DESAMOR: LAS CARTAS DE KAFKA A FELICE BAUER · Marguerite Duras (El amante) ... cicio de creación...

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Los Cuadernos de Literatura ESTRATEGIAS DE DESAMOR: LAS CARS DE KAFKA A FELICE BAUER Soledad Manzano «Nunca he escrito , cre y endo hacerlo , nunca he amado , cre y endo amar , nunca he hecho nada salvo es p erar delante de la p uerta ce- rrada...» rguerite Duras (El amante) A bordar el estudio o, más modestamen- te, la lectura de la correspondencia que Kaa dirigiera a Felice Bauer, obliga a la creación de un cierto prurito, una cierta molestia de índole ética que supone el he- cho, en sí obsceno, de la lectura de un agmen- to de la interioridad de un «otro». Al auxilio de tales inquietudes éticas acude, inevitablemente, la teoría con su meta-discurso: lEs ya Felice Bauer la verdadera destinataria de la correspondencia, dado el nómeno de di- sión masiva de las cartas? lEs tal corresponden- cia un «agmento de interior» del mismo Kaa o supone, en la transgresión inevitable que la di- sión opera, un relato literario sin más, si no como tal concebido, sí transrmado al hilo de la lectura? lEs ficción por la mera adscripción del texto a un género literario, o permanece sin em- bargo en el ámbito de la intimidad que posterio- res intereses han desvirtuado? La tentación del análisis borra, o mitiga, los dictados de una conciencia ética. Concebido co- mo texto literario, o más simplemente aún, co- mo texto, realizamos un ejercicio de simplifica- ción: poco importa entonces la lucha interior de un hombre que se debatía entre el amor y la li- teratura, poco los ntasmas que atenazaban su escritura y la prevista recepción de ésta. Nada importaría entonces que sea Kaa, escritor con- trovertido, el autor de estas epístolas de amor y des-amor. lQué queda entonces? lPor qué el in- terés de su estudio? El ansia de inmanentismo que caracteriza gran parte de la crítica moderna no satisce ple- namente el objetivo final del estudio del «tex- to». Ni con mucho. Las cartas de Kaa a Felice Bauer (1912- 1917) son mucho más que un texto. Expresión de sentimientos, lirismo crudo y angustiado. Subjetivismo absoluto que desborda el mero diálogo implícito que se supone entre él y su destinataria. Y es que la correspondencia entre Kaa y Fe- lice Bauer, -de la cual sólo conserva la parte por 62 él dirigida-, adquiere una dimensión narrativa que permite la consideración de sus cartas como relato autónomo desde el nómeno mismo de la recepción, proceso de una historia con prota- gonistas re-creados en el interior del texto, ejer- cicio de creación literaria sobre y para el amor: amor re-creado, o creado, simultáneamente, al hilo de la escritura del propio texto. Inspiración primera o programa narrativo donde el amor se ubica como verdadero objeto- valor del relato. Amor como principio motor o eje mismo de la escritura o bien producto resul- tante del acto mismo de escribir. En este senti- do, cabría resaltar un aspecto básico que confi- gura toda la correspondencia de amor que Kaa dirigió a Felice: El amor, que progresivamente va adquiriendo cuerpo y sustancia, que se enun- cia a lo largo de todo un programa narrativo des- de el tímido «Querida señorita» hasta el íntimo «Mi amor», es producto o uto de la intensidad pre-determinada que se le asigna a todo proceso sentimental. Si tenemos en cuenta que Kaa y Felice no se vieron desde agosto de 1912 hasta marzo de 1913, que en este largo intermedio la expresión, -o el amor, que es lo mismo-, ad- quiere una gran intensidad, es de suponer que tal intensidad se desarrolla y expande, reflexiva- mente, de rma inmanente, en sí misma, con la intensidad propia de un relato literario que ne- cesita de momentos culminantes, de un clímax preciso que constituye el «nudo» del relato. Es, pues, la escritura, la expresión de esta subjetividad genial de Kaa, la que insufla y da vida a este concepto vacío y oscuro que sólo ad- quiere sentido en el juego de la expresión y de la palabra. El amor es así un producto que resul- ta del laberinto sintáctico, de la consideración expresiva de una historia no-real, sino recreada en los límites mismos de la ficción y la subjetivi- dad. Ensoñación o quimera que sólo en el ejer- cicio individual y solitario de la escritura, -y posteriormente, de la lectura-, adquiere expre- sión y existencia. Varios son los mecanismos de que dispuso Kaa para la elaboración de esta ficción, de este relato pasional. Mecanismos que van desde la ente inagotable de una sensibilidad excepcio- nal, a los recursos que el mismo lenguaje oece para la re-creación de «realidades» sólo aborda- bles desde el mismo texto. La expresión del subjetivismo que caracteriza la correspondencia epistolar desde la instancia misma de la enun- ciación, dispone de una amplia gama de recur- sos que crean la ilusión de compartir una viven- cia íntima e intransrible. Es así, sólo en el juego de las propias palabras, en los mecanismos textuales de inclusión del destinatario, -Felice-, en la ilusión de presen- cia del narrador ante el narratario, donde descu- brimos el lado ficcional, la genialidad y al mismo tiempo, la materialidad de un amor que se creó y se concluyó a través de la escritura. Kaa se presenta ante Felice. Le oece una

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Los Cuadernos de Literatura

ESTRATEGIAS DE

DESAMOR: LAS

CARTAS DE KAFKA A

FELICE BAUER

Soledad Manzano

«Nunca he escrito, creyendo hacerlo, nuncahe amado, creyendo amar, nunca he hechonada salvo esperar delante de la puerta ce­rrada ... »

Marguerite Duras (El amante)

Abordar el estudio o, más modestamen­te, la lectura de la correspondencia que Kafka dirigiera a Felice Bauer, obliga a la creación de un cierto prurito, una

cierta molestia de índole ética que supone el he­cho, en sí obsceno, de la lectura de un fragmen­to de la interioridad de un «otro».

