizada18.
Mientras que las complicadas teorías neohipocráticas y miasmá
ticas postulaban una multitud de causas responsables de las enfer-
14 Sobre este tema ver DeLacy, 1993. 15 Gerhard Armauer Hansen, "Undersogelser angaaende Spedalskhedens Aarsager", en Sorsk Magazín for Laegevidenskaben, 1874, 9:1-88, reimpreso en 1955 como "Causes of Leprosy", en International Journal ofLeprosy 23 (3): 307-309. 16 Sobre este tema véase el estudio clásico de Bulloch, 1938/1979; véase también Cunningham y Williams, 1992. 17 Ignacio Pereira, Elefantiasis de los griegos: carta dirigida al señor Ricardo de la Parra (Bogotá: Imprenta de Foción Mantilla, 1866). 18 Sobre la medicina homeopática y sus conflictos con la medicina alopática, que ya se perfilaba como la medicina oficial, véase Guzmán Urrea, 1995.
Debates sobre la lepra / 267
medades infecciosas, la teoría bacteriológica resultaba relativamente
sencilla: un agente específico producía una enfermedad específica.
Gabriel J. Castañeda fue uno de los primeros adeptos a las teorías
"pastorianas" en Colombia. Su posición es un ejemplo de hibridación
de teorías científicas de las más variadas procedencias. A la par que
aseguraba, citando a Pasteur, que la lepra era una enfermedad "para
sitaria", creía resolver de una manera muy sencilla el problema de la
transmisión de lo que él llamaba "el parásito". Para Castañeda, los
cambios súbitos de temperatura del calor al frío daban lugar a que los
parásitos existentes en la atmósfera se introdujeran por los poros abier
tos y, en consecuencia, se produjera la infección19. Castañeda mez
claba teorías de origen miasmático con ideas de corte bacteriológico.
En cuanto al debate entre herencia o contagio, Castañeda afirmaba
con ligereza que la herencia no era "más que un modo o una forma
del contagio". Esta afirmación provocó una contundente arremetida
del médico Juan de Dios Carrasquilla, el representante más lúcido del
punto de vista microbiológico para explicar la etiología de la lepra.
Carrasquilla dejó sin argumentos a Castañeda y a cualquiera que es
tuviera dispuesto a creer que las enfermedades se transmitían por
herencia20.
En un trabajo que publicó en 1889 el órgano oficial de la Socie
dad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá, la Revista Médica,
Carrasquilla argumentaba en contra de quienes habían afirmado en
reuniones anteriores de la Sociedad de Medicina que la herencia, así
como la inoculación o la infección, era un modo de transmisión de la
lepra21. Basándose en su propia experiencia como innovador científi
co de las técnicas agrícolas en Colombia, Carrasquilla afirmaba:
19 Gabriel J. Castañeda, Causa y tratamiento racional de la lepra de los giiegos hallados por inducción. (Bogotá, Imprenta de Echeverría Hnos., 1882), especialmente pp. 38-41. 20 Juan de Dios Carrasquilla, "Disertación sobre la etiología y el contagio de la lepra", en Revista Médica, 1889, 13 (137) pp. 441-484. 21 Ibid, p . m .
268 / Diana Obregón
Biológicamente es inconcebible la transmisibilidad de las en
fermedades por heredad, y los hechos experimentales han demos
trado que, ni las mutilaciones accidentales o intencionales ni nada
de lo que se agregue al individuo reproductor puede transmitirse
hereditariamente. [...] No hay pues, enfermedades hereditarias,
fisiológicamente hablando, por la razón de que no puede haberlas;
y no puede haberlas porque a ello se oponen las leyes de física,
de química y de biología [...]2Z.
Mostrando su conocimiento del estado de la cuestión, Carrasquilla
citaba al biólogo alemán August Weismann, cuyas ideas formuladas
por esta época desafiaban la teoría, relacionada con el biólogo francés
Lamarck, de la herencia de los caracteres adquiridos23. Así continua
ba Carrasquilla:
Con los recientes experimentos de morfología se demuestra [...]
que las enfermedades no pueden transmitirse hereditariamente y,
por tanto, lo que se ha dicho hasta ahora de influencias hereditarias
tiene tanto valor como lo que en la antigüedad se dijo del influjo pla-
En su comunicación, Carrasquilla continuaba analizando las
enfermedades para las cuales se había propuesto con mayor fuerza
la teoría hereditaria: la sífilis, la tisis pulmonar y el cáncer. Consi
deraba que "ya no se discute la existencia del bacilo de la tuberculo
sis, ni la naturaleza infecciosa de la sífilis" y que "todo tiende a con
firmar la naturaleza parasitaria o microbiana del cáncer". Carrasquilla
era un hombre de su tiempo: como muchos otros bacteriólogos de esta
22 / te/. , p. 448. 3 Sobre las teorías evolucionistas en Colombia, véase: Restrepo Forero y Becerra Ardila,
1995a y 1995b. 24 Carrasquilla, "Disertación", p. 451.
Debates sobre la lepra I 269
época creyó que el cáncer era producido por un microorganismo. La
heredad no era pues "más que una de tantas palabras inventadas para
ocultar la ignorancia de la verdadera causa de la lepra"25. Tomaba una
cita de la Revue Scientifique de diciembre de 1888 que, según
Carrasquilla, señalaba
[...] las vías de nuestra ciencia, la cual fue primero nosológica
y sólo anotaba los síntomas, después anatomopatológica y bus
caba lesiones, y hoy se ha vuelto resueltamente etiológica y halla
en la experimentación una serie de causas patógenas26.
La referencia a la experimentación no era casual, puesto que
Carrasquilla fue uno de los pocos, entre sus contemporáneos, que
asumió los riesgos de la experimentación científica27. La discusión
de Carrasquilla era no solamente contra los partidarios de la heren
cia, sino también contra teorías, como la de los influjos planetarios,
que él atribuía a la antigüedad, pero que en realidad habían tenido
vigencia en la cultura médica colombiana hasta hacía muy poco.
Saberes locales: el punto de vista de los pacientes
Más allá de la discusión sobre su origen, los médicos estaban de
acuerdo en que la lepra era un problema serio, puesto que se estaba
extendiendo rápidamente entre la población colombiana28. Fuese
contagiosa o hereditaria, para los médicos sólo había una respuesta
para el problema de la lepra: aislamiento. La expansión de la enfer-
25 /te/., p. 457. 26 Ibid.,p. 458 (nota). 27 En otro trabajo (Obregón, 1998) me he referido ampliamente a la seroterapia Carrasquilla, que él concibió como una terapia específica para la lepra, aplicando los principios de lo que entonces se llamaba la "inmunidad". 28 'Actas de las sesiones de los días 24y 31 de agosto de 1886"',Revista Médica, 1886,10 (107): 241-243; y Gabriel J. Castañeda, en "La lepra en el estado de Antioquia", Ibid., 258-259.
270 / Diana Obregón
medad se detendría por la segregación, que impediría el contagio, o
por la separación de sexos, que impediría la herencia.
Los pacientes de lepra aborrecían las medidas de aislamiento
obligatorio, por tanto, eran decididos adversarios de las teorías del
contagio y de la herencia. El escritor Adriano Páez, quien aparente
mente había descubierto que estaba enfermo de lepra siendo cón
sul de Colombia en Francia, escribió en 1878 una serie de cartas al
abogado Ramón Gómez, presidente de la Junta de Beneficencia,
institución encargada de los lazaretos. Gómez creía que la enferme
dad era heredada. En consecuencia, afirmaba que una absoluta se
paración de sexos debía ser impuesta entre leprosos y que el matri
monio entre ellos debía ser prohibido. Páez se oponía a estas teorías
en nombre de los derechos individuales que garantizaba la consti
tución liberal radical de 1863, pero, ante todo, Páez confiaba en la
ciencia29. En sus memorias, publicadas después de su muerte por
Carrasquilla, Páez clamaba por el estudio científico de la cuestión
de la lepra por médicos colombianos, puesto que las conclusiones
de investigaciones realizadas en otros países no eran adecuadas para
Colombia. Solamente a través de la experimentación científica se
ría posible decidir si la lepra en el país era o no contagiosa30.
Luis Carlos Pradilla, otro escritor enfermo de lepra, argumen
taba en 1878 contra la teoría del contagio. Pradilla explicaba que la
variedad de elefancía común en Colombia era endémica, puesto que
era producida por condiciones telúricas particulares. En otras pala
bras, la lepra era peculiar a ciertas regiones debido a circunstancias
geográficas y climáticas específicas. Para Pradilla, la política de se
gregación practicada en la Europa medieval había causado la extin
ción de la enfermedad en ese continente debido a que este tipo de
29 Véanse las cartas de Páez en Antonio Gutiérrez Pérez, Apuntamientos para la historia de Agua de Dios (Bogotá, Imprenta Nacional, 1925), pp. 161-165. 30 Adriano Páez, "Viaje al país del dolor" (fragmentos) en Gutiérrez, Ibid., pp. 270-295, pp.293-295.
Debates sobre la lepra I 271
lepra era "importada" de Asia; la lepra europea había sido contagio
sa antes que endémica. Pero la lepra colombiana era endémica; por
lo tanto, el aislamiento de enfermos de lepra, de acuerdo con Pradilla,
era completamente inútil31.
Estos ilustrados pacientes enfatizaban en la necesidad del es
tudio de las condiciones locales de la enfermedad. Sin embargo, la
mentablemente para ellos, argumentaban desde un punto de vista
que muy pronto se convertiría en anticuado. La teoría de la influen
cia de las numerosas condiciones climáticas, atmosféricas y geográ
ficas como causas de enfermedad se consideraba superada por par
te de la medicina científica. En su reemplazo, se erigía el modelo
simple de la bacteriología: a cada agente etiológico correspondía una
enfermedad específica. De esta manera, el saber de los pacientes,
por ilustrados que fuesen, se convirtió en "saber local".
De cómo se construye una cultura científica
Evidentemente, los enfermos perdieron la batalla contra el aisla
miento y contra la idea de que la lepra era una enfermedad conta
giosa. Hacia finales del siglo, la noción de que la lepra era produci
da por un microorganismo y se transmitía de individuos enfermos a
sanos se convirtió en lugar común entre la comunidad médica y entre
el público que tenía acceso a esta información. El Primer Congreso
Internacional de la Lepra que se celebró en Berlín en 1897, al cual
asistió Carrasquilla, aceptó oficialmente que la lepra era producida
por el bacilo de Hansen, aunque todavía faltaba la prueba experimen
tal del cultivo e inoculación del microorganismo, y determinó que
el aislamiento obligatorio de los enfermos era la única manera de
evitar la propagación del contagio32.
31 Montoya, Contribución, pp. 86-88. 32 Donald H. Currie, "Resolutions Adopted by the Berlin Conference of 1897", en Public Health Reports, 1909, 24 (38): 1361.
272 / Diana Obregón
Leprólogos que trabajaban en lugares tan disímiles como Colom
bia, Noruega, Hawai, India, Alemania y Sudáfrica habían intentado
durante dos decenios cultivar el bacilo de Hansen y así ofrecer la prue
ba de que este microrganismo era el agente causal de la lepra33. Todos
esos intentos se consideraban fallidos: los investigadores no conse
guían replicar los cultivos que otros anunciaban como exitosos. El
bacilo de Hansen se resistía a cumplir los famosos postulados de
Henle-Koch (aislamiento, cultivo, inoculación y producción en ani
males de experimentación de una enfermedad cuyos síntomas de
bían ser idénticos a aquellos de la enfermedad inicial). El congreso
de Berlín fue el escenario en el cual fueron examinados en conjunto
los experimentos de solitarios investigadores y de médicos de las po
sesiones coloniales europeas. Este fue un momento de acumulación
en cuanto al conocimiento de la lepra y Berlín se convirtió en un
centro científico en el cual se unificarían los diversos puntos de vis
ta sobre la etiología de la lepra34. Hasta allí trasladó Carrasquilla la
información acerca de sus cultivos y de sus experimentos de se-
roterapia35. Otros como él, también lo hicieron. Pero como la bacte
riología, en sentido estricto, no podía proporcionar la prueba de que
la lepra era una enfermedad microbiana, la epidemiología vino en
su ayuda. Médicos coloniales de India, Hawai y las Guayanas, entre
otros, habían acumulado durante años evidencia de la naturaleza con
tagiosa de la lepra. Pero sobre todo, el caso de las islas Sandwich (Ha
wai), cuyo descenso poblacional desde el arribo de los europeos en el
siglo XVIII por la introducción de microorganismos para los cuales la
población nativa no tenía defensas, fue considerado paradigmático.
La población hawaiana fue devastada por la lepra a mediados del si-
33 Sobre el tema del cultivo del bacilo de Hansen, véase McKinley y Verder, 1933. 34 Véase el análisis de Bruno Latour (1987: 215-257) sobre los centros de cálculo, donde se concentra y se acumula el conocimiento para luego volver a las llamadas periferias. 35 Juan de Dios Carrasquilla, "Memoria sobre la Lepra Griega en Colombia", enMittheilungen und Verhandlungen der internationalen wissenschaftlichen Lepra-Conferenz zu Berlin im October 1897, vol. 1 (Berlin, Verlag von August Hirschwald, 1897), pp. 81-124.
Debates sobre la lepra I 273
glo XIX y se convirtió así para los médicos coloniales en la prueba
epidemiológica viviente del carácter contagioso de la enfermedad. Los
médicos europeos, en cambio, creían, con Danielsen y Boeck, que la
lepra era una discrasia (alteración de la sangre) de origen heredita
rio. Los científicos reunidos en Berlín, encabezados por Hansen (y a
pesar de la oposición del patólogo e higienista alemán Rudolf Virchow,
que exigía la prueba experimental), acordaron que el bacilo era el
agente etiológico de la lepra. En las conclusiones de este congreso
se lee: "una parte considerable de la discusión ha estado relaciona
da con el Bacillus leprae, que la conferencia acepta como el virus de
la lepra". Y también: "la teoría de la herencia de la lepra ha mostrado
en mayor grado haber perdido fundamento en comparación con la
ahora generalmente aceptada teoría de su contagiosidad"36.
De esta manera se comenzó a construir un conocimiento cien
tífico "universal" sobre la lepra, unido a la conformación de una co
munidad científico-médica que se hacía cada vez más "internacio
nal". A la formación de esta comunidad contribuyeron de manera
importante las academias y sociedades científicas, las revistas cien
tíficas y los congresos científicos internacionales, una invención de
finales del siglo XK37. La profesión médica colombiana, con el res
paldo de esa comunidad internacional, propaga en Colombia los
saberes científicos oficiales y por definición excluye otros saberes.
Médicos y pacientes se rebelan
Ahora bien, tanto en Berlín como en otros foros nacionales e inter
nacionales, Carrasquilla se opuso a las medidas gubernamentales
que imponían el aislamiento obligatorio para los leprosos. En el
Tercer Congreso Científico Latinoamericano llevado a cabo en Rio
36 Donald H. Currie, "Resolutions Adopted by the Berlin Conference of 1897", en Public Health Reports, 1909, 24 (38); 1361. 37 Sobre este tema, véase Crawford, 1992 especialmente, pp. 14 y 38-43.
274 / Diana Obregón
de Janeiro en 1905, Carrasquilla dio un interesante giro respecto de
su posición de 1889 sobre la etiología de la lepra. En 1889 había afir
mado, citando a Robert Koch, que
[...] las enfermedades infecciosas no provienen, como se creía
antes, de cuerpos fluidos, es decir, gaseosos, de miasmas, sino
de cuerpos sólidos, de polvos [...] Las enfermedades infecciosas
no son jamás producidas por el desaseo, por la viciación del aire
que proviene de la aglomeración de hombres, por el hambre, la
pobreza, las privaciones, ni por la suma de todos estos factores,
que es lo que se ha llamado miseria social, ni por las influencias
climatéricas. Sus.gérmenes específicos son los únicos que pueden
producirlos (sic)38.
En 1905, en cambio, Carrasquilla afirmaba que la propagación
de la lepra se producía por circunstancias sociales, como la pobre
za, y no por condiciones climáticas o telúricas; y que la lepra era una
enfermedad de evolución lenta, apenas ligeramente contagiosa. En
más de dieciséis años de estudio continuo de la cuestión, este cien
tífico había hecho las asociaciones pertinentes. Carrasquilla se opo
nía a la segregación de los enfermos en colonias remotas como pro
ponía la mayoría de los médicos colombianos y abogaba por la
creación de hospitales que debían estar localizados en las ciudades
donde hubiese médicos, asistentes y medicamentos, y donde la le
pra fuese tratada como cualquier otra enfermedad. El propósito de
los hospitales para los pacientes de lepra era buscar su cura a través
de la higiene, estudiar la enfermedad e investigar sobre tratamientos
científicos, como se había hecho en Noruega39. Además, Carrasquilla
38 Juan de Dios Carrasquilla, "Disertación sobre la etiología y el contagio de la lepra", en Revista Médica, 1889, 13 (137): 441-484, en p. 465. 39 Juan de Dios Carrasquilla, "Los sanatorios y la lepra", en Revista Médica, 1905,26 (306): 65-71.
Debates sobre la lepra I 275
sugería adoptar el modelo de los sanatorios para la tuberculosis, cuyo
tratamiento higiénico y racional se puso de moda en Europa y en los
Estados Unidos a principios del siglo XX40.
Por esta misma época, el departamento del Cauca comisionó al
leprólogo francés, Dom Sauton, para que estudiara el problema.
Sauton, al igual que Carrasquilla, propuso el establecimiento de
hospitales municipales, de acuerdo con el ejemplo de Noruega. Sin
embargo, estas propuestas se encontraron con la formidable oposi
ción de la comunidad médica. Por ejemplo, Juan Bautista Montoya
y Flórez, médico graduado de la Facultad de Medicina de París y
quien sería uno de los más importantes leprólogos colombianos de
la primera mitad del siglo XX, consideraba que este sistema era de
masiado costoso para el presupuesto colombiano y manifestó su re
chazo a los expertos extranjeros y a la imitación de modelos impor
tados41. Teniendo en cuenta que la mayoría de los pacientes eran
campesinos, el gobierno decidió mantener los lazaretos ya existen
tes, adoptando lo que entonces se llamaba un sistema mixto de co
lonias agrícolas con hospitales42.
La lepra debía ser erradicada, pero debido a que el modo de
transmisión del bacilo de Hansen era desconocido, la mayoría de los
médicos justificaba casi cualquier medio para controlar la expansión
de la enfermedad. Éste era uno de los argumentos de Montoya, quien
invocaba la autoridad del Segundo Congreso Internacional sobre la
Lepra, celebrado en Bergen (Noruega) en 1909 y presidido por el
propio Hansen. De hecho, este congreso ratificó las decisiones to
madas en la reunión de Berlín de 1897: notificación obligatoria de
40 Sobre los sanatorios para la tuberculosis, ver el estudio clásico de Dubos, 1952. Véase también: Bryder, 1988, y Rothman, 1994. 41 Montoya, Contribución, pp. 356-357. 42 Pablo García Medina, "Profilaxia de la lepra en Colombia", Repertorio de Medicina y Cirugía, 1909, 1-1 (1): 52-59, pp. 55-56.
276 / Diana Obregón
la enfermedad y estricto aislamiento de los pacientes43. Otras dolen
cias "tropicales" habían sido controladas atacando a los agentes de
la enfermedad. Pero en el caso de la lepra, la aplicación de este mé
todo degeneró en ataque a los leprosos mismos, ya que éstos eran
los únicos vectores de infección conocidos.
Montoya, por lo demás, proclamaba que las masas colombianas
no estaban preparadas para una política de segregación moderada
como había sido practicada en Noruega. Justificando su oposición
al establecimiento de hospitales municipales para los pacientes de
lepra y explicando la razón por la cual el gobierno colombiano había
eliminado el aislamiento a domicilio en 1907, Montoya sostenía:
[...] se comprende que en Noruega se puedan vigilar por los
médicos oficiales unos pocos enfermos blancos y educados, pero
¿quién vigila a un indio en Fúquene o a una negra de Lloró?... y
aun suponiendo que nuestra raza fuera toda blanca, no hay que
hacerse ilusiones, pues en Bogotá mismo se vio que gentes dis
tinguidas, a quienes se les permitió aislarse en sus casas, por
negligencia y desidia no cumplían con lo ordenado, y seguían su
vida de siempre, infectando la población... Para europeizarnos,
como lo está haciendo Argentina, necesitaríamos una fuerte in
migración de razas del Norte, que contrarreste nuestros elemen
tos étnicos inferiores y los eduque, pues, como todos saben, aquí
predominan las gentes de color o los mestizos de las razas blan
ca, indígena y negra, y son precisamente estos mestizos los que
presentan más casos de elefancía'''''.
Es interesante notar que, según Montoya, los leprosos, aunque
fuesen de clases "distinguidas", de inmediato por el hecho de ser le-
43 Juan Bautista Montoya y Flórez, "Profilaxis de la lepra en Colombia (Segundo Congreso Médico Nacional)" en Revista Médica, 1913, 31 (375): 321-331, p. 327. 44 Montoya, Contribución, pp. 336-337.
Debates sobre la lepra I 277
prosos se igualaban a las "razas inferiores". Otros médicos también
compartían esta mirada racista hacia los enfermos de lepra que, por
lo demás, era usual en algunos países europeos y en los Estados
Unidos en esta época.
