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~ 1 ~ Desposesión, reconfiguración territorial y estrategias de los pobladores: esferas de relación y esquemas de interpretación Flor Edilma Osorio Pérez 1 Los procesos de acumulación por desposesión constituyen escenarios privilegiados para identificar, a manera de mapa, relaciones de dominación y resistencia que se tejen y destejen en medio de una serie de estrategias, ensayos, pruebas y búsquedas que desarrollan diversos actores en un mismo territorio. El presente escrito se propone como una herramienta descriptiva, analítica y pedagógica para comprender distintas formas y expresiones de dominación y resistencia conexas con procesos de despojo territorial y guerra. Más concretamente, desde una perspectiva territorial rural, se concentra en las relaciones que se inscriben, mediante múltiples nexos, en tres dinámicas específicas pero complementarias: los procesos de expansión y concentración del gran capital, la reconfiguración territorial rural que éstos producen, y las demandas y propuestas que la población afectada por dichos proyectos realiza y reinventa. Se han construido esquemas para cada dinámica que, si bien simplifican realidades complejas y en constante movimiento, buscan representar esferas de relación y diversidad de prácticas. El texto se divide en tres secciones. La primera se ocupa de la esfera de la dominación en relación con algunas de las formas en que ingresa, se impone y se mantiene el capital en territorios específicos, mediante prácticas que van desde la seducción en un extremo, hasta la eliminación en el otro. La seducción se basa en acciones amables y políticamente correctas que disminuyen las suspicacias ante los proyectos de exploración y explotación que interesan al capital, mientras la eliminación se fundamenta en acciones y coacciones violentas para doblegar e imponer sus propias condiciones, llegando a suprimir físicamente a quienes obstaculicen sus intereses. La segunda sección trata sobre un eslabón obligado por el cual pasa el despojo: la esfera de la reconfiguración territorial a través de incursiones del gran capital en lugares específicos ocupados por comunidades rurales campesinas, colonas, indígenas y afrodescendientes. El interés de inversionistas, agentes del capital y del mismo Estado se orienta hacia territorios ricos en recursos minero-energéticos, con suelos aptos para la explotación agroindustrial, que ofrezcan paisajes para el turismo o sitios estratégicos para el comercio o que contengan reservas de agua, flora y fauna, entre otros bienes, características presentes en muchos territorios rurales del país. La intervención del capital en tales territorios genera recomposiciones en el ámbito material, en la configuración de sus paisajes, en las prácticas territoriales, en el uso de recursos, en las interacciones sociales y de orden simbólico, así como en las representaciones sobre el lugar. Precisamente, son las amenazas al lugar vivido y significado las que activan y fortalecen, en muchos casos, estrategias de resistencia colectiva para su defensa. 1 Profesora Investigadora del departamento de Desarrollo Rural y Regional, Facultad de Estudios Ambientales y Rurales, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

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Desposesión, reconfiguración territorial y estrategias de los pobladores: esferas de relación

y esquemas de interpretación

Flor Edilma Osorio Pérez1

Los procesos de acumulación por desposesión constituyen escenarios privilegiados para

identificar, a manera de mapa, relaciones de dominación y resistencia que se tejen y destejen en

medio de una serie de estrategias, ensayos, pruebas y búsquedas que desarrollan diversos actores

en un mismo territorio. El presente escrito se propone como una herramienta descriptiva, analítica

y pedagógica para comprender distintas formas y expresiones de dominación y resistencia

conexas con procesos de despojo territorial y guerra. Más concretamente, desde una perspectiva

territorial rural, se concentra en las relaciones que se inscriben, mediante múltiples nexos, en tres

dinámicas específicas pero complementarias: los procesos de expansión y concentración del gran

capital, la reconfiguración territorial rural que éstos producen, y las demandas y propuestas que la

población afectada por dichos proyectos realiza y reinventa. Se han construido esquemas para

cada dinámica que, si bien simplifican realidades complejas y en constante movimiento, buscan

representar esferas de relación y diversidad de prácticas.

El texto se divide en tres secciones. La primera se ocupa de la esfera de la dominación en relación

con algunas de las formas en que ingresa, se impone y se mantiene el capital en territorios

específicos, mediante prácticas que van desde la seducción en un extremo, hasta la eliminación

en el otro. La seducción se basa en acciones amables y políticamente correctas que disminuyen

las suspicacias ante los proyectos de exploración y explotación que interesan al capital, mientras

la eliminación se fundamenta en acciones y coacciones violentas para doblegar e imponer sus

propias condiciones, llegando a suprimir físicamente a quienes obstaculicen sus intereses.

La segunda sección trata sobre un eslabón obligado por el cual pasa el despojo: la esfera de la

reconfiguración territorial a través de incursiones del gran capital en lugares específicos ocupados

por comunidades rurales campesinas, colonas, indígenas y afrodescendientes. El interés de

inversionistas, agentes del capital y del mismo Estado se orienta hacia territorios ricos en recursos

minero-energéticos, con suelos aptos para la explotación agroindustrial, que ofrezcan paisajes

para el turismo o sitios estratégicos para el comercio o que contengan reservas de agua, flora y

fauna, entre otros bienes, características presentes en muchos territorios rurales del país. La

intervención del capital en tales territorios genera recomposiciones en el ámbito material, en la

configuración de sus paisajes, en las prácticas territoriales, en el uso de recursos, en las

interacciones sociales y de orden simbólico, así como en las representaciones sobre el lugar.

Precisamente, son las amenazas al lugar vivido y significado las que activan y fortalecen, en

muchos casos, estrategias de resistencia colectiva para su defensa.

1 Profesora Investigadora del departamento de Desarrollo Rural y Regional, Facultad de Estudios Ambientales y Rurales,

Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

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En la tercera sección se desarrolla la esfera de las protestas y propuestas de los colectivos rurales

frente a quienes representan al capital y sus prácticas de dominación. El esquema de análisis que

se propone en esta esfera va del sometimiento a la resistencia en medio de una adversa y

asimétrica correlación de fuerzas.

El texto cierra con unas reflexiones transversales sobre los procesos que evidencian, por una

parte, el alcance destructivo y camaleónica capacidad de expoliación del capital a través de

empresas y corporaciones prometiendo la quimera del progreso y, por la otra, la capacidad de

resistencia de pobladores que viven tales amenazas.

1. La esfera de las prácticas de dominación y despojo2

Se estima que en Colombia, entre 1985 y 2010, cerca de 6,5 millones de hectáreas de tierra han

sido arrebatadas a sus dueños. Esta cifra, sin embargo, no incluye los territorios de las

comunidades indígenas y afrodescendientes quienes han llevado la peor parte en el conflicto

(Comisión de Seguimiento a la Política Pública de Desplazamiento Forzado, 2011). Este despojo

monumental ha sido posible por una alianza tácita y expresa entre capital y Estado. El marco de

la guerra en Colombia que mezcla múltiples actores, intereses y conflictos que se sobreponen y

potencian, se constituye en una eficiente cortina de humo que sirve para lograr con mayor rapidez

dinámicas de enriquecimiento económico, a través de gestiones de lobby y de ocupación de

cargos públicos que permiten la toma de decisiones arbitrarias a favor de intereses particulares.

Esto se concreta, por ejemplo, en las llamadas puertas giratorias3, prácticas que no se dan

solamente en el país sino a escala mundial4. De manera simultánea, la población queda sitiada en

medio de un estado de shock fruto de acciones de terror e intimidación que se producen desde ese

poder mancomunado que articula lo legal y lo ilegal5, creando situaciones límite que dejan

vulnerables a la sociedad, a las personas y a sus colectivos (Klein, 2007).