Al auxilio de tales inquietudes éticas acude, inevitablemente, la teoría con su meta-discurso: lEs ya Felice Bauer la verdadera destinataria de la correspondencia, dado el fenómeno de difu­sión masiva de las cartas? lEs tal corresponden­cia un «fragmento de interior» del mismo Kafka o supone, en la transgresión inevitable que la di­fusión opera, un relato literario sin más, si nocomo tal concebido, sí transformado al hilo de lalectura? lEs ficción por la mera adscripción deltexto a un género literario, o permanece sin em­bargo en el ámbito de la intimidad que posterio­res intereses han desvirtuado?

La tentación del análisis borra, o mitiga, los dictados de una conciencia ética. Concebido co­mo texto literario, o más simplemente aún, co­mo texto, realizamos un ejercicio de simplifica­ción: poco importa entonces la lucha interior de un hombre que se debatía entre el amor y la li­teratura, poco los fantasmas que atenazaban su escritura y la prevista recepción de ésta. Nada importaría entonces que sea Kafka, escritor con­trovertido, el autor de estas epístolas de amor y des-amor. lQué queda entonces? lPor qué el in­terés de su estudio?

El ansia de inmanentismo que caracteriza gran parte de la crítica moderna no satisface ple­namente el objetivo final del estudio del «tex­to». Ni con mucho.

Las cartas de Kafka a Felice Bauer (1912-1917) son mucho más que un texto. Expresión de sentimientos, lirismo crudo y angustiado. Subjetivismo absoluto que desborda el mero diálogo implícito que se supone entre él y su destinataria.

Y es que la correspondencia entre Kafka y Fe­lice Bauer, -de la cual sólo conserva la parte por

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él dirigida-, adquiere una dimensión narrativa que permite la consideración de sus cartas como relato autónomo desde el fenómeno mismo de la recepción, proceso de una historia con prota­gonistas re-creados en el interior del texto, ejer­cicio de creación literaria sobre y para el amor: amor re-creado, o creado, simultáneamente, al hilo de la escritura del propio texto.

Inspiración primera o programa narrativo donde el amor se ubica como verdadero objeto­valor del relato. Amor como principio motor o eje mismo de la escritura o bien producto resul­tante del acto mismo de escribir. En este senti­do, cabría resaltar un aspecto básico que confi­gura toda la correspondencia de amor que Kafka dirigió a Felice: El amor, que progresivamente va adquiriendo cuerpo y sustancia, que se enun­cia a lo largo de todo un programa narrativo des­de el tímido «Querida señorita» hasta el íntimo «Mi amor», es producto o fruto de la intensidad pre-determinada que se le asigna a todo proceso sentimental. Si tenemos en cuenta que Kafka y Felice no se vieron desde agosto de 1912 hasta marzo de 1913, que en este largo intermedio la expresión, -o el amor, que es lo mismo-, ad­quiere una gran intensidad, es de suponer que tal intensidad se desarrolla y expande, reflexiva­mente, de forma inmanente, en sí misma, con la intensidad propia de un relato literario que ne­cesita de momentos culminantes, de un clímax preciso que constituye el «nudo» del relato.

Es, pues, la escritura, la expresión de esta subjetividad genial de Kafka, la que insufla y da vida a este concepto vacío y oscuro que sólo ad­quiere sentido en el juego de la expresión y de la palabra. El amor es así un producto que resul­ta del laberinto sintáctico, de la consideración expresiva de una historia no-real, sino recreada en los límites mismos de la ficción y la subjetivi­dad. Ensoñación o quimera que sólo en el ejer­cicio individual y solitario de la escritura, -y posteriormente, de la lectura-, adquiere expre­sión y existencia.

Varios son los mecanismos de que dispuso Kafka para la elaboración de esta ficción, de este relato pasional. Mecanismos que van desde la fuente inagotable de una sensibilidad excepcio­nal, a los recursos que el mismo lenguaje ofrece para la re-creación de «realidades» sólo aborda­bles desde el mismo texto. La expresión del subjetivismo que caracteriza la correspondencia epistolar desde la instancia misma de la enun­ciación, dispone de una amplia gama de recur­sos que crean la ilusión de compartir una viven­cia íntima e intransferible.

Es así, sólo en el juego de las propias palabras, en los mecanismos textuales de inclusión del destinatario, -Felice-, en la ilusión de presen­cia del narrador ante el narratario, donde descu­brimos el lado ficcional, la genialidad y al mismo tiempo, la materialidad de un amor que se creó y se concluyó a través de la escritura.

Kafka se presenta ante Felice. Le ofrece una

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viva imagen de su «Yo», de su lugar y de su tiempo. Se presenta en un escenario «real», sólo susceptible de ser vivido en el acto mismo de la inscripción textual: «Es muy tarde, mi pobre y atormentado amor. Después de una sesión de trabajo no demasiado mala pero así demasiado cor­ta, hace ya un buen rato que he vuelto a hundirme en mi sillón y ha acabado haciéndose tarde ... »

Ilusión de presencia: «Es muy tarde». Poco importe que la instancia de la recepción se halle separada en el tiempo y el espacio de ese remi­tente que enuncia desde el presente mismo, desde el «aquí» y «ahora» que el «otro» recibe como imagen. Re-creación de un presente del destinador en el futuro de un destinatario. Fu­sión de dos tiempos que sólo se encuentran en la marca textual que se ofrece en la carta. Pre­sente destinado al futuro: pasado sólo abolible en una recepción que fusione el acto de la lectu­ra con el acto de la escritura misma.