Todavía a comienzos del siglo XX, los pacientes insistían en que
la lepra no era contagiosa; sin embargo, sabían que las teorías conta-
gionistas estaban en boga. Los médicos, por otra parte, eran cons
cientes de estas creencias, y en sus cruzadas contra la propagación
de la enfermedad, consideraban estas opiniones como obstáculos
que debían ser removidos. Los enfermos seguían escribiendo so
bre la lepra. Poco antes de imponerse una estricta política de segre
gación en los lazaretos colombianos, el paciente José F. Correal es
cribió varias cartas al ministro de Gobierno argumentando contra
las teorías del contagio y de la herencia como causa de la lepra. Co
rreal protestaba en contra del aislamiento obligatorio de las víctimas
de lepra afirmando que la única razón para la discriminación de que
eran víctimas era su aspecto feo y repugnante43. Correal resumía las
opiniones de autores europeos que consideraban la lepra sólo lige
ramente contagiosa, incluidas citas de La Presse Medícale. Para
demostrar la escasa contagiosidad de la lepra, Correal expuso argu
mentos tomados de médicos leprosos que como pacientes habían
vivido en Agua de Dios y ejercido allí la medicina. Además, Correal
presentaba numerosos testimonios autenticados de pacientes de
Agua de Dios que narraban diversas circunstancias con el fin de
probar que el contagio o la herencia no habían desempeñado un pa
pel importante en su condición y que tampoco habían infectado a
nadie durante el curso de sus vidas. Correal, quien era miembro de
la sociedad homeopática Hahnemann de Colombia, también publi
có algunos folletos sobre este tema, pero la comunidad médica, desde
45 José F. Correal, "Carta al Ministro de Gobierno", Mayo 15, 1909, en Gutiérrez, Apuntamientos, pp. 325-326, p. 326.
278 / Diana Obregón
luego, los ignoró46. Correal no era sino un "leproso". Como una prue
ba de que los leprosos habían perdido no sólo sus derechos civiles,
sino también su libertad de sentir y de pensar, el paciente Antonio
Gutiérrez observó con cierta ironía:
[...] nuestro gran leprólogo colombiano, el doctor Juan B.
Montoya y Flórez, dice con franqueza, y quizá interpretando el
sentimiento unánime de nuestros compatriotas, que tales escri
tos no tienen ningún valor por ser procedentes de enfermos (!!)47.
No sólo los médicos, sino también los funcionarios gubernamen
tales menospreciaban las experiencias e ideas de los pacientes. Por
ejemplo, Adolfo León-Gómez, prestigioso periodista, abogado y ex
consejero del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, que
había llegado a Agua de Dios como paciente de lepra en 1919, pu
blicó numerosos artículos en la prensa colombiana sobre las condi
ciones del lazareto, incluidas sugerencias sobre cómo mejorar la
institución para el beneficio de los pacientes. Sin embargo, las au
toridades los ignoraron por completo. El ministro del ramo admitió
una vez haber leído uno de los artículos escritos por León-Gómez
por pura coincidencia mientras viajaba en un tren48.
La medicalización de la lepra significó represión para los pacien
tes sin la compensación de un tratamiento efectivo. Como una ins
tancia más de la afirmación de su autoridad cultural, los médicos
rechazaron el conocimiento y la experiencia de los pacientes. Los
pacientes de lepra y sus familiares sabían que la enfermedad no era
altamente contagiosa, como lo sabía también Carrasquilla, pero el
gobierno, actuando con base en la opinión dominante de la comu
nidad médica, convertida en conocimiento científico universal, im
José F. Correal, "El contagio de la lepra" en Ibid., pp. 325-348. Ibid., p. 54. Léon-Gómez, La ciudad del dolor, p. 284.
Debates sobre la lepra I 279
puso una política de aislamiento estricto, que significó abierta opre
sión y persecución para los leprosos.
Conclusión
En este artículo he mostrado el papel activo que desempeñaron cien
tíficos tanto europeos como no europeos en la producción de cono
cimiento científico universal sobre la lepra. La comunicación a tra
vés de revistas científicas y de foros internacionales hizo posible la
unificación de criterios en torno al problema de la etiología de esta
enfermedad. Desde el momento en que se adoptó el punto de vista
de Hansen en cuanto a que la lepra era transmitida por contagio y
no por herencia, cualquier idea contraria a ésta fue tenida como no
científica. En consecuencia, se despreciaron las posibles contribu
ciones de los más interesados en que se resolvieran las incógnitas
en torno a esta enfermedad: los pacientes mismos. Por definición,
la experiencia de los pacientes con su enfermedad fue convertida en
"saber local". De esta manera se formó una comunidad médica que
podría en adelante "opinar" en forma legítima sobre la lepra puesto
que poseía una cultura científica universal.
Ahora bien, en los debates tempranos sobre la lepra, antes de
imponerse la teoría contagionista, los médicos tenían en cuenta las
condiciones locales. Las enfermedades correspondían a lugares y a
condiciones climáticas y topográficas específicas. Una enfermedad
podría tener una causa en un lugar, y una diferente en otro lugar. El
paradigma bacteriológico, con su especificidad, borró las causas
predisponentes e inmediatas, con lo cual hizo desaparecer las con
diciones locales de la producción de enfermedades. La idea de que
cada enfermedad parasitaria es producida por un microorganismo y
cada microorganismo produce una enfermedad específica se con
virtió en un credo único en la comunidad médica. No solamente el
conocimiento bacteriológico pasó a ser universal, sino que las en
fermedades se convirtieron también en entes universales.
280 / Diana Obregón
En cuanto al problema de la relación entre ciencia y nacionalis
mo, es claro que los médicos colombianos de este período se encon
traban construyendo una ciencia nacional. Sin embargo, en el caso
de las investigaciones sobre la lepra, esta ciencia nacional no siem
pre estuvo atenta a los intereses de los pacientes. Los médicos en
frentaron el problema de la lepra desde el punto de vista de sus in
tereses sociales y profesionales. El discurso nacionalista, que fue
esgrimido en varias ocasiones en relación con la discusión sobre las
estrategias para combatir la expansión de la enfermedad, sirvió
mayoritariamente para justificar medidas represivas en contra de los
pacientes.
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Alvaro León Casas Orrego
LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA
CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX
Introducción
La falta de un acueducto suficiente y de buena calidad para el abaste
cimiento doméstico e industrial de la ciudad de Cartagena, y la ca
rencia de un sistema de evacuación de aguas usadas, fueron dos de
los más importantes obstáculos para el progreso material de la ciu
dad en el penúltimo cambio de siglo. En pleno comienzo de la mo
dernización de las estructuras urbanas de las principales ciudades de
Colombia y en un momento en el que Cartagena enfrentaba retos como
el del aumento de población y el crecimiento de su perímetro urbano,
la ciudad tenía la enorme desventaja de no contar con agua suficiente
para ofrecer mínimas condiciones de salubridad para sus habitantes
y visitantes, y las aguas usadas contaminaban calles y espacios públi
cos, estancándose junto con las basuras en pestilentes muladares. Esta
situación, que se mantuvo durante casi cuarenta años (1890-1930),
provocó un sinnúmero de discursos, discusiones y proyectos formu
lados desde distintas instancias científicas, técnicas y políticas, que
traemos a consideración para ayudar a la comprensión de problemas
viejos que son aún hoy motivo de preocupación, como el de las condi
ciones medioambientales y su grave deterioro.
Antecedentes
Desde 1533, Pedro de Heredia lo había advertido al elegir el lugar
para la fundación de la ciudad y verificar que no había agua en la isla
284 / Alvaro León Casas Orrego
de Calamarí; en consecuencia, los habitantes de Cartagena debie
ron abastecerse todo el tiempo, hasta comienzos del siglo XX, de
aguas lluvias colectadas en aljibes y jagüeyes.
El almacenamiento de aguas lluvias en aljibes y un sistema de
evacuación "natural" que dependía de las épocas de lluvia eran los
dos componentes del "sistema de aguas" ideado por los primeros
pobladores. En las dos últimas décadas del siglo XK, se ve aparecer
una nueva conciencia entre las autoridades civiles y los médicos
higienistas de Cartagena; el sistema de aguas de Cartagena se ha
bía vuelto caduco y peligroso, ya no llenaba las necesidades de una
ciudad que día a día ampliaba sus términos por fuera de la ciudade-
la amurallada. Médicos y autoridades comenzarán diálogos y discu
siones en la búsqueda de soluciones al estado de constante insalubri
dad de la ciudad: aguas estancadas, permeabilidad de las conducciones
construidas en cal y ladrillo, filtrajes de suciedades desde las cañe
rías porosas que conducían aguas usadas hacia los depósitos subte
rráneos de agua potable son algunos de los problemas que empiezan
a ser denunciados por médicos y periodistas, en plena época del auge
de la higiene pasteriana.
Un primer intento de buscar una solución con recursos locales
se expresa en la comunicación del gobernador José Manuel Goenaga
G. al empresario Ramón B. Jimeno, en 18881. Según él, la solución
no podía ser individual y dejarse en manos de los particulares, "que
no tienen recursos suficientes para la construcción de cisternas
como las que abastecían las necesidades de los pocos pobladores en
1 Ramón B. Jimeno había establecido en 1886 una compañía privada de abastecimiento de agua para la ciudad de Bogotá y Chapinero, reemplazando el sistema de acequias por el de tubería de hierro. (Vargas, J. y Zambrano, F. 1988: 11-94). No se tiene evidencias de la participación del señor Jimeno en alguna propuesta para la construcción del acueducto en Cartagena, pero sí sabemos, por las memorias de Eusebio Grau, que este empresario natural de Ciénaga (Magdalena) había iniciado el primer acueducto moderno establecido en la ciudad de Barranquilla, aproximadamente en 1875 (Grau, 1896: 47); una pequeña nota biográfica sobre Jimeno, en Conde (1995: 92-93).
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena I 285
tiempos de la colonia". Además, reconocía que ese sistema de cister
nas presentaba dos serios inconvenientes: primero, su dependencia
de la estación de lluvias; y segundo -lo que el gobernador considera
ba más grave-, que podía constituirse en origen de algunas de las en
fermedades endémicas que azotaban la ciudad, toda vez que se trata
ba de aguas estancadas en depósitos subterráneos de cal y ladrillo2.
El propósito del gobernador Goenaga de interesar a Jimeno en
la solución del problema del agua en Cartagena no tuvo los resulta
dos esperados. En consecuencia, al no encontrar las autoridades ci
viles soluciones con recursos colombianos, la historia del sistema
de distribución de agua potable domiciliaria de la ciudad estuvo mar
cada por la intervención técnico-financiera de empresas extranje
ras. En general, en las primeras cuatro décadas del siglo XX, el pro
ceso de construcción, administración y usufructo del equipamiento
de servicios públicos de la ciudad fue responsabilidad de compa
ñías foráneas, al principio inglesas y luego norteamericanas.
E l acueducto de Russell: entre la modernidad y el fraude
En la ciudad de Cartagena, luego del acueducto de canal propuesto
por los primeros españoles y al que los comerciantes y encomenderos
llamaron irónicamente el canal fantasma (Gómez, 1996: 287), no
hubo otra propuesta de acueducto hasta 1892, cuando la goberna
ción de Bolívar contrató a una compañía inglesa, representada por
Arturo J. Russell, para la construcción de un acueducto que sumi
nistrara "agua potable a la ciudad", con una proyección futura para
30.000 habitantes3. A partir de esta fecha, se presenta en Cartagena
2 AHC, Registro de Bolívar, Cartagena, 12 de marzo de 1888, p. 78. 3 El texto completo del contrato con el señor Russell había sido aprobado en el Concejo
por el acuerdo número 8 de 12 de agosto de 1892, y se publicó en una compilación de Contratos, Ordenanzas y Resoluciones Expedidos por la Asamblea de Bolívar ¡892-1894, Cartagena, Tipografía Araújo, 1894, p. 78.
286 / Alvaro León Casas Orrego
una serie de compañías extranjeras interesadas en establecer y/o explotar en la ciudad, sus barrios y cercanías4 un acueducto moderno en tubería de hierro. La contratación de las firmas europeas o norteamericanas implicaba la incorporación de nuevas técnicas y la utilización de ingenieros extranjeros.
El acueducto Russell, de acuerdo con el contrato firmado en 1892 entre este empresario y el gobernador del departamento, debía suministrar agua potable a la ciudad de Cartagena, sus barrios y sus agregaciones5. La conducción del agua debía efectuarse a través de tubos de hierro fundido con un diámetro suficiente para proveer a toda la población con una cantidad de quince galones diarios por cabeza, y todo el sistema enterrado a una profundidad de uno y medio a dos pies. Una verdadera maquinaria hidráulica se instalaría debajo de la ciudad. En la superficie, la gobernación ponía a disposición del empresario, previo permiso del gobierno nacional, la parte necesaria del Fuerte de San Felipe, conocido entonces con el nombre de "El Cerro", para el establecimiento de un tanque con suficiente capacidad para mantener las reservas de agua que garantizaran la regulación del servicio. Como fuentes, señalaba los arroyos de Turbaco, Matute, Colón o Torrecilla.
Todo estaba aparentemente muy calculado para ofrecer una solución "moderna" a las carencias de agua de consumo doméstico e industrial de la ciudad. Sin embargo, en el contrato Russell de 1892 no se menciona la necesidad de construir simultáneamente un sistema de cañerías subterráneas para la evacuación de aguas usadas. ¿Se
4 En estos contratos, se ve aparecer una transformación del concepto tradicional de ciudad en la administración oficial: dado el crecimiento de finales del siglo XK, la ciudad de Cartagena ya comprende también sus barrios extramuros y los nuevos espacios urbanos llamados por los cronistas de la época "cercanías". Sobre la expansión de la ciudad de Cartagena, ver Casas, 1994: 39-68.
5 Contratos, Ordenanzas y Resoluciones expedidos por la Asamblea de Bolívar 1892-1894. Cartagena, Tipografía de Antonio Araújo, 1894, p. 288-296.
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Car tagena I 287
trataba acaso de una particular idea de la higiene urbana que com
partían las autoridades civiles de la ciudad, los médicos higienistas
y los contratistas extranjeros? ¿Era por falta de recursos? ¿Había ne
gligencia de las autoridades? o ¿hubo segundas intenciones por parte
de los contratistas ingleses?
El transporte y alejamiento de las inmundicias, según lo in
dica la "ciencia sanitaria", debe hacerse mediante el sistema de
alcantarillado o de cloacas, consistente en la construcción de al
cantarillas o tubos por donde pasan las aguas que llevan en solu
ción o suspensión las excretas (Chivas, 1905: 309).
A finales del siglo XK, estos sistemas de evacuación de las aguas
sucias que arrastran inmundicias se conocían y aplicaban bastante bien
en Europa y los Estados Unidos. Inglaterra había acumulado una ex
periencia de casi un siglo en la construcción de redes de acueducto y
alcantarillado, lo que la convertía para ese momento, junto con los Es
tados Unidos, en los países vanguardia de estas tecnologías6. En ese
momento, un empresario inglés como Arturo J. Russell debía saber
que para lograr el saneamiento de una urbe era necesario un circuito
de tuberías de hierro que abasteciera de agua las viviendas, estableci
mientos fabriles, comerciales y fuentes públicas, pero además debía
saber también que ese circuito de agua potable tenía que ser articu
lado con un sistema de evacuación rápida e invisible, para evitar acu
mulaciones que pusieran en peligro la salud de los habitantes7.
6 El sistema se utilizaba en Inglaterra en su forma combinada (aguas lluvias y aguas sucias) desde 1838, y en los Estados Unidos, en la ciudad de Memphis, se había propuesto, por primera vez, desde 1880, un sistema de evacuación que separaba las aguas lluvias de las cloacas, haciéndolas correr por otros conductos o por las cunetas de las calles (Chivas, 1905); (Vigarelo, 1991: 225).
7 Según el sistema de aguas inglés de comienzos del siglo XTX, éstas riegan las casas antes de volver a los circuitos subterráneos.
288 / Alvaro León Casas Orrego
En 1890 no existía en la ciudad de Cartagena un "sistema" sub
terráneo de evacuación de aguas residuales. Todavía a finales del si
glo XIX las evacuaciones en la parte amurallada de la ciudad se rea
lizaban mediante dos técnicas establecidas por los españoles durante
el periodo de la Colonia, aprovechando las aguas torrenciales que
corrían por las pendientes de las calles y salían por los "husillos" de
las murallas que servían como conductos de evacuación de los "de
sechos líquidos", arrastrándolos hacia el mar. Igualmente, el caño
de San Anastasio, que se consideraba desde el siglo XVII como la
"alcantarilla natural" de la ciudad, dependía también de las lluvias
para ser eficiente en su función. A finales del siglo XIX, este canal se
había convertido en uno de los peores "focos de infección" y en un
obstáculo para la expansión urbana de la ciudad.
Un sistema de evacuaciones que dependía de la temporada de llu
vias no garantizaba la higiene de la ciudad. En el verano, el polvo y la
escasez de agua afectaban considerablemente la salud de sus habi
tantes, pues el consumo de las pocas aguas de aljibe era causa de
disenterías, y las basuras que se acumulaban, verdaderos focos de
contaminación. En el invierno, por su parte, las primeras lluvias en
contraban casi siempre obstruidos los desagües y, en consecuencia,
los desechos líquidos se acumulaban en las cunetas de las calles y se
formaban charcas que se constituían en criaderos de mosquitos.
Con la reactivación de las actividades comerciales y el despegue
de los primeros ensayos industriales a finales del siglo XK8, las condi
ciones sanitarias de Cartagena se deterioraban día a día, en la medida
en que su población aumentaba y se incrementaban las demandas de
servicios utilizando las viejas estructuras del equipamiento urbano.
En estas condiciones, el acueducto de Russell, además de no solucio
nar el abastecimiento de agua, se había convertido en un atentado a la
higiene de la ciudad.
8 Sobre diferentes aspectos del desarrollo económico y empresarial de Cartagena, ver
Bossa, 1967, y Restrepo y Rodríguez, 1986.
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena I 289
Otros acueductos
En estas circunstancias, en 1905 el gobernador de Bolívar, Henrique
Luis Román, firmó otro contrato con el ingeniero y empresario
jamaiquino James T Ford9, para el establecimiento en la ciudad de
un acueducto, utilizando las mismas fuentes de agua que anterior
mente se habían indicado para el contrato Russell. El acueducto en
tró en funcionamiento a comienzos de 1907 y en menos de un mes
el señor Ford transfiere los derechos de explotación a la compañía
inglesa denominada Cartagena (Colombia) Water Works Ltda., que
ofreció 20% de sus acciones a empresarios cartageneros, asumien
do todas las responsabilidades y privilegios adquiridos por J. T Ford.
Pero esta vez, la falta de una alternativa diferente con respecto a
las fuentes de agua, que tuviese en cuenta las nuevas dimensiones
de la población a comienzos del siglo XX, trajo consigo problemas
de insuficiencia del líquido y generó situaciones conflictivas con los
hacendados de Matute y Turbaco, quienes se quejaban de perder
agua para sus ganados10.
9 James T. Ford (1864-1907) llegó a Cartagena como ingeniero y empresario para encargarse de la construcción del acueducto, en la que sería su última actividad empresarial. Este ingeniero caribeño, nacido en Jamaica, tenía a sus 43 años de edad una reconocida experiencia empresarial y profesional en varios países del Caribe: había participado en las obras de irrigación de Guantánamo en Cuba, fue ingeniero consultor del gobierno de Colombia en lo relacionado con la empresa del canal de Panamá, tuvo a su cargo las empresas de ferrocarriles de Cartagena, Girardot y Antioquia y fue socio de la empresa de vapores Cartagena-Magdalena Steamboat Company. El Porvenir, Cartagena, mayo 10 de 1907, citado en el inédito de Ripoll, M. T. (1992: 5). 10 Los propietarios de tierras en Turbaco: Toribio Marrugo, Juan Carrillo, Eliodoro Chico, Eloy Castellón y Antonio Araújo, beneficiarios de la fuente de Coloncito, promovieron un pleito ante el fiscal del Tribunal para obligar a la empresa del acueducto de Cartagena a proveer de agua a sus predios, el cual se resolvió favorablemente para los propietarios en 1912, gracias a la intervención de la gobernación, que contrató con el ingeniero Dickin la construcción de albercas en dichos predios. Memoria que presenta el Secretario de Gobierno al Señor Gobernador de Bolívar (1913: 101).
290 / Alvaro León Casas Orrego
Luego del litigio de las aguas de Turbaco entre la empresa del
acueducto y los dueños de las tierras, y con la intervención directa del
ministro de Obras Públicas, Aurelio Rueda, el ingeniero inglés William
Eduard Hughes Dickin adquiere en 1916 los derechos de propiedad
del Acueducto de Cartagena11. En esta ocasión, el propósito es pro
longar la tubería existente hasta un punto adecuado del río Magdale
na, con el fin de conducir al tanque de reserva de Matute, por medio
de bombas y filtros, una cantidad de agua suficiente para abastecer a
una población hasta de 80.000 habitantes, y suministrar además las
cantidades necesarias para riego de calles y fuentes públicas.