2 En esta sección sigo de cerca desarrollos hechos en Osorio y Herrera, 2012. 3 Cf., por ejemplo “Los superpoderosos de la minería” en http://lasillavacia.com/content/los-s%C3%BAper-poderosos-de-la-

miner%C3%ADa. “Entre los casos más dramáticos de puerta giratoria está el del exdirector de Ingeominas Julián Villarruel. Ocho

meses después de salir de la dirección, el 6 de septiembre de 2007, fue nombrado primer director ejecutivo de la Cámara

Colombiana de Minería, una asociación de compañías mineras exploradoras creada para "realizar 'lobby' con agentes del sector

público y privado", entre otras actividades, según las propias actas de su junta directiva. Un año después se fue a trabajar a la

empresa B2Gold y ahora dirige el proyecto Gramalote CL, que comparte Anglo Gold con otra empresa minera, desde 2008”. En:

“La puerta giratoria”, 2011. En. http://www.semana.com/nacion/articulo/la-puerta-giratoria/243116-3 4 Cf., por ejemplo “Naciones Unidas: ¿Quién quiere pasar por la puerta giratoria?” del 24 de octubre de 2012. En:

http://justiciaypazcolombia.com/Naciones-Unidas-Quien-quiere-pasar, una comunicación de diferentes colectivos rurales y

ambientales de América Latina que denuncian prácticas de puerta giratoriade John Ruggie, Representante Especial del Secretario

General para los Derechos Humanos y las Empresas, quien dejó su cargo en 2012 para desempeñarse como Consultor Especial de

la empresa minera canadiense Barrick Gold Coporation cuestionada por su implicación en múltiples crímenes frente a los

derechos de las comunidades afectadas por la explotación minera en Perú, República Dominicana, Argentina y Chile. 5 Ni lo ilegal, ni lo informal funcionan separadamente de lo formal y de lo legal. Es decir, existe una racionalidad, un orden un

sistema, una organización en lo ilegal y en lo informal, que la mayoría de las veces se presentan de la mano de actividades legales

y formales. Así, por ejemplo, las leyes que le dan concreción a lo legal son decisiones que se toman en medio de una puja de

poderes, son fruto de decisiones interesadas que se toman en un momento determinado. Pero además, lo legal, pese a situarse

como lo bueno y deseable, encubre con frecuencia una serie de prácticas, medios y actividades no legales e incluso delictivas. Así

por ejemplo, la corrupción, la inobservancia de los requerimientos o su cumplimiento aparente, como proporcionar información

inexacta, distorsionada a destiempo, la operación sin consulta previa a las comunidades o con consultas amañadas, forman parte

de prácticas inconstitucionales e ilegales frecuentes.

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La acumulación por desposesión que promueve el capital (Harvey, 2004)6 se acomoda a los

diversos procesos de cada sociedad y no siempre se ampara y alimenta en una guerra explícita

como la existente en Colombia. Las promesas de desarrollo a partir de proyectos minero

energéticos resultan útiles como ofertas de bienestar, empleo y otros beneficios que facilitan el

ingreso y aceptación de los pobladores de proyectos altamente depredadores y despojadores, los

cuales hacen parte de intereses de corporaciones y empresas orientados a la acumulación

concentrada y excluyente. El discurso corporativo de la minería responsable, por ejemplo, se

constituye en un un verdadero “orden del discurso” como lo señala Antonelli (2014). Según esta

autora, “frases como ‘disponer de los recursos, sin olvidar el compromiso con las generaciones

futuras’; ‘explotar el subsuelo, sin afectar la sustentabilidad del medio ambiente’, etc., integran

el repertorio de las expresiones más trilladas que atraviesan todos los discursos del poder”

(2014:75).

Pero además de las palabras y sus prácticas, el desarrollo dicta “un régimen de conocimiento y

poder. Es una peculiar manera de ver y construir la realidad como un espacio que necesita

intervención”. (Cejas, 2000: 73). Allí se construyen imaginarios y símbolos que legitiman la

autoridad del experto, que silencia otras voces, conocimientos, relaciones y cosmovisiones

(Cejas, 2000). Allí domina el lenguaje técnico, aparentemente neutral, científico que implica un

‘discurso de autoridad’ que ejerce una violencia apaciguada la cual enmascara las luchas de

intereses e impone aparentes consensos, imponiéndose como parte central de los dispositivos de

gobernanza y control social (Antonelli, 2014).

La responsabilidad social corporativa, RSC, es incorporada como “una nueva estrategia para

consolidar y ampliar sus negocios, abaratar sus operaciones, generar una imagen confiable y

desactivar las resistencias que puedan encontrar a nivel local” (Ramiro y Pulido, 2009:43). Con

frecuencia se emplea como un instrumento para manipular y chantajear la oposición a la

implantación de megaproyectos mineros, aprovechando las dificultades materiales y de

infraestructura, derivadas del secular abandono estatal de las comunidades. Con ello, asumen

espacios políticos que eran exclusivos de los gobiernos e incluso algunas políticas estatales se

desarrollan con patrocinio de determinadas corporaciones. En el caso colombiano, “para las

grandes empresas está en juego el acceso a novedosas líneas de negocio en el marco de la

sociedad neoliberal del ‘post-conflicto’” (Ramiro y Pulido, 2009:43). La realización de obras y

actividades concretas como vías de comunicación, actividades culturales y deportivas, dotación

de escuelas, cobertura de bienes y servicios materiales y sociales, promoción de actividades

6 Aquí nos referiremos al gran capital de orden transnacional y que recoge intereses nacionales, dado que encontramos que con

frecuencia goza de legitimidad, pues se supone que cumple cabalmente con todas las normas establecidas, su capacidad

económica lo sitúa aparentemente más allá de los intereses particulares y tiene y emplea toda su capacidad para sobornar

autoridades, líderes y pobladores. Véase, por ejemplo, Valencia (2013), OXFAM (2013), Rodríguez y Orduz (2012), Moor y van

de Sandt (2014), Somo e Indepaz (2015), Ararat y otros (2013). En el caso colombiano, el despojo en medio de la guerra, que

compromete a grandes empresas y corporaciones, se ha gestado desde actores con menores capacidades económicas, pero no

menos codiciosos; estos casos han sido menos evidentes y poco documentados.

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culturales y deportivas, si bien pueden constituirse en algún tipo de mejora, están desarticulados y

carecen de un seguimiento y control por parte de las comunidades, a la vez que consolidan en

poder de las empresas. En estrecha relación con la oferta de recursos, se propicia e incentivan

procesos de fragmentación comunitaria. Así, las prebendas de pagos en especie o dinero y las

propuestas de contratación, entre otras ofertas, que se hacen a líderes y personas influyentes en

las comunidades, buscan neutralizar y reorientar sus decisiones, generando una opinión favorable

que facilite su ingreso al territorio. Ello provoca división de opiniones y ruptura de la acción

colectiva de resistencia, facilitando la negociación individual con los pobladores. La

disponibilidad de ingentes recursos para distribuir entre las comunidades, que acallan

inconformidades, preguntas y buscan desde el primer momento generar una alianza por la vía de

las prebendas, ha sido señalada públicamente por el pueblo Nasa del norte del Cauca, colectivos

de Cajamarca (Tolima), Santurbán (Santander), el Quimbo y en muchas otras regiones del país.

La estrategia incluye acuerdos con las autoridades locales y regionales bajo promesas de aportes

para obras del municipio y patrocinio de actividades de la administración municipal, así como

ofertas de empleo para la población. “En el municipio todo lo mueve la multinacional: patrocina

Deportes Tolima, festivales, campeonatos y en sus revistas mencionan la disponibilidad de mil

millones de pesos diarios para todo este tipo de actividades”, dice un líder del proceso de

resistencia en Cajamarca, Tolima. “El primero de mayo, Anglo Gold celebró el día del trabajo

con comida y fiesta; repartió camisetas con la consigna ‘la minería es vida’”, agrega7.