Este carácter diferido de la comunicación amorosa, -y epistolar en conjunto-, no limita, sino que engrandece y sublima al amor. Pudié­ramos así suponer en Felice un «Yo ya no leo desde aquí, sino desde tu mismo pasado que yo hago presente en mí».

Primacía del presente frente a dos instancias temporales abolidas: «Yo olvido el pasado en que tú me escribiste, pero tú olvidas el futuro en que yo recibiré tu carta».

Encuentro de dos instancias separadas en el plano de lo «real»: Paso a la ficción, a la re-crea­ción de aquello que sólo es ilusión de encuen­tro. Disolución de un «tú» y de un «yo», sólo re­dimibles en un «nosotros» del presente recreado.

«No te engañes, amor mío, la causa del mal no reside en la distancia, al contrario, es precisa­mente en el alejamiento donde, al menos, me es dado como un soplo de derecho a tí, y a él me aferro en la medida en que lo incierto se deja te­ner por manos inciertas» ...

EL «YO» DIVIDIDO

Pero no hay que dejarse engañar demasiado por esta ilusión de simultaneidad que el enun­ciador crea cara al destinatario. El narrador no sólo es enunciador sino también sujeto del enunciado y, por lo tanto, sujeto de una narra­ción que el enunciador ofrece al enunciatario. Como «yo narrante» calificaríamos así al Kafka «real» que re-creaba a este otro Kafka objetiva­do-narrado que Felice recibía.

División del «yo» en un «yo narrante» y un «yo narrado» que, si bien coincidentes en el pla­no referencial, adquieren status diferentes en un plano puramente textual. Y es en este «yo narrado» donde se hace posible la consideración del texto como relato, donde la dimensión sub­jetiva o lírica se reduce a una consideración on­tológica no pertinente en el anális del «texto». Es en virtud de esta escisión del «Yo» donde en­contramos, tal que en un relato, un sujeto real

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inasible y un sujeto ficticio o figura de discurso que deviene alcanzable en el simulacro de la es­critura y, por ende, de la posterior recepción.

Emisor y receptor, figuras interrelacionadas en todo discurso, forman así parte de una misma instancia actancial de esta comunicación «en di­ferido». De aquí que la relación dialógica que entre ambos se establece se haga explícita en la carta, no sólo mediante la exhibición de marcas de la propia situación de enunciación, sino tam-

bién de la misma situación de recepción que el emisor prevé y figura en su «relato».

La división del «Yo», esta especie de desdo­blamiento del que emite y que se narra, recuer­da ese carácter dual que toda carta posee en su misma esencia: aquélla que, retomando los tér­minos de Patrizia Violi, llamamos «soledad au­tosuficiente de la escritura» y que remite al acto del «yo narrante» o sujeto de la enunciación y a ese otro «yo» objetivado y objetivable que apa­rece como figura de discurso, sujeto de un relato autónomo y que el «otro» interpreta como pro­tagonista de la experiencia narrada.

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El desdoblamiento del «Yo» Kafkiano es, sin embargo, un fenómeno que supera lo puramen­te narrativo para situarse en un nivel existencial. Existencia dividida y en lucha ante la indecisión que supone la disyunción entre la literatura o el amor. Esta disyunción inconclusa, -eje motor de la correspondencia-, le sitúa en una posición de absoluta inadecuación entre dos «mundos posibles»: Su «Yo lírico», -mundo posible del Yo interior-, frente al «Yo real», - mundo posi-

ble del Yo objetivado, el «él» contemplado por el «yo» o la «no persona» que pertenece a la rea­lidad-.

Su «yo objetivado», el «él» extraño que se contempla desde el «Yo», no es más que la ima­gen que Kafka ofrece a Felice pero que también, tal que ocurre en la confesión íntima o en el monólogointerior, establece el mismo contacto entre dos «Yo» escindidos. Si la imagen, en de­finición de Barthes, no es más que aquello que nos excluye, se comprende entonces la «deste­rritorialización» de una imagen por otra: La ima­gen de un «Yo mismo» (Yo lírico) por una ima-

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gen del «Yo objetivado-narrado» que no es más que el «él» o la no-persona, en términos de Ben­veniste.

Se observa así, a lo largo de estas cartas, dos conglomerados conceptuales opuestos y contra­dictorios que denotan el sentido último de esta correspondencia: [Y o interior-yo-mismo-subje­tivismo-región de tinieblas-literatura] frente al [Yo real-Yo/ él ( del mundo )-objetivismo-reali­dad-Matrimonio (Felice)].

Esta división del «Yo mismo» y el «Yo del mundo» se opera no sólo en la estructura pro­funda del texto, sino también en un nivel de su­perficie: Tal que si las cartas cumplieran la fun­ción de «diario», Kafka se observa a sí mismo, se escinde en autor y personaje, se relata:

... «Me doy a mí mismo la impresión de que no hubiera vivido nada ... »

Pero incluso sobre este «Yo narrante» aparece a veces otro Yo más real, una visión omniscien­te que convierte en objeto de observación su propio «Yo narrante»:

... «Cuando narro tengo una sensación como la que pudiera tener un niño pequeño que reali­za sus primeros intentos de andar...»