Crisis del acueducto
Sin embargo, la falta de agua potable seguía constituyendo uno de los
más grandes problemas que tenía la ciudad de Cartagena, y que dete
nía su crecimiento a principios del siglo XX. Desde finales de la déca
da de 1910, el acueducto que tomaba agua de Matute se había hecho
insuficiente e ineficiente. La población había aumentado considera
blemente y, lo más grave, la carencia de un tratamiento complemen
tario para eliminar el alto tenor de calcio que poseía, provocó grandes
incrustaciones en su tubería, con la consiguiente reducción del diá
metro de ésta, y de su capacidad de transporte (Lemaitre, 1983: 580).
En consecuencia, el agua no llegaba a las "cercanías" de Cartagena.
"Barrios excéntricos como el de Manga" -según ElPorvenir1 2-
"que en un principio tuvieron un desarrollo a saltos asombrosos, han
quedado paralizados desde que se hizo difícil, casi imposible, la con
secución del agua a los pobladores de escasos recursos". Los barrios
de los extramuros, agregaba el artículo, eran abandonados en un mo
vimiento de retorno a los barrios centrales de La Catedral y San
11 Mensajes e Informes del Gobierno Departamental de Bolívar, 1916 (1916:28-38). 12 AHC, El Porvenir, Cartagena, abril 18 de 1916, p. 2.
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 291
Diego. Las aglomeraciones seguían constituyendo un serio peligro
para la higiene pública. El cálculo de una ciudad con 80.000 habi
tantes dependía directamente de las posibilidades de un crecimiento
urbano que garantizara un buen abastecimiento de agua.
Todavía en 1920, en el marco de la Sexta Conferencia Sanitaria
Internacional Panamericana celebrada en Montevideo en el mes de
diciembre, el director nacional de Higiene, delegado de la Repúbli
ca de Colombia, Pablo García Medina, insistía en señalar con mu
cha puntualidad que las dos más urgentes necesidades del puerto
de Cartagena eran la provisión de agua y la lucha contra el mosqui
to. Al identificarse con las memorias presentadas por otras delega
ciones panamericanas, García Medina reconoció que una vez aten
dido el problema del abasto de agua, "se resolverán fácilmente los
problemas de letrinas y alcantarillados que de ella dependen" (Gar
cía, 1922: 64-80).
El interés del director nacional de Higiene en el saneamiento de
la ciudad de Cartagena estaba ligado directamente con la preocupa
ción por la sanidad de los puertos. Desde 1914, cuando estaba próxi
mo el servicio de navegación interoceánica a través del canal de Pana
má, el mismo Pablo García Medina, entonces presidente del Consejo
Superior de Sanidad, advertía ante el Senado de la República que, en
cumplimiento de las convenciones sanitarias internacionales, a las
autoridades sanitarias de la Oficina Central de Washington no les
bastaba
[...] para considerar saneado un puerto... el que no haya en
él enfermedad alguna de las llamadas pestilenciales (peste, fie
bre amarilla y cólera) u otras infecciones, como tifo, fiebre tifoi
dea, etc. Ellas exigen, y con razón desde el punto de vista de la
higiene, que los puertos y las poblaciones que estén en rápida y
constante comunicación con éstos, tengan agua potable, debida
mente vigilada, acueducto bien construido, excusados higiénicos
y alcantarillas (García, 1914: 289-293).
292 / Alvaro León Casas Orrego
El 29 julio de 1916, el general norteamericano William Crawford
Gorgas, jefe de la oficina sanitaria del canal de Panamá, al mando
de una expedición sanitaria norteamericana, compuesta de 27 per
sonas, con destino a varios puertos de Suramérica, fondeo la bahía
de Cartagena en el vapor "Zapara". Según su itinerario, debía per
manecer varios días en esta ciudad, pero tuvo la precaución, antes
de saltar, de pedir datos sobre los hoteles y otras cosas. En respues
ta, fue informado de que "en los principales hoteles de la ciudad no
se conseguía agua suficiente para el aseo de inodoros, etc.". Con esta
información, el importante higienista resolvió no quedarse, siguien
do viaje en el mismo buque para Puerto Colombia. De inmediato,
E l Porvenir, principal exponente de la prensa local, muy interesado
en conservar la buena imagen de la ciudad y el puerto, máxime cuan
do se trataba de una persona de cuyos informes podía depender el
levantamiento de las cuarentenas, propuso que los jefes de sanidad
tomaran cartas en el asunto de los hoteles y casas de asistencia y se
cerciorasen si efectivamente tenían agua suficiente para la limpieza
y demás servicios de este tipo de establecimientos. Se encargó tam
bién este periódico de hacer aparecer el hecho como desinformación
malintencionada de "alguien empeñado en presentar nuestro puerto
y ciudad como inadaptados de la vida moderna y desprovistos de las
más elementales cosas necesarias13. La verdad era que el general
Gorgas había padecido la escasez de agua cuando en junio de 1904 se
organizaba el Hospital de Ancón como una de las medidas sanitarias
para el saneamiento de la zona del canal de Panamá (Gorgas, 1918:
229), y la realidad de Cartagena en aquella época era que no tenía ni
agua limpia suficiente ni un sistema de cloacas.
La posición del doctor García Medina se hallaba en abierta con
tradicción con la memoria sobre las condiciones higiénicas de Car
tagena que en 1918 había presentado el doctor Manuel Pájaro
13 AHC, El Porvenir, Cartagena, 31 de julio de 1916, p. 2.
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 293
H.14ante los delegados al Tercer Congreso Médico Nacional. García
Medina insistía en que Cartagena sufría de manera creciente las con
secuencias de una deficiente provisión de aguas "siempre defectuosa
por su calidad". Denunciaba en la Conferencia Panamericana que
en Cartagena
Una parte del agua se obtiene de dos quebradas que distan
más o menos cinco millas de la población, y que, conducida por
tubería metálica, se distribuye a los habitantes acomodados de la
ciudad; la mayor parte de la población hace uso de agua llovediza
recogida en cisternas construidas en general dentro de las anti
guas murallas, sujeta por consiguiente a una segura contamina
ción; o bien recogida en aljibes que se encuentran en los solares
y en otros lugares de la ciudad, sujetos también a contaminacio
nes provenientes de las basuras o de las muy defectuosas letri
nas. La calidad del agua que suministra el acueducto deja mu
cho que desear: son aguas que tienen un sabor salado y dureza
marcada; por otra parte, se proveen en cantidad relativamente
escasa. Las aguas de aljibe y cisterna son escasas, porque las llu
vias han disminuido considerablemente en los últimos años. Si a
esto se agrega el aumento visible de la población y el desarrollo
de las industrias fabriles, se verá la urgencia de cambiar esta si
tuación, que coloca a Cartagena en la categoría de los puertos
peligrosos, porque es terreno favorable para las infecciones que
como la disentería, la fiebre tifoidea, el paludismo, nacen fácil
mente en semejantes condiciones (García, 1922:76).
De otro lado, si bien la idea del ingeniero W. E. Hughes Dickin
de utilizar como fuente del acueducto las aguas del río Magdalena
14 Manuel Pájaro (1855-1943). Médico de la ciudad de Cartagena, además de muy activo en política, fue miembro de las directivas locales del Partido Nacional, y concejal y diputado
5 oportunidades (Restrepo, 1989: 25-39). en varias i
294 / Alvaro León Casas Orrego
carecía de un estudio técnico preliminar, contó con el respaldo del mi
nistro de Obras Públicas Aurelio Rueda, muy interesado en la mejora
del acueducto para Cartagena, y quien al parecer había atendido a la
gestión de Pablo García Medina ante el gobierno nacional para que se
lograse la aprobación del nuevo contrato de acueducto15. El ministro
Aurelio Rueda consideró que los estudios necesarios para el estable
cimiento de un acueducto con agua del río Magdalena estaban ya con
tenidos en los trabajos que la empresa Pearson & Son16 había elabo
rado en 1915 para el saneamiento del puerto de Cartagena. Realmente,
esta firma londinense había limitado sus estudios al diseño de diver
sos planos urbanos -como lo había hecho para Bogotá-y a unas cuan
tas recomendaciones para el más ágil e higiénico funcionamiento de
la navegación en el puerto de la Bahía17. Sin embargo, la que parecía
ser la única alternativa confiable para una fuente de agua con la que
se pudiese abastecer las necesidades higiénicas de la ciudad no con
tó con el concepto favorable del doctor Pablo García Medina, quien
proponía para remediar la escasez de agua en la ciudad de Cartagena
que se prolongase el acueducto hasta el canal del Dique o hasta el río
Magdalena.
El primero de estos proyectos sería el menos costoso, pero ten
dría varios inconvenientes, entre los cuales resalta la inferioridad de
15 En 1915, el obstáculo más grave para mejorar las condiciones de salubridad de Cartagena seguía siendo la falta de agua potable. En este sentido, el 7 de junio de 1915, el Dr. Pablo García Medina, presidente de la junta central de Higiene, dirigió una comunicación a la dirección departamental de Higiene de Bolívar, en la que ofrecía su gestión ante el gobierno nacional para lograr la aprobación de un nuevo contrato de construcción de acueducto. AHC. El Porvenir, 9 de junio de 1915. 16 El Informe presentado por la Pearson & Son para la ciudad de Cartagena fue publicado en Memorias del ministro de Obras Públicas al Congreso de 1916, Bogotá, Imprenta Nacional, 1916. Sobre la Pearson & Son véase también \&Memoria del ministro de Obras Públicas al Congreso de 1915, Bogotá, Imprenta Nacional, 1915, p. 23. 17 Antes de ser contratada para Cartagena por el Ministerio de Obras Públicas, la casa Pearson & Son realizó estudios de saneamiento urbano para Bogotá en 1907 (Puyo, 1992: 214).
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 295
la calidad de esta agua respecto a la del Magdalena y el temor fun
dado de que en épocas de gran sequía no pudiese suministrar el canal
del Dique la cantidad necesaria. El segundo proyecto no presentaba
estos inconvenientes, pero resultaba mucho más costoso. En este
sentido, en su calidad de representante de Colombia a la Conferen
cia Sanitaria Panamericana, García Medina hizo un llamado urgen
te al gobierno nacional y al gobierno departamental para que apoya
ran eficazmente al municipio de Cartagena en la solución de su
problema de agua, toda vez que se trataba del "puerto marítimo más
importante" del país (García, 1922: 76).
Médicos e ingenieros: ¿diálogo científico?
En Colombia, a finales del siglo XIX, se oficializó el papel regulador
de la medicina en materia de ordenamiento urbano, sobre todo en el
momento de la constitución de sociedades científico-médicas como
cuerpos consultivos de los gobiernos. A partir de esta alianza entre
medicina y autoridades, en las principales ciudades comienza un pro
ceso de medicalización de la función de distribución del agua y se la
convierte en un problema que involucra el saber de la higiene.
En las diversas sociedades médicas que se formaron en las prin
cipales ciudades colombianas a finales del siglo XK (Bogotá, Mede
llín, Cali, Cartagena, Bucaramanga, Barranquilla), es muy notoria
la preocupación por la higiene urbana, y en sus respectivas revistas
se publicaron artículos sobre el tema. Se trata de discursos en los
que la higiene ya no es un adjetivo (del griego hygeinos, lo que es
sano), sino un saber definido como el conjunto de los dispositivos y
de los conocimientos que favorecen el mantenimiento de la salud;
se trata también de un nuevo campo abierto como materia del saber
médico (Vigarello, 1991: 210). La aparición de la figura del médico-
higienista en Colombia tiene que ver con la de estas sociedades, pues
ellas serían los cuerpos consultivos del Estado para los asuntos de
higiene y salubridad. Ser médico higienista era desempeñar una fun-
296 / Alvaro León Casas Orrego
ción social nueva dentro de una institución que era el "cuerpo mé
dico de la ciudad" (Obregón, 1992: 6318). Es la higiene pública, como
rama de la medicina, el lugar en el que los médicos colombianos de
finales del siglo XIX y comienzos del XX van a reclamar su compe
tencia científica como autoridades reguladoras del orden urbano, y
lo harán ya con fuerte convencimiento y optimismo inéditos, pues
consideran que a partir de los descubrimientos pasterianos la me
dicina ha dejado de ser ciega y ha comenzado por primera vez a curar
y prevenir las enfermedades colectivas.
Este auge del higienismo médico en las dos últimas décadas del
siglo XK, contemporáneo del primer intento de organización de una
política sanitaria nacional19, no llegó a ser en esa época una solución
a los problemas de insalubridad que afectaron a las poblaciones co
lombianas y, por supuesto, tampoco a los que padecieron las ciuda
des de la costa atlántica. Todavía en 1913, en el marco de los traba
jos del Segundo Congreso Médico de Colombia, el ingeniero civil
Lucio Zuleta (1917: 7-22) señalaba que en materia de saneamiento
urbano "Colombia está apenas en sus principios"20.
La mala calidad de las aguas, y su denuncia como causa de en
fermedades frecuentes en la época del verano, era tema común en
los discursos de los médicos higienistas y de la prensa comercial de
18 También fueron tareas de estas sociedades científico-médicas la reglamentación legal del ejercicio profesional de la medicina, la vigilancia de la conducta de los médicos y su unificación en un gremio que defendiera sus intereses. 19 Ley 30 de 1886 (20 de octubre) que crea las juntas de higiene en la capital de la República y en las de los departamentos o ciudades principales, Repertorio oficial, Medellín, Año I, N°47, 10 Ene., 1887, p. 371. 20 "En Bogotá, con una Oficina de Higiene bien establecida, algunas alcantarillas, bastantes calles pavimentadas con asfalto y un servicio bastante bueno de aseo en las calles" el acueducto constituía un verdadero "foco de infección". "Cali hasta ahora se ha venido a preocupar por el asunto y actualmente hay ingenieros elaborando un proyecto de saneamiento de la población, que piensan llevar a efecto antes de la llegada del ferrocarril. En Cartagena, con ocasión del centenario, se hicieron algunas obras, y de resto en las demás ciudades nada se ha hecho".
Los circuitos del agua y la higiene u rbana en Car tagena I 297
Cartagena. La disentería y la fiebre disentérica eran asociadas en ellos
a la ausencia completa de las lluvias. En un interesante "trabajo ori
ginal" sobre el estado sanitario de Cartagena en 1897, el doctor Ra
fael Pérez C. (1897, 330-33821) admite como causa de la disentería la
mala calidad de las aguas, reconociendo también para las fiebres
disentéricas, además del problema del agua, al paludismo como
endemia constante de la ciudad22. Sobre el consumo de aguas, anota
en el mismo trabajo la manera como casi todos los habitantes de la
ciudad hacen uso del agua de aljibes, en los que
[...] en ocasiones nos ha sorprendido observar, por la prolon
gación del verano, cierta coloración anormal del agua y la presen
cia de vegetales en descomposición que le comunican aveces un
olor y un sabor más o menos desagradables.
De lo anterior concluye el doctor Pérez que "fácilmente se com
prende la participación considerable que esta agua así alterada podría
tomar en la génesis de ciertas perturbaciones de las vías digestivas".
Por otra parte, la creencia de que el agua obraba como causa efi
ciente en la producción de enfermedades como la elefantiasis árabe,
el hidrocele y los vermes intestinales mantenía divididas las opinio
nes de los médicos de Cartagena: mientras unos eran partidarios del
papel del agua en la producción de dichas enfermedades, otros pre-
21 El Dr. Rafael Pérez, miembro de la Academia de Medicina de Medellín, realizó estudios de medicina en la Universidad Nacional de Bogotá, para luego completarlos en París, donde obtuvo el título de doctor en medicina y cirugía. Allí conoció al Dr. Lascario Barboza, miembro activo de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar, con quien sostuvo una corta pero fecunda amistad hasta el día en que murió Pérez. De esta relación científica quedaron varios escritos, de los cuales dos fueron publicados en la revista de la misma Sociedad (Barboza, 1897: 298-299). 22 Vieja noción de las fiebres palúdicas como condición climatérica de los lugares, Cartagena era considerada como lugar palúdico o malario (de malos aires).
298 / Alvaro León Casas Orrego
ferian asignar a estos estados patológicos causas diferentes. Como
miembro de la Academia de Medicina de Medellín, el Dr. Pérez pre
firió adoptar una posición prudente: "Nosotros, sin adherirnos a nin
guno de los dos bandos, aguardamos a que el tiempo y, sobre todo,
la experimentación, nos indiquen claramente de qué lado está la ver
dad" (Pérez, 1897:330-338).
Pero cualquiera que fuese la posición de los médicos con res
pecto a la incidencia del agua en aquellas enfermedades, lo que más
llama la atención en la postura del Dr. Pérez, así como en la de otros
higienistas de su tiempo, es la ausencia del tema de las evacuacio
nes de detritus. Al tratar del saneamiento de las poblaciones, su pre
ocupación no va más allá de garantizar el abastecimiento de agua,
con la convicción de que las evacuaciones se producen gracias a un
sistema "natural" determinado por el régimen de lluvias. Se eviden
cia aquí un discurso higienista que caracteriza la manera médica
como, a finales del siglo XK en Colombia, se enfrenta el tema del
agua para consumo humano, tratándolo sin tocar para nada el asun
to de la evacuación de aguas usadas. Es una insólita manera "mo
derna" de concebir la higiene de las ciudades, visible también en el
"trabajo original" del médico Manuel Prados (1894: 145-154) sobre
las condiciones higiénicas de Sincelejo.
Con la única diferencia de un punto en el que trata el tema del
Hospital de Cartagena, el artículo de Pérez (1897) parece seguir en
todo el esquema adoptado por Prados (1894). Los dos artículos des
criben la "ciudad" y la "población" "desde el punto de vista higiéni
co". El modelo usado en ambos llena los siguientes apartados: ubi
cación geográfica, clima, cementerio, abastecimiento de agua,
alimentación e "índole de sus habitantes", mercado público y ma
tadero, nosología de la región y su relación con los cambios atmosfé
ricos, demografía (nacimientos y defunciones) y condiciones de vida
de los pobladores. En los dos, el apartado del agua queda incomple
to; su preocupación por el agua limpia deja en el olvido el problema
de las aguas sucias que deben evacuarse como factor indispensable
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Car tagena / 299
para la conservación de la salubridad urbana23. Opuestos a una for
ma de limpieza que arroja las inmundicias a la calle, los discursos
higienistas de finales del siglo XKy comienzos del XXparecen acep
tar el sistema natural de las evacuaciones por medio de la lluvia, y
en todas las viviendas, la construcción de letrinas: esos depósitos se
cos en los que se pueden arrojar "las aguas sucias procedentes de la
limpieza de ropas, vajillas y el lavado corporal"24.
La necesidad de dar solución a los problemas de insalubridad, que
se agravaban con el crecimiento paulatino de la población —hacinada
dentro de la ciudad amurallada- y con la construcción de un acue
ducto moderno que no se complementaba con un adecuado siste
ma de alcantarillado, constituyó la circunstancia que definió la par
ticipación de la "ciencia sanitaria" como saber técnico-científico en
las instancias reguladoras del orden urbano. Al lado de médicos como
Rafael Calvo, Manuel Pájaro, Manuel R. Pareja, Rafael Pérez, Miguel
A. Lengua, Camilo S. Delgado, etc., la ciudad de Cartagena, en el
cambio de siglo, contó con la presencia e influencia de ingenieros
civiles y sanitarios como J. M. Tobías, Ricardo Arango, Eduardo
Chivas, Pearson, Geo Bunker y Umberto Bozzi, que en distintos
momentos y circunstancias propusieron nuevos puntos de vista,
diferentes a los de los médicos-higienistas.
23 Sólo en 1918 aparece una tímida alusión al asunto en el Tercer Congreso Médico Nacional, que se reunió en Cartagena y consignó en sus Resoluciones y votos la necesidad de organizar el estudio de las aguas minerales en Colombia, pedir al gobierno nacional el cumplimiento de las leyes referentes al saneamiento de los puertos marítimos y fluviales, especialmente la ejecución de las obras de sanidad en los puertos de Cartagena, Barranquilla y Buenaventura, como por ejemplo la construcción de una estación sanitaria en Cartagena, la pavimentación de calles, el establecimiento de alcantarillas y la fundación de laboratorios para los tres puertos; se solicitaba también hacer las gestiones diplomáticas necesarias para obtener la supresión de la cuarentena a que estaban sometidos los buques que atracaban en los puertos colombianos del Atlántico y del Pacífico (Buenaventura y Tumaco). (Tercer Congreso Médico Nacional de Colombia. 1918, pp. 42-43). 24 Un ejemplo de esta concepción sobre la higiene urbana se contiene en la reseña bibliográfica de Santero (1886: 67-73).
300 I Alvaro León Casas Orrego
El proceso de construcción del equipamiento urbano moderno
a comienzos del siglo XX requirió la presencia de otro saber, más téc
nico pero no por eso menos científico, que planteaba una solución
integral a la insalubridad urbana, garantizando circuitos de agua con
suficiente abastecimiento y eficiente evacuación. En el último cam
bio de siglo, el médico ya no es la única autoridad en los asuntos de
regulación de la vida urbana, y las obras que exigen al ingeniero y lo
involucran en la salubridad pública producen una clara distinción
entre la "higiene" y la "ciencia sanitaria". De esta manera, el médi
co halla nuevos interlocutores, pero al mismo tiempo su autoridad
científica, en materia del abastecimiento de agua potable, se ve des
plazada por la del ingeniero, quien se ocupará en adelante de la cons
trucción de los acueductos y particularmente de los alcantarillados.