Otra práctica constante tiene que ver con las múltiples irregularidades en el proceso de la consulta

previa, libre e informada. Esta “es una forma de participación y de ejercicio de autonomía de los

grupos étnicos cuando se planean obras, proyectos o actividades que los afecten. Este derecho

fue introducido por el Convenio 169 de 19898 de la Organización internacional del Trabajo,

OIT, y ratificado por cerca de catorce estados como un instrumento para garantizar la

participación y autonomía de los grupos étnicos en los países donde estos constituyen una

minoría étnica” (Betancur y Osorio, 2013: 92). Pese a su obligatoriedad, la consulta previa es

asumida en Colombia y en muchos otros países de América Latina, como un requisito funcional

que se minimiza y para el cual se despliega un proceso de negociación basado en ofertas y

prebendas, como parte de la seducción. Los casos de Pasacaballos, en Cartagena, del Consejo

Comunitario Eladio Ariza en la región de Montes de María, municipio de San Jacinto y el

Consejo Comunitario del Alto San Juan, Asocasan, en Tadó, Chocó, conocidos a partir de

procesos de asesoría por el Observatorio de Territorios Étnicos, muestran las asimetrías de poder

entre comunidades locales y empresas multinacionales o nacionales en donde se desprotege el

ejercicio de autonomía territorial de las comunidades afrocolombianas. El Estado se posiciona

7 Notas personales del seminario “Acciones colectivas y megaproyectos mineros”, realizado los días 17 y 18 de mayo de 2011 en

la Universidad Javeriana, Bogotá, se conocieron diversas situaciones y prácticas de grandes empresas mineras en el país. Este

tipo de hechos no forman parte de denuncias o documentos formales sobre estos procesos. 8 El Convenio 169, es el instrumento legal más importante en el ámbito internacional sobre la relación de los grupos étnicos y el

Estado y en su artículo 7 señala que esto grupos tienen derecho a “decidir sus propias prioridades en lo que atañe al proceso de

desarrollo, en la medida en que éste afecte a sus vidas, creencias, instituciones y bienestar espiritual y a las tierras que ocupan o

utilizan de alguna manera, y de controlar su propio desarrollo económico, social y cultural”

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apoyando, legitimando e impulsando a las empresas e incluso, en algunos casos, usa la fuerza

pública para respaldar los intereses de las empresas en contra de las reacciones y protestas de las

comunidades9. “Nos encontramos entonces en medio de una correlación adversa tanto desde la

legitimidad aparente de los discursos de los proyectos, inscritos y amparados por las políticas

económicas nacionales, como desde la presión armada tácita o expresa y las secuelas de

autocensura, temor y silenciamiento que ésta deja en el marco de una guerra larga y continua”.

(Betancur y Osorio, 2013: 106)

El concepto de seducción enmarcada en la promesa del desarrollo y el de eliminación basada en

múltiples formas de violencia, aunque parecen polos opuestos, mantienen una característica

similar: el control y la dominación. Citando a Bloch: guerra y desarrollo10, no son

“contraposiciones en la época del capitalismo monolítico, ambas proceden del mismo mundo, y

la guerra moderna procede de la paz capitalista y se reviste de sus mismos rasgos espantosos”

(2006: 345).

La seducción se fundamenta en prácticas de persuasión y fascinación ya ejemplificados, a partir

de la ilusión de que el dinero y el consumo pueden satisfacer las necesidades y generar felicidad,

además de constituirse en el rasero que define la posición y estatus de las personas en la sociedad.

Quien tiene el poder económico, con frecuencia se convierte en una voz autorizada para tomar

decisiones: se le confiere credibilidad y autoridad, facilitando la imposición de sus intereses, en

una espiral que concentra cada vez mayor poder. La seducción actúa como un proceso de

obnubilación que facilita los objetivos del gran capital, de manera rápida y sencilla. En medio del

pragmatismo derivado de condiciones de empobrecimiento histórico, oponerse a beneficios

materiales inmediatos y negarse a recibir dádivas y propinas, es fácilmente visto como una

estupidez y una pérdida de oportunidades.

La eliminación y la violencia, en tanto coacción y daño, se evidencian en la violencia física cuyo

extremo se concreta en el asesinato, la masacre y la desaparición. Incluye también prácticas

sutiles, menos evidentes como la violencia psicológica, que supone la intimidación y la amenaza,

que aunque no eliminen físicamente a las personas, acalla a quienes disienten y descarta la

palabra y la protesta frente a los desacuerdos. La eliminación puede hacer también uso de

mecanismos legales y políticamente correctos para desacreditar y neutralizar adversarios. La

violencia tiene entonces un campo amplio y diverso de expresiones que van más allá de la

violencia física, alcanzando la violencia estructural y la simbólica como lo propone Galtung

(1998), entre otros estudiosos del tema.

Entre la seducción y la eliminación y sus potenciales equivalentes -desarrollo y violencia-, existe

una gama de prácticas cuyo propósito es la dominación, entendida como la imposición de la

9 Otros evidencias pueden consultarse, por ejemplo, en Ararat y otros (2013); Somo e Indepaz (2015); Rodriguez y Orduz (2013);

Ruiz (2015); Rodríguez (2010). 10 Bloch se refiere a guerra y paz.

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autoridad a fin de subordinar y someter la voluntad de otros, para satisfacer sus intereses, a partir

de diversas formas de ejercicio del poder. La dominación se acompaña así tanto del ejercicio de

fuerza y violencia, como de recompensas y gratificaciones de tipo material y simbólico que

profundizan una desigual relación de fuerzas.

Gráfico 1. Estrategias de dominación y despojo: entre la seducción y la eliminación

Tomado y ajustado de Osorio y Herrera (2012).

Tanto seducción como eliminación y todas sus expresiones intermedias (Ver gráfico 1), tienen

prácticas diversas, combinadas, que se mezclan con frecuencia. Las dos, en todo caso, buscan

controlar, acallar, adormecer, moldear y utilizar a favor de los intereses de quienes las imponen.

Para el caso colombiano, el contexto de guerra constituye una ventaja comparativa que mezcla

prácticas legales e ilegales de dominación para facilitar y acelerar de manera contundente los

procesos de despojo y despeje necesarios para la imposición de lógicas de desarrollo extractivo

en el territorio, que favorecen la acumulación concentrada y excluyente, usando promesas de

bienestar y empleo. Los medios y prácticas no son excluyentes y no tienen un orden o secuencia

determinado, sino que se definen de acuerdo con las circunstancias y características de los

territorios y comunidades.

Dos son los denominadores comunes de estos procesos de dominación para el despojo. Por una

parte, está el terror; un dispositivo muy poderoso que se instala de manera profunda e inmoviliza,

destruyendo capacidades de lucha, actualizando temores y vulnerabilidades que han marcado sus

vidas. En un estado de shock es más fácil de manipular; esta táctica aplicada inicialmente a

prisioneros de guerra y luego experimentada más ampliamente deja vulnerables a la sociedad, a

las personas y a sus colectivos11 (Klein, 2000). Por otra parte está la fascinación de la

11 El escenario de la guerra tiene diversos usos que favorece medidas y prácticas que sirven a múltiples intereses. Así, por

ejemplo, “se han aprovechado los momentos de crisis y desestabilidad, y se han explotado los momentos de miedo, guerra y

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oportunidad, una ficción que da la idea deformada de ganancia en medio de una especie de

“servidumbre voluntaria” (La Boétie, 1980), y genera un estado acrítico de aceptación e

inclusive de agradecimiento ante una aparente oportunidad.