En esta observación continua del Yo por el Y o, en esta «esquizia» constante, se repiten los reproches o quejas que Kafka se dirigiera res­pecto a una pérdida de sí mismo, en definitiva traducible en una pérdida de entrega a la litera­tura, lo que a veces llamara Kafka su «verdadero Yo», frente a ese otro mundo exterior del que Felice formaba parte y del que era principal ex­ponente:

« ... Creo que todavía no has comprendido sufi­cientemente que la creación literaria constituye la única posibilidad de existencia real que tengo ... »

Sin embargo, la aparente «exclusión» de Feli­ce no obsta para que a «ella» le sea concedida el papel de «salvadora» y de «espectadora» de los procesos interiores de Kafka. Salvadora en cuan­to al «deber social» que Kafka creía impuesto y que es traducible en la creación de una familia (matrimonio, hijos). Pero es más, este «deber» trasciende lo social para transformarse en una especie de «deber místico» o mandato supremo que obliga al Hombre a perdurarse a sí mismo en el amor. El papel de espectadora se hace es­pecialmente patente en el contenido de cartas que, bajo excusa de dirigirse a Felice, sirven de reflexión íntima al mismo Kafka:

«lNo te has fijado, Felice, que en mis cartas realmente no te quiero, pues si te quisiera ten­dría que pensar solamente en tí y hablar de tí tan sólo, y que en cambio lo que sí hago real­mente es adorarte y esperar de tí no sé qué ayu­da y bendición en los casos más descabella­dos? ... »

Felice no es, pues, como pudiera pensarse en un principio, un verdadero impedimento a la creación literaria; lo es tan sólo en la medida en que ella sea una «aliada» del Y o extraño a sí mismo. En la construcción del «tú ideal» que

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Kafka incorpora como estrategia de la relación, a Felice se le designa el rol de «refugio espiri­tual», desde el cual Kafka puede enfrentarse a esa realidad exterior, al mundo, a su «Yo-él, an­te el cual Kafka nunca dejó de sentir una sensa­ción de «extrañamiento»:

« ... Si supieras lo que es esta sensación de es­tar refugiado en tí de este mundo monstruoso con el que sólo me atrevo a enfrentarme en no­ches de creación literaria ... »

Conflicto interpersonal, pero sobre todo per­sonal, interno al «Yo» de Kafka. Esquizia cons­tante, superposición de imágenes y juego de su­perficies confusas que desdibuja paralelamente todo juicio de razón sobre lo «verdadero» y lo «falso»

... ««Esto es, naturalmente, falso y exagerado, y sin embargo es verdad, la única verdad ... »

Conflicto evaluativo incapaz de establecer tampoco distinción alguna entre la felicidad y la desdicha:

... «No quiero dejar de decir que me gustaría sólo disminuir mi desdicha, pero no ipor el amor del cielo! mi felicidad ... »

... «Soy demasiado feliz y sufro demasiado desde hace ya más de una semana ... »

... «Sin ella no puedo vivir, y con ella tampoco ... » Estas contradicciones expresivas e internas de

Kafka, se hacen asimismo patentes en la consi­deración que él tenía de la misma corresponden­cia en que basaba su relación: A veces, la refle­xión sobre las cartas adquiere un tono amargo, de autorreproche, como si la traslación del senti­miento a la palabra sólo ocasionara un efecto de mentira. A veces, reconocimiento de la infinitud de la palabra, sustitutoria o, incluso, creadora del mismo sentimiento:

« ... Sólo te retengo a mi lado de una manera artificial, a fuerza de mandarte carta tras carta y, de ese modo, te impido que cobres conciencia de las cosas y te empujo a emplear precipitada­mente las viejas palabras sin su viejo sentido ... »

Sin embargo, anota en su diario: «Lo infinito del sentimiento sigue siendo

igual de infinito en el seno de la palabra que en el seno del corazón en el que había surgido ... »

LA DIALOGIA DE LA CARTA

El carácter dialógico de la carta, la presuposi­ción desde el Yo-enunciador de un tú-enuncia­tario, aparece íntimamente relacionado con un tono de confesión lírica, casi de «Diario». Las cartas abundan por esta razón en falsas interro­gaciones retóricas que, aunque formalmente di­rigidas a Felice, se dirigen a él mismo:

... «Pero entonces, Felice, lpor qué no te trai­go inmediatamente a mi lado, al menos tan cer­ca como es posible en el espacio? lPor qué, en lugar de hacerlo, me acurruco en el suelo del bosque como los animales que te atemori­zan? ... »

Las interrogaciones retóricas responden de

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una forma de diálogo inexistente implícito. Kaf­ka huye de las confesiones directas, de los enun­ciados asertivos o constatativos. Cuando se trata de expresar sus sentimientos, la fórmula adopta­da es la interrogación retórica, tal como si reto­mara un discurso anterior del enunciatario-Felice:

... «lQue cómo me encuentro después de ha­berme despedido de tí? lEs que crees que no siento al unísono contigo? lCrees que después me importe algo mi vida?»

« .. . lEs que acaso existe algo que pueda recla­mar mi atención hasta el punto de impedirme pensar en tí?»

Es prácticamente imposible encontrar una de­claración formal de amor a Felice. Aun cuando, implícitamente, sobreentendemos una pregunta directa de Felice en su carta anterior, Kafka sólo responde con una refutación al motivo de tal pregunta, lo que hace persistir una especie de duda:

.. «No tienes que preguntar si te quiero. A ve­ces, tengo la sensación de que todo, todo está desierto, y que tú te alzas, solitaria, sobre las ruinas de Berlín ... »

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Donde la imagen metafórica desierto = sole­dad interior de Kafka, vuelve a reestablecer a Felice como «refugio» de sus propios fantasmas interiores, con lo que retoma de nuevo una te­matización de la carta basada en él mismo y reanu­da el rol concedido a Felice como su «salvadora».