La entrada en escena de este nuevo personaje sugiere la compren
sión de la necesidad de las evacuaciones, como complemento im
prescindible de los circuitos urbanos del agua. La gran novedad de
los circuitos del agua, en la Cartagena de comienzos del siglo XX, con
sistió pues en involucrar un nuevo saber que se agregaba a las re
flexiones médicas sobre el agua de finales del siglo XKy su relación
con la higiene de las ciudades: el saber del ingeniero.
El ingeniero y la ciencia sanitaria
En un texto del ingeniero civil Ricardo M. Arango (1903: 189-193),
redactado en Panamá en 1903, aparecen las medidas que deberían
adoptarse "para el mejoramiento del estado sanitario de la ciudad".
Su publicación oficial en Cartagena constituyó la difusión por pri
mera vez de un nuevo tipo de saber científico-técnico, aplicable al
saneamiento urbano. Dice el ingeniero Arango:
La higiene es la conservación de la salud individual confor
me a las indicaciones del médico. La ciencia sanitaria, más am
plia que aquélla, tiene por objeto primordial la preservación y
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena I 301
protección de la salud de la comunidad, mediante la acción com
binada del médico, del ingeniero y de las autoridades civiles [...].
Comprende además "todos los principios y todos los métodos
que tienden al mejoramiento de la salud de los asociados y a contra
rrestar el desarrollo de gérmenes genitores de enfermedades"25.
Desde el punto de vista del ingeniero sanitario, la higiene es domi
nio del médico y es sólo una parte de la ciencia sanitaria. En la com
petencia de saberes, es aquí el ingeniero quien reclama para sí la au
toridad científica en la higienización de la ciudad.
No hay gran dificultad en evidenciar los motivos de la publica
ción oficial del informe de Arango en la ciudad de Cartagena: sus
recomendaciones para Panamá podían aplicarse casi todas en esta
otra ciudad, pues ninguna de las dos poseía en ese momento "siste
ma de distribución de aguas"; además, en 1903, Cartagena sufría una
terrible escasez de agua, aumentada por la presencia de tropas na
cionales y por la especulación comercial con el costoso líquido. A raíz
de la grave situación, el gobernador del departamento de Bolívar
expidió un decreto26 en el que se restringía el uso del agua de "los
aljibes pertenecientes al Gobierno" o "aljibes públicos", para "con
sumo de las tropas acantonadas en esta ciudad y para las personas
enteramente pobres"; creaba el empleo de "celador de aljibes pú
blicos", entre cuyas funciones se contaban la de asearlos por dentro y
en sus canales, procurarles puertas y vigilar que se mantuvieran ce
rradas. El uso del agua limpia era un privilegio en la Cartagena de fi-
25 El informe del ingeniero Ricardo M. Arango, presentado en cumplimiento de un decreto gubernamental expedido por el jefe civil y militar del departamento de Panamá, comprende tres amplios capítulos: el primero, dedicado a los abastecimientos municipales de agua; el segundo, destinado a tratar el problema de la colección y disposición de los desperdicios, y el tercero, al tema de la protección de la salud (1903: 189). 26 Gobernación del departamento de Bolívar, Decreto N° 523 del 24 de julio de 1903, Registro de Bolívar, N° 2161, Cartagena, 30 de julio, 1903, p. 257.
302 / Alvaro León Casas Orrego
nales del siglo XKy comienzos del siglo XX, pues había que comprarla
y los aljibes públicos, por su mal estado, constituían un verdadero pe
ligro para la salud. La salud era, pues, otro privilegio de las gentes pu
dientes. Nada diferente de la situación del puerto colombiano en el
Pacífico, donde el dinamismo comercial y las obras de construcción
del canal interoceánico hacían aún más grave la falta de agua.
Otro rasgo común entre las ciudades de Cartagena y Panamá era
la carencia de los elementos más necesarios y sobre todo del con
trol de los mismos para garantizar la salud de la comunidad. "Agua
abundante y de buena calidad, factor indispensable para mejorar la
salubridad pública" constituía la divisa del ingeniero civil Ricardo
M. Arango (1903:189).
También llama la atención en Arango la clasificación de las aguas
aptas para consumo humano (aguas lluvias, aguas subterráneas, po
zos y fuentes) y los medios pasterianos de purificación, considerados
por el autor como el más importante objetivo de todo sistema de lim
pieza del agua, debido al peligro que las bacterias representan en la
transmisión de enfermedades infecciosas. Hay aquí un cambio res
pecto a la higiene del siglo XK que atacaba los depósitos de aguas
estancadas, sin tener en cuenta este nuevo peligro de lo invisible,
puesto en evidencia por el químico Louis Pasteur y sus seguidores
médicos.
Con Arango, estamos ante el caso de un ingeniero pasteriano por
la doctrina y por la técnica: entre los sistemas de filtros domésticos
que recomienda, se cuenta el inventado por Chamberland27, el exi
toso alumno de Pasteur que ideó filtros para el agua y para el labora
torio y aparatos de esterilización como el autoclave.
La importancia del informe del ingeniero Arango consiste en que
va más allá de las preocupaciones, que en cierto modo compartía con
27 Entre los diferentes filtros destinados al uso doméstico, Arango recomienda el conocido con el nombre de "Pasteur Chamberland y Berkefeld" para contribuir a la purificación de las aguas (Arango, 1903:190).
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 303
los higienistas, sobre los abastecimientos municipales y la higiene del
agua. Para la ciencia sanitaria, la "colección y disposición de desper
dicios" constituyen también factores indispensables de la sanidad
urbana, que distingue entre desechos sólidos y líquidos, y la "protec
ción de la salud" en la vida colectiva de las ciudades, saber que se ocupa
de la "reglamentación de las construcciones de edificios, las desin
fecciones, las vacunas, los baños públicos, las lavanderías y los lava
deros" (Arango, 1903: 191).
Arango advierte que "los desperdicios humanos son perjudicia
les para la salud" y distingue dos clases entre los desperdicios lí
quidos: las llamadas "aguas de albañal", que son las "infectadas por
el jabón, por materias vegetales y animales, orines y materias feca
les", y los "residuos de cocina". Desde el punto de vista de la cien
cia sanitaria, el ingeniero deja establecido que
[...] cualquier sistema que se adopte para la remoción y dis
posición de estos desperdicios deberá obedecer a las reglas sani
tarias que exigen: Io) que las aguas de albañal sean conducidas
de la manera más rápida al punto escogido para su tratamiento
final, y 2°) que su disposición sea tal que queden incapacitadas
para hacer daño al hombre. Sin duda alguna el sistema que me
jor llena estas condiciones es el conocido con el nombre de cloa
cas. Es esencial al funcionamiento regular de éste, una red de
cañería y una abundante cantidad de agua que por gravedad con
duzcan con toda rapidez las aguas de albañal (y los residuos de
cocina) al lugar donde deben recibir el tratamiento final. Sin agua
no debe existir un sistema de cloacas, desde luego que la base
sobre que descansa es agua y agua en abundancia. Toda separa
ción de este principio es un error que trae graves consecuencias
para la comunidad, porque las cloacas quedan convertidas así en
focos inmundos de infección peligrosa para la salud pública, y las
autoridades municipales, sin dicho elemento, carecen de medios
de control indispensables sobre las aguas de los amáñales que en
306 I Alvaro León Casas Orrego
Nacional en Cartagena, el Dr. Manuel Pájaro28 sostuvo que Cartagena
podía ser considerada como una ciudad y un puerto higiénicos, pues
tenía desde la época colonial una distribución suficiente de aguas para
consumo y una evacuación eficiente de las aguas usadas, que se man
tuvo hasta la segunda mitad del siglo XK, época en que, debido al
aumento de la población y a la expansión urbana, se comenzó la des
trucción de parte de las murallas y de las obras de evacuación que
habían sido construidas por los españoles:
Construyeron los colonizadores grandes cisternas públicas en
las murallas y castillos de la histórica ciudad para el servicio espe
cial del ejército. En gran número de casas existen también aljibes
más o menos capaces, que recogen las aguas de lluvia que se con
servan más o menos bien aireadas y bajo la influencia depuradora
del calor solar directo o reflejo. Hay además en cada casa, grande o
pequeña, uno, dos o tres pozos de agua procedente de excavaciones
y filtraciones. Todo esto según un antiguo sistema español, que ha
prestado y presta a la población incalculables beneficios en el ramo
de aguas. Las de aljibe se han considerado potables, y en este con-
2S El doctor Manuel H. Pájaro (1855-1943) fue un afamado médico cartagenero. Cuando inició los estudios profesionales de medicina en 1875 tuvo como sus profesores a los médicos Rafael Calvo, José Manuel Vega y Manuel D. Montenegro. Luego de recibir su diploma en Medicina y Cirugía, es nombrado como profesor en ia Escuela de Medicina de Cartagena. Fue miembro fundador de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar y de la Academia de Historia. Ocupó una curul en el Concejo de Cartagena y presidió el mismo desde 1888 hasta 1891. También fue diputado a la Asamblea del estado soberano de Bolívar desde 1884, y le correspondió presidir la misma corporación cuando ésta tenía carácter departamental en 1903. En 1904 fue elegido representante primer suplente del Congreso de la República. En 1910 el ejecutivo nacional lo nombró director general de Instrucción Pública del departamento de Bolívar, desde donde, entre otras iniciativas, ideó la de dar el nombre permanente de Universidad de Cartagena al antiguo Colegio del Estado. Ocupó la presidencia honoraria del Tercer Congreso Médico Nacional celebrado en Cartagena en 1918, evento en el que se destacó por su intervención en la defensa de las condiciones sanitarias del puerto, evidenciando una postura más política que científica. El Porvenir, N° 6.063, Cartagena, agosto 14 de 1918, p. 2.
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 303
los higienistas, sobre los abastecimientos municipales y la higiene del
agua. Para la ciencia sanitaria, la "colección y disposición de desper
dicios" constituyen también factores indispensables de la sanidad
urbana, que distingue entre desechos sólidos y líquidos, y la "protec
ción de la salud" en la vida colectiva de las ciudades, saber que se ocupa
de la "reglamentación de las construcciones de edificios, las desin
fecciones, las vacunas, los baños públicos, las lavanderías y los lava
deros" (Arango, 1903: 191).
Arango advierte que "los desperdicios humanos son perjudicia
les para la salud" y distingue dos clases entre los desperdicios lí
quidos: las llamadas "aguas de albañal", que son las "infectadas por
el jabón, por materias vegetales y animales, orines y materias feca
les", y los "residuos de cocina". Desde el punto de vista de la cien
cia sanitaria, el ingeniero deja establecido que
[...] cualquier sistema que se adopte para la remoción y dis
posición de estos desperdicios deberá obedecer a las reglas sani
tarias que exigen: Io) que las aguas de albañal sean conducidas
de la manera más rápida al punto escogido para su tratamiento
final, y 2°) que su disposición sea tal que queden incapacitadas
para hacer daño al hombre. Sin duda alguna el sistema que me
jor llena estas condiciones es el conocido con el nombre de cloa
cas. Es esencial al funcionamiento regular de éste, una red de
cañería y una abundante cantidad de agua que por gravedad con
duzcan con toda rapidez las aguas de albañal (y los residuos de
cocina) al lugar donde deben recibir el tratamiento final. Sin agua
no debe existir un sistema de cloacas, desde luego que la base
sobre que descansa es agua y agua en abundancia. Toda separa
ción de este principio es un error que trae graves consecuencias
para la comunidad, porque las cloacas quedan convertidas así en
focos inmundos de infección peligrosa para la salud pública, y las
autoridades municipales, sin dicho elemento, carecen de medios
de control indispensables sobre las aguas de los albañales que en
304 / Alvaro León Casas Orrego
estado pútrido contaminan el suelo, las aguas subterráneas y el
aire (Arango, 1903: 192).
Sin embargo el ingeniero Arango, al reconocer las dificultades
que algunas ciudades tienen para lograr un abundante y constante
abastecimiento de agua, proponía un "sistema de disposición de des
perdicios domésticos" que consistía en "dotar a la población de
cubos de metal de convenientes dimensiones para la facilidad de su
remoción periódica". Los desperdicios se depositarían sobre una ba
se de arcilla pulverizada en el interior de los recipientes y una ca
rreta del municipio los recogería cada dos o tres días, "en atención
a nuestras condiciones climatológicas", remplazándolos por otros
limpios (Arango, 1903: 192). En 1903 éste era un sistema adaptable
a ciudades sin agua como Panamá y Cartagena.
Ésta era la primera vez que se daba a conocer en Cartagena un
discurso teórico coherente con exposición de los conceptos de la
"ciencia sanitaria" aplicables a ciudades puerto con graves proble
mas de insalubridad y falta de agua. Con la publicación del informe
del ingeniero Ricardo Arango en el Registro de Bolívar en 1903, el
conocimiento sobre la necesidad de las alcantarillas como comple
mento para cerrar los circuitos del agua quedaba constituido públi
camente en Cartagena.
Dos años más tarde, en mayo de 1905, la Revista Médica de Bo
gotá, bastante conocida por los médicos de Cartagena, publicó un
artículo del ingeniero civil cubano Eduardo J. Chivas, quien, recor
dando un precepto hipocrático -"la vida saludable exige al hombre
aire puro para respirar, agua pura para beber y suelo puro donde vi
vir"-, explicaba la necesidad de
[...] evitar que se vicie la atmósfera y establecer una buena
ventilación en las habitaciones;... impedir que se infecten los arro
yos o los depósitos de donde tomamos el agua, y... establecer un
buen sistema de drenaje en los lugares húmedos y evitar que se
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 305
formen pozos de aguas estancadas donde las materias orgánicas
que contengan puedan entrar en estado de putrefacción e infec
tar la atmósfera y el suelo (Chivas, 1905: 307-308).
La ciencia sanitaria había hecho su presentación en sociedad, y
para ello utilizaba justamente los eventos y publicaciones médicas
o las publicaciones oficiales, y sin embargo, en una ciudad como
Cartagena, cuyo saneamiento interesaba a toda la nación, por tra
tarse de uno de sus más importantes puertos marítimos, el discur
so de los ingenieros apenas si tendrá algún eco a mediados de la dé
cada de 1920.
Se supone que, por lo menos desde esta fecha, las autoridades
civiles de Cartagena, el Ministerio de Obras Públicas y el cuerpo
médico de la ciudad debían comprender que era imposible el sanea
miento de las poblaciones sin tener en cuenta los tres factores ex
puestos por el ingeniero Arango: garantía de un abastecimiento con
tinuo de agua limpia, construcción de una red de cloacas para las
evacuaciones y reglamentación de la higiene pública para protección
de la salud de los habitantes o, en su defecto, obligarse a la utiliza
ción de ese "sistema de disposición de desperdicios domésticos".
Sin embargo, en Cartagena no existió un proyecto específico para
dotar a la ciudad de un sistema de cloacas o cualquiera otra alterna
tiva para la colección y disposición de las excretas. Durante todo el
periodo de nuestro estudio (1880-1930), observamos una ciudad con
estancamientos de agua, amontonamientos pútridos, basuras, pol
vo, lodo y mosquitos, factores insalubres todos éstos, causantes de
permanentes endemias que azotaban la ciudad.
E l médico, el político
En 1918, en una intervención tendiente a desvirtuar la imagen insa
lubre de Cartagena ante las naciones con las que Colombia sostenía
relaciones comerciales, en el marco del Tercer Congreso Médico
306 ¡Alvaro León Casas Orrego
Nacional en Cartagena, el Dr. Manuel Pájaro28 sostuvo que Cartagena
podía ser considerada como una ciudad y un puerto higiénicos, pues
tenía desde la época colonial una distribución suficiente de aguas para
consumo y una evacuación eficiente de las aguas usadas, que se man
tuvo hasta la segunda mitad del siglo XK, época en que, debido al
aumento de la población y a la expansión urbana, se comenzó la des
trucción de parte de las murallas y de las obras de evacuación que
habían sido construidas por los españoles:
Construyeron los colonizadores grandes cisternas públicas en
las murallas y castillos de la histórica ciudad para el servicio espe
cial del ejército. En gran número de casas existen también aljibes
más o menos capaces, que recogen las aguas de lluvia que se con
servan más o menos bien aireadas y bajo la influencia depuradora
del calor solar directo o reflejo. Hay además en cada casa, grande o
pequeña, uno, dos o tres pozos de agua procedente de excavaciones
y filtraciones. Todo esto según un antiguo sistema español, que ha
prestado y presta a la población incalculables beneficios en el ramo
de aguas. Las de aljibe se han considerado potables, y en este con-
28 El doctor Manuel H. Pájaro (1855-1943) fue un afamado médico cartagenero. Cuando inició los estudios profesionales de medicina en 1875 tuvo como sus profesores a los médicos Rafael Calvo, José Manuel Vega y Manuel D. Montenegro. Luego de recibir su diploma en Medicina y Cirugía, es nombrado como profesor en la Escuela de Medicina de Cartagena. Fue miembro fundador de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar y de la Academia de Historia. Ocupó una curul en el Concejo de Cartagena y presidió el mismo desde 1888 hasta 1891. También fue diputado a la Asamblea del estado soberano de Bolívar desde 1884, y le correspondió presidir la misma corporación cuando ésta tenía carácter departamental en 1903. En 1904 fue elegido representante primer suplente del Congreso de la República. En 1910 el ejecutivo nacional lo nombró director general de Instrucción Pública del departamento de Bolívar, desde donde, entre otras iniciativas, ideó la de dar el nombre permanente de Universidad de Cartagena al antiguo Colegio del Estado. Ocupó la presidencia honoraria del Tercer Congreso Médico Nacional celebrado en Cartagena en 1918, evento en el que se destacó por su intervención en la defensa de las condiciones sanitarias del puerto, evidenciando una postura más política que científica. El Porvenir, N° 6.063, Cartagena, agosto 14 de 1918, p. 2.
Los circuitos del agua y la higiene u rbana en Car tagena I 307
n cepto se las ha venido usando sin graves reparos de la higiene y
n sin daño apreciable para la salubridad pública (Pájaro, 1919: 170).
a
c Era evidente que el doctor Pájaro no diferenciaba entre las solucio-
d nes que los países europeos daban a los problemas de higiene urba-
s na en sus colonias y los proyectos para sus propias ciudades. Gra-
c cias a un reciente estudio sobre el agua en el siglo XVIII (Calatrava,
li 1995: 193-196), conocemos una muy interesante reflexión sobre la
estrecha relación histórica de las ciudades con el agua como un "pro-
í blema urbanístico en su triple vertiente del abastecimiento, el sa-
lizad neamiento y el ornato", en el que se puede apreciar que la preocu-
las d pación en la España de Carlos III por el ordenamiento de las ciudades
la de produjo iniciativas para la construcción de acueductos y sistemas de
tagei evacuación que se copiaban de Francia29 y que superaban en tecno-
dad ( logia y eficiencia a los sistemas de aguas y evacuación construidos
COS.J en los puertos americanos en aquella centuria.
de Vi Para este año de 1918, no sería extraño encontrar un diálogo en-
ro el tre dos maneras diferentes de plantear soluciones a la higiene pú-
Cau blica, la del médico y la del ingeniero. Sin embargo, en el Tercer
aire Congreso Médico Nacional, Manuel Pájaro exalta las ventajas de las
25). ciudades construidas a la orilla del mar, afirmando que, por tanto,
pueden utilizar una abundante provisión de agua de mar, que es "an-
E l d tiséptica poderosa", como complementaria del agua lluvia recogida
en cisternas. Ni las cisternas ni esa expresión sobre el agua de mar
Si s<
forn
míe
pre<
tild;
civil 29 Uno de los más conocidos proyectos realizados en España durante el reinado de Carlos J i III fue la "nueva traída de aguas a Pamplona mediante la realización del acueducto de Noaín".
A esta obra se le dio tanta importancia que en ella intervinieron sucesivamente los dos ar-" ' quitectos más importantes del siglo XVIII en España, Juan de Villanueva en 1776 y Ventura el ir Rodríguez en 1782. En materia de evacuaciones, concretamente en Madrid, desde 1761 se
dictaron normas para el empedrado de las calles, y el arquitecto Francisco Sabatini "dictó una serie de instrucciones bastante detalladas que preveían la construcción de conductos para evacuar, separadamente, las aguas pluviales, las de cocina 'y otras menores de limpieza' y las fecales" (Calatrava, 1995: 194).
310 I Alvaro León Casas Orrego
donde no había acueducto ni sistema de purificación de aguas, pre
cisamente por falta de recursos. Según el ingeniero Arango, desde
el punto de vista pasteriano, las aguas lluvias, por su composición
de polvos, carbón y materias orgánicas acompañadas de bacterias,
no son "dignas de desconfianza". Esta advertencia la hace con el pro
pósito de que se tomen precauciones en los sistemas de abasteci
miento de la ciudad, para evitar los peligros de una contaminación
que sería vehículo de un sinnúmero de enfermedades. El predomi
nio de una opción política en un médico higienista como el doctor
Manuel Pájaro lo colocaba en 1918 en la posición de defender el
ineficaz y peligroso sistema de aguas de Cartagena, para mostrar,
ante las naciones del Caribe y los Estados Unidos, la imagen de un
puerto sano, ignorando así el detallado estudio del ingeniero Arango,
quien había denunciado en 1903 las condiciones de insalubridad de
las ciudades que debían abastecerse de las sospechosas aguas llu
vias y de pozo. El seguimiento del sistema de recolección de las aguas
lluvias hecho por Arango (1903: 189) describe con detalle los facto
res de la contaminación31.