2. La esfera de la reconfiguración territorial

La dominación y el despojo se imponen sobre territorios concretos, lugares específicos que tienen

riquezas importantes en términos de recursos minero energéticos, agua, bosques, tierra o que

están estratégicamente situados. Esos lugares se ubican generalmente en zonas rurales, hasta hace

poco marginadas y nada valoradas, habitadas por indígenas, afros y campesinos, poblaciones

secularmente excluidas y empobrecidas y sin lugar digno en la sociedad hegemónica. Son

poblaciones que de manera tacita y explícita son vistas como un obstáculo para los ambiciosos

planes que el capital busca afanosamente y que, a primera vista, son territorios fácilmente

recuperables para el gran capital.

¿Cómo se afectan los territorios con la entrada triunfante y arrolladora de las maquinarias que

anuncian el progreso? De ese ámbito nos ocuparemos a continuación. El esquema aquí se

modifica pues se trata de identificar las muchas afectaciones que sufren los territorios y para ello

es importante precisar cómo comprendemos el territorio y cuáles son sus dimensiones

principales.

En primer lugar, el territorio es un producto social históricamente constituido por la dinámica de

las relaciones sociales, económicas, culturales y políticas; en síntesis, el territorio surge de las

relaciones entre la sociedad y la naturaleza. La territorialidad se refiere entonces a ese proceso

que se caracteriza por su carácter multidimensional que está en permanente construcción. La

territorialidad es múltiple, plural y conflictiva (Mançano Fernández, 2009). El territorio ha

pasado de ser una noción reconocida fundamentalmente como parte central de la construcción del

Estado, a instalarse muy rápidamente de manera incluso vaga y superficial como complemento de

cualquier acción, política y proceso.

En Colombia, por ejemplo, se habla hoy de desarrollo territorial y de paz territorial. En el marco

de los diálogos entre las Fuerzas Revolucionarias de Colombia, FARC, y el gobierno en La

Habana, éste señala que para logar la democracia y la paz socio-territorial “se trata de poner en

marcha una campaña de planeación participativa para que entre autoridades y comunidades se

piense en las características y necesidades del territorio, en las respuestas a esas necesidades y,

de manera metódica y concertada, se construyan planes para transformar esos territorios. Se

trata de hacer valer los derechos y las capacidades de la gente; que sientan como propio el

esfuerzo de reconstrucción” (Jaramillo, 2014:3). Al mismo tiempo se cuestiona y se mira con

desconfianza desarrollos territoriales autónomos como las Zonas de Reserva Campesina, ZRC,

dado que se valoran dinámicas de descentralización básica, al tiempo que se rehúye la dimensión

tensión, para crear normativas antagónicas a la idea de democracia, en el modelo de Estado Social de Derecho” (Palacios,

2013:281).

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profundamente política que puede y debe tener un ejercicio descentralizador fundamentado en la

participación ciudadana. En el caso de las ZRC la apuesta se fundamenta en una práctica

autonómica cuya base común que es la reconstrucción de su dignidad como colectivo. Las demandas

campesinas se orientan a tomas sus propias decisiones en un lugar específico, acceder y administrar

recursos que mejoren sus condiciones de vida y tener el reconocimiento y un lugar digno en una

sociedad mayor (Burguete, 2010). Sus demandas de autonomía apelan a formas de organización

solidaria, a sus relaciones de reciprocidad construidas en viejas luchas por los derechos humanos y

políticos, a la dignidad del trabajo y al aporte que hacen de manera constante y silenciosa a la sociedad.

Desde allí se sitúan como “horizonte de una práctica que intenta superar la injusticia y alienación de

un orden impuesto y empujar la emancipación colectiva, la dignidad, la esperanza, como un proceso

activo, consciente, creador y creativo” (Thwaites, 2013: 11). Todo ello se ubica claramente en el

marco de un sentido de pertenencia,- y no de separación-, de la sociedad colombiana que los excluye,

pero de la cual se sienten parte fundante y activa. “Las propuestas de los campesinos de las ZRC

buscan cambiar para permanecer, quieren seguir siendo campesinos, dotando de nuevo sentido

su quehacer y resituándose con dignidad ante la sociedad” (Osorio y Ferro, 2014).

El territorio y sus procesos de construcción es un campo complejo tanto en su realidad como en

conceptualización. En aras de buscar una propuesta analítica que recoja la complejidad material y

simbólica del territorio y retomando a Lefebvre (1974), propongo cuatro dimensiones presentes

en el proceso de configuración del territorio, las cuales se articulan y determinan entre sí

profundamente12. Se trata del paisaje, las prácticas territoriales, las representaciones -tanto

propias como foráneas- del territorio, y los intercambios sociales, que cobran vida a partir de los

actores (Ver gráfico 2). En el centro del proceso que concreta y particulariza la relación sociedad

naturaleza, están los actores sociales quienes lo construyen, vivencian y le dan sentido. Los

actores son diversos, con intereses y dinámicas diferenciadas, con relaciones que se mueven por

emociones, sentimientos y racionalidades diversas, siendo un eje central allí no solo las

reciprocidades y solidaridades sino también las relaciones de poder cotidianas. Recordemos con

Raffestin que “cualquier relación está siempre marcada por el poder” (2013:308) y que la

dimensión política está siempre presente pues “es parte constitutiva de cualquier acción”

(2013:308). Por ello, las dimensiones de la configuración del territorio pasan ineludiblemente por

el tamiz den las dinámicas de poder.

Vale la pena insistir en que la configuración y reconfiguración territorial es un proceso constante,

inacabado, que se soporta y que refleja relaciones de poder, las cuales se van redefiniendo en

medio de continuos conflictos de diverso orden. Veamos con algún detalle cada una de estas

cuatro dimensiones.

12 Una primera versión de estas dimensiones la propuse en “Recomposición de territorios en contextos de guerra. Reflexiones

desde el caso colombiano”. En: Las configuraciones de territorios rurales en el siglo XXI. Editores Fabio Lozano y Juan

Guillermo Ferro. Editorial Pontifica Universidad Javeriana. Bogotá, 2009. PP 417-440. Una versión revisada aparece en

“Juventudes rurales e identidades territoriales” en prensa. Su pertinencia y potencial sigue en discusión en tanto herramienta

analítica que se pone a prueba en el análisis de diferentes realidades.

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Gráfico 2. Dimensiones de la reconfiguración territorial

Osorio, 2015

El paisaje

Es la dimensión física y perceptible. Es, al mismo tiempo, recurso de vida, marcador de

emociones y generador de prácticas concretas para su uso, según sus posibilidades y

restricciones. Recoge en su materialidad los diferentes recursos bióticos y abióticos, con todas

sus riquezas y potencialidades, pero también con sus restricciones, riesgos y fragilidades, dándole

particularidad. En tanto fotografía del territorio, se constituye en imagen que acompaña y marca

memorias e identidades de sus pobladores y se mantiene como referente clave de sus historias

personales y colectivas. Pero sobre todo, “los paisajes son proyectos políticos, es decir, procesos

inconclusos y saturados de poder que se materializan en ensamblajes concretos de naturaleza y

sociedad” (Ojeda y otros, 2014). Constituyen entonces la evidencia inscrita y tatuada de las

relaciones que lo han configurado.