Kafka también es magistral en la creación de «efectos de realidad» allí donde sólo hay ficción, o construcción imaginaria del destinatario-Feli­ce. Así, en el párrafo que cito más abajo, Kafkaatribuye a Felice un reproche supuestamentesusceptible de haber sido dirigido por ella y queen realidad no es más que la reproducción y laatribución a Felice del verdadero concepto queKafka poseía de él mismo, de sus cartas y de lamisma relación que ambos mantenían.

La atribución de pensamientos a Felice se lle­ga a expresar incluso en la forma de cita en esti­lo directo, como si él retomara de forma fiel un discurso sin embargo inexistente: esta táctica permite a Kafka desresponsabilizarse de sus pro­pios temores y complejos, atribuyéndoselos a su partenaire de la forma más «objetiva posible» y que no es, sin embargo, más que el límite de la subjetividad.

Sorprende además, que esta atribución de pensamientos, esta construcción del «tú imagi­nario», sea utilizado a modo de reproche:

« ... Y que entre otras cosas, dijiste: «No sé por qué será, pero el caso es que Franz me escribe bastante y sin embargo, sus cartas no logran te­ner sentido, no sé de qué se trata, no hemos lle­gado a estar más cerca el uno del otro, y de mo­mento no hay perspectiva alguna de que tal cosa ocurra ... »

A veces, con bastante frecuencia, «objetiva» a Felice: Esta «objetivación», -poner a Felice en tercera persona-, aunque en principio puede dar la impresión de creación de distancia, tiene un efecto contrario: Además de desdoblar al re­ceptor-Felice en dos instancias distintas, crea la sensación de intimidad absoluta entre uno de los «tú», -el extraño a Felice-, y el mismo Kaf­ka artífice de esta Felice extranjera a sí misma:

tú (lejano, frío, simple partenaire de FELICE la correspondencia)

tú ( creación de Kafka; un tú extraño a sí mismo. «Tú imaginario».)

... «Sentía la secreta e ilimitada alegría de, en unos cuantos saltos, haber llegado a aproximar­me tanto a aquella criatura adorada ... »

Esta «objetivación» del «tú imaginario» es uti­lizada a modo de reproche, como si el receptor no fuera consciente de la devoción que se le profesa y su único «yo» consciente fuera el de lectora de cartas.

Si las cartas representan efectivamente un diálogo «en diferido», es necesaria la inclusión en forma explícita del destinatario, así como el uso de ilocuciones o «formas de intimación» ( en términos de Benveniste), consistentes en actos ilocutivos específicos tales como preguntas, mandatos, ruegos, exhortaciones. Son frecuen-

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tes en Kafka el uso de estas formas de intima­ción, haciendo incluso requerimiento a los nive­les sensibles del destinatario («Mira», «escu­cha», «fíjate», «observa», etc.).

El «tú» imaginario del destinatario no es, al menos en los períodos de crisis de Kafka, más que un reflejo condicionado del «Y o» en lucha, que se desresponsabiliza de su lucha interior instando al tú-destinatario a entrar en el juego de la duda y la indecisión:

... «Mi amor, escúchame. iNo te apartes del ca­mino por el que viniste a mí! iPero si tienes que hacerlo, vuelve sobre tus pasos ... »

Esta estrategia de incluir al destinatario en el juego de la duda y la incertidumbre, responde, -más que a una actitud seductora-, a una estra­tegia disuasiva que pretende obtener de estemodo una «retirada» del partenaire, un «no po­der amar».

Esta actitud «disuasoria» se comprende mejor si tenemos en cuenta la construcción de un «tú» completamente antagónico a un «yo» vitupera­do, indigno de ese «tú» moral y socialmente más apto:

. .. «Yo en tu lugar hubiera corrido al otro ex­tremo del mundo, pero tú no eres yo, tu natura­leza es la acción, eres activa, piensas con rapi­dez, te das cuenta de todo ... »

La construcción del destinatario, frente al «Yo», viene a reflejarse en el siguiente esquema:

FELICE

acción rapidez efectividad seguridad curiosidad

KAFKA

inactividad lentitud inutilidad ( socialmente no apto) inseguridad indiferencia

Y este «Yo» inmolado, autohumillado, sólo encuentra una verdadera salida, no obstante: la disolución en el «tú», en el «otro», que en defi­nitiva viene a hablarnos de la pérdida de identi­dad en todo proceso amoroso y que llega a al­canzar la pérdida del nombre:

... «Tuyo (ojalá no tuviera nombre, totalmente extinto y solamente tuyo) ... »

La creación «imaginaria» del destinatario-Fe­lice, se da asimismo en la previsión del destina­tario-lector, es decir, en la previsión de la misma lectura de la que él le da «instrucciones», y has­ta en la previsión de su «obligada» respuesta:

... «Claro que esas tarjetas no son, sin embar­go, la respuesta a aquella carta, todavía recibiré dicha respuesta, ... De lo contrario se derrumba-ría mi idea de tí ... »

« ... Ninguna palabra podría molestarte ... » La inevitable inclusión e implicitación del tú

= destinatario obliga a la respuesta del otro. El silencio del destinatario rompe ese carácter dia­lógico de la carta y, por lo tanto, el contrato en que las dos partes se encuentran obligadas a la respuesta. Esta interpretación «paranoica» del silencio del otro, da lugar a un cambio radical de

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actitud en Kafka. Si la estrategia «disuasiva» de Kafka se basaba en un «no ��g;; amar» de Felice, basta el silencio de ella para que él intérprete desde el «no querer de Felice».