Por otra parte, la débil presencia de los ingenieros en la toma de
decisiones de la administración de la ciudad se debía a que las au
toridades civiles (los gobiernos departamental y municipal), ante la
poderosa presencia de un cuerpo médico organizado en la Sociedad
de Medicina y Ciencias Naturales de Bolívar, no los tenían en cuen
ta como cuerpo consultivo en la búsqueda de una solución sanitaria
urbana. Por esta razón, todos los trabajos de construcción del acue-
31 "... los techos de las casas que forman el área de recolección de las aguas que van a estanques y aljibes... recogen gran cantidad de polvo que el viento levanta de las calles, y es bien sabido que el polvo es uno de los mejores conductores de infinidades de bacterias patogénicas; además... nuestros techos son rendez vous de los gallinazos, que el alimento principal de estos animales constituyen cuerpos en putrefacción; que los instintos glotones de estas aves los llevan a repletarse de modo tal que les provocan contracciones de regurgitación y entonces riegan los techos con ese alimento que no pueden contener en el estómago;... las aguas arrastran luego estas inmundicias lo mismo que los excrementos de
Los circuitos del agua y la higiene u rbana en Cartagena / 311
ducto para Cartagena se hicieron sin que las compañías de ingenie
ros extranjeros que tuvieron presencia en la ciudad se comprome
tieran a realizarlo con todas las especificaciones modernas.
Condiciones higiénicas de Cartagena: aguas estancadas y mosquitos
El sistema de aguas de Cartagena a comienzos del siglo XX conti
nuó siendo mayoritariamente el de aguas estancadas en aljibes o
pozos, que con el crecimiento de la población se hacía cada vez más
insuficiente, pero además constituía un verdadero peligro para la
salud pública por la gran cantidad de mosquitos que en ellos se de
sarrollaban.
La atención de las autoridades sanitarias se orientó, en este sen
tido, hacia la vigilancia del agua. Con este objetivo, la junta departa
mental de higiene ordenó en 1908 cerrar con tela de alambre los al
jibes, los tanques y demás depósitos de agua, porque estando al
descubierto se convertían en "criaderos de mosquitos". La policía
sanitaria fue encargada de recorrer todas las calles de la ciudad im
pidiendo que las personas derramaran agua, formando charcos que
favorecían la reproducción de dichos mosquitos. El gobierno nacio
nal comenzó a estudiar el problema de la pavimentación y alcantari
llado de la ciudad para evitar la gravedad de los males provenientes
de la multiplicación de los insectos. Esa vigilancia de las aguas es
tancadas es una nueva práctica de higiene que, aunada a la de la des
trucción de los reservorios de dichos animales, constituía la nueva
prescripción profiláctica predicada por los médicos especializados
en los estudios de patología tropical. La medicina tropical y la
entomología médica habían cambiado el panorama de la higiene
como práctica y como saber, pues las investigaciones y las medidas
aquellas aves y de otros animales, para depositarlos en los estanques donde el agua impropiamente aireada se convierte en caldo de cultivo para el microbio de un sinnúmero de enfermedades como la tifoidea, la malaria, etc.".
312 ¡Alvaro León Casas Orrego
sanitarias se habían enfocado desde 1899 en el mundo hacia la perse
cución de los llamados vectores de las enfermedades tropicales, tan
to las endémicas como las epidémicas. Y este movimiento revolucio
nario de la medicina a nivel mundial no era extraño en una ciudad
como Cartagena, donde desde 1911 el doctor Miguel Antonio Len
gua había propuesto la idea de anexar a la Escuela de Medicina una
de "Medicina Tropical"32, inspirada en modelos suramericanos, pro
bablemente el de la Escuela Tropicalista Bahiana de Medicina que
funcionó entre 1869 y 1890; y las demandas sanitarias de los países
colonialistas europeos (Peard, 1996: 31-52), alentadas desde el Insti
tuto de Medicina Colonial de París y la Escuela Londinense de Hi
giene y Medicina Tropical33.
Sin embargo, la lucha contra el mosquito aparece tímidamente
en la Cartagena de comienzos de siglo como iniciativa de las autori
dades locales y nacionales. Sanear la ciudad consistirá ahora tam
bién en evitar que los mosquitos tengan criaderos en las aguas es
tancadas. Esto convierte a los aljibes privados y públicos en los
lugares más sospechosos y, por ende, los más perseguidos. Esta per
secución creó conflictos entre los particulares y los agentes de la
policía sanitaria, que eran acusados de atacar la propiedad privada e
intentar, a la fuerza, dejar sin agua al pueblo.
Mientras eso sucedía entre las instancias encargadas de velar por
los intereses públicos -según las críticas publicadas en la prensa lo
cal-, la compañía del acueducto, la Cartagena Water Works, "sin re
comendarse a nadie, abre llaves de agua públicas y privadas". En
efecto, "de manera intempestiva, y cuando menos se espera, se lle-
32 AHC El Porvenir, N° 3.893, Cartagena 9 de marzo de 1911. Sobre la Escuela de Medicina Tropical, A. Casas y J. Márquez, "Medicina regional, medicina nacional y medicina tropical en Cartagena en el cambio de siglo". XCongreso de Historia de Colombia, Medellín, agosto de 1997. 33 Sobre médicos colombianos que se especializaron en Europa en patología tropical, cf. Abel, 1996: 39-40.
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Car tagena / 313
nan las calles de agua", actuando abiertamente en contra de las ele
mentales medidas profilácticas, mostrando un "menosprecio noto
rio por la salubridad, por la higiene, por las leyes y por las ciencias".
Como consecuencia de esto, los charcos y los mosquitos se convir
tieron en una constante causa de enfermedad, incluso en los meses
de verano. "La presión del agua del acueducto era tan fuerte", se
gún dice Daniel Lemaitre en sus "Corralitos de Piedra", "que las
tuberías se reventaban, y la compañía administradora del acueduc
to aconsejaba dejar las plumas abiertas por la noche donde fuera
posible, por cuyo servicio nada se cobraba..." (Lemaitre, 1983: 470).
En estas circunstancias, el saneamiento de la ciudad -decía un co-
lumnista de E l Porvenir- "resulta tela de Penélope en que el Go
bierno teje y la Compañía del Acueducto deshace el fruto de la la
bor". Los casos de fiebres palustres aumentaron considerablemente
por aquellos años, y crecieron los temores por la epidemia de fiebre
amarilla34.
En 1909, el director de sanidad municipal, doctor Antonio Mer-
lano, considerando que "es verdad científica indiscutible que los
mosquitos son agentes vectores de varias enfermedades, como el pa
ludismo, la fiebre amarilla, etc." y
[...] que en esta ciudad existen muchos pozos y depósitos de
agua estancada que son criaderos de mosquitos, que el agua de
pozos no es potable, y por lo tanto es a todas luces inconveniente
para la salud, pues están en directa comunicación con los excusa-
34 En 1908, en El Porvenir se ventilaba que uno de los problemas más sentidos de la ciudad de Cartagena era la extirpación de los mosquitos, que se identificaban como el medio con que la ciencia reconocía la transmisión de algunas enfermedades como "la malaria, la fiebre amarilla y quién sabe cuántas más". En el mismo año, un columnista de ese mismo periódico se pronuncia sobre la Compañía del Acueducto: " i Por qué se permite a la compañía [...] que encharque las calles? [...] ¿Qué ha hecho la policía a este respecto? [...] ¿Por qué no cumplen estas compañías los reglamentos de sanidad?", AHC, El Porvenir, Cartagena, junio 4, 1908.
314 I Alvaro León Casas Orrego
dos y reciben infiltraciones subterráneas, define como la tarea fun
damental de la salubridad pública, la lucha contra el mosquito33.
En este sentido, el Io de septiembre de ese mismo año, el go
bernador José María de la Vega expidió una resolución mediante la
cual se dispuso que la dirección de sanidad procediera al cierre de
los pozos públicos y privados, y a desecar por los métodos conoci
dos (rellenos, etc.) los lugares de la ciudad donde existieran aguas
estancadas. Se aprobaba el "petrolaje de las aguas", o la utilización
de cualquier otra sustancia que hiciese posible la asfixia de las ba
suras donde la medida del cierre no fuera aplicable. La medida obli
gaba a los individuos poseedores de aljibe o tanque a mantenerlo ce
rrado, cuando no se estuviera haciendo de ellos uso inmediato, por
una puerta de alambre de cobre, labor que sería inspeccionada di
rectamente por la dirección de sanidad, que quedaba autorizada para
imponer multas de $5 a $50 pesos oro, en caso de oposición o in
cumplimiento36.
Pero estos intentos de la dirección de sanidad para cegar los po
zos de la ciudad no pudieron ejecutarse, pues con las deficiencias
del acueducto de Matute, en 1909, los pozos y aljibes representaban
la única fuente para la mayoría de los pobladores de bajos recursos.
La resistencia justificada de la población no permitió clausurar po
zos, cisternas o aljibes y además la gente no tenía recursos para ga
rantizar rejillas antimosquitos en sus fuentes de agua. En este sen
tido, fueron notorias las gestiones hechas por el general D. Eloy Porto
para mantener el servicio de agua tradicional de la ciudad hasta que
se garantizara el eficiente funcionamiento del acueducto.
Sin embargo, la defensa de los pozos era apenas una parte del
saneamiento que debía realizarse en la ciudad. La dirección de sa
nidad procedió a la desinfección de las alcantarillas y a adoptar otras
AHC, El Porvenir, Cartagena, septiembre 4, 1909. Ibid.
Los circuitos de l agua y la higiene u r b a n a en Car tagena I 315
medidas que contribuyeran a erradicar aquellos "terribles focos de
infección"37.
Otras medidas complementarias de gran importancia se adopta
ron por parte de la dirección de sanidad. El doctor Merlano anunció a
través de la prensa que los expendedores de agua estaban bajo vigi
lancia de la sanidad y que se hallaban obligados a lavar semanalmente
los depósitos de agua, interior y exteriormente, en presencia de un
empleado de esa oficina. Se prohibió vender "agua impotable" como
la de los pozos, y sólo era permitido su uso para el lavado de ropa. Tam
bién fueron reglamentados los excusados: éstos debían construirse
por el sistema de pozos sépticos, de conformidad con el diseño, pla
no y dimensiones que determinara el ingeniero municipal38.
El agua urbana, entre la caridad y el privilegio
La precariedad del abastecimiento de agua en la ciudad de Cartagena
constituyó no sólo un factor de insalubridad urbana, sino que ade
más fue un elemento de diferenciación social. Entre finales del si
glo XKy las primeras décadas del XX, las tres empresas que se com
prometieron a suministrar agua potable a la creciente población
cumplieron sólo parcialmente con su deber, pues como se eviden
cia en toda la documentación científica y comercial revisada, ade
más de que no incluían en los contratos la construcción simultánea
de un sistema de alcantarillado, que garantizara cerrar los circuitos
del agua, no superaron las dificultades que presentaban las fuentes
y por consiguiente el acueducto llegaba solamente a los domicilios
de las familias que podían pagarlo. En este sentido, se entiende que
el sistema de aguas en Cartagena no constituyó en esa época un "servi
cio público", sino un privilegio de los ricos. Los pobres de la ciudad,
por su parte, dependían del agua de aljibe que se vendía en las calles o
37 AHC, El Porvenir, Cartagena, septiembre 11, 1909. 38 AHC, Acuerdos, Acuerdo 20 de 28 de marzo, 1919.
316 I Alvaro León Casas Orrego
de las fuentes públicas que se dejaban abiertas en ciertos lugares. En
las épocas de crisis, calmar su sed dependía de la caridad de los miem
bros de la élite y de los empresarios que regalaban el líquido a los po
bres de solemnidad.
El año 1915 presenta una particular preocupación de las autori
dades civiles, las autoridades sanitarias, médicos e ingenieros, por
solucionar los graves problemas que en materia de salubridad man
tenían azotada a la población con permanentes epidemias y fuertes
endemias. No en vano, la alarma sobre la epidemia de "peste bubónica"
que se había presentado durante los años anteriores de 1913 y 1914,
y que en el mejor de los casos se admitía como una fuerte afección
neumónica, o "peste neumónica", había servido de advertencia a
todos sobre los peligros y consecuencias de que se presentara real
mente una epidemia que impidiera la apertura del puerto y la libe
ración de las cuarentenas. Tal vez por eso, en 1915 se comienza a
reconocer como el problema fundamental en la higiene de la ciu
dad, además de la falta de agua potable, la falta de un sistema de
cloacas. Los acueductos que se habían contratado y construido en
1892 con la compañía de Russell y en 1905 con Ford -la misma que
en 1915 "administraba" la Cartagena (Colombia) Water Work-no
habían alcanzado a superar la falta de fuentes de agua para el acue
ducto de la ciudad. Ya en ese año se discutía la solución de traer agua
desde el río Magdalena o desde el canal del Dique, mediante unos
canales que empataran con las aguas de Turbaco. Es en este mo
mento cuando comienzan a tener presencia las observaciones de los
ingenieros que se contrataban para que emitieran conceptos sobre
la viabilidad de las propuestas. Sin embargo, el problema del abas
tecimiento de agua potable domiciliaria en Cartagena debió espe
rar hasta más allá de la década de 1930 para consolidar lo que serían
la empresas públicas de Cartagena.
Aunque en 1915 el acueducto que construyera James Ford fun
cionaba administrado por la compañía inglesa, éste no constituía un
servicio público, sino que se había convertido en un privilegio para
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena / 317
las pocas personas adineradas que podían pagarlo, y en instrumen
to de poder con el que se ejercía la caridad pública organizada por
la comisión sanitaria municipal como un acto de beneficencia que
debía agradecerse públicamente.
La cadena de distribución de las fichas que daban derecho a los
pobres a tomar las cantidades de agua asignadas funcionaba de modo
paralelo a otras formas de asistencia alimentaria como la de la leche
y, desde luego, se hacía de ello un acto digno de toda la publicidad
que resaltara las virtudes cristianas de los miembros particulares de
la junta sanitaria municipal. El 28 de mayo de 1915, por ejemplo, la
dirección de sanidad anunciaba enElPorvenir que, en todos los lu
gares donde se repartía gratis la leche a los pobres, se habían depo
sitado las fichas que daban derecho a los necesitados a sacar gratui
tamente el agua del gran tanque de la Estación del Ferrocarril.
Para el 5 de junio, la campaña "filantrópica" había dado muy
buenos resultados. En las páginas de El Porvenir de ese día, se pre
sentaba el siguiente reporte:
Distinguidísimas damas de refinada cultura no han esquiva
do ir de puerta en puerta solicitando una limosna destinada al so
corro de los desvalidos; el comercio ha concurrido con su óbolo al
mismo caritativo fin, la Compañía del Ferrocarril se ofreció para
traer agua del Magdalena para regalar a los necesitados; la empresa
del acueducto regala a los mismos dos mil quinientos galones
diarios, los médicos contribuyen con sus conocimientos a hacer
menos dura la suerte de los infelices, y todas aquellas personas a
quienes de uno u otro modo se les ha pedido su concurso, lo han
prestado voluntaria y decididamente. Esto habla muy en alto de
los magnánimos sentimientos de la sociedad Cartagena y es un
timbre de orgullo más para esta ciudad por mil títulos notable.
En el proceso de transformación urbana, el acceso a un sistema
de agua y alcantarillado u otro sistema de evacuación de los detritus
318 I Alvaro León Casas Orrego
era limitado para la mayoría de la población, que vivía en medio de
la más absoluta falta de condiciones higiénicas. Las descripciones
de las viviendas de pobres son buen testimonio del acceso a la hi
giene como privilegio de las clases acomodadas. En la habitación de
la clase pobre,
[...] combatida por la miseria fisiológica [...], habitaciones que
apenas merecen el nombre de tales, [...] verdaderas zahúrdas en
donde a veces ni siquiera existen letrinas, ni hay desagües, ni pi
sos, ni ventilación, ni nada [...] lugares donde hasta las enferme
dades más benignas se agravan39.
Lo que los médicos e ingenieros recomendaban como "vivien
das higiénicas" con letrinas y desagües, en una ciudad carente de
sistema de alcantarillado, resultaba prácticamente imposible para
la clase pobre, tal como lo parece ahora.
La solución propuesta en las páginas de E l Porvenir consistía
en una intervención directa de las autoridades de la ciudad, para que
los propietarios de las viviendas las acondicionen, mejorando su hi
giene, aunque los costos de la inversión al final los paguen los in
quilinos. El aumento de los alquileres de vivienda se compensaría
con el mejoramiento de la salud de los habitantes.
La ciudad sin agua
La preocupación de las autoridades civiles por resolver con la ac
ción caritativa la sed de los pobres de la ciudad dejaba al descubier
to las deficiencias del sistema de aguas que desde la Colonia tenía
Cartagena y que no habían sido superadas por ninguna de las pro
puestas de acueducto contratadas con las compañías extranjeras.
AHC, El Porvenir, Cartagena, 22 de mayo, 1915, p. 2. "Transformación urbana"
Los circuitos del agua y la higiene u r b a n a en Cartagena / 319
Todavía en 1921, algunos miembros de la élite cartagenera -que pro
yectaban una ciudad nueva, sin la estrechez de sus calles coloniales y
el encierro de las murallas, tan "contrarias al progreso" y que se im
ponían como un rígido obstáculo, incómodo y perjudicial para la acti
vidad comercial de la ciudad y el puerto40- reclamaban la solución del
abastecimiento de agua como una necesidad imperiosa.
La Cartagena (Colombia) Water Works Ltd. continuaba, aún en
la década de 1920, intentando soluciones diferentes a la propuesta con
tenida en el contrato del ingeniero Dickin (conectar el área del reser-
vorio a un punto en el río Magdalena). La empresa buscaba aumen
tar la cantidad de agua, sin atender a su calidad, e insistía en utilizar
las aguas del arroyo de Aguas Vivas.
El agua de Aguas Vivas presentaba un serio peligro para la conta
minación del acueducto, y en esto hasta el doctor Pájaro, apologista
del servicio de agua de Cartagena, estaba de acuerdo en que el agua
del acueducto procedente del arroyo de Matute no sólo era insuficiente
para la población,
[...] sino que no es del todo potable, mayormente en la época
en que no llueve, y que por lo mismo se reduce su volumen y se
precipitan en mayor cantidad los elementos calcáreos insolubles
en que abundan dichas aguas (Pájaro, 1919: 172).
Con esta consideración, Pájaro propone la filtración41; aunque,
frente a la propuesta de cambio de fuente, insiste en señalar las bon
dades del agua lluvia recogida y conservada en tanques de hierro como
el agua ideal para el consumo doméstico en Cartagena y otros pue-
40 AHC, El Porvenir, Cartagena, enero 10, 1921. 41 Muy apegado a lo tradicional, el doctor Pájaro señala las desventajas del agua de Matute para resaltar las buenas cualidades del agua de cisterna: "Ua filtración de estas aguas [de Matute] se impone pues de un modo imperioso, si han de emplearse esas aguas para bebida, como la usa la clase pobre, pues la acomodada sigue usando sin inconveniente, antes
320 ¡Alvaro León Casas Orrego
blos del departamento de Bolívar. En este sentido, resulta pertinente
e interesante la siguiente observación de higiene pública:
[...] es de notar que la población vecina de Turbaco, en donde
quince años atrás se bebía exclusivamente agua de los arroyos próxi
mos, agua calcárea y casi impotable, esa risueña población era azo
tada sin intermisión por la disentería. Hoy se consume allí agua de
cisternas o de tanques de hierro, y es palpable que la enfermedad
disentérica que la diezmaba ha perdido desde entonces su anti
gua frecuencia y gravedad mortífera (Pájaro: 1918, 172).
Finalmente, el médico aceptará como acertado el proyecto de pro
longar el acueducto hasta el Dique o el Magdalena, siempre y cuando
esta agua "sea bien filtrada y se la someta a la purificación necesaria
para evitar futuros peligros a la población" (Pájaro: 1918, 173).
Años más tarde, el ingeniero sanitario norteamericano Geo C.
Bunker reportaba en el estudio que presentó ante la empresa -pu
blicado en El Porvenir en enero de 1924- que el problema no resi
día solamente en encontrar una fuente de agua abundante para la
ciudad, sino que era preciso procurar la buena calidad de la misma.
En este sentido, el análisis científico de las aguas de la corriente del
arroyo Aguas Vivas fue el primero de ese orden en la ciudad, y ponía
a disposición de las autoridades urbanas el conocimiento necesario
para adoptar las medidas más convenientes en materia de la higie
ne de las aguas (Casas, 1996: 87).
El resultado de los análisis del ingeniero Bunker (Cartagena,
1924) coincide con los del ingeniero Arango (Panamá, 1903) en el
sentido de que las aguas arrastran gran cantidad de inmundicias, las
cuales, depositadas en los estanques, se convertían en el principal
factor de contaminación. En la inspección del área de recolecta del
bien con placer, el agua de cisternas, por ser delgada y agradable y reunir muchas de las condiciones del agua verdaderamente potable" (Pájaro, 1919: 172)".