Los paisajes son los primeros afectados con los proyectos de acumulación por desposesión. De

manera preliminar, podemos diferenciar tres grupos según ritmos e impactos predatorios de tales

proyectos: i) Efectos arrasadores, inmediatos e irreversibles como los minero-energéticos; es el

caso, por ejemplo, de La Toma, en el norte del Cauca, con la construcción de la represa La

Salvajina que recoge las aguas del río Ovejas, la afectación del paisaje y sus ecosistemas fue muy

rápida, radical e irreversible (Ararat y otros, 2013). ii) Efectos progresivos y poco evidentes de

en las formas de vida campesina, como los proyectos agroindustriales basados en el monocultivo,

estrategia del capitalismo verde. Es el caso de la palma aceitera, el cual fácilmente es valorado de

forma positiva en la medida en que se ha construido un discurso hegemónico que exalta la

promesa de beneficios económicos, ambientales y sociales que propician además el despegue de la

actividad agrícola con múltiples beneficios sobre la protección del medio ambiente y la producción

limpia, la deforestación, el desarrollo rural y el hambre, entre otros (Somo e Indepaz, 2015). iii)

Depredación encubierta y profundización de la exclusión de manera inadvertida, como los

proyectos turísticos (Osorio y otros, 2015). Buena parte del turismo está produciendo profundas

transformaciones espaciales en donde playas, manglares o sabanas dejan de ser bienes de uso

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público para convertirse en lugares de uso exclusivo o preferente para quienes pueden pagar ello

(Guilland y Ojeda, 2013).

Las prácticas territoriales:

Son los usos concretos que los pobladores le dan al territorio en su vida cotidiana. En tanto

conjunto de prácticas diarias de trabajo, ocio, producción, encuentro, conflicto, la cotidianidad

pasa por lugares concretos que le dan valor y sentido tanto al lugar como a la vida diaria. A través

de las prácticas el espacio es significado por cada persona, a la vez que se construyen entramados

sociales que dan sentido a la vida colectiva.

Las prácticas territoriales están profundamente articuladas a la expresión física del territorio, es

decir, al paisaje. Así por ejemplo, en el caso ya citado del embalse de La Salvajina, que respondió

a intereses de los empresarios azucareros, la población tuvo que desocupar el lugar sufriendo

gravísimas afectaciones, pues su territorio y todo lo que significaba en términos de siembra,

barequeo, ocio, es decir el profundo sentido de habitar (Tuan, citado por Yori, 1999) se vio

impedido de manera radical; se trató de un despojo con la promesa de desarrollo. “La

construcción del embalse es ante todo un momento clave en la consolidación de un particular

modelo de desarrollo. Que se sustenta en la creciente apropiación de la naturaleza y de la

fuerza de trabajo de los habitantes de la región (…) que requiere de la apropiación y control

sobre la tierra y el agua que solo es posible sobre la base del despojo” (Ararat y otros,

2013:175).

Las representaciones del territorio:

Estas corresponden a los códigos de sentido dados a los lugares. Allí encontramos, por una parte,

las representaciones de foráneos13 que son concepciones derivadas de lógicas, saberes e intereses

particulares que buscan imponer una representación del mismo, tales como las de científicos,

urbanistas y tecnócratas, pero también los citadinos, los inversionistas, los empresarios; es decir,

una mirada ajena al territorio. De otra parte, tenemos las representaciones de quienes habitan14 el

territorio que son códigos de sentido, de símbolos complejos, lugares clandestinos y subterráneos

de la vida social que tienen su razón de ser para quienes habitan el lugar. En tanto espacios

vividos, representan formas de conocimientos locales y menos formales que construyen y

modifican los actores sociales. Las diferencias y sentidos antagónicos en las miradas y los

intereses entre las representaciones del espacio y los espacios de representación configuran un

escenario que es a la vez de dominación y resistencia. Un ejemplo que ilustra muy bien las

tensiones entre las representaciones de quienes habitan u lugar y de los foráneos que le asignan

otros sentidos se hace evidente en los momentos de la consulta previa a la cual nos hemos

referimos anteriormente para las comunidades afro. Precisamente, es allí donde se ponen en juego

los intereses de las empresas mineras, portuarias y agroindustriales, frente a las maneras en que se

13 Corresponden a lo que Lefebvre identifica como representaciones del espacio. 14 Lefebvre los denomina como espacios de representación.

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significan y se viven esos territorios por parte de comunidades afrodescendientes, así como las

perspectivas normativas e institucionales de funcionarios quienes situados en el aparente lugar

neutral de las decisiones técnicas y normativas, con frecuencia resultan haciendo alianzas y

favoreciendo los intereses de los empresarios (Betancur y Osorio, 2013). Como lo ilustra muy

bien un estudio de caso en el Tolima, los funcionarios llegan a las reuniones en carros de las

empresas, lo cual muestra a los ojos de la comunidad la ausencia de distancia entre empresa y

estado frente al proceso de consulta previa (Ruiz, 2015).

Los intercambios sociales:

Son parte y fundamento de la construcción territorial y se tejen a partir de las relaciones con los

otros en un lugar concreto. Es allí que construimos referentes identitarios comunes, en medio de

una multiplicidad de conflictos y de ejercicios de reciprocidad y confianza. Los intercambios

sociales constituyen la piedra angular que va tejiendo el hilo invisible de las prácticas políticas y

culturales. De la mano de las representaciones territoriales, los intercambios sociales van

definiendo la cotidianidad de los vínculos que, bajo ciertas circunstancias, activan las dinámicas

de acción colectiva de defensa, reivindicación y resistencia. Para el caso de los pobladores de La

Toma, afectados por el despojo que se produjo con el embalse de La Salvajina a mediados de la

década del 80, esos intercambios y vínculos sociales tejidos en el tiempo pasan no solo por

relaciones familiares y de parentesco, sino que han transitado desde las Juntas de Acción

Comunal hasta el actual Consejo Comunitario, pasando por organizaciones productivas,

ambientales y artísticas, que agrupan hombres y mujeres de diferentes edades en torno a intereses

diversos (Ararat y otros, 2013).

La dimensión de los intercambios sociales en territorios concretos se constituye en el punto de

encuentro y desencuentro de las prácticas de dominación y de resistencia entre el gran capital y

los pobladores rurales. En la medida en que incursionan las corporaciones en los cerros, valles y

ríos, muchas poblaciones evidencian el riesgo de ese asalto a esos lugares vividos y requeridos

para la continuidad de sus existencia, y desde allí renuevan prácticas de resistencia y rechazo a

tales proyectos. Las diversas y cada vez más frecuentes respuestas de los movimientos

territoriales rurales en alianza con movimientos ambientales (Svampa, 2012), plantean nuevos

escenarios de coalición no solo entre comunidades rurales, sino entre estas y poblaciones urbanas,

consolidando redes mucho más amplias con capacidad suficiente para enfrentar de manera

sostenida el poder derivado de la alianza entre el Estado y el capital.

La dimensión política de los pobladores rurales, usualmente subestimada, se expresa y dinamiza

cuando está en riesgo su territorio y sus condiciones básicas para sobrevivir. Por supuesto, no son

respuestas mecánicas, ni generalizadas. Hay una serie de procesos intermedios que circulan entre

la percepción, comprensión, valoración y la acción que marcan cursos diferentes de respuesta y

propuesta para resolver tales situaciones. Esa es la tercera esfera que interactúa con las anteriores

y de la cual me ocupo a continuación.

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3. La esfera de las estrategias de los pobladores frente a la dominación

¿Qué factores inciden en el tipo de respuesta de un grupo frente a agresiones tan fuertes como la

afectación de sus territorios para explotaciones mineras o agroindustriales? Sin duda son

diversos y tienen una muy variada combinación que se deriva de sus propios procesos históricos.