... «Contra más te he conocido, más te he amado; contra más me has conocido tú a mí, más insopor­table me he tomado para tí...»

Es él, ahora, ante el silencio del destinatario, el que reconoce su impotencia: «No puedo seguir vi­

, viendo así ( ... ) No oirás ningún reproche más, no volverás a ser molestada ... »

El «Yo» disuasorio se transforma, en virtud de este silencio del partenaire, en un «Yo» suplicante que ya no disuade de la imposibilidad de ese amor, sino que simplemente «espera»:

« ... Dure lo que dure este silencio, yo, hoy como siempre, te perteneceré a la más leve pero verdade­ra llamada ... »

Y es que la interpretación del silencio de Felice, -que él mismo provoca con su reiterativo «no ����:s

amarme»-, es una interpretación «paranoica», además de ser una interpretación desde lo «no dicho»:

« ... Sólo me resta aceptar el adiós que me has

dado hace ya tiempo entre las líneas de tus car­tas y en los intervalos que las separaban ... »

Es en el transcurso de estas «crisis» en la rela­ción, donde se hace más patente la lucha inte­rior de Kafka, su terrible indefinición, patente a veces bajo la forma de un claro complejo de culpa:

« ... La carta que venga mañana, -lvendrá real­mente?-, te ha sido arrancada, te la he arranca­do yo con mi telegrama ... »

Este «caos interior» es transpuesto a un plano falsamente dialógico ( en relación al destinata­rio): aparecen abundantes ilocuciones y formas

de intimación que en realidad, revelan un diálo­go consigo mismo:

« ... Pero lqué pretendo yo de tí? lQué es lo que me empuja a perseguirte? lPor qué no desisto, por qué no obedezco a las señales? Bajo pretexto de querer liberarte de mí no hago sino atosigarte ... »

Podría quizá dibujarse una especie de «esque­ma básico», en forma circular, que describe per­fectamente el proceso inconcluso de esta rela­ción atormentada:

estrategia (no �u�des amarme)disuasiva de K e es

abandono de / ' Retorno de Fe/ice Fe/ice a K. ¡/ (y nueva desesperación (no poder-amar \ de Kafka) determinado

).

por Kafka

\ estrategia persuasiva de K. en forma de espera

Interpretación _; (no debes no amarme)del abandono por K. ___...,.

(no quiere-amarme)

Dirá así Kafka: 67

« ... lDónde hay una frontera o una salida? Cuando me veo obligado a creer que te he per­dido, enseguida interviene el grosero error de perspectiva ... »

Este «grosero error de perspectiva» no es más que la interpretación que Kafka da del silencio de Felice y que determina su actitud suplicante. Círculo vicioso donde Felice no hace sino obedecer las instrucciones de su partenaire, ora disuadida, ora persuadida de la necesidad de la relación:

« ... Y la minúscula, apenas visible salida, -esa salida que jamás hay manera de encontrar aun­que quizá existe en alguna parte-, adopta bellas

formas grandiosas, de ensueño, y yo vuelvo alanzarme en pos de tí, sin transición, vuelvo a que­darme paralizado ... »

La estrategia persuasiva de Kafka, -sólo lleva­da a cabo tras el abandono provisional de Feli­ce-, llega incluso a ubicarle en una situación de total dependencia existencial respecto a Felice:

« ... Qué hombre podría llegar a ser, si quisie­ras, eso es algo en lo que no crees ... »

Kafka establece así un juego de dependencias

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entre el poder (suyo) y la voluntad o el querer (de Felice): Si antes su realización personal de­pendía de su entrega a la literatura, -lo que implícitamente invitaba a un abandono de Feli­ce-, ahora es la entrega de Felice, su querer­amar, lo que determina su realización personal.

Las argumentaciones de Kafka en torno a la disuasión, se dirigen a Felice en términos de un «no poder hacer» o un «no poder amar». (Pre­viamente, Kafka se encarga de destruir una a

una todas las argumentaciones de Felice en tor­no a la «igualdad»). La contraargumentación de Kafka, -que destruye esta pretendida «igual­dad»-, se ha basado nuevamente en la oposi­ción de valores que caracteriza a su partenaire frente a él mismo.

Su estrategia disuasiva consiste en que, bajo la apariencia de preocuparse por Felice, trata de persuadirla de la «necesidad» de romper la rela­ción en beneficio de ella. Kafka, en realidad, tra­ta de decidir por ella, bajo la forma de «consejo» o «advertencia».

El «no poder amar» a que Kafka quiere obli-

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gar a Felice se basa en un «desequilibrio» en las pérdidas que ambos sufrirían:

« ... Yo perdería mi soledad, que en su mayor parte es horrible, y te ganaría a tí, a quien amo más que a ningún otro ser. En cambio, tú perde­rías tu vida tal como la has llevado hasta el mo­mento, vida con la que te sientes satisfecha casi por completo ... »

(Hay atenuación en la consideración evaluati­va de sus respectivas pérdidas: «mi soledad, que en su mayor parte es horrible»; y respecto a Fe­lice: «vida con la que te sientes satisfecha casi por completo»). Con lo que la aserción pierde fuerza, e introduce de nuevo la «posibilidad» a pesar de las contraargumentaciones).