Los circuitos del agua y la higiene u rbana en Cartagena I 321
reservorio proyectado en el arroyo de Aguas Vivas y en los estudios
sobre varios datos relativos a ella, Bunker proscribió esta agua como
no conveniente para la Cartagena (Colombia) Water Works Ltd. y
por eso habría que represar las aguas lluvias en esta área por medio
de la construcción de una represa en el nombrado arroyo42.
La gran dificultad para la higienización del puerto y de la ciudad
de Cartagena, tal como lo había expresado Pablo García Medina en
su informe de Montevideo en 1920, consistía en la ausencia de una
fuente propicia para el abasto. Cartagena, ciudad sin agua, se con
vertía así en espacio de los análisis de médicos e ingenieros, que con
espíritu cívico o contratados procuraban una solución duradera.
Circuitos abiertos: la constante insalubridad
Mientras los funcionarios de la junta sanitaria se ocupaban de la ca
ridad pública, en Cartagena se seguían viviendo los rigores de la falta
de saneamiento.
Durante la década de 1920, los circuitos del agua seguían sien
do abiertos o, mejor, cerrándose en presencia de los habitantes, tal
y como se habían conocido desde la Colonia y en el siglo XK Tanto
en E l Porvenir, como en el Diario de la Costa, los dos más impor
tantes periódicos de la ciudad, se multiplicaron constantes y nume
rosas denuncias sobre focos de insalubridad. Las críticas y deman
das a las autoridades sanitarias fueron igualmente frecuentes.
El problema de los desagües de Cartagena constituyó en la pri
mera mitad del siglo XX un problema permanente y estructural. Aún
en 1925, E l Porvenir muestra en una nota publicada el 21 de enero
que este problema sigue sin solución:
En la época de invierno, es explicable y hasta tolerable que
en las calles se formen lodazales por la constante lluvia, pero que
AHC, El Porvenir, Cartagena, 2 de enero de 1924.
322 / Alvaro León Casas Orrego
en pleno verano existan en algunas calles aguas estancadas, no
hay motivo alguno que lo justifique y las autoridades encargadas
de la sanidad, deben proceder a impedirlo. En la Plaza de los
Mártires hay una corriente permanente que pasa por la Calle
Larga y desagua en el mar.
La topografía del espacio urbano, con depresiones por debajo del
nivel del mar, permitía, y permite aún, la acumulación de aguas que
permanecen incluso en épocas de prolongado verano. Hoy lo sufri
mos, y hasta nos acostumbramos a vivir con ello, pero se trata de un
problema estructural, crónico y de muy vieja data, origen de numero
sas endemias y epidemias. En las primeras décadas del siglo XX este
problema era denunciado por muchas voces interesadas en mostrar
le al mundo un puerto y una ciudad sanas; por otra parte, en ese mo
mento, el interés del Estado se centra como nunca antes en tener una
población apta para el trabajo, fuera nativa o inmigrante; esto explica
en parte el nuevo auge de la higiene urbana y la argumentación médi
ca oficial en favor de inversiones en saneamiento y salud.
La documentación y la realidad de los servicios públicos de
Cartagena de todo el siglo XX dejan ver una lentitud característica
en el proceso de saneamiento de la ciudad. El juego de circunstan
cias y procesos históricos paralelos se repite en el transcurso del
tiempo. Cuando se termina de ejecutar una obra proyectada para
cierto crecimiento de la ciudad y de la población, aparece insuficiente
y pareciera como si hubiera que comenzar de nuevo. Ha sido el eter
no retorno de los mismos problemas e insuficiencias que aparecen
en momentos distintos. En 1929 se autorizó al alcalde del distrito,
Enrique Grau, para que adelantara las gestiones necesarias para la
pavimentación general de las calles de Cartagena, Getsemaní y otras
avenidas extramuros43. Y, paradójicamente, las disposiciones ten-
AHC, Acuerdos, Acuerdo 6 de 23 de enero de 1929.
Los circuitos del agua y la higiene urbana en Cartagena I 323
dientes a la construcción del alcantarillado de toda la ciudad apare
cen sólo al año siguiente cuando, por acuerdo del Concejo, se esta
bleció una junta compuesta de tres ciudadanos y el personero mu
nicipal para realizar los estudios pertinentes en colaboración con el
ingeniero municipal u otro profesional especializado, teniendo en
cuenta "la topografía y necesidades de Cartagena".
Al cerrar el siglo XX-aunque Cartagena se perfila como una de
las ciudades más importantes, como sede de eventos internaciona
les y como "capital alterna de Colombia"-, la problemática urbana
de los circuitos del agua continúa. No solamente es insuficiente el
abasto, sino que las aguas sucias se derraman o simplemente bro
tan de las alcantarillas, formando charcos con malos olores y focos
de contaminación y de enfermedades endémicas que afectan a to
dos los barrios de la ciudad, incluso a los más elegantes o dedicados
al turismo. Esta visión histórica del problema debe llevar a una re
flexión más profunda sobre el futuro de la ciudad y el desarrollo de
una planificación urbana que, sin desconocer los intereses particu
lares, haga efectiva la interlocución entre médicos, ingenieros y au
toridades civiles.
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Cristina Barajas S.
HIBRIDACIÓN CONSTANTE:
manejo de la enfermedad en una comunidad rural colombiana
Cada vez que hay un encuentro entre la sabiduría tradicional local
de atención a la salud y los conocimientos científicos facultativos,
hay un encuentro cultural. Cada parte aporta a ese encuentro un uni
verso simbólico susceptible de cambio. Tal contacto es una ocasión
enriquecedora pues genera intercambios de los que resultan adop
ciones de creencias, técnicas e interpretaciones que en mayor o me
nor grado transforman las concepciones y acciones que se tengan
de los eventos de enfermedad.
Desde esta perspectiva, en este documento se analizan los pro
cesos de hibridación en el manejo de la enfermedad en la vereda El
Carreño del municipio de Sotaquirá, altiplano de Boyacá, en los An
des colombianos, a la luz de la interacción de las influencias autóc
tonas locales y del saber médico formal.
El análisis muestra la existencia de una hibridación constante
entre conocimientos transferidos de forma parcial desde la institu
ción médica, de una parte, y la adopción también parcial de algunos
términos clasificatorios, de estrategias curativas y de cuadros clíni
cos por parte de los campesinos. En última instancia, lo que se pre
senta es una mezcla, una hibridación.
Este trabajo forma parte de uno más amplio que indaga sobre la
significación social y cultural de enfermarse para los habitantes de
dicha localidad. Para su desarrollo se utilizó como metodología la et
nografía1.
1 El acercamiento etnográfico permite buscar la estructura de las relaciones detrás del hecho observable. Es un acercamiento en el que las estructuras no son cosas del mundo
Hibridación constante I T>7A
1. Algunos aportes de la antropología médica
En Colombia, la mayoría de los trabajos de antropología médica que
hablan de sociedades campesinas se pueden agrupar bajo dos es
quemas: los que manejan la dicotomía entre lo tradicional y lo mo
derno y los que buscan, con una perspectiva histórica, las raíces, los
legados étnicos o sus persistencias para explicar la formación de los
sistemas médicos vigentes en la actualidad.
Dentro del primer grupo se encuentran etnografías y estudios
dispersos en trabajos de grado de estudiantes del área de la salud y
de ciencias sociales (Herrera y Loboguerrero, 1982) y otros que re
copilan prácticas y conocimientos médicos y etnobotánicos popula
res de diversas zonas rurales del país (Zuluaga, 1994 y 1992).
Muchos de estos estudios están basados en la conceptualización
que Foster (1964) expone en Las culturas tradicionales y los cambios
técnicos, en donde la polaridad de lo campesino como tradicional o
popular, con lo urbano como lo moderno, es el eje del análisis, y don
de éstos se consideran como estadios consecutivos.
Para Foster los rasgos culturales y la tradición campesina cons
tituyen un obstáculo para el desarrollo en términos generales, es
pecialmente en medicina, y para que los campesinos adopten for
mas médicas más eficaces.
La posibilidad de la transformación de lo tradicional en moder
no radica en el proceso de desarrollo, "creando oportunidades eco
nómicas y de otro tipo que estimulen al campesino a abandonar su
tradicional y progresiva orientación cognoscitiva irreal, en favor de
una nueva que refleje las realidades del mundo moderno" (Foster,
1964).
Los trabajos con perspectiva histórica, como los de Virginia Gu
tiérrez de Pineda, manejan además de esa polaridad tradicional mo-
físico, sino productos sociales, cuyo conocimiento es el fruto de interacciones, del diálogo entre el conocedor y el objeto conocido.
330 / Cristina Bara ja s
derna, el esquema de sistemas médicos con base en el legado de las
tres etnias, india, negra y española, que se consideran generadoras
del patrimonio cultural colombiano, haciendo énfasis en los apor
tes de cada una de ellas en la formación de los sistemas médicos po
pulares que persisten en la actualidad (Gutiérrez de P, 1985).
Para otros autores, es la búsqueda de la continuidad de las raí
ces indígenas lo que le da cuerpo a los análisis del comportamiento
médico de algunos grupos campesinos. Faust, por ejemplo, afirma
la existencia de un sistema cognitivo que presenta continuidad en
tre lo indio y lo campesino y que puede ser entendido como una for
ma de pensamiento altamente estructurado (Faust, 1990).
Pinzón y Suárez, y Urrea, quienes reconocen las persistencias de
algunos rasgos en el manejo de la salud y la enfermedad, se pregun
tan por esa continuidad en el tiempo y la interpretan como una forma
de resistencia cultural ante el poder hegemónico que ejerce la medi
cina occidental institucionalizada sobre las formas médicas de otras
culturas (Pinzón y Suárez, 1992; Urrea, 1992; Taussig, 1987)2.
La preocupación de la descripción etnográfica se ha dirigido en
tonces, en términos generales, a dos frentes: las prácticas curativas
y la génesis histórica de las mismas, identificando sus fuentes o se
ñalando sus mezclas y permanencias culturales.
Considero que es necesario un enfoque nuevo para entender
ahora el papel que desempeña el manejo de la enfermedad y su cu
ración en las culturas campesinas. En este trabajo considero la po
sibilidad de hablar más bien de una adaptación dinámica. Haremos
un esbozo de sus principios teóricos más adelante en este mismo
capítulo.
2 Los análisis de Taussig, si bien se inscriben dentro de los estudios sobre chamanismo, permiten una visión mas amplia del fenómeno de la mezcla y la permanencia de formas médicas, bajo la óptica de! colonialismo y la resistencia que éste puede producir en los grupos colonizados y oprimidos (Taussig, 1987).
Hibridación constante / 331
Otro planteamiento frecuente en los trabajos sobre formas mé
dicas populares y/o campesinas ha sido el de sistema.
Se ha planteado el sistema médico de la sociedad campesina
como un sistema abierto, que permite la inclusión de elementos de
todo tipo. A diferencia de otros sistemas médicos, como el biofísico
o científico, el campesino entendido como popular o folclórico no
se basa en un solo paradigma y está abierto a otras posibilidades. Es
un sistema adaptativo, que responde a cambios (Press, 1978).
Este mismo esquema es utilizado para otros muchos estudios
(Gutiérrez de E, 1985; Foster y Anderson, 1978; Young, 1976), y aun
que ese modelo ha sido de gran utilidad como herramienta teórica,
parece insuficiente, pues se considera que ese sistema una vez es
tablecido se transmite a las generaciones siguientes, de manera que
se permite su permanencia.
De acuerdo con lo visto en el terreno, considero que, lejos de per
manecer, cambia de manera tan rápida y constante que no da tiem
po a que se sedimente como estructura consistente. Incluso cabe el
interrogante acerca de si hay un sistema como tal en las sociedades
campesinas. A continuación haremos el acercamiento conceptual a
esta temática.
2. Sistemas médicos o rasgos estructurantes
Por medio del conjunto de significaciones socialmente construidas,
el ser humano trata de explicarse lo que le rodea. Los elementos que
utiliza para ese fin son de muy diversa índole, de acuerdo con la di
námica constante que acompaña a su actividad en todos los frentes.
Entre otros, el concepto de sistema ha sido el utilizado por la
ciencia occidental en los últimos tiempos como una forma de darle
orden a su mundo objetivado. Ello no significa que sea el único, ni
que otras sociedades expliquen su mundo teniendo en cuenta ese
mismo esquema, ni que pueda ser universalmente aplicado a las
formas como ordenan el mundo otras culturas. Existen otras mu-
332 / Cristina Barajas
chas posibilidades. Sin embargo, aquí lo analizaremos por ser la
forma usual de análisis para los fenómenos de salud.
Se considera al sistema como un conjunto de elementos en
interrelación. Para que su interacción sea posible, es necesario que
cumpla con una serie de requisitos adicionales, como la existencia
de un orden en los elementos y en la forma de relacionarse, una fun
ción específica de cada uno de ellos, una finalidad común, casi que
entendida como un propósito, la posibilidad de un funcionamiento
armónico y, en últimas, que el conjunto forme una unidad (Bertalanffy,
1986).
Así esbozado, el sistema permite analizar tanto la estructura como
la función, que en últimas corresponden al orden en las partes y al
orden en los procesos, respectivamente.
Este ordenamiento del mundo se analiza según dos posibilida
des: el nexo con el entorno, a través del intercambio de materia y/o
energía, lo que se analiza como sistema abierto, o la inexistencia de
ese intercambio (en los sistemas cerrados).
En las ciencias sociales el concepto ha sido de gran utilidad para
el desarrollo de algunas temáticas, como las relacionadas con enfo
ques cognoscitivos y simbólicos. La aplicación de este modelo a las
formas de salud y enfermedad es lo que se ha denominado sistema
médico. Éste comprende entonces el conjunto de conceptos, conoci
mientos, habilidades y acciones para el manejo de la salud y la enfer
medad producidos por un grupo humano específico. Aunque el con
cepto ha sido introducido desde hace mucho tiempo, por Clark en
1959, ha tenido variaciones según diferentes autores, que han hecho
diferentes énfasis. Por ejemplo, para Foster y Andersen, ante todo es
una construcción intelectual, un cuerpo teórico, constitutivo de la
orientación cognoscitiva de los miembros del grupo (Gutiérrez de E,
1985). Para Kleiman, quien le da más importancia a sus componen
tes, el sistema médico está formado por un sistema de cultura local,
integrado por tres partes sobrepuestas: el popular, el profesional y los
sectores folclóricos (Gutiérrez de R, 1985).
Hibridación constante I 333
Para el caso colombiano, el mayor aporte al analizar los sistemas
médicos quizás sea el de Virginia Gutiérrez de Pineda, para quien
lo fundamental radica en el triple legado étnico, que se plasma pro
duciendo dos sistemas, el facultativo y el tradicional; este último pre
senta dos componentes, el mágico-religioso y el curanderismo (Gu
tiérrez de Pineda, 1985).
Bibeau y Pedersen, en un acercamiento más reciente al tema (Bi-
beau, 1993; Pedersen, 1993), entienden como componentes del sis
tema tres subsistemas: uno de signos, que identifica y clasifica el
evento de enfermedad; otro compuesto por significados, y un tercero
definido por las acciones.
Uno de los interrogantes que nos planteamos en el desarrollo
de esta investigación surge de la base misma de esta concepción de
sistema y de su aplicación al caso del manejo de la enfermedad en
sociedades campesinas. Por encontrar inconvenientes en su aplica
ción, utilizaremos más bien algunos de los elementos que caracte
rizan a los sistemas complejos.
El modelo de los sistemas complejos o caóticos es más pertinen
te para los fines de la presente investigación, puesto que tiene en
cuenta la dinámica y continua transformación de los elementos y de
sus relaciones. Algunas de sus características son (Hayles, 1993):
a. Los sistemas complejos no obedecen a una linealidad: la re
lación causa-efecto es incongruente; una causa pequeña, un cam
bio, por ejemplo, puede producir un efecto de diferente magnitud.
b. Son sensibles a las condiciones iniciales; son al mismo tiem
po deterministas e impredecibles.
c. Poseen mecanismos de realimentación que crean circuitos en
los que la salida revierte hacia el sistema como entrada.
d. Poseen alta diversidad en fuentes y flujos de información; cada
nueva información pone severos límites a la predictibilidad, pero ase
gura la constante variedad y riqueza de la estructura.
e. En los sistemas complejos el orden y el caos se relacionan de
dos formas: sea porque del caos emerjan estructuras organizadas o
334 / Cristina Barajas
porque exista un orden oculto dentro del sistema, que contiene es
tructuras profundamente codificadas. Éstas se caracterizan por com
binar azar y orden; se constituyen en tendencias organizadoras en
el interior del sistema.
Aquí denominaremos rasgos estructurantes a esas tendencias
organizadoras en el interior de un sistema y hablaremos de estruc
tura profundamente codificada sólo cuando esos rasgos son tan fuer
tes y tan arraigados que persisten a lo largo del tiempo con modifica
ciones pequeñas, hasta el punto de constituir una forma generalizada
de pensamiento.
3. Lo evidente: el manejo de la enfermedad y la curación
En los cuadros 1, 2, 3 y 4 se recogen los datos de lo que en primera
instancia se podría llamar el sistema médico. Aparecen enfermeda
des o dolencias padecidas por los diferentes miembros de las fami
lias con las que se trabajó en terreno, y además algunas referidas por
ellos, pero que fueron padecidas por otras personas de la región.
Para facilitar el análisis consideramos que el sistema está for
mado por tres subsistemas, a saber:
• Sistema de signos: formado por los síntomas que se manifies
tan en el cuerpo como cambios que producen el paso desde un esta
do de salud hacia el de enfermedad, como un continuum. General
mente, dentro de este sistema se agrupan descripciones del fenómeno
que da inicio a la enfermedad y su ubicación en el cuerpo.
• Sistema de significados: el cuadro recoge los caracteres bási
cos de interpretación de los síntomas. Generalmente, a lo que se hace
alusión es a las causas o motivaciones que permiten la presencia de
la discontinuidad en la salud.
• Sistema de acciones: aquí se reseñan tanto los agentes médi
cos a los que se acude, como el tratamiento utilizado. Algunas veces
también las formas de prevención, aunque éstas se analizarán en con
junto con los otros sistemas.
Hibridación constante I 335
Cuadro 1
Denominaciones locales: generalmente describen síntomas Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los
campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.
Denominación
Susto (en niños)
Embuche (en niños)
Dureza de estómago
Lastimadura o descuaje (en niños)
Enteco o tocado de difunto (en niños)
Fiebre (en niños)
Hemorragia por ¡a boca
Parto pasmado
Tos
Romaíís
Coger frío
Ceguera
Sacido o vejigón
Tercedura
Matriz caída
Signos (Síntomas)
Piel brotada, no engorda, se paraliza.
Dolor de estómago, vómito, diarrea, desaliento, inapetencia.
No poder defecar.
Dolor en el vientre.
Palidez, inapetencia, raquitismo.
Calor.
Cólicos fuertes.
Contracciones irregulares, no sale el niño.
Tos.
Dolor en articulaciones, gordura.
Picadas o dolores.
No ver.
Inflamación, dolor en el sitio.
Contracción muscular sostenida.
Desaliento y dolor de estómago, suspensión de menstruación.
Significados (Interpretaciones)
El miedo o susto que sentía la mamá cuando cl niño era pequeño.
Por comer en exceso.
Depende de los alimentos consumidos (guayaba, papayuela).
Se escurre el intestino por algún sacudón o caída.
Le entró frío de difunto por ir a un funeral o por estar en el sitio donde estuvo un muerto.
Diversas causas.
Por bañarse cuando le llegó la monarquía, la sangre salió por arriba y nn por abajo.
Por la presencia de alguien indeseado, generalmente un hombre; o por angustia, preocupación.
Por transición de cálido a frío; por acostarse en pasto ; por recibir frío.
Por tomar mucho licor, por comer mucho.
Entra el frío al cuerpo,
Por el humo, por transición de cálido a frío, por un "mal viento".
Algo entra bajo la piel; cuando sale en las nalgas se debe a sentarse en piedras calientes.
Por bañarse con agua fría estando acalorado, o por transición de cálido a frío.
Por hacer oficio cuando se levantó del parto. Por alzar al bebe después del parlo.
Acciones (Acción preventiva)
" Ir a un médico llanero. • Baños con hierbas.
• Masaje en el vientre. • Agua de hierbabuena.
* lomar agua de malva, jugo de calabaza.
• Ir al sobandero, éste soba y pone venda
• Ir a comadrona. • Baños con suero de leche. • Meterlo desnudo en vientre de vaca recién muerta
• Baños con aguas de hierbas aromáticas no cálidas.
• Ir a hospital (no sobar porque se detiene el flujo sanguíneo).
• Masajes. " Presión en vientre. " Tomar agua de manzanilla o agua de ramo santo.
* Tomar infusiones de hierbas cálidas y aromáticas.
• Bañarse con barro de los pozos termales de Paipa. • Agua de bretónica. " Ir a médico.
• Poner hojas de arbolnco en la zona, producir calor.