Como lo señala Moore, “la capacidad humana para soportar el sufrimiento y el abuso es

impresionante” (1989: 26) ¿en qué momento se deja entonces de soportar y se pone un límite a

quien o quienes infringen el sufrimiento? Según el mismo autor, “el agravio moral y el

sentimiento de injusticia social tienen que ser descubiertos y (…) el proceso de ese

descubrimiento es fundamentalmente histórico” (1989:28). Las cambiantes definiciones e

interpretaciones históricas de lo que es o no inevitable en las diferentes culturas y tiempos, va a

redefinir lo que se concibe como justo e injusto por las personas en tanto individuos y colectivos.

Las oscilaciones “entre fragilidad y fuerza, indeterminación y determinación, indefinición y

definición” (Maroni citada por Porto Gonçalvez, 2001:206) se van tejiendo las luchas y

resistencias que se redefinen continuamente, en lo que Maroni ha denominado “el discurso de la

acción” (Ibid, 2001:206) el cual no siempre esta verbalizado, ni estratégicamente planteado, y

con frecuencia no es visible. Para verlo hay que buscarlo y para que se muestre “exige de quien

quiere verlo la comprensión de que el poder se filtra en lo social de múltiples maneras” (Ibid,

2001:206) que se despliegan en el presente y, sin estar aseguradas, pueden darse en el futuro.

Sin embargo, esas interpretaciones no están dadas, no son fijas, ni están unificadas. Surgen de los

procesos mismos y se construyen en medio de debates y disensos pues lo frecuente es que existan

interpretaciones heterogéneas y no siempre conciliables. Por lo mismo, son muchas las

encrucijadas de los colectivos para construir un sentido similar de injusticia, una valoración

común del agravio moral recibido, de las causas, las responsabilidades y las acciones a seguir. En

ese tránsito se pasa necesariamente por los disensos, pues como afirma Flórez, “los movimientos

sociales se mantienen activos en la medida en que dan cabida a los disensos como una dinámica

que acompaña y posibilita la búsqueda del consenso sobre sus principios de lucha” (2010: 133).

De esta manera las tensiones y diferencias internas se constituyen no en un hecho vergonzante u

obligante, sino en un lugar necesario para intercambiar, deliberar y tomar decisiones desde el

reconocimiento del valor de su heterogeneidad y polifonía.

Los disensos van a plantear diferentes caminos que, retomando a Hirschman (1977), orientan las

decisiones de un grupo de pobladores frente a realidades como la guerra y los proyectos

extractivos del gran capital. El autor señala tres caminos posibles: voz, salida y lealtad. Inspirada

en esa propuesta y en las realidades de diferentes procesos, señalo aquí ocho prácticas que van

entre sumisión y resistencia; podrían ser muchas más. Estas prácticas se dan de manera individual

o grupal. Sin embargo, es a partir de la negociación que se van marcando con más fuerza los

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procesos colectivos. Veamos algunas precisiones sobre cada una de ellas, teniendo en cuenta que

no son excluyentes ni estáticas.

La sumisión, es una dinámica en clave de silencio y desconfianza, que con frecuencia

invisibiliza los procesos de dominación que se imponen, provocando el repliegue de las

acciones colectivas públicas y explícitas de la población local. El sometimiento por la vía

armada impone temor y terror, a partir de hechos concretos de asesinato de líderes,

desapariciones y amenazas frecuentes. Se acude con frecuencia a textos ocultos y a

estrategias de resistencia cotidiana como mecanismos para manejar una realidad marcada

por una correlación de fuerzas tan desfavorable, que frena la confrontación abierta (Scott,

2000).

Aceptación: Implica acatar las imposiciones de quien domina, a veces porque se

consideran válidas y pertinentes, a veces bajo una falsa apariencia no exenta de una

mirada crítica a quien ejerce el poder. En definitiva, se trata de no hacer oposición. Esta

práctica de aceptación es una respuesta a los mensajes directos y tácitos que hacen

funcionarios estatales y funcionarios de empresas privadas, por ejemplo, en procesos de

consulta previa a los cuales me he referido anteriormente.

Negociación: esta es una práctica en donde el pragmatismo de una posible ventaja cobra

fuerza. “Del ahogado el sombrero” parece ser el dicho popular que valida esta opción, en

donde prevalece la posibilidad de una ganancia personal o colectiva, por poca que sea, en

medio de una situación desventajosa. Siguiendo con el ejemplo de la consulta previa, la

etapa de negociación está marcada por el despliega de una dinámica de demanda y oferta

entre comunidades y empresas. En ese proceso, la posibilidad de negarse al proyecto en

cuestión, va siendo postergada y excluida en función de la ilusión de poder lograr una

mejor negociación (Ruiz, 2015).

Alianza: Aquí la distancia con quien domina se hace muy difusa. “Si no puedes luchar

contra tu enemigo, únete a él” constituye el mandato de la sabiduría popular que legitima

situarse del lado de quien es más poderoso, en medio de una adversa correlación de

fuerzas, evitando cuestionamientos y críticas.

Inconformidad: surge de una valoración negativa de lo que sucede, en este caso de un

proyecto minero energético o agroindustrial. Puede estar basado en la experiencia

personal de los pobladores, como la contaminación del agua o la disminución de su

caudal, y también en información técnica que señala impactos negativos e irreversibles

que se dan a mediano y largo plazo, y que no son tan evidentes.

Oposición: en la medida en que se van afinando los argumentos de diverso orden para

confrontar decisiones de las empresas y que, incluso, se experimenta el atropello y abuso

de éstas, se va consolidando una fuerza que incluso supera la comunidad local, para

ampliar sus redes con comunidades urbanas con lo cual se afianzan procesos más sólidos.

La experiencia en Santurbán, en Santander y su proceso gradual de construcción de

alianzas hasta lograr un movimiento amplio y movilizaciones muy concurridas, constituye

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un buen ejemplo. Algo similar sucede en el proceso de oposición a la explotación minera

en Cajamarca, Tolima XX y en la provincia de Sogamuxi, Boyacá XX.

Salida: en el caso colombiano, corresponde con frecuencia al exilio interno. Huir se

convierte en una respuesta con múltiples lecturas. Para algunos, es una forma de resistir

para evitar ser dominados; para otros es una forma de protección vital frente a las

amenazas; otros más, lo consideran un acto de sumisión a las órdenes de los armados. Lo

cierto es que la salida se vive con profundo dolor y humillación, que se refuerza con los

estigmas y los señalamientos que dan cuenta de la “sospecha moral” (Agier, 2001)

asignados a los sobrevivientes. La salida, si bien permite escapar de la amenaza, sitúa a

las personas frente a otros procesos de dominación, exclusión y empobrecimiento

profundos en la ciudad, que no se logran resolver siquiera en el mediano plazo (Comisión

de Seguimiento, 2011).

Rechazo activo: se traduce en luchas abiertas, colectivas y sostenidas que para efectos de

los procesos en contra de proyectos depredadores se construye, usualmente, a partir del

potenciamiento de la identidad territorial. El espacio social es y ha sido siempre “político

y saturado de una red compleja de relaciones de poder/saber que se expresan en paisajes

materiales y discursivos de dominación y resistencia” (Oslender, 2002); y los pobladores

en desventaja buscan, construyen y mantienen diversas formas de resistir desde estos

mismos territorios no sólo como lugar, sino como fundamento y apuesta de sus luchas.

Así se configura la denominada “espacialidad de resistencia” (Ibid, 2002) presente, por

ejemplo, en comunidades negras del Pacífico colombiano, en donde, “la lucha por el

territorio está explícitamente vinculada a una re-interpretación del espacio y su

significado para los actores locales” (Ibid, 2002: 4) que se teje y define a lo largo de los

ríos constituyendo una fuerza importante para reivindicar sus derechos.