« ... Perderías ( ... ) la perspectiva de casarte con un hombre sano, alegre y bueno, y de tener hi­jos guapos y sanos, por los que, si lo piensas, es­tás sencillamente suspirando ... »

Hay una atribución de deseos a Felice, un implícito «no te lo has pensado bien». Se cons­truye un «imaginario querer hacer» de Felice, que no corresponde a la autodefinición que Kaf­ka da de sí mismo en clave de desprecio:

« ... En lugar de esta nada despreciable pérdida ganarías un hombre enfermo, débil, insociable, taciturno, triste, rígido, casi desprovisto de toda esperanza, cuya tal vez única virtud consiste en que te quiere».

La argumentación en contra de la convenien­cia de esta unión se basa en el contraste y la enumeración de presuntas virtudes de un «mo­delo ideal» de hombre enfrentado a un dechado de defectos que es él mismo.

Muy sutilmente, la argumentación, -para que sea más convincente-, utiliza la contraposición de dos «modelos» de hombre opuestos. El 2. º modelo, él mismo, en vez de estar descrito en la 1: persona, y narrarse a sí mismo como «yo», es objetivado en 3: persona. Kafka dramatiza así su «yo narrado», para que el contraste con el otro modelo sea más objetivado e imparcial:

Yo narrado (Kafka) El-ideal

enfermo débil insociable taciturno triste rígido desesperanzado

sano

alegre

bueno

La estrategia seguida por Kafka para disuadir a Felice, está implícitamente vinculada a un «no deber querer» de Felice respecto a él. Así, si Fe­lice «cree querer» es debido a un «no saber» qué es la verdadera causa de ese amor ficticio que ella cree sentir:

Error de Felice: «no saber» - «creer querer»

Advertencia de «no debes querer» Kafka: «no puedes querer»

El «no poder querer» y el «no deber querer», se deslizan así en la argumentación como «obje-

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tos-valor» que el discurso de Kafka pretende im­buir a su destinataria Felice: para ello, le infor­ma mediante su «yo objetivado narrado», para que «sepa». Sólo el saber liberaría a Felice de su error. El «saber» de Felice es así un «objeto cua­lificante», imprescindible para alcanzar los «ob­jetos Valor» instaurados como tal en el discurso de Kafka: «no poder + no deber querer».

« ... En vez de sacrificarte por unos hijos reales, -lo que encajaría con la naturaleza de una mu­chacha como tú-, te verías obligada a sacrificartepor este hombre infantil, pero infantil en el peorde los sentidos, este hombre que, en el mejor delos casos, tal vez aprendería de tí a deletrear ellenguaje humano ... »

Se percibe un artificio retórico nuevamente: consiste en la objetivación de ambos actantes del relato. Observemos como la objetivación de él mismo mediante la atenuación de la distancia producida por el deíctico «este», le convierte a él en imagen o cuadro de él mismo, como si él, desdoblado, se mirara en un espejo. Se produce así un extraño «efecto de presencia» sustentado en principio por el deíctico «este», pero, inevita­blemente, un alejamiento gracias a la objetiva­ción que implica el hablar de él mismo como de un objeto alejado de sí mismo: su «yo narrado» se separa por completo del «narrador».

Este «yo narrado», indefectiblemente inmola­do, aún interpela directamente al destinatario, de tal modo que la argumentación desarrollada en contra de la «igualdad» de ambos interlocu­tores, se condense en una forma de intimación, a la que Felice no pueda escapar:

« ... No te sentirás igual a un hombre semejan­te, lverdad, Felice? Tú que eres alegre, llena de vida, segura de tí misma, tú que gozas de buena salud ... »

Otro de los aspectos básicos del dialogismo, tanto interpersonal como expresivo en que se basa la carta, está fundado en un juego de inter­pretaciones mutuas, en un juego del querer-de­cir, que no siempre se corresponde con el verda­dero decir del emisor:

« ... Las diferencias entre tus primeras cartas y las de las últimas semanas sin duda existen, pe­ro probablemente no son tan importantes como yo creo, y tienen quizá otro significado que el que yo creo descubrir...»

« ... Acaso no es para que lamente el que no quieras escribirme «por compasión», sino por otra razón distinta ... »

Este vértigo de la interpretación, -hijo de la dialogía de la carta-, hace que a veces el «senti­do» se base en metainterpretaciones, como es el caso del ejemplo anterior, donde la interpreta­ción se basa sobre una interpretación primera. O, a veces, la interpretación del escrito del par­tenaire se hace en función del contexto de enunciación donde el otro explicitaba el lugar de la escritura, lo que viene a hablarnos de la importancia del contexto enunciativo, del marco del enunciado, para su posterior evaluación:

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« ... O sea, que estas líneas, las primeras tras una pausa de ocho días, tienes que escribirlas en una situación por lo demás inimaginable, situa­ción que, por otro lado, significa casi un repro­che para mí...»

Reproche a una posible «indiferencia» del destinatario, indiferencia deducida por el «lugar de la escritura» elegido. La carta posee así lo que Patrizia Violi señalara como «extensión metoní­mica», corporeidad de lo escrito que remite al

emisor mismo, y, por ende, a su lugar y a su tiempo.