• Colocar panela rallada v cebolla larga, para que "llame" la materia (pus). • Amarrar lana roja, delimitando zona para (¡uc no se extienda.
• Aplicar compresas calientes en la zona afectada. • Evitar transiciones.
" Ir a sobandera, que soba y suministra un compuesto de hierbas y vitaminas.
336 / Cristina Barajas
Cuadro 2
Denominaciones locales que aluden al órgano enfermo Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los
campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.
Denominación
Mal del hígado (niños v adultos).
Mal de ojo (niños).
Mal del corazón
Mal del riñon
Signos (síntomas)
Rebote, mareos, ojos amarillos, palmas de manos quebradas y ajadas.
Fiebres altas, vómito, convulsiones.
Inflamación de cabeza y pies. "Vistas" afectadas.
Dificultad al orinar, dolor en la parte baja de la espalda, fiebre.
Significados (interpretaciones)
Por consumir grasas en exceso.
Envidia por belleza del niño, mirada fuerte de un adulto.
Exceso de calor.
Frío en los ríñones (por andar descalzo o sentarse en sitios fríos).
Acciones (acción preventiva)
* Tomar aguas de hierbas amargas.
• Ir a la comadrona.
• Ir al hospital • Infusión de upacón.
' Agua de parielaria. • Colocarse "cuero de fara" en ¡a zona del dolor.
Cuadro 3
Denominaciones tomadas de la medicina institucional Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los
campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.
Denominación
Hepatitis (niños y adultos).
Pielitis (mujer embarazada) .
Gangrena
Apenaicitis
Trombosis
Cáncer de boca
Cáncer (?)
Glicemia o leucemia
Fiebre reumática
Signos (síntomas)
Ojos amarillos.
Calor c inflamación en la pierna.
Inflamación en la pierna después del golpe.
Dolor al lado derecho.
Dolor de cabeza y "picada" en la coronilla.
Infección en la boca.
Tos y ahogadera al comer "de sal".
Fiebres altas, vómito, convulsiones, sangrado por e! oído y el ojo.
Significados (interpretaciones)
Por "aguantar hambre" o por comer muchos huevos.
Inicialmente, como "orines de araña".
Pensaron que era materia (pus) acumulada.
El dolor se despertó al "hacer una mala fuerza".
Se le subió la sangre a la cabeza.
Por sacarse una muela con alicates oxidados.
Enfermedad que "le seca la sangre a uno".
Inicialmente se pensó en "mal de ojo", excepto por el sangrado.
Acciones (acción preventiva)
• Ir al hospital o a la droguería.
• Ir al hospital.
• Poner cuajada. • Delimitar la zona amarrando lana roja. " Fue al hospital, murió por ampicilina.
• Por ser muy fuerte el dolor, fue al hospital. Allí ¡o operaron.
• Operado en el hospital, murió.
• Ir a hospital, le pusieron sonda. Murió.
' Ir al hospital, la sonda no le sirvió, murió "de pura hambre" en el hospital.
• Murió en el hospital en Bogotá.
• Ir al médico.
Hibridación constante / 337
Cuadro 4
Transformación de. algunas denominaciones locales Algunas enfermedades y disfunciones percibidas por los
campesinos de la vereda El Carreño, Sotaquirá.
Denominación
Rebote de bilis (niños y adultos).
Mal de hígado.
Hepatitis
Romatís
Artritis
Signos (síntomas)
Vómito amarillo y agrieras.
Rebote, mareos, ojos amarillos, palmas de las manos quebradas, ajadas.
Ojos amarillos.
Dolor en articulaciones, Gordura.
Dolor en articulaciones, Gordura.
Significados (interpretaciones)
Por tomar tres sorbos de guarapo.
Por consumir grasas en exceso.
Por "aguantar hambre" o por comer muchos huevos.
Por tomar mucho licor, por comer mucho.
Por tomar mucho licor, por comer mucho.
Acciones (acción preventiva)
• Alka-Seltzer, Sal de frutas, y si no sirven, aguas de hierbas amargas.
• Tomar aguas de hierbas amargas.
• Ir al hospital o a la droguería.
•Bañarse con barro de los pozos termales de Paipa. Agua de bretónica. Ir al médico.
• Bañarse con barro de los pozos termales de Paipa. Agua de bretónica. Ir al médico.
Inicialmente haremos un análisis vertical del cuadro, luego una lec
tura horizontal tratando de relacionar unos elementos con otros, y
buscando los puntos que le den coherencia. A éstos les denomina
remos núcleos de causalidad.
En cuanto a las denominaciones, se nota la presencia de nombres
autóctonos que describen directamente parte de la sintomatología que
les caracteriza (Ver cuadro 1). Por ejemplo, el embuche, la dureza de
estómago, coger frío, parto pasmado, etc.
Por otra parte, son frecuentes las denominaciones muy genera
les, como por ejemplo "mal de... (tal órgano)" (Ver cuadro 2). A dife
rencia de otras formas médicas que dividen el cuerpo en órganos y
éstos a su vez en otras unidades menores (biomédica), aquí se consi
dera la dolencia del órgano en general, sin considerar la posibilidad
de que esté integrado por otras subunidades. Así, también se actúa
para restablecer su función normal, sin mayores especificidades.
En el cuadro 3, si comparamos la columna del nombre de la en
fermedad con la del conjunto de acciones, es interesante ver cómo las
338 / Cristina Barajas
denominaciones menos autóctonas son las de las dolencias ante las
cuales el individuo ha asistido al centro hospitalario, como si esa de
nominación fuera utilizada a partir de la experiencia de ir al hospital.
Posiblemente, en él se adquiere el conocimiento de un nuevo nom
bre. Ejemplos de este fenómeno son trombosis, pielitis, apendicitis,
gangrena, cáncer.
En el caso de los problemas hepáticos recogidos en el cuadro 4
aparecen tres denominaciones diferentes con síntomas semejantes,
pero sólo se toma el nombre hepatitis cuando se ha dado el recono
cimiento de la enfermedad en el hospital.
La lectura vertical de los cuadros nos da una visión muy super
ficial. Es necesario cruzar esa lectura con la horizontal, a manera de
matriz, para tener un acercamiento más integral al sistema médico.
A pesar de que se haga, las relaciones entre uno y otro no aparecen
completamente claras, pues la dinámica, los procesos de cambio, son
difíciles de aprehender en este tipo de esquema.
A continuación analizaremos algunas conclusiones acerca de lo
evidente en ese manejo del enfermarse.
3.1 Opciones de atención en salud
Las opciones de atención en salud con que cuentan los habitantes
de la vereda son muy variadas.
• En las tiendas de la vereda se venden algunos fármacos que
son utilizados con las recomendaciones de quienes las expenden.
En esta modalidad es importante la labor e influencia de una de las
maestras de la escuela, que tiene su tienda cerca de la misma, y que
aconseja qué tomar en caso de enfermedad; además, siempre pre
gunta si la persona está en "tratamiento", es decir, si ya está toman
do alguna droga formulada por otra persona, y recomienda "no to
mar guarapo".
El tipo de fármacos que se venden son principalmente para con
trarrestar los síntomas de gripa (Dristan, Dristán caliente), los do-
Hibridación constante I 339
lores (Aspirina, Mejoral, Mejoralito, Novalgina, Neurosán, Conmel)
y las indigestiones (Alka-Seltzer, Sal de Frutas Lúa).
• En el mercado de Paipa se encuentra un vendedor reconocido
en la vereda por su sabiduría. Según Mireya,
[...] él sí sabe, porque por ejemplo para sacar lombrices es
muy bueno, aveces las muestra en un frasco.
Ante esa evidencia, la credibilidad en sus métodos parece au
mentar.
Este vendedor es llamado El Califa. Tiene su puesto en la plaza
los miércoles, día de mercado, y cada día de la semana está en un
mercado diferente, en pueblos cercanos: Samacá, Villa de Leiva,
Ramiriquí, Duitama, Sogamoso. Su toldo cubre muy diferentes artí
culos, además de los remedios: jarabes, linimentos (negro o Caribe,
que "es muy bueno para todo", y que es el único que lo trae), pildoras
del Dr. Witt's (para el sistema urinario), hojas de boldo y otras hier
bas secas, pomadas y cremas para diferentes dolencias, junto con ta
chuelas, condimentos, tijeras, cáñamo, repuestos para olla a presión.
Al mismo tiempo, y en el mismo toldo, vende venenos para ra
tas, cucarachas y otros animales. El Califa aconseja a las personas
acerca de la clase de remedio y su forma de aplicación.
• Hay otro recurso de reciente aparición en la vereda, consis
tente en un carro que con un altavoz va anunciando la clase de re
medios que puede vender. El vendedor es un personaje como el que
comúnmente se ha llamado "culebrero", y que hasta el momento se
ha encontrado en las plazas de mercado, pero que ahora se desplaza
a las veredas buscando la clientela.
La primera vez que se presentó fue en diciembre de 1994. Al in
dagar entre los habitantes, parece que no tuvo mucha acogida, por
lo menos en su primera incursión.
• También en Paipa, se encuentran varias droguerías, en las que
sin necesidad de poseer un título de farmaceuta se atiende y se
340 / Cristina Barajas
"aconseja" ante la enfermedad. No todas las drogas necesitan de fór
mula médica para ser vendidas, de manera que es posible adquirir
las fácilmente, obteniendo además instrucciones de su uso por parte
de quien las expende.
• Los agentes médicos, que se podrían llamar curanderos, es
tán presentes enveredas o pueblos cercanos, no en El Carreño espe
cíficamente.
El llamado Kamay viene desde Bogotá, a atender dos días a la
semana en Paipa. Inicialmente atendía en Duitama. Parece que puede
curar, pero también enfermar. Daniel y Carmen lo llaman El profe
sor, y una de ellas narra su forma de diagnosticar de la siguiente
manera:
Él le pone a uno a escoger un tabaco, lo prende, y sin que uno
le cuente qué le ha pasado, él le va diciendo a uno exactamente.
Ayo me dijo todo, y me dijo quién me había hecho el mal. El pro
fesor cobra $7.000 la consulta, y la droga es por aparte, uno pue
de negociar con él, por el tratamiento completo; él da plazo para
pagarle, no pone problema, pero si uno no le paga, le vuelve a
mandar la enfermedad.
El Cucho de Metalúrgica es otro personaje que vive en cerca
nías de la empresa siderúrgica de Boyacá. Es quien atendió el parto
de Esther inicialmente, pues luego, como se le "pasmó", hubo que
llevarla al Hospital de Duitama.
• Otro agente de la salud se relaciona con lo religioso. Se consi
dera que cuando un niño sin bautizo está enfermo, es el sacramen
to lo que lo sana. Lo mismo sucede con los santos óleos, pues mejo
ran al moribundo. El cura párroco reafirma en este sentido lo dicho
por sus feligreses; según él ha observado, es cierta tal mejoría.
Es posible también que objetos que han sido santificados cum
plan la función de mejorar la salud; por ejemplo, el "ramo" que se
bendice el Domingo de Ramos, en Semana Santa, "agiliza" el parto.
Hibridación constante I 341
• La última opción en caso de enfermedad es acudir al hospital.
Preferiblemente que no sea al de Paipa, porque es muy generalizada
la opinión de que es muy malo, y de que "dejan morir a la gente".
Para una de las familias analizadas, la mejor opción es la de acudir
al Seguro Social, pues les cubre el gasto de hospitalización y de dro
ga. En este caso, la institución más utilizada es "la clínica de Dui
tama, y ésa sí es buena".
La diferenciación que se ha establecido aquí no es hecha por la
gente de la vereda de igual manera. Para ellos cualquiera de los perso
najes enunciados es denominado médico, no exclusiva o necesaria
mente los del hospital. Alguno de ellos habla del médico cirujano, para
referirse a quien atiende en el hospital, y del médico para el de la dro
guería o el de metalúrgica, o para el profesor Kamay, indistintamente.
Esther dice:
[...] para cuando estoy enferma prefiero los médicos que no
son del hospital porque me dan más confianza [...].
Aveces también se refiere al "médico particular", queriendo re
ferirse a quien la atiende en metalúrgica, que no es graduado ni per
tenece a ninguna institución (curandero tradicional).
3.2 La institución en tela de juicio
Si analizamos los casos de decesos narrados por los campesinos de
la vereda y reseñados en el cuadro, vemos una relación muy directa
entre asistencia al centro hospitalario y muerte. Así perciben el fe
nómeno los campesinos. En el hospital se muere.
Una posibilidad para entender el fenómeno es saber cuándo y
por qué se va al hospital. Las respuestas ante tal interrogante son:
• "cuando ya no se aguanta más".
• "cuando se está bien malo".
• "cuando uno se ve enfermo de verdad".
342 / Cristina Barajas
Esto parece explicar por qué el ir al hospital es la última opción,
y se hace cuando ya no hay otra solución al problema. Seguramente,
cuando ya nada se puede hacer.
Pero además se cree que en ese sitio "lo dejan morir a uno" o
incluso "lo matan", como sucedió a la comadre Carmen; no es sólo
el descuido, hay intencionalidad en el hecho: "Los médicos la mata
ron aprovechando que fue a que le operaran una hernia, porque ella
era competencia para ellos. Ella sabía mucho".
Marta, al referirse al problema de su hija, comentó:
Los doctores dicen que hay que operarla, que abrirle la cabe
za, pero aquí la gente me dice que eso no la deje porque me la ma
tan o me la dejan loca; yo prefiero dejarla así, después de todo ahí
anda... lo malo es la plata que hay que pagar para los controles [...].
No sólo se habla mal del hospital, también se dice que las en
fermeras regañan e incluso "golpean" a los enfermos. Esther cuen
ta, con respecto al único parto que le han atendido en el hospital:
[...] ayo me habían dicho que allá a uno le pegaban si gritaba
o lloraba con los dolores del parto; pero a mí nadie me pegó, sólo
que la enfermera se me sentó encima para que el niño saliera li
gero.
En ese aspecto coincide con Mireya; según ella, el sentarse en
el vientre de la parturienta es una de las formas de acelerar el parto,
y es práctica frecuente en el hospital.
3.3 Algunas etiologías locales
Como vimos en el cuadro 1, dentro de las entidades que producen
enfermedades están algunas relacionadas con el entorno, básicamen
te relacionadas con el estado "frío" y/o su opuesto, lo "cálido". Es-
Hibridación constante I 343
tos términos no denotan un grado de temperatura, sino cualidades
inherentes a las cosas y a su efecto en los seres vivos.
Una de las entidades que pueden enfermar en asocio con esta
dos fríos o cálidos es la lluvia. Según Esther:
[...] al caer a la tierra y producir vapor que sube cuando hace
sol, produce enfermedades; ese vapor es muy malo.
Según otros, es la humedad la productora de la enfermedad o
aun el quedarse mojado después de la lluvia. En términos genera
les, eso es "lloviznarse", y en general se asimila a coger frío.
• El sereno, que comienza a caer desde las 7 p. m. y que es muy
fuerte en la madrugada, también es dañoso. Para algunos hay dife
rencia entre sereno, nocturno y la "aurora", que se siente a la ma
drugada y que enferma también. Sin embargo, hay un aire benéfico,
el que se puede respirar entre las 5 y las 6 de la mañana, "es puro y
saludable", por lo que se recomienda.
• El exceso de sol, que produce "picadura de sol", por ejemplo,
por no usar sombrero.
• El agua empozada: afecta la piel, produciendo brotes o erup
ciones.
• El barro: produce ulceraciones en los pies, cuando no se usan
zapatos.
• Cambios bruscos de temperatura, como el baño del cuerpo
después de haber comido, o pasar de un ambiente cálido a uno frío.
• Las piedras frías o húmedas, o las que han recogido calor so
lar, también pueden ser causa de enfermedad, si alguien se sienta
en ellas.
3.4 Herbología, terapia local
Es muy frecuente el uso de hierbas en El Carreño, y en general en
Sotaquirá. Existe una serie de conocimientos muy generalizados
344 / Cristina Barajas
dentro de la población, acerca de las propiedades de los vegetales.
Estos saberes son poseídos tanto por hombres como por mujeres.
Parece haber básicamente tres tipos de hierbas: las aromáticas,
las calientes y las amargas, según Mireya (esta recolección y clasifi
cación no es en ningún momento completa, y consideramos que es
sólo una aproximación que merecería más estudio y análisis):
• las hierbas aromáticas, como el poleo, el cidrón, la albahaca,
la verbena, el toronjil o la menta parecen estar asociadas a "lo frío".
Son utilizadas para estados febriles y, en general, estados cálidos de
las enfermedades, ya sea en infusiones o en baños del cuerpo.
• las hierbas calientes, como el eucalipto, el arrayán, el pino, son
utilizadas para las gripas o estados producidos por frío.
• las amargas: manzanilla amarga o matricaria, ajenjo, marrubio,
que poseen ese sabor amargo y que son específicas para problemas
hepáticos o digestivos en general.
3.5 E l uso humano de droga veterinaria
Dentro de las posibilidades de acción ante la enfermedad, además
de la asistencia de un agente de salud informal o institucional, los
campesinos de la vereda utilizan remedios que podrían considerar
se de uso veterinario. Ellos creen que:
[...] si son buenos para el animalito, ¿por qué no para los hu
manos? (Pablo).
El "linimento Caribe o linimento Negro", que es reconocido por
su eficacia entre las familias de la vereda, sirve para muchas dolen
cias: olerlo para desinfectar las narices en caso de gripas, aplicarlo
sobre la picadura de abejas u otros insectos, colocar una gota de él
en heridas de animales o contra los gusanos en ovejas y terneros.
[...] sirve para la peste de todos los animales (Pedro).
Hibridación constante I 345
En su etiqueta se advierte que el uso puede ser tanto para hu
manos como para animales.
Esto no sucede solamente con este producto; es frecuente que
se utilicen otros de igual manera. Es el caso del sulfato de magne
sia, que se usa para restablecer la digestión de las vacas después del
parto y que, en algunos casos, también se recomienda para proble
mas de estreñimiento en el postparto de las mujeres.
En el caso de problemas de dolor muscular, es posible aplicar
alguna "pomada caliente" que haya sido recetada a animales, como
la Mamitolina o el Bálsamo de terebene.
También existe la posibilidad de "comer pólvora, para volverse
más bravo", práctica frecuente con los perros para que cuiden me
jor la casa.
Pero el uso de este tipo de sustancias no se refiere solamente a
las ingeridas por animales como remedios; también existe la posi
bilidad de utilizar sustancias tóxicas, como insecticidas, para pre
servar por más tiempo el maíz seco en el granero. Eso hace don Pedro
con el Nuván, que es un garrapaticida para fumigar al ganado; él lo
diluye bien y lo aplica al maíz, para que no le caiga gorgojo. Al mes
de haberlo aplicado, se puede comer sin peligro, según él.
3.6 La prevención en salud
Las normas de prevención son numerosas y se repiten, sobre todo
con las enfermedades que se originan en la polaridad frío-cálido. Para
este caso, la norma básica es evitar las transiciones de lo cálido a lo
frío, o su equivalente, evitar los cambios bruscos de temperatura.
El agua, en su calidad de fría, es tratada con mayor cuidado y más
aún si se trata de la procedente de la lluvia.
Para el caso de algunos estados como gravidez, menstruación o
postparto en las mujeres, los cuidados se extreman, pues parecen
ser más susceptibles. En el caso de los hombres, el estado de em
briaguez es el que requiere de más cuidados.
Hibridación constante I 345
En su etiqueta se advierte que el uso puede ser tanto para hu
manos como para animales.
Esto no sucede solamente con este producto; es frecuente que
se utilicen otros de igual manera. Es el caso del sulfato de magne
sia, que se usa para restablecer la digestión de las vacas después del
parto y que, en algunos casos, también se recomienda para proble
mas de estreñimiento en el postparto de las mujeres.
En el caso de problemas de dolor muscular, es posible aplicar
alguna "pomada caliente" que haya sido recetada a animales, como
la Mamitolina o el Bálsamo de terebene.
También existe la posibilidad de "comer pólvora, para volverse
más bravo", práctica frecuente con los perros para que cuiden me
jor la casa.
Pero el uso de este tipo de sustancias no se refiere solamente a
las ingeridas por animales como remedios; también existe la posi
bilidad de utilizar sustancias tóxicas, como insecticidas, para pre
servar por más tiempo el maíz seco en el granero. Eso hace don Pedro
con el Nuván, que es un garrapaticida para fumigar al ganado; él lo
diluye bien y lo aplica al maíz, para que no le caiga gorgojo. Al mes
de haberlo aplicado, se puede comer sin peligro, según él.
3.6 La prevención en salud
Las normas de prevención son numerosas y se repiten, sobre todo
con las enfermedades que se originan en la polaridad frío-cálido. Para
este caso, la norma básica es evitar las transiciones de lo cálido a lo
frío, o su equivalente, evitar los cambios bruscos de temperatura.
El agua, en su calidad de fría, es tratada con mayor cuidado y más
aún si se trata de la procedente de la lluvia.
Para el caso de algunos estados como gravidez, menstruación o
postparto en las mujeres, los cuidados se extreman, pues parecen
ser más susceptibles. En el caso de los hombres, el estado de em
briaguez es el que requiere de más cuidados.
346 / Cristina Barajas
Para los problemas digestivos las prescripciones tienen que ver
con evitar algunos alimentos por sus características o por la hora de
consumo; por eso se habla de algunos alimentos como "pesados",
si su ingestión se hace a altas horas de la tarde o de la noche.