¿Por qué se realizan unas prácticas y no otras? ¿Por qué frente a una misma situación o realidad

las personas y colectivos optan por prácticas diferentes? He ahí una de las preguntas que ha

guiado buena parte de los estudios sobre movimientos sociales y acción colectiva. La conciencia

política, la información, la formación de identidades, la relación frente al adversario, los marcos

de sentido, las emociones, entre otras muchas, han sido respuestas válidas pero siempre

insuficientes para comprender procesos tan complejos y cambiantes y, sobretodo, para proponer

leyes universales.

Gráfico 3. Estrategias frente a la dominación y el despojo

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Osorio, 2015.

Retomo aquí algunos planteamientos desde los marcos de sentido, uno de los enfoques que he

podido profundizar y que considero dialoga muy cercanamente con mi aproximación. Las

prácticas de resistencia o de sumisión se inscriben, en buena parte, en la manera como las

personas organizan e interpretan sus experiencias. “Es un marco de referencia de la realidad

social que permite a los individuos percibir, identificar y etiquetar acontecimientos que

conforman sus experiencias vitales” (Paredes, citando a Goffman, 2013:21). Los marcos

permiten representar intereses concretos y son productos de interacciones y aprendizajes sociales.

Tomados así, de manera general, señalamos tres tipos de marcos que orientan de diferente

manera las respuestas frente a situaciones de confrontación con adversarios poderosos como

corporaciones y empresas interesadas en proyectos minero-energéticos. Se trata de los marcos de

sometimiento, marcos negociación y marcos de injusticia.

Los marcos de sometimiento se basan en mecanismos que paralizan y excluyen posibilidades de

reaccionar de quienes viven experiencias de dominación. Aquí encontramos el miedo, la

resignación y el sentido de la inevitabilidad, propuestos por Therborn (1991)15.

El miedo es un mecanismo ideológico imprescindible para que el ejercicio de la violencia, la

fuerza o la amenaza funcionen. En Colombia hemos vivido muy diversas formas de miedo, a

través de ejercicio de fuerza y de coacción ilustrada con hechos concretos como asesinatos de

líderes, masacres, desapariciones, entre otras. La versión más reciente, que busca intimidar a

partir del poder con el cual se cuenta y los círculos en los cuales se mueve quien quiere

dominar, es la frase “usted no sabe quién soy yo”.

15 El autor señala en conjunto seis mecanismos de sometimiento ideológico que aseguran la obediencia de los dominados y que

van a incidir en la organización y mantenimiento del poder político, incluso sin que seamos conscientes de su existencia y su peso

en nuestras decisiones. Los he retomado aquí y agrupados en dos conjuntos, que corresponden a los marcos de sometimiento y de

negociación.

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La resignación reside en una visión pesimista muy arraigada de las posibilidades de cambio.

“Es una forma de obediencia que deriva de las concepciones de la imposibilidad práctica de

una alternativa mejor, más que de la fuerza represiva de los poderes existentes” (Ibid,

1991:78). Incluye además, la poca información para valorar el alcance de ciertas decisiones

de empresas e instituciones públicas que se presentan como definitivas.

El sentido de inevitabilidad lleva a la obediencia “por ignorancia de cualquier tipo de

alternativa” (Ibid, 1991:76). El reconocimiento de un poder muy grande, de un adversario

muy poderoso y de decisiones irreversibles acompaña este sentido de inevitabilidad.

Resignación e inevitabilidad son, sin duda, muy próximas.

Los marcos de negociación configuran un espacio, en el cual pese a tener críticas y objeciones

frente al dominador, se privilegia algún tipo de negociación o alianza. Los mecanismos que se

incluyen aquí son la adaptación, el sentido de representación y la deferencia (Ibid, 1991).

La adaptación, es una especie de conformidad, pues los dominados “consideran que para

ellos hay otros rasgos del mundo más importantes que su actual subordinación” (1991:75) e

incluye la oposición adaptada. Es decir, aunque haya inconformidad no se está dispuesto a

combatir de manera sistemática, pues se tienen satisfechas algunas demandas importantes. Es

lo que se concreta en frases como “Por lo menos tenemos empleo; podíamos estar peor. Para

que nos metemos en líos”.

El sentido de representación se da porque los dominados consideran que los dominadores

actúan en su favor. Algunas frases que ilustran este mecanismo se escuchan especialmente

frente a dirigentes políticos: “El alcalde hace lo que puede, pero es que los problemas son

muy graves y no puede tener contentos a todos”.

La deferencia es una valoración que se asigna a los dominadores como poseedores de

cualidades superiores necesarias para dominar. “Una persona muy instruida y estudiada,

tiene muy buenos contactos, sabe bien qué hacer. Sabe dónde ponen las garzas”. En términos

de las reelecciones está la manida frase “Es mejor malo conocido que bueno por conocer”.

Los marcos de injusticia producen un juicio moral con respecto a la situación. Al definir una

situación como moralmente injusta, los marcos permiten organizar la experiencia colectiva y

guiar la acción social, es decir vinculan lo cultural y lo público con lo personal; en tanto creencias

y significados legitiman las actividades de un movimiento social (Chihu y Lopez, 2004). A

diferencia de los marcos de sometimiento y negociación, los marcos de injusticia permiten

configurar una acción colectiva de resistencia para resolver situaciones estructurales, que exigen

debate y deliberación permanentes. Es en esta perspectiva que se ha construido una literatura

creciente que se identifica como marcos de acción colectiva (MAC)16. Los marcos de injusticia

posibilitan nuevos sentidos frente a los problemas en, por lo menos, tres ámbitos claves:

16 Para una revisión sobre diversos autores y contribuciones, consultar por ejemplo Cefaï y Trom, 2002; Paredes, 2013, Rivas,

1998, Chihu y López, 2004.

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Comprensión crítica de una situación injusta que permite precisar sus causas y sus

consecuencias.

Asignación de responsabilidades, derivada de la comprensión crítica de la realidad (Chihu y

López, 2004).

Sentido de agencia que “se refiere a la capacidad de generar la consciencia de que es

posible cambiar las prácticas sociales que producen la situación injusta, a través de la

acción colectiva y la movilización” (Paredes, citando a Gamson, 2013). Quienes se movilizan

sienten que están siendo actores de su propia historia. El sentido de agencia pasa por

autoasignarse un lugar en la sociedad, como sujeto de derechos y anima a configurar

estrategias, propuestas y planes de cómo trasformar su realidad.

Los marcos de sometimiento, negociación e injusticia alimentan de manera constante las

decisiones y recrean las opciones individuales para enfrentar las realidades que se quieren

cambiar. Si bien puede haber unas formas individuales de significar los problemas y de organizar

las experiencias, son los procesos sociales colectivos los que permiten intercambiar, profundizar

y cualificar las prácticas políticas. Así, por ejemplo, los marcos de injusticia no siempre

anteceden a las acciones de protesta sino que, con frecuencia, es en medio de las situaciones

concretas que se construyen y “difunden nuevos significados en la sociedad a través de formas de

acción colectiva” (Melucci, 1994: 120).

Ahora bien. Las prácticas de los dominados se definen y experimentan en medio de profundas

ambigüedades. Es decir, no son necesariamente ni totales ni permanentes ni explícitas o abiertas.