La carta posee, además, una autonomía en su propia materialidad de carta y, por tanto, de ex­presión escrita, que posee su propia lógica, su propia expresividad que no siempre se corres­ponde con un referente sentimental del emisor:

« ... Pero si, por mi parte, tengo que luchar contra cosas como ésas, cosas apenas traduci­bles a palabras humanas, -y desde hace sema­nas no queda ni un ápice de mis fuerzas que no lo emplee en esa lucha ... »

Se establecen, en definitiva, dos niveles semejan-

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tes a los que encontramos en la misma expresión lingüística (nivel profundo y nivel superficial):

« ... Ahora bien, yo quería decirte algo cariño­so, en lo más hondo de mi ser no hay otra cosa para tí que no sea amor, pero lo que siempre sa­le es amargura ... »

EFECTOS DE REALIDAD

Son abundantes en este epistolario amoroso de Kafka, los enunciados reflexivos, enunciados sobre las propiedades del contexto enunciativo, tanto en su contextualización espacio-temporal, como en la situación anímica y expresiva en que se va a desarrollar el escrito.

A veces, esta explicitación de las circunstan­cias enunciativas, es decir, el enunciado reflexi­vo, supone por sí mismo un «relato en directo», es decir, una coincidencia en el tiempo de la es­critura del tiempo de la narración:

« ... Y mientras reflexiono sobre esto no dejan de darme también vueltas en la cabeza sin parar los pensamientos acerca de la carta a tu padre ... »

Es decir, ilusión de instantaneidad cara al des­tinatario de la carta, que de tal manera cree par­ticipar no ya sólo del «acto narrativo», sino de las condiciones mismas que determinan tal acto: pensamientos y reflexiones que acompañan al acto dé escribir y que, al ser explicitados, producen el efecto de «entrega» total al que recibe la carta.

La ilusión de instantaneidad, de presencia ca­ra al enunciatario, se construye también me­diante el uso de deícticos y el uso de tiempos verbales correspondientes al mundo del «co­mentario» o «discurso».

Así, en el ejemplo próximo, se observa como la forma del presente junto con el deíctico «aquí», además del uso de una forma de intima­ción en imperativo y con apelación al nivel sen­sible del destinatario, crean una ilusión de pre­sencia de los dos interlocutores ante un hecho compartido mediante el simulacro de la escritura:

« ... Fíjate, Felice, lo triste que es esto» ...« ... Y ahora, mi amor» Ilusión de compartir un presente imposible

en el acto de la recepción: este presente no será más que un pasado. Asimismo, es posible reali­zar la operación inversa: localizar el pasado de una carta del «otro» en un presente actualizado en la instantaneidad del que ahora emite:

« ... El lunes me dijiste que a partir de ahoraquieres volver a escribirme todos los días ... »

(Donde el pasado desde el cual escribía el par­tenaire, es traspuesto al presente «ahora» del emisor de la carta).

La ilusión de instantaneidad respecto al desti­natario, este «efecto de realidad» del que habla­ra Barthes, no se limita a la ilusión de compartir un tiempo común, sino también un espacio-ob­jeto, como si el acto de la recepción fuera ins­tantáneo al de la emisión o se tratara de un diá­logo cara a cara donde se comparte un espacio común:

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« ... Por no sé qué azar la nota sobre Lowy está aquí delante de mí y ahí la tienes ... »

El espacio y el tiempo enunciativos se cons­truyen a partir del «aquí» y «ahora» del enuncia­dor, mientras que al enunciatario se le otorga el «ahí» anafórico que lo remite al lugar anterior­mente marcado en el texto, y que en definitiva supone un desplazamiento del destinatario al lu­gar mismo de la enunciación (Además de antici­par el futuro, que es el acto de recepción, en un presente, como si el acto de recibir-ver fuera si­multáneo al dar-enseñar).

La ilusión de presencia cara a cara, se obtiene también mediante la forma de diálogo que se es­tablece en la carta a través del uso del procedi­miento de la cita, bien en estilo directo ( entre­comillado y cita literal), o bien en estilo indirec­to. Es decir, tal que en un diálogo hablado, se retoman las palabras del destinatario, introdu­ciéndolas en el propio discurso, interpretándolas la mayoría de las veces desde la incredulidad o la ironía:

«lQue estoy más avanzado que tú en todo?»( ... ) Me doy a mí mismo la impresión de que no hubiera vivido nada, de que no hubiera aprendi­do nada ... »

Sin embargo, a veces ocurre que la explicita­ción del tiempo de la escritura da lugar a un efecto contrario: se rompe esa «unidad ficticia» del pasado que el receptor cree recibir. Este es el caso de la explicitación de los «décalages enunciativos», donde el tiempo fragmentado de la escritura se convierte en motivo de la narración:

« ... Hace algunos días me detuve en este pasa­je y desde entonces no había continuado ... »

Esta ilusión de realidad «dialógica» resulta fa­llida, no obstante: impotencia de Kafka ante el silencio de Felice o bien, simplemente, Kafka descubre que él es su verdadero interlocutor, que el interlocutor no le escucha. Ante el sor­prendido: «Pero ... , la quién estoy hablando? ... », Kafka descubre la verdadera soledad de la escri­tura, la imposibilidad de comunicación que pro­voca su frustración ante el deseo y la realidad que se escapa:

« ... Pues, lcómo iba a poder conseguir algo con mis deseos, cuando no puedo hacerlo con mis actos ... ?»

Ahora bien; como último resquicio o esperan­za, este Kafka inseguro y contradictorio, deja lu­gar al «amor», una especie de fe irracional por parte de Felice. Esta «fe» que él llama «contabi­lidad interna» es el último resquicio, la última posibilidad de «ser amado» que parece, implíci­tamente, demandar de Felice:

« ... Ahora es a tí a quien toca hablar, Felice ( ... ) Respecto a la contabilidad externa, está lo bastante clara, te prohíbo un «sí» de la � manera más estricta. O sea que no que- • � da sino la contabilidad interna ... » �