La otra forma de prevención corresponde a los contras o dijes
de diferentes materiales, que sirven para evitar algunas enfermeda
des como el mal de ojo. Por su parte, los escapularios con imágenes
religiosas también protegen.
3.7 La brujería
[...] es que hay brujas, dicen que no, pero que las hay las hay...
por la noche se convierten y vuelan y chillan. Son como quien ve
un pisco, así saraviadas; vuelan, y si uno las ve y les echa pepas de
mostaza, ahí las encuentra al día siguiente estiradas por comerse
las pepas, las muy sinvergüenzas... Hacen fiestas las tres o cuatro...
si uno las ve, no le hacen nada, pero uno no puede ni decir palabra
porque el miedo lo deja mudo, con la lengua paralizada [...].
Pero no se queda sólo en el susto, se asegura que además pue
den matar con sus hechizos, y se habla de alguien en la vereda
[...] que tiene más de un muerto a su cargo, entre otros los hi
jastros, a los que trataba como perros, los ponía a comer en platones
en el suelo... por eso está tan enfermo el esposo, por alcagüete [...].
Sin embargo, la brujería pasa de ser un concepto o una creencia
a tener una identidad propia. En efecto, se señala como bruja a una
mujer a quien le gusta conversar, y de cuya madre se decía que tam
bién lo era.
Las siguientes acusaciones vienen de hombres y fueron adver
tencias que ellos le hicieron a otra mujer, temerosa de tener esa ca
lidad de vecina:
Hibridación constante I 347
• X es una auténtica bruja, que ya ha pasado a más de uno a
mejor vida.
• Es bruja por pura raza, porque la mamá era así.
• X sabe mañas feas.
• Delante del marido se va con otros, seguramente le da algo a él.
• Un vecino tuvo problemas con ella, le gritó bruja y ella se
quedó callada.
Es tan generalizada la creencia en la brujería, que hasta una
enfermera del hospital de Sotaquirá habló de cómo fue afectada por
la brujería de una mujer celosa, y cómo la única forma de curarse
fue por la intervención de otra más poderosa, habiendo agotado cuan
to recurso de salud le fue posible por parte del hospital, sin efecto
positivo.
Otro testimonio recogido en la vereda alude a la enfermedad pro
ducida por una ex novia del entrevistado, la cual los embrujó a él y a
su esposa, a través de frutas que envió de regalo a su casa. Los efec
tos fueron tan amplios que no sólo les enfermó, sino que además
les produjo malestar en las relaciones intrafamiliares, hasta el pun
to de producir agresión física de uno de los hijos a su padre, de tal
gravedad, que casi le produce la muerte.
Veremos ahora lo que subyace tras estas prácticas y conocimientos.
4. E l orden oculto
Si es considerado el sistema como un conjunto de elementos que
interactúan y si esta interacción necesita un orden expreso, especí
fico y estable, no es eso lo que se da en la forma como un grupo con
creto -en este caso el de la vereda El Carreño- actúa frente a la en
fermedad.
En efecto, no hay una premisa única, básica y constante que le dé
coherencia a las prácticas de salud y que estructuren lo que se pudie-
348 / Cristina Bara ja s
ra llamar un sistema médico, con los caracteres de interrelación,
linealidad y unidad que caracterizan la visión clásica de sistema apli
cada en antropología médica. Aparentemente no existe tal coheren
cia, ni siquiera para actuar frente a una misma enfermedad.
Es como si la dinámica fuera tan fuerte, los cambios tan acelera
dos, las influencias de agentes institucionales tan eficaces, que no
se alcanza a estructurar un sistema como tal, cuando ya el cambio
llega. No se logra ni una homogeneidad en criterios y acciones, ni una
relación directa lineal entre síntomas, interpretaciones y acciones.
Los significados de los síntomas que pueda presentar el inicio
de una enfermedad son tan rápidamente cambiados, tan móviles,
que no se da tiempo a que se sedimenten formando un cuerpo com
pleto con todos los caracteres que implica esa noción de sistema
médico.
La estructura del manejo de la salud y la enfermedad que se da
entre los habitantes de El Carreño obedece a un orden de otra na
turaleza, a un sistema complejo. Veamos sus caracteres.
5. Diversidad en flujos y fuentes de información
Para los habitantes de la vereda de El Carreño son tantas y tan diver
sas las formas de información, atención y/o ayuda médica, que tienen
la posibilidad de jugar con todas a la vez o sucesivamente, según cir
cunstancias muy particulares, sin un esquema prefijado, más bien
casi que aleatorio, en donde juegan muchas otras formas decisorias.
Así, por ejemplo, dentro de lo que podemos llamar agentes de
salud institucionalizados, formal o informalmente3, existen los
farmaceutas y/o vendedores de las droguerías de las poblaciones cer-
3 Consideramos aquí lo institucional como lo aceptado socialmente y sometido a control social. Será formal si tiene la aceptación y control de manera explícita mediante un título legal, por ejemplo, médicos, enfermeros. Será informal cuando es aceptado socialmente, sin que necesariamente sea aprobado oficialmente por instancias diferentes de las de la comunidad inmediata.
Hibridación constante I 349
canas, los médicos y enfermeras que atienden las consultas exter
nas de los hospitales y centros de salud, los tenderos de la zona que
no sólo venden, sino que también aconsejan para qué usar las dro
gas, los vendedores ambulantes del mercado del pueblo, y los que
van a las veredas, la maestra de la escuela, el cura, los curanderos, la
partera, el "profesor" que adivina y cura.
Además, las mujeres y hombres adultos o jóvenes que tienen
conocimientos sobre salud, y que hablan de ella y aconsejan a fami
liares y amigos. Es este el caso de los que tienen un nexo mayor con
la ciudad, nexo que les permite conocer posibilidades diferentes para
manejar la salud y que, debido al contacto con el ámbito rural, pue
den transmitir esos conocimientos a sus moradores.
Se da el caso de que, al interior de un mismo grupo familiar, ante
enfermedades similares, cada individuo actúe de diversa forma, se
gún criterios particulares que no siempre son compartidos por los
demás miembros del grupo familiar. Estos comportamientos ocu
rren cuando el conocimiento personal, individual, es más tenido en
cuenta que el colectivo, porque se ha enriquecido de muy diferen
tes fuentes. La constante introducción de nueva información pone
fuertes límites a la predecibilidad, pero asegura la constante varie
dad y riqueza de las experiencias.
5.1 Rasgos estructurantes o estructuras profundamente codificadas
como núcleos de causalidad
Lo señalado en el anterior numeral no significa, sin embargo, que
no haya un sustrato que ordene o dé forma a la manera como se ha
de actuar ante la enfermedad. Significa que no es un ordenamiento
como el que exige la conceptualización tradicional de sistema, y que,
en cambio, se puede hablar de rasgos estructurantes que permiten
que en torno a ellos se organice el conjunto de significados que pue
dan regir la forma de interpretar y, por consiguiente, de actuar fren
te al evento de la enfermedad.
350 / Cristina Bara ja s
Estaremos hablando entonces de un sistema complejo, no lineal,
dinámico (en los términos usados por Hayles, 1993), que cuenta con
la existencia de unos criterios mínimos o básicos que permiten al
grupo estructurar su forma de entender y de conocer lo que sucede
en sus cuerpos cuando los órganos rompen el silencio que caracte
riza la salud, cuando aparece la no salud, la enfermedad.
Según lo visto en la vereda El Carreño, esos rasgos se eviden
cian en torno a las causas de la enfermedad, conformando lo que
denominamos "núcleos de causalidad" o estructuras profundamente
codificadas, que son básicamente tres:
• La disfunción del órgano: Obedece a criterios muy semejan
tes a los utilizados por la medicina biomédica o facultativa. El órga
no es el enfermo, y sobre él se actúa para aliviarlo.
En este tipo de disfunción es en donde más fácilmente se en
cuentran denominaciones semejantes o tomadas de la medicina
biomédica: hepatitis, pielitis, artritis, gangrena, cáncer, apendicitis,
trombosis, glicemia o leucemia.
• La polaridad frío-cálido: Estas "calidades" o entidades no son
observables directamente, pero se relacionan con el manejo del en
torno natural en gran medida, y cubren criterios más extensos que
los aplicados a la salud y la enfermedad.
Algunos ejemplos de enfermedades causadas por este tipo de agen
tes son la ceguera, la tos, el mal del riñon, terceduras, los nacidos.
• La alteración de las relaciones sociales y/o la acción o moviliza
ción de entidades no corpóreas o físicas: para este tipo de etiología
aparecen aún más inexactas las condiciones, pues tanto los móviles
como las formas de curación obedecen a conocimientos particulares
de las redes de poderes que se mueven en el orden de lo social.
4 Aquí nos referimos a estructura como un modelo cognitivo. Este acercamiento teórico se hace con base en los estudios de Faust, quien ha demostrado que tanto la polaridad frío-cálido, como la presencia de entidades no corpóreas en el pensamiento nativo americano, son elementos bien estructurados y profundamente codificados, hasta el punto de persistir arraigados colectivamente mucho tiempo (Faust, 1990a).
Hibridación constante I 351
La acusación de brujería, por ejemplo, pesa sobre alguien como
forma de control social y a la vez se relaciona con la envidia.
Otros ejemplos de este tipo pueden ser: el "pasmo de parto",
que se produce frente a algunas personas ante las que la parturien
ta es "recelosa" (la suegra o la presencia de un hombre, en el mo
mento del parto); el mal de ojo producido por algunas personas de
"mirada fuerte" o a quienes les da envidia la belleza o los atributos
físicos de los demás; la codicia que alguien sienta por cualquier ser
u objeto también es peligrosa, pues puede hacer daño a lo deseado,
en caso de no poderlo obtener.
Dada la especificidad de este tipo de alteraciones, se debe acu
dir a personas especializadas para manejar ese tipo de problemas.
6. La hibridación: un mestizaje conceptual
en constante construcción
Los cuadros 1, 2, 3 y 4 nos dan una visión sincrónica de los procesos
de manejo de la enfermedad; esto significa que sólo nos muestran un
momento de tal proceso, como si hiciéramos un corte en el tiempo.
En estos cuadros se evidencia que no siempre hay coherencia
entre los elementos de un subsistema y los de otros frente a una mis
ma enfermedad. De modo que el nexo entre signos, significados y
acciones no es constante, sino que, por el contrario, permite mezclas
entre los diversos rasgos estructurantes. Es posible entonces que las
denominaciones no siempre coincidan con las interpretaciones ni con
las acciones de una misma categoría. En ese sentido, hablamos de que
no hay linealidad. Por ejemplo, las denominaciones adquiridas por el
contacto con el sistema de salud formal (instituciones médicas) son
incorporadas sin que las acompañe necesariamente todo el conjunto
de conocimientos de origen que implican.
Es el caso del denominado "romatís" (cuadro 4) por las perso
nas de mayor edad, llamado ahora "artritis", por otros, a la cual se le
atribuye, además del dolor de articulaciones, la gordura, y se inter-
352 / Cristina Barajas
preta como asociada a tomar o comer en exceso. Ante ella se actúa
ingiriendo agua de bretónica (planta labiada), bañándose con barro
de los pozos termales de Paipa, e ingiriendo droga recetada por el
médico, indistintamente.
En este ejemplo se ve fácilmente cómo, desde la denominación
misma, se mezclan criterios de la medicina biomédica con los de la
que se ha llamado tradicional. La interpretación, que aún tiene mu
chos rasgos no biomédicos, también maneja un grado alto de mez
cla, lo mismo que las acciones. No se ha mantenido un solo criterio,
sino que se encuentran combinados los dos.
Pueden existir también varias denominaciones para lo que des
de la perspectiva biomédica puede ser un mismo problema, la he
patitis. Entre la mayoría de las familias de la vereda, es denominada
sencillamente "mal del hígado", haciendo alusión a la disfunción del
órgano como totalidad, y también "rebote de bilis".
El término hepatitis se encontró relacionado con la asistencia al
hospital, en donde fue denominada así la enfermedad e incorpora
da al léxico de la familia. Aparece, en este caso, claridad con respec
to al modo como se incorpora conocimiento en la familia campesi
na, a partir de su contacto con la institución hospitalaria, pero un
conocimiento parcial, pues en este caso se hablaba de hepatitis, cuya
causa era aguantar hambre, o comer muchos huevos, causas éstas
que no corresponden a las determinadas por la medicina biomédica.
Como se ve en los ejemplos anteriores, la transferencia de co
nocimientos y de técnicas para el cuidado de la salud no pasan sin
modificaciones al grupo receptor. Al contrario, éste los une a los co
nocimientos y prácticas que ya maneja, y produce una nueva forma,
que a su vez cambia rápidamente. Parece más pertinente entonces
el modelo de sistema complejo o no lineal para entender el manejo
de la enfermedad en esta sociedad campesina.
Con una apariencia caótica en la forma como se actúa ante la en
fermedad, existe de todas maneras un orden oculto, no evidente, en
torno a unos núcleos de causalidad muy generales, provenientes de
Hibridación constante I 353
muy diversos ámbitos a los que llamamos rasgos estructurantes. Es
un modelo que permite la entrada de mucha información de diver
sas fuentes, como lo hemos visto, ante cuya heterogeneidad no hay
posibilidad de predicción. El azar también juega en él. Esto lo hace
complejo, y de una gran riqueza y dinamismo.
7. A manera de conclusión
En el manejo que los habitantes de la vereda El Carreño hacen de
las enfermedades, se producen lo que podemos llamar cruces so
cioculturales, en los que lo tradicional y lo moderno se mezclan; en
ese proceso se dan tanto persistencias como cambios.
Localmente, se mezclan todas las posibilidades de acción tera
péutica, no se reemplazan completamente, se combinan. Por ejem
plo, se usan recursos de las institucionales formales (Instituto de
Seguros Sociales, clínicas, hospitales) y al mismo tiempo recursos
informales (redes de parentela, vecinaje, compadrazgo). En ese sen
tido, el enfermarse sirve socialmente para construir y reafirmar re
laciones solidarias y de reciprocidad.
En el encuentro cultural de la institución médica con el pacien
te campesino, se produce una transferencia parcial de conocimien
tos, y una adopción también parcial de ellos. En El Carreño se han
adoptado términos clasificatorios médicos, algunas estrategias cu
rativas, pero también nuevos cuadros clínicos, nuevas formas de in
terpretar las enfermedades.
Falta ahora analizar hasta qué punto la medicina instituciona
lizada ha aceptado la influencia de los conocimientos médicos loca
les (hierbas medicinales, formas médicas denominadas alternativas,
que tienen su raíz en conocimientos informales tradicionales).
¿Se habrá dado un diálogo de saberes?
354 / Cristina Barajas
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Colaboradores
José Antonio Amaya, sociólogo de la Universidad Nacional y Doctor
en Historia de la École des Hautes Études en Sciences Sociales. En
la actualidad se desempeña como profesor del Departamento de
Historia de la Universidad Nacional de Colombia, ocupando el car
go de director de Programas Curriculares. Tiene en prensa su tesis
doctoral "Mutis, Apotre de Linné en Nouvelle-Grenade. Histoire de
la Botanique dans la vice-royauté espagnole de la Nouvelle-Grenade
1760-1783", que será publicada por la Revista Fontqueria de Madrid.
Cristina Barajas es antropóloga de la Universidad Nacional, licen
ciada en Biología y MA en Desarrollo Rural de la Universidad Jave
riana. Se ha desempeñado como docente en la Universidad Nacio
nal y en la Universidad Javeriana, en donde trabaja en la actualidad.
Su campo de estudios abarca los procesos sociales y culturales de
las sociedades campesinas de los Andes colombianos.
Alvaro León Casas es magister en Historia de Colombia. Actualmen
te se desempeña como director del Programa de Historia de la Uni
versidad de Cartagena. El trabajo publicado en este libro es resulta
do de la investigación financiada por Colciencias "Prácticas y
discursos de medicalización e higiene en la formación de la salud
pública en las ciudades del Caribe colombiano, 1880-1930". El au
tor quiere agradecer a las estudiantes del Programa de Historia de
la Universidad de Cartagena Indita Vergara, Estela Simancas y Elsy
Sierra por su colaboración en la investigación y, muy especialmen
te, al historiador Jorge Márquez Valderrama por su valiosa ayuda en
la redacción definitiva del texto.
358 / Colaboradores
Jorge Arias de Greiff es profesor honorario en la Facultad de Cien
cias de la Universidad Nacional de Colombia. Entre otros textos, ha
publicado el libro La muía de hierro (1986).
Pablo Kreimer es doctor en Ciencia, Tecnología y Sociedad del CNAM
de París. Hoy en día trabaja como profesor e investigador del Insti
tuto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología de la Univer
sidad Nacional de Quilmes, Argentina.
Mauricio Nieto es profesor en el Departamento de Historia de la
Universidad de Los Andes. En la fecha prepara un amplio estudio
sobre historia de la malaria.
Diana Obregón es profesora asociada en el Departamento de His
toria de la Universidad Nacional de Colombia. En 1992 el Banco de
la República editó su libro Las sociedades científicas en Colombia.
Roberto Pineda Camacho es profesor asociado en los Departamen
tos de Antropología de la Universidad Nacional y la Universidad de
los Andes. El autor quiere expresar un especial reconocimiento a An
drés Barragán, cuyo interés y paciente labor contribuyó de forma os
tensible al mejoramiento del texto. De igual modo, extiende sus agra
decimientos a Germán Ferro, quien gentilmente le llamó la atención
sobre las observaciones del fraile Santa Gertrudis en relación con
la supuesta actividad del diablo entre algunos pueblos del altiplano
nariñense, a Cari Langebaek por sus sugerencias sobre textos per
tinentes al tema y a Carlos Uribe por sus comentarios al texto.
Olga Restrepo Forero, graduada como socióloga, con un Máster en
Historia, se desempeña como profesora del Departamento de So
ciología de la Universidad Nacional de Colombia. Investiga sobre la
historia del conocimiento científico y el desarrollo de la ciencia ins
titucional en Colombia, específicamente sobre la constitución del
Colaboradores I 359
campo de investigaciones de la Historia Natural, desde la Expedi
ción Botánica hasta su institucionalización en el presente siglo; el
surgimiento de un pensamiento geográfico y la elaboración de una
geografía y cartografía del país durante el siglo XTX; el desarrollo de
las ideas evolucionistas y del darwinismo en Colombia; las asocia
ciones científicas y la conformación de una comunidad científica
alrededor de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas
y Naturales.
Eduardo Zalamea es físico de la Universidad Nacional de Colombia
y Máster en Enseñanza de la Física de la Universidad Pedagógica
Nacional. Fue profesor de física en las universidades Javeriana,
Distrital y Nacional de Colombia. Su interés por los problemas re
lativos a la docencia de la física, a nivel universitario y de bachillera
to, lo ha motivado a participar en grupos de investigación, como el
Programa Re-Creo y el Proyecto Universitario de Investigación en
la Enseñanza de las Ciencias, que tienen por objetivo la capacita
ción de maestros. De allí sus numerosos libros escolares de física,
publicados por Educar Editores y Editorial McGraw-Hill.
índice
7 Diana Obregón PRESENTACIÓN
21 Parte I SABERES INDÍGENAS, CIENCIA Y POLÍTICA EN LA COLONIA
23 Roberto Pineda Camacho DEMONOLOGÍA Y ANTROPOLOGÍA EN LA NUEVA GRANADA
(SIGLOS XVI-XVII)
89 Mauricio Nieto Olarte REMEDIOS PARA EL IMPERIO:
de las creencias locales al conocimiento ilustrado en la botánica del siglo XVIII
103 José Antonio Amaya UNA FLORA PARA EL NUEVO REINO
Mutis, sus colaboradores y la botánica madrileña (1791-1808)
161 Parte II CIENCIA MODERNA: CENTROS Y PERIFERIAS
163 Pablo R. Kreimer ¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA?
La investigación científica, entre el universalismo y el contexto
índice I 362
197 Olga Restrepo Forero LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
o de cómo huir de la "recepción" y salir de la "periferia"
221 Fernando Zalamea EL CASO PEIRCE Y LA TRANSCULTURACIÓN
EN AMÉRICA LATINA: modalidades de resistencia
245 Parte III CULTURA NACIONAL EN COLOMBIA:
HIBRIDACIONES Y RESISTENCIAS
247 Jorge Arias de Greiff SABERES LOCALES DIVERSOS GLOBALIZADOS
POR UNA NECESIDAD LOCAL
258 Diana Obregón DEBATES SOBRE LA LEPRA:
Médicos y pacientes interpretan lo universal y lo local
283 Alvaro León Casas Orrego LOS CIRCUITOS DEL AGUA Y LA HIGIENE URBANA EN LA
CIUDAD DE CARTAGENA A COMIENZOS DEL SIGLO XX
328 Cristina Barajas S. HIBRIDACIÓN CONSTANTE:
manejo de la enfermedad en una comunidad rural colombiana
•
Este libro,
que recoge algunas de las ponencias del coloquio
CULTURAS CIENTÍFICAS Y SABERES LOCALES,
realizado en Santafé de Bogotá,
se terminó de imprimir
en el mes de julio del 2000,
compuesto en caracteres Dutch 766.
•