La relación entre actores e intereses no está claramente delimitada por una frontera estable. Las

dinámicas de alianza, cooperación, rechazo o resistencia son diversas según el sexo, la edad, la

etnia o el estrato social, aun dentro de una misma comunidad local. Las estrategias de usurpación

y dominación se mueven entre la oportunidad y la coerción, en medio de una ambigüedad

permanente que se mueve por factores como el empleo, la articulación con redes económicas, la

protección, el poder, la seguridad, el control social, moral, la posición social, entre otros. Y frente

a estas estrategias, las prácticas de respuesta se mueven entre el sometimiento, la negociación y la

reacción frente a la injusticia.

Las decisiones para enfrentar a un adversario poderoso,-como una empresa multinacional, aliado

y protegido usualmente por políticas del Estado y también por sus fuerzas militares y policiales-,

no son fáciles. Y se complejizan mucho más, cuando la guerra sucia muy presente en el país,

facilita el uso de fuerzas que no son claramente identificables, para imponer la amenaza y la

intimidación como estrategia para distraer y neutralizar la crítica y la acción colectiva

contestataria que deslegitima sus intereses. Asumir decisiones de confrontación en tiempos largos

e inciertos, está mediado por una serie de procesos no evidentes y poco claros en sus

manifestaciones, que Bloch (2006) denomina lo-que-todavía-no-es o que aparenta no ser. Es

decir, un movimiento o una acción colectiva no siempre tienen claro desde el primer momento lo

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que puede hacer y hasta dónde puede llegar. Ese es un camino abierto que se construye en la

medida en que se avanza, se aprende, se confronta al adversario y se interactúa en esa

confrontación. Pero las cosas no siempre son tan explícitas. Como señala Scott (2000) el arte de

la resistencia de los débiles consiste en conspirar para reforzar las apariencias hegemónicas,

mientras es posible una verdadera rebelión. Por ello, es importante tener en cuenta que el discurso

público no da cuenta de todo lo que sucede en las relaciones de poder, dado que tanto

subordinado como dominador van a ajustar comportamientos y discursos a aquello que

consideren más pertinente. Se trata de una puesta en escena que rebela mucho, al tiempo que

disimula otro tanto. Por supuesto, hay también discursos ocultos. Y allí está la mayor apuesta del

autor. “El análisis de los discursos ocultos de los poderosos y de los subordinados hace posible,

creo yo, una ciencia social que revela contradicciones y virtualidades; que alcanza a penetrar

profundamente, por debajo de la tranquila superficie que a menudo presenta la adaptación

colectiva a la distribución del poder, de la riqueza y del rango social” (Scott, 2000:13). Todo

este proceso de enmarcamiento no solo se mueve desde una perspectiva de la razón, la

información y el conocimiento. Las emociones, entran también como parte del repertorio cultural,

al mismo nivel que las formas cognitivas, los saberes implícitos, los principios morales y las

intuiciones estéticas; son indisociables de nuestros actos de percepción, de análisis y de juicio

valorativo, y contribuyen a la definición de las situaciones, los eventos y las acciones (Jasper,

2001).

Para cerrar

Dominación y resistencia nos remiten a una discusión sobre el poder, entendiendo este como

“cualquier relación regulada por un intercambio desigual” (De Sousa Santos, 2003:303). Con

frecuencia hay una convergencia de formas de poder que configuran verdaderas constelaciones

de poder, que gobiernan y se imponen; son “como ríos (…) irreversibles, y que nunca pueden

regresar a las fuentes” (Ibid, 306). Todo ello hace mucho más difíciles las posibilidades de

desobediencia y de autonomía. Así, mientras las estrategias de usurpación y dominación del

capital se mueven, jugando con dos formas bastante eficientes, la oportunidad y la coerción; las

demandas e impugnaciones de la población se expresan en medio de la precariedad material y el

miedo. Y entre estas dos esferas se imponen el terror y la fascinación. El primero derivado de las

prácticas de violencia en todas sus formas, y la segunda emanada de la promesa del desarrollo

con todos sus espejismos. El terror, un dispositivo poderoso para lograr obediencia y sumisión; y

la fascinación, que se sustenta en el deseo de cada uno, “sea cual sea la posición social que

ocupe, de identificarse con el tirano haciéndose el amo de otro” (May, s.f.: 13).

Para Foucault (1994) desde el momento en que se da una relación de poder, se da una posibilidad

de resistencia; la resistencia no existe por fuera del poder sino que forma parte de este. En

palabras de De Sousa Santos, la emancipación, al igual que el poder es profundamente relacional.

Por ello, las relaciones emancipadoras se dan al interior de relaciones de poder “como resultados

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creados y creativos de contradicciones creadas y creativas” (2003:306). La resistencia no

responde solo, ni principalmente, “a una acción meramente recuperadora, defensiva, de

derechos, sino a la necesidad de potenciar un campo estratégico con el poder, que transforma

las resistencias parciales, fragmentadas, en una estrategia de contrapoder” (Nieto, 2008: 242).

En ese sentido el ejercicio del poder estaría situado tanto en los dominadores como en

dominados, posibilitando una mirada esperanzadora para conflictos con una correlación de

fuerzas tan adversa para los segundos, como lo son los referidos en este texto, donde el poder del

gran capital parece casi indestructible, pues cuenta además con el apoyo institucional, incluyendo

el poder militar del Estado, y en el caso colombiano también el poder militar ilegal, para defender

sus intereses.

Lo aquí esbozado en los esquemas es solo una forma de recoger prácticas y experiencias diversas.

Es una herramienta analítica que insiste en el movimiento e interacción que caracteriza tales

experiencias. Las prácticas señaladas en los gráficos no son ni las únicas, ni las mejores. No son

absolutas, ni permanentes, ni siempre explícitas o tácitas. Son caminos diversos aun dentro de un

mismo contexto. Tampoco tienen un único ordenamiento y se viven en medio de profundas

ambigüedades.

Soy consciente de las restricciones de los esquemas en la medida en que detienen procesos

dinámicos y cambiantes. Por ello, es necesario recordar una vez más que se trata solo de

representar abanicos de posibilidades y de relacionar esferas de procesos, cada uno complejo en

sí mismo. Agrupar los matices de las relaciones conflictivas entre la dominación y la resistencia,

busca aportar en tanto instrumento de lectura de tales procesos. La propuesta tiene un carácter

abierto, en construcción permanente para su relectura y adecuación por parte de activistas y

estudiosos de estos procesos. Cada uno de los tres ejes aquí explorado, está marcado por procesos

altamente dinámicos, cambiantes, que están a su vez en continua interacción con actores diversos

a través del tiempo, lo cual exige advertir las limitaciones de los enfoques y categorías que

empleamos para comprender las distintas formas y expresiones de dominación y resistencia

conexas con procesos de despojo territorial y guerra. Su movimiento constante e interactuante va

a provocar que ante situaciones aparentemente similares se gesten respuestas muy distintas en

una dinámica con un curso de acción específico que lleva a nuevas realidades y desafíos. La

incertidumbre de procesos abiertos a construirse y reorientarse de manera constante es parte de

esa magia inagotable que alimenta la sociedad.

La codicia exacerbada del capital está transformando y afectando los territorios de los pobladores

y con éstos, relaciones fundamentales y vitales. De allí que, en medio de varios caminos, la lucha

por la defensa territorial vaya siendo cada vez más frecuente en el continente. En medio de la

adversa correlación de fuerzas, la activación de “la chispa adecuada” vista como un proceso con

potenciales efectos en cadena, puede ser parte de un camino interesante para ampliar las

posibilidades de insubordinación gradual y global, asentada y sostenida en lugares concretos.

Necesitamos de esas miradas, lecciones y prácticas esperanzadoras. “El ser humano sabe hacer

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de los obstáculos nuevos caminos, porque a la vida le basta el espacio de una grieta para

renacer” (Sábato, 2005:158)